Marques de Lozoya - Santiago Apostol

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MARQUES de LOZOYA

APOSTOL

BIBLIOTECA NUEVA
UbfiAfcYOF PRINC6T0N

AUG 2 4» 2009

TH60LOGICAL SEMIMARY

BS2453 .L6 1965


Lozoya, Juan Contreras y
Lspez de
Ayala, marquis de, 1893-
Santiago apóstol, patrsn de
las
Espagas /
SANTIAGO APOSTOL
PATRON DE LAS ESP AÑAS
ES PROPIEDAD
Queda hecho el depósito
que marca la ley.

Registro número 1808/65

Depósito legal: M. 5.615-1965

Gráfica Clemares • Orellana, 7 - Madrid - 4


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in 2014

https://archive.org/details/santiagoapostolpOOIozo
Pórtico de la Gloria, Catedral de Santiago de Compostel
JUAN DE CONTRERAS
MARQUES DE LOZOYA

SANTIAGO
APOSTOL
PATRON DE LAS ESPAÑAS

a
(2. edición)

BIBLIOTECA NUEVA
ALMAGRO, 38 - MADRID -4
1
9 6 5
NlHIL OBSTAT.
El Censor:
Cecilio Santiago.

Madrid, 14 de mayo de 1940.

Imprímase.
El Vicario General:
Dr. Manuel Rubio.
INDICE
Págs.

I. —Santiago en la historia sacra 7

II. —Campo de sementera 15


III. —El sembrador 23
IV. — Santa María del Pilar 31
V.—La leyenda del Santo Enterramiento ... 43
VI. —Compostela 53
VIL —La romería 69
VIII.— El camino francés 79
IX.— ¡Santiago y cierra España! 91
X.—La Orden de Caballería del Señor San-
tiago 105
XI.—Santiago en Indias 119
XII.—La huella del Apóstol 133
Epílogo 149
Apéndice: Las polémicas sobre Santiago 155
El describir los extraordinarios cauces por
donde de Santiago, primo y amigo del
la figura

Señor, viene a llenar la historia de este lugar


apartado de la tierra, tan lejano del país que
presenció su nacimiento y su vocación apostó-
lica, constituye el objeto de este libro. El nom-
bre del pescador de Galilea es el grito de gue-
rra de los españoles en todas sus grandes crisis
históricas. Su tumba fue la piedra sobre la cual
se asentaron, no solamente nuestra Cristian-
dad, sino también nuestra cultura, que iba sur-
giendo a lo largo del camino de las peregri-

naciones en una larga estela de monasterios


y de hospitales, de iglesias y de puentes. La
sombra ingente del Apóstol ponía esfuerzo a
los reconquistadores de las Extremaduras y
de Andalucía, a los soldados de Italia y de

—9—
JUAN DE CONTRERAS
Flandes, de las Indias Nuevas y del extremo
oriente. El Apóstol Santiago es el padre, el
defensor y el animador de las Españas. En
este escrito vamos a prescindir del todo de
las áridas exigencias de la crítica histórica.
Nada inventaremos, sin embargo, de nuestra
parte. Nuestro guía será la tradición ; tradición
tan vieja que se inicia en los más venerables
Padres de la Iglesia hispana y tan popular que
ya el Arzobispo don Rodrigo, en los albores
del siglo xni, asegura haberla oído en su in-
fancia "a ciertas monjas y viudas piadosas";
tan constante y extendida, que está en las pie-
dras de nuestras catedrales, y en los más vie-
jos retablos, de figuras brillantes como esmal-
tes sobre fondos dorados, en la labor humilde
de azabacheros, orfebres y bordadores, en la
prosa de nuestros cronistas y en el verso de
nuestros dramaturgos. Quédese para otros ave-
riguar lo que haya en ella de verdad estricta
y confronten códices y lápidas; los que no
se sientan con alientos para ello, consulten, a
lo menos, de Menéndez Pelayo, de
las obras

García Villada, deLópez Ferreiro y de otros


autores en que se resume la polémica so-
bre cada uno de los pormenores narrados en

— 10 —
SANTIAGO EN LA HISTORIA SACRA

este libro. Nuestra labor es más fácil. Que-


remos presentar al Apóstol Santiago tal como
le ha concebido el pueblo español a través de
los siglos, en la forma en que ha venido a ser
nervio e inspirador de la misión histórica de
toda nuestra raza.
Lo que de Jacobo (Sant Jacob-Santiago-San
Diego) llamado "el Mayor" ciertamente sabemos,
nos lo dan los Evangelios y los Hechos de los
Apóstoles. Era hijo de un hombre avecindado
a las orillas del mar de Tiberiades, llamado
Zebedeo, de oficio pescador (persona, a lo que
parece, acomodada),y de una mujer, Salomé de
nombre, tan ambiciosa que fue a ver al Señor
para que a y a su otro hijo Juan les diese los
él

primeros lugares en su Reino, que aun creía


terrenal. Una antigua tradición hace a la fami-

lia natural de Jaffa, donde aún se señala su so-


lar. San Jerónimo afirma que era de noble lina-

je, y parece denotar cierta categoría social la


libertad que Juan tenía para penetrar en los
aposentos del Pontífice, y alguna holgura eco-
nómica, el hecho de tener jornaleros a su servi-
cio. Eran parientes, no sabemos en qué grado,
de Nuestro Señor. El curso de la vida de ambos
hermanos debiera de haber sido el dejar correr

— 11 —
JUAN DE CONTRERAS
sus días en las tranquilas márgenes del lago, sin
otros accidentes que una pesca afortunada o
los riesgos corridos en una tempestad, y hun-
dirse luego en la fosa anónima en que se sumen
los más de los nacidos, cuyos nombres sólo Dios
conoce. Pero un día, cuando, descuidados, es-
taban con su padre en la barca remendando
las redes, pasó por allí el Señor Jesucristo, en-
tonces en los comienzos de su predicación. Ellos
le siguieron, arrancándose de su amada tarea
cotidiana, hacia un porvenir de trabajos, de
miserias y de martirios, coronado por una glo-
ria, aun en lo humano, incomparable. El Maes-
tro les amó con sigular predilección, sin duda
porque le placía aquel su temperamento ardien-
te, que no titubeaba cuando se les ofrecía un
cáliz de dolor para apurar y aquel celo de la
gloria de Dios que les valió el nombre de "Hijos
del Trueno" (Boanerges). Santiago el Mayor fi-

gura siempre en aquella breve selección de "ín-


timos" de Cristo a quienes el Maestro escoge
para que sean testigos de los más estupendos
prodigios y de los más recónditos misterios. A
Pedro, Santiago y Juan llamó para que presen-
ciasen la resurrección de la hija de Jairo; con
Pedro y con Juan, Santiago asiste a aquel atis-

— 12 —
SANTIAGO EN LA HISTORIA SACRA

bo de la gloria, a la Transfiguración del Tabor,


y a estos mismos tres elegidos convocó, en tan-
to los demás dormían, para que contemplasen
el abismo de sus dolores en la Agonía de Get-
semaní.
Después de la Ascensión hay un período so-
bre el cual nada dicen los Libros Santos; un
espacio de doce o catorce años, que termina con
su martirio, consignado sencillamente en estas
palabras de las Actas de los Apóstoles: "Y en
el mismo tiempo el Rey Herodes echó mano a

algunos de la Iglesia para maltratarlos, y mató


a cuchillo a Santiago, hermano de Juan". El
amigo del Señor, el hijo de Zebedeo, el pesca-
dor de Tiberiades, fue el primero entre los

Apóstoles en sellar con la sangre su fe en la


doctrina del Maestro.
Cuenta Eusebio de Cesárea, que dice tomar-
lo de San Clemente Alejandrino, que un escri-
ba llamado Josias, que había sido, con sus de-
nuncias, causante de la condenación del Após-
tol, como le viese, camino del suplicio, sanar
a un paralítico, le pidió perdón, y confesándose
cristiano, tuvo la dicha de recibir con él el mar-
tirio. Sobre el lugar de este suceso, en el ex-

tremo sur de la ciudad de Jerusalem, se le-

— 13 —
JUAN DE CONTRERAS
vanta hoy un templo suntuoso, en poder de los
armenios cismáticos.
En estos años oscuros, que corren entre el

30 de nuestra era, en que Nuestro Señor subió


a los Cielos, y el del martirio de su discípulo,
que parece probable fuese el 44, la tradición
hispánica, más que milenaria, coloca las suaves
historias del comienzo de la evangelización de
España. No vamos en este libro a intentar crí-
tica ni a consignar controversias, sino, senci-

llamente, a narrar esta viejísima y venerable


tradición, tal como la creían nuestros abuelos

y la creemos los más de los españoles, con toda


su poderosa virtualidad, que ha hecho de ella

uno de los pilares sobre los cuales se asienta

firmemente la Patria española.

— 14 —
II

CAMPO DE SEMENTERA
En el siglo i de Jesucristo, España (Híspa-
nla) no era ya el país remoto y desconocido, el

confín del occidente sobre el cual tan bellas le-

yendas contaban griegos y fenicios. Era una


porción del Imperio que rápidamente abando-
naba su constitución genuina para asimliarse el

patrón de vida que Roma imponía a todo el

mundo conquistado por ella. Dividida estaba


en tres provincias, de las cuales una, la Bética,

dependía del Senado, y otras, la Tarraconense


y la Lusitania, del Emperador. Para la admi-
nistración de la Justicia se dividían estas pro-
vincias en Conventus Iuridici, o departamentos
judiciales (cuatro en la Bética, tres en Lusita-
nia y siete en la Tarraconense). Diversas legio-
nes sujetaban estas tierras, antes tan levantis-
cas, y para establecer la comunicación con la

— 17 —
2
:

JUAN DE CONTRERAS
cabeza del Imperio se tendió por todas partes
una red de caminos, con sus puentes y calza-
das. Muchas eran las ciudades en que se vivía

una vida parecida a las de las de Italia. En


ellas acudían los ciudadanos en busca de noti-
cias a los pórticos del foro, se congregaban en
las termas o en circos, teatros y anfiteatros
para apasionarse con los mismos espectáculos
que enloquecían a la gente romana. Las vivien-
das de los ricos eran semejantes a las de los pa-
tricios de orillas del Tíber, y los campos todos
de España, los fértiles llanos de Andalucía, las
vegas de Levante, las estepas de Castilla, hasta
las montañas de Aragón y de Navarra, iban
floreciendo en villas o explotaciones rurales,
con espléndidos pavimentos de mosáico en sus
dependencias y todo aquello que es preciso para
hacer bella y grata la vida. Era esta Hispania
una de más ricas comarcas del Imperio.
las

He aquí cómo describe un geógrafo contem-


poráneo, Estrabón, a la pingüe Andalucía baja
"Tiene más de doscientas ciudades, estando las

más importantes situadas al borde de los ríos


o junto al mar o las ensenadas, en condicio-
nes muy propias para el comercio. Toda la
Turdetiana es extraordinariamente rica y abun-

— 18 —
CAMPO DE SEMENTERA
dante en todo género de productos, cuyo valor
se acrecienta por la facilidad de llevarlos a los

mercados extranjeros por vía y maríti-


fluvial

ma. De allí se exporta trigo en gran abundan-


cia; aceite no en mucha cantidad, pero muy
bueno; cera, miel, púrpura y minio, no infe-
rior al de Sinope; lana en cantidad mayor que
la de los larasios, y tan hermosa que se llega a
pagar por cada carnero un talento. Hay una
abundancia enorme de rebaños de toda especie
y de caza". Estrabón y otros escritores ponde-
ran la maravillosa riqueza del subsuelo español
en toda suerte de metales y las pesquerías in-

agotables del litoral. Hay sobre España una


"leyenda áurea" de origen púnico o grecorro-
mano que antecede a la de San Isidoro y Al-
fonso X. España enviaba a Roma tanto trigo,
vino y aceite que de los vestigios de las vasijas
que contenían estas materias se formó un mon-
tecillo — el Testaccio — junto al Tíber. Comen-
zaba ya entonces a situar en la metrópoli a
varones de lucido ingenio como Higinio el bi-

bliotecario, M. Porcio Latrón el orador y Anneo


Séneca el retórico.

Si algo conservaba el pueblo hispánico que


no hubiera recibido de Roma era la Religión,

— 19 —
JUAN DE CON T R ERAS
pues el Imperio nunca fue intransigente con
las creencias de los vencidos, y el panteón ro-
mano era tan amplio que en él cabían todos los
dioses; perseveraron el culto a Neton, dios
guerrero, o a Atecina, diosa infernal; a Endo-
vellico, divinidad curandera, e infinidad de cul-
tos y ritos populares que daban prestigio sagra-
do a las fuentes, a las montañas y a los ríos

y perduraron muchos siglos, convertidos en


supersticiones, en la subconsciencia de los cam-
pesinos. En las ciudades más cultas y romani-
zadas había penetrado el politeísmo grecorro-
mano con todas sus poéticas invenciones. La
inquietud hispánica, siempre en busca del más
allá, recibía con avidez los misteriosos cultos
del oriente; aun el de Astarté perduraba en
las ciudades de la costa, de origen fenicio, Isis,

la egipcia, y Mitra, el persa, intentaban satis-

facer este hambre de eternidad de los hispáni-

cos con la magia tenebrosa de sus ritos. En


cambio, no parece que los peninsulares sintie-
sen gran entusiasmo por la Religión oficial, tan
fría, y el Emperadores y el de Roma,
culto de los
la ciudad divinizada, no pasó apenas de la es-
fera de magistrados y curiales, que necesitaban
estar a buenas con los poderes estatales. Una

— 20 —
CAMPO DE SEMENTERA
gran sed de verdad había en este pueblo múlti-
ple y diverso, profundamente religioso, que,
en aquellas montañas en que se conservaba más
puro, adoraba al Dios desconocido, al Alma del
Mundo, animador invisible de la armonía del
firmamento y de las maravillas de la vida sobre
el haz de la tierra.

El mundo, insatisfecho, esperaba la aparición


de algo nuevo, y esta inquietud divina, que se
traduce en las églogas de Virgilio, era más
viva y más punzante en Hispania, donde la
preocupación por el hondo problema de la Eter-

nidad es algo consustancial con la raza misma.


He aquí cómo Menéndez Pelayo describe el am-
biente de las ciudades hispánicas en el momen-
to en que iba a oírse en ellas por primera vez la

voz de los enviados del Señor: "Imaginémonos


aquella Bética de los tiempos de Nerón, hen-
chida de colonias y de municipios, agricultora e
industriosa, ardiente y novelera, arrullada por
el canto de sus poetas, amonestada por la se-
vera voz de sus filósofos; paremos mientes en
y externa que en Córdo-
aquella vida brillante
ba y en Hispalis remedaba las escenas de la
Roma imperial, donde entonces daban la ley
del gusto los hijos de la tierra turdetana, y nos

— 21 —
JUAN DE CONTRERAS
formaremos un concepto algo parecido al de
aquella Atenas donde predicó San Pablo. Po-
demos restaurar mentalmente el agora (aquí
foro), donde acudía la multitud ansiosa de oir

cosas nuevas, y atenta escuchaba la voz del so-


fista o del retórico griego, los embelecos o tra-

pacerías del hechicero asirio o caldeo, los des-


lumbramientos y trampantojos del importador
de cultos orientales". La mies blanqueaba ya
desde los campos de la Turdetana hasta los de
la Celtiberia, y de Cantabria hasta la remota
Gallecia. En tanto, en Palestina, el segador a

quien el Padre de Familias había encomenda-


do aquella tarea, afilaba, sin temores ni impa-
ciencias, su segur.

— 22 —
III
No es la historia sino la anotación de algunos
pasajes luminosos hundidos entre un mar de
sombras insondables del cual emergen solamen-
te algunos islotes. Lo ignoramos todo o casi
todo; a menudo, aquellos pequeños detalles,
aquellas nimias circunstancias que son el mó-
vily la explicación de los sucesos históricos.
No sabemos cómo ni por qué Santiago fue el
designado para evangelizar la remota España.
Acaso en los largos coloquios de aquellos años
de apostolado en que acompañó a su Maestro
por los campos, las ciudades y los castillos de
Palestina, se le indicó que fuese él quien cer-
tificase la verdad de aquellas palabras del sal-

mo XVIII : In omnem terram exivit sonus eo-


rum, et in fines orbis terrae verba eorum. Tal
vez, como parece deducirse del texto de San
Jerónimo, el colegio apostólico, congregado por
el Espíritu Santo, se repartió la faz de la tierra,

— 25 —
JUAN DE CON T RE RAS
y a unos correspondió la India, a otros la

Judea a otros y a alguno España. Sabe


Iliria, la

Dios qué noticias o qué parentescos o amistades


decidirían al "Hijo del Trueno" a tomar el ca-
mino de esta tierra lejana, en la cual había mu-
chas colonias de judíos, en comunicación con el

oriente. Aquel ambicioso "a lo divino" que se


había atrevido a solicitar del Señor el primer
lugar en su reino, aspiraría a la empresa más
difícil y aventurada. Sin duda, el futuro Patrón
de las Españas tenía algo del genio inquieto
de los españoles. Según Orígenes, el Zebedeo y
sus hijos no eran solamente pescadores, sino
también nautae, navegantes. Empresa digna de
un marinero era llegar a los mares ignotos del
occidente, al finís terrae, a la última Tulé. Si el
Evangelio había de ser predicado hasta el con-
fín del mundo, mejor era plantar ya allí desde
luego la bandera del Rey; después sería más
fácil llenar vacíos y cubrir los huecos.
No era, ciertamente, imposible encontrar un
navio que hiciese la ruta de España. Acaso lo
hallaría en Jaffa, donde después sus discípulos
embarcaron su cuerpo, o en Tiro, o en otro
puerto de aquella costa. Naves fenicias venían
todos los años a Cádiz en busca de púrpura, de

— 26 —
EL SEMBRADOR
salazones y de metales; muchas doblaban el

cabo de San Vicente para recoger el estaño del


noroeste y el oro de los ríos gallegos; galeras
griegas surcaban los distintos senos del Medi-
terráneo hasta llegar a Ampurias y Tarragona,
donde recogían ganado, vino y aceite. Es posi-

ble que llevase consigo algún discípulo, según


la costumbre apostólica. Ante sus ojos desfila-

rían aquellos puertos llenos de sol, deslumbra-


dores de colorido y de movimiento en los que el

mundo helénico y romano se ponía en contacto


con el oriente; pero, para los egregios misio-
neros, no era todo aquello sino sombras fugaces
y vanas escenografías, que ocultaban la terri-

ble verdad: que ninguna de aquellas gentes


conocía verdadero Dios y que, jugando o
al

riendo, cantando o agitándose, corrían a su con-


denación detrás de los embelecos diabólicos de
Venus-Astarté y de Hércules-Melcart, de toda
la teogonia griega entremezclada con los mitos
de Egipto y de oriente. En las almas de los via-

jeros ardería el fuego insaciable de su vocación

apostólica en su deseo de llevar el conocimien-


toy el amor de Cristo a todos los hombres de
buena voluntad. Y, en las noches serenas de
levante, en oración sobre la cubierta del navio,

— 27 —
:

JUAN DE CONTRERAS
contemplarían, surcando los cielos como la es-

tela fosforescente de una nave invisible, la Vía


Láctea, que del Apóstol había de tomar nombre,

el caminito de Santiago, que marca las rutas de


occidente ;
polvareda de estrellas, menos nume-
rosas que las almas que, por oficio del Señor
Santiago, llegarían a conocer y amar a Dios.
Tal vez — lo afirman graves autores — tocase
por vez primera tierras hispánicas en Andalu-
cía. De allí, romana que enlazaba Itálica
la vía

con Mérida llevaba, por Coimbra y Braga, al


puerto de Iria, Padrón ahora, el más famoso de
aquellas remotas costas. La más ve-
tradición
nerable tiene a Padrón como un lugar tan san-
tificado por el Apóstol, tan digno de ser visita-

do por los peregrinos como la misma ciudad


compostelana

quen vay a Santiago e non va a Padrón,


o faz romaria, ou non,

rezaba un cantar de romeros.


Los peregrinos, entre las rocas que se sumen
en el río Sar; entre la espesa sombra de los
castañares, en aquel paisaje rústico y apacible
buscaban la huella del Apóstol. Allí, a media la-

dera de la montaña, hay una ermitilla, infinidad

— 28 —
EL SEMBRADOR
de veces renovada, donde dicen que el Santo
se retiraba a orar, y por devoción, muy princi-

pales personajes, españoles o extranjeros, se


constituyeron en ermitaños, como aquella noble
francesa, Alicia de Arcurio y Teresa Martiz,
viuda de un rico banquero de Santiago, en el

siglo xv. En una fuente que sale del altar hacia


afuera "la más fríay delicada que yo vi en toda
Galicia" (escribe Ambrosio de Morales), bebían
y se lavaban los peregrinos en memoria del
Santo Apóstol ; más arriba, en unos peñascales
cimeros, veneraban la peña que se abrió mila-
grosamente para dejar paso a Santiago, perse-
guido por gentiles. En otras peñas buscaba la
devoción de los venidos de tan lejanas partes
la marca del pie del Santo allí impresa, y la
losa que le servía de lecho y la que utilizaba
como púlpito para predicar la Buena Nueva.
Tierra bendita era aquella de Padrón de Ga-
licia, y así consta de una Santa Princesa, Isabel
de Aragón, Reina de Portugal, que en 1336 se
detuvo algunos días en recorrer uno por uno
todos estos parajes. Era costumbre subir de
rodillas las gradas cavadas en la peña rezando
en cada una y pasar las peñas horadadas mila-
grosamente; aquellos agujeros que según

— 29 —
JUAN DE CONTRERAS
cuentan las viejas en Galicia se han de pasar en
vida, porque si no el ánima ha de venir a atra-

vesarlos después de la muerte, "y cierto — se


lee en el Viaje Santo — considerado el sitio y
la hermosa vista que de allí hay a la ciudad, que
estaba abajo en lo llano y a toda la ancha hoya
llena de grandes arboledas y frescuras de más
de dos leguas en largo, lugar es aparejado para
mucha contemplación".
Suponen algunos historiadores que la predi-

cación de Santiago fue, de momento, muy fruc-


tuosa y hasta que fundó diócesis, dejando por
obispo en Braga a San Pedro de Rates, acaso
su compañero de misión desde Judea, y a otros
de sus discípulos anónimos en Lugo y en As-
torga. La más vieja tradición hispánica afirma,
por el contrario, que la tierra galaica, aferrada
a sus cultos célticos —no bien desarraigados
todavía seis siglos más tarde — , fue muy esté-

ril y que sólo pudo lograr poquísimos prosélitos


(uno solo, dicen algunos). Y el nauta aventura-

do, el ardido luchador, juzgó al cabo llegado el

momento de abandonar aquel confín del occi-


dente, tan deseado antes y ya tan amado, para
volver a Palestina, donde le esperaba el supre-
mo triunfo del martirio.

— 30 —
IV

SANTA MARIA DEL PILAR


Triste sería el viaje del Santo Varón por
las vías romanas que atravesaban la Península
hacia los puertos de Levante, donde esperaba
encontrar fácilmente el acomodo de algún na-
vio que hiciese la ruta del Mediterráneo orien-
tal. Sus sandalias y su bordón golpearían las

losas de las calzadas que, por Lugo y Astorga,


conducían a Palencia, y de aquí, por Osma y
Numancia, hasta Césaraugusta, tierra pobre de
meseta, extremada en frío y en calor en las di-
versas estaciones, y en gran parte inculta toda-
vía. Las ciudades, apenas romanizadas, conser-
vaban aún la rudeza hispánica y reciente el re-

cuerdo de la lucha contra Roma. De vez en


cuando, alguna villa con su torre, su vivienda
y sus granjas venía a romper la monotonía del
erial con la nota alegre de sus trigales y de sus

— 33 —
3
JUAN DE CONTRERAS
viñedos. Zaragoza era una ciudad importante
a la que Augusto había dado su propio nombre,
santuario, fortaleza y mercado de toda la rica

vega del Ebro. Sus y sus plazas oyeron


calles
la voz del Apóstol, que venía a anunciar un
orden nuevo, a ofrecer un mundo de maravillo-
sas esperanzas, a enseñar los Caminos de la

Eternidad. No quiso el Señor iluminar todavía


aquellos corazones, que continuaron aferrados a
sus antiguas prácticas o a las que habían re-
cibido de Roma, sin que se repitieran allí aque-
llas conversiones en masa de que nos hablan
las Actas de los Apóstoles. Un grupo muy re-

ducido, de unos pocos varones de noble y gran


corazón, fue todo lo que pudo conseguir en ciu-
dad tan populosa. Con ellos salía, de noche, a
orar en un paraje solitario, cerca del manso y
copioso caudal del río.

Entonces ocurrió aquel hecho que es la tra-

dición más venerada y amable que hemos reci-

bido de nuestros padres; el hecho que ilumi-


na toda nuestra Historia, cuyo recuerdo es la

fuerza que ha impelido a grandes acciones y


la explicación secreta de muchos hechos mara-
villosos. Pasaba el Apóstol por uno de esos
momentos que llaman "desolación" nuestros

— 34 —
SANTA MARIA DEL PILAR
místicos, amarguísimo abismo en que se hunde
el alma y se debate sin poder por sí misma li-
berarse. El, ante aquel pueblo de esclavos, había
expuesto la doctrina liberadora que iguala al
siervo con el señor; ante aquella plebe, flage-
lada por el dolor humano, abrevada de lágri-
mas, acosada de dolores y de miserias, explicó
el sentido sobrehumano del Dolor, llave dorada
de la dicha Eterna; sus labios habían repetido
aquellos sublimes conceptos, nunca oídos en el

mundo, del Sermón de la Montaña: bienaven-


turados los pobres; bienaventurados los man-
sos ; bienaventurados los que lloran. La ciudad
había seguido su fiesta pagana y sus ciudada-
nos seguían entregados a sus negocios de cada
día, sin parar mientes en aquel extranjero mi-
serable que venía a contar historias inverosí-
miles de un judío ajusticiado. Estéril había
sido su viaje, inútiles sus esfuerzos, y, avergon-
zado de su fracaso, había de presentarse ante
sus hermanos que eficazmente laboraban en
otros parajes menos ingratos.
Inesperadamente suele sobrevenir la consola-

ción cuando el espíritu atribulado imagina que


no podrá salir nunca de aquel mar tenebroso.
He aquí cómo describe aquella insigne jornada

— 35 —
JUAN DE CONTRERAS
el más antiguo testimonio escrito de ella, que
está en un códice latino, en letra del siglo xni,
en el archivo del Pilar, y que traducido al ro-

mance dice así:


"Para alabanza y gloria de la Suma Trini-
dad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es el
verdadero Dios, Trino y Uno, y para promul-
gar los beneficios y glorias de la Abogada del
género humano, Madre del Hijo del Altísimo,
anunciamos a todos los fieles, como verídica y
fiel narración, cómo desde el principio de la
Religión Cristiana, la Capilla o Basílica de San-
ta María del Pilar de la Ciudad de Zaragoza,
y la iglesia adosada a ella comenzó su funda-
mento. Por consiguiente, queremos dar a la no-
ticia de los fieles algunos pocos casos de los

muchos admirables que han llegado hasta nos-


otros, obrados por el Hijo de la Virgen, a rue-
go y por los méritos de la misma Madre, con los
devotos de la capilla del escogido Pilar."

"Aquí predicó Santiago muchos días, logran-

do convertir para Cristo ocho hombres. Con


ellos se entretenía a diario acerca del reino de
Dios, y por la noche se iba a una era, cerca del

— 36 —
SANTA MARIA DEL PILAR
río, donde se echaba en la paja. Allí, después de
un breve reposo, se daban a la oración, evitando
las turbaciones de los hombres y las molestias
de los gentiles. A los pocos días, estando el

Apóstol con los fieles sobredichos, cansados de


la media noche, y durmien-
oración, hacia la

do ellos, oyó Santiago voces de Angeles que


cantaban Ave Maña, gratia plena, como si em-
:

pezasen los maitines del Oficio de la Virgen con


este suave invitatorio. El, arrodillándose en se-

guida, vio a la Virgen, Madre de Cristo, entre

dos coros de millares de Angeles, colocada so-


bre un pilar de mármol. La armonía de la Ce-
lestial Milicia de los Angeles terminó los Mai-
tines de la Virgen con el verso Benedicamus
Domini."
"Acabado éste, el purísimo semblante de la

bienaventurada Virgen María llamó a sí dulcí-

simamente al Santo Apóstol y le dijo : "He aquí,


hijo mío Santiago, el lugar destinado y diputa-
do para mi honor. Mira este Pilar en que me
asiento. Sabe que mi Hijo, tu Maestro, lo ha
enviado desde lo alto por mano de los Angeles.
Alrededor de este sitio colocarás el altar de la
Capilla. En este lugar obrará la virtud del Al-
tísimo prodigios y milagros admirables por mi

— 37 —
JUAN DE CONTRERAS
intercesión y reverencia a favor de aquellos que
imploren mi auxilio en sus necesidades. Y el

Pilar estará en este lugar hasta el fin del mun-


do y nunca faltarán en esta ciudad adoradores
de Cristo". Entonces el Apóstol Santiago, lleno
de alegría, dio innumerables gracias a Cristo y
también a su Madre. Luego aquel ejército, to-
mando a la Señora de los Cielos, la restituyó a
Jerusalem y la colocó en su celda."
"Este es aquel ejército de Angeles que Dios
envió a la Virgen en la hora que concibió a
Cristo, para que laguardasen y acompañasen
en todos los caminos y conservasen ileso al
Niño."
"Gozoso el bienaventurado Santiago con tal

visión y consolación, empezó inmediatamente


a edificar allí la Iglesia, ayudándole los que ha-
bía convertido a la Fe. Tiene dicha Basílica
como ocho pasos de ancho y dieciséis de largo.

A la cabecera está el dicho Pilar, mirando ha-


cia el Ebro, con y para su servicio or-
el altar ;

denó Santiago de presbítero a uno de los que él


había convertido, como el más a propósito. Des-
pués de haber consagrado dicha Iglesia, y de-
jado en paz a los mismos cristianos, volvió a
Judea, predicando la palabra de Dios. Intituló

— 38 —
SANTA MARIA DEL PILAR
dicha Iglesia Santa Maña del Pilar; y ésta es la
primera Iglesia del mundo dedicada por manos
apostólicas a honor de la Virgen. Esta es la Cá-
mara Angélica, fabricada en los principios de
la Iglesia. Este es el Palacio Sacratísimo, visi-
tado muy amenudo por la Virgen, en donde ha
sido vista muchas veces la Madre de Dios cantar
los Salmos Matutinos con los coros de los An-
geles. Aquí se otorgan beneficios a muchos por
intercesión de la Virgen y se obran innumera-
bles maravillas, concediéndolas Nuestro Señor
Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo
vive y reina por los siglos de los siglos. Amén."

Hasta aquí el viejo códice césaraugustano.

El Apóstol siguió las rutas de Levante y se


embarcó, acaso en Tarragona, hacia Palestina,
donde le esperaba el martirio. Pero, ¿qué im-
porta el martirio ni cualquiera de los dolores,
o de los oprobios de la vida, cuando el alma ha
sido visitada por la Divina Consolación? La
cristiandad pequeñita de Zaragoza se trans-
formó en una pléyade tan robusta e iluminada
que, cuando llega la hora de la prueba, dio a
Cristomayor número de mártires que Cartago
o Roma. Y poco después, el poeta Marco Aure-

— 39 —
:

JUAN DE CONTRERAS
lio Clemente Prudencio podría cantar en sus
versos de hierro el triunfo de Cristo en la ciu-
dad redimida

La pura sangre que bañó tus puertas


por siempre excluye la infernal cohorte:
purificada la ciudad, disipa
densas tinieblas.
Nunca las sombras su recinto cubren:
huye la peste del sagrado pueblo,
y Cristo mora en sus abiertas plazas,
Cristo doquiera.

Y continuó el culto a María en aquella su di-


minuta y pobre Catedral del Pilar aun en los
siglos en que los agarenos dominaban en las ri-

beras del Ebro. En el año 899 un monje de San


Germán de París, escribía que la iglesia de la
bienaventurada Virgen María era en Zaragoza
la Madre de todas las iglesias de la ciudad, de
la cual había sido arcediano San Vicente Mártir.
Siguen las referencias en los siglos xy xi, algu-
nas en documentos arábigos. Y en lo sucesivo
se dignó el Señor hacer en el sagrado recinto
tan estupendos milagros que parecen desig-
narlo por la Divina Omnipotencia como lugar
especialmente venerable, no solamente en las
Españas, sino en toda la Cristiandad.

Acaso se debe a la presencia de aquel pilar

— 40 —
SANTA MARIA DEL PILAR
inconmovible el triunfo en Zaragoza de la Cru-
zada española de 1936, cuando todas las cir-

cunstancias lo hacían inverosímil, y las repe-


tidas derrotas del marxismo materialista y ateo
casi ante los muros de la ciudad. Por esto la
aviación de los "sin Dios" intentó destruir la
fortaleza espiritual, que certeramente sabían
tan eficaz, con aquellas potentes bombas que,
atravesando el techo de la basílica, se rompie-
ron contra el suelo sin estallar, y hoy son un
trofeo más junto a aquella Imagen ante la cual

España solía rendir las banderas de los ene-

migos vencidos.

— 41 —
V
LA LEYENDA DEL SANTO
ENTERRAMIENTO
La tradición de la venida a España y de la

inhumación en tierra de Galicia del cuerpo del


Apóstol ha sido episodio de importancia tras-
cendentalísima en la Historia de la Cultura
española, que sin ella no tendría explicación
posible en muchos de sus aspectos. Por ella era
conocida España en la alta Edad Media en los
reinos escandinavos y en los más remotos mo-
nasterios de oriente. Lo que haya de cierto en
los detalles que la leyenda sagrada ha hecho
llegar hasta nosotros no lo sabemos, ni inten-
taremos averiguarlo. Vamos a narrar la tra-

dición tal como figura en los más viejos textos

compostelanos ; tal como los peregrinos del si-

glo xn la aprendían en el Códice Calixtino; con


aquellos maravillosos pormenores que inspira-
ban a los canteros que esculpían a golpe de cin-

— 45 —
JUAN DE CONTRERAS
cel los capiteles de los templos románicos, a
los pintores que pintaban los retablos primiti-
vos, a los juglares que corrían por aldeas y
castillos narrando la historia del Señor Santia-
go, primo y amigo del Señor y defensor de
las Españas.
Cuando el Santo Apóstol fue degollado por
orden de Herodes, los judíos arrojaron los res-

tos fuera de la ciudad para que fuesen devora-


dos por los perros. Sus discípulos, que le habían
seguido desde España, recogieron entre las som-
bras de la noche el cuerpo venerable y lo lleva-

ron a escondidas al puerto de Jaffa, donde lo

embarcaron en una de las naves que hacían el

comercio de occidente. La leyenda quiere que


fuesen los vientos tan propicios que aquella di-

chosa nave que venía a enriquecer a España


hiciese tan largo viaje en sólo siete días. Y así

llegaron a aquel dormido puertecillo de Padrón,


con su tranquila ría entre montecillos poblados
de castañares, y amarraron la navecilla a un
poste que luego piadosamente habían de vene-
rar los peregrinos. Aquella apacible ensenada
vio multiplicarse los milagros, como si la natu-
raleza toda quisiese rendir homenaje al que fue
tan querido de su Creador. El milagro se hace

— 46 —
LA LEYENDA DEL SANTO ENTERRAMIENTO

habitual en torno de los viajeros, que viven en


un ambiente irreal, de prodigios continuos. Una
clara luz, que en la noche brilla como el halo de
la luna, rodea al Santo Cuerpo, y la piedra en
que lo depositaron cede a su peso como si fue-
se un colchón de blanda pluma. "En el lugar
o portecico donde llegó y aportó el Santo Cuer-
po —escribe en Viaje Sacro Ambrosio de Mo-
el

rales — está una peña sobre- que pusieron y le

dicen se abrió milagrosamente en forma de se-


pultura. Esta yo no la vi, porque ya el agua del
río la ha cubierto y la arena también la cubre
con cualquier avenida, y aunque tienen cui-
dado de descubrirla, entonces estaba muy cu-
bierta. Lo que vi es hecho allí un muelle harto
agraciado, aunque pequeñito, con sus gradas
hacia el agua, dicen que para que se pueda ba-
jar a ver aquella concavidad de la peña y un
humilladero que allí hay, y se visita por los pe-
regrinos con gran devoción."
Quisieron los discípulos adquirir un terreno
en que pudiese fabricar sepulcro digno para
su sagrado depósito. Como supiesen que había
allí una dama poderosa que era señora de mu-
chas posesiones, acordaron dirigirse a ella pi-
diendo lo que necesitaban. Era esta señora tan

— 47 —
JUAN DE CONTRERAS
rica y respetada en la comarca, que las viejas
crónicas -medievales la llaman "Reina" y los
pintores de retablos suelen representarla mag-
níficamente vestida. Vivía esta señora en un
castillo —uno de tantos castros celtas como aún
permanecen en Galicia — que llamaban "Castro
Lupario", entre Padrón y Santiago. Acaso era
una especie de maga o sacerdotisa iniciada en
los viejos cultos naturalistas de sus antepasa-
dos. Escuchó la astuta hembra la relación de
los peregrinos, y deseando librarse de ellos, les

aconsejó que acudiesen al legado del César en


aquel confín del occidente, que era un llamado
Filotro, que vivía en Dugium (junto a San Mar-
tín de Duyo), al norte del cabo de Finisterre,
en los últimos extremos de la tierra; el cual,

noticioso ya de la nueva doctrina y enemigo de


ella, los hizo encerrar en un calabozo. Pero en

aquellos años dichosos los Angeles visitaban la

suave tierra de Galicia para velar sobre la na-

ciente Cristiandad. Como a San Pedro, un An-


gel franqueó a los discípulos las puertas de la
prisión. A punto de pasar el puente sobre el

Tambre divisaron una partida de jinetes que iba


en su seguimiento; pasáronlo despavoridos, y
desde la otra orilla pudieron presenciar cómo

— 48 —
LA LEYENDA DEL SANTO ENTERRAMIENTO

se derrumbaba la robusta fábrica y se precipi-


taban en las aguas del río, envueltos entre sus
ruinas, caballos y caballeros.
Ni aun este milagro ablandó el corazón de la
señora Lupa, la cual, con dañada intención, in-
dicó a los cristianos que se llegasen a un monte
cercano llamado Ilicino y tomasen de sus ha-
ciendas y ganados lo necesario para transportar
el cuerpo y edificar monumento; porque en
el

aquel lugar se guarecía una gran serpiente que


tenía atemorizadas a las aldeas y caseríos del
contorno. Salió a ellos el monstruo, pero sólo
con hacer sobre él la señal de la Cruz cayó sin
vida a un lado del camino.
Era preciso a los discípulos escoger entre los

ganados de Lupa una yunta que transportase


el Cuerpo Santo y acarrease los materiales para
el túmulo. Toros había en el monte, pero cerri-
les y bravísimos. Muchos siglos más adelante,
el licenciado Molina, en su Descripción del Rey-
no de Galicia, afirmaba que en aquellos parajes
"ay vacas brauas, que para cazallas es menes-
tergran industria y lagos, como para qualquie-
ra otra caza" pero a la voz de los cristianos
;

rindieron la cerviz como si hubiesen siempre


soportado el yugo. Los discípulos bendijeron

— 49 —
4
,

JUAN DE C O N T RE R AS
el monte, testigo de prodigios, y le llamaron
"Pico Sacro".
Con la fuerza de tantos milagros, la señora
Lupa vino en hacerse cristiana y consintió en
que fuesen derribados los ídolos; puesto sobre

una carreta arrastrada por los toros amansa-


dos milagrosamente, abandonaron los discípulos
su sagrado depósito al instinto de estos anima-
les. Y éstos, después de recorrer tres leguas ha-
cia oriente, se detuvieron en un campo que
era de la señora Lupa, la cual se apresuró a
ofrecerlo a los cristianos — ella lo era ya tam-
bién — para que edificasen el mausoleo. Este es
el lugar que, al correr los siglos, había de ocu-
par la Catedral y la ciudad de Santiago, con
sus templos, palacios y monasterios, una de
las más famosas del orbe. Por la liberalidad de
la donación se llamó Liberum donum.
Las sagradas reliquias fueron depositadas en
un sarcófago de mármol —arca marmórea —
acaso aprovechado' de otro enterramiento anti-
guo o construido y sobre él fueron
al intento,

elevados un ara y un pequeño santuario.


Esta es la tradición de la traslación del cuer-

po del Apóstol de España a Galicia, tal como se

lee en las viejas crónicas medievales. El pueblo

— 50 —
LA LEYENDA DEL SANTO ENTERRAMIENTO

español se la sabía de memoria, y para recor-


dársela estaban los imagineros y pintores de
retablos. Sosteniendo el dintel de muchas de
las iglesias románicas del camino que seguían
los peregrinos se ven los toros que rindieron
su cerviz en el "Monte Sacro". En el retablo

de la Catedral de León, obra de Nicolás Francés


en el siglo xv, se puntualizan todas las escenas
del drama, y lo mismo en tantos otros, como el

de Alonso de Herrera y Pedro de Bolduque en


la Catedral de Segovia.

— 51 —
VI
La pequeña capilla quedó sola como con- —
venía a monumento funerario —
entre aquellas
selvas, al cuidado de dos de los discípulos, a

quienes la tradición —nuestro guía — llama


Atanasio y Teodoro. Rindieron al cabo estos
santos varones su tributo a la muerte y alcan-
zaron el alto premio de ser sepultados junio al

cuerpo de su Maestro. La lluvia de muchos


años cayó sobre el "arca marmórea", y poco a
poco fueron extendiéndose sobre ella las nie-

blas del olvido. Acaso la Cristiandad fue siem-


pre harto precaria en aquel país, lleno todavía
en plena Edad Media de reminiscencias paga-
nas. Pasaron los siglos y hubo grandes con-
mociones de pueblos y cambios de religión y
de leyes. Gentes rubias del norte, venidas de
los bosques de Suevia, entraron a sangre y fue-

— 55 —
JUAN DE CONTRERAS
go, y aun las páginas del Obispo gallego Idacio
son un reflejo de los horrores de la invasión:
del hambre espantable, de la sangre, de los in-
cendios. Hombres de otra casta entre los ger^
manos disputaron con guerras aquel territorio
a los feroces suevos y se enseñorearon de él.

Al cabo, llegaron al confín de la tierra, en atre-


vida algarada, los jinetes sirios o africanos del
Califa de Damasco.
El monumento quedó olvidado ; acaso el hilo

tenue de una tradición imprecisa recordaba, en


las aldeas escondidas, de padres a hijos y de
abuelos a nietos, cómo vino a reposar en tie-

rras de Galicia el Apóstol Santiago, primo y


amigo del Señor. Pero no lejos de su ámbito,
en las mismas montañas del nordeste, se había
ya encendido la pequeña llamita de la indepen-
dencia de España en la que había de prenderse
en gran incendio toda la Península para ilumi-
nar y dar calor a un orbe nuevo. Unos cuantos
caballeros, monjes y prelados que tomaron so-

bre sí la empresa de restaurar la monarquía vi-

sigoda en los valles de Asturias, obtuvieron en


los recovecos de Covadonga una primera victo-
ria que dotó a la empresa de optimismo triun-

fal. Los momentos eran favorables, pues des-

— 56 —
COM POSTE LA
contentos los berberiscos que ocupaban las

montañas del norte, de la parte que les había


correspondido, descendían en avalancha hacia
las fértiles regiones del mediodía. Galicia, León,
las Asturias, el país vasco, quedaban libres de
dominadores agarenos, y en estos países re-

nacían las primitivas cristiandades. Un político

hábil, Alfonso I, conociendo cuán grande y te-

mible era aún el poder del Califato de Oriente,

asoló las Castillas para crear un desierto que


fuese defensa de las comarcas del norte, y se
trajo a Asturias y a Galicia la gente de la tierra

llana. De 791 a 842 reina en Asturias un Rey


Santo, gran repoblador. Alfonso II edificó la

ciudad de Oviedo, cercada de murallas, con pa-


lacios suntuosos y aulas para la administra-
ción de la justicia, con las iglesias de San Sal-
vador, Santa María y San Tirso. El reino se
robustecía y demostraba su potencia para recha-
zar los intentos de los andaluces. Ya los monjes
comenzaban a roturar los campos y a ornamen-
tar códices preciosos. Tal vez algún Horacio o
algún Virgilio era ornato de las bibliotecas
conventuales por cuyas ventanas entra el aro-

ma húmedo de las pomaradas. El nombre del


nuevo Reino comienza a sonar más allá del Pi-

— 57 —
JUAN DE CONTRERAS
rineo y no lo ignora Carlomagno, el gran em-
perador de la barba florida. El cielo premia la
piedad de Alfonso y la pureza de su corazón
haciendo que por mano de Angeles sea labrada
la cruz empedrada de gemas que el príncipe
anhelaba poseer.
Es en este reinado de actividad reconstruc-
tora cuando tiene lugar el prodigio que dio nom-
bre a España ante el mundo entre las sombras
de aquellos siglos y la dotó de espíritu para
realizar las empresas más asombrosas. Corrían
los primeros años del siglo ix cuando llegaron
a Iria, cuya sede ocupaba el piadoso Obispo
Teodomiro, los rumores de que en un bosque
muy cerrado y denso, cerca del Sar, aparecían
de noche los breñales como sembrados de estre-
llas rutilantes, y que entre las sombras de la

floresta surgían como voces de Angeles que


llenaban aquellas soledades de inefables con-
ciertos. Dicen que por allí tenía su ermitilla un
bendito anacoreta, Pelayo de nombre, el cual,

por revelación o porque hubiese recogido los


vestigios de antiquísimas tradiciones, supo que
aquellas luces se encendían y aquellas músicas
se concertaban en honor del bienaventurado
Apóstol Santiago, sepultado en aquellos luga-

— 58 —
C O M P O S T E L A

res. Como los prodigios no cesaban, los vecinos

de la parroquia de Salolio y de otras comarca-


nas acordaron acudir al Obispo. "Por rreuela-
ción fay algus homes et personas de grande
auctoridade —se lee en el Cronicón Iriense —
demostrado et apertamente viiam grandes lu-

mes de candeas arden de noyte e de dia en huun


monte muy espeso de muytos arbores et siluas
a oyto milias de Iría, et que non se apagauan
de día et de noyte. Et mais que oian ende con-
tinuamente grandes cantares de angeos." Re-
cibió el Obispo sorprendido la devota embajada
y quiso presenciar por sí mismo aquellos prodi-
gios que convertían en claro y alegre día las
sombras de la noche en aquellos parajes silva-

nos. Y habiéndose percatado por sí mismo de la

verdad del relato, juzgó que allí se escondía al-

gún misterio que era preciso aclarar. Y ordenó


que sus diocesanos ayunasen por tres días para
obtener el auxilio divino en aquella empresa.
Las hachas de los leñadores comenzaron a
abatir los árboles de la selva; roturáronse las

malezas, y entre ellas aparecieron, ante los ojos


de la multitud que, sugestionada, seguía los
trabajos, restos de antiguos edificios. Estimula-
do el afán con la esperanza, los cavadores des-

— 59 —
J U A X DE CONTRERAS
cubrieron un monumento rodeado de un peque-
ño atrio en el cual había cavadas dos sepulturas.
En el interior del edículo hallaron un altar y
a su pie una losa funeraria, que cubría restos
humanos. El que un altar se edifique sobre una
sepultura indica que en ella se guardan las re-
liquias de un Santo. Por divina revelación, o
por la tradición local, o porque así lo dijesen

ciertas letras griegas y latinas —como se lee


en antiguos documentos — , Teodomiro se con-
venció de que había encontrado el cuerpo del
Apóstol. He aquí cómo describe, en su viejo
lenguaje galaico, musical como el tañido de la
gaita, el Cronicón Iriense el hecho del descu-
brimiento: "Et por la graca de Deus entrou
ena espesidume do monte et achou una casilla

pequeña de arcas de marmores et dentro una


tumba de moymento moy boo, a qual asy adia-
da, dou muitas gragas a Deus e langouse en
oracon et en jajun (ayuno) et foylle reuelado
qu era aly sepultado o corpo do Apostólo San-
tiago Zebedeu, que auia oytocentos anos que
ally jazia ascondido en aquel monte et siiuas

et matas".
Una miniatura del tumbo A en la Catedral

compostelana nos pinta la escena en que el ve-

— 60 —
COM POSTE LA
nerable Obispo penetra en el santuario y llega
a la tumba, incensada por un Angel.
¡Aleluya! Las dichosas Españas, tierras de
mártires y de cruzados, han sido halladas dig-
nas de custodiar la tumba del "Hijo del True-
no", el celoso Apóstol del Señor. Llegó la noticia
a la Corte de Oviedo, y el buen Rey Alfonso se
apresuró a venir al lugar santo y a postrarse
allí con abundantes lágrimas y oraciones. Nada
ya parecía difícil, y una ola de confianza y de
alegría se extendía por el pequeño reino monta-
ñés. ¿Qué había ya imposible para los españoles

si la Providencia les señalaba entre los otros


pueblos con favores tan especiales? El mismo
Alfonso proclamó al Apóstol Patrón y Señor de
toda España, para que España — ya liberada la

y la todavía sujeta a agarenos — fuese su feudo


y señorío y como a cosa propia la defendiese.
Con consejo de Obispos y de hombres ilustres, el
Rey decidió construir una iglesia que fuese ca-
beza de la diócesis iriense. Iglesia pobrísima, de
piedras asentadas con barro, ex petra et luto
opere paruo, que había de ser la simiente de
uno de los más insignes templos de la Cristian-
dad; junto a ella, un baptisterio consagrado a
San Juan Bautista, y un poco más lejos, aquel

— 61 —
JUAN DE CONTRERAS
gran edificador hizo levantar otra ya menos hu-
milde, non modicam, con tres altares, consa-
grado el principal al Salvador y los otros a los
Apóstoles Pedro y Juan. A su lado construyó
claustro y monasterio donde viviesen un abad
y doce monjes. También Obispo y el clero de
el

Iria abandonaron esta ciudad para hacer vida


común junto al sagrado depósito. En tanto, se
desmontaba el bosque, se levantaban por todas
partes tiendas y barracas y comenzaban a acu-
dir, al olor de la ganancia, artesanos, comer-
ciantes y cambiadores. Iba naciendo en aque-
llas soledades la ciudad surgida al calor de la
devoción al Apóstol. El Rey no se cansaba de
dotar a las iglesias de preciosas alhajas y seña-
laba a la de Santiago un coto de cuatro millas
en torno. Entre tanto, había que contener a los

musulmanes, empeñados en aniquilar a la mo-


narquía asturiana, y el buen Rey y sus caba-
lleros, con milagros de energía, lograron ase-
gurar la independencia de la Patria. Se levantó
un recinto amurallado y torreado para amparo
de los lugares santos; se trazó un acueducto
para proveerlos de agua. Pronto la devoción
exigió nuevas iglesias, una a Santa María, en
cuyo torno se congregó una comunidad bene-

— 62 —
COM POSTE LA
dictina: la Corticella. En la plaza del Paraíso
establecían su tinglado los cambiadores y los

vendedores de conchas, de correas y de toda


suerte de especias y medicamentos; en la del
Preguntoiro se daban los pregones y se hacían
las subastas. Por todas partes se edificaban al-

bergues para los peregrinos. La ciudad naciente


comenzaba a ser llamada con el bello nombre
de "Compostela", campo de estrellas, que re-

cordaba el milagro inicial. Las recientes exca-


vaciones en la Catedral de Santiago confirman
el relato de las crónicas del siglo x. Han apare-
cido los restos de los templos de Alfonso II y de
Alfonso III ; el sepulcro de Teodomiro, el Obis-
po descubridor, y en torno de la tumba del
Apóstol, una necrópolis cristiana anterior ai si-

glo v.

En guerras civiles se abrasaba el emirato mu-


sulmán de Córdoba, y en tanto el emir omeya
veía desmembrarse el estado, Alfonso III de
Asturias se declaraba protector de los rebeldes,
realizaba atrevidas correrías y daba a la mo-
narquía alientos y ambiciones imperiales. El
centro espiritual del Reino norteño es Compos-
tela. Harto pequeña era la iglesia construida
con cantos y barro por Alfonso el Casto en días

— 63 —
JUAN- DE CONTRERAS
de hierro, y el poderoso Rey ordena que se le-
vante en su lugar una Catedral ostentosa, por
los hábiles obreros que en Valdediós habían
elevado una gran basílica en que influencias
mozárabes se entrelazan a la tradición artística

asturiana. Para ello se trajeron por mar —no sin


lucha con los agarenos — los mármoles roma-
nos de un palacio arruinado de los Reyes go-
dos y se aprovecharon algunas piedras maravi-
llosamente esculpidas {miro opere sculpta) de la
construcción de Alfonso II. Y se levantó un
gran templo de tres naves y tres ábsides consa-
grados al Salvador, a San Pedro y a San Juan,
con una portada en el hastial y otra al norte,
ambas construidas con los mármoles antiguos.
Ante esta puerta del norte se construyó un
pórtico de dieciocho columnas grandes que sos-
tenían una galería cuya techumbre se apoyaba
en columnillas y que debió de ser el asombro
de aquella edad. Sobre la tumba del Apóstol
pendía una gran cruz "patada" de oro enrique-
cida con gemas. Dieciséis prelados consagra-
ron la nueva iglesia el 6 de mayo del año del Se-
ñor 899.
Todo era poco para el renombre que iba ad-
quiriendo por todo el orbe el sepulcro del Após-

— 64 —
COM POS TELA
tol. Alfonso II había comunicado el hallazgo al
Papa San León y al Emperador Carlomagno,
su amigo. Los peregrinos venían en tal número
que parecía cosa milagrosa. Hasta a los musul-
manes había llegado la fama de aquel lugar. En
850 estuvo allí el diplomático y poeta andaluz
Yahia-ben-Alhaquem-al-Gazel acompañando a
una embajada normanda, y no es raro encontrar
en autores musulmanes noticias del sepulcro del
Apóstol y de las peregrinaciones. Por el mismo
tiempo llegaba a Compostela un peregrino ale-
mán, San Evermaro. Después de Roma y de los

Santos Lugares, Santiago era el paraje de ma-


yor devoción de toda la Cristiandad. Las joyas
y las telas preciosas, las riquezas de toda suerte
que la devoción iba acumulando en el templo,
tentaron la codicia de los piratas normandos y
de los guerreros musulmanes, que diversas ve-
ces fueron rechazados.
En el año de 997 el Califato de Córdoba se
veía restaurado en todo su poder por la fuerte
mano de Almanzor, "hagib" del Califa Hixem II
y*el más atrevido guerrero de su tiempo. Al-
manzor quiso asestar un golpe mortal en el co-
razón del Reino cristiano y proyectó su expedi-
ción a Santiago, que los cronistas musulmanes

— 65 —
5
JUAN DE CONTRERAS
comparaban a la Meca por la gran afluencia de
peregrinos. De acuerdo con los Condes gallegos
y leoneses rebeldes a su Rey, el "hagib" llegó a
Galicia y asoló todos aquellos lugares y monaste-
rios que trabajosamente, a lo largo de tres si-

glos,habían ido reedificando y repoblando los


buenos Reyes de Asturias y León. Aterroriza-
dos, los habitantes de Compostela, con su Obis-
po, huyeron a refugiarse en las montañas. El
conquistador llegó ante los muros de la ciudad
y quedó asombrado al ver las murallas abando-
nadas y las puertas abiertas. Ni un alma en las

calles, de ordinario tan bulliciosas con el trá-

fago de peregrinos, mercaderes y cambiantes.


Acaso penetrada el alma de secreto pavor, el

guerrero indomable se llegó a la Catedral que


cobijaba el cuerpo del Apóstol, que él mismo
veneraba como compañero y amigo del gran
Profeta Jesús. Sobre la tumba de Santiago, como
si no se hubiese dado cuenta de la gran catástro-
fe, del asolamiento de toda su Patria, se veía

la figurilla frágil de un anciano monje, dema-


crado por las penitencias, que seguía rezando
tranquilamente.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó el "hagib".

— 66 —
COM POS TELA
— Estoy orando ante el sepulcro de Santiago
—contestó monje.
el

— Reza cuanto quieras —replicó Almanzor.


Y puso guardia para que nadie le inquieta-

se. El asceta continuó en su oración fervorosa,


en tanto la ciudad era arrasada hasta los ci-

mientos y una fila interminable de cautivos cris-


tianos de los cuales los más robustos llevaban
a hombros las puertas y las campanas de la
basílica de Alfonso III, cubría los caminos que
llevan hacia el sur.

— 67 —
VII
El sepulcro del Apóstol había sido honrado
por la Providencia con muy bellos prodigios.
Cuéntase en el capítulo II del Libro de los Mi-
lagros de Santiago, atribuido al Papa Calix-
to II, que en años muy remotos llegó a Com-
postela un peregrino, proveniente de Italia, a
quien su Obispo había impuesto esta romería
en penitencia de un gravísimo delito, con la

condición de que había de entregar al Obispo


compostelano una relación escrita de su peca-
do. Llegó el italiano cuando se celebraba en la

Catedral solemnemente la gran fiesta del 25 de


y con lágrimas de vergüenza depositó so-
julio,

bre carta acusadora. Pero cuando el


el altar la

Obispo fue a leerla no encontró sino un perga-


mino en blanco, pues por intercesión de Santia-
go se había borrado, en señal de perdón, la re-

— 71 —
:

JUAN DE CONTRERAS
lación humillante del delito. Cuéntase también
que a un caballero de linaje de reyes que se pa-
seaba a caballo cerca del mar de Galicia se le
desbocó la bestia y lo arrojó al agua. A punto
de perecer ahogado, se encomendó al Apóstol
y salió a flote sobre las olas, cubierto de vene-
ras. De este prodigio, del cual dicen se origina
la costumbre de adornarse con conchas los pe-
quedaron como memoria unos versos,
regrinos,
no horádanos precisamente, en el antiguo bre-
viario de la Catedral de Oviedo

Cunctis mare cernentibus


Natus Regis sumergitur,
Sed a profundo ducitur
Totus plenus conchilibus...

Con estos y otros prodigios subía hasta las


estrellas la fama del Santuario de Compostela,
y de todo el orbe acudían peregrinos al sepulcro.

Al apuntar la primavera del año 1056, hallán-


dose en la ciudad el Infante don García, Rey
luego de Galicia, llegó una expedición de pere-
grinos de Lieja, presidida por Roberto, monje
del monasterio de Santiago en aquella comarca,
los cuales se llevaron, con destino al referido

monasterio, una reliquia del Apóstol que obró

— 72 —
LA ROMERIA
luego insignes prodigios. Por estos mismos años
se verificó la peregrinación de un monje grie-

go —algunos hacen Obispo y llaman Este-


le le

ban— de , cual hablaremos más adelante. En


la

el mismo monje armenio San Si-


siglo xi, el

meón, que recorría los santuarios de Europa


llegó a Compostela, en los confines de la tierra,

para encomendarse a Santiago. A pie, desde Ale-


mania, llegaron San Teobaldo de Champagne y
su compañero Gautier, y de Italia acudía, a
pie también, San Guillermo, fundador de la Con-
gregación de Montevirgen. Entre otros grandes
personajes visitaron el sepulcro Pedro, Obispo
del Puy; Guido, Arzobispo de Milán; Sigfrido,

Arzobispo de Maguncia, y el caballero norman-


do Roger de Tosny. Cuenta una vieja Crónica de
Normandía que el caballo español que montaba
Guillermo el Conquistador en la batalla de Has-
ting (1066) le había sido llevado de España por
un caballero normando, peregrino de Compos-
tela.

Pasado el terror milenario, se extendía por


Europa como una oleada de esperanza y de
optimismo. La paz permitía labrar los campos
a los labradores y a los artesanos dedicarse a
sus oficios. La Cristiandad, según la frase del
JUAN DE CON T R E RAS
monje Raúl Glaber, se ataviaba con el blanco
vestido de nuevas iglesias. Abiertos estaban los
caminos y se establecían corrientes culturales
y comerciales entre los diferentes reinos. Las
peregrinaciones en masa a Santiago son un
hecho corriente, y en el mismo siglo xi, en 1072,
Alfonso VI de Castilla y León suprime los por-
tazgos de Galicia en beneficio de los peregrinos
de Italia, Francia y Alemania que se encami-
naban a Santiago. Era entonces la romería har-
to penosa y llena de peligros, pues los peregri-
nos, después de pasar el Pirineo, huyendo de
las bandas de salteadores sarracenos, sin Dios
ni ley, que todavía infestaban la bajaNavarra y
la Rioja, tenían que tomar guías que les con-
dujesen por sendas de cabras a través de las
montañas vascas. Reyes, Obispos y grandes se-
ñores, en este mismo siglo xi, tomaron como la
empresa más grata a Dios la de facilitar las

peregrinaciones y socorrer y amparar a los pe-


regrinos. El Rey Patriarca Sancho el Mayor,
Emperador de las Españas, pacificó toda la

Rioja, la arrancó del poder de los bandidos mo-


ros y mandó trazar una carretera desde el Pi-

rineo a Nájera, según se lee en el Cronicón


Silense. La Reina doña Mayor y Santo Domingo

— 74 —
LA ROMERIA
de la Calzada construyeron, para los peregri-
nos, puentes de sabia arquitectura.
Este camino se iba poblando, en sus etapas
principales, de buenas hospederías, en las cua-

les muchas personas santas consagraban su

vida al cuidado de los peregrinos, pobre huma-


nidad fatigada, afligida de toda suerte de mi-
serias.Apenas comenzaban a descender por las
vertientes meridionales del Pirineo, en Ibañe-
ta se encontraban con un hospital que, según
la tradición, fundó nada menos que el Empe-
rador Carlomagno. En Pamplona todo un barrio
estaba dedicado a alojar a aquellos devotos ex-
tranjeros, y más hacia el sudoeste, Santo Do-
mingo de la Calzada era una ciudad cuya úni-
ca razón de ser consistía en el camino de la
peregrinación. Santo Domingo es el ángel de
las rutas: trazador de caminos y ponteador,
funda en la ciudad un hospital y hospedería en
que él mismo asiste a los viandantes. La cate-
dral es uno de los jalones de reposo de los ro-
meros y sus ámbitos presenciaron prodigios es-
tupendos. San Lesmes se instaló fuera de los

muros de Burgos, en la estancia que le cedió


Alfonso VI, y consagró su vida a recibir, curar
y proporcionar descanso y sustento a los pobres

— 75 —
JUAN DE CONTRERAS
romeros. Alfonso VIII construyó en la misma
ciudad el magnífico hospital del Rey, cerca de
Las Huelgas. Lo mismo hacía, en la vieja Cas-

tilla, San Juan de Ortega. Como en su tiempo


—a mediados del siglo xn — los montes de Oca
estuviesen infestados de ladrones, para resguar-
do de los peregrinos que hacían la vía de San-
tiago fundó un convento y un hospital y reedi-
ficó, para su comodidad, los puentes de Logroño,
Atapuerca, Nájera y la Calzada, porque, mer-
ced a las peregrinaciones, se iban restaurando
puentes y caminos abandonados desde la ruina
del Imperio. Ya en el Reino de León, don Julián,
abad de Sahagún, estableció en su monasterio
una hospedería para los que iban a Santiago.
No todos miraban, sin embargo, con tan pia-
dosos ojos a estos extranjeros. Las montañas
pululaban en bandoleros y muchos hombres
perversos asesinaban a los miserables para
arrebatarles el dinero que traían para su sus-
tento o para piadosas ofrendas. El preámbulo
del libro de la Cofradía de Cambiadores (hacia
el 1300) dice, refiriéndose a aquellos primeros
tiempos : "E sabido por todo o mundo, logo acu-
dirán tantas gentes que era milagro; e daban
sendos dineiros e esmolas aos cregos; e tragian

— 76 —
LA ROMERIA
non eran
tantos dineiros de prata e de ouro que
conoscidos. E moitos malditos homes mataban e
roubaban os romeiros ansi na cidade como jora
della". Los Reyes tomaron diversas providen-
cias para seguridad del camino y unos cuantos
caballeros hicieron voto de consagrar su vida
a la defensa de los viajeros indefensos que ha-
cían su romería, como los caballeros andantes
de los romances de gesta. Así nació la ínclita y
gloriosísima Orden Militar de Santiago.

— 77 —
VIII

EL CAMINO FRANCES
Los tres primeros siglos del segundo mile-
nario, cuando, afirmadas ya las naciones, co-

menzaron a ordenar aquel concierto de pueblos


que se llama "la Cristiandad", en que se conti-
nuó la obra de unidad del Imperio romano, son
las centurias áureas en la historia de las pe-

regrinaciones. Con la cruzada de los Santos Lu-


gares, el viaje a Compostela es el gran anhelo
de la Europa medieval. Desde las costas bru-

mosas de Escandinavia hasta las doradas cam-


piñas de Nápoles, no había en occidente —salvo
los núcleos musulmanes de España y de Sici-
lia —
sino una fe. En todas las ciudades de Eu-
ropa había un lugar donde cada año se reunían
los que se aprestaban, ya provistos de venera,
bordón y escarcela, a emprender el santo viaje.
Con sus cánticos y oraciones, con el recitado

— 81 —
ó
JUAN DE CONTRERAS
de historias y romances, hacían más breve su
caminata por las vías romanas que llevan a
España y a través de las cuales les acogían in-
numerables santuarios y hospitales. Los más
expertos iban provistos de guías, como el Coáex
Calistinus, en que se indicaban los parajes hos-

tiles y los amigos, los hospitales y las albergue-


rías. De las cuatro rutas que de Francia con-
ducían a España, tres se reunían en Ostabat,
para cruzar el Pirineo por Roncesvalles, en cu-
yas hondonadas los romeros aún creían escu-
char los ecos de la trompa de Rolando, y otra,
por el puerto de Aspe daba entrada al alto Ara-
gón. Ambas corrientes humanas venían a con-
verger a Puente la Reina y de allí seguían por
Estella, Logroño, Nájera, Santo Domingo de la

Calzada, Belorado, Montes de Oca, Burgos, Cas-


trogériz, Frómista, Carrión, Sahagún y León;
tierras altas de meseta, cubiertas de monte bajo,
con vegas alegres y sotos de chopos en torno
de las villas, junto a los ríos. Desde aquí el te-

rreno era más quebrado y se cubría con bos-


ques de castaños y robledales espesos; unos
peregrinos entraban en la verde Galicia por
Ponferrada y el Bierzo, para llegar a Compos-
tela por Barbadelo, Portomarín, San Mamed y
— 82 —
EL CAMINO FRANCES
Ferreiros; otros por Puebla de Sanabria lle-

gaban a la ciudad santa por Allariz, Orense, La-


lín, Ambasaguas y Salgueiro. Esto podía hacer-
se, por los que venían a caballo, en sólo trece jor-

nadas. Todo, a lo largo del camino, les hablaba


del Apóstol y de sus milagros. En Santo Do-
mingo de la Calzada oían cacarear, en las naves
de la Catedral, a aquel gallo que, con su galli-

na, recuerda el milagro famoso del canto de la

gallina asada y del ahorcado inocente resuci-


tado; en San Lorenzo, poco antes de Compos-
tela, venían a venerar el cuerpo de aquel pere-
grino de Lorena, al cual, en una sola noche,
transportó Santiago, sobre el arzón de su ca-
ballo, desde la cumbre del Pirineo ; una leyenda
y caballeresca iluminaba aquel camino
mística
con un resplandor maravilloso, y en ella se
confundían las gestas de Carlomagno y de los
doce Pares con las de Sancho el Mayor, Empe-
rador de las Españas, y los suaves milagros de
San Juan de Ortega y Santo Domingo de la

Calzada.
Durante la última jornada había entre los pe-
regrinos como un pugilato para ver quién de
ellos era el primero que desde el Monxoy (mon-
te del gozo) vislumbraba las torres de la ciudad,

— 83 —
JUAN D E C O N T R E R A S

porque aquel que lo conseguía era proclamado


rey del grupo —de aquí los apellidos Rey, King,
Leroy, etc., tan frecuentes en Europa — . Unos
minutos para lavarse y quitarse el polvo en el

río Lavacolla y, generalmente, al caer la tarde,


la caravana invadía la ciudad apostólica llena
con el bullicio de otras semejantes. A la entra-

da, como ahora en las estaciones los mozos de


los hoteles, les asediaban con sus voces y sus
artificios los criados de los albergueros.
La primera visita era, naturalmente, a la
tumba de Santiago, meta de tantas fatigas; y
era tal la prisa de acercarse a ella lp más posi-
ble, que las reyertas, a veces sangrientas, eran
cosa ordinaria. La costumbre era pasar en vela
la primera noche y oir luego la misa de madru-
gada, después de la cual se publicaban las in-
dulgencias. Sacerdotes provistos de varas gol-
peaban simbólicamente con ellas a los romeros
en señal de perdón. "Grata y profunda impre-
sión —dice el vetusto Códice Calixtino — causa
el ver las caras de los peregrinos en torno del
altar de Santiago. Los alemanes están a un lado,
a otro los franceses, y todos permanecen re-
unidos en grupos, con cirios encendidos en las
manos, de modo que la iglesia está iluminada

— 84 —
E L C A >M 1 N O F R A N C E S

como si fuese de día. Cada cual vela con sus


compatriotas, cantando cánticos religiosos al
son de las cítaras, de las liras, de los tímpanos,
de las flautas, de las fístulas, de las chirimías, de
las arpas, de las violas, de las ruedas británicas
o gálicas, de los salterios o de otros instru-
mentos."
Hombres venidos de todas partes y que ha-
blaban todas las lenguas se agolpaban en las

capillas de la Catedral para venerar las santas


reliquias; orientales magros y cetrinos, rubi-

cundos hombres del norte, se dispersaban por


las Quintanas y por el Paraíso, por el Obradoi-
ro y por las Platerías comprando veneras de
metal o imágenes de azabache, cambiando su
moneda en los puestos de los cambiadores. A
la noche, unos se repartían por albergues y hos-
pederías y los más se amontonaban en las es-

tancias del hospital de Santiago. Entre ellos ha-


bía muchas veces personajes de cuenta y gran-
des señores el mismo Cid Campeador tomó un
;

día el camino de Compostela, según reza el ro-

mance :

Ya se parte don Rodrigo


que de Vivar se apellida.
Para visitar Santiago
andando va en romería.

— 85 —
JUAN DE C O N T MERAS
Más adelante, siguen la misma ruta prínci-
pes aventureros o devotos que se preparaban
para alguna grande hazaña viniendo a postrar-
se ante latumba venerable: Juan de Breña,
Rey de Jerusalén; el desdichado Sancho II de
Portugal —Sancho Capelo— ;
Eduardo, Prínci-
pe de Gales; Hugo IV, Duque de Borgoña;
Raimundo VII, Conde de Tolosa; infinidad de
Príncipes, de Obispos y de Señores con sus
comitivas abigarradas de soldados, lacayos y
juglares.

A pie, como los más pobres entre los men-


digos, dos peregrinos atravesaron España de-
jando a su paso una estela de milagros y de
leyendas, una fragancia de santidad: son los

dos pilares sobre los que se asienta aquel siglo


de las Catedrales y de la Suma Teológica; el
orden perfecto de la Cristiandad. Uno de ellos

era Francisco, nacido en la ciudad de Asís, en


Umbría. Toda Navarra y el norte de Castilla,
el Bierzo y Galicia están sembrados de leyen-
das de su paso:

Hace el romero su vía


por el camino francés.
¡Dichosa tierra de España
que por tus sendas le ves!

— 86 —
EL CAMINO FRANCES
En Santiago obtuvo el terreno necesario para
edificar un convento del abad de San Martín,
a cambio del foro de un cestillo de peces, y él,
enamorado de la dama pobreza, hizo inmensa-
mente rico al carbonero Cotolay, que le hospe-
dó benignamente. El otro de estos peregrinos
procuraba esconder bajo su sayal blanco el se-

Domingo de Guz-
ñorío de su figura. Se llamaba
mán y estaba destinado a iluminar, como clara
antorcha, la Iglesia de Dios.
Muchos romeros de las Islas Británicas y
de los países escandinavos hacían por mar su
camino. Hubo una vía marítima de Santiago,
menos estudiada, pero tan importante como la

terrestre. Tanto influyó esta ruta en el progre-


so de la marinería, que la frase "point de mari-
ne sans pelerinage" vino a ser proverbial. Bris-
tol era el puerto en que solían formarse las de-
votas escuadrillas de navios, que solían arribar
a la pequeña ría de Padrón. A veces, las arma-
das de los cruzados que iban a Tierra Santa se
detenían en algún puerto gallego para que los
caballeros pudiesen acudir a la tumba del Após-

tol.Según los datos de J. A. Praser en el libro

Spain and the west country, entre 1397 y 1456,

hicieron la peregrinación 124 navios ingleses

— 87 —
J U A N DE CON f R E R A S

con algunos millares de romeros. Solamente en


el año santo de 1434, 63 buques cargados de
peregrinos atravesaron el mar del Norte ca-
mino de España.
Alegre el corazón con las gracias obtenidas,
llevando en la gaveta la "compostela", con la
que acreditaban la certeza de su romería, los
peregrinos iban a morir a sus remotos países, y
en todos ellos encendían la devoción al Após-
tol y a todos llevaban el nombre y el recuerdo
de España. De aquí que ningún Santo del ca-
lendario cristiano tuviese una devoción tan ex-
tendida. Treinta y tres iglesias y monasterios
bajo la advocación de Santiago se contaban en
Italia; treinta y seis en Francia, sin contar
con los innumerables hospitales y alberguerías
del camino de las peregrinaciones; en los Paí-

ses Bajos excedían el medio centenar. En Suiza


las iglesias jacobitas eran muchas, y en Ale-
mania pasaban de 900, algunas muy famosas,
con hermandad con la iglesia compostelana.
Pocas menos hay en Inglaterra y no faltan en
Dinamarca, en Suecia y aun en Rusia. Los via-
jeros encontraban vestigios de la devoción al
Santo de Compostela en todo el cercano Oriente,
en Armenia, en Caldea y aun en Persia.

— 88 —
E L C A M I N O F R A N C E S

Por este "camino francés", que desde los Pi-

rineos llegaba a Compostela, entraron en Espa-


ña muchas buenas cosas. A lo largo de él se

formó el arte románico, uno de los sistemas


más nobles y perfectos que han inventado los
hombres para construir y decorar edificios y
que, al final de la ruta, abría ante los peregri-
nos la maravilla del Pórtico de la Gloria, la joya
del maestro Mateo. Por aquí recibieron los his-
panos costumbres más pulidas y artes más pri-

morosas. En cambio, los peregrinos se llevaron


el sistema de la crucería, aprendido de los ára-
bes, de donde nace la bóveda gótica, y los atau-

riques que se ven en los esmaltes de Limoges,


la afición a los bellos tapices y a los marfiles

labrados; los romances, que se convertían al

otro lado del Pirineo en canciones de gesta.


Acaso no haya habido en el mundo otra ruta
tan rica en beneficios como ésta que llevaba,
bajo la polvareda de estrellas de la "Vía Lác-
tea", a la tumba del humilde pescador de Ga-
lilea. Esta red de caminos convergentes iban
componiendo, con las naciones que antes ape-
nas sabían unas de otras, el inmenso imperio
espiritual que se llamó "la Cristiandad".

— 89 —
IX

¡SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA!


De cómo la fe en el patrocinio del Apóstol
dio, alientos a nuestros antepasados para rea-
lizar empresas gigantescas es testimonio la

creencia firmísima, mantenida durante siglos,


en una intervención directa y personal del San-
to en los momentos más decisivos. En virtud
de esta creencia, el pacífico peregrino de Gali-
lea, conquistador incruento de almas, se trans-
forma en el formidable guerrero, armado de
punta en blanco y jinete en un caballo blanco,
de nuestras tablas medievales, y el dulce Jaco-
bo, compañero de Cristo, viene a parar en el

"Santiago Matamoros" que atropella sarrace-


nos vencidos en los grandes retablos barrocos.
Este nuevo aspecto de Santiago — el que le

hizo más popular en las Españas — arranca de


— 93 —
JUAN DE CONTRERAS
la legendaria batalla de Clavijo. Según la le-

yenda, consignada por primera vez en la cró-


nica del Arzobispo Jiménez de Rada, el Rey
de Asturias, Mauregato, había pactado con los
emires de Córdoba la entrega anual de cien
doncellas. Pasaron los años, y a comienzos del
siglo rx Abderramán II exigió al Rey Ramiro I
el cumplimiento del pacto. Ramiro, tomado con-
sejo de sus primates, se negó a demanda tan
vergonzosa y la cuestión hubo de decidirse por
las armas. Vencidos los cristianos en la Rioja,

cerca de Albelda, hubieron de refugiarse en el


monte de Clavijo. Rendido el Rey aquella no-
che por y la tristeza, quedóse dormido,
la fatiga

y fue entonces cuando en sueños se le apareció


el Apóstol Santiago y le ofreció la victoria para
el siguiente día. Y cuando, enardecidos por tan
alta promesa, los fieles atacaron a los musul-
manes, vieron descender del cielo al Apóstol,
sobre un y tremolando una ní-
caballo blanco
, vea bandera. Tal fue la mortandad de los mus-
limes, que quedaron en el campo de 60 a 70.000,

sin contar los que cayeron en la persecución en


que las tropas del Rey les acosaron hasta Ca-
lahorra. Según consta en el relato del "diplo-

ma de Don Ramiro", de dudosa autenticidad,

— 94 —
¡SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA!
el monarca instituyó entonces el voto de San-
tiago, en virtud del cual, durante siglos, los

pueblos de España ofrecían a la Iglesia com-


postelana por cada yugada de tierra cierta me-
dida de trigo, y de las viñas otra de vino, voto
aprobado por la Santa Sede, al cual se añadió
después que siempre que hubiera de repartirse
entre los soldados cristianos botín del enemigo,
se reservase a Santiago la parte correspondien-

te a un caballero.
Lo cierto es que sin oposición alguna y por
general creencia vino satisfaciéndose esta con-
tribución hasta que en 1578 se puso en la Cnan-
cillería de Valladolid una demanda por la San-
ta Iglesia de Santiago contra el Consejo de las
ciudades, villasy lugares del Arzobispado de
Toledo, del Tajo acá,y los comprendidos en el
de Burgos y otros, sobre que todos los vecinos,
sin excepción de personas nobles, pagasen a la

Iglesia en lo sucesivo de todo lo que labrasen


una fanega de trigo u otra semilla.
En
virtud de varias sentencias y arreglos se
redujo notablemente aquel tributo, quedando
sólo el pago de cierta medida del mejor pan y
del mejor vino. Sólo producía unos 3.000.000
en la época de las Cortes de Cádiz.

— 95 —
JUAN DE CONTRERAS
Reinó esta leyenda durante muchos siglos
en mente de los españoles, y ningún nacido
la

en España se hubiera atrevido a ponerla en


duda en los períodos más brillantes de nues-
tra Historia. Mariana, el historiador del Impe-
rio, la adornó con arengas a lo Tito Livio. Vino
a negarla rotundamente la hipercrítica de los
eruditos del siglo xvni, representada principal-
mente por el jesuíta Masdeu. Durante las Cor-

tes de Cádiz, la discusión sobre el voto de San-


tiago hizo que los escépticos afinasen sus ar-

gumentos, y así llegó, malparada, a la historio-

grafía liberal del siglo xix, que no vio en este


relato, que había sido uno de los grandes mó-
viles para la grandeza de la Monarquía, sino
una invención de clérigos para atraer donati-
vos para su Iglesia. El inventor de la super-
chería pasó por ser el Arzobispo de las Navas
de Tolosa, el gran don Rodrigo Jiménez de
Rada, sin tener en cuenta que en un relieve de
buen arte del siglo xn que existe en el muro,

cerca de la puerta de Platerías de la Catedral


compostelana, aparece una escena en que, con
absoluta certeza, constan todos los elementos
tradicionales : Santiago a caballo, con una ban-
dera en la mano izquierda y una espada en la

— 96 —
¡SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA!
diestra, entre un grupo de doncellas que le ado-
ran reverentes. Berceo se refiere al "Voto de
Santiago" como a algo que era viejo en su tiem-
po. Ciertamente que lo breve del reinado de
Ramiro y lo alejado que se supone el teatro de
la batalla — sobre la cual guardan silencio los
cronistas poco posteriores — del pequeño reino
asturiano,, hacen legítima la duda, a lo menos
sobre la localización en el espacio y en el tiem-
po, del famoso hecho de armas.
Pero la leyenda no nace nunca sin un hecho
cierto que adorna luego con fingidos pormeno-
res. La leyenda no crea, sino que se limita a
ornamentar con el prestigio de su vana hoja-
rasca. Un relato de tan enorme trascendencia
no puede nacer de la pura invención de un
clérigo, sino que es preciso un acontecimiento
que haya impresionado fuertemente a toda una
generación. Es ciertamente extraño que los cro-
nistas casi contemporáneos de Ramiro no men-
cionen hecho tan importante. Acaso la tradi-
ción se fundamente en un suceso posterior.
Un siglo después, otro Rey Ramiro Rami- —
ro II — vencía a otro soberano de Córdoba, lla-

mado también Abderramán; el gran Califa,

Comendador de los creyentes. Esta vez no se

— 97 —
7
J U A N DE CONTRERA S

trata de un acontecimiento confuso, sino tal vez


de la más famosa batalla de la alta Edad Media
en España. El Califa, deseando aplastar al na-

ciente poderío leonés, dispone un ejército de


cien mil hombres, que se llamó "del poder su-
premo" ; Ramiro II busca desesperadamente
ayuda y se concierta con el Conde Fernán Gon-
zález de Castilla y con la valerosa Reina Tota
de Navarra. La batalla se da en Simancas, y
las tropas califales sufren una tremenda derro-
ta. Ramiro persigue al ejército derrotado y lo
deshace completamente en un lugar que los
cronistas llaman Alhandega. Muere Nachda, el

generalísimo musulmán; Mohamed de Zarago-


za, cae prisionero, y el Califa tiene que huir,
rodeado de unos cuantos jinetes, único resto del
ejército "del poder supremo". El botín fue in-

calculable, y el hecho es el primero de la re-

conquista hispánica que tuvo resonancia uni-


versal, pues la fama del Califa vencido llegaba
hasta el centro de Europa y la consignan las
comedias de la monja alemana Roswitha. Co-
mentan la gran victoria de los cristianos Luit-

prando de Francfort y el monje analista del


monasterio suizo de Sant Gall. En el mundo
musulmán la recogen el Ajbar Machmua e Ibn

— 98 —

; 5 A N T I A G O Y CIERRA ESPAÑA!
Ialdun, y sus ecos llegan hasta Masudi, que es-
cribía en Bagdad sus Praderas de Oro.
Es posible que de esta enorme e inesperada
victoria se originase la tradición del Santiago

Matamoros. Colmenares afirma que después de


la batalla la devoción al Apóstol aumentó extra-
ordinariamente en España, y en Simancas hay
tradiciones que se refieren a las doncellas del
ominoso tributo. Acaso el lugar de la segunda
batalla — al jandec, o el foso, en lengua árabe
estuviese cerca de algún paraje cuyo nombre
haya podido confundirse con Clavijo. Es preci-
so advertir que el mismo cronista Diego de Col-
menares, que escribía en el siglo xvn, pero que
utilizó fuentes antiguas, consigna en la batalla

de Simancas la aparición del Apóstol Santiago


peleando a favor de los cristianos. La leyenda
de Clavijo se refiere a un Rey de León, y esta
cualidad conviene a Ramiro II y no a su ante-
cesor del mismo nombre. Y es curioso notar que,
a consecuencia de la batalla de Simancas, el

Conde Fernán González ofreció el "Voto de San


Millán" en términos idénticos al discutido "Voto
de Santiago".
Otra intervención famosa del Apóstol a fa-

vor de los cristianos tuvo lugar en el sitio de

— 99 —
JUAN DE CON T- RE RA S

Coimbra por el Emperador leonés Fernando I


(1064). He aquí cómo la refieren crónicas y ro-
mances. Siete años duraba el cerco de la tortí-
sima ciudad del Mondego cuando llegó desde
Grecia a Compostela un piadoso Obispo llama-
do Astiano. Como oyese decir en España que
Santiago solía tomar parte en las batallas, con
atuendo militar, el buen Obispo, hombre pací-
fico, se indignó sobremanera:

Non le digáis caballero;


pescador era llamado.

Pero una noche, como el griego estuviese en


vela ante el sepulcro, se le apareció el "Hijo del
Trueno" para hacer profesión de Caballería con
estas palabras:

Caballero soy de Cristo,


ayudador de cristianos.

Los ángeles le trajeron un caballo blanco y


un brillante arnés, y a las pocas horas los cris-

tianos, tan poderosamente reforzados, entraban


en Coimbra.
Desde entonces, el grito de guerra de los es-
pañoles es una invocación al Apóstol. ¡Dios

— 100 —
:

¡SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA!


ayuda y Santiago! fue la voz de Alfonso VIII
en las Navas de Tolosa. ¡Santiago y cierra!,
que se transformó luego en "
¡
Santiago y cierra
España! ", fue el grito de guerra de los españo-
les, y la palabra "Santiago" figuraba como pre-
gón guerrero en las armas reales. Los Reyes de
Castilla no consideraban a nadie digno de con-
ferirles el honor de la Caballería y se hacían
armar caballeros mediante el espaldarazo de
una imagen sedente y articulada del monaste-
rio de las Huelgas de Burgos. Los Reyes de Es-
paña tenían a gala el llamarse alféreces de San-
tiago. Así escribía en el siglo xn Fernando II

de León: "Quien quisiere conservar el Reino


de España y dilatalle, este consejo ha de seguir
que procure tener propicio al beatísimo Santia-
go, cierto y especial patrón de las Españas. Yo
Ferdinando, por la misericordia de Dios rey del
cetro de León, alférez de Santiago" ; y Alfonso
el Sabio escribía en su testamento : "Otro sí ro-

gamos a San Clemente, en cuyo día nascimos, y


a San Alonso, cuyo nombre habernos, y a San-
tiago, que es nuestro señor y nuestro padre,
cuyos alféreces somos" ; y todavía Quevedo osó
decir a Felipe IV que su mayor grandeza esta-

— 101 —
JUAN DE CONTRERAS
ba no en sus timbres reales, sino en su calidad
de alférez del Apóstol.
No hay ya batalla de importancia en que los
españoles no viesen o creyesen ver a su Caba-
llero galopando por entre las nubes del cielo.

Sería o no cierto, pero cierto es e indudable el


esfuerzo que este pensamiento ponía en los com-
batientes en trances apurados. Aun cuando ter-

minada la reconquista España busca para su


esfuerzo cauces nuevos, Santiago vuelve a apa-
recerse en el cielo de las Indias entre las cons-
telaciones nuevas para los ojos de los cristia-
nos. Los portugueses del siglo xvi, que en la
veneración al como en todo, se tenían
Apóstol,
por tan españoles como los castellanos o los
aragoneses, recibieron visiblemente la protec-
ción celestial paladín en sus empresas y con-
quistas del extremo oriente.
Y —cosa menos conocida— otros pueblos no
hispánicos le llamaron y le tuvieron por ayuda-

dor en justas contiendas. Felipe Augusto, Rey


de Francia, atribuía a la intervención del hijo
del Zebedeo la victoria de Bovines sobre
Otón IV de Alemania y el Conde de Flandes
(1214). "Por la lanza de Santiago decía a los —
prisioneros — , no fui yo quien os hizo cautivos,

— 102 —
¡SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA !

sino el Santo Patrón de Lieja, a quien vosotros


habéis ofendido." Los suizos le tenían por el
defensor de su independencia desde que en
1315 derrotaron a los austríacos en Morgarten,
en cuyo lugar edificaron una iglesia en testi-

monio de gratitud.

103 —
LA ORDEN Y CABALLERIA
DEL SEÑOR SANTIAGO
En la organización del Estado anterior a los
Reyes Católicos operan diversas instituciones,
autónomas de hecho aunque de derecho reco-
nociesen la supremacía del poder Real. El jue-
go de todas estas entidades poderosas forma la

Historia de la Edad Media Española. Si al-


gún monarca o algún ministro consigue aunar
sus enormes y diversas energías proponiéndolas
un ideal común, pudo conseguir un período de
gloria, como los reinados de Fernando el Santo

en Castilla o de Jaime el Conquistador en Ara-


gón ; si el gobernante no tuvo la fortuna de lo-
i

grar este concierto, estas fuerzas poderosas


—Ordenes Militares, Concejos, Obispados, Se-
ñoríos — gastaban su potencia en destrozarse
unos a otros en guerras civiles c en banderías
JUAN DE C O N T R E RAS
o en volverse contra la Corona, como sucedió en
los reinados de Juan II y Enrique IV de Casti-
lla y de Alfonso III de Aragón.
Una de las fuerzas que obran con mayor efi-

cacia en el Estado Castellano-leonés es la Orden


y Caballería del Señor Santiago, cuyo poder,
influencia y riqueza en la baja Edad Media son
incalculables. Es sumamente difícil averiguar
su comienzo, pues la Orden de Santiago se ha
formado espontáneamente, como tantas cosas,
a lo largo del camino de las peregrinaciones, y
tuvo diversos cambios de orientación. Parece
que su origen más remoto está en una agrupa-
ción de hombres valientes y piadosos que toma-
ron a devoción el defender a los inermes pere-
grinos de bandoleros y malandrines. Ya hemos
visto cuán frecuentes eran tales expoliaciones.

En el testamento de San Juan de Ortega se ha-


bla de estos hombres sin Dios ni ley que solían
asaltar a los romeros Nocte ac die Jacobipeias
inter jicientes, et multos expoliantes. Los pri-

meros caballeros de Santiago fueron, pues, ca-

balleros andantes que corrían los caminos en


defensa de los débiles y desvalidos. La leyenda
remonta la fundación al reinado de Ramiro I;

nos dice que los asociados eran trece, en memo-

— 108 —
LA ORDEX Y CABALLERIA DEL SEÑOR SANTIAGO

ria de Cristo y de los doce Apóstoles, y nos da


sus nombres: Velasco Arias Noguerol, Gundi-
sino Fernández de Boan, Ñuño Pérez de An-
drade, Guillermo Gundimaro, Diego López de
Lemos, Gonzalo Pérez de Figueroa, Ñuño de
Biedma, Rodrigo de Bolaños, Ferrando Sán-
chez de Ulloa, Payo de Rivadeneira, Odoario
Osores de Anaya, Adulfo Arias y Hero de Ta-
boada, incompatibles, ciertamente, con fecha
tan remota.
En el siglo xii, en el apogeo de las cruzadas,

se extienden por Europa las Ordenes militares


que los cruzados traen de Oriente, donde se ha-
bían formado acaso por influjo de instituciones
semejantes que entre los musulmanes existían.
Figuran entre las más poderosas la del Temple
y la de San Juan de Jerusalem. Los' caballeros
eran verdaderos monjes, que hacían vida mo-
nástica bajo los tres votos de castidad, pobreza

y obediencia, pero que tenían por principal mi-


sión el combatir en las guerras contra infieles.
La profesión monástica daba a estas milicias
una disciplina y una eficacia desconocidas en
los ejércitos de la época. En España, que tenía
su propia cruzada, en la cual el problema reli-
gioso se unía al de la reconquista del territorio

— 109 —
J U A N DE C O X T R E R A $

y establecimiento de la nacionalidad, el éxito


del nuevo sistema hubo de ser inmenso. Otra
leyenda, acaso confundida con la que anterior-
mente hemos narrado, cuenta que doce caba-
lleros aventureros del Reino de León, forajidos
al uso de tantos de su tiempo, quisieron enmen-
dar los yerros de su vida estragada y unirse en
forma de congregación para defender las tierras

cristianas de los insultos de los infieles : la tra-

dición nos da el nombre de su jefe, don Pedro


Fernández de Fuente Encalada, que fue el pri-

mer Maestre, y de sus compañeros. Los congre-


gados ayudaron a los Reyes de León en la con-
quista deExtremadura y fueron en esta comar-
ca ricamente heredados, de manera que se les
llamaba "freires de Cáceres", donde tenían su
cabeza; en 1170 se agregaron a los canónigos
regulares de San Agustín, del monasterio de
Loyo, profesando su regla, y se hicieron cargo
del hospital de San Marcos, que y ca- el prior

nónigos de Loyo tenían en León para amparo


de romeros que iban y venían de Santiago.
los

Poco después se les agregaron ciertos caballeros


de Avila que habían hecho voto también de
consagrar su vida a ensanchar con sus espadas
la Cristiandad.

— 110 —
LA ORDEN Y CABALLERIA DEL SEÑOR SANTIAGO

Dícese que el Maestre y caballeros tuvieron


una querella con el Rey de León —Fernando II

o Alfonso IX — , y en su consecuencia se pasa-


ron a Castilla, donde Alfonso VIII les dio el

lugar de Uclés, que fue desde entonces cabeza


de la Orden. Lo cierto es que los caballeros, ago-
tadas las posibilidades de la reconquista extre-
meña, se consagran a la de la Nueva Castilla

y Andalucía, donde estaba entonces el punto


neurálgico de la guerra. En 1175 el Cardenal
Jacinto, Legado de la Santa Sede, recibió en
Soria al Maestre y a los caballeros y aprobó su
constitución. El mismo Pontífice sancionó la
regla por bula de 5 de julio* de 1175.
En los tiempos dé hierro de la Orden los frei-

res seguían rigurosamente la vida de monjes


soldados. Había entre ellos clérigos, pero los
más eran seglares, que hacían vida común en
los conventos de la Orden. Vestían una túnica
talar de estameña blanca y sobre ella el manto,
sujeto con cordones sobre el pecho, todo tan
amplio, que en el establecimiento del Maestre
don Juan Osórez (1310) se previene para el

vestuario de cada freiré catorce varas de blan-


quete. Sobre ambas prendas resaltaba el hábito
o insignia, que era una cruz de sangre en forma

— 111 —
:

JUAN DE CONTRERAS
de espada de hoja ancha y corta, con el testero
rematado en forma de punta de lanza y los bra-
zos "florenzados", tal como se ve ya en un se-
pulcro de Villasirga, del siglo xin. En el pen-
dón de los Maestres la cruz revestía otra forma
era de brazos iguales, florenzados, y en los cua-

tro ángulos llevaba sendas conchas o veneras.


Estaba prohibido a los freires usar de seda en
sus vestidos, ni veneras de oro, ni pieles que no
fuesen de cordero.
La Orden tenía como jefe supremo un gran
Maestre, que llegó a ser el más poderoso y prin-
cipal personaje del Reino. Esta dignidad era
nombrada, cuando* vacaba, por un Consejo de
trece Caballeros —instituido en memoria de
sus trece fundadores — cada uno de
, cuales los

tenía un sustituto que se llamaba "Enmienda".


Los trece tenían también la facultad de deponer
al Maestre que consideraban inútil o dañoso.

Después del Maestre, la autoridad principal re-


sidía en los priores de los conventos de San
Marcos y de Uclés. Como las posesiones de la
Orden eran inmensas, con castillos, conventos
y cotos, se encomendó cada una de ellas a un
caballero principal, que tomó el nombre de Co-
mendador, de los cuales había algunos —Co-
— 112 —
LA ORDEN Y CABALLERIA DEL SEÑOR SANTIAGO

mendadores Mayores — que tenían jurisdicción


sobre los demás.

¡Caballeros los de Uclés, freires de la roja espada!


¡Los que entráis en los combates cubiertos de capas
[blancas!
¡Caballeros los de Uclés, Santiago va en vuestra
[guarda!

Enumerar las batallas en que tomó parte la

milicia de Santiago equivaldría a hacer la his-

toria de la Reconquista, no solamente de la

encomendada a de Aragón y
Castilla, sino la

Portugal, donde se dice fue establecida por el


Rey don Alfonso Enríquez y continuó bajo la
obediencia de Uclés hasta 1290. En 1280 se in-
corporó a la Orden de Santiago la de Santa Ma-
ría de España, fundada poco antes por Alfon-
so X, y que tuvo, según afirma Pérez Villaamil,
carácter marítimo, pues fue creada para hechos
de mar y expediciones navales. De aquí el que
los jacobitas poseyesen una flota numerosa, que

emplearon en empresas africanas.


No solamente en lides guerreras gastaban
los Caballeros sus actividades. Además del coro

y de los rezos conventuales se ejercitaban en


diversas obras de misericordia. Por mucho tiem-

— 113 —
8
JUAN DE CO N T RE HAS
po continuaron en el oficio de proteger a los
peregrinos de Compostela, que eran asistidos
en sus hospitales. La Orden de Santiago fue la

primera de la Iglesia que se dedicó a la reden-

ción de cautivos por instituto y regla, y tuvo,


desde sus comienzos, diez casas y grandes ren-
tas consagradas a este piadoso menester.

Los Caballeros de Santiago fueron, además,


grandes repobladores, que fundaban pueblos
en las tierras que conquistaban, y les daban
fueros y cartas pueblas, como hicieron en Uclés,
Castrotorafe, Montánchez, Segura de León, Ale-

do, Totana y otros lugares. Para atraer vecinos


en lugares fronterizos, todavía peligrosos, so-

lían conceder comunidad de pastos, nombra-


miento de alcaldes y exención de tributos a los

que mantuviesen caballo o a todos por cierto


tiempo. Los clérigos de la Orden estaban obli-

gados a enseñar letras, no sólo a los hijos, sino

a las hijas de los Caballeros, algunas de las cua-


les fue tan culta como doña Beatriz Galindo,
llamada "La Latina".
Después de las grandes conquistas de San
Fernando, las guerras contra los moros pier-

den su carácter de gran empresa nacional, y

— 114 —
LA ORDEN Y CABALLERIA DEL SEÑOR SANTIAGO

Castilla queda sin un ideal colectivo hasta que


los Reyes Católicos la abren los caminos del
mar. Poseía entonces la Orden una gran parte
de Castilla la Nueva, de León y de Extremadu-
ra, de manera que sus posesiones constituían
un estado casi independiente del Estado. Por
herencia del reyezuelo moro de Zalé, vino a
señorear y a titularse reina en esta ciudad afri-

cana. La nobleza comenzó a codiciar los hábi-


tos y, sobre todo, las encomiendas. Para ello ob-

tuvieron dispensa de los votos, y el de castidad


quedó limitado a la continencia conyugal, y
se les permitió poseer bienes con licencia del
Maestre y usar, con el mismo requisito, de ves-

y de alhajas de oro y pedrería.


tidos preciosos

Los Maestres fueron en adelante los hijos de


los grandes señores, y aun los mismos reyes
codiciaron, para los suyos —bastardos o 'legí-
timos — una dignidad que ponía en sus manos
enormes recursos. Así Alfonso XI hizo conferir
el Maestrazgo a su hijo don Fadrique, a quien
no le valió la dignidad maestral para esquivar
la cruda muerte que le hizo dar su hermano
don Pedro en el alcázar de Sevilla ; y el Infante
de Antequera, luego Rey de Aragón, a don

— 115 —
JUAN DE CONTRERAS
Enrique, su hijo, y más tarde lo fue el Infante

don Alfonso, hermano de Enrique IV.


La Orden de Santiago era un inmenso cuer-
po sin alma cuando los Reyes Católicos incor-
poraron el Maestrazgo a la Corona. A la muer-
te del Conde de Paredes — el suceso que moti-
vó el que se escribiesen las Coplas de Jorge
Manrique — la Reina Isabel se presentó en el

convento de Uclés para exigir al Capítulo que


pidiese al Papa la administración para el Rey
Fernando, y así se hizo. En 1480 los Reyes, para
premiar los grandes servicios de don Alonso
de Cárdenas, uno de sus primeros y más fieles

amigos, consintieron en que fuese elegido Maes-


tre de Santiago; pero le entregaron el pendón
de su propia mano, en una ceremonia solemní-
sima en la Catedral de Toledo, durante la cual

Maestre y Caballeros, como en acto de desagra-


vio, fueron procesionalmente a visitar la tum-
ba de don Alvaro de Luna. Poco después, Ino-
cencio III concedió al Rey la administración de
los Maestrazgos de las tres Ordenes según fue-
sen vacando, y a la muerte de Cárdenas (1493),

la de Santiago quedó incorporada a la Corona.


Desde entonces la Orden deja de actuar co-

— 116 —
LA ORDEN Y CABALLERIA DEL SEÑOR SANTIAGO

lectivamente y sus bienes y sus recursos no


son sino elementos que el Rey maneja a su
antojo. Su emblema, la espada roja llamada "el
lagarto", se convierte en preciada insignia cor-
tesana que en los retratos del Greco da una
elegancia suprema y una fina espiritualidad
a los caballeros que la ostentan sobre los to-
nos sombríos del jubón y el ferreruelo. Pero,
aun en este tiempo, ningún otro signo puede
ser como éste el exponente de todas las aristo-
cracias hispánicas. Para ponderar este emblema
en su valor exacto es conveniente recordar que
con honraron y se constituyeron en miem-
él se

bros de la milicia del Señor Santiago literatos


como el Marqués de Santillana, Jorge Manri-
que, Garcilaso de la Vega, Alonso de Ercilla,
el poeta del Imperio; don Francisco de Que-
vedo, don Francisco de Rojas, don Pedro Cal-
derón de la Barca ; sabios como Arias Montano,
Saavedra Fajardo y don Nicolás Antonio; sol-

dados como Gonzalo de Córdoba, el Gran Capi-


tán; Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Julián
Romero el de las Hazañas y otros innumera-
bles; pintores como don Diego de Silva Veláz-
quez, Ticiano Vecelio (a decir de Palomino) y

Juan Caro ; escultores como León Leoni y Bac-

— 117 —
JUAN DE CONTRERAS
ció Bandinelli; gobernantes como don Alvaro
de Luna, y aun Santos como San Francisco de
Borja y San Luis Gonzaga. Ciertamente, nin-
guna corporación puede envanecerse de miem-
bros tan ilustres, y es por ello tan acreedora al

respeto de la posteridad.

— 118 —
XI
SANTIAGO EN INDIAS
Con la conquista de Granada, en 1492, las

Españas consuman su ideal de ocho siglos: el

restablecimiento en todas ellas de la Cristian-


dad. Pero tan enorme caudal acumulado de
energías no podía quedar inactivo en el ocio
de la victoria, y la Providencia deparó cauces
por donde corrieran en aquella hazaña que,
según la frase tan citada del cronista Gomara,
fue "la mayor cosa después de la creación del
Mundo, sacando la encarnación y muerte del
que lo crió". La Edad Media española se pro-
yecta de modo gigantesco sobre las tierras nue-
vas, y en tanto en la Península hay ya otras
inquietudes y es otro el cuidado de cada día, en
las Indias la raza de los conquistadores invade
comarcas, sujeta y repuebla, como los caste-
llanos del siglo xi en Castilla la Nueva y en las

Extremaduras ; funda ciudades, fortalezas y


monasterios y establece una jerarquía social

— 121 —
J U A X DE C O X T R E R A S

de tipo militar y un nuevo feudalismo. Como


en Castilla, esta organización espontánea choca
con el criterio romanista de la Corona, y unos
nuevos comuneros: Gonzalo Pizarro, los Con-
treras, Hernández Girón, repiten en el Perú,

en Nicaragua y en Panamá las mismas dramá-


ticas vicisitudes que presenciaron las ciudades

castellanas al comenzar el Imperio de Carlos V.


Santiago pasa a las Indias con sus patroci-
nados de la Península; acaso el caballo blanco
del Apóstol galopaba entre las nubes sobre los

navios, muchos de los cuales llevaban su nom-


bre, como la nao "Santiago", que era una de las
cinco con que Magallanes descubrió el secreto
del continente, o el galeón "Santiago", de la

expedición de Loaysa (1526), o el "San Diego",


que en 1651 hacía la carrera de Filipinas; y en
aquellas espantosas aventuras, bajo el cielo

poblado de constelaciones nunca vistas por


hombres del viejo continente, continúa la le-

yenda jacobita iniciada en los valles de Galicia,


en los llanos de Castilla y en los montes de
León. ¡
Santiago ! sigue siendo el grito de gue-
rra de los españoles contra indios, como antaño
contra moros. En 12 de marzo de 1519, en la

acción de Cortés contra los tabasqueños cerca

122
;

SANTIAGO EN I X D í A S

del río de Grijalba, ésta era la voz de los solda-


dos de Cortés, el cual se vio en grandísimo pe-
ligro, casi aprisionado por una ciénaga. "Estu-
vimos en aquella sazón en grande aprieto — es-

cribe Bernal Díaz, el soldado cronista — hasta


que, como y todos nosotros
digo, salió a tierra
e luego, con gran osadía, nombrando al Señor
Santiago e arremetiendo a ellos, les hicimos re-
traer." Más adelante, en su marcha inverosímil
hacia la misteriosa corte de Moctezuma, en la
espantable ocasión en que la pequeña tropa fue
asaltada por un ejército innumerable de tlas-
caltecos, el mismo caudillo dio con el grito de
sus mayores la señal de acometida. "Entonces
dijo Cortés : Santiago y a ellos, y de hecho arre-
metimos de manera que les matamos y herimos
muchas de sus gentes con los tiros y entre ellos

tres capitanes." En la "noche triste" de Cortés,


cuando por los puentes rotos caían al agua del
lago caballos y caballeros, entre una nube de
flechas de los indios, afirma Bernal Díaz que
entre las tinieblas daba dolor y espanto oír los

clamores "demandando ayuda a nuestra Señora


Santa María y a Señor Santiago". "Santiago"
fue también el clamor de los españoles en la

victoria de Otumba. En la conquista de Gua-

— 123 —
J U A N DE C O X T R E R A S

témala, el capitán Luis Marín, viéndose casi


perdido, gritó a sus soldados: "Ea, señores,
Santiago y a ellos y tornémosles otra vez a rom-
per con ánimo", y se esforzaron de modo que
consiguieron una gran victoria. La imagen de
Santiago solía figurar en pendones y estandar-
tes: así en el del Virrey Mendoza, que era de
damasco carmesí, iba por un lado la imagen de
Santiago y por el otro la de Nuestra Señora.
Como en España, innumerables veces los sol-

dados veían o creían ver al Apóstol militante


ayudándoles en sus empresas y recibieron de
esta visión sobrehumano esfuerzo. Reseñare-
mos algunas de las ocasiones principales que
enumeran los cronistas. Cuenta Francisco Ló-
pez de Gomara que en aquella gran batalla de
Cintla, que fue la primera de las que pudié-
ramos llamar "batallas milagrosas" de Cortés
—no parecen ya inverosímiles a un español de
hoy, que ha visto cosas semejantes — capi- , el

tán entró en combate invocando, como solía, a


Dios, y y a San Pedro, su abogado.
a Santiago,
En el segundo día de la batalla, y en lo más re-

cio y apurado de ella, vieron los españoles por


tres veces un jinete que arremetía a los indios
causando en ellos indecible espanto. Cuando,

— 124 —
S A N T I A G O E N I X D I A S

al cabo, llegó Cortés al lugar del combate, "di-


jéronle lo que habían visto hacer a uno de ca-

y preguntaron si era de su compañía; y


ballo,

porque dijo que no, porque ninguno dellos ha-


bía podido venir antes, creyeron que era el

Apóstol Santiago, Patrón de España... No po-


cas gracias dieron nuestros españoles cuando
se vieron libres de las flechas y muchedumbre
de indios, con quien habían peleado, a nuestro
Señor, que milagrosamente los quiso librar; y
todos dijeron que vieron por tres veces al del
caballo rucio picado pelear en su favor contra
los indios, según arriba queda dicho, y que era
Santiago, nuestro Patrón. No solamente lo
vieron los españoles, mas aun también los in-

dios lo notaron por el estrago que en ellos ha-


cía cada vez que arremetía a su escuadrón, y
porque les parescía que les cegaba y entorpes-
cía. De los primeros que se tomaron se supo
esto." No fue, sin embargo, tan unánime la ver-

sión del milagro como la escribe Gomara, que


sin duda la recibió del mismo Cortés, de quien
fue capellán. Bernal Díaz, testigo presencial,
afirma que no vio aquel día visión alguna.
"Digo —escribe ingenuamente — que todas
nuestras obras y Vitorias son por mano de

— 125 —
JUAN DE C O N T R E RAS
Nuestro Señor Jesucristo y que en aquella ba-
talla había para cada uno de nosotros tantos

indios, que a puñados de tierra nos cegaran,


salvo que la gran misericordia de Dios en todo
nos ayudaba ; y pudiera ser que los que dice el

Gomara fueran los gloriosos Apóstoles Señor


Santiago o Señor San Pedro, e yo, como pe-
cador, no fuera digno de verles."
En cambio, el mismo receloso Bernal Díaz
da testimonio de otra intervención de Santiago
en ocasión aún más famosa. Fue en la batalla

de Otumba cuando Cortés y los pocos super-


vivientes de la pavorosa retirada de Méjico fue-
ron asaltados de la muchedumbre innumerable
de los ejércitos de Guatemoc. Nada hay, en la

literatura militar de ningún país, que supere


las páginas de Bernal Díaz, que, al cabo de tan-
tos años, evocaba el estupor de aquella hazaña.
" Oh, qué cosa de ver era esta tan temerosa y
¡

rompida batalla Todos los soldados ponía-


! . . .

mos grande ánimo para pelear ; y esto nuestro

Señor Jesucristo y nuestra Señora la Virgen


Santa María nos lo ponía, y Señor Santiago,
que ciertamente nos ayudaba y así lo certificó ;

un capitán de Guatemuz, de los que se hallaron


en la batalla."

— 126 —
S A N T I A G O E N I X D I A S

Otro nuevo Imperio, hacia el Sur, estaba es-


perando a los españoles para que viniesen a
incorporarle a la civilización cristiana. Santiago
fue con ellos a aquella empresa y les asistió con
favores extraordinarios. Muchos de los con-
quistadores eran de tierra de Extremadura, de
aquella región que fue un tiempo conquista y
patrimonio de la Orden de Santiago y tenían
muy dentro del corazón la devoción al Apóstol.
Con la invocación del nombre venerado del
amigo de Cristo se inició el primer hecho de
armas de la conquista en aquella aventura in-
verosímil, cuando Francisco Pizarro con sólo
cuarenta jinetes y sesenta infantes atravesó los
Andes para caer sobre la ciudad de Cajamarca,
cerca de la cual estaba el Inca Atahualpa con
un ejército en que los soldados se contaban por
decenas de millares. Cuando Pizarro dispuso
sus hombres en la plaza del pueblo para aquella
emboscada atrevidísima contra el Inca, concer-
tó con ellos que la señal del ataque sería el

grito de "Santiago". Y, en efecto, con la palabra


"Santiago" en la boca, Pizarro, seguido de cua-
tro hombres, se lanzó sobre la litera del Inca y
le tomó de un brazo, en tanto soltaban los tiros
de artillería, tocaban las trompetas y acometían

— 127 —
JUAN DE CONTRERA S

los caballos, de manera que en media hora, a


decir del soldado Francisco de Jerez, fue desba-
ratado un ejército de cuarenta mil indios sin
que muriese uno solo de los cristianos, y fue
de notar como cosa maravillosa, la furia y brío
de los caballos, que el día anterior no se podían
mover de cansados y enfermos. Alegrísimo de-
bió de ser el día de Santiago de aquel año de
1533 en que Pizarro repartió entre sus compa-
ñeros de aventura los tesoros acumulados por
elInca para su rescate, y correspondió a cada
uno de los jinetes ocho mil ochocientos y ochen-
ta pesos de oro y ciento ochenta y un marcos
de plata, ya los infantes, cuatro mil cuatrocien-

tos cuarenta pesos de oro y ciento ochenta y


un marcos de plata, tal vez el mayor botín que
en guerra alguna se haya repartido. Con razón
otro soldado cronista, Bernal Díaz, temía que
se tuviesen hechos semejantes a éstos por cuen-
tos viejos, historias romanas, ficciones de poe-
tas o invenciones de libros de caballería.
El más grande riesgo en que se vio la con-
quista fue cuando el Inca Manco consiguió
sublevar contra los españoles, todavía tan po-
cos y tan mal asentados en el Perú y que co-

menzaban ya a dividirse en bandos, a toda la

— 128 —
SANTIAGO EN INDIAS
grey inmensa de los indios, avergonzada de
haber sido tan fácilmente vencida. Una muche-
dumbre incontable puso cerco al Cuzco, donde
estaban los hermanos del Marqués, Juan (que
murió de una pedrada), Hernando y Gonzalo,
y sujetó casi toda la tierra poniendo en situa-
ción casi desesperada al mismo Marqués en
Lima. Duró el cerco del Cuzco ocho meses, y
los españoles se defendieron de los constantes

asaltos, sin quitar las armas de noche ni de


día y sin esperar ya socorro de la tierra. Pero
les dio esfuerzo y constancia el que muchos
creyeron ver sobre el cielo de la ciudad de los
Incas al Apóstol Santiago blandiendo su flamí-
gera espada y cabalgando en su corcel de nie-
ve. Según el cronista Pedro Cieza de León,

los mismos indios afirmaban "que vían algunas


veces, cuando andaban peleando con los españo-
les, que junto a ellos andaba una figura celes-

tial que en ellos hacía gran daño, y vieron los


cristianos que los indios pusieron fuego a la
ciudad, el cual ardió por muchas partes, y em-
prendiendo en la iglesia, que era lo que desea-
ban los indios ver deshecho, tres veces la en-
cendieron y otras tantas se apagó de suyo".
De aquí que la devoción al Apóstol estuviese

— 129 —
9
JUAN DE CONTRERAS
en las Indias tan extendida que ninguna otra
pueda competir con ella, si no es la de Santa
María, Nuestra Señora. Sería bien largo el enu-
merar las ciudades, pueblos, misiones
y parro-
quias del Nuevo Mundo que llevan el nombre
de Santiago. Hay entre ellos la capital de un
Estado : Santiago de Chile. En la isla de Santo
Domingo, la primera colonizada, hay un Santia-
go de los Caballeros, en el cual quedan curiosos
vestigios de arquitectura mudéjar, y Santiago
de la Vega. En el Memorial y noticias sacras

y reales del Imperio de las Indias occidentales,

de Juan Díaz de la Calle (1646), se citan San-


tiago de Cuba, Santiago de León (Venezuela),
otro Santiago en Méjico, Santiago de Cinaloa,
Santiago de León (Nicaragua) y Santiago de
Calimaya, como poblaciones importantes, a más
de una Compostela cerca de Tepic, al norte de
Méjico. En 1537 Francisco de Orellana ponía
los fundamentos de Santiago de Guayaquil;
hacia 1552 Juan Núñez de Prado poblaba San-
tiago del Estero. Santiago Tatlelulco era un
arrabal de Méjico ; a Santiago estaba consagra-
da una de las parroquias de la villa imperial de

Potosí...
La fiesta de Santiago era celebrada por es-

— 130 —
SANTIAGO EN INDIAS
pañoles e indios con singulares ceremonias y
regocijos. Bernal Díaz del Castillo nos cuenta

que en su tiempo solían acudir en tal día a las


ciudades los caciques principales, muy acom-
pañados de sus pajes y criados, a correr toros
o jugar cañas o sortija. Alvar Núñez Cabeza de
Vaca cuenta en sus Naufragios que como lle-

gase, después de sus peregrinaciones, a Méjico


la antevíspera de Santiago, fue muy agasajado
del Visorrey, y el día de Santiago se hizo gran
fiesta y juegos de cañas y toros.

Santiago, el caballero de las Españas, prote-


gió también en sus empresas ultramarinas a
los portugueses, en un tiempo en que se enor-
gullecían de llamarse españoles, cuando Ca-
moéns consideraba a los lusitanos como

Huma gente fortissima de Espanha,

a la cual en otro verso de Os Lusiadas llama


"Nossa Hesperia". También el culto al Após-
tol era intenso en Portugal, sobre todo en la
Archidiócesis de Braga, que se llama "Prima-
da de Españas" y está llena de recuerdos
las

jacobitas y en la pequeña monarquía atlántica


florecía la Orden de Santiago. Nada de extraño
tiene que el patrocinio del defensor de Hespe-

— 131 —
:

JUAN DE CONTRERAS
ria siguiese a los lusos en aquellas legendarias
aventuras que les hicieron señores de las ru-
tas y de los tesoros de Oriente. He aquí cómo
reseña don Francisco de Quevedo la aparición
de Santiago en la Toma de Goa
"El Padre Juan Pedro Maffeo, insigne histo-
riador de la Compañía de Jesús, en el fin del li-

bro cuarto de su Historia de las Indias Orienta-


les, dice, hablando de que la Cruz ayudaba a

los portugueses en la toma de Goa, que no sólo


a la Cruz se atribuye la victoria, sino al Apóstol
Santiago, que es el presidente de los españoles.
Y refiere que los indios preguntaban quién era
aquel insigne capitán de la cruz roja y armas
resplandecientes, que hacía que pocos cristia-
nos venciesen a innumerables moros; y aquel
glorioso general Alburquerque, por no mostrar-
se desconocido a Santiago, envió a Lisboa unos
bordones y veneras de oro y perlas y rubíes, por
ser las armas del Santo Apóstol; y (en el li-
bro 12) preguntaban quién era un Jacobo los
moros de la India, y que respondió Payba que
era Santiago : In ejus tutela, et patrocinio His-

panos latere universos."


XII

LA HUELLA DEL APOSTOL


:

En la cultura española la huella jacobita es


tan honda que apenas hay aspecto de ella que
pueda ser bien conocido sin que sobre él se
proyecte la sombra ingente del Apóstol de las
Españas. Aparece en nuestra más vieja lite-

ratura: nombre del Apóstol salta con fre-


el

cuencia en poemas del ciclo del Cid, y unos


los

versos de Gonzalo de Berceo nos demuestran


que ya en su tiempo era vieja la creencia en el
voto de Santiago, que enciclopedistas y libera-
les creían invención del Arzobispo Jiménez de
Rada. En ellos, la León y Cas-
rivalidad entre
tilla se concentra en torno de Santiago y de
San Millán, cuya vida glosa el poeta:

Pero abrir vos quiero todo mi corazón


querría que ficiéssemos otra promissión
mandar a Sant Millán nos atal función,
cual manda al Apóstol el Rey de León.

— 135 —
/ U A N DE C O N T R E R A S

En el romancero se recoge también la le-

yenda de Clavijo: en elRomancero general


de 1604 se inserta un romance viejo del cual
son estos versos:

Alborotáronse algunos,
y Rey, corrido y suspenso,
el
determinó de morir
o de libertar su Reino.
Juntó su gente de guerra,
y prestándoles su esfuerzo
el glorioso Santiago,
dio la batalla y vencieron.

En la literatura del Siglo de Oro las refe-

rencias serían innumerables. Entresaco algu-


nas de las que me brinda la gentileza de Joa-
quín de Entrambasaguas, maestro en estas bús-
quedas: en el poema de Pedro de la Vezilla

Castellanos titulado Primera y segunda parte


del León de España (Salamanca, 1586) se relata
en versos, no ciertamente de amena lectura, la
batalla de Clavijo. En Cervantes hay una des-
cripción del Apóstol caballero, según la versión
hispánica, en el capítulo del Quijote en el cual
se describe el encuentro del héroe con unos
campesinos que llevaban a su pueblo las tallas

de un retablo. "Rióse Don Quijote y pidió que

— 136 —
LA HUELLA DEL APOSTOL
quitasen otro lienzo, debajo del cual se descu-
brió la imagen del Patrón de las Españas a ca-

ballo, la espada ensangrentada, atropellando


moros y pisando cabezas, y en viéndola dijo

Don Quijote:
—Este que es caballero y de las escuadras

de Cristo; éste se llama Don San Diego Mata-


moros, uno de los más valientes santos y caba-
lleros que tuvo el mundo y tiene agora el Cielo."
Entre la fronda del teatro barroco queda una
verdadera profusión de temas jacobitas. Hay
dos comedias de Lope: Las doncellas de Si-
mancas y Las famosas asturianas una de Mira ;

de Mescua, Desgracia del Rey don Alfonso el

Casto. De Antonio de Zamora es Quitar de Es-


paña con honra el feudo de cien doncellas ; de
Cubillo de Aragón, El rayo de Andalucía y ge-
nízaro de España; de Jiménez de Villanueva,
Cumplir jura y quitar el feudo de cien don-
la

cellas) de Luis de Guzmán, El blasón de don


Ramiro de Herrera y Ribera, El voto de San-
;

tiago y batalla de Clavijo. He aquí algunas

muestras de esta literatura dramática inspira-


da en las gestas del Apóstol. Imaginemos el en-
tusiasmo de un^auditorio formado en gran par-
te por veteranos de Flandes o de Italia cuando

— 137 —
! :

JUAN DE CONTRERAS
oyesen gritar sobre la escena estos versos de
Las famosas asturianas, de Lope:

— ¿Qué importa que nos degüelle?


Ende más que Dios fará
y el su Apóstol, que defiende
este rincón donde yace,
que Alfonso su furia temple.
— ¡Oh valerosa asturiana!
Su vida el Cielo me ofrece,
yo te pagaré el valor.
¡
Santiago
— ¡Osorio, acomete!
¡Santiago!

— ¡Aquí, Mahoma, aquí!


—Y aquí Santiago.

El Santiago Matamoros, que cabalga entre la


fronda dorada de los retablos churriguerescos,
fulgura también entre los versos barrocos de El
Rayo de Andalucía, de Cubillo de Aragón, cuyo
asunto está inspirado en la leyenda de Clavijo.
En la primera jornada de la primera parte, uno
de los personajes refiere así el origen del tribu-
to de las cien doncellas

Ya sabéis que el injusto Mauregato


con el moro de Córdoba, atrevido,
hizo el bastardo y vergonzoso trato
que tanto vuestro honor tiene ofendido.

— 138 —
LA HUELLA DEL APOSTOL
Cien doncellas (¡qué bárbaro contrato!)
le tributó cada año, y consentido
fue servicio tan vil, con fuerte nudo
por D. Alonso el Casto y D. Bermudo.

En la jornada segunda (primera parte) se


describe así la aparición del Apóstol a Rami-
ro I:

REY

Quién decir supiera


con estilo que a todos persuadiera,
sin seros más prolijo,
el sucesso del monte de Clavijo.

En mi tienda esta noche,


quando rondaba el tachonado coche
con ruedas de diamantes,
fixas al bien, y a la desdicha errantes,
me habló con cariño y con halago
el Apóstol Santiago.
No temas (dixo) ni afligido llores
por ver a tus contrarios vencedores :

Ramiro, Dios te ampara; en El confia,


que en tu favor me envía
desde el Empíreo donde eterno asiste,
para que venzas, si vencido fuiste.
Mañana estos millares de enemigos
serán de esta verdad ciertos testigos:
su poder no te asombre,
que invocando mi nombre
me verás a caballo entre tu gente,
con roja espada y peto refulgente,
desbaratando en piezas

— 139 —
:

JUAN DE CON T RE RAS


esse esquadrón de bárbaras cabezas.
Acomete animoso,
no temas su concurso numeroso,
que ya el Poder Divino
las armas, gente y ocasión previno:
y a mi para esta hazaña,
porque me llame su Patrón de España
dixo; y en luz envuelto,
con la madeja del cabello suelto
que en ondas esparcía
siendo la noche emulación del día,
giros al sol ofrece,
y a mi vista incapaz desaparece.

acometer al enemigo,
y hacer en su poder mortal estrago
con el favor de Dios y de Santiago.

Cierra España y Santiago.


Publíquese esta gloria:
del Apóstol Santiago es la victoria;
yo ie vi pelear, yo soy testigo.
A sus pies vi postrado al enemigo.
De su brazo valiente es el estrago:
victoria por España. Santiago.

Y en la parte segunda de la segunda jorna-


da se lee
Día del Apóstol Santo,
a cuya espada y venera
debéis la mayor victoria.
Día, al fin, de Santiago,
aquel de la cruz bermeja,
que en el caballo de nieve
de muy soldado se precia.

— 140 —
LA HUELLA DEL APOSTOL
Así, pues, el grito "Santiago" era casi tan

repetido en los escenarios como en los campos


de batalla, y con él se socorrían en sus apuros
tanto los autores dramáticos como los soldados.

Ambrosio de Morales describió en excelente


prosa los parajes donde se desarrolla la gesta
hispánica del Apóstol, que recoge en su sazo-
nado castellano del 1600 el Padre Juan de Ma-
riana.

Escritor jacobita por excelencia es don Fran-


cisco de Quevedo, en cuya obra las páginas as-
céticas son de más subido valor que los donai-
res por los que es conocido del vulgo. Como,
en el primer cuarto del siglo xvn, los Carmeli-

tas lograsen formar ambiente por que fuese co-


patrona de España Santa Teresa de Jesús, re-
cientemente canonizada, y las Cortes del Reino
diesen luego su beneplácito a esta idea, que
encontró en Roma favorable acogida, Quevedo,
como caballero de la Orden, se creyó en el de-
ber de acudir a la palestra en defensa del ex-
clusivo patrocinio del Apóstol. Lo hizo (en el
memorial escrito en 1627) con aquella gala de
erudición, aquella furia polémica y aquel des-
embarazo tan propios de su carácter. No deja
argumento por resolver ni omite nada para su-

— 141 —
JUAN DE CONTRERAS
gestionar el ánimo del Rey Felipe IV. "Son las
Españas —escribe— bienes castrenses, gana-
dos en la guerra por Santiago ; y las leyes que
amparan en ellas a cualquier soldado particu-

lar, ¿perderán su fuerza en este general y cau-


dillo, a quien nos debemos todos por compra, a
quien somos deudores de la libertad, y la fe

de lo humano y de lo divino? Vos, señor, le de-

béis las coronas que ya ceñís multiplicadas ; los

procuradores de Cortes, el Reino, en que son


tribunal ; los templos no ser mezquitas, las ciu-
dades no ser abominación, y santo
la república

gobierno no ser tiranía, las almas no ser maho-


metanas ni idólatras, las vidas no ser esclavas,
las doncellas no ser tributo." Parece como si el

nombre del Apóstol militante fuese también


grito de guerra en incruentas batallas entre
eruditos y teólogos, no estériles ciertamente
para nuestra cultura. Recordemos las promovi-
das hacia el 1600 por el escepticismo del Car-
denal Baronio y los escarceos entre historia-
dores del siglo xvin y los debates de las Cortes
de Cádiz sobre el "Voto de Santiago".
No es fácil describir ni aun los principales

entre los edificios magníficos levantados por


España a la devoción de su Evangelizador. En
— 142 —
LA HUELLA DEL APOSTOL
los rudimentos de aquella arquitectura hispá-
nica que llamamos mozárabe, tan preñada de
geniales atisbos y de anárquicas soluciones,
está en tierra de León la iglesia de Santiago de
Peñalba (937), con su extraña planta y singular
alzado. En lo románico se ha de mencionar si-

quiera la Santa, Metropolitana y Apostólica


Basílica de Santiago de Compostela, uno de los

más insignes templos de la Cristiandad, el úni-


co en España en que el románico se desarrolla
en toda su amplitud. Preciso es nombrar, en
lo mudejar, a Santiago del Arrabal y a las Co-
mendadoras de Toledo ; en lo gótico, la Capilla

del Condestable, en la catedral toledana, con su


arquitectura militar y su cimborrio en forma
de castillo ;
Santiago de Villena, con sus colum-
nas torsas al estilo isabelino; Santiago de Ori-
huela, de majestuosa fábrica. En la exuberan-
cia del plateresco los cinceles hispánicos cantan

las glorias del Apóstol en el convento de San


Marcos, de León, en el de Sancti Spíritus, de
Salamanca, en la parte más vieja del de Uclés.
El triunfo barroco de la fachada del Obradoiro,
en Compostela, fue erigido a la gloria del hu-
milde compañero de Jesús, como también las

— 143 —
JUAN DE C O N T R E R A S

fábricas, más severas, de las Comendadoras de


Madrid y de Granada.
En la escultura románica, Santiago se pre-
senta a la veneración de los fieles en "Majes-
tad", sentado en su escabel, como en aquella
imagen admirable del maestro Mateo en el par-

teluz del pórtico de la Gloria, sin rival en la

estatuaria europea del siglo xn, y en la que se


venera en el altar mayor de la misma basílica,
o de pie, como peregrino, en diversas iglesias.
Esta versión del peregrino prevalece en la ima-
ginería gótica en toda España. La representa-
ción ecuestre de Santiago militante es muy
vieja, pues aparece ya en la Catedral compos-
telana en el siglo xn, pero no se hace general
hasta los siglos xv y xvi; recordemos la gran
imagen de la Capilla del Condestable, en Tole-
do, y el retablo de Alonso de Berruguete en
Cáceres. En lo barroco, la figuración ecuestre

es casi exclusiva, con gran aparato de banderas


flameantes entre nubes y moros fugitivos o
muertos.
Los pintores de retablos buscan frecuente-
mente asuntos para sus tableros en los suce-

sos de la historia y de la leyenda del "Hijo del


Trueno". Generalmente, se figuran las escenas

— 144 —
LA HUELLA DEL APOSTOL
de la vocación y del martirio, de la navegación
milagrosa y del traslado en el carro de bueyes
de la Reina Lupa. Algunas de estas escenas
se ven en los vestigios del retablo que pintó
en el siglo xv Nicolás Francés para la Catedral
de León y en tablas de la escuela de los Serra
en Cataluña. En el centro solía representarse
la efigie de Santiago peregrino o combatiente.
Uno de los más interesantes primitivos portu-
gueses, el "Maestro de Pelay Pérez Correa",
se consagró principalmente a temas jacobitas.

Los pintores escurialenses Navarrete el Mu-


do y Alonso Herrera dejaron en El Escorial y
en Segovia su homenaje pictórico al Santo Pa-
trón. Repetidas veces reprodujo el Greco la fi-

gura de éste en los diversos apostolados que se


conservan de su mano, y puede identificarse
con el Apóstol el Santo armado que sostiene
al orante en el maravilloso retrato de Julián
Romero. En el más bello barroquismo, en un
prodigioso alarde de composición, Lucas Jordán
pintó el gran lienzo de las Comendadoras de
Santiago, de Madrid, con la escena de Clavijo;

en cambio, los pintores del ciclo de Goya, en


el Pilar de Zaragoza, lo representan postrado

— 145 —
10
JUAN DE CONTRERAS
humildemente ante Nuestra Señora, a orillas

del Ebro.
Es, sobre todo, en las artes industriales don-
de la influencia jacobita es más notable. Desde
los comienzos de las peregrinaciones, los ro-

meros solían proveerse en Compostela de ob-


jetos relacionados con el Apóstol, y singular-
mente de veneras en oro, plata, latón, estaño

o plomo. En el siglo xn eran ciento las tiendas


de concheros que había en la ciudad, de ellas

28 de la Iglesia y 72 de orfebres particulares.


En 1207 el Papa Inocencio III prohibió, bajo
pena de excomunión, la venta de este género de
insignias que no fuesen fabricadas en Santiago
—en las Cofradías del Apóstol establecidas en
toda Europa se exigía la presentación del em-
blema como prueba de la peregrinación — , y
esto acrecería enormemente la industria. Los
orfebres santiagueses vinieron a ser habilísi-
mos. Una vieja tradición cuenta que dos ánge-
les, con apariencia de peregrinos de Santiago,
labraron la "Cruz de los Angeles" para Alfon-
so II. Mira de Amescua la recoge en su Des-
gracia del Rey Don Alfonso el Casto. El Rey
dice a los misteriosos viajeros:

— 146 —
LA HUELLA DEL APOSTOL
Hacer pretendo
una cruz de valor y de artificio
que aquí en Oviedo, donde ahora estamos,
honre los templos y las almas guarde:
pues que dezís los dos que soys plateros
peregrinos devotos de Santiago,
estas piedras tomad y todo el oro
que necesario fuere...

La más típica industria compostelana es la


de la azabachería, pues en virtud de ciertas pro-
piedades maravillosas que se atribuían al aza-
bache, los objetos fabricados en esta materia
eran muy buscados; en el siglo xv suele re-
presentarse al Apóstol en traje de peregrino;
en las centurias siguientes predomina el San-
tiago caballero. Es un arte popular, rudo y vi-

goroso, al cual da singular belleza la calidad


de la materia. La medallería compostelana, so-

bre todo en la época barroca, es copiosísima en


troqueles, cuyos productos solían engastarse
en ricas filigranas.

Para la Catedral de Santiago y otras igle-


sias consagradas al culto del Apóstol se tejie-

ron y bordaron maravillosos ornamentos con


sus emblemas.

— 147 —
EPILOGO
Al llegar al final de nuestro trabajo nos da-
mos cuenta de que son él poquísimas las pá-
ginas destinadas a la biografía del Apóstol y
muchas, en comparación, las que hemos consa-
grado a exponer su repercusión legendaria, de
tan grande influjo en la Historia de España.
Es preciso que hagamos notar la relación que
secretos designios providenciales establecieron
entre una y otra parte de los hechos que inte-
gran el relato precedente, pues alguno. pudiera
extrañarse, como aquel Obispo griego de la le-

yenda de Coimbra, de esta sigular metamorfo-


sis, en el ciclo claro de las Españas, para la

cual el pacífico pescador de Galilea, compañero


de Cristo que mansamente dio su vida por con-
fesar su doctrina, se trueca en el brillante pa-
ladín, armado de todas armas como un Amadís

— 151 —
JUAN DE CONTRERAS
o un Roldán, que flagela con su espada invenci-
ble a los enemigos caídos sobre los cuales ga-

lopa su caballo blanco.


Es que, sin duda, en el Cielo tienen una rea-
lización maravillosa aquellos ensueños de nues-
tra juventud que sacrificamos por un más alto
ideal. Allí los pobres y mortificados ascetas re-
fulgirán como príncipes en el esplendor de su
triunfo, y las humildes novicias que sepultaron
su mocedad en la sombra de los claustros ce-
ñirán sobre sus frentes diademas imperiales de
gloria eterna. Allí la suprema sabiduría será
concedida a los que se hicieron simples como
niños, más pura belleza, a
y la los que el mundo
despreciaba como su escoria.
Sin duda, aquel mancebo hijo del Zebedeo,
pescador en el lago de Tiberiades; el que en
una tarde dichosa abandonó las redes y las

barcas de su padre para seguir a Cristo, abriga-


ba, en su corazón generoso, grandes anhelos de
gloria humana. El se imaginaba al Mesías, como
todos sus convecinos, como un guerrero inven-
cible que humillaría la cerviz de los enemigos
de Israel y querría tener un lugar destacado en
la corte del Rey triunfador. Así lo demuestra

la misma petición de su madre al Maestro, cuan-

— 152 —
EPILOGO
do pedía para sus hijos los principales puestos

de su reinado.
Poco a poco, en los meses de convivencia con
el Rabbí, Jacobo aprendió la dura y áspera en-
señanza de la renunciación suprema. No se tra-

taba de brillar en los alcázares, sino de ser


pobre y miserable, perseguido por los podero-
sos del mundo, y coronar las jornadas de fati-
gas y de oprobios con una muerte infamante.
Santiago aceptó todo ello y apuró hasta las he-
ces el cáliz que, en su entusiasmo juvenil, se
había ofrecido a beber.
El Señor concede, a los que buscan sólo el

Reino de Dios y su Justicia, espléndidas añadi-

duras. Si el joven galileo soñó alguna vez, sen-


tado a la orilla del mar, con batallas y trofeos
militares, sabed que ningún conquistador de la

tierra, ni Alejandro ni César, ha igualado su


gloria. Invocando su nombre entraron en ba-
talla poderosos ejércitos: los de Carlos V, el

grande Emperador; los de Felipe II, señor de


la más extensa Monarquía que ha conocido el

orbe. Milicias innumerables lo vieron cabalgar


a su frente para conducirles a la victoria. En
su honor se elevan, en todos los continentes,
millares de templos y en ellos figura su efigie,

— 153 —
JUAN DE CONTRERAS
ceñida con resplandeciente armadura, como la
del Señor San Jorge o el Arcángel San Miguel.
Más ciudades llevan su nombre que el de Oc-
tavio Augusto, y con él se honraron reyes, in-

fantes y caballeros.
España, que recibió de él la semilla evangé- -

lica y presenció sus humillaciones y sus fati-


gas, fue testigo y vocera de tanta gloria. Santia-
go, su Patrono, su amparador en los riesgos,

sigue siendo su vigilante centinela por todos


los siglos.

Defensor almae Hispaniae Jacobe,


vindex hostium.
APENDICE
LAS POLEMICAS SOBRE SANTIAGO
No solamente el grito de Santiago resonó en
las batallas entremoros y cristianos, indios y
españoles, sino en las contiendas, no por in-
cruentas menos enconadas, entre teólogos, his-
toriadores y eruditos, de algunas de las cuales
hemos hecho mención en el texto. En el si-

glo xvi, cuando la tradición jacobita llevaba mu-


chos siglos de ser indiscutida, no sólo en Es-
paña, sino en el mundo entero, vino a ponerla
en tela de juicio el Arzobispo de Toledo D. Gar-
cía de Loaysa, el cual, al recopilar en un tratado
cuantos argumentos halló a mano para demos-
trar la primacía de la Iglesia toledana, publicó
una escritura referente al Concilio Lateranense,
convocado por Inocencio III, en la cual se ne-

gaba la venida a España del Apóstol, afirmando


que, si se le dio postestad para predicar en Es-

— 157 —
JUAN D E CONTRERAS
paña, fue degollado antes de que pudiese em-
prender Es de tener en cuenta que es-
el viaje.

tas polémicas nunca fueron promovidas por


puro amor a la verdad, sino que en su origen
siempre se encuentra una ambición o un sec-
tarismo.
Adquirió crédito noticia tan dudosa, más que
en España, entre los extranjeros, entonces re-

celosos de la fortaleza del Imperio. Así el Car-


denal Baronio procuró que en la nueva edición
del Breviario de San Pío V se suprimiese o se
modificase el texto que establecía como cierta
la predicación en España del "Hijo del True-
no". Puede suponerse cuál sería la polvareda
que la novedad originase en aquella España
que en la tradición venerable encontraba el ner-

vio de toda su historia. Intervino Felipe II, por


medio de su Embajador elDuque de Feria;
pero hasta el pontificado de Urbano VIII no
se consiguió un dictamen favorable al sentir de
los españoles.

Poco después, en 1617, surgió la pretensión


de los Carmelitas descalzos de que Santa Teresa
de Jesús fuese declarada co-Patrona de España,
anhelo que fue recogido por las Cortes del Rei-
no. Felipe III y el Consejo de Castilla dirigie-

— 158 —
A P E N D I C E

ron,año de 1620, cartas a Prelados y Cabildos


ordenando que se celebrase la fiesta de la Santa
de Avila con solemnidad como de Patrona. De
aquí una polémica que resolvió el Papa (Urba-
no VIII) en 1630 ordenando que se considera-
se a Santiago como a único Patrón. En esta
polémica intervino, con varios escritos, llenos
de pasión y de ciencia teológica e histórica, el

formidable polemista D. Francisco de Quevedo.


Arremetió contra él el sevillano Mozovelli, con
el cual contendieron diversos escritores, hasta
que con los años y las nuevas preocupaciones
se fue alejando el barullo de la contienda.
Aún vuelve a sonar el clarín de guerra, con-
vocando esta vez a los historiadores en torno
de la batalla de Clavijo y del voto de Santiago.
Fue el principal adversario de la tradición ra-
mirense el Juan Francisco Mas-
sabio Jesuíta P.
deu en su Historia crítica de España y de la
cultura española (1787-1809). Llevado de su fu-
rioso criticismo, reacción contra la credulidad

de hagiógrafos y genealogistas, el implacable


jesuíta arremetió contra el diploma de estable-
cimiento del voto llamándole "libelo infamato-
rio de toda la nación, digno por lo mismo de
eternas llamas". Para Masdeu, la batalla, el mi-

— 159 —
JUAN DE CONTRERA. S

lagro y el voto fueron invención de los Bene-


dictinos franceses, que en los siglos xi y xn
fundaron en España tantos monasterios, y a los
cuales atribuye piadosas mixtificaciones. Las
atrevidas afirmaciones del erudito levantaron
ingente polvareda. Uno de sus contradictores
afirmaba que su escepticismo "ofendía a la

nación entera, que siempre ha mirado este do-


cumento como el monumento más sublime de
su gratitud y reconocimiento al Apóstol San-
tiago", y acusa al historiador de adversario de
la creencia en el patrocinio del Apóstol y de
despreciador de las dos potestades : Real y Pon-
tificia.

Eco de esta polémica fue la discusión sobre


el voto de Santiago en las Cortes de Cádiz. Se-
tenta y seis diputados presentaron la propuesta
de supresión de la secular ofrenda, que origi-

nó un vivísimo debate en el cual la historia y


la tradición fueron atacadas y defendidas con
tanto exceso de brío como carencia de crítica.

Acaso el diputado que se expresó con mayor


ecuanimidad fue D. Simón López, el cual se
opuso a que se discutiese este asunto, alegando
que solamente un Tribunal y no una Asamblea
podía emitir dictamen sobre la falsedad o legi-

— 160 —
APENDICE
timidad de un título fundado en concesiones
reales. Los liberales, que atacaron la más vene-
rada tradición española con argumentos de tipo
enciclopedista, no brillaron en este debate por
su erudición ni por su elocuencia. Llevado el

asunto a votación nominal, las Cortes declara-


ron que "abolían la carga conocida en varias
provincias de España con el nombre de voto
de Santiago". Una nueva época de la Historia

de España se iniciaba aquel día. Ya el grito de


"
¡
Santiago !
" no se oyó en las batallas que aún
tuvieron que reñir los españoles. Comienza la

gran almoneda de valores espirituales y de te-

rritorios. Se pierden para España los virreina-


tos de América y, en los últimos años del siglo,

los últimos jirones de un Imperio que se había


comenzado a congregar bajo los auspicios del

Apóstol.

FIN
t
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