Padre Angel Peña - Ateos - Famosos - Convertidos 1

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P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

ATEOS FAMOSOS CONVERTIDOS


TOMO 1

S. MILLÁN – 2020

1
ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN
Fedor Dostoievski.
León Tolstoi.
León Bloy.
Carlos de Foucauld.
Félix Leseur.
Wilibrordo Verkade.
Eva Lavallière.
Adolfo Retté.
Charles Nicolle.
Paul Claudel.
Alexis Carrel.
Nicolai Berdiaev.
Gilbert Keith Chesterton.
Henri Gheón.
Manuel Azaña.
Jacques Maritain.
Giovanni Papini.
Manuel García Morente.
Peter Van der Meer.
Dietrich von Hildebrand.
Edith Stein.
Dolores Ibárruri (La Pasionaria).
Guillermo Rovirosa.
Dorothy Day.
Clive Staples Lewis.
Regina García.

CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA

2
INTRODUCCIÓN

Este libro es el primero de dos tomos en que trato de presentar los


testimonios de algunos famosos ateos que cambiaron el rumbo de su vida y se
convirtieron en creyentes para gloria de Dios y bien de sus almas. Han sido
muchos los ateos convertidos a lo largo de los años. Solo presentaremos algunos
pocos de los más conocidos y cuyo testimonio puede dar que pensar a los que
todavía se mantienen en la ruta equivocada. Ciertamente que, mientras hay vida,
hay esperanza; pero el tiempo se va agotando momento a momento y hay que dar
el paso lo antes posible.

Si vives como si Dios existe y, al final, resultó que no existe, no has


perdido nada. Más bien has ganado mucho, ya que el haber creído en un Dios
bueno, te ha dado alegría y esperanza para vivir y, sobre todo, para llevar una
vida ordenada y sin vicios. Por el contrario, si crees que Dios no existe y vives
como tal y, al final, resulta que sí existe, has perdido todo, ya que has perdido el
precioso tiempo de tu vida y has dejado de hacer mucho bien en el mundo,
pensando que nadie te iba a pedir cuentas; y quizás decidas ir eternamente al
infierno con los demonios, al rechazar a Dios en el momento de tu muerte. Y, en
el mejor de los casos, el de una persona sincera y honrada, que ha vivido sin
vicios y que sin saberlo, ha seguido la voz de Dios a través de su conciencia y se
salva eternamente, lamentará eternamente no haber podido amar más a Dios y a
los demás.

En una palabra, creer en Dios a nadie hace daño, sino todo lo contrario,
mientras que no creer en él, puede hacer mucho daño y hacer perder un tiempo
precioso para hacer el bien y ser al mismo tiempo más feliz en este mundo y en el
otro. Recordemos que en el cielo no todos serán igualmente felices, sino de
acuerdo a la capacidad de amar que hayan adquirido en esta tierra. Además todos
los ateos convertidos reconocen que había en sus vidas un vacío existencial que
los hacía infelices y buscaban desesperados cómo llenar este vacío y dar sentido
a su vida.

Que los testimonios de estos hermanos nuestros, que fueron un tiempo


ateos, te estimule a mejorar tu vida y a vivir enteramente al servicio de Dios y de
los demás.

3
FEDOR DOSTOIEVSKY (1821-1881)

Fue uno de los principales escritores soviéticos de la época de los zares.


Su madre era un refugio de amor y protección a diferencia del padre que era muy
autoritario. Su padre era médico y trabajaba en un hospital para gente pobre. Su
madre murió en 1837 de tuberculosis. Su padre cayó en ese momento en una gran
depresión y en el alcoholismo, y lo envió a él y a su hermano Mijail a estudiar en
la escuela de ingenieros militares de San Petersburgo.

Su padre murió en 1839, cuando él tenía 18 años. Durante toda su vida


tuvo que soportar las limitaciones de la epilepsia, que se le repetía con
frecuencia. A algunos de los personajes de sus novelas los presenta con esta
enfermedad. Por esta epilepsia, fue librado de una condena vitalicia de servir en
el ejército en Siberia. En 1841 fue ascendido a alférez ingeniero. En 1843
terminó su carrera y se incorporó a la Dirección general de ingenieros de San
Petersburgo. En 1845 dejó el ejército y comenzó a escribir novelas.

Fue arrestado y encarcelado el 23 de abril de 1849 por formar parte de un


grupo intelectual socialista con el cargo de conspirar contra el zar Nicolás I. Fue
condenado a muerte. Cuando estaba esperando el día de la ejecución, se dio
cuenta de lo que valía la vida y cómo la había desperdiciado y se dijo a sí mismo:
Si puedo volver a vivir, ¡conservaré y mimaré cada minuto para no perder ni uno
solo! El 22 de diciembre de 1849 fue llevado al patio de la cárcel para ser
fusilado, pero fue indultado en los últimos momentos y condenado a cinco años
de trabajos forzados en Siberia.

Mientras se dirigía a Siberia en tren, una mujer se acercó a la ventanilla y


le dio un Nuevo Testamento, con el que volvería a descubrir el amor de Dios.
Tendría que pasar cuatro años para que pudiera caminar sin grilletes y diez para
que volviese a las calles de Moscú. Durante cuatro años, llevó constantemente
una bola y una cadena sujeta a los tobillos. La terrible pesadilla, que vivió en
Siberia con el frío del invierno a 40 grados bajo cero o el gran calor del verano,
la describe en su libro Cartas del otro mundo y La casa de los muertos. Pero
encontró la fe, que había perdido. Y, por eso, dice: Muchas veces bendije a Dios
por esta experiencia durante estos cuatro años. Sin ellos, no habría podido
realizar una estricta revisión de mi vida. En el desamparo de los trabajos
forzados se tiene sed de fe como la hierba seca de lluvia y se descubre por qué la
verdad se ve más claramente en tiempos de desgracia 1.

Y cuenta cómo le emocionó el detalle de una niña. Un día iba yo con otros
presidiarios por las calles de Omsk, cuando se me acercó una niña de unos diez

1
Sheen Fulton, La vida merece vivirse, Ed. Planeta, Barcelona, 1961, p. 70.

4
años y me dio una moneda diciéndome: Toma este kopeck en nombre de Cristo.
Afirma que guardó aquella moneda durante muchos años por la gran alegría que
le produjo el que alguien hubiera tenido un poco de amor y caridad para él, un
pobre y despreciado presidiario.

Allí, en Siberia, aprendió a rezar y a darle sentido a su vida, amando a


Dios y a los demás. A Dios, porque descubrió la fe de su infancia, que había
perdido. A los demás, enseñándoles a leer y escribir, pues la mayoría eran
analfabetos. En la novela Los hermanos Karamazov dice: ¡Señor, que el hombre
se consuma en la oración! Si se expulsa a Dios de la tierra, nosotros lo
encontraremos debajo de ella. Un condenado a prisión puede pasar sin Dios
menos que un hombre libre. Nosotros, los hombres subterráneos, cantaremos
desde las entrañas de la tierra un himno trágico al Dios de la alegría. ¡Viva
Dios y viva su alegría divina! Yo lo amo 2.

Escribió: Creo que no hay nada más santo, más profundo, más racional,
más valiente y más perfecto que Cristo y no solo no hay nada, sino que me digo a
mí mismo con un amor celoso que jamás podría haber algún otro. Es más, si
alguno pudiera probarme que Cristo está fuera de la verdad y, si la verdad
realmente excluyera a Cristo, preferiría quedarme con Cristo y no con la
verdad3.

Cuando fue liberado en 1854, ya era un creyente con una fe firme como la
manifiesta en sus novelas. Al salir liberado, tuvo que estar en el ejército de
soldado raso como parte de la condena.

Conoció a su esposa y se casaron en 1857. El zar Alejandro II decretó una


amnistía y le benefició, pues pudo recuperar su título nobiliario y tener permiso
para escribir novelas. En 1864 murió su esposa y también su hermano Mijail.
Tuvo que hacerse cargo de la viuda y sus cuatro hijos. Esto lo llevó, a endeudarse
para pagar las deudas de su hermano y para poder sostener a su viuda y a sus
hijos. En un tiempo se dedicó al juego en casinos.

En 1867 se casó con Saitkina. En 1868 tuvo una hija que murió a los tres
meses. Él murió en San Petersburgo el 9 de febrero de 1881. En su lápida
sepulcral escribieron siguiendo su deseo: En verdad, en verdad os digo que, si el
grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto (Jn 12,
24).

2
Ayllón José Ramón, Dios y los náufragos, Ed. Belacqua, Barcelona, 2004, p. 105.
3
Carta a Madame N.D. Fonnvisin en 1854.

5
LEÓN TOLSTOI (1828-1910)

Él refiere en su libro Confesión: Fui bautizado y educado en la fe


cristiana ortodoxa... Recuerdo que muy joven leí a Voltaire y que sus burlas de
la religión, lejos de escandalizarme, me divertían mucho.

La fe que me fue transmitida en la infancia me abandonó, al igual que a


otros, con la única diferencia de que yo comencé a leer y a pensar mucho a una
edad temprana. Mi abjuración de la fe se dio muy pronto y con total
discernimiento. A los 16 años abandoné la oración y por iniciativa propia dejé
de acudir a la iglesia y de ayunar 4.

Deseaba con toda mi alma ser bueno; pero era joven, tenía pasiones, y
estaba solo, completamente solo, en mi búsqueda del bien. Cada vez que trataba
de expresar mis deseos más íntimos, esto es, que quería ser moralmente bueno,
no encontraba más que desprecio y burlas; pero cuando me entregaba a las viles
pasiones, los demás me elogiaban y alentaban.

La ambición, el ansia de poder, la codicia, la lascivia, el orgullo, la ira, la


venganza; todo eso era respetado. Sucumbiendo a esas pasiones, parecía más
adulto, y sentía que todos estaban contentos conmigo. Mi buena tía, con la que
yo vivía y que era el ser más puro del mundo, siempre me decía que no había
nada que deseara tanto para mí como que mantuviera una relación con una
mujer casada. Me deseaba también otra felicidad: que me convirtiera en
ayudante de campo, preferiblemente del emperador. Por último, el colmo de la
dicha, a sus ojos, era que me casara con una joven muy rica y que ese
matrimonio me aportara el mayor número posible de esclavos.

No puedo recordar aquellos años sin horror, sin repugnancia y sin un


dolor en el corazón. Mataba a hombres en la guerra, retaba a otros a duelo para
matarlos, perdía dinero jugando a las cartas, dilapidaba el fruto del trabajo de
los campesinos, los castigaba; fornicaba, me valía de engaños. La mentira, el
robo, la promiscuidad de todo tipo, la embriaguez, la violencia, el asesinato…
No existe crimen que no hubiera cometido, y por todo ello me alababan, y mis
coetáneos me consideraban, y aún me consideran, un hombre relativamente
moral. Así viví diez años 5.

Después viajé al extranjero. La vida en Europa y mi contacto con


europeos eminentes y eruditos me confirmaron aún más en mi fe en el
perfeccionamiento general, en el progreso... Durante mi estancia en París, la

4
León Tolstoi, Confesión, cap. 1.
5
León Tolstoi, Confesión, Wroclaw (Polonia), 2017, cap. 2.

6
visión de una ejecución de pena de muerte me reveló la precariedad de mi
creencia en el progreso. Cuando vi desprenderse la cabeza del cuerpo de la
víctima, comprendí que ninguna teoría de la racionalidad de la existencia y del
progreso podía justificar un acto semejante... La muerte de mi hermano fue otro
caso que vino a probarme lo inadecuado de la superstición del progreso
respecto a la vida. Mi hermano, hombre inteligente, bueno y serio, cayó enfermo
siendo aún muy joven. Sufrió más de un año y murió en medio de tormentos sin
comprender por qué había vivido y menos aún por qué moría. No había teorías
que pudieran dar respuesta a esas preguntas, ni a las mías, ni a las suyas
durante su agonía lenta y dolorosa. Esos eran los pocos momentos de duda. En
realidad, continuaba profesando la fe en el progreso...

A mi regreso me casé. Las nuevas circunstancias de una vida de familia


feliz me distrajeron por completo de cualquier búsqueda del sentido general de
la vida. En esta época toda mi vida se concentraba en mi familia, en mi mujer, en
mis hijos y en los desvelos por aumentar nuestros medios de vida. Mi aspiración
al perfeccionamiento personal y al progreso, ahora se había convertido en una
aspiración por conseguir todo lo mejor para mi familia y para mí. Así pasaron
quince años.

A pesar de que durante ese tiempo consideré la actividad literaria como


una ocupación banal, seguí escribiendo. Había probado la tentación de una
enorme recompensa monetaria y los aplausos por un trabajo insignificante y me
entregué a ello como un medio para mejorar mi situación económica y para
sofocar en mi alma todos los cuestionamientos acerca del sentido de la vida... En
ocasiones surgían las preguntas: ¿Por qué? ¿Qué pasará después? Estas
preguntas me asaltaban con frecuencia, exigiendo una respuesta cada vez con
más insistencia y esas preguntas sin responder caían como puntos negros
siempre en el mismo sitio, acumulándose hasta formar una gran mancha.

Me ocurrió lo que le ocurre a todo aquel que contrae una enfermedad


mortal. Al principio se presentan síntomas de malestar insignificantes a los que
el enfermo no presta atención; después estos síntomas se repiten más a menudo y
acaban por confluir en un único sufrimiento ininterrumpido. El sufrimiento crece
y el enfermo, antes de tener tiempo de volver la vista atrás, se da cuenta de que
lo que tomó por un malestar es para él la cosa más importante del mundo: la
muerte.

Lo mismo me sucedió a mí. Comprendí que no era un malestar fortuito,


sino algo muy serio, y que si se repetían siempre las mismas preguntas era
porque había necesidad de contestarlas. Y eso traté de hacer. Las preguntas
parecían tan estúpidas, tan simples, tan pueriles... Pero en cuanto me enfrenté a
ellas y traté de responderlas, me convencí al instante, en primer lugar, de que no

7
eran cuestiones pueriles ni estúpidas, sino las más importantes y profundas de la
vida y, en segundo, que por mucho que me empeñara no lograría responderlas.
Antes de ocuparme de mi hacienda de Samara, de la educación de mi hijo, de
escribir libros, debía saber por qué lo hacía. Mientras no supiera la razón, no
podía hacer nada. En medio de mis pensamientos sobre la administración de la
hacienda, que entonces me mantenían muy ocupado, una pregunta me vino de
repente a la cabeza: “Muy bien, tendrás miles de hectáreas en la provincia de
Samara y trescientos caballos, ¿y después qué?”. Y me sentía completamente
desconcertado, no sabía qué pensar. O bien, cuando empezaba a reflexionar
sobre la educación de mis hijos, me preguntaba: “¿Por qué?”. O bien,
meditando sobre cómo el pueblo podría llegar a alcanzar el bienestar, de
repente me preguntaba: “¿Y a mí qué me importa?”. O bien, pensando en la
gloria que me proporcionarían mis obras, me decía: “Muy bien, serás más
famoso que Gógol, Pushkin, Shakespeare, Molière, y todos los escritores del
mundo, ¿y después que?”. Y no podía responder nada, nada 6.

La idea del suicidio se me ocurrió con tanta naturalidad como antes las
ideas de mejorar mi vida. Esa idea era tan tentadora que tenía que emplear
ardides conmigo mismo para no llevarla a cabo demasiado apresuradamente. Y
he aquí que yo, un hombre feliz, saqué una cuerda de mi habitación, donde me
desvestía solo cada noche, para no colgarme de un travesaño que había entre los
armarios... Y dejé de ir de caza con la escopeta para que no me tentase ese
medio demasiado fácil de quitarme la vida. Yo mismo no sabía lo que quería: me
daba miedo la vida y luchaba por desembarazarme de ella y, al mismo tiempo,
esperaba algo de ella.

Y esto aconteció en un momento en que estaba rodeado de lo que se


considera la felicidad completa; eso fue cuando aún no cumplía cincuenta años.
Tenía una buena esposa, amante y amada, buenos hijos, una gran hacienda que,
sin esfuerzo por mi parte, aumentaba y prosperaba. Era respetado más que
nunca por amigos y conocidos, los extraños me colmaban de elogios, y podía
considerar, sin temor a exagerar, que había alcanzado la celebridad. Además,
no estaba enfermo ni física ni mentalmente; al contrario, gozaba de un vigor
mental y físico que rara vez he encontrado en las personas de mi edad.
Físicamente, podía segar al mismo ritmo que los campesinos. Intelectualmente,
podía trabajar ocho o diez horas seguidas sin resentirme por el esfuerzo. Y a tal
estado llegué que ya no podía vivir; y, temiendo la muerte, debía emplear
ardides conmigo mismo para no quitarme la vida.

Ese estado de ánimo podía expresarse de la siguiente manera: “Mi vida


es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado”. Aunque yo no

6
Ib. cap. 3.

8
reconociera la existencia de ningún alguien que me hubiera creado, esa noción
según la cual “alguien” se habría burlado de mí de manera cruel y estúpida
trayéndome al mundo era, para mí, la más natural.

Me imaginaba sin querer que allí, en alguna parte, estaba ese “alguien”
que se divertía al ver que yo, después de pasar treinta o cuarenta años
aprendiendo, desarrollándome, creciendo en cuerpo y espíritu, había alcanzado
ahora la madurez de mi intelecto, había llegado ahora a esa cima de la vida
desde la cual ésta se revela por completo, sólo para permanecer allí plantado
como un estúpido, comprendiendo con claridad que no hay nada en la vida, que
nunca lo había habido y que nunca lo habrá. “Y ese alguien se ríe...”.

Pero tanto si hay alguien que se ríe de mí como si no, eso no me hace las
cosas más fáciles. No podía dar un sentido racional a ningún acto de mi vida por
separado ni a mi vida en conjunto. Lo único que me sorprendía era cómo no lo
había comprendido desde el principio. Hacía tanto tiempo que era de dominio
público. Si no es hoy será mañana cuando lleguen las enfermedades y la muerte
(de hecho ya se están aproximando) para los seres queridos, para mí, y no
quedará nada, salvo pestilencia y gusanos. Mis acciones, sean las que sean,
tarde o temprano caerán en el olvido, y yo ya no existiré. ¿A qué viene afanarse,
pues? ¿Cómo puede una persona vivir y no darse cuenta? ¡Eso es lo
sorprendente! Sólo se puede vivir mientras dura la embriaguez de la vida, pero
cuando uno se quita la borrachera es imposible no ver que todo es un engaño,
¡un engaño estúpido! Lo cierto es que no hay en ello nada gracioso ni ingenioso;
sólo es cruel y estúpido.

Hay una vieja fabula oriental que cuenta la historia de un viajero


sorprendido en la estepa por una bestia furiosa. Para escapar de la bestia, el
viajero salta al interior de un pozo sin agua, pero en el fondo del pozo ve un
dragón con las fauces abiertas, dispuesto a devorarle. Y el infeliz, sin atreverse a
salir por temor a convertirse en presa de la bestia feroz, ni a saltar al fondo del
pozo para no ser devorado por el dragón, se agarra a las ramas de un arbusto
salvaje que crece en las grietas del pozo, y así queda colgado. Los brazos se le
debilitan y siente que pronto tendrá que abandonarse a la muerte, que le espera
a ambos lados, pero sigue aferrándose, y, mientras se aferra, mira alrededor y
ve que dos ratones, negro uno y blanco el otro, giran regularmente en torno al
tronco del arbusto del cual está colgado, y lo roen. De un momento a otro el
arbusto se quebrará, y él caerá en las fauces del dragón. El viajero lo ve y sabe
que su muerte es inevitable; pero, mientras continúa suspendido, busca a su
alrededor, y halla sobre las hojas del arbusto algunas gotas de miel; las alcanza
con la lengua y las lame. Así me aferro a las ramas de la vida, sabiendo que el
dragón de la muerte me espera inevitablemente, preparado para despedazarme,
y no puedo comprender por qué soy sometido a este tormento. E intento chupar

9
esa miel que antes me consolaba; pero esa miel ahora no me da placer, y,
entretanto, el ratón blanco y el negro roen noche y día la rama de la que cuelgo.
Veo claramente el dragón, y la miel ya no me parece dulce. No veo más que una
cosa: el ineludible dragón y los ratones, y no puedo apartar la vista de ellos. Y
esto no es una fábula, sino la auténtica, la incontestable, la inteligible verdad
para todos.

Mi familia, esposa e hijos se encuentran en las mismas condiciones que


yo: tienen que vivir en la mentira o ver la terrible verdad. ¿Para qué viven? ¿De
qué me sirve amarlos, protegerlos, educarlos y velar por ellos? ¿Para que se
suman en la misma desesperación que yo o para que caigan en la estupidez?
Amándolos, no puedo ocultarles la verdad. Cada paso dado hacia el
conocimiento los conduce a la verdad. Y esa verdad es la muerte.

Si hubiera comprendido simplemente que la vida no tenía sentido, habría


podido aceptarlo con tranquilidad, habría podido saber que aquél era mi
destino. Pero no conseguía contentarme con eso. Si hubiera sido como un
hombre que habita en un bosque del que sabe que no hay salida, habría podido
vivir; pero era como un hombre perdido en un bosque, presa del terror por
haberse extraviado, que corre en todas direcciones en busca de salida, y que,
aun sabiendo que con cada paso que da se pierde más, no puede dejar de correr.

Eso era lo terrible. Y, para liberarme de ese espanto, quería matarme.


Sentía horror por lo que me aguardaba; sabía que ese horror era aún más
terrible que la misma situación, pero no podía ahuyentarlo ni esperar el fin con
paciencia.

No importa cuán convincente fuera el argumento de que, de todas


maneras, un vaso sanguíneo del corazón se rompería, o de que estallaría alguna
cosa, y todo acabaría, yo no podía esperar el fin con paciencia. El terror de las
tinieblas era demasiado grande, y yo quería librarme de él pronto, lo más pronto
posible, con ayuda de una cuerda o de una bala. Ése era el sentimiento que me
empujaba, cada vez con más fuerza, hacia el suicidio 7.

Y buscaba una explicación a esas cuestiones en todos los conocimientos


adquiridos por los hombres. E investigué largo tiempo, concienzudamente. No lo
hice con poco entusiasmo, por vana curiosidad; sino dolorosa, persistentemente,
día y noche, como un hombre a punto de morir busca la salvación; y no encontré
nada.

7
Ib. cap. 4.

10
Busqué en las ciencias y no sólo no hallé nada, sino que me convencí de
que todos lo que como yo habían buscado en la ciencia tampoco habían
conseguido dar con nada. Y no sólo no habían encontrado nada, sino que
reconocieron con claridad lo mismo que a mí me había llevado a la
desesperación: que el único conocimiento absoluto accesible al hombre era la
absurdidad de la vida.

Mi pregunta, la que a los cincuenta años me condujo al borde del


suicidio, era la más sencilla: reside en el alma de todo ser humano, desde el niño
estúpido hasta el anciano más sabio, una pregunta sin la cual la vida es
imposible, como yo mismo he experimentado. La pregunta es: “¿Qué resultará
de lo que hoy haga?¿De lo que haga mañana? ¿Qué resultará de toda mi
vida?”. Expresada de otra forma la pregunta sería la siguiente: “¿Para qué
vivir, para qué desear, para qué hacer algo?”. O formulada todavía de otro
modo: ¿Hay algún sentido en mi vida que no será destruido por la inevitable
muerte que me espera?...”. Dicho de otro modo: “¿Qué soy? ¿Por qué vivo?
¿Qué debo hacer? ¿Qué soy yo y qué es el universo? ¿Y por qué existo y por qué
existe el universo?” 8. Y yo decía: “¿Cuál es el sentido de mi vida? Ninguno.
¿Qué resultará de mi vida? Nada. ¿Por qué existe todo lo que existe y por qué
existo Yo?

Yo me respondía a la pregunta del sentido de la vida: “Lo que tú llamas


vida es una cohesión de partículas fortuita y temporal. La interacción mutua, las
alteraciones de las partículas producen en ti lo que tú llamas vida. Esa cohesión
se mantendrá cierto tiempo, después la interacción de las partículas cesará y lo
que llamas vida también cesará, así como todas las cuestiones que te planteas.
Eres una bolita de algo que se ha constituido fortuitamente 9.

He aquí lo que nos enseña la sabiduría india: “Sakyamuni, un príncipe


joven y feliz a quien le habían ocultado las enfermedades, la vejez, la muerte,
sale para dar un paseo y se encuentra a un viejo feo, desdentado y cubierto de
babas. El príncipe, que no había conocido hasta ese momento la vejez, se
sorprende y le pregunta al cochero qué significa eso y cómo es que ese hombre
ha llegado a un estado tan lamentable y repulsivo. Y cuando descubre que ésa es
la suerte común de todos los hombres, y que también a él, joven príncipe, le
aguarda lo mismo, no puede continuar con el paseo y da la orden de volver a
casa para reflexionar sobre todo aquello. Y se encierra solo, y reflexiona. Y
probablemente encuentra algún consuelo, puesto que de nuevo sale a pasear,
alegre y dichoso. Pero esta vez se encuentra con un enfermo. Ve a un hombre
demacrado, lívido, tembloroso, con los ojos turbios. El príncipe, a quien le

8
Ib. cap. 5.
9
Ib. cap. 6.

11
habían ocultado las enfermedades, se detiene y pregunta qué es eso. Y cuando se
entera de que eso es la enfermedad, a la cual todos los hombres están expuestos,
y de que, también el príncipe sano y feliz, puede caer enfermo desde mañana
mismo, siente de nuevo que le faltan ánimos para alegrarse, da la orden de
volver a casa y vuelve a buscar la tranquilidad; sin duda, la encuentra, puesto
que, por tercera vez, sale a pasear; pero también esta vez le aguarda un nuevo
espectáculo: ve que están transportando algo. “¿Qué es eso?”. “Un hombre
muerto”. “¿Qué quiere decir muerto?”, pregunta el príncipe. Le explican que
estar muerto significa convertirse en lo que se ha convertido ese hombre. El
príncipe se acerca al muerto, lo descubre y lo mira. “¿Qué será de él ahora?”,
pregunta el príncipe. Y le dicen que lo enterrarán.

“¿Por qué?”. “Porque nunca volverá a estar vivo, y no saldrán de él más


que gusanos y hedor”. “¿Y ése es el destino de todos los hombres? ¿Me
sucederá a mí lo mismo? ¿Me enterrarán, y despediré hedor, y los gusanos me
comerán?”. “Sí”. “¡Atrás! No quiero ir a pasear, nunca más volveré a pasear”.

Sakyamuni no podía encontrar consuelo en la vida. Decidió que la vida


era el más grande de los males, y empleó todas las fuerzas de su alma en
liberarse de ella 10.

Estudie los textos del budismo y del mahometismo y, sobre todo, los del
cristianismo y las vidas de los cristianos que me rodeaban. Entre los cristianos
de mi propia clase (cultos, inteligentes, teólogos etc.), cuanto más
detalladamente me exponían su fe, con más claridad veía su error y más veía
perdidas todas las esperanzas de encontrar en su fe un sentido a mi vida.

Comencé a acercarme a los creyentes del pueblo, hombres sencillos y


analfabetos, peregrinos, monjes, campesinos... Contrariamente a lo que veía en
nuestro grupo, en el que toda la vida transcurría en la ociosidad, en la diversión
y en la insatisfacción, veía que esas personas que trabajaban duro a lo largo de
toda su existencia estaban menos insatisfechas con la vida que los ricos.
Contrariamente a los hombres de nuestra clase, que se oponían al destino y se
indignaban por sus privaciones y sufrimientos, esa gente aceptaba las
enfermedades y las desgracias sin cuestionarlas ni protestar, con la convicción
serena y firme de que todo eso debía ser así y que no podía ser de otra manera, y
que todo era para bien. Contrariamente a nosotros, que cuanto más inteligentes
somos menos comprendemos el sentido de la vida y más vemos en la muerte y en
el sufrimiento una especie de burla malvada, esa gente vive, sufre y se aproxima
a la muerte con tranquilidad y casi siempre con júbilo. Si bien una muerte
serena, sin terror ni desesperación es una rarísima excepción entre las personas

10
Ib. cap. 6.

12
de nuestra clase, una muerte tormentosa, intranquila e infeliz es una excepción
rarísima en el pueblo. Y la mayor parte de ese pueblo, aun cuando está privada
de todo aquello que para mí y para Salomón constituye el único bien de la vida,
goza de la felicidad más profunda. Miré a mi alrededor, en un radio más
extenso. Examiné las vidas de multitudes de hombres que habían vivido en el
pasado y que todavía vivían. Y vi que los que habían comprendido el sentido de
la vida, que sabían vivir y morir, no eran dos, ni tres, ni diez, sino cientos, miles,
millones. Y todos, infinitamente diversos por su carácter, su inteligencia, su
educación, su condición, todos conocían el sentido de la vida y de la muerte de
la misma manera, en completa oposición a mi ignorancia. Trabajaban
tranquilos, soportaban privaciones y sufrimientos, vivían y morían, y en todo eso
veían, no la vanidad, sino el bien.

Acabé amando a esa gente. Cuanto más profundizaba en sus vidas, lo


mismo la de los vivos que la de los muertos, bien las conociese por mis lecturas o
por lo que oía decir, más los amaba y más fácil se me hacía vivir. Así viví dos
años, poco más o menos, y una profunda transformación se produjo en mí, una
transformación para la que me había ido preparando mucho tiempo atrás y para
la cual siempre había estado predispuesto. La vida de nuestra clase, la de los
ricos y los sabios, no sólo se volvió desagradable para mí, sino que perdió todo
sentido. Todos nuestros actos y pensamientos, nuestra ciencia, nuestro arte, se
me revelaron como una mera complacencia. Comprendí que allí no era posible
encontrar un sentido. Los actos del pueblo trabajador, de aquéllos que crean la
vida, se me presentaron como el único camino posible. Comprendí que el sentido
que proporcionaba esa vida era la verdad, y la acepte 11.

Comprendí entonces la verdad que más tarde hallé en el Evangelio: los


hombres prefieren las tinieblas a la luz porque sus acciones son malas. El que
comete malas acciones detesta la luz y no va por la luz para que sus obras no
sean vistas. Comprendí que para entender el sentido de la vida era preciso, ante
todo, que esta no fuese absurda ni mala, y luego uno podía utilizar la razón para
entenderla. Comprendí por qué había dado vueltas tanto tiempo alrededor de
una verdad tan evidente sin verla y que, para pensar y hablar acerca de la vida
de la humanidad, debía pensar y hablar acerca de ésta y no acerca de la de
algunos parásitos. Esa verdad ha sido siempre verdad, como 2 x 2 = 4, pero yo
no la había reconocido porque, reconociendo que 2 x 2 = 4, debería reconocer
que yo no era un buen hombre. Y para mí era más importante y necesario sentir
que yo era un buen hombre que admitir que 2 x 2 = 4. Pero comencé a amar a la
gente buena y a detestarme a mí mismo, y reconocí la verdad. Ahora todo estaba
claro para mí 12.

11
Ib. cap. 10.
12
Ib. cap 11

13
Recordé que solo vivía en los momentos en que creía en Dios. Ahora,
exactamente igual que antes, me decía: para que yo viva me basta con saber que
Él existe; me bastaría olvidarlo, dejar de creer en Él, para morir. ¿Qué son esos
renacimientos y esas agonías? Está claro que no vivo cuando pierdo la fe en Su
existencia; y que me habría matado hace mucho tiempo si no tuviera la vaga
esperanza de encontrarle. Sólo vivo verdaderamente cuando le siento y le busco.
“Entonces, ¿qué sigo buscando todavía?”, gritaba una voz dentro de mí. A Él, a
Aquel sin el cual es imposible vivir. Conocer a Dios y vivir son la misma cosa: Él
es la vida.

Y con más fuerza que nunca una luz brilló dentro de mí y alrededor de mí,
y esa luz no me ha abandonado desde entonces. Y de ese modo me salvé del
suicidio. Sería incapaz de decir cuándo y cómo se produjo esa transformación en
mí. De la misma manera gradual e imperceptible que la fuerza de la vida se
había ido destruyendo en mí, conduciéndome a la imposibilidad de vivir, a la
necesidad del suicidio, recuperé la fuerza de la vida. Y lo extraño es que la
fuerza de la vida que volvía a mí no era nueva, sino la más antigua; era la
misma fuerza que me había guiado al principio de mi existencia. En esencia
volví a las cosas que habían formado parte de mi infancia y de mi juventud.
Volví a la fe en aquella voluntad que me había engendrado y que quería algo de
mí; volví a la idea de que el principal y único objetivo de mi vida era ser mejor,
es decir, vivir conforme a esa voluntad. Volví a la convicción de que podía
encontrar la expresión de esa voluntad en lo que la humanidad había elaborado
hacía mucho tiempo para su propia guía. En otras palabras, volví a la fe en
Dios, en el perfeccionamiento moral, y a aquella tradición que le había dado un
sentido a la existencia. La única diferencia era que antes había aceptado todo
eso inconscientemente, mientras que ahora sabía que no podía vivir sin ello 13.

LEÓN BLOY (1846-1917)

El padre de León Bloy era masón y detestaba a la Iglesia católica y


sacerdotes; y estas ideas contrarias a Dios y a la religión las recibió León Bloy de
su padre. Su madre, que era muy religiosa, consiguió que fuera a estudiar a los
Hermanos de la Doctrina cristiana, que también daban catecismo. Allí hizo la
primera comunión sin malicia y sin amor.

A los 18 años partió a París. Su padre le había encontrado una plaza de


ayudante de arquitecto en la estación de Austerlitz. Pero León hubiera querido
ser pintor, poeta, escritor o algo así. La religión ya no la practicaba. Era en la

13
Ib. cap. 12.

14
práctica un ateo más y en París adquirió malos hábitos: pereza, despilfarro,
aventuras con mujeres. No tenía sentido del pecado.

Se hizo socialista y sentía un anticlericalismo violento con un odio


profundo a la Iglesia, en la cual veía la fuente de todas las injusticias y abusos. El
refiere: Yo perdí la fe muy pronto. La furia extrema de las pasiones nacientes lo
había dominado todo. Pasaron varios años así, durante los cuales el orgullo, la
sensualidad, la pereza, la envidia, el desprecio y el odio se acumularon en mí.
Hubo un momento en que el odio a Jesús y a la Iglesia llegó a ser muy fuerte 14.

Se hizo amigo de Barbey d´Aurevilly. Él, aunque no era ningun santo, iba
a misa los domingos y tenía fe. Con su ayuda, ejemplo y explicaciones de la fe,
Bloy comenzó a darse cuenta de que tenía muchos prejuicios contra la Iglesia y
la religión. Después de un año de conversar con d´Aurevilly, dio el paso
definitivo y el día 19 de junio de 1869 se confesó y regresó firmemente a la
Iglesia, que había abandonado muchos años antes. Quiso entrar en una Orden
religiosa y concretamente en los benedictinos, pero encontró a Ana Warfa Roulé,
que había sido una mujer pública. Hizo esfuerzos para librarse de ella, pero tenía
caídas y recaídas. Por fin, Ana María se convirtió en una fervorosa católica y le
ayudó en su fe.

En 1882 ella enloqueció y fue internada para el resto de su vida. Bloy se


creyó abandonado de Dios. Se refugió un tiempo en la Cartuja, donde fue
acogido por los religiosos, que le desaconsejaban esa vida y lo animaban a ser un
escritor combativo y luchador por el bien de la Iglesia.

Se hizo escritor, aunque era muy criticado por sus métodos rudos y
palabras groseras. Felizmente para él, encontró un día la danesa Juana Molbech,
que se enamoró de él. Ella era luterana. Se hizo católica y fue una gran ayuda
para él en sus momentos de tristeza. Comenzó a ir a misa todos los días con ella
y comulgaban juntos. Como escritor, se ganaba la vida con las justas, apenas
ganaba para él, su esposa y sus cuatro hijos.

En su libro El mendigo ingrato (Ed. Mundo moderno, Buenos Aires,


1895) afirma: Tengo el honor de ser el escritor más temido y en consecuencia
más calumniado de nuestro tiempo 15.

Es necesario rezar. Todo lo demás es vano y estúpido. Es necesario rezar


para poder soportar todo el horror de este mundo, es necesario rezar para ser

14
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Studium, Madrid, 1961, p. 194.
15
Ib. p. 88.

15
16
puro, es necesario rezar para tener la fuerza que nos permita esperar . No
existe el azar, porque el azar es la providencia de los imbéciles 17.

No hay más que una tristeza, la de no ser santos. Para las gentes del
vecindario somos (yo y mi esposa) de los que van a misa, como si dijeran: los
que han estado en la cárcel (24-7-1914).

Es terrible vivir en una época tan renegada en que no es posible hallar un


santo, no digo un hombre santo, sino un santo que cure enfermos y resucite
muertos y al que pudiera preguntar qué es lo que espera Dios de mí y qué es lo
que debo hacer.

Bloy era fanático de la Biblia y la conocía bien. Era un católico extremista


y exageraba su catolicismo militante. A veces era intransigente en sus críticas
incluso a sacerdotes e insultaba con palabras groseras a los que le eran contrarios.
Admiraba a santa Juana de Arco, Napoleón, Cristóbal Colón..., pero tenía
rechazo a los ricos. Era antisemita y, sin embargo, decía: No olvido que María
era judía, que Cristo era judío, ni de que los judíos son nuestros hermanos. Pero
afirmaba que el pueblo de Israel había sido deicida.

Influyó en que muchos se hicieran católicos con sus críticas y también con
sus ideas de rectitud, a veces exageradas sobre cómo vivir la fe de verdad sin
medias tintas. Fueron ahijados espirituales suyos, pues influyó mucho en su
conversión: Jacques Maritain y Van der Meer.

Murió el 2 de noviembre de 1917, a los 71 años, habiendo iluminado la


vida de muchos contemporáneos con su vida y sus escritos.

CARLOS DE FOUCAULD (1858-1916)

Carlos de Foucauld nació en Estrasburgo, la capital de la Alsacia


francesa, cerca del Rhin, el 15 de septiembre de 1858.

Mayor de dos hermanos (su hermana María nacería tres años después),
vivió una infancia accidentada. Era hijo de familia aristocrática, con muchos
medios económicos; pero pronto conoció la desgracia, al quedarse huérfano de
padre y madre. Tenía tan sólo cinco años.

16
Ib. p. 106.
17
Ib. p. 108.

16
La tutela de los niños pasó al bondadoso abuelo, que rodeaba a sus nietos
de cariño, pero también les consentía toda clase de caprichos. Sobre todo, a
Carlos, cuyo semblante y vivacidad le recordaba constantemente a su hija. De
ello se aprovechaba el muchacho, que conseguía del abuelo todo lo que quería.

A los diez años, Carlos se matriculó en el liceo de Estrasburgo. Sus


profesores lo describían como un alumno inteligente y estudioso. La muerte de
sus padres había dejado honda huella en él, por lo que también se mostraba
replegado, introvertido y taciturno.

Además del hogar del abuelo, Carlos frecuentaba la casa de la hermana


de su padre, la señora Inés Moitessier. Sobre todo, en vacaciones. Su tía tenía
una hermosa finca en Louye, cerca de Evreux, y allí Carlos conversaba con su
prima, María Moitessier, nueve años mayor que él...

María Moitessier llegó a ser una mujer excepcional, muy cristiana, que
supo estar siempre cerca de Carlos, tanto en sus años de extravío como,
posteriormente, en los de vida religiosa.

Cuando estalló la guerra de 1870, Carlos tenía doce años. El abuelo


Morlet huyó, llevándose a sus nietos, primero a Rennes, y de allí a Suiza.

Concluyó la guerra y el abuelo Morlet fijó su residencia en Nancy. Allí


continuaría sus estudios el jovencito Carlos. Y allí hizo su primera comunión,
unida a la confirmación, en abril de 1872. Fue aquel un día grande para toda la
familia. Se sintió valorado y querido. Su prima llegó de París y el mejor regalo
se lo hizo ella: un libro de Bossuet, Élévations sur les Mystères, por el que
siempre Foucauld tendría gran aprecio.

Con catorce años, Carlos, que cursaba ya quinto, leía todo lo que caía en
sus manos. Su cultura se iba ampliando; pero, tal vez por falta de orientación y
acompañamiento, su fe también iba naufragando. El ambiente social, escéptico e
irreligioso, nada le ayudaba. Por otra parte, le asaltaban toda clase de dudas, y
así fue como terminó por caer en la increencia más absoluta. La fe de los suyos
ya no le servía.

A uno de sus amigos más íntimos, el geógrafo y explorador Henri


Duveyrier, le resumiría así, en una carta escrita el 21-2-1892, su situación
religiosa: Fui educado cristianamente pero desde la edad de 15 ó 16 años toda
fe había desaparecido en mí. Las lecturas, de las que tenía avidez, habían hecho
esta obra en mí; no me alineaba con ninguna doctrina filosófica. Al no encontrar
ninguna suficientemente fundada, me quedé en la duda total, alejado

17
especialmente de la fe católica, varios de cuyos dogmas, a mi entender,
chocaban con la razón.

En resumen, el joven Carlos respetaba la fe de sus mayores, pero a él no


le servía. Se lo decía, en 1901 a un amigo y confidente, el oficial Henry de
Castries: “Henry, durante doce años he vivido sin fe alguna” 18. Así fue como
Dios llegó a desaparecer totalmente del horizonte de su vida. El nombre de Dios
nada decía ya al joven Carlos de Foucauld.

Sus años jóvenes transcurrían entre juergas y placeres. Apareció el


egoísmo. Aprendió a aprovecharse de todo y de todos. La diosa fortuna le
trataba bien. Poseía dinero, salud y hasta un título, el de vizconde.

Cuando Carlos llegó a la edad de veinte años, decidió, al morir su abuelo


(3 de febrero de 1878), emanciparse de los suyos. Era verdad que, con la muerte
del señor Monet, Carlos se sentía más solo. Pero también era verdad que había
heredado mucho dinero, y se encontraba con menos trabas, lejos de los
familiares reproches, para lanzarse a una vida de desenfreno.

Dos años antes de la muerte del señor Morlet, en junio de 1876, Foucauld
se presentó a un examen escrito, para entrar en la célebre Academia de Oficiales
de Saint-Cyr, fundada nada menos que por Napoleón I. Entre cuatrocientos doce
alumnos, aprobó con el número ochenta y dos. Así fue como, el 30 de octubre,
ingresó en la Academia de Saint-Cyr. Había cumplido dieciocho años.

El 1 de octubre de 1878, el joven Foucauld inauguró su segundo año en


Saint-Cyr con los galones de subteniente. No permanecería más tiempo allí.
Todo estaba a punto para un traslado. Y este llegó el 15 de noviembre de aquel
mismo año, fecha en la que ingresó en la Escuela de Caballería de Saumur, en el
departamento de Maine y Loira (Oeste de Francia), a orillas del río Loira.

Si, en Saint-Cyr, con frecuencia era arrestado (habitación descuidada,


pantalón sucio, pelo demasiado largo) ahora, en la Escuela de Caballería de
Saumur, los problemas le venían del lado de la conducta, no tanto del atuendo
externo. En el aspecto externo no había problemas. El joven Carlos se
esmeraba: alta peluquería, sastres escogidos, lujosos zapatos. Otras eran las
dificultades: el desenfreno, el derroche, las amistadas equívocas. Cuando
jugaba, apostaba fuerte. Sus propinas entre los camareros eran celebradas y
disputadas. Corría el dinero por sus manos...

18
Carta del 14-8-1901.

18
Nada tiene de extraño que, encumbrado en este tren de vida, al joven
vizconde le pesara, cada vez más, la milicia, la disciplina y monotonía de las
marchas. Así que buscó una salida fácil y la encontró en la organización de una
fiesta tras otra. En una inspección, llevada a cabo un año después de su llegada
a Saumur, en octubre de 1879, el comandante segundo de la Escuela anotaba en
su cuaderno: “Espíritu poco militar; no tiene en grado suficiente el sentimiento
del deber…” Por su parte, el inspector general certificaba: “Tiene distinción; ha
sido bien educado. Pero tiene la cabeza ligera, y no piensa más que en
divertirse”.

El año 1880 transcurrió para Foucauld en su nuevo destino: el 4º


Regimiento de húsares, cuya guarnición ocupaba ostentosa y triunfalísticamente
todo un pueblecito del Marne, llamado Sézane. Foucauld se aburría allí como
una ostra. Se refugiaba en sus ya habituales fiestas, pero no entendía del todo lo
que le ocurría: seguía vacío, triste, insatisfecho.

Buscando cambiar de aire y de paisaje, pidió el traslado y lo enviaron a


Pont-à-Mousson. Pero, más de lo mismo: tedio militar y fiesta tras fiesta. No
entraba en sus cálculos el matrimonio, y, en aras de la libertad o, más bien, del
libertinaje, estaba dispuesto a pagar el precio de la soledad, que combatía, como
podía, con juergas v excesos.

A finales de 1880 su Regimiento de húsares fue destinado a África:


exactamente a Sétif, una de las ciudades de Argelia, en el departamento de
Constantina. Foucauld cumplía, por entonces, 22 años.

Una mujer, una tal Mimí (de la que se sabe muy poco), le acompañaba de
un sitio para otro. Sus superiores le recriminaban. Pero él no hacía ningún caso.
Ello le acarreaba serios avisos y sanciones ininterrumpidas. “De noviembre de
1880 a enero de 1881 pasó la mayoría del tiempo en el calabozo”. Cuando
cumplía sus arrestos y salía del encierro, le seguía acompañando siempre su
amante. Llegó a hacer pública, en una fiesta, su unión con la joven Mimí.

Finalmente, cansados ya sus superiores de la indisciplina de Carlos, le


dieron oficialmente la orden de separarse de esta mujer; pero él protestó
diciendo que su vida privada nada tenía que ver con su servicio en el ejército. En
marzo de 1881 le llegó una notificación: “Queda usted apartado del servicio
militar por indisciplina, acompañada de notoria mala conducta”. Deseoso de
libertad e independencia, abominando de la disciplina del ejército, regresó a
Francia, y se llevó con él a su querida Mimí. Se instalaron en la hermosa villa de
Évian-les-Bains, en la orilla sur del lado dc Ginebra. Un verdadero paraíso para
turistas adinerados.

19
En mayo de 1881 tuvo lugar la insurrección de Bou Amama, en el sur de
Orán. Informado del lance, al joven Foucauld le ardía por dentro el sentimiento
de aventura. Por fin, ocurría algo excitante, más allá de lo ordinario y tedioso de
la vida diaria. Sus antiguos compañeros luchaban con bravura. ¿Qué hacia él en
Évian, lejos de toda responsabilidad?

Sin pensarlo demasiado, abandonó a su muchacha, llegó a París, se


dirigió al ministerio de la guerra y, decidido, solicitó ser readmitido de nuevo en
el ejército de caballería. No le importaban las condiciones. Entraría, si era
necesario, como soldado raso.

El 3 de junio de 1881 fue la fecha en la que regresó al ejército. Partió


inmediatamente hacia Orán. De nuevo, la huida hacia delante. Tal vez, el deseo
de grandeza, la estima propia, la necesidad de rehabilitarse ante familiares y
amigos. Y lo mismo que anteriormente se había entregado al disfrute y a los
placeres de la vida, ahora se lanzaba a la conquista de la fama y del buen
nombre. Dice Jean François Six que Foucauld se arrojó a la campaña del
Orensado con la misma intensidad que anteriormente se había lanzado a los
placeres. Con la misma embriaguez 19.

Su amigo Laperrine, que le conocía bien, escribía: “En medio de los


peligros y privaciones de las columnas expedicionarias, este erudito jaranero se
revela un soldado y un jefe. Soportando alegremente las más duras pruebas,
exponiendo constantemente su persona, preocupándose con abnegación de sus
hombres, era la admiración del regimiento y de los veteranos” 20.

La expedición que el ejército llevó a cabo en Orán, duró diez meses.


Después, el soldado Foucauld fue destinado a Máscara. Ya en ese tiempo le
gustaban las costumbres árabes y empezó a estudiar su lengua. En 1862
descubrió su vocación de aventurero y se planteó explorar desiertos y montañas
de Marruecos. Allí mismo, en Máscara, decidió darse de baja del ejército el 28 de
enero de 1882. El 10 de marzo le aceptaron su dimisión.

Comenzó sus preparativos para explorar Marruecos, que era un país


peligroso y un tanto enigmático. Tenía 25 años cuando partió de Argel el 30 de
junio de 1883 hacia Marruecos. Hizo su viaje sin ayuda del gobierno, a costa
suya, disfrazado de judío, a pesar de que los árabes tenían prejuicios contra los
judíos. Así estuvo 11 meses afrontando el riesgo de ser descubierto y de morir
asesinado. Una aventura arriesgada. Valió la pena por sus descubrimientos que le
merecieron la primera medalla de oro de la Sociedad de Geografía.

19
Six J. F., Itinerario espiritual, Herder, Barcelona, 1978, p. 33.
20
Ibídem.

20
En marzo de 1885 estaba en Argelia y exploró algunos lugares. En
noviembre, con un destacamento militar, se dirigió a El Golea, un oasis que dista
de Argel más de 1.000 Kms. Allí instaló un palomar de palomas mensajeras. A
comienzos de 1886 estaba en Gabes de donde fue a Francia. En París se instaló
en un apartamento a lo árabe, vestía como ellos con una chilaba o túnica larga, y
dormía en el suelo sobre una alfombra. Allí encontró a Dios. Allí, a fines de
octubre de 1886, le esperaba Jesús con los brazos abiertos para regalarle el don
inestimable de la fe y darle la verdadera alegría de la vida. Tenía entonces 28
años.

El padre Henri Huvelin (1838-1910) sería su director espiritual durante


casi 25 años. Él con su vacío interior y su insatisfacción vital había repetido
infinidad de veces la oración: Dios mío, si existes haz que yo te conozca. Y Dios
le salió al encuentro. Un día fue a visitar al padre Huvelin y lo encontró en el
confesonario. Le dijo claramente: No vengo a confesarme, porque creo que no
tengo fe. Le pido la bendición y que me facilite una buena instrucción religiosa.
Deseo conocer la doctrina católica para conocer a Jesucristo.

El padre Huvelin le habló durante un rato y, al final, viendo que tenía


deseo de cambiar de vida, lo invitó a arrodillarse y le dio la absolución
sacramental y lo envió a comulgar. Así nació de nuevo el antiguo pecador. Él
anotó con claridad: El padre Huvelin tuvo la amabilidad de responder a mis
preguntas, tuvo paciencia de atenderme otras veces y me convencí de la verdad
de la religión católica. Él aseguró más tarde que, a la vez de su conversión,
surgió en él la vocación a la vida religiosa. También aclaró que la lectura de
libros de autores católicos le ayudó mucho en su convencimiento.

Se hacía este razonamiento: Si Dios existe, debe llenar de sentido toda mi


vida. Debe mostrarme su voluntad y yo debo entregarme sin reservas a él. Por
eso manifestó: Cuando comprendí que Dios existía, me di cuenta de que no
podía hacer otra cosa que vivir para él.

Quería entrar en una Orden en la que encontrase la más exacta imitación


de Jesús, y le pareció que la mejor podía ser la de los trapenses 21. Antes de entrar
por indicación del padre Huvelin, hizo un viaje a Tierra Santa. Regresó a Francia
y decidió con ayuda del padre Huvelin entrar en la Trapa de Nuestra Señora de
las Nieves de Ardeche, que tenía una filial en Cheikhle, en Siria. Este iba a ser su
lugar, un monasterio pobre, alejado de su familia, de su patria y de todo lo que le
recordaba los extravíos de su vida pasada.

21
Foucauld, Lettres a Henry de Castries, Paris, 1938, pp. 96-97.

21
Pasó siete años de vida cisterciense en la Trapa, pero descubrió que no era
ese el sitio que buscaba. Entonces fue cuando sintió el deseo de fundar una
Congregación conforme a sus deseos de vida semejante a la de Jesús. El padre
Huvelin le aconsejó esperar y tener prudencia. Él, mientras tanto, escribió el
proyecto de lo que sería su Congregación, a la que llamaría Ermitaños del
Corazón de Jesús.

Antes de dejar la Trapa, donde se llamaba hermano María Alberico,


recibió una carta del padre general en la que le pedía que antes de salir estudiara
dos años teología en las universidades de Roma. Tenía 38 años y estudiaba con
sus compañeros de 22. Él dice: Era viejo, ignorante, sin hábito de estudios de
latín, me costaba mucho seguir las clases. Y añadía: Seré un asno en teología
como en todo 22.

En enero de 1897 recibió el permiso para salir de la Trapa. El 24 de


febrero llegó a Jaffa en Palestina. El 10 de marzo se convirtió en el mandadero de
las hermanas clarisas de Nazaret. Las monjas lo recibieron sabiendo quién era,
aunque él creía que no lo sabían. El 8 de Julio de 1898 visitó las clarisas de
Jerusalén y la abadesa le ofreció que se instalara con ellas y que allí podría
recibir algunos compañeros. Renació en él el espíritu de fundador y aceptó.
Redactó la nueva Regla, pero tuvo que regresar a Francia. El 23 de marzo de
1901 se ordenó de diácono y el 9 de junio de sacerdote en Viviers.

En su Regla insistía mucho en la palabra universal, que todos debían ser


hermanos universales. Por eso, se le suele llamar a Carlos Foucald el hermano
universal. El 23 de octubre se fue a Argelia y se instaló en Beni Abbes, un
pueblecito, encrucijada de caravanas, punto central entre Marruecos, Argelia y el
Sahara; y allí creó una fraternidad, no lejos del poblado. En 1902 construyó una
clausura y tenía tiempo para acoger a pobres y enfermos. Todas las personas de
los contornos lo fueron conociendo y apreciando como un amigo de Dios, el
hermano de todos. La capilla era pobre y pequeña y en ella se pasaba muchas
horas del día y de la noche a solas con Jesús Eucaristía. También redactó una
Regla para las hermanitas del Corazón de Jesús, la rama femenina.

El 3 de mayo de 1905 se instaló en Tamanrasset, un poblado en plena


montaña en el corazón de Ahaggar. A su alrededor había unas 15 familias pobres.
Allí vivió los últimos 11 años de su vida. Allí vivían los tuaregs. Estudió su
lengua y escribió un diccionario tuareg-francés francés-tuareg. Allí, en su pobre
cabaña, vivía, dedicado casi exclusivamente a la oración, especialmente ante
Jesús sacramentado. Vivía prácticamente solo.

22
Ibídem.

22
De febrero a marzo de 1908 tuvo una grave enfermedad y eso le hizo
sentir el deseo apremiante de fundar cuanto antes la deseada Congregación. El 6
de marzo, Monseñor Bonnet, el obispo del lugar, aprobó los estatutos de la Unión
de hermanos y hermanas del Corazón de Jesús (laicos evangelizadores). Hizo
algunos viajes a Francia para buscar compañeros. El 28 de abril de 1912 fue
buscando apoyo y consejo para su fundación.

El 13 de diciembre de 1914 renovó su testamento: Deseo ser enterrado en


el mismo lugar en que muera y reposar allí hasta la Resurrección. Prohíbo que
se transporte mi cuerpo y se lo lleven del lugar donde el buen Dios me haya
hecho acabar mi peregrinación: Entierro muy sencillo, sin ataúd. Tumba muy
sencilla, sin monumento, rematada con una cruz de madera 23.

El año 1915 comenzó con problemas para el hermano Carlos. Un ataque


de escorbuto lo postró en cama. Le dolía mucho la cabeza, respiraba mal y le
venían golpes de fiebre casi a diario. Se recuperó, pero entonces se dio cuenta de
que había otros problemas graves en la región. Había grupos armados que
amenazaban por todas partes. Recordemos que era tiempo de guerra en Europa.
Él construyó un pequeño fortín para almacenar algunos víveres y para que
pudiera servir de refugio a los nativos en caso de ataques.

El 1 de diciembre de 1916, al ocaso del sol, estaba el hermano Carlos solo


en su casa. Oyó que alguien lo llamaba por su nombre. Era uno de sus amigos
tuaregs. Le decía: Ha llegado el correo. Salga a recogerlo. Era la señal
convenida. Los bandidos con algunos tuaregs disidentes habían rodeado la casa.
Al salir lo maniataron. Entraron en la casa para saquearla. En un momento dado,
alguien gritó: Llegan los meharistas del Fort Motylinski. El joven que custodiaba
al hermano Carlos le disparó. La bala le entró por la oreja derecha y le salió por
el ojo izquierdo. Tenía 58 años.

A su muerte, los hermanos y hermanas del Sagrado Corazón eran 49. En


1924, la Unión de hermanos se convirtió en Asociación Charles de Foucauld. En
la actualidad 10 Congregaciones religiosas y 9 Asociaciones de vida cristiana se
inspiran en la espiritualidad del padre de Foucauld. Trató de ser un hermano
universal, un testigo del amor de Dios para todas las gentes.

El milagro aprobado para su canonización fue la supervivencia sin


secuelas de un joven carpintero francés de 21 años, que cayó de 15 metros desde
un andamio de una iglesia, pese a sus heridas graves. Esto sucedió el 30 de
noviembre de 2016 en Saumur (Francia). Había sido beatificado por el Papa
Benedicto XVI el 13 de noviembre de 2005 y el Papa Francisco aprobó su

23
Seix, Vida de Charles de Foucalud, pp. 287-288.

23
canonización. Es famosa su oración del abandono: Padre mío, me abandono a Ti.
Haz de mí lo que Tú quieras, sea lo que sea lo aceptó todo y te doy gracias, con
tal que tú voluntad se cumpla en mí y en todas las criaturas. No deseo nada más,
Padre. Pongo mi vida en tus manos. Te la doy con todo el amor de mi corazón,
porque te amo y confío en ti, porque tú eres mi Padre.

FÉLIX LESEUR (1861-1950)

Fue un famoso periodista y político francés, ateo y antirreligioso. Nació en


Reims el 22 de marzo de 1861. A los 27 años se casó con Elisabeth Arrighi de
23. Los dos eran de familia rica y tenían una gran cultura. Él desde muy joven
empezó a leer escritores ateos franceses como Renán, Voltaire y otros que le
convencieron de que Dios no existía y que la religión era fanatismo, ignorancia y
superstición.

En 1891 con 30 años comenzó a trabajar en el periódico El Conservador.


En 1894 formaba parte del Consejo de administración de este periódico
anticlerical. Su esposa era ferviente católica y antes del matrimonio él se había
comprometido a dejarle libertad para practicar su religión. Pero se sentía irritado
de verla cumplir las prácticas religiosas y la atacaba tratando de convencerla de
que su fe era ignorancia y necedad. Elisabeth callaba para evitar peleas
familiares, pero rezaba mucho al Señor por su esposo. Ellos, a pesar de sus
diferencias, se querían mucho y ella ofreció a Dios sus varias enfermedades y
dolores por la salvación de su esposo y que recuperara la fe. Cuando en los
últimos años de vida le vino un cáncer al seno, ella ofreció sus dolores
especialmente por su esposo.

Dios le concedió la gracia de conocer proféticamente que después de su


muerte, él recuperaría la fe y se haría religioso y sacerdote. Elisabeth murió el 3
de mayo de 1914 con 48 años. En 1912, dos años antes de su muerte, ella le
había profetizado con seguridad: Yo moriré antes que tú. Cuando esté muerta, tú
te convertirás y cuando estés convertido, te harás religioso. Tú serás el padre
Leseur.

Veamos el relato de su conversión: Un día Félix fue con un amigo a


Paray-le-Monial y sintió ahí la presencia de Elisabeth, ya difunta. Refiere: Tuve
la percepción precisa de su presencia24.

El 3 de agosto de 1914 se declaró la primera guerra mundial. Félix no fue


movilizado. Tenía 53 años, pero tuvo que estar al frente de El Conservador

24
Ib. p. 255.

24
donde reencontró su oficina después de varios años de ausencia. Cuando el
ejército alemán invadió Francia desde Bélgica y llegó a 40 kilómetros de París
comenzó un largo éxodo de parisinos que salían de París y llenaban todos los
caminos de salida.

Los responsables del periódico “El Conservador” ante la amenaza de la


invasión alemana le encomendaron a Félix los fondos monetarios de la
compañía. Félix debía ir a Bordeaux por ser una ciudad más segura y donde se
había refugiado el gobierno. Allí debía dejar una gruesa cantidad de plata
dejada en depósito por los accionistas y también los títulos al portador
guardados en cofres de la compañía. Era una cantidad considerable que debía
llevar de modo discreto en una valija de mano. La compañía no podía traicionar
la confianza de los clientes ni ponerse en riesgo de perder la plata que les
habían confiado.

Los trenes iban llenos y era demasiado peligroso transportar tal cantidad
de plata. Era indispensable tomar un taxi que la compañía le había reservado
para esa delicada misión. Lo que nadie había previsto es que todos los taxis de
París habían sido requisados por el mariscal Joffre para transportar las tropas
al frente del Marne. Imposible viajar en taxi. Se debía conseguir un alquiler
privado para suplir la falta de taxis. Félix consiguió primero un permiso de
circulación, consiguió un alquiler que le habían recomendado para el 31 de
agosto a las 7 a.m. Él preparó con sumo cuidado su gruesa valija en la que
llevaba los títulos y los billetes de banco y además el Journal de Elisabeth del
que no quería separarse.

Cuando el día y hora señalada se presentó al lugar convenido, le dijeron


que no había ningun vehículo disponible. Todos los vehículos habían sido
tomados al asalto por la gente para salir de París. Quedaba la única solución: el
tren, pero todas las estaciones estaban atestadas de gente y todos los trenes iban
llenos. Comprendió que la situación era extremadamente grave y angustiado
ante la imposibilidad de no poder cumplir su misión, tan importante para la
compañía, no sabiendo qué hacer, pensó en Elisabeth que siempre le había
ayudado a solucionar situaciones difíciles y le pidió ayuda.

Estaba discutiendo con un señor para encontrar solución cuando se


presentó un desconocido que oyó la conversación, que le anunció que él viajaba
justo en pocos minutos a Bordeaux en un vehículo que un amigo le había
prestado con chofer incluido y disponía de un lugar para él y su gruesa valija.
Parecía un milagro.

Apenas a pocos kms. de salir de París parecía que el viaje iba a ser
imposible. Había miles y miles de parisinos a pie o en vehículos en las

25
carreteras. El pánico de las personas era evidente. Hasta Orleans ellos pudieron
sortear una inmensa columna humana desorganizada. Al llegar a Vierzon el
chofer renunció a seguir adelante y los dejó en la estaci6n del tren. Por suerte
un tren salía para Bordeaux a medianoche. La espera fue larga y cuando llegó el
tren observó que estaba lleno. La gente llenaba los compartimentos y
corredores, llenos de pasajeros de pie, sentados o acostados en el suelo. Era
imposible avanzar. Por fin pudo conseguir un pequeño sitio en el vagón de
equipajes cuando ya el tren estaba por salir. En un rincón había un grueso baúl
en el que pudo sentarse. Él se aferró a su valija teniéndola sujeta sobre las
rodillas, pues no se atrevía a ponerla en el suelo.

El pensó en ese momento en tantos soldados heridos que llegaban del


frente, en el desastre de Francia y en su soledad de viudo y tuvo ganas de llorar.
Sacudido por los movimientos del tren sintió una gran tristeza interior, pensó en
Elisabeth. Para su sorpresa él sintió una vez más con fuerza la presencia de
Elisabeth cerca de él. Y oyó en lo profundo de su corazón su voz: Si tú has
podido dejar París de una manera tan inesperada, no creas que sea para
salvaguardar los intereses materiales que te han sido confiados. Esto era
necesario para que te sea posible ir a Lourdes, donde Dios te espera. Lourdes es
el verdadero término de tu viaje. Tú debes ir a Lourdes, vete a Lourdes.

Él quedó sorprendido y se preguntaba si estaba dormido. Él pensó que


esas palabras interiores no eran serias, que eran una simple impresión de un
pobre viudo triste que no podía superar el duelo y trató de no pensar más en
ello, pero otra vez se repitieron esas palabras en el fondo del alma: Tú debes ir a
Lourdes, tú debes ir a Lourdes. Por fin entendió que era la voz de Elisabeth y
respondió en voz alta: Sí, te prometo que iré a Lourdes.

Al llegar a Bordeaux, no podía encontrar alojamiento pues por todas


partes había refugiados desamparados. Durante tres semanas tuvo que negociar
con los ministerios a la vez presentes y desorganizados, encontrar
personalidades parisinas y tener citas para conseguir su meta. En sus tiempos
libres iba a las iglesias a rezar, especialmente a dos: la iglesia de la Santa Cruz
y la de San Seurin. Allí se pasaba largas horas en silencio. Por fin en septiembre
pudo poner la plata de “El Conservador”, sentir la satisfacción de la misi6n
cumplida y poder regresar a París.

El nos dice: Solo a principios de octubre me fue posible ir a Lourdes,


Llegué adonde Dios me esperaba. No era el Lourdes animado por la multitud de
peregrinos, ahora estaba casi vacío, un lugar propicio para la piedad individual.
Yo estaba completamente solo, no hablaba con nadie, me aislaba lo más posible.
Durante la semana entera que pase en esta santa ciudad viví en el más absoluto

26
recogimiento. Pero yo me sentía acompañado por Elisabeth aunque invisible.
Ella me dirigía y me conducía a Dios...

Una mañana en la gruta al día siguiente de mi llegada fui súbitamente


conquistado. Mi voluntad fue dominada por una voluntad todopoderosa y
exterior a mí. Era la acción misteriosa e irresistible de la gracia. Caí de rodillas,
movido por esta fuerza superior y me puse a rezar de todo corazón, suplicando a
la Virgen María que pidiera a su divino Hijo que me perdonara, que me diera la
fe y me tomara para sí. Yo había sido vencido y cada día renovaba esta
petición... Elisabeth me dirigió también a Lourdes en 1918 donde paseé dos
meses para madurar mi vocación religiosa que debía llevarme a la Orden de
predicadores 25. Estos datos los escribió también Félix Leseur en su libro
Lourdes ciudad santa 26.

Cuando regresó a París se sentía otro hombre. Sentía la necesidad de ir


regularmente a misa a Saint Pierre de Chaillot y leía cada día el Evangelio y el
Journal de Elisabeth. También cada día que podía iba al cementerio para estar
junto a la tumba de su esposa.

Un día su amigo Gabriel Thomas le saca una cita con el padre Janvier,
dominico, para un martes a las 10 a.m. El padre le aclaró muchas dudas sobre
la religión que golpeaban todavía su mente. Tuvo muchos encuentros posteriores
y poco a poco se aclaró y su fe se fue afirmando más y más hasta que llegó el día
de la confesión y comunión. Él se acordaba de la frase de Elisabeth: “Tú
vendrás a encontrarme, yo lo sé”.

Un día estaba esperando al metro en un banco de la estación de Marbeuf


para ir al cementerio y sintió de nuevo la presencia de Elisabeth. Durante todo
el trayecto él piensa en ella y, cuando llegó a su tumba, la luz se hizo presente
con claridad en su alma. Él tenía certeza de la fe que esperaba desde hacía
mucho tiempo. Sin dudar decidió ir a comulgar al día siguiente y poner su vida
definitivamente al servicio de Dios.

El padre Janvier le anima a pertenecer a la Tercera Orden dominica, es


decir a ser terciario dominico. El día de Pentecostés de 1915 toma el hábito
blanco de la Tercera Orden dominica. Al año hace la profesión como terciario
dominico. Un día le manifiesta al padre Janvier su deseo de pertenecer a la
Orden dominica como religioso y no solo como seglar en la tercera Orden. Él se
lo desaconseja, pero después de varias conversaciones y viendo su seriedad en
su proyecto lo toma en serio y le habla al provincial. El padre Janvier le invita a

25
Chovelon Bernadette, Elisabeth et Félix Leseur, Ed. Artège, París, 2015, pp. 261-272
26
Ed. L´arbalete y citado por L´abbe Gastón, Lourdes, Ed. Fleurus, 1958, pp. 101-108

27
ir Roma con él, que tiene que dar Ejercicios espirituales a los estudiantes de la
universidad Angelicum de los dominicos. Allí conoce al padre Garrigou
Lagrange y otros famosos profesores dominicos. Le obtiene una audiencia
privada con el Papa Benedicto XV y asiste con el padre Janvier. Le entrega al
Papa el Journal de Elisabeth y le dice que es terciario dominico. El Papa se
alegra y le dice: “Yo también, somos hermanos”.

También le habla al Papa de su deseo de ser religioso dominico. El Papa


se lo desaconseja, pero después de un rato al ver su seriedad en esto le dice que
lo estudie con su director espiritual que lo conoce bien. Por fin el provincial lo
acepta y va a cumplir su tiempo de noviciado a “La Quercia”, un monasterio
italiano. Antes de su profesión y entrega total a la Orden, durante los meses de
mayo y junio de 1918, fue a Lourdes. Él dirá: “Elisabeth me llevó a Lourdes en
1918, donde fui a madurar mi vocación religiosa y yo quedé como un hijo de
nuestra Señora de Lourdes para siempre 27.

El 23 de septiembre de 1920 termina el noviciado con su nuevo nombre de


fray María Alberto y hace su profesión temporal por tres años. Después, por su
conocimiento de la filosofía y su mucha cultura general, por excepción el
Maestro general de la Orden le dispensa de los estudios de filosofía. Estudiará
teología solo en su celda bajo la dirección de un teólogo de la Orden. El 23 de
marzo de 1923 lo aceptan para que haga su profesión perpetua o solemne como
fraile dominico y el 8 de septiembre de este mismo año 1923 recibe la
ordenación sacerdotal de manos del obispo de Lille en esta ciudad (Francia) en la
iglesia de san Mauricio.

El padre Janvier había fundado al fin de la primera gran guerra una


revista “Les nouvelles religieuses” y lo nombra redactor, responsable de la
revista en cuyo puesto estará 10 años. Mucho de su tiempo libre lo dedicará a
dar conferencias sobre la vida de su esposa Elisabeth, a quien muchos conocen
ya por sus escritos. Él se preocupará también de comenzar su proceso de
beatificación. Otro de sus trabajos sacerdotales es celebrar la misa todos los
días como capellán de las religiosas de Clichy y confesar en tres monasterios.

Murió el 25 de febrero de 1950. La obra que el Señor había proyectado


para él se había cumplido. Tenía 36 años de viudo y 30 de sacerdote. Fue
enterrado en el cementerio de las hermanas dominicas, lejos de la sepultura de su
esposa, en presencia de su sobrino Leseur. El obispo de la diócesis de París en
1934 abrió la causa de beatificación de Elisabeth. Actualmente es sierva de Dios
y esperamos que pronto sean aprobados algunos milagros realizados por su

27
Elisabeth et Felix Leseur, o. c., p. 307.

28
intercesión para que en un día no lejano podamos verla en los altares para gloria
de Dios y bien de los creyentes.

WILBRORDO VERKADE (1863-1946)

Nació en una familia calvinista holandesa. Su padre no quiso bautizarlo a


él ni a su hermano gemelo. En su casa a veces se hablaba de Dios y de Jesucristo
de modo frío e impreciso. A los 18 años se negó a bautizarse. Un día él con su
hermano entraron por curiosidad en la catedral de Colonia. Tenía ya 21 años. Era
el mes de agosto de 1884. En el coro había un grupo que cantaba a cuatro voces.
Dice: Recuerdo que se oyó una campanilla desde el coro. Se adelantó un
sacerdote llevando alguna cosa. Iba precedido de un muchacho que balanceaba
un incensario. Otros dos llevaban cirios. La campanilla se acercaba más y más
hacia nosotros. Dije a mi hermano: “Ahora larguémonos”, y emprendimos la
huida ante el Santísimo Sacramento.

Pero en su corazón había un vacío que quería llenar. Nos dice: Siempre la
naturaleza ha ejercido en mí una influencia pacificadora y purificante. En la
soledad y el silencio, el resplandor de la belleza que me rodeaba me hacía
sentirme otro hombre 28.

Un día de lluvia pasó cerca del caballete de pintor, donde había colocado
un gran paraguas para protegerse de la lluvia, un desconocido se acercó y le
contó que, lleno de cólera, había hecho añicos el mobiliario del dueño de un
cabaret. Quizás la policía lo estaba buscando. Y le dijo: Dios castiga el mal ya en
este mundo. Verkade le respondió: ¿Cree usted que hay Dios? El otro le
contestó: Cuando tenía 17 años dudé muchas veces, pero ahora estoy cierto de
que hay un Dios. Esto impresionó a Verkade.

Escribió: Decidí apagar mi sed de verdad en la fuente misma de la


Verdad. Leí y releí el Nuevo Testamento. Para mí fue claro: “Los evangelios
amaban la verdad y querían decir la verdad. Cuando comparé lo que había leído
con lo que se encuentra en el catecismo romano, tuve que confesar que
concordaba el uno con el otro 29.

En Huelgoat asistió por primera vez a una misa. Al Santo, dice él, todos
se arrodillaron: ¿Cómo? ¿Yo arrodillarme? Mi orgullo protestaba con todas sus
fuerzas contra semejante humillación. Pero yo estaba allí en pie sobresaliendo
entre todos; no podía hacer otra cosa y me arrodillé como los demás. Cuando

28
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, 1961, p. 90.
29
Ib. p. 94.

29
los hombres se levantaron, también yo me levanté. Pero, al levantarme, algo
había cambiado en mí. Era ya católico a medias, pues mi orgullo se había
quebrantado. Me había arrodillado... Después de unos meses de lucha interior,
estando en el pueblecito de Saint-Nolff asistía con frecuencia a misa y leía el
Nuevo Testamento. Pensaba: “Si me hago cristiano, entonces lo seré de verdad y
de verdad para mí quiere decir ser católico” 30.

Felizmente encontró en el padre Le Texier, un jesuita, encargado de


predicar la misi6n en Saint-Nolff, un padre que le orientó en su paso a la Iglesia
católica. El 26 de agosto de 1893 en la capilla de los jesuitas de Vennes, recibió
el bautismo e hizo la primera comunión.

Quiso entrar primero en los Cartujos, pero después se decidió por los
benedictinos de la abadía de Beuron, donde había un grupo de pintores, que, bajo
la dirección del padre Desiderio Lenz, trabajaban desde hacía varios meses en el
decorado de la abadía. Como él era pintor, se entusiasmó con esa idea de pintar y
entró en el monasterio. Su nombre era fray Wilbrordo. El 20 de agosto de 1902
recibía la ordenación sacerdotal y después de la guerra de 1914 ocupó varios
cargos importantes en la abadía como el de hospedero, para recibir a las personas
que querían visitar el monasterio. Murió el 19 de julio de 1946, lleno de méritos
y con la alegría de haber encontrado la paz y la vocación de su vida en ese
monasterio benedictino.

EVA LAVALLIÈRE (1866-1929)

Su nombre auténtico era Eugènie Marie Pasaline Fenoglio. Nació el 1 de


abril de 1866 en Toulon (Francia). Fue bautizada el 8 de abril. Su padre, Emilio
Luis Fenoglio, se casó en 1864 con su madre, Albania María Audonnet. Su padre
era sastre y se dedicaba al juego y al alcohol, haciendo así desgraciada a toda la
familia.

Eva fue criada por una nodriza campesina y, a veces, a falta de leche, le
daban vino. Terminada la etapa de lactancia, fue devuelta a sus padres. Pero su
hogar era un infierno. Su padre no sabía comportarse y pasaba mucho tiempo en
el bar bebiendo y jugando y, cuando llegaba a casa, todo eran gritos y amenazas.
Dice Eva: Temblábamos todos como hojas, pero yo no me encontraba mejor en
su ausencia. No me atrevía ni a moverme de mi sillita 31.

30
Convertidos del siglo XX, vol I, o.c., pp. 93-94.
31
Englebert, Vida y conversión de Eva Lavallière, Buenos Aires, 1946, p. 17.

30
En su escuela le quitó a una compañera su peineta para evitar un castigo
en su casa, porque la suya se había roto, pero la descubrieron y quedó con el
título de ladrona. Un día su padre le pegó mucho a su madre y esta decidió irse
con su hija a Perpignan. Su padre fue a buscarlas y se quedó en Perpignan, donde
encontró trabajo en una sastrería.

En 1876 Eva retomó sus estudios en Perpignan y estuvo año y medio en la


escuela del Buen Socorro, dirigido por tres distinguidas señoritas de la ciudad.
Hizo su primera comunión el 20 de junio de 1878. Su madre le había preparado
un vestido hermoso. Eva se sintió feliz, pero esta felicidad duró poco, porque en
su casa había problemas entre sus padres.

En ocasiones se despertaba su espíritu teatral y ante familiares y amigos y


vecinos hacía una especie de teatro, desempeñando distintos papeles; y todos la
aplaudían. Tenía un raro don para desenvolverse con espontaneidad y alegría en
el escenario.

Sus padres regresaron a Toulon, pero continuaron las peleas hasta que un
día de 1882, madre e hija, cansadas de tantos problemas, decidieron huir de la
casa y marcharse de nuevo a Perpignan. El papá fue a buscarlas y escribió una
carta de reconciliación. Su madre quitó la denuncia hecha ante el fiscal.

Pero un día se desencadenó la ira del papá, sacó su revólver y le disparó


dos balas a la mamá, que murió tres semanas después en el hospital, el 7 de abril
de 1884. Su padre se había suicidado de un balazo. Quedó Eva huérfana y sola en
la vida, pues su único hermano se había ido a la Marina. Unas religiosas,
hermanas del Buen Pastor, que tenían niños huérfanos, la ayudaron, aunque
nunca llegó a residir en su internado, sino en la casa de una tía en la misma
ciudad de Perpignan.

Por estos problemas de su infancia desarrolló un carácter nervioso y


reservado. Algunas noches tenía pesadillas. No estaba a gusto en casa de su tía y
un día, en que la dejaron con la puerta cerrada, saltó por la ventana y fue a pedir
ayuda a su tutor el señor Caffe, que tenía una residencia en Perpignan. De ahí se
escapó a Marsella, donde vivía su abuelo materno, que se había vuelto a casar,
pero su nueva esposa no la quería. De Marsella fue a Niza, pero una tía suya, que
vivía allí, le cerró las puertas por ser la hija de un asesino. Un primo que vivía en
el barrio antiguo de Niza y era zapatero la recibió, pero Eva no era allí feliz y se
marchó. Pareciera que huía de todo el mundo, de algunos pretendientes, de los
parientes, de su suerte.

Su vida era un vacío que nada la llenaba y no practicaba ninguna religión.


Dios estaba ausente de su vida. Un amigo la presentó a una compañía de teatro.

31
Habló con el director de la compañía y fue recibida. Así descubrió su vocación
de actriz y tomó el nombre de Eva Lavallière. Al principio solo hacía papeles
secundarios, pero poco a poco fue reconocida su valía. Un día se le presentó el
marqués de la Vall, que se ofreció a ser su protector como padre adoptivo. Él
tenía mucho dinero y Eva aceptó, porque así tendría a alguien que se preocuparía
por ella y la rodearía de atenciones, joyas y dinero.

Un buen día se escapó con su amiga Celestina, su ama de llaves, cogió el


tren y se fue a París, donde conoció a un profesor de dicción que la introdujo en
el fantástico mundo del gran teatro Varietés. Es aquí donde consiguió papeles
importantes y su fama creció y pudo conseguir mucho dinero. Irradiaba alegría
por doquier con sus grandes y fascinantes ojos oscuros, un encanto sin igual. Su
peculiar gracejo en sus movimientos desarmaba a los hombres. Tuvo muchos
pretendientes, pero no se casó con ninguno. Solamente Fernando Samuel, que en
realidad se llamaba Fernando Louveau y era director de escena del teatro
Varietés, le hizo sentirse querida y ella lo quería. Con él tuvo una hija, a la que
colocó una cadenita de la Virgen al cuello y consiguió hacerla bautizar en Roma
en la basílica de San Pedro. Fernando era artista y tenía mucha devoción a la
Virgen. En sus giras siempre llevaba con él una imagen pequeña de la Virgen
María.

En 1898 Eva descubrió que Fernando tenía otros amores y no le era fiel y
se alejó de él. Con el tiempo se reconciliaron, pero ella nunca quiso volver a
unirse a él.

El 8 de febrero de 1910 estuvo grave en la clínica privada de las hermanas


de San Salvador de París. Estuvo cerca de la muerte y en esos momentos empezó
a reflexionar sobre su fe perdida. La operaron y al día siguiente estaba muy
grave. Dijo que quería tener una buena muerte y que era cristiana. Con la
hermana Bautista se confió, contándole la historia de su vida y empezó a ir a la
capilla con las religiosas de la clínica. Se estaba despertando en ella la fe, pero se
recuperó totalmente y pronto se olvidó de sus buenas intenciones religiosas y
volvió a su trabajo y a seguir en la vida anterior, olvidada de Dios. Sin embargo,
en su interior había un vacío que no lograba llenar ni con el éxito ni con el dinero
ni con los lujos conseguidos.

Esa soledad interior la llevó a intentar suicidarse tres veces, pero Dios
velaba sus pasos. Otro suceso que le impactó mucho fue la muerte de Fernando
Samuel, el único hombre al que ella había querido de verdad. Lloró y se sintió
más sola. Por otra parte, su hija Juana la tenía muy preocupada. Vivía en París
llevando una vida muy desarreglada con el dinero que le daba su madre. Además
tenía un grave problema de definición de su sexo. En algunas oportunidades se
vestía de hombre y decía que se llamaba Juan Samuel.

32
En 1915 conoció a una joven de 22 años de origen belga, Leona Delbec,
que fue su compañera fiel hasta el día de su muerte. En 1917 en el mes de junio,
fue su conversión. Había alquilado un castillo deshabitado en Chanceaux y fue a
visitar al sacerdote Augusto Chasteigner, que era el administrador del inmueble
por encargo del padre de las dos hijas del propietario, que había muerto
recientemente y tenía a cargo las dos hijas menores herederas. Este sacerdote era
un hombre sencillo y entregado totalmente al servicio de su pueblo. Acordaron
en pagar 800 francos al mes y Eva y Leona comenzaron a arreglar el castillo y a
vivir en él. Allí las dos empezaron a asistir a misa todos los domingos. Eva
conversaba habitualmente con el sacerdote y le confió todos los sucesos
principales de su vida, incluidas sus asistencias a sesiones espiritistas,
invocaciones a Lucifer, etc.

Leona quiso hacer su primera comunión y Eva la animó. Eva la había


hecho de niña. Leona se confesó con el sacerdote y Eva quiso ser la madrina y
quiso también comulgar y también se confesó. Aquí comenzó la vuelta a Dios en
serio y de por vida de Eva. Ella decía que su conversión real fue el 19 de junio de
1917. A partir de entonces, su vida cambió. Quiso vivir en simplicidad y sin lujos
y renunciar a su propio interés y a su vanidad. Todas las mañanas las dos asistían
a misa celebrada por su padrino, el cura de Chanceaux. Eva también decidió
dejar el teatro definitivamente y, aunque le ofrecieron buenos papeles y mucho
dinero, incluso algunos pretendientes la solicitaban para esposa, ella no cedió y
quiso vivir enteramente entregada a Dios por el resto de su vida. Intentó entrar en
varios conventos, pero, fuera por tener una hija que cuidar o por su pasado o por
lo que fuera, ninguna Congregación la recibió. Solo fue recibida con Leona como
terciaria franciscana.

Durante tres años vivieron en una casa alquilada en Lourdes cerca del
santuario de la Virgen. Llevaban una vida austera. Se levantaban a los seis menos
cuarto de la mañana. Rezaban mucho, visitaban la gruta de la Virgen y asistían a
la misa y a la adoración del Santísimo. Durante el día leían algunos libros
interesantes y trataban de hacer el bien a algunas personas de la casa en que
vivían, que era un asilo para ancianas, dirigido por unas religiosas. Como tenía
mucho dinero y recibía algunas remesas de antiguos protectores millonarios,
distribuía el dinero para ayudar a conventos necesitados de religiosas o para
reparar Iglesias o para gente necesitada.

En 1918 estuvo grave con problemas renales e inflamación del intestino.


El diagnóstico era nefritis crónica aguda e incurable. Dios no la quería todavía
consigo, no habla terminado todavía su misión y se pudo curar de su enfermedad.
Rezaba mucho por su hija que llevaba una mala vida.

33
Un acontecimiento importante en su vida fue conocer al obispo Monseñor
Lemaitre, vicario apostólico del Sudán, que durante cinco años dirigió sus
caminos como director espiritual. Él las tomó a las dos como hijas espirituales.
Las animó a que fueran a Túnez como enfermeras y con la tarea de ayudar a las
mujeres del lugar. El 19 de septiembre de 1920 Eva entró a formar parte de la
tercera Orden franciscana con el nombre de Eva María del Corazón de Jesús.

Viajaron tres veces a Túnez, siguiendo los consejos de su director


espiritual Monseñor Lemaitre. Al principio, vivieron en casa de las religiosas del
cardenal Lavigerie y hacían algunas salidas a algunos lugares cercanos. Leona
aprendió pronto el idioma, pero a Eva le resultó muy difícil. Hicieron de
enfermeras y trataron de ayudar en la fundación de la Cofradía de enfermeras de
Nuestra Señora de Cartago. Sin embargo, la salud de Eva no era buena y tuvo
que permanecer en varias ocasiones algunos días en cama.

En 1924 Eva decidió ceder todos sus bienes a una obra misionera. Dirigió
desde Túnez una carta al administrador de negocios, señor Marsal, gestor del
dinero de Eva, quien envió a Eva 387.000 francos y un paquete de títulos. Eva
vivía con una renta mensual de 2.500 francos. Ese mismo año 1924 tuvo que
regresar a París. Su hija Juana estaba muy triste por ciertos acontecimientos.
Vivían las tres juntas. Juana hacía trabajos manuales, cuidaba los enfermos y
frecuentaba los sacramentos.

Eva sufrió mucho los últimos cinco años de su vida. Algunos malévolos
indicaron que era adicta a las drogas. El doctor Crosjean tuvo que desmentir esta
supuesta adicción a la morfina y dijo: Afirmo haber tenido que calmar en varias
ocasiones sus escrúpulos a ese respecto, ordenándole que se sometiera simple y
dócilmente a mis prescripciones, que en su caso particular no podían dejar de
incluir el empleo corriente de una dosis muy moderada de ese opiáceo. Lo
mismo tuvo que hacer el padre Gaffront suscribiendo el certificado del doctor
Grosjean.

En el verano de 1928 fue a visitarla la baronesa Isabel de Galembert y la


encontró acabada. Apenas podía caminar y Leona la llevaba casi como a un niño
a la capilla o a otros lugares de la casa. En enero de 1929 el padre Chasteigner le
administró el Viatico y la unción de los enfermos. El 10 de julio entró en agonía.
Había recibido la absolución general de la tercera Orden franciscana.
Encendieron un cirio y una señora del pueblo comenzó a recitar las letanías de
los agonizantes. A las cinco de la mañana murió. Tenía 63 años. Su funeral fue
sencillo, acompañada de la gente del pueblo. Fue enterrada junto al muro de la
iglesia. Con el tiempo se puso un enrejado con una cruz de madera y la
inscripción: Eva Lavallière, 10 de julio de 1929; y la frase de una penitente

34
egipcia: Vos, que me habéis creado, tened piedad de mí. Murió en la casa de
Betania en Thuillières.

El Papa Juan Pablo II en 1996 la declaró sierva de Dios. Esperamos que


sea canonizada para gloria de Dios y bien de las almas.

ADOLFO RETTÉ (1863-1930)

Adolfo Retté, gran escritor, poeta y periodista, muy conocido en Francia


en los primeros años del siglo XX. Él nos cuenta: Apenas llegado a la edad
adulta, llegué a ser ateo convencido, un materialista militante. Me uní a los
enemigos de la religión y tomé parte en todas sus acciones abominables. Desde
los 18 años, comencé un período de locuras y desórdenes, de los cuales me
horrorizo y reniego de todo corazón... En todas partes de Francia sembraba el
odio a la iglesia católica e insultaba a Cristo, a quien llamaba, con desprecio, el
galileo 32.

Me creía destinado a combatir a la Iglesia con todas mis fuerzas y


procurar el bienestar material del pueblo. Andaba errante, sin brújula, en el
laberinto de un oscura subterráneo. No sabía absolutamente por dónde
andaba33. Acabe perdiendo mi fe en la idea del progreso y comenzaba a renegar
de la ciencia, que se dice infalible. En cuanto a mi estado moral estaba en pleno
desorden parecido al de una habitación abandonada por los obreros en plena
mudanza. Era incapaz de practicar la paciencia y la resignación 34.

Vivía con una mujer de la que estaba enamorado y cuyos defectos me


molestaban atrozmente: su flaco principal era mentir. Literalmente mentía cada
vez que respiraba, muchas veces sin motivo y por solo el gusto de mentir. Esta
perpetua mentira me exasperaba y producía escenas que no eran lo más a
propósito para apaciguar mi pobre alma, tan agitada 35. Cada vez que me venía
a la pluma el augusto nombre de Jesús, me creía obligado a evitarlo,
sustituyéndolo con el mote de Galileo 36.

Aun la misma literatura comenzaba a fastidiarme. Lo dejaba todo para no


leer más que algunos autores, mis favoritos desde tiempo atrás: Lucrecio, Dante,
el “Fausto” de Goethe y sus “Entretenimientos” recogidos por Eckermann, el

32
Comastri Angelo, Dov'è il tuo Dio?, Ed. San Paolo, Milano, 2003, p. 12.
33
Adolfo Retté, Del diablo a Dios, Ed. Gairmendia Aguirreche, Irún, 1908, pp. 68-69.
34
Ib. p. 71.
35
Ib. p. 73.
36
Ib. p. 77.

35
teatro y los sonetos de Shakespeare, Baudelaire, Balzac y los versos de Víctor
Hugo y alguno que otro de los contemporáneos 37.

Un día me fui al bosque (cercano a la casa). Llevaba conmigo “La divina


Comedia” y releía quizás por décima vez los primeros cantos del purgatorio...
¿Qué es lo que me sucedió entonces? Se me cayó el libro de las manos y tuve que
apoyarme en el tronco de un haya. Estaba como ofuscado por una luz interior.
Me pareció que se disipaban las nubes negras que oprimían mi alma. No sé qué
intensa y dolorosa claridad me manifestó mis vicios, como sapos acurrucados en
el fango de mi corazón. Un remordimiento a la vez que un gozo indecible
embargaban mi alma. En aquel momento pronuncié las palabras: ¿Es posible
que una inspiración, tan sublime, sea testimonio de la verdad? ¿Será posible que
esta religión católica tan vilipendiada para mí, esté en lo cierto cuando afirma
que un pecador arrepentido se hace digno de subir al cielo? ¿También yo podría
lavarme de mis culpas y salvarme? ¿Será cierto que existe Dios? Oh, si Dios
existiera, ¡qué suerte la mía! 38.

Una aguda voz se levantó en mí (voz interior del demonio), diciéndome:


Pobre iluso, ¿te vas a dejar cazar con esa liga? Todo eso es pura literatura. El
catolicismo es solo una fábula apolillada. Y serías un tonto si no siguieras
burlándote de él. En esto observé que mis mejillas estaban mojadas de lágrimas,
que habían brotado sin darme cuenta 39.

Uno de los días me fui al bosque. Apoyada la espalda en el tronco de un


roble, fija la mirada en el cielo radiante, me dirigí esta pregunta: ¿Por qué
vivimos? Cien religiones y otras tantas filosofías han intentado resolverlo. La
razón y la ciencia se han esforzado por dar una explicación del universo. Nunca
han conseguido establecer algo fijo, pues una hipótesis sostenida ayer, ha sido
sustituida hoy por una hipótesis nueva, que mañana será destronada para dar
lugar a una nueva conjetura. Hay que reconocer que entre esta perpetua
versatilidad, solo la Iglesia permanece inmutable. Sus dogmas se impusieron
desde su fundación. Se ve la esencia de ellos en el Evangelio. Hace 19 siglos que
dura esto. La Iglesia conserva la fe intacta, mientras que en su derredor,
doctrinas y teorías vuelan como hojas secas durante un ciclón. Esta constancia
de la Iglesia en conservar las doctrinas de Jesucristo en un haz que en siglos no
ha podido nadie romperlo, es en verdad lo que encoleriza tanto a sus
adversarios 40.

37
Ib. p. 83.
38
Ib. pp. 88-89.
39
Ib. pp. 90-91.
40
Ib. 110- 113.

36
Y me dije: La Iglesia debe poseer la verdad consoladora y salvadora. Y si
la posee, es que Dios existe... Mi alma se explayaba y comprendí que era
menester dar gracias. Me arrodillé sobre una piedra musgosa y, por vez primera
desde hacía 15 años, recé: “Dios mío, puesto que Vos existís, ayudadme. Ved
que soy un hombre de buena voluntad, que solo quiere obedeceros. Asistidme,
instruidme, iluminadme” 41.

Me quedé pensativo. Desde mi primera infancia no había recibido más


que enseñanzas de incredulidad. Entre los 11 y los 18 años no había conocido
hogar donde estudiar y observar los deberes morales más rudimentarios... Luego
vino la milicia donde correteé como caballo desbocado, después la vida literaria
en París. Éramos una tropa de poetas chiflados por el arte hasta el frenesí. El
más ardiente de entre todos estos compañeros de la vida inmensa era yo. Si
cualquiera de ellos proponía “vamos a gozar”, yo respondía enseguida: “Ir
solamente, no, corramos a ello” 42.

Alguna vez comencé a rezar a Dios nuestro Señor en mis aflicciones


morales, así como en mis apuros materiales. Me arrodillaba y decía la breve
oración siguiente: “Dios mío, ayudadme, en Vos confió” 43.

Una tarde entré en la iglesia de “Notre Dame”. La iglesia estaba casi


desierta, dos o tres mujeres rezaban delante de la imagen de la santísima Virgen.
Me paré a mirarlas y su fervor me conmovió y decía: “Ya quisiera yo hacer
como ellas”. Otro día fui al santuario de Cornebiche. Me puse a contemplar la
imagen de la santísima Virgen, tan blanca y tan suave en aquel cielo azul sin
nubes, que el sol envolvía en rayos de oro fluido, y me sentí con el alma
transportada por una fuerza irresistible. Junté las manos y, dirigiéndome a ella,
le dije: “Señora, algo extraordinario me ha obligado a venir y aquí estoy. Oh,
Señora, a quien yo no he invocado hasta este día, y a quien los fieles vuelven sus
ojos en sus aflicciones. Si realmente sois Vos la mediadora omnipotente,
interceded con vuestro santísimo Hijo para que se digne inspirarme qué debo
hacer en la hora presente” 44. En aquel momento una dulce voz (interior) me
respondió: “Busca un sacerdote. Desembarázate del peso que te agobia y luego
entra con resolución en el seno de la Iglesia” 45.

Adolfo Retté no se atrevía por vergüenza a buscar a un sacerdote, creía


que lo podía tratar mal y se avergonzaba de poder decir todos sus errores y
pecados. Se sentía afligido por el deseo de hacerlo y la impotencia que sentía de

41
Ib. pp. 116-117.
42
Ib. pp. 131-132.
43
Ib. p. 135.
44
Ib. p. 185.
45
Ib. p. 186.

37
realizarlo. En un momento dado hasta casi se suicida para liberarse de ese
sentimiento de tristeza. Había en su interior como una lucha a muerte entre el
diablo y Dios. Por fin, antes de cometer semejante error y pecado, sintió una voz
celestial en su corazón y dijo emocionado: Dios. Aquí está Dios. Cayó de rodillas
y dijo gritando: Gracias, Dios mío. Y refiere: En ese mismo instante creí ver
dentro de mí mismo la imagen de nuestro Señor Jesucristo crucificado, que me
sonreía con una expresión de inefable misericordia. Me entró en el alma una paz
completa. Tuve la profunda sensación de que todas las fuerzas malas que me
habían atacado, se habían retirado y cuanto más ellas se alejaban, mayor era la
luz que me inundaba 46.

Acudió a su amigo Francisco Coppée para que le ayudara a encontrar un


buen sacerdote, y su amigo le proporcionó una cita con un sacerdote anciano
pero santo. Era el 12 de octubre de 1906. Se confesó con él y nos dice: A medida
que confesaba mis pecados me parecía que nuestro Señor en persona estaba
presente. Me figuraba que con una mano dulce e imperiosa a la vez, arrancaba
los pecados de mi alma y los aventaba convertidos en polvo delante de sus pies
adorables. Y mi alma, doblada bajo el peso de mis pecados, se enderezaba poco
a poco y se ponía derecha. Cuando terminé, el sacerdote pronunció sobre mi
cabeza inclinada la fórmula de la absolución y me levanté. Me abrió los brazos y
me precipité en ellos con lágrimas de amor. Tan emocionados estábamos el uno
como el otro; porque, si de mi parte ponía en este abrazo toda mi gratitud hacia
él, por haberme ayudado tanto, él daba gracias a Dios por haberle elegido para
llevar al aprisco la oveja rebelde que había huido en cuanto recibió el
bautismo... Al ir por la calle, marchaba yo lleno de alegría, diciendo: “Ya estoy
perdonado. Ya estoy perdonado. ¡Que dicha! 47.

Puedo decir que los placeres más refinados de los sentidos ni aún los
triunfos intelectuales, que proporcionan el arte y la poesía, tienen nada que ver
comparados con este éxtasis en que el alma, al unirse a su Dios, se funde por
completo 48.

Comulgaba frecuentemente y cada comunión me proporcionaba más


tranquilidad de alma y más conocimiento de la misericordia divina.
Últimamente, como vivía cerca de Notre Dame, todos los días oía misa de siete...
Me unía al santo sacrificio con todo mi corazón. ¡Cuánto gozaba en este dulce
recogimiento! ¡Cuán fecundos en gracias santificantes eran los coloquios
aquellos con Dios! 49.

46
Ib. p. 232.
47
Ib. pp. 267-268.
48
Ib. pp. 271-272.
49
Ib. pp. 276-277.

38
Su amor a la Virgen María fue extraordinario y sobre él habla mucho en
su libro Milagros de Lourdes.

CHARLES NICOLLE (1866-1936)

Había nacido en Ruan el 21 de septiembre de 1866. Su padre era un


eminente médico y sus dos hijos llegaron a ser buenos biólogos. Terminados sus
estudios, Charles se fue a París y estuvo interno en varios hospitales. De vuelta a
su ciudad natal fue profesor de microbiología e higiene en la Escuela de medicina
de Ruán. A los 36 años fue llamado para dirigir el Instituto Pasteur en Túnez.
Allí fue donde realizó sus principales descubrimientos, especialmente de la
profilaxis del tifus exantemático. Consiguió el premio Nobel de medicina en
1928 y la elección para la Academia de Ciencias.

Charles había recibido una educación cristiana, pero el racionalismo lo


había conquistado. Escribió: Buscando bases a la moral creí no poder encontrar
seguridad más que en el testimonio de los sentidos, iluminados y coordinados
por la razón, es decir, la interpretación lógica de los hechos 50. Él creía que lo
que hoy no se puede explicar podrá explicarse mañana cuando la ciencia haya
hecho nuevos procesos. Y no dudó en declarar que, si hay junto a la materia una
fuerza creadora, esta fuerza es inconcebible para nuestro entendimiento.

En 1935 escribió el libro La destinée humaine (el destino humano). En


este libro manifiesta sus dudas, pues no sabe qué pasará después de la muerte y
esto le preocupa. Escribió: Mi conciencia me aconseja dejar a un lado la razón,
pues no admite que este instrumento pueda conducir a la verdad 51.

Sobre este tema y otros habló con el sabio misionero el padre Delattre.
Hizo varios viajes a Túnez para ir a conversar con este sacerdote. Su
pensamiento iba evolucionando positivamente. Escribió: La Iglesia católica
exige la adhesión total y no tolera el más pequeño atentado a la disciplina. Es
lógica y sin esta actitud, que algunos de sus miembros lamentan, hubiera habido
desde hace mucho tiempo una dislocación de la sociedad de los fieles y
dispersión. La religión católica se hubiese convertido en práctica individual. Así
ha permanecido en lo que era: aparentemente de exigente disciplina, más fácil
en el fondo, incoherente y contradictoria algunas veces, mística para los
privilegiados y entusiastas,

50
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Studium, Madrid, 1961, p.76.
51
Ib. p. 79.

39
Por estos rasgos toca a la vez la tierra y los cielos. Es la imagen de nuestra
alma humana: física e imaginativa a la vez. Si yo tuviese que buscar un refugio
se lo pediría a ella ya que me reconozco a mí mismo en estos rasgos. Es natural
que indique este socorro a mis hermanos de inquietud 52.

Por una carta del padre Le Portois a Monseñor Lemaitre del 22 de agosto
de 1935 sabemos que unos días más tarde deseó recibir los últimos sacramentos
de la Iglesia católica. Quiso que estuviera presente toda su familia en aquella
ceremonia de reconciliación con la Iglesia, ceremonia muy emocionante en su
sencillez. El padre Portois dijo: No ha sido difícil encontrar, bajo la ceniza de
sus preocupaciones científicas, el rescoldo de fe sobrenatural depositado por su
madre, de profundos sentimientos religiosos 53.

En esa ceremonia dio una charla en la que dijo: Al comienzo de mi vida yo


tenía fe. Mi madre me había educado en la religión católica. Después creí que la
razón lo explicaba todo y busqué explicarlo todo por la razón.

Yo he ocupado un cierto rango. No quisiera que mi muerte hiciera daño a


la religión, y sirviese de bandera contra ella. Causaría demasiada pena a mi
madre, si no muriese en la religión en que ella ha muerto.

A su vuelta a Túnez bajo el ataque de una crisis cardíaca cuya gravedad


no disimulaba, él vino a completar aún esta declaración en una especie de
testamento destinado a sus discípulos: “Yo muero en la religión católica
romana, a la que he vuelto de nuevo en agosto de 1935. Habiéndome convencido
de que la razón humana era impotente para explicar los hechos de la vida, y
sintiéndome con una responsabilidad para con mis lectores, he escogido el
volver de nuevo a la opinión tradicional en mi familia. Tiene para ella el más
alto valor moral. Doy las gracias a aquellos que me han guiado en esta
orientación: María Juana L... y al R. Padre Le Portois”.

Murió el 28 de febrero de 1936 después de una vida llena por sus


eminentes trabajos de investigación y, sobre todo, llena del amor de Dios que lo
iluminó un año antes de morir.

PAUL CLAUDEL (1868-1955)

Fue un gran poeta y dramaturgo francés, nacido en 1868. Licenciado en


ciencias políticas, se dedicó a la carrera diplomática, representando a Francia en

52
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, 1961, pp. 82-83.
53
Ib. p. 83.

40
diferentes países del mundo. Durante su juventud, estaba totalmente impregnado
del materialismo dominante y solamente creía en la ciencia. Vivió en la
oscuridad de la falta de fe, creyendo que el universo era gobernado por leyes
perfectamente inflexibles y automáticas. Pero en 1886 tuvo lugar el
acontecimiento clave de su vida. Él mismo lo narra, veintisiete años después en
su libro “Mi conversión”: Así era el desgraciado muchacho que el 25 de
diciembre de 1886 fue a Notre Dame (Nuestra Señora) de París para asistir a los
oficios de Navidad. Entonces, empezaba a escribir y me parecía que en las
ceremonias católicas, consideradas con un diletantismo superior, encontraría un
estimulante apropiado y la materia para algunos ejercicios decadentes.

Con esta disposición de ánimo, apretujado y empujado por la


muchedumbre, asistía con un placer mediocre a la misa mayor. Después, como
no tenía otra cosa que hacer, volví a Vísperas. Los niños del coro, vestidos de
blanco... estaban cantando lo que después supe que era el Magnificat. Yo estaba
de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro, a la
derecha del lado de la sacristía.

Entonces, se produjo el acontecimiento clave: en un instante, mi corazón


fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi
ser, con una convicción tan fuerte, con tal certeza que no dejaba lugar a ninguna
clase de duda. De modo que todos los libros, todos los razonamientos, todos los
avatares de mi agitada vida no han podido sacudir mi fe ni, a decir verdad,
tocarla. De repente, tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna
infancia de Dios.

Era una verdadera revelación interior. Fue como un destello: “¡Dios


existe y está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! ¡Me ama!” Las
lágrimas y sollozos acudieron a mí y el canto tan tierno del “Adeste”,
aumentaba mi emoción.

Dulce emoción en la que, sin embargo, se mezclaba un sentimiento de


miedo y casi de horror, ya que mis convicciones filosóficas permanecían
intactas... La religión católica seguía pareciéndome el mismo tesoro de absurdas
anécdotas. Sus sacerdotes y fieles me inspiraban la misma aversión, que llegaba
hasta el odio y hasta el asco. El edificio de mis opiniones y de mis conocimientos
permanecía en pie y yo no le encontraba ningún defecto. Lo que había sucedido,
simplemente, es que había salido de él. Un ser nuevo, formidable, con terribles
exigencias para el joven y el artista que era yo, se había revelado, y me sentía
incapaz de ponerme de acuerdo con nada de lo que me rodeaba.

La única comparación que soy capaz de encontrar para expresar ese


estado de desorden completo, en que me encontraba, es la de un hombre al que,

41
de un tirón, le hubieran arrancado de golpe la piel para plantarla en otro cuerpo
extraño, en medio de un mundo desconocido. Lo que para mis opiniones y para
mis gustos era lo más repugnante, resultaba, sin embargo, lo verdadero, aquello
a lo que, de buen o mal grado, tenía que acomodarme. Al menos, no sería sin
que yo tratara de oponer toda la resistencia posible. Esta resistencia duró cuatro
años. Me atrevo a decir que realicé una defensa valiente. Y la lucha fue leal y
completa. Nada se omitió. Utilicé todos los medios de resistencia imaginables y
tuve que abandonar una tras otra las armas que de nada me servían. Ésta fue la
gran crisis de mi existencia, esta agonía del pensamiento sobre la que Arthur
Rimbaud escribió: “El combate espiritual es tan brutal como las batallas entre
los hombres”.

Los jóvenes que abandonan tan fácilmente la fe no saben lo que cuesta


reencontrarla y a precio de qué torturas. El pensamiento del infierno, el
pensamiento también de todas las bellezas y de todos los gozos a los que tendría
que renunciar, si volvía a la verdad, me retraían de todo. Pero, en fin, la misma
noche de ese memorable día de Navidad, después de regresar a mi casa, tomé
una Biblia protestante que una amiga alemana había regalado, en cierta
ocasión, a mi hermana Camille. Por primera vez, escuché el acento de esa voz
tan dulce y, a la vez, tan inflexible de la Sagrada Escritura, que ya nunca ha
dejado de resonar en mi corazón. Yo sólo conocía por Renán la historia de Jesús
y, fiándome de la palabra de ese impostor, ignoraba, incluso, que se hubiera
declarado Hijo de Dios. Cada palabra, cada línea desmentía con una majestuosa
simplicidad, las impúdicas afirmaciones del apóstata, y me abrían los ojos...

Sí, era a mí, a Paul, entre todos, a quien se dirigía y prometía su amor.
Pero, al mismo tiempo, si yo no le seguía, no me dejaba otra alternativa que la
condenación. Ah, no necesitaba que nadie me explicara qué era el infierno, pues
en él había pasado yo mi “temporada”. Esas pocas horas bastaron para
enseñarme que el infierno está allí, donde no está Jesucristo. ¿Y qué me
importaba el resto del mundo, después de este ser nuevo y prodigioso que
acababa de revelárseme?

En una carta que escribió en 1904 a Gabriel Frizeau le dice: Asistía yo a


Vísperas en Notre Dame y, escuchando el Magnificat, tuve la revelación de un
Dios que me tendía los brazos... Pero el hombre viejo resistía con todas sus
fuerzas y no quería entregarse a esta nueva vida que se abría ante él... El
sentimiento que más me impedía manifestar mi convicción era el respeto
humano. El pensamiento de revelar a todos mi conversión y decírselo a mis
padres... Manifestarme como uno de los tan ridiculizados católicos me producía
un sudor frío. No conocía un solo sacerdote. No tenía un solo amigo católico...
Pero el gran libro que se me abrió y en el que hice mis estudios, fue la Iglesia.
¡Sea eternamente alabada esta gran Madre en cuyo regazo he aprendido todo!

42
Pasaba los domingos y muchos días de entre semana en la iglesia de nuestra
Señora... No acababa de saciarme del espectáculo de la santa misa y cada una
de las acciones del sacerdote se imprimía en mi espíritu y corazón... ¡Cómo
envidiaba a los cristianos que iban a comulgar!

En cambio, yo apenas me atrevía a deslizarme los viernes de Cuaresma


entre los que iban a besar la corona de espinas... Al fin, concentrando todo mi
valor, me fui a un confesionario de san Medardo, mi parroquia. Hallé un
sacerdote misericordioso y fraternal, el Padre Menard y, más tarde, al Padre
Villaume, que fue mi director y mi padre amado. Aún ahora no ceso de sentir su
protección desde el cielo. Hice mi segunda comunión en el mismo día de
Navidad de 1890 54.

ALEXIS CARREL (1873-1944)

Nació en Lyon 1872 en una familia cristiana y burguesa. Desde el


comienzo de su carrera de medicina pasó a definirse como ateo. Llegó al
convencimiento de que solo pueden conseguirse certezas a partir de hipótesis
científicas sobre hechos empíricos y que puedan ser verificadas o contrastadas.
Él creía que Dios, el alma espiritual e inmortal, los milagros, la ley moral, eran
puras hipótesis sin ningún valor racional. A sus 30 años, siendo profesor de
Anatomía en la universidad de Lyon, le pidieron sustituir a un colega para
acompañar en tren a los enfermos que iban al santuario de Lourdes. Era el mes de
julio del año 1903.

Él nos cuenta su aventura espiritual en su libro Viaje a Lourdes, donde él


escribe sus impresiones bajo el nombre de Dr. Lerrac (el revés de Carrel).

Dice así: El tren se detuvo antes de entrar en la estación de Lourdes. Las


ventanillas se llenaron de cabezas pálidas, extáticas, alegres, en un saludo a la
tierra elegida, donde habrían de desaparecer los males... Un gran anhelo de
esperanza surgía de estos deseos, de estas angustias y de este amor 55.

54
Ma conversion, en Les Temoins de la revista Renouveau Catholique de Th. Mainage, pp. 63-71.
55
Alexis Carrel, Viaje a Lourdes, Ed. Iberia, Barcelona, 1957, p. 57.

43
Al llegar los enfermos al hospital, Lerrac se acercó a la cama que
ocupaba una joven enferma de peritonitis tuberculosa... María Ferrand (su
verdadero nombre era María Bailly) tenía las costillas marcadas en la piel y el
vientre hinchado. La tumefacción era casi uniforme, pero algo más voluminosa
hacia el lado izquierdo. El vientre parecía distendido por materias duras y, en el
centro, notábase una parte más depresible llena de líquido. Era la forma clásica
de la peritonitis tuberculosa... El padre y la madre de esta joven murieron
tísicos; ella escupe sangre desde la edad de quince años; y a los dieciocho
contrajo una pleuresía tuberculosa y le sacaron dos litros y medio de líquido del
costado izquierdo; después tuvo cavernas pulmonares y, por último, desde hace
ocho meses sufre esta peritonitis tuberculosa. Se encuentra en el último período
de caquexia. El corazón late sin orden ni concierto. Morirá pronto, puede vivir
tal vez unos días, pero está sentenciada 56.

A María Ferrand, después de hacerle unas abluciones con el agua


milagrosa de la Virgen, porque su estado era sumamente grave y no se atrevieron
a meterla en la piscina, la llevaron ante la imagen de la Virgen en la gruta.

La mirada de Lerrac se posó en María Ferrand y le pareció que algo


había cambiado su aspecto, parecía que su cutis tenía menos palidez... Lerrac se
acercó a la joven y contó las pulsaciones y la respiración y comentó: La
respiración es más lenta. Evidentemente, tenía ante sus ojos una mejoría rápida
en el estado general. Algo iba a suceder y se resistió a dejarse llevar por la
emoción. Concentró su mirada en María Ferrand sin mirar a nadie más. El
rostro de la joven, con los ojos brillantes y extasiados, fijos en la gruta, seguía
experimentando modificaciones. Se había producido una importante mejoría. De
pronto, Lerrac se sintió palidecer al ver cómo, en el lugar correspondiente a la
cintura de la enferma, el cobertor iba descendiendo, poco a poco, hasta el nivel
del vientre...

En la basílica acababan de dar las tres de la tarde. Algunos minutos


después, la tumefacción del vientre pareció que había desaparecido por
completo... Lerrac no hablaba ni pensaba. Aquel suceso inesperado estaba en
contradicción con todas sus ideas y previsiones y le parecía estar soñando. Le
dieron una taza llena de leche a la joven y la bebió por entero. A los pocos
momentos, levantó la cabeza, miró en torno suyo, se removió algo y reclinóse
sobre un costado sin dar la menor muestra de dolor. Eran ya cerca de las cuatro.
Acababa de suceder lo imposible, lo inesperado, ¡el milagro! Aquella muchacha
agonizante poco antes, estaba casi curada 57.

56
Ib. p. 50.
57
Ib. p. 60-61.

44
Quedóse mudo de asombro. La transformación era prodigiosa. La joven,
vistiendo una camisa blanca, se hallaba sentada en la cama. Los ojos brillaban
en su rostro, gris y demacrado aún, pero móvil y vibrante, con un color rosado
en las mejillas. Las comisuras de sus labios en reposo, conservaban todavía un
pliegue doloroso, impronta de tantos años de sufrimientos, pero de toda su
persona emanaba una indefinible sensación de calma, que irradiando en torno
suyo, iluminaba de alegría la triste sala.

“Doctor, estoy completamente curada”, dijo a Lerrac, “aunque me siento


débil”.... La curación era completa. Aquella moribunda de rostro cianótico,
vientre distendido y corazón agitado, habíase convertido en pocas horas en una
joven casi normal, solamente demacrada y débil... ¡Es el milagro, el gran
milagro, que hace vibrar a las multitudes, atrayéndolas alocadas a Lourdes!
¡Qué feliz casualidad ver cómo, entre tantos enfermos, ha sanado la que yo
mejor conocía y a la que había observado largamente! 58.

Y él se fue a la gruta, a contemplar atentamente la imagen de la Virgen,


las muletas que, como exvotos, llenaban las paredes iluminadas por el
resplandor de los cirios, cuya incesante humareda había ennegrecido la roca...
Lerrac tomó asiento en una silla al lado de un campesino anciano y permaneció
inmóvil largo rato con la cabeza entre las manos, mecido por los cánticos
nocturnos, mientras del fondo de su alma brotaba esta plegaria:

“Virgen Santa, socorro de los desgraciados que te imploran


humildemente, sálvame. Creo en ti, has querido responder a mi duda con
un gran milagro. No lo comprendo y dudo todavía. Pero mi gran deseo y
el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer
apasionada y ciegamente sin discutir ni criticar nunca más”.

Eran las tres de la madrugada y a Lerrac le pareció que la serenidad que


presidía todas las cosas había descendido también a su alma, inundándola de
calma y dulzura. Las preocupaciones de la vida cotidiana, las hipótesis, las
teorías y las inquietudes intelectuales habían desaparecido de su mente. Tuvo la
impresión de que bajo la mano de la Virgen, había alcanzado la certidumbre y
hasta creyó sentir su admirable y pacificadora dulzura de una manera tan
profunda que, sin la menor inquietud, alejó la amenaza de un retorno a la
duda59.

58
Ib. pp. 64-66.
59
Ib. pp. 79-80.

45
Todavía no se convirtió a pesar del milagro realizado ante su vista, pero
fue una preparación remota. Fueron necesarios muchos años y mucha
investigación y muchos sufrimientos para llegar a la libertad del espíritu y a la fe.

Sus descubrimientos continuaron. Algunos médicos recetaban tintura de


yodo para heridas. Él se dio cuenta de que era antiséptico, pero deterioraba los
tejidos. Y él elaboro un líquido Carrel, que destruía los microbios respetando los
tejidos. Con este líquido y el injerto dérmico, Carrel y sus discípulos salvaron
millares de heridos.

María Ferrand (Maria Bailly), la curada por la Virgen, se hizo religiosa de


la caridad, de San Vicente de Paul, y murió en 1937. Alexis Carrel (Dr. Lerrac),
después del milagro, publicó algunos escritos sobre este hecho en los periódicos
y revistas, pero fue marcado por el ambiente anticlerical de sus colegas, por lo
que no le quisieron dar ningún trabajo.

Esto fue providencial; pues, buscando empleo, fue al Instituto Rockefeller


de Nueva York a investigar y, como premio de sus investigaciones, a los diez
años del milagro, recibió el premio Nobel de Medicina en 1912.

Tuvo mucha importancia en su vuelta a la fe las muchas conversaciones


que tuvo con el padre Alexis Presse, abad del monasterio cisterciense de
Boquem. El mariscal Petain en 1941 le confió la creación y dirección de una obra
científica: el Instituto de la ciencia humana, todo él consagrado preferentemente a
la infancia y juventud, debilitadas por las privaciones y los desplazamientos de la
guerra.

En 1944, con 72 años llegó al convencimiento del origen sobrenatural de


ciertos hechos y se hizo católico, solicitando participar de los sacramentos. Al
poco tiempo murió ya católico convencido. Por fin pudo decir: Quiero creer y
creo todo lo que la Iglesia católica quiere que creamos y para esto yo no tengo
ninguna dificultad, puesto que no encuentro en ello ninguna oposición real con
los datos ciertos de la ciencia 60.

El Padre Presse pudo escribir: De sus muchas conversaciones conmigo


saqué la conclusión de que era uno de esos adoradores de Dios en espíritu y
verdad. De sus profundas investigaciones científicas había sacado una
admiración entusiasta por la creación, admiración que recaía finalmente en el
Creador. Tenía de Dios una idea sublime. Difícilmente he encontrado un alma
más sinceramente penetrada del pensamiento de la presencia de Dios, del

60
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, 1961, p. 169.

46
respeto, de la reverencia, de la adoración de Dios. Lo amaba por encima de todo
y lo prefería a todo .61

En un libro que escribió sobre la oración afirmaba: Nietzsche decía que


era vergonzoso rezar, pero es tan vergonzoso rezar como beber o respirar. El
hombre tiene necesidad de Dios, como del agua y del oxígeno. La influencia de
la oración sobre el espíritu y el cuerpo humano es tan fácil de demostrar como la
de la secreción de las glándulas. Sus resultados se miden por un
acrecentamiento de energía física, de vigor intelectual, de fuerza moral y de
comprensión más profunda de las realidades fundamentales 62.

Cuando estaba grave y era el momento de recibir los últimos sacramentos,


se confesó, recibió la comunión en Viático y la unción de los enfermos con la
sencillez de un niño, según afirmó Monseñor Hamayon, que le administró los
últimos sacramentos. Murió en París el 4 de noviembre de 1944.

NICOLAI BERDIAEV (1874-1948)

Pertenecía a una familia aristocrática y promovió la lucha contra el


zarismo para la implantación del socialismo, considerado democrático. El 27 de
febrero de 1917 se produjo la revolución comunista en Rusia en la que
derrocaron al zar. Al comienzo tomó el poder un gobierno de coalición, pero
poco a poco los comunistas, dirigidos por Lenin, promovieron una insurrección
armada y tomaron el poder absoluto. Entre el 25 y el 27 de octubre de 1917 tuvo
lugar el golpe de Estado en San Petersburgo y en Moscú con lo que el proyecto e
ideal de Berdiaev se vino abajo. Se estableció el sistema totalitario comunista
más cruel de la historia humana que, en medio siglo, provoco millones de
muertos. Según Solzhenitsyn fueron masacrados 60 millones de rusos.

Berdiaev escribió: A veces entre mi adolescencia y mi juventud fui agitado


por el pensamiento: Cierto que desconozco el sentido de la vida, pero la
búsqueda de tal sentido ya confiere sentido a la vida y consagraré toda mi vida a
la búsqueda de este sentido. Ello fue una revolución interior, pero el manuscrito
me lo cogieron la primera vez que me detuvieron y se perdió. Ahora me gustaría
poder leer lo que entonces escribí y percibir el gran impulso que experimenté en

61
Ib. p. 171.
62
Ib. p. 170.

47
tal ocasión. Aquello fue también mi verdadera conversión, la más intensa de mi
vida, conversión a la búsqueda de la verdad, que, por lo mismo, constituía la fe
en la existencia de la verdad. La búsqueda de la verdad y del sentido la oponía
yo a la vulgaridad cotidiana y a la insulsez de la realidad 63.

Primero quiere conocer a toda costa la verdad para que su vida tenga
verdadero sentido. Después, pensando que estaba metido en la nueva ideología
del marxismo leninismo, que promovía el partido comunista instalado en el
poder, se convirtió en un convencido promotor de esta ideología, pensando que
en la justicia social, que tanto se proclamaba, estaba la paz y unidad de todos los
hombres. Era un convencimiento, no solo teórico sino también espiritual, en la
medida en que creía encontrar en el comunismo la verdad y el sentido de su vida.

Pero pronto tuvo que desengañarse al darse cuenta de que el comunismo


era materialista y rechazaba de plano la existencia de Dios y perseguía a todo lo
que aparentaba ser religioso, matando incluso a miles de sacerdotes. Los hombres
eran según el comunismo peones del Estado o, quizás mejor dicho, esclavos del
sistema, del que no podían ni siquiera disentir.

Eugenia Rapp escribió sobre Berdiaev: Durante los días de la revolución,


su actividad se manifestó solamente con una acción extraordinaria, heroica. Me
acuerdo muy bien de aquel día. De San Petersburgo llegaron noticias de la
revolución que se iniciaba. Por las calles de Moscú se agolpaba la gente y de
boca en boca corrían los más increíbles rumores. La atmosfera estaba candente
y parecía que de un momento a otro iba a hacer explosión. Mi hermano y yo y
Alexandrovich decidimos unirnos a la muchedumbre revolucionaria, que se
dirigía a la escuela de equitación. Cuando estuvimos más cerca, esta se hallaba
ya rodeada por una enorme multitud. En la plaza contigua a la escuela se
hallaban los soldados, prestos a disparar. La muchedumbre amenazadora se
acercaba más y más, estrechando el cerco en torno a los soldados. Llegó el
terrible momento. Esperábamos que de un momento a otro sonasen los disparos.
Entonces me volví para decir algo a Alexandrovich y ya no lo vi. Había
desaparecido. Luego supimos que se había lanzado entre la gente hacia los
soldados, pronunciando un discurso y persuadió a los soldados para que no
disparasen contra el pueblo. Y los soldados no dispararon 64.

Un día estaba él en una reunión con comunistas, soldados y trabajadores; y


hubo intervenciones criticando la figura de Jesucristo, diciendo que era un hijo
ilegitimo de un soldado romano.

63
Berdiaev Nicolai, Autobiografía espiritual, Barcelona, Miracle, 1957, p. 88 ss.
64
Ib. p. 212ss.

48
Berdiaev dice: Al oír a aquella gente hablar así de Cristo comprendí que
sería muy difícil para mí el hacerlo. ¿Qué podía decirse en aquel ambiente
caldeado por las pasiones ante unas personas de tan menguada preparación
intelectual? Hice un gran esfuerzo, reuní todas mis fuerzas y pedí la palabra. En
aquellos instantes sentí una gran inspiración y hablé con la mayor elocuencia de
toda mi vida. Aquello constituyó mi mayor éxito. Encontré la palabra adecuada y
dije aproximadamente lo que luego expresé en mi opúsculo titulado “De la
dignidad del cristianismo e indignidad de los cristianos”. Al principio el
auditorio se mostró hostil hacía mí, con silbidos, gritos, exclamaciones burlonas.
Pero poco a poco fui dominando a los que me escuchaban y terminé mi
alocución en medio de aplausos ensordecedores. Luego muchos se acercaron,
me estrecharon la mano y me dieron las gracias 65.

Sobre su conversión refiere: Evocando mi itinerario espiritual me veo


obligado a reconocer que en mi vida no ha habido aquello que los católicos y
protestantes denominan conversión y a lo que atribuyen capital importancia. Ya
he dicho que en mí no hubo un cambio brusco, el paso de una oscuridad total a
una completa claridad. En cierto momento de mí que no podría referir a un día
determinado de ella, conocí que era cristiano y me lancé a recorrer el camino
del cristianismo 66.

Con el tiempo Berdiaev rompió con el comunismo al darse cuenta de que


era una verdadera dictadura y se atacaba constantemente a la dignidad de las
personas, especialmente de los disidentes. Antes de su exilio de Rusia a Berlín y
después a París en 1922 parece que tenía una decidida vinculación al
cristianismo. Él era un filosofó, pero en su vida dio mucho relieve a la
experiencia mística como lo hizo Henri Bergson, Edith Stein o Jacques Maritain.
Fue un hombre sincero que, al igual que San Agustín, fue un buscador incansable
de la verdad y por eso Dios iluminó su camino y pudo reconocer los peligros del
comunismo y llenar el vacío de su corazón con la fe cristiana.

GILBERT KEITH CHESTERTON (1874-1936)

Fue un famoso escritor inglés polifacético, novelista, poeta y pensador


agudo. Sonreía o reía abiertamente, porque nunca perdió su buen humor, que fue
una de sus mejores cualidades. Como polemista, le gustaba rebatir las ideas de
sus adversarios y en todo momento se manifestaba, desde su conversión, como
un católico convencido.

65
Berdiaev, Esclavitud y libertad del hombre, Buenos Aires, Ed Emecé, 1955, p.222.
66
Terdiaev, Autobiografía espiritual, 1957, p. 165 ss.

49
Nació el 29 de mayo de 1874. Llegó a la fe después de un largo periodo de
búsqueda desde el liberalismo acentuado hasta el espiritismo y las ciencias
ocultas. Él escribió: A los 12 años yo era un pagano y a los 16 un agnóstico,
hecho y derecho. Estudió Letras y le gustaba escribir relatos de aventuras.
Escribe en su Autobiografía que un día vio salir de su coche al cardenal Manning
y le pareció como una especie de fantasma envuelto en llamas. Dice: Surgió de
sus ropajes fulgurantes como una gran nube colorada en la puesta del sol y,
levantando los dedos frágiles y alargados par encima de la gente, les dio la
bendición. Entonces miré su cara y me sobrecogió el contraste, pues su rostro
estaba pálido, muy arrugado y envejecido. Seguimos nuestro camino y mi padre
me dijo: “¿Sabes quién era? Era el cardenal Manning 67. Felizmente tuvo
algunos católicos que le marcaron el camino, como Hilaire Belloc y los
sacerdotes amigos, el padre O´Connor y el padre Knox (convertido del
anglicanismo). Se casó con Frances, la mujer de su vida, el 28 de junio de 1901
en la iglesia anglicana de St. Mary Abbots, en Kensington. En esa época vivía
alejado de Dios y de toda práctica religiosa, aunque militaba en una Asociación
de acción social cristiana.

En 1922 se convirtió, pero ya en 1908, al escribir Ortodoxia, ya era


cristiano de corazón. En sus obras se siente que es muy humano. Por eso
escribió: Todos los hombres comparten las mismas alegrías, tristezas, bajezas e
ignorancias. Todos los hombres, al igual que todos los peniques son iguales. Él
era alto y fuerte. Comía y bebía en abundancia y los trajes le iban quedando
pequeños.

En 1914 estuvo gravemente enfermo, mientras Europa ardía en llamas por


la guerra. Esta situación de enfermedad lo acercó más a Dios. El padre O´Connor
lo visitó varias veces. Su hermano Cecil murió en la guerra en Francia. En 1919
hizo con su esposa un viaje por distintos países y llegaron a Jerusalén, donde
permaneció dos meses. El encuentro con los Lugares Santos y la asistencia a
diversas celebraciones litúrgicas, dejaron una huella imborrable en su corazón.
En una carta a su amigo Maurice Baring le cuenta que había vivido una
emocionante experiencia en la iglesia del Ecce Homo en Jerusalén durante la
bendición de las palmas el Domingo de Ramos.

Al regresar a casa, en el puerto de Brindisi, asistieron a misa en una


pequeña iglesia ante una imagen de la Virgen y allí prometí lo que haría cuando
volviese a mi tierra. Se refería a su conversión 68. Oficialmente se convirtió en
1922, después de haber recorrido los caminos del agnosticismo, espiritismo,
socialismo ateo y otros ismos.

67
Chesterton, Autobiografía, Obras completas, pp. 46-47.
68
Seco, Chesterton, pp. 252-258.

50
Se confesó con el padre O´Connor en el salón del Railway hotel. En el bar
esperaban Frances y el padre Rice, benedictino. Sobraban las palabras. Frances
lloraba. El rito del bautismo fue sobrio y elocuente. Todo tal y como entonces
Roma decía que se hiciera en estos casos de convertidos: una profesión de fe, el
bautismo condicionado, una plegaria 69.

La tarde fue larga. A la celebración siguió una tertulia amable y


distendida. Chesterton hablaba por los codos. Reía abiertamente y bromeaba.
Estaba contento. A sus amigos les comunicó la alegre noticia de su conversión. A
partir del día de su conversión, frecuentó la parroquia de High Wycombe del
padre Walker y a él acudió para que le preparase para la primera comunión.

El párroco de Chesterton recordaba que la mañana de su primera


comunión era plenamente consciente de la inmensidad de la presencia real de
Jesús. Y cuando lo felicitó le dijo: Ha sido la hora más feliz de mi vida.

Un factor importante fue el descubrir la importancia de la Virgen María en


el camino de todo cristiano. Y decía: Estoy orgulloso de mi religión y
especialmente de aquellas partes que los otros suelen llamar vulgarmente como
supersticiones. Estoy orgulloso de lo que otros llaman mariolatría, porque ha
introducido en la religión durante las edades más oscuras ese elemento de
caballería que ahora se interpreta mal y de manera trasnochada como
feminismo 70.

En 1926 Frances, su esposa entró a la Iglesia católica y celebraron sus


bodas de plata matrimoniales. Ella escribió al padre O´Connor: Deseo que me
prepare para entrar en la Iglesia. No quiero que la gente diga que lo hago por
seguir a Gilbert. No es cierto, además he luchado mucho para que no fuese el
amor que le tengo el que me llevase a la verdad. Sabrá que no me aceptarían si
era eso lo que me movía. Dígame lo que tengo que hacer 71.

Él escribe en su Autobiografía: Entre las cosas dudosas en las que me


enredaba, me ocupé del espiritismo, sin tener siquiera la decisión de ser un
espiritista... Mi hermano y yo solíamos jugar... con una tabla de ouija, pero
éramos de los pocos que jugábamos con ella en broma. No obstante, no descarto
completamente la sugerencia de algunas personas de que estábamos jugando
con fuego e, incluso, con fuego del infierno... Lo único que puedo decir con

69
La Hera, El fuego de la montaña. Siete conversos para nuestro tiempo, Madrid, Ed. San Pablo, 2009,
p. 236 ss.
70
Autobiografía p.69.
71
Ib. p. 298

51
completa confianza acerca del poder místico e invisible, es que todo es mentira72.
El ambiente general de mi niñez era agnóstico. Mis padres constituían la
excepción..., porque creían en un Dios personal o en una inmortalidad
impersonal 73.

Mis ideas se alimentaron casi exclusivamente de publicaciones


anticatólicas... Sin embargo, (ahora que soy católico) creo que la Iglesia
católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de
ser hijo de su tiempo... Los católicos, muy al contrario de todos los otros
hombres, tienen una experiencia de diecinueve siglos. Una persona que se
convierte al catolicismo, llega a tener de repente dos mil años. La Iglesia
católica es obra del Creador y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez
que en su primera juventud. Y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas,
han perdido ya la esperanza de verla morir algún día.

Cuando la gente me pregunta ¿Por qué ha ingresado usted en la Iglesia


de Roma?, la primera respuesta es: “Para desembarazarme de mis pecados”.
Pues no existe ningún otro sistema religioso que haga realmente desaparecer los
pecados de las personas... El sacramento de la penitencia concede vida nueva y
reconcilia al hombre con todo cuanto vive, pero no lo hace como suelen hacerlo
los optimistas, los hedonistas y los predicadores paganos de la felicidad. El don
se concede mediante un precio y está condicionado por una confesión 74.

En una oportunidad le preguntaron: ¿Por qué se hizo usted católico? y


respondió: “Porque quiero ser feliz. La dificultad para explicar adecuadamente
el por qué soy católico consiste en el hecho de que hay 10.000 razones, que se
pueden resumir en que el catolicismo es verdadero 75.

Sé que el catolicismo es demasiado grande para mí y aún no he explorado


todas sus terribles y hermosas verdades. No sé explicar por qué soy católico,
pero ahora que lo soy no podría imaginarme de otra manera. Estoy orgulloso de
verme atado por dogmas anticuados y esclavizado por credos profundos (como
suelen repetir mis amigos periodistas con tanta frecuencia), pues sé muy bien
que son los credos heréticos los que han muerto, y que sólo el dogma razonable
vive lo bastante para que se le llame anticuado 76.

72
Chesterton, Autobiografía, Ed Espasa Calpe, Buenos Aires, 1939, p. 82.
73
Ib. p. 137.
74
Ib. p. 298-299.
75
Chesterton, Perché sono Cattolico, Ed Gribaudi, Milán, 2002, p. 9.
76
Citado por Ayllón José Ramón, Dios y los náufragos, Ed Belacqua, Barcelona, 2004, p. 81.

52
Un católico es una persona que ha juntado coraje suficiente para afrontar
la idea inconcebible e increíble de que pueda existir alguien más sabio que él 77.

Algunos creen que los católicos convertidos pierden la libertad. Una


distinguida dama literata escribió hace poco que yo había ingresado en la más
estricta de las confesiones cristianas y me sentí monstruosamente divertido. Un
católico tiene veinte veces más sensación de libertad que un hombre atrapado en
la red de nerviosos compromisos del anglicanismo. De la misma manera que un
hombre que se preocupa por toda Inglaterra se siente más libre que el que siga a
los conductores de un determinado partido. El católico tiene a su vista el
abanico de dos mil años llenos de 120.000 controversias arrojadas par un
pensador contra otro, escuela contra escuela. Gremio contra gremio, nación
contra nación, sin ningún límite excepto el hecho fundamentalmente lógico de
que las cosas valían la pena de discutirse, porque en último término podían ser
solucionadas y establecidas 78.

El hombre que teme entrar en la Iglesia católica se imagina comúnmente


que lo que siente es una suerte de claustrofobia. De hecho lo que realmente
siente es una especie de agorafobia (miedo a los espacios abiertos). Algunos
incidentes históricos menores, casi enteramente peculiares, de la particular
manera en la que sobrevivió el catolicismo en Inglaterra les han dejado a
muchos ingleses la extraordinaria noción de que esta fe es un asunto de rincones
y huecos. Estos honestos protestantes caminan con el permanente miedo de ser
enclaustrados. Para ellos la típica actitud católica no es encaminarse hacia algo
grande como una iglesia, sino hacia algo pequeño como el confesonario. La
misma noción se ve reforzada por el uso de la palabra “celda”, que en una
comunidad protestante son las de las prisiones y no las celdas monásticas. Lo
mismo les sugiere la palabra “cripta”, acerca de la cual sin duda debe haber
algo críptico (secreto). Estas y otras etiquetas de la tradición han preservado en
este país la costumbre de hablar como si el peligro de convertirse en católico
fuera el de ser enterrado en un oscuro y profundo agujero 79.

La Virgen María, al recordarnos especialmente al Dios encarnado,


encarna y reúne de alguna manera todos los elementos del corazón y de los
instintos más elevados que son los legítimos atajos hacia el amor de Dios...
Cuando yo recordaba a la Iglesia católica, la recordaba a la Virgen. Cuando
trataba de olvidar a la Iglesia católica, era a ella a la que trataba de olvidar.
Cuando me di cuenta de ello, fue en el puerto de Brindisi, donde prometí lo que
haría si retornaba a mi tierra 80.
77
El pozo y los charcos, Ed. Agape, Buenos Aires y Madrid, 2007, p. 55.
78
Ib. pp. 59-60.
79
Ib. pp. 171-172.
80
Ib. pp. 185,187-188.

53
El protestantismo es un nombre, pero es un nombre que puede ser usado
para encubrir cualquier ismo, excepto el catolicismo. Hoy es un recipiente
dentro del cual se pueden volcar las miles de cosas que por miles de razones se
oponen a Roma. Pero puede ser llenado por ellas, porque es algo hueco, porque
esta vacío. Todo tipo de negación, toda nueva religión, toda revuelta moral o
irritación intelectual que pueda hacer que un hombre rechace el llamado de la fe
católica, está aquí reunido en un confuso montón y cubierto por la anticuada,
pero conveniente etiqueta del protestantismo 81.

El edificio de mi fe se parece a una catedral. Esta fe mía es demasiado


grande para una descripción detallada. Recuerdo a unos autores que lanzaban
graves acusaciones contra el catolicismo y, cosa curiosa, lo que ellos
condenaban, me parecía a mi algo precioso y deseable. Se mencionaba la
“terrible” blasfemia contra la Virgen de un místico católico que decía: “Todas
las criaturas deben todo a Dios, pero a Ella hasta Dios mismo le debe algún
agradecimiento”. Y yo pensé: “¡Qué maravillosamente dicho!”

Chesterton defendió a la Iglesia y la fe católica en sus escritos y hasta


fundó un semanario G. K´s Weekly para comunicar su pensamiento católico.
Murió el 14 de junio de 1936, a los 62 años.

HENRI GHEÓN (1875-1944)

Nació en 1875 en Bray-sur-Seine (Francia). Su padre era farmacéutico y él


estudió medicina. De niño fue educado cristianamente. Aprendió a rezar las
oraciones de rodillas ante un pequeño Cristo de marfil entre su madre y su
hermana. Hizo su primera comunión con fervor. Dos o tres años después sucedió
lo que él mismo refiere: Durante las vacaciones de Pascua, mi madre estaba en
el cuarto de arriba, vistiéndose para la misa. Yo me encontraba abajo leyendo.
¿Había pensado bien lo que iba a hacer? Ella me llama sin que yo le conteste.
Me dice: “Prepárate, que llegamos tarde a misa”. Y yo le digo: “Yo ya no voy.
¿Qué quieres, mamá? Yo no creo” 82.

En ese momento, Henri tenía 15 años y vivirá los próximos 20 años sin
Dios y sin necesidad de él. Él se dedica a la pintura, a la música y al estudio de la
medicina. En un viaje a Florencia descubre las pinturas de fra Angélico. Un día
una de sus sobrinitas más queridas se enferma gravemente y lo llaman a Italia
donde estaba. La niña se restablece, pero dos meses después su madre muere

81
Ib. p. 196.
82
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, p. 8.

54
inopinadamente en un accidente. Él se rebela contra la providencia divina. Años
más tarde dirá que esa fue su peor blasfemia. Durante la misa de los funerales por
su madre, él estaba roído por el orgullo y el dolor. En la elevación mira fijamente
la hostia y piensa: Oh Dios, Tú no existes, no puedes existir, porque me has
quitado a mi madre 83.

En la primera guerra mundial se enrola como médico y es destinado a un


equipo de ambulancias en el norte. Vuelve a París y asiste a las manifestaciones
religiosas que preceden a la victoria del Marne, pero no toma parte en las
plegarias de la multitud. En diciembre vuelve al frente por Yser. Gide escribió:
Antes de salir de Paris tuve un extraño sueño del que no hablé sino mucho
tiempo después. Aunque no soy amigo de creer en sueños, me dejó conmovido.
Me paseaba con Gheón, como habíamos hecho a menudo juntos por Argel, por
Italia y últimamente por Asia Menor y Grecia, en donde presentimos toda la
preparación para la guerra. Estábamos en un misterioso valle, todo umbroso,
deslizábamos sobre un maravilloso tapiz de vapor. Yo me sentía desfallecer de
gozo. Y de repente, cuando aquella suavidad se hacía casi inaguantable, mi
compañero se detuvo, me tocó en el brazo y dijo: “No avancemos más”. Su voz
era solemne: “No avancemos más, porque en adelante entre nosotros hay esto”.
Y aunque no hizo ningún gesto, mi vista descubrió en seguida un gran rosario
que colgaba de su mano derecha. Me desperté lloroso con el corazón oprimido
por una angustia que no se disipó, aun cuando me había despertado 84.

El 27 de enero Dupouey, amigo de Gide y a quien Gide deseaba que


Gheón lo conociera, estaba cerca del lugar donde estaba Gheón. Este preguntó
por él y lo encontró. El capitán Dupouey era robusto y de pequeña estatura.
Conversan un rato y se despiden. El 24 de febrero Dupouey visita a Gheón y
juntos hacen una breve excursión. Este fue el tercero y último encuentro. A los
pocos días se enteró de que Dupouey había caído muerto por un obús. Fue en
busca de su tumba. Encontró un pequeño montón de tierra y en su pobre cruz
colocó un ramito de boj que su hermana le había enviado el domingo de Ramos.

Le escribió a Gide y le contó: ¿Rogué por él? Eso es lo que creo. Por lo
menos fue como si hubiera rezado. En la excitación en que me encuentro soy
capaz de orar sin creer, de creer para los demás y no para mí mismo. Después
visitó al capellán que le confió el secreto de Dupouey: Era un santo. Jamás he
encontrado un alma semejante. Pensaba constantemente en la muerte y a medida
que se acercaba más, menos la temía. En una palabra: estaba preparado. Usted
parece tan con movido que voy a hacerle una confidencia. He aquí lo que me
escribía estos últimos días la esposa de Dupouey: Los dos hemos hecho el

83
Ib. p. 10.
84
Ib. p. 12.

55
sacrificio. Y en cuanto al niño, ya no tiene padre, no tiene nada. Lo confío al
Padre que está en los cielos 85.

Gheón piensa: Dupouey está muerto. No puede estar muerto por


completo. Y vive en algún sitio en esa gloria que esperaba, que ha merecido y de
la que su recuerdo aparece aureolado. Es evidente que Dios existe. Y, si Dios
existe, es necesario creer 86.

En septiembre de 1915 la ofensiva rompe el frente. La víspera del ataque


en la noche, donde palpita tanta vida joven, ofrecida ya a la muerte y que pronto
será sacrificada, el médico Gheón siente su pecho lleno de emoción; emoción que
se vuelve en plegarias Y luego de 25 años de silencio, las palabras del
padrenuestro se le escapan a su pesar de los labios.

La ofensiva desemboca en desastre. Pero la paz interior sobrepasa toda


paz. Ahora Gheón reza cada día. Está volviendo al fervor de su infancia. La
señora Dupouey le ha dejado un cuaderno de meditaciones de su esposo. Cree,
pero aún duda. Sin embargo, el 25 de diciembre de 1915 en la pequeña capilla de
Sains-en-Gohelle comulgó y allí tuvo su encuentro con Dios.

Terminada la guerra, volvió a París y publico su conversión en el libro


L´homme né de la guerre (El hombre nacido de la guerra). Se hace amigo de
Jacques Maritain, él también convertido. Escribió más de 60 piezas para ser
representadas en los teatros de Francia y del extranjero. El 13 de junio de 1944
moría en una clínica de París. En los últimos momentos, le atendió su viejo
amigo el padre Roquet. Lo amortajaron con el hábito de terciario dominico.

MANUEL AZAÑA (1880-1940)

Fue un escritor y político español. En su libro El jardín de los frailes


presenta la religión como una cárcel de la que quiere salir para ser libre.
Abandonó la religión sin llenar el vacío existencial que le dejó. Una de sus frases
más celebres fue: Ni todos los conventos de Madrid valen la vida de un
republicano. Otra fue: España ha dejado de ser católica.

Forma parte del Comité revolucionario que contribuyó a la instauración de


la II República española el 14 de abril de 1931. En las elecciones a las Cortes
Constituyentes en junio de 1931 fue confirmado como jefe del Ejecutivo. En
mayo de 1936 fue elegido como Presidente de la República. Dimitió en febrero

85
Ib. p. 15.
86
Ibídem.

56
de 1939 ante el avance de las tropas nacionales y se exilió en Francia, estando ya
gravemente enfermo del corazón. Murió el 3 de noviembre de 1940 en
Montaubán (Francia).

En los últimos meses de enfermedad dejó su ateísmo y aceptó la fe


católica. Su esposa Dolores Rivas Cherif, siempre fue católica practicante y él
respetó su fe. Ella escribió una carta a su hermano Cipriano de Rivas en la que le
dice: Supo nuestro enfermo la llegada a Montaubán del nuevo obispo por el gran
aparato de campanas en la catedral que teníamos enfrente. Comentó conmigo lo
bonita que sería la ceremonia en la catedral y dijo: “Lástima no poder verlo”,
recordaba con ese motivo las fiestas de la iglesia de El Escorial. Días después
recordó al obispo y en otro momento volvió a decir de qué buena gana lo vería.
Insistió varias veces en este deseo al que yo me resistía... Su afán por ver al
obispo llegó a ser tan grande que, estando Saravia con nosotros, se dolió con él
de que yo no le escuchara...

A veces, mirando a la puerta de la catedral desde la ventana, repetía con


su insistencia de enfermo en el deseo de conocer al obispo… Un día
acompañada de la monja sor Ignace, hermana de la Caridad, fuimos a ver al
obispo, quien recibiéndome en el acto, trató de calmarme y consolarme... Al día
siguiente, fue a visitarle el obispo, que, viendo que el enfermo se cansaba, nos
dejó enseguida. Volvió otro día acompañado de un cura español refugiado en
Francia, a quien yo no conocía, pero no accedí a que el cura viera al enfermo y
sí acepté al obispo… Otro día, viendo que el enfermo estaba más grave, vino el
obispo con la monja. El obispo lo visitó varias veces y estuvo con el enfermo
cuando falleció, aunque yo no estaba 87.

El obispo, Monseñor Théas, escribió en el boletín oficial del obispado que


a Manuel Azaña Díaz le había administrado el sacramento de la penitencia
(confesión) y la unción de los enfermos 88.

El obispo Théas escribió en 1940, al día siguiente de la muerte de Azaña,


sobre lo sucedido. También escribió sobre este hecho en otro documento de 1952
y en otro de 1958 89. En el documento de 1940 afirma que el expresidente le dijo:
Vuelva a visitarme todos los días. Y todos los días por la tarde iba a conversar
un rato con él. Hablábamos de Revolución, de los asesinatos, de los incendios de
las iglesias y conventos. Él me hablaba de la impotencia de un gobernante para
contener a las multitudes desenfrenadas y detener el movimiento que se había
desencadenado (documento de 1958).
87
Sanz Agüero Marcos, Manuel Azaña, Ed. Círculo de amigos de la historia, Madrid, 1975, pp. 225-229.
88
Ib. pp. 229-230.
89
Estos documentos se encuentran copiados por el padre Gabriel Verd en la revista Razón y fe, Nº 1058,
diciembre de 1986.

57
Un día, deseando conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le
presenté el crucifijo. Sus grandes ojos abiertos, enseguida humedecidos por las
lágrimas, se fijaron largo rato en el Cristo crucificado. Seguidamente lo cogió
de mis manos, lo acercó a sus labios, besándolo amorosamente por tres veces y
exclamando cada vez: “Jesús, piedad, misericordia” (documento de 1958). En el
documento de 1940 escribe el obispo: El presidente manifestó sentimientos
cristianos. Por sí mismo y repetidas veces besó con fervor el crucifijo que se le
presentaba, pronunciando palabras como estas: “Dios mío, piedad,
misericordia” (1940).

Continúa el obispo: Este hombre tenía fe. Su primera educación cristiana


no había sido inútil. Después de errores, olvidos y persecuciones, la fe de su
infancia y de su juventud informaba de nuevo la conducta de los últimos días de
su vida (1958).

A la pregunta: ¿Desea usted el perdón de sus pecados? Respondió: Sí


(1940). Recibió con plena lucidez el sacramento de la penitencia, que yo mismo
le administré (1952). En el documento de 1958 dice claramente el obispo: Invité
al enfermo al sacramento de la penitencia y lo recibió de muy buen grado
(1958).

Cuando pedí a la señora Azaña que me permitiera llevar el Viático


(comunión) a su marido, estaba yo seguro de que el enfermo quería recibir la
comunión. Pero choqué con la negativa obstinada de N. Cinco veces me presente
y las cinco tuve que marcharme. Se me decía: “Eso le impresionaría demasiado”
(1952). Anotemos que la misma señora Azaña ignoraba que le hubieran
impedido cinco veces el darle la comunión, ni sabía quién había sido. La noche
del 3 de noviembre de 1940, a las 11 p.m., la señora Azaña me mandó llamar.
Acudí inmediatamente y en presencia de sus médicos españoles, de sus antiguos
colaboradores y de su esposa, administré la extremaunción y la indulgencia
plenaria al moribundo en plena lucidez. Después, sujetas sus manos entre las
mías, mientras yo le sugería algunas piadosas invocaciones, el presidente expiró
dulcemente en el amor de Dios y la esperanza de su visión (1958).

Después de su muerte, Monseñor Théas afirma: La señora del presidente,


conociendo el fin cristiano de su marido, pidió exequias religiosas que después
de un acuerdo con el señor arcipreste, consistirían en un simple responso en la
catedral sin levantamiento del cadáver, ni misa (1940). Pero el día 5 de
noviembre (día del entierro) la señora del presidente estaba muy cansada y
decidió no asistir a la ceremonia. El cortejo fúnebre, en lugar de ir a la catedral,
donde se le esperaba, se dirigió al cementerio y el entierro fue puramente civil
(1940).

58
Contra la voluntad del presidente y de su viuda se hizo presión para
dirigir el cortejo fúnebre directamente al cementerio, impidiendo la ceremonia
religiosa, que había sido prevista en la catedral (1958). El cónsul de México
dispuso el entierro civil del presidente. La viuda, después, no se atrevió a
protestar, porque México pagaba todos los gastos del hotel al presidente y a los
que le acompañaban (1952). Azaña fue enterrado con la bandera mexicana, pues
el gobierno de México pagó la sepultura.

Esa misma tarde del entierro la señora Azaña acudió al obispado para
agradecer a Monseñor sus visitas y su ministerio cabe el presidente. Le
manifestó también su pesar por el carácter puramente laico que se le había
dado, mal de su agrado, a los funerales de su marido (1940).

Y añade Monseñor Théas: El entierro fue civil, pero la muerte había sido
cristiana. ¿Acaso no es esto lo esencial? (1958). Los restos de Manuel Azaña
descansan en el cementerio de Montaubán bajo una cruz de bronce, como mandó
su viuda.

Nota.- El documento del obispo del 7 de noviembre de 1940 (al día siguiente del
entierro) se publicó en el bulletin catholique du diocese de Montauban, pp. 338-339. El
documento de 1952 fue una carta del obispo dirigida al padre Guichomerre. El
documento de 1958 (del 31 de diciembre de 1958) fue publicado en el boletín oficial
eclesiástico del obispado de Vich, tomo 111, Nº 2520.

JACQUES MARITAIN (1882-1973)

Jacques Maritain y Raissa (de padres ortodoxos judíos de Rusia) se


conocieron en 1900, cuando ambos eran estudiantes de filosofía en La Sorbona
de París. Él tenía 18 años y Raissa 17. Ella descubrió pronto su vocación de
poetisa y escritora. Desde los 15 años ya se planteaba el problema del mal en el
mundo y el mal causado por las injusticias sociales. Los dos llegaron a
entenderse en sus aspiraciones fundamentales. Dice Raissa: Pensábamos juntos
sobre el universo entero, el sentido de la vida, el destino de los hombres, la
justicia y la injusticia de las sociedades... Por primera vez podía hablar
realmente de mí misma, salir de mis reflexiones silenciosas para comunicarlas,
contar mis tormentos. Por primera vez encontraba a uno que me inspiraba desde
el principio una absoluta confianza 90.

90
Hustache, Dos almas que buscan la verdad: Jacques y Raissa Maritain, en Lelotte, convertidos del
siglo XX, Studium, pp. 145-160.

59
Constataron que los estudios de La Sorbona no les estaban ayudando a
resolver su problema existencial sobre el sentido de la vida e hicieron un pacto: si
pasado un tiempo no encontraban sentido a la vida, se suicidarían.

Jacques repetía mucho la oración del libro La femme pauvre (la mujer
pobre): Oh Dios mío, si existes, dámelo a conocer 91. León Bloy les dio a conocer
escritos de místicos, en especial las Revelaciones de Ana Catalina Emmerick. Y
se entusiasmaron: Habían encontrado por fin la fe y el sentido de su vida. El
escritor francés León Bloy fue su padrino, pues los había ayudado a encontrar la
fe en la Iglesia católica. También fueron aconsejados por Charles Peguy, un
convertido del ateísmo al catolicismo, para que fueran a oír las charlas del
filósofo judío Henri Bergson. Y estas charlas les aclararon sus dudas. Cuando él
tenía 24 años y ella 23, dieron el paso definitivo y, después de una buena
preparación, se bautizaron el 11 de junio de 1906 junto con Vera, la hermana de
Raissa.

Los padres de Raissa, rusos y judíos, lloraron mucho por esta decisión,
porque les parecía una traición a su estirpe y a su religión. Después del bautismo,
los tres (Jacques, Raissa y Vera) iban a misa todos los días y comulgaban.
Entablaron amistad con muchos intelectuales franceses, algunos de ellos también
convertidos del ateísmo o agnosticismo. El 29 de septiembre de 1912 los tres se
hicieron oblatos de San Pablo de Oosterhour. Jacques por su parte se dedicó a dar
clases en el Colegio Estanislao en octubre de 1912.

Pero en su vida de fe Dios permitió que Jacques tuviera tentaciones contra


la fe para poder así fortalecerla ante las dificultades venideras, de modo que pudo
llegar a ser un gran filósofo católico de Francia y pudo defender los derechos de
la Iglesia cuando fue embajador de Francia ante la Santa Sede. Él nos dice: No sé
si en 1911 ó en 1912 fui asaltado por violentas tentaciones contra la fe. Hasta
entonces las gracias del bautismo habían sido tan grandes que lo que yo creía
me parecía verlo en la misma evidencia. Ahora tenía que experimentar lo que es
la noche de la fe. Recuerdo largas horas de tortura interior, en la calle
Orangerie, solo en el aposento del número 4, que yo había convertido en una
especie de reducto para el trabajo. Evitaba hablar de ello. Salí de esta prueba
por la gracia de Dios muy fortalecido. Me consolaba pensando que sin duda
aquello había sido necesario, si es que yo iba a ser de alguna utilidad para los
demás 92.

Algo muy importante en la vida de Maritain y de su esposa fue el defender


la autenticidad de las apariciones de la Virgen en La Salette, que después fueron

91
Ib. p. 56.
92
Maritain Jacques, Cuaderno de notas, Ed. Desclee de Brouwer, 1967, p. 86.

60
aprobadas por el obispo del lugar, pero que al principio tuvo muchos opositores,
que consideraban a la vidente Melania como una mentirosa y la desacreditaban
públicamente.

Sobre este tema de La Salette escribió una obra y fue a presentársela al


mismo Papa Benedicto XV. El 26 de marzo de 1918 salió de París en viaje a
Roma. El Papa lo recibió el 2 de abril y le aseguró que él creía en las apariciones,
pero que en cuanto a las palabras que Melania decía que le había dirigido la
Virgen, podían ser exageradas por su propia fantasía o imaginación.

Jacques le manifestó al Papa que él creía que las palabras tal como las
había dicho Melania eran auténticas. Lo mismo aseguró Raissa. El Papa les
sugirió que presentaran su libro al cardenal Billot para su aprobación y poder
publicarlo, pero el cardenal Billot lo desaprobó y desautorizó su publicación, ya
que estaba en contra de esas apariciones. Jacques obedeció y la obra quedó sin
publicar.

Maritain fue un gran admirador de la filosofía tomista de santo Tomás de


Aquino, fundó las círculos de estudios tomistas. Fue muchos años embajador de
Francia ante la Santa Sede. También dio clases en la universidad de Princeton en
Estados Unidos. Al enviudar en 1960, se instaló cerca de los Hermanitos de
Jesús, fundados por el Padre Charles de Foucauld, llegando a profesar en esta
Institución a sus 89 años, dos años antes de su muerte.

GIOVANNI PAPINI (1881-1956)

Nació en Florencia (Italia) el 9 de enero de 1881. Su padre era acérrimo


ateo y quiso que su hijo se educara al margen de toda religión. Le prohibió que
asistiera a las clases de religión de la escuela. Él y otro niño judío eran los únicos
que no asistían. Cuando este le preguntó si era protestante o excomulgado,
respondió: Mi padre es ateo, es decir, un hombre que no cree en nada 93. Su
madre, Herminia, lo bautizó en secreto. Se casó a los 26 años con Giacinta
Grovagnoli, una campesina de Bulciano (Toscana). Se casaron por la Iglesia para
darle gusto a la novia, aunque él era ateo convencido.

En sus ideas era más inclinado a la derecha. Por eso los comunistas le
tenían odio y fue expulsado del Sindicato de periodistas. Un periódico comunista
escribió que solo se le dejara vivir si no volvía a escribir más.

93
La Hera, El fuego de la montaña, Ed. San Pablo, Madrid, 2009, p. 35.

61
En su juventud se entusiasmó con las ideas de Nietzsche. En 1912 con sus
30 años escribió un libro autobiográfico: Un uomo finito (Un hombre acabado)
donde manifiesta su insatisfacción y vacío existencial. Escribió: Todo está
acabado, todo perdido, todo cerrado. No hay nada que hacer. ¿Consolarse? No.
¿Llorar? Para llorar hace falta un poco de esperanza. Y yo no soy nada, no
cuento nada y no quiero nada. Soy una cosa, no un hombre. Tocadme, estoy frío,
frío como un sepulcro. Aquí está enterrado un hombre que no puede llegar a ser
Dios 94.

Y sigue diciendo: Yo no quiero ni pan ni gloria ni compasión. Solo quiero


un poco de certeza, una pequeña fe segura, un átomo de verdad. Tengo
necesidad de algo verdadero. No puedo vivir sin la verdad. No pido otra cosa, no
pido más, pero esto que pido es mucho, es una cosa extraordinaria, lo sé. Pero lo
quiero de todos modos. Sin esta verdad no consigo vivir y si nadie tiene piedad
de mí, si nadie me puede responder, buscaré en la muerte, la felicidad de la
plena luz o la quietud de la eterna nada 95.

Felizmente entre 1919 y 1921, no dice en qué momento, descubrió la


verdad en Cristo. Su amigo Domenico Giuliotti le ayudó en este caminar.

En su Proceso de conversión le ayudaron algunas experiencias personales.


El quedarse fascinado al encontrarse ante una procesión, con un campesino de
barba negra, que llevaba una cruz sobre su espalda —representando a
Jesucristo subiendo hacia el Gólgota— y al ver gentes campesinas,
arrodillándose y santiguándose a su paso, fue una vivencia que tuvo un efecto
importante en su interior.

Su experiencia de ser llamado, por unos campesinos de Bulciano, a


sustituir a un párroco ausente, a media noche, para un bautismo de una niña en
peligro de muerte.

Una noche, estando en el campo, le despertó una mujer del pueblo. Venía
agitada, nerviosa. El niño de una vecina suya había nacido agonizante. Debían
bautizarlo enseguida...

— Pero... ¡si yo no soy sacerdote!


— Usted puede hacerlo. ¡Venga pronto!

Papini no sabía por dónde empezar. Pidió un libro de misa, y ni siquiera


sabía por dónde abrirlo. Recitó el credo y el padrenuestro. Luego tomó el agua

94
Papini Giovanni, Un uomo finito, Ed Vallechi, Firenze, 1926, p. 202.
95
Ib. pp. 246-250.

62
que le trajeron en un recipiente pequeño, y la derramó sobre el niño que se
moría. Dijo: “Ego te baptizo in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti”.
Conocía el latín y sabía lo que hacía la Iglesia en estas ocasiones.

— ¡Dios os bendiga! —respondió una señora mayor, al concluir el


sacramento—. ¡Habéis hecho un ángel!

Aquellas buenas gentes, en su simplicidad, opinaban que, ausente el cura,


quien mejor podía hacer una tarea sacramental como aquella, era el intelectual,
“sin pensar —comentaba Papini— en el vacío de su corazón”.

Y continuaba diciendo: “De la sombra de aquella habitación salió al sol,


espantado, sin saber bien lo que había hecho, como si me hubiera despertado de
un sueño extravagante. Y a pesar de todo, si esas mujeres no mentían, acababa
de ser el actor de un milagro: ¡yo el ateo, había dado un ángel nuevo al
paraíso96.

Un cuarto factor fue su acompañamiento a Midio —hijo de un amigo


suyo— en el proceso de su muerte. Pudo comprobar cómo le ayudó en esos
momentos a ese joven la fe en la resurrección. Era la fiesta de Pascua de
Resurrección, cuando este joven le dijo a Papini: “¡Jesús ha resucitado!
También nosotros resucitaremos, ¿verdad?”.

Él refiere: Han pasado, después, años; se han producido cambios en mí,


pero jamás he podido olvidar el rostro inocente de Midio, ni aquella voz que
pronunció mi nombre con tanto amor Ese nombre pronunciado por él en sus
últimos momentos y de esa manera, resonó en mí más tarde como un
llamamiento. Como una invitación. Desde aquel día mi corazón fue menos malo,
menos agrio que antes. Y hasta hoy rezo por él, a fin de que me perdone por no
haberle amado bastante 97.

En la Iglesia de la Santa Croce de Florencia, panteón de hombres


ilustres, rodeado de las tumbas de Miguel Ángel, de Maquiavelo, de Galileo y
del monumento fúnebre a Dante Alighieri (su tumba está en Ravena), Giovanni
Papini tuvo otra experiencia religiosa, que le empujó por el camino de la fe;
camino que, sin duda, estaba ya recorriendo.

Fueron las vidrieras del templo las que, en aquella tarde de otoño,
atrajeron su atención. Clavó en ellas su mirada y la paseaba, pensativo, de unas

96
La Hera, El fuego de la montaña, Ed. San Pablo, Madrid, 2009, p. 38.
97
Ib. p. 40.

63
a otras. En un momento dado, se sintió invitado a “nacer de nuevo” a volver a la
infancia.

“Si todo era verdad, si Jesús era Dios (...). Y si él existía verdaderamente,
¿no podía escuchar a aquel que le hablaba en ese instante? ¿Darle una señal?
¿No debería Él saber que mi corazón quería pertenecerle por completo y que, en
secreto, este corazón era más naturalmente cristiano que lo que decían mis
palabras orgullosas?” 98.

En 1921 ya era un enamorado de Jesús. Y su amor lo manifestó en su gran


obra Historia de Cristo, que quiere ser un acto de reparación por todos sus
escritos anticristianos anteriores, en los que había insultado a Cristo con los
términos más vulgares. Una vez convertido, le pidió a su hija Viola que buscara
todas las copias de sus obras sobre todo de Las Memorias de Dios para
quemarlas.

Y decía con una alegría desbordante: Cristo está vivo. Cristo es la verdad.
Oh, Cristo, tenemos necesidad de ti, de ti solo. Tú nos amas. Viniste para salvar,
naciste para salvar, te hiciste crucificar para salvar, tu misión y tu vida es la de
salvar y tenemos necesidad de ser salvados 99.

También escribió: Decidlo fuerte y gritad que nuestro Dios es un Dios


joven, amigo de los niños y de los jóvenes. No os preocupéis si nuestros libros
parecen antiguos y si nuestras iglesias están hechas de piedras seculares. Viejos
en cambio son los enemigos del cristianismo. Vieja es la barbarie feroz que a
cada tanto aflora en la humanidad, viejo es el paganismo que jamás ha muerto
del todo en las almas bajas y mal convertidas.

Jesús, todos tienen necesidad de ti, incluso los que no lo saben, y los que
no lo saben mucho más que aquellos que lo saben. El hambriento se imagina que
busca pan, y es que tiene hambre de ti, el sediento cree desear agua, y tiene sed
de ti; el enfermo se figura ansiar la salud, y su mal está en no poseerte a ti. El
que busca la belleza del mundo, sin percatarse, te busca a ti, que eres la belleza
entera y perfecta; el que persigue con el pensamiento la verdad, sin querer te
desea a ti, que eres la única verdad digna de ser sabida, y quien se afana tras la
paz, a ti te busca, única paz en que pueden descansar los corazones, aún los más
inquietos. Esos te llaman sin saber que te llaman, y su grito es inefablemente
más doloroso que el nuestro 100.

98
Vintila Horia, Giovanni Papini, Madrid, 1965, pp. 86.87.
99
Comastri Angelo, Dov'è il tuo Dio?, Ed. San Paolo, Milano, 2003, p. 12.
100
La Hera, o.c., p. 33.

64
Se hizo terciario franciscano con el nombre de fray Buenaventura. En
1944, después del asesinato de Giovanni Gentile, profundamente dolido, rechazó
su nombramiento de Presidente de la Academia de Italia.

Murió de esclerosis lateral amiotrófica el 8 de julio de 1956, después de


recibir la unción de los enfermos. Él se autodenominó: católico, artista y
florentino. Sus obras completas ocupan 60 volúmenes.

MANUEL GARCÍA MORENTE (1886-1942)

Fue un gran filósofo español. Era ateo, aunque de niño había hecho la
primera comunión, pero sus estudios de filosofía lo habían alejado de Dios y de
la religión. Al comenzar la guerra civil española (1936-1939) tuvo que huir a
Francia. Estaba en París desesperado por no encontrar medios para conseguir que
su familia llegara a París y preocupado por lo que les podía suceder. En estas
circunstancias en la noche del 29 al 30 de abril de 1937, ocurrió lo inesperado.
En su desesperación ante los acontecimientos, optó por algo que nunca hubiera
hecho en circunstancias normales. Se puso a orar.

Él escribió en su testimonio de conversión: Por mi mente empezaron a


desfilar imágenes de la niñez de Nuestro Señor Jesucristo. Poco a poco se fue
agrandando en mi alma la visión de Cristo clavado en la cruz. Me dije a mí
mismo: “Este es el Dios verdadero, el Dios vivo. Él entiende a los hombres, vive
con ellos, sufre con ellos, los consuela y les trae la salvación. A rezar, a rezar”.
Y puesto de rodillas empecé a balbucir el padrenuestro, pero se me había
olvidado. Recordé mi niñez, recordé a mi madre a quien perdí cuando yo
contaba nueve años. Me representé claramente su cara, el regazo en que me
recostaba, estando de rodillas para rezar con ella y lentamente con paciencia fui
recordando el padrenuestro y el avemaría.

Una inmensa paz se adueñó de mi alma... Pensé: lo primero que haré


mañana será comprarme un libro devoto y algún manual de doctrina cristiana.
Aprenderé las oraciones, me instruiré mejor. Compraré los santos Evangelios y
una vida de Jesús. Debí quedarme dormido.

Me puse en pie, todo tembloroso y abrí de par en par la ventana. Una


bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la
habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo
no lo tocaba. Pero Él estaba allí. En la habitación no había más luz que la de
una lámpara eléctrica, de esas diminutas de una o dos bujías en un rincón. Yo no
veía nada, no oía nada, no tocaba nada. No tenía la menor sensación. Pero Él
estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y le percibía;

65
percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que
estoy escribiendo y las letras que estoy trazando. Pero no tenía ninguna
sensación ni en la vista, ni en el oído ni en el tacto ni en el olfato ni en el gusto.
Sin embargo, lo percibía allí presente con entera claridad. Y no podía caberme
la menor duda de que era Él, puesto que lo percibía, aunque sin sensaciones.
¿Cómo es eso posible? Yo no lo sé. Pero sé que Él estaba allí presente y que yo,
sin ver ni oír ni oler, ni gustar, ni tocar nada, lo percibía con absoluta e
indubitable evidencia... No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como
hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera
deseado que todo aquello —Él allí— durara eternamente, porque su presencia
me inundaba de tal y tan íntimo gozo que nada es comparable al deleite
sobrehumano que yo sentía...

Era una caricia infinitamente suave, impalpable, incorpórea, que


emanaba de Él y que me envolvía y me sustentaba en vilo, como la madre que
tiene en sus brazos al niño... ¿Cómo terminó la estancia de Él allí? Tampoco lo
sé. Terminó. En un instante desapareció. Una milésima de segundo antes estaba
Él aún allí y yo lo percibía y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano que
he dicho. Una milésima de segundo después, ya Él no estaba allí, ya no había
nadie en la habitación... Debió durar su presencia un poco más de una hora 101.

Y fue tal el impacto recibido que decidió dedicar toda su vida al servicio
de Dios. Fue ordenado sacerdote en 1940 y murió en Madrid el 7 de diciembre de
1942.

PETER VAN DER MEER (1880-1970)

Gran poeta holandés, que vivía en un ateísmo intelectual donde no cabía la


idea de Dios. En su libro Nostalgia de Dios nos habla de sus luchas interiores por
querer creer, pero sin poder hacerlo hasta que llegó el momento de la gracia
divina, cuando se entregó totalmente a Dios con su esposa y sus hijos. Veamos
algunos de sus pensamientos, cuando todavía era ateo:

La tierra, dentro de miles o millones de años, será inhabitable y por fin


perecerá. Entonces, será como si este planeta no hubiese existido jamás, todo
será arrinconado en el vacío del olvido. Nadie llevará ya en sí la memoria de lo
que aquellos extraños seres, que un día vivieron en la tierra y se llamaban
hombres, realizaron y sufrieron... Todo habrá sido perfectamente inútil y esta
comedia, que habrá durado miles de años y de la que nadie habrá sido

101
Manuel García Morante, El hecho extraordinario, Ed. Rialp, Madrid, 2002, pp. 36-43.

66
espectador, podía igualmente no haber tenido lugar. ¿No es esto de una
vertiginosa ridiculez? ¿No es para aullar de angustia y refugiarse en la muerte?

Por espacio de un momento, breve como el zig-zag de un relámpago,


estamos en la tierra, vivos, con los ojos abiertos, atormentados por todos los
deseos y por todos los ensueños, queriendo alcanzar y abarcar lo imposible,
interrogamos al pasado, leemos lo que los hombres han pensado antes de
nosotros, nada sacamos en claro; interrogamos a la tierra, al cielo, a las
estrellas, a los abismos de los espacios y a los de nuestra propia alma, lloramos
de nostalgia por la belleza, gesticulamos apasionadamente y, de repente, caemos
muertos y ya no hay nada más, nada, nada, nada, nuestros ojos están cerrados
para siempre, los ojos con que ahora miramos las estrellas, esas estrellas que no
nos recordarán 102.

Poco a poco, empieza a dudar:

¿Qué significa la vida, a cuyo término está la muerte, ese inmenso


agujero negro donde vamos cayendo uno tras otro como piedras?
Decididamente es una perfecta estupidez tomarse la vida en serio si no existe el
alma. Pero ¿acaso las religiones no son más que un hermoso sueño, bellas
mentiras consoladoras a las que el hombre se aferra ante la perspectiva de
desaparecer tragado por la noche espantosa de la muerte? ¿Contienen una
realidad o no son más que quimeras? Sigo perplejo ante los enigmas. ¿Dónde
puedo encontrar la verdad? 103.

Buscaba, pues tenía nostalgia de Dios. Y lo encontró leyendo los


Evangelios y yendo a misa a la Trapa de West-Malle. Dice: “Leo la Biblia. Los
místicos: Ángela de Foligno, Ruy Broeck, Catalina Emmerick y las vidas de
santos como la de san Francisco y me ayudan a comprender cosas oscuras y
maravillosas”.

León Bloy me presentó a un sacerdote. Me dijo: “Debe orar, reza el


padrenuestro y el avemaría”. Después fui a postrarme ante el Santísimo
Sacramento, expuesto todo el día y toda la noche. Le he dicho a Jesús: Dame la
fe, quítame la ceguera de mis ojos para que pueda distinguir la verdad con toda
claridad” 104.

102
Pieter van der Meer, Nostalgia de Dios, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1955, p. 48.
103
Ib. p. 60.
104
Ib. p. 187.

67
El 24 de febrero de 1911, nuestro hijo y yo recibimos el bautismo.
Cristina y yo nos unimos en matrimonio. Ahora soy cristiano por toda la
eternidad 105.

¡Oh, delicia maravillosa y sin igual! Después de 12 años puedo decir que
esta nueva vida es infinitamente más hermosa, más rica y más profunda de la
que nunca hubiera podido sospechar ni siquiera en los primeros años de mi
conversión 106.

DIETRICH VON HILDEBRAND (1889-1997)

Fue un gran filósofo católico, convertido del ateísmo. Nació en Florencia


(Italia) en 1889. Pasó su juventud entre Italia y Alemania. Su padre fue un
reconocido escultor de fama.

La segunda esposa de Dietrich, Alice von Hildebrand, refiere en su vida:


Amaba la verdad y odiaba la iniquidad. Fue un fiel y devoto hijo de la Iglesia
católica después de su conversión y un luchador incansable contra la
injusticia107. Tuvo en su juventud una buena formación intelectual y se comunicó
en Alemania con los grandes filósofos del momento como Reinach, Hurssel y
especialmente con Scheler, de quien recibió muchas orientaciones para
convertirse a la fe católica, de lo que le estuvo agradecido toda su vida.

En su casa, con sus padres y sus cinco hermanas, vivió en un ambiente


cultural extraordinario. Su casa era un mundo en que el arte era el rey supremo,
un mundo de cultura, un mundo de belleza y de música. En la casa todos tocaban
el piano o el violín. Apreció mucho la música clásica y la filosofía y la belleza
artística. Sobre todo valoró la verdad y quería ser sincero por encima de las
mezquindades humanas. Estudió con institutrices privadas y aprendió a hablar
fluidamente francés, italiano, alemán e inglés; y era un apasionado por la
equitación.

Sus padres eran oficialmente protestantes, pero no practicantes. Sus hijos


fueron bautizados por ministros protestantes, pero sin dar al bautismo ningún
significado sobrenatural. Lo hicieron por seguir la tradición. Dietrich dejó de
lado la religión y no creía en ninguna en particular. Vivía como ateo sin
preocuparle la idea de Dios. Sin embargo, no le agradaban las personas que se
burlaban de la religión o eran irreverentes con las cosas sagradas.

105
Ib. p. 214.
106
Ib. p. 238.
107
Alice von Hildebrand, Alma de león, Ed. Palabra, Madrid, 2005, p. 13.

68
Su sentido de lo sagrado se incrementó a los 14 años cuando oyó por
primera vez la Pasión según san Mateo, de Bach. Cuando tenía 15 años, su
madre le preguntó si quería prepararse para la confirmación. Él le dijo que
tomaba la religión demasiado en serio para ejecutar un acto religioso como una
mera formalidad. No estaba seguro de si la verdadera religión era el cristianismo
y no podía comprometerse todavía.

Otra característica de su vida era el aprecio de las mujeres. Sentía


indignación cuando los hombres hablaban vulgarmente de ellas y sentía un gran
aprecio por el amor humano y la fidelidad matrimonial. Por eso pudo escribir en
su edad adulta varios libros sobre la femineidad, el amor y el sexo, y la fidelidad
matrimonial.

A sus 17 años fue a estudiar filosofía a la universidad. Quedó fascinado


por la altura intelectual de Scheler. A veces se iban a algún café para discutir
cualquier tema de filosofía y de esta manera Dietrich maduraba en sus puntos de
vista filosóficos con la ayuda y orientación de su maestro Scheler, quien le abrió
el camino a la Iglesia católica al convencerle de que ella recibió y conservaba la
totalidad de la verdad revelada. Además, Scheler le hizo ver que la santidad,
como la de san Francisco de Asís, no se podía explicar por categorías éticas
puramente naturales. Su santidad tenía que provenir de otra fuente. De este modo
le abría el camino a la conversión. Fue un proceso lento que duró varios años,
pero seguro y, cuando se convirtió, fue un católico hasta los huesos, es decir,
hasta la médula. Estaba tan convencido de su fe que, en todas sus clases y
conferencias, de un modo o de otro, trataba de hablar de la Iglesia y de la verdad
que ella transmitía al mundo. De hecho, una vez convertido, iba a misa y
comulgaba todos los días. Scheler también le hizo ver que la solución a los
problemas humanos no era el socialismo, sino la doctrina social de la Iglesia.

Se enamoró de Margarete (Gretchen) Denk, una mujer mayor que él con la


que finalmente se casó. Sin embargo, sus padres no la aceptaban como nuera y
creían que él era demasiado joven, pues tenía entre 19 y 20 años.

Como sus padres no aceptaban a Margarete, decidió unirse a ella y


tuvieron un hijo: Franzi. El nacimiento de su hijo fue para Dietrich una profunda
experiencia religiosa. Le removió hasta el fondo de su ser y le hizo consciente
de la misteriosa colaboración entre Dios y el hombre que tiene lugar en la
procreación. Arrojó para él una nueva luz sobre el misterio de la esfera sexual y
profundizó en el sentido de reverencia hacia esta esfera de la vida humana 108.

108
Ib. p. 124.

69
Después del nacimiento de Franzi los padres de Dietrich lo aceptaron y aceptaron
también Margarete como nuera.

Por fin decidió entrar en la Iglesia católica. La semilla que había sembrado
Scheler había dado su fruto y también Margarete se estaba preparando con él. Su
hermana Lisl se había hecho ya católica e invitó a Dietrich y Margarete a su
primera comunión en las catacumbas de Roma. Al poco tiempo, los dos fueron a
ver a un sacerdote franciscano en Munich para que los preparara para la
abjuración del protestantismo y después de su preparación, bautizarlos.

Dice Alice: Cada vez que él mencionaba este acontecimiento de su


conversión, su rostro se iluminaba de alegría y, sin embargo, a pesar de lo
expansivo que era al hablar de sus experiencias, se mantenía reservado respecto
a lo que había tenido lugar en su alma. Hay cosas entre un alma y Dios que son
secreto para el hombre 109.

El 1 de abril de 1914, en la iglesia franciscana de Munich los dos,


después de acudir a la confesión, proclamaron solemnemente su abjuración y se
convirtieron en miembros gozosos de la santa Iglesia católica. La experiencia
fue abrumadora. Cuántas veces me dijo que nunca hubo un converso más
radiante y jubiloso que él 110.

Sus padres, por su parte, estaban tristes por esta decisión, pero después de
un cierto tiempo se aplacaron y hubo una reconciliación. Al poco tiempo,
también sus hermanas Zusi y Bertele se convirtieron a la Iglesia católica, y con el
tiempo tres de los yernos también se convirtieron. Y todos los nietos fueron
educados como católicos. Su hermana Vivi se convirtió después de la muerte del
padre en 1921.

Los años transcurridos entre 1921 y 1933 fueron años de mucha actividad
intelectual. Tuvo creciente éxito como profesor universitario, escritor y
conferenciante internacional.

Un acontecimiento importante en su vida fue la visita al famoso padre Pio,


estigmatizado capuchino, que vivía en San Giovanni Rotondo, en Italia. Pudo
confesarse con él y asistir a su misa y ver sus estigmas. Partió de san Giovanni
Rotondo conmovido y agradecido.

Cuando el nazismo levantaba su cabeza en Alemania, Dietrich intuyó su


maldad y se opuso a él con todas sus fuerzas. Quería defender la verdad y quitar

109
Ib. p. 119.
110
Ib. p. 145.

70
el velo que oscurecía la mente de muchos, incluso católicos, que eran partidarios
del nazismo, como si no hubiera problema en unir el nazismo con el catolicismo.
Sentía dentro de sí como una llamada de Dios a luchar contra Hitler y el nacional
socialismo. Hitler llegó en 1933 al poder como canciller de Alemania. Al morir
ese mismo año el presidente Hindenburg, Hitler se hizo con todo el poder como
Presidente y canciller del país, y empezó a atacar a sus contrarios. Dietrich estaba
en la lista negra. Fue considerado como el enemigo número uno del régimen
nazi. Tuvo que huir a Austria al ser considerado como un traidor.

Él había escrito: El antagonismo absoluto, infranqueable, existente entre


la filosofía nazi y la Iglesia se encuentra en el racismo del primero, en su sistema
totalitario y en su ideología anticristiana. El perverso carácter de este ideario de
ninguna manera disminuye, porque Hitler haya firmado un concordato con el
Vaticano, un documento legal que él pisoteará tan pronto como lo crea
conveniente 111.

En Austria publicó una revista antinazi llamada Der Christliche


Ständestaat (El estado corporativo cristiano). En esta revista atacaba par igual al
nazismo y al comunismo, como hermanos gemelos de una ideología totalitaria,
opresora y anticristiana. Por supuesto que recibió muchas cartas amenazadoras de
seguidores nazis, pero él siguió adelante luchando por la verdad como un deber
de conciencia.

Cuando Alemania invadió Austria, tuvo que huir de inmediato por estar en
la lista negra de los nazis. Pudo huir con pasaporte suizo él y su esposa a
Checoslovaquia y después a Hungría y por fin, llegó a Suiza donde pudo
disfrutar de una tranquilidad relativa. Como no había total seguridad, fueron a
Francia, pero cuando Francia fue invadida par los alemanes, hizo todo lo posible
por salir vía España para el Nuevo Mundo. Tuvo que sufrir muchas
contrariedades por falta de dinero y por no encontrar fácilmente los papeles
necesarios para salir de Francia. Gracias a Dios, en esos momentos de angustia
encontró siempre algunos amigos que lo ayudaron hasta que por fin consiguió
papeles falsos para salir de Francia. Pasó a España y de España a Portugal. De
Portugal en un barco llegó a Brasil y de allí consiguió llegar a Estados Unidos
con su esposa, su hijo Franzi, la esposa de Franzi y su hijita.

En Estados Unidos consiguió fácilmente trabajo como profesor


universitario en la universidad de Fordham en Nueva York, donde trabajó de
1941 a 1960. Después de fallecida su esposa, se casó de nuevo en 1959 con
Alice, una refugiada belga de 36 años. Dietrich murió el 26 de enero de 1977,
después de una vida llena de fruto espiritual y de contribuir de manera eficaz a la

111
Ib. p. 268.

71
difusión de la verdad de la fe católica a través de sus libros.En su vida compartió
la fe por medio de su testimonio, de conferencias y por supuesto de sus clases en
la universidad. Por su medio más de un centenar de amigos entró en la Iglesia
católica 112.

EDITH STEIN (1891-1942)

Edith era la más pequeña de una familia de once hermanos. Había nacido
el 12 de octubre de 1891 en la hoy polaca ciudad de Wroclaw, entonces la
alemana Breslau. Era menuda, vivaracha e inteligente. Sus padres eran Siegfried
y Auguste. Su padre murió cuando era muy niña, el 10 de julio de 1893. Su
madre tuvo que hacerse cargo del negocio maderero de la familia y cuidar a la
vez a todos sus hijos. Cuando su hermana Erna, dos años mayor, ingresó a la
escuela, Edith se sintió muy sola en casa y su madre la puso en un jardín de
infancia.

Su infancia transcurrió bien hasta sus 15 años. Dijo que quería dejar de
estudiar y descuidó totalmente la práctica religiosa. Su madre se enfadó mucho
con ella, pero ella estaba en crisis y no sabía qué hacer. Quiso dejar los estudios y
abandonó la fe judía, que sus padres judíos le habían inculcado. De los 13 a los
31 años no practicó ninguna religión.

Comenzó de nuevo estudiar y pronto terminó el bachillerato. El 28 de abril


de 1911 entró a la universidad de Breslau. En las vacaciones, con su grupo de
amigos, iba a las montañas. Todos sus amigos pertenecían a una Asociación
prusiana que defendía ardientemente el voto femenino. En 1912 comenzó a leer
con entusiasmo al filósofo judío alemán Edmund Husserl (1859-1938), que
dejaría honda huella en su pensamiento. Ambos tuvieron una buena amistad toda
la vida.

En su estructura mental, Edith tuvo una confusión, que la llevó a una


especie de depresión, que felizmente le duró poco tiempo. En 1913 fue a estudiar
a la universidad de Gotinga donde daba clases Husserl. También entró en
contacto con otros grandes filósofos como Reinach y Scheler. En 1914 sacó la
licenciatura y se preparó para su tesis doctoral sobre el tema de la Empatía, pero
sus planes quedaron quebrados por la guerra. Ese año 1914 Alemania le declaró
la guerra a Rusia y a Francia. Ella regresó a Breslau y consiguió el título de
maestra en historia, filosofía y germanística. De abril a septiembre de 1915
interrumpió sus estudios para alistarse como voluntaria en la Cruz Roja de su

112
Ib. p. 161.

72
país. Fue destinada al hospital de la Academia militar austriaca de Mahrisch-
Weisskirchen.

Miles de soldados infectados de tifus y víctimas de todas las heridas en el


cuerpo y en el alma esperaban una mano afable y una sonrisa bondadosa. La
generosa Edith trabajaba intensamente. Era valiente ante las heridas y la sangre y
se ganó la simpatía de sus compañeros y superiores y también de los heridos.
Cuando terminó su trabajo en la Cruz Roja, regresó a su casa de Breslau y
comenzó a dar clases de latín, alemán, historia y geografía. A fines de 1915
estudió griego, pues era necesario para sacar su título de doctor.

El 3 de agosto de 1916 defendió su tesis doctoral de filosofía sobre la


Empatía en la universidad de Friburgo y sacó la máxima calificación: suma cum
laude. Consiguió un contrato como ayudante científica de Edmund Husserl y en
octubre comenzó a dar clases como asistente del profesor Husserl. Así estaría año
y medio. Después pidió ser relevada de su cargo, pues su trabajo consistía de
amanuense para revisar y clasificar los manuscritos del maestro Husserl y eso no
le satisfacía. Ella quería ser profesora.

Para estas fechas ya su inquietud religiosa estaba en la cúspide y pensaba


seriamente en dar el paso y creer firmemente en Dios. Un acontecimiento que la
conmovió mucho fue la muerte en el frente de batalla de su amigo y filósofo
Adolf Reinach. Este gran profesor se había convertido con su esposa hacía poco
tiempo al luteranismo, porque siendo judío no le llenaba el judaísmo. La esposa
de Reinach le descubrió a Edith la fuerza de la cruz de Cristo y cómo los
cristianos asumían los sufrimientos con entereza y esperanza. Esto la preparó a
Edith para el encuentro personal con Jesucristo, que ya en este momento era algo
más que un ilustre judío. Por eso, ser cristiana era una posibilidad abierta en su
corazón. La sed de la verdad había permanecido en ella como su única plegaria.

Presentó sus papeles de doctora en filosofía para ser profesora en las


universidades de Gotinga, Friburgo y Kiel, pero fue rechazada, probablemente
por ser mujer, ya que en ese tiempo las mujeres no solían ser profesoras de
universidad y todavía no tenían voto en las elecciones. Ella luchó por estos
derechos femeninos.

En 1921 con sus 30 años comenzó a dar clases en Breslau de introducción


a la filosofía desde la perspectiva fenomenológica, a unas 30 personas que
acudían a su casa. Ya estaba casi decidida a ser cristiana, pero dudaba a qué
confesión pertenecer: protestante o católica. El 25 de mayo de 1921 estaba Edith
en casa del matrimonio amigo Theodor y Hewig Conrad-Martius. Ambos eran
discípulos de Husserl y en junio leyó con interés el libro la Vida de santa Teresa
de Jesús escrita por ella misma, Dice: Se trataba de un grueso volumen.

73
Comencé a leer y quedé al punto tan prendida que no lo dejé hasta el final: Al
cerrar el libro, dije para mí: “Esta es la verdad” 113.

Cuando Edith comenzó a leer la Autobiografía teresiana, anochecía. Pasó


leyendo la noche entera. Amanecía el día. Edith apenas lo advirtió. Dios la había
cautivado y ella ya no se podía separar de él. Por la mañana fue a la ciudad a
comprar dos cosas: un catecismo católico y un misal. Lo estudió hasta que
asimiló todo el contenido. Solo después de hacer esto, se acercó a la iglesia
parroquial de Bergzabern para oír la santa misa 114.

Otro punto importante en su conversión fue la lectura de otros autores


como la Simbología de Möhler, Los misterios del cristianismo de Scheeben y los
escritos del futuro cardenal, convertido del anglicanismo, Henry Newman. Y ella
decía: Estoy convencida de que hay tantos caminos que llevan a Roma como
cabezas y corazones humanos.

Edith quiso comunicarle a su familia la decisión de ser católica. Era una


tarea difícil, porque su madre era judía convencida y sabía que iba a hacerle
sufrir. Sus temores quedaron patentes. Fue una de las peores noticias que aquella
anciana señora Auguste, su madre, podía recibir. Se lamentaba su madre y se
preguntaba qué había hecho mal en la educación de sus hijos para que renegaran
de la fe de sus ancestros.

Edith jamás había vista llorar a su madre. Estaba preparada para


reprimendas e incluso no le hubiera extrañado una expulsión de la familia ya que
no se le ocultaba el santo celo de su ferviente madre. Lloraba su madre y lloraba
Edith 115.

Ella se bautizó el 1 de enero de 1922 en la iglesia de Bad-Bergzabern. Su


amiga Hedwig Conrad-Martius hizo de madrina, a pesar de ser evangélica. Ella
eligió el nombre de Edith Hedwig Teresa como cristiana. El 2 de febrero recibió
el sacramento de la confirmación.

Y para trabajar de profesora, encontró las puertas abiertas en el colegio de


las dominicas de Santa Magdalena de Speyer para dar clases de literatura y
alemán. Con las religiosas dominicas compartía el Oficio divino y vivía en su
casa, compartiendo largas horas de oración. Allá estuvo durante ocho años. Era
su hogar y su centro de investigación para escribir nuevos libros filosóficos. A
veces tenía que viajar para dar conferencias, asistir a Congresos o dar charlas por
113
García Muñoz, Edith Stein, signo de contradicción, Ed. San Pablo, Madrid, 2007, p. 129.
114
Ibídem.
115
Theresita a matre Dei, Edith Stein. En busca de Dios, Ed. Verbo divino, Estella (Navarra), 1992, pp.
85 ss.

74
la radio. Escribía artículos y recensiones de libros y revistas. Viajaba incluso
fuera de Alemania.

Una de sus alumnas en el colegio de Santa Magdalena escribió: Cada día


la veíamos arrodillada en su reclinatorio delante de nosotras durante la misa.
Así nos revelaba lo que debía ser una fe profunda perfectamente armonizada con
una actitud de vida. Solo su presencia era ya un ejemplo. Nunca encontré una
decisión suya que se pudiera criticar, tal vez, porque aparecía como una persona
serena y reservada que nos dirigía más con su propia manera de obrar que por
medio de grandes discursos 116.

En la Semana Santa de 1928 entró en comunicación con la abadía de


Beuron, y especialmente con el que sería su consejero y amigo el abad
benedictino Rafael Walzer. Él pudo decir de ella: Rara vez he encontrado una
persona que conjugase tantas y tan elevadas cualidades: femenina, sencilla con
los sencillos, sabia con los sabios y estaba tentado a decirlo, con los pecadores,
pecadora. Allí en la abadía comenzó a saborear el gusto por la liturgia, que la
llevó a descubrir los tesoros de la Iglesia primitiva.

Después de dar clases en el colegio de las dominicas de Speyer, consiguió


trabajo en el Instituto de pedagogía científica de Münster. Vivía en el Colegium
marianum de monjas de la Comunidad de Nuestra Señora y pasaba muchas horas
de oración en la capilla de la residencia. Allí concluyó su libro Acto y potencia.

Todo parecía ir viento en popa, pero las nubes ser cernían sobre el
horizonte. En 1933 Hitler intentó un golpe de Estado. Fracasó y fue condenado a
cinco años de cárcel. Allí escribió el libro de sus ideas Mein Kampf (Mi lucha).
Pero las ideas de Hitler se fueron haciendo más conocidas y formó su agrupación
política al salir de la cárcel hasta que en 1933 consiguió el poder total. Primero
como canciller de Alemania y, al morir ese mismo año el Presidente Hindenburg,
se hizo con todo el poder, comenzando una carrera armamentística con el
propósito de cumplir sus anhelos imperialistas. Edith escribió una carta al Papa
en la que le expresaba el temor ante el futuro nazi.

El Jueves Santo de ese año 1933 durante su oración en la iglesia del


Carmelo de Colonia tuvo una experiencia sobrenatural. Cristo la invitó a cargar
con la cruz que pesaba sobre su pueblo, nos dice: Cuando terminó la función
sagrada yo tenía en mi interior la persuasión de haber sido escuchada. Pero aún
no sabía cuál sería mi cruz 117.

116
Lelotte, Convertidos del siglo XX, Ed. Studium, Madrid, 1961, p. 46.
117
Lelotte, p. 48.

75
Sin embargo, se veía venir la persecución contra los judíos según las ideas
de Hitler. Ella se decidió a entrar en el Carmelo de Colonia y pudo ingresar el 14
de octubre. El 15 de abril de 1934 tomó el hábito y tomó el nuevo nombre
religioso de Teresa Benedicta de la Cruz. En su estancia en el Carmelo, le
permitieron seguir con sus estudios e investigaciones, y escribió el libro Ser finito
y ser eterno. Ese mismo año 1934 escribió una biografía de santa Teresa de Jesús
y otra de santa Teresa Margarita Redi. Tradujo al alemán las Quaestiones
Disputatae de veritate de Santo Tomás de Aquino.

El 21 de abril de 1935 hizo su profesión temporal por tres años. Ya


entonces los judíos habían sido despojados de sus derechos ciudadanos y de su
derecho a votar. Su madre murió el 14 de diciembre de 1935. Cuando llegó su
turno de renovar sus votos, dice: Tuve una intuición especial. Mi madre estaba a
mi lado. El mismo día un telegrama le anunciaba el fallecimiento de su anciana
madre. Había muerto precisamente a la hora en que ella renovaba sus votos 118.
Al morir su madre, también su hermana Rosa se convirtió a la fe católica.

En la famosa noche de los cristales rotos del 9 al 10 de noviembre de


1938, muchos negocios judíos fueron saqueados y comenzó una persecución
contra los judíos. Se veía un negro porvenir. Y las religiosas de su convento
decidieron que debía ir a un convento más seguro, quizás a Tierra Santa, pero al
final se decidió por el Carmelo de Echt, en Holanda. El propio médico de
cabecera se comprometió a llevarla en su coche propio. Allí fue acogida con
auténtica cordialidad como en su propia casa. Su hermana Rosa llegó también
como refugiada y la alojaron en el mismo convento de Echt. Allí profesó como
terciaria y desempeñaba el trabajo de portera, demandadera y jardinera.

Creían estar seguras, pero Hitler no saciaba sus ansias expansionistas. El 1


de septiembre de 1939 invadió Polonia. El 10 de mayo de 1940 invadió Holanda.
El 14 de ese mismo mes los países Bajos capitulaban y se vio la necesidad de
trasladar a Edith y a su hermana a otro convento, pero, mientras se hacían los
trámites, vino el desenlace final. Dios tenía otros caminos para ensalzar a su
sierva y llevarla a lo más alto de la entrega con el martirio.

El 13 de mayo de 1941 los obispos holandeses escribieron una pastoral en


la que se mostraban contrarios a que los católicos pertenecieran al partido nazi,
criticando el nazismo y la persecución contra los judíos. Hitler no hizo esperar la
venganza. Como represalia, salió una orden para deportar a Alemania a todos los
judíos católicos.

118
Lelotte, p. 51.

76
El 2 de agosto de 1942 dos oficiales de la Gestapo llamaron a la puerta del
Carmelo para hablar con las hermanas Stein. Fueron las dos detenidas y llevadas
al campo de concentración de Amesfoort en Holanda y de allí el 4 de agosto al de
Westerbork en Holanda. Había con ellas muchos religiosos y religiosas católicos
prisioneros. El 7 de agosto fueron llevadas al campo de exterminio de Auschwitz
en Polonia y probablemente de inmediato fueron llevadas a las cámaras de gas,
donde perdieron la vida.

Edith fue beatificada por el Papa Juan Pablo II en Colonia el 1 de mayo de


1987 y canonizada en Roma el 11 de octubre de 1998. El milagro para su
canonización ocurrió en 1997. La niña Teresa Benedicta McCarthy de Boston
(USA) fue diagnosticada de grave e irreversible daño hepático, después de
consumir una fuerte dosis de medicamentos. Pero se recuperó repentinamente,
apenas sus padres oraron a Edith Stein.

El mismo Papa Juan Pablo II la nombró patrona de Europa, junto a los


santos Benito de Nursia, Cirilo y Metodio, Catalina de Siena y santa Brígida de
Suecia.

DOLORES IBÁRRURI – LA PASIONARIA (1895-1989)

Se convirtió con la ayuda del padre José María Llanos (1906-1922), que
en 1955 fue a vivir a una chabola al barrio madrileño de El pozo del tío
Raimundo con el objeto de evangelizar. Fue recibido con recelo por ser un barrio
obrero con mayoría de socialistas y comunistas. En cinco años construyó una
iglesia e hizo mucha labor social entre la gente. Allí vivió con los pobres 36 años.

La gente de Madrid lo llamaba el cura rojo, pues para identificarse más


con la gente se inscribió en el partido comunista. Había pertenecido a la falange y
dirigido grupos de universitarios. Tenía cierto ascendiente en el gobierno, ya que
le había dado ejercicios espirituales a Franco, a quien había confesado y el
mismo Franco había dicho que no lo tocaran.

A la vez que apoyaba a los obreros, fue cofundador de las Comisiones


obreras y trataba de ser amigo de los jóvenes del barrio. Él por su parte, todos los
días celebraba misa y rezaba el rosario. Escribió: Todos los días celebro la
eucaristía a solas, ahí en mi cuarto, pero nadie viene a partir el pan conmigo
(misa), nadie 119.

119
Pedro Miguel Lamet, Azul y rojo, Ed. La esfera de los libros, Madrid, 2013, p. 587.

77
Sin embargo, él mismo llegó a reconocer que su pastoral no había sido
eficaz: Empecé con una comunidad de base y fracasé. Ahora ha quedado el
barrio sin la piedad popular y sin la piedad moderna. Me duele que haya tanto
ateísmo y sobre todo entre los jóvenes. Hoy el Pozo es más culto y quisiera que
sus habitantes creyeran en Jesús, tuvieran fe. Me gustaría que Jesús fuera su
guía, aunque no he sabido presentárselo.

De todos modos, mucha gente del barrio le supo agradecer lo que hacía
por ellos para superar sus condiciones de pobreza y tratar de llevarlos a Cristo.
Le concedieron en 1985 el premio internacional Fundación Alfonso Comín, el
premio Memorial Juan XXIII y Pax Christi; también la medalla de oro de la
comunidad de Madrid en 1991.

Murió a los 86 años en 1992, en la residencia de los jesuitas de Alcalá de


Henares, adonde lo habían llevado sus Superiores jesuitas para curarse de una
grave neumonía. Murió después de recibir la unción de los enfermos. Su funeral
fue en la parroquia del barrio El Pozo. Asistió el secretario general del partido
comunista, el sindicalista Marcelino Camacho y el portavoz del PSOE en el
ayuntamiento de Madrid.

Ciertamente el padre Llanos fue una figura controvertida. Tuvo errores y


equivocaciones, pero a pesar de todo se mantuvo fiel a la Iglesia y dentro de su
Congregación de la Compañía de Jesús con el permiso de sus Superiores. Fue
amigo de los comunistas sin abandonar su fidelidad a la Iglesia. Un dificilísimo
equilibrio que consiguió lograr, dejando constancia de su amor por la justicia
social y la defensa de los más débiles.

Lo cierto es que muchos se convirtieron por su ejemplo, sus obras y sus


palabras. Uno de ellos fue la famosa Pasionaria, Dolores Ibárruri, que fue
presidenta del partido comunista español. La llamaban la Pasionaria por un
artículo que escribió con ese seudónimo en una hoja dominical. Ella estaba
convencida que la solución al problema de los obreros y de los pobres era la
revolución comunista tal como había triunfado en Rusia.

Había nacido en una familia conservadora y carlista en Gallarta (Vizcaya)


en 1895. Se casó muy joven con Miguel Echevarría, un minero ateo, y se interesó
por la lucha obrera bajó la influencia de su marido socialista. A los 20 años en
1916 se casó con el socialista Julián Ruiz. Vivió con él 17 años y se divorciaron
cuando ella fue nombrada miembro del Comité Central del Partido comunista
español. Después se casó con Francisco Antón. En total tuvo seis hijos. Tuvo una
vida azarosa, comprometida totalmente con el Partido comunista. Como
articulista y oradora tuvo mucho éxito.

78
Estuvo en la cárcel dos veces en 1931 y 1933. En la guerra civil desarrolló
una gran actividad como propagandista. Después de la guerra, se refugió en
Rusia (1939-1977), representando a España en la internacional comunista. Tras
la muerte de Franco, pudo volver a España y fue diputada por Asturias. Entonces
conoció al padre Llanos y fueron muy amigos hasta la muerte. El padre Llanos la
visitaba cada 15 días, sobre todo cuando estaba enferma. El padre tenía un reloj
que ella le había traído de Rusia y cuando ella iba allí de visita, siempre le traía
algún regalo.

Con la amistad del padre Llanos, ella fue poco a poco regresando a la fe
de su infancia. Un día dijo: Yo era católica, pero un cura me quitó la fe y además
me casé con un ateo. Mi sueño era ser maestra, pero no pudo ser. Teníamos
hambre y yo cuidaba una niña tuberculosa 120.

Cuando el padre Llanos la visitaba, rezaban juntos el padrenuestro en latín


y cantaban canciones, algunas eran religiosas como Cantemos al amor de los
amores 121. El día que ella cumplió 80 años, organizaron un encuentro con dos
religiosas reparadoras. Durante la guerra civil, sin temor al peligro que podía
venirle, ayudó a esas monjas amigas amenazadas por la F.A.I. Ellas le habían
encomendado que les guardara un cuadro de la Virgen y un crucifijo para que no
los profanaran los milicianos. Y ese día, después de 40 años, ella les devolvió
esas imágenes, que había tenido consigo.

Cuando Dolores Ibárruri estaba muy anciana y enferma en 1989, el padre


Llanos la visitaba en el hospital Ramón y Cajal. Ella dijo que la habían dejado
sola (los de su partido comunista). Y manifestó: Solo viene a visitarme el padre
Llanos 122.

Lamet en su libro afirma con seguridad: Hay datos bastante fiables que
confirmarían que Dolores Ibárruri, de formación cristiana y creyente de
corazón, se confesó y comulgó al final de su vida. Lo ha asegurado la Madre
Teresa, la monja excarmelita descalza que también dedicó su vida al Pozo. La
hija de Dolores, Amaya Ruiz Ibárruri, dijo: Nunca encontré ninguna
discrepancia entre Dolores y el padre José María. Quiero decir que la miraba
como si fuera la Virgen Dolorosa. Decía sin dudarle: “Dolores tiene que ir al
cielo. Estoy seguro de que allí la encontraré” 123.

En una carta del 6 de enero de 1989, ella le escribió al padre Llanos: Sé


que pide por mí al partir el pan (misa). A ver si convertimos los viejecitos que
120
Lamet, o. c., p. 528.
121
Ibídem.
122
Ib. p. 530.
123
Ib. pp. 530-531.

79
somos en un canto de alabanza y acción de gracias al Dios-amor, como ensayo
de nuestro eterno quehacer 124. Se confesó con el padre Llanos y comulgó antes
de su muerte. Tenía ya 93 años. Ciertamente que nunca es tarde para arrepentirse,
reconocer los errores y acercarse a Dios.

GUILLERMO ROVIROSA (1897-1964)

Nació el 4 de agosto de 1897 en Vilanova i la Geltrú (Cataluña). Su madre


quedó paralítica a los pocos meses de nacer y heredó de ella la capacidad de
sacrificio para enfrentar los problemas de la vida. De su padre heredó un gran
amor a la verdad y aceptarla por encima de todo.

Creció muy débil físicamente y muchos consideraron que moriría pronto,


pero la vida sana del campo lo salvó. Su padre murió cuando él tenía nueve años
y siempre lo recordaba con cariño como un padre respetable con su larga barba, a
quien siempre contó la verdad de sus travesuras infantiles.

Su madre murió cuando él tenía 18 años y siempre la recordó sentada en


su silla, pero con la cabeza lúcida y dándole siempre buenos consejos. Su muerte
le afectó mucho y empezó a preguntarse: ¿Dónde está el amor de Dios y su
providencia? ¿Por qué si su madre era buena, Dios le había castigado con la
parálisis y la muerte temprana? Refiere: A la muerte de mi madre, dejé de
frecuentar las iglesias y me puse decididamente enfrente. Me burlaba
desaforadamente de mis compañeros que practicaban, los ponía siempre en
ridículo. Ahora comprendo que ellos eran pobres rutinarios, incapaces de
defenderse. Habían aceptado todo simplemente sin plantearse ninguna cuestión
ni a sí mismos ni a los demás 125.

En cuanto a sus estudios primarios por falta de salud y porque la escuela


estaba lejos de su casa, fueron muy escasos. A los 11 años lo llevaron a un
internado del colegio de los padres escolapios de Barcelona. Era el año 1908. Allí
sus compañeros se reían de él por su retraso escolar, pero, como era inteligente,
se esforzó en estudiar y pronto fue el primero de la clase. Incluso los últimos tres
años los hizo en dos y acabó un año antes que sus demás compañeros.

Terminado el bachillerato, lo enviaron a estudiar a Madrid y allí, lejos del


control familiar, llevó una vida desordenada y, por supuesto, sin creer en Dios, a
quien había alejado de su vida como si no existiera, por considerarlo culpable de
la muerte temprana de sus padres. Llegó a considerar a la religión como una

124
Ib. p. 531.
125
Imágenes de la fe, Nº 242 en 1990.

80
estafa, un cuento para los ignorantes, y no quiso saber nada de la religión y
menos del cristianismo.

Como no se llevaba bien con el tutor, se fue de Madrid a Barcelona.


Comenzó a estudiar en 1917 en la Escuela industrial de Barcelona para hacer
estudios superiores de ingeniero en la rama de electricidad. Aquí comienza una
etapa de 18 años de escepticismo total, apostasía total de la fe católica y una
existencia ausente totalmente de Dios.

Como estudiante de ingeniería fue brillante y se ganó algunas


condecoraciones y hasta un elogio del mismo Albert Einstein, cuando visitó
Barcelona. Llegó a publicar dos libros sobre fabricación de cables eléctricos y de
condensadores y carretes. Sin embargo, hay que aclarar que siempre dentro de su
corazón sentía inquietud por saber más sobre el sentido de su vida. Había un
vacío en su interior que nada ni nadie podía llenar. Por eso investigó otras
opciones religiosas. Buscó en el budismo, confucionismo, panteísmo, sectas
teosóficas...

Con 23 años cayó gravemente enfermo de tuberculosis. En esos momentos


reflexionó mucho sobre su vida y sobre la muerte, pero al recuperarse siguió
como antes.

Se casó a los 27 años con Caterina Canals. Él decía: Era una mujer que
fue el ángel bueno de mi vida, aguantando mi soberbia con una humildad
admirable. No tuvieron hijos, pero ella rezaba mucho por él y seguía atentamente
sus pasos. En 1926 murió un hermano de Caterina con el que Guillermo estaba
muy compenetrado. Eso le afectó y buscó consuelo en el espiritismo. Nos dice:
La esperanza de poder comunicarme con mi cuñado y la creencia de haberlo
hecho en algunas circunstancias, me hicieron apasionarme por esta ideología.
Estudió los libros de Richet, que pretendía dar una base científica al espiritismo.
Pasó tres años en la Sociedad teosófica española. Al final, decepcionado, cayó en
el escepticismo, en la creencia de que nunca podría conseguir saber la verdad.

En 1929 fue a París con su esposa y trabajó como ingeniero de una


poderosa empresa industrial. Allí siguió con sus inquietudes espirituales y siguió
asistiendo a algunas sesiones espiritistas y leyendo libros de Allan Kardec, un
popular espiritista francés. Pero Dios lo esperaba a la vuelta de la esquina, donde
menos pensaba y en el momento menos esperado.

Un día, a finales de 1932, paseaba distraído y tranquilo por la calle y vio


mucho revuelo en la puerta de una iglesia: la parroquia de San José de París.
Preguntó qué pasaba y le respondieron que estaba el cardenal Verdier, haciendo
la visita pastoral. En ese momento estaba predicando. Entró por curiosidad y oyó

81
que el cardenal decía que un cristiano es un especialista en Cristo y de la misma
manera que el mejor oculista es aquel que más sabe de teoría y de práctica de
ojos, el mejor cristiano es el que más sabe de teoría y de práctica de Jesús. En ese
momento tomó la decisión de informarse bien sobre la vida de Jesucristo.
Compró la vida de Jesús del famoso católico francés François Mauriac. Y
después leyó los escritos y biografías de algunos santos. Su esposa se alegró
mucho al ver el interés que mostraba Guillermo por Jesús y el cristianismo.

En 1933 regresaron a España. Pasaron tres meses en el monasterio de El


Escorial. Él refiere que escogió a san Dimas como su protector y anota: Nunca
me he arrepentido de ello. Tuvo muchas charlas con el padre agustino de El
Escorial, padre Agustín Fariña, que le recomendó leer las Confesiones de San
Agustín.

Al llegar al capítulo VII, descubrió la humildad, la pobreza y el sacrificio


encarnados en la vida de Jesucristo y se le cayó la venda de los ojos aceptando
que el cristianismo contenía la verdad. Aquel día, al entrevistarse con el padre
Fariña, le dijo con toda seguridad: Padre, confiéseme. Cuando se levantó de la
confesión, era otro hombre. Dice él: En mi corazón no había gran espacio para
la atrición y el dolor, tanta era la alegría que lo invadía. Lloré largamente, fui
dichoso, plenamente dichoso y aquellas lágrimas las considero como mi
bautismo de fuego 126.

El día de Navidad de ese año 1933 hizo su segunda primera comunión, la


verdadera, según él, pues la primera había sido una costumbre social y una fiesta
familiar. Estuvieron dos meses más en El Escorial y todos los días temprano iban
a la misa del padre Fariña. Nos dice: Íbamos a misa solos con el frío del invierno
y la nieve y yo me quedaba en silencio total hasta las 7 a.m., en la oscuridad,
atravesada solamente por la pequeña llama del sagrario, permanecíamos muy
cerca de él. Aquellas mañanas antes de despuntar el día, yo las miro hoy como
los mejores recuerdos de mi vida. Fue un deslumbramiento... Todo era
maravilloso, radiante, inmenso, era una verdadera apoteosis. En adelante,
además de su protector san Dimas, tuvo a san Pablo y san Agustín como
auténticos maestros de vida y guías en su camino espiritual.

En 1934 trabajó de director técnico de una empresa catalana que abría su


sucursal en Madrid para instalar refrigeradores. Entonces, como convertido,
empezó a estudiar a fondo la doctrina social de la Iglesia y todo lo que se refería
al apostolado obrero. En otoño de 1934 supo que se iba a inaugurar un Instituto
social obrero y se inscribió en él. Además de las lecturas sobre apostolado

126
Rasgos autobiográficos, Imágenes de la fe, Nº 242, p. 7.

82
obrero, también leía a algunos místicos españoles como santa Teresa y san Juan
de la Cruz.

La guerra del año 1936 lo sorprendió en su casa de la Dehesa de la Villa


(Madrid). Vivían encerrados en el sótano como si estuvieran en las catacumbas.
Allí instaló una capilla clandestina, donde todos los días algún sacerdote
celebraba la misa. Allí se repartieron unas 6.000 comuniones, algunas
distribuidas en distintos lugares de Madrid. Nos dice: Terminada la guerra yo le
ofrecí mi vida al Señor para quemarla en el fuego de su servicio. Me puse en las
manos de su providencia para no rehusarle nada, pidiéndole cada mañana que
me dijera lo que quería hacer de mí.

Lo eligieron Presidente del Comité obrero. Estaba sin trabajo y se dedicó


al apostolado obrero, pero en el mes de septiembre, por algunas denuncias, lo
llevaron a la cárcel donde estuvo once meses, como si hubiera sido un comunista
por dedicarse a servir y ayudar a los obreros. En 1940 se hizo miembro de la
Acción católica de la parroquia de san Marcos de Madrid (su propia parroquia).
De la Acción católica obrera comenzó a gestarse la HOAC (hermandad obrera de
acción católica). La HOAC fue creciendo gracias a su entusiasmo y, al de
algunos obreros convertidos a la fe católica. Guillermo procuraba dar una buena
formación cristiana a los obreros y especialmente a sus líderes. En 1942 creó los
equipos de obreros, en los que se planteaban los diferentes problemas de los
obreros y estudiaban sus soluciones. Guillermo tenía como objetivo devolver el
mundo obrero a Cristo.

La HOAC en su esencia estaba funcionando con Guillermo y sus


seguidores, pero fue en mayo de 1946, cuando fue oficialmente fundada por los
obispos españoles como especializada en el apostolado obrero de la Acción
católica, con la finalidad de que los mismos obreros debían ser los apóstoles de
los mismos obreros.

Guillermo públicó una revista, que salió por primera vez a la luz el 1 de
diciembre de 1946. Al principio era semanal. Esta revista fue clausurada en 1952
debido a la burocracia política del Gobierno… Entonces él comentaba las
noticias en el boletín de la HOAC y después en la revista Noticias obreras.

En 1947 su esposa desapareció. Parece que tenía problemas de salud


mental con crisis de enfermedad nerviosa. La buscó y no la pudo encontrar.
Algunos dicen que se refugió en un convento de religiosas para pasar los últimos
días de su vida.

En 1956 lo destituyeron de director del boletín de la HOAC. Lo aceptó


con tranquilidad de espíritu. En junio de 1957 perdió el pie izquierdo a causa de

83
un accidente, y tuvieron que cortárselo. La prótesis que le pusieron le hacía sufrir
mucho y tuvieron que quitársela y le pusieron una pata de palo. Así se parecía
más a los piratas de las aventuras, como cuando jugaba a los piratas de niño.

En febrero de 1964 una parálisis cerebral lo dejó inmóvil. Estaba acabado


humanamente. El 27 de febrero falleció a los 66 años. Había sido el promotor y
primer militante de la HOAC, después de una ejemplar entrega cristiana de 32
años al servicio de Dios, de la Iglesia y de los obreros.

El 8 de julio de 2003 se abría el proceso de su canonización. Ojalá pronto


lo tengamos en los altares como un ejemplo de vida para toda la cristiandad.

DOROTHY DAY (1897-1980)

Fue una periodista, escritora y política muy activa en Estados Unidos. A


los 16 años ya fue consciente del problema de la lucha de clases. Y al ver que
muchas personas religiosas estaban muy tranquilas y despreocupadas del
problema, fue adquiriendo una actitud de desdén hacia la religión en general. Ella
dice: El hecho es que empecé a blasfemar, de manera consciente empecé a
tomar el nombre de Dios en vano, con objeto de escandalizar a mis amigos más
piadosos. La ferocidad de la vida en un mundo que se declaraba cristiano, me
horrorizaba 127.

Day no había conocido cristianos luchadores contra la injusticia social y,


por eso, se sintió atraída por los ideales marxistas. Entonces se conocía muy poco
lo que los comunistas rusos estaban haciendo en la misma Rusia y tantos
crímenes cometidos por Lenin, Stalin...

Day nos dice: La consigna de guerra marxista “Obreros del mundo uníos.
No tenéis nada que perder más que vuestras cadenas”, me pareció un grito de
guerra realmente conmovedor. Era una llamada que me hacía sentir unida a las
masas, lejos de la burguesía, de los presumidos, de los satisfechos 128.

127
Dorothy Day, La larga soledad, Autobiografía, Ed. Sal Terrae, Santander, 2000, p. 50.
128
Ib. p. 51.

84
Se alejó de su fe episcopaliana, en la que había sido bautizada de niña y se
inscribió en el partido socialista. Algo que le ayudó mucho fue la lectura de
autores religiosos como Gorki, Tolstoi, Dostoievski. Dorothy se había casado en
1927 a los 30 años con Foster Batterman, un destacado líder del colectivo obrero,
con el que tuvo a su hija Tamar. Anteriormente ella había provocado un aborto,
cuando estaba unida a otro hombre, para evitar que este la abandonase. Ahora
recibió con enorme entusiasmo el nacimiento de esta hija. Desde su ateísmo
vacilante sintió un gran sentimiento de agradecimiento a Dios por haberle
permitido experimentar esta alegría, a pesar de su aborto provocado en el pasado.

A veces, se decía a sí misma la frase que había oído tantas veces: La


religión es el opio del pueblo, para no dejarse convencer. Además, hacerse
católica significaría afrontar la vida en solitario y yo me aferraba a mi vida
familiar. Resultaba duro pensar en renunciar a un marido para que mi hija y yo
pudiéramos convertirnos en miembros de la Iglesia. Si yo abrazaba la religión
católica, Forster no tendría nada que ver con ella ni conmigo. Por ese motivo
esperé 129.

Pero decidí prepararme y la hermana Aloysia venía tres veces a la


semana a darme lecciones de catecismo, que yo procuraba aprender
obedientemente 130.

Este suceso, con las consecuencias de los testimonios cristianos,


consumaron su decisión de adherirse a la fe cristiana y vincularse a la Iglesia
católica, lo cual se confirmó el 28 de diciembre de 1927.

Nos dice: No experimenté un gozo especial al recibir estos tres


sacramentos: bautismo, confesión y santa eucaristía... Yo amaba a la Iglesia, no
por ella misma; pues, a menudo, era para mí motivo de escándalo, sino porque
hacía visible a Cristo. Decía Romano Guardini que la Iglesia es la cruz en la que
Cristo fue crucificado; y como no se puede separar a Cristo de su cruz, hay que
vivir en un estado de permanente insatisfacción con la Iglesia 131.

A partir de ese día, vivió su vocación de reformadora social, armonizada


con el mensaje de Evangelio y la doctrina social de la Iglesia. Supo coordinar su
tiempo de oración y adoración ante Jesús Eucaristía con su labor de promoción
social.

129
Ib. p. 147.
130
Ib. p. 154.
131
Ib. p. 161.

85
Fundó el periódico Catholic Worker en 1933, que en 1997 tenía una tirada
de 95.000 ejemplares. Creó casas de hospitalidad, donde eran acogidos
indigentes y personas sin techo, y donde ofrecían alimentación y un lugar para
dormir y orientación para rehacer sus vidas. Cuando Day murió, había 70 casas
de estas.

También publicó varios libros y estuvo encarcelada varias veces por sus
protestas. A los 58 años se vinculó como oblata benedictina al monasterio de San
Procopius y a los 62 como postulante de la Fraternidad de Jesús Charitas
(inspirada en Charles de Foucauld).

La vida de Dorothy Day fue una continua búsqueda de Dios, amando a los
demás, especialmente, a los más pobres y explotados. Ella nos dice en las últimas
palabras de su libro: La palabra final es amor. No podemos amar a Dios, si no
nos amamos unos a otros, y para amar tenemos que conocernos unos a otros. A
él lo conocemos en el acto de partir el pan (misa) y unos a otros nos conocemos
en el acto de partir nuestro pan. El cielo es un banquete y la vida es también un
banquete, incluso con un mendrugo de pan, allí donde hay comunidad... Todos
hemos conocido que la única solución es el amor y que el amor llega con la
comunidad 132.

La Conferencia episcopal de USA la ha propuesto para ser canonizada. El


Proceso sigue su curso.

CLIVE STAPLES LEWIS (1898-1963)

Fue junto con Chesterton, uno de los escritores más influyentes de la


literatura inglesa. En su libro Cautivado por la alegría narra su conversión del
ateísmo al cristianismo. En las primeras páginas relata sus experiencias infantiles
con su hermano mayor y sus padres. Después nos habla sobre sus problemas en
la primera escuela privada inglesa a la que asistió, donde aprendió poco y donde
se enseñaba usando la violencia física. Por lo que salió con cierto rencor hacia su
propietario el señor Oldie. Después ingresó en otro Colegio civil privado para
chicos más grandes donde tuvo algunos buenos profesores, pero donde el grupo
de jóvenes privilegiados llamados patricios, abusaban sexualmente de los
menores, aunque fuera con consentimiento algunas veces, pero para conseguir
favores.

Él asegura que leyendo los libros de los clásicos de la literatura antigua,


especialmente a Virgilio, le venían muchas dudas sobre la religión. Él había

132
Ib. p. 302.

86
practicado la religión anglicana de niño y sus padres lo llevaban a la iglesia, pero
tuvo profesores que decían con total naturalidad que las religiones son un montón
de tonterías. Y refiere: La idea que yo saqué de la religión en general era la de
un absurdo endémico al que la humanidad se dirigía erróneamente. En medio de
un millar de religiones estaba la nuestra con la etiqueta de verdadera. Pero ¿en
qué podía basarme para creer en esta excepción? 133.

Sin darse cuenta se había convertido en un ateo convencido. Y, cuando su


padre le pidió que hiciera la primera comunión y confirmación, nos dice: Dejé
que me prepararan sin creer en absoluto, representando un papel. La cobardía
me llevó a la hipocresía y la hipocresía a la blasfemia. Cierto es que entonces ni
entendía ni podía entender la verdadera naturaleza de lo que estaba haciendo,
pero sabía muy bien que actuaba de mentira con la mayor solemnidad posible134.

Estaba estudiando en la universidad y se alistó voluntario para ir a Francia


a luchar contra los alemanes en la primera guerra mundial. Fue herido y dice que
no tuvo miedo ni tampoco valor, y pensaba que se moría. Pero se pudo recuperar
y regresó a los estudios universitarios de Oxford sobre literatura inglesa. En esta
universidad conoció a algunos buenos cristianos y leyó libros del famoso católico
convertido del ateísmo, Chesterton.

Leyó el libro de Chesterton Everlasting man y cuenta: Por primera vez vi


toda la concepción cristiana de la historia expuesta de una forma que parecía
tener sentido. De algún modo me las ingenié para que el golpe no fuese
demasiado fuerte. Yo pensaba que Chesterton era el hombre vivo más sensato
que había, dejando a un lado su cristianismo. A principios de 1926, el más
convencido de los ateos que conocía (en la universidad de Oxford) se sentó en mi
habitación al otro lado de la chimenea y comentó que las pruebas de la
historicidad de los Evangelios eran sorprendentemente buenas. Es extraño,
continuó, esas majaderías de Frazer sobre el Dios que muere. Extraño. Casi
parece como si realmente hubiera sucedido alguna vez. Para comprender el
fuerte impacto que me supuso tendríamos que conocer a aquel hombre que
nunca había demostrado ningun interés por el cristianismo. Si él, el cínico de los
cínicos, el más duro de los duros, no estaba a salvo (como si dijera que dudaba
de su ateísmo) ¿A dónde podría volverme? ¿Es que no había escapatoria? 135. Es
como si nos dijera que estaba entre la espada y la pared y no veía tan claro que el
ateísmo fuera una verdad absoluta y aceptada por todos los ateos sin distinción,
sino veía que dudaban de sí mismos en este punto.

133
Cautivado por la Iglesia, Ed. Encuentro, Madrid, 1989, p. 71.
134
Ib. p. 167.
135
Ib. p. 228.

87
Y continúa diciendo: Terminé sintiendo el acercamiento continuo,
inexorable, de Aquel con quien tan encarecidamente no deseaba encontrarme.
Aquel a quien temía profundamente y que cayó al final sobre mí. Hacia la fiesta
de la Trinidad de 1929 cedí y admití que Dios era Dios y de rodillas recé. Quizá
fuera aquella noche el converso más desalentado y remiso de toda Inglaterra.
Entonces no vi lo que ahora es más fulgurante y claro: la humildad divina que
acepta a un converso incluso en tales circunstancias. Al fin el hijo prodigo volvía
a casa por su propio pie. Pero ¿quién puede adorar a ese amor que abrirá la
puerta principal a un pródigo al que traen revolviéndose, luchando, resentido y
mirando en todas direcciones buscando la oportunidad de escapar? 136.

Quiere decirnos Lewis que se sentía indigno de ser recibido tan fácilmente
por Dios, como un padre recibe al hijo extraviado. Su conversión primero fue
solo del ateísmo al teísmo, no al cristianismo. Primero creyó firmemente que
Dios existía y que era nuestro Creador. Poco a poco llegó también a aceptar el
cristianismo y a Jesús como Dios redentor y misericordioso.

Dice: Entendí claramente que, aunque me daba miedo, no me sorprendió


descubrir que debía obedecer a Dios por lo que es en sí mismo. Creer y orar fue
el principio de la extroversión (hacia el cristianismo). En cuanto me convertí al
teísmo empecé a acudir a mi parroquia los domingos y a la capilla de la
Facultad el resto de los días, no porque creyese en el cristianismo, ni porque
pensase que la diferencia entre este y el simple teísmo fuese pequeña, sino
porque pensé que uno debe izar bandera con algún signo manifiesto e
inconfundible. Actuaba obedeciendo a un sentido del honor quizá erróneo. La
idea del clericalismo me era totalmente antipática. No era anticlerical en
absoluto, sino profundamente antieclesiástico. Era admirable que existieran
curas, archidiáconos y capellanes. Agradaban a mi gusto por todo lo que tiene
su propio aroma. Y había tenido mucha suerte con mis amigos clérigos,
especialmente con Adam Fox, dean en el Magdalen y con Arthur Barton, más
tarde arzobispo de Dublín, y que había sido nuestro párroco en Irlanda.

Mi principal amigo en esta etapa fue Griffiths, con quien mantenía


abundante correspondencia. Ahora los dos creíamos en Dios y estábamos
dispuestos a oír algo más de él de cualquier fuente, pagana o cristiana. Aceptar
la encarnación de Hijo de Dios fue un paso más en la dirección (al cristianismo).
Hacía que Dios estuviese más cerca o cerca de una forma nueva. Y pensaba que
esto era algo que yo no había querido.

Di el último paso cuando una mañana soleada fuimos a Whipsnade.


Cuando salimos, no creía que Jesucristo fuera el hijo de Dios y, cuando

136
Ib. p. 233

88
llegamos al zoológico, sí. Sin embargo no me había pasado todo el camino
sumido en mis pensamientos, ni en una gran inquietud 137.

Al final de su libro cuyo título original es Surprised by Joy, anota: ¿Qué


fue de la alegría? Después de todo es sobre lo que ha tratado fundamentalmente
esta historia. Para ser sincero, el tema ha perdido para mí casi todo su interés
desde que me convertí al cristianismo 138.

Como si quisiera decirnos que toda su vida buscó la alegría y la felicidad;


y, al convertirse al cristianismo, la encontró: Por eso, al igual que san Agustín,
podría decir: ¡Cuán tarde te conocí, hermosura tan antigua y tan nueva, cuán
tarde te conocí!

REGINA GARCÍA (1898-1974)

Durante la guerra civil de 1936-1939 fue jefe del Departamento de prensa


y propaganda del Estado mayor general comunista con el grado de coronel.

Nos dice en su libro: “Yo he sido marxista”: El 4 de mayo de 1936 había


circulado en Madrid el rumor de que las religiosas y las damas catequistas
estaban repartiendo entre los niños de los obreros caramelos envenenados para
destruir de este modo la simiente comunista; y, en represalia, las turbas habían
asaltado los conventos y cometido toda clase de crímenes dentro y fuera de ellos
con las religiosas y las damas de Acción católica 139. Lo trágico para Regina fue
que una de las personas maltratadas y dejadas por muerta, después de varias
horas de maltrato, incluso darle varias puñaladas, fue la misma madre de Regina.
No murió y pudo salvarse después del mucho tiempo que necesitó para curar las
costillas rotas y todas las graves heridas recibidas.

Su madre le dijo al verla: “Todo mi martirio lo ofrecí por ti para que Dios
te envíe su gracia y te conviertas. Porque tu eres buena, pero estás ciega”. Yo
sonreí con mi superioridad de mujer fuerte sobre aquella, para mí, entonces
ingenua fe de mi madre. La admiraba por su amor a un Dios que solo enviaba a
sus elegidos penas y tormentos, que ellos recibían como lo que hoy comprendo
que son: regalos dilectísimos, ya que a cambio de ellos les da la purificación
suprema que les haga merecedores de la suprema felicidad sin sombra de mal
alguno 140.

137
Ib. p. 242.
138
Ib. pp. 242-243.
139
Reina García, Yo he sido marxista, Madrid, 1946, p. 113.
140
Ib. p. 117.

89
Regina, durante la guerra, ocupó puestos importantes en el gobierno
Central sobre todo como directora de prensa y tuvo la oportunidad de salvar de la
muerte a algunas personas del bando nacional, a quienes refugió en su casa de
Madrid. Tenía dos hijos pequeños. Su esposo era comandante del ejército rojo,
pero después de un tiempo se fue con otra mujer. Ella vivía con su madre,
algunos de sus hermanos y varios refugiados.

Refiere: Una madrugada, al volver del periódico, encontré mi niña con


fiebre alta. Al ponerle el termómetro, se despertó de su modorra y me dijo:

—Mami, estoy muy malita. Orino sangre y me duele la cintura por detrás.

Al día siguiente, el doctor Muñoyerro diagnosticó una hematuria de


carácter grave, dada la temprana edad de la niña, y recomendó un régimen
alimenticio de frutas frescas, pescados blancos y zumo de uva sin fermentar.

¿Dónde hallar todo esto? De la Intendencia rusa, que era la mejor


abastecida, sólo podía traer conservas y bebidas alcohólicas, que no me servían
para mi enfermita. De los suministros españoles, nada había tampoco
aprovechable para el régimen impuesto a mi hijita. El pescado, ni blanco ni azul
lo veíamos desde hacía más de un año. Las frutas habían desaparecido. El zumo
de uva, sin fermentar ni fermentado, no se encontraba en parte alguna, y sólo en
la bodega del Ritz, convertido en hospital militar, en la posición “Jaca” y en el
bar de Pedrero, había botellas de vinos y licores que no me servían en aquella
ocasión.

La niña, falta de los cuidados necesarios, empeoraba. Le daba leche y


caldo de zanahorias con aceite. La leche era preparada con botes de
condensada, que me facilitaban en Intendencia, y alguna vez podía tomar algo
de carne de gallina, pues los de Jara, al enterarse de la enfermedad de la niña,
me enviaron algunas de estas aves de su corral de la Prosperidad. No era éste el
plan que el médico indicara a mi hija y la hematuria seguía debilitándola y la
fiebre no remitía.

Cada vez que regresaba de mi trabajo y hallaba a la niña peor, me volvía


loca de pena. Mi hija era mi ilusión máxima. El niño era por entonces, un bello
juguete de mimos y ternuras, tan cariñosito, tan varonil y tan guapo; pero nada
más. ¡Era tan chiquitín! La niña, con sus ocho añitos pensativos y serios, ¡me
acompañaba y consolaba tanto! Una noche la fiebre llegó a cuarenta y un
grados y tres décimas…

La niña se durmió, pero su sueño era agitado. Se debatía con la fiebre.


Ardía, pero ni una gota de sudor salía de sus poros. Yo lloraba, sin ánimo ya

90
para nada. Recordaba mis tiempos de felicidad, con mi hijita sana, a mi lado y
mi casa confortable, en la que nada faltaba para nuestra comodidad y regalo, en
una España floreciente y en paz. ¿Qué había sido de todo aquello?

¿Encontraría una mano piadosa que me lanzase a través del balcón negro
a buscar un mundo mejor? ¿Quién podría ser esa mano poderosa que así
cambiase mi destino? Sólo Dios. Dios, que me castigaba ahora en la que yo más
quería, en mi hijita, que seguía debatiéndose con la fiebre y la enfermedad;
Dios, que existía y me hacía sentir su poder.

Caí de rodillas y recé. Desde el fondo del corazón subían a mis labios las
palabras aprendidas en la infancia: “Padre nuestro, que estás en los cielos”...
De pronto, me di cuenta de que no tenía ninguna imagen ante la que orar. Yo
quería un crucifijo. Sí, yo creía en Dios y necesitaba adorar la cruz y pedirle
perdón por mis errores pasados; pedirle que no me castigase en la carne
inocente de mi hijita y ofrecer la mía propia al castigo por cruel que fuese.

En puntillas, fui a la habitación de mi madre y la desperté: —¿Qué pasa?


—me preguntó con sobresalto— ¿La niña? ¿Está peor?

—No lo sé, mamá; tiene mucha fiebre; pero no vengo por ella. Vengo a
pedirte un crucifijo. Necesito rezar por mi hija…. y por mí. Mi madre se levantó
de la cama, me abrazó llorando, fue a la cómoda donde guardaba sus cosas, y
del fondo de un cajón sacó un crucifijo de madera incrustado de nácar, con la
imagen del Redentor tallada finamente en marfil, valioso recuerdo de familia
que mi madre estimaba mucho, y me lo entregó, diciendo, hecha un mar de
lágrimas:

—Sabía que este momento había de llegar. El Señor escuchó mis súplicas.
Tómalo y consérvalo toda la vida en recuerdo de este instante, el más grande de
tu existencia. Recemos juntas, para que no vuelva a abandonarte la fe.

Juntas rezamos de hinojos. Mi alma subía a mis labios en la súplica


emocionada. “Que no vuelva a dudar, Dios mío”, suplicaba mi madre entre
sollozos. Y yo: “Señor, por mi hija y por mi fe, que no las pierda”.

Después, mi madre me dio una reliquia de la Madre Sacramento, una


cstatuita del Sagrado Corazón de Jesús, un rosario y no sé cuántas cosas más.
Con todo me volví a mi cuarto, colgué el crucifijo sobre la cama de mi hijita,
guardé las medallas y reliquias en mi armario, y, con el rosario en la mano, pasé
rezando el resto de la noche.

91
Encontraba tanto consuelo en rezar... Me parecía que alguien me
escuchaba, que ya no estaba sola en mi pesar, que todo se arreglaría, porque
Dios me admitía en su amor, como al hijo prodigo. La niña se fue calmando, la
fiebre remitió, y a la mañana siguiente no se acordaba de nada de lo ocurrido en
la noche, ni de su malestar.

Cerca de las once, cuando yo me disponía a ir al Comisariado, vino a


verme Ibrahim de Malcervelli, el caballero periodista americano. Me traía una
botella de “Mostelle”, zumo de uva sin fermentar, procedente de la Embajada
argentina, donde la había adquirido para mi hija, y me prometió
proporcionarme cuantas necesitase, mientras la niña siguiese enferma. Por si
esto fuese poco, por la tarde, Pedrero, extrañado de que no fuese a verle en
tantos días, me llamó por teléfono preguntando la causa de mi retraimiento; y al
saber que mi hija estaba enferma y necesitaba alimento especial, me ofreció un
volante para que me dieran pescado blanco, de las raciones suministradas a los
hospitales.

¡Dios escuchaba mis súplicas! ¡Dios me manifestaba su amor y me


admitía por hija! Aquel día me sonaron peor los dislates y blasfemias de los
milicianos: “Perdónales, Señor, que no saben lo que dicen”, rezaba desde el
fondo de mi corazón, y sentía un consuelo ¡tan hondo!

La niña entró en franca mejoría, y yo me prometí a mí misma cambiar de


vida, buscar otro medio de subsistencia, dejar el Comisariado y el Estado
Mayor, alejarme de los centros militares y políticos y dedicarme a una actividad
civil.

Después de la guerra la metieron en la cárcel por sus actividades a favor


del gobierno marxista.

Nos dice: Estando en la cárcel después de la guerra, donde estuve


internada por once meses, los domingos y fiestas después de la misa asistía a las
lecciones que nos daba don José Collado y una mañana, hablando del
sacramento de la penitencia, hizo en mí tal impresión la palabra de este
sacerdote que me pasé la noche meditando sobre la gracia. Al domingo
siguiente, después de una confesión general hecha el día anterior, en la que puse
a los pies de Dios todos mis errores y caídas, recibí al Señor en la Eucaristía.

Era el 29 de julio de 1939, día de santa María Magdalena, cuando me


confesé y toda la noche la pasé en meditación de aquella coincidencia que aún
me emocionaba al ir a comulgar al día siguiente, pero al recibir la santa
Eucaristía todo se borró en mí: todo menos la sensación de mi nada, ante el todo
que recibía. No podría, aunque lo intentase, expresar lo que pasó por mí. Fue

92
como si me hubiese tragado un sol que llenase mi ser entero con sus
irradiaciones. Era la sensación inexpresable. Me sentía llena, llena de algo
inaprensible, de un algo inmaterial, pero sensible, a un tiempo. Sentí a Dios
dentro de mí y mi emoción era tal que me llegó a enajenar de cuanto me
rodeaba. Lloraba, lloraba sin saber por qué. Mentiría si dijese que lloraba por
mis muchos pecados, pues en tal momento ni pensaba en el pecado, ni en mí, ni
en nada, sino que sentía a Dios dentro de mí y a Él me entregaba y nada más.

Ese día conocí el verdadero amor a Dios, ya que ese día le amé con todos
mis sentidos y potencias y en inolvidables momentos le adoré real y
verdaderamente 141. En enero de 1942 conocí al fundador de Cruzada
evangélica, padre Doroteo Hernández Vera, un santo de verdad. Le dije, como
así era, que, aun no queriendo volver a actuar en periodismo ni en política,
deseaba hacer pública retractación de mis pasados errores, porque habiendo
sido pública la injuria hecha a la religión con mis ideas de materialismo ateo,
pública debía ser también la reparación. Él abundó en mi criterio y el día 24 de
febrero de 1942 publicó la prensa de Santander una carta abierta a los que no
creen en Dios, donde hice retractación de toda mi labor anterior y confesión de
fe cristiana 142.

141
Ib. p. 320.
142
Ib. p. 363.

93
CONCLUSIÓN

Después de haber leído los testimonios de ateos que cambiaron de rumbo


y siguieron a Cristo, es importante que tomes la decisión de amar a Jesús con
todo tu corazón y ayudar a tantos hermanos nuestros que están en la oscuridad y
no saben cuál es el sentido de su vida.

Piensa que ellos te necesitan y Dios espera mucho de ti para ayudarles a


conocer el camino que los lleve a Dios. Tu ejemplo es el mejor medio para
atraerlos. Tu vida debe ser un resplandeciente rayo de luz para que puedan ver el
camino y seguirlo. Decía el gran escritor inglés, convertido al catolicismo,
Chesterton, que la alegría es el secreto gigantesco del cristiano. Solo un
verdadero cristiano puede ser verdaderamente feliz. Lamentablemente, hay
muchos católicos, e incluso eclesiásticos, que no dan testimonio de su felicidad y
no viven como verdaderos cristianos. Los ateos venden la idea de que ellos son
felices, porque pueden disfrutar de plena libertad y satisfacer sus pasiones y
deseos.

Sí, los que siguen al demonio buscan desesperadamente ser felices y creen
encontrar la felicidad en el placer y en el libertinaje, en hacer lo que desean sin
cortapisas ni limitaciones o prohibiciones de ninguna clase. Para ellos todo vale,
sin darse cuenta de que, al llevar una vida sin control, caen en la esclavitud más
terrible, pues son esclavos del sexo, de la pornografía, de la droga, del alcohol
etc., etc.

Que Dios te ilumine, querido lector, para que comprendas a tiempo antes
de que sea demasiado tarde, que la vida es corta y que debes tomar una decisión
cuanto antes. Te deseo lo mejor, que seas verdaderamente feliz con Dios en tu
vida y en tu corazón. Recuerda que María es una madre y a ti, como a un hijo
querido, te busca y espera que ames a Jesús. Que tengas un buen viaje por la
vida con María. No olvides que un ángel bueno te acompaña. ¡Feliz viaje!

Tu hermano y amigo para siempre.


P. Ángel Peña O.A.R.
Agustino recoleto

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