Montoya (2013)
Montoya (2013)
Montoya (2013)
Este artículo presenta una interpretación de la historia y el estado actual del campo de los estudios
curriculares en Colombia a partir de los trabajos de investigadores y profesionales de la educación
publicados durante las últimas cinco décadas en nuestro contexto. Con ese fin, examinaré
críticamente el desarrollo de los estudios sobre el currículo en Colombia y los significados que los
educadores y los investigadores en educación le han asignado a ese concepto. Argumentaré ha sido
difícil que los estudios sobre el currículo arraiguen y prosperen en nuestro entorno a causa de
cierto enfoque curricular defendido por los organismos administrativos unido a interpretaciones
ideológicamente sesgadas llevadas a cabo por los profesores y los investigadores. Por último,
presentaré algunos desarrollos recientes que nos permiten pensar que el campo de los estudios
curriculares en Colombia está comenzándose a consolidar, en particular en el sector de la
educación superior.
1
Texto publicado originalmente en lengua inglesa en Pinar, W. F. (Ed.). (2013). International handbook of curriculum
research. Routledge. Traducción al español, Dalia Maritza Silva Bravo, Universidad de Nariño. Revisión, Carlos F.
Morales de Setién Ravina, Universidad de Los Andes.
2
PhD en educación de la Universidad de Illinois en Urbana–Champaign. Profesora asociada y directora del Centro de
Ética Aplicada de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.
2
extranjeros tomen control de la educación a través de los organismos de la administración pública
(Martínez Boom, Castro V.& Noguera R., 2003).
Es verdad que, en sentido estricto, la teoría del currículo surge por primera vez en la era industrial
y su preocupación por la eficiencia. Pero a pesar de que históricamente la principal tendencia ha
sido ocuparse del desarrollo curricular, en paralelo han existido teorías curriculares alternativas
desde comienzos del siglo XX. Además, desde los años setenta, la teoría curricular ha estado más
interesada en la comprensión y menos en la planificación. Este cambio es conocido como “la
reconceptualización del campo” y ha generado nuevas oportunidades para formular interrogantes y
desafiar puntos de vista más tradicionales (Pinar et al, 2000).
Presentaré en primer lugar la historia del currículo en Colombia. Tomaré como puntos de quiebre
cuatro paradigmas curriculares principales, los cuales han sido dominantes en nuestro contexto en
diferentes momentos históricos: la escuela tradicional, la escuela activa o nueva, el currículo
técnico y el currículo crítico. Basándome en la interpretación de cómo estos diferentes modelos
rivalizaron por el control del campo y, en especial, en cómo los críticos han resistido la noción de
currículo; analizo el estado actual del campo a partir del discurso oficial sobre el currículo, de los
trabajos de investigación y de los grupos profesionales dedicados a la comprensión y el desarrollo
de ideas curriculares alternativas, aunque no siempre reconocidas como tales. Termino con un
resumen de mi argumento en la sección de conclusiones.
Desde el punto de vista histórico, la dependencia intelectual de las elites colombianas explica la
dependencia del campo educativo colombiano. Como resultado de la dominación española durante
el período colonial, Colombia fue controlada por los “criollos”, una pequeña élite de origen blanco
que sufrían un complejo por ser descendientes de europeos pero vivir fuera de Europa y ser vistos
como inferiores a los ojos de los “auténticos” europeos. Transmitieron este complejo a través de la
educación. Según Helg (2001), eso hizo que en lugar de desarrollar un sentido de nacionalidad y
formar una identidad nacional, la educación colombiana se haya basado en la segregación racial y
la dependencia cultural (p. 304).
Una característica de la escuela católica es su énfasis en la disciplina del cuerpo y del alma. El
propósito era que la disciplina externa acabar por interiorizarse y convertirse en autorrestricción y
autocontrol. Si la guerra fuera vista como una consecuencia de la falta de educación, la paz vendría
5
de una educación centrada en la disciplina, en el trabajo, los hábitos de higiene, la obediencia y la
restricción (Quiceno, 1988).
De acuerdo a Quiceno (1988), la inspección ejercida sobre los docentes, los estudiantes y el resto
del personal de la escuela no solo era una figura legal, sino que encarnaba el carácter católico
repetido en los manuales, el registro escolar, el horario, la lista de asistencia, la organización del
salón de clases, el énfasis en la escritura, etc. (p. 39): “Es una pedagogía basada en la imposición
de leyes positivistas, un plan sistemático enfocado en conducir la vida mediante la ruta práctica de
la obediencia a las reglas y la autoridad, y el sacrificio de los caprichos y el egoísmo” (p. 81).
El programa de estudios para las escuelas primarias fue organizado alrededor de cuatro áreas:
ética, educación intelectual, cívica y educación física. La educación moral fue considerada la más
importante de todas (Decreto 491 de 1904, Art. 48). Las materias que se enseñaban eran: religión,
lectura, gramática, aritmética, escritura, dibujo, geografía, historia nacional, historia natural, canto,
gimnasia y manualidades. Las llamadas escuelas normales se centraban en la educación de
profesores de primaria (Art. 107).
A pesar del surgimiento de ideas curriculares y pedagógicas progresistas desde los años veinte, el
currículo prevalente y las prácticas de enseñanza en nuestras escuelas, lejos de ser progresistas y
centradas en el niño, se han basado tradicionalmente en los valores y la racionalidad católica. Un
currículo enciclopédico y métodos memorísticos, mecanicistas, centrados en el profesor y en una
enseñanza jerárquica, han prevalecido dentro de nuestras instituciones desde entonces. Una
excepción importante a esta tendencia fue la escuela activa (Quiceno C., 1988).
La escuela nueva, o activa, fue un movimiento liderado por los educadores liberales, seculares y
progresistas opuestos a la educación tradicional representada por la Iglesia católica y sujeta a los
valores de una sociedad rural. Surgió gracias a la convergencia de diferentes fuerzas: primero, la
institucionalización en Colombia de las ciencias sociales (psiquiatría, psicología, biología y
sociología), la ciencias de la salud (medicina, psicología e higiene), las ciencias económicas y
administrativas (ingeniería, agricultura) y las ciencias naturales (astronomía, cartografía y
química). Segundo, el hecho de que este nuevo conocimiento se derivara de la experimentación, y
6
no de la tradición o de fuentes de autoridad, desarrolló un nuevo modo de pensamiento acerca de
la educación. En 1915 se fundó la revista “Cultura”, que se dedicó a la difusión de estas nuevas
ciencias (Quiceno C., 2003, p. 169).
En 1914, Agustín Nieto Caballero, que estudió en la Universidad de Columbia con John Dewey,
viajó por toda Europa para familiarizarse con el estado del arte de su época y fundó el Gimnasio
Moderno (GM), una escuela privada que fue la primera escuela activa en América Latina. A través
de los trabajos de su fundador, el GM ejerció una influencia que fue más allá de su condición de
escuela privada para las élites, puesto que también estableció el estándar para la educación pública.
En esa misma época más o menos, varias fuerzas modernizadoras ejercieron influencia sobre la
educación: los liberales fundaron nuevas instituciones educativas independientes de la Iglesia, el
Ministerio de Instrucción Pública se transformó en el Ministerio de Educación y, por último, la
llegada de la primera misión educativa alemana en 1927 marcó la institucionalización de los
ideales y las prácticas de la escuela activa.
La escuela activa en nuestro contexto surge como resultado de diferentes influencias educativas
extranjeras y a partir de nuestras propias ideas, interpretaciones y adaptaciones a nuestras
necesidades y contexto. Un antecedente importante es el individualismo y el romanticismo de
Rousseau, Pestalozzi y Fröebel; un segundo antecedente directo es la escuela activa, representada
por los trabajos de Montessori, Cleparède, Dewey y Decroly. Aunque pertenece a una tradición
diferente, después de las décadas de los cuarenta y los cincuenta algunos educadores siguieron
identificando la escuela activa con las ideas de Freinet, Piaget y Wallon (Herrera, 1999, p. 29).
Así, aunque la escuela activa fue el currículo oficial para la educación básica hasta finales de los
años cuarenta, la rechazaron tanto las antiguas autoridades —la Iglesia y los conservadores—
como los padres de áreas rurales, es decir, todos aquellos que habían sido educados en un modelo
autoritario de educación y no comprendían el énfasis en la autonomía del individuo, el interés del
niño, la pregunta basada en el aprendizaje, la experimentación y la exploración de la naturaleza,
etc. En resumen, la escuela activa carecía de los recursos materiales y culturales para desarrollarse
(Sáenz Obregón, Saldarriaga & Ospina, 1997, pp. 385 –386).
De acuerdo con Helg (2001), la educación era un campo interesante de debate en Colombia hasta
1950. Después de eso, Colombia decidió hacer uso de las misiones internacionales para solucionar
sus principales problemas sociales y educativos. Al mismo tiempo, las élites tuvieron acceso a
escuelas y universidades privadas, con lo que contribuyeron a que la educación pública fuera
abandonada como campo ideológico de batalla (p. 16).
8
Entre 1948 y 1968, el diseño y la planificación instruccional y la instrucción programada fueron
introducidos en entornos de educación no formal, por fuera de las escuelas. Esa forma de
instrucción se orientó hacia las poblaciones segregadas, como los campesinos analfabetas y los
artesanos. Esa fue la filosofía de la fundación de Acción Cultural Popular (ACPO), el Servicio
Nacional de Aprendizaje (SENA), y el Fondo de Capacitación Popular (FCP). Fue gracias a la
acción de la Tercera Misión Educativa Alemana, fruto de un acuerdo cooperativo entre los
gobiernos de Colombia y Alemania, que esas técnicas fueron introducidas a las escuelas (Martínez
Boom et al, 2003, pp. 35 – 59).
A partir del trabajo de la tercera Misión Educativa Alemana (1968), se desarrolló un importante
intento por mejorar la calidad de aprendizaje y enseñanza en las escuelas. Con este propósito, entre
1968 y 1978, un grupo de educadores colombianos y alemanes, trabajando de manera conjunta,
introdujeron en las escuelas colombianas el concepto de planeación y diseño instruccional al lado
de nuevas prácticas de enseñanza (Quiceno C., Sáenz Obregón & Vahos, 2004).
Las guías pedagógicas desarrolladas por los miembros de la misión introdujeron la planificación
instruccional. Estas guías contenían el currículo, pero también actividades de enseñanza y
aprendizaje que facilitaban a los docentes su aplicación. Se distribuyeron esas guías y se capacitó a
los profesores para su uso en todo el país. Aunque dificultades organizacionales hicieron imposible
capacitar y proporcionar los materiales a toda la población docente, este sistema para el desarrollo
y divulgación curricular fue considerado como un modelo sin precedentes en la historia de la
educación en Colombia (Rojas de Ferro, 1982).
Aristizábal, Muñoz y Tosse (2008) analizan cómo el periodo entre 1960 y 1975 está caracterizado
por un énfasis en la planeación como la panacea para resolver todos los problemas atribuidos por
las agencias internacionales a la idea de “subdesarrollo”. Es en este contexto que las misiones
educativas internacionales recomiendan la planificación curricular y nuestro gobierno la adopta (p.
83).
Este programa fue muy importante en el desarrollo del currículo y en la discusión entre educadores
porque introdujo cambios importantes en el sistema. El programa incluía el desarrollo curricular,
la capacitación docente y la distribución masiva de materiales curriculares. La renovación
curricular se basaba en los procedimientos de la tecnología educativa y el diseño instruccional.
Siguió la lógica de definir los objetivos de comportamiento, las actividades de enseñanza y
aprendizaje y los indicadores de evaluación con el fin de asegurarse de su cumplimiento (Martínez
Guerra & Herrera Bonn, 2002).
De acuerdo con Vasco (Molano Camargo, 2011) la tecnología educativa y el diseño instruccional
fueron interpretados por los participantes en el campo educativo como una estrategia del Gobierno
utilizada para consolidar la “taylorización de la educación” que, según ellos, hacía que los
profesores y los estudiantes fueran vistos como operadores mecánicos de los currículos diseñados
por las terceras partes, con la pérdida consecuente de autonomía y el establecimiento de una
relación instrumental entre profesores y estudiantes (p. 185).
Si comprendemos el currículo como todas las experiencias educativas planeadas para los
estudiantes en el contexto de las instituciones educativas, en Colombia siempre ha existido el
currículo, como en cualquier otro país, puesto que hemos tenido instituciones educativas formales.
Sin embargo, el concepto de currículo no se presentó en nuestras escuelas hasta los años setenta.
Desde que esta concepto se introdujo, su significado no ha subrayado las “experiencias
educativas” sino la “planificación”. Como consecuencia, el currículo ha sido algo opuesto a
nuestra cultura educativa y ha generado una gigantesca resistencia por parte de los educadores y
los investigadores educativos.
Tanto investigadores como profesionales han creado una alianza para oponer el concepto de
pedagogía al de currículo. Se ha llamado a una resistencia en contra del currículo, que
personificaría el control tecnocrático de las escuelas, y reivindicar el papel de la pedagogía, que
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personificaría en cambio el saber de los maestros sobre qué enseñar, cómo enseñar y para qué.
Esta oposición es considerada como el corazón del campo intelectual de la educación (CIE), el
campo de la pedagogía (CP) y el Movimiento Pedagógico Colombiano (MPC), probablemente el
que fue el movimiento educativo más importante de los últimos años en nuestro país, centrado en
reposicionar a los docentes y a la pedagogía como centro del campo educativo y resistir la noción
de currículo.
Díaz (1993) describe el surgimiento del campo intelectual de la educación (CIE) como un proceso
que comenzó en los años sesenta con la sociología de la educación, un “subcampo de la
investigación y la capacitación conceptualmente dependiente de la sociología” (p. 86) que nunca
fue capaz de desarrollar una teoría de la educación desde una perspectiva sociológica en
Colombia, porque “los investigadores permanecieron ajenos al campo pedagógico y la educación
docente fue demasiado procedimental e instrumental”, p. 87. Solo en los años setenta la crítica
estructural se dedicó al estudio de las relaciones entre movilidad social y educación, y luego lo
reemplazó por el estudio de las escuelas como lugares de reproducción ideológica (p. 97).
Según Díaz (1993), en los 80 el CIE se desarrolló de forma apropiada en torno a la interpretación
del movimiento cultural e histórico docente, y la crítica y la oposición al proyecto racionalizador
de la educación resultante de la tecnología instruccional y la reforma curricular (p. 115). Este
movimiento fue en parte enfocado en el desarrollo de un proyecto pedagógico capaz de integrar la
teoría, la investigación y la praxis pedagógica (p. 114). Este interés renovado de las ciencias
sociales y la filosofía hacia la pedagogía Díaz lo denomina un “giro pedagógico” (p. 115). Este
giro se basa en la teoría crítica, Foucault y Gramsci, la semiótica, el análisis discursivo lingüístico
y pragmático, y las teorías emancipadoras. Todas estas teorías estimularon la proliferación de los
proyectos de investigación y las experiencias educativas integradas con los nuevos modos de
acción cultural y pedagógica (p. 119).
El trabajo del grupo sobre investigación educativa de la Universidad Nacional, conocido como
“grupo Federici” (Zuluaga G., 2000) es también importante a este respecto. Este grupo ha tratado
de crear visiones pedagógicas y curriculares alternativas basadas en los trabajos de Bernstein,
Kuhn y Habermas y otros (M. Aristizábal et al, 2004, p. 14). El grupo Federici fue uno de los más
grandes opositores a usar la tecnología educativa en la educación. Algunos de los principales
problemas que asociaban con el concepto de currículo quedan subrayados así:
Este grupo ha estudiado también lo que ellos consideran que es la “rarificación de la pedagogía”
para explicar cómo la introducción de las ciencias educativas (psicología educativa, sociología
educativa, administración educativa, filosofía educativa, etc.) condujeron a Colombia a un proceso
de desarticulación, atomización y subordinación de la pedagogía, que como disciplina pasó a ser
un apéndice de esas otras ciencias (Magnolia Aristizábal, 2008a). No obstante, me parece
paradójico que las principales publicaciones de este grupo de los autores dedicados al estudio de la
historia del conocimiento pedagógico contengan muy pocas referencias a los trabajos de los
pedagogos (salvo los nombres siempre recurrentes de Comenio, Herbart, Pestalozzi y Dewey) y
confíen en gran medida en las publicaciones de sociólogos y filósofos políticos (no filósofos de la
educación), tales como Dilthey, Gramsci, Foulcault, Habermas, Althusser, Derrida, Bourdieu,
Passeron, etc. Lo que hacen encajaría mejor en la sociología de la educación (Días Villa, 1993) y
la mayor parte del tiempo no es fácil identificar el contenido del conocimiento pedagógico que
están reivindicando.
Estos autores aplican un enfoque histórico y hermenéutico al estudio de 150 documentos sobre el
currículo elaborados entre 1960 y 1975. Durante este período, no encontraron ninguna
investigación o teoría curricular desarrollada por los educadores locales, que según ellos se
limitaron a la adopción acrítica de los currículos importados (Aristizábal, 2008a).
En “un enfoque crítico al concepto de currículo” el grupo Pedagogía y Currículo (Díaz 1996)
aplica las concepciones sobre el currículo a su propio contexto local para confirmar la prevalencia
de un enfoque técnico y la falta de una perspectiva crítica sobre el currículo en Colombia. El grupo
expone los orígenes del currículo como un dispositivo de poder y control orientado hacia un
mercado impuesto por los organismos internacionales, dominados por los Estados Unidos, y que el
MEN usa de manera instrumental para controlar ideológicamente la educación (“educación como
ingeniería de desarrollo” y el desempoderamiento de los profesores, Magnolia Aristizábal, 2008b).
Al recurrir sobre todo a fuentes secundarias, este grupo afirma que la reflexión pedagógica ha
estado ausente de la teoría curricular desde sus orígenes en los trabajos de Bobbit y Tyler
(Magnolia Aristizábal et al., 2008, p. 31). Encuentro de particular interés la mención de Tyler, no
solo por la importancia dada en su libro al diseño y la organización de las experiencias de
aprendizaje (Tyler, 1949), sino también por la cercanía de su enfoque con los puntos de vista
pedagógicos de Dewey y la escuela activa que estos críticos consideran que están en las antípodas
del pensamiento curricular. Esto debe tenerse en cuenta porque es una característica de los
académicos de América Latina depender más de las traducciones y los comentarios de segunda
14
mano que recurrir a la lectura de las fuentes originales. En el caso del currículo, en lengua
española, esos comentaristas han sido sobre todo mexicanos y españoles (Malajovich, 2005); cabe
afirmar así que nuestro entendimiento de los orígenes del currículo y la teoría curricular han sido
moldeados por autores como Díaz Barriga (1996) y Gimeno Sacristán (1991) más que por los
pensadores originales sobre el currículo.
Con respecto a la idea de que el currículo habría despojado de autoridad a los docentes, podría ser
importante ver que la capacitación original se centraba en desarrollar las habilidades de los
docentes para “trabajar en equipo, mejorarse y supervisarse por sí mismos, para realizar la
evaluación curricular, alcanzar la flexibilidad curricular y la participación en las reformas
curriculares” (Fernández F., 2008, p. 121). Fernández sostiene que eso nunca pasó porque los
profesores dependían y todavía dependen de los materiales y los currículos. Hay que decir que la
formación en currículo no es responsable de ese estado de cosas. Cada vez que el Ministerio de
Educación ha querido mejorar la calidad de la educación, ha utilizado la misma vieja fórmula:
contratar a expertos internacionales, comprar muchos textos y otros materiales curriculares,
capacitar a algunos docentes para utilizarlos, capacitar a supervisores para asegurar la fidelidad de
la implementación, etc. Luego el Ministerio se pregunta por qué, después de años de esfuerzos, la
calidad de la educación no mejora.
Los educadores han estado en lo correcto en oponerse al Ministerio en sus intentos para mejorar la
educación por medio de proporcionar al sistema con un currículo “a prueba de profesores”, pero
han estado equivocados al excluir el currículo y el pensamiento curricular de los programas de
preparación docente. El empoderamiento de los profesores requiere el desarrollo de más
15
programas integrales de preparación docente que ofrezcan una sólida base al currículo y la
pedagogía, y por lo tanto, le permitan a los docentes apropiarse realmente del currículo al ser
capaces de desarrollar, experimentar, investigar, mejorar, evaluar, modificar y adaptar las ideas
curriculares. El aislar a los docentes del pensamiento curricular les quita poder y los deja a merced
de otros, que son los que toman las decisiones y deciden qué es importante enseñar, para qué
propósitos y por qué medios.
En uno de los proyectos publicados más importantes dedicado a la historia del currículo en
Colombia, titulado “Tecnología educativa y modelo curricular en Colombia” (Martínez Boom et
al., 2003), los investigadores defienden tres tesis: la primera, que nuestro campo educativo sufrió
una enorme transformación entre los fines de los años cuarenta y los inicios de los años sesenta,
tanto en las políticas públicas como en las prácticas pedagógicas. Esta transformación rompió con
la continuidad del campo y su tradición pedagógica (p. 21). La segunda, que este rompimiento
responde a la introducción de conceptos tales como desarrollo, capital humano, educación como
una fuerza de desarrollo, transferencia tecnológica (la transferencia de materias y técnicas
educativas desarrolladas en otro lugar, en especial en los Estados Unidos), etc. Este conjunto de
conceptos formaría parte de considerar la educación como una empresa internacional más que
nacional, impulsada por las acciones de las agencias de cooperación internacional (p. 24). Y la
tercera, que estas transformaciones están en concordancia con ideas que habrían surgido por fuera
de las principales teorías educativas desarrolladas a lo largo de la historia de la pedagogía y
pertenecerían a los campos de la economía y la administración. Este conjunto de ideas es
identificado por los investigadores con el “campo curricular” (p. 26).
El campo curricular es entonces definido por estos autores como “un espacio de conocimiento
formado por los discursos (teorías, modelos, procedimientos y técnicas de organización, diseño,
programación, planeación y administración instruccional) por una parte orientada por la
especificación previa de los objetivos de aprendizaje formulados en función de comportamientos y
habilidades y, por el otro lado, centrado principalmente en asegurar el aprendizaje efectivo”
(Martínez Boom et al, 2003, p. 27). De acuerdo a estos investigadores, el concepto currículo no
pertenece al campo de la educación sino al campo de la capacitación para el trabajo (p. 27).
También marcaría una aguda distinción entre “enseñanza” como la actividad que pone en
ejecución la pedagogía y la “instrucción” como la actividad que pone en ejecución el currículo (p.
29).
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Por último, es importante explicar que estos autores identifican dos racionalidades mayores y
opuestas para la educación desarrollada durante en el último siglo: una fue el movimiento
progresista centrado en el interés del niño y en aprender haciendo, en la escuela activa y en los
otros centros de planeación de la instrucción, en la organización y la administración; la otra es el
punto de vista asociado con los “curriculistas americanos” (Martínez Boom et al., 2003, p. 28). Al
mismo tiempo, la pedagogía equivale a la enseñanza progresista (“nueva”, “activa”) y a las
prácticas de aprendizaje, y el currículo equivale a la instrucción conductista. Así, en lugar de dos
teorías curriculares alternativas con sus correspondientes enfoques y prácticas pedagógicas, para
los investigadores colombianos en educación la educación progresista está asociada con la
“pedagogía” mientras que la instrucción conductista esta trágicamente asociada con el “currículo”.
Casos como el de John Dewey serían especiales. A pesar del hecho de que también escribió sobre
currículo (Dewey, 1902), los investigadores colombianos hacen una excepción injustificada para
diferenciar el significado dado por Dewey al currículo en su teoría pedagógica activa y evitar
incluirlo como parte de los “curriculistas americanos” (Martínez Bomm et al., 2003).
¿Por qué el Movimiento Pedagógico no se formó reclamando para los docentes el papel de
investigadores, diseñadores, desarrolladores y creadores del currículo? He mencionado ya la carga
ideológica que debe soportar el concepto de currículo en nuestro contexto y luego volveré sobre el
tema. A pesar de todo, el MPC tiene claras connotaciones curriculares. Puesto que surgió de la
oposición al currículo conductista impuesto por el MEN, una de las contribuciones más
importantes del movimiento fue que hizo visibles miles de prácticas desarrolladas por los docentes
colombianos que eran alternativas curriculares reales basadas en principios derivados de la
educación popular, la escuela activa, y la pedagogía crítica (Peñuela Contreras y Rodríguez
Murcia, 2009).
Entre otros logros del MPC están las comisiones pedagógicas, el Centro de Estudios e
Investigación Docente (CEID), y la revista “Cultura y Educación”. En 1987 el movimiento
organizó un Congreso Pedagógico Nacional que reclamó la reducción del énfasis conductista sobre
las reformas curriculares; se dice que uno de los efectos más importantes de esa reivindicación fue
la Ley General de Educación de 1994, que estableció la autonomía curricular para todas las
instituciones educativas. No es claro cuándo el MPC terminó, pero es claro que después de la
reforma el sindicato pasó a estar más interesado en reclamar mejores condiciones laborales que en
fomentar la reflexión pedagógica y la investigación entre los docentes (Martínez Pineda, 2011).
El MPC fue posible gracias a la concurrencia de varios procesos históricos que continúan hasta la
actualidad: la reforma curricular emprendida por el MEN, el auge de movimientos sociales
radicales con proyectos educativos alternativos, profesores contrarios a los modelos impuestos y el
surgimiento de FECODE como un agente colectivo que sirve como un vehículo para esta
oposición (Mejía, 2006). Sin embargo, un rasgo característico de este movimiento social es la
contribución hecha por grupos de intelectuales que investigan el conocimiento y la praxis
pedagógica, además de sus raíces históricas (Sáenz, 1987).
Uno de los ecos del MPC, el proyecto Expedición Pedagógica Regional, se incorporó al
plan. Construida en la tradición de otras famosas expediciones, como la Expedición Botánica o la
Cartográfica, se enfocó en “reconocer a las instituciones que han desarrollado formas ingeniosas y
creativas de educación para sus estudiantes. Se centró en documentar, clasificar y colocar al
servicio de todos los profesores el desarrollo pedagógico logrado en las instituciones educativas.
Pretendió ser un factor para la investigación y la experimentación” (Ministerio de Educación
Nacional, 2000).
Así, aunque la idea de los PEI fue transformar las instituciones y las prácticas educativas
por medio de la presencia de comunidades educativas que construyeran sus propios proyectos
curriculares y pedagógicos (Aldana V y Caballero P., 1997), la falta de una comprensión curricular
práctica y teórica, junto con un dialogo democrático débil y una pobre deliberación en la gran
mayoría de las instituciones educativas hicieron este ideal casi utópico. A pesar de esta autonomía
curricular, la mayoría de las escuelas han adoptado los currículos de editoriales, consultores y otras
instituciones, y continúan haciendo lo que hacían antes de tener la facultad de dictar sus propios
currículos (Molano Camargo, 2011).
La evaluación es uno de los aspectos claves de las movilizaciones más recientes de los
profesores. En ausencia de un currículo nacional, los profesores ven la evaluación como un nuevo
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modo para controlar lo que ellos enseñan y lo que las escuelas hacen. El organismo nacional a
cargo de la evaluación es el ICFES y los graduados de todos los colegios y programas
universitarios de pregrado están sujetos a exámenes nacionales. El contenido y orientación de estos
exámenes han tenido un efecto importante en los currículos escolares y universitarios. Muchos
creen que la nueva estrategia substituye el currículo por la evaluación. La evaluación estandarizada
es la nueva tecnología educativa donde el laissez faire curricular coexiste con el control de calidad
de los resultados mediante la evaluación del aprendizaje (Noguera R., 2003, p. 177; Posada E.,
2002).
Los estudios curriculares son relativamente nuevos en nuestro contexto. De acuerdo con
Aristizábal (2008), antes de 1975 no había investigaciones sobre el currículo. Como ya hemos
explicado, nuestra principal influencia educativa ha venido de las tradiciones europeas
occidentales enfocadas hacia la pedagogía y la didáctica. Como consecuencia, en Colombia ha
habido poco interés en el currículo como campo de estudio, puesto que es considerado como una
tradición anglosajona (Miñana Blasco, 2002).
Hay pocos grupos de investigación que incluyan el diseño, el desarrollo y la evaluación curricular
como área de interés. La Universidad de Caldas, la Universidad de Nariño y la Universidad del
Tolima tienen grupos especializados en currículo universitario. Como explicaré más tarde, parece
que la educación superior tiene más potencial para el desarrollo de los estudios curriculares en
ausencia de una más fuerte tradición pedagógica en la educación superior.
Aristizábal (2004) resume 40 años de producción académica que se relacionan con el currículo en
Colombia a partir del trabajo realizado en las universidades de Antioquia, Pedagógica, del Valle y
Nacional, la mayor parte del cual está dedicado a reivindicar la centralidad del conocimiento
pedagógico en oposición a lo que consideran la invasión del paradigma curricular. También
destacan las contribuciones del así llamado “currículo crítico” por la posibilidad que otorga de
visualizar enfoques alternativos de la teoría curricular que estén más contextualizados, integrados
y alineados con una perspectiva humana de la educación (pp. 12-14). Dentro de esta línea de
pensamiento ya hemos analizado la contribución del grupo interinstitucional de Historia de la
Práctica Pedagógica, que se opone de forma expresa a la adopción del concepto de currículo, pero
que ha hecho importantes contribuciones a la comprensión de cuáles son las razones de esa
oposición en nuestro contexto.
Existen otros estudios recientes que muestran una más amplia comprensión del significado y
campo de acción del concepto de currículo. Iafrancesco (2003) por ejemplo, ha propuesto un
“nuevo” concepto de currículo que incluiría “fundamentos antropológicos, axiológicos, de
desarrollo, científicos, epistemológicos, metodológicos, sociológicos, psicopedagógicos,
didácticos, administrativos y evaluativos”, además de los medios utilizados para implementar estos
principios en un sistema educativo integral para los estudiantes (p. 26). Aunque no hay nada nuevo
en la inclusión de estos aspectos en el ámbito de acción del concepto del currículo, lo que sí es
nuevo en nuestro contexto es la propuesta de comprender el currículo en su modo más rico.
En la siguiente sección valoraré estos esfuerzos y demostraré cómo a partir de los puntos de vista
supuestamente “críticos” de los investigadores se ha elaborado un discurso que hace equivalente el
concepto de currículo al de control instrumental y tecnocrático de la educación.
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El cuadro que he presentado aquí está necesariamente incompleto. Las fuentes estudiadas me
llevan en este momento a pensar que los investigadores educativos colombianos han substituido la
investigación sobre el currículo por un discurso anticurrículo como consecuencia de su adhesión a
una ideología difusa, que engloba en un todo una actitud antiamericana y antigubernamental al
lado de valores antitecnocráticos. Así, recurriendo a esta ideología, los investigadores han creado
un discurso que equipara el concepto de currículo con el de control instrumental y tecnocrático de
la educación por un gobierno subordinado a los intereses imperialistas. Al hacer eso, la mayoría de
los educadores han socavado los estudios curriculares y han reducido la posibilidad de examinar
de forma crítica la interacción entre los diferentes sistemas que afectan las experiencias de
docentes y estudiantes, y, por lo tanto, han fracasado en su intento por defender el mejoramiento
de la calidad de la educación con un enfoque sistemático.
Los educadores y los investigadores en educación no han sabido aprovechar el poder explicativo
del concepto de currículo porque han ligado ese concepto al de control técnico de la educación. En
otras palabras, han sustituido la totalidad de la teoría del currículo por un enfoque curricular
específico (el científico técnico) y un aspecto curricular determinado (la planeación), a los que han
denominado el “paradigma curricular”. Al hacer esto, han dedicado sus esfuerzos a pelear contra el
currículo y a defender la adopción de conceptos alternativos, tales como pedagogía y enseñanza,
que entienden opuestos a la idea de currículo. Aunque es fácil simpatizar con la causa de recuperar
las escuelas para los profesores, rechazar la idea de currículo no representa ningún progreso en esa
dirección. Recobrar el currículo para los profesores y los estudiantes habría sido el modo más
efectivo de avanzar en este ideal educativo.
Miñana Blasco reconoce el hecho de que en Colombia solo se ha tomado en consideración una
única perspectiva sobre el currículo, al tiempo que se pasaban por alto enfoques curriculares
alternativos. Desde sus orígenes hasta la “renovación curricular” de 1975, el campo del currículo
se definió en relación con las ideas de “planeación, eficacia, mejoramiento, calidad, y la rápida
solución de los problemas sociales” (p. 18):
Mientras que el currículo llega a este país de la mano de una reforma patrocinada por la
banca internacional y como parte de un enfoque instrumental y racionalista (Gagné, Bloom
25
y conductismo), el concepto de currículo está inevitablemente asociado con esta
perspectiva, ignorando las tradiciones humanistas, hermenéuticas o críticas del currículo.
Incluso ahora, para algunos autores colombianos que emergieron del debate de los ochenta,
el currículo es sinónimo de “tecnología educativa”, aunque es suficiente dar una mirada al
voluminoso texto histórico de Pinar y otros (Pinar et al, 2000), radicalmente crítico de los
enfoques instrumentales, para evidenciar otras tradiciones curriculares (p. 29).
Así, el concepto de currículo en Colombia al cual los educadores y los investigadores educativos
colombianos se han opuesto, es un concepto capturado por su ideología. En las siguientes páginas,
trataré de dialogar con la ideología representada por esa oposición y, siguiendo a Burbules (1995),
intentaré comprender sus puntos de vista además del contexto en el cual se desarrollan (pp. 65 –
66).
En primer lugar, según ellos el currículo estaría asociado con la planificación y la organización de
los contenidos y las actividades escolares. Este enfoque pertenecería a un modelo educativo de
corte economicista. Las dos siguientes citas permiten verlo:
La idea de currículo […] está vinculada con el discurso y las prácticas de “desarrollo” y
“planificación” que desde los años cincuenta y procedente principalmente de los Estados
Unidos comenzó un proceso de reforma radical de la educación de América Latina. Así, la
historia del currículo es la historia de la reforma educativa durante los últimos cuarenta
años (Martínez Boom y otros, 2003, pp. 70 – 71).
Estas citas reflejan en efecto el pensamiento del momento en que se adoptó la planificación
curricular en Colombia. También reflejan adecuadamente el concepto técnico de currículo
adoptado en esa época. Sin embargo, al asumir que la idea de currículo es equivalente a
planificación curricular, los investigadores pierden la oportunidad de usar el concepto de currículo
para examinar de manera crítica los resultados y objetivos de la educación, las relaciones entre
escuela y sociedad, los enfoques pedagógicos adoptados, etc. Al equiparar teoría curricular con
planificación curricular y evaluación por objetivos, los educadores tienen razón al atribuir al
currículo un punto de vista empobrecido de la educación. Pero al hacer eso, los investigadores no
están tomando en cuenta que la planificación curricular no es más que uno de los aspectos de la
teoría curricular y que hay múltiples enfoques de él. Así, el empobrecimiento no deriva del
concepto de currículo en sí, sino de una comprensión menguada que asume que siempre que se
habla de currículo se está hablando de planeación y organización de contenidos y actividades para
la instrucción.
En segundo lugar, es evidente que estos autores reconocen una única perspectiva curricular: la
conductista. Desde su punto de vista, esta perspectiva refleja la verdadera naturaleza del currículo
al estar orientado por objetivos, basarse en la instrucción directa y capacitar para la adquisición de
habilidades discretas previamente determinadas. Además, el currículo no pertenecería al campo de
la educación sino al de la capacitación laboral:
En este punto, al comparar a Tyler, el pedagogo, con Taylor, el industrialista, unen los resultados
del currículo a un punto de vista sobre la educación que es fácil de rechazar. Al mismo tiempo,
todo lo que es deseable en educación no está unido a los enfoques curriculares alternativos
(aprendizaje experiencial, basado en problemas, etc.) sino a la pedagogía (activa, constructivista,
humanista, etc.). Mi punto es que una profunda comprensión del currículo y de las perspectivas
teóricas del currículo deja claro que todo enfoque curricular incorpora ciertos enfoques
pedagógicos (Montoya Vargas, 2008; Posner, 1995). El hecho de que el concepto de currículo
comprenda prácticas pedagógicas se interpreta como un “traslapamiento” u “ocultamiento” del
campo pedagógico por parte del campo curricular (Aristizábal et al., 2004).
En tercer lugar, estos autores une el concepto de currículo a cierto enfoque sobre su
implementación: el modelo IDD (investigación–desarrollo–difusión) (Posner, 1995), por el que los
investigadores (por lo general expertos internacionales en el caso colombiano) diseñan y
desarrollan un determinado currículo y materiales curriculares específicos y “sistemáticamente
entregan a los profesores estos nuevos materiales y currículos para su uso” (p. 208). Los
investigadores y los profesores de escuelas colombianas tienen buenas razones para oponerse a
este enfoque porque, como consecuencia de dejarlos reducido al papel de implementadores, los
docentes quedan desempoderados (Apple, 2000). Por desgracia, ese ha sido el enfoque utilizado
con mayor frecuencia por el Ministerio de Educación cuando ha defendido estrategias nacionales
para el mejoramiento de la calidad del sistema educativo (justo ahora mientras escribo estas líneas,
esa misma estrategia está siendo implementada por el Ministerio en el programa “Todos a
Aprender”).
28
Sin embargo, los investigadores no parecen tener en cuenta el hecho que el modelo IDD es una de
entre varias aproximaciones al desarrollo e implementación curricular. Como en el punto
precedente, en lugar de oponerse a este enfoque particular, los investigadores culpan al concepto
de currículo como un todo por el control externo de las escuelas y por inhabilitar a los docentes.
Cuando se despliegan modelos alternativos para desarrollar e implementar el currículo, como
ocurre con los proyectos de investigación-acción de los profesionales, consideran que son
producto de la resistencia pedagógica por parte de los profesores al enfoque curricular y no de
prácticas curriculares alternativas. Esa idea estaba en la base del MPC. Y esta es la razón por la
cual el principal logro de este movimiento fue la Ley Nacional de Educación, que estableció la
autonomía curricular para las escuelas como una forma de oposición a un currículo centralizado y
obligatorio.
En resumen, para los investigadores colombianos hay solo un enfoque curricular: el modelo de
planeación racional, caracterizado por los objetivos conductistas, la instrucción y la capacitación
directa y una aguda separación entre diseñadores e implementadores. Otros enfoques curriculares,
tal como el enfoque procedimental o práctico, en el cual los docentes son quienes toman
decisiones curriculares y usan la evaluación formativa para investigar la efectividad de sus
diseños, o el enfoque crítico, en el cual el currículo es visto al mismo tiempo como un dispositivo
para la reproducción social y como una herramienta para el cambio social en manos de los
docentes, no son reconocidos por los profesores como enfoques curriculares. El único fundamento
para que estos enfoques sean reconocidos es la resistencia pedagógica a la imposición curricular.
Más recientemente, después de revisar la producción nacional sobre educación superior en los
últimos 30 años, y a pesar de haber encontrado más de 2000 estudios durante este período, Henao
y Velásquez (2002) concluyeron que la educación superior no ha sido objeto de investigación
científica sistemática en Colombia (p. 288). Clasificaron los estudios en 12 categorías,
relacionadas con los fundamentos filosóficos y culturales de la educación universitaria, la historia
de la universidad, las relaciones entre las universidades, la sociedad y el Estado, la relevancia de la
educación superior, la regulación y la legislación de la educación superior, la organización del
sistema, la calidad y acreditación, la producción científica y tecnológica, el gobierno y las finanzas
universitarias, la producción científica y tecnológica y la profesión académica.
Lo que está bastante claro es la ausencia de estudios sistemáticos sobre el currículo y la pedagogía
en la universidad. En opinión de Parra Sandoval (1996), la reflexión pedagógica no ha sido una
preocupación para nuestras universidades. En la universidad, el conocimiento relacionado con el
contenido substituye el conocimiento pedagógico y, en consecuencia, las discusiones
concernientes a la naturaleza pedagógica del trabajo universitario han sido infravaloradas
tradicionalmente (pp. 255 – 256).
Algunos de los autores que han hecho importantes contribuciones al análisis de la universidad en
nuestro contexto se enfocan en resultados curriculares cruciales derivados de las políticas públicas,
tales como la evaluación estandarizada, la educación basada en competencias, la flexibilidad
curricular y los créditos académicos, la acreditación, la pertinencia, etcétera, pero no siempre los
interpretan como cuestiones curriculares ni tratan el currículo universitario de modo sistemático
(Gómez C., 2000; Orozco Silva, 2010, 2001a, 2001b).
En años recientes, sin embargo, hay una serie de publicaciones prometedoras sobre asuntos de
currículo y pedagogía en la universidad y, a diferencia de la situación con la escuela básica y
secundaria, parece que el concepto de currículo ha encontrado un suelo más fértil en la educación
30
superior. Paradójicamente, esta situación puede explicarse por el hecho de no existir un conjunto
sólido de investigaciones sobre educación superior. En ausencia de una tradición universitaria
sobre pedagogía, es más fácil adoptar el currículo como concepto y explorar diversas alternativas
curriculares sin el inconveniente de desplazar el interés en la pedagogía al hacerlo.
De hecho, algunas de las más recientes propuestas innovadoras vienen de los grupos que trabajan
en el currículo universitario. Estos autores parecen tener una clara consciencia de las relaciones
inherentes entre el currículo y la pedagogía (Díaz del Castillo, Goyes M., Guerrero T. y Uscátegui,
1996; López Jiménez, 2000; Mora Mora, 2005).
Continuando con la idea de que en Colombia ha existido modernización sin modernidad, Mora
(2005), del grupo de Pedagogía Educativa y Cultura en el Caribe, perteneciente a la Universidad
Simón Bolívar, ha documentado el trabajo de los investigadores que han hecho contribuciones en
los últimos 20 años al desarrollo del campo curricular desde una perspectiva crítica. Explora el
trabajo de Goyes y Uscátegui, López Jiménez y Díaz Villa. Sostiene que sus propuestas
alternativas tienen en común una concepción participativa y pluralista de la construcción
curricular; la conceptualización curricular como un proceso permanente de investigación y
autoevaluación; un punto de vista crítico y liberador del currículo; la adaptación consciente de las
políticas públicas de la educación superior, y un llamado a favor de currículos interdisciplinarios y
socialmente relevantes, entre otras características (Mora Mora, 2005).
Goyes y Uscátegui (Goyes y Uscátegui, s. f.) también han propuesto la reconceptualización del
currículo como un campo participativo y democrático de investigación, que abra al debate público
aspectos tales como “nuestra propia historia curricular, los intereses detrás de currículo
implementado, la contribución de las prácticas pedagógicas y curriculares de la universidad
pública al principio de justicia social y también acerca de los tipos de conocimiento que hemos
adoptado, los modos en los cuales se han producido y seleccionado, los criterios según los cuales
este conocimiento ha sido legitimado, y las razones por las cuales no hemos producido
conocimiento que sea validado y adoptado en otras latitudes” (s.f., pp. 39 – 40).
Un desarrollo prometedor es que el PACA haya propuesto que la elaboración del currículo se
efectúe a partir de en un conjunto cambiante de principios desarrollados mediante la interacción
del grupo con diferentes instituciones, programas, administradores, profesores, estudiantes y otros
miembros de la comunidad educativa. Estos principios son: la investigación como fundamento, la
participación, la flexibilidad, el enfoque social, la praxis o la integración de teoría y la práctica, la
permanencia subordinada a la relevancia, la interdisciplinaridad, la interinstitucionalidad dirigida a
crear un sistema nacional educativo que realmente funcione como un sistema y la evaluación
permanente (López Jiménez, 2000, 2001).
Entre las muchas contribuciones de esta línea de trabajo mencionaría el énfasis que el PACA le da
a la inclusión de todos los grupos de participantes en el campo educativo como una manera de
contrarrestar la tendencia tradicional a establecer una fuerte separación entre, por una parte, los
investigadores universitarios como productores y difusores del currículo, y, por otra parte, los
profesores como consumidores del currículo (López Jiménez, 2000, p. 35).
Mario Díaz Villa ha sido una figura sobresaliente en el desarrollo del campo curricular en la
educación superior. En la actualidad pertenece al grupo de investigación en educación superior de
la Universidad Santiago de Cali. Después de su estudio original sobre el campo intelectual de la
educación (Díaz Villa, 1993), su trabajo ha estado dedicado en particular a los problemas
universitarios y la mayor parte ha sido publicado por el ICFES (una entidad nacional cuyo
32
principal objetivo es el fomento de la educación superior, aunque su misión hoy se enfoca en la
evaluación de todos los niveles educativos). El trabajo de Díaz Villa ha incluido la preparación y
la práctica de los profesores universitarios (1998, 2000a, 2000b), el análisis del currículo
universitario (2002, 2003, 2008), y el análisis del discurso oficial en la educación superior (Díaz
Villa y López Jiménez, 2001).
Así, a pesar de sus limitaciones, parece que hay cierta esperanza de que los estudios curriculares
en la educación superior se desarrollen como un campo fuerte en los años venideros. En un estudio
sobre los efectos del proceso de acreditación nacional en los currículos universitarios, y después de
revisar los procesos de autoevaluación efectuados por siete universidades como parte de sus
procesos de acreditación, Goyes y Uscátegui (2004) identificaron las siguientes tendencias
curriculares actuales: un movimiento hacia formas más participativas de diseño curricular; un
componente general educativo orientado hacia el desarrollo de valores éticos; algunos ejemplos de
integración curricular, como los “módulos” y los proyectos longitudinales, y por último una
tendencia hacia la introducción de principios de flexibilidad, interdisciplinaridad e integración de
los currículos (145-146).
V. CONCLUSIONES
En esta sección final, resumiré el argumento central de este artículo. De lo dicho hasta ahora,
podría decirse que en Colombia la pedagogía ha ensombrecido al currículo como campo de
estudio. Los significados asociados al currículo por los educadores y los investigadores en
educación locales ha hecho difícil que ese concepto tenga una intervención primordial en la
comprensión y mejoramiento de la educación. Desde una ideología antiimperialista difusa, el
concepto de currículo ha sido considerado como una herramienta ideológica que desplaza el papel
de los docentes y traspasa el control de la educación a los intereses extranjeros mediante la
intervención de organismos estatales a su servicio.
33
Para comprender cómo sucedió esto, primero he presentado la historia educativa colombiana
organizada alrededor de cuatro enfoques curriculares: la escuela tradicional, la escuela activa o
nueva, el currículo técnico y el currículo crítico. Estos enfoques expresan los principales ideales
educativos de la sociedad colombiana en diferentes momentos históricos, aunque ninguno de ellos
se corresponde con el currículo establecido por la ley o el currículo aplicado en la mayoría de las
escuelas en ese momento.
La escuela activa fue la expresión de una pedagogía racional basada en el conocimiento de las
ciencias humanas utilizadas como un instrumento de resistencia frente al discurso tradicional. A
diferencia de la escuela católica, la escuela activa carecía de recursos tanto materiales como
culturales para derrotar al enfoque tradicional. Aunque fue el currículo oficial para la educación
básica hasta finales de los años cuarenta, encontró resistencia tanto por parte de las antiguas
autoridades locales como también de los padres que habitaban las áreas rurales, educados todos
ellos en un modelo autoritario de educación, por lo que no comprendían el acento en la autonomía
del individuo, los intereses del niño, la pregunta como base del aprendizaje, la experimentación y
la exploración de la naturaleza, etcétera.
El currículo técnico es introducido en Colombia alrededor de los años cincuenta, a partir de las
recomendaciones de las misiones internacionales. Incorporó al currículo un diseño instrumental y
la instrucción programada. Se puso primero en práctica en los establecimientos educativos no
formales y luego en la educación formal mediante el proyecto conocido como “renovación
curricular”, y se basó en los procedimientos de la tecnología educativa y el diseño instrumental.
Siguió la lógica de definir objetivos de comportamiento, actividades de enseñanza y aprendizaje, e
indicadores de evaluación para asegurar su cumplimiento. Desde entonces, el currículo ha estado
unido a esta racionalidad y es interpretado como una estrategia estatal para consolidar la
“taylorización de la educación”.
34
El “currículo crítico” es entendido en nuestro contexto como un enfoque pedagógico opuesto al
pensamiento curricular. Tanto investigadores como profesionales han creado una alianza para
oponer la idea de pedagogía —que personifica la sabiduría de los profesores sobre qué enseñar,
cómo enseñar y para qué— a la idea de currículo —que personifica el control tecnocrático de las
escuelas—. Esta oposición está en el núcleo del campo intelectual de la educación, del campo de la
pedagogía y del Movimiento Pedagógico Colombiano, que dirigen sus esfuerzos a reposicionar a
los profesores y la pedagogía en el centro del campo educativo y a resistirse al concepto de
currículo impuesto por el Gobierno.
Gracias a los esfuerzos del Movimiento Pedagógico Colombiano durante los primeros años de las
instituciones democráticas participativas establecidas por la Constitución de 1991, desde 1994
cada escuela tiene autonomía para definir su propio proyecto educativo institucional (PEI). El
Ministerio de Educación establece los estándares y lineamientos, pero no puede imponer un
currículo. No obstante, la falta de una comprensión curricular práctica y teórica, junto con la
debilidad del dialogo y la pobre deliberación democrática en las instituciones, convirtieron la
autonomía curricular casi en una utopía. La mayoría de las escuelas han adoptado los currículos de
las editoriales, los consultores u otras instituciones, y muchas continúan haciendo lo que ya hacían
antes de tener el poder de establecer sus propios currículos.
Cuando evalúo este estado de cosas en retrospectiva, puedo apreciar que los educadores han estado
en lo correcto en oponerse a los intentos gubernamentales de introducir un “currículo a prueba de
35
profesores”, pero se han equivocado al erradicar el currículo y el pensamiento curricular incluso de
los programas de preparación docente. Una sólida base en currículo y pedagogía permitiría a los
profesores apropiarse realmente del currículo como medio para desarrollar, experimentar,
investigar, mejorar, evaluar, modificar y adaptar las ideas curriculares. El alejar a los profesores
del pensamiento sobre el currículo solo los despoja de su capacidad de agencia y los deja a merced
de otros que son los que toman las decisiones sobre qué es importante enseñar, para qué fin y por
qué medios. Se supone que el conocimiento pedagógico tiene esa función, pero ha demostrado ser
insuficiente en la mayoría de los casos.
Ese pensamiento ideológico sobre el currículo ha hecho que en Colombia haya habido poco interés
por el currículo como campo de estudio, aunque hay varias iniciativas recientes que nos permiten
pensar que el campo está desarrollándose y asentándose. Así en años recientes hay una línea
prometedora de trabajo sobre enfoques curriculares alternativos, sobre todo en la educación
superior, aunque también en otros lugares. Parece que el concepto de currículo tiene un futuro
prometedor en los trabajos de docentes e investigadores orientados al desarrollo de formas
participativas de diseño curricular, currículos relevantes desde el punto de vista sociocultural,
currículos basados en proyectos y problemas, y la introducción de los principios de flexibilidad,
interdisciplinariedad e integración del currículo.
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