Los Celos

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LOS CELOS

¿Qué son los celos?


Se trata de una de las emociones más naturales y esenciales, y a la vez, más oscuras,
dañinas e incómodas que experimentamos los seres humanos. Registro de ello es su
aparición en innumerables relatos de la mitología griega o la Biblia, lo que significa que la
celosía no es un mero mal de la modernidad sino uno de los elementos constitutivos de la
psiquis desde que el hombre es hombre.
En principio, debemos marcar la diferencia que existe entre los celos y la envidia. Esta
última implica una relación dual. ¿Qué significa esto? Que hace referencia al vínculo que
establecen dos personas en el cual una de ellas desea tener lo que la otra tiene. Lo
primordial es que no lo quiere por el valor del objeto sino porque le “molesta” que lo
tenga otro. Esto se observa muy frecuentemente entre los niños. A pesar de que a
nuestros dos sobrinos varones les compremos el mismo auto de carreras de juguete, del
mismo color y con los mismos accesorios, es muy probable que, al abrir el regalo, alguno
de los dos quiera el de su hermano. Por más que pasemos horas explicándole que son
exactamente iguales, es seguro que la respuesta del niño será: “No me importa. Yo quiero
ese”. Se trata, entonces, de una relación independiente del objeto de disputa, ya que lo que
el envidioso no quiere es que otro lo tenga, nada más. Este es un modo muy destructivo
de relacionarse.
En cambio, los celos están definidos como una relación triangular. El temor que siente un
celoso es que una persona a la cual quiere mucho le dé a algún otro lo que sólo
debería darle a él. No sucede como en la envidia, en el que el otro se guarda el chocolate
para sí, sino que se lo va a dar a otro en vez de dármelo a mí. Aquí comienzan a merodear
en la cabeza del celoso afirmaciones como “se lo da al otro porque lo quiere más que a
mí… y lo quiere más porque seguramente es mejor que yo, vale más que yo”. Es claro que,
en este tipo de personalidades, juegan un papel muy importante la inseguridad y la
baja autoestima.
Si bien en la antigüedad se logró establecer que los celos eran producto de la acción de
deidades o entidades sobrenaturales e ilógicas, hoy sabemos que la responsabilidad es
enteramente nuestra. Los especialistas coinciden en que se trata de una respuesta
emocional inherente a la naturaleza del ser humano. Y tanto en hombres como en
mujeres ocurre de la misma manera y aparejado a una cuestión muy sencilla: proteger lo
que se quiere.
Las personas apreciamos, queremos y amamos nuestras pertenencias, nuestros puestos
de trabajo, a nuestros amigos, a nuestra pareja, etcétera. Cuando se vislumbra la mera
idea o posibilidad de perder algún vínculo o peligra su existencia, afloran los celos. Pero
no siempre se trata de sentimientos del mismo tipo. Asociados a la relación de pareja,
existen los celos reactivos, que son respuestas negativas frente a la infidelidad –real o
imaginada–de nuestro ser amado. Por otra parte, están los celos ansiosos, en los cuales la
persona imagina al otro con un tercero. En estos casos, la mente del celoso comienza a
generar una y otra vez imágenes del engaño, palpables y que generan una ira y dolor
irrefrenables. Estos dos casos, tan expresados e infinitamente repetidos por novelas,
programas de televisión y películas, refieren a celos que se experimentan como
emociones negativas cuando la infidelidad ya ocurrió, e implican miedo, sospecha,
desconfianza, ansiedad y rabia.
No obstante, la psicología evolutiva reconoce otro tipo de celos, los preventivos. En ellos,
la persona se pone celosa en forma anticipada ante la aparición de un tercero que muestre
algún signo de interés en su pareja. Los celos se disparan frente a alguna característica en
particular de ese “extraño” que llegó –para el celoso– a la relación. Es su rival. En este
punto, hay que señalar que no todas las personas sienten celos de los mismos rivales, es
decir, no cualquiera constituye una amenaza para la estabilidad de nuestra pareja. Los
expertos han notado diferencias muy marcadas en los géneros, etnias y edades en lo que
respecta a quien uno imagina como contrincante, como “enemigo” a la hora de disputar al
sujeto amado. Detengámonos a pensar un segundo: ¿qué nos parece que debería tener un
tercero que desee a nuestra pareja para que nos pongamos celosos? ¿Tiene que ser
atractivo, carismático, tener un buen pasar económico, ser buen amante, simpático,
poderoso, seductor o bien parecido? ¿Nos importa más el físico o sus características
psicológicas? Las respuestas a estas preguntas pueden ser tan variadas como personas
contesten, aunque es posible marcar ciertos patrones comunes.
Para los especialistas, las mujeres suelen sentirse más amenazadas ante la aparición de
alguien con un fuerte atractivo físico y poder de seducción, mientras que los hombres,
ante un individuo con dinero, poder y/o ubicado en la cima del estatus social. Las
universidades de Groningen (Países Bajos), Valencia (España) y Palermo (Argentina)
realizaron en conjunto una serie de investigaciones acerca de si las características del rival
que provoca celos dentro de una pareja es la misma en los distintos países del globo. La
idea no fue buscar las diferencias en función de la cultura sino los componentes humanos
universales; también incluyeron la premisa de que estos rasgos del “enemigo” varían de
acuerdo al género además de a la nacionalidad.
Así, el grupo de investigadores de Holanda logró identificar cinco características básicas
de los rivales que provocan celos: el atractivo físico, la dominancia social –también
llamada “poder”–, la dominancia física, el estatus social y las conductas seductoras. En
general, los varones holandeses respondieron verse amenazados cuando el tercero en
cuestión tiene más estatus social y mayor dominancia social y/o física. En cambio, las
mujeres de los Países Bajos aseguraron que experimentan celos cuando se enfrentan a
una contrincante que tiene un mayor atractivo físico y, en segundo lugar, un
comportamiento seductor.
Por su parte, los equipos de las universidades de Valencia y Palermo intentaron confirmar
estos mismos hallazgos en la población latina, dada la marcada diferencia entre
holandeses e iberoamericanos. Tanto en la ciudad española como en Buenos Aires
pudieron constatar que los rasgos que debe tener el contrincante en un triángulo amoroso
se relacionan con dos características psicológicas, dominancia social y estatus en la
comunidad, y con dos físicas, dominancia y atractivo. Si bien lo que se concluyó es
relativamente similar a lo que sucedió en Países Bajos, encontraron algunas diferencias.
Por ejemplo, los varones argentinos y españoles se sienten amenazados cuando su rival
tiene mayor poder y dominancia social y, al mismo tiempo, su personalidad es afable,
carismática e irradia buen trato. Estas últimas no aparecieron como características
importantes para los hombres holandeses. En cambio, las mujeres argentinas y españolas
se preocuparon cuando la tercera en discordia era físicamente atractiva y, al igual que
ellos, era más afable, cariñosa y de mejor trato, rasgos tampoco presentes en la rival
modelo de las holandesas.
Los estudiosos llegaron a la conclusión de que existen características universales que
provocan celos en ambos géneros, pero que las diferencias aparecen cuando entra en
juego el contexto sociocultural en el que las personas están inmersas. Se podría hacer
referencia aquí a culturas afectivamente más “frías” o más “calientes”. Los latinos, como
representantes de estas últimas, privilegiamos el sentido del humor, la sensibilidad
interpersonal, el poder escuchar y el ser atento, rasgos menos comunes en culturas de
otras latitudes.
Podría parecer extraño que aparezcan siempre las mismas características en sociedades y
escenarios tan diversos, pero no lo es tanto. Esto se debe a que la psicología, en su rama
evolucionista, asegura que los celos no tienen que ver con una adquisición cultural en
forma estricta, sino que se trata de mecanismos que fueron exitosos en relaciones
interpersonales de nuestros antepasados. Si hoy somos celosos es porque en el pasado
ancestral los celos ayudaron a mantener a las parejas unidas y, al mismo tiempo, porque
las personas, de un modo u otro, siempre fueron infieles.
Los celos preventivos actúan como estrategia previa para mantener la cohesión de la
relación y evitar una posible infidelidad y, en el peor de los casos, el alejamiento de la
persona amada. Hablamos de sentimientos que ya no son básicos sino emociones mucho
más complejas, un entramado de motivaciones y estrategias que utilizamos para
conservar la estabilidad dentro de nuestra pareja.
Otros datos que han dejado distintos estudios señalan que cuando dentro de un vínculo se
produce una infidelidad que implica haber mantenido relaciones sexuales con un tercero,
la respuesta que irrumpe es celos en mayor grado, sumados a sentimientos como rabia,
ira, etcétera. En cambio, cuando el engaño fue de tipo psíquico o espiritual, los celos
tienen menos fuerza y son menos nocivos. También desde la neurociencia aseguran que
ellas son más celosas que ellos.
Entonces, debemos tener en claro que cuando nos sentimos celosos afloran muchos
sentimientos negativos, pero el mero hecho de que nos ocurra no es más que un modo
que los seres humanos desarrollamos con los siglos para adaptarnos a la vida en pareja.

Teoría del Apego


La llamada Teoría del Apego fue formulada por John Bowlby desde el psicoanálisis. En
ella afirma que, desde el momento mismo en el que nacemos, establecemos con nuestros
padres o cuidadores –aunque especialmente con aquella persona que ocupa el rol de
madre– un vínculo emocional que nos proporciona la seguridad indispensable para el
desarrollo saludable de nuestra personalidad. La seguridad, ansiedad o temor de un niño
estarían, según esta teoría, estrechamente ligados a la accesibilidad y capacidad de
respuesta de su principal figura de afecto, que es con quien establece el apego. La imagen
más contundente de esta relación es la de una madre amamantando a su bebé.
Según esta teoría, los componentes conductuales, cognitivos y afectivos de esta relación
primaria permiten construir modelos internos activos de los otros y de nosotros mismos,
sobre la base de los cuales vamos a desenvolvernos el resto de nuestra vida.
El apego puede ser seguro, cuando hay una ansiedad de separación y un alivio con el
reencuentro; ansioso-evitativo, cuando se observa poca ansiedad con la partida del ser
amado y un claro desinterés en la reunión; ansioso-ambivalente si la ansiedad de
separación no se alivia con el reencuentro; o desorganizado, cuando la reunión provoca
reacciones extrañas.
Si bien la figura central con la que se establece el apego es la madre, los especialistas se
atreven a postular que, cuando en la adultez una persona siente que el ser amado, su
pareja, le ha sido quitado o está en peligro de serlo por un tercero, los celos que afloran no
son más que un resabio del apego neonatal. Los celosos, entonces, serían individuos con
una fuerte tendencia a mantener una figura de apego durante toda su vida, esa que lo
proteja afectivamente, más allá de llevarle el pan a la mesa. La madre, figura de apego
inicial, es sustituida por otra persona: nuestra pareja.
Entonces, los celos no sólo serían un sentimiento presente en todo ser humano, sino
también una reacción de ansiedad ante la posible pérdida de nuestra necesaria figura de
apego, la que nos brindaría la seguridad psicológica. Esta puede experimentarse a nivel
inconsciente, así que es posible este vínculo aún en relaciones controvertidas.

El celoso, ¿un inmaduro?


Los celos son elementos comunes a todas las relaciones amorosas. La ilusión de que
todos tenemos de ser “únicos y extraordinarios en el mundo” se esfuma cuando,
tímidamente, asoma un tercero. La mera idea de volver a estar solo provoca tal angustia al
celoso que exacerba el miedo de perder a la persona amada. Para entender un poco más
cómo funciona la mentalidad del celoso, es necesario recurrir al esquema de desarrollo de
una relación madura. Este consta de tres momentos: enamoramiento, desilusión y
aceptación de la realidad.
En el primer momento, el amado es alguien maravilloso, no tiene defectos, nadie es
mejor. Está terriblemente idealizado, casi endiosado. El amado se ve engrandecido, en
tanto que nosotros, los enamorados, nos vamos empequeñeciendo, hasta el punto de no
poder entender cómo alguien tan perfecto se ha fijado en nosotros.
Luego, comenzamos a percibir algunas imperfecciones. Vemos que ante determinadas
situaciones su carácter no es el mejor, que en algunas cosas se equivoca; y esos rasgos,
que ya estaban presentes pero el estado de enamoramiento los tenía ocultos, nos
producen pena y desilusión. Y así como en el primer momento queríamos unirnos al otro
“para toda la vida”, es en este segundo en el que probablemente deseemos que se vaya
para siempre.
Los psicólogos afirman que ambos momentos, el enamoramiento y la desilusión, son
falaces. El amor verdadero aparecería en una tercera etapa, en la cual vemos al otro como
realmente es. Ni tan idealizado, ni tan degradado. Disfrutamos de sus virtudes y
aceptamos sus faltas. Recién ahí podemos hablar de un amor maduro con posibilidades de
realizarse en el tiempo.
Recordado este punto, podemos decir que en las personalidades celosas pareciera
que el amor jamás llega a convertirse en un amor maduro: más bien se queda en la
fase de enamoramiento. El otro siempre permanece en un lugar de idealización.
Prevalecen afirmaciones como “el otro es el que vale, no yo” y “está conmigo porque
es maravilloso/a, no porque yo me lo merezca”. Todos sentimos celos, pero no todos
somos celosos.

El comportamiento de los celosos


Muy frecuentemente, las personas que mantienen una relación con un celoso intentan
justificar su reacción: “Lo hace porque me ama”, “se preocupa mucho por mí y no quiere
que nada me suceda” o “prefiere conocer a mis amigos y colegas porque teme que alguno
sea medio loco, con todo lo que pasa hoy en día en la calle” son algunas de las frases
utilizadas por el ser amado-controlado ante la pregunta de los demás. Quiere, por todos
los medios, disfrazar este rasgo, incluso para sí mismo. En otras palabras, convencer y
autoconvencerse de que no hay nada raro en el comportamiento de su pareja ni en la
relación.
No obstante, podemos señalar algunas actitudes comunes a las personas celosas,
para que tanto nuestro entorno como nosotros podamos identificarlas:
■ Para el celoso, todos son potenciales peligros. No porque vayan a “robarle” lo
que le pertenece –como sucede con los posesivos, que es una patología
diferente–, sino porque son mejores que él. Entonces, para él, la persona que
está a su lado, tarde o temprano, va a darse cuenta de esta situación y a quedarse
con otro.
■ Opina que el otro es “ingenuo” y que cualquiera lo puede engañar.
■ No le agrada que su pareja salga sola, con amigos o con compañeros de trabajo.
■ Si el celoso es hombre, no le gusta que ella vista ropa provocativa, o solamente
la deja llevarla cuando sale con él. En el caso de la mujer celosa, que su pareja se
arregle en demasía para ir a trabajar también le produce angustia.
■ El celoso sólo quiere al otro para sí.
■ Es frecuente que, tanto en el interior del hogar como en lugares públicos, arme
escenas de celos.
■ Es muy quisquilloso.
■ Sus gestos se van acentuando en su disconformidad.
■ Cree saber más de su pareja que ella misma.
■ Necesita demostrarle al otro su amor incondicional. Es por ello que, a veces,
adopta una actitud servil. “¿Qué deseas?”; “¿Te llevo con el auto?”; “¿Te voy a
buscar?”; “¿Te preparo algo de tomar?”; “¿Quieres que haga otra cosa?”;
“Pídeme lo que quieras, que yo lo hago”, entre otras frases, son actitudes que
desidealizan aún más al celoso ante su propia mirada y la del otro. Es
conveniente estar atento a frases como “pídeme lo que desees”, “soy tuyo” o “haz
de mí lo que quieras”. Ellas pueden servir como estímulos eróticos cuando
forman parte de un juego, pero cuando se hace de ellas una verdad, estamos en
las puertas de la locura. No hay que dar todo. Siempre un poco de frustración es,
no solamente inevitable, sino también necesaria.
■ Su valía depende del otro. Su mirada le da seguridad. El celoso vale en tanto el
ser amado esté con él, de allí su angustia ante la posibilidad del abandono, lo
cual acrecienta aún más el temor a la pérdida. “Se va a ir porque soy poco para
él/ella”, pareciera ser el temor del celoso.
■ En pos de obtener el reconocimiento de la persona amada, puede buscar la
hazaña, como modo de incrementar su valor, o el homenaje, para hacerle saber
cuán importante es para él.
■ Es capaz de ponerse en el lugar de objeto con tal de ser querido: se vuelve
chofer, cocinero o en cualquier cosa que el amado pudiera necesitar. No le da
posibilidades de que satisfaga sus necesidades con otro que no sea él.
■ El deseo que importa no es el suyo, es el de la otra persona. Y aquí se hace
necesaria una aclaración fundamental: sólo un sujeto puede desear. Los objetos
no desean y los animales se manejan por necesidades. Al producir una anulación
de su subjetividad en procura del amor del otro, comienza a carecer de deseo. Ya
no está con el otro porque lo desea sino porque lo necesita. “Te necesito” es una
frase hermosa para el ego, hasta seductora, mientras se mantenga en el terreno
del simbolismo. Pero cuando se transforma en una afirmación real… estamos en
peligro.
■ Dentro de los roles que puede cumplir la persona celosa, hay uno que no es tan
agradable ni servicial: el de investigadora privada. Cuando el celoso se vuelve
excesivamente controlador, comienza a tener actitudes que pueden ser muy
difíciles de tolerar. Por ejemplo, aparece a la salida del trabajo de su pareja sin
avisar pero no porque lo desea, lo cual estaría bien, sino para ver si la encuentra
“en algo raro”.
■ Se vuelve controlador y perseguidor. Suele justificarse con frases como “lo que
sucede es que yo te quiero”. Para los expertos, esto es una total falacia. El amor,
al menos el maduro, sano, no va de la mano de la patología. Hay que romper con
el mito que sostiene que una persona cela porque ama.
El amor es otra cosa. Claro que produce temores, que puede doler y uno teme perder a la
persona que ama. Pero, ¿por qué alguien soporta todo esto de un celoso? Porque los
instantes de placer son tan maravillosos que equilibran la balanza. Sin estos espacios de
felicidad, la relación deja de ser satisfactoria, sana y disfrutable para volverse un calvario.
La personalidad del celoso
En general, cuando nos topamos con un celoso lo reconocemos enseguida. Si el flechazo
de Cupido fue certero, en un primer momento vamos a percibir su comportamiento como
una muestra de amor correspondido, y con creces. Luego, nos daremos cuenta de que no
está muy bien que tome ciertas actitudes serviciales o, por el contrario, controladoras. Es
aquí cuando debemos decidir si queremos seguir adelante con el vínculo. Si la respuesta
es sí, dado que la balanza se inclinó por las virtudes del otro, es necesario que tengamos
en claro que cualquiera de las actitudes antes mencionadas pueden presentarse una y otra
vez en distintos momentos de la relación.
Por otra parte, también es importante que sepamos de dónde proviene este accionar
celoso. Hay que entender que se trata de una persona con una muy baja autoestima que,
en el fondo, y a veces sin siquiera percibirlo él mismo, piensa siempre que el otro le hace
un favor estando con él. “Gracias por estar a mi lado, gracias por quedarte con un ser tan
miserable como yo” pareciera ser su pensamiento estable.
Esto no puede más que generarle un estado de ansiedad permanente que se refleja en
actitudes patológicas, aunque muchas veces estos gestos son elevados a la categoría de
demostraciones amorosas, fruto de una personalidad romántica. Las canciones y los
poemas están llenos de estas frases.
Los celosos son personas inseguras que, además de tener reacciones emocionales
negativas, tienen necesidades de estimación y demandas continuas de aprobación.
Demandan un sacrificio, desean ser amados incondicionalmente y hasta son capaces
de sacrificarse, ya que en general son demasiado egoístas y desconfiados.
Debido a su estima baja, se comparan constantemente con los demás, luego de lo
cual comienzan a sentirse inferiores y, por tanto, amenazados. Es por ello que sufren
consecuencias destructivas para su salud física y mental como malestar, angustia,
nerviosismo, tristeza, falta de confianza en sí mismos y alejamiento.
Esta situación de degradación personal y enaltecimiento del amado no puede nunca
sustentar un vínculo saludable. Los celos son constitutivos del ser humano, y sentir un
poco de tanto en tanto ayuda, incluso, a reavivar la pasión. Pero una persona celosa no
podrá nunca amar y ser amada con sanidad. Se trata de un ejemplo más en el que la
autoestima alta es esencial para conectarse con el mundo y ser plenamente feliz.

Los celos patológicos


Para los especialistas, es posible mantener una relación con una persona celosa,
siempre y cuando sea posible una charla franca en el seno de la pareja en la que
ambos abran sus corazones y dejen salir todos los miedos y frustraciones que
encierran, paso inicial para transitar juntos el camino en subida de la autoestima. En
tanto, si esto no es posible – intentar cambiar al otro por la fuerza no es una opción para
una pareja que se pretende duradera–, será necesario establecer contratos previos que
marquen los límites que el celoso no podrá sobrepasar.
Sin embargo, esto no nos lleva a evitar toparnos con un celoso patológico. Se trata de
aquellas personas en las que la dependencia afectiva del otro se vuelve paranoica y sufren
por sus interpretaciones de la realidad –que, en general, no coinciden con la realidad
misma–. Inseguridad, autocompasión, hostilidad y depresión son algunos de los
sentimientos que invaden a estas personas, para quienes perder a su pareja sería terrible,
insoportable.
Un “enfermo de celos” suele reconocerse por ciertas características como:
■ No sólo le molestan sino que odia a todos los que rodean a su pareja: amigos,
colegas y familiares, en especial a aquellos del sexo opuesto.
■ Revisa permanentemente objetos personales de su pareja como el teléfono
celular, la cartera, el bolso, la casilla de e-mail y su perfil en las distintas redes
sociales. También huele las prendas en busca de perfumes nuevos o
desconocidos.
■ Tiene una autoestima muy baja.
■ Posee un carácter altamente dominante. Intenta controlar al detalle todo lo
que sucede en su entorno. Es por ello que, cuando no ve a su pareja, sufre
porque no la puede controlar. Si la llama por teléfono y no atiende,
inmediatamente imagina que lo está engañando con un tercero.
■ Sus celos son siempre exagerados e infundados. Inventa pruebas para acusar y
someter a su pareja.
Lo que reclama un celoso patológico es “ya que yo te doy todo, tú tienes que darme todo.
Si no, serás mala/o y deberás ser castigada/o”. Como se ve, de este pensamiento a la
violencia hay un solo paso. Si bien este accionar es más habitual en el varón, esto no
significa que ellas no puedan experimentar sentimientos destructivos de este tipo.
El problema grave surge, como ya lo mencionamos, cuando la agresión se hace presente.
No se trata sólo de una cuestión de golpes: a veces, basta una palabra humillante o
agresiva para dar lugar a un acto violento. Las palabras lastiman, pero sus heridas son
invisibles: van directo a la psiquis y socavan la autoestima de la víctima. Los ataques
pueden ser abiertos –mediante insultos o arranques de ira–, encubiertos –a través de
comentarios indirectos– o expresar un doble mensaje –sonar muy sincero y honesto pero
expresar algo agresivo–.
Otro de los inconvenientes que se pueden suscitar es que el celado no renuncie ni intente
modificar a su pareja, por lo que ya se pasaría de un celoso patológico a una pareja que lo
es. El hecho de no intentar abandonar esta situación, aunque lo haga sufrir, está motivada
por la presencia de una autoestima baja que lo hace pensar que no conseguirá a otra
persona que lo quiera, que tal vez se merece el sufrimiento, que padecer es señal de que
tiene un vínculo fuerte.
Además, como siente pánico ante la posibilidad de la soledad, piensa que permanecer
dentro de una relación de este tipo, por más doloroso que sea, es mejor que quedarse solo.
Repite las mismas situaciones de celos y humillaciones, una y otra vez, porque no pueden
estar bien juntos pero tampoco separados, dado que no pueden “autosustentarse
afectivamente”.
No se trata de masoquismo, sino de no soportar la soledad. A veces, desde afuera es
imposible entender por qué alguien que es capaz y que tendría la posibilidad de ser feliz
en pareja se amarga la vida; pero es que el vínculo entre dos personas, cuando se tornó
patológico, en general escapa a la lógica. Entonces, la pareja entra en una vorágine de
inseguridad y miedo a la soledad, sustentada en la baja autoestima de ambos, en la que
cada uno ocupa un rol muy marcado: celoso y celado.
¿Se puede “reciclar” una relación patológica?
Lo ideal, claro está, es no involucrarse en un vínculo de estas características. Pero en el
caso en el que decidimos continuar, contra viento y marea, hay que escuchar a los
especialistas. Y ellos confían en que es posible darle un giro positivo a la pareja. Si bien
esto no ocurre en todos los casos y hay que estar preparado para “perder”, es muy
probable que, con el correr del tiempo, reconozcamos que esta pérdida no fue más que
una ganancia.
Hay ciertos pasos que son fundamentales si nuestra idea es continuar con esa
persona cuyos celos son enfermizos:
■ Tomar conciencia del problema y de su magnitud. En esta etapa de
reconocimiento del conflicto, es necesario tomar fuerzas de donde sea: buscar
apoyo en los amigos, en un profesional, en nuestras propias reservas
emocionales.
■ Plantearse claramente la necesidad de un cambio y tomar una decisión. La
frase clave en esta etapa es: “No estoy dispuesto a seguir con esto”. Es preciso
repetirse esto lo suficiente hasta lograr el pleno convencimiento, y luego
transmitirlo a la pareja para que también ella haga lugar a la transformación.
■ No engañarse. Un vínculo patológico, una relación tóxica, no se modificará de
la noche a la mañana. Es necesario insistir. ¿Hasta cuándo? Hasta que en
nuestro interior sintamos que es suficiente y, si el diálogo no alcanza, pasar a la
acción.
■ Resolver de manera drástica. Un tiempo de separación es una condición
indispensable para que ambos integrantes de la pareja reflexionen sobre las
ventajas y desventajas de seguir adelante. Mientras tanto, es posible hacer un
“ensayo de soledad”, es decir, redescubrir todas las cosas que podríamos hacer si
no tuviésemos un vínculo patológico o, por el contrario, si este fuese positivo.
Aquí la clave es el fortalecimiento de la autoestima, para dejar de temerle a la soledad y
confiar en nuestras propias fuerzas para seguir adelante. Si logramos creer que nos
merecemos algo mejor, el vínculo no volverá a ser el mismo o bien tendremos la fuerza
suficiente para decir “basta” e iniciar un nuevo camino.
La falta de autoestima suele ser inconsciente, por eso no percibimos la desvalorización
que sufrimos por parte de nuestra pareja. Pero hay que tener en claro que esa
desvalorización es la consecuencia de una autodesvalorización. Es importante chequear
nuestros sentimientos. Si no estamos bien en pareja ni tampoco fuera de ella, es hora de
preguntarnos por qué.

Cómo lidiar con los celos


Si bien para los especialistas la única manera de que un celoso enfermizo se “recupere” –
por su propio bien y por el de la relación– es a través de ayuda profesional, en el caso de
los celosos que no sufren ninguna patología cumple también un rol muy importante ese
otro que lo acompaña: el ser amado que es fuente de toda su angustia.
Para ayudar a nuestra pareja celosa es importante:
■ Intentar que se sienta seguro de la relación, mostrando lo bien que estamos
juntos. Pero hay que evitar caer en las explicaciones constantes de lo que se hace
a cada momento.
■ Aclarar desde el principio cualquier situación que pueda llevar a nuestra pareja
a una nueva sospecha.
■ No empujarlo a que reconozca que todo lo que le ocurre es por los celos. No
tiene sentido.
■ Explicarle cómo nos sentimos cada vez que nos espía o interroga.
■ Preguntarle por qué no puede confiar en nosotros si realmente nos ama.
Por otra parte, si somos nosotros los que sufrimos ante cada posibilidad –real o
no– de que nos arrebaten el amor, también podemos seguir una serie de
consejos para evitar que la ira y la desazón nos hagan actuar de manera poco
lógica:
■ Recordar cuántas veces se pensó algo parecido y no ocurrió nada de lo que se
temía.
■ Evaluar la posibilidad de realizar terapia de pareja; suele funcionar, sobre todo
cuando se llega a un extremo irracional.
■ Salir en pareja a divertirse con amigos, familiares y colegas para que ambos se
sientan partícipes de la vida social del otro.
■ Reflexionar sobre la conveniencia de seguir pensando de esa manera, presos de
los celos.
■ Abocarse a algún pasatiempo o practicar algún deporte para dispersar la mente
y renovar energías.

En una pareja es muy importante respetar la libertad de cada miembro, su estado anímico
y sus necesidades. Cuando uno de los integrantes se siente propietario de los
sentimientos del otro, el equilibrio se rompe.
Por otra parte, no debe olvidarse que los celos, como emoción inherente a la raza humana,
pueden actuar –en su justa medida– como motores para mejorar el vínculo. La situación
de alarma que genera la aparición de un tercero, real o imaginario, es normal en tanto
exista interés por la otra persona. Lo fundamental es estar alerta para darnos cuenta de
cuándo la situación deja de transitar por los caminos saludables.
El gran problema detrás de los celos, propios y ajenos, es la autoestima.
Reforzándola correctamente, esos sentimientos negativos darán paso a un
vínculo mucho más franco con el otro, signado por la confianza. No hay que
dudar en consultar a los terapeutas de pareja cuando sintamos que la situación
no recorre los carriles normales.

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