Ratzinger-Elogio de La Conciencia 9-36

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JOSEPH RATZINGER

BENEDICTO XVI

EL ELOGIO

DE LA

CONCIENCIA

La Verdad interroga al corazón

Colección: Libros Palabra


Director de la colección: Juan José Espinosa

© Libreria Editrice Vaticana 2010


© Ediciones Palabra, S.A., 2010
Paseo de la Castellana, 210 . 28046 MADRID (España)
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© Traducción: José Ramón Pérez Arangüena y L'Osservatore Romano

ISBN: 978·84-9840-361-9
Depósito Legal: M. 5.753-2010
Impresión: Gráficas Anzos, S. L.
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l. EL ELOGIO DE LA CONCIENCIA

En el debate actual acerca de la naturaleza propia de


la moralidad y de los modos de conocerla, la cuestión de
la conciencia se ha convertido en el punto central de la
discusión, sobre todo en el ámbito de la teología moral
católica.
El debate gira en tomo a los conceptos de «libertad" y
de «nOlIDa», de «autonomía» y de «heteronomía», de «au­
todeterminación» y de «determinación desde fuera» me­
diante la autoridad. La conciencia se presenta como el ba­
luarte de la libertad, frente a las limitaciones de la
existencia impuestas por la autoridad.
En la controversia se contraponen dos concepciones
del catolicismo: por un lado se halla una comprensión re­
novada de su esencia, que explica la fe cristiana a partir
de la libertad y como principio de la libertad; y por otro,
un modelo superado, «preconciliar», que subordina la
existencia cristiana a la autoridad, la cual regula por me­
dio de normas hasta los aspectos más Íntimos de la vida,
intentando así mantener un poder de control sobre los
hombres. De ese modo, la «moral de la conciencia» y «la
moral de la autoridad» parecen enfrentarse entre sí como
dos modelos incompatibles. La libertad de los cristianos
sería puesta a salvo apelando al principio clásico de la tra­
dición moral: «la conciencia es la norma suprema», que
siempre se ha de seguir, incluso en contra de la autoridad.
y si la autoridad -en este caso, el Magisterio eclesiástico-,

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quiere hablar de temas de moral, puede ciertamente ha­ toridad se olvida de algo; que ha de haber algo aún más
cerlo, pero solo proponiendo elementos para la formación profundo, si se desea que libertad y, por tanto, humani­
de un juicio autónomo de la conciencia, la cual debe man­ dad tengan algún sentido.
tener siempre la última palabra. Algunos autores recon­
ducen este carácter de última instancia, propio de la
conciencia, a la fórmula «la conciencia es infalible» l. UN DIÁLOGO SOBRE LA CONCIENCIA ERRÓNEA

En este punto surge una contradicción. Está fuera de Y UNAS PRIMERAS CONCLUSIONES

discusión que siempre debe seguirse un claro dictamen


de la conciencia o que al menos nunca se puede obrar en De este modo se ha hecho evidente que la cuestión de
su contra. Pero cuestión completamente diferente es que la conciencia, al igual que la misma cuestión de la exis­
el juicio de la conciencia, o lo que el individuo toma como tencia humana, nos traslada realmente al núcleo del pro­
tal, siempre tenga razón, es decir, sea infalible. blema moraL Quisiera exponer ahora esa cuestión no en
En efecto, si así fuera, eso querría decir que no hay forma de una reflexión rigurosamente conceptual e inevi­
ninguna verdad, al menos en temas de moral y de reli­ tablemente muy abstracta, sino tomando más bien una
gión, o sea, en el ámbito de los auténticos fundamentos vía narrativa -como hoy se dice-, contando en primer lu­
de nuestra existencia. Visto que los juicios de conciencia gar la historia de mi aproximación personal a este pro­
se contradicen, tan solo habría una verdad del sujeto, blema.
que se reduciría a su sinceridad. No habría ninguna Fue al comienzo de mi actividad académica cuando,
puerta ni ventana que permitiera pasar del sujeto al por primera vez, llegué a ser consciente de esta cuestión
mundo circundante y a la comunión con los hombres. en toda su urgencia. Durante una discusión, un colega de
Quien se atreve a llevar esta tesis hasta sus últimas con­ más edad, muy preocupado por la situación del ser cris­
secuencias, llega a la conclusión de que tampoco existe tiano en nuestra época, expuso la opinión de que debería­
una verdadera libertad y de que los pretendidos dictáme­ mos dar gracias a Dios por haber concedido a muchos
nes de la conciencia no son, en realidad, más que reflejos hombres la posibilidad de no ser creyentes con buena
de las condiciones sociales. Lo cual debería suscitar la conciencia. Si se les abrieran los ojos y se volvieran cre­
convicción de que la contraposición entre libertad y au­ yentes, no serían capaces de soportar, en un mundo como
el nuestro, el peso de la fe y las obligaciones morales que
1 Parece ser que la tesis la formuló por primera vez J. G. Fichte: "La
de ella se derivan. Así, en cambio, por el hecho de recorrer
conciencia no se equivoca ni puede equivocarse nunca». por ser "juez de buena fe otro camino, pueden alcanzar la salvación.
de toda convicción» que «no acepta ningún otro juez superior. La Lo que más me chocó de esta afirmación no fue, sobre
conciencia decide en última instancia y es inapelable» (System der Sit­
tenlehre, 1798, m, § 15; Werke Bd. 4, Berlín 1971, p. 174). Cfr. H. REI­ todo, la idea de una conciencia errónea concedida por
NER, Gewissen, en J. RrrrER (Hrsg.), Historisches Wórterbuch der Philo­ Dios mismo para poder salvar a los hombres mediante
sophie 111, 574-592, p. 586. Los contraargumentos, formulados primero
por Kant, fueron ahondados por Hegel, para el que la conciencia, esa estratagema, algo así como una ceguera infligida por
«como subjetividad formal ... está a punto de transformarse en el mal». el propio Dios para la salvación de las personas en cues­
Cfr. H. REINER, op. cit. Sin embargo, la tesis de la infalibilidad de la
conciencia ha pasado de nuevo a primer plano en la literatura teológica tión. Lo que me perturbó fue la concepción de que la fe
popular. suponga un peso difícil de llevar, solo apto para naturale­

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zas especialmente fuertes: casi un castigo y, en cualquier Surgen aquí preguntas de la máxima importancia:
caso, un conjunto oneroso de exigencias nada fáciles de ¿una fe de ese estilo puede ser auténticamente un encuen­
afrontar. tro con la verdad? ¿Tan triste y tan pesada es la verdad so­
Según esa concepción, la fe dificultaría la salvación, bre el hombre y sobre Dios o, por el contrario, la verdad
en lugar de volverla más accesible. Feliz tendría que ser, no consiste justamente en la superación de ese legalismo?
por tanto, justamente aquel al que no se le impone el de­ Es más, ¿no consiste en la libertad? ¿Pero adónde con­
ber de creer y de someterse al yugo moral que la fe de la duce la libertad? ¿Qué camino nos indica?
Iglesia católica comporta. Así pues, la conciencia errónea, En la conclusión tendremos que retomar estos proble­
que permite llevar una vida más cómoda y muestra una mas fundamentales de la existencia cristiana en el mundo
vía más humana, sería la verdadera gracia, el camino nor­ de hoy. Pero antes es preciso regresar al núcleo central de
mal de la salvación. La falsedad y la permanencia lejos de nuestro tema, al asunto de la conciencia. Como ya he di­
la verdad resultarían mejores para el hombre que la ver­ cho, lo que me espantó del argumento mencionado fue
dad. La verdad no sería la que lo libera, sino que más bien sobre todo la caricatura de la fe que creía descubrir en él.
sería él quien debería librarse de ella. La morada propia No obstante, siguiendo una segunda línea de reflexiones,
del hombre estaría más en las tinieblas que en la luz, y la también me pareció falso el concepto de conciencia que
fe no sería un precioso regalo del buen Dios, sino más presuponía.
bien una maldición. La conciencia errónea protege al hombre de las onero­
Así las cosas, ¿cómo sería posible que de la fe brotara sas exigencias de la verdad y así lo salva: este era el argu­
alegría? ¿Quién se atrevería entonces a transmitir la fe a mento. La conciencia no aparecía aquí como la ventana
los demás? ¿No sería mejor ahorrarles esta carga o in­ que abre al hombre de par en par el panorama de la ver­
cluso mantenerlos alejados de ella? En los últimos años, dad universal, la cual nos fundamenta y sostiene a todos, y
concepciones de este tipo han paralizado visiblemente el de ese modo hace posible, a partir de su común reconoci­
impulso evangelizador: quien entiende la fe como un pe­ miento, la solidaridad del querer y de la responsabilidad.
sado fardo, como una imposición de exigencias morales, En tal concepción, la conciencia tampoco es la apertura
no puede invitar a los demás a creer, sino que prefiere de­ del hombre al fundamento de su ser, la posibilidad de per­
jarlos en la presunta libertad de su buena fe. cibir lo más elevado y esencial. Parece más bien la cáscara
Quien hablaba de ese modo en la discusión aludida de la subjetividad, bajo la cual el hombre puede huir de la
era un sincero creyente, diría incluso un católico rigu­ realidad y ocultársela. En este sentido, el argumento pre­
roso, que cumplía sus deberes con convicción y exactitud. suponía la noción de conciencia del liberalismo. La
Sin embargo, de esa manera expresaba una experiencia conciencia no abriría paso al camino liberador de la ver­
de fe que únicamente puede inquietar y cuya difusión po­ dad, la cual o no existe o es demasiado exigente para noso­
dría ser fatal para la fe. La aversión sin duda traumática tros. La conciencia es la instancia que nos dispensa de la
de muchas personas hacia lo que consideran un tipo de verdad. Se transforma así en la justificación de la subjeti­
catolicismo «preconciliar» deriva, a mi entender, del en­ vidad, que no se deja cuestionar, y también en la justifica­
cuentro con una fe de ese género, ya casi reducida a ser ción del conformismo social, el cual, en cuanto mínimo
tan solo una carga. común denominador de las diferentes subjetividades, de­

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sempeña el cometido de hacer posible la vida en sociedad. intuiciones que durante tanto tiempo trataba yo de arti­
Se viene abajo el deber de buscar la verdad, al igual que se cular a nivel conceptual. Su elaboración intenta constituir
desvanecen las dudas sobre las tendencias generales pre­ el núcleo de estas reflexiones.
dominantes en la sociedad o sobre cuanto en ella se ha he­ Gorres muestra que el sentimiento de culpabilidad, la
cho costumbre. Basta con estar convencido de las propias capacidad de reconocer la culpa, pertenece a la esencia
opiniones y adaptarse a las de los demás. El hombre queda misma de la estructura psicológica del hombre. El senti­
reducido a sus convicciones superficiales y, cuanto menos miento de culpa, que rompe una falsa tranquilidad de la
profundas sean, tanto mejor para él. conciencia y puede definirse como una protesta de la
Lo que en esa discusión me quedó marginalmente conciencia en contra de mi existencia satisfecha de sí
claro, se hizo plenamente evidente algo después, con oca­ misma, es tan necesario para el hombre como el dolor fí­
sión de una disputa entre colegas a propósito del poder sico, en cuanto síntoma que permite detectar el trastorno
justificador de la conciencia errónea. Alguien objetó con­ de las funciones normales del organismo. Quien ya no es
tra esta tesis que, si fuera universalmente válida, entonces capaz de percibir la culpa está espiritualmente enfermo,
hasta los miembros de las SS nazis -que llevaron a cabo es un «cadáver viviente, una máscara teatral», como dice
sus atrocidades con fanática convicción y absoluta cer­ Gorres 2 • «Son los monstruos, entre otros brutos, los que
teza de conciencia- estarían justificados y habría que bus­ no tienen ningún sentimiento de culpa. Tal vez Hitler,
carlos en el paraíso. Otro de los presentes respondió con Himmler o Stalin carecieran totalmente de ellos. Tal vez
entera naturalidad que, en efecto, así era: no existe la me­ tampoco posean ninguno los padrinos de la mafia, pero
nor duda de que Hitler y sus cómplices, hondamente con­ quizá sus despojos solo están bien ocultos en la bodega.
vencidos de la bondad de su causa, no habrían podido ac­ Existen también los sentimientos de culpa abortados ...
tuar de otro modo, por lo que, a pesar del horror objetivo Todos los hombres tienen necesidad de sentimientos de
de sus acciones, desde el punto de vista subjetivo se com­ culpa»3.
portaron moralmente bien. Y como siguieron su concien­ Por lo demás, una sola mirada a las Sagradas Escritu­
cia, por muy deformada que estuviera, se debería recono­ ras habría podido preservar de tales diagnósticos y de una
cer que su comportamiento era moral para ellos, por lo teoría como la de la justificación mediante la conciencia
que no se podría poner en duda su salvación eterna. errónea. En el Salmo 19, 13 se contiene este aserto, siem­
Después de tal conversación estuve absolutamente se­ pre merecedor de ponderación: «¿Quién advierte sus pro­
guro de que algo no cuadraba en esta teoría sobre el po­ pios errores? ¡Líbrame de las culpas que no veo!». Esto no
der justificador de la conciencia subjetiva. En otras pala­ es objetivismo veterotestamentario, sino la más honda sa­
bras: estuve seguro de que un concepto de conciencia que biduría humana: dejar de ver las culpas, el enmudeci­
conduce a semejantes conclusiones tenía que ser falso. miento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la
Una firme convicción subjetiva y la consecuente ausencia vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa
de dudas y de escrúpulos no justifican de ningún modo al
hombre.
2 A. GORRES, Schuld und Schuldgefühle, en "Communio» 13 (1984),
Alrededor de treinta años después, al leer al psicólogo p.434.
Albert Gorres, descubrí resumidas en lúcidas palabras las 3 ibídem, p. 442.

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que la culpa, si uno está aún en condiciones de recono­ derrumba en estos versículos: existe en el hombre la pre­
cerla como tal. Quien ya es incapaz de percibir que matar sencia inevitable de la verdad -de una verdad del Crea­
es pecado, ha caído más bajo que quien todavía puede re­ dor- la que más tarde se puso también por escrito en la
conocer la malicia de su propio comportamiento, pues se revelación de la historia de la salvación. El hombre puede
halla mucho más alejado de la verdad y de la conversión. ver la verdad de Dios en virtud de su ser creatural. No
No en vano, en el encuentro con Jesús, el que se auto­ verla es pecado. Solo deja de verse cuando y porque no se
justifica aparece como quien se encuentra realmente per­ quiere ver. Esta negativa de la voluntad, que impide el co­
dido. Si el publicano, con todos sus innegables pecados, nocimiento de la verdad, es culpable. Porque el hecho de
se halla más justificado delante de Dios que el fariseo con que no se encienda el piloto luminoso se debe a una deli­
todas sus obras realmente buenas (Le 18,9-14), eso no se berada ceguera para todo lo que no queremos ve:r4.
debe a que, en cierto sentido, los pecados del publicano A estas alturas de nuestras reflexiones cabe ya sacar
no sean verdaderamente pecados, ni a que las buenas las primeras consecuencias para responder a la pre­
obras del fariseo no sean verdaderamente buenas obras. gunta por la naturaleza de la conciencia. Ahora pode­
Esto tampoco significa de ningún modo que el bien que el mos decir: no es posible identificar la conciencia del
hombre realiza no sea bueno ante Dios ni que el mal no hombre con la autoconciencia del yo, con la certeza sub­
sea malo ante Él, o carezca en el fondo de importancia. jetiva de uno mismo y del propio comportamiento mo­
La verdadera razón de este paradójico juicio de Dios se ral. Esta consciencia puede ser a veces un mero reflejo
descubre exactamente desde nuestro problema: el fari­ del entorno social y de las opiniones difundidas en él.
seo ya no sabe que también él tiene culpa. Se halla com­ Otras veces puede derivar de una carencia de autocrÍ­
pletamente en paz con su conciencia. Pero este silencio tica, de una incapacidad para escuchar la profundidad
de la conciencia lo hace impenetrable para Dios y para del propio espíritu.
los hombres. En cambio, el grito de la conciencia, que Todo lo que ha salido a la luz en Europa del Este tras
no da tregua al publicano, lo hace capaz de verdad y de el hundimiento del sistema marxista confirma este diag­
amor. Por eso puede Jesús obrar con éxito en los pecado­ nóstico. Las personalidades más atentas y nobles de los
res, porque como no se han ocultado tras el parapeto de pueblos finalmente liberados hablan de una inmensa de­
la conciencia errónea, tampoco se han vuelto impermea­ vastación espiritual, que se ha verificado en los años de la
bles a los cambios que Dios espera de ellos, al igual que deformación intelectual. Recalcan un embotamiento del
de cada uno de nosotros. Por el contrario, Él no puede sentido moral, que entraña una pérdida y un peligro mu­
obtener éxito con los «justos», precisamente porque a cho más graves que los daños económicos acarreados. El
ellos les parece que no tienen necesidad de perdón ni de nuevo Patriarca de Moscú' lo denunció enérgicamente al
conversión; su conciencia ya no les acusa, sino que más comienzo de su ministerio en el verano de 1990: la capaci­
bien les justifica. dad de percepción de los hombres, que han vivido en un
Algo semejante encontramos también en san Pablo,
quien nos dice que los paganos conocen muy bien, aun " Cfr. M. HONECKER, Einfuhrung in die theologische Ethik, Berlín
130.
sin ley, lo que Dios espera de ellos (cfr. Rm 2, 1-16). La en­ refiere al Patriarca ortodoxo Alexis 11, fallecido en diciembre
tera teoría de la salvación por medio de la ignorancia se de 2008 (N. del

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sistema de engaño, se había -según él- oscurecido. La so­ NEWMAN y SÓCRATES: GUÍAs DE LA CONCIENCIA
ciedad había perdido la capacidad de misericordia y los
sentimientos humanos habían desaparecido. Una genera­ Llegados a este punto, quisiera hacer una breve digre­
ción entera estaba perdida para el bien, para acciones sión. Antes de tratar de formular respuestas coherentes a
dignas del hombre. «Tenemos la misión de reconducir la las cuestiones sobre la naturaleza de la conciencia, es pre­
sociedad a los valores morales eternos», es decir: la mi­ ciso ampliar un poco las bases de la reflexión, más allá del
sión de afinar de nuevo en el corazón de los hombres el ámbito personal del que hemos partido. Desde luego, no
oído, ya casi obturado, para escuchar las sugerencias de tengo intención de desarrollar aquí una docta disertación
Dios. El error, la «conciencia errónea», solo a primera sobre la historia de las teorías de la conciencia, tema so­
vista es cómoda. De hecho, si no se reacciona, el enmude­ bre el que se han publicado diferentes trabajos en los últi­
cimiento de la conciencia lleva a la deshumanización del mos añoss. Prefiero limitarme también aquí a una aproxi­
mundo y a un peligro mortal. mación de tipo ejemplar y, por así decir, narrativo.
Dicho con otras palabras: la identificación de la La primera mirada ha de dirigirse al cardenal New­
conciencia con la consciencia superficial, la reducción del man', cuya vida y obra podrían designarse como un único
hombre a su subjetividad, no libera en absoluto, sino que y gran comentario al problema de la conciencia. Pero
esclaviza. Nos hace totalmente dependientes de las opi­ tampoco a Newman nos cabe indagado de modo especia­
niones dominantes y rebaja también día a día el nivel de lizado. A estas alturas no nos es posible detenernos en los
estas últimas. Quien equipara la conciencia a las convic­ pormenores del concepto newmaniano de conciencia. Tan
ciones superficiales, la identifica con una seguridad solo quisiera tratar de indicar el lugar que el concepto de
pseudo-racional, entretejida de autojustificación, confor­ conciencia ocupa en el conjunto de la vida y el pensa­
mismo y pereza. La conciencia se degrada a la condición miento de Newman. Las perspectivas adquiridas de este
de mecanismo exculpatorio, en lugar de representar pro­ modo aguzarán la mirada sobre los problemas actuales y
piamente la transparencia del sujeto para lo divino y, por abrirán conexiones con la historia, es decir, conducirán a
tanto, también la dignidad y la grandeza específicas del los grandes testimonios de la conciencia y al origen de la
hombre. doctrina cristiana sobre la vida según la conciencia.
La reducción de la conciencia a certeza subjetiva sig­
nifica al mismo tiempo la renuncia a la verdad. Cuando
s Cfr., además del importante artículo ya citado de H. REINER, las
el salmo, anticipando la visión de Jesús sobre el pecado investigaciones de A. LAUN, Das Gewissen. Oberste Norm sittlichen Han­
y la justicia, ruega por la liberación de las culpas no delm, Innsbruck 1984, y Aktuelle Probleme der Moraltheologie, Viena
conscientes, llama la atención sobre esa conexión. Cier­ 1991, pp. 31-64; J. GRÜNDEL (Hg.), Das Gewissen. Subjektive Willkür
oder oberste Norm? Düsseldorf 1990. Una buena síntesis panorámica
tamente hay que seguir la conciencia errónea. Sin em­ ofrece K. GOLSER, Gewissen, en H. ROITER y G. VIRT, Neues Lexikon der
bargo, aquella renuncia a la verdad, que ha acontecido christlichen Moral, Innsbruck-Viena 1990, pp. 278-286.
* John Henry Newman (1801-1890), beatificado en 2010, fue profe­
con anterioridad y que ahora toma su venganza, es la sor de la Universidad de Oxford y pastor anglicano hasta su conversión
verdadera culpa, una culpa que de primeras acuna al al catolicismo en 1845; ordenado sacerdote en 1847, León XIII lo creó
cardenal en 1879. Hombre de extraordinaria potencia e influjo intelec­
hombre en una falsa seguridad, pero luego lo abandona tual, escribió numerosas obras, entre las que cabe destacar Apologia Pro
en un desierto carente de senderos. Vita Sua y Carta al Duque de Norfolk (N. del T.J.

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A propósito del tema «Newman y la conciencia», ¿a precisamente porque en el centro está la verdad. Con
quién no le viene a la mente la famosa frase de su Carta al otras palabras, la centralidad del concepto de conciencia
Duque de Norfolk? Dice así: «Ciertamente, si yo tuviera está ligada en Newman a la precedente centralidad del
que traer la religión a un brindis de sobremesa -algo que concepto de verdad y únicamente a partir de este puede
no parece muy indicado-, brindaría por el Papa. Pero en comprenderse.
primer lugar por la conciencia, y después por el Papa»6. La presencia preponderante de la idea de conciencia no
Conforme a la intención de Newman, esto debía consti­ significa que él, en pleno siglo XIX y en contraste con el ob­
tuir -en contraste con las afirmaciones de Gladstone- una jetivismo de la neoescolástica, sostuviera una filosofía o
clara confesión del papado, pero también -contra las de­ teología -por decirlo así- de la subjetividad. Cierto es que el
formaciones de los «ultramontanos»- una interpretación sujeto encuentra en Newman una atención que, en el ám­
del papado*·: a este únicamente se le entiende de modo bito de la teología católica, tal vez no había recibido desde
correcto cuando se le contempla unido al primado de la la época de san Agustín. Pero se trata de una atención en la
conciencia; por tanto, no contrapuesto a esta, sino más línea de san Agustín y no en la línea de la filosofía subjeti­
bien basado y garantizado en y por ella. vista de la modernidad. Con ocasión de su elevación al car­
Al hombre moderno, que piensa a partir de la oposi­ denalato, Newman confesó que toda su vida había sido una
ción entre autoridad y subjetividad, le resulta difícil en­ lucha contra el liberalismo. Podríamos añadir: y también
tender esto. Para él la conciencia está del lado de la subje­ contra el subjetivismo en el cristianismo, tal como se lo en­
tividad y es expresión de la libertad del sujeto, mientras contró en el movimiento evangélico de su tiempo y que, en
que la autoridad parece limitar, amenazar e incluso negar verdad, constituyó para él la primera etapa de un camino
tal libertad. Debemos, pues, ahondar un poco más, para de conversión que duró toda su vida 7•
aprender a comprender de nuevo una concepción en la La conciencia no significa para Newman que el sujeto
que no tiene sentido este tipo de oposición. sea el criterio decisivo frente a las pretensiones de la auto­
Para Newman, el término medio que asegura el enlace ridad, en un mundo en el que la verdad está ausente y que
entre los dos elementos, la autoridad y la subjetividad, es se sostiene gracias al compromiso entre exigencias del su­
la verdad. No dudo en afirmar que la verdad es la idea jeto y exigencias del orden social. La conciencia implica
central de la concepción intelectual de Newman. La más bien la presencia perceptible e imperiosa de la voz de
conciencia ocupa un puesto central en su pensamiento la verdad dentro del sujeto mismo; entraña la superación
de la mera subjetividad en el encuentro entre la intimidad
6 Letter to the Duke of Norfolk, p. 261.
del hombre y la verdad que proviene de Dios.
*. En 1874, William E. Gladstone (1809-1898), ex Primer Ministro del Resulta ilustrativo el verso que Newman compuso en
Reino Unido que volverla al cargo otras tres veces, publicó un opúsculo Sicilia en 1833: «Yo amaba escoger y entender mi camino.
en el que afirmaba que, según los decretos del Concilio Vaticano 1, «na­
die puede convertirse [al catolicismo] sin renunciar a su libertad moral Ahora, en cambio, te ruego: ¡Señor, guíame TÚ!»8. Su con­
y mental y sin dejar su lealtad civil y su deber a merced de otro». New­
man prefirió responder a Gladstone de forma indirecta, escribiendo a
un destacado laico católico y antiguo alumno suyo. En su Carta al Du­
7 CH. STo DESSAlN, J. H. Newman, Freiburg 1981; G. BIEMER, J. H.
que de Norfolk (1875), de 150 páginas, explica la posición católica mo­
derada y sale también al paso de los excesos de los ultramontanos, ex­ Newman. Leben und Werk, Mainz 1989.
R Del conocido poema «Lead kindly light».
tremistas católicos (N. del T.).

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versión al catolicismo no fue una elección dictada por el el consenso grupal o con las exigencias del poder político
gusto personal, por necesidades espirituales subjetivas. o social.
En 1844, cuando todavía se hallaba digamos que en el Llegados a este punto, conviene echar una ojeada a los
umbral de la conversión, se manifestó así: «Nadie puede problemas actuales. El individuo no puede comprar su
tener una opinión más desfavorable que la mía acerca de avance, su bienestar, al precio de traicionar la verdad re­
la situación actual de los romano-católicos»9. Lo que real­ conocida. Tampoco la humanidad entera puede hacerlo.
mente le importaba era obedecer más a la verdad recono­ Tocamos aquí el punto realmente crítico de la moderni­
cida que al propio gusto, aun en contra de sus propios dad: la idea de verdad ha sido prácticamente abandonada
sentimientos o de los vínculos de amistad y de compañe­ y sustituida por la de progreso. El progreso mismo es la
rismo formativo. Me parece significativo que, en la jerar­ verdad. Ahora bien, con este aparente enaltecimiento,
quía de las virtudes, subraye la primacía de la verdad so­ progreso pierde el norte y se inutiliza a sí mismo. Porque,
bre la bondad o, por expresamos más claramente, resalte cuando no hay dirección alguna, todo puede suponer
el primado de la verdad sobre el consenso, sobre la capa­ igualmente tanto un buen progreso como un retroceso.
cidad de acomodación grupal. La teoría de la relatividad formulada por Einstein con­
Diría, por tanto: cuando hablamos de un hombre de cierne, como tal. al mundo físico. Pero a mí me parece
conciencia, entendemos por tal a alguien dotado de esas que también puede describir con acierto la situación del
disposiciones interiores. Un hombre de conciencia es el mundo espiritual de nuestro tiempo. La teoría de la relati­
que, al precio de renunciar a la verdad, nunca compra el vidad afirma que dentro del universo no hay ningún sis­
estar de acuerdo, el bienestar, el éxito, la consideración so­ tema fijo de referencia. Cuando establecemos un sistema
cial y la aprobación de la opinión dominante. Newman como punto de referencia, a partir del cual intentamos
coincide en esto con otro gran testigo británico de la medir el todo, en realidad no consiste más que en una de­
conciencia, Tomás Moro, para el que la conciencia no fue cisión nuestra, motivada por el hecho de que solo así po­
nunca expresión de obstinación subjetiva o de terco demos obtener algún resultado. No obstante, la decisión
heroísmo. Él mismo se contó entre esos mártires angustia­ siempre podría ser diferente de la que hemos tomado.
dos que solo tras muchas indecisiones y preguntas se han Lo dicho a propósito del mundo físico refleja también
obligado a sí mismos a obedecer a la conciencia: a obede­ el segundo giro «copernicano» que se ha dado en nuestra
cer a esa verdad que debe estar por encima de cualquier actitud fundamental hacia la realidad: la verdad en cuanto
instancia social y de cualquier forma de gusto personal 10. tal, lo absoluto, el auténtico punto de referencia del pensa­
Se ponen así de manifiesto dos criterios para discernir miento, ha dejado de ser visible. Por eso, incluso desde la
la presencia de una auténtica voz de la conciencia: que no perspectiva espiritual, ya no hay un arriba y un abajo. En
coincida con los propios deseos y gustos, y que no se iden­ un mundo sin puntos fijos de referencia ya no hay direc­
tifique con lo que resulta socialmente más ventajoso, con ciones. Lo que miramos como orientación no se basa en
un criterio verdadero en sí mismo, sino en una decisión
9 Correspondence of J. H. Newman with J. Keble and Others, p. 351 Y nuestra y, a la postre, en consideraciones de utilidad.
364; cfr. CH. STo DESSAIN, op. cit., p. 163.
10 Cfr. P. BERGLAR, Die Stunde des Thomas Morus, OIten und Fri­
En semejante contexto «relativista», una ética teleoló­
burgo, 3 Auf!. 1981, p. 155 ss. gica o consecuencialista acaba convirtiéndose en nihi­

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lista, sin que ella misma se dé cuenta. Y, a poco que se re­ cuestión ante la que hoy nos hallamos. La negativa a ad­
flexione con mayor hondura, lo que esta concepción de la mitir la posibilidad que tiene el hombre de conocer la ver­
realidad denomina «conciencia» demuestra ser un modo dad conduce en primer lugar al uso puramente formal de
eufemístico de decir que no existe conciencia alguna en las palabras y de los conceptos. A su vez, la pérdida de los
sentido propio, es decir, ninguna «conciencia» con la ver­ contenidos lleva, ayer y hoy, al mero formalismo de los
dad. Cada cual determina por sí mismo sus propios crite­ juicios. En muchos sitios hoy ya no se pregunta qué
rios y, en la relatividad universal, nadie puede siquiera piensa un hombre. Se tiene ya predispuesto un juicio so­
ayudar a otro en este campo, y menos aún prescribirle bre su pensamiento, en la medida en que cabe catalogarlo
algo. con una de las oportunas etiquetas formales: conservador,
Ahora sí que se percibe con claridad la enorme radica­ reaccionario, fundamentalista, progresista, revoluciona­
lidad de la actual disputa sobre la ética y sobre su centro, rio. La inclusión en un esquema formal basta para hacer
la conciencia. Me parece que un paralelismo adecuado en superflua la comprobación de los contenidos. Lo mismo
la historia de las ideas cabe encontrarlo en la disputa en­ puede observarse, de modo aún más neto, en el arte: lo
tre Sócrates-Platón y los sofistas. En esa controversia se que expresa una obra artística resulta completamente in­
puso a prueba la decisión crucial entre dos actitudes fun­ diferente; da igual que exalte a Dios o al diablo, visto que
damentales: por una parte, la confianza en las posibilida­ el único criterio radica en su ejecución técnico-formal.
des de conocer la verdad que el hombre tiene; por otra, Con esto hemos alcanzado el punto realmente crítico
una visión del mundo en la que el hombre crea sus pro­ de la cuestión: cuando dejan de contar los contenidos,
pios criterios vitales l l • cuando el predominio lo posee la mera praxis, entonces la
El hecho de que Sócrates, un pagano, en cierto sen­ técnica se convierte en el criterio supremo. Pero esto sig­
tido haya podido convertirse en profeta de Jesucristo en­ nifica que el poder se trueca en la categoría que todo lo
cuentra justificación, a mi entender, en esta cuestión capi­ domina, tanto si es revolucionario como reaccionario.
taL Esto supone que a la manera de filosofar que él Esta es exactamente la forma perversa de semejanza a
inspiró se le ha concedido -por así decir- un privilegio Dios, de la que habla el relato del pecado original: el ca­
histórico salvífico y que sirva de forma adecuada para el mino de la simple capacidad técnica, el camino del puro
Logos cristiano, por cuanto se trata de una liberación me­ poder, resulta ser imitación de un ídolo y no la realización
diante la verdad y para la verdad. de la semejanza con Dios.
Si prescindimos de las contingencias históricas en que Lo específico del hombre en cuanto hombre no con­
tuvo lugar la controversia de Sócrates, enseguida se de­ siste en preguntarse por el «poder», sino por el «deber», al
tecta la gran similitud de fondo que guarda -pese a sus ar­ abrirse a la voz de la verdad y de sus exigencias. Esta fue,
gumentos diferentes y su distinta terminología- con la a mi entender, la trama definitiva de la búsqueda socrá­
tica, así como el sentido más profundo del testimonio de
11 Sobre polémica entre Sócrates y los sofistas, cfr. J. PIRPER, los mártires: estos atestiguan la capacidad de verdad del
Missbrauch der Sprache - Míssbrauch der Macht, en Ibid., Über die Sch­ hombre como límite de todo poder y garantía de su seme­
wierigkeit zu glauben, Munich 1974, pp. 255-282. La urgencia de la pre­
gunta por la verdad como núcleo de la lucha socrática ha sido desta­ janza con Dios. Justo en este sentido los mártires son los
cada por R. GUARDlNf, Der Tod des Sokrates, Mainz, Paderborn 1987. grandes testigos de la conciencia, de la capacidad otor­

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JOSEPH RATZINGER EL ELOGIO DE LA CONCIENCIA

gada al hombre para percibir, más allá del poder, también pensamiento bíblico y con la antropología desarrollada'
el deber y, por tanto, para abrir el camino al progreso ver­ a partir de la Biblia.
dadero, al auténtico ascenso. Por «anámnesis» hemos de entender aquí exacta­
mente lo que dice san Pablo en el segundo capítulo de la
Carta a los Romanos: «Cuando los paganos, que no tienen
CONSECUENCIAS SISTEMÁTICAS: LOS DOS NIVELES
la ley, obran naturalmente según la ley, ellos mismos, sin
DE LA CONCIENCIA
tenerla, son ley para sí mismos. Con lo que demuestran
que cuanto exige la ley está escrito en sus corazones, tal
Anámnesis como resulta del testimonio de su conciencia» (Rm 2,
14-15). La misma idea se desarrolla de manera impresio­
Tras este recorrido por la historia del pensamiento, nante en la gran regla monástica de san Basilio. Allí pode­
llega el momento de sacar conclusiones, es decir, de for­ mos leer: «El amor a Dios no depende de una disciplina
mular un concepto de conciencia. La tradición medieval que se nos ha impuesto desde fuera, sino que está consti­
estableció con acierto dos niveles del concepto de tutivamente inscrito en nosotros, como capacidad y nece­
conciencia, que deben distinguirse cuidadosamente, pero sidad de nuestra naturaleza racional». San Basilio, inno­
también ponerse siempre en relación uno con otro. A mi vando una expresión que adquirirá gran importancia en
parecer, muchas tesis inadmisibles sobre el problema de la mística medieval, habla de la «chispa del amor divino,
la conciencia derivan del hecho de que descuidan la dis­ que se nos ha ocultado en nuestra intimidad»13. Si­
tinción o la correlación entre esos dos elementos. guiendo el espíritu de la teología de san Juan, sabe que el
La principal corriente de la escolástica expresó los amor consiste en observar los mandamientos y que, por
dos planos de la conciencia con los conceptos de sindé­ eso, la chispa del amor, infundida en nosotros por el Crea­
resis y de conciencia. El término «sindéresis» (synteresis) dor, significa que «hemos recibido en nuestro interior una
llegó a la tradición medieval de la conciencia procedente originaria capacidad y prontitud para cumplir todos los
de la doctrina estoica del microcosmos1 2 • Su significado mandamientos divinos ... , que no son algo que nos venga
exacto sigue siendo confuso, por lo que representa un impuesto desde fuera». Es la misma idea que al respecto
obstáculo para un atento desarrollo de la reflexión sobre afirma también san Agustín, condensándola en su núcleo
este aspecto esencial del problema global de la concien­ esencial: «Al juzgar no sería posible decir que una cosa es
cia. De ahí que, sin embarcarme en un debate sobre la mejor que otra, si no se nos hubiera impreso un conoci­
historia de las ideas, querría sustituir este término pro­ miento fundamental del bien»
blemático por el concepto platónico, mucho más neta­ Esto significa que el primer estrato -podemos lla­
mente definido, de anámnesis, que no solo tiene la ven­ marlo ontológico- del fenómeno de la conciencia consiste
taja de ser lingüísticamente más claro, puro y profundo, en el hecho de que se nos ha infundido algo así como un
sino sobre todo de concordar con temas esenciales del recuerdo primordial de lo bueno y de lo verdadero (las

[2Cfr. E. VON IVÁNKA, Plato christianus, Einsiedeln 1964, pp. 315­ [3 Regulae fusius tractatus, Resp. 2, 1: PG 31, 908.

351, esp. 320 ss. 14 De Trinitate VIII, 3, 4: PL 42,949.

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JOSEPH RATZINGER EL ELOGIO DE LA CONCIENCIA

dos realidades coinciden); que el ser del hombre, hecho a Jesucristo confirmaron de nuevo: su predicación respon­
imagen de Dios, posee una Íntima tendencia hacia todo lo día a una esperanza. Tal esperanza salía al encuentro de
que es conforme a Dios. Hasta desde su misma raíz per­ un precedente conocimiento fundamental sobre las cons­
cibe el ser del hombre una armonía con algunas cosas y tantes esenciales de la voluntad de Dios, que se explicita­
encuentra contradicción con otras. ron por escrito en los Mandamientos, pero que es posible
Esta anámnesis del origen, que deriva del hecho de descubrir en todas las culturas y pueden explicarse tanto
que nuestro ser está constituido a semejanza de Dios, no más claramente cuanto menos intervenga un arbitrario
es un saber ya articulado conceptualmente, un cofre cu­ poder cultural para distorsionar ese conocimiento primor­
yos contenidos tan solo aguardarían ser sacados afuera. dial. Cuanto más vive el hombre en el «temor de Dios»
La anámnesis es, por decirlo así, un sentimiento interior, -véase la historia de Cornelio (Hch 10,34 ss)-, tanto más
una capacidad de reconocer, de tal modo que aquel a concreta y claramente eficaz se vuelve esta anámnesis.
quien interpela, si no se halla Íntimamente replegado so­ Retomemos de nuevo la idea de san Basilio: el amor
bre sí mismo, logra escuchar el eco dentro de él; y se per­ de Dios, que se concreta en los Mandamientos, no se nos
cata: «a esto me inclina mi naturaleza y esto es lo que impone desde fuera -subraya este Padre de la Iglesia-,
busca». sino que se nos inculca de antemano. El sentido del bien
En esta anámnesis del Creador, que se identifica con se nos ha impreso, declara san Agustín. A partir de ahí es­
el fundamento mismo de nuestra existencia, se basa la po­ tamos en condiciones de entender correctamente el brin­
sibilidad y el derecho de la actividad misionera. El Evan­ dis de Newman, primero por la conciencia y solo después
gelio puede -más aún, debe- predicarse a los paganos, por el Papa. El Papa no puede imponer mandamientos a
porque ellos mismos, en su intimidad, lo aguardan (cfr.ls los fieles católicos solo porque él lo desee o 10 considere
42,4). En efecto, la misión se justifica si los destinatarios, útil. Tal concepción moderna y voluntarista de la autori­
al toparse con la palabra del Evangelio, reconocen: «sí, dad deforma el auténtico sentido teológico del papado. Es
justo esto es lo que yo esperaba». En este sentido puede así como en la época moderna se ha vuelto tan incom­
decir san Pablo que los paganos son ley para sí mismos. prensible la verdadera naturaleza del ministerio de Pedro,
No en el sentido de la idea moderna y liberal de autono­ precisamente porque en este horizonte mental solo cabe
mía, que excluye toda trascendencia del sujeto, sino en el pensar en la autoridad con categorías que ya no permiten
sentido mucho más profundo de que nada me pertenece establecer puente alguno entre sujeto y objeto. De ahí que
tan escasamente como mi propio yo, que mi yo personal todo lo que no provenga del sujeto no pueda ser más que
es el lugar de la más honda superación de mí mismo y del una determinación impuesta desde fuera.
contacto con aquello de donde provengo y hacia lo que Las cosas aparecen completamente diferentes a partir
soy dirigido. de la antropología de la conciencia, tal como hemos tra­
En estas frases expresa Pablo la experiencia que había tado de delinear poco a poco en estas reflexiones. La
tenido en primera persona como misionero entre los paga­ anámnesis infundida en nuestro ser necesita, por así de­
nos y que previamente había vivido Israel en relación con cir, ayuda exterior para ser consciente de sí misma. Ahora
los denominados «temerosos de Dios». Israel había experi­ bien, esta «ayuda exterior» de ninguna manera se contra­
mentado en el mundo pagano lo que los anunciadores de pone, sino que más bien se ordena a la anámnesis: la

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JOSEPH RATZINGER EL ELOGIO DE LA CONCIENCIA

ayuda exterior cumple una función mayéutica, no le im­ espíritus es la capacidad orientadora de la memoria de la
pone nada desde fuera, sino que lleva a cumplimiento fe sencilla.
todo lo que es propio de la anámnesis, es decir, su especí­ Únicamente en este contexto cabe entender de modo
fica apertura a la verdad. correcto el primado del Papa y su correlación con la
Cuando se habla de la fe y de la Iglesia, cuyo radio se conciencia cristiana. El auténtico sentido de la autoridad
extiende desde el Logos redentor hasta más allá del don doctrinal del Papa reside en el hecho de que él es el garante
de la creación, debernos tornar en cuenta una dimensión de la memoria cristiana El Papa no impone desde fuera,
aún más amplia, desarrollada sobre todo en los escritos sino que desarrolla la memoria cristiana y la defiende. Por
de san Juan. Juan conoce la anámnesis del nuevo «noso­ eso, el brindis por la conciencia debe preceder al brindis
tros», en el que participamos gracias a la incorporación por el Papa, pues sin conciencia no habría ningún papado.
a Cristo (un solo cuerpo, es decir, un único yo con Él). Todo el poder que posee es poder de la conciencia: servicio
En diversos pasajes del Evangelio se percibe que los dis­ al doble recuerdo, en el que se basa la fe, que debe ser con­
cípulos comprendieron mediante un acto de la memo­ tinuamente purificada, ampliada y defendida contra las
ria. El encuentro primordial con Jesús otorgó a los discí­ formas de destrucción de la memoria, amenazada tanto
pulos lo que ahora reciben todas las generaciones por una subjetividad que olvida su fundamento corno por
mediante el encuentro fundamental con el Señor en el las presiones del conformismo social y cultural.
Bautismo y en la Eucaristía: la nueva anámnesis de la fe
que, de modo semejante a la anámnesis de la creación, Conscientia
se desarrolla en un diálogo permanente entre la interio­
ridad y la exterioridad. Después de estas consideraciones sobre el primer
Frente a las pretensiones de los maestros gnósticos, plano -esencialmente ontológico- del concepto de
que querían convencer a los creyentes de que su fe inge­ conciencia, debernos ocuparnos ahora de su segunda di­
nua debería ser comprendida y aplicada de muy distinta mensión: el nivel del juicio y de la decisión, designado en
manera, san Juan puede afirmar: «Vosotros no tenéis ne­ la tradición medieval con el término único de conscientia
cesidad de tal instrucción, pues en cuanto ungidos (bauti­ (conciencia).
zados) conocéis todas las cosas» (1 In 2, 20. 27). Lo cual, Presumiblemente, esta tradición terminológica ha con­
lejos de significar que los creyentes posean una fatua om­ tribuido no poco a la restricción moderna del concepto de
nisciencia, indica la certeza de la memoria cristiana. Na­ conciencia. Corno santo Tomás de Aquino, por ejemplo,
turalmente, esta memoria cristiana aprende de continuo, solo denomina «conscientia» a este segundo plano, desde
siempre a partir de su identidad sacramental, llevando a su punto de vista resulta coherente que la conciencia no
cabo así interiormente un discernimiento entre lo que es sea ningún «habitus», es decir, una cualidad estable inhe­
un desarrollo de la memoria y lo que es su destrucción o rente al ser del hombre, sino un «actus», un evento que se
su falsificación. En la actual crisis de la Iglesia, estarnos lleva a cabo. Naturalmente, santo Tomás presupone corno
experimentando de forma nueva la fuerza de esta memo­ algo dado el fundamento ontológico de la anámnesis (syn­
ria y la verdad de la palabra apostólica: más que las direc­ teresis): a esta la describe corno una íntima repugnancia al
trices de la jerarquía, 10 que aporta discernimiento a los mal y una íntima atracción hacia el bien.

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JOSEPH RATZINGER EL ELOGIO DE LA CONCIENCIA

El acto de conciencia aplica este conocimiento básico Ahora bien, el hecho de que la convicción adquirida sea
a las situaciones concretas. Según santo Tomás, ese acto obviamente obligatoria a la hora de obrar, de ningún
se divide en tres elementos: reconocer (recognoscere), dar modo significa la canonización de la subjetividad.
testimonio (testifican) y juzgar (iudicare). Podría hablarse Seguir las convicciones que uno se ha formado nunca
de interacción entre una función de control y una función supone una culpa; es más, ha de seguirlas. Pero no me­
de decisión ls • Siguiendo la tradición aristotélica, santo nos culpable puede resultar que uno llegue a formarse
Tomás concibe este proceso conforme al modelo de los convicciones tan desquiciadas, por haber ahogado la re­
razonamientos deductivos, de tipo silogístico. Sin em· pulsión hacia ellas que advierte la memoria de su ser. La
bargo, subraya enérgicamente la especificidad de este co­ culpa, pues, se encuentra en otro lugar, a mayor profun­
nocimiento de las acciones morales, cuyas conclusiones didad: no en el acto momentáneo, ni en el presente jui­
no derivan únicamente del mero conocimiento o de razo­ cio de la conciencia, sino en ese descuido de mi propio
namientos 16 • En este ámbito, reconocer o no reconocer ser que me ha hecho sordo a la voz de la verdad y a sus
algo depende siempre también de la voluntad, que obs­ sugerencias interiores. Por esta razón, también los cri­
truye el camino hacia el reconocimiento o bien nos con· minales que obran con convicción -Hitler, Himmler o
duce a él. Esto depende, pues, de una impronta moral Stalin- siguen siendo culpables. Estos ejemplos extre­
dada de antemano, que o bien puede defOImarse poste­ mos no deben servir para tranquilizarnos, sino más bien
rionnente o bien purificarse cada vez más 17 • para despertarnos y hacernos tomar en serio la grave­
En este plano, el plano del juicio (el de la conscientia dad de la súplica: «¡Iíbrame de las culpas que no veo!»
en sentido estricto), es válido el principio de que tam­ (Sal 19, 13).
bién la conciencia errónea obliga. En la tradición del
pensamiento escolástico, esta afinnación es plenamente
inteligible. Nadie debe obrar en contra de sus conviccio­ EPíLOGO: CONCIENCIA Y GRACIA
nes, como ya había dicho san Pablo (cfr. Rm 14, 23)18.
Al final de nuestro camino sigue abierta la pregunta
15 Cfr. H. REINER, op. cit., p. 582. SANTO ToMÁs DE AQUINO, S. Theol. 1,
de la que ha partido esta reflexión: la verdad, al menos
q. 79, a. 13; De Veritate, q. 17a. tal como nos la presenta la fe de la Iglesia, ¿no es quizá
16 Cfr. sobre el particular la esmerada investigación de L. MELINA, demasiado elevada y demasiado difícil para el hombre?
La conoscenza morale. Linee di riflessione sul Commento di san Tom­
maso al'Etica Nichomachea, Roma 1987, p. 69 ss.
17 Al reflexionar, en los decenios de su vida que siguieron a la con­ sobre santo Tomás, publicado en 1942, se difundió ampliamente una
versión, sobre su propia experiencia interior acerca de la conexión en­ adulteración de la doctrina del Aquinate sobre la conciencia, con­
tre conocimiento, voluntad y emoción, san Agustín alcanza perspecti­ sistente en citar tan solo S. Theol. 1-11, q. 19, a. 5 (<<¿Se debe seguir la
vas fundamentales sobre la esencia de la libertad y la moralidad, que conciencia errónea?») y omitir sin más el artículo siguiente (<<¿Basta
deberían retomarse en nuestros días. Cfr. la excelente exposición de con seguir la propia conciencia para obrar bien?»). Eso implica impu­
P. BROWN, Augustinus von Hippo. Eine Biographie, Leipzig 1972, tar a santo Tomás la doctrina de Abelardo, cuya superación constituía
pp. 126-136. el objetivo del Doctor Angélico. Abelardo había enseñado que quienes
18 La investigación, muy clarificadora, de J. G. BELMANS, Le para­ crucificaron a Cristo no habrían pecado, al obrar con ignorancia. La
doxe de la conscience erronée d'Abélard a Karl Rahner, en Revue Tho­ única manera de pecar consistiria en obrar en contra de la conciencia.
miste 90 (1990), 570-586, muestra que esta es también la posición de Las modernas teorías de la autonomía de la conciencia pueden apo­
Tomás de Aquino. Belmans hace ver que con el libro de Sertillanges yarse en Abelardo, pero no en santo Tomás.

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JOSEPH RATZINGER EL ELOGIO DE LA CONCIENCIA

Ahora, después de las consideraciones que hemos for­ En este mito se representa algo más que la supera­
mulado, podemos responder: es cierto, la vía empinada ción del sistema de la venganza de sangre en pro de un
y ardua que conduce a la verdad y al bien no es una vía justo ordenamiento jurídico de la comunidad. Así ha ex­
cómoda. Constituye todo un desafío para el hombre. presado Hans Urs van Balthasar ese algo más: «( ... ) la
Pero, eso sí, lo que no libera es permanecer tranquila­ gracia pacificadora siempre es para él restablecimiento
mente encerrados en sí mismos; es al obrar así, ordinario de la justicia, no la justicia de la antigua época
uno se deforma y se pierde. Al escalar las alturas del de las Erinnias carente de gracia, sino la de un derecho
bien, el hombre descubre cada vez más la belleza que se lleno de gracia»19.
oculta en la ardua fatiga por alcanzar la verdad y descu­ En este mito percibimos la voz nostálgica de que el
bre también que justamente en la verdad se encuentra veredicto de culpabilidad de la conciencia, objetiva­
su redención. mente justo, y la pena interiormente destructora que de
Pero con esto todavía no está dicho todo. Disolvería­ él se deriva, no son la última palabra, sino que existe un
mos el cristianismo en un moralismo si no tenemos claro poder de la gracia, una fuerza de expiación, que puede
un anuncio, que supera nuestro propio obrar. Sin necesi­ cancelar la culpa y hacer que la verdad resulte final­
dad de muchas palabras, esto puede quedar patente recu­ mente liberadora. Se trata de la nostalgia de que la ver­
rriendo a una imagen tomada del mundo griego, en la que dad no se límite tan solo a interpelarnos de forma exi­
cabe notar que la anámnesis del Creador nos impulsa ha­ gente, sino que también nos transforme mediante la
cia el Redentor y, al mismo tiempo, que todo hombre es expiación y el perdón. A través de ellos, como dice Es­
capaz de reconocerlo como Redentor, pues responde a quilo, se <<lava la culpa»20, y nuestro mismo ser es trans­
nuestras más íntimas expectativas. formado desde dentro, por encima de nuestras capaci­
Me refiero a la historia de la expiación del matricidio dades.
por parte de Orestes. Orestes cometió su crimen como un Esta es propiamente la novedad específica del cristia­
acto conforme a su conciencia, que el lenguaje mitológico nismo: el Logos, la Verdad en persona, es a la vez también
describe como obediencia a la orden del dios Apolo. Pero la reconciliación, el perdón que transforma más allá de
a continuación le persiguen las Erinnias, que asimismo nuestras capacidades e incapacidades personales. En eso
han de verse como personificaciones mitológicas de la consiste la auténtica novedad, sobre la que se basa la gran
conciencia, las cuales, desde la memoria profunda, ator­ memoria cristiana, la cual es a la vez también la respuesta
mentándolo, le reprochan que su decisión de conciencia, más profunda a lo que la anámnesis del Creador espera
su obediencia al «mandato divino», era en realidad culpa­ de nosotros. Allí donde no se proclama o no se percibe su­
ble. La entera tragedia de la condición humana sale a re­ ficientemente este centro del mensaje cristiano, la verdad
lucir en esta disputa entre los «dioses» en este íntimo
I se trueca de hecho en un yugo, que resulta demasiado pe­
conflicto de la conciencia. En el tribunal sagrado, la pie­ sado para nuestros hombros y del que hemos de intentar
dra blanca con que vota Atenea trae a Orestes la absolu­
ción, la purificación, en virtud de la cual las Erinnias se
transforman en Euménides, en espíritus de la reconci­ 19 H. U. VON BALTHASAR, Herrlichkeit. Eine theologische Ásthetik 3/1,
en Rahmen der Metaphysik, Einsiedeln 1965, p. 112.
liación. 20 ESQUILO, Euménides 280-1; cfr. BALTHASAR, op. cit.

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JOSEPH RATZINGER

liberamos. Pero la libertad que se obtiene de este modo es


una libertad vacía. Nos conduce al yermo país de la nada
y así se destruye ella sola.
El yugo de la verdad se ha vuelto «ligero» (cfr. Mt 11,
30) cuando la Verdad ha venido, nos ha amado y ha que­
mado nuestras culpas en su amor. Solo cuando conoce­
mos y experimentamos interiormente todo esto, nos hace­
mos libres para escuchar con alegría y sin congoja el Segunda Parte
mensaje de la conciencia.
LA DICTADURA DEL RELATIVISMO

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