Pia Pic Jaya
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Japón
La reunificación
Nobunaga sube al poder
Los primeros europeos llegaron en 1543; los vientos llevaron a tres comerciantes
portugueses hasta la isla de Tanegashima, al sur de Kyūshū. Pronto aparecieron más
europeos, junto con el cristianismo y las armas de fuego, que se encontraron una
tierra dividida por la guerra y a punto para su conversión, por lo menos a ojos de
misioneros como Francisco Javier, que llegó en 1549. Sin embargo, los daimios
estaban más interesados en temas más prosaicos, como las armas de fuego. Uno de
los daimios que les sacó más partido fue Oda Nobunaga (1534-1582). Partiendo de
una sede de poder relativamente menor (en la actual prefectura de Aichi), su
generalato hábil y despiadado le valió una serie de triunfos sobre sus rivales. En
1568 tomó Kioto y colocó como sogún a un miembro del clan Ahikaga (Yoshiaki); en
1573 lo expulsó y se estableció en Azuchi. Aunque no asumió el título de sogún,
Nobunaga poseía el poder de facto.
Célebre por su brutalidad, Nobunaga no era hombre a quien llevarle la contraria;
odiaba a los sacerdotes budistas y toleró el cristianismo como un contrapoder frente
a ellos. Su objetivo era el “Tenka Fubu” (Un Reino Unificado bajo un Gobierno
Militar) y hasta cierto punto lo consiguió al redistribuir territorios entre los daimios,
realizar catastros y normalizar pesos y medidas. Pero nunca sabremos qué tipo de
gobernante habría sido: antes de que pudiera alcanzar su objetivo, fue traicionado
por uno de sus generales y asesinado en 1582.
Las ambiciones de Hideyoshi
Otro de los generales de Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi (1536-1598), retomó la
antorcha de la unificación. También era un personaje extraordinario, un soldado
raso que había ido ascendiendo rango a rango hasta convertirse en el favorito de
Nobunaga. Menudo y de rasgos simiescos, Nobunaga le apodaba “Saru-chan”
(“pequeño mono”), aunque su sed de poder contradecía su estatura. Se deshizo de
sus posibles rivales entre los hijos de Nobunaga, asumió el título de regente,
continuó con la política de Nobunaga de redistribución territorial e insistió en que
los daimios debían entregarle a sus familias como rehenes en Kioto. También
proscribió las armas a todas las castas salvo a la de los samuráis.
En sus últimos años, Hideyoshi se volvió cada vez más paranoico: cortaba por la
mitad con una sierra a los portadores de malas noticias y mandó ejecutar a jóvenes
de su familia por ser supuestos conspiradores; también decretó la primera expulsión
de los cristianos (1587) porque sospechaba que eran la avanzadilla de una invasión.
Su ambición contemplaba la conquista de toda Asia, y como primer paso intentó la
invasión de Corea en 1592, que fracasó; repitió el intento en 1597, pero la campaña
se abandonó cuando Hideyoshi murió de enfermedad en 1598.
Ieyasu toma el poder
El poder de Hideyoshi se había visto brevemente contrarrestado por Ieyasu
Tokugawa (1542-1616), hijo de un señor feudal menor aliado de Nobunaga. Tras una
breve pugna por el poder, Ieyasu acordó una tregua con Hideyoshi, y este, a cambio,
le cedió ocho provincias en el este de Japón. La intención de Hideyoshi era debilitar
a Ieyasu separándole de su tierra ancestral, Chūbu (la actual prefectura de Aichi),
pero el advenedizo vio aquel gesto como una oportunidad para reforzar su poder, y
creó su sede en una pequeña localidad con castillo llamada Edo (la futura Tokio).
En su lecho de muerte, Hideyoshi encomendó a Ieyasu, que se había convertido en
uno de sus mejores generales, la protección del país y la sucesión de su joven hijo
Hideyori (1593-1615). Pero Ieyasu tenía ambiciones más elevadas, y enseguida
declaró la guerra a los partidarios de Hideyori. Los hombres de Ieyasu derrotaron
finalmente a los de Hideyori en la legendaria batalla de Sekigahara en 1600, que le
valió a Ieyasu el poder supremo. Escogió Edo como su sede permanente y marcó el
inicio de dos siglos y medio de dominio Tokugawa.
Gracias a estos tres hombres, Nobunaga, Hideyoshi, Ieyasu, por medios limpios o,
sobre todo, arteros, el país se reunificó en tres décadas.
La época de la estabilidad
El dominio de los Tokugawa
Tras haber asegurado el poder a los Tokugawa, Ieyasu y sus sucesores estaban
decididos a conservarlo. Su estrategia básica era la micro-organización extrema.
Ejercían un control férreo sobre los daimios provinciales, quienes gobernaban como
vasallos del régimen Tokugawa, requiriendo autorización para construir castillos o
casarse. Siguieron distribuyendo (o confiscando) territorio y, lo más importante,
exigían que los daimios y sus sirvientes pasaran uno de cada dos años en Edo, donde
sus familias permanecían retenidas como rehenes permanentes según el
edicto sankin kōtai. Esta política de deslocalización dificultaba que los daimios más
ambiciosos urdieran planes para derrocar a los Tokugawa.
El sogunato controlaba también directamente los puertos, las minas, las ciudades
principales y otras zonas estratégicas. Los desplazamientos se restringían por medio
de severos puntos de control, era necesario un permiso por escrito para viajar y el
transporte sobre ruedas estaba prohibido. Se impuso una sociedad muy
jerarquizada, compuesta por (en orden decreciente de importancia)
los shi (samuráis), los nō (agricultores), los kō (artesanos) y los shō (comerciantes).
El atuendo, las viviendas e incluso el modo de hablar de cada clase se regían por un
código muy estricto, y la interrelación entre clases estaba terminantemente
prohibida. Los jefes de pueblos y barrios se encargaban de imponer las normas a
nivel local, creando un ambiente de vigilancia constante. El castigo por la más
mínima falta podía ser muy duro, cruel e incluso comportar la muerte.
Aislados del mundo
Al principio, el sogunato Tokugawa adoptó una política de sakoku (cierre al mundo
exterior), que duraría más de dos siglos. El régimen recelaba de la potencial
influencia del catolicismo, y expulsó a misioneros en 1614. Tras la Revuelta de
Shimabara, encabezada por cristianos, el cristianismo fue prohibido, varios cientos
de miles de cristianos japoneses tuvieron que esconderse, y todos los occidentales,
salvo los holandeses protestantes, fueron expulsados en 1638. El sogunato veía al
protestantismo como una amenaza menor que el catolicismo (se sabía que el
Vaticano podía reunir uno de los ejércitos más poderosos), y habría permitido que
se quedaran los británicos si los holandeses no lo hubieran convencido de que Gran
Bretaña era católica. Con todo, los holandeses no pasaron de ser una docena de
hombres confinados en una pequeña factoría en la isla artificial de Dejima, cerca de
Nagasaki.
Los japoneses tenían prohibido viajar al extranjero (y los que estaban en el
extranjero tenían prohibido regresar), pero, a pesar de todo, el país no quedó
totalmente aislado: el comercio con Asia y Occidente continuó a través de los
holandeses y del imperio Ryūkyū (hoy Okinawa), solo que bajo un estricto control y,
junto con el intercambio de ideas, se canalizaba exclusivamente hacia el sogunato.
El auge de la clase comerciante
A pesar de todas las restricciones, el período Tokugawa vivió un dinamismo
considerable. Las ciudades japonesas crecieron enormemente durante este período:
Edo alcanzó el millón de habitantes a principios del s. XVIII, por encima de Londres y
París. Kioto, convertido en un centro de producción de artículos de lujo, y Osaka,
centro del comercio, rozaron la cifra de los 400 000 habitantes durante la mayor
parte del período.
A pesar del gran esfuerzo de los gobernantes por limitar el crecimiento de la clase
comerciante, esta prosperó a lo grande gracias a los servicios y productos necesarios
para los viajes de los daimios a y desde Edo, tan costosos que los daimios debían
convertir una gran parte de sus dominios en efectivo. Aquello impulsó la economía
general.
Surgió una nueva cultura que rechazaba las restricciones y la austeridad del
sogunato. Los comerciantes, cada vez más ricos, patrocinaron el teatro kabuki, los
torneos de sumo y los barrios del placer; disfrutando de una joie de vivre que
disgustaba a los adustos señores del castillo de Edo. El pilar de esta cultura
hedonista era el concepto del ukiyo (“mundo flotante”), un término derivado de una
metáfora budista sobre las alegrías fugaces de la vida. Los mejores ejemplos de
aquella época se hallan en las ukiyo-e(xilografías). Mientras tanto, los samuráis ya
no tenían compromisos militares relevantes, y la mayoría de ellos pasaron a ‘luchar’
en contiendas burocráticas como administradores.
La modernización
La llegada de los barcos negros
No se sabe cuánto tiempo más podría haber durado el sogunato Tokugawa en su
aislado mundo, pero las fuerzas exteriores aceleraron su desaparición. Un grupo de
barcos occidentales –a los que los japoneses llamaron kurofune (barcos negros),
porque iban cubiertos de alquitrán– había empezado a aparecer en aguas japonesas
desde comienzos del s. XIX. Sin embargo, cualquier occidental que pisara territorio
japonés, aunque fuera a causa de un naufragio, era expulsado o ejecutado.
EE UU, en particular, pretendía expandir sus intereses por el Pacífico, y sus
numerosos barcos balleneros del noroeste necesitaban aprovisionarse con
regularidad. En 1853, y otra vez al año siguiente, el comodoro estadounidense
Matthew Perry entró en la bahía de Edo con sus cañoneras y exigió a Japón su
apertura al comercio. El sogunato no podía enfrentarse al fuego de Perry y tuvo que
acceder a sus demandas; pronto llegó un cónsul de EE UU, seguido por los de otras
potencias occidentales. Japón se vio obligado a firmar los “tratados de la
desigualdad”, por los cuales abría el acceso a sus puertos y cedía el control de sus
aranceles a las naciones occidentales.
La Restauración Meiji
A pesar de los últimos esfuerzos desesperados del régimen Tokugawa por reafirmar
su poder, el sentimiento anti-sogunato era intenso, sobre todo en los alrededores
de Satsuma (sur de Kyūshū) y Chōshū (oeste de Honshū). Se alzó un movimiento
para “venerar al emperador y expulsar a los bárbaros” (sonnō jōi); en otras palabras,
para restaurar el poder real del emperador (y que fuera más que una autoridad
titular) y echar a los occidentales.
Pero tras infructuosas escaramuzas contra los poderes occidentales, los reformistas
se dieron cuenta de que no era factible expulsar a los extranjeros; pero sí lo era
restaurar el poder del emperador: tras una serie de choques militares entre los
ejércitos del sogunato y los rebeldes –que demostraron la ventaja de estos últimos–,
el último sogún, Yoshinobu (1837-1913), aceptó retirarse en 1867 y pasó los últimos
años de su vida en paz en Shizuoka.
En 1868, el nuevo emperador adolescente Mutsuhito (1852-1912; posteriormente
conocido como Meiji) fue erigido líder supremo del país, y con él comenzó el
período Meiji (1868-1912; ‘culto a la regla’). El sogunato se abolió como institución,
y su sede, Edo, se remodeló como la capital imperial y recibió el nombre de Tokio
(“capital del este”). Pero los partidarios de Tokugawa no desaparecieron; las luchas
continuaron, sobre todo en el norte, entre 1868 y 1869, en la guerra Boshin.
En realidad, el emperador tenía poco poder: se formó un nuevo gobierno, liderado
por samuráis treintañeros de Satsuma y Chōshū. Aunque aseguraban que lo hacían
todo en nombre del emperador y con su autorización, les movían la ambición
personal y un interés genuino por su país.
La occidentalización
Por encima de todo, los nuevos líderes de Japón –ávidos observadores de lo que
sucedía en toda Asia– temían ser colonizados por Occidente. Se apresuraron a
modernizarse según los estándares occidentales, para demostrar que podían estar a
la altura de los colonizadores.
El Gobierno emprendió un gran proyecto de industrialización y militarización; y
comenzó un importante intercambio entre Japón y Occidente: eruditos japoneses
eran enviados a Europa a estudiar de todo, desde literatura e ingeniería hasta la
construcción de naciones y tácticas bélicas modernas, y se invitó a eruditos
occidentales a dar clases en las nacientes universidades japonesas.
La nueva clase dirigente japonesa aprendió con rapidez: en 1872 se inauguró la
primera vía ferroviaria, que unía Tokio con el nuevo puerto de Yokohama, al sur, a lo
largo de la bahía de Tokio. En 1889 el país ya tenía una Constitución, modelada
según los marcos de gobierno de Inglaterra y Prusia, y se establecieron sistemas
bancarios, un nuevo código legal y los partidos políticos. A los daimios se les
‘convenció´ para que cedieran sus feudos al Gobierno a cambio de obtener cargos
de gobernadores u otros, lo que permitió la creación de prefecturas.
La democracia no fue un proceso rápido, y persistían los favoritismos. El Gobierno
asumió la responsabilidad de fundar las principales industrias para después
venderlas a precio de ganga a emprendedores amigos de la clase dirigente; un factor
clave en la formación de enormes conglomerados industriales, conocido
como zaibatsu, muchos de los cuales todavía existen hoy (como Mitsubushi,
Sumitomo y Mitsui).
En los primeros años, la principal industria de Japón era la textil, y la seda su gran
exportación; pero en el período Meiji pasaron a serlo las manufacturas y la industria
pesada, y el país se convirtió en una potencia mundial de la construcción naval.
Nuevas ideologías
La Restauración Meiji también abanderó cambios sociales de largo alcance: se
eliminó el sistema de clases. Tras siglos teniéndolo todo prescrito, los ciudadanos
ahora eran libres de elegir su oficio y lugar de residencia. La nueva élite intelectual,
viajada y leída, animó a los japoneses a emprender para demostrar al mundo que
Japón era una nación poderosa y de éxito. Las mejoras en la tecnología agrícola
liberaron mano de obra en el campo, y muchos agricultores se trasladaron a la
ciudad para engrosar las filas obreras de los sectores de la manufactura.
El budismo, que tenía un estrecho vínculo con el sogunato, sufrió con el nuevo
gobierno. El sintoísmo –y, sobre todo, los rituales de adoración al emperador– eran
promovidos en su lugar como un sistema de creencias ‘puro’ (léase autóctono). Sin
embargo, se conservaron elementos del nuevo confucionismo porque favorecían el
orden; y las nuevas leyes acuñaron un sistema familiar patriarcal por el cual las
mujeres quedaban subordinadas a sus maridos. El catolicismo dejó de estar
prohibido (aunque poco importó).
El escenario mundial
El Japón imperialista
Un elemento clave en el objetivo japonés de convertirse en una potencia mundial
era el poder militar. Siguiendo los modelos prusiano (ejército) y británico (marina),
Japón desarrolló un ejército magnífico. Con la misma táctica que Perry había
empleado contra los nipones, en 1876 Japón pudo imponer en Corea el tratado que
más le convenía y se inmiscuyó cada vez más en su política.
Utilizando la ‘interferencia’ china en Corea como pretexto, en 1894 Japón ‘fabricó’
una guerra con China, una nación débil en aquella época a pesar de su descomunal
tamaño, y se alzó con la victoria. Como resultado, se apropió de Taiwán y de la
península de Liaotung. Rusia presionó a Japón para que renunciara a la península, y
acto seguido la ocupó, lo cual dio lugar a la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, con
victoria nipona. Cuando Japón se anexionó Corea de forma oficial en 1901, apenas
hubo protestas internacionales.
A la muerte de Mutsuhito en 1912, Japón era considerado una potencia mundial.
Además de sus victorias militares y conquistas territoriales, en 1902 había firmado la
primera alianza anglo-japonesa, la primera entre un país occidental y uno no
occidental. Los tratados desiguales se habían enmendado.
A Mutsuhito le sucedió su hijo Yoshihito (conocido como el emperador Taishō),
aunque en 1921 su deterioro mental convirtió en regente a su hijo Hirohito (1901-
1989). No fue una época fácil, pero el breve período Taishō (1912-1926; “de la gran
rectitud”) se resume como un tiempo de optimismo. Las viejas lealtades de la época
feudal se extinguieron, y nacieron los partidos políticos, dando lugar al término
“democracia Taishō”.
Japón participó en la I Guerra Mundial en el bando de los aliados, y fue
recompensado con un asiento en el consejo de la recién creada Sociedad de las
Naciones. También adquirió posesiones alemanas en el este de Asia y el Pacífico. La
guerra había impulsado la economía, generando un nuevo estrato de riqueza (ajeno
a la gran mayoría de la población).
La militarización
Durante la década de 1920, Japón empezó a sentir que las potencias occidentales no
le trataban de una forma justa. La Conferencia de Washington de 1921-1922 fijó las
proporciones navales en tres buques capitales para Japón, cinco para EE UU y otros
cinco para los británicos, lo que ofendió a los japoneses (a pesar de estar por
delante de los 1,75 de Francia). Casi al mismo tiempo, la cláusula de igualdad racial
propuesta por Japón a la Sociedad de las Naciones fue rechazada, y en 1924 EE UU
introdujo políticas de inmigración basadas en la raza que apuntaban directamente a
los japoneses.
El descontentó se intensificó en el período Shōwa (1926-1989; “paz
resplandeciente”), que empezó con la muerte de Yoshihito y el ascenso formal al
trono de Hirohito. La población rural denunciaba a una élite que consideraba
pervertida por la decadencia occidental. De la Gran Depresión que comenzó a
finales de la década de 1920 surgió una nueva clase de pobres urbanos que
rechazaba lo que hasta entonces había considerado como progreso. Las redes de
izquierda, inspiradas por los cambios en Rusia, empezaron a reclamar los derechos
de los trabajadores.
Mientras, los militaristas sufrían la humillación de otra ronda de capitulaciones, y
concluían que Japón necesitaba velar por sus propios intereses: creían en la Esfera
de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental, rica en recursos y bajo control nipón. El
primer ministro Hamaguchi Osachi, que primaba la austeridad económica ante el
aumento de gasto militar, recibió un disparo en 1931 (murió varios meses después).
Los militares actuaban por cuenta propia.
La agresión a China
En otoño de 1931, miembros del Ejército japonés destinados en Manchuria, donde
vigilaban las líneas ferroviarias que China alquilaba a Japón, detonaron explosivos
en las vías y culparon de ello a los disidentes chinos. Aquel ardid, que sirvió de
excusa a los nipones para represalias armadas, se conoce como el Incidente de
Manchuria. Los japoneses vencieron con facilidad a las fuerzas chinas, y en cuestión
de meses asumieron el control de Manchuria (las actuales provincias de
Heilongjiang, Jilin y Liaoning), colocando a un gobierno títere. La Sociedad de las
Naciones se negó a reconocer al nuevo gobierno de Manchuria, y en 1933 Japón
abandonó dicha organización.
Las escaramuzas entre el ejército chino y japonés continuaron, culminando en una
gran guerra en 1937. Tras una ardua victoria en Shanghái, las tropas japonesas
avanzaron hacia el sur para capturar Nanjing. A lo largo de varios meses, entre 40
000 y 300 000 chinos fueron asesinados en la Masacre de Nanjing (o la Violación de
Nanjing). A día de hoy, la cifra de muertos y el porcentaje de violaciones, torturas y
saqueos cometidos por los soldados japoneses es motivo de acalorado debate entre
los historiadores (y los nacionalistas gubernamentales) de ambos lados. Los intentos
japoneses por minimizar esta y otras masacres en Asia siguen siendo un gran
obstáculo en las relaciones de Japón con la mayoría de las naciones asiáticas.
La II Guerra Mundial
Animado por las primeras victorias alemanas de la II Guerra Mundial, Japón firmó un
pacto con Alemania e Italia en 1940 (aunque la alianza apenas le reportó
cooperación). Con Francia y los Países Bajos distraídos y debilitados por la guerra en
Europa, Japón se adentró en sus territorios coloniales –la Indochina francesa y las
Indias Occidentales holandesas– del sureste asiático.
Las tensiones entre Japón y EE UU se intensificaron cuando los estadounidenses,
alarmados por la agresividad nipona, exigieron que Japón se retirara de China.
Cuando la diplomacia fracasó, EE UU asestó un golpe crucial prohibiendo la
exportación de petróleo a Japón. Ante ello, el Ejército japonés atacó Pearl Harbor el
7 de diciembre de 1941, dañando el grueso de la flota estadounidense del Pacífico y,
al parecer, tomando por sorpresa a los norteamericanos (aunque algunos
historiadores creen que Roosevelt y otros permitieron el ataque para acabar con el
sentimiento aislacionista y dar entrada a EE UU en la guerra contra Alemania; y
otros piensan que Japón nunca creyó que iba a vencer a EE UU, pero esperaba
sentarlo en la mesa de negociaciones y salir ganando).
Japón avanzó con rapidez por el Pacífico, pero su suerte empezó a cambiar en la
batalla de Midway, en junio de 1942, donde una gran parte de su flota fue
destruida. Los japoneses se habían extralimitado, y durante los tres años siguientes
se esperaba un contraataque en el país. A mediados de 1945, Japón, haciendo caso
omiso de la Declaración de Postdam, que exigía su rendición incondicional, se
preparaba para un ataque final de los Aliados. El 6 de agosto se lanzó sobre
Hiroshima la primera bomba atómica, que mató a 90 000 civiles. Rusia, con cuya
eventual mediación había contado Japón, le declaró la guerra el 8 de agosto. Para
rematar, el 9 de agosto se lanzó una segunda bomba atómica, esta vez sobre
Nagasaki, que causó otras 50 000 bajas. El emperador se rindió el 15 de agosto.
El período contemporáneo
Los términos de la rendición japonesa ante los Aliados permitieron al país mantener
al emperador como jefe de estado ceremonial, pero desprovisto de toda autoridad –
y de ascendencia divina–, y Japón se vio obligado a retirar sus demandas
territoriales en Corea y China. Además, EE UU ocupó el país bajo el mando del
general McArthur, una situación que se prolongó hasta 1952. La derrota tuvo un
sabor muy amargo, pero la población se moría de hambre, y los alimentos de los
norteamericanos eran mejor que nada.
En la década de 1950 Japón emprendió una audaz trayectoria de crecimiento que se
ha descrito como milagrosa (aunque muchos historiadores, tanto japoneses como
norteamericanos, sostienen que el rol de Japón como base avanzada de EE UU en la
Guerra de Corea reactivó la economía nipona). No fue hasta la década de 1990, con
el estallido de la burbuja financiera, que el país volvió a tocar con los pies en el
suelo.
Las décadas siguientes se han caracterizado por el estancamiento económico,
empeorado por la crisis financiera mundial del 2008. Tres años más tarde, Japón
quedó devastado por el Gran Terremoto del Este de Japón y el tsunami que le siguió,
que causaron más de 15 000 víctimas mortales. El s. XXI es una época introspectiva
para el país, que pelea con el legado de los altibajos de siglos anteriores, mientras
intenta hallar su lugar en un mundo que cambia a toda velocidad.
Nacionalismo: Podemos ver cómo surge con fuerza la teoría nihonjinron, muy decorada
con un nacionalismo japonés que vivía un momento ‘dulce’ gracias a las victorias en las
guerras sino-japonesas y buscaba el establecimiento de una cultura unificada y
totalizadora. Gracias a la propaganda del gobierno imperial, la nihonjinrontenía cada vez
más fuerza, ayudada por los medios de comunicación que publicaban la superioridad de
los japoneses frente a los chinos o los europeos, especialmente durante la Segunda
Guerra Mundial.Sin embargo, cuando Japón perdió la guerra el país quedó sumergido en
un estado de búsqueda interior. Si la nihonjinron era cierta, si el pueblo japonés era
realmente superior, ¿por qué habían perdido? Todos se hacían la misma pregunta y la
reacción fue bastante natural dado el caso: dar la espalda a esas mentalidades y sistemas
que les habían llevado hasta esa cruel situación. Pero durante los años 60 del siglo pasado
comenzó un cambio de tendencia, probablemente debido al fuerte crecimiento
económico que vivió Japón y a los grandes cambios que esto supuso para la sociedad.
La nihonjinron comenzó a usarse como ejercicio de introspección que buscaba encontrar
las características singulares de la identidad nacional japonesa, fruto de la necesidad de
responder a la pregunta básica de quiénes son los japoneses.
Esta teoría es, por tanto, una manera de mantener a los japoneses dentro de los límites
establecidos, obligándolos a obedecer a sus superiores de manera natural, olvidando así
todo individualismo (Van Wolfren, 1989). De hecho, si analizamos los temas tratados en la
gran mayoría de libros escritos bajo la influencia de la nihonjinron, veremos repetida mil
veces la palabra «grupo»: el hecho de ser parte del grupo es uno de los pilares
fundamentales de la nihonjinron.
Sociedad: Los valores japoneses están profundamente arraigados en todos los aspectos
de la vida y afectan profundamente a las relaciones familiares, laborales y sociales.Para los
extranjeros (especialmente los occidentales) resulta difícil entender todos los códigos y
costumbres de los japoneses, incluso su comportamiento al pedir ayuda o
preguntar.Aspectos como guardar las apariencias en público, el autocontrol de sus
sentimientos, su disciplina, perfeccionismo, respeto por los demás (especialmente por los
ancianos) tienen un por qué, un motivo.
El nacionalismo y la diversidad
Katana
Comenzamos con un arma tradicional japonesa muy fácil. Es quizás la más conocida
dentro y fuera de Japón, cuyo nombre se asocia directamente a los guerreros medievales
del país nipón.Consiste en un tipo de sable alargado y con hoja curvada, que rondaba
alrededor de un metro o más de longitud.Aunque sea el tipo de espada más conocida, no
es la más antigua usada en Japón. La fabricación de katanas se remonta al siglo X-XII, y la
idea fue introducida desde China.Los guerreros que entraban a Japón desde el país vecino
usaban este tipo de espadas largas para combatir al enemigo desde el caballo, atacando al
animal para derribar a su jinete.
Yari
Mucho más práctico que la gran mayoría de tipos de espadas japonesas, el yari fue un
arma japonesa utilizada por los guerreros para atacar a la caballería, la primera arma de
defensa de los ejércitos.Consiste en una lanza tradicional compuesta por un palo muy
largo y una hoja recta en la punta, muy, pero que muy afilada.Eran piezas baratas y fáciles
de hacer, cuyas hojas de acero se podían reaprovechar después de la lucha cuando el
mango quedaba dañado. Existen diferentes tipos populares de yari:
Kikuchi yari
Sasaho yari
Sansaku yari
Ryo shinogi fukuro yari
Straight yari con saya
Jumonji yari
Por este motivo fue usada por prácticamente todos los hombres de los ejércitos, incluidos
los grandes samuráis como el famoso general Honda Tadakatsu, con su lanza llamada
Tonbokiri, ‘libélula’ en japonés.
Yumi
Una de las armas ancestrales japonesas que cuenta con más siglos de tradición es el
arco.Mucho antes que las espadas y las lanzas, los guerreros de Japón se defendían con
un sencillo arco llamado yumi, con una técnica increíble montando a caballo al mismo
tiempo. El arte del kyudo japonés consiste precisamente en esto.Nada tiene que ver el
arco japonés con los arcos utilizados por los guerreros de occidente. Ni si quiera entre
los ejércitos de Asia occidental.
Tachi
Seguimos con las armas del tipo espada, con una de las favoritas de la infantería a caballo
durante el siglo XIII.Se dice que el tachi fue el precursor de la actual katana, algo más corta
y fácil de utilizar para atacar al enemigo a pleno galope.Esta arma la llevaban los samuráis
a caballo colgada del cinturón. La cuchilla mide unos 70 cm, con una tamaño entre la
katana y el wakizashi.La forma de la hoja es algo más curvada, adaptando mejor el golpe
para que el arma cumpla mejor su función con la inercia del movimiento.La creación de las
posteriores espadas japonesas, algo más largas, relegaron el tachi a un segundo plano,
como espada ceremonial que solo usaban los samuráis de alto rango.Esta se continuó
empleando de manera exclusiva por los guerreros que luchaban a caballo, que a medida
que pasaban los siglos disminuían en número entre los ejércitos japonesas.
Tanto
Otra de las armas ancestrales del Japón tradicional es el tanto. Es un tipo de daga
japonesa, con una hoja de 30 cm que se usaba en la guerra cuerpo a cuerpo para perforar
la armadura del contrario.Debido a la agilidad que tenían las guerras samuráis femeninas,
estas eran las mayores expertas en el uso del cuchillo japonés.Existen dos tipos de
cuchillos que reciben diferentes nombres según la forma de la empuñadura:
el aikuchi y hamidachi.El aikuchi es un cuchillo más rudimentario que tiene una
empuñadura de piel de pescado directamente sobre la hoja, mientras
que el hamidachi tiene una empuñadura en madera y lacado que protege mejor la mano.
Naginata
La naginata es un tipo de lanza algo diferente al yari. En lugar de una hoja recta con ambos
bordes cortantes, esta lanza del Japón feudal tiene una punta curvada al final de un asta
de gran longitud.Se trata de un arma mucho más eficaz en el campo de batalla, tan
mortífera como una espada, pero más fácil de usar.Esta larga lanza tiene un peso
extremadamente ligero, por lo que era la favorita de las mujeres samuráis.Las féminas
eran las mayores expertas del arte marcial naginatajutsu, o la técnica de combate con la
naginata. También se usaba mucho entre los jóvenes combatientes, por ser un arma de
largo alcance que ofrece protección frente al enemigo.La lanza japonesa ha sido siempre
la herramienta de los cuerpos de infantería para atacar a la caballería. Incluso en época de
paz, en todo Japón se seguía practicando su uso entre las clases altas de la sociedad,
siendo una de las armas más elegantes y gráciles.Algo menos elegante, pero muy efectiva
para matar, es la kurasigama, una hoz formada por una cuchilla con mango de madera y
atada con una larga cadena.
Sintoísmo
El sintoísmo o Shintō es la religión originaria de Japón, remontándose sus primeras
interpretaciones a épocas prehistóricas. Actualmente se consideran practicantes
habituales sólo el 3% de la población, aunque el porcentaje sube el 80% por
quienes realizan alguna práctica o se siente influenciado.
El sintoísmo (神道) respeta y venera a las deidades de la naturaleza, tales como el
sol, los sonidos, los árboles, el mar o incluso la muerte. A estas deidades se las
denomina Kami. En los lugares considerados sagrados por el Shintoísmo, suelen
existir santuarios dedicados a Kamis concretos.
El sintoísmo es una religión que encaja con muchas formas de pensamiento y
filosofías, por lo que ha logrado coexistir en Japón junto al budismo. De hecho,
existen numerosas ocasiones donde en un mismo recinto se encuentran templos
junto a santuarios.
Cristianismo
Sólo el 1% de la población japonesa se considera cristiana. Sin embargo, a pesar de
ello el cristianismo en Japón está muy presente dentro de su cultura.
Hay que remontarse al año 1549, momento en el que el jesuita español Francisco
Javier, llegase a sus costas para difundir la religión católica. En un principio el
gobierno de Japón aceptó la llegada de los jesuitas, permitiéndoles sus actividades
de adoctrinamiento. Sin embargo, en el siglo XVIII se prohibió durante dos siglos
por los problemas y tensiones que estaban surgiendo en el país. Se permitió de
nuevo la entrada a los misioneros con la llegada de la restauración Meiji en 1866.
Judaísmo
El judaísmo en Japón está representado por una comunidad de 1000 judíos, los
cuales llegan a representar sólo el 0,0008 por ciento de la población japonesa.
A pesar de ser una minoría, la historia del judaísmo en Japón ha sido bastante
densa desde la llegada de comerciantes de procedencia portuguesa y holandesa en
el siglo XVI.
Hoy día, el mayor aumento de judíos está representado por practicantes
procedentes de bases norteamericanas en territorio japonés. También por
personas de origen europeo.
Actualmente existen dos sinagogas en Japón, una en Tokio y otra en la ciudad de
Kobe, lugares donde se encuentra la mayor comunidad de judíos.
Irreligión
La irreligión representa al 62% de la población, constituyendo el mayor porcentaje
dentro de la sociedad japonesa.
No debe confundirse con ateísmo o agnosticismo, sino con personas que tienen
creencias personales pero no se consideran seguidores de una religión. También
incluye a personas que no están afiliadas a ninguna creencia religiosa y además no
se consideran seguidores de ninguna.
Los japoneses son muy ecológicos e intentan no desperdiciar ningún recurso. Después de
todo es un país formado por islas. Por eso en algunos baños públicos de Japón el agua que
se usa para lavarse las manos se reutiliza luego para la cisterna del inodoro.
En función del objeto a envolver y el tipo de nudo la técnica tiene nombre distintos y
resultados de lo más decorativos y sorprendentes. Seguro que hasta les da pena abrir los
regalos.
El fin de la Guerra Fría también significó que el principio de la separación del aspecto
económico y el político perdió una de sus bases. Como el comunismo perdió fuerza
ideológica hasta para los líderes de los países socialistas como China, Japón ahora pudo
defender abiertamente la democracia y el capitalismo sin temer la repulsión de los países
socialistas. La promoción de la democracia y del mercado libre fue integrada en las metas
básicas de la diplomacia japonesa en 1991. Estos, junto con la protección del medio
ambiente y la disuasión del uso o la exportación de las armas, también llegaron a ser
metas de la AOD en 1992. Sin embargo, Japón se enfrenta a dificultades en su política de
defender la democracia y derechos humanos en Asia, como en China y Birmania, donde
todavía se da prioridad al mantenimiento de buenas relaciones económicas.
El gobierno no dio ningún paso hacia el reconocimiento legal del matrimonio entre
personas del mismo sexo. Sin embargo, en marzo, en una demanda interpuesta por tres
parejas homosexuales, el Tribunal de Distrito de Sapporo declaró inconstitucional la
negativa del gobierno a reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo. Los
demandantes formaban parte de un grupo de 13 parejas que habían presentado
demandas similares el Día de San Valentín de 2019.2 Al concluir el año, 141 municipios
habían aprobado ordenanzas o directrices que reconocían las uniones entre personas del
mismo sexo.
Aumentó la presión de la sociedad civil para que se reformara la Ley sobre el Trastorno de
la Identidad de Género eliminando los requisitos contrarios al derecho internacional que
se imponían a quienes deseaban cambiar legalmente de género. De conformidad con esa
ley, las personas que deseaban cambiar su género legal no podían estar casadas, debían
tener más de 20 años, no podían tener hijos o hijas menores a su cargo y debían estar
esterilizadas o no poder reproducirse. Además, eran obligadas a operarse para que sus
genitales se asemejaran más a los de su nuevo género legal, a someterse a asesoramiento
psiquiátrico y a recibir un diagnóstico.
Iwao Hakamada, que había pasado 47 años condenado a muerte y soportado largos
periodos en régimen de aislamiento tras haber sido hallado culpable de asesinato en
1968, continuaba en libertad provisional y en espera de un nuevo juicio tras la resolución
dictada por el Tribunal Supremo en 2020. Su caso y su juicio inicial señalaban motivos de
preocupación aún existentes sobre el empleo policial de la tortura para extraer
“confesiones”.
Género en Política Internacional: Japón, que ocupa el puesto 165 en la clasificación de 193
países del mundo según el número de mujeres diputadas en la Dieta, ha puesto en vigor la
Ley para la Promoción de la Igualdad de Género en Política (Ley de Igualdad de Género en
Candidaturas Políticas). Impulsada y desarrollada por un grupo femenino civil, se la conoce
también con el nombre de Ley de Paridad Japonesa porque incorpora el concepto de la
paridad de género en la política. La profesora Miura Mari asegura que su aprobación es
muy significativa, a pesar de que se trata de una ley no coercitiva.
El calentamiento global, en particular, y todos los efectos negativos que genera el cambio
climático son una real preocupación para los países del Este de Asia. Japón, además de
una fuerte convicción construida sobre una tradición milenaria de cuidado de los bosques
y ríos, sufre constantemente de crisis climáticas como inundaciones, tormentas, olas de
calor, sequías y deslizamiento de tierras. Los efectos del tifón en Kansai o los 41,1 grados
centígrados sentidos en la ciudad de Kumagaya que produjo decenas de muertes, han
alertado a las autoridades sobre la necesidad de tomar acciones con rapidez.
Una de las medidas más difíciles, pero que mejores resultados obtiene en el largo plazo es
la reducción de emanaciones de gases efecto invernadero. Uno de los componentes
principales de estos gases es el dióxido de carbono que, de manera acumulativa, hace que
las capas de la atmósfera más próximas a la tierra aumenten su temperatura, lo que lleva
a su vez a las olas de calor y su consecuente aumento de incendios forestales. Asimismo,
la temperatura en la medida que se eleva, se incrementan las partículas de agua en el aire,
a modo tal que las lluvias son más intensas de lo normal.
A pesar de que Japón es el país mejor preparado para enfrentar emergencias y desastres
naturales, el gobierno a través de su Agencia Metereológica y el Sistema Nacional de
Emergencia, enviaron una alerta sobre las devastadoras consecuencias que el cambio del
clima generaría en la agricultura, pues dañarían el cultivo de ciertas especies de frutas y
hortalizas. Una situación similar sufriría la pesca, ya que ciertas poblaciones de peces
podrían migrar hacia aguas menos cálidas en el norte del hemisferio. Todo esto lleva a que
el gobierno de Shinzo Abe considere al medioambiente como uno de los puntos más
importantes tanto en su agenda nacional, como en los foros multilaterales.
Sin embargo, los japoneses y sus instituciones ambientales no son novatas en tomar
acciones por el clima, ya que la contaminación del aire producida por los combustibles
fósiles en los grandes centros urbanos, ha sido un problema a solucionar desde la década
de los sesenta. La polución era producida por los autos, las centrales eléctricas y las
emisiones industriales, que durante los años noventa producían niveles de dióxido de
carbono que superaban las mil toneladas métricas al año, lo que significaba que en 1990
cada japonés producía 8,8 toneladas métricas de dióxido de carbono al año.
Tales niveles de contaminación ambiental ocasionaban severas enfermedades en la
población, que iban desde bronquitis crónica, asma bronquial, hasta demencia. La rápida
industrialización del país nipón generaba altos ingresos en la población, por una parte,
pero a costas de su salud que empeoraba con el paso de los años producto de las
emisiones de las industrias, los hogares con más acceso a bienes y al transporte basado en
combustibles fósiles.