La Ética Kantiana
La Ética Kantiana
La Ética Kantiana
La ética kantiana
Los filósofos vistos en esta sección revisten todos, importancia. Sin embargo, dos de ellos,
Aristóteles y Santo Tomás, desarrollaron sistemas tan amplios y profundos, que ejercieron una enorme
influencia en quienes los sucedieron y en los siglos posteriores.
El pensador que veremos ahora es comparable a esos dos grandes en la historia de la filosofía, por lo
vasto, coherente y profundo del sistema que propuso, y por haber marcado un hito, un punto de inflexión
crucial en el pensamiento moderno.
Immanuel Kant nació en el año 1724 en la ciudad de Kónigsberg, ubicada al oriente de la antigua
Prusia. Allí vivió y murió a la avanzada edad de 80 años.
Nacido de familia humilde (su padre era un talabartero), recibió desde niño una estricta formación pietista.
Era un hombre de amplísimos conocimientos: además de dedicarse de lleno a la reflexión filosófica era
versado en Matemática, Geografía, Física, Teología y Antropología entre otras disciplinas. Era asimismo
pacifista y antimilitarista.
Su vida fue prolongada a pesar de la dolencia pulmonar que sufría, y esto seguramente a causa
del estricto régimen de vida que llevaba. Era tenaz y perseverante en lo que emprendía y de costumbres
muy regulares. Pero la característica principal de Kant fue sin duda, su integridad moral, y fue,
precisamente, según algunos estudiosos, el tema ético el central en el pensamiento de este filósofo.
Su obra principal, Crítica de la Razón Pura, apareció cuando Kant contaba ya 60 años. Escribió
también la Crítica de la Razón Práctica y la Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, en las
que expone su doctrina ética.
"Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse
como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. El entendimiento, el gracejo, el Juicio, o
como quieran llamarse los talentos del espíritu; el valor, la decisión, ¡a perseverancia en los propósitos
como cualidades del temperamento son, sin duda, en muchos aspectos, buenos y deseables; pero
también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad que ha de hacer uso de
estos dones de la naturaleza, y cuya peculiar constitución se llama por eso carácter, no es buena. Lo
mismo sucede con los dones de la fortuna. El poder, la riqueza, la honra, la salud misma y la completa
satisfacción y el contento del propio estado, bajo el nombre de felicidad, dan valor y tras él a veces
arrogancia, si no existe una buena voluntad que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa
felicidad y con él el principio todo de la acción." (Kant I., Fundamentación de la Metafísica de las
costumbres, Buenos Aires, Espasa Calpe, Col. Austral, 1963, pág. 27
Así, una cualidad cualquiera puede ser buena o mala, conforme a la intención con que se la use.
Vale para ejemplificar esto el caso de Benito Mussolini, cuya inteligencia era por todos conocida, y, sin
embargo, también es sabido el uso que hizo de ella.
"La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para
alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí
misma. Considerada por sí misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio
de ella pudiéramos verificaren provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas
las inclinaciones. Aun cuando, por particulares enconos del azar o por ¡a mezquindad de una naturaleza
madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de
sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad —no desde luego
como un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder— sería esa
buena voluntad como una joya brillante por sí misma, como algo que en sí mismo posee pleno valor. La
utilidad o ¡a esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor. Serían, por decirlo así, como la
montura, para poderla tener más a la mano en el comercio vulgar o llamar ¡a atención de los pocos
versados; que ¡os peritos no necesitan de tales reclamos para determinar su valor."
(Kant, op. cit., pp. 28 y 29)
De este modo, no puede decirse que una persona no obró bien, si tuvo la intención de realizar
una buena acción, pero por motivos que le eran ajenos no logró llevarla a cabo. Tampoco puede decirse
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que sí obró bien alguien que, por casualidad, realizó una buena acción.
"El Dr. Benítez recibió en el hospital un paciente que precisaba con suma urgencia una dosis de
SANANSTIL FORTE, caso contrario morirla. Buscó en enfermería y vio que ya no habla. Recorrió todas
las farmacias del barrio e hizo un llamado a la solidaridad pero no lo consiguió y sin que él lo supiera, una
enfermera le suministró por error la última dosis que ella tenia reservada para otro paciente y así lo
salvó." ¿Cómo calificaría Kant la acción de la enfermera? ¿Y la del Dr. Benítez?
Sin embargo, no siempre obramos bien. Muchas veces "sabemos" que deberíamos hacer tal o
cual cosa, y sin embargo nos dejamos llevar por nuestras apetencias personales, nuestros afectos,
nuestras preferencias o nuestras conveniencias. Y es que, según Kant, nosotros, los seres humanos, no
estamos constituidos sólo por la razón (que es la que tiene conciencia de lo que está bien y lo que está
mal), sino también por lo que él llama inclinaciones. Cuando sabemos lo que está bien pero nuestras
inclinaciones quieren arrastrarnos en sentido contrario, la buena voluntad de la que antes hablábamos se
convierte en deber, noción central de la ética kantiana. Así, solemos escuchar a ciertas personas decir
frases como: "Me quedaría descansando en la cama en lugar de ir al trabajo, pero el deber me llama".
El deber, entonces, siempre tiene un carácter coercitivo, en tanto surge para oponerse y reprimir a la
inclinación.
Esto no significa que sólo obramos bien si lo hacemos oponiéndonos a nuestras inclinaciones. Si yo salvo
a mi hermano que acaba de sufrir un accidente automovilístico y quedó encerrado en su auto, debo
analizar mi acción y pensar: "¿Lo habría hecho de todos modos si el accidentado hubiese sido un
desconocido?". Si la respuesta es afirmativa, entonces mi acción fue buena, pero si la respuesta es: "Sólo
lo hice porque sabía que era mi hermano el que pedía socorro", entonces mi acción, si bien no habrá sido
mala, tampoco habrá sido buena, pues no lo hice por deber sino por inclinación.
Precisemos mejor esto analizando la clasificación que propone Kant de los actos en relación al deber:
Contrarios al deber
Por inclinación inmediata
Actos De acuerdo con el deber
Por Inclinación mediata
Por Deber
1) Suponte que un compañero te pide que lo ayudes a estudiar para una evaluación de Física ya que no
entiende algunos puntos. Dispones de tiempo para hacerlo y tienes muy claros los temas a ser
evaluados; sin embargo prefieres quedarte mirando tu programa favorito de televisión. Allí habrás obrado
en forma contraria al deber y tu acto, entonces, habrá sido malo.
2) Imagina, en cambio, que ese compañero que solicita tu ayuda conoce al dedillo los contenidos de la
próxima evaluación de Literatura, de modo que tú le dices: "Acepto ayudarte, pero a cambio de que me
ayudes luego con Literatura". En este caso habrás obrado en función de una conveniencia tuya. Tu acto
coincidió con lo que el deber te indicaba, pero lo hiciste por inclinación, puesto que no lo habrías ayudado
si él no hubiese sabido Literatura. Tu acto habrá sido de acuerdo con el deber y por inclinación mediata,
puesto que tu compañero es sólo un medio para lograr lo que tú deseas.
3) Imagina ahora que quien te pide ayuda es tu mejor amigo, y sólo lo ayudas porque se trata de él y lo
aprecias mucho. Tu acto será también de acuerdo con el deber, como en el caso anterior, pero por
inclinación inmediata, puesto que es tú amigo mismo el objeto de tu inclinación.
Estos dos últimos casos merecen ser calificados como moralmente neutros.
Obviamente, sólo en el cuarto caso tu acción podrá ser calificada de buena. ¿Cómo habrá que completar
el ejemplo anterior en esta cuarta variante?
"Es desde luego, de acuerdo con el deber que el mercader no cobre más caro a un comprador
inexperto; y en los sitios donde hay mucho comercio, el comerciante avisado y prudente no lo hace, en
efecto, sino que mantiene un precio fijo para todos en general, de suerte que un niño puede compraren
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su casa tan bien como otro cualquiera. Así, pues, uno es servido honradamente. Mas esto no es ni
mucho menos suficiente para creer que el mercader haya obrado por deber, por principios de honradez;
su provecho lo exigía, mas no es posible admitir además que el comerciante tenga una inclinación
inmediata hacia los compradores, de suerte que haya actuado por amor a ellos; por decirlo así, la acción
no ha sucedido ni por deber ni por inclinación inmediata, sino simplemente por una intención egoísta.
En cambio, conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una inmediata
inclinación a hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los hombres
pone en ello no tiene un valor interior, y la máxima que rige ese cuidado carece de un contenido moral.
Conservan su vida conformemente al deber, sí, pero no por deber. En cambio cuando las adversidades y
una pena sin consuelo han arrebatado a un hombre todo el gusto por la vida, si este infeliz, con ánimo
entero y sintiendo más indignación que apocamiento o desaliento, y aun deseando la muerte conserva su
vida, sin amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su máxima sí tiene un contenido
moral. Ser benéfico en cuanto se puede es un deber pero, además, hay muchas almas tan llenas de
conmiseración, que encuentran un placer íntimo en distribuir la alegría en torno suyo, sin que a ello les
impulse ningún sentimiento de vanidad o de provecho propio y que pueden regocijarse del contenido de
los demás, en cuanto que es su obra.
Pero yo sostengo que, en tal caso, semejantes actos, por muy conformes que sean al deber, por
muy dignos de amor que sean, no tienen, sin embargo, un valor moral verdadero y corren parejas con
otras inclinaciones, por ejemplo, con el afán de honras, el cual, cuando, por fortuna, se refiere a cosas
que son en realidad de general provecho, conformes al deber v, por tanto, honrosas, merece alabanzas y
estímulos, pero no estimación; pues le falta a la máxima contenido moral, esto es, que tales acciones
sean hechas, no por inclinación, sino por deber." (Kant, op. cit., pp. 33-35)
"El Dr. González es cardiólogo y jamás atendió a un paciente, por urgente que fuera, si éste se
presentaba durante su hora de almuerzo. Sin embargo, este domingo sufrió un infarto su padre. Esta vez
el Dr. González sí cumplió con su deber, y atendió a su padre durante el mediodía”.
De manera que Kant nos dice que debemos cumplir con lo que el deber nos manda, más allá de
que ello nos proporcione o no un beneficio personal.
Sabemos que debemos obrar bien, pero no siempre es sencillo determinar qué acción es buena y
cuál no lo es. ¿Existe alguna forma que nos permita discernir entre ambas? Pues sí. Existe una regla
objetiva, aplicada la cual, sabremos si llevar a cabo una acción o no. Esta regla objetiva está formulada
en los imperativos categóricos que expondremos enseguida. Antes es necesario realizar algunas
precisiones.
• ¿Qué es un imperativo? Es el lenguaje en el que se expresan los mandatos éticos. Así, por ejemplo, los
diez preceptos o mandamientos que legó Moisés al pueblo judío están expresados de modo imperativo.
• ¿Y por qué son categóricos? Porque, como dijimos más arriba, mandan en forma absoluta, siempre
más allá de las circunstancias particulares en las que se encuentre la persona o de los beneficios que esa
acción le pueda brindar. Distintos son los imperativos hipotéticos, que mandan en forma condicional,
como por ejemplo: "Si deseas ser ayudado por tus compañeros, debes ayudarlos cuando ellos lo
necesiten".
Este precepto manda que ayudemos a los demás, pero sólo para ser ayudados por ellos a
cambio. Es importante acotar aquí la objeción que formula Kant a todos los sistemas éticos que señalan
al hombre cómo debe obrar si quiere lograr un fin o un bien, como, por ejemplo, la felicidad. Quien afirma:
"Debo ser prudente si quiero ser feliz", "Debo aceptar mi destino si quiero lograr la tranquilidad espiritual" ,
etc. no apunta a la noción central que debe atender un correcto sistema ético: el deber como única norma
para obrar.
• Es necesario también explicar el significado de la palabra "máxima". Esta designa el principio por el cual
yo obro, aquello por lo cual realizo una acción. Es, por lo tanto, un principio subjetivo, a diferencia del
imperativo categórico que es objetivo.
En otros términos: "Nunca hagas algo que no aceptarías que pudiera ser hecho por todos".
Tomemos a modo de ejemplo un caso que el mismo Kant propone. Yo necesito dinero prestado
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pero sé que no podré devolverlo. Sin embargo, me consta que sólo obtendré ese préstamo si prometo
devolverlo. De modo que hago la promesa sabiendo que no la cumpliré.
¿Cómo debo analizar esto?
En primer lugar, debo ver cuál es la máxima que guía mi acción y formularla así: "Faltaré a mis
promesas cada vez que me convenga". En segundo lugar, debo analizar qué ocurriría si mi máxima fuera
ley para todos. Y enseguida advierto que si nadie cumpliera sus promesas, entonces las promesas
mismas dejarían de existir, porque nadie creería en ellas y yo no puedo querer esa consecuencia. Por
otra parte, si analizamos las acciones que todos realizamos, advertimos que siempre están hechas por un
fin. Como vimos antes, esos fines suelen basarse en nuestras inclinaciones, y son, por lo tanto,
subjetivos. Sin embargo, si existe un imperativo categórico, eso significa que deben existir fines absolutos
y objetivos, y estos fines absolutos deben ser los seres humanos mismos.
De aquí entonces la segunda formulación del imperativo categórico:
“Obra de tal modo que no consideres a la humanidad (en ti mismo y en los otros) solamente como un
medio sino siempre como un fin en sí mismo. "(Kant, op, cit., pág. 84)
Es decir que, si consideramos a otra persona, o aun a nosotros mismos, como medios o
instrumentos al servicio de una inclinación nuestra, entonces habremos obrado mal.
Todo lo visto hasta ahora, la presencia en el hombre de una conciencia moral y la existencia del
deber y la ley moral, suponen que en el ser humano hay libertad. No tiene sentido, por ejemplo, juzgar la
moralidad de una piedra que cae, puesto que la piedra no es un ser libre: no puede elegir no caer, por
ejemplo. El hombre, en cambio, puede elegir ayudar o no a los otros, suicidarse o no hacerlo, etc.
Hay, es cierto, muchos aspectos en el hombre donde no reina la libertad. Todos sus procesos
físicos y aun los psíquicos —sus inclinaciones, por ejemplo— están regidos por leyes de causalidad, es
decir, que cada uno de ellos tiene una causa que lo determina en el orden natural. Sin embargo, hay otro
aspecto en el hombre, el racional, que corresponde a un orden que Kant llama nouménico en el cual no
rige el determinismo de la ley natural, sino la ley moral y la libertad. Kant denomina a ese aspecto
racional del hombre, razón práctica (praxis = acción) que no es sino la voluntad regida por el deber y
aplicada al actuar moral. Por lo anterior, sólo cuando el hombre puede sustraerse a sus inclinaciones v
actuar por deber, es decir, cuando no depende de causas biopsíquicas que lo determinan sino que actúa
en función de la ley moral, sólo en ese caso, es libre. Así, sintetizando, existen dos tipos de leyes que
corresponden a dos órdenes de realidades y a dos aspectos en el hombre: