Rupturas en La Alianza

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RUPTURAS EN LA ALIANZA TERAPEUTICA:

UN AMBITO PARA NEGOCIAR UNA


AUTENTICA RELACION.
Jeremy D. Safran.
New School for Social Research, New York.

In this article I argue that the clarification of the processes involved in working
through breaches or ruptures in the therapeutic alliance, is a vitally important task for
psychotherapy theorists and researchers. I suggest that these inevitable problems in the
therapeutic alliance provide important opportunities for clarifying factors that may
create barriers to authentic relatedness in client everyday lives. Furthermore, working
through these problems can provide clients with valuable experience in the important
tasks of reconciling the needs for relatedness and agency, and of coming to accept both
self and other.
The centrality of these tasks to the human condition has been recognized across the
ages and across different cultures. The current paradigm shift in psychotherapy theory
and practice toward more relational and constructivist perspectives, however, has
established a particularly ripe climate for enhancing our understanding of the client -
therapist relationship through a differentiated exploration of these concerns.

“Aproximadamente un año después de la separación de mis


padres se deshizo el hogar vienes donde pasé mi infancia... A mí me
dejaron en la casa de mis abuelos. Esta tenía un patio interior
rectangular rodeado por un balcón de madera que se extendía por el
tejado y por el cual se podía andar alrededor de todo el edificio. Aquí
estuve una vez, cuando tenía 4 años, con una chica varios años
mayor, hija de un vecino, a cuyo cuidado me había dejado mi abuela.
Estuvimos apoyados en la barandilla. No puedo recordar lo que le
dije a ella sobre mi madre. Pero todavía oigo lo que la chica me dijo
“No, ella nunca volverá”. Sé que me quedé callado, abrigando
esperanzas de no dudar de dichas palabras. Estas se quedaron
grabadas en mi, año tras año se hundían más en mi corazón y después
(Págs. 69-91)

de más de 10 años comencé a percibirlas como algo que no sólo me


concernía a mi sino a todos los hombres. Posteriormente, inventé la

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palabra “vergegnung” -desencuentro- para dar nombre al fracaso de
un mal encuentro entre seres humanos. Cuando pasados otros 20
años vi de nuevo a mi madre que había venido desde lejos a
visitarnos a mi mujer, mis hijos y a mi, no pude mirar fijamente
dentro de sus hermosos ojos sin oír procedente de algún lugar la
palabra “vergegnung” como una palabra dicha hacia mi. Sospecho
que todo lo que he sabido acerca de un encuentro auténtico en el
curso de mi vida tuvo su primer origen en aquella hora en el balcón.”

Martin Buber.

SALVAR LAS RUPTURAS EN LA ALIANZA TERAPEUTICA


En los últimos años he presenciado un cambio claro en el énfasis de la terapia
y práctica psicoterapéutica, en la dirección de una perspectiva interpersonal y hacia
el reconocimiento de la importancia de la relación terapéutica como un mecanismo
terapéutico de significado fundamental. Greenberg y Mitchell (1983) y Eagle
(1984) han realizado excelentes trabajos documentando el cambio, tomando
posiciones en la teoría psicoanalítica hacia perspectivas orientadas relacionalmente.
En la tradición cognitivo-conductual, un número cada vez mayor de autores, ponen
énfasis en la necesidad de integrar las perspectivas cognitiva e interpersonal, e
incorporar sistemáticamente el uso de la relación terapéutica como un instrumento
de cambio (Arnkoff, 1983; Goldfried y Davison, 1976; Jacobson, 1989; Safran,
1984 a;b). El deslustrado concepto de experiencia emocional correctora (Alexander
y French, 1946) está siendo rehabilitado y dotado de nueva vida por una serie de
teóricos de diversas tradiciones (Arkowitz y Hannah, 1989; Jacobson, 1989; Kohut,
1984; Safran y Segal, 1990; Strupp y Binder, 1984; Weiss, Sampson y el Mount
Zion Psychotherapy Research Group, 1987).
El fracaso consistente en hallar diferencias en la eficacia de distintas formas
de psicoterapia y el descubrimiento de que los factores terapéuticos comunes
explican una gran cantidad de la varianza, están llevando a un gran número de
investigadores en psicoterapia a concentrar su atención en la relación terapéutica
(Lambert, 1983). En este contexto, el concepto de alianza terapéutica ha recobrado
un significado central. Desde los orígenes de la terapia psicoanalítica (Greenson,
1967; Sterba, 1934; Zetzel, 1956) la alianza ha sido conceptualizada en términos
transteoréticos como un prerrequisito para el cambio en todas las formas de terapia
(Bordin, 1979) y se ha acumulado una cantidad impresionante de investigación
empírica, consistente con esta conceptualización (Alexander y Luborsky, 1986;
Horvath y Greenberg, 1989; Orlinsky y Howard, 1986; Suh et al, 1989).
En este artículo sostengo que: 1) La exploración y resolución de las dificulta-
des en el establecimiento y/o mantenimiento de una buena alianza terapéutica
pueden desempeñar un papel central en la ayuda al cambio de los pacientes. 2) La

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clarificación de las operaciones dentro de una sesión, implicadas en la resolución
de los problemas referentes a la alianza terapéutica, es uno de los desafíos prácticos
más importantes que enfrenta hoy a psicoterapeutas e investigadores en psicotera-
pia; y 3) La clarificación de los mecanismos teóricos por los que se resuelven estos
problemas y se llega al cambio, es una tarea reveladora y de suma importancia.
Comenzaré explorando el valor que supone centrarse en las rupturas de la alianza
desde las perspectivas de la eficacia terapéutica y del desarrollo de la teoría.
Después, examinaré los procesos dirigidos a subsanar estas infracciones o rupturas
y que pueden llevar al cambio.
En esta discusión de los procesos fundamentales, sostendré que la exploración
de las rupturas de la alianza es un asunto particularmente importante porque son
paradigmáticas de un dilema fundamental de la existencia humana: la necesidad de
conciliar nuestro deseo innato de relaciones interpersonales con la realidad de
nuestras separaciones. Ilustraré cómo este tema aparece como un asunto central en
un gran número de tradiciones psicológicas, filosóficas y espirituales, posterior-
mente intentaré aclarar cómo el trabajo a través de las rupturas de la alianza puede
ayudar a la reconciliación de este dilema.

EFICACIA TERAPEUTICA.
El descubrimiento consistente de que el paciente tipo, tiende a beneficiarse de
la psicoterapia sea cual sea la aproximación empleada (Luborsky, Singer y Luborsky,
1975; Shapiro, 1985; Smith y Glass, 1983) oscurece el hecho de que en cualquier
estudio de un tratamiento, hay pacientes específicos que mejoran, mientras que
otros se mantienen igual e incluso empeoran (Bergin,1970). ¿Quienes son los
pacientes que no se benefician de la psicoterapia?. La evidencia empírica sugiere
que la calidad de la alianza terapéutica es el mejor predictor de los resultados
terapéuticos. En un nivel práctico, esto podría parecer central para desarrollar
formas de ayudar a estos pacientes, que no se benefician de la terapia tan
rápidamente como los demás -los pacientes con los que es difícil establecer o
mantener una buena alianza terapéutica.
Los hechos están empezando a sugerir que diferentes terapeutas poseen
distintas habilidades en este aspecto (Lambert, 1989; Orlinsky y Howard, 1980;
Ricks, 1974). Luborsky y colaboradores (1985), por ejemplo, demostraron que
mientras los pacientes respondieron igualmente bien a tres condiciones de trata-
miento distintas, los terapeutas individuales (a pesar de la condición de tratamiento)
mostraron niveles distintos de eficacia con sus pacientes y que la mayor variable
mediadora era su habilidad en establecer buenas alianzas terapéuticas. En un
seguimiento de este estudio, Luborsky y colaboradores (1986) reanalizaron los
datos de cuatro importantes estudios sobre eficacia encontrando que, en todos ellos,
la contribución en los resultados de la variable terapeuta había eclipsado los efectos
de la modalidad de tratamiento.

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En el primer estudio psicoterapéutico de Vanderbilt, Strupp (1980) observó
que un factor importante que distinguía los casos con resultados negativos, era la
dificultad del terapeuta para establecer una buena alianza terapéutica con sus
pacientes, debido a una tendencia de caer atrapado en ciclos de interacción negativa
en los que respondían a la hostilidad del paciente con su propia contrahostilidad.
Esta observación fue posteriormente apoyada de una manera más sistemática con
los datos provenientes del segundo estudio de Vanderbilt, en los que se demostraba
que un factor principal que distinguía a los tratamientos fracasados de los exitosos,
era la tendencia del terapeuta a encerrarse en ciclos complementarios negativos con
sus pacientes (Henry, Schacht y Strupp, 1986; Henry y colaboradores,1990).
La importancia de centrar nuestros esfuerzos teóricos e investigadores en
depurar el cómo se trabaja con las alianzas terapéuticas problemáticas, cobra gran
importancia cuando uno se para a pensar que los terapeutas de estos estudios estaban
bien entrenados y eran experimentados. Como Strupp (1980) señaló después del
primer estudio de Vanderbilt:
Lo cierto es que cualquier terapeuta -en realidad cualquier ser humano- no
puede quedar inmune a las reacciones negativas (enfado), a la rabia reprimida que
se encuentra frecuentemente en los pacientes con alteraciones moderadas a severas.
Tan pronto como uno entra en el mundo interno de otra persona a través de una
relación terapéutica, se enfrenta con la necesidad ineludible de tratar con la reacción
propia a la tendencia del paciente a hacer del terapeuta un compañero en sus
dificultades a través de la transferencia. En el proyecto de Vanderbilt, los terapeutas
-incluso los muy experimentados y los que habían seguido un análisis personal-
tendían a responder a estos pacientes con contrahostilidad expresándola mediante
frialdad, alejamiento y demás formas de rechazo. (p.953).
Estas observaciones llegan a ser particularmente penetrantes teniendo en
cuenta que los terapeutas del segundo estudio de Vanderbilt estaban explícitamente
entrenados para trabajar con ciclos interaccionales negativos que habían sido
observados en el primer estudio de Vanderbilt. La clarificación de los procesos
implicados en el trabajo terapéutico con estos ciclos interaccionales negativos y la
resolución de las rupturas de la alianza terapéutica podrían ser una importante línea
para el futuro de la investigación en psicoterapia y el desarrollo de la teoría (cf.
Foreman & Marmar, 1985; Safran et al 1990; Safran & Segal, 1990). Puesto que he
descrito nuestro programa de investigación en este area en otros lugares (Safran,
1993; Safran et al 1990; Safran, Muran & Wallner, 1991), aquí focalizaré exclusi-
vamente en aspectos teóricos.

LA RUPTURA DE LA ALIANZA COMO UNA VENTANA HACIA LOS


TEMAS CENTRALES.
Una ruptura en la alianza terapéutica puede ser una seria barrera al progreso
terapéutico, pero puede proporcionar al mismo tiempo una información indispen-

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sable al terapeuta. El impacto de cualquier acción del terapeuta está siempre
mediado por la construcción que de ella hace el paciente. Un problema en la alianza
proporciona una importante oportunidad para aclarar los patrones de construcción
característicos del paciente (Safran, 1993;Safran et al, 1990; Safran y Segal, 1990).
Desde una perspectiva interpersonal, cualquier tensión en la alianza terapéutica
refleja las contribuciones tanto del paciente como del terapeuta. La importancia
relativa de estas dos contribuciones varían de un caso a otro. En algunos casos, el
terapeuta puede intervenir de una manera que el paciente medio experimentará
como útil, pero que puede ser experimentada por un paciente particular como
crítica, invalidadora o rechazante. En estos casos la exploración de la manera en la
que el paciente construye las acciones del terapeuta puede llevar a la clarificación
de los principios de organización central que forman el significado de los sucesos
interpersonales para el paciente. Por ejemplo, un paciente que vive el silencio del
terapeuta como una dificultad, puede tener una tendencia general a percibir a los
otros como distanciados o no disponibles emocionalmente. Un paciente que vive las
intervenciones más activas del terapeuta como una dificultad, puede tener una
tendencia a percibir a los demás como controladores o intrusivos.
Como los teóricos interpersonales enfatizan, es importante para el terapeuta
clarificar las contribuciones que ambas partes están poniendo en la interacción
(Gill, 1982; Greenberg,1991; Hofman, 1991; Kiesler,1986; Stolorow,1988). En
algunos casos, una intervención dificultosa refleja tanto una técnica o una caracte-
rística del terapeuta que surgirá con la mayoría de los pacientes. Por ejemplo, un
terapeuta con una aproximación particularmente confrontativa debido a su orien-
tación terapéutica, a su particular estilo agresivo interpersonal (o a ambos a la vez),
puede tener dificultad para establecer la alianza con muchos pacientes. En otros
casos el terapeuta contribuye a los problemas en la alianza terapéutica, participando
inconscientemente en círculos viciosos, semejantes a los que caracterizan las demás
relaciones de los pacientes. Por ejemplo, un terapeuta que responde a la hostilidad
del paciente con contrahostilidad, confirma la creencia del paciente de que los otros
son hostiles y obstruye el desarrollo de una buena alianza terapéutica. Un terapeuta
que responde a la introversión del paciente empujándolo a la autorevelación,
confirma el punto de vista del paciente de que los otros son intrusivos, perpetuando
un círculo vicioso en el que los demás son vistos como intrusivos y el paciente se
aísla para autoprotegerse.
La idea de que pacientes y terapeutas representan los círculos viciosos propios
de las otras relaciones del paciente, ha llegado a ser un tema central en las
aproximaciones terapéuticas orientadas interpersonal o relacionalmente. Este tema,
típicamente discutido bajo el nombre general de la dinámica de la transferencia/
contratransferencia, es entendido en términos distintos por las diferentes tradicio-
nes teóricas. Algunos teóricos (e.j. Cashdan, 1988; Ogden, 1986; Racker, 1968; Tansey
& Burke, 1989) recurren al concepto de “identificación proyectiva” para explicar el

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mecanismo a través del cual estos círculos viciosos llegan a actuarse. Otros hacen
la hipótesis que éstos resultan de profecías autocumplidas en las que las expectati-
vas disfuncionales del paciente y las estrategias de afrontamiento desadaptadas, les
lleva a actuar de una manera que irónicamente confirma sus creencias (e.j. Carson,
1969; Kiesler, 1986; Safran, 1990a; Strupp y Binder, 1984; Wachtel, 1977).
Sin reparar en la perspectiva teórica de cada uno en este asunto, en cualquier
caso, la implicación es que la dinámica interaccional que impide el desarrollo de una
buena alianza terapéutica, puede dar información sobre lo que Luborsky (1984)
califica como el centro de la relación conflictiva en la vida diaria del paciente, y que
la exploración de la manera en que terapeuta y paciente contribuyen a la ruptura de
la alianza puede dar al terapeuta una información importante que de otra manera no
estaría disponible. Otra implicación es que resolviendo la ruptura en la alianza, sin
participar en un ciclo disfuncional habitual, el terapeuta puede dar al paciente una
nueva experiencia emocional correctora.

LA EXPERIENCIA EMOCIONAL CORRECTORA.


El concepto de experiencia emocional correctora, popularizada por Alexander
y French (1946), puede remontarse al trabajo de Ferenczi en las primeras etapas del
pensamiento psicoanalítico (tema que retomaremos más tarde). Especular sobre los
factores que condujeron al descrédito de este concepto en el pensamiento psicoa-
nalítico durante algunos años y los factores responsables del resurgir de su interés,
están más allá del propósito de este artículo (Ver Haynal, 1988 para una interesante
discusión sobre este tema). De todas maneras, la tendencia en esta dirección es
claramente evidente (Bollas, 1989; Kohut, 1984; Mitchell, 1988; Safran, 1990b;
Strupp y Binder 1984). Es importante hacer notar la gran cantidad de evidencia
empírica consistente con la hipótesis de que la habilidad del terapeuta para cambiar
las creencias disfuncionales del paciente sobre las relaciones interpersonales a
través de la relación terapéutica es un mecanismo de cambio importante (Weiss et
al, 1987).
Kohut (1984) ha sido particularmente influyente en la sensibilización de los
clínicos hacia el significado terapéutico de la resolución de las rupturas en la alianza,
o lo que él llamaba fracasos empáticos, haciendo también un intento importante de
articular los mecanismos a través de los cuales, resolviendo las rupturas, se puede
conseguir el cambio. Según Kohut (1984), los impasses terapéuticos reflejan fallos
empáticos por parte del terapeuta, y el proceso de trabajar a través de estos fallos
empáticos otorga una experiencia emocional correctora al paciente. Estos procesos
suceden a través de lo que él llama una internalización transmutadora.
Esto, según él, consiste en la creación de nuevas estructuras internas a través
de (usando su terminología): 1) el abandono de la catexis narcisista de las imágenes
objetales del self y 2) un proceso subsiguiente de internalización en el que el
paciente se hace cargo de algunas de las funciones objetales del self que el terapeuta

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había estado asumiendo, como la regulacion y el mantenimiento de la cohesividad
del self y su autoestima. Este modelo, atractivo en un nivel, presenta problemas cuando
se trata de operacionalizar ciertos constructos centrales. Para citar a Eagle (1984):
“Generalmente, el concepto de internalización en la literatura psicoanalítica es
confuso y confunde y el de Kohut no es una excepción. Cuando se intenta entender
lo que Kohut quiere decir especialmente con internalizacion transmutadora, se lee,
por ejemplo que esto implica la creación de estructuras psíquicas internas a través
del abandono de la catexis de las imágenes objetales. Pero: ¿Qué son estructuras
psíquicas? y ¿qué significa abandonar la catexis de las imágenes objetales?. Las
explicaciones a la “internalizacion transmutadora” son tan vagas como el concepto
en sí mismo a no ser que cada respuesta a estas preguntas sea realmente clara y posea
un contenido y referencia empírica. Desafortunadamente, creo que tengo que
concluir que en este momento el concepto clave empleado por Kohut para describir
y explicar el cambio terapéutico, tiene en el mejor de los casos un significado
aproximado o quizás aparente.” (p.70).
A continuación, intentaré aclarar algo del significado contenido dentro de este
concepto. Mi propósito es desenredar alguna de las ideas y asunciones que están
implícitas y explícitas en la formulación de Kohut y algunas ideas relacionadas que
no lo están. Comenzaré explorando el significado potencial que puede tener la
reconciliación de las rupturas de la alianza en el proceso de crecimiento en términos
filosóficos, y luego en una sección posterior del artículo seguiré operacionalizando
alguno de los mecanismos que pueden estar implicados.

SOLO CON LOS OTROS


En la vida todos nosotros debemos inevitablemente superar la paradoja de que,
por la naturaleza de nuestra existencia, estamos solos y, más aún, inevitablemente
en el mundo con otros. Básicamente estamos solos. En las estrictas palabras del
filósofo budista del siglo octavo, Shantideva: “Al nacer nací solo y al morir también
debo morir solo” (Batchelor, 1979, p.98). Aunque somos capaces de compartir
muchas cosas con otras personas, muchas de nuestras más importantes experiencias
nunca las compartiremos. Al mismo tiempo, estamos inevitablemente unidos a
otros por la naturaleza de nuestra existencia. Hemos nacido en relación con otros
(surgimos del seno de nuestra madre) y logramos un sentido del Self sólo en relación
a OTROS. Teóricos tan diversos como Mead (1934), Lacan (1964) y Kohut (1984),
han usado la metáfora del espejo para expresar el papel que los otros juegan en el
desarrollo y el mantenimiento del sentido del Self. Como demuestran los actuales
desarrollos de la investigación, los seres humanos están biológicamente programa-
dos para buscar las relaciones con otras personas y para desarrollarse en el contexto
de las relaciones con otras personas (Bowlby, 1969; Stern, 1985). Además, ya desde
la más temprana edad, parecemos tener una notable capacidad para la intersubjetividad
-para compartir y empatizar con las experiencias subjetivas de otros (Murphy y

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Messer, 1979; Trevarthan y Hubley, 1978).
Aun a pesar de la naturaleza intrínsecamente interpersonal de la existencia
humana, estamos finalmente atrapados por nuestra propia piel y quedamos separa-
dos de otros en virtud de nuestra existencia como organismos independientes.
Independientemente de nuestros esfuerzos, no podemos lograr, de forma perma-
nente, el tipo de unión con otros que nos permita escapar de nuestra soledad. Como
seres humanos, pasamos nuestras vidas superando la paradoja de la simultaneidad
de la soledad y la compañía.
Balint (1935) se refirió a lo que él llamaba el “defecto básico”, como la esencia
de la condición humana. Según él, el defecto básico proviene del hecho de que el
entorno falla en estar en perfecta armonía con nuestras necesidades. La primera
experiencia de esta clase la tenemos típicamente con la madre, quien inevitablemen-
te estará o bien ausente cuando la necesitemos o bien entrometiéndose cuando
necesitemos que nos deje solos. Como resultado de este inevitable desajuste, uno
tiene su primera experiencia de que el entorno es inexacto en algún sentido.
Empezamos a tener una sensación de estar separados de nuestro entorno. Este
defecto básico -la sensación de que hay algo fundamentalmente mal, de haber
perdido un estado de gracia- es un tema universal de la mitología, y el intento de
conciliar este defecto básico es un interés clave en todas las tradiciones espirituales.
En la tradición judeo-cristiana, este sentimiento de haber perdido un estado de
gracia está reflejado en el mito de la expulsión del jardín del Edén. La cultura judía
está impregnada de una sensación de vivir en el exilio como principio tanto histórico
como cósmico. Las tradiciones cristianas y judías tienen interés en remediar nuestra
sensación de separación, a través de alcanzar una unión con lo divino y con otros
seres humanos. Esto es particularmente cierto para la tradición Cabalística y
Yasídica en el Judaísmo y para las tradiciones Gnósticas en el Cristianismo. La
tradición hindú ve el dilema de la experiencia de la separación humana como
resultado del fracaso en reconocer que todos somos parte de una esencia universal,
Brahma, y el reconocimiento y la experiencia de nuestro ser fundamental como
parte de esta esencia universal, como la solución. El budismo examina el dilema
humano básico como originado por una concepción equivocada del Self, como
teniendo una naturaleza permanente y sustancial y el reconocimiento de la no-
dualidad entre el Self y los Otros como la solución. El dolor y el anhelo de la
separación y el éxtasis de la unión gnóstica, son expresadas exquisitamente en los
poemas del místico Sufí del siglo tercero, Rumi:
Ardiendo con el fuego anhelado
deseando dormir con mi cabeza en tu umbral
mi vida se compone sólo de este intento
de estar en tu presencia.
(Moyne & Barks, 1986, p.64)

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Él está en cada uno de mis átomos,
en cada uno de mis nervios desnudos
Soy un arpa aprendiendo contra él.
Esta pena es sólo un juego de sus dedos
(Harvey, 1988, p.68)

Varios teóricos de la Psicología han escrito, en distintos términos, sobre el


intento de escapar de nuestro aislamiento a través de la unión con otros y de las
diferentes formas en las que este tema es llevado a cabo en la vida diaria y “en el
ámbito” de la psicoterapia (p.e. Mahler, 1974; Rank, 1929; Spitz, 1965; Stone,
1961). Es interesante mencionar que, desde los primeros tiempos de la teoría
psicoanalítica, hubo dos líneas paralelas de pensamiento respecto a la naturaleza
fundamental de la motivación humana. Al mismo tiempo que Freud estaba articu-
lando su Metapsicología pulsional, en la que sostiene que el principio motivacional
fundamental consiste en mantener la energía libidinal en un nivel constante,
Ferenczi, (1931), enfatizaba la importancia de lo que Balint, (1935), discípulo suyo,
vino a llamar más tarde “amor primario”, p.e., el deseo de “ser amado siempre, en
todas partes, de todas formas, todo mi cuerpo, todo mi ser” (Balint, 1935:50)
Pensaba que la neurosis se desarrollaba como resultado de la división de una
parte del Self para mantener una relación con los padres, y que la terapia puede
proporcionar lo que Balint (1935) más tarde calificó de “nuevo comienzo”, en el
cual el paciente aprende a relacionarse con el terapeuta sin este tipo de división-
separación. De acuerdo con él, se puede utilizar la situación terapéutica para
permitir que el paciente se abandone a la fase de “objeto-amado pasivo”, p.e., la fase
en la que, como el niño, sus necesidades son perfectamente atendidas por el otro.
Cuando el paciente inevitablemente experimenta la realidad de la situación terapéu-
tica y los límites de la responsividad del analista están claros, le sigue un trauma que
re-construye el trauma que inicialmente tuvo lugar cuando el niño se desengañó de
su propia omnipotencia, durante la infancia.
Rank (1929), estimulado en parte por su colaboración con Ferenczi, vino a
enfatizar que el Trauma de nacimiento era la esencia del significado etiológico
fundamental de todas las neurosis. Así, de acuerdo con él, el trauma principal
implica la separación inicial de la relación biológicamente simbiótica con la madre
y toda la vida puede ser entendida como un intento de recobrar este estado
simbiótico. De acuerdo con Rank (1945), el problema central para la mayoría de las
personas que buscan tratamiento es una inhibición en la capacidad de desear. El
deseo provoca ansiedad y culpa para muchos pacientes, porque implica asertividad,
la cual a su vez siempre implica una separación del otro. De acuerdo con Rank,
evolutivamente una de las primeras expresiones de deseo es en forma negativa. El
niño comienza a diferenciar su Self del de sus padres diciendo “no”. Si los padres
son capaces de tolerar y dar por válidos estas conductas asertivas, esto facilita el

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desarrollo de un deseo saludable y creativo y una sensación de entidad en el niño.
Sin embargo, si los padres se sienten amenazados por esta expresión del deseo y le
imponen sumisión, el deseo del niño se llega a paralizar y nunca desarrolla la
habilidad de desear de un modo saludable y creativo.

DESENGAÑO Y MADURACION.
Cuando el bebé es un recién nacido, depende completamente de la madre y ella
a cambio, está predispuesta a estar físicamente y psíquicamente en armonía con el
niño. Winnicott (1965), se refirió a esto como un estado de preocupación maternal
primaria. A causa de esta preocupación, el niño, en cierto modo, empieza con una
total demanda de su madre. Teóricos tales como Winnicott y Kohut creen que una
fase en la cual la madre se permite ser un objeto de las necesidades del niño, juega
un papel importante en ayudar al niño a adquirir un sentido fundamental de
creatividad. Como Winnicott sugiere, ella participa en la creación de una ilusión con
el niño. A través de este tipo de actividad juguetona, la madre y el niño crean entre
los dos la ilusión de que el niño puede, en cierto sentido, crear su propio mundo y
esto sirve para ayudarle a desarrollar un sentido fundamental de entidad, esponta-
neidad y creatividad.
Poco a poco, sin embargo, a medida que la madre sale de su estado primario
de preocupación materna, y llega a estar más en armonía con sus propias necesi-
dades y menos responsiva hacia las necesidades del niño, éste empieza a desenga-
ñarse. Si los cuidados maternos tienen lugar de un modo óptimo (a lo que Winnicott
se refirió como maternidad suficientemente-buena y Kohut como frustración
óptima) este proceso de desengaño se encuentra siempre dentro del rango de la
tolerancia del niño y, así, no se experimenta como traumática. En un proceso de
desarrollo saludable, el individuo viene a aceptar, hasta cierto punto, la existencia
de la independencia del otro. Uno llega a aceptar el status del otro como sujeto más
bien que como objeto de sus necesidades, sin tener que suprimir su propia
creatividad y necesidades corporales para mantener el contacto con el otro. Sin
embargo, si el grado de desengaño es traumático, entonces el niño experimenta un
impacto en su propio desarrollo y se le exige adaptarse a las necesidades de la madre,
más que aprender gradualmente a desarrollar un sentimiento del Self, que sintetiza
sus propias necesidades corporales.
Mientras que en algunos casos este proceso de desengaño -de llegar a un
acuerdo con la existencia separada del otro- es menos traumático que en otros, esto
nunca tiene lugar de forma completamente tranquila. Así, en cierto modo, los
individuos pasan sus vidas luchando con esta cuestión de la soledad vs. la unidad
-manteniendo un sentido del Self como esencial, vivo y real; y al mismo tiempo
manteniendo un sentido de los otros como sujetos reales e independientes.
En distinta medida, las personas continúan relacionándose con los otros como
objetos -como personajes de sus propios dramas más bien que como sujetos

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independientes. Las personas intentan controlar y poseer a los demás, tratando de
estrujarlos en formas que son apropiadas a sus fantasías y necesidades. En palabras
de Martin Buber, la gente se relaciona con los demás como “sus” más que como
“tus”.
El problema aquí es doble. Primero, el mundo y las personas, se oponen
tenazmente a adaptarse a las formas que intentamos asignarles. Hay, así, una
constante experiencia de frustración. Segundo, en la medida en que tratamos a la
gente como objetos y fallamos en reconocer su status como sujetos, les privamos
de la existencia independiente necesaria para que sean capaces de proporcionar
alivio a nuestra experiencia de aislamiento, (la dialéctica amo-siervo de Hegel). Así
se da una suprema ironía aquí, en la que en la medida en que tenemos éxito en nuestra
meta de poseer o controlar a los demás (o por lo menos nos engañamos nosotros
mismos creyendo que lo hacemos) aumentamos nuestro sentimiento de soledad.
Además de intentar manipular a los otros en un intento de encontrar sus propias
necesidades, las personas se automanipulan en un intento de ser de alguna manera
lo que les ayudará a mantener relaciones a través del encuentro de las necesidades
de los otros. Por más que tratemos de someternos a nosotros mismos de una forma
particular, sin embargo, finalmente queda lo que realmente somos, y cualquiera
puede verlo. Esto, por supuesto, fue uno de los brillantes insights que Wilhelm
Reich tuvo cuando señaló el hecho de que las propias defensas son una parte integral
del carácter y que se manifiestan en cada molécula del ser. La fotógrafo Diane Arbus
(1972) dijo una vez que sus retratos fueron diseñados para captar la discrepancia
entre intención y efecto, p.e. la forma paradójica en la que, para cualquiera que lo
vea, estamos ahí con todos nuestros defectos, incluidos nuestros intentos de
esconderlos, a pesar de nuestras ilusiones sobre nosotros mismos.
La naturaleza patológica de este tipo de automanipulación ha sido siempre un
tema central en las psicoterapias humanistas (p.e. Perls, Hefferline y Goodman,
Rogers, 1951). De alguna manera ha sido reconocida en las formulaciones
psicoanalíticas clásicas, las cuales enfatizaban el papel de la represión sexual en
psicopatología y veían la relajación de la severidad del superyo como una parte
importante del proceso curativo. Y, como sucede siempre, una rama de la teoría
psicoanalítica corre paralela a la corriente principal, que enfatiza la importancia del
deseo de unirse en la experiencia humana, y de la experiencia emocional correctora
en la terapia, siempre ha habido una rama que enfatiza la importancia de liberar el
Self (basado organísticamente) de las cadenas de la sobreconformidad (Ferenczi,
1931; Rank, 1945; Reich, 1942). Sin embargo, cada vez más, con el desarrollo de
teorías psicoanalíticas más relacionalmente orientadas (p.e. Balint, 1935; Guntrip,
1969, Horney, 1945, Sullivan, 1953; Winnicott, 1965), la noción del abandono del
Self a la sociedad a través de la sobreconformidad, ha llegado a ser un tema
destacado.
Winnicott (1965) mostró un interés particular hacia los problemas causados

INTEGRACIÓN COGNITIVO-ANALÍTICA EN PSICOTERAPIA 79


por la paralización espontánea del Self, organísticamente basado, a través de la
sobreconformidad. Esto aparece con elegante sencillez en su distinción entre el
verdadero Self y el falso Self. De acuerdo con él, la madre, aportando lo que calificó
de “entorno contenedor apropiado”, ayuda al niño a desarrollar un sentido de sí
mismo como real. Reconociendo los gestos espontáneos del niño, le ayuda a
comenzar a sintetizar su experiencia espontánea como una parte del Self, y ésta es
la base fundamental de la experiencia de ser real.

SEPARACION/INDIVIDUACION Y LA REPRESENTACION DE LAS


INTERACCIONES SELF-OTRO.
De acuerdo con Mahler (1974) el proceso de separación/individuación es la
tarea evolutiva de mayor importancia a la que se enfrenta el individuo. Teoriza que
el niño tiene un deseo de unirse simbióticamente a la madre y una tendencia natural
a individualizarse. La curiosidad natural del niño hacia el mundo le lleva a
explorarlo, facilitando por lo tanto la individuación. Se requiere la presencia de la
madre y su disponibilidad emocional para facilitar esta exploración y movimiento
en el mundo. Mahler (1974) se refiere a esto como “anclaje seguro”. En un proceso
de desarrollo saludable, la madre proporciona el balance óptimo entre disponibili-
dad emocional y el estímulo de la autonomía. De acuerdo con la autora, el desarrollo
de la constancia emocional del objeto, p.e. la habilidad de mantener una represen-
tación simbólica de la madre en su ausencia, juega un papel crucial en consolidación
del proceso de individuación y permitir al niño emplear una conducta exploratoria
sin su presencia física real.
Bowlby (1969) también enfatiza el papel tan importante que la disposición
emocional de la madre juega en proporcionar al bebé lo que el llama una base segura
desde la cual explorar. Sin embargo, él entiende el significado de la unión madre-
hijo en términos etológicos. Desde esta perspectiva, la conducta de apego, p.e.,
mantener la proximidad a la figura de apego, es un sistema conductual biológicamente
activado que juega un papel adaptativo en la supervivencia de las especies. El
concepto de Bowlby (1969) de modelo de trabajo, proporciona una manera
particularmente útil de entender la manera en la que la representación cognitivo-
afectiva del niño con figuras de apego, media el desarrollo y posterior interacción
con los otros.
Según él, la representación interna del niño de las interacciones con figuras de
apego, juega un papel importante en el mantenimiento de la proximidad, dejándole
predecir las contingencias de las interacciones Self-Otros. Por ejemplo, el niño que
aprende que la expresión de los sentimientos de tristeza o enfado, tendrá como
consecuencia su abandono, puede ocultar tales sentimientos para mantener la
relación. Como he sostenido en otra parte, el modelo de trabajo puede ser concebido
como un tipo de esquema interpersonal que funciona como un programa para
mantener relaciones interpersonales (Safran, 1990a, Safran y Segal 1990). Este

80 REVISTA DE PSICOTERAPIA / Vol. V - Nº 20


concepto es similar en ciertos aspectos a otros modelos de internalización, p.e.
Fairbairn, 1952; Ogden, 1986; Sandler y Sandler, 1978). Una distinción crítica, sin
embargo, es que claramente especifica la forma en que los acontecimientos
interpersonales se representan internamente en términos coherentes con la teoría de
la memoria contemporánea (ver Stern, 1985; Safran, 1990 para elaboraciones sobre
este punto). Así, esto tiene la ventaja del tipo de claridad conceptual que se presta
bien a la investigación empírica, p.e. Hill y Safran, 1993; Main, Kaplan y Cassidy,
1985) y que un número creciente de teóricos han ido adaptándolo y elaborándolo
(Beebe, 1985; Nelson y Greundel, 1981; Safran, 1990; Stern, 1985).

DESCOORDINACION AFECTIVA Y REPARACION.


La investigación reciente en comunicación empática entre la interacción
madre-niño ofrece algunas sugerencias interesantes relativas al papel que la
armonía emocional y su ausencia pueden desempeñar en el desarrollo de esquemas
interpersonales disfuncionales y adaptativos. Tal y como indican la teoría y la
investigación en las áreas de la emoción y el desarrollo infantil, las experiencias
emocionales juegan un papel central en proporcionar al individuo información
sobre su disposición a la acción (Greenberg y Safran, 1977; Lang, 1982; Leventhal,
1984). De esta forma, la medida en que una persona interioriza y exterioriza
información afectiva de distintos tipos, determina la medida en que finalmente se
desarrolla en esta persona un sentido de si misma, que se basa en su experiencia
enraizada biológica y organísmicamente (Safran y Greenberg, 1991,Safran y Segal,
1990). De esta manera como Stern (1985) indica, el proceso de armonización
afectiva juega un papel central en ayudar al niño a articular su experiencia
emocional. A través de este proceso, el niño desarrolla un sentido de sí mismo que
se basa en su propia experiencia, percibida corporalmente y que es comunicable al
otro.
Una serie de estudios han demostrado que existen unas diferencias consisten-
tes, entre la forma en que las diadas madre-niño sanas y disfuncionales afrontan los
momentos de armonía y desarmonía afectiva (Tronick, 1989). En las diadas, tanto
las sanas como las disfuncionales, se produce una oscilación continua entre
períodos en los que la madre e hijo están armonizados o coordinados afectivamente
y períodos en los que no lo están. En las diadas madre-niño sanas, a los momentos
de falta de coordinación afectiva les sigue una reparación de la interacción. Por
ejemplo, un niño empieza a experimentar tristeza o alegría y la madre no armoniza
con esta emoción como respuesta. Esta falta de armonía el niño la experimenta como
una emoción secundaria (por ejemplo, enojo). La madre entonces armoniza con la
emoción secundaria y la diada vuelve a estar coordinada afectivamente.
En cambio las diadas madre-niño disfuncionales, la madre no sólo no armo-
niza con la emoción primaria sino que no lo hace con la secundaria. Tronick (1989),
utilizando el modelo de interiorización de Bowlby, sugiere que en las diadas madre-

INTEGRACIÓN COGNITIVO-ANALÍTICA EN PSICOTERAPIA 81


niño sanas la oscilación continua entre los períodos de falta de coordinación y de
reparación en última instancia resultan ser útiles al ayudar al niño a desarrollar un
esquema interpersonal adaptativo, en el que se representa la otra parte, como
potencialmente disponible y el yo como capaz de negociar, incluso ante una ruptura
interaccional.
En cambio, el niño en la diada disfuncional nunca desarrolla este tipo de
representación y como resultado es probable que renuncie a la posibilidad de
establecer un contacto emocional verdadero. El niño no desarrolla fe en su
capacidad para mantener un contacto autentico frente a algún tipo de relación
interpersonal, desarrollará estrategias de manipulación propia o de la otra parte para
mantener algún tipo de contacto interpersonal. Como Ferenczi (1931) y Winnicott
(1965) han propuesto, el individuo se relaciona con otros por medio de un falso yo,
para ganar tiempo, hasta que surge la situación en la que existe la posibilidad de un
auténtico y verdadero contacto interpersonal.
Debido a la deprivación emocional que el individuo ha experimentado y a la
experiencia continua de no poder establecer un contacto real, busca soluciones
desesperadamente con el fin de mantener o establecer una apariencia de contacto
o para evitar la posibilidad de otros rechazos. Sin embargo, la propia solución que
el individuo intenta aplicar es lo que en última instancia imposibilita una relación
real (Safran y Segal, 1993; Wachtel, 1977).
El individuo que por ejemplo, a causa de una desarmonía constante cuando era
niño, tiene dificultad para experimentar y expresar completamente la tristeza,
seguirá experimentando la falta de armonía ante este sentimiento por parte de los
demás. Esto creará una barrera frente a las relaciones por lo que quizás se sienta
deprivado y enfadado. Otras personas a su vez quizás se sientan enajenadas por este
enfado y sean incapaces de empatizar con él. La situación puede complicarse aún
más si el individuo, por miedo a enajenar a los demás, expresa sentimientos de
enfado de una manera indirecta o de forma pasivo-agresiva. Esto puede crear otra
barrera, que puede dificultar el establecimiento de relaciones valiosas en la vida
diaria, y establecer y mantener una alianza en la terapia. En el tratamiento, la
capacidad que el terapeuta demuestra para armonizar con cualquier sentimiento
secundario de enfado o disgusto que exista, será un prerrequisito importante para
que emerjan los sentimientos primarios que son objeto de supresión y desarmonía
(Safran y Segal, 1990). Esto por supuesto es sólo un ejemplo de la infinita variedad
de formas en que un esquema disfuncional de un paciente, puede influir en el
desarrollo de una alianza terapéutica y ser influido por la misma.

RESOLUCION DE LA RUPTURA Y CAMBIO DE ESQUEMA.


De la misma forma en que se ha propuesto la hipótesis de que el proceso de
oscilación entre estados de falta de coordinación afectiva y de reparación, juega un
papel importante en la ayuda al niño a desarrollar un esquema interpersonal

82 REVISTA DE PSICOTERAPIA / Vol. V - Nº 20


adaptativo, el análisis de las rupturas de la alianza puede suponerlo para el paciente
en la psicoterapia. Esto puede proporcionar una experiencia de aprendizaje a través
de la cual, el paciente desarrolla un esquema interpersonal que representa al otro
como potencialmente disponible, y al self como capaz de negociar la relación
incluso en el contexto de rupturas que se dan en dicha interacción (Safran, 1990b;
Safran y Segal, 1990).
¿Qué significa para el paciente (como diría Kohut) el cambiar la estructura del
propio self al internalizar al terapeuta y tomar posesión de algunas de las funciones
del self objetal del terapeuta?. Otra vez Eagle (1984), sugiere, que hay una tendencia
en la teoría psicológica del self, a reificar los constructos como el self y escribir sobre
conceptos como “ausencia de cohesividad del self”, “self fragmentado”, “defectos
del self” como si se estuviesen refiriendo a grietas reales en una entidad sustancial
estructural. Desde una perspectiva interpersonal, el self está siempre definido en
interacción con los demás, tanto si el otro es una persona particular o un otro
generalizado (para utilizar el concepto de Mead). Creo que Kohut al reconocer la
importancia de los objetos del self a lo largo de toda la vida del sujeto, está
implícitamente suscribiendo un tipo de perspectiva interpersonal. Desde este punto
de vista, como Bacal y Newman (1990) señalan, la aproximación psicológica del
self podría ser descrita de una manera más exacta denominándola como psicología
del self y de los objetos del self.
Como he sugerido en otra parte (Safran, 1990a; Safran y Segal, 1990), en la
teoría interpersonal de Sullivan (1953) está implícita la noción de que la autoestima
de una persona en cualquier período de su vida, es una función del sentido subjetivo
de su potencial para las relaciones. En la medida en que uno puede tener una
expectativa generalizada respecto a la posibilidad de alcanzar una relación
interpersonal, la autoestima personal dependerá menos de cualquier persona en
particular. De este modo uno puede tener menos necesidades de un objeto del self
para regular su autoestima.
Y en la medida en que uno no crea que la capacidad de relacionarse deba
entenderse en forma rígida, será más capaz de integrar una amplia gama de
experiencias internas diferentes (como por ejemplo angustia, tristeza, pérdida) sin
experimentar una amenaza para su sentido subjetivo de cohesividad del self. En
otras palabras, tendrá menos posibilidades de experimentar diferentes emociones
y disposiciones asociadas para la acción, como alienantes y amenazantes para el
self. Tal persona será menos dependiente de las evaluaciones que reflejan los otros,
con vistas a mantener una experiencia subjetiva del self como cohesivo, y de hecho
tendrá menos necesidad de agarrarse a un concepto fijo del self. Como Sullivan
(1953) reconocía, la autoestima, en último extremo, sirve como una función
defensiva para protegerse uno mismo de la ansiedad resultante de la desintegración
anticipada de las situaciones interpersonales.

INTEGRACIÓN COGNITIVO-ANALÍTICA EN PSICOTERAPIA 83


LAS RUPTURAS EN LA ALIANZA COMO AMBITO PARA LA
NEGOCIACION DE LA RELACION.
Las rupturas en las alianzas terapéuticas son brechas en la relación, a las que
Buber (1973) se refirió como “encuentros fallidos”; por ejemplo: las grietas que
impiden que se produzca un verdadero encuentro. De este modo, las rupturas en la
alianza, proporcionan una oportunidad para explorar las barreras a la relación que
puede encontrar el paciente en cualquier día de su vida. También proporcionan
oportunidades muy valiosas para trabajar en su separación o conexión.
Las roturas en la alianza terapéutica son inevitables. Primero, como Kohut
(1984) ha mostrado, es inevitable que el terapeuta a veces falle en su empatía hacia
el paciente.
Como hemos visto, esta situación se ve exacerbada cuando el paciente no se
hace cargo de aspectos importantes de su experiencia interior o tiene una presión
interpersonal muy fuerte, que pone al otro en círculos viciosos muy perniciosos
desde el punto de vista de la relación. Segundo, el terapeuta inevitablemente dejará
cumplir cualquier fantasía que el paciente tenga, sobre la eliminación del sentido
fundamental de separación e incompletud con el que todos vivimos. Una ruptura en
la alianza pone de manifiesto la realidad de la separación del paciente. Si el terapeuta
es capaz de empatizar con el malestar del paciente lo suficientemente bien, con el
fin de establecer un sentido mutuo de relación en el contexto de esta separación,
tendrá lugar un proceso importante de aprendizaje.
Mientras que en algunos casos los paciente tomarán conciencia directamente
de su angustia e insatisfacción cuando se ha producido una ruptura en la alianza
terapéutica, en muchos casos habrá bastante dificultad en hacer esto o se hará de
manera indirecta (Safran et al 1990). Como Rank (1945) sugirió hace mucho
tiempo, la hostilidad, y los sentimientos asertivos son probablemente los más
difíciles de aprender a expresar porque llevan inherentemente a provocar la
separación. Y aún así, es la expresión de estos sentimientos los que permiten al
individuo el desarrollo de un sentimiento de participación. El proceso de expresar
su insatisfacción con el terapeuta cuando se ha producido una ruptura en la alianza
terapéutica, juega así un papel muy importante a la hora de ayudar a los pacientes
a desarrollar un sentimiento de que ellos mismos son los responsables y los
participantes activos que pueden influenciar sus propios destinos.
Aprender a desear, y aprender a expresar el deseo de uno mismo, es de
cualquier forma, sólo la mitad de la batalla. La otra mitad consiste en aprender a
aceptar que el mundo y la gente existen en él independientemente de los deseos que
tengamos; que los sucesos en el mundo suceden de acuerdo con sus propios planes,
y que los otros tienen deseos por sí mismos. Como Winnicot (1965), señaló, una
parte muy importante del proceso de maduración consiste en ver que el otro no es
destruido por nuestra hostilidad (o, y a mi me gustaría añadir, controlado por la
expresión del deseo de uno mismo), puesto que esto supone aceptar al otro como

84 REVISTA DE PSICOTERAPIA / Vol. V - Nº 20


real, con una existencia independiente como sujeto, más que como un objeto.
Mientras que este tipo de aprendizaje es una parte importante y difícil del proceso
de desilusión, finalmente ayuda a establecer que el otro es capaz de confirmarse a
sí mismo como real. En este sentido, la matriz sobre la que se desarrollan las
relaciones son de tal forma en que se pueda realizar una confirmación recíproca a
través de la relación.
El proceso de conseguir aceptar a ambos, al self y al otro, son mutuamente
dependientes y pueden verse facilitados por el trabajo en las rupturas que se
producen en la alianza terapéutica. El terapeuta, al empatizar con la experiencia del
paciente y su forma de reaccionar a la ruptura en la alianza, demuestra que estos
sentimientos potencialmente generadores de ruptura (como por ejemplo, hostili-
dad, enfado) son aceptables, y que la relación no es contingente con no reconocer
partes de uno mismo. Así demuestra que la relación es posible a pesar de
confrontarse con la separación.
Al mismo tiempo, no obstante, el proceso de translaboración de la ruptura de
la alianza no resta importancia a la contribución inicial que el terapeuta pudo hacer,
ni significa que no pueda contribuir a problemas en la relación en el futuro. Si el
terapeuta es, de cualquiera de las maneras, y por tomar prestado la descripción de
Winnicot, suficientemente bueno, el paciente gradualmente terminará por aceptarle
con todas sus imperfecciones. La exploración y traslaboración de la ruptura de la
alianza terapéutica incluye de manera paradójica una exploración y afirmación de
ambas instancias, la separación y la potencial cercanía entre el self y el otro.
A medida que el paciente comienza a aceptar de manera progresiva su
capacidad para separarse y su separación del terapeuta, tendrá una menor necesidad
desesperada de mantener algo que se parezca a una relación a toda costa. Esto, por
el contrario, le permite tener momentos de relación más auténticos en los cuales se
relaciona con el terapeuta de una forma más espontanea y se aproxima a aceptar que
el terapeuta es como es, más que aceptarle como un personaje de su propio drama.
Esto ayuda a desarrollar una apreciación a la que se refieren en la tradición Zen
como “mismidad”, por ej: una aceptación y apreciación de las cosas tal y como éstas
son. Esto no significa una aceptación pasiva de todo lo que se produzca, sino más
bien un intentar evitar los intentos que uno hace de manipular el self y a los otros
en la búsqueda de la perfección.
A medida que la aceptación del paciente de su propia soledad fundamental se
va incrementando, aumenta también su confianza en que son posibles momentos de
contacto y encuentro con los demás. Así es como el paciente empieza a ser menos
implacable en la búsqueda de la relación y esto le permite el ser receptivo a
momentos auténticos en los que la relación emerge. Por citar a Buber (1958): “El
otro me encontró con delicadeza; no le encontré por buscarle. Pero cuando le hablé
y le dije a él la primera palabra, fue un acto de mi propio ser, es de hecho el acto de
mi propio ser” (Pag. 11).

INTEGRACIÓN COGNITIVO-ANALÍTICA EN PSICOTERAPIA 85


CONCLUSION
Como hemos podido ver, la conceptualización de la psicoterapia como un
volver a empezar y el reconocimiento de que este nuevo comienzo con frecuencia
se inicia con un tipo de ruptura en la relación paciente-terapeuta tiene una larga
historia en la teoría de la psicoterapia. Sin embargo, creo que el desplazamiento del
zeitgeist terapéutico en una dirección más orientada interpersonal y relacionalmente
nos proporciona un marco en el que se están produciendo cambios significativos
tanto técnicos como teóricos.
El enfoque que Kohut (1984) da a la importancia del trabajo a través de los
fracasos de empatía en la terapia, es como hemos visto, similar en aspectos
importantes a las ideas originales de Ferenczi (1931), relativas a la importancia de
trabajar a través de la respuesta traumática del paciente ante su desilusión con el
terapeuta. Sin embargo, la perspectiva de la psicológica del self parece hacer más
hincapié en la comprensión y la empatía con la experiencia por parte del paciente
de los fracasos empáticos del terapeuta a medida que éstos ocurren. El énfasis que
pone sobre la importancia de detectar continuamente las rupturas en las relaciones
y sobre la evaluación de las contribuciones de ambas partes a dichas rupturas se
demuestra particularmente en los escritos de Stolorw (1988). En este sentido desde
una perspectiva técnica, parece que el foco terapéutico se está alejando de la
exploración y el trabajo a través de los sucesos traumáticos con el terapeuta, lo cual
se considera una reactivación de un trauma histórico, hacia una exploración
continua de lo que frecuentemente son oscilaciones sutiles en la calidad de las
relaciones paciente-terapeuta junto con el esclarecimiento de los factores que lo
dificultan (ej. Safran y Segal, 1990).
En un nivel teórico, se ha producido una tendencia en la que los psicoanalistas
que hacen hincapié en la experiencia emocional correctiva, suelen usar la metáfora
del “niño” para comprender al paciente en la terapia. Eagle (1984), se refiere a esto
como infantilización metapsicológica y Mitchel (1988) como “tendencia evoluti-
va”. La asunción es que el análisis inicia un proceso regresivo, a través del cual los
deseos infantiles existen pero estando ocultos se reactivan y que la relación
terapéutica facilita la reanudación de un proceso evolutivo interrumpido. Uno de los
problemas de este tipo de metáfora, es que se suele suponer que estos deseos existen
sólo en los pacientes (y no en los terapeutas) o en determinados tipos de pacientes.
Como he dicho sin embargo, el deseo de una unión con otras personas y las
dificultades implicadas en aceptar nuestra separación y negociar la relación, son
apartados en los que todos nosotros tenemos dificultades a lo largo de nuestra vida.
Para la mayoría de nosotros los verdaderos momentos de relación tu-yo, en las que
dejamos al otro revelarse con nosotros como realmente es en ese momento, y estos
momentos ocurren con muy poca frecuencia y con distancia entre ellos.
Segundo, como Eagle (1984) nos muestra, la superposición que se produce en
el proceso de desarrollo asume que un adulto puede pasar por el mismo tipo de

86 REVISTA DE PSICOTERAPIA / Vol. V - Nº 20


proceso de desarrollo que un niño. De este modo, no se tiene en cuenta que el
paciente es un adulto con habilidades y capacidades de un adulto y que atravesará
su propio y único tipo de proceso de maduración si las condiciones son propicias.
De este modo este tipo de conceptualización da lugar a un tipo de infantilización,
que falla al reconocer que la relación terapéutica es un encuentro entre dos adultos.
Como Menaker (1989) propone aunque ciertas práctica terapéuticas (por ejemplo:
falta de autorevelación, el uso del diván) pueden establecer una interrelación de
roles capaz de inducir de forma artificial la aparición de sentimientos y comporta-
mientos infantiles, es un error considerar a estos, como sentimientos del pasado, los
cuales son transferidos de forma inapropiada al terapeuta.
Hoffman (1991) ha sugerido recientemente que se está produciendo un
cambio de paradigma en la teoría psicoanalítica, hacia lo que el llama una
perspectiva social-constructivista. Esta perspectiva reconoce que la terapia, la
construcción continua de realidad a través de la interacción paciente-terapeuta (a
través de diálogo y acción), más bien que el descubrimiento de una verdad objetiva.
Este cambio hacia una perspectiva constructivista es además coherente con las
tendencias actuales en la terapia cognitiva (ejemplo: Guidano, 1991; Mahoney,
1991) y los enfoques experienciales (Gendlin, 1991).
Un número cada vez mayor de teóricos, consideran la terapia como un
encuentro entre dos seres humanos que inevitablemente se ven atrapados en una
rutina fija, no creativa, de relaciones interpersonales y que con buena voluntad y
fortuna son capaces de lograr salir de esta rutina, para meterse en una nueva forma,
más progresiva de relaciones (Cashdan, 1988; Leenson, 1983; Mitchell, 1988;
Strupp y Binder, 1984). De acuerdo con esta visión de las cosas, sugiero que se
ponga mayor énfasis en la utilización de las rupturas continuas e inevitables en la
alianza terapéutica, como oportunidades para negociar aspectos fundamentales
relacionados con la separación y el acercamiento de una manera activa y creativa
durante la sesión. Estas rupturas inevitables en la alianza terapéutica (encuentros
fallidos) representan una oportunidad ideal, para explorar y elaborar formas
auténticas de conseguir un contacto humano, cuando nos vemos confrontados con
la separación.
Las rupturas en la alianza terapéutica ofrecen la oportunidad de trabajar en la
tarea de desarrollar la capacidad de sentirse a la vez separado y unido. Ofrecen la
oportunidad de aprender que existe la posibilidad de relacionarse aunque el yo y el
otro tiene sus necesidades y voluntades y existencias separadas e independientes,
y que la auténtica relación solamente se produce con el encuentro de dos seres
humanos independientes.
Como dijo Rilke (1986):
El que un ser humano quiera a otro es quizás la tarea más difícil que se nos ha
encomendado, la última tarea, la prueba y demostración definitiva, el trabajo para
el que cualquier otro trabajo simplemente sirve de preparación; por eso los jóvenes

INTEGRACIÓN COGNITIVO-ANALÍTICA EN PSICOTERAPIA 87


que son principiantes en todo, aún no son capaces de amar; es algo que deben
aprender con todo su ser, con todas sus fuerzas reunidas alrededor de sus solitarios,
ansiosos e impetuosos corazones; deben aprender a amar, pero el tiempo de
aprendizaje es siempre un largo período de soledad y por tanto amar, durante mucho
tiempo y quizás buena parte de la vida, es soledad, un aislamiento elevado y
profundo para la persona que ama. El amar no significa en primer lugar confundirse,
someterse o unirse a otra persona (porque ¿qué sería una unión entre dos personas
que son aún indefinidas, inacabadas e incoherentes?); sino, tal vez, un gran aliciente
para que el individuo madure, que se convierta en algo para sí mismo, llegue a tener
un mundo y a ser un mundo en sí mimso en relación a otra persona.

En este artículo sostengo que la clarificación de los procesos involucrados en el


trabajo con las rupturas en la alianza terapéutica, es una tarea de vital importancia
para los teóricos e investigadores en psicoterapia. Propongo que estos problemas
inevitables en la alianza terapéutica, proporcionan oportunidades importantes para
clarificar los factores que pueden crear verdaderas barreras en las relaciones cotidia-
nas de los pacientes. Además, el trabajar sobre estos problemas puede proporcionar a
los pacientes una experiencia en la importante tarea de conciliar las necesidades de
relación y participación, para terminar aceptando ambas, el self y el otro.
La importancia central de estas tareas en el ser humano ha sido reconocida a lo
largo de los años y en todas las culturas. El paradigma actual cambia la teoría y
práctica psicoterapéutica hacia perspectivas más relacionales y constructivistas,
estableciendo un ambiente particularmente apropiado para aumentar nuestro conoci-
miento de la relación terapeuta-paciente a través de una exploración diferenciada de
estos aspectos.

Traducción: Carlos Mirapeix.

Nota Editorial:
Este artículo fue publicado en la Revista Psychotherapy (1993), Vol. 30,
Nº1, pp. 11-24, y ha sido traducido con permiso del autor.

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