Se Puede Cambiar La Sociedad?
Se Puede Cambiar La Sociedad?
Se Puede Cambiar La Sociedad?
Cecilia Montero
Doctora en Sociología
Esa parece ser la pregunta que subyace y atraviesa el texto que nos ofrece
Claudio Naranjo. Pregunta dirigida a una sociedad enferma por alguien que sueña con
un mundo sano. Pregunta que debiera quitar el sueño a los científicos sociales que
tenemos como misión pensar la sociedad.
Para sus lectores y discípulos esta será una nueva ocasión de recorrer los
secretos en que se basa su comprensión de las profundidades y las heridas del Ser,
resultado de una mezcla virtuosa entre rigor científico, sed de trascendencia y profunda
bondad. Y para los que recién lo descubren es una oportunidad de conocer a un
pensador integral. Sólo que esta vez Naranjo empuja explícitamente los límites de su
especialidad, abordando un área de importancia vital para los tiempos sociales: la
educación.
Esta obra y su último libro publicado en español -El eneagrama de la sociedad-
sugieren que Naranjo ha entrado en esa fase de reflexión que hace a los grandes
pensadores, los que tienen la ambición de entender la raíz profunda de nuestros males,
y osan traspasar las fronteras de su propia disciplina. Al igual que Francisco Varela y
Humberto Maturana, Naranjo forma parte de un grupo de pensadores chilenos,
formados en las ciencias biológicas y médicas, que han dedicado su vida a los misterios
de la conciencia, y la vida. Figuras de estatura internacional, mal aprovechados en su
propio país, que se anticiparon a las tendencias del nuevo milenio: el diálogo entre las
ciencias exactas y las disciplinas espirituales.
Este es un paso que los científicos sociales todavía no nos atrevemos a dar. El
miedo a abandonar el paradigma de la modernidad, última de las grandes utopías, nos
tiene atrapados. Hemos perdido la capacidad, si alguna vez la tuvimos, de ofrecer al
mundo una explicación satisfactoria respecto del origen de los males de la sociedad, y
menos aún respecto a su solución. En nuestro afán de tratar los hechos sociales como
cosas (Durkheim) nos quedamos con las cifras desencarnadas. Parapetados detrás de la
crítica a las estructuras o protegidos bajo el alero de la tecnocracia, nos hemos refugiado
en ese falso pudor de no involucrarnos como personas, esa suerte de miedo a la libertad
que venía con el principio de objetividad, de lamentable memoria. La literatura fue y
sigue siendo un mejor sustituto cuando se trata de realismo social. La esterilidad de la
mirada “objetiva” -que se formula en tercera persona- ha sido, más que un requisito
metodológico, una forma de ocultar nuestra responsabilidad como personas en un
mundo construido colectivamente. Porque un sociólogo o un economista no llegaría a
decir, como alguna vez lo hiciera Humberto Maturana traspasando osadamente su
terreno de biólogo, que “el trabajo no es una relación social porque no es una relación
1
Epílogo al libro de Claudio Naranjo, Cambiar la Educación para Cambiar el Mundo, Indigo/Cuarto
Propio, Santiago 2007.
de amor”. Afirmación lapidaria que podría echar por tierra todo nuestro edificio
productivo.
El positivismo científico nos formó en el dualismo metodológico, la separación
entre el sujeto y el objeto, basado en la ilusión de que el científico no hace sino dar
cuenta de cómo es el mundo externo y objetivo. Separación que se nutre del miedo, de
la dificultad para reconocer la implicación del sujeto, y de los cambios que experimenta
en su relación con el mundo. Ya lo veía el sociólogo Alvin Gouldner cuando decía: la
conciencia de sí debe ser considerada como indispensable para la conciencia del mundo
social.2 Por fortuna, y por necesidad, esto está cambiando. Las catástrofes inminentes
surgen como una realidad en todos los rincones del planeta. Ya nadie puede vivir al
abrigo de un engañoso estado de desarrollo material: la pobreza, la inseguridad, la
contaminación, la guerra, golpean las mentes de todo ser humano. La creencia en el
progreso parece haberse detenido en la segunda mitad del siglo XX, y estamos a la
espera de algo, de alguien, que le dé sentido a lo que estamos presenciando. También
gana terreno la convicción de que somos uno, una parte de la totalidad y, que no
podemos ser indifierentes a lo que ocurre en el país o en el plantea. .
Este libro va en la dirección de buscar respuestas a la crisis de civilización que
vivimos y tiene, sobre todo, el sentido de urgencia propio de un compromiso humanista.
Porque ya no basta con señalar la evidencia empírica para demostrar que nuestra
sociedad está enferma. Necesitamos ir mas allá para entender nuestra responsabilidad
compartida en aquello que estamos haciendo mal; pasar –como decía Francisco Varela
- del observador en tercera persona a la primera persona, aunque sea en la forma de un
“nosotros” 3, pasar de la inconciencia en que nos mantiene el pensamiento fragmentado
a observar y descubrir por nosotros mismos cual es el significado de la totalidad tal
como lo formuló el físico David Bohm 4.
“Es hora de que apuntemos hacia el corazón de la bestia” dice Naranjo y apunta
a “las nueve cabezas de nuestro ego colectivo patriarcal”. ¿De donde saca el coraje para
una afirmación tan contundente? Afirmación que abre súbitamente las compuertas de la
filosofía social a las exploraciones globales, y con ello a la posibilidad de recuperar el
sentido. Puede ser, entonces, que el abandono de las grandes utopías haya sido un paso
necesario para sentirnos libres de hacer grandes preguntas sin miedo a equivocarnos 5. Y
ahí esta Claudio Naranjo para darnos el empujón que necesitamos.
Estos saltos interdisciplinarios son bienvenidos. Han despertado mi curiosidad
de socióloga, que también busca establecer puentes para dar con los caminos de una
sanación colectiva. Me interesa, pues, conocer cómo se puede leer una sociedad –sus
desarrollos, sus síntomas, sus males–, desde la perspectiva de alguien que ha dedicado
su vida a explorar el misterio de la psiquis individual y que ha practicado durante
décadas diversos métodos terapéuticos con grupos de personas provenientes de
diferentes culturas. La propuesta del autor me obliga a ir más allá de la práctica
académica habitual, que examina un problema formulado desde las propias hipótesis y
categorías conceptuales para luego aceptar, rechazar, o corregir desde la seupo
imparcialidad del observador objetivo. Me resulta más honesto hacerlo desde la primera
persona, declarando que comparto la motivación profunda de Naranjo y por eso, no
puedo sino ubicarme en la emoción que suscita el deseo de esclarecer los males del
alma colectiva. Entro entonces en el ruedo para conversar con este texto, trayendo a
2
Gouldner, A. "Pour une sociologie reflexive ", Revue du Mauss, n° 4, 1989, Paris..
3
Varela, F.El fenómeno de la vida, Dolmen, Santiago, 2000.
4
Bohm, D. La totalidad y el orden implicado, Ediciones, Editorial Kairos, Buenos Aires, 1998.
5
Ya lo veíamos a fines de los 90 en el ámbito de la sociología. Ver C. Montero , "Le crépuscule de la
sociologie, un débat chilien", Cahiers Internationaux de Sociologie, Paris, 2000.
colación las propias reflexiones, las luces que por momentos he creído ver y, sobre todo,
las nuevas preguntas, que se suman o desplazan a otras más antiguas.
Las preguntas que se hace el autor han aparecido en forma intermitente en mi
trayectoria durante los años de docencia universitaria, en el curso de la investigación
comprometida con el cambio social, en el diálogo con las autoridades de Gobierno, en
las asesorías a empresas. Al cabo de los cuales he llegado a concluir que las repuestas
de fondo no pueden venir de la ciencia, sino de la experiencia íntima del Ser, del vasto
horizonte que se abre a la conciencia cuando se deja de confiar exclusivamente en la
mente y en el pensamiento racional.
Lo que Naranjo nos ofrece es una perspectiva ética de la sociedad que pasa por
la propuesta de una terapia colectiva. La propuesta que nos hace se apoya en dos ideas-
fuerza. La primera está contenida en un ensayo magistral (“La promesa de una
civilización moribunda”) en el que se hace una analogía entre las etapas del desarrollo
del individuo y la evolución de la sociedad entendida como civilización. Siguiendo las
etapas de la transformación psico-espiritual del individuo (trauma del nacimiento,
pubertad, crisis de mitad del camino, fase iluminativa, y noche oscura del alma),
identifica etapas y transiciones en la historia de la civilización occidental, que estaría en
los albores de una “noche del alma”. Se estaría cumpliendo el ciclo y habría que esperar
que de esta travesía del desierto surgiera una vida nueva.
La segunda idea-fuerza sostiene que es posible hacer un diagnóstico acerca de
los problemas de la sociedad partiendo de la psicología del carácter. Sin temor a recurrir
a la noción de pecado, Naranjo nos lleva a observar conductas de las cuales somos
responsables, aquellos deseos exagerados o pasiones que están en la base de la
organización del carácter. Dichas patologías individuales se expresan en el nivel
colectivo y se convierten en males del mundo. Analogía que tomar conciencia de las
reverberaciones de la psico-patología del carácter en la sociedad que hemos creado”. El
grueso de su trabajo consiste en enunciar y describir cómo se forman y reproducen un
conjunto de pasiones –violencia, represión, inercia, moralismo, autoritarismo,
conformismo, mentira y vanidad–, que fundan ciertos modos de vida. Dichas pasiones –
o pecados– tienen su correlato en alguno de los nueve caracteres que conforman el
eneagrama elaborado por el mismo Naranjo sobre la base del legado que dejara el
filósofo sufí Gurdjieff y los trabajos del boliviano Óscar Ichazo6.
El autor no abandona su mirada de terapeuta y persiste en observar nuestros
comportamientos sociales como síntomas de ciertos males o disfunciones que se han
incrustado en nuestro modo de vida, en los valores que defendemos, en las metas que
nos proponemos. Lo original de su trabajo es que propone un diagnóstico ya no de las
personas, sino de la sociedad en su conjunto. No se trata aquí de una mera extrapolación
estadística según la cual la incidencia de ciertas enfermedades del alma terminaría por
expresarse en forma masiva, produciendo comportamientos colectivos. Estamos frente a
una lectura ético-antropológica más que epidemiológica.
El razonamiento es el siguiente: si a nivel individual la enfermedad mental
puede definirse como un impedimento para desarrollar y poner en práctica los valores
que están en el potencial de la persona, también podemos pensar que los males
fundamentales del mundo son fenómenos sociales que constituyen formas básicas de
interferencia con el potencial de la humanidad. Esta es, para mí, la clave de su trabajo
6
Ver El eneagrama de la Sociedad, Ediciones La Llave, Vitoria, 2000.
ya que nos obliga a ir más allá del recurrente repertorio de síntomas del malestar social.
Es una pista excelente pues nos incita a que busquemos cuáles son aquellos fenómenos
sociales que están bloqueando nuestro desarrollo como seres humanos.
La relación entre persona y sociedad se encuentra en los orígenes de la
sociología contemporánea. Muchas han sido las aproximaciones acerca de cómo influye
la sociedad en la formación de la persona (socialización, identidad social), pero por lo
general se han hecho buscando describir esta relación ya sea en forma normativo-
conceptual o bien mediante la identificación de mecanismos y regularidades
estadísticas, con lo cual se descuida de entrada el enfoque ético. Por otra parte, al tratar
los problemas sociales el foco de las Ciencias Sociales ha estado mayoritariamente
centrado en las instituciones y, por lo tanto, en una cierta ingeniería del cambio social.
Durante la década de los ’60 se puso en la agenda el tema del desarrollo y del cambio
social, y con ello se alimentó la esperanza de un cambio institucional. Luego vinieron
las propuestas radicales y revolucionarias que apuntaron a las estructuras mismas de la
sociedad y del Estado. Pero ambas vías ya estaban agotadas en los años ’80. Las
Ciencias Sociales dejaron de ser un referente para encontrar el remedio a nuestros males
y los intelectuales fueron desplazados progresivamente por los formuladores de políticas
públicas. En cierta manera se pasó de la ilusión de cambiar la sociedad a un cierto
realismo desencantado o post moderno centrado en el individuo.
Hace unos años, Robert Bellah planteaba cuán difícil es ser una buena persona
en la ausencia de una buena sociedad7. ¿Por dónde empezar? La respuesta a este dilema
queda reservada al ámbito privado e individual, algo así como el cultivar su propio
jardín. Después del desencanto que dejaron tras de sí las promesas del Siglo de las
Luces, la Modernidad y el Progreso, está surgiendo una mirada crítica del racionalismo
y del desarrollo, en la cual se inscriben intentos similares a los de Naranjo. Pensadores
de tradición oriental como Amartya Sen y Kumar Giri, o bien intelectuales inscritos en
la modernidad occidental como Habermas, Giddens y Touraine, apuntan a la
perspectiva ética, a cómo vivir sanamente en sociedad, a la justicia como posibilidad de
autorrealización, a la importancia del cuidado de sí mismo. Después de haber abusado
de las grandes narrativas acerca de la evolución de la economía y la sociedad, parece
haber llegado el momento de volver, ahora, a la persona. Decía Foucalt que “la
búsqueda de una ética de la existencia debe implicar la elaboración de la propia vida
como una obra de arte” 8.
Sólo que el cuidado de la persona no resuelve los males colectivos. Con cierto
desencanto recuerda el movimiento New Age cuando “nos parecía que muy pronto
todo el mundo terminaría por precipitarse en ese viaje mágico que es el camino de la
transformación, hoy me parece que cada uno de los nuevos chamanes se ve en una
situación semejante a la de Juan Salvador Gaviota; un solitario ante la multitud de los
que sólo se interesan en sobrevivir lo mejor que pueden”. Hay que reconocer, entonces,
que existe un grupo que ha tomado conciencia de la etapa apocalíptica en que vivimos,
pero que se trata de una minoría, mientras el resto vive en la ceguera y el mundo camina
vertiginosamente hacia su fin. La transformación de la persona no será espontánea,
habrá que buscarla colectivamente. De ahí la urgencia de encontrar una respuesta a la
pregunta de ¿qué podemos hacer?
7
Bellah R. et ali, i.e. The Good Society, Vintage, 1992.
8
Foucault, M. La inquietud del sí, Madrid, 1987.
Por de pronto, necesitamos una buena explicación acerca de cómo hemos
llegado a lo que aparece cada vez más como un proceso sin control. Los intentos por
encontrar y combatir la causa única han tenido efectos históricos devastadores, ya sea
los que se hicieron a nombre de Dios, de la raza, del proletariado, o de los pobres. Chile,
patria del autor, tiene aún las cicatrices que dejaron los conflictos sociales y su
represión. El cambio social en democracia tiene sus límites. Hemos llegado a un punto
en que observamos el desgaste de las instituciones al tiempo que sabemos que el
voluntarismo político es peligroso. El problema no se ubica exclusivamente en el mal
funcionamiento de la economía, de la política, de la justicia. Tampoco se puede atribuir
a la falllas de la religión, de la ciencia y la tecnología. Está más allá y en todas ellas.
Lo interesante es que a pesar de la ola post-modernista asistimos a una intensa
búsqueda por identificar los orígenes de un desarrollo que genera más violencia,
desigualdad, pobreza y destrucción de la naturaleza. Frente a la evidencia de este “mal
desarrollo” se han mencionado muchísimas causas, desde la crisis de la modernidad
(Touraine)9, a los excesos del homo economicus (Sen, movimiento MAUSS)10, la
globalización (Kumar Giri)11, la tecnocracia (Bourdieu)12, la irresponsabilidad ante el
riesgo (Beck)13, y tantas más.
Naranjo lo ubica en el patriarcado. En un brillante recorrido por la antropología
de inspiración feminista, retoma lo esencial de la pérdida que significó el abandono de
los valores de la época matrística. Siguiendo a Bachofen afirma que las instituciones,
usos y costumbres que durante milenios se consideraron como una simple expresión de
la naturaleza humana, son en realidad parte de una cultura patriarcal. La posibilidad de
probar esto es crucial a la hora de concebir un futuro posible para la humanidad. Porque
si los valores femeninos de respeto por la vida, el cuidado amoroso y la solidaridad
tribal, fundaron en algún momento la organización de la sociedad, ellos pueden ubicarse
al mismo nivel que los valores masculinos de fuerza y heroísmo y, por lo tanto, es
posible concebir una forma de organización social de tipo andrógino.
No es difícil reconocer el daño que causan las instituciones patriarcales tanto a
nivel individual, disociando nuestros mundos interiores, como a nivel social,
reprimiendo la expresión del ser íntimo de más de la mitad de la población del mundo,
las mujeres. Sólo que no basta con reconocerlo, hay que remontar la cadena infernal
para intentar descubrir cómo y cuándo comenzó esta deformación. Porque si apuntamos
sólo al patriarcado como institución, y no al mecanismo propio que lo funda y sustenta,
corremos el riesgo de que nuestra explicación se “cosifique”, como le ocurrió a la
noción de explotación y de lucha de clases en el pensamiento marxista. La pregunta es,
entonces, ¿cómo se instaló ese mecanismo perverso y cómo desmontarlo?
De poco sirve apuntar hacia las instituciones –y en este caso a la educación-, ya
que éstas no son más que resultantes de reglas del juego definidas, aceptadas y
reproducidas en forma inconsciente. Si bien los códigos y reglas culturales de corte
patriarcal entorpecen el pleno desarrollo de la humanidad y legitiman la destrucción de
la vida, la pregunta clave es cuales son los mecanismos de reproducción de un estado de
cosas que nos impide restituir el equilibrio nuestro funcionamiento como personas.”
Recurro a una experiencia personal para ilustrar cuán concreta es esta pregunta.
Hace un par de años, la CEPAL14 inició una serie de estudios nacionales acerca de los
9
Touraine, A. Crítica de la modernidad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1994.
10
Sen , Amartya, On Ethics and Economics, Oxford, Basil Blackwell, 1987..
11
Kumar Giri, A. Creative Social Research: Rethinking Theories and Methods, New Delhi, Vistaar
Pub., 2004.
12
Bourdieu, P. Una invitación a una sociología reflexiva, Siglo XXI, 2005.
13
Beck, Ulrich. ¿Qué es la globalización? Paidos. Barcelona,1998.
14
Comisión Económica Para América Latina—organismo de la ONU.
orígenes de la contaminación de la atmósfera en las grandes capitales de América
Latina. Me correspondió dirigir una investigación sobre la relación entre los ciudadanos
y la calidad del aire en la ciudad de Santiago. Disponíamos de todos los diagnósticos
técnicos del caso, se habían identificado en detalle la lista de las fuentes contaminantes,
se habían concebido múltiples normas y regulaciones para limitar la emisión de fuentes
fijas y móviles y las medidas a tomar en caso de emergencia. Si bien la degradación de
la calidad del aire no se siguió agravando en forma proporcional al crecimiento de la
ciudad, el mal persistía. Y los santiaguinos no modificaban sus comportamientos.
Inicialmente se atribuyó este problema, típico de un “mal desarrollo”, a la falta
de intervención del Gobierno Militar, luego las autoridades democráticas señalaron la
responsabilidad que tenían los empresarios, los dueños de fábricas; más adelante se
identificó al conjunto de dueños de automóviles y microbuses. Ciertamente que de
alguna manera todos ellos eran y son responsables. Pasaron varios años y omo el
problema no se solucionaba se volvió a culpar al Gobierno. De esta manera una
realidad tan concreta como el aire que respiramos se convirtió, nuevamente, en un tema
político; la responsabilidad se diluye y recomienza el círculo vicioso cuyo resultado es
la inercia.
Cómo quedarse ahí y no ver que el problema se podía formular- también- desde
otro ángulo y decir p.ej. que la calidad del aire de la ciudad de Santiago es el reflejo
concreto y palpable del nivel de conciencia de los santiaguinos. Una nueva mirada, no
tecnocrática, se abre de pronto: si el deterioro de la atmósfera fuera visto como producto
de la irresponsabilidad de cada uno de los habitantes de la ciudad, cada uno
contribuyendo con su pequeña cuota a aumentar la cantidad global de partículas y de
gases que saturan la atmósfera, entonces el remedio estaría en las personas. Para
desarrollar la conciencia ciudadana no habría que esperar mucho del Estado, sino de una
maduración individual y colectiva.
Es aquí entonces donde se puede aplicar el razonamiento evolutivo de Naranjo.
Dejar de ser niños que vivimos en la irresponsabilidad de nuestros actos esperando que
el padre Estado arregle lo que echamos a perder, recuperar el vínculo directo con la
naturaleza, con el aire que respiramos, y cultivar los vínculos fraternales con los demás
para asumir el problema en forma colectiva. Pero esa conciencia supone otra forma de
convivencia, una organización en comunidades sustentables de las cuales ya existen
iniciativas en todo el mundo (eco-aldeas, comunidades ecológicas, comunidades
inteligentes)15.
15
Ver Red de Comunidades Inteligentes, www.smartcommunities.com.
necesario ir mas allá y liberarse de cierta relación con el mundo. De lo que se trata aquí
es de una nueva mirada, de una nueva epistemología.
Tomemos, por ejemplo, los planteamientos del físico David Bohm, quien bajo
la influencia de la filosofía oriental, y del contacto con su amigo Krishnamurti, también
sobrepasa los límites de su disciplina y llega a proponer una salida para los males del
mundo. En una conversación con Mark Edwards16, Bohm plantea que de poco sirve
atacar los efectos del comportamiento humano –como lo hacen los movimientos
pacifistas, ecologistas, etc-, pues el origen de nuestros problemas está en la ruptura de la
armonía entre el intelecto y las emociones. Dicha ruptura radica en la forma como opera
el pensamiento. La mente funciona por fragmentación, rompiendo en pedazos una
realidad que es integral. La visión de sentido común es que el pensamiento “refleja lo
que es” cuando en verdad el pensamiento crea realidades mediante la abstracción y la
memoria. El pensamiento introduce una fragmentación, esa información se graba en la
memoria y luego se olvida el mecanismo por el cual se llegó ahí! Entonces las cosas
pasan a “ser” de una determinada manera. El mejor ejemplo es la división artificial que
se establece entre las naciones, fragmentación que sustenta “identidades y “tradiciones”
que pasan a ser antagónicas y excluyentes, fragmentación que puede aparecer en un
mapa, pero que no existe en el territorio. Nuestra forma de conocer el mundo confunde
el mapa con el territorio.
Si aplicamos este razonamiento a los males de la sociedad, vemos el mismo
mecanismo: la mente selecciona un cierto aspecto de la realidad, crea un problema y
crea rápidamente una organización especializada para resolverlo olvidando que se trata
de una parcela de la realidad y luego se racionaliza justificando la inconciencia.
Expresiones como “Yo sólo trabajo aquí”, “Debo alimentar a mi familia”, “Todos lo
hacen”, “Es un mal necesario”, ilustran la facilidad con que el pensamiento
fragmentario rechaza hacerse cargo de la realidad global y de la interconexión entre las
cosas, las personas, los países. El sistema está lanzado. “Los políticos no pueden
admitirlo pero sabemos que el crecimiento destruye nuestro mundo” dice Bohm. La
única manera de parar la carrera insensata de la tecnología y del progreso es detenerse y
tomar distancia para observar cómo opera nuestra mente y por qué se ha disociado de la
relación directa con la naturaleza y con los demás.
Todas las civilizaciones, al tiempo que realizaron grande sobras, dejaron una
huella indeleble de destrucción sobre la humanidad y sobre el planeta. Los inventores de
los avances tecnológicos y las empresas que los industrializan no se preguntan por los
efectos en el largo plazo, por la escasez con que se enfrentarán nuestros hijos. El
proceso tiene su inercia: construimos generadores de electricidad para protegernos del
frío y arrasamos con los bosques que mantienen el oxígeno de nuestra atmósfera. Cada
individuo hace lo mismo: justifica su pequeña cuota de destrucción pues “tiene que
ganarse la vida”. Mientras haya dinero que sacar, el proceso seguirá y la humanidad
seguirá reproduciendo estas falsas ilusiones. A menos que….
Aquí es donde veo la deriva necesaria si tomamos en serio la pregunta acerca de
cómo cambiar la sociedad. La sabiduría oriental nos dice que el único camino es
cambiando la conciencia, desarrollando un pensar global y sincrónico, capaz de
recuperar el sentido individual, colectivo y cósmico de la existencia. Esa inteligencia
sutil se logra cuando pensamos con el corazón y miramos el espíritu en las cosas,
desactivando así la programación mental que todo lo divide, lo clasifica y lo abstrae.
Y si tomamos distancia como observadores quizá podríamos ver que la sociedad
es, en gran medida, nuestra propia creación, y que casi todo lo que nos rodea ha sido
Publicada bajo el título “Changing Conscioussness: Exploring the Hidden Source of the Social,
16
Political and Environmental Crises Facing Our World”, D. Bohm, M. Edwards, 1990.
hecho por el hombre. Vivimos en un mundo construido. El ser humano ha introducido
el caos, y se angustia tomándolo como “la realidad”. Ante esa serpiente venenosa que es
el pensamiento (Krishnamurti)17 la única salida es ser vigilantes, recuperar el sentido
del Ser mediante la inteligencia sutil. “Me parece que la vida encuentra su verdadero
sentido a través de la conciencia de vivir plenamente y de estar en su lugar” (Bohm,
Edwards, l990). Elogio del presente, del tiempo lento, de la totalidad.
Y si a esta cura para las trampas de la mente le agregamos una “tecnología del
amor” -como propone Naranjo-así podríamos ir sanando también las patología sociales
que se reproducen indefinidamente al ser trasmitidas por los padres desde temprana
edad y, luego por los agentes de la educación formal. Recuperar la humanidad no es
negar la inteligencia racional, sino abarcar, como proponía Piaget, todas las condiciones
sicológicas y pedagógicas que permitirían al niño abrirse cada vez más a lo universal, al
tiempo que descubre su propia humanidad.
Recuerdo haber leído los resultados de un equipo de especialistas en ciencias
cognitivas que se propuso estudiar las relaciones que se pueden establecer entre el
pensamiento, la reflexión y la experiencia humana. Para ello contrastaron los últimos
avances de las ciencias de la cognición y de la fenomenología con la tradición budista
de meditación. Según los maestros budistas, la sabiduría (o inteligencia sutil en Bohm)
no se expresa como un conocimiento “acerca” de algo. No hay un tema abstracto que
sería objeto de la experiencia, sino la experiencia misma. El objetivo a alcanzar es
aproximar al sujeto a su experiencia, y no separarlo. El equipo de investigadores
concluye: “lo que sugerimos es una transformación de la naturaleza de la reflexión, que
debe dejar de ser una actividad desencarnada y abstracta, y devenir una reflexión
presente, encarnada, en la cual el cuerpo y el espíritu están reunidos”.
Francisco Varela llevó esta visión de la mente encarnada al ámbito del estudio
científico de la conciencia: la mente surge ligada a un cuerpo que es activo, que se
mueve e interactúa con el mundo. Por lo tanto, la mente no está en ninguna farte y no
existe separación entre el yo y el otro. La conciencia es a la vez individual e
intersubjetiva18. Lo que para el budismo zen es la expresión del entre-ser: “tú eres lo
que eres porque yo soy lo que soy” diría Thich Nhat Hanh19
Nos encontramos así en el camino de la evolución de la conciencia. Una nueva
aproximación al mundo, cargada de emociones, valores y sentidos. Una cierta
conciencia estética que tiene implicaciones éticas, tales como el cuidado y la vigilancia,
el respeto a la diferencia, el reconocimiento de lo específico, la tendencia a la justicia .
Sentido estético que es también una cierto tipo de conocimiento y de expresión, en
cuanto uno prefiere ser auténtico más que eficaz (Habermas, Taylor) 20. Un
conocimiento, ético-estético, que puede ser la base de nuevas formas de convivencia
con actores e instituciones autónomos que desarrollan su imaginación creativa y
transformadora (Giri). Un cierto orden, una particular armonía, caminos diferentes, en
lugar de modelos únicos. Intuiciones mas que recetas tecnocráticas derivadas del
pensamiento lineal.
21
Existen muchas iniciativas que combinan el desarrollo personal y la transformación social. Ver el
trabajo de Amanta Kumar Giri sobre movimientos como Habitat for Humanity, la comunidad Swadhyaya
en India, la eco-aldea de Findhorn en Escocia.
22
Ver la revista Recherches, Mauss, Paris.
torno al desarrollo humano. Desde la teoría funcionalista, la educación, es un aparato
de adaptación y de control social del individuo en una sociedad históricamente existente
(la Nación). El sociólogo francés Pierre Bourdieu describió en forma muy lúcida la
forma en que el paso por la escuela es un colador implacable, cuya razón de ser es la
reproducción del sistema social. Foucault fue más allá y apuntó a que el objetivo de las
es disciplinar, vigilar y castigar los cuerpos y las almas. La escuela opera como una
fábrica de conformismo, en el nombre de la civilización.
Podríamos evocar una larga lista de intentos por cambiar la educación, desde
escuela inglesa de Summerhill famosa por su apuesta por la libertad y el
antiautoritarismo; el fomento de la creatividad personal del método Montessori; la
educación del ser integral desarrollada por Rudolf Steiner. Iniciativas con un potencial
enorme pero que se aplican en grupos reducidos. El problema de la educación de masas
persiste toda vez que las políticas se abocan a producir una fuerza de trabajo productiva
y no seres humanos integrados y felices. Los niños y los jóvenes quedan en el olvido,
han dejado de emocionarnos y crecemos negando los otros dos amores: el deseo y la
compasión..
Como dice Claudio Naranjo la única salida para esta civilización moribunda es
buscar la armonía entre nuestro cuerpo, nuestros afectos y nuestra mente. Que esto no
puede decidirse por decreto es también evidente. Pero él es optimista y persiste en llevar
su mensaje a todos los rincones y al mas alto nivel. Veo ahí una confianza en el ser
humano a toda prueba. Por mi parte tiendo a esperar menos de la intelligentsia, de los
intelectuales, de los consejeros del príncipe. Sólo la experiencia íntima devuelve al ser
a sí mismo. Las sociedades no aprenden, no son sujetos. Pero los seres humanos sí
aprendemos, del sufrimiento, de la imitación. Las mujeres están aprendiendo a cuidarse
a sí mismas y a sus hijos de los excesos patriarcales. Entretanto, los hombres toman
conciencia y comienzan silenciosamente a buscar más allá de la vacuidad de la sociedad
de consumo. Y ahí está el tercer tipo de amor, el del hijo. El niño interior, el niño
divino, ama el juego y la libertad. Es probable que en ese cruce de experiencias se esté
forjando una nueva generación. Sólo nos queda desear que sabremos reconocer su
mensaje y darle espacio para el despliegue de su misión.