Identidad Nacional Luego de La Guerra Con Chile
Identidad Nacional Luego de La Guerra Con Chile
Identidad Nacional Luego de La Guerra Con Chile
Porque ésta no existía en lo absoluto, es más, no estaba instalado siquiera un germen o proyecto de
tal desde la independencia. El sentimiento nacional era un recuerdo de esa época y exclusividad de
los criollos.
Existen varios indicadores que durante y después de la Guerra de Pacífico denotaban esta ausencia
de identidad y sentimiento nacional. Desde levantamientos populares, pasando por caudillaje militar
hasta discursos políticos, todo ello evidenciaba una gran fisura a lo largo y ancho del territorio.
El estado oligárquico era poco sólido, con sendas brechas y débiles lazos de conexión entre las élites
provincianas y limeñas. La convocatoria de parte del estado para colaborar en el soporte de la guerra
tuvo más acogida en las clases populares y de comerciantes, antes que la clase opulenta misma,
quienes estaban más enfocados en la seguridad de sus propiedades y el evitar la pérdida de
patrimonio financiero. El control de la servidumbre y de la mano de obra se iba diluyendo a medida
que el conflicto progresaba a favor del ejército invasor. En el fondo, convenía más a este sector social
que los chilenos mantuvieran la ocupación y se evite que perdure por mayor tiempo el saqueo y
pillaje. Claro está que la presencia chilena no necesariamente contenía el levantamiento social, sino
más bien, lo estimulaban. Es el caso del norte del país. Chiclayo es un claro ejemplo del descontrol.
En esta ciudad norteña, Patricio Lynch deja testimonios de la simpatía de los trabajadores hacia su
ejército y el cómo apoyaron en la ubicación de la maquinaria escondida por sus contratistas. Por su
parte, Aspíllaga, dueño de la hacienda Cayaltí comenta de lo peligroso que sería la escalada de esta
“guerra interna” antes que la externa, evidenciando claramente su preocupación.
Los oligarcas de provincia también veían con suspenso ésta pérdida de control, al punto de colaborar
con los chilenos para protegerse de las montoneras de Cáceres y las rebeliones locales. De aquí que
la presión de los terratenientes por aceptar la paz a como dé lugar termina ganando terreno con la
incondicional postura de Iglesias, quién también tenía mucho que perder en Cajamarca.
Al no existir conciencia de patria, los soldados rasos únicamente seguían a tal o cual oficial sobre el
que por lo general, habían servido también en sus respectivas propiedades. Veían la guerra como un
“conflicto de mistis” o contra el “General Chili”, sin reparar en el origen del mismo.
Poco tiempo sucedió para expresiones vandálicas contra la clase propietaria ni bien disminuyó su
poder e influencia sobre las clases menos privilegiadas. Saqueos con destrucción de haciendas y
negocios hubieron por montones y de forma espontánea pero al no existir conciencia de clase, éstas
se realizaban sin dirección u objetivos sociales o políticos. Solo eran simples reacciones que
provenían de un resentimiento acumulado y contenido por décadas.
La ausencia de conciencia de clase no sólo cultivaba una fractura social vertical, sino también,
horizontal. Ejemplo de ello son los actos violentos de parte de la comunidad negra e indígena contra
la comunidad china en el norte del país y sur de Lima (Cañete). De ahí que muchos chinos buscaron
alinearse en el ejército chileno y participaron en el saqueo de las haciendas. La misma ciudad capital
no fue ajena a estas situaciones con el saqueo de negocios y persecución a orientales.
Sin embargo, hay una excepción notable y se dió en el marco de la Campaña de la Breña con las
montoneras de Cáceres. Aquí existía un compromiso de parte del campesinado y pequeños
comerciantes locales. Si bien no se le puede etiquetar como una expresión de identidad nacional, por
lo menos se acerca una intención de reforma, aunque se discrepa a lo que refieren entusiastas
historiadores (Manrique y Mallón): que se trataba de una incipiente lucha de clases. Ambos coinciden
que había una visión política amplia para el establecimiento de un cambio a formas más
democráticas frente al monopolio de las élites provincianas. Mallón va más allá y lo menciona como
una “semilla multi-clasista, nacionalista y popular”. Para sustentar ello se vale de la homogeneidad
del valle del Mantaro y las relaciones comerciales existentes entre agricultores y pequeños negocios,
lo que cuajó en objetivos comunes al iniciar la Campaña de La Breña. Pero, siendo cierto o no el
enfoque, Cáceres terminaría cerrando ese capítulo al acercarse a las élites provincianas y exigir la
devolución de sus tierras confiscadas por las montoneras que tanto lo apoyaron. El objetivo ya no era
vencer al chileno, sino obtener el favor político suficiente para llegar a la presidencia. Ubiquemos por
tanto, a Cáceres como representante de la facción proveniente de la élite comercial limeña.
“Primero los chilenos antes que Piérola” referían sus opositores al ocupar éste el sillón presidencial
luego de la huída de Prado. No había consenso ni liderazgo único consolidado antes, durante y
después de la guerra. Primaban los intereses de cada clase o grupo social. Ejemplo de ello fueron las
diversas asambleas legislativas que se dieron lugar durante la ocupación en Chorrillos (García
Calderón con su defensa de los ricos), Ayacucho (Piérola luego de huir de Lima), Cajamarca (Iglesias
buscando justificación para su “Grito de Montán”) y Arequipa (Montero). Estas asambleas sucedieron
casi en simultáneo y cada una con propuestas convenientes a sus intereses de grupo (no ceder el
territorio, si ceder territorios, intervención extranjera, continuidad de la guerra, etc).
En paralelo a las asambleas legislativas, el accionar de Cáceres en los andes bajo un esquema que
algunos historiadores llaman de multi-clasista y multi-étnico, completaron el cuadro.
De todos ellos, se impuso el apoyo hacia Iglesias, tanto del lado chileno como el de la clase
terrateniente limeña. A pesar de la oposición que tuvo de parte de terratenientes locales y de la élite
comercial limeña (con intereses en el negocio del salitre), su intención de ceder territorio antes que
brindar tiempo para alimentar el levantamiento popular, descontrol social o ventaja estratégica a
Cáceres, aceleró la firma del Tratado de Ancón y la consecuente pérdida perpetua de Tarapacá, el
pago de tributos y la extracción de un millón de toneladas de guano, un recurso vital.
El conflicto se extendió más allá del retiro de las fuerzas chilenas y culminaría con la huída de
Iglesias y la toma de Lima por Cáceres. Pero a partir de aquí la fragmentación se vuelve más política
y deja de ser militar. Manuel Gonzáles Prada refleja la coyuntura de la posguerra al cuestionar la
infidelidad de los partidos políticos y su papel obstaculizador para la creación de una patria unida
antes y después del conflicto armado. Los recriminaba por dar prioridad a sus intereses particulares.
Gonzáles Prada era consciente de la ausencia del concepto de patria en todas las estructuras de la
sociedad peruana. Para él, simplemente no existía y no iba a existir mientras la marginación al
indígena de la política peruana continuase.
Además de la postura de Gonzáles Prada, discurre otra no tan trascendente, pero con importante
presencia entre las clases sociales propietarias, pues la tomaron como la oficial, la de Alejandro
Deústua, filósofo y literato, visiblemente racista y sobre todo, anti-indígena. Deústua refería que la
población indígena y su número exagerado en el Perú era el responsable de la derrota. Eran un “peso
muerto” para él. Una raza sobre la cual no había que escatimar esfuerzo alguno en educar o redimir
por su nivel de inferioridad y decadencia.
Como si se tratase de acto vengativo, durante el primer gobierno de Cáceres, la rebelión indígena más
grande de fines del siglo XIX tuvo lugar en Ancash, la de Pedro Pablo Atusparia. Este rebelión tuvo su
origen en la imposición del tributo “trabajos de República”, una especie de mita republicana que
consistía en limpieza de villas, envío de correo, limpieza de establecimientos públicos y vigilancia
antidelincuencial. Los rebeldes tomaron las principales villas a lo largo del Callejón de Huaylas, así
como la ciudad de Huaraz. El gobierno detuvo la sublevación, apresaron a Atusparia y Cáceres le
brindó su “perdón”. Los “trabajos de República” fueron suprimidos.
Los diversos sucesos a los que nos hemos referido, la labor de Manuel Gonzáles Prada, la pugna
entre facciones, la lucha entre caudillos militares y los levantamientos locales/regionales, confirman
las fracturas políticas y sociales que jamás condujeron a la gestación de una idea o sentimiento
nacional, peor aún, de la conformación de una identidad. El deseo de una cohesión nacional no
pasaba de los discursos y algunas leyes reivindicativas que jamás tuvieron aplicación real.
Fuentes:
● Bonilla, Heraclio. Un siglo a la deriva. Guerra del Pacífico y Problema Nacional.
● Reñique, José Luis. Hacia el verdadero Perú.
● Contreras, Carlos / Cueto, Carlos. Historia del Perú Contemporáneo.
● Gonzáles Prada, Manuel. Páginas Libres.
● Klarén, Peter. Nación y Sociedad en la Historia del Perú
● Zuloaga y Contreras, Historia mínima del Perú.