La Libertad Humana CARLOS VALVERDE
La Libertad Humana CARLOS VALVERDE
La Libertad Humana CARLOS VALVERDE
La libertad humana.
Estudiamos en este apartado uno de los problemas más decisivos e importantes de
la Antropología Filosófica, la libertad. Depende de ella no sólo la realización y el destino
personal de cada uno, sino también la realización y el destino de la Historia humana. El
conocimiento humano alcanza su pleno sentido en el ejercicio de la acción libre.
Mientras que el animal se realiza en fuerza de potencialidades biológicas, el hombre
tiene que desarrollar sus facultades y el proyecto de su vida con decisiones autónomas
de las que ciertamente sólo él es capaz. Si el conocimiento humano tiene por objeto todo
lo que es, si la voluntad humana puede apetecer todo lo bueno, la última decisión del
hombre ante el ser y ante el bien depende de su libre elección. No está escrita ni
determinada en ningún sitio. Por estas autodeterminaciones es como la persona realiza
el sentido de su vida.
Esta libertad la definían acertadamente los escolásticos como aquella facultad gracias a
la cual el hombre, aun dados todos los prerrequisitos para actuar, puede, de hecho,
actuar o no actuar; actuar de una manera o de otra. Se la llama también libre arbitrio. A
la libertad para actuar o no actuar se la designa como libertad de ejercicio o de
contradicción, a la libertad para decidir una cosa u otra libertad de especificación o de
contrariedad.
Sin embargo, ciertos sistemas de filosofía, sobre todo los influenciados más de lo
conveniente por las ciencias de la Naturaleza, se han permitido negar teóricamente la
libertad humana. Harían falta muchas páginas para historiar el surgimiento y la evolución
del concepto de libertad. No podemos hacerlo y lo remitimos a la Historia de la Filosofía.
Aquí nos basta recordar que frente a la tesis de la libertad humana tal como nosotros la
entendemos, en la época moderna y contemporánea sobre todo, han aparecido las tesis
del empirismo y las del determinismo que niegan la libertad humana. Así
Ios materialistas, ya que piensan que el hombre es materia y sólo materia,
necesariamente tienen que pensar también que el hombre está sometido a las leyes de
la materia y éstas siempre son necesarias y necesitantes. Los empiristas de todo género
(positivistas, neopositivistas, analíticos, fenomenistas, cientificistas, etc.) puesto que
creen que sólo podemos conocer los datos experimentales, niegan la realidad de la
libertad porque la consideran un concepto metafísico que supondría el conocimiento del
sujeto como es en sí. Esto lo consideran imposible ya que el sujeto, en cuanto sujeto, no
es verificable por la experiencia. Sólo lo son sus actos. No deja de ser extraño que se
nieguen a aceptar la experiencia evidente, constante y verificable de la libertad en
muchos de nuestros actos.
Desde otro punto de vista muy distinto, desde el Idealismo absoluto, Hegel piensa que
el hombre es absorbido en un Espíritu infinito universal que se desarrolla en todos los
seres y toma conciencia de sí en el hombre. El hombre singular no es sino un momento
del desarrollo del Espíritu absoluto; queda inmerso en la necesidad metafísica de ese
proceso. La persona singular y sus posibles decisiones quedan sometidas al necesario
proceso dialéctico de la totalidad. Las pequeñas opciones de cada día no entran en
consideración.
Los marxistas por ser materialistas y porque atribuían todos los fenómenos humanos a
la acción de las fuerzas de productividad y a las consiguientes relaciones de producción,
pensaban que los hechos de la vida humana y las ideologías venían determinadas,
necesariamente, por los factores económicos materiales. Siguiendo a Hegel hablaban
también de la libertad no más que como «comprensión de la necesidad» .
La breve referencia que hemos hecho de algunas teorías basta para conocer, de manera
aproximada, el panorama cultural en el que hoy se plantea el problema de la libertad
humana.
Por aquí atisbamos ya que el hombre es tanto más libre cuanto mejor elige y tanto elige
mejor cuanto elige un bien mayor. Es decir, que la libertad no consiste en una
determinación voluntarista de hacer lo que a uno le venga en gana, como con frecuencia
se cree, sino en la debida liberación de atractivos perjudiciales o menos humanos que
nos permita elegir lo más conveniente y conducente a los fines de la realidad humana.
Libertad no equivale a capricho, libertad equivale a liberación de caprichos. Preexisten
unas verdades y una jerarquía de valores objetivos que nos indican cuál es la decisión
más personalizante, la que debemos tomar para ser personas o para realizar mejor
nuestra personalidad, para proceder moralmente bien. Queda después nuestra
autodeterminación de la cual el sujeto es responsable.
La vida moral propia y ajena es un hecho evidente desde que los hombres han sido
capaces de reflexionar. Hay una especie de intuición, o conocimiento por
connaturalidad, diría Maritain , por el cual caemos en la cuenta de que hay acciones
honestas y acciones inhonestas. Por eso, ha habido siempre una conciencia moral. Pero
la moralidad carecería de sentido si no fuéramos psicológicamente libres. Ni
experimentaríamos el remordimiento por una acción inhonesta, ni la paz y la alegría por
un acto moralmente bueno. Que haya habido errores en la designación del bien y del
mal no significa sino que el hombre puede confundir valores, arrastrado por instintos o
deformaciones en el conocimiento.
Otro tanto hay que decir de la vida legal. Ningún código civil, ningún código penal tendría
valor ni sentido alguno si no fuéramos realmente libres. Pero desde que tenemos
noticias de la vida civil, desde el Código de Hammurabi (siglo XVIII-XVII a.C.), hasta los
Códigos de nuestros días, todas las leyes están presuponiendo que podemos cumplirlas
o que podemos quebrantarlas.
La labor pedagógica que se realiza con los niños en la familia o en los colegios, si tiene
algún valor éste consiste fundamentalmente en ayudarles a que, a medida que se
desarrollan, hagan buen uso de su libertad. Consideramos que son adultos cuando son
capaces de autodeterminarse correctamente conforme a la verdad y al bien.
Debemos preguntarnos aún por la raíz última de la libertad humana, por su esencia
metafísica. Hay que afirmar que la explicación última de la libertad humana está en la
naturaleza intelectual y racional del hombre. «La raíz de la libertad es la voluntad como
sujeto, pero como causa es la razón; porque en tanto puede la voluntad libremente ser
conducida hacia diversas cosas en cuanto que la razón puede tener diversas
concepciones del bien» escribe santo Tomás. Por eso, hemos dicho que sólo como
método expositivo se separan actos intelectuales y actos volitivos libres. Pero, en la
realidad, los actos humanos constituyen una unidad de acción que envuelve
intrínsecamente lo intelectivo y lo volitivo. El objeto formal de la voluntad es el bien en
cuanto bien conocido. El hombre puede conocer y apetecer los bienes sensibles o los
bienes espirituales. Puede elegir unos u otros porque en todos ellos puede encontrar
verdad y bien. Pero en ninguno de ellos puede encontrar la plenitud de la verdad y del
bien. Por otra parte, así como el hombre tiene capacidad para conocer toda verdad
(repetimos, es impensable que haya algo impensable) y, sin embargo, las verdades que
conoce son todas limitadas y por eso busca siempre más, también la voluntad puede
apetecer y apetece todo bien, tiene también ella una cierta infinitud, una capacidad
potencial para todo bien. Como al conocer los bienes los conoce como bienes pero
limitados, ninguno de ellos puede coaccionarla, es decir, ninguno de ellos, si la persona
está en posesión de sus facultades, puede forzarla a una opción necesaria. Cualquier
bien conocido puede solicitar nuestra adhesión a él, pero porque le conocemos siempre
como limitado e insuficiente, no plenificante, nunca puede forzar nuestra adhesión. Sólo
ante el Bien Total o Felicidad total conocida directamente como tal, no seríamos libres.
Los otros bienes nos dejan un margen de elección libre. En esa indeterminación está
precisamente la esencia de la libertad. Puedo tener motivos para elegir una cosa u otra
pero no estoy determinado a ninguna de ellas. Se equivocaba Sócrates cuando defendía
que si conociéramos el bien no podríamos menos de seguirlo y que nadie peca sino por
ignorancia. No existe ese determinismo intelectualista precisamente porque ningún bien
creado es el Sumo Bien. Por eso, como ya hemos dicho, no siempre elegimos el bien
mayor aunque lo reconozcamos como tal. El acto humano es muy complejo y no nace
de una razón pura. Depende en gran parte de la capacidad intelectual del sujeto, de su
amor a la Verdad, de su apertura a los bienes mejores, de su temperamento, de las
circunstancias, de otros condicionamientos y en último término de su libertad.
Santo Tomás dice con frase audaz liberum est quod sui causa est (es libre lo que es causa
de sí mismo) 35, expresión que ya nos está hablando de que la libertad es, en algún
sentido, una cierta «aseidad», una imitación, en el nivel de nuestro obrar, de la
«aseidad» divina, lo que ha planteado muchos problemas al intentar conjugar el libre
arbitrio humano con la omnipotencia y la providencia de Dios sobre los hombres. No
cabe duda que la libertad es una excepción, un poco escandalosa, del determinismo
universal y del orden del mundo y, si es verdad que la física contemporánea quiere
suavizar este determinismo, no lo anula; los niveles en los que juega el supuesto
indeterminismo cuántico y el del acto libre son muy diferentes.