El Libro Delos Dragones Autor Roger Lancelyn
El Libro Delos Dragones Autor Roger Lancelyn
El Libro Delos Dragones Autor Roger Lancelyn
EL LIBRO
DE LOS
DRAGONES
Introducción 13
THOMAS HOOD
Dedicado a J. R. R. Tolkien
C. S. LEWIS
Introducción
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mi casa, donde hay una talla medieval de la cabeza de un
gato con una evidente sonrisa que, tal vez, pretendiera ser
un leopardo rugiendo).
Pues bien, un viajero regresaba a casa desde Oriente y
empezaba a contar historias sobre lo que había visto. «Vi
una gran criatura, como un gato salvaje, pero cien veces
más grande. Tenía enormes garras blancas lo bastante afi
ladas como para despedazarte, grandes ojos como si estu
vieran en llamas, y dientes largos y afilados. Ahora bien,
oí hablar de una criatura con unos dientes mucho peores:
vivía en una caverna junto al Nilo, y era como un lagar
to, pero no menos de doscientas veces más grande. Tenía
unas fauces inmensas, de varios metros, capaces de levan
tar la mandíbula superior tanto como para poder tragarse
a un hombre, aunque no le hacía falta, porque sus dientes
estaban afilados como una sierra en la mandíbula superior
y en la inferior [...]. Y conocí a un hombre que me habló de
unas serpientes de la India de quince metros de largo ca
paces de tragarse un buey de un bocado: decía que estaban
cubiertas de escamas, aunque no tan duras como las del
cocodrilo de Egipto [...]. Y algunas serpientes se pueden
quedar mirando a un pájaro —o a un hombre, me ima
gino— y cautivarlo para que no solo no pueda huir, sino
que se acerque a ellas tranquilamente, igual que hacen las
víboras en nuestro país con algunos pájaros, que los dejan
fascinados, o como los armiños cazan conejos [...]. Ah, y
dicen que hay serpientes que echan una ponzoña por la
boca, tan venenosa que quema como un fuego líquido [...].
Y cuentan de algunas aves de aquellas tierras lejanas que
son lo bastante grandes y fuertes como para llevarse a una
oveja adulta por los aires: he oído decir que pueden inclu
so con una vaca [...]. Algunos cuentan que hay aves con el
pico de un águila y el cuerpo de un león: a estos los llaman
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“grifos”. Yo nunca he visto uno, pero un caballero cruzado
al que conocí había visto su figura esculpida en unas tallas
en Grecia, y eran enormes».
La gente que tan solo ha oído una descripción como
esta de leones, cocodrilos, serpientes pitón, cobras, águi
las, así como de las esfinges y los grifos tallados del tesoro
de Naxos en Delfos no consigue hacerse una idea muy cla
ra del auténtico aspecto que tenían todas estas criaturas.
Y bien pudo ser que algunos de ellos se hicieran un lío
cuando quisieron contar lo que habían oído:
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bueno, mi querido amigo, si eso es un dragón. Puedes
leerlo todo sobre ellos en la Historia natural de Plinio o en
la Naturaleza de los animales de Eliano. Y hubo santos que
mataron dragones, como Felipe, que mató a un dragón en
Hierápolis, además de san Jorge, por supuesto...».
Y no cabe duda de que en los hogares más pobres la
gente contaría constantemente las historias tradicionales
sobre los dragones, y en los grandes salones y castillos en
tonarían tal vez trovas y recitarían romanceros sobre el
reptil de los Lambton o sobre san Jorge y el dragón; sobre
el caballero Tristán y el dragón irlandés, o sobre el dragón
del caballero Lanzarote, por no hablar de las historias de
otros santos aparte de san Jorge que mataron dragones va
liéndose de medios más milagrosos que él.
Y, por último, si los estudiosos más sesudos se mostra
ban incrédulos al respecto de los dragones, ¿qué pasaba
entonces con aquellos huesos fosilizados que aparecían
cada dos por tres en las cuevas? Cierto es que en aquellos
tiempos nadie sabía nada sobre los dinosaurios, los ptero
dáctilos y el diplodocus... Y así, la gente creyó en los dra
gones hasta hace unos trescientos años, y llegados los días
en que su existencia real dejó de tenerse por algo acepta
do, estos seres ya se habían abierto paso en los poemas..., y
no tardarían en regresar a través del mundo de la ficción
y la novela.
En este libro sobre los dragones he intentado recopilar
tantas historias como fuese posible de entre las más remo
tas, extraídas de la Grecia y la Roma de la Antigüedad, de la
Islandia y la Dinamarca de las Sagas, de Bizancio, de los ro
manceros medievales, de los cuentos populares y los cuen
tos de hadas de muchas tierras, para seguir con los relatos
literarios, de la mano de Spenser, pasando por E. Nesbit,
hasta llegar a Tolkien y Lewis.
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No obstante, hay muchas más historias de dragones es
critas en tiempos más modernos y que podemos leer, y
no solo relatos cortos —E. Nesbit escribió todo un Libro de
dragones del que solo he incluido uno aquí—, sino también
obras más extensas que estropearíamos si les arrancára
mos sus dragones para ofrecerlos por separado.
Tenemos El dragón perezoso de Kenneth Grahame, el
más famoso de los dragones modernos, cuya historia era
demasiado larga para incluirla en este libro. Pero es muy
fácil encontrarla en muchas ediciones de cuentos moder
nos, o en su ubicación original en Días de ensueño.
Y también tenemos el formidable combate entre el dra
gón de fuego y el dragón de hielo en El príncipe Prigio de
Andrew Lang; o el relato de Egidio, el granjero de Ham de Tol
kien, que trata en gran medida sobre un dragón, o también
su magnífico Smaug, el dragón del norte, en El hobbit; o ese
dragón mío que goza de un importante protagonismo en El
maravilloso desconocido. Y tenemos el inesperado dragón de
La travesía del Viajero del Alba de C. S. Lewis, al que tendrá
que ir a conocer a su propia cueva todo aquel que sienta
interés por los dragones...
Cabe al menos esperar que —después de leer este li
bro— ninguno seáis como el Eustace del cuento de Lewis
antes de sus experiencias con el dragón:
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tales, las alas de un murciélago que raspaban ruidosas
contra las piedras, metros de cola. Y dos hileras de humo
que surgían de los orificios nasales. En ningún momento
se dijo para sí la palabra «dragón».
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PRIMERA PARTE
DRAGONES
DE LA EDAD ANTIGUA
Jasón y el dragón de la Cólquide
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puedes llevar el vellocino de oro si es que los dioses así lo
desean... Y para poner a prueba si eres o no el elegido que
se lo ha de llevar, tendrás que uncir mis toros al arado,
sembrar las semillas que yo te daré y recoger la cosecha
que de inmediato crecerá del terrazgo. Lo harás todo ma
ñana. Esta noche celebraremos un banquete.
Al oír esto, Jasón se quedó muy preocupado, ya que los
dos toros de pezuñas de bronce que tenía el rey Aetes ex
halaban un aliento de fuego, y Jasón había oído que las
semillas que tendría que sembrar eran dientes de dragón,
que darían una cosecha de hombres armados.
Sin embargo, los dioses de los griegos estaban de su
lado, y en particular lo estaba Afrodita, la diosa del amor,
que vertió su magia sobre Medea, la hija del rey Aetes, de
tal modo que la joven y tenebrosa hechicera se enamoró
tan perdidamente de Jasón que no hubo nada en el mundo
que le importara más que hacerlo su esposo.
Y así, cuando terminó el banquete, vino Medea silencio
sa en mitad de la noche hasta donde se encontraba Jasón
sentado con la cabeza apoyada en las manos, pensando y
tramando la manera de someter a los toros... o la manera
de robar el vellocino de oro y huir de la Cólquide antes de
que rayara el alba.
Alzó la mirada y vio allí de pie a la bella princesa de la
Cólquide, de ojos y cabellos oscuros, que lo estaba obser
vando. Y el amor que había en los ojos de ella prendió en
él tal deseo que se puso en pie muy despacio y, sin mediar
palabra, extendió los brazos hacia la joven.
Pasados unos instantes, Medea lo apartó de sí y le dijo:
—Príncipe Jasón, por el amor que siento por ti, te ayu
daré a uncir los toros de pezuñas de bronce, a sembrar
el surco mortal con los dientes de dragón y a recoger la
cosecha que crecerá del terrazgo. Por amor a ti te mostraré
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la manera de llevarte el vellocino de oro de la arboleda
de Hécate y la forma de escapar con él lejos de mi padre,
que conspira para matarte. Pero, antes de esto y antes de
traicionar a mi padre y a mi pueblo, por el juramento más
sagrado que conozcan los hombres de Grecia, dame tu pa
labra de que me llevarás contigo en tu huida, me harás tu
esposa y me sentarás a tu lado en el trono de Yolco cuando
el Argo arribe por fin de vuelta a las rocosas pendientes
del Pelión.
Entonces Jasón juró que se casaría con ella y se obligó
por el juramento de la Estigia, la laguna de los muertos,
que compromete incluso a los mismísimos dioses.
Después de esto, Medea se dirigió al templo de Hécate,
diosa de la hechicería, de la cual ella era la suma sacerdo
tisa, y allí preparó un ungüento mágico que hizo con el
jugo de una flor roja que crecía en lo alto de las laderas del
Cáucaso y que procedía de la sangre de Prometeo, el titán
que yacía encadenado en la cima de la montaña. Ahora
bien, Prometeo era inmortal y descendía de la estirpe de
los dioses, de manera que por sus venas corría el icor divi
no —la sangre de los dioses—, que no se seca ni se enne
grece, como sí hace la sangre, sino que vive y reluce para
siempre fresco y carmesí.
Con el primer arrebol del alba, Medea vino de nuevo
en busca de Jasón, lo despertó del sueño, le entregó el un
güento mágico y le susurró unas palabras para darle con
sejo y para prepararlo ante lo que le esperaba.
Cuando se hizo ya el pleno día, llegaron los mensajeros
del rey Aetes para llevar a los argonautas al campo donde
Jasón había de sembrar los dientes de dragón, y el prínci
pe griego accedió de buen grado después de haberse un
gido el cuerpo entero con el ungüento mágico, recordando
todo aquello que Medea le había contado.
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