Insistir en El Error - Julio Spota (Casus Belli)

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Insistir en el error.

Desaciertos estratégicos en la política


de Defensa Nacional Argentina

Julio César Spota


Universidad de Buenos Aires – Conicet
Universidad de la Defensa Nacional

Resumen: Argentina incurre en peligrosas iniciativas políticas cuando persiste en ad-


ministrar el sustrato normativo de los asuntos estratégico-nacionales con criterios de
orden partidista y electoral. En atención a lo crítico de la situación, el presente escrito
se propone analizar las consecuencias aparejadas por la derogación del andamiaje le-
gal construido en 2018 en Defensa Nacional. Con el objeto de ordenar el discurso, las
observaciones serán agrupadas en apartados temáticos autónomos, pero argumental-
mente correlativos. La idea general en la estructura expositiva apunta a visibilizar de
forma relacional: 1) la instalación de una perspectiva estratégica anclada en preceptos
reñidos con el espíritu de la Ley de Defensa Nacional (LDN) y con el estado de cosas
imperante en el entorno internacional; 2) el equívoco conceptual entablado entre el
contenido de los respaldos multilaterales enarbolados, su traducción normativa local
y sus repercusiones geopolíticas; y 3) la renovación de una completa inconsistencia
entre el rango normativo promulgado y las derivaciones suscitadas en la esfera de la
praxis militar. En lo sucesivo, serán desplegadas las justificaciones de cada uno de los
puntos listados, con ánimo de precisar el tenor de las falacias teóricas y las inconve-
niencias prácticas obradas por el actual Gobierno Nacional (GN) en materia de De-
fensa Nacional (DN). El texto se cierra con la exposición de algunas consideraciones
integradoras elaboradas en clave reflexiva.

Palabras clave: República Argentina, estrategia Defensa Nacional, Ley de Defensa


Nacional, Decreto de reglamentación 727/2006.

Abstract: Argentina falls into dangerous initiatives when a set of rules of national-strategic
affairs, grounded in biased and electoral criteria are applied. Having in mind the present
critical situation, this paper intends to analyze the consequences brought by the derogation

Casus Belli II (2021), 39-75


Recibido: 10/9/2021 - Aceptado: 12/11/2021
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of the legal frame built in 2018 by National Defense. With the aim of organizing these
topics, our remarks will be shown in theme points, self-contained but argumentatively
correlative. The idea of this expositive approach aims to consistently show: 1) the setting
of a strategic perspective, anchored in some statements incompatible with the
Law of National Defense (LDN) and with the state of affairs in the present international
context; 2) the misconception derived from the content of the held-aloft multi-lateral
support, its local normative translation and its political implications; and 3) the renewal
of a whole inconsistency between the enacted normative status and its derivations in
the sphere of military praxis. From then onwards, justifications of each of the mentioned
points will be exposed with the aim of pointing out the degree of theoretical fallacies
and practical inconveniencies of the present National Government (GN) in the field
of National Defense (DN). This paper finishes with some reflections around a set of
comprehensive considerations.

Keywords: Argentine Republic, strategy, National Defense, National Defense Law,


Regulatory Decree 727/2006.

Breve introducción1

Como umbral de discusión conviene emplazar una nota inaugural de tinte aclarativo:
los instrumentos legales atinentes a DN argentina sancionados en 2018 y derogados
en 20202 en ningún lugar proponían el involucramiento de las FF. AA. en tareas de
Seguridad Interior (SI) por fuera de lo establecido en las normas vigentes. Tampoco
estipulaban que la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo representaran las princi-
pales misiones militares. El planteo real, en contraste con el ficticiamente denunciado
como “militarización de la seguridad”, consistía en subordinar y compaginar –en ese
orden– el tenor del decreto de reglamentación emitido por el Poder Ejecutivo Nacio-
nal (PEN) con el verdadero espíritu estratégico de la LDN. La actualización de 2018
buscaba sortear los escollos sembrados por el Decreto de reglamentación 727/20063

1 Varias de las ideas volcadas en el presente texto fueron anticipadas en un artículo de difusión previo
(SPOTA, 2020).
2 Dada la actualidad de la problemática bajo análisis, en gran medida el bagaje cognoscitivo recabado
para la elaboración del escrito radica en notas redactadas por especialistas y aparecidas en medios
masivos de comunicación. No obstante, la oportuna utilización de elementos bibliográficos afines
a los aparatos eruditos tradicionales, la apelación a opiniones vertidas en matutinos representa un
andamio fundamental del presente estudio.
3 Todas las normas enumeradas en el texto serán citadas en el segmento bibliográfico dentro de un
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Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 41

que, como veremos a lo largo del artículo, desnaturalizaba una parte sustantiva del
mandato de la LDN.
¿Cómo ocurría la perturbación aludida? A causa de dos motivos concatenados:
1) por fuerza del entendimiento sesgado de los antecedentes legislativos nacionales y
en materia de Derecho Internacional que obran en el caso, sumado a 2) el afincamien-
to en una perspectiva estratégico-nacional desajustada de las consecuencias estratégi-
co-sectoriales (Ministerio de Defensa) y estratégico-militares (FF. AA.) de la medida.
En resumen: en pleno respeto del sentido político de los “consensos básicos” labrados
en la recuperación de la Democracia y en completo abrazo del signo estratégico esta-
blecido por la LDN, la meta perseguida por el Decreto 683/2018 y su concomitante
Directiva Política de Defensa Nacional (DPDN, 2018) se cifraba en diagramar un en-
foque cónsono con las complejidades verificadas en el escenario geopolítico regional
y mundial. La iniciativa implicaba el abandono del concepto de una DN centrada de
manera exclusiva y excluyente en amenazas “extranjeras, estatales y militares” (Battaglino,
2020; Eissa, 2020; Garré, 2020), por juzgarlo restrictivo, irreal, anacrónico y, sobre
todo, incompatible con los dictados de la LDN.
La opción superadora configurada por las herramientas políticas ahora deroga-
das abogaba por la adopción de una concepción moderna y adaptativa, acorde con la
flexibilidad “praxeológica” (Aron, 1963) postulada por la LDN. Por ende, cabe señalar
que en 2018 Argentina formuló una política de DN confeccionada para proteger los
intereses vitales de la Nación contra cualquier agresión estatal o no estatal. Las condi-
ciones a cumplir para definir la agresión como asunto de DN implicaban que pro-
viniera del exterior del país y que, por su peligrosidad, la tarea de contrarrestarla rec-
lamase el empleo del Instrumento Militar de la Nación (IMN). Concluidas las sucintas
aclaraciones del caso, abordemos a continuación los tres ejes designados como verte-
bradores del trabajo.

1. El Decreto 727/2006 enturbia el espíritu estratégico de la Ley de


Defensa Nacional

Restaurar la vigencia del Decreto 727/2006, resucitación normativa sancionada por


los artículos 1.º y 2.º del Decreto 571/2020,4 conlleva una regresión general del sistema

apartado autónomo denominado “Instrumentos Legales”.


4 Literalmente: “ARTÍCULO 1.°. - Deróganse los Decretos Nros. 683 del 23 de julio de 2018 y 703 del
30 de julio de 2018. ARTÍCULO 2.º.- Restablécese la vigencia de los Decretos Nros. 727 del 12 de
junio de 2006 y 1691 del 22 de noviembre de 2006”.
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de DN hasta tiempos de la Guerra Fría. Semejante anacronismo obedece a la introduc-


ción de conceptualizaciones que practican un recorte arbitrario en relación a los rasgos
del actual escenario en Seguridad Internacional, y que entran en contradicción con lo
determinado por la LDN como lineamientos estratégicos nacionales. En rigor, las cir-
cunstancias fijadas en 2006 para autorizar el empleo de las FF. AA. confinan el campo
de acción militar a la “conjuración”5 de amenazas extranjeras, estatales y militares. La
mentada tipificación “polemológica” (Tello, 2012) pretende ampararse en el espíritu
profundo de la LDN cuando, en rigor, el contenido del decreto trastoca la versatilidad
prospectiva alojada en el segundo artículo de la ley que acude a reglamentar. En dicho
segmento se aprecian dos definiciones conceptuales de importancia principal que por
tal condición conviene destacar. La LDN establece “qué es” (ontología) y “para qué es”
(teleología) la DN (Spota, 2018). La evocación literal del pasaje proporciona un mojón
idóneo desde donde ordenar el sentido de la disquisición en curso.

La Defensa Nacional es la integración y la acción coordinada de todas las


fuerzas de la Nación para la solución de aquellos conflictos que requieran
el empleo de las Fuerzas Armadas, en forma disuasiva o efectiva, para en-
frentar las agresiones de origen externo. Tiene por finalidad garantizar de
modo permanente la soberanía e independencia de la Nación Argentina, su
integridad territorial y capacidad de autodeterminación; proteger la vida y la
libertad de sus habitantes. (el destacado es nuestro)

La letra de la ley sancionada en 1988 jamás especifica la identidad de las “agresiones” a


“enfrentar” con el concurso del IMN. Antes bien, su categorización pone el acento en
la proveniencia extraterritorial y en la gravedad que deberán alcanzar para autorizar el
uso de los medios dispuestos por la DN. En otras palabras, pondera los rasgos a cum-
plir por el acto hostil para que este ingrese en la órbita de la DN, mas nunca se expide
sobre quién debe perpetrarlo. La importancia de la observación finca en la centralidad
de la LDN en su conjunto – y de su segundo artículo en particular– dentro de la dis-
cusión. Su condición axial obliga a encaminar el debate en derredor suyo por fuerza
de una doble justificación: 1- la LDN juega el rol de “viga maestra” dentro de la política
de DN argentina desde 1988 y, en sentido inverso, 2- su sanción introdujo una refor-
mulación radical respecto de la impronta estratégica ostentada durante 22 años por las
anteriores políticas del área. O sea, la LDN no solo descolló como punto de partida de

5 Desde 2006 en la legislación nacional apareció el verbo “conjurar” como reemplazo lexical del más
apropiado “repeler”.
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nuestra moderna concepción en Defensa Nacional, sino que sobresalió como quiebre
de una tendencia histórica con más de dos décadas a cuestas.
Lo estratégicamente revolucionario del acto legislativo de 1988 se vincula con la
modificación operada en el principio de determinación de enemistad. La LDN supuso
el abandono definitivo de la tipificación del “enemigo interno” infiltrado en el tejido
social como prioridad militar. Dicha consideración ocurría a consecuencia de la in-
stauración de la Doctrina de Seguridad Nacional como paradigma en DN desde tiem-
pos del presidente Juan Carlos Onganía. El perfil doméstico del actor contra el cual se
aprestaban y empleaban los medios de combate era correlativo con el establecimiento
de una frontera ideológica antes que geográfica en cuanto condición de determinación
de enemistad. La demarcación de marras distinguía puertas adentro del país entre un
“nosotros” a defender y un “otros” de quien defendernos. El resultado argentino
de la Doctrina de Seguridad Nacional entremezcló hasta la indistinción la labor militar
con la policial al interior de una planificación donde la segregación de misiones y fun-
ciones perdía toda especificidad. Deriva de indistinción institucional que terminó por
recalar en la configuración de la maquinaria operativa del “Proceso de Reorganización
Nacional”. Pero ello sucedía en el terreno de los hechos. Lejos de allí, en la cumbre de
su arquitectura conceptual, asomaba una elucubración concatenada de la cual pendía
todo el resto del edificio dictatorial. El componente tipificador del “enemigo inter-
no” donde el talante ideológico prevalecía sobre el político-internacional prin-
cipiaba en un enfoque donde lo militar tutelaba lo político, lo estatal subordinaba
lo social y lo represivo englobaba lo defensivo.

[L]a Doctrina de Seguridad Nacional mantuvo que la seguridad del Estado


garantizaba la de la sociedad. Pero una de sus principales innovaciones fue
considerar que para lograr este objetivo era menester el control militar del
Estado. El otro cambio importante fue la sustitución del enemigo externo por
el enemigo interno. Si bien la Doctrina de Seguridad Nacional ubicó como
principal enemigo al comunismo internacional, con epicentro en la Unión
Soviética y representación regional en Cuba, entendía que era a Estados Uni-
dos a quien correspondía combatir a esos países. Los Estados latinoamerica-
nos debían enfrentar al enemigo interno, materializado en supuestos agentes
locales del comunismo. Además de las guerrillas, el enemigo interno podía
ser cualquier persona, grupo o institución nacional que tuviera ideas opues-
tas a las de los gobiernos militares. (Leal Buitrago, 2003: 75)

La fijación de un parámetro de clasificación ordenado según criterios analógicos de in-


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terioridad/exterioridad al territorio nacional, como lo establecido por la LDN, deparó


la clave de bóveda de la modernización democrática en la política de Defensa argen-
tina. La ley de 1988 reemplazó el principio de apreciación del enemigo en base a una
peculiaridad ideológica con la espacialización del razonamiento estratégico. Dotar de
cimientos geográficos al ejercicio de categorización de agresiones a repeler con el em-
pleo de las FF. AA. no solo dictaminó la diagramación de un cuadrante de evaluación
emancipado de subjetividades ideológicas; al internacionalizarse, la clasificación de
naturaleza geográfica inscribió el esmero estratégico en un ámbito geopolítico region-
al y global.
Desacoplando al poder militar del rol policíaco adjudicado por los Gobiernos de
facto entre 1966 y 1973, los Gobiernos constitucionales entre 1973 y 1976 (que cuen-
tan en su haber con más de mil desaparecidos) y magnificado por los consiguientes
Gobiernos de facto entre 1976 y 1983 (responsables de todos los demás desapareci-
dos), la Democracia apostaba por gestar un triple efecto político-institucional: liberar
la política de cualquier perturbación castrense, enfocar lo militar en su tarea de máx-
ima salvaguarda soberana y perfilar un sistema de Defensa moderno de cara a un en-
torno internacional sometido a cambios acelerados. El propósito integral de construir
de una vez y para siempre una DN subordinada en todo sentido a la Constitución Na-
cional arraigaba en la solidez deparada por un suelo de inapelable legitimidad política.
Y, en igual medida, amarraba en un puntal de razonabilidad praxeológica receptivo de
las alteraciones que se insinuaban en el entorno estratégico mundial.
Legalidad y eficacia en DN como programa de acción acrisolado al calor
democrático. La conjugación de valores fundamentales e intereses vitales en la LDN le
imprimía estatura legislativa al punto de vista estratégico-nacional respecto del proceso
de formación de una situación polemológica transicional. Semblanza estratégico-militar
provisoria que para 1988 todavía permanecía en estado embrionario, aunque se hallara
a punto de eclosionar a nivel planetario con fuerza totalizadora. En conocimiento de
lo anterior, continuemos el desarrollo argumental incorporando un interrogante pro-
nunciado con intención heurística. ¿En qué tipo de entorno internacional se inserta la
República Argentina del siglo XXI?

La evidencia es clara: las guerras convencionales entre actores estatales se


han reducido dramáticamente en la segunda parte del siglo XX (…). Esto no
quiere decir que el nivel de conflicto o violencia haya desaparecido. Más bien,
lo que ha ocurrido es un cambio de guerras convencionales declaradas por
un país soberano en contra de otro país soberano, a un entorno más comple-
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jo y menos claro, compuesto de actores distintos y tácticas distintas (…) los


conflictos armados interestatales han disminuido de forma notable, a la
par que han aumentado los conflictos armados intraestatales y aquel-
los que ocurren dentro de un Estado, pero que se internacionalizan.
(Deare, 2020: 56-57. El destacado es nuestro)

El Rubicón geopolítico donde pivoteó el desplazamiento del formato bélico conven-


cional a lo que hoy denominamos “híbrido” (Hofmann, 2007, 2009) formó parte de
una reformulación polemológica más amplia y todavía en curso, que la ley argentina
–no exenta de matices e insuficiencias‒ pudo anticipar y procesar con bastante pre-
cisión. La presente fisonomía de los asuntos bélicos reconoce sus antecedentes más di-
rectos en la abrupta migración de la bipolaridad a la unipolaridad ocurrida a finales de
la década de 1980 en el “orden internacional” (Kissinger 2016: 20). Desde el ocaso de
la Guerra Fría, el orbe asiste a la consolidación del patrón planteado por Deare: en la
arena de la violencia organizada se constata el progresivo crecimiento del número de
conflictos armados entre actores estatales y no estatales, inclinación contrapesada por
una paulatina disminución de la cantidad de conflagraciones entabladas en registro
interestatal. Esta pauta de ninguna manera comporta la desaparición de la beligerancia
convencional. Pero sin duda cuestiona su condición unívoca. Y como un todo ambiguo,
desafiante y en permanente evolución, la tendencia adopta especial relevancia para la
perspectiva estratégica de nuestro país (Spota y Battaleme, 2018).
Como externalidad positiva de la recuperación democrática y en virtud de la
acertada tramitación de las alteraciones domésticas y regionales, la política exterior
argentina experimentó replanteos en sus intereses generales y alteraciones en la órbi-
ta de sus preocupaciones más acuciantes. En lo concerniente a la problemática aquí
discutida cabe señalar un tópico nodal: desde 1983 nuestro país pudo abandonar las
hipótesis de conflicto sostenidas durante décadas con los países vecinos. El cambio
incluso favoreció, mediante medidas de construcción de confianza mutua, la implant-
ación de esquemas de cooperación en materia de seguridad internacional
(Bartolomé, 2010). Desde ya, lo auspicioso de la situación subregional no supone
asumir con ingenuidad que resulta imposible el rebrote de rispideces entre países.
Empero, propios y extraños están contestes en que su probabilidad de ocurrencia pre-
senta un valor tan bajo que todo invita a subordinar el riesgo de una escalada militar
interestatal al escaño de lo sumamente inesperable. Y en Estrategia, la ponderación
de probabilidades fija el orden de prelación establecido en la jerarquía de prioridades
manejada por el actor.
46 Julio César Spota

A modo de ejemplo ilustrativo, podemos tomar el caso de la total obsolescencia


de las más antiguas e importantes hipótesis de conflicto argentinas: Brasil y Chile. La
importancia máxima de tales premisas en el pensamiento estratégico y geopolítico
nacional recibe demostración “geoestratégica”6 (Brezezinsky, 2019: 86) en el punto de
emplazamiento de la Base Naval de Puerto Belgrano a principios del siglo XX. La se-
lección del sitio se hacía eco de razones múltiples: en primer lugar, el paraje cumplía
“con los requerimientos de un fondeadero propicio, cosa que lo ponía en circunstan-
cias ideales en el plano táctico y operacional”; luego, satisfacía las exigencias formu-
ladas por los imperativos defensivos argentinos de la época al “dar cuenta no sólo del
campo del empleo [táctico] y del despliegue [operacional] sino también de las máxi-
mas demandas estratégico-militares”. Este segundo eje amerita la introducción de dos
precisiones tributarias.
La primera aclaración subordinada se enlaza con “motivos ubicados por debajo
de lo operacional y por encima de lo táctico, y por encima de lo operacional y por de-
bajo de lo estratégico”, órbitas intermedias de dif ícil demarcación conceptual pero ab-
soluta centralidad praxeológica que también fueron cubiertas por la elección del lugar.
Como ya fuera comentado, las facilidades orográficas e hidrográficas proporcionadas
por la comarca costera le garantizaban a la Armada el exitoso despliegue naval (rango
operacional por excelencia) y, subiendo un nivel de análisis, reforzaban la edificación
de un esquema de defensa disuasivo (orden de lo estratégico).
La confluencia de soluciones atinentes a dimensiones estratégicas distintas no
solo habla de la perspicacia decisional mostrada por la dirigencia política, sino que a
su vez revela la presencia de registros estratégicos con estatus intersticial. Las com-
plementaciones mencionadas al comienzo del párrafo emergen en las zonas limítrofes
que marcan el paso entre los convencionales estratos de análisis táctico, operacional y
estratégico. Instancias liminales que, no obstante, su dificultosa aprehensión, también
fueron valoradas al momento de concluir la localización de Puerto Belgrano:

De allí que igualmente sea clave poner de relieve el volumen táctico-opera-


cional y estratégico-operacional de la disposición. Supongamos que alguien
quisiera bloquear la ría. Para el atacante el lugar es de acceso dif ícil y para
nosotros de fácil defensa. Con el aditivo de contar con rápida salida al mar.
Entonces el sitio de la base no sólo favorece el posicionamiento y movili-
dad de los propios medios durante el combate. Además de ese beneficio

6 Brezezinsky define la geoestrategia como “la gestión estratégica de los intereses geopolíticos” (2019: 86).
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táctico-operacional y sumado a lo específicamente táctico, operacional y


estratégico antes comentado, la base tiene un plus estratégico-operacional:
navegando dos horas ya estás en aguas libres.7

La segunda aclaración revela que Puerto Belgrano resolvía un dilema que acuciaba la
cúspide del razonamiento estratégico argentino. Su lugar de asiento marca un punto
de armonización entre las estimaciones entonces ordenadoras de la política de defensa
nacional. Erigir allí el vértice operativo de la Armada se revelaba como una opción óptima
conforme lo dictaminado por las prospectivas bélicas. El sitio brinda una plataforma
ideal para un hipotético esfuerzo de proyección de poder militar al entorno inter-
nacional. ¿Cómo interactuaban los rasgos del lugar con las necesidades más vastas
en materia de Defensa? Lo hacían promediando geográficamente los elementos de la
agenda geopolítica argentina investidos con potencialidad polemológica.
Las convenientes características del lugar reportan la condición necesaria mas
no suficiente para justificar la elección del sitio. El colmado de las exigencias topográfi-
cas e hidrográficas locales debía empalmar con previsiones estratégicas de escala su-
damericana. La decisión de “dónde” construir la base presumía en primer lugar el
hallazgo de un enclave propicio como embarcadero que además se ubicase en coor-
denadas fijadas por los condicionamientos regionales sopesados como críticos para
la época. El componente –y tino– geoestratégico de la decisión consistió en haber
conseguido congregar en un mismo acto los requisitos exigidos al paisaje local (suelo,
costa y condiciones subacuáticas) con las demandas y percepciones geopolíticas de
aquel entonces.
Puerto Belgrano resolvía en una única moción un abanico de necesidades múl-
tiples, puesto que la dirigencia política acordó ubicar el apostadero de la flota de mar
en: a) un sitio aproximadamente equidistante de Rio de Janeiro y Santiago de Chile
(los centros neurálgicos de los potenciales enemigos); b) una posición que no pondría
en riesgo de bombardeo a la Capital Federal durante un teórico ataque brasileño o
chileno contra las principales instalaciones navales argentinas; y c) un puesto náutico
ubicado lo suficientemente cerca de la sede del Gobierno Nacional como para –en
caso de necesidad– proveerle protección inmediata.
Incrementando el espesor geoestratégico de la decisión, el emplazamiento abon-
aba la adopción de un doble posicionamiento ofensivo y defensivo. Siendo las men-
cionadas metrópolis extranjeras los respectivos núcleos políticos de los poderes

7 Agradezco al Dr. Horacio Terribile por sus amables y sapientes comentarios.


48 Julio César Spota

potencialmente hostiles, desde Puerto Belgrano resultaba viable desplegar los medios
militares tanto en dirección a las capitales sindicadas como hipotéticamente adversar-
ias, como para interceptar una fuerza enviada por uno o ambos eventuales enemigos.
En desconocimiento de cuál de los vecinos monopolizaría nuestra atención estratégica,
el sitio reportaba la alternativa más adecuada frente a cualquier eventualidad expedi-
cionaria o acción defensiva desarrollada contra o por alguno de los posibles contrin-
cantes. Y también, aunque indeseable a todas luces e improbable en igual medida, su
localización deparaba la mejor de las chances de cara a una tesitura bélica donde Brasil
y Chile formaran un frente común contra Argentina.
A más de un siglo del clima de opinión en materia de Seguridad Internacional
descrito a grandes rasgos en los párrafos anteriores, las fronteras interestatales no han
modificado su trazado y el elenco de Estados vecinos no varió en su composición. Pero
geopolíticamente todo ha cambiado. Respecto de Brasil, hace décadas fueron asfalta-
das las vías camineras que nos unen. El dato resulta por demás revelador, porque el
mantenimiento de la precariedad de las rutas remitía a la precaución estratégico-operacional
de dificultar el tránsito de blindados y tanques brasileños durante una conjetural in-
vasión. Como ulterior fruto positivo de la medida de concordia, el mejoramiento de
la infraestructura caminera redundó en la dinamización del intercambio comercial y
la estimulación a la colaboración productiva con nuestro principal socio económico.
Con Chile, tras varias décadas transcurridas luego del infausto episodio de
aprestamiento en 1978 y las desavenencias de 1982, la cercanía estratégica bilateral
alcanzó tal nivel de madurez que nuestras naciones incluso han formado una fuerza
de paz binacional conjunta y combinada bautizada “Cruz del Sur” (Bertotto, 2010). Los
hechos narrados hablan con elocuencia sobre la estabilidad internacional alcanzada en
el extremo meridional del Cono Sur y capturan en una instantánea la consolidación de
una convivencia interestatal pacífica entre naciones otrora suspicaces. Recapitulando,
para Argentina los Estados vecinos que ayer cifraban amenazas militares primarias
hoy no expresan peligro alguno. Algo que el Decreto 727/2006 invita a tomar con
pinzas ya que, por motivos obvios, las tiranteces interestatales que define como objeto
exclusivo y excluyente de la DN suelen darse entre vecinos. Asaz dif ícil sería para Ar-
gentina, cuya agenda estratégica expande sus intereses a escala subcontinental, tener
un choque militar con un actor estatal ubicado en la escala extrarregional.
Para sopesar el grado de animosidad implícita que el Decreto 727/2006 emite
a los Estados con los cuales compartimos frontera, basta tomar un café en confianza
con un militar uruguayo, paraguayo, brasileño, boliviano o chileno y consultar con
franqueza cómo interpretan la perspectiva estratégica argentina de “extranjero, estatal
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Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 49

y militar”. Eventualmente nuestros interlocutores mencionarán que, si los Estados


son nuestras únicas preocupaciones militares, los Estados más próximos son los que
deberían causarnos mayor inquietud. Por lo tanto, la conversación estaría dándose
entre enemigos germinales por fuerza de la adyacencia geográfica.
Al designar a los vecinos como amenazas tácitas, el decreto trastoca la clave de
concordia reinante en el área y desconoce el vigor de la convivencia sudamericana. Prin-
cipio de sana cohabitación que, curiosamente, los instrumentos legales nacidos al amparo
de la reglamentación 727/2006 predican. Así las cosas, mientras las connotaciones de la
reglamentación 727/2006 anuncian al mundo que miramos con suma desconfianza a todos
los países con los que tenemos límites, la Directiva Política de Defensa Nacional emitida
en 2014 sostuvo que pertenecemos a una región de paz.

Se registró (…) la progresiva disminución de las percepciones de amenaza


y las competencias estratégicas y militares, matriz que dominó la relación
de desconfianza entre países desde mediados del siglo XIX y durante prác-
ticamente la totalidad del siglo XX. De hecho, durante estas primeras dé-
cadas del siglo XXI, esta nueva dinámica abrió paso al inicio de procesos
de establecimientos de medidas de confianza mutua e interacción y coop-
eración en materia de Defensa. Estas nuevas interacciones se consolidaron
fuertemente en el ámbito suramericano, con especial énfasis y una materi-
alización concreta en los últimos años (DPDN 2014).8

La incoherencia político-internacional de declamar un correcto regionalismo


de tintes irenológicos, al tiempo que se establece una equivocada premisa de hostili-
dad larvada con todos los vecinos, patentiza un ángulo de visión por completo incoherente
pero absolutamente solidario con otro grupo de inconsistencias en materia inter-
nacional. En tanto la política de Defensa argentina confina lo militar al rincón de lo
casi inviable en términos probabilísticos (pues la expectativa de combatir con los
vecinos es casi nula aunque representa el único horizonte estratégico esbozado por la
reglamentación), nuestra política exterior ratifica su compromiso con armados gu-
bernamentales destacados por sus sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos
(DDHH). Así, junto al encapsulamiento de las FF.AA. argentinas en una retícula de lo
cuasi inerte, Cancillería respalda sin ambages al régimen venezolano que militarizó
todo aspecto de la vida del país caribeño.

8 http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/240000-244999/240966/norma.htm
50 Julio César Spota

No obstante, las revelaciones de la ONU sobre los secuestros, torturas, asesinatos


y demás atropellos cometidos por el Gobierno de Nicolás Maduro contra la población,
el PEN argentino ofrece su más unánime convalidación a cada uno de esos actos. La
celebración local de recortes en la órbita del empleo teórico del IMN en combinación
con la defensa a ultranza del desborde político-militar de un socio regional afamado
por sus violaciones sistemáticas a los DDHH, visibiliza una tensión sostenida por el
vigor del empecinamiento antes que por el peso de los argumentos. Fondo de irra-
cionalidad que, como será comentado en lo sucesivo, distorsiona en su totalidad el
pensamiento y la acción estratégica nacional, sectorial y militar argentina.

Defensa Nacional y Soberanía en entredicho.

Toda consideración articulada sobre DN argentina por definición debe expedirse re-
specto del capítulo más crítico de la política exterior nacional: la recuperación de las
islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur. El tipo de relacionamiento de la
cartera con la cuestión de los territorios nacionales bajo ocupación extranjera adquirió
un definitivo carácter no beligerante a la luz de lo consagrado en la primera cláusula
transitoria de la Constitución nacional reformada en 1994. En el mencionado aparte
de la ley suprema de la República se establece que:

La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las


islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos
e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional.
La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía,
respetando el modo de vida de sus habitantes y conforme a los principios del
Derecho Internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable
del pueblo argentino.

La cita marca un punto clave de la discusión estratégica en virtud de la cláusula “con-


forme a los principios del Derecho Internacional”. La opción de flexionar el “múscu-
lo militar” como vía de recuperación de los territorios insulares queda descartada a
menos que debamos responder a un imaginario ataque de parte de las Islas, toda vez
que una operación ofensiva caiga por fuera de la legalidad internacional. Por supuesto
que la presencia británica sobre territorio argentino representa una ilegalidad previa
y agravada. Pero el sentido constitucional dado como mandato sobre el modo de
resolución del problema indica la decisión soberana de luchar empuñando la fuerza
de las leyes y no enarbolando el poder de las armas. Huelga decir que la DN cumple
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 51

un rol fundamental en el diseño de una aproximación estratégica inteligente al litigio


y, sin necesidad de especular sobre escenarios de empleo de las FF. AA., la dotación de
capacidades y su utilización en pos de garantizar el control efectivo sobre los espacios
marítimos y antárticos redundará en el fortalecimiento fáctico de la posición de nego-
ciación argentina.9
Rosendo Fraga bosquejó una posible articulación estratégica de los “factores
de poder estratégicos”: político (divisibles en interior y exterior), económico, militar,
científico-tecnológico y psicosocial (Escuela Superior de Guerra, 2019) al interior de
una maniobra conducente, de forma tangencial, a la futura sustanciación del mandato
constitucional.10 La suya es una apreciación integral donde ingresan las aspiraciones
soberanas argentinas sobre la Antártida, los intereses internacionales cruzados en el
continente helado y el esperable mantenimiento en el largo plazo de la ocupación
extranjera en las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur. Los elementos en
apariencia heterogéneos ganan conexidad al ser vertidos en el molde de una sugerencia
geopolítica: construir un “polo logístico” en Tierra del Fuego. Semejante foco de poder
no solo irradiaría una mayor presencia argentina en los espacios terrestres, aéreos
y marítimos del Atlántico Sur; también fijaría un principio de dependencia logística
para el resto de los actores que se dan o ansían darse cita en el escenario antártico. Lo
cual, por obvias razones, mejoraría nuestra posición internacional al desplazar el fiel
de la balanza geopolítica a favor del interés nacional.

La proximidad geográfica es una ventaja relativa de Argentina para la Antár-


tida. La posibilidad de establecer un “polo logístico” para ella se plantea a
partir de esta proximidad. El establecimiento de una base conjunta en Ushuaia,
desde la cual se concentran los medios marítimos, aéreos y terrestres empleados

9 El tratamiento del particular amerita la mención de la reciente creación del Comando Conjunto Ma-
rítimo (2021). Conforme lo estipulado en la Resolución 244/2021 publicada en el Boletín Oficial, el
propósito del nuevo espacio institucional estriba en “conducir las operaciones de vigilancia y control
en los espacios marítimos y fluviales en forma permanente a fin de contribuir a la preservación de los
intereses vitales de la Nación Argentina”. La flamante organización concurre a robustecer el esfuerzo
nacional en DN dedicado a la jurisdicción y recoge el espíritu estratégico anticipado por la creación
del Comando Conjunto Aeroespacial (2014) y el Comando Conjunto de Fuerzas de Operaciones
Especiales (2018).
10 El Embajador argentino Mario Verón Guerra esclarece una acendrada confusión en los razonamien-
tos usuales sobre el Atlántico Sur. “Es habitual escuchar que la causa Malvinas es una política de
Estado porque consta en la Constitución Nacional. Error. La Constitución Nacional ordena a los
Gobiernos el trazado e implementación de una política de Estado en lo tocante a la causa Malvinas.
Lamentablemente la política ha fallado en sostener un curso de acción consensuado, coherente y
mancomunado por encima de las sucesivas gestiones presidenciales”.
52 Julio César Spota

en las campañas antárticas, sería una acción importante como parte de dicho
“polo logístico”. La soberanía sobre el Mar Argentino se reclama a partir de la
que el país ejerce sobre la Patagonia y más al norte, hasta la desembocadura
del Río de la Plata. Si Argentina perdiera el ejercicio de su soberanía efectiva
sobre la Patagonia, y en particular su costa, perdería el ejercicio efectivo de la
soberanía sobre este mar. (Fraga, 2020: 139)

No obstante, la enorme potencia geopolítica de la idea, su viabilidad, su evidente si-


militud con el acierto conseguido al ubicar Puerto Belgrano en atención a imperativos
de género análogo –aunque de contenido distinto‒ a los enumerados por Fraga y a
sabiendas del papel central interpretado por la Defensa Nacional dentro de cualquier
esquema de construcción y proyección de poder al exterior, cabe insistir en un ele-
mento basal de la situación. La Constitución Nacional resulta clara: la recuperación de
los territorios irredentos debe atenerse a lo estipulado por los “principios del Derecho
Internacional”.
El repaso de las peculiaridades del escenario sudatlántico visibiliza una serie de
inquietudes engendradas en el encuentro intelectual de las actuales circunstancias re-
gionales, los proyectos nacionales, los medios puestos a disposición para la materialización
de dichos proyectos y las comunicaciones estatales transmitidas al entorno internacional.
¿Qué tipo de mensaje emitimos respecto de: a) los vínculos pacíficos que nos unen con
nuestros vecinos geográficamente adyacentes; b) el abandono a la opción militar para
desalojar a Gran Bretaña como potencia de ocupación de una parte del territorio na-
cional; y c) ¿la condición no beligerante, aunque científica y militarmente encaminada,
de los reclamos soberanos argentinos en Antártida? Más conciso aún: ¿qué grado de
correspondencia estratégica se detecta entre el contenido del Decreto 727/2006 y el
estado de cosas regionales que competen a los intereses geopolíticos argentinos?
Mientras Argentina proclama que Sudamérica consiste en un vergel de paz
interestatal (algo cierto), que no guerreará con Gran Bretaña por la recuperación de
las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur (también cierto) y que nues-
tro alegato de soberanía antártica radica en incontestables motivos de proximidad
apuntalados por la presencia nacional ininterrumpida en el continente helado des-
de principios del siglo XX (por completo cierto), también notificamos al mundo la
existencia de una animosidad estructural con el entorno interestatal inmediato. Más
todavía: la reunión de todas las observaciones mociona la aparición de incógnitas
desconcertantes. Si nos preparamos para “conjurar” amenazas extranjeras, estatales
y militares, pero con los vecinos nos une la paz y en el conflicto soberano con Gran
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 53

Bretaña no utilizaremos las armas sino la ley, ¿hemos de concluir que nuestro país se
prepara para combatir guerras que piensa que no van a materializarse nunca, mien-
tras les sugiere a los países linderos que los consideramos amenazas primarias? ¿O el
panorama polemológico argentino comprende la totalidad del escenario mundial y
nuestro país se apronta a enviar una fuerza expedicionaria a combatir en algún punto
distante del globo o para contrarrestar una ofensiva proveniente de lares extrarregio-
nales?
Sería casi inverosímil asumir la primera postura. Pero descartando por absurdas
las siguientes, la posible devolución al encadenamiento de interrogantes arroja
ulteriores inquietudes. El razonamiento estratégico concomitante al contenido del
decreto 727/2006 conduce con inexorabilidad al sinsentido. El verdadero problema
de fondo, el trastorno primigenio desde el cual se originan todos los desajustes sub-
siguientes, se sitúa en la incompatibilidad existente entre el sentido de la reglamenta-
ción revitalizada y el espíritu estratégico insuflado por el Poder Legislativo a la LDN.
¿Dónde anida el desencuentro entre la ley y su reglamentación? En la condensación de
elementos correlativos que, con ánimo de síntesis provisoria, cabe describir apelando
a su consecuencia práctica. El Decreto 727/2006 empobrece hasta la indigencia con-
ceptual el verdadero contenido estratégico de la LDN.
La letra de la ley es tan clara que descarta cualquier tipo de ambigüedades: toda
agresión, que haya sido engendrada fuera de nuestras fronteras, sin distinción entre lo
estatal o no estatal, que en su despliegue amenace los intereses vitales enumerados en
la LDN (soberanía, independencia, integridad territorial, autodeterminación y vida y
libertad de los habitantes),11 y cuya tramitación exija la intervención del IMN, repre-
senta un problema de DN. Luego, la complejidad del mandato estratégico consiste en
prepararnos de manera eficaz (efectiva) y eficiente (económicamente sostenible), para
enfrentar el extenso abanico de potenciales agresiones estatales o no estatales de una
envergadura tal que el Estado nacional argentino se vea obligado a acudir a las FF. AA.
para repelerlas (Spota, 2018b).
Complicando aun más el ya de por sí brumoso panorama prospectivo (no hay
nada más diáfano que el porvenir), desconocemos quién podría abrigar la intención de
perpetrar un acto hostil contra nuestra Patria. Para despejar la pregunta por el mañana
debería trabajar con ahínco el Sistema de Inteligencia Nacional. Pero de forma eufemística
convengamos que la Inteligencia (ICIA) argentina padece desarreglos crónicos que

11 El reconocimiento legal de los cinco conceptos como “intereses vitales” fue establecido en el 2.º artí-
culo de la ley de reestructuración de las FF. AA.
54 Julio César Spota

impiden su correcto desempeño. No obstante lo cual, justo en este caso una opinión in-
ternacional generalizada subsana la miopía estatal sufrida por las deficiencias intrínse-
cas del Sistema de Inteligencia Nacional. Todas las evaluaciones políticas y prognosis
estratégicas disponibles están contestes en asumir que nuestros vecinos no nos ata-
carán y que siendo Argentina una potencia de alcance regional, dif ícilmente (segundo
eufemismo del párrafo, en esta ocasión utilizado para suavizar la expresión “es casi
imposible que”) suframos la agresión militar de un actor estatal extrarregional.
Despejado en primera instancia el horizonte de beligerancia potencial de los te-
mores interestatales, sin negar su posibilidad, pero valorándola en extremo remota,
¿quién resta como posible amenaza con atendibles probabilidades de ocurrencia? Tal
elenco lo componen por necesidad los actores no estatales con capacidades militares
en cuanto riesgo eventual. Obviedad que obliga a los actores estatales a compartir con
los no estatales la marquesina de la Seguridad Internacional que aquellos monopoli-
zaron hasta el fin de la guerra fría (Bartolomé, 2006). Sin necesariamente subsumir a
uno u otro a la condición de “de reparto”, un razonamiento prudencial les asignaría
una probabilidad de ocurrencia equivalente a las amenazas estatales y no estatales, o al
menos af ín. No se descartan aquellas, se las asemeja en chance a estas. Pero poniendo
en suspenso la determinación de una equiparación entre o de una predominancia de
las amenazas estatales sobre las no estatales (o viceversa), algo que no hace a los in-
tereses específicos del escrito, sí urge explicitar que ambos deberían revistar en el or-
den de las preocupaciones estratégico militares. ¿Cómo? En razón de las apreciaciones
estratégicas que deberían ser labradas por una ICIA que en Argentina no funciona, y
al abrigo del costado prospectivo de un andamiaje normativo que en nuestro país pa-
dece graves incoherencias estructurales desde 2006.
En la necesidad programática de priorizar sus objetivos, la estrategia debe eri-
gir un orden de prelación donde se jerarquice la multitud de tópicos situados bajo su
responsabilidad. El esquema de valoración ponderará el grado de vulnerabilidad que
aqueja a lo considerado como más valioso y, conforme lo indique la semblanza del
universo de intereses a salvaguardar, diseñará los cursos de acción conducentes a su
protección. Listar lo que demanda defensa a toda costa, incluso –o sobre todo– con
el empleo del IMN, recortará un agregado de bienes tangibles e intangibles a defender
con el concurso de “todas las Fuerzas de la Nación” (como indica el 2.º art. de la ley de
DN). El mantenimiento incólume de aquello que Argentina entiende como prioritario
supedita la disquisición sobre la identidad del actor hostil. En caso de sustanciarse una
amenaza contra algo clasificado como vital y cuya mitigación demande el empleo del
poder militar dado el volumen de la agresión, poco –o nada– importa la estatalidad
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 55

o no-estatalidad del agente ofensivo y mucho – o todo– insta a solucionar la te-


situra crítica con los medios militares a disposición del Estado. Lourdes Puente
Olivera redondeó el perfil del particular en una intervención periodística: “Como país
tenemos que decir qué es lo que necesitamos defender y cuáles son los espacios donde
creemos que nuestros intereses pueden llegar a estar disputados al extremo de necesi-
tar la ultima ratio de la violencia.” (Puente Olivera, 2019)
Resumir el panorama polemológico argentino al cuadrante de agresiones “ex-
tranjeras, estatales y militares” supone tabicar la realidad en compartimentos tan
estancos como artificiales, una operación de aislamiento complicada por la contra-
dicción de prever hipótesis de empleo del IMN incompatibles con una apreciación
regional pacificada. O sea, nuestro país no solo reduce de un plumazo la complejidad
estratégico-militar del siglo XXI (Kissinger, 2016: 318-374). Para más inri, el errado
enclaustramiento del pensamiento estratégico argentino dentro de la retícula de la
conflictividad interestatal se inscribe en una acertada visión regionalista de signo in-
terestatal pacificado. De tal manera, Argentina impugna lo que se da en los hechos
con las consecuencias de las palabras que escribe en sus instrumentos legales, lo cual
no implica inferir que no exista violencia en Sudamérica. Muy por el contrario, es una
de las áreas del planeta más azotadas por tal flagelo. El punto supone tomar nota de
la chance marginal de asistir al estallido de un episodio de beligerancia entre dos o
más Estados miembros del subcontinente, y del valor probabilístico incluso menor en
relación a la sustanciación de un enfrentamiento militar de Argentina con sus vecinos.
En suma, gracias al decreto 727/2006, Argentina se apresta para “conjurar” problemas
de una improbabilidad de ocurrencia tal que parecería prepararse para nada.
La alternativa a ver el fárrago de aporías alojado en la formulación estratégica
edificada con un insólito fervor por la modalidad polemológica “convencional” con-
siste en adoptar una postura idílica, donde creamos que nadie albergará de aquí en
más intenciones aviesas contra nuestro país, en cuyo caso lo más recomendable sería
redireccionar las partidas presupuestarias destinadas a DN hacia SI o cualquier otra
repartición del Poder Ejecutivo de la Nación. Si descartamos lo descabellado y omiti-
mos lo ridículo, todo el resto del razonamiento estratégico, o sea exactamente aquello
que no habita en la reglamentación 727/2006, se impone como autoevidente: la DN
debe bregar por custodiar los intereses vitales argentinos de cualquier puesta en
entredicho y no solo de las conjeturales agresiones obradas por Estados nacionales.
Que nuestros vecinos presenten una abierta actitud pacífica amplía el peso de la ob-
servación; entonces ¿por qué un decreto coarta la adaptabilidad que le fuera plasmada
adrede a la norma que concurre a reglamentar?
56 Julio César Spota

2. El decreto 727/2006 omite una parte sustantiva de la resolución


3314 de la ONU

Los considerandos esgrimidos en la reglamentación de 2006 hacen reposar sus


estipulaciones en lo establecido por la Resolución de la ONU N.º 3314 sancionada
en 1974 (ONU 1974). Quien revise el documento respaldatorio encontrará que sus
tres primeros artículos expresan la definición consensuada en aquel tiempo sobre el
significado de la voz “agresión”. Ya en el apartado inaugural del pronunciamiento se la
pauta como “el uso de la Fuerza Armada por un Estado contra la Soberanía, la Integri-
dad Territorial e Independencia de otro Estado”.12 Por ende, una agresión sólo podría
ser cometida por un Estado. A continuación, el artículo tercero enumera el amplio
abanico de eventos concretos a ser conceptualizados como manifestaciones agresivas.
Y, en consonancia con el primer artículo, la totalidad de prácticas tipificadas como
tales por el organismo multilateral tiene a un Estado como perpetrador, puesto que:

[S]e caracterizará como acto de agresión:


a) La invasión o el ataque por las fuerzas armadas de un Estado del territorio
de otro Estado, o toda ocupación militar, aun temporal, que resulte de dicha
invasión o ataque, o toda anexión, mediante el uso de la fuerza, del territorio
de otro Estado o de parte de él;
b) El bombardeo, por las Fuerzas Armadas de un Estado, del territorio de
otro Estado, o el empleo de cualesquiera armas por un Estado contra el
territorio de otro Estado;
c) El bloqueo de los puertos o de las costas de un Estado por las Fuerzas
Armadas de otro Estado;
d) El ataque por las Fuerzas Armadas de un Estado contra las Fuerzas
Armadas terrestres, navales o aéreas de otro Estado, o contra su flota
mercante o aérea;
e) La utilización de fuerzas armadas de un Estado, que se encuentran en el
territorio de otro Estado con el acuerdo del Estado receptor, en violación de
las condiciones establecidas en el acuerdo o toda prolongación de su presencia
en dicho territorio después de terminado el acuerdo;

12 Que las mismas categorías consten como intereses vitales argentinos en el segundo párrafo del se-
gundo artículo de la LDN denota la importancia conferida a la ONU por parte del legislativo ar-
gentino de la época. Consonancia para nada inaudita ya que la gran mayoría de países miembros se
hicieron eco normativo, de una manera u otra, de tales principios.
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 57

f ) La acción de un Estado que permite que su territorio, que ha puesto a dis-


posición de otro Estado, sea utilizado por ese otro Estado para perpetrar un
acto de agresión contra un tercer Estado;
g) El envío por un Estado, o en su nombre, de bandas armadas, grupos
irregulares o mercenarios que lleven a cabo actos de fuerza armada contra
otro Estado de tal gravedad que sean equiparables a los actos antes enumer-
ados, o su sustancial participación en dichos actos.

La política de DN diseñada por los Gobiernos kirchneristas (en todas sus versiones
desde la época de la ministra de Defensa Nilda Garré hasta el día de hoy), alega –con
acierto– que la resolución de la ONU estableció el principio doctrinario sobre el cual
Argentina erigió los “consensos básicos de la Democracia”. Noción que en su versión
sinóptica finca en la idea de diferenciar la DN de la SI a través de un eje de incumben-
cias segregadas: exterioridad/Defensa Nacional//interioridad/Seguridad Interior. Por
lo tanto, la reglamentación 727/2006 concurriría a extraer las precisiones normativas
que la redacción de la ley pasó por alto en una omisión inintencional, toda vez que
las agresiones externas que señala la ley consistieran, conforme lo determinado por
la ONU, en agresiones externas, estatales y militares. Ahora bien, el razonamiento es
correcto hasta ese punto, aunque en el siguiente paso tropieza con un equívoco de
cuño casi pueril. La confusión estriba en la lectura incompleta del documento citado
como sustrato ético-jurídico de la LDN.
Quien no detenga sus ojos en el tercer artículo, sino que prosiga hasta el
siguiente, descubrirá una capa de plasticidad jurídica en la Resolución 3314. La cláu-
sula, redactada catorce años antes que la ley de DN, posibilitó la cuota de ductilidad
praxeológica conferida al segundo artículo de la LDN argentina (dosis de versatilidad
disuelta por el decreto 727/2006). El texto del 4.º art. de la Resolución 3314 le pro-
porciona al documento un elemento clave de adaptabilidad aplicativa. Maleabilidad
auspiciada por efecto de una precaución prospectiva orquestada bajo el manto de lo
prudencial: “La enumeración de los actos mencionados anteriormente no es ex-
haustiva y el Consejo de Seguridad podrá determinar qué otros actos constituyen
agresión, con arreglo a las disposiciones de la Carta”. La sapiencia de la Asam-
blea de la ONU condujo al cuerpo a confeccionar una declaración exhaustiva sobre la
perspectiva de la época, que en aquel entonces solo veía agresiones ocasionadas por
Estados nacionales, y, al propio tiempo, humilde en sus aspiraciones, por reconocer la
insensatez de dogmatizar sobre los formatos bélicos que traería consigo el porvenir.
La Asamblea de la ONU entendió en 1974 que “agresión” significa varias cosas
58 Julio César Spota

para el Derecho Internacional. El arco fenoménico estilado en la definición contempla


todas y cada una de las variantes enumeradas en el tercer artículo de la Resolución
3314. Ahora bien, en ningún momento el conjunto adquiere condición cerrada. Muy
por el contrario, con la cautela de la verdadera sapiencia, el organismo multilateral
admitió su propia limitación al momento de anticipar las fisonomías venideras de la
noción “agresión”. La “agresión” es todo lo que dice el tercer artículo de la resolución
y, fijando un mecanismo de constante actualización, la “agresión” puede ser cualquier
otra cosa que disponga la ONU. Punto de partida juicioso decantado en una medida
de mesura sobre lo transitorio del alcance de la categorización puesta en juego.
Exactamente un cuarto de siglo más tarde, la predisposición a la flexibilidad clasifi-
catoria instituida en 1974 resultó en todo pertinente con la condición disruptiva del
evento de Seguridad Internacional considerado como partición entre eras geopolíti-
cas: el ataque a las Torres Gemelas.
El 9/11 motivó profundas reconsideraciones conceptuales en torno a la idea de
“agresión”, puesto que el atentado fue perpetrado por un actor no estatal (Al-Qaeda) y
los medios empleados no fueron de orden militar (aviones comerciales). La consigui-
ente invasión norteamericana de Afganistán no solo gozó del beneplácito de la ONU
(algo que no ocurrió con la invasión de Irak concretada dos años más tarde), sino que,
sin infringir la legalidad, la modificó: el caso de la “guerra contra el terror” motorizó la
reinterpretación del artículo 3º de la resolución 3314 por mor de la clasificación como
“agresión” de un evento antes no concebido como tal. Expansión normativa habilitada
por el contenido del 4.º artículo del mismo instrumento legal. La dilatación del espacio
de legalidad internacional en materia bélica ocurrió a causa de los rasgos imprevistos
del acontecimiento: un Estado soberano atacado (EE.UU.) declaró sucesivamente
la guerra a un actor no estatal (Al-Qaeda) y a otro Estado soberano (Afganistán) por
darle cobijo al anterior. Por ende, el costado interestatal del enfrentamiento contra
el terrorismo no se desató porque el Gobierno afgano representara al artífice de la
“agresión” sufrida en territorio norteamericano. EE.UU. dio inicio a la invasión porque
Afganistán albergaba, y se negaba a extraditar, al autor no estatal del atentado (Bat-
taleme, 2009: 71-104; Tello, 2010).
El peso del devenir, y sobre todo el cumplimiento de la paradójica certeza que
el futuro presentaría un inexorable viso sorpresivo, incrementó el alcance de la no-
ción de “agresión”. ¿Cómo? Gracias a que la confesión de las estrecheces prospectivas
declamada en 4º artículo del documento elicitado habilitó la redefinición de la cate-
goría cuando las circunstancias así lo exigieron. En otras palabras, la plasticidad como
variable de actualización del pronunciamiento de la ONU depara justo la parte de la
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 59

Resolución 3314 que el GN parece no haber registrado. Sin invalidar la dimensión de


la superficie conceptual anterior, pues al día de hoy las tipificaciones del tercer artícu-
lo de la Resolución 3314 mantienen plena vigencia, la ampliación normativa obrada
con posterioridad al 9/11 certifica la sabiduría mostrada por la ONU 25 años antes.
La modernización clasificatoria posibilitada por el 4.º art. de la Resolución asimismo
apuntaló la ductilidad estratégica señalada en el 2.º art. de la LDN. Y lo hizo 13 años
antes del 9/11. En resumen. La norma argentina efectivamente obedece el espíritu
del antecedente multilateral, pero de una forma diametralmente opuesta a la que
postula el Decreto reglamentario 727/2006.
Los “consensos básicos” de la Democracia atesoran como valor político fun-
dante la distinción exterioridad/interioridad en cuanto eje ordenador genérico de la
segregación DN/SI, pero la discriminación ocurre sin convencionalismos al promov-
er una alquimia donde se intercalan la fundamentación axiológica con el olfato es-
tratégico. ¿Dónde emerge la fusión entre principismo y cálculo? En la acertada apropi-
ación de un antecedente multilateral taxativo en su ordenamiento, pero versátil en su
proyección. Al no expedirse sobre la identidad de las agresiones que conciernen a la
DN sino al tenor y proveniencia que deben presentar para ser calificadas como tales, la
LDN actualiza y nacionaliza lo formulado con anterioridad a nivel internacional. Pero
ninguna norma puede presumir de infalibilidad a futuro y la primera en reconocerlo
es la ONU. La Resolución 3314 topó con sus insuficiencias en el 9/11 así como la LDN
encontró las suyas en el “copamiento de La Tablada” (1989). Limitación que en años
posteriores fomentaría la instalación de una dinámica de complementación internor-
mativa ampliatoria de lo estipulado en LDN. ¿Cómo? Merced a lo dictado en las suce-
sivas leyes de SI e Inteligencia Nacional (LIN). El tipo de empalme e interacción que
engloba a las leyes de DN, SI e ICIA bajo una racionalidad estratégica unificada faculta
a incorporar una denominación inexistente en lo legal pero operativa en lo conceptual:
“plexo normativo de los asuntos estratégicos” (PNAE).
El PNAE representa una realidad político-estratégica producida por el ensamb-
laje secuencial de las leyes de DN, SI e ICIA según una lógica sistémica. Como hecho
supranormativo conformado por una racionalidad de articulación e interdependencia,
tal la condición sistémica, el plexo adhiere a la discriminación de incumbencias sec-
toriales forjada según los tradicionales principios de origen espacial del desaf ío: exte-
rior/Defensa//interior/Seguridad. Y bajo tal orientación genérica funciona en el día a
día. Pero el Poder Legislativo, a la luz de los hechos de La Tablada y capitalizando le
experiencia acumulada por la confección de la LDN, entendió necesario postular una
60 Julio César Spota

serie de precisiones en torno al uso de FF. AA. en el marco doméstico.13 ¿Dónde? En


los títulos V y VI de la ley de SI.
Con la sanción de la ley de SI14 los asuntos de DN ganaron expansión al par-
ticularizarse el ámbito doméstico como posible espacio de despliegue y empleo del
poder militar (art. 26). Ahora bien, la elucidación fija las circunstancias donde podría
admitirse la convergencia operativa entre DN y SI. Las mismas son: a) provisión de
apoyo logístico militar a la SI conforme lo determinado en el artº 27; b) restauración
del orden en una jurisdicción militar de acuerdo con lo estipulado en los artº 28, 29 y
30 (especificación inspirada por los acontecimientos del “copamiento de La Tablada”);
y c) reconstrucción de la normatividad en situaciones internas donde una emergen-
cia desborde la capacidad represiva de las fuerzas policiales y federales. Este último
caso denota episodios de especial criticidad donde el trastorno demanda “el empleo
de elementos de combate de las fuerzas armadas para el restablecimiento de la normal
situación de seguridad interior, previa declaración del estado de sitio” (artº 32).
El empleo de las FF. AA. en modalidad de combate presume la instauración del
estado de sitio (Constitución Nacional, artº 99, inciso 16) en cuanto suspensión transi-
toria de determinadas libertades y garantías constitucionales; algo exigido por conmo-
ciones tan graves como, por fortuna, infrecuentes. En atención a lo señalado cae en la
obsolescencia la asociación taxativa exterior/Defensa//interior/Seguridad. Antes bien,
el PNAE como realidad supranormativa estipula que junto eje horizontal exterioridad/
Defensa//interioridad/Seguridad, existe un segundo plano intercalado de forma per-
pendicular al anterior. El eje vertical mide la gravedad del suceso a administrar con los
recursos de las carteras de DN y SI y, al efectuar la medición, sanciona la incumbencia
de una u otra cartera.
En concreto, el razonamiento estratégico argentino funciona de la siguiente
manera: 1) si la amenaza es de origen exterior y requiere del IMN para ser repelida, el
desaf ío es materia de DN; 2) si la amenaza es de origen exterior y puede ser mitigada
con las fuerzas policiales y federales de seguridad, es un problema de SI; 3) si la amena-
za es de origen interior y puede ser reprimida con las fuerzas policiales y/o federales de
seguridad, es un problema de SI; y 4) si la amenaza es de origen interior y se requiere el
empleo del IMN en modalidad de combate para ser solucionada, estado de sitio medi-
ante, o sin él en caso de la restitución del orden en una unidad militar, es un problema

13 Por economía de espacio no nos detendremos a pormenorizar las relaciones trabadas entre la LDN
y la LIN. Para acceder a una exposición al respecto conviene revisar otra publicación (Spota, 2018).
14 Sancionada en 1990 pero promulgada en 1991.
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 61

de DN (ver Cuadro N.º 1).

Cuadro Nº 1

Defensa Nacional Defensa Nacional

Seguridad Interior Seguridad Interior

El resultado estratégico de lo estipulado por el PNAE aparece con tanta claridad que
resulta arduo explicar su completo desconocimiento por parte del decreto 727/2006:
es la magnitud de la amenaza y no su proveniencia la variable determinante en el
razonamiento estratégico argentino. La estimación de la magnitud de la amenaza
depara el criterio último con la que se estipulan los medios indispensables para con-
trarrestarla. La identidad de la amenaza reporta una variable de tercer orden –siendo
el segundo la proveniencia– y , por lo tanto, la pregunta por “quién” provoca la amena-
za se subsume de manera accesoria a la inserción del fenómeno en algún
cuadrante de los observados en el gráfico N.º1. Poco importa si un Estado extranjero
ataca Argentina con sus FF. AA. o si lo hace un actor no estatal con aptitudes militares.
Lo determinante al momento de sopesar el alcance de la respuesta argentina consiste
en distinguir si su peligrosidad amerita el empleo del IMN o si basta con el uso de las
policías y FF. SS.
No cabe duda que el PNAE fue construido sobre una estructura axiológica
democrática, republicana y constitucionalista. Pero en igual medida, el orden de
prelación de valores que le confirió entidad ponderó al pragmatismo como otra de las
columnas centrales del armado legal. El contrapunto entre proveniencia del desaf ío
y repartición del PEN encargada de tramitarlo funge como norte legal y organizati-
vo de un segmento considerable de los acontecimientos esperables. Pero en caso de
sustanciarse cualquier suceso incluido en el segmento restante, como podría ser un
62 Julio César Spota

ataque exterior por parte de un actor no estatal que requiera respuesta militar o una
tesitura interna cuya gravedad amerite la intervención de las FF.AA. (como ocurrió en
La Tablada), la gravedad prima sobre la espacialidad. Como resultado, se descubre que
la totalidad de los inconvenientes reciben tratamiento por vía de un principio rector
donde la magnitud del peligro predomina sobre su proveniencia.
Aunque la proveniencia extraterritorial pueda sugerir coincidencia con “amena-
za estatal”, los problemas nacidos por fuera de nuestras fronteras muestran un pre-
ponderante cariz no estatal. De hecho, omitiendo las periódicas rupturas de la ley
por parte de grupos delictivos que operan de manera transnacional y la situación de
ocupación extranjera de los territorios insulares (que la Constitución Nacional marca
como un conflicto a resolver de manera incruenta), no existen situaciones de origen
externo que pongan en entredicho las leyes argentinas y, según sea el caso, reciben
vigilancia, control y solución con los elementos a disposición de la repartición de Se-
guridad provincial o nacional. A menos, por supuesto, que incluyamos fenómenos
como la depredación de la riqueza ictícola argentina a manos de flotas extranjeras dig-
itadas por Estados con los cuales tenemos fluidas relaciones comerciales y diplomáti-
cas en torno a la soja (a buen entendedor, pocas palabras). Un punto de debate sobre
el cual volveremos en las consideraciones finales.
En síntesis, el verdadero espíritu de la LDN honra la ductilidad conceptual trazada
en la resolución de la ONU. La apertura al futuro y no la cerrazón al porvenir depara
la verdadera sustancia estratégica de la viga maestra de la política de Defensa argen-
tina, que el Decreto 727/2006 desconoce por completo al proyectar sobre el sistema
de defensa una lectura abreviada de un pronunciamiento multilateral rico en perspi-
cacia praxeológica. Lo que fuera elaborado en la ONU en 1974 con franca vocación
de adecuación ante un mañana siempre incierto y legislado en nuestro país en 1988
con fundamento interpartidario, proyección transgubernamental y tino estratégico,
vuelve a fenecer por anquilosamiento artificial en 2020 (como repetición del equívoco
de 2006) a los pies de un instrumento legal de menor jerarquía y, para peor, absoluta-
mente confundido sobre la verdadera naturaleza y dimensión del terreno sobre el que
aspira a afianzarse.

3. La reactivación del Decreto 727/2006 ocurre en simultáneo con la


militarización de la Seguridad Interior.

Como nota final de aparentes tintes irónicos, pero de verdadera coloratura trági-
ca, mientras el GN deroga los instrumentos elaborados por la gestión anterior con
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 63

ánimo de evitar la tan supuesta como imaginaria “militarización de la SI”, decidió enviar
cazadores de monte a impedir que las personas provenientes de Bolivia saturen las
instalaciones sanitarias salteñas (La Nación, 2020). Perplejidades político-estratégi-
cas de una Argentina devastada por la insensatez: mientras los subpresupuestados
componentes específicos del IMN (Ejército, Armada y Fuerza Aérea) luchan por cum-
plir con la misión de alistar, adiestrar y sostener tropas y medios exclusivamente para
repeler agresiones extranjeras, estatales y militares, el Presidente de la Nación en su
calidad de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas les ordena a aguerridas tropas
especializadas en hacer la guerra en entornos subtropicales que impidan la llegada de
ciudadanos extranjeros hasta los hospitales de una provincia de Argentina.
Ahora bien, recordemos que el contenido del Decreto 727/2006 establece que el
empleo del IMN queda reservado para circunstancias conflictivas con otros Estados,
un condicionamiento estratégico que da lugar a una singularidad táctica. Por un lado,
impedimos cualquier asomo de versatilidad que contemple la preparación del sistema
de defensa para enfrentar por igual a actores estatales y no estatales. Algo que la LDN
admite dado que no habla de la identidad de las agresiones a repeler sino de su origen
y magnitud, y sobre lo que el PNAE termina por decantarse a favor de la magnitud por
encima del origen. Por otro, el GN les ordena a algunos de los infantes más feroces que
entrena el Ejército que se ocupen de los migrantes de un país hermano. ¿O sea que he-
mos de pensar que nuestra actual apreciación estratégica tipifica como ejército regular
a los grupos más vulnerables de las poblaciones altiplánicas que cruzan la frontera por
pasos ilegales, en busca de ayuda médica en las instalaciones hospitalarias de una de
nuestras provincias?
Suprema paradoja. El despliegue de unidades de cazadores de monte para con-
tener civiles bolivianos desarmados tiene lugar mientras resurge como un mantra que
“el empleo de las FF. AA. queda reservado para conjurar agresiones provocadas por
actores extranjeros, estatales y militares”. Algo extraño debe de estar sucediendo en el
proceso de toma de decisión político-estratégica para conciliar opuestos irreductibles.
Sin duda, alguien aducirá que el envío de cazadores de monte abona el esfuerzo de
proveer apoyo logístico a las FF. SS., puesto que la pandemia amerita el uso sinérgico
de todos los recursos del Estado. Aserción rebatible ya que la aptitud principal de los
cazadores de monte dista de ser la logística: su capacidad prioritaria es la guerra en
ambientes de bosque denso característicos del norte argentino y, como toda tropa de
infantería ligera moderna, cuenta asimismo con la habilidad de reunir ICIA durante
las operaciones.
Dando por sentado que efectuar tareas de ICIA militar sobre los migrantes
64 Julio César Spota

bolivianos que buscan atención hospitalaria en Salta no es el objeto de la decisión, y


que a los ciudadanos desarmados de otro país los militares no pueden detenerlos pues
carecen del necesario poder de policía, se impone una duda: ¿a qué responde la medi-
da? La conclusión de la seguidilla disposiciones arroja la situación resultante al pozo
de lo absurdo. Por un lado, el GN predica una política de defensa anacrónica al impul-
sar un entramado de instrumentos normativos sesgados en su interpretación, que en
su desorientación obtura la versatilidad que la LDN auspicia y el PNAE incrementa; un
yerro agravado por la incomprensión del escenario internacional y de la realización de
una lectura “corta” de la Resolución 3314 de la ONU. Y sin parar mientes, la traducción
táctica de la retahíla de desaciertos termina por impugnar desde el terreno la impreci-
sa defensa a ultranza de los “consensos básicos” como horizonte estratégico argentino.
¿De qué forma? De una inverosímil: previniendo el desborde del sistema de salud
sanitario provincial por vía militar. ¿Cómo? Buscando obstruir con tropas de combate
la llegada de ciudadanos extranjeros a los hospitales salteños. Cuando la solución lógi-
ca (ilegal pero lógica) sería ubicar policías provinciales, eventualmente reforzados por
FF. SS., en la puerta de los hospitales, para pedir documento e impedir el acceso a los
extranjeros. Acaso un GN que hizo de la “solidaridad” un emblema de ética política
haya optado por evitar una foto tan inconveniente: sería un engorro mayúsculo para el
oficialismo nacional ver a los funcionarios del INADI denunciando al ministro de Se-
guridad salteño y a la ministra de Seguridad nacional, por denegarles a los inmigrantes
un servicio público que nuestras leyes le garantizan a cualquier persona en materia de
atención médica.
El dilema nos transporta a un interrogante subsiguiente. ¿No debería ser la Gen-
darmería Nacional Argentina (GNA) la encargada de lidiar con este desaf ío? Si bien la
respuesta es afirmativa hasta lo autoevidente, asimismo entra en el campo de la pero-
grullada que la GNA no cuenta con los medios humanos y materiales para colmar su
responsabilidad principal: el cuidado de las fronteras. Pero esta carencia no nace de la
escasez de recursos sino de su tipo de utilización. ¿Por qué? Porque la creciente inse-
guridad que reina en la provincia de Buenos Aires, con especial énfasis en el área con-
urbana, reclama desde antaño la presencia constante de miles de efectivos de GNA.
El refuerzo federal ocurre a pesar (o quizás por motivo) del desempeño de la Policía
Bonaerense, una fuerza provincial que cuenta con noventa mil miembros. La cuantía
es relevante.
Téngase en consideración que al día de hoy las FF. AA. poseen un escueto volumen de
poco más de setenta y siete mil miembros. Pero como los Gobiernos bonaerenses –de
signo casi exclusivamente peronista desde 1987 hasta la fecha– fallaron en ejercer su
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 65

tarea de conducir con acierto la fuerza de seguridad provincial, hace años recurren a
la GNA para llevar a cabo las tareas que le corresponderían a un cuerpo de policía que
jamás consiguieron guiar.
Entonces, ante la perpetuación de lo que sólo debería ser excepcional, el GN
se ve conminado a reemplazar a la GNA con unidades del Ejército Argentino, un en-
roque que contagia a escala nacional el desmanejo bonaerense de responsabilidades
subrogadas por instituciones creadas para otro fin. La GNA termina estando en lugar
de la Policía bonaerense y el Ejército pasa a ocupar el rol de policía de seguridad de
fronteras originario de la GNA. En tal deriva de interinatos se inscribe el envío de los
cazadores de monte a Salta para interpretar un papel no solo ilegal sino contrario a
toda razonabilidad en el uso de recursos humanos ultracapacitados. Inesperadamente
los “trasplantes” minan los cimientos sobre los que fueran levantados los “Consensos
Básicos”, cuando el soldado deviene gendarme puesto que el gendarme hubo de trans-
formarse en policía, dado que enormes sectores “sucios” de la policía provincial bo-
naerense forman parte de las razones detrás del colapso generalizado de la provincia
más grande de Argentina.
Con dosis equivalentes de error y porf ía, los exponentes de una mal entendida
ortodoxia normativa en DN son los mismos que concluyen por militarizar la seguri-
dad. ¿De qué manera? De una insólita. En apego a un dogmatismo plagado de con-
fusiones, el GN predica el divorcio de la DN respecto de la SI, mientras utiliza a los
militares como gendarmes y a los gendarmes como policías provinciales porque estos
no actúan como tales. Como corolario del desquiciado entramado de apelmazamiento
de misiones, funciones y doctrinas entre las esferas de Seguridad y Defensa, la política
de DN se precipita al abismo de la más completa insensatez, cuando el plano norma-
tivo que el GN resucita como lineamientos hiperrestrictivos de la DN se funde con la
praxis militar de estilo policial que la decisión termina por adoptar en el terreno.

A modo de conclusión

Nuestra política de Defensa Nacional transita andariveles desacoplados de las


necesidades estratégicas y de los fundamentos legales argentinos e internacionales.
Lo que Nilda Garré entiende como “una decisión política fundamental, basada en só-
lidos argumentos profesionales” (Garré, 2020), en rigor consiste en la cristalización
de una secuencia de falacias normativas incompatibles con el verdadero espíritu de la
LDN, un desacierto plural apuntalado en una mirada miope de la extensión real de la
66 Julio César Spota

Resolución 3314 de la ONU. Como indicio político de la globalidad de malentendidos


conceptuales, la restauración de la reglamentación 727/2006 patentiza un cúmulo de
impropiedades reñido con la legislación reivindicada y contrario al estado de cosas
sudamericano y planetario.
El entorno geopolítico del siglo XXI muestra un escenario donde los eventos pol-
emológicos interestatales y asimétricos apreciados en puridad desde lo teórico, en la
práctica ocurren de forma empalmada, ensimismada y hasta indiferenciada (Campos,
2019). Las categorías intelectuales pueden alegar tentativos bordes nítidos. Empero, el
recorte de la realidad bélica que ansían representar por lo común carece de confines
precisos. Los casos empíricos así lo demuestran: mientras India y China protagonizan
escaramuzas donde los militares mueren por decenas a causa de golpes de puño y uso
de armas blancas (BBC, 2020), la praxis rusa posibilita la enumeración de un amplio
abanico de maniobras desplegadas en las zonas grises del empleo del instrumento mil-
itar. Desde Moscú supuestamente se ofrecen recompensas a los talibanes para que
ataquen a las fuerzas británicas y norteamericanas (Schwirtz, 2019; ÁMBITO, 2020),
mantienen fuerzas irregulares en el este de Ucrania (Stepanyuk, 2019) y despliegan
contratistas y fuerzas de operaciones especiales de manera formal o encubierta en
Siria, Libia, Armenia, Azerbaiyán y hasta en Venezuela (Sierra, 2020).
Como producto de la intervención de la OTAN, Libia pasó de ser una dictadu-
ra militar asesina que auspiciaba el terrorismo internacional a transformarse en un
agujero negro geopolítico. Como estado fallido desde la muerte de Muammar Kha-
dafi, su consiguiente entropía, primero de alcance local y luego de escala regional,
conmocionó de norte a sur al Magreb, al Sahara y al Sahel (Agozino, 2013). La deses-
tabilización absoluta desatada puertas adentro del país provocó una ola de estragos
internacionales todavía en curso. Para dimensionar la proporción del problema baste
sopesar la creación del fugaz emirato de Al-Azawad en el norte de Mali en 2012 por
parte de mercenarios tuaregs (al servicio de Khadafi hasta 2011), soldados de fortuna
impregnados de fanatismo religioso que luego de la muerte del dictador saquearon los
arsenales libios para, a continuación, intentar instaurar la Sharia en el Sahel occidental
(Agozino, 2014). Que en 2020 Turquía y Francia hayan aprestado sus fuerzas aerona-
vales para un enfrentamiento en la costa libia (choque que por fortuna no ocurrió)
sumó una dosis de potencial conflictividad convencional a la interminable crisis nora-
fricana (El País, 2020).
Sudamérica enfrenta sus propios demonios (y Rusia no es ajena al problema),
una Venezuela en caída libre donde la violencia social la posiciona en la cima del san-
griento ranking regional amenaza con desestabilizar la región con su eventual colapso.
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 67

La noción de violencia social puede obtener vigor conceptual al ser estimada según
criterios asociados a la idea de Seguridad Ciudadana. Este concepto remite a un dis-
positivo de análisis cuantitativo que arroja una medición internacionalmente acepta-
da: cantidad de muertos por causas violentas cada 100 mil habitantes en un país deter-
minado. Venezuela en 2018 lideraba la tabla latinoamericana con 81,4 muertos cada
cien mil habitantes. El Salvador lo seguía a la zaga con una proporción de 51 muertes.
Jamaica, 47. Brasil y México poseen marcas que rondan los 25 muertos por cada 100
mil habitantes. Los Estados más seguros para vivir al sur del Río Grande son Chile (con
4,5 muertos/millón de hab.) y Argentina (5,2 muertos/millón de hab.). Uruguay, que
en el imaginario argentino simboliza una suerte de edén de bienestar y seguridad, para
2018 exhibió a una marca inesperada: 11,5, más del doble de Argentina.15
El crecimiento exponencial del crimen organizado, en particular de la narco-
criminalidad, señala las causas estructurales que originan una singularidad regional.
Latinoamérica carece de hipótesis de conflicto interestatales y las mediciones de
seguridad ciudadana muestran los peores guarismos del mundo. En otras palabras,
los Estados gozan de una salud encomiable mientras las sociedades se desangran por
mor de un tipo de violencia social inconcebible en su fragor. La imagen resultante
choca con la concepción estratégica argentina por causas distintas al pretendido “in-
tento neoliberal de militarizar la seguridad”. Retórica incendiaria concebida a caballo
de consignas alarmistas como “el ajuste no cierra sin represión” (Uranga, 2016).
En primer lugar, Argentina no requiere el empleo de las FF. AA. para el combate
contra el crimen organizado pues cuenta con instrumentos más adecuados para tal fin.
Las policías, FF. SS. y el sistema de ICIA deberían activarse en sentido compaginado
para mitigar las amenazas y garantizar el imperio de la ley. Solo en caso que las FF. SS.
se vieran superadas en su capacidad de fuego frente a, por ejemplo, un grupo narco
con aptitudes militares, el GN debería explorar la opción de instaurar el estado de sitio
con anuencia parlamentaria y desplegar unidades militares en modalidad de combate.
Exactamente eso ocurrió, ocurre y ocurrirá en la lucha de Brasil contra el Primer
Comando de la Capital (PCC) y el Comando Vermellho, aunque sin la necesidad de
recurrir a la declaración de estado de sitio.

15 Los valores fueron tomados de InSight Crime.

https://es.insightcrime.org/noticias/analisis/balance-de-insight-crime-sobre-los-homici-
dios-en-2018/#:~:text=En%202018%2C%20el%20pa%C3%ADs%20registr%C3%B3,y%20
16%2C2%20en%202016.
68 Julio César Spota

Al igual que Argentina, que posee “fuerzas intermedias” para combatir los deli-
tos para los que las fuerzas provinciales no gozan de la necesaria capacidad ni cuentan
con la requerida competencia– por caer en el orden de lo federal– , Brasil dispone
de una alternativa legal “intermedia” inexistente en nuestro país: el estado de defen-
sa como etapa previa al estado de sitio.16 El marco legal del país más poderoso de
Sudamérica contempla un gradiente normativo que le facilita un arco de respuestas
donde combinar la seguridad y la defensa, conforme el deterioro de las condiciones
de orden público migren desde la cotidiana normalidad, hasta instancias que ameriten
la hipotética supresión transitoria de algunas garantías y libertades consagradas en su
Constitución Política.
La flexibilidad brasileña en el uso de las FF. AA. en situaciones domésticas des-
cansa en dos puntales: un andamiaje legislativo diferente del argentino y un repertorio
de amenazas interiores de mucha mayor gravedad. La identidad de los actores que
ponen en entredicho del Estado de derecho brasileño no comporta una diferencia ta-
jante con el mundo de la ilegalidad en Argentina. De hecho, la condición delictiva de
los actores no estatales que en ocasiones llega a poner en jaque la gobernabilidad bra-
sileña es casi idéntica al reparto argentino. Sin tratarse necesariamente de los mismos
grupos (aunque en el noreste argentino el PCC avanza a pasos cada vez más raudos)
la nómina muestra una naturaleza af ín: en una y otra latitud se trata de exponentes
del crimen organizado transnacional, pero con una diferencia abismal. El poder del
crimen organizado aquí es solo una partícula del que dichos actores poseen allá.
En el terreno de lo táctico y operacional, Argentina está en aptitud de ponerle
coto a la totalidad de la delincuencia local apelando a las herramientas institucionales
contempladas en las esferas de Seguridad e Inteligencia. Pero abundan los desaf íos
domésticos donde las FF. AA. resultan indispensables. Citemos solo dos: 1) el control
del Mar Argentino, campo de Agramante por antonomasia entre Prefectura Nacional
y la Armada Argentina; y 2) el control de los cielos, donde solo la Fuerza Aérea puede
y debe ejercer la vigilancia y el control. El debate sobre la milla 12 parte la mentalidad
estratégica nacional, y las posiciones encontradas parecen apalancar intereses
sectoriales antes que propender a la salvaguarda de los intereses nacionales.
La práctica duplicación de misiones y funciones entre el Área Naval Fluvial de
la Armada (que no tiene autoridad de policía) y la Prefectura Nacional (que sí la tiene,
pero insiste en ejercerla por fuera de las 12 millas náuticas) agrava el sinsentido de, por
ejemplo, enviar a Prefectura a la Antártida, previsto como responsabilidad primaria

16 Artículos 136º y 137 de la Constitución Política de la República Federativa de Brasil.


Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 69

del Área Naval Austral en su calidad de “custodia de los pasajes bioceánicos y de la


proyección argentina a la Antártida”.17 Ínterin de la redundancia, las embarcaciones
militares transitan un proceso de deterioro generalizado (con excepciones). Y piénsese
que únicamente nombramos algunos elementos dentro de la plétora de desaciertos,
solapamientos e imbricaciones cobijados al abrigo del dilema.
Garantizar la efectiva soberanía del espacio aéreo argentino representa la re-
sponsabilidad natural de la Fuerza Aérea, a menos que se creara una afectación pre-
supuestaria para dotar a Gendarmería de medios aéreos idóneos para la tarea. Pero
semejante sinsentido, que equivocadamente sugerí años ha (Spota, 2013), proyectaría
el yerro a órbitas de mayor desquicio aun: Argentina tendría una Fuerza Aérea sub-
presupuestada y, sin solución de continuidad, una Gendarmería con incumbencias
legales primarias en una franja tierra con superficie variable entre 50 km y 100 km
de profundidad,18 pero con creciente preponderancia operativa lejos de la frontera.
¿Dónde medra la presencia subsidiaria de GNA? En los cascos urbanos y zonas subur-
banas donde las policías provinciales fallan por incapacidad o connivencia en cumplir
su deber. Todo ello sublimado con una novedad: GNA incorporaría capacidades para
controlar los cielos.
La amplitud del problema concerniente a la soberanía aérea no guarda relación
exclusiva con la tarea de impedir el ingreso de vuelos narco al territorio nacional, aun-
que el tema por supuesto lo incluye. El punto en cuestión consiste en poder ejercer
una efectiva vigilancia y control del firmamento, de manera tal que solo lo surquen los
vuelos autorizados por las leyes argentinas. El punto no contempla si los vectores que
se adentran en nuestro país infringiendo las normas transportan mercancía de
contrabando, órganos humanos, drogas, material explosivo a ser detonado contra el
Congreso de la Nación o suponen una desviación involuntaria de un aviador desorien-
tado. Así como el control de fronteras obedece a un amplio número de motivos par-
ticulares y funda la responsabilidad primaria de la GNA, de igual forma la soberanía
aérea agrupa un conjunto heterogéneo de razones y funda la responsabilidad primaria
de la Fuerza Aérea Argentina. Horacio Jaunarena captura en una instantánea la fibra
íntima del problema general con tal precisión que habilita una cita de inusual extensión:

17 https://www.argentina.gob.ar/armada/despliegue-naval/area-naval-austral
18 Según lo establecido en el inciso A del artº 4.º de la ley de SI, “En razón de su función de policía de
seguridad en la vigilancia de la frontera, en los casos en que la ley pertinente fije un ancho inferior
a CINCUENTA (50) kilómetros para el sector fronterizo fluvial, e inferior a CIEN (100) kilómetros
para el sector fronterizo terrestre, la jurisdicción territorial de Gendarmería Nacional abarcará res-
pectivamente, a lo largo de la frontera, una faja con las profundidades mencionadas precedentemente”.
70 Julio César Spota

Cuando las fuerzas de seguridad, como la Gendarmería, tienen empeñado


un importante número de su personal custodiando la seguridad en centros
urbanos, como el Gran Buenos Aires, Córdoba y Rosario, y no pueden, como
la ley de su creación lo dispone, abocarse al control de nuestros límites terri-
toriales; cuando nos enteramos, por informes de la Armada chilena, que en
un solo día atravesaron el Estrecho de Magallanes una flota de treinta
barcos pesqueros chinos mientras nuestro mar sufre la depredación de
sus riquezas por la pesca ilegal que realizan embarcaciones extranjeras gra-
cias a la ausencia de un efectivo patrullaje; cuando se detecta la existencia de
centenares de pistas de aterrizaje clandestino mientras nuestra Fuerza
Aérea carece de un sistema en capacidad para hacer respetar nuestra
soberanía en el aire (…) el Poder Ejecutivo, entre otras disposiciones, vuelve
a poner en vigencia un decreto (727/06) derogado en su momento por el
gobierno de Mauricio Macri, por medio del cual se restringe el empleo de
nuestras Fuerzas Armadas únicamente para los casos de agresiones “de
Fuerzas Armadas pertenecientes a un Estado. (Jaunarena, 2020)

Jaunarena muestra que el sistema de Defensa Nacional argentino del siglo XXI enfren-
ta el reto de conseguir eficacia y eficiencia en un despliegue multidimensional para dar
cuenta de una agenda poliédrica de amenazas. ¿Cómo? En aplicación de una lógica
interagencial interna y externa en cuanto tónica de pensamiento y acción individual de
la cartera de DN y de lo posibilitado por el PNAE. Clausuremos el texto glosando de
manera relacional cada una de las categorías planteadas, con ánimo de cerrar el círcu-
lo de razonamientos con elementos de andadura conceptual. La multidimensionalidad
denota el número de dominios en los cuales la Defensa Nacional posee responsabili-
dades: tierra, aire, agua, espacio exterior y ciberespacio. La concepción de amenazas
poliédricas tipifica en apretada síntesis el cúmulo de actores estatales y no estatales
con intenciones y/o capacidades para generar daño contra los intereses vitales de la
Nación enumerados en el segundo artículo de la LDN: soberanía, independencia, inte-
gridad territorial, capacidad de autodeterminación y vida y libertad de los habitantes,
a responsabilidad de la Defensa Nacional (Spota, 2019).
La peculiaridad del firmamento estratégico del siglo XXI renueva la sagacidad de
una frase oriunda del Acto I, escena 5 de Hamlet, la inmortal tragedia de Shakespeare.
Cuando Hamlet observa que “hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que
tu filosof ía sueña”, amonesta a su interlocutor por la soberbia de suponer exhaustivo
su conocimiento sobre lo humano. En la mentalidad imperante en la política de DN
Insistir en el error.
Desaciertos estratégicos en la Política de Defensa Nacional Argentina 71

actual ocurre algo parecido: Argentina asume que enfrentará un determinado tipo de
desaf íos, pero no otros. Como si nuestra mirada agotara las posibilidades de animad-
versión engendradas desde el entorno internacional. Es una vez más Lourdes Puente
Olivera quien desgranó el problema del empecinamiento nacional de creer que a nivel
estratégico-nacional se pueden elegir los problemas a solucionar y que las nomencla-
turas valen más que las realidades:

Los debates en defensa inundan lo semántico. Si defensa o seguridad. Si nue-


vas amenazas o las tradicionales. Si hipótesis de conflicto o de oportunidad.
Podemos darle el nombre que más se ajuste a lo que pensamos, pero lo que
no podemos evitar es que nuestros intereses sean disputados por otros. El
tipo de guerra que hay afuera no podemos elegirla. Tampoco al enemigo
que amenaza esos intereses o al riesgo que los pone en peligro. Pero al
brazo armado de nuestro país en el exterior debemos darle las capaci-
dades para poder hacerles frente. (Puente Olivera, 2017. El destacado es
nuestro)

Por último, lo denominado como lógica interagencial interna y externa aspira a con-
ceptualizar el imperativo de acción sistémico como mandato estratégico dentro de y
entre las diferentes reparticiones del Estado. En lo concerniente a la Defensa Nacio-
nal, la condición interna o externa de la racionalidad interagencial discrimina a nivel
teórico dos tipos de interrelaciones. La interagencialidad interna menta un género de
articulación que cualitativamente superador de la idea de “acción militar conjunta”.
Promover una praxis sectorial conforme la interagencialidad interna implica mucho
más que la gestación, de por sí ardua, de acciones donde confluyan dos o más compo-
nentes específicos del IMN. La expectativa radica en congregar al unísono los ámbitos
políticos y militares como variables integradas dentro de un esmero optimizador. La
articulación interagencial interna de las aptitudes contenidas en los elementos sin-
gulares potenciará el efecto del conjunto hasta niveles que sobrepasan con creces la
simple suma de los aportes particulares.
La versión externa de la interagencialidad propone la instauración de una racio-
nalidad “sinérgica” (Luttwak, 2009: 410) análoga a la antes mencionada. La diferencia
estriba en su escala de aplicación. En lugar de plantearla como combinación inteli-
gente de los componentes de una única cartera, en este caso postula la implantación
de la misma dinamización en registro interministerial e incluso interjurisdiccional.
La articulación de los elementos constitutivos del sistema de Defensa con el resto de
los factores de poder que dan forma al estado nacional, los estados provinciales y los
72 Julio César Spota

poderes locales, ocurre en el afán de contrarrestar las acciones aviesas provocadas por
amenazas poliédricas a nivel multidimensional contra nuestros intereses vitales; algo
que los instrumentos legales hoy derogados auspiciaban y que el regreso del Decreto
727/2006 dificulta hasta lo impracticable.

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