Entrevista Con Judith Butler
Entrevista Con Judith Butler
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extramoral”
Texto Fina Birulés.
Y si yo no estoy enteramente formada por este poder del Estado, ¿cómo estoy
o podría estar formada? Formularse esta cuestión ya es empezar a formarse de
otro modo, fuera de esta relación con el Estado, pues la crítica me distancia hasta
cierto punto. Cuando alguien dice «no» al poder, dice «no» a una particular
formación por el poder. Dice: no voy a ser sujetado de este modo y por los medios
con que el Estado establece su legitimidad. La posición crítica implica un cierto
decir «no», decir «no» como un «yo», y esto es ya una formación del «yo».
Muchos se preguntan sobre qué base Foucault establece la resistencia al poder.
Lo que nos está diciendo es que en la práctica de la crítica nos formamos como
sujetos, a través de la resistencia y el cuestionamiento. Foucault no presupone un
sujeto preexistente que pueda decir «no» y criticar a la autoridad. El propio sujeto
se forma a través de la práctica de la crítica. Y efectivamente, desde mi punto de
vista, ciertas formas de crítica suponen un cuestionamiento de la inteligibilidad de
las normas que nos constituyen como personas. Si yo soy interpelada por las
autoridades existentes como ciudadana o como no ciudadana, como un género o a
través de una categorización racial, debo luchar contra esta determinación social.
Las normas establecen mi inteligibilidad social, las categorías a través de las
cuales entiendo a la gente y a mí misma. Si desde un inicio se me atribuye un
género, si se me llama «chica», soy activamente una chica; el «yo» que emerge a
través de este género es inteligible, en parte, como ser social: el género garantiza
mi inteligibilidad y mi legibilidad como persona, y si cuestiono este género, me
arriesgo a cierta ininteligibilidad, a perder mi lugar y mi legibilidad social como
persona particular. Sin embargo, el «yo» podría decir «no» o podría preguntar
«¿por qué?», ¿con qué medios, con qué fin he sido generada, con qué derecho
este establishment médico me ha atribuido un género, o con que derecho la ley
me ha atribuido un género? El «yo» toma distancia de estas normas de género,
incluso si tales normas son las condiciones de su formación; esto es, no las
abandona, no las destruye, sino que forcejea con ellas. ¿Puede rehacerse el
género?, ¿puede entenderse como una práctica de la libertad?, ¿puede ser
entendido como un modo de llegar a ser? Y si es así, ¿qué otras formaciones son
posibles? En mi opinión, el feminismo implica un pensar acerca de las prácticas de
libertad: cuando hacemos objeción a las prácticas discriminadoras en el empleo, a
la reclusión en la esfera privada, cuando protestamos por la violencia contra las
mujeres…, no es sólo porque queremos que las mujeres consigan la igualdad, que
sean tratadas con justicia. Igualdad y justicia son normas muy importantes, pero
hay más: queremos ciertas libertades para las mujeres para que no estén
totalmente limitadas a las ideas establecidas de feminidad o incluso de
masculinidad. Queremos que sean capaces de innovar y crear nuevas posiciones.
En la medida en que el feminismo ha sido, al menos en parte, un tipo de filosofía,
es crucial para él hacer nuevos modos de género. Si el feminismo sugiere que no
podemos cuestionar nuestras posiciones sexuales o afirma no necesitar la
categoría de género, entonces me estaría diciendo que, en cierto sentido, debo
conformarme a determinada posicionalidad o a una determinada estructura -
restrictiva para mí y para otros – y que no soy libre para hacer y rehacer la forma o
los términos en que he sido hecha. Y es cierto que no puedo cambiar radicalmente
estos términos, y aunque decida resistir a la categoría de mujer, tendré que lidiar
con esta categoría a lo largo de toda mi vida. De este modo, siempre que
cuestionamos nuestro género corremos el riesgo de perder nuestra inteligibilidad,
de ser llamadas «monstruos». Mi lucha con el género, sería precisamente esto,
una lucha, y ello tiene algo que ver con la labor paciente de dar forma a nuestra
impaciencia por la libertad. Así, se puede entender la performatividad de género: la
lenta y difícil práctica de producir nuevas posibilidades de experiencias de género
a la luz de una historia y en el contexto de normas muy poderosas que restringen
nuestra inteligibilidad como humanos. Se trata de luchas complejas, políticas, pues
insisten en nuevas formas de reconocimiento. De hecho, en mi experiencia del
feminismo estas luchas políticas han venido desarrollándose como mínimo durante
el último siglo. Yo sólo ofrezco un lenguaje radical para estas luchas.
Al hablar de performatividad y de la posibilidad de nuevas formas de ser,
emerge la pregunta acerca de cómo valorar los diversos modos innovadores
de agencia, pues no toda novedad tiene por qué ser «buena». En
su Deshacer el género habla algo de ello, pero ¿hay algún criterio que nos
permita distinguir? ¿Es pertinente hablar aquí de universalidad?
Si nos referimos a los diversos modos en que el género es entendido como forma
o interpretación cultural del cuerpo, creo que no es apropiado hablar de
géneros buenos y malos: el género es extramoral. Quienes quieren establecer
géneros normales y géneros patológicos o persiguen regular el género están
absoluta y universalmente errados.Hay operaciones ilegítimas de poder que tratan
de restringir nuestra idea de lo que el género puede ser, por ejemplo en el área de
la medicina, del derecho, de la psiquiatría, de la política social, en las políticas de
inmigración, en las políticas anti violencia. Mi compromiso supone una oposición a
toda medida restrictiva y violenta usada para regular y restringir la vida de
género.Hay ciertos tipos de libertades y de prácticas que son muy importantes
para el florecimiento humano. La restricción excesiva del género mina, socava, la
capacidad humana para florecer. Y, es más, añado que el florecimiento humano es
un bien. Sé que hay una actitud moral también en ello, pero que nada tiene que ver
con decir «este tipo de género es bueno y este es malo«. Esto último constituye un
uso peligroso de la moralidad, en cambio yo trato de desplazar la estructura moral
hacia otro marco en el que podemos interrogarnos: ¿cómo sobrevive un cuerpo?,
¿qué es un cuerpo floreciente?, ¿qué necesita para florecer en el mundo? Y
necesita varias cosas: ser nutrido, ser tocado, estar en ámbitos sociales de
interdependencia, tener ciertas capacidades expresivas y creativas, ser protegido
de la violencia, que su vida sea sostenida por medios materiales.
Hoy hay muchas personas con modalidades de género que son consideradas
inaceptables -las minorías sexuales o de género- y que son discriminadas,
consideradas anormales, por los discursos psiquiátricos o psicológicos, o que son
objeto de violencia física. A esta gente no se le da la oportunidad de que sus vidas
sean reconocidas como dignas de ser protegidas o ayudadas, ni siquiera como
vidas que sean merecedoras de duelo. Cuestionamos las normas de género que
nos impiden reconocer ciertas vidas como dignas de ser vividas y que nos evitan
proveer de condiciones materiales a través de las cuales estas vidas puedan
florecer. Que se nos reconozca en público significa también ser entendidos como
vidas cuya desaparición sería sentida como una pérdida.
En EE.UU., por ejemplo, hay un discurso muy poderoso que trata de establecer
lo humano como si emergiera de la tradición judeocristiana. Tenemos asimismo
algunas políticas morfológicas que definen lo humano en términos de ciertas ideas
de lo que debería ser un cuerpo humano. Y ello produce una población de
individuos discapacitados cuyos cuerpos no se adecuan a la idea de morfología. El
ideal regulativo de lo humano produce siempre un cierto «afuera», y crea un
problema: ¿cómo nos referimos a estos otros seres? Basta pensar en la historia de
la esclavitud, cosa que pervive en EE.UU., donde todavía no está claro si todos los
hombres negros que se encarcela son humanos.
Todas nosotras estamos intentando cambiar estos valores y trabajar en ellos,
tratando de encontrar otros espacios y posibilidades para lo femenino, para lo
masculino, para lo que no es femenino ni masculino. Tenemos concepciones
distintas sobre cómo pensar esta diferencia, pero, sin duda, todas tenemos interés
en seguir la pista de esta diferencia. Dado que no podemos asumir una división
tajante entre estas posturas, pienso que puede haber un diálogo entre ellas:
ninguna de nosotras quiere aceptar la concepción de la reproducción sexual que
transforma a las mujeres en un no ser que hace posible el ser del hombre. Todas
partimos de ahí, aunque tengamos estrategias diferentes acerca de cómo salir de
ahí.
Nota
1
Muchas de sus obras han sido traducidas al castellano y al catalán, entre
otras: El género en disputa (México, Paidós, 2001), Mecanismos psíquicos
del poder: teorías sobre la sujeción (Madrid, Cátedra, 2001), El grito de
Antígona (Barcelona, El Roure, 2001), Cuerpos que importan (Barcelona,
Paidós, 2003), Lenguaje, poder e identidad (Madrid, Síntesis, 2004), Deshacer
el género (Barcelona, Paidós 2006), Vida precaria (Poder del duelo y la
violencia) (Buenos Aires, Paidós, 2006). Por lo que se refiere a entrevistas y
artículos en volúmenes colectivos, cabe destacar: «El gènere com a
actuació» (Transversal, núm. 15, 2001), El gai saber, introducció als estudis
gais i lèsbics (Barcelona, Llibres de l’Índex 2000).