10208-Texto Del Artículo-35930-2-10-20211221
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Notas de autor
* Esteban Campos nació en Buenos Aires en 1977. Es Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires e investigador adjunto del CONICET,
donde estudia los itinerarios militantes del nacionalismo, el marxismo y el catolicismo hacia la izquierda peronista en los años 60 y 70. Ha publicado
en revistas como Sociohistórica, Estudios del CEA y Anuario del CEH Prof. Carlos S. A. Segretti (Argentina), Años 90 y Topoi (Brasil), Política e
Historia y Argumentos (México), Tiempo histórico e Izquierdas (Chile), Historiografías (España) y Nuevo Mundo Mundos Nuevos (Francia), entre
otras. Ha sido profesor visitante en universidades de Brasil y México.
de Derechos Humanos.[6] Esta tendencia tuvo propagandistas y detractores, pero alimentó pocos debates
públicos, con la notable excepción de la polémica del No matarás iniciada por Oscar del Barco en 2004, en
torno al asesinato de combatientes del Ejército Guerrillero del Pueblo por parte de sus propios compañeros.
En los años kirchneristas, que incorporaron al discurso oficial la reivindicación de la militancia revolucionaria
de la década del 70, floreció una narrativa conservadora de la guerrilla argentina, que tuvo una importante
circulación gracias a las grandes editoriales. El éxito de autores como Juan Bautista Yofre y Ceferino Reato,
respondía a la demanda de un sector de la sociedad, que quería impugnar la mirada progresista del pasado
reciente, juzgada como un subproducto del discurso del poder y las memorias gubernamentales. Por otra
parte, el salto de las narrativas conservadoras de los pequeños sellos editoriales a los grupos empresarios
como Sudamericana y Planeta, no se puede entender al margen de la política de las grandes editoriales,
que moldearon la oferta cultural con la publicación de best-sellers de no ficción asociados a las coyunturas
políticas.[7]
Como se ha sugerido en un trabajo anterior[8], el revisionismo de la historia reciente argentina es un
fenómeno análogo a la corriente europea que Bruno Groppo denominó “revisionismo histórico anti-
antifascista”. Para el historiador italiano, la revisión es una clave de la investigación histórica, ya que cada
generación modifica la lectura del pasado de acuerdo a sus coordenadas culturales, y al descubrimiento de
nuevas fuentes documentales. Pero el revisionismo es una operación historiográfica que, antes que apuntar
a la interpretación de una época, tiene una intencionalidad política latente, como ocurre con los estudios
de Ernst Nolte sobre el nazismo como reacción a la expansión bolchevique, y de Renzo Di Felice sobre la
singularidad nacional del facismo italiano.[9] Giovanni Levi aporta una definición contundente cuando acusa
al revisionismo de “reflejar iguales y negativas a ambas partes en conflicto”, una nivelación de posiciones que
conduce a la devaluación del pasado.[10] En estos casos, la revisión del antifascismo y el bolchevismo, reducidos
a una desprestigiada causa totalitaria, llevó a una rehabilitación paradójica de las derechas.
Por otra parte, el llamado negacionismo, que recibe su nombre de la corriente que cuestiona la memoria
de la Shoá, no “niega” las violaciones a los derechos humanos, pero consigue minimizarlas: allá se admite
el asesinato en masa de los judíos europeos, pero se argumenta que faltan pruebas contundentes sobre las
cámaras de gas, los campos de exterminio, y los seis millones de muertos. Aquí se rechaza con similar vocación
positivista la existencia de un plan sistemático para asesinar a miles de civiles, y se cuestiona el número
de desaparecidos calculado por las organizaciones de derechos humanos. La singularidad del negacionismo
argentino es que la estigmatización de Montoneros y el ERP como terroristas, junto a la rehabilitación
de las “otras víctimas” de la guerrilla, reclama credenciales democráticas, y busca un lugar en el consenso
antitotalitario vigente desde 1983. El mejor ejemplo es su insistencia en legitimar el accionar de las Fuerzas
Armadas con los decretos de aniquilamiento de la subversión, dictados por el gobierno constitucional de
Isabel Perón.
En nuestro país, el setentismo oficial declinó con las celebraciones del Bicentenario de la Revolución de
mayo, que inauguraron una nueva modalidad de legitimación histórica de los gobiernos kirchneristas. El
centro de gravitación del discurso legitimador en el campo de los usos del pasado ya no fue la reparación de
los crímenes de la dictadura militar, sino la búsqueda de una especularidad con los procesos emancipatorios
del siglo XIX. Las controversias sobre la historia argentina encontraron nuevos objetos, como la creación
del Instituto Manuel Dorrego, y el tratamiento de figuras del panteón liberal en producciones audiovisuales
gerenciadas por medios de comunicación estatales, como La asombrosa excursión de Zamba. Sin embargo,
el fantasma del montonerismo permaneció en el vocabulario político de la oposición más conservadora, y los
libros sobre la temática encontraron un nicho estable. La expansio#n de la ideología de la memoria completa
a través de las grandes editoriales, precedió a la irrupción de los discursos negacionistas del terrorismo
de Estado, que tuvieron una amplia difusión en los medios de comunicación por el pronunciamiento de
funcionarios de la administración de Cambiemos durante la conmemoración del cuadragésimo aniversario
del último golpe militar, en marzo de 2016. Los desacuerdos sobre el pasado reciente se concentraron en
la polémica por el número de desaparecidos, y la violencia guerrillera se colocó en el mismo nivel que el
accionar represivo del Estado. La complejidad sociocultural de las organizaciones político-militares quedó
invisibilizada por el significante vacío del terrorismo civil, lo que terminó por obturar la problematización de
la violencia política, y empobreció el debate público.
El libro de Carlos Manfroni Montoneros. Soldados de Massera: La verdad sobre la contraofensiva montonera y
la logia que diseñó los 70, trata de probar que existió un acuerdo entre la cúpula montonera y el comandante
en jefe de la Armada en tiempos de la dictadura de Videla. El autor es un abogado y columnista del diario
La Nación, que saltó al centro de la escena política hacia 2015, cuando fue denunciado por hacer espionaje
institucional como funcionario del Ministerio de Seguridad conducido por Patricia Bullrich. Así se conoció
su pasado como redactor de la revista nacionalista Cabildo, noticia que colocó en segundo plano su profesión
de consultor en temas como corrupción, fraudes financieros y terrorismo, su trabajo como docente la
Universidad Católica Argentina, y su participación en el libro Los otros muertos: Las víctimas civiles del
terrorismoguerrillero de los 70 junto a Victoria Villarruel, presidenta del Centro de Estudios Legales sobre
el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV). Estas filiaciones lo insertan en las redes que impugnan la mirada
progresista de la historia reciente, y lo acercan a figuras públicas que los sectores afines a los organismos de
Derechos Humanos caracterizan como negacionistas.
La tesis de Manfroni no es novedosa, ni exclusiva del revisionismo conservador. Las negociaciones entre
los jefes montoneros y la dictadura fueron sugeridas en el documento de la “rebelión de los tenientes”,
encabezada por Rodolfo Galimberti y Juan Gelman, quien varios años después denunció en el diario Página
12 un pacto entre Massera y la Conducción Nacional, que tenía como objetivo allanar el camino de la
Contraofensiva montonera.[11] Lo distintivo de Montoneros. Soldados de Massera, es que sus argumentos
coinciden con el repertorio del discurso conspiracionista, que ya desde el subtítulo se anuncia con el gesto
de revelar una verdad oculta opuesta a la verdad visible del poder.[12] El complot iluminado por el libro sería
la vasta red transnacional con centro en la logia masónica italiana Propaganda Due (P2), que a través del
almirante Massera habría utilizado a la guerrilla peronista para desestabilizar la dictadura militar. El discurso
conspiracionista es un modo de intervención política que, solo desde el punto de vista de aquellos que no se
lo toman en serio, aparece como prelógico o irracional. Para sus artífices y seguidores, por el contrario, las
teorías del complot se basan en la razón, la ciencia, las hipótesis y las pruebas, por eso el autor se presenta en
el prólogo con un tono positivista, mesurado y neutral:
“La narración que sigue constituye la descripción más aséptica y desapasionada que he podido realizar sobre los hechos de los
que trata esta investigación. Los pocos juicios de valor introducidos en la obra — con excepción del último capítulo, donde
expreso mi opinión personal— responden solo a la necesidad de describir una situación con la precisión adecuada o bien a
las exigencias de la estética del relato, sin dejar nunca a un lado la verdad, ni aun en sus detalles (...) Por cierto, no he dejado
de expresar mis propias conclusiones, pero acompañadas de las pruebas e indicios sobre los que pretendo fundarlas. Pero si
alguien cree que en este libro encontrará expresiones tales como: “banda de delincuentes terroristas”, respecto de unos, o
“represores genocidas”, respecto de otros, espero que haya leído este aviso antes de sentir que ha malgastado su dinero”.[13]
En efecto, el libro se legitima como una “historia documentada” despojada de adjetivaciones, para que
el lector saque “las conclusiones a las que cada uno puede llegar por sí mismo”. Sin embargo, el sesgo se
advierte en el modo de tratar a los actores del pasado y sus interacciones, así como en la selección de las
fuentes documentales. Manfroni recurre a documentos desclasificados de la embajada de Estados Unidos en
Argentina, testimonios de primera mano de altos funcionarios de la dictadura, como Jorge Rafael Videla,
Jorge Eduardo Acosta y Antonio Pernías, memorias publicadas por ex guerrilleros, y una bibliografía asociada
a los libros de Ceferino Reato, Juan Bautista Yofre y Marcelo Larraquy, con poca presencia de investigaciones
académicas. El resultado es una valoración de Montoneros que reproduce el punto de vista de los represores,
y banaliza la magnitud del terror estatal: los secuestros son “procedimientos”, los torturadores “interrogan”
prisioneros, los detenidos-desaparecidos “cierran tratos” y realizan “operaciones conjuntas” con la Marina. Si
la ESMA se asemeja a un club político, y Massera es pintado como un ambicioso sin escrúpulos, los guerrilleros
se llevan la peor parte, retratados como terroristas, conspiradores o colaboradores de la dictadura.[14]
En su ensayo Teoría del complot, Ricardo Piglia planteó que la imaginación conspirativa es “el modo que
tiene el sujeto aislado de pensar lo político (...) el complot ha sustituido la noción trágica de destino: ciertas
fuerzas ocultas definen el mundo social y el sujeto es un instrumento de esas fuerzas que no comprende”.[15]
Para el conspiracionismo, el motor de la historia es un pequeño grupo secreto que opera a escala global, por eso
una de sus prácticas más comunes es la de establecer correlaciones fácticas entre hechos, personas y discursos
que se asocian de manera arbitraria, como se advierte cuando Manfroni se detiene en el secuestro de Pedro
Eugenio Aramburu:
El libro Montoneros: el mito de sus 12 fundadores, de Lucas Lanusse, recuerda que en agosto de 1964 se creó el Movimiento
Revolucionario Peronista (MRP), a instancias de Gustavo Rearte. El MRP, según la misma fuente, “tuvo entre sus tareas la
organización de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP)”, buena parte de la cual fue absorbida después por Montoneros. Pero
uno de los miembros de ese embrión de la guerrilla en la Argentina, que era el Movimiento Revolucionario Peronista — de
acuerdo con el mismo libro—, fue Héctor Villalón; como ya está dicho, en un tiempo, delegado personal de Perón y amigo
de Fidel Castro; el mismo personaje que ha aparecido, a lo largo de su vida, por casualidad o no, frecuentemente acompañado
de personajes de la logia y sus aliados (...) Eugenio Aramburu me confirmó, durante nuestra entrevista, que quienes entraron
a la casa de sus padres aquel 29 de mayo de 1970 eran tres o cuatro hombres, lo cual contrasta con el relato montonero, que
indica que únicamente ingresaron Emilio Maza y Fernando Abal Medina. No hay un solo motivo para dudar de la palabra
del hijo de la víctima. En cambio, resulta harto sospechosa la omisión de los autores del crimen. ¿Quién o quiénes más estaban
allí que no son mencionados en las apologías que los montoneros acostumbraban publicar sobre sí mismos en relación con
el secuestro y la muerte de Aramburu?[16]
Hacia 2009, Hugo Vezzetti llamó la atención sobre la necesidad de reconocer, como un lado B de las
revelaciones del Nunca más, a “esas otras víctimas igualmente innecesarias, las muertes producidas por
la guerrilla”.[17]Operación Primicia, la investigación de Ceferino Reato sobre el asalto de Montoneros al
Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa en octubre de 1975, continuó el hilo de esta intervención,
pero convirtió la historia del operativo guerrillero en un best-seller que vendió 30.000 ejemplares.[18] Reato
es un periodista con fuerte gravitación en los principales medios de comunicación, como Perfil, La Nación,
Infobae, Canal 26 y América TV, pero parte de su reconocimiento como formador de opinión proviene
de los libros que ha publicado sobre los años 70. Menos conocido es su papel como asesor de prensa de la
embajada argentina en el Vaticano durante la segunda presidencia de Carlos Menem, y su participación en los
seminarios de Historia y Libertad de la universidad del CEMA, que contaron con la presencia de expositores
como Juan Bautista Yofre, Victoria Villarruel y Ricardo López Murphy.[19]
Los hilos conductores del libro se resumen en los subtítulos de la tapa, que cumplen con el objetivo —tan
afín a los medios de prensa como al marketing editorial— de atraer a los lectores con titulares provocadores: El
ataque de Montoneros que provocó el golpe de 1976. El caso que destapa el escándalo de las indemnizaciones
a los guerrilleros. Sobre el primer enunciado, Reato sostiene que:
“Operación Primicia fue la acción más espectacular de la guerrilla argentina en toda su historia (...) conmovió al gobierno, al
peronismo y a los militares y provocó que el general Jorge Videla y el almirante Emilio Massera fijaran la fecha para el golpe
militar del 24 de marzo de 1976.”[20]
Es discutible que el asalto al cuartel formoseño haya sido el operativo más espectacular de la guerrilla
argentina: si se mide el despliegue militar, el ataque del PRT-ERP al batallón Domingo Viejobueno de
Monte Chingolo en diciembre de 1975, implicó un mayor número de combatientes de ambos lados, y fue
más temerario, dada la cercanía del cuartel a la Capital Federal y a otras unidades del Ejército. Si se elige el
impacto en la opinión pública, el secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu por Montoneros parece
más espectacular, ya que forzó la renuncia del dictador Juan Carlos Onganía. Sin embargo, el planteo más
polémico de Operación Primicia es su signatura como causa del golpe de 1976, ya que para Reato el operativo
montonero habría provocado una reacción en cadena, iniciada por los decretos de aniquilamiento de la
subversión firmados por Italo Luder, y continuada por el decisionismo golpista de Videla y Massera.[21] Esta
interpretación es cuestionada por periodistas como Ricardo Ragendorfer y Camilo Ratti, quienes afirman
que la conspiración militar había comenzado en agosto de 1975, como reacción a las masivas movilizaciones
del Rodrigazo.[22] La tesis de Operación Primicia desconoce las “innumerables fuerzas que se entrecruzan las
unas con las otras, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas”[23], de las que surge el acontecer histórico.
Al estilo de la vieja historiografía positivista, el copamiento se magnifica como un Sarajevo argentino, que
detona un conflicto protagonizado por grandes hombres. El recurso de cargar las culpas del golpe de 1976 a la
guerrilla peronista, es similar al revisionismo conservador de Nolte, que explicaba la emergencia del nazismo
como una reacción brutal pero lógica frente al bolchevismo.
Otro nudo significativo del texto es la crítica a las políticas públicas de reparación a las víctimas de la
represión estatal en los 70. Inserto en el boom de los best-sellers de coyuntura política, Operación Primicia
supera a Montoneros. Soldados de Massera por la inmediatez con la que conjuga en presente su relato
del pasado, dirigido a golpear la política de derechos humanos del kirchnerismo. En esa línea, el campo
historiográfico compartiría los mismos presupuestos románticos del discurso oficialista sobre el activismo
setentista:
“La mayoría de estas publicaciones se refiere a la represión ilegal de la dictadura con su secuela de miles de desaparecidos y
muertos (...) Creo que ese vacío se explica por la vigencia de un paradigma que establece una continuidad entre la dictadura
que terminó en 1973 y la dictadura que empezó en 1976 en el marco de una interpretación maniquea y binaria de los setenta,
según la cual los buenos, los jóvenes maravillosos que se habían convertido en la vanguardia de los sectores populares, tuvieron
que tomar las armas contra los malos, los militares y sus aliados del peronismo traidor, la burocracia sindical, la oligarquía
nativa y el imperialismo estadounidense (...) el paradigma sobre los setenta, que está en la base del discurso del kirchnerismo
y de sus aliados, orienta a la mayoría de los miembros de la comunidad de periodistas e historiadores interesados en esa época
crucial: es un criterio para seleccionar temas y enfoques; les marca, por ejemplo, que no vale la pena ocuparse de qué dijeron y
qué hicieron los jóvenes de Montoneros y del ERP durante los gobiernos constitucionales de Héctor Cámpora, Raúl Lastiri,
Juan Perón e Isabel Perón.”[24]
Al construir como antagonista a una historia y memoria oficiales, Reato ignora la magnitud y la
heterogeneidad de la producción académica sobre el pasado reciente. Pero lo importante de este gesto es la
práctica revisionista de generar un efecto de subalternidad, un “nosotros contra los de arriba” que tiende un
puente con el lector de a pie, receloso de las instituciones y de la reivindicación partidaria de la militancia
setentista. Para demostrar la parcialidad e incongruencia de la política de derechos humanos, en el libro se
despliegan dos operaciones convergentes: primero, la rehabilitación de las “otras víctimas”, en particular los
diez soldados conscriptos que cayeron en la defensa del regimiento. Segundo, la separación de la condición
de víctima del combatiente guerrillero, ya que para Reato “no es lo mismo un desaparecido que un muerto
en combate”.[25] Esta discriminación se relaciona al cobro de indemnizaciones durante la presidencia de
Carlos Saúl Menem por víctimas de la represión ilegal anteriores a 1976, y su posterior inclusión en los
listados de la CONADEP. Aunque el autor reclama que su tarea es periodística, y solo quiere “contar lo que
pasó”, la construcción de los personajes invierte el romanticismo atribuido a la militancia revolucionaria:
el jefe del operativo montonero, Raúl Clemente Yager, es frío y metódico por su formación de ingeniero
químico, mientras los soldados formoseños son minorizados de forma paternalista como pueblerinos, tiernos
y supersticiosos. Si Reato acierta cuando recuerda que la Operación Primicia “no fue una excursión de boy
scouts”[26], la reconstrucción del ataque no investiga en profundidad qué pasó con los guerrilleros que fueron
vistos con vida por última vez en el regimiento. Para el autor no hay evidencia de ejecuciones extrajudiciales,
mientras el parte de guerra montonero reproducido en el anexo documental del libro, denuncia que los
asaltantes heridos fueron rematados.[27] La ficcionalización de diálogos y situaciones, donde no queda claro
qué parte proviene de testimonios, del expediente judicial o de la imaginación del autor, genera la sospecha
de que aquí también pesó más el punto de vista del Estado represor.
La disociación entre la víctima y el combatiente guerrillero retrotrae el debate sobre las violaciones de
derechos humanos por parte del Estado a 1983, cuando estaba vigente el estigma del detenido-desaparecido
como subversivo y terrorista. El despojo del estatuto de víctima a los guerrilleros muertos, y la revisión del
número de víctimas de la represión ilegal, cubren con un halo de sospecha a los familiares que cobraron la
reparación ofrecida por el Estado. En consecuencia, la memoria del terror estatal se reduce a un problema
fiscal y monetario, que cala hondo en las ansiedades del público lector por la corrupción institucional. Esta
banalización de los traumas del pasado reciente preparó el terreno para la circulación masiva del discurso
negacionista a partir de 2016: aunque Reato admite que las violencias guerrilleras y estatales no fueron
simétricas, la afirmación parece un mantra en honor al consenso antitotalitario de la democracia consolidada
—cuyos orígenes se remontan a la condena de la “violencia de ultraderecha y ultraizquierda” del Nunca
más- antes que una guía heurística de su investigación. Operación Primicia termina siendo la historia de los
montoneros que dispararon sobre conscriptos desarmados, una lectura afín al sentido común histórico de
quienes cuestionan la existencia del terrorismo de Estado.
El libro de Sergio Bufano y Lucrecia Teixidó Perón y la Triple A. Las 20 advertencias a Montoneros, aborda
un problema sensible para la identidad política de importantes segmentos de la sociedad argentina: la
responsabilidad de Perón en la creación de las organizaciones armadas paraestatales que asesinaron a cerca
de dos mil personas antes de la última dictadura militar, la mayor parte militantes peronistas y de izquierda.
El propósito de la pareja de autores es demostrar que los escuadrones de la muerte empezaron a operar
en 1973, y que sus acciones se inscribieron en la dinámica de enfrentamientos internos del peronismo
gobernante. En pos de este objetivo, realizan una prolija reconstrucción de los atentados que protagonizó la
represión paraestatal, y cruzan esa secuencia con los discursos presidenciales que apuntaban a Montoneros y
la insurgencia armada. Esta metodología cuestiona el lugar común de señalar a José López Rega como único
vértice de la escalada represiva, pero al mismo tiempo reduce su espectro a la interna del justicialismo. En ese
sentido, los enfoques que optan por peronizar o desperonizar a la Triple A se chocan con el hecho de que
la represión paraestatal obedeció a lógicas tanto partidarias como estatales, que incluyó a grupos de choque
sindicales y estudiantiles, miembros de la Policía Federal, y militares en actividad.[28]
Los creadores de Perón y la Triple A tienen una trayectoria diferente a la recorrida por los autores
de Operación Primicia y Montoneros. Soldados de Massera. Bufano militó en las Fuerzas Argentinas de
Liberación, se exilió en México en 1977, y desde allí fue uno de los iniciadores de la revista Controversia,
que realizó una de las primeras autocríticas de la militancia revolucionaria setentista. Con la transición
democrática, el ex guerrillero se unió al Club de cultura socialista, un núcleo de intelectuales de
centroizquierda que se acercó al gobierno de Raúl Alfonsín. Hacia 2004 fundó junto a Gabriel Rot la revista
Lucha armada en la Argentina, que contribuyó en esos años al boom de memorias, historias y ensayos
sobre la guerrilla argentina. Lucrecia Teixidó es Licenciada en Ciencias Políticas, y junto a Bufano integra
actualmente la Mesa de Discusión sobre Derechos Humanos, Democracia y Sociedad, que intenta proponer
una agenda propia en el debate sobre los derechos humanos a partir de figuras como Graciela Fernández
Meijide, Hugo Vezzetti, Hilda Sábato y Claudia Hilb. La pertenencia a estas redes permiten incluir a ambos
autores en la generación del progresismo intelectual, corriente que —en sus variantes socialdemócratas o
nacional-populares— animó el debate de ideas en la Argentina de los últimos cuarenta años. Una porción
importante de estos intelectuales, entre los que se incluyen Bufano y Teixidós, se identifican con la estrategia
democrática de 1983, que con el correr de los años, derivó en un “ochentismo” conservador de los principios
de la transición democrática.[29] El progresismo intelectual dejo su marca en la agenda de problemas que
construyó la historia reciente, que más allá de sus variantes y miradas particulares, comparte la pertenencia
a una genérica cultura progresista.[30]
Aunque pertenecen a universos culturales distintos, es posible detectar vasos comunicantes entre el
revisionismo conservador y algunos exponentes del progresismo intelectual. Aparte de lo anecdótico de la
inclusión de Ceferino Reato entre los agradecimientos del libro, un denominador común de Perón y la Triple
A y Operación Primicia es la idea de tragedia como clave interpretativa de los años 70.[31] Si para Reato el
asalto al Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa fue un hecho trágico que anticipó la tragedia a
gran escala de la dictadura militar, Bufano y Teixidós ensayan una tautología similar:
“Lo que había comenzado con una tragedia el 20 de junio de 1973, terminaba con otra tragedia: la muerte de Juan Domingo
Perón, un hombre crucial en la historia argentina. Pero su heredero no era el pueblo, tal como anunció. Tampoco una
democracia afianzada, ni instituciones sólidas, ni un Partido Justicialista organizado, ni una cultura política basada en el
diálogo y la tolerancia. Nada de eso. Lo que legó al morir fue un país sumido en la violencia, con un Estado en manos de
bandas armadas, con una Presidenta torpe, incapaz y manipulable, con miles de extranjeros perseguidos que habían buscado
refugio en un presunto oasis democrático.”[32]
Uno de los elementos más conocidos del género trágico es el determinismo: hay un destino inamovible
que la voluntad del héroe no puede torcer, y cuyo desafío puede llevar a la muerte o la locura. Si las
exigencias de los autores al último Perón remiten al paradigma democrático nacido en 1983 -las apelaciones
a la democracia, la gobernabilidad, el diálogo y la tolerancia son ejes de la remozada agenda progresista
ochentista-, los Montoneros son sujetos a la misma grilla ético-política, y retratados con atributos negativos.
El más recurrente es la desmesura, que aparece como el reverso de los valores democráticos:
“Las decisiones adoptadas en el encuentro con los gobernadores y la orden pronunciada por el jefe del justicialismo rompieron
los ya frágiles mecanismos institucionales que podían servir de freno. La violencia siguió y se intensificó. En ese proceso de
represión influía una cultura política permeable a la desmesura y a la transgresión de las normas. Muchos años de golpes
militares y proscripciones, y en consecuencia la falta de uso, familiaridad, respeto y ejercicio práctico de los recursos y
poderes institucionales que ofrece un régimen democrático, facilitaban y posibilitaban un modo de hacer política y de dirimir
conflictos más relacionado con la acción directa que con el diálogo y los acuerdos. Los partidos políticos opositores carecían de
la fuerza o no tenían la suficiente convicción para mediar y procesar las diferencias de manera pacífica. Todo se resolvía sin más
intermediación que las bombas, los tiros y el discurso acusador y descalificador. La lógica de amigo-enemigo permeaba toda
la vida política en la Argentina, atravesada y contaminada por las contradicciones internas del movimiento peronista.”[33]
La desmesura como pasión exagerada también es una figura de la tragedia griega, que se opone a la
moderación, y tiene como predicado a los héroes enceguecidos por los dioses.[34] Este rasgo, compartido por
el montonerismo, la derecha peronista, la guerrilla marxista y el propio Perón, atravesaba la cultura política
argentina de aquellos tiempos. En el mejor de los casos, los militantes de la guerrilla peronista serían héroes
equivocados que habían desafiado las normas. Por eso, la lectura que hace Perón y la Triple A de Montoneros
señala de manera prescriptiva los errores que cometió la organización armada, antes que reflexionar sobre
las condiciones que orientaban sus decisiones en el universo cultural setentista. El análisis de la ola de
ocupaciones y la política montonera que acompañó la asunción presidencial de Héctor Cámpora el 25 de
mayo de 1973, es un buen ejemplo:
“Montoneros participó activamente en ese caos de ocupaciones y contribuyó a generar recelo y temor mediante una política
desconcertante no solo para los gremialistas, sino para la sociedad en su conjunto, incapaz de entender sus propósitos. A
pesar de su declaración de silenciar las armas, el 4 de abril asesinó al coronel Héctor Alberto Iribarren, jefe del Servicio
de Informaciones del III Cuerpo de Ejército (...) Esa torpeza política se puso de manifiesto una vez más cuando el 18 de
ese mismo mes el dirigente de la JP Rodolfo Galimberti propuso la creación de milicias populares. Suponer que Perón, un
hombre formado en las Fuerzas Armadas, militar por vocación, que estaba recuperando la jefatura política de la Nación,
podía remotamente autorizar la formación de un cuerpo ajeno al ámbito militar, era una ingenuidad o una provocación. Que
Montoneros, reivindicándose peronistas, mataran a un oficial en Córdoba y propiciaran milicias armadas era un despropósito
que perjudicaba cualquier estrategia política.”[35]
En este pasaje los Montoneros se caracterizan por su torpeza, su ingenuidad y el despropósito de sus
decisiones, en suma, por carecer de una racionalidad política. El argumento de Bufano y Teixidós, es que
la guerrilla no comprendió la transición democrática y continuó con las acciones armadas, que se volvieron
incomprensibles para la mayor parte de la sociedad. El problema de esta afirmación es que mide la toma de
decisiones con los parámetros del paradigma democrático ochentista: la gente común condenaba el asesinato
de José Ignacio Rucci porque “había votado por la paz”, mientras el asalto del ERP a la guarnición militar de
Azul ignoraba la legitimidad de un gobierno que “había sido elegido pocos meses atrás con un alud de votos
nunca visto en la historia argentina”.[36] Si se piensan las acciones en situación y se reconstruye su contexto, es
necesario matizar el razonamiento: Montoneros se había acostumbrado a operar militarmente en dictadura
y con Perón en el exilio, a partir de acciones armadas que les habían aportado un importante capital político.
Algo parecido ocurrió con la guerrilla de Mario Roberto Santucho, cuya estructura volvió a crecer desde 1973,
en paralelo al progreso de sus operativos.[37]
¿A qué lector apunta un libro como Perón y la Triple A? El título es atractivo para aquella parte del público
antiperonista interesada en confirmar que el movimiento justicialista siempre ha sido una corriente política
de derecha. No obstante, como sostiene en una entrevista brindada al diario La Nación, a Bufano parece
importarle más convencer a un hipotético joven que mira a la guerrilla de los 70 con simpatía retrospectiva
por “el heroísmo, el desprecio por la vida, el morir por la revolución y por ideales superiores. Eso nos
preocupaba, primero, porque no es cierto y, segundo, porque no es un buen ejemplo”.[38] En este sentido,
la obra se diferencia de los textos reseñados más arriba, ya que adhiere sin variaciones a las nociones de
memoria, democracia y derechos humanos forjadas por el paradigma democrático ochentista, es guardiana
de una ortodoxia progresista antes que una revisión conservadora del pasado reciente. Pero al mismo tiempo,
funciona como una intervención crítica frente a la memoria oficial del kirchnerismo, que reivindicó la
militancia revolucionaria de la década del 70.
Consideraciones finales
En un sugerente trabajo sobre historia, best-sellers y política, Pablo Semán argumenta que “resulta necesario
historizar a los historiadores masivos y a sus lectores en relación con las formas de imaginación social”.[39]
Haciendo propia esa intención, este trabajo incorporó como objeto a la producción de sentido común
histórico sobre Montoneros en los últimos diez años. A partir de la crisis madurada entre fines de 2001 y
comienzos de 2002, el mercado del libro dio lugar a una “historia de masas”, con títulos como Los mitos
de la historia argentina de Felipe Pigna o Argentinos, de Jorge Lanata, que respondieron a una demanda de
explicaciones sobre el orígen de los problemas estructurales del país. La reivindicación de los revolucionarios
setentistas realizada por los primeros gobiernos kirchneristas, en sintonía con el giro militante de las
memorias de los años 90, generó como reacción la emergencia de un revisionismo conservador, que tendió a
nivelar el accionar de las organizaciones guerrilleras con el terror ejercido por la dictadura militar. La cercanía
a los medios de comunicación de autores como Ceferino Reato, Juan Bautista Yofre y Carlos Manfroni, la
acción de las grandes editoriales, y la demanda del público, convirtieron a esta corriente en una historia de
masas.
Junto a la curiosidad sobre el pasado y la búsqueda de respuestas a la decadencia argentina, el lector de
la historia de masas usa a sus libros como una caja de herramientas para justificar posiciones políticas e
ideológicas que se conjugan en presente. Si toda historia es historia contemporánea, las historias de masas
reseñadas en este texto, ignoran o debilitan las mediaciones críticas del saber histórico, que se sustituyen por
analogías entre el pasado y el presente (Manfroni y Reato), o bien juzgan a los 70 desde el anacronismo de un
horizonte ético-político construido sobre sus ruinas en los 80 (Bufano). La denigración de Montoneros que
se menciona al comienzo del texto, cobra sentido en esta imaginación histórica marcada por la repetición.
Cada vez que se demoniza a la guerrilla peronista por su pasado violento, antidemocrático o izquierdista, se
presiona un nervio sensible de la actualidad política, al confirmar que los montoneros de ayer y de hoy siempre
estuvieron contra el libre mercado, las instituciones republicanas y los derechos humanos. La sensibilidad
antimontonera, entonces, se ha plegado a un discurso conservador que incluye a la guerrilla como un capítulo
del gran relato decadentista del pasado nacional, parte del equívoco histórico de un peronismo que habría
desviado a la Argentina de su destino de grandeza, identificado con la república oligárquica y el modelo
agroexportador. Visto así, Montoneros reúne dos maldiciones: la anomia de la violencia política como trama
inversa de la democracia restaurada en 1983, y la anomia del peronismo como desviación autoritaria y plebeya
de la Argentina liberal.
Los primeros dos libros que hemos reseñado pueden ser definidas como parte del revisionismo
conservador. Montoneros. Soldados de Massera es receptivo a aquella expresión del positivismo popular que
exige hechos y datos duros carentes de sesgo ideológico. A contramano de esta demanda, la investigación
acumula evidencias de acuerdo a los tópicos más doctrinarios del discurso conspiracionista, y considera a
Montoneros como peones de una trama secreta global. En la cosmovisión de Manfroni, el dinero mueve al
mundo, de allí la importancia en el texto de las finanzas montoneras, las ambiciones del almirante Massera,
y los negocios de la logia Propaganda Due. La relación entre economía y deseo, atractiva para los lectores
interesados por la corrupción y los excesos del poder, también aparece en Operación Primicia de Ceferino
Reato, que denuncia el cobro de indemnizaciones del Estado por parte de ex guerrilleros muertos en combate.
Este trabajo es un caso testigo de aquella historia de masas donde el pasado y el presente se solapan; la
reconstrucción del operativo montonero en Formosa carga las culpas sobre la organización armada de la
ruptura del orden democrático, mientras que la rehabilitación de los conscriptos asesinados es un tiro por
elevación a las políticas de derechos humanos implementadas por gobiernos peronistas. En cambio, Perón y
la Triple A puede ser visto como un trabajo que ocupa un lugar intermedio entre el revisionismo conservador,
y las historias más empáticas con Montoneros y la lucha armada. Bufano coincide con Reato en señalar a
la guerrilla como parte de la trágica y desmesurada “espiral de violencia” que llevó al golpe de 1976, pero
se diferencia del revisionismo conservador porque adhiere al progresismo intelectual anclado al paradigma
democrático ochentista. Bufano retrata a los montoneros como un grupo de militantes ingenuos y vacilantes
que ignoraron las advertencias de Perón, encuadre que no supera el horizonte historiográfico legado por
Richard Gillespie en los años 80, a pesar de la multiplicación de monografías sobre la “M” en las décadas
siguientes.
La guerrilla argentina sigue siendo un hecho maldito de la historia reciente para la opinión pública. La
“monstruosidad” de Montoneros, que se había relajado con el giro militante de la memoria noventista,
retornó con fuerza en el contexto de amplificación del discurso negacionista por los grandes medios de
comunicación. Sin pretender hacer mayores precisiones de un fenómeno muy reciente, puede ser útil
ensayar algunas ideas sobre las diferencias entre negacionismo y revisionismo. El primero es una posición
político-ideológica, una memoria que opera con argumentos similares a quienes relativizan el genocidio de
la población judía europea. El segundo es una operación no menos ideológica, pero mediada por prácticas
de investigación, que revisan y estigmatizan el papel de la guerrilla en los años 70. Las fronteras entre uno
y otro son difusas, pero esto ocurre también porque el significante negacionismo es empleado por varios de
sus usuarios como una etiqueta política e ideológica, una mancha de desprestigio que distingue amigos de
enemigos. La banalización del pasado reciente corre el riesgo de romper el duradero consenso democrático
fundado en los años 80, ya que se corrieron los márgenes de lo decible bajo ese paradigma. La reivindicación
abierta de la última dictadura militar en las redes sociales, las performances golpistas en manifestaciones
contra el aborto, y la instalación del revisionismo conservador como una forma respetable de juzgar la historia
reciente, hacen pensar que, como decía Walter Benjamin en su sexta tesis de Filosofía de la Historia, tampoco
los muertos estarán seguros cuando el enemigo venza.
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Notas
[1] De la Calle, E., “Montoneros en la memoria: entrevista a Ernesto Salas”. Agencia Paco Urondo, 2 de septiembre de 2020. URL:
https://www.agenciapacourondo.com.ar/relampagos/montoneros-en-la-memoria-entrevista-ernesto-salas
[2] Minutella, E., “El antiprogresismo y la idea de decadencia”. El Diario AR, 12 de enero de 2021. URL: https://www.eldiarioa
r.com/opinion/antiprogresismo-idea-decadencia_129_6741261.html.
[3] El reclamo por la “memoria completa”, opuesta a una memoria oficial que sería favorable a la guerrilla de los años 70, se remonta
al 24 de mayo de 2006, cuando se realizó un acto en la Plaza San Martín convocado por la Comisión de Homenaje Permanente
a los Muertos por la Subversión. Entre las organizaciones patrocinadoras se encontraban la Unión de Promociones, la Asociación
Unidad Argentina (AUNAR) y Argentinos por la Memoria Completa.
[4] Para la historia de Montoneros, v. Gillespie, R. (1998). Soldados de Perón. Los Montoneros. Grijalbo; Lanusse, L. (2003).
Montoneros. El mito de sus doce fundadores. Vergara; Salcedo, J.(2011). Los montoneros del barrio. EDUNTREF; Grammatico, K.
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revolucionaria. En El Atlas del peronismo. Historia de una pasión argentina (74-79). Capital intelectual/Le Monde diplomatique.
[5] Crenzel, E. (2008). La historia política del Nunca Más. La memoria de las desapariciones en la Argentina. Siglo XXI; Montero,
A. S. (2011). ¡Y al final un día volvimos! Los usos de la memoria en el discurso kirchnerista (2003-2007). Prometeo; Ohanian, B.
(2011). Una aproximación a la construcción de las memorias como objeto de investigación [Ponencia]- IX Jornadas de Sociología.
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
[6] Franco, M. y Lvovich, D. (2017, segundo semestre). Historia reciente: apuntes sobre un campo de investigación en expansión”.
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, (47), 190-217.
[7] Saferstein, E. (2013). La cocina del ‘best-seller’ político: producción y circulación de géneros editoriales sobre la coyuntura socio-
política Argentina (2001-2011) [Tesis de Maestría no publicada]. IDAES-UNSAM, pp. 34-67.
[8] Campos, E. (noviembre 2016-marzo 2017. Ampliación del campo de batalla. Los debates sobre las violencias del siglo XX en
dos ensayos sobre la guerrilla argentina. Afuera. Estudios de crítica cultural. (17/19), 1-12.
[9] Traverso, E. (2011). El pasado. Instrucciones de uso. Buenos Aires, Prometeo, 101-110.
[10] Groppo, B. (s.f.). Revisionismo histórico y cambio de paradigmas en Italia y Alemania. Políticas de la memoria, (4), CEDINCI,
pág. 58.
[12] La tipología del discurso conspiracionista que aparece en este apartado proviene del trabajo de Taïeb, E. (2010). Logiques
politiques du conspirationnisme. Sociologie et sociétés, (42), 265-289.
[13] Manfroni, C. (2012). Montoneros. Soldados de Massera. La verdad sobre la contraofensiva montonera y la logia que diseñó los
70. Sudamericana, pág. 5.
[14] Manfroni, C., op. cit, pp. 35-44. El único testimonio de primera mano de un ex montonero que presenta el autor es de Luis
Labraña, una voz sobrerrepresentada en Soldados de Massera y en Volver a matar, de Juan Bautista Yofre, con el fin de reforzar la
credibilidad del revisionismo conservador a través de un “informante nativo”, que en realidad comparte sus mismas opiniones sobre
la guerrilla de los 70. Labraña ha participado en charlas asociadas a espacios de derecha, y se hizo conocido por sus declaraciones
sobre el número de desaparecidos de la dictadura militar, v. “Un ex militante de Montoneros dijo que él inventó la cifra de 30 mil
desaparecidos”, Perfil, 22 de diciembre de 2014.
[15] Piglia, R. (2002). Teoría del complot. Ramona. Revista de artes visuales (23), 4-15.
[16] Manfroni, C., op. cit., pp. 79-81. Para una crítica a las teorías conspirativas del secuestro de Aramburu, v. Salas, E., (2005). El
falso enigma del caso Aramburu. Lucha armada en la Argentina, (2), 62-71.
[17] Vezzetti, H. (2009). Sobre la violencia revolucionaria. Memorias y olvidos. Siglo XXI, pág. 159.
[19] Heredia, M. (2004). El proceso como bisagra. Emergencia y consolidación del liberalismo tecnocrático: FIEL, FM y CEMA.
En A. Pucciarelli (coord.). Empresarios, tecnócratas y militares. La trama corporativa de la última dictadura. Siglo XXI.
[20] Reato, C. (2010). Operación Primicia. El ataque de Montoneros que provocó el golpe de 1976. Sudamericana, pp. 3-6.
[22] Ragendorfer, R. (s/f.). “Cuando el poder pasó de la Casa Rosada al Edificio Libertador”, y Ratti, C. (s/f.). “La verdad sobre
el golpe”.
[27] Reato, C., op. cit., pág. 319. Si el parte de guerra puede ser considerado como una fuente objetable por su interés político, y por
haber sido publicada al día siguiente de los acontecimientos, existieron varios casos de ejecuciones extrajudiciales como represalia a
operativos guerrilleros, que dan cuenta de una conducta sistemática: la Masacre de Trelew en agosto de 1972, la Masacre de Capilla
del Rosario en agosto de 1974, y el operativo del PRT-ERP en Monte Chingolo ya mencionado en diciembre de 1975.
[28] Franco, M. (2012). Un enemigo para la nación: orden interno, violencia y "subversión", 1973-1976. Fondo de Cultura
Económica. Para ver un enfoque opuesto al de Bufano, que exculpa a Perón de los crímenes de la Triple A y minimiza las dinámicas
partidarias en los escuadrones de la muerte, v. Duzdevich, A., Raffoul, N. y Beltramini, R. (2015). La lealtad: los montoneros que
se quedaron con Perón. Sudamericana.
[29] Oberti, A. y Pittaluga, R. (2013). Memorias en montaje. Escrituras de la militancia y pensamientos sobre la historia. María
Muratore ediciones; Starcembaum, M. (2013). Qué hacemos hoy con los 70. Una respuesta a Claudia Hilb. Sociohistórica, (31),
1-10.
[30] Para Omar Acha, 1983 es el signo histórico del progresismo intelectual, donde “sus fracciones se atoraron en los dilemas de una
encrucijada común”. Sus palabras clave son democracia, derechos humanos, Estado, equidad, institucionalidad, distribución del
ingreso, gobernabilidad, estado de derecho, movilidad social, memoria y libertad de prensa. Cfr. Acha, O. (2012). El progresismo
intelectual argentino. En O. Acha. Un revisionismo histórico de izquierda y otros ensayos de política intelectual (pp.19-35).
Herramienta.
[31] Reato, C., op. cit., pp. 9, 160-161, 306. La noción de tragedia no aparece en Montoneros. Soldados de Massera, cuyo autor
tiene una mirada más cínica del proceso histórico, que aparece determinado por las lógicas conspirativas y el enriquecimiento ilícito.
[32] Bufano, S. y Teixidó, L. (2015) Perón y la Triple A. Las 20 advertencias a Montoneros. Sudamericana, pág. 210, y pp. 33, 207,
208-210.
[33] Bufano, S. y Teixidós, L., op. cit., pp. 22, 96, 127, 131, 135.
[34] Rodriguez Adrados, F. (1993). La democracia ateniense. Alianza, pp. 56-68. El concepto de la violencia guerrillera como
desmesurada o excesiva aparece en otros referentes del progresismo intelectual, v. Vezzetti, H. (s.f.). “Se habla tanto más del pasado
de la memoria cuando más difícil es hablar del futuro”, URL: https://www.lmneuquen.com/hugo-vezzetti-se-habla-tanto-mas-d
el-pasado-la-memoria-cuando-mas-dificil-es-hablar-del-futuro-n113261; Hilb, Claudia (2013). Usos del pasado. Qué hacemos hoy
con los setenta. Siglo XXI y Leis, H. (2013) Un testamento de los años 70: terrorismo, política y verdad en la Argentina. Katz editores.
[36] Bufano, S. y Teixidós,L, op. cit., pág. 80, 131, 133, 149-150.
[37] Pozzi, P. (2004). Por las sendas argentinas…El PRT-ERP, la guerrilla marxista. Imago Mundi, pp. 25-26.
[38] Pikielny, A. (14 de junio de 2015). Entrevista con Sergio Bufano, “Los grupos armados no escuchamos el llamado a la paz
de la sociedad”. La Nación. URL: https://www.lanacion.com.ar/opinion/los-grupos-armados-no-escuchamos-el-llamado-a-la-pa
z-de-la-sociedad-nid1801202/.
[39] Semán, P. (2006). Historia, best-sellers y política. En Bajo continuo, exploraciones descentradas sobre cultura popular y masiva
(pp.77-11). Gorla.