Padre Angel Peña - Ateos - Famosos - Convertidos 1
Padre Angel Peña - Ateos - Famosos - Convertidos 1
Padre Angel Peña - Ateos - Famosos - Convertidos 1
S. MILLÁN – 2020
1
ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN
Fedor Dostoievski.
León Tolstoi.
León Bloy.
Carlos de Foucauld.
Félix Leseur.
Wilibrordo Verkade.
Eva Lavallière.
Adolfo Retté.
Charles Nicolle.
Paul Claudel.
Alexis Carrel.
Nicolai Berdiaev.
Gilbert Keith Chesterton.
Henri Gheón.
Manuel Azaña.
Jacques Maritain.
Giovanni Papini.
Manuel García Morente.
Peter Van der Meer.
Dietrich von Hildebrand.
Edith Stein.
Dolores Ibárruri (La Pasionaria).
Guillermo Rovirosa.
Dorothy Day.
Clive Staples Lewis.
Regina García.
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
2
INTRODUCCIÓN
En una palabra, creer en Dios a nadie hace daño, sino todo lo contrario,
mientras que no creer en él, puede hacer mucho daño y hacer perder un tiempo
precioso para hacer el bien y ser al mismo tiempo más feliz en este mundo y en el
otro. Recordemos que en el cielo no todos serán igualmente felices, sino de
acuerdo a la capacidad de amar que hayan adquirido en esta tierra. Además todos
los ateos convertidos reconocen que había en sus vidas un vacío existencial que
los hacía infelices y buscaban desesperados cómo llenar este vacío y dar sentido
a su vida.
3
FEDOR DOSTOIEVSKY (1821-1881)
Y cuenta cómo le emocionó el detalle de una niña. Un día iba yo con otros
presidiarios por las calles de Omsk, cuando se me acercó una niña de unos diez
1
Sheen Fulton, La vida merece vivirse, Ed. Planeta, Barcelona, 1961, p. 70.
4
años y me dio una moneda diciéndome: Toma este kopeck en nombre de Cristo.
Afirma que guardó aquella moneda durante muchos años por la gran alegría que
le produjo el que alguien hubiera tenido un poco de amor y caridad para él, un
pobre y despreciado presidiario.
Escribió: Creo que no hay nada más santo, más profundo, más racional,
más valiente y más perfecto que Cristo y no solo no hay nada, sino que me digo a
mí mismo con un amor celoso que jamás podría haber algún otro. Es más, si
alguno pudiera probarme que Cristo está fuera de la verdad y, si la verdad
realmente excluyera a Cristo, preferiría quedarme con Cristo y no con la
verdad3.
Cuando fue liberado en 1854, ya era un creyente con una fe firme como la
manifiesta en sus novelas. Al salir liberado, tuvo que estar en el ejército de
soldado raso como parte de la condena.
En 1867 se casó con Saitkina. En 1868 tuvo una hija que murió a los tres
meses. Él murió en San Petersburgo el 9 de febrero de 1881. En su lápida
sepulcral escribieron siguiendo su deseo: En verdad, en verdad os digo que, si el
grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto (Jn 12,
24).
2
Ayllón José Ramón, Dios y los náufragos, Ed. Belacqua, Barcelona, 2004, p. 105.
3
Carta a Madame N.D. Fonnvisin en 1854.
5
LEÓN TOLSTOI (1828-1910)
Deseaba con toda mi alma ser bueno; pero era joven, tenía pasiones, y
estaba solo, completamente solo, en mi búsqueda del bien. Cada vez que trataba
de expresar mis deseos más íntimos, esto es, que quería ser moralmente bueno,
no encontraba más que desprecio y burlas; pero cuando me entregaba a las viles
pasiones, los demás me elogiaban y alentaban.
4
León Tolstoi, Confesión, cap. 1.
5
León Tolstoi, Confesión, Wroclaw (Polonia), 2017, cap. 2.
6
visión de una ejecución de pena de muerte me reveló la precariedad de mi
creencia en el progreso. Cuando vi desprenderse la cabeza del cuerpo de la
víctima, comprendí que ninguna teoría de la racionalidad de la existencia y del
progreso podía justificar un acto semejante... La muerte de mi hermano fue otro
caso que vino a probarme lo inadecuado de la superstición del progreso
respecto a la vida. Mi hermano, hombre inteligente, bueno y serio, cayó enfermo
siendo aún muy joven. Sufrió más de un año y murió en medio de tormentos sin
comprender por qué había vivido y menos aún por qué moría. No había teorías
que pudieran dar respuesta a esas preguntas, ni a las mías, ni a las suyas
durante su agonía lenta y dolorosa. Esos eran los pocos momentos de duda. En
realidad, continuaba profesando la fe en el progreso...
7
eran cuestiones pueriles ni estúpidas, sino las más importantes y profundas de la
vida y, en segundo, que por mucho que me empeñara no lograría responderlas.
Antes de ocuparme de mi hacienda de Samara, de la educación de mi hijo, de
escribir libros, debía saber por qué lo hacía. Mientras no supiera la razón, no
podía hacer nada. En medio de mis pensamientos sobre la administración de la
hacienda, que entonces me mantenían muy ocupado, una pregunta me vino de
repente a la cabeza: “Muy bien, tendrás miles de hectáreas en la provincia de
Samara y trescientos caballos, ¿y después qué?”. Y me sentía completamente
desconcertado, no sabía qué pensar. O bien, cuando empezaba a reflexionar
sobre la educación de mis hijos, me preguntaba: “¿Por qué?”. O bien,
meditando sobre cómo el pueblo podría llegar a alcanzar el bienestar, de
repente me preguntaba: “¿Y a mí qué me importa?”. O bien, pensando en la
gloria que me proporcionarían mis obras, me decía: “Muy bien, serás más
famoso que Gógol, Pushkin, Shakespeare, Molière, y todos los escritores del
mundo, ¿y después que?”. Y no podía responder nada, nada 6.
La idea del suicidio se me ocurrió con tanta naturalidad como antes las
ideas de mejorar mi vida. Esa idea era tan tentadora que tenía que emplear
ardides conmigo mismo para no llevarla a cabo demasiado apresuradamente. Y
he aquí que yo, un hombre feliz, saqué una cuerda de mi habitación, donde me
desvestía solo cada noche, para no colgarme de un travesaño que había entre los
armarios... Y dejé de ir de caza con la escopeta para que no me tentase ese
medio demasiado fácil de quitarme la vida. Yo mismo no sabía lo que quería: me
daba miedo la vida y luchaba por desembarazarme de ella y, al mismo tiempo,
esperaba algo de ella.
6
Ib. cap. 3.
8
reconociera la existencia de ningún alguien que me hubiera creado, esa noción
según la cual “alguien” se habría burlado de mí de manera cruel y estúpida
trayéndome al mundo era, para mí, la más natural.
Me imaginaba sin querer que allí, en alguna parte, estaba ese “alguien”
que se divertía al ver que yo, después de pasar treinta o cuarenta años
aprendiendo, desarrollándome, creciendo en cuerpo y espíritu, había alcanzado
ahora la madurez de mi intelecto, había llegado ahora a esa cima de la vida
desde la cual ésta se revela por completo, sólo para permanecer allí plantado
como un estúpido, comprendiendo con claridad que no hay nada en la vida, que
nunca lo había habido y que nunca lo habrá. “Y ese alguien se ríe...”.
Pero tanto si hay alguien que se ríe de mí como si no, eso no me hace las
cosas más fáciles. No podía dar un sentido racional a ningún acto de mi vida por
separado ni a mi vida en conjunto. Lo único que me sorprendía era cómo no lo
había comprendido desde el principio. Hacía tanto tiempo que era de dominio
público. Si no es hoy será mañana cuando lleguen las enfermedades y la muerte
(de hecho ya se están aproximando) para los seres queridos, para mí, y no
quedará nada, salvo pestilencia y gusanos. Mis acciones, sean las que sean,
tarde o temprano caerán en el olvido, y yo ya no existiré. ¿A qué viene afanarse,
pues? ¿Cómo puede una persona vivir y no darse cuenta? ¡Eso es lo
sorprendente! Sólo se puede vivir mientras dura la embriaguez de la vida, pero
cuando uno se quita la borrachera es imposible no ver que todo es un engaño,
¡un engaño estúpido! Lo cierto es que no hay en ello nada gracioso ni ingenioso;
sólo es cruel y estúpido.
9
esa miel que antes me consolaba; pero esa miel ahora no me da placer, y,
entretanto, el ratón blanco y el negro roen noche y día la rama de la que cuelgo.
Veo claramente el dragón, y la miel ya no me parece dulce. No veo más que una
cosa: el ineludible dragón y los ratones, y no puedo apartar la vista de ellos. Y
esto no es una fábula, sino la auténtica, la incontestable, la inteligible verdad
para todos.
7
Ib. cap. 4.
10
Busqué en las ciencias y no sólo no hallé nada, sino que me convencí de
que todos lo que como yo habían buscado en la ciencia tampoco habían
conseguido dar con nada. Y no sólo no habían encontrado nada, sino que
reconocieron con claridad lo mismo que a mí me había llevado a la
desesperación: que el único conocimiento absoluto accesible al hombre era la
absurdidad de la vida.
8
Ib. cap. 5.
9
Ib. cap. 6.
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habían ocultado las enfermedades, se detiene y pregunta qué es eso. Y cuando se
entera de que eso es la enfermedad, a la cual todos los hombres están expuestos,
y de que, también el príncipe sano y feliz, puede caer enfermo desde mañana
mismo, siente de nuevo que le faltan ánimos para alegrarse, da la orden de
volver a casa y vuelve a buscar la tranquilidad; sin duda, la encuentra, puesto
que, por tercera vez, sale a pasear; pero también esta vez le aguarda un nuevo
espectáculo: ve que están transportando algo. “¿Qué es eso?”. “Un hombre
muerto”. “¿Qué quiere decir muerto?”, pregunta el príncipe. Le explican que
estar muerto significa convertirse en lo que se ha convertido ese hombre. El
príncipe se acerca al muerto, lo descubre y lo mira. “¿Qué será de él ahora?”,
pregunta el príncipe. Y le dicen que lo enterrarán.
Estudie los textos del budismo y del mahometismo y, sobre todo, los del
cristianismo y las vidas de los cristianos que me rodeaban. Entre los cristianos
de mi propia clase (cultos, inteligentes, teólogos etc.), cuanto más
detalladamente me exponían su fe, con más claridad veía su error y más veía
perdidas todas las esperanzas de encontrar en su fe un sentido a mi vida.
10
Ib. cap. 6.
12
de nuestra clase, una muerte tormentosa, intranquila e infeliz es una excepción
rarísima en el pueblo. Y la mayor parte de ese pueblo, aun cuando está privada
de todo aquello que para mí y para Salomón constituye el único bien de la vida,
goza de la felicidad más profunda. Miré a mi alrededor, en un radio más
extenso. Examiné las vidas de multitudes de hombres que habían vivido en el
pasado y que todavía vivían. Y vi que los que habían comprendido el sentido de
la vida, que sabían vivir y morir, no eran dos, ni tres, ni diez, sino cientos, miles,
millones. Y todos, infinitamente diversos por su carácter, su inteligencia, su
educación, su condición, todos conocían el sentido de la vida y de la muerte de
la misma manera, en completa oposición a mi ignorancia. Trabajaban
tranquilos, soportaban privaciones y sufrimientos, vivían y morían, y en todo eso
veían, no la vanidad, sino el bien.
11
Ib. cap. 10.
12
Ib. cap 11
13
Recordé que solo vivía en los momentos en que creía en Dios. Ahora,
exactamente igual que antes, me decía: para que yo viva me basta con saber que
Él existe; me bastaría olvidarlo, dejar de creer en Él, para morir. ¿Qué son esos
renacimientos y esas agonías? Está claro que no vivo cuando pierdo la fe en Su
existencia; y que me habría matado hace mucho tiempo si no tuviera la vaga
esperanza de encontrarle. Sólo vivo verdaderamente cuando le siento y le busco.
“Entonces, ¿qué sigo buscando todavía?”, gritaba una voz dentro de mí. A Él, a
Aquel sin el cual es imposible vivir. Conocer a Dios y vivir son la misma cosa: Él
es la vida.
Y con más fuerza que nunca una luz brilló dentro de mí y alrededor de mí,
y esa luz no me ha abandonado desde entonces. Y de ese modo me salvé del
suicidio. Sería incapaz de decir cuándo y cómo se produjo esa transformación en
mí. De la misma manera gradual e imperceptible que la fuerza de la vida se
había ido destruyendo en mí, conduciéndome a la imposibilidad de vivir, a la
necesidad del suicidio, recuperé la fuerza de la vida. Y lo extraño es que la
fuerza de la vida que volvía a mí no era nueva, sino la más antigua; era la
misma fuerza que me había guiado al principio de mi existencia. En esencia
volví a las cosas que habían formado parte de mi infancia y de mi juventud.
Volví a la fe en aquella voluntad que me había engendrado y que quería algo de
mí; volví a la idea de que el principal y único objetivo de mi vida era ser mejor,
es decir, vivir conforme a esa voluntad. Volví a la convicción de que podía
encontrar la expresión de esa voluntad en lo que la humanidad había elaborado
hacía mucho tiempo para su propia guía. En otras palabras, volví a la fe en
Dios, en el perfeccionamiento moral, y a aquella tradición que le había dado un
sentido a la existencia. La única diferencia era que antes había aceptado todo
eso inconscientemente, mientras que ahora sabía que no podía vivir sin ello 13.
13
Ib. cap. 12.
14
práctica un ateo más y en París adquirió malos hábitos: pereza, despilfarro,
aventuras con mujeres. No tenía sentido del pecado.
Se hizo amigo de Barbey d´Aurevilly. Él, aunque no era ningun santo, iba
a misa los domingos y tenía fe. Con su ayuda, ejemplo y explicaciones de la fe,
Bloy comenzó a darse cuenta de que tenía muchos prejuicios contra la Iglesia y
la religión. Después de un año de conversar con d´Aurevilly, dio el paso
definitivo y el día 19 de junio de 1869 se confesó y regresó firmemente a la
Iglesia, que había abandonado muchos años antes. Quiso entrar en una Orden
religiosa y concretamente en los benedictinos, pero encontró a Ana Warfa Roulé,
que había sido una mujer pública. Hizo esfuerzos para librarse de ella, pero tenía
caídas y recaídas. Por fin, Ana María se convirtió en una fervorosa católica y le
ayudó en su fe.
Se hizo escritor, aunque era muy criticado por sus métodos rudos y
palabras groseras. Felizmente para él, encontró un día la danesa Juana Molbech,
que se enamoró de él. Ella era luterana. Se hizo católica y fue una gran ayuda
para él en sus momentos de tristeza. Comenzó a ir a misa todos los días con ella
y comulgaban juntos. Como escritor, se ganaba la vida con las justas, apenas
ganaba para él, su esposa y sus cuatro hijos.
14
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Studium, Madrid, 1961, p. 194.
15
Ib. p. 88.
15
16
puro, es necesario rezar para tener la fuerza que nos permita esperar . No
existe el azar, porque el azar es la providencia de los imbéciles 17.
No hay más que una tristeza, la de no ser santos. Para las gentes del
vecindario somos (yo y mi esposa) de los que van a misa, como si dijeran: los
que han estado en la cárcel (24-7-1914).
Influyó en que muchos se hicieran católicos con sus críticas y también con
sus ideas de rectitud, a veces exageradas sobre cómo vivir la fe de verdad sin
medias tintas. Fueron ahijados espirituales suyos, pues influyó mucho en su
conversión: Jacques Maritain y Van der Meer.
Mayor de dos hermanos (su hermana María nacería tres años después),
vivió una infancia accidentada. Era hijo de familia aristocrática, con muchos
medios económicos; pero pronto conoció la desgracia, al quedarse huérfano de
padre y madre. Tenía tan sólo cinco años.
16
Ib. p. 106.
17
Ib. p. 108.
16
La tutela de los niños pasó al bondadoso abuelo, que rodeaba a sus nietos
de cariño, pero también les consentía toda clase de caprichos. Sobre todo, a
Carlos, cuyo semblante y vivacidad le recordaba constantemente a su hija. De
ello se aprovechaba el muchacho, que conseguía del abuelo todo lo que quería.
María Moitessier llegó a ser una mujer excepcional, muy cristiana, que
supo estar siempre cerca de Carlos, tanto en sus años de extravío como,
posteriormente, en los de vida religiosa.
Con catorce años, Carlos, que cursaba ya quinto, leía todo lo que caía en
sus manos. Su cultura se iba ampliando; pero, tal vez por falta de orientación y
acompañamiento, su fe también iba naufragando. El ambiente social, escéptico e
irreligioso, nada le ayudaba. Por otra parte, le asaltaban toda clase de dudas, y
así fue como terminó por caer en la increencia más absoluta. La fe de los suyos
ya no le servía.
17
especialmente de la fe católica, varios de cuyos dogmas, a mi entender,
chocaban con la razón.
Dos años antes de la muerte del señor Morlet, en junio de 1876, Foucauld
se presentó a un examen escrito, para entrar en la célebre Academia de Oficiales
de Saint-Cyr, fundada nada menos que por Napoleón I. Entre cuatrocientos doce
alumnos, aprobó con el número ochenta y dos. Así fue como, el 30 de octubre,
ingresó en la Academia de Saint-Cyr. Había cumplido dieciocho años.
18
Carta del 14-8-1901.
18
Nada tiene de extraño que, encumbrado en este tren de vida, al joven
vizconde le pesara, cada vez más, la milicia, la disciplina y monotonía de las
marchas. Así que buscó una salida fácil y la encontró en la organización de una
fiesta tras otra. En una inspección, llevada a cabo un año después de su llegada
a Saumur, en octubre de 1879, el comandante segundo de la Escuela anotaba en
su cuaderno: “Espíritu poco militar; no tiene en grado suficiente el sentimiento
del deber…” Por su parte, el inspector general certificaba: “Tiene distinción; ha
sido bien educado. Pero tiene la cabeza ligera, y no piensa más que en
divertirse”.
Una mujer, una tal Mimí (de la que se sabe muy poco), le acompañaba de
un sitio para otro. Sus superiores le recriminaban. Pero él no hacía ningún caso.
Ello le acarreaba serios avisos y sanciones ininterrumpidas. “De noviembre de
1880 a enero de 1881 pasó la mayoría del tiempo en el calabozo”. Cuando
cumplía sus arrestos y salía del encierro, le seguía acompañando siempre su
amante. Llegó a hacer pública, en una fiesta, su unión con la joven Mimí.
19
En mayo de 1881 tuvo lugar la insurrección de Bou Amama, en el sur de
Orán. Informado del lance, al joven Foucauld le ardía por dentro el sentimiento
de aventura. Por fin, ocurría algo excitante, más allá de lo ordinario y tedioso de
la vida diaria. Sus antiguos compañeros luchaban con bravura. ¿Qué hacia él en
Évian, lejos de toda responsabilidad?
19
Six J. F., Itinerario espiritual, Herder, Barcelona, 1978, p. 33.
20
Ibídem.
20
En marzo de 1885 estaba en Argelia y exploró algunos lugares. En
noviembre, con un destacamento militar, se dirigió a El Golea, un oasis que dista
de Argel más de 1.000 Kms. Allí instaló un palomar de palomas mensajeras. A
comienzos de 1886 estaba en Gabes de donde fue a Francia. En París se instaló
en un apartamento a lo árabe, vestía como ellos con una chilaba o túnica larga, y
dormía en el suelo sobre una alfombra. Allí encontró a Dios. Allí, a fines de
octubre de 1886, le esperaba Jesús con los brazos abiertos para regalarle el don
inestimable de la fe y darle la verdadera alegría de la vida. Tenía entonces 28
años.
21
Foucauld, Lettres a Henry de Castries, Paris, 1938, pp. 96-97.
21
Pasó siete años de vida cisterciense en la Trapa, pero descubrió que no era
ese el sitio que buscaba. Entonces fue cuando sintió el deseo de fundar una
Congregación conforme a sus deseos de vida semejante a la de Jesús. El padre
Huvelin le aconsejó esperar y tener prudencia. Él, mientras tanto, escribió el
proyecto de lo que sería su Congregación, a la que llamaría Ermitaños del
Corazón de Jesús.
22
Ibídem.
22
De febrero a marzo de 1908 tuvo una grave enfermedad y eso le hizo
sentir el deseo apremiante de fundar cuanto antes la deseada Congregación. El 6
de marzo, Monseñor Bonnet, el obispo del lugar, aprobó los estatutos de la Unión
de hermanos y hermanas del Corazón de Jesús (laicos evangelizadores). Hizo
algunos viajes a Francia para buscar compañeros. El 28 de abril de 1912 fue
buscando apoyo y consejo para su fundación.
23
Seix, Vida de Charles de Foucalud, pp. 287-288.
23
canonización. Es famosa su oración del abandono: Padre mío, me abandono a Ti.
Haz de mí lo que Tú quieras, sea lo que sea lo aceptó todo y te doy gracias, con
tal que tú voluntad se cumpla en mí y en todas las criaturas. No deseo nada más,
Padre. Pongo mi vida en tus manos. Te la doy con todo el amor de mi corazón,
porque te amo y confío en ti, porque tú eres mi Padre.
24
Ib. p. 255.
24
donde reencontró su oficina después de varios años de ausencia. Cuando el
ejército alemán invadió Francia desde Bélgica y llegó a 40 kilómetros de París
comenzó un largo éxodo de parisinos que salían de París y llenaban todos los
caminos de salida.
Los trenes iban llenos y era demasiado peligroso transportar tal cantidad
de plata. Era indispensable tomar un taxi que la compañía le había reservado
para esa delicada misión. Lo que nadie había previsto es que todos los taxis de
París habían sido requisados por el mariscal Joffre para transportar las tropas
al frente del Marne. Imposible viajar en taxi. Se debía conseguir un alquiler
privado para suplir la falta de taxis. Félix consiguió primero un permiso de
circulación, consiguió un alquiler que le habían recomendado para el 31 de
agosto a las 7 a.m. Él preparó con sumo cuidado su gruesa valija en la que
llevaba los títulos y los billetes de banco y además el Journal de Elisabeth del
que no quería separarse.
Apenas a pocos kms. de salir de París parecía que el viaje iba a ser
imposible. Había miles y miles de parisinos a pie o en vehículos en las
25
carreteras. El pánico de las personas era evidente. Hasta Orleans ellos pudieron
sortear una inmensa columna humana desorganizada. Al llegar a Vierzon el
chofer renunció a seguir adelante y los dejó en la estaci6n del tren. Por suerte
un tren salía para Bordeaux a medianoche. La espera fue larga y cuando llegó el
tren observó que estaba lleno. La gente llenaba los compartimentos y
corredores, llenos de pasajeros de pie, sentados o acostados en el suelo. Era
imposible avanzar. Por fin pudo conseguir un pequeño sitio en el vagón de
equipajes cuando ya el tren estaba por salir. En un rincón había un grueso baúl
en el que pudo sentarse. Él se aferró a su valija teniéndola sujeta sobre las
rodillas, pues no se atrevía a ponerla en el suelo.
26
recogimiento. Pero yo me sentía acompañado por Elisabeth aunque invisible.
Ella me dirigía y me conducía a Dios...
Un día su amigo Gabriel Thomas le saca una cita con el padre Janvier,
dominico, para un martes a las 10 a.m. El padre le aclaró muchas dudas sobre
la religión que golpeaban todavía su mente. Tuvo muchos encuentros posteriores
y poco a poco se aclaró y su fe se fue afirmando más y más hasta que llegó el día
de la confesión y comunión. Él se acordaba de la frase de Elisabeth: “Tú
vendrás a encontrarme, yo lo sé”.
25
Chovelon Bernadette, Elisabeth et Félix Leseur, Ed. Artège, París, 2015, pp. 261-272
26
Ed. L´arbalete y citado por L´abbe Gastón, Lourdes, Ed. Fleurus, 1958, pp. 101-108
27
ir Roma con él, que tiene que dar Ejercicios espirituales a los estudiantes de la
universidad Angelicum de los dominicos. Allí conoce al padre Garrigou
Lagrange y otros famosos profesores dominicos. Le obtiene una audiencia
privada con el Papa Benedicto XV y asiste con el padre Janvier. Le entrega al
Papa el Journal de Elisabeth y le dice que es terciario dominico. El Papa se
alegra y le dice: “Yo también, somos hermanos”.
27
Elisabeth et Felix Leseur, o. c., p. 307.
28
intercesión para que en un día no lejano podamos verla en los altares para gloria
de Dios y bien de los creyentes.
Pero en su corazón había un vacío que quería llenar. Nos dice: Siempre la
naturaleza ha ejercido en mí una influencia pacificadora y purificante. En la
soledad y el silencio, el resplandor de la belleza que me rodeaba me hacía
sentirme otro hombre 28.
Un día de lluvia pasó cerca del caballete de pintor, donde había colocado
un gran paraguas para protegerse de la lluvia, un desconocido se acercó y le
contó que, lleno de cólera, había hecho añicos el mobiliario del dueño de un
cabaret. Quizás la policía lo estaba buscando. Y le dijo: Dios castiga el mal ya en
este mundo. Verkade le respondió: ¿Cree usted que hay Dios? El otro le
contestó: Cuando tenía 17 años dudé muchas veces, pero ahora estoy cierto de
que hay un Dios. Esto impresionó a Verkade.
En Huelgoat asistió por primera vez a una misa. Al Santo, dice él, todos
se arrodillaron: ¿Cómo? ¿Yo arrodillarme? Mi orgullo protestaba con todas sus
fuerzas contra semejante humillación. Pero yo estaba allí en pie sobresaliendo
entre todos; no podía hacer otra cosa y me arrodillé como los demás. Cuando
28
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, 1961, p. 90.
29
Ib. p. 94.
29
los hombres se levantaron, también yo me levanté. Pero, al levantarme, algo
había cambiado en mí. Era ya católico a medias, pues mi orgullo se había
quebrantado. Me había arrodillado... Después de unos meses de lucha interior,
estando en el pueblecito de Saint-Nolff asistía con frecuencia a misa y leía el
Nuevo Testamento. Pensaba: “Si me hago cristiano, entonces lo seré de verdad y
de verdad para mí quiere decir ser católico” 30.
Quiso entrar primero en los Cartujos, pero después se decidió por los
benedictinos de la abadía de Beuron, donde había un grupo de pintores, que, bajo
la dirección del padre Desiderio Lenz, trabajaban desde hacía varios meses en el
decorado de la abadía. Como él era pintor, se entusiasmó con esa idea de pintar y
entró en el monasterio. Su nombre era fray Wilbrordo. El 20 de agosto de 1902
recibía la ordenación sacerdotal y después de la guerra de 1914 ocupó varios
cargos importantes en la abadía como el de hospedero, para recibir a las personas
que querían visitar el monasterio. Murió el 19 de julio de 1946, lleno de méritos
y con la alegría de haber encontrado la paz y la vocación de su vida en ese
monasterio benedictino.
Eva fue criada por una nodriza campesina y, a veces, a falta de leche, le
daban vino. Terminada la etapa de lactancia, fue devuelta a sus padres. Pero su
hogar era un infierno. Su padre no sabía comportarse y pasaba mucho tiempo en
el bar bebiendo y jugando y, cuando llegaba a casa, todo eran gritos y amenazas.
Dice Eva: Temblábamos todos como hojas, pero yo no me encontraba mejor en
su ausencia. No me atrevía ni a moverme de mi sillita 31.
30
Convertidos del siglo XX, vol I, o.c., pp. 93-94.
31
Englebert, Vida y conversión de Eva Lavallière, Buenos Aires, 1946, p. 17.
30
En su escuela le quitó a una compañera su peineta para evitar un castigo
en su casa, porque la suya se había roto, pero la descubrieron y quedó con el
título de ladrona. Un día su padre le pegó mucho a su madre y esta decidió irse
con su hija a Perpignan. Su padre fue a buscarlas y se quedó en Perpignan, donde
encontró trabajo en una sastrería.
Sus padres regresaron a Toulon, pero continuaron las peleas hasta que un
día de 1882, madre e hija, cansadas de tantos problemas, decidieron huir de la
casa y marcharse de nuevo a Perpignan. El papá fue a buscarlas y escribió una
carta de reconciliación. Su madre quitó la denuncia hecha ante el fiscal.
31
Habló con el director de la compañía y fue recibida. Así descubrió su vocación
de actriz y tomó el nombre de Eva Lavallière. Al principio solo hacía papeles
secundarios, pero poco a poco fue reconocida su valía. Un día se le presentó el
marqués de la Vall, que se ofreció a ser su protector como padre adoptivo. Él
tenía mucho dinero y Eva aceptó, porque así tendría a alguien que se preocuparía
por ella y la rodearía de atenciones, joyas y dinero.
En 1898 Eva descubrió que Fernando tenía otros amores y no le era fiel y
se alejó de él. Con el tiempo se reconciliaron, pero ella nunca quiso volver a
unirse a él.
Esa soledad interior la llevó a intentar suicidarse tres veces, pero Dios
velaba sus pasos. Otro suceso que le impactó mucho fue la muerte de Fernando
Samuel, el único hombre al que ella había querido de verdad. Lloró y se sintió
más sola. Por otra parte, su hija Juana la tenía muy preocupada. Vivía en París
llevando una vida muy desarreglada con el dinero que le daba su madre. Además
tenía un grave problema de definición de su sexo. En algunas oportunidades se
vestía de hombre y decía que se llamaba Juan Samuel.
32
En 1915 conoció a una joven de 22 años de origen belga, Leona Delbec,
que fue su compañera fiel hasta el día de su muerte. En 1917 en el mes de junio,
fue su conversión. Había alquilado un castillo deshabitado en Chanceaux y fue a
visitar al sacerdote Augusto Chasteigner, que era el administrador del inmueble
por encargo del padre de las dos hijas del propietario, que había muerto
recientemente y tenía a cargo las dos hijas menores herederas. Este sacerdote era
un hombre sencillo y entregado totalmente al servicio de su pueblo. Acordaron
en pagar 800 francos al mes y Eva y Leona comenzaron a arreglar el castillo y a
vivir en él. Allí las dos empezaron a asistir a misa todos los domingos. Eva
conversaba habitualmente con el sacerdote y le confió todos los sucesos
principales de su vida, incluidas sus asistencias a sesiones espiritistas,
invocaciones a Lucifer, etc.
Durante tres años vivieron en una casa alquilada en Lourdes cerca del
santuario de la Virgen. Llevaban una vida austera. Se levantaban a los seis menos
cuarto de la mañana. Rezaban mucho, visitaban la gruta de la Virgen y asistían a
la misa y a la adoración del Santísimo. Durante el día leían algunos libros
interesantes y trataban de hacer el bien a algunas personas de la casa en que
vivían, que era un asilo para ancianas, dirigido por unas religiosas. Como tenía
mucho dinero y recibía algunas remesas de antiguos protectores millonarios,
distribuía el dinero para ayudar a conventos necesitados de religiosas o para
reparar Iglesias o para gente necesitada.
33
Un acontecimiento importante en su vida fue conocer al obispo Monseñor
Lemaitre, vicario apostólico del Sudán, que durante cinco años dirigió sus
caminos como director espiritual. Él las tomó a las dos como hijas espirituales.
Las animó a que fueran a Túnez como enfermeras y con la tarea de ayudar a las
mujeres del lugar. El 19 de septiembre de 1920 Eva entró a formar parte de la
tercera Orden franciscana con el nombre de Eva María del Corazón de Jesús.
En 1924 Eva decidió ceder todos sus bienes a una obra misionera. Dirigió
desde Túnez una carta al administrador de negocios, señor Marsal, gestor del
dinero de Eva, quien envió a Eva 387.000 francos y un paquete de títulos. Eva
vivía con una renta mensual de 2.500 francos. Ese mismo año 1924 tuvo que
regresar a París. Su hija Juana estaba muy triste por ciertos acontecimientos.
Vivían las tres juntas. Juana hacía trabajos manuales, cuidaba los enfermos y
frecuentaba los sacramentos.
Eva sufrió mucho los últimos cinco años de su vida. Algunos malévolos
indicaron que era adicta a las drogas. El doctor Crosjean tuvo que desmentir esta
supuesta adicción a la morfina y dijo: Afirmo haber tenido que calmar en varias
ocasiones sus escrúpulos a ese respecto, ordenándole que se sometiera simple y
dócilmente a mis prescripciones, que en su caso particular no podían dejar de
incluir el empleo corriente de una dosis muy moderada de ese opiáceo. Lo
mismo tuvo que hacer el padre Gaffront suscribiendo el certificado del doctor
Grosjean.
34
egipcia: Vos, que me habéis creado, tened piedad de mí. Murió en la casa de
Betania en Thuillières.
32
Comastri Angelo, Dov'è il tuo Dio?, Ed. San Paolo, Milano, 2003, p. 12.
33
Adolfo Retté, Del diablo a Dios, Ed. Gairmendia Aguirreche, Irún, 1908, pp. 68-69.
34
Ib. p. 71.
35
Ib. p. 73.
36
Ib. p. 77.
35
teatro y los sonetos de Shakespeare, Baudelaire, Balzac y los versos de Víctor
Hugo y alguno que otro de los contemporáneos 37.
37
Ib. p. 83.
38
Ib. pp. 88-89.
39
Ib. pp. 90-91.
40
Ib. 110- 113.
36
Y me dije: La Iglesia debe poseer la verdad consoladora y salvadora. Y si
la posee, es que Dios existe... Mi alma se explayaba y comprendí que era
menester dar gracias. Me arrodillé sobre una piedra musgosa y, por vez primera
desde hacía 15 años, recé: “Dios mío, puesto que Vos existís, ayudadme. Ved
que soy un hombre de buena voluntad, que solo quiere obedeceros. Asistidme,
instruidme, iluminadme” 41.
41
Ib. pp. 116-117.
42
Ib. pp. 131-132.
43
Ib. p. 135.
44
Ib. p. 185.
45
Ib. p. 186.
37
realizarlo. En un momento dado hasta casi se suicida para liberarse de ese
sentimiento de tristeza. Había en su interior como una lucha a muerte entre el
diablo y Dios. Por fin, antes de cometer semejante error y pecado, sintió una voz
celestial en su corazón y dijo emocionado: Dios. Aquí está Dios. Cayó de rodillas
y dijo gritando: Gracias, Dios mío. Y refiere: En ese mismo instante creí ver
dentro de mí mismo la imagen de nuestro Señor Jesucristo crucificado, que me
sonreía con una expresión de inefable misericordia. Me entró en el alma una paz
completa. Tuve la profunda sensación de que todas las fuerzas malas que me
habían atacado, se habían retirado y cuanto más ellas se alejaban, mayor era la
luz que me inundaba 46.
Puedo decir que los placeres más refinados de los sentidos ni aún los
triunfos intelectuales, que proporcionan el arte y la poesía, tienen nada que ver
comparados con este éxtasis en que el alma, al unirse a su Dios, se funde por
completo 48.
46
Ib. p. 232.
47
Ib. pp. 267-268.
48
Ib. pp. 271-272.
49
Ib. pp. 276-277.
38
Su amor a la Virgen María fue extraordinario y sobre él habla mucho en
su libro Milagros de Lourdes.
Sobre este tema y otros habló con el sabio misionero el padre Delattre.
Hizo varios viajes a Túnez para ir a conversar con este sacerdote. Su
pensamiento iba evolucionando positivamente. Escribió: La Iglesia católica
exige la adhesión total y no tolera el más pequeño atentado a la disciplina. Es
lógica y sin esta actitud, que algunos de sus miembros lamentan, hubiera habido
desde hace mucho tiempo una dislocación de la sociedad de los fieles y
dispersión. La religión católica se hubiese convertido en práctica individual. Así
ha permanecido en lo que era: aparentemente de exigente disciplina, más fácil
en el fondo, incoherente y contradictoria algunas veces, mística para los
privilegiados y entusiastas,
50
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Studium, Madrid, 1961, p.76.
51
Ib. p. 79.
39
Por estos rasgos toca a la vez la tierra y los cielos. Es la imagen de nuestra
alma humana: física e imaginativa a la vez. Si yo tuviese que buscar un refugio
se lo pediría a ella ya que me reconozco a mí mismo en estos rasgos. Es natural
que indique este socorro a mis hermanos de inquietud 52.
Por una carta del padre Le Portois a Monseñor Lemaitre del 22 de agosto
de 1935 sabemos que unos días más tarde deseó recibir los últimos sacramentos
de la Iglesia católica. Quiso que estuviera presente toda su familia en aquella
ceremonia de reconciliación con la Iglesia, ceremonia muy emocionante en su
sencillez. El padre Portois dijo: No ha sido difícil encontrar, bajo la ceniza de
sus preocupaciones científicas, el rescoldo de fe sobrenatural depositado por su
madre, de profundos sentimientos religiosos 53.
52
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, 1961, pp. 82-83.
53
Ib. p. 83.
40
diferentes países del mundo. Durante su juventud, estaba totalmente impregnado
del materialismo dominante y solamente creía en la ciencia. Vivió en la
oscuridad de la falta de fe, creyendo que el universo era gobernado por leyes
perfectamente inflexibles y automáticas. Pero en 1886 tuvo lugar el
acontecimiento clave de su vida. Él mismo lo narra, veintisiete años después en
su libro “Mi conversión”: Así era el desgraciado muchacho que el 25 de
diciembre de 1886 fue a Notre Dame (Nuestra Señora) de París para asistir a los
oficios de Navidad. Entonces, empezaba a escribir y me parecía que en las
ceremonias católicas, consideradas con un diletantismo superior, encontraría un
estimulante apropiado y la materia para algunos ejercicios decadentes.
41
de un tirón, le hubieran arrancado de golpe la piel para plantarla en otro cuerpo
extraño, en medio de un mundo desconocido. Lo que para mis opiniones y para
mis gustos era lo más repugnante, resultaba, sin embargo, lo verdadero, aquello
a lo que, de buen o mal grado, tenía que acomodarme. Al menos, no sería sin
que yo tratara de oponer toda la resistencia posible. Esta resistencia duró cuatro
años. Me atrevo a decir que realicé una defensa valiente. Y la lucha fue leal y
completa. Nada se omitió. Utilicé todos los medios de resistencia imaginables y
tuve que abandonar una tras otra las armas que de nada me servían. Ésta fue la
gran crisis de mi existencia, esta agonía del pensamiento sobre la que Arthur
Rimbaud escribió: “El combate espiritual es tan brutal como las batallas entre
los hombres”.
Sí, era a mí, a Paul, entre todos, a quien se dirigía y prometía su amor.
Pero, al mismo tiempo, si yo no le seguía, no me dejaba otra alternativa que la
condenación. Ah, no necesitaba que nadie me explicara qué era el infierno, pues
en él había pasado yo mi “temporada”. Esas pocas horas bastaron para
enseñarme que el infierno está allí, donde no está Jesucristo. ¿Y qué me
importaba el resto del mundo, después de este ser nuevo y prodigioso que
acababa de revelárseme?
42
Pasaba los domingos y muchos días de entre semana en la iglesia de nuestra
Señora... No acababa de saciarme del espectáculo de la santa misa y cada una
de las acciones del sacerdote se imprimía en mi espíritu y corazón... ¡Cómo
envidiaba a los cristianos que iban a comulgar!
54
Ma conversion, en Les Temoins de la revista Renouveau Catholique de Th. Mainage, pp. 63-71.
55
Alexis Carrel, Viaje a Lourdes, Ed. Iberia, Barcelona, 1957, p. 57.
43
Al llegar los enfermos al hospital, Lerrac se acercó a la cama que
ocupaba una joven enferma de peritonitis tuberculosa... María Ferrand (su
verdadero nombre era María Bailly) tenía las costillas marcadas en la piel y el
vientre hinchado. La tumefacción era casi uniforme, pero algo más voluminosa
hacia el lado izquierdo. El vientre parecía distendido por materias duras y, en el
centro, notábase una parte más depresible llena de líquido. Era la forma clásica
de la peritonitis tuberculosa... El padre y la madre de esta joven murieron
tísicos; ella escupe sangre desde la edad de quince años; y a los dieciocho
contrajo una pleuresía tuberculosa y le sacaron dos litros y medio de líquido del
costado izquierdo; después tuvo cavernas pulmonares y, por último, desde hace
ocho meses sufre esta peritonitis tuberculosa. Se encuentra en el último período
de caquexia. El corazón late sin orden ni concierto. Morirá pronto, puede vivir
tal vez unos días, pero está sentenciada 56.
56
Ib. p. 50.
57
Ib. p. 60-61.
44
Quedóse mudo de asombro. La transformación era prodigiosa. La joven,
vistiendo una camisa blanca, se hallaba sentada en la cama. Los ojos brillaban
en su rostro, gris y demacrado aún, pero móvil y vibrante, con un color rosado
en las mejillas. Las comisuras de sus labios en reposo, conservaban todavía un
pliegue doloroso, impronta de tantos años de sufrimientos, pero de toda su
persona emanaba una indefinible sensación de calma, que irradiando en torno
suyo, iluminaba de alegría la triste sala.
58
Ib. pp. 64-66.
59
Ib. pp. 79-80.
45
Todavía no se convirtió a pesar del milagro realizado ante su vista, pero
fue una preparación remota. Fueron necesarios muchos años y mucha
investigación y muchos sufrimientos para llegar a la libertad del espíritu y a la fe.
60
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, 1961, p. 169.
46
respeto, de la reverencia, de la adoración de Dios. Lo amaba por encima de todo
y lo prefería a todo .61
61
Ib. p. 171.
62
Ib. p. 170.
47
tal ocasión. Aquello fue también mi verdadera conversión, la más intensa de mi
vida, conversión a la búsqueda de la verdad, que, por lo mismo, constituía la fe
en la existencia de la verdad. La búsqueda de la verdad y del sentido la oponía
yo a la vulgaridad cotidiana y a la insulsez de la realidad 63.
Primero quiere conocer a toda costa la verdad para que su vida tenga
verdadero sentido. Después, pensando que estaba metido en la nueva ideología
del marxismo leninismo, que promovía el partido comunista instalado en el
poder, se convirtió en un convencido promotor de esta ideología, pensando que
en la justicia social, que tanto se proclamaba, estaba la paz y unidad de todos los
hombres. Era un convencimiento, no solo teórico sino también espiritual, en la
medida en que creía encontrar en el comunismo la verdad y el sentido de su vida.
63
Berdiaev Nicolai, Autobiografía espiritual, Barcelona, Miracle, 1957, p. 88 ss.
64
Ib. p. 212ss.
48
Berdiaev dice: Al oír a aquella gente hablar así de Cristo comprendí que
sería muy difícil para mí el hacerlo. ¿Qué podía decirse en aquel ambiente
caldeado por las pasiones ante unas personas de tan menguada preparación
intelectual? Hice un gran esfuerzo, reuní todas mis fuerzas y pedí la palabra. En
aquellos instantes sentí una gran inspiración y hablé con la mayor elocuencia de
toda mi vida. Aquello constituyó mi mayor éxito. Encontré la palabra adecuada y
dije aproximadamente lo que luego expresé en mi opúsculo titulado “De la
dignidad del cristianismo e indignidad de los cristianos”. Al principio el
auditorio se mostró hostil hacía mí, con silbidos, gritos, exclamaciones burlonas.
Pero poco a poco fui dominando a los que me escuchaban y terminé mi
alocución en medio de aplausos ensordecedores. Luego muchos se acercaron,
me estrecharon la mano y me dieron las gracias 65.
65
Berdiaev, Esclavitud y libertad del hombre, Buenos Aires, Ed Emecé, 1955, p.222.
66
Terdiaev, Autobiografía espiritual, 1957, p. 165 ss.
49
Nació el 29 de mayo de 1874. Llegó a la fe después de un largo periodo de
búsqueda desde el liberalismo acentuado hasta el espiritismo y las ciencias
ocultas. Él escribió: A los 12 años yo era un pagano y a los 16 un agnóstico,
hecho y derecho. Estudió Letras y le gustaba escribir relatos de aventuras.
Escribe en su Autobiografía que un día vio salir de su coche al cardenal Manning
y le pareció como una especie de fantasma envuelto en llamas. Dice: Surgió de
sus ropajes fulgurantes como una gran nube colorada en la puesta del sol y,
levantando los dedos frágiles y alargados par encima de la gente, les dio la
bendición. Entonces miré su cara y me sobrecogió el contraste, pues su rostro
estaba pálido, muy arrugado y envejecido. Seguimos nuestro camino y mi padre
me dijo: “¿Sabes quién era? Era el cardenal Manning 67. Felizmente tuvo
algunos católicos que le marcaron el camino, como Hilaire Belloc y los
sacerdotes amigos, el padre O´Connor y el padre Knox (convertido del
anglicanismo). Se casó con Frances, la mujer de su vida, el 28 de junio de 1901
en la iglesia anglicana de St. Mary Abbots, en Kensington. En esa época vivía
alejado de Dios y de toda práctica religiosa, aunque militaba en una Asociación
de acción social cristiana.
67
Chesterton, Autobiografía, Obras completas, pp. 46-47.
68
Seco, Chesterton, pp. 252-258.
50
Se confesó con el padre O´Connor en el salón del Railway hotel. En el bar
esperaban Frances y el padre Rice, benedictino. Sobraban las palabras. Frances
lloraba. El rito del bautismo fue sobrio y elocuente. Todo tal y como entonces
Roma decía que se hiciera en estos casos de convertidos: una profesión de fe, el
bautismo condicionado, una plegaria 69.
69
La Hera, El fuego de la montaña. Siete conversos para nuestro tiempo, Madrid, Ed. San Pablo, 2009,
p. 236 ss.
70
Autobiografía p.69.
71
Ib. p. 298
51
completa confianza acerca del poder místico e invisible, es que todo es mentira72.
El ambiente general de mi niñez era agnóstico. Mis padres constituían la
excepción..., porque creían en un Dios personal o en una inmortalidad
impersonal 73.
72
Chesterton, Autobiografía, Ed Espasa Calpe, Buenos Aires, 1939, p. 82.
73
Ib. p. 137.
74
Ib. p. 298-299.
75
Chesterton, Perché sono Cattolico, Ed Gribaudi, Milán, 2002, p. 9.
76
Citado por Ayllón José Ramón, Dios y los náufragos, Ed Belacqua, Barcelona, 2004, p. 81.
52
Un católico es una persona que ha juntado coraje suficiente para afrontar
la idea inconcebible e increíble de que pueda existir alguien más sabio que él 77.
53
El protestantismo es un nombre, pero es un nombre que puede ser usado
para encubrir cualquier ismo, excepto el catolicismo. Hoy es un recipiente
dentro del cual se pueden volcar las miles de cosas que por miles de razones se
oponen a Roma. Pero puede ser llenado por ellas, porque es algo hueco, porque
esta vacío. Todo tipo de negación, toda nueva religión, toda revuelta moral o
irritación intelectual que pueda hacer que un hombre rechace el llamado de la fe
católica, está aquí reunido en un confuso montón y cubierto por la anticuada,
pero conveniente etiqueta del protestantismo 81.
En ese momento, Henri tenía 15 años y vivirá los próximos 20 años sin
Dios y sin necesidad de él. Él se dedica a la pintura, a la música y al estudio de la
medicina. En un viaje a Florencia descubre las pinturas de fra Angélico. Un día
una de sus sobrinitas más queridas se enferma gravemente y lo llaman a Italia
donde estaba. La niña se restablece, pero dos meses después su madre muere
81
Ib. p. 196.
82
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, p. 8.
54
inopinadamente en un accidente. Él se rebela contra la providencia divina. Años
más tarde dirá que esa fue su peor blasfemia. Durante la misa de los funerales por
su madre, él estaba roído por el orgullo y el dolor. En la elevación mira fijamente
la hostia y piensa: Oh Dios, Tú no existes, no puedes existir, porque me has
quitado a mi madre 83.
Le escribió a Gide y le contó: ¿Rogué por él? Eso es lo que creo. Por lo
menos fue como si hubiera rezado. En la excitación en que me encuentro soy
capaz de orar sin creer, de creer para los demás y no para mí mismo. Después
visitó al capellán que le confió el secreto de Dupouey: Era un santo. Jamás he
encontrado un alma semejante. Pensaba constantemente en la muerte y a medida
que se acercaba más, menos la temía. En una palabra: estaba preparado. Usted
parece tan con movido que voy a hacerle una confidencia. He aquí lo que me
escribía estos últimos días la esposa de Dupouey: Los dos hemos hecho el
83
Ib. p. 10.
84
Ib. p. 12.
55
sacrificio. Y en cuanto al niño, ya no tiene padre, no tiene nada. Lo confío al
Padre que está en los cielos 85.
85
Ib. p. 15.
86
Ibídem.
56
de 1939 ante el avance de las tropas nacionales y se exilió en Francia, estando ya
gravemente enfermo del corazón. Murió el 3 de noviembre de 1940 en
Montaubán (Francia).
57
Un día, deseando conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le
presenté el crucifijo. Sus grandes ojos abiertos, enseguida humedecidos por las
lágrimas, se fijaron largo rato en el Cristo crucificado. Seguidamente lo cogió
de mis manos, lo acercó a sus labios, besándolo amorosamente por tres veces y
exclamando cada vez: “Jesús, piedad, misericordia” (documento de 1958). En el
documento de 1940 escribe el obispo: El presidente manifestó sentimientos
cristianos. Por sí mismo y repetidas veces besó con fervor el crucifijo que se le
presentaba, pronunciando palabras como estas: “Dios mío, piedad,
misericordia” (1940).
58
Contra la voluntad del presidente y de su viuda se hizo presión para
dirigir el cortejo fúnebre directamente al cementerio, impidiendo la ceremonia
religiosa, que había sido prevista en la catedral (1958). El cónsul de México
dispuso el entierro civil del presidente. La viuda, después, no se atrevió a
protestar, porque México pagaba todos los gastos del hotel al presidente y a los
que le acompañaban (1952). Azaña fue enterrado con la bandera mexicana, pues
el gobierno de México pagó la sepultura.
Esa misma tarde del entierro la señora Azaña acudió al obispado para
agradecer a Monseñor sus visitas y su ministerio cabe el presidente. Le
manifestó también su pesar por el carácter puramente laico que se le había
dado, mal de su agrado, a los funerales de su marido (1940).
Y añade Monseñor Théas: El entierro fue civil, pero la muerte había sido
cristiana. ¿Acaso no es esto lo esencial? (1958). Los restos de Manuel Azaña
descansan en el cementerio de Montaubán bajo una cruz de bronce, como mandó
su viuda.
Nota.- El documento del obispo del 7 de noviembre de 1940 (al día siguiente del
entierro) se publicó en el bulletin catholique du diocese de Montauban, pp. 338-339. El
documento de 1952 fue una carta del obispo dirigida al padre Guichomerre. El
documento de 1958 (del 31 de diciembre de 1958) fue publicado en el boletín oficial
eclesiástico del obispado de Vich, tomo 111, Nº 2520.
90
Hustache, Dos almas que buscan la verdad: Jacques y Raissa Maritain, en Lelotte, convertidos del
siglo XX, Studium, pp. 145-160.
59
Constataron que los estudios de La Sorbona no les estaban ayudando a
resolver su problema existencial sobre el sentido de la vida e hicieron un pacto: si
pasado un tiempo no encontraban sentido a la vida, se suicidarían.
Jacques repetía mucho la oración del libro La femme pauvre (la mujer
pobre): Oh Dios mío, si existes, dámelo a conocer 91. León Bloy les dio a conocer
escritos de místicos, en especial las Revelaciones de Ana Catalina Emmerick. Y
se entusiasmaron: Habían encontrado por fin la fe y el sentido de su vida. El
escritor francés León Bloy fue su padrino, pues los había ayudado a encontrar la
fe en la Iglesia católica. También fueron aconsejados por Charles Peguy, un
convertido del ateísmo al catolicismo, para que fueran a oír las charlas del
filósofo judío Henri Bergson. Y estas charlas les aclararon sus dudas. Cuando él
tenía 24 años y ella 23, dieron el paso definitivo y, después de una buena
preparación, se bautizaron el 11 de junio de 1906 junto con Vera, la hermana de
Raissa.
Los padres de Raissa, rusos y judíos, lloraron mucho por esta decisión,
porque les parecía una traición a su estirpe y a su religión. Después del bautismo,
los tres (Jacques, Raissa y Vera) iban a misa todos los días y comulgaban.
Entablaron amistad con muchos intelectuales franceses, algunos de ellos también
convertidos del ateísmo o agnosticismo. El 29 de septiembre de 1912 los tres se
hicieron oblatos de San Pablo de Oosterhour. Jacques por su parte se dedicó a dar
clases en el Colegio Estanislao en octubre de 1912.
91
Ib. p. 56.
92
Maritain Jacques, Cuaderno de notas, Ed. Desclee de Brouwer, 1967, p. 86.
60
aprobadas por el obispo del lugar, pero que al principio tuvo muchos opositores,
que consideraban a la vidente Melania como una mentirosa y la desacreditaban
públicamente.
Jacques le manifestó al Papa que él creía que las palabras tal como las
había dicho Melania eran auténticas. Lo mismo aseguró Raissa. El Papa les
sugirió que presentaran su libro al cardenal Billot para su aprobación y poder
publicarlo, pero el cardenal Billot lo desaprobó y desautorizó su publicación, ya
que estaba en contra de esas apariciones. Jacques obedeció y la obra quedó sin
publicar.
En sus ideas era más inclinado a la derecha. Por eso los comunistas le
tenían odio y fue expulsado del Sindicato de periodistas. Un periódico comunista
escribió que solo se le dejara vivir si no volvía a escribir más.
93
La Hera, El fuego de la montaña, Ed. San Pablo, Madrid, 2009, p. 35.
61
En su juventud se entusiasmó con las ideas de Nietzsche. En 1912 con sus
30 años escribió un libro autobiográfico: Un uomo finito (Un hombre acabado)
donde manifiesta su insatisfacción y vacío existencial. Escribió: Todo está
acabado, todo perdido, todo cerrado. No hay nada que hacer. ¿Consolarse? No.
¿Llorar? Para llorar hace falta un poco de esperanza. Y yo no soy nada, no
cuento nada y no quiero nada. Soy una cosa, no un hombre. Tocadme, estoy frío,
frío como un sepulcro. Aquí está enterrado un hombre que no puede llegar a ser
Dios 94.
Una noche, estando en el campo, le despertó una mujer del pueblo. Venía
agitada, nerviosa. El niño de una vecina suya había nacido agonizante. Debían
bautizarlo enseguida...
94
Papini Giovanni, Un uomo finito, Ed Vallechi, Firenze, 1926, p. 202.
95
Ib. pp. 246-250.
62
que le trajeron en un recipiente pequeño, y la derramó sobre el niño que se
moría. Dijo: “Ego te baptizo in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti”.
Conocía el latín y sabía lo que hacía la Iglesia en estas ocasiones.
Fueron las vidrieras del templo las que, en aquella tarde de otoño,
atrajeron su atención. Clavó en ellas su mirada y la paseaba, pensativo, de unas
96
La Hera, El fuego de la montaña, Ed. San Pablo, Madrid, 2009, p. 38.
97
Ib. p. 40.
63
a otras. En un momento dado, se sintió invitado a “nacer de nuevo” a volver a la
infancia.
“Si todo era verdad, si Jesús era Dios (...). Y si él existía verdaderamente,
¿no podía escuchar a aquel que le hablaba en ese instante? ¿Darle una señal?
¿No debería Él saber que mi corazón quería pertenecerle por completo y que, en
secreto, este corazón era más naturalmente cristiano que lo que decían mis
palabras orgullosas?” 98.
Y decía con una alegría desbordante: Cristo está vivo. Cristo es la verdad.
Oh, Cristo, tenemos necesidad de ti, de ti solo. Tú nos amas. Viniste para salvar,
naciste para salvar, te hiciste crucificar para salvar, tu misión y tu vida es la de
salvar y tenemos necesidad de ser salvados 99.
Jesús, todos tienen necesidad de ti, incluso los que no lo saben, y los que
no lo saben mucho más que aquellos que lo saben. El hambriento se imagina que
busca pan, y es que tiene hambre de ti, el sediento cree desear agua, y tiene sed
de ti; el enfermo se figura ansiar la salud, y su mal está en no poseerte a ti. El
que busca la belleza del mundo, sin percatarse, te busca a ti, que eres la belleza
entera y perfecta; el que persigue con el pensamiento la verdad, sin querer te
desea a ti, que eres la única verdad digna de ser sabida, y quien se afana tras la
paz, a ti te busca, única paz en que pueden descansar los corazones, aún los más
inquietos. Esos te llaman sin saber que te llaman, y su grito es inefablemente
más doloroso que el nuestro 100.
98
Vintila Horia, Giovanni Papini, Madrid, 1965, pp. 86.87.
99
Comastri Angelo, Dov'è il tuo Dio?, Ed. San Paolo, Milano, 2003, p. 12.
100
La Hera, o.c., p. 33.
64
Se hizo terciario franciscano con el nombre de fray Buenaventura. En
1944, después del asesinato de Giovanni Gentile, profundamente dolido, rechazó
su nombramiento de Presidente de la Academia de Italia.
Fue un gran filósofo español. Era ateo, aunque de niño había hecho la
primera comunión, pero sus estudios de filosofía lo habían alejado de Dios y de
la religión. Al comenzar la guerra civil española (1936-1939) tuvo que huir a
Francia. Estaba en París desesperado por no encontrar medios para conseguir que
su familia llegara a París y preocupado por lo que les podía suceder. En estas
circunstancias en la noche del 29 al 30 de abril de 1937, ocurrió lo inesperado.
En su desesperación ante los acontecimientos, optó por algo que nunca hubiera
hecho en circunstancias normales. Se puso a orar.
65
percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que
estoy escribiendo y las letras que estoy trazando. Pero no tenía ninguna
sensación ni en la vista, ni en el oído ni en el tacto ni en el olfato ni en el gusto.
Sin embargo, lo percibía allí presente con entera claridad. Y no podía caberme
la menor duda de que era Él, puesto que lo percibía, aunque sin sensaciones.
¿Cómo es eso posible? Yo no lo sé. Pero sé que Él estaba allí presente y que yo,
sin ver ni oír ni oler, ni gustar, ni tocar nada, lo percibía con absoluta e
indubitable evidencia... No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como
hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera
deseado que todo aquello —Él allí— durara eternamente, porque su presencia
me inundaba de tal y tan íntimo gozo que nada es comparable al deleite
sobrehumano que yo sentía...
Y fue tal el impacto recibido que decidió dedicar toda su vida al servicio
de Dios. Fue ordenado sacerdote en 1940 y murió en Madrid el 7 de diciembre de
1942.
101
Manuel García Morante, El hecho extraordinario, Ed. Rialp, Madrid, 2002, pp. 36-43.
66
espectador, podía igualmente no haber tenido lugar. ¿No es esto de una
vertiginosa ridiculez? ¿No es para aullar de angustia y refugiarse en la muerte?
102
Pieter van der Meer, Nostalgia de Dios, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1955, p. 48.
103
Ib. p. 60.
104
Ib. p. 187.
67
El 24 de febrero de 1911, nuestro hijo y yo recibimos el bautismo.
Cristina y yo nos unimos en matrimonio. Ahora soy cristiano por toda la
eternidad 105.
¡Oh, delicia maravillosa y sin igual! Después de 12 años puedo decir que
esta nueva vida es infinitamente más hermosa, más rica y más profunda de la
que nunca hubiera podido sospechar ni siquiera en los primeros años de mi
conversión 106.
105
Ib. p. 214.
106
Ib. p. 238.
107
Alice von Hildebrand, Alma de león, Ed. Palabra, Madrid, 2005, p. 13.
68
Su sentido de lo sagrado se incrementó a los 14 años cuando oyó por
primera vez la Pasión según san Mateo, de Bach. Cuando tenía 15 años, su
madre le preguntó si quería prepararse para la confirmación. Él le dijo que
tomaba la religión demasiado en serio para ejecutar un acto religioso como una
mera formalidad. No estaba seguro de si la verdadera religión era el cristianismo
y no podía comprometerse todavía.
108
Ib. p. 124.
69
Después del nacimiento de Franzi los padres de Dietrich lo aceptaron y aceptaron
también Margarete como nuera.
Por fin decidió entrar en la Iglesia católica. La semilla que había sembrado
Scheler había dado su fruto y también Margarete se estaba preparando con él. Su
hermana Lisl se había hecho ya católica e invitó a Dietrich y Margarete a su
primera comunión en las catacumbas de Roma. Al poco tiempo, los dos fueron a
ver a un sacerdote franciscano en Munich para que los preparara para la
abjuración del protestantismo y después de su preparación, bautizarlos.
Sus padres, por su parte, estaban tristes por esta decisión, pero después de
un cierto tiempo se aplacaron y hubo una reconciliación. Al poco tiempo,
también sus hermanas Zusi y Bertele se convirtieron a la Iglesia católica, y con el
tiempo tres de los yernos también se convirtieron. Y todos los nietos fueron
educados como católicos. Su hermana Vivi se convirtió después de la muerte del
padre en 1921.
Los años transcurridos entre 1921 y 1933 fueron años de mucha actividad
intelectual. Tuvo creciente éxito como profesor universitario, escritor y
conferenciante internacional.
109
Ib. p. 119.
110
Ib. p. 145.
70
el velo que oscurecía la mente de muchos, incluso católicos, que eran partidarios
del nazismo, como si no hubiera problema en unir el nazismo con el catolicismo.
Sentía dentro de sí como una llamada de Dios a luchar contra Hitler y el nacional
socialismo. Hitler llegó en 1933 al poder como canciller de Alemania. Al morir
ese mismo año el presidente Hindenburg, Hitler se hizo con todo el poder como
Presidente y canciller del país, y empezó a atacar a sus contrarios. Dietrich estaba
en la lista negra. Fue considerado como el enemigo número uno del régimen
nazi. Tuvo que huir a Austria al ser considerado como un traidor.
Cuando Alemania invadió Austria, tuvo que huir de inmediato por estar en
la lista negra de los nazis. Pudo huir con pasaporte suizo él y su esposa a
Checoslovaquia y después a Hungría y por fin, llegó a Suiza donde pudo
disfrutar de una tranquilidad relativa. Como no había total seguridad, fueron a
Francia, pero cuando Francia fue invadida par los alemanes, hizo todo lo posible
por salir vía España para el Nuevo Mundo. Tuvo que sufrir muchas
contrariedades por falta de dinero y por no encontrar fácilmente los papeles
necesarios para salir de Francia. Gracias a Dios, en esos momentos de angustia
encontró siempre algunos amigos que lo ayudaron hasta que por fin consiguió
papeles falsos para salir de Francia. Pasó a España y de España a Portugal. De
Portugal en un barco llegó a Brasil y de allí consiguió llegar a Estados Unidos
con su esposa, su hijo Franzi, la esposa de Franzi y su hijita.
111
Ib. p. 268.
71
difusión de la verdad de la fe católica a través de sus libros.En su vida compartió
la fe por medio de su testimonio, de conferencias y por supuesto de sus clases en
la universidad. Por su medio más de un centenar de amigos entró en la Iglesia
católica 112.
Edith era la más pequeña de una familia de once hermanos. Había nacido
el 12 de octubre de 1891 en la hoy polaca ciudad de Wroclaw, entonces la
alemana Breslau. Era menuda, vivaracha e inteligente. Sus padres eran Siegfried
y Auguste. Su padre murió cuando era muy niña, el 10 de julio de 1893. Su
madre tuvo que hacerse cargo del negocio maderero de la familia y cuidar a la
vez a todos sus hijos. Cuando su hermana Erna, dos años mayor, ingresó a la
escuela, Edith se sintió muy sola en casa y su madre la puso en un jardín de
infancia.
Su infancia transcurrió bien hasta sus 15 años. Dijo que quería dejar de
estudiar y descuidó totalmente la práctica religiosa. Su madre se enfadó mucho
con ella, pero ella estaba en crisis y no sabía qué hacer. Quiso dejar los estudios y
abandonó la fe judía, que sus padres judíos le habían inculcado. De los 13 a los
31 años no practicó ninguna religión.
112
Ib. p. 161.
72
país. Fue destinada al hospital de la Academia militar austriaca de Mahrisch-
Weisskirchen.
73
Comencé a leer y quedé al punto tan prendida que no lo dejé hasta el final: Al
cerrar el libro, dije para mí: “Esta es la verdad” 113.
74
la radio. Escribía artículos y recensiones de libros y revistas. Viajaba incluso
fuera de Alemania.
Todo parecía ir viento en popa, pero las nubes ser cernían sobre el
horizonte. En 1933 Hitler intentó un golpe de Estado. Fracasó y fue condenado a
cinco años de cárcel. Allí escribió el libro de sus ideas Mein Kampf (Mi lucha).
Pero las ideas de Hitler se fueron haciendo más conocidas y formó su agrupación
política al salir de la cárcel hasta que en 1933 consiguió el poder total. Primero
como canciller de Alemania y, al morir ese mismo año el Presidente Hindenburg,
se hizo con todo el poder, comenzando una carrera armamentística con el
propósito de cumplir sus anhelos imperialistas. Edith escribió una carta al Papa
en la que le expresaba el temor ante el futuro nazi.
116
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, 1961, p. 46.
117
Lelotte, p. 48.
75
Sin embargo, se veía venir la persecución contra los judíos según las ideas
de Hitler. Ella se decidió a entrar en el Carmelo de Colonia y pudo ingresar el 14
de octubre. El 15 de abril de 1934 tomó el hábito y tomó el nuevo nombre
religioso de Teresa Benedicta de la Cruz. En su estancia en el Carmelo, le
permitieron seguir con sus estudios e investigaciones, y escribió el libro Ser finito
y ser eterno. Ese mismo año 1934 escribió una biografía de santa Teresa de Jesús
y otra de santa Teresa Margarita Redi. Tradujo al alemán las Quaestiones
Disputatae de veritate de Santo Tomás de Aquino.
118
Lelotte, p. 51.
76
El 2 de agosto de 1942 dos oficiales de la Gestapo llamaron a la puerta del
Carmelo para hablar con las hermanas Stein. Fueron las dos detenidas y llevadas
al campo de concentración de Amesfoort en Holanda y de allí el 4 de agosto al de
Westerbork en Holanda. Había con ellas muchos religiosos y religiosas católicos
prisioneros. El 7 de agosto fueron llevadas al campo de exterminio de Auschwitz
en Polonia y probablemente de inmediato fueron llevadas a las cámaras de gas,
donde perdieron la vida.
Se convirtió con la ayuda del padre José María Llanos (1906-1922), que
en 1955 fue a vivir a una chabola al barrio madrileño de El pozo del tío
Raimundo con el objeto de evangelizar. Fue recibido con recelo por ser un barrio
obrero con mayoría de socialistas y comunistas. En cinco años construyó una
iglesia e hizo mucha labor social entre la gente. Allí vivió con los pobres 36 años.
119
Pedro Miguel Lamet, Azul y rojo, Ed. La esfera de los libros, Madrid, 2013, p. 587.
77
Sin embargo, él mismo llegó a reconocer que su pastoral no había sido
eficaz: Empecé con una comunidad de base y fracasé. Ahora ha quedado el
barrio sin la piedad popular y sin la piedad moderna. Me duele que haya tanto
ateísmo y sobre todo entre los jóvenes. Hoy el Pozo es más culto y quisiera que
sus habitantes creyeran en Jesús, tuvieran fe. Me gustaría que Jesús fuera su
guía, aunque no he sabido presentárselo.
De todos modos, mucha gente del barrio le supo agradecer lo que hacía
por ellos para superar sus condiciones de pobreza y tratar de llevarlos a Cristo.
Le concedieron en 1985 el premio internacional Fundación Alfonso Comín, el
premio Memorial Juan XXIII y Pax Christi; también la medalla de oro de la
comunidad de Madrid en 1991.
78
Estuvo en la cárcel dos veces en 1931 y 1933. En la guerra civil desarrolló
una gran actividad como propagandista. Después de la guerra, se refugió en
Rusia (1939-1977), representando a España en la internacional comunista. Tras
la muerte de Franco, pudo volver a España y fue diputada por Asturias. Entonces
conoció al padre Llanos y fueron muy amigos hasta la muerte. El padre Llanos la
visitaba cada 15 días, sobre todo cuando estaba enferma. El padre tenía un reloj
que ella le había traído de Rusia y cuando ella iba allí de visita, siempre le traía
algún regalo.
Con la amistad del padre Llanos, ella fue poco a poco regresando a la fe
de su infancia. Un día dijo: Yo era católica, pero un cura me quitó la fe y además
me casé con un ateo. Mi sueño era ser maestra, pero no pudo ser. Teníamos
hambre y yo cuidaba una niña tuberculosa 120.
Lamet en su libro afirma con seguridad: Hay datos bastante fiables que
confirmarían que Dolores Ibárruri, de formación cristiana y creyente de
corazón, se confesó y comulgó al final de su vida. Lo ha asegurado la Madre
Teresa, la monja excarmelita descalza que también dedicó su vida al Pozo. La
hija de Dolores, Amaya Ruiz Ibárruri, dijo: Nunca encontré ninguna
discrepancia entre Dolores y el padre José María. Quiero decir que la miraba
como si fuera la Virgen Dolorosa. Decía sin dudarle: “Dolores tiene que ir al
cielo. Estoy seguro de que allí la encontraré” 123.
79
somos en un canto de alabanza y acción de gracias al Dios-amor, como ensayo
de nuestro eterno quehacer 124. Se confesó con el padre Llanos y comulgó antes
de su muerte. Tenía ya 93 años. Ciertamente que nunca es tarde para arrepentirse,
reconocer los errores y acercarse a Dios.
124
Ib. p. 531.
125
Imágenes de la fe, Nº 242 en 1990.
80
estafa, un cuento para los ignorantes, y no quiso saber nada de la religión y
menos del cristianismo.
Se casó a los 27 años con Caterina Canals. Él decía: Era una mujer que
fue el ángel bueno de mi vida, aguantando mi soberbia con una humildad
admirable. No tuvieron hijos, pero ella rezaba mucho por él y seguía atentamente
sus pasos. En 1926 murió un hermano de Caterina con el que Guillermo estaba
muy compenetrado. Eso le afectó y buscó consuelo en el espiritismo. Nos dice:
La esperanza de poder comunicarme con mi cuñado y la creencia de haberlo
hecho en algunas circunstancias, me hicieron apasionarme por esta ideología.
Estudió los libros de Richet, que pretendía dar una base científica al espiritismo.
Pasó tres años en la Sociedad teosófica española. Al final, decepcionado, cayó en
el escepticismo, en la creencia de que nunca podría conseguir saber la verdad.
81
que el cardenal decía que un cristiano es un especialista en Cristo y de la misma
manera que el mejor oculista es aquel que más sabe de teoría y de práctica de
ojos, el mejor cristiano es el que más sabe de teoría y de práctica de Jesús. En ese
momento tomó la decisión de informarse bien sobre la vida de Jesucristo.
Compró la vida de Jesús del famoso católico francés François Mauriac. Y
después leyó los escritos y biografías de algunos santos. Su esposa se alegró
mucho al ver el interés que mostraba Guillermo por Jesús y el cristianismo.
126
Rasgos autobiográficos, Imágenes de la fe, Nº 242, p. 7.
82
obrero, también leía a algunos místicos españoles como santa Teresa y san Juan
de la Cruz.
Guillermo públicó una revista, que salió por primera vez a la luz el 1 de
diciembre de 1946. Al principio era semanal. Esta revista fue clausurada en 1952
debido a la burocracia política del Gobierno… Entonces él comentaba las
noticias en el boletín de la HOAC y después en la revista Noticias obreras.
83
un accidente, y tuvieron que cortárselo. La prótesis que le pusieron le hacía sufrir
mucho y tuvieron que quitársela y le pusieron una pata de palo. Así se parecía
más a los piratas de las aventuras, como cuando jugaba a los piratas de niño.
Day nos dice: La consigna de guerra marxista “Obreros del mundo uníos.
No tenéis nada que perder más que vuestras cadenas”, me pareció un grito de
guerra realmente conmovedor. Era una llamada que me hacía sentir unida a las
masas, lejos de la burguesía, de los presumidos, de los satisfechos 128.
127
Dorothy Day, La larga soledad, Autobiografía, Ed. Sal Terrae, Santander, 2000, p. 50.
128
Ib. p. 51.
84
Se alejó de su fe episcopaliana, en la que había sido bautizada de niña y se
inscribió en el partido socialista. Algo que le ayudó mucho fue la lectura de
autores religiosos como Gorki, Tolstoi, Dostoievski. Dorothy se había casado en
1927 a los 30 años con Foster Batterman, un destacado líder del colectivo obrero,
con el que tuvo a su hija Tamar. Anteriormente ella había provocado un aborto,
cuando estaba unida a otro hombre, para evitar que este la abandonase. Ahora
recibió con enorme entusiasmo el nacimiento de esta hija. Desde su ateísmo
vacilante sintió un gran sentimiento de agradecimiento a Dios por haberle
permitido experimentar esta alegría, a pesar de su aborto provocado en el pasado.
129
Ib. p. 147.
130
Ib. p. 154.
131
Ib. p. 161.
85
Fundó el periódico Catholic Worker en 1933, que en 1997 tenía una tirada
de 95.000 ejemplares. Creó casas de hospitalidad, donde eran acogidos
indigentes y personas sin techo, y donde ofrecían alimentación y un lugar para
dormir y orientación para rehacer sus vidas. Cuando Day murió, había 70 casas
de estas.
También publicó varios libros y estuvo encarcelada varias veces por sus
protestas. A los 58 años se vinculó como oblata benedictina al monasterio de San
Procopius y a los 62 como postulante de la Fraternidad de Jesús Charitas
(inspirada en Charles de Foucauld).
La vida de Dorothy Day fue una continua búsqueda de Dios, amando a los
demás, especialmente, a los más pobres y explotados. Ella nos dice en las últimas
palabras de su libro: La palabra final es amor. No podemos amar a Dios, si no
nos amamos unos a otros, y para amar tenemos que conocernos unos a otros. A
él lo conocemos en el acto de partir el pan (misa) y unos a otros nos conocemos
en el acto de partir nuestro pan. El cielo es un banquete y la vida es también un
banquete, incluso con un mendrugo de pan, allí donde hay comunidad... Todos
hemos conocido que la única solución es el amor y que el amor llega con la
comunidad 132.
132
Ib. p. 302.
86
practicado la religión anglicana de niño y sus padres lo llevaban a la iglesia, pero
tuvo profesores que decían con total naturalidad que las religiones son un montón
de tonterías. Y refiere: La idea que yo saqué de la religión en general era la de
un absurdo endémico al que la humanidad se dirigía erróneamente. En medio de
un millar de religiones estaba la nuestra con la etiqueta de verdadera. Pero ¿en
qué podía basarme para creer en esta excepción? 133.
133
Cautivado por la Iglesia, Ed. Encuentro, Madrid, 1989, p. 71.
134
Ib. p. 167.
135
Ib. p. 228.
87
Y continúa diciendo: Terminé sintiendo el acercamiento continuo,
inexorable, de Aquel con quien tan encarecidamente no deseaba encontrarme.
Aquel a quien temía profundamente y que cayó al final sobre mí. Hacia la fiesta
de la Trinidad de 1929 cedí y admití que Dios era Dios y de rodillas recé. Quizá
fuera aquella noche el converso más desalentado y remiso de toda Inglaterra.
Entonces no vi lo que ahora es más fulgurante y claro: la humildad divina que
acepta a un converso incluso en tales circunstancias. Al fin el hijo prodigo volvía
a casa por su propio pie. Pero ¿quién puede adorar a ese amor que abrirá la
puerta principal a un pródigo al que traen revolviéndose, luchando, resentido y
mirando en todas direcciones buscando la oportunidad de escapar? 136.
Quiere decirnos Lewis que se sentía indigno de ser recibido tan fácilmente
por Dios, como un padre recibe al hijo extraviado. Su conversión primero fue
solo del ateísmo al teísmo, no al cristianismo. Primero creyó firmemente que
Dios existía y que era nuestro Creador. Poco a poco llegó también a aceptar el
cristianismo y a Jesús como Dios redentor y misericordioso.
136
Ib. p. 233
88
llegamos al zoológico, sí. Sin embargo no me había pasado todo el camino
sumido en mis pensamientos, ni en una gran inquietud 137.
Su madre le dijo al verla: “Todo mi martirio lo ofrecí por ti para que Dios
te envíe su gracia y te conviertas. Porque tu eres buena, pero estás ciega”. Yo
sonreí con mi superioridad de mujer fuerte sobre aquella, para mí, entonces
ingenua fe de mi madre. La admiraba por su amor a un Dios que solo enviaba a
sus elegidos penas y tormentos, que ellos recibían como lo que hoy comprendo
que son: regalos dilectísimos, ya que a cambio de ellos les da la purificación
suprema que les haga merecedores de la suprema felicidad sin sombra de mal
alguno 140.
137
Ib. p. 242.
138
Ib. pp. 242-243.
139
Reina García, Yo he sido marxista, Madrid, 1946, p. 113.
140
Ib. p. 117.
89
Regina, durante la guerra, ocupó puestos importantes en el gobierno
Central sobre todo como directora de prensa y tuvo la oportunidad de salvar de la
muerte a algunas personas del bando nacional, a quienes refugió en su casa de
Madrid. Tenía dos hijos pequeños. Su esposo era comandante del ejército rojo,
pero después de un tiempo se fue con otra mujer. Ella vivía con su madre,
algunos de sus hermanos y varios refugiados.
—Mami, estoy muy malita. Orino sangre y me duele la cintura por detrás.
90
para nada. Recordaba mis tiempos de felicidad, con mi hijita sana, a mi lado y
mi casa confortable, en la que nada faltaba para nuestra comodidad y regalo, en
una España floreciente y en paz. ¿Qué había sido de todo aquello?
¿Encontraría una mano piadosa que me lanzase a través del balcón negro
a buscar un mundo mejor? ¿Quién podría ser esa mano poderosa que así
cambiase mi destino? Sólo Dios. Dios, que me castigaba ahora en la que yo más
quería, en mi hijita, que seguía debatiéndose con la fiebre y la enfermedad;
Dios, que existía y me hacía sentir su poder.
Caí de rodillas y recé. Desde el fondo del corazón subían a mis labios las
palabras aprendidas en la infancia: “Padre nuestro, que estás en los cielos”...
De pronto, me di cuenta de que no tenía ninguna imagen ante la que orar. Yo
quería un crucifijo. Sí, yo creía en Dios y necesitaba adorar la cruz y pedirle
perdón por mis errores pasados; pedirle que no me castigase en la carne
inocente de mi hijita y ofrecer la mía propia al castigo por cruel que fuese.
—No lo sé, mamá; tiene mucha fiebre; pero no vengo por ella. Vengo a
pedirte un crucifijo. Necesito rezar por mi hija…. y por mí. Mi madre se levantó
de la cama, me abrazó llorando, fue a la cómoda donde guardaba sus cosas, y
del fondo de un cajón sacó un crucifijo de madera incrustado de nácar, con la
imagen del Redentor tallada finamente en marfil, valioso recuerdo de familia
que mi madre estimaba mucho, y me lo entregó, diciendo, hecha un mar de
lágrimas:
—Sabía que este momento había de llegar. El Señor escuchó mis súplicas.
Tómalo y consérvalo toda la vida en recuerdo de este instante, el más grande de
tu existencia. Recemos juntas, para que no vuelva a abandonarte la fe.
91
Encontraba tanto consuelo en rezar... Me parecía que alguien me
escuchaba, que ya no estaba sola en mi pesar, que todo se arreglaría, porque
Dios me admitía en su amor, como al hijo prodigo. La niña se fue calmando, la
fiebre remitió, y a la mañana siguiente no se acordaba de nada de lo ocurrido en
la noche, ni de su malestar.
92
como si me hubiese tragado un sol que llenase mi ser entero con sus
irradiaciones. Era la sensación inexpresable. Me sentía llena, llena de algo
inaprensible, de un algo inmaterial, pero sensible, a un tiempo. Sentí a Dios
dentro de mí y mi emoción era tal que me llegó a enajenar de cuanto me
rodeaba. Lloraba, lloraba sin saber por qué. Mentiría si dijese que lloraba por
mis muchos pecados, pues en tal momento ni pensaba en el pecado, ni en mí, ni
en nada, sino que sentía a Dios dentro de mí y a Él me entregaba y nada más.
Ese día conocí el verdadero amor a Dios, ya que ese día le amé con todos
mis sentidos y potencias y en inolvidables momentos le adoré real y
verdaderamente 141. En enero de 1942 conocí al fundador de Cruzada
evangélica, padre Doroteo Hernández Vera, un santo de verdad. Le dije, como
así era, que, aun no queriendo volver a actuar en periodismo ni en política,
deseaba hacer pública retractación de mis pasados errores, porque habiendo
sido pública la injuria hecha a la religión con mis ideas de materialismo ateo,
pública debía ser también la reparación. Él abundó en mi criterio y el día 24 de
febrero de 1942 publicó la prensa de Santander una carta abierta a los que no
creen en Dios, donde hice retractación de toda mi labor anterior y confesión de
fe cristiana 142.
141
Ib. p. 320.
142
Ib. p. 363.
93
CONCLUSIÓN
Sí, los que siguen al demonio buscan desesperadamente ser felices y creen
encontrar la felicidad en el placer y en el libertinaje, en hacer lo que desean sin
cortapisas ni limitaciones o prohibiciones de ninguna clase. Para ellos todo vale,
sin darse cuenta de que, al llevar una vida sin control, caen en la esclavitud más
terrible, pues son esclavos del sexo, de la pornografía, de la droga, del alcohol
etc., etc.
Que Dios te ilumine, querido lector, para que comprendas a tiempo antes
de que sea demasiado tarde, que la vida es corta y que debes tomar una decisión
cuanto antes. Te deseo lo mejor, que seas verdaderamente feliz con Dios en tu
vida y en tu corazón. Recuerda que María es una madre y a ti, como a un hijo
querido, te busca y espera que ames a Jesús. Que tengas un buen viaje por la
vida con María. No olvides que un ángel bueno te acompaña. ¡Feliz viaje!
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Pueden leer todos los libros del autor en
www.libroscatolicos.org
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