José María Arguedas El Etnologo

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José María Arguedas, etnógrafo:

campo cultural y mestizaje

José María Arguedas, Ethnographer:


Cultural Field and Mestizaje

Enrique E. Cortez
Portland State University
[email protected]

Resumen
En la actualidad, es imposible trazar una historia de la etnología en el
Perú sin tomar en cuenta las contribuciones de José María Arguedas.
Sin embargo, la antropología de su época atribuyó escasa importancia
a su trabajo. El propósito de este artículo es identificar los motivos del
reconocimiento tardío y póstumo del aporte de Arguedas. El argumen-
to central es que el concepto de mestizo manejado por la etnografía
de Arguedas implicaba una crítica profunda de las prácticas deshistori-
zantes de la antropología dominante. Interviniendo de manera decisiva
en un debate clave en la historia intelectual latinoamericana, Arguedas
cuestionó la ideología hispanista del mestizaje de la primera mitad del
siglo XX, que entendía tal condición como la realización del ideal de
un sincretismo armónico. Retrospectivamente, es posible argüir que su
formulación de lo mestizo tiene elementos en común con paradigmas
culturales contemporáneos que valorizan la diferencia y el multicultu-
ralismo.
Palabras claves: Mestizaje, Etnografía, Valcárcel, Indigenismo, Hispanis-
mo, Giro antropológico

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Enrique E. Cortez

Abstract
At present, it is difficult to trace the history of ethnology in Peru without
taking into account the contributions of José María Arguedas. During
his lifetime, however, his contemporaries in anthropology placed little
importance on his work. In this article, I intend to identify the motives
behind his belated and posthumous recognition as a contributor to an-
thropology. The main point I would like to argue is that the concept
of mestizo that Arguedas works with in his ethnographies implies an
in-depth critique of the dehistoricizing practices of dominant anthropol-
ogy. By decisively intervening in a key debate of Latin American intel-
lectual history, Arguedas questions early 20th century Hispanist ideol-
ogy, which understood the condition of mestizaje as a realization of a
homogenous, harmonic ideal. In retrospect, it can be argued that his
formulation of mestizaje shares elements with contemporary cultural
paradigms that place value on diversity and multiculturalism.
Keywords: Mestizaje, Ethnography, Valcárcel, Indigeneity, Hispanism,
Anthropological Turn

Recibido: 26/4/16 Aceptado: 20/5/16

Cuando en 1975 Ángel Rama publicó su edición de los ensayos etnológi-


cos de José María Arguedas, Formación de una cultura nacional indoamericana, el
quehacer del novelista como etnógrafo no tenía la atención que ahora tiene en
cualquier trabajo serio sobre su obra literaria. Su revalorización en el campo de
la antropología peruana es más tardía, pero lo seguro es que en la actualidad
es del todo imposible trazar una historia de la etnología en el Perú sin referir-
nos al aporte de Arguedas.1 ¿Cuál es la razón de que en su campo profesional
Arguedas tenga un reconocimiento tardío y póstumo? No parece, como supuso

1 La más detallada historia de la formación de los estudios etnológicos en Perú continúa sien-
do “Apuntes para una historia de la antropología social peruana: décadas de 1940-1980” de
Jorge Osterling y Héctor Martínez. Una reseña de las tendencias teóricas de la antropología
peruana lo constituye el libro editado por Carlos Ivan Degregori, No hay país más diverso, don-
de Arguedas ocupa un lugar importante. Degregori, en el artículo que abre el libro remite la
práctica antropológica en Perú hasta la época de la Conquista (2000: 24-30), y es de particular
interés su conexión entre el Informe de Uchuraccay y el fin del tipo de antropología culturalista
que se estuvo haciendo en Perú (esta reunía tendencias de influencia aplicada, desarrollista,
estructuralista, marxista): “En todo caso, termina una manera esencialista de entender a las
comunidades y a los pueblos indígenas como reductos congelados de una tradicionalidad
ubicada fuera del tiempo y al margen del país” (2000: 49). También resulta útil la retrospectiva
de Frank Salomón sobre la etnología andina en la década de 1970, y para las relaciones entre
historia y antropología el trabajo de Manuel Burga que cubre de 1987 a 1998.

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Rama, en su introducción al libro mencionado, que el novelista haya opacado


al etnólogo (1975: IX); elementos de otra índole, que tienen que ver con la
lógica del campo y sus tensiones discursivas y de poder, marginaron el trabajo
arguediano, aunque sus aportes hayan sido desarrollados de manera sosteni-
da sin mencionar su nombre, o en otros campos, como ocurrió con el mito
de Inkarri, circulado por Arguedas y notablemente influyente en el trabajo de
los historiadores de la utopía andina durante la década de 1980.2 Este acerca-
miento, a diferencia de los pocos estudios que abordan el trabajo etnográfico
de Arguedas, deja de lado su obra de ficción. La literatura arguediana, lejos
de aclarar el tipo de proyecto que su escritura etnográfica desarrolla, actúa
como literatura, es decir, constituye un significante lo suficientemente comple-
jo como para postular la existencia de una lectura excluyente o más autorizada.
El contrapunto con la literatura, como muestra la seminal interpretación sobre
su obra de Alberto Flores Galindo (1992), ha permitido plantear hasta oposi-
ciones en su producción de escritor de ficción y de ensayos antropológicos,
plataforma desde la cual lo literario aparece como el discurso de avanzada.
Esa dirección interpretativa, por supuesto posibilitada por los diversos regis-
tros de la escritura arguediana, ha sido explorada de manera eficaz por Misha
Kokotovic (2006). Al destacar el contrapunto mencionado entre ficción y etno-
grafía Kokotovic puede considerar un desfase entre ambos discursos, siendo
el literario el género trascendental, y hasta establecer una cronología temática
en la producción arguediana bastante operativa si el objetivo es presentar una
imagen global del autor de Los ríos profundos. El presente artículo, sin embargo,
se detiene un poco antes de las elaboraciones finales, interrogando acerca de
qué nos queda del Arguedas etnógrafo, ya no observado desde el prisma de
la literatura, sino desde las tensiones ideo-metodológicas de su campo disci-
plinario. Este Arguedas etnógrafo, estudiado desde sus escritos no ficcionales,
más que un intelectual “colonizado” salvado por su literatura, como ha pro-
puesto Nelson Manrique (1999: 98), se plantea como el signo de una trayecto-
ria personal, marcada por su experiencia de intelectual periférico, negociando
un espacio de saber entre metodologías y discursos, a veces del todo extraños
a su experiencia e historia. Desde esta perspectiva, la indagación del etnógrafo
Arguedas sobre lo mestizo es también una intervención poderosa en un campo
todavía joven, como fue la antropología en el Perú en las décadas de 1950 y
1960, una disciplina que nació como un último aletazo del indigenismo.

2 Hiroyasu Tomoeda muestra la importancia del mito, en versión de Arguedas, en los libros de
Alberto Flores Galindo, Buscando un Inca, de 1987, y en el de Manuel Burga, Nacimiento de una
utopía, de 1988. Ambos libros, además, han sido muy importantes en las ciencias sociales, no
sólo peruanas.

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Como han indicado Jorge Osterling y Héctor Martínez en sus “Apuntes para
una historia de la antropología social peruana: décadas de 1940-1980”, el im-
pulsor más importante de la etnología peruana fue Luis E. Valcárcel, quien
como una empresa personal fue logrando, gracias a su trabajo en áreas estra-
tégicas del Estado peruano, crear espacios institucionales para la antropología
en el Perú.3 Entre estos espacios tenemos primero al Museo Nacional, del que
fue director desde 1931 hasta 1964, y en el que formó una sección dedicada
a la antropología, “encargado de estudiar al hombre y la cultura del periodo
precolombino” (Osterling y Martínez, 1985: 37); y, en segundo lugar, las varias
instituciones que creó entre 1945 y 1947, época en que ejerció de ministro de
Educación. En este último periodo destacan sobre todo el Instituto de Estudios
Etnológicos, afiliado al también en ese entonces reciente Museo de la Cultura
Peruana (creado en 1945), y el Instituto de Etnología y Arqueología (creado en
1946), como parte de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos. Este será el primer lugar de enseñanza de los estudios etnológicos
y al que se remonta el origen de la disciplina en el Perú (Osterling y Martínez,
1985: 37 y 38).
Pero Luis E. Valcárcel no sólo fue el fundador de la antropología en el Perú;
en el panorama de las ideas del siglo XX peruano no podemos dejar de lado su
influyente libro, Tempestad en los andes, publicado en 1927 y central en la for-
mulación del indigenismo peruano. Su actividad como etnólogo e indigenista,
en consecuencia, nunca estuvo escindida; al contrario, en 1946, “merced a su
influencia en los círculos gubernamentales más altos, logra el establecimiento
del Instituto Indigenista Peruano” (Osterling y Martínez, 1985: 37), como parte
del aparato burocrático del Estado. Entre las funciones del instituto tendremos
el estudio de las poblaciones aborígenes, sus condiciones de vida, la sugeren-
cia de leyes y resoluciones que aseguren un mayor bienestar de estas poblacio-
nes, la colaboración con instituciones nacionales y extranjeras y la publicación
de una revista: “estas funciones le permiten [al instituto] la realización de un
conjunto de investigaciones, y la participación de acciones declaradamente
indigenistas, por sí mismo y en colaboración con el Proyecto Perú-Cornell, el

3 La institucionalización del indigenismo en el Perú, como nos recuerda Degregori, se construyó


bajo la influencia de la experiencia mexicana, “México aparece como punto de referencia y
contraste” (2000, p. 38); para Javier Ávila Molero sería un error considerar sólo la iniciativa
personal de Valcárcel, habría que considerar “la fuerte influencia del indigenismo mexicano
posrevolucionario” (2000, p. 418). Es cierto que no se puede negar el contexto ideológico que
influenciaron las iniciativas de Valcárcel, pero si éste no hubiera tenido un cargo tan medular
en la administración del Estado de entonces, ministro de Educación, otra sería la historia de la
antropología peruana.

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Programa Puno-Tambopata, y el Proyecto de Integración y Desarrollo de la Po-


blación Indígena” (Osterling y Martínez, 1985: 40).
La fuerte conexión entre indigenismo y teoría del desarrollo, que se des-
prende de las prácticas del instituto, no han sido para nada ajenas a la forma-
ción de la antropología en el Perú.4 El mismo Valcárcel, informa al respecto:
[…] desde la etnología fue vertebrándose el nuevo indigenismo. Con
las nuevas disciplinas éste [el indigenismo] asumió un carácter cientí-
fico y práctico, pues las opiniones de los etnólogos comenzaron a ser
consideradas como la condición previa para cualquier plan destinado a
mejorar las condiciones de vida de la población aborigen. La perspectiva
indigenista se incorporó a los fines del desarrollo a partir de 1946 con la
fundación del Instituto Indigenista Peruano […] los etnólogos egresados
de San Marcos colaboraron con los técnicos del Estado dándole a sus
apreciaciones un enfoque científico social. (1985: 23 y 24)
La aparente contradicción entre el indigenismo y la perspectiva aculturado-
ra de la antropología aplicada de la década de 1950 no era del todo opuesta.
Ambas posiciones tenían en común la deshistorización de lo indígena (Archi-
bald, 1988: 8), como una mirada pasatista en el caso del indigenismo y como
una mirada desarrollista y modernizadora en el caso de la antropología aplica-
da, para la cual la cultura e historia indígena representaban el subdesarrollo.
Ambos discursos también eran esencialistas (de lo indio el primero, del méto-
do el segundo); y ambos, a su vez, fueron una acción desde afuera sobre lo in-
dígena, como ya José Carlos Mariátegui aclaró en sus Siete ensayos, a propósito
de la literatura indigenista: “la literatura indigenista no puede darnos una ver-
sión rigurosamente verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tam-
poco puede darnos su propia ánima. Es todavía una literatura de mestizos. Por
eso se llama indigenista y no indígena. Una literatura indígena, si debe venir,
vendrá a su tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla”
(1979: 221).5 La conversión del indigenismo a la teoría del desarrollo aparece
así como la salida pragmática ante el entrampamiento que suponía el incaismo,
como espacio utópico, que fue el elemento central del discurso indigenista de
las décadas de 1920 y 1930. Esta nueva fase del indigenismo –conectado a la

4 Sobre la teoría del desarrollo en los estudios etnológicos peruanos es central el artículo de
Priscilla Archibald (1998). También el trabajo de Misha Kokotovic (2006) amplía algunos aspec-
tos. Javier Ávila Molero (2000) revisa el trabajo de las instituciones vinculadas a la teoría del
desarrollo desde el Programa Perú-Cornell hasta los Organismos No Gubernamentales.
5 Sobre indigenismo hay mucho escrito. Me parece claro el uso que hace Tomoeda (2006: 167
y 68) del término, quien resume los argumentos sobre el tema de William Rowe y Flores Ga-
lindo. En general, es la misma definición que en 1927 hizo Mariátegui, en Siete ensayos. Para la
literatura peruana es central el trabajo de Tomas Escajadillo (1994).

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etnología, con instituciones en el Estado y apoyo norteamericano– se converti-


rá en el rector de la política cultural en la década de 1970, durante el gobierno
militar del general Juan Velasco Alvarado. Este nuevo revival del indigenismo
político, correlativo al indigenismo 1 –de finales del siglo XIX hasta la década
de 1920– como ha llamado Mirko Lauer a esta etapa, no está del todo divorcia-
do del indigenismo cultural (“denominado indigenismo 2”, 1996: 46), sino que
tiene su origen en ese abrazo entre indigenismo y teoría del desarrollo en el
que se fundaron los estudios etnológicos en el Perú.
Es en este entramado que la intervención de Arguedas cobra todo su senti-
do. Como sabemos, Arguedas fue de los primeros estudiantes en matricularse
en el programa doctoral de etnología en la década de 1950. Para ese momen-
to ya era conocido como escritor y llegó al campo con un capital simbólico
construido a lo largo de los años a través de los periódicos, de sus novelas
y, no debe olvidarse, como promotor cultural. En este punto tiene particular
importancia las actividades que la peña Pancho Fierro desarrolló durante tres
décadas desde su inauguración en 1936. Esta peña, lugar de encuentro bohe-
mio y diálogo intelectual, albergó también
[…] una colección de arte popular andino formada por piezas traídas de
los viajes de Alicia Bustamante, su hermana Celia y José María Arguedas,
al interior del país donde adquirían máscaras, toros de Pucará, retablos,
mates burilados. La colección, producto de intensas búsquedas, consti-
tuyó un hecho excepcional porque, en aquel tiempo, lo producido por
los serranos carecía de valor en el medio limeño. (Bernabé, 2006: 379)
La influencia del grupo de escritores y artistas afiliados a la peña Pancho
Fierro ha sido determinante en la historia cultural peruana. La presencia de lo
popular en medio de la alta cultura limeña se debió a la especial sensibilidad
que las hermanas Bustamante tuvieron por las manifestaciones indigenistas.
Alicia, quien fuera pintora y discípula de José Sabogal, y Celia, la primera es-
posa de Arguedas, permitieron al escritor y futuro etnólogo una plataforma
alternativa al circuito hispanista pero no marginal, si recordamos que el indi-
genismo poco a poco, a través del trabajo de Valcárcel, fue ocupando un lugar
institucional central en el aparato del Estado.
Arguedas, en consecuencia, no carecía de interés y trayectoria cuando en
1952, estudiante de San Marcos, en su informe sobre el Primer Encuentro In-
ternacional de Peruanistas introdujo el tema del mestizo en el contexto del
indigenismo, en radical desacuerdo con las propuestas de Valcárcel. Este dis-
tanciamiento intelectual de su profesor de San marcos, no ha sido hasta ahora
destacado suficientemente, pero es clave para entender su poca circulación
en el ambiente académico de la década de 1960, como se verá después. De

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hecho, en el excelente estudio de Marisol de la Cadena sobre el mestizaje


indígena, Arguedas no tiene ningún lugar a no ser como un elemento afiliado
al “differentialist racism” de la propuesta indigenista de Valcárcel (2000: 168).6
(6) Sin embargo, como explica Rama, el distanciamiento de Arguedas de las
posiciones intelectuales de Valcárcel le permitirá articular su propia línea inter-
pretativa: “contrariamente a la opinión negativa de Luis Valcárcel, que hiciera
escuela, afirmará que el mestizo representa una clase social real, existente y
numerosa, que ya puede caracterizarse con bastante precisión, salvo que no ha
sido estudiada a pesar de ser elemento clave ‘de las posibilidades y el destino
del país’” (1975: XVIII). Dentro del esquema del indigenismo, el estudio del
mestizo suponía dos movimientos: desprenderse de la idea del indio como
agente de cambio social y, lo fundamental, dejar atrás la idea nostálgica de
recuperar el incanato, reconociendo, al contrario, “la cultura india mestizada
poshispánica, lo que implicaba certificar una extraordinaria capacidad de adap-
tación por parte del pueblo quechua a lo largo de la Colonia” (Rama, 1975:
XVIII). La crítica de Arguedas a Valcárcel muestra ecos de la idea de vivencia,
que toma del pensamiento de Wilhen Dilthey, cita explicita en “La sierra en
el proceso de la cultura peruana” (Arguedas, 1975: 9), articulo originalmente
aparecido en el diario limeño La prensa en 1953. Esta idea de vivencia, como
expresión de la experiencia, es la que apoyará en contra de la descalificación
que sobre el mestizo hizo el fundador de la etnología peruana:
Valcárcel representa la corriente pesimista acerca del mestizo. Pero toda
persona que haya vivido en muchas ciudades y aldeas de la sierra, sabe
por propia experiencia que el mestizo no representa solo ‘un borroso
elemento de la clase media’, sino la mayoría y, en algunos casos, como
en los pueblos del valle alto del Mantaro (provincias de Jauja y Huanca-

6 Esta afiliación con Valcárcel evita, asimismo, que De la Cadena incorpore en su estudio el
aporte arguediano sobre el mestizo. Pero en más de un sentido, podemos ver en sus aportes
sobre la transformación del concepto de mestizaje, un recorrido simétrico al de Arguedas, que
va desde una posición elitista que suponía altos grados de asimilación hacia el uso más flexible
que hacen del término las clases populares cusqueñas. Dice De la Cadena: “For working-class
cusqueños self-identification as mestizos implies changing social conditions, but not cultures,
as I had been used to thinking […] Within this process, a de-Indianizing individual can be
mestizo and indigenous at the same time. This individual (the indigenous mestizo) considers
herself neto and thus familiar with practices deemed extraneous to the dominant culture –
and at the same time understands practices that are perceived as belonging to the dominant
national formation” (2000: 30, énfasis de la autora). Para resumir, es posible observar que lo
que Arguedas entendía como mestizo es lo que De la Cadena, al final de la década de 1990, de-
nominará “indigenous mestizo”, una forma de especificar el sentido de la identidad cultural de
una población concreta que utiliza el término mestizo para autorrepresentarse. Tal ampliación
del sentido del término mestizo, solo será posible para De la Cadena a partir de su experiencia
de trabajo de campo, experiencia que también fue decisiva en la formulación de Arguedas.

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yo), la totalidad de la población de estas ciudades y aldeas. (Arguedas,


1975: 3)
Lo que sigue, por parte de Arguedas, es la propuesta de un posicionamien-
to metodológico para el reciente campo de la antropología peruana: “El estu-
dio del mestizo es uno de los más importantes de los que la antropología está
obligada a emprender en el Perú. Hasta el presente solo se han escrito ensayos
que tienen reflexiones sobre el problema; no se ha cumplido aún un verdadero
plan de investigación en contacto con el hombre mismo” (Arguedas, 1975: 2).
Lo interesante de Arguedas es que lleva dos miradas al campo de la etnología
de entonces. Por un lado, habla de estudiar al hombre mismo, en su coordena-
da mestiza, en términos de antropología aplicada; por otro lado, ese énfasis en
lo mestizo es un intento de atender el proceso histórico también implicado en
este actor. El énfasis en la historia es el elemento principal que diferencia la es-
critura etnográfica de Arguedas. Como ha mostrado Archibald, tal historicidad
va en dirección contraria a las prácticas de la antropología aplicada, que tuvo
en la hacienda de Vicos su laboratorio, como parte del Proyecto Perú-Cornell.7
Lo más resaltante del trabajo arguediano en el campo de la etnología serán
sus estudios sobre Puquio y sobre el Valle del Mantaro, espacios donde el mes-
tizo como actor de cambio tendrá una centralidad, antes de Arguedas, nunca
concedida por las ciencias sociales.8 Antes de revisar estos trabajos, quiero
detenerme en un aspecto crucial para entender la importancia y actualidad de
este debate. ¿Qué entiende Arguedas por mestizo? En “El complejo cultural en
7 Tal contraste entre el trabajo de Arguedas y los etnólogos de la época, extranjeros y peruanos,
es muy explícito en la publicación de los primeros trabajos del proyecto Perú-Cornell, titulado
Estudios sobre la cultura peruana actual, paradójicamente con prólogo de Arguedas y donde
publicará su estudio sobre Puquio. Sobre la importancia del proyecto Perú-Cornell, y su traba-
jo en la hacienda Vicos, ver Osterling y Martínez (1985), así como las notas de Valcárcel (1985).
La biblioteca de Cornell University tiene en línea materiales que informan del trabajo de sus
profesores y estudiantes en la hacienda Vicos: http://rmc.library.cornell.edu/EAD/pdf_guides/
RMA01529_A.pdf
8 No podemos olvidar, por supuesto, su trabajo comparativo entre las comunidades campesinas
de España y las del Perú, investigación presentada como tesis doctoral en San Marcos. Aparte
de ser un trabajo innovador, y con grandes aciertos para la etnología comparada y los propios
estudios en España, es un gesto de lo más significativo para la etnología latinoamericana, y
puede leerse como subversiva del usual trayecto de la geopolítica del saber: de norte a sur, del
atlántico al pacífico. Sobre el valor de la etnografía en sí, Fermín del Pino, hace una evaluación
que destaca sus aciertos y la excepcionalidad de este trabajo. En relación a los etnólogos de
la época (supuestamente mejor formados que Arguedas) que estudiaban España, dice Del Pino
“Da la impresión […] que Arguedas comprende mejor que sus colegas anglosajones el signifi-
cado peculiar de instituciones como el compadrazgo (que no lo encuentra Arguedas en Saya-
go), el poder particular de la iglesia y de la burocracia local en el pueblo, la separación rígida
de los sexos y las normas relativas al sexo […] Arguedas sabe preguntarse por las peculiares
condiciones de vida castellanas” (1995: 47).

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el Perú”, texto originalmente aparecido en 1952, Arguedas define al mestizo en


términos culturales, ya no raciales y morales como el indigenismo:
Durante siglos, las culturas europeas e india han convivido en un mismo
territorio en incesante reacción mutua, influyendo la primera sobre la
otra con los crecientes medios que su potente e incomparable dinámica
le ofrece; y la india defendiéndose y reaccionando gracias a que su en-
samblaje interior no ha sido roto y gracias a que continúa en su medio
nativo; en estos siglos, no sólo una ha intervenido sobre la otra, sino
que como resultado de la incesante reacción mutua ha aparecido un
personaje, un producto humano que está desplegando una actividad
poderosísima, cada vez más importante: el mestizo. Hablamos en tér-
minos de cultura; no tenemos en cuenta para nada el concepto de raza.
Quienquiera puede ver en el Perú indios de raza blanca y sujetos de piel
cobriza, occidentales por su conducta. (Arguedas, 1975: 2)
Esta breve cita abre varias vías de argumentación. La primera tiene que ver
con el enfoque histórico, pues la presencia del mestizo le permite postular a
Arguedas una historia transcultural, de mutuas influencias, no exenta de vio-
lencia. Por eso, Arguedas utiliza el término ‘reacción’. La segunda línea explo-
rada es la sincrónica: desde la experiencia actual de las grandes migraciones
del campo a la ciudad, el mestizo, aparecerá desplegando una actividad “po-
derosísima”. En tercer término, Arguedas precisa que no habla desde la raza,
o, quizá, sería mejor decir que no sólo habla desde la raza, porque el término
mestizo tiene esa connotación racial como parte de su sentido. En un gesto
por resignificar el término, Arguedas enfatiza el carácter móvil que tiene el
concepto y por ello, más adelante, dirá que “hay infinidad de grados de mesti-
zaje; que es muy distinto el que se forma en los pueblos pequeños de la sierra
y el que aparece en las ciudades” (Arguedas, 1975: 3). Con esto el autor de Los
ríos profundos no está haciendo más que presentarnos un término complejo y
con alcance histórico, que intenta, a su vez, describir una realidad compleja
como es el de las relaciones entre la cultura europea y la indígena desde la
época de la conquista. En este punto diremos que Arguedas está pensando
fuera de la caja de las coordenadas de la antropología de la época, porque lo
está haciendo a partir de una perspectiva de historia cultural, construyendo,
a la vez, una línea de pensamiento político donde ese actor, definido históri-
camente como mestizo, tendría un rol protagónico. Con la distancia que da el
tiempo, podemos decir que no se equivocó en absoluto, y el rol de aquellos
sujetos representados en el término mestizo es central en la actualidad cultu-
ral, económica y política del Perú.
Sin embargo, la calidad compleja del planteamiento de Arguedas sobre lo
mestizo no ha sido apreciada, precisamente por ese excedente de complejidad

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que haría parecer al término poco operativo en términos descriptivos desde al-
guna metodología de las ciencias sociales. Esto quizá se deba a un malentendi-
do, surgido en una lectura que busca continuidad en las posiciones discursivas,
paralelas a una coherencia biográfica (por cierto, solo lograda por el biógrafo).
Nelson Manrique, por ejemplo, señala, apoyándose en la lectura que de Ar-
guedas hizo Alberto Flores Galindo en Buscando un Inca, que “el discurso del
mestizaje en la obra de Arguedas no es lineal ni unívoco. Por el contrario, está
atravesado de tensiones y, en determinados momentos, profundas contradic-
ciones” (Manrique, 1995: 78). Las “profundas” contradicciones que encuentra
Manrique tienen que ver con lo que él lee como una propuesta de integración
nacional armónica en la obra de Arguedas y desde la cual lo mestizo aparece
como algo problemático: “Parecería […] que la noción de mestizaje, elaborada
principalmente a partir de los estudios de Arguedas sobre el valle del Mantaro,
habría sido el punto de llegada de su búsqueda de una integración nacional
armónica” (Manrique, 1995: 79). Esta idea de contradicción es la que Flores
Galindo propondrá al analizar el discurso que Arguedas pronunció al recibir el
Premio Inca Garcilaso de la Vega en 1968, un año antes de su suicidio. En este
discurso, como es de todos sabido, Arguedas afirmará autobiográficamente su
condición de bilingüe lingüístico y cultural, pues en su experiencia vital tanto
el quechua como el español han coexistido no en términos de fusión armónica
sino como una realidad heterogénea. Como Flores Galindo interpreta la pro-
puesta de mestizaje de Arguedas en términos de homogeneidad y armonía es
entendible que ubique una contradicción en el discurso arguediano. Es lo que
repetirá Manrique al denunciar las “profundas contradicciones”. Por supuesto,
como nos recuerda Kokotovic, Manrique también cuestiona de esa manera la
presencia de elementos de la teoría del desarrollo en los estudios arguedianos
(2006: 115 y 116). Según Kokotovic, Arguedas recién podrá separarse de la
antropología aplicada en su trabajo literario, a partir de la publicación de su
novela Los ríos profundos, porque “un código cultural andino moldea la historia
en Los ríos profundos, permitiéndole a Arguedas imaginar alternativas al status
quo semi-feudal más radicales que las limitadas opciones esbozadas en sus ar-
tículos antropológicos de los años 50” (2006: 98). En mi lectura, lo importante
no es identificar los grados de “corrupción colonizante” de su tarea como
etnógrafo, sino destacar su trabajo con lo mestizo en ese preciso contexto de-
sarrollista. Quizá se pueda hablar de etapas del concepto y trabajar con alguna
de ellas si es conveniente para algún acercamiento. En mi estudio sobre lo
mestizo, limitado a la obra etnográfica de Arguedas, el término se me presenta
saludablemente complejo y tal vez no operativo para una metodología rígida,
pero que se revela como un aporte al pensamiento sobre la cultura peruana.
El trabajo de resemantización que Arguedas hace con el término, rescatándolo

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José María Arguedas, etnógrafo: campo cultural y mestizaje

de la utopía hispanista, tiene un potencial hasta ahora no atendido, no porque


una parte del trabajo de Arguedas siga opacando otras áreas, como metaforiza
Rama en la introducción a su edición de los ensayos antropológicos, sino por-
que sus lectores siguen leyéndolo en coordenadas disciplinarias sin considerar
que estamos frente a un pensador de la cultura y la política peruana. Es un poco
la línea en que lo recuperará al inicio del presente siglo Carlos Iván Degregori:
José María Arguedas es la figura emblemática de una de las posibilidades
de tránsito, y de frustración. De manera confusa, intuitiva, desgarrada,
tanto en sus trabajos antropológicos como literarios, avizora la posibili-
dad de un ‘nosotros diverso’ más allá de los desgarramientos coloniales
y del mestizaje homegenizante propuesto por el poder […] Arguedas lo-
gra intuiciones que lo convierten en precursor de una interculturalidad
sustentada teóricamente y popularizada recién 10 o 15 años después de
su muerte. (2000: 44 y 45)
No obstante, la recuperación de Degregori, no revisa que la posibilidad de
ese “nosotros diverso” y la alternativa al mestizaje homogenizador se formula
en la manera en que Arguedas conceptualizará su propuesta de mestizaje. Se
trata de la apropiación de un término connotado políticamente por la ideolo-
gía del hispanismo de las primeras décadas del siglo XX, y esta es una de las
razones por la que alguien tan atento como Cornejo Polar descartará el uso de
mestizaje de Arguedas. Con esto no quiero decir que el alcance de la propuesta
hispanista, que tuvo en el Inca Garcilaso su más acabado modelo de mestiza-
je, como una utopía armónica, no haya sido un elemento que connotaba el
término mestizo. Lo que digo es que Arguedas lo usa de otra manera y hacer
distancia del uso del hispanismo no debería significar un distanciamiento de la
propuesta de Arguedas. Veamos la lectura de Cornejo Polar:
[…] la visión rivagueriana del Inca es decidida y hasta fanáticamente
aristocratizante pero, restándole sus excesos, estableció un sólido este-
reotipo cuya trama, como se ha visto, tiene dos grandes articulaciones:
la que insiste en que el Inca Garcilaso es símbolo de un mestizaje armó-
nico, y por ese camino, símbolo de la peruanidad, y la que subraya la
excepcionalidad de tal mestizaje por ser doblemente nobilario. Hay que
convenir que la primera de estas interpretaciones ha calado profunda-
mente en la conciencia de vastos grupos sociales, inclusive en sectores
del pensamiento indigenista que, directa o indirectamente, apuestan a
favor de un mestizaje integrador, como podría ser el caso de Uriel Gar-
cía. (1994: 106)
Este tipo de mestizaje, entendido como una experiencia armónica, es al
que alude Flores Galindo.9 Tal idea circulada por José de la Riva Agüero, no po-
9 No deseo parecer injusto con la lectura de Flores Galindo, una de las más interesantes y plena

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Enrique E. Cortez

día ser para nada la de Arguedas, quien claramente también tomó distancia de
los hispanistas y hasta del Inca Garcilaso de la Vega, a quien opondrá la figura
de Guaman Poma de Ayala. En efecto, el 17 de diciembre de 1939 Arguedas
publicó en La prensa un fragmento de la obra de Guaman Poma, a partir de la
primera edición facsimilar que en 1935 el Instituto de Etnología de París, hizo
de la Nueva coronica y buen gobierno. Este texto, titulado “Doce meses”, tiene
un subtítulo que informa acerca de las primeras incursiones de Arguedas como
traductor. Dice el subtítulo: “Un capítulo de Guaman Poma de Ayala. Versión de
las frases Kechwas e interpretación del estilo” (1989: 28). Antes de proponer su
versión del calendario agrario andino, que es también una suerte de sumario
de las costumbres y festividades, Arguedas nos presenta en algunos párrafos al
cronista indio, diciendo que su obra “ha venido a rectificar y completar la obra
de todos los cronistas anteriores, especialmente a Garcilaso” (1989: 28).
Este deslinde con el Inca Garcilaso de la Vega es para Arguedas, fundamen-
talmente, un deslinde con sus lectores, es decir, con los hispanistas que le ha-
bían otorgado un simbolismo que él cuestiona. En “El indigenismo en el Perú”,
texto escrito para un coloquio de escritores realizado en Génova, 1965, Argue-
das informa que “Garcilaso es interpretado por Riva-Agüero como un símbolo
del mestizaje imperial: es excelso porque es el fruto del cruce de dos razas en
el plano más elevado: el de la aristocracia; y Garcilaso, el Inca católico, defiende
y magnifica las virtudes del régimen imperial incaico” (1989:10). Nótese que la
interpretación arguediana del simbolismo otorgado por Riva Agüero al Inca es
la misma que décadas después desarrollará Cornejo Polar, como se observa en
la cita arriba transcrita. Esto demuestra lo atento que estaba Arguedas al usar
un término como mestizo, políticamente afiliado al hispanismo, que buscaba,
además, como ha resaltado Cornejo Polar, “imaginar la nación armónica a par-
tir de una figura inaugural como el Inca”, a partir de la idea de homogeneidad
cultural que en el caso del mestizaje no sólo insiste “en la convergencia pacífi-
ca y constructiva de las dos ‘razas’ que entraron en contacto con la Conquista,

de intuiciones que se han hecho de Arguedas desde la historia y que resultará fundamental
para su recuperación desde las ciencias sociales (ver, por ejemplo, la lectura de Gonzalo Porto-
carrero en Racismo y mestizaje). Pero lo mejor del acercamiento de Flores Galindo a la obra de
Arguedas se encuentra en Dos ensayos sobre José María Arguedas, texto posterior a la redacción
de Buscando un Inca. Por cierto, Buscando un Inca es el texto que marca la línea interpretativa de
Manrique. En Dos ensayos, por ejemplo, al referirse al proceso de elaboración de El zorro, la no-
vela póstuma de Arguedas, Flores Galindo hace una conexión importante entre antropología
y literatura, precisamente, como efecto de las tensiones disciplinarias en las que se desarrolló
su actividad: “Empezó desde la vertiente antropológica, del lado que partía el mundo andino.
Sea por la desavenencia con los intelectuales, o por descubrir que esos instrumentos [los de
la antropología aplicada] no eran útiles para entender lo que pasaba [el cambio cultural], el
proyecto antropológico se fue convirtiendo en novela” (1992: 25).

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José María Arguedas, etnógrafo: campo cultural y mestizaje

sino que sustituye el significado bélico de esta palabra para expresar con ella
la fusión amorosa de ambas […] Nacida del amor y no de la destrucción y la
muerte, la patria resulta ser suma y unimismamiento de lo vario y distinto. El
mestizaje es su representación preclara” (1994:104 y 105).
Arguedas también hará distancia de Raúl Porras Barrenechea, a quien cali-
fica de continuador de Riva-Agüero, por publicar un estudio “injurioso y pan-
fletario contra el cronista indio Felipe Guaman Poma de Ayala” (1989:10). Al
contrario, una lectura positiva de la Nueva coronica como la que hace Julio C.
Tello garantizará la simpatía ideológica de Arguedas: “Tello recibe con evidente
regocijo el hallazgo y la publicación de la obra de Guaman Poma de Ayala; con-
sidera la Nueva Crónica y Buen Gobierno (sic) como el testimonio más importante
para el estudio de la Colonia y del Imperio, mientras sus contemporáneos, a
quienes nos hemos referido, guardan silencio y Porras califica al cronista como
a un indio resentido y un autor folklorico” (1989:11).
Este posicionamiento de Arguedas, como hemos señalado, se inicia en
1939 con su traducción del cronista indio. Al momento en que el escritor em-
pieza a producir como etnólogo sus posiciones también habían madurado, de
modo que su noción de mestizo no surge del aire y de la ingenuidad como
parecerían entender algunos de sus lectores. Al contrario, Arguedas retoma
el término mestizo del discurso hispanista y lo resemantiza, porque es un tér-
mino necesario por sus conexiones históricas y porque, además, mucha gente
se autorrepresentaba con este término. De igual modo, le parece necesario
el término indio cuando la tendencia de la antropología desarrollista buscaba
llamarlos campesinos (Archibald 1998, p. 10), borrando las marcas de cultura e
historia: “Al hablar de la supervivencia de la cultura antigua del Perú nos referi-
mos a la existencia actual de una cultura denominada india que se ha manteni-
do, durante siglos, diferenciada de la occidental. Esta cultura, a la que llamamos
india porque no existe otro término que la nombre con la misma claridad, es
el resultado de un largo proceso de evolución y cambio” (Arguedas 1975: 1 y
2, énfasis del autor).
En esta atención por las palabras se expresa, por supuesto, el narrador y
poeta que también fue Arguedas. Como bien ha señalado Juan Javier Rivera
Andía, un estudio sobre el antropólogo Arguedas no debe dejar de lado la di-
ferencia personal que el escritor trajo a su quehacer profesional de etnólogo:
“creemos que el sentido estético es un concepto fundamental para entender la
obra etnológica de Arguedas” (2004: 263). Para Rivera Andía este sentido esté-
tico se aprecia en su sensibilidad artística que le permitía “acercarse mejor al
arte de otros pueblos: a sus danzas, a su música, a su literatura, a los símbolos
densos que ella usa para expresar sus obsesiones, sus miedos y sus fascinacio-
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Enrique E. Cortez

nes colectivas” (2004: 266).10 Este trabajo como folklorista, como se denominó
a sí mismo Arguedas, y que Rama prefiere llamar sociología del arte, ya que el
folklorismo fetichiza los productos de una cultura (Archibald 1998:19), muestra
también la atención que el escritor mostró por las palabras. De allí que su labor
como traductor de poemas, canciones quechuas y particularmente su trabajo
con el manuscrito de Huarochirí, sea reclamado por Rodrigo Montoya como
una parte significativa del corpus de su obra etnográfica (1991: 21 y 22).
El cuidado con las palabras está en relación directa a su experiencia como
escritor, pero también a su experiencia bilingüe. Para Estelle Tarica, esto se ex-
presará como un conflicto lingüístico y tendrá dos soluciones. La primera, que
ella denomina “la poética de la mistura”, se presenta como la convivencia del
español y el quechua en un mismo contexto lingüístico. La segunda, que ella
denomina “la poética de la traducción” se expresa de manera eficaz en Los ríos
profundos (2006: 15-17). Nos dice Arguedas: “Si hablamos en castellano puro,
no decimos ni el paisaje ni nuestro mundo interior; porque el mestizo no ha
logrado todavía dominar el castellano como su idioma y el kechwa es aún su
medio legitimo de expresión” (1989: 26). Se trata de un impasse que el autor
tiene con el lenguaje en su intento de comunicar su interior que es personal y
cultural. Este impasse ocurre, según la propuesta de Tarica, porque Arguedas
quiere comunicar no solamente “la visión o la voz indígena, sino también la
experiencia cambiante de su yo bilingüe” (2006: 18). Continúa Arguedas:
Y de ahí ese estilo de Agua, del que un cronista decía en voz baja y con
cierto menosprecio, que no era ni kechwa ni castellano, sino una mistu-
ra. Es cierto, pero sólo así, con ese idioma, he hecho saber bien a otros
pueblos, del alma de mi pueblo y de mi tierra. Mistura también y mucho
más, es el estilo de Guaman Poma de Ayala; pero si alguien quiere cono-
cer el genio y la vida del pueblo indio de la Colonia, tiene que recurrir
a él. (1989: 26)
La aproximación de Tarica argumentará que la “mistura” será una poéti-
ca de tránsito hacia la traducción, pero también la identificará, siguiendo a
William Rowe, como una transferencia a la lingüística del concepto de mes-
10 Creo, como Rivera Andía, que tal sentido estético es importante, pero hay que tomarlo con
pinzas. Tomoeda ha mostrado que Arguedas, en su estudio sobre Inkarri, le pone un poquito
de ‘justicia poética’ a sus versiones del mito, presentando el retorno de la cabeza como una
parte constituyente y central del mito cuando en realidad es sólo una variante puquiana que
contrasta con otras versiones del mito recogidas hasta ahora: “hablando teóricamente, la ver-
sión no tiene ninguna posición privilegiada dentro de[l] ciclo de Inkarri y su mensaje no queda
en la misma, sino en su relación con otras versiones y otros tipos del mito” (2006: 182 y 83).
Lo cierto es que también hubo un ambiente adecuado donde la idea de la cabeza que busca
el cuerpo decapitado del inca tuvo acogida. En la década de 1970, los historiadores Franklin
Pease y Henrique Urbano, retomaron la propuesta de Arguedas. (Tomoeda, 2006: 179)

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José María Arguedas, etnógrafo: campo cultural y mestizaje

tizo: “La idea de mezclar los dos idiomas es una transferencia al campo de la
lingüística de la noción de lo mestizo. Es decir, del individuo que representa
el conflicto de las dos culturas y que está en el proceso de luchar por crear
una síntesis, ‘una propia personalidad cultural’” (Rowe 1979: 46). Si bien Rowe
entiende el mestizaje como una síntesis, comprende también que tal síntesis
no es ninguna realidad en Arguedas, en consecuencia, su noción de mestizaje
lingüístico será un proceso de lucha de donde no saldrá un tercero que reunirá
armónicamente a los dos anteriores, sino un tercero que será completamente
diferente, con su “propia personalidad cultural”. En el discurso de Arguedas,
tal mistura supondrá un elemento de autoconstrucción como autor y sujeto
histórico, pues lo situará en una continuidad histórica, imaginándose al lado
de la emblemática resistencia andina que representa, en su lectura, la obra de
Guaman Poma de Ayala. Con este apunte quiero argumentar que la atención
a lo estético en Arguedas significa, de este modo, considerar su formulación
de lo mestizo para el campo de la etnografía y el pensamiento sobre la cultu-
ra peruana como un ejercicio profundamente autobiográfico. Su formulación
conceptual, fiel al postulado de Dilthey del que era lector, se basa en su propia
vivencia.
En años recientes, la obra de Arguedas viene siendo revalorada desde los
estudios etnológicos. Habiendo caído en desprestigio paradigmas como el fun-
cionalismo o el estructuralismo, el estudio de las redes de significación, a par-
tir de los cuales se definiría la cultura según el trabajo de Clifford Geertz, en-
cuentra en los estudios de Arguedas a un adelantado. Como explican Thomas
Krüggeler y Ulrich Mücke, el anthropological turn que generó la propuesta de
Geertz, supone principalmente que “la cultura deja de ser el modo de vivir para
ser definida como el modo de ver el modo de vivir […] Geertz no deja de lado
el mundo material, sino que constata simplemente que el actuar y los resulta-
dos y productos del actuar tienen significados específicos según las diferentes
culturas” (2001:13). De modo que lo que interesará serán las interpretaciones,
la manera en que el hombre crea su mundo como un “tejido de significados”
(Krüggeler y Mücke, 200: 13).
En los casos de Puquio y el Valle del Mantaro, Arguedas analizará la situa-
ción particular que cada caso representa a partir de una aproximación histórica.
La diferencia de Puquio, la explicará con las transformaciones de producción
que una vía de comunicación con la costa y Lima introdujo a principios del siglo
XX. En el caso del Valle del Mantaro, la referencia a la historia nos remontará
desde el estatus especial que tuvieron los Wankas en la época de la conquista,
cuando fueron aliados de los españoles contra la panaka inca de Quito, hasta
el hecho de convertirse en pueblo de indios cuando la actividad minera, que se

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Enrique E. Cortez

realizaba en otros lugares, despobló el área de españoles. A este trabajo con la


historia, que Priscilla Archibald ha considerado central para diferenciar la tarea
arguediana de sus coetáneos, se suma el hecho del análisis mismo que dará
un lugar muy importante a las percepciones.11 Rivera Andía, quien ha llamado
la atención sobre este punto, nos recuerda que si bien el trabajo de Arguedas,
coincide con el de los antropólogos de la época, al estudiar el cambio cultural
y al explicar la sociedad estudiada desde la geografía, la historia y la economía,
lo notable en él es cómo analiza el cambio cultural, el cual se manifiesta en las
percepciones y las relaciones que tienen de ellos mismos los miembros de una
comunidad: “La particularidad más notable de las consideraciones de Arguedas
al respecto se encuentra en los factores con que relaciona el cambio cultural.
Arguedas vincula este cambio con la percepción del otro presente entre los
miembros de una sociedad afectada. Así, a una determinada forma de percibir
al otro le corresponde un tipo determinado de cambio cultural” (2004: 283).
En consecuencia, a mayor separación entre indios y señores, tendremos una
sociedad más jerarquizada, con negativos resultados para la conservación de
la cultura y el desarrollo económico de la sociedad. Ejemplo de esto serían
algunos ayllus de Puquio. Al contrario, a mayor presencia de mestizos (menos
señores e indios) el otro será percibido en términos más cercanos y habrá un
ambiente más igualitario. Es el caso del Valle del Mantaro (Rivera Andía, 2004:
284). Entre estos dos espacios, Rivera Andía introduce la mención de un tercer
espacio que sería Chimbote, y que Arguedas no asimilará a ninguno de los an-
teriores, atento a los significados específicos. El caso de Chimbote, entendido
como caos y desorden por Rivera Andía, no constituyó en rigor una etnografía,
pero sí una novela, El zorro de arriba y el zorro de abajo, que incluye, como toda
la obra literaria de Arguedas, mucha información etnográfica.12
Un punto importante en el análisis del cambio cultural para Arguedas será
la valoración ética al que someterá al cambio cultural. Cuando las manifes-
taciones culturales de una cultura en proceso de cambio se reducen al espa-

11 “This attention to history is one of the distinguishing features of Arguedas’s anthropological


production. Many of the essays in Formación de una cultura nacional indoamericana are historical
narratives” (9).
12 Sobre El zorro de arriba y el zorro de abajo se ha escrito muchísimo en los últimos años. Una de
las más importantes críticas es la de Alberto Moreiras, quien lee la novela como una prueba
en contra de la propuesta de transculturación de Rama. En todo caso, esta es una crítica al
concepto de Rama, más que una lectura atenta del texto arguediano, que también puede ser
‘usado’, término utilizado por Moreiras al describir su lectura de la novela, para argumentar
otras cosas. Ver nuevas lecturas sobre este texto y la obra arguediana en José María Arguedas:
hacia una poética migrante (2005). Flores Galindo desarrolla algunas consideraciones en torno
al proyecto antropológico de Arguedas en Chimbote, financiado por la Universidad Agraria la
Molina, que originará la novela. Al respecto ver cita de Flores Galindo en nota 9.

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José María Arguedas, etnógrafo: campo cultural y mestizaje

cio privado, el cambio será negativo para la cultura indígena. Cuando estas
manifestaciones se difunden en el espacio público, el cambio será positivo
porque permitirá la revitalización de las expresiones culturales indígenas. En
la revitalización de lo indígena será determinante el uso de los nuevos medios
de comunicación, porque para Arguedas, las vías de transporte, la migración,
la urbanización y los avances tecnológicos no eliminaban la cultura indígena
(Rivera Andía, 2004: 284 y 85); desde su perspectiva, si bien transformaban lo
indígena, esa transformación no suponía pérdida, era una suerte de transcultu-
ración. Kokotovic, que ha estudiado este tema con atención, señala que tanto
mestizaje como transculturación son palabras sinónimas en los artículos argue-
dianos y “parecen significar cosas distintas en diferentes momentos”. Algunas
veces, estos términos pueden referirse a una influencia cultural mutua; pero,
por lo general, estas categorías son utilizadas por Arguedas como “sinónimos
de asimilación” (2006: 102). De esta suerte, la sinonimia trazada por Kokotovic
se vuelve intercambiable y de golpe el mestizo arguediano oscila entre la trans-
culturación y la asimilación. Los pasajes de los textos de Arguedas donde esta
oscilación se manifiesta no hacen sino comprobar la observación de Kokotovic,
pero el punto, me parece, puede plantearse de otra manera. Me refiero al hecho
de que la asimilación cultural solo puede postularse de manera teórica como
un horizonte de política cultural; en la práctica las relaciones entre las cultu-
ras siempre son dinámicas y los procesos son de ida y vuelta, aun cuando en
algunos contextos son más de ida que de vuelta. Fernando Ortiz entendió muy
bien la situación anterior al plantear el concepto de transculturación como un
vocablo que comprendía mejor la complejidad del encuentro entre culturas, un
proceso que suponía movimientos como la aculturación, entendida de manera
radical como asimilación, pero fundamentalmente lo que él llamaba decultura-
ción y neoculturación. La transculturación, dice, “no consiste solamente en ad-
quirir una distinta cultura, que es lo que en rigor indica la voz angloamericana
aculturation, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o
desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse una parcial de-
culturación, y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos
culturales que pudieran denominarse de neoculturación” (1999: 83). Este tema
es harto conocido, de modo que no voy a detenerme en ello. Lo importante
para el caso de Arguedas es que en su trabajo de campo constata que la manera
en que muchas formas del mundo andino han sobrevivido es bajo una dinámica
que tenía la retórica de la asimilación, pero que en realidad era un proceso más
bien transcultural. Fruto de ese proceso él identificará un actor: el mestizo, lo
cual da un sentido histórico a sus investigaciones. En consecuencia, mestizaje
y transculturación no comparten una relación de sinonimia para él, como ha
indicado Kokotovic, sino de complementariedad. Mientras la lógica transcultu-

Letras 87 (125), 2016 85


Enrique E. Cortez

rante define las relaciones entre la cultura europea y las indígenas; el mestizaje
es un término con valor histórico que distingue una población caracterizada
por un comportamiento cultural que negocia con el mundo europeo, en algu-
nos casos bajo la forma de la asimilación, en otros, cuando las condiciones lo
posibilitan como en el Valle del Mantaro, con una marcada prevalencia de las
formas indígenas. Ambos casos, sin embargo, son los polos de un recorrido
para nada excluyente, pero sí gradual, donde el mestizo es un personaje “que
está desplegando una actividad poderosísima” (Arguedas, 1975: 2). De esta ma-
nera, como ha señalado Diana Taylor, Arguedas más que rescatar lo dominado,
descentra lo dominante: “So rather than ‘rescue’ the dominated, Arguedas stri-
ves to decenter the dominant. Arguedas sabotages the hegemonic discourse by
inserting the indigenous into the dominant culture” (1991: 96).
Una prueba actual de la vigencia del aporte de Arguedas en el campo de la
etnología peruana es la reciente etnografía de Raúl R. Romero sobre el Valle
del Mantaro. Al igual que Arguedas, y haciendo uso de sus fuentes, Romero
profundiza la interpretación histórica que explica la excepcionalidad del área,
la referencia a los Wankas, la posterior transformación del lugar en pueblo de
indios y surgimiento como núcleo comercial que el área tuvo en el siglo XX y
XXI (que es el punto de atención de su libro). Lo fundamental, sin embargo,
para nuestro estudio, es la recuperación que hace del concepto de mestizo de
Arguedas, mostrando su potencial operativo en el caso de su etnografía. Reco-
noce, por supuesto, que el concepto tiene connotaciones raciales y coloniales,
a donde apuntaba la critica de Cornejo Polar, pero el le dará un sentido distin-
to: “El término mismo tiene fuertes connotaciones coloniales y raciales, pero
las ciencias sociales han sostenido desde hace algún tiempo que el mestizaje
en los andes sudamericanos no es un proceso racial, sino más bien cultural,
el cual definimos aquí como la apropiación gradual de la modernidad por los
campesinos indígenas andinos” (Romero, 2004: 45). La noción de campesinos
indígenas andinos, para referirse a lo que Arguedas entendía como mestizo,
expresa una mejor capacidad descriptiva, pero en lo fundamental sigue la pro-
puesta de Arguedas:
En el contexto de una presencia violenta e impositiva del capitalismo
moderno, vemos el mestizaje del Valle del Mantaro, siguiendo a Ar-
guedas, como una iniciativa regional soberana, resultado de la clara
determinación de los campesinos del valle de integrar sus economías
domésticas en una creativa e imaginativa manera, para lo cual, como
grupo, se apropian de las herramientas necesarias para negociar con el
mercado en el mejor de los términos. De tal manera, el campesinado del
valle acepta el bilingüismo, aprende español manteniendo el quechua,
adopta los preceptos básicos del protocolo occidental auspiciado por el

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José María Arguedas, etnógrafo: campo cultural y mestizaje

Estado e inscribe a sus niños en las escuelas públicas primarias. (Rome-


ro, 2004: 45)
La propuesta de Romero, que tiene un punto de partida no sólo histórico
sino también teórico, en la obra de Arguedas, llegará a conclusiones de lo más
interesantes. Por ejemplo, su propuesta de identidades múltiples (parecido al
“Nosotros diverso” de Degregori), que es lo que está en el fondo de la idea
de mestizaje de Arguedas, no un mestizaje armonizador, sino respetuoso de
las tradiciones que reúne, y casi como una estrategia de existencia en el nivel
personal, porque como nos recuerda Tarica, Arguedas enuncia desde el bilin-
güismo. Este mestizaje que estuvo lleno de angustias para él, y que críticos
literarios como Roberto Gonzalez Echevarría y Alberto Moreiras han leído, con
ánimo apocalíptico y a la sombra de su suicidio, como una puesta en escena
del fin del modelo de la antropología para la literatura, fue también la visión
para Arguedas, en el caso del Valle del Mantaro, de una modernidad alterna-
tiva. La tan repetida frase del escritor al recibir el Premio Inca Garcilaso de la
Vega: “Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como
un demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”
(1992: 257), que según la lectura de Flores Galindo, y también de Manrique,
cuestionaría profundamente su propuesta de mestizaje (que ellos entienden
como una utopía de la armonía en los términos de Riva Agüero), no es más que
la afirmación de que es posible una identidad múltiple –ni siquiera descentra-
da, fragmentada y migrante, como sugerirían los últimos trabajos de Cornejo
Polar (1995: 11 y 12)– que el sujeto resuelve, diariamente, en su vivencia, tan
dilthiana para Arguedas.
Quiero volver a la pregunta con que inicie estas páginas. ¿Cuál es la razón
de que en su campo profesional Arguedas tenga un reconocimiento tardío y
póstumo, y aún marginal en nuestros días? Un elemento de orden práctico,
que se agrega a la discusión sobre el mestizaje que he presentado es la relación
entre José Matos Mar y Arguedas. En el fondo, este parece un episodio de mez-
quindades personales, la típica historia de celos académicos: mientras Matos
se hizo de un nombre dentro del naciente campo de la etnología, fue uno de
los primeros estudiantes de Valcárcel en graduarse; Arguedas llega al campo
con un capital simbólico forjado por sus novelas y su labor como periodista,
folklorista y animador cultural de la peña Pancho Fierro. Un testigo de la época,
Alejandro Ortiz Rescaniere, quien fuera estudiante de ambos, nos informa:
[…] notaba que Matos tomaba cierta distancia con los alumnos que
estaban vinculados a Arguedas. Matos y Arguedas eran dos personali-
dades, de estilos y de formas diferentes. Matos, más científico y frio.
Arguedas, más emotivo, afectivo. Sí, notaba una cierta rivalidad. Me

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Enrique E. Cortez

acuerdo bien, cuando [Arguedas] fue a visitarme a Francia, me dijo que


Matos era un posero, que vendía su imagen de indio. Creo que detrás de
todo ello se escondía un cierto celo profesional de parte de Arguedas.
Por el lado de Matos habría, quien sabe, algo de celos por el éxito lite-
rario de Arguedas; porque no podía sentir rivalidad alguna en el aspecto
antropológico, pues Matos se sentía, al respecto, superior a Arguedas
[…] Matos no necesitaba afirmarse en nada. Era un hombre seguro de
sí mismo. Era un profesional de acción, hábil en la tarea de conseguir
fondos, proyectos, becas en el extranjero. Era fácil para los estudiantes
identificarse con él. (1996: 188 y 89).
No es difícil imaginar, como sugiere el testimonio de Ortiz Rescaniere, que
en un ambiente dominado por la teoría del desarrollo y la antropología aplica-
da, del cual Matos Mar fue el hombre de avanzada, las posiciones heterodoxas
de Arguedas fueran marginalizadas. El fracaso de Arguedas en establecer un
diálogo con sus colegas, será aún más elocuente en la célebre mesa redonda
sobre Todas las sangres, donde los científicos sociales de entonces, entre ellos
Matos Mar, fueron despiadados con el escritor (y supongo que con nosotros, su
publico actual) al exhibir sus incapacidades para leer literatura.13
A la luz de este último encuentro con sus colegas de ciencias sociales,
la marginalización del trabajo etnográfico de Arguedas tiene más sentido. Y
mientras que su literatura cobraba una significación trascendente para el Perú
y los estudios latinomericanos, gracias a la lectura atenta de críticos extran-
jeros como Rama, Martín Lienhard, Rowe o peruanos como Cornejo Polar y
Alberto Escobar; su muerte lo terminó de alejar de la lista de aportantes a la et-
nografía peruana de las décadas de 1970 y 1980. Pero es gracias a su literatura,
y las lecturas que desde la crítica literaria se ha hecho de la obra de Arguedas,
que este autor retorna, como todo lo que está mal enterrado, y revela una

13 Entre los científicos sociales estuvieron, además de Matos Mar, Jorge Bravo Bresani, Henry
Favre y Aníbal Quijano. Por la literatura solo Alberto Escobar destacó positivamente el trabajo
con la palabra de Arguedas. Sebastián Salazar Bondy y José Miguel Oviedo tuvieron posturas
parecidas a las del primer grupo. Para Melisa Moore, lo que se disputaba en la discusión era
la capacidad de la novela para representar la realidad peruana (2005, p. 269). Arguedas se
defendió diciendo que no pretendía escribir un tratado sociológico, “dando a entender que su
obra podía ser vista más bien como un texto etnográfico […] A la luz de las recientes teorías
elaboradas por James Clifford […] afirmaciones semejantes no serían motivo de sorpresa o
reacción, pero hace casi cuarenta años ello dio lugar a que se condenara a Arguedas en forma
vociferante” (Moore 2005: 269). La mejor respuesta de Arguedas, sin embargo, ha sido ese
poema bellísimo, escrito en quechua y español, titulado “Llamado a algunos doctores”, dedi-
cado por cierto a otros doctores, John Murra y Carlos Cueto Fernandini. El poema apareció en
el suplemento El Dominical del diario El Comercio el 3 de julio de 1966. Sobre el aporte y la in-
fluencia de Arguedas como poeta en la poesía peruana contemporánea resulta imprescindible
el primer capítulo de Poéticas del flujo de José Antonio Mazzotti (2002).

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José María Arguedas, etnógrafo: campo cultural y mestizaje

verdad al campo de los estudios etnológicos.14 A juzgar por el libro de Romero,


tal retorno es potente. A la luz de lo expuesto, me gustaría insistir, a modo de
conclusión, en que si bien la intervención de Arguedas en el campo del pensa-
miento sobre la cultura peruana ha sido accidentada, no por ello ha carecido
de razón. Su idea de mestizaje, que imaginaba una modernidad alternativa, es
realidad cotidiana en el Perú actual.15

Referencias bibliográficas
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14 No podemos dejar de mencionar aquí el trabajo tenaz, y ahora exitoso, por difundir su obra
que tanto su discípulo Ortiz Rescaniere, como María del Carmen Pinilla han hecho desde el
campo de la antropología.
15 Una versión de este texto se publicó en inglés en Latin American & Caribbean Ethnic Studies 4.2.

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