Vía Crucis Niño
Vía Crucis Niño
Vía Crucis Niño
Mateo 27, 24
“ AL VER PILATOS que no adelantaba nada, sino que el tumulto iba a más, tomó agua y se lavó las
manos ante el pueblo diciendo:
- ‘Soy inocente de esta sangre; vosotros veréis’.”
- ¿Señor, qué has hecho para que te quieran hacer tanto daño?
- Jesús, hazme fuerte para decir la verdad.
- ¡Cómo te hubiera defendido si yo hubiera estado allí!
- Perdón, Jesús, por nuestros pecados.
Jesús está atado. Hay mucha gente gritando. Él les mira con pena. Pero ellos siguen voceando:
“¡Crucifícale!” ¿Señor, qué has hecho para que te quieran hacer tanto daño? Pilatos se lava las
manos. Aunque finge y parece que le da igual, creo que tiene miedo. Para disimularlo y quedar bien,
manda que lo azoten. ¡Jesús, hazme fuerte para decir siempre la verdad, que sepa dar la cara por ti!
Los soldados se lo llevan y le dan golpes. ¡Cómo te hubiera defendido si yo hubiera estado allí!
Ahora sólo sé pedirte perdón por mis pecados y los de todos los hombres.
Lucas 9, 23
“ SI ALGUNO quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”.
Jesús está doblado después de los tremendos palos, y le doblan más echándole encima esa Cruz tan
grande. Sé que la abraza porque está pensando en mí. Tranquilo Jesús, ¡todos te apoyamos!
Ayúdame a no ser caprichoso. Observo con miedo cómo te cargan el madero tan grande... con lo
débil que te has quedado después de tantos golpes: ¡allá vamos! Te quiero ayudar, pero no sé cómo.
y mientras lo pienso, veo que tú sigues por el camino llevando la Cruz solo. Al menos que me
acuerde de ti más veces durante el día cuando me cuesten las cosas... y que ponga buena cara.
Isaías 53, 5
“EL FUE TRASPASADO por nuestras rebeliones, aplastado or nuestros crímenes. Sus cicatrices
nos curaron”.
- ¡Cuidado!
- ¡Dios mío, cuánto pesa esa cruz!
- Señor, haz que no me porte mal contigo.
- ¡Levántate porque, a fin de cuentas, todos estamos contigo!
Sigo de cerca el paso tembloroso del Señor, pero al ver que no puede más y que va a caer le grito:
“Cuidado!” Jesús no puede más y cae al suelo. ¡Dios mío, cuánto pesa esa Cruz!
El soldado levanta el látigo para pegarle. No puedo hacer nada para evitarlo porque... sólo soy un
pobre niño pequeño. Lo único que se me ocurre es decirle: Señor me voy a portar muy bien contigo,
y voy a ayudarte quitando al menos el peso tan grande que son mis pecados. Levántate, Jesús, que a
partir de ahora todos estaremos contigo.
Lucas 2, 35
“Y A TI MISMA una espada te atravesará el alma!”
- ¡Mamá, ayúdame!
- Jesús, ¡mírame!
- Tranquilo, Jesús. Yo consolaré a tu Madre.
- ¡Jesús, quiero ser como tu Madre!
Poco después de conseguir levantarse, Jesús se encuentra con su Madre, y la mira. No se dicen
nada. María piensa: ¿Hijo mío, qué te están haciendo? Yo, que estoy al lado de María, le digo al
Señor: Jesús, voy a intentar portarme bien para descargarte del peso de la Cruz; y tranquilo, que yo
consolaré a tu Madre.
Cuando ya se ha ido el Señor, me quedo impresionado por el sufrimiento tan grande de la Virgen y
también por su serenidad y fortaleza. Como no me atrevo a decirle nada en ese momento tan
doloroso por miedo a meter la pata con una de mis niñadas, aprovecho para pedirle a Dios por
dentro: quiero ser como tu Madre.
Mateo 27, 32
“CUANDO SALÍAN encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le forzaron a que
llevara su cruz”.
De repente un soldado trae a un hombre y le pone debajo de la Cruz. El hombre mira con miedo al
soldado: no entiende nada. Piensa: ¡Qué mala suerte, tener ahora que llevar esta Cruz tan grande!
Los niños, en cambio, dicen: ¡Qué bueno es Jesús, con qué amor lleva la Cruz! Luego uno se acerca
a Simón y le susurra al oído: ¡Animo, que tienes mucha suerte!
¡Cuánto me gustaría ser fuerte y ayudarte a llevar la Cruz, Jesús! En cambio, soy pequeño y débil.
La Virgen me anima: “Niño, no te pongas triste, que tú también le ayudas, cuando como Simón,
obedeces y te cuesta”. Pues te prometo, Jesús, que en mí siempre tendrás un amigo para ayudarte.
Jesús está lleno de sudor y de sangre. Casi no puede ver. Una mujer se da cuenta y llega corriendo
con un pañuelo para limpiarle la cara. Al principio, el soldado no quiere dejarla, pero se detiene
sorprendido por el empeño y el cariño que pone. Simón mira con asombro el gesto de la mujer. Y yo
me quedo embobado pensando que también a mí me hubiera gustado hacer lo mismo. ¡Cómo no se
me había ocurrido! Pienso que lo hago cuando me confieso, cuando limpio mi alma, y se quitan
esas manchas oscuras que me impiden ver. Voy a limpiar tu cara y a quitarte espinas de tu corona
confesándome cada vez mejor. Mientras Verónica te limpia, yo te sujeto la Cruz: ¿Señor, estás ahora
mejor? ¡Aquí tienes un amigo!
Mateo 11,28
“VENID A MI todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré”.
- ¡Resiste!
- ¡Venga, Jesús, que tú puedes!
- Jesús, haz que no me deje llevar por lo que me gusta.
Jesús cae otra vez. El soldado vuelve a levantar el látigo para golpear. Simón mira con horror los
pinchos de las cuerdas. Y yo te suplico: ¡Señor, resiste, que tú puedes! Ahora me acuerdo de tantas
veces a lo largo del día en que no soy generoso para sacrificarme, y me dejo llevar por lo que me
gusta o me apetece. Jesús, quiero ser un niño bueno. Enséñame a levantarme como Tú cuando
caiga. Ayúdame a pedirte perdón con prontitud cuando descubra algo que no ha sido de tu agrado.
Que me levante con la rapidez con que lo hacen los pequeños cuando tropiezan, dirigiéndose a sus
padres con los ojos arrasados en lágrimas.
Lucas 23, 28
“JESÚS, volviéndose a ellas, les dijo: - ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por
vosotras y por vuestros hijos’.”
Unas mujeres, al ver a Jesús, empiezan a llorar. El Señor las consuela y les dice: No lloréis por mí,
llorad más bien por los pecados de los hombres. Simón de Cirene mira asombrado al Señor.
Empieza a darse cuenta de quién es ese hombre. El, que está sufriendo tanto, se preocupa por los
pequeños sufrimientos de los demás y atiende a esas pobres mujeres afligidas.
A mí me gustaría pedirte: Jesús, que yo sepa llorar por mis pecados, para después poder llorar por
los pecados de todos los hombres. Jesús, consuélame a mí también.
Mateo 11, 29
“TOMAD MI YUGO sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
- Queda poco.
- El sufrimiento es para algo importante.
- ¡Bebe un poco de agua, Jesús!
- ¡Animo, no lo abandones ahora!
Queda poco, pero Jesús no puede más. Cae de nuevo, muy cerca ya de la cumbre. Viendo al Señor
pienso que si él -que es tan bueno- sufre todo esto, es que debe hacerlo por algo muy importante.
Simón ahora, con los ojos cerrados, se mira a sí mismo. Se fija en sus pecados, y comprende que
son la causa de que Jesús haya caído otra vez; entonces procura sostener la Cruz con todas sus
fuerzas. Ahora la lleva ya de una manera distinta: no por obligación, sino por cariño.
Señor, voy en tu ayuda: bebe un poco de agua. ¡Animo, no lo abandones ahora!
Lector: Señor, pequé.
Todos: Ten piedad y misericordia de mí.
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús despojado de sus vestidos
Lector: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Todos: Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Juan 19, 23
“LOS SOLDADOS, después de crucificar a Jesús, tomaron su ropa e hicieron cuatro partes, una
para cada soldado, y aparte la túnica”.
Llevan a Jesús a rastras hasta la cumbre. Los soldados, como si fuera un juego de niños, le quitan
los vestidos y los echan a suertes para ver quién se los lleva. Yo siempre deseando tener cada vez
más cosas y tú, en cambio, no tienes nada: para nacer no te dejan una casa digna que te sirva de
cobijo, para morir no te dejan nada con qué abrigarte.
En este momento sólo sé decirte: Jesús, no tengas frío. Yo te cobijaré y te calentaré con frases
ardientes, yo te taparé y te abrigaré con mis sacrificios. Procuraré que todo lo mío sea de los
demás..., que todo lo mío sea tuyo.
Lucas 23, 33
« LLEGADOS al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a dos ladrones, uno a la derecha
y otro a la izquierda”.
- No te mereces esto.
- ¡Pobre Jesús!
- No me quejaré nunca más.
- No me quejaré por bobadas.
Me tapo los oídos, pero aun así no puedo dejar de oír los golpes del martillo clavándote en la Cruz.
Aunque no miro por miedo, me imagino tu mano izquierda atravesada por el clavo y luego la
derecha. Después más golpes..., deben de ser los pies. No te mereces esto. ¡Pobre Jesús! No se oye
ningún grito ni señal de queja. Sufres en silencio.
Y pensar que yo tantas veces me quejo cuando me cuesta algo. No me lamentaré más. No me
quejaré por bobadas. Y cuando piense que tengo derecho a poner mala cara, me acordaré del ruido
que hacían los golpes del martillo.., y de tu silencio.
Juan 19, 30
“DESPUÉS DE ESTO, Jesús dijo: - ‘Todo está cumplido’. E, inclinando la cabeza, entregó el
espíritu”.
Levantan la Cruz con el Señor, y la meten en el agujero que había en el suelo. Se queda como
clavada, encajada en la tierra. Ahí está Jesús, que se muere por mí. Pero... ¿qué he hecho?
Perdóname porque no sé lo que hago. ¡Bendito seas!
Tu madre llora cerca de la Cruz. Juan y algunas mujeres lloran también. Me dicen que me vaya,
pero yo quiero estar contigo, aunque no pueda hacer nada.
Algún día todos se darán cuenta de tu Sacrificio. Jesús, no nos digas adiós. Me han enseñado que la
Misa es este mismo Sacrificio pero, ahora, sobre el altar. Yo siempre te rezaré pero, especialmente,
cuando vaya a Misa: te prometo que estaré más atento.
Jesús ya está muerto. Se acercan algunos amigos para ayudar a los soldados a bajarle de la Cruz. Se
lo dan a María. Ella lo estrecha contra su pecho y llora. Yo me acerco con otros a limpiarle la sangre
y lloro como un niño.
A partir de ahora intentaré cuidarte como ella te cuida. Nunca te olvidaré. Has vencido al dolor. Y
ahora que ha terminado tu sufrimiento te digo: Perdón, Jesús, por todo lo que he hecho mal. No
volveré a hacerte sufrir nunca más.
Lector: Señor, pequé.
Todos: Ten piedad y misericordia de mí.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es sepultado
Lector: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Todos: Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
- Rezo.
- Adiós. Espero verte otra vez.
- Yo me propongo ir a visitarte todos los días.
- ¡Resucitará!
Como soy pequeño y todos están ocupados preparando a Jesús para la sepultura, consigo meterme
en el sepulcro sin que nadie me vea. Están envolviendo a Jesús en una sábana. Le ponen un sudario
en la cabeza.
Yo rezo: Adiós. Espero verte pronto. María me mira, con cariño, como esas madres cuando se
quedan con los ojos fijos contemplando a sus hijos pequeños. De repente se agacha, y me dice al
oído un secreto: No te preocupes, dentro de poco le volverás a ver, muy pronto... resucitará!