Moreno-Modelo de Creencias en Salud
Moreno-Modelo de Creencias en Salud
Moreno-Modelo de Creencias en Salud
2003
Emilio Moreno San Pedro / Jesús Gil Roales-Nieto
EL MODELO DE CREENCIAS DE SALUD: REVISIÓN TEÓRICA, CONSIDERACIÓN
CRÍTICA Y PROPUESTA ALTERNATIVA. I: HACIA UN ANÁLISIS FUNCIONAL DE
LAS CREENCIAS EN SALUD
International Journal of Psychology and Psychological Therapy, june, año/vol. 3,
número 001
Universidad de Almería (España)
Almería, España
pp. 91-109
RESUMEN
ABSTRACT
Since its origin in the 1950s decade, the Health Belief Model has become one of the most
used theoretic frames in Health Psychology to explain health and preventive behaviors.
It is a cognitive inspired model which considers those behaviors being the result of the
set of beliefs and internal valuations the individual provides to a particular situation.
Notwithstanding the important amount of investigations this model generates nowadays,
certain contradictory results question its explicative validity, underlining the lack of
correspondence between the individual’s beliefs and his/her health-related behavior. This
paper presents a historic review of the model, points out its principal components and
dimensions, checks the critics that have been formulated to it, and, finally, the paper
introduces an alternative explanation, in terms of the functional analysis of verbal behavior,
trying to overcome those contradictory results.
Key words: Health belief model, health beliefs, health behavior, functional analysis, ver-
bal behavior.
1
La correspondencia sobre este artículo puede dirigirse al primer autor: Departamento de Personalidad, Evaluación y Tra-
tamiento Psicológicos, Facultad de Humanidades Edificio A, Laboratorio de Psicología de la Salud, Universidad de Almería,
04120 Almería, España. Email: [email protected].
92 E. MORENO Y J. GIL ROALES-NIETO
PERSPECTIVA HISTÓRICA
pertenecientes al Public Health Service estadounidense, todos ellos autores con una
orientación fenomenológica basada en las teorías de Kurt Lewin (Janz y Becker, 1984;
Rosenstock, 1974). Este primer acercamiento surge con la intención fundamentalmente
pragmática de encontrar respuestas a una serie de problemas de carácter social princi-
palmente relacionados con la educación para la salud, como un intento de comprender
por qué las personas se niegan con frecuencia a llevar a cabo conductas preventivas
tales como revisiones médicas para la detección temprana de enfermedades. Por tanto,
su objetivo primario de estudio era la prevención, considerando que el mero cuidado
médico era sólo una parte de la totalidad del servicio que la salud pública podía y debía
ofrecer (Bibace, Schmidt y Walsh, 1994; Janz y Becker, 1984; Rosenstock, 1974).
Así pues, en estos primeros años, el modelo, centrado en la prevención, intenta
explicar la conducta de salud de los sujetos sanos. Esto es, se centró en el estudio de
la conducta de evitación de la enfermedad, debiendo pasar casi veinte años para que,
bien entrada la década de los setenta del pasado siglo, el modelo se aplicase también
a las respuestas de los pacientes ante síntomas manifiestos (Kirscht, 1974) y al cum-
plimiento de los regímenes médicos prescritos (M. H. Becker, 1974a). En conclusión,
el modelo tuvo en sus primeros años de vida, una doble dimensión, psicológica y
social, un carácter eminentemente pragmático (con vistas, en un primer momento, a la
prevención y más tarde, al tratamiento), y surgió desde una perspectiva de investigación
aplicada en el ámbito de la sociología de la educación, más que desde un marco
estrictamente teórico de psicología (Kirscht, 1988).
El primer artículo que menciona el Modelo de Creencias de Salud, tal y como
se conoce en la actualidad, es el de Kasl y Cobb (1966) aparecido en Archives of
Environmental Health. Desde entonces, y debido a que se trata de un modelo funda-
mentalmente dinámico y controvertido, ha generado numerosas versiones y aplicacio-
nes desigualmente afortunadas (Janz y Becker, 1984; Kirscht, 1988).
Tal fue el interés que despertó, que ya en 1974 la revista Health Education
Monographs, publicación oficial de la Society for Public Health Education, editada
entonces por Lawrence Green, dedicó un número monográfico al Modelo de Creencias
de Salud (Becker, 1974a,b), en el cual se revisaban los distintos hallazgos que sobre el
tópico se habían realizado hasta la fecha, se examinaban una amplia variedad de inves-
tigaciones que, teniendo en común la aplicación del Modelo de Creencias de Salud
como formulación conceptual, intentando comprender por qué los sujetos se implican
o no en determinadas acciones relacionadas con la salud. Diez años más tarde, Janz y
Becker (1984) llevan a cabo una nueva revisión de las investigaciones realizadas en la
década transcurrida entre su informe y el anteriormente citado, llegando a la conclusión
de que el modelo continuaba siendo un marco teórico adecuado para explicar, al menos,
el cumplimiento de las recomendaciones médicas de cuidado de la salud.
Lo cierto es que el modelo ha llegado hasta nuestros días, a juzgar por el cúmulo
de investigaciones que aún propicia, con la consideración de ser una de las escasas
formulaciones teóricas disponibles aunque, como veremos más adelante, han surgido
numerosas críticas, la mayoría dirigidas contra la excesiva abstracción y complicación
que el modelo ha experimentado con el paso del tiempo, los sucesivos intentos por dar
cabida a las más variadas problemáticas de salud y, lo que quizás es más importante,
BENEFICIOS percibidos
Variables demográficas (edad, sexo,...)
de la acción preventiva
Variables sociopsicológicas (personalidad,
menos
clase social, presión del grupo y com-
COSTOS (o barreras)
pañeros de referencia, etc.).
percibidos para la
acción preventiva.
SUSCEPTIBILIDAD percibida a
la enfermedad "X" AMENAZA percibida Probabilidad de
SEVERIDAD percibida de la
de la realizar la acción
enfermedad "X" enfermedad "X". preventiva.
Figura 1. Aplicación del modelo de creencias sobre la salud aplicado a la predicción de la conducta de salud o
conducta preventiva, de acuerdo a Becker y Maiman (1975).
1986; Harris y Guten, 1979; Kegeles y Lund, 1982; Kristiansen, 1985, 1986; Salovey,
Rudy y Turk, 1987; Weisenberg, Kegeles y Lund, 1980), cuando no claramente contra-
dictorios (Dielman, Leech, Becker, Rosenstock y Horvath, 1982; Gordis, Markowitz y
Lilienfeld, 1969; Guerin, 1994; Guerin y Foster, 1994; Hershey, Morton, Davis y Reichgott,
1980; Janz y Becker, 1984; Lloyd, 1994; Millar y Millar, 1993; Weinberger, Greene,
Mamlin y Jerin, 1981).
Por otro lado, los estudios que sí han indicado resultados positivos en cuanto a
la capacidad predictiva del modelo son, en su mayoría, estudios basados en informes
de carácter retrospectivo sin verificaciones directas del comportamiento. Lo cual, como
ha señalado Gil Roales-Nieto (1997), magnifica el hecho de que los estudios que ex-
ploraron la relación entre conductas reales de salud y verbalizaciones sobre salud no
hayan encontrado más que modestas correlaciones entre ambos tipos de comportamien-
tos. Un fenómeno, esta falta de relación, sobradamente conocido e investigado como
correspondencia (o falta de ella) entre decir y hacer (por ejemplo, Ajzen y Timko,
1986; Gómez Becerra y Luciano, 1999; Herruzo y Luciano, 1994; Luciano, 1992a,
1993; Salovey, Rudy y Turk, 1987). Sin embargo, esto hallazgos no se han incorporado
al modelo para reformular el papel concedido al decir. En pocas palabras, la evidencia
existente en la literatura especializada respecto a que los sujetos dicen conocer lo que
hay que hacer, saben cómo hacerlo y, sin embargo, no lo ponen en práctica, hace difícil
sostener una relación inequívoca y de carácter causal entre creencias y conductas en el
ámbito de la salud, tal como se colige de los postulados del modelo.
Habiendo sido concebido para explicar las conductas de salud y de prevención
y evitación de la enfermedad, su aplicación a la explicación de la conducta de enfer-
medad o rol de enfermo y de la conducta de riesgo resulta poco convincente, entre otras
razones porque de acuerdo con Kirscht (1988) y Janz y Becker (1984), los comporta-
mientos de riesgo están, a menudo, vinculados a determinantes no directamente rela-
cionados con la salud, (por ejemplo, razones estéticas, consecuencias sociales, etcéte-
ra), de manera que la extensión del modelo más allá de sus objetivos originales queda
en entredicho, como ya reconoció uno de sus autores originales (i.e., Rosenstock, 1974).
Skinner, 1984). No obstante, también es cierto que el término ha sido objeto, por ciertos
analistas, de un uso un tanto excesivo (para una revisión del tema, véanse Luciano y
Gil Roales-Nieto, 1997; Tatham y Wanchisen, 1998).
Otra importante cuestión hace referencia a las diferentes unidades de análisis
empleadas desde ambas perspectivas. Para el punto de vista cognoscitivo, la unidad de
análisis típica es un proceso, entidad o constructo que no es observable directamente,
pero que se infiere de las relaciones observadas entre eventos ambientales y conductuales
(Dougher, 1995), categoría dentro de la cual entrarían las creencias, la autoeficacia, las
atribuciones y los demás constructos empleados en el ámbito de la Psicología de la
Salud, mientras que para la perspectiva funcional la unidad de análisis siempre es la
conducta y las relaciones entre conductas. Igualmente, existen importantes diferencias
en cuanto al concepto y uso de la explicación. Las explicaciones desde el ámbito
cognitivo subrayan la especificación o descripción de los componentes de la estructura
o proceso cognitivo que constituye la unidad de análisis típica desde esta perspectiva,
así como la naturaleza de su funcionamiento, sin que se estime necesario atender a las
condiciones que dan lugar a la estructura o la forma de manipularla (Dougher, 1995;
Hayes y Brownstein, 1986). De ese modo, si la descripción permite la predicción, se
considera, sin más, una explicación científicamente adecuada. En cambio, las explica-
ciones relacionales o contextuales, considerando los objetivos científicos de predicción
y control, requieren una descripción de las relaciones funcionales entre el fenómeno a
explicar (la conducta) y sus determinantes manipulables, que, como ya se ha dicho,
acaban remitiendo al contexto funcional (Dougher, 1995; Luciano y Gil Roales-Nieto,
1997).
Por último, igualmente se aprecian diferentes concepciones de variables depen-
dientes y variables independientes desde ambas perspectivas. Para la perspectiva cognitiva
pensamientos, ideas, creencias y demás fenómenos internos son los objetos de estudio
legítimos de la Psicología. Pero para el análisis de la conducta, estos fenómenos tam-
bién pueden ser considerados como fenómenos científicamente aceptables, pese a su
inaccesibilidad. Ya desde los primeros trabajos de Skinner (1945) se viene reconocien-
do que las acciones directamente observadas por una sola persona (por ejemplo, sus
pensamientos), si se definen operacionalmente en términos de contingencias, son cien-
tíficamente tan válidas como aquéllas observadas por los demás. Como han señalado
Hayes y Wilson (1995) creer o pensar no son más insustanciales, metafóricos o hipo-
téticos que caminar o hablar o cualquier otro comportamiento, pese a que autores como
Bandura (1995) o Mahoney (1995) se empeñen aún en sostener que la perspectiva
funcional “niega” la existencia de tales fenómenos.
En Psicología, cogniciones, pensamientos y creencias, como ideas acerca de
algo, son variables aceptables, tanto como lo pueden ser las conductas abiertas. El
problema es que, desde las dos perspectivas, se tienen concepciones distintas del tér-
mino “explicación”, puesto que para unos es simple dependencia predictiva y para otros
es predicción y control. Si la predicción es la meta, entonces cualquier variable depen-
diente que preceda a otra variable dependiente puede ser concebida como una causa,
y considerarse como variable independiente. Pero si un investigador quiere una clase
de explicación que pueda ser usada directamente para predecir y controlar el fenómeno
último, algunas condiciones en que se observan cambios tanto en los indicadores como
en las conductas. En base a estos precedentes, asegurar la existencia de una relación
causal entre las conductas de salud que un individuo lleva a cabo y sus respuestas
indicadoras de autoeficacia (o de sus creencias, o de su tipo de locus de control, etc.),
no se sostiene, encontrándonos una vez más frente al viejo problema de la ocurrencia
conjunta versus causalidad (p.ej., Engelmann, Hanner y Haddox, 1980; Layng, 1995).
Ítem más, cuando se entiende que las creencias en salud son la causa directa de
la conducta de un sujeto, cualquier intento de cambiar dichas conductas pasaría nece-
sariamente por modificar antes las creencias. Pero lo realmente cierto es que la única
forma de evaluar variaciones en los constructos internos es infiriéndolos de los cambios
que se produzcan en las conductas manifiestas con las que aquéllos se suponen relacio-
nados, por mucho que autores como Bandura (p.ej., 1995) se empeñen en afirmar que
las respuestas a los cuestionarios (de autoeficacia, en su caso) demuestran cambios
reales en los niveles de autoeficacia de los sujetos que responden a ellos. En este
sentido, como han puesto de manifiesto acertadamente Hayes y Wilson (1995), nadie
ha tenido éxito jamás al intentar cambiar directamente una creencia, señalando que los
ejemplos empleados por Bandura implican siempre una manipulación diferencial de
variables ambientales. Y precisamente ahí reside la clave, porque un enfoque funcional
debe incluir variables independientes que, al menos en principio, puedan ser directa-
mente manipulables, lo que supone, al fin, considerar las creencias o verbalizaciones
sobre algo como variables dependientes, y buscar los determinantes en el contexto en
el que estas creencias y estas conductas se generan y se mantienen.
La falta de correspondencia entre creencias y acciones supuestamente bajo su
control, crónicamente reflejada por los estudios, y la imposibilidad de actuar sobre
aquéllas directamente, ha llevado a algunos autores a cuestionar el valor explicativo de
estos constructos (p.ej., Hawkins, 1992, 1995) e, incluso, hasta su valor meramente
descriptivo (p.ej., Lee, 1992), aunque la postura mayoritaria plantea la conveniencia
5
coyuntural de seguir manteniendo los términos cognitivistas proponiendo una revisión
del tema desde la óptica del análisis de la conducta (p.ej. Biglan, 1987; Catania, 1995;
Dougher, 1995, 1997; Forsyth, Chase y Hackbert, 1997; Gil Roales-Nieto, 1997; Guerin,
1994; Guerin y Foster, 1994; Hawkins, 1992, 1995; Hawkins y Forsyth, 1997; Hayes
y Wilson, 1995; Lee, 1992, 1995; Luciano, 1992a, 1993; Luciano, Herruzo y Barnes-
Holmes, 2001; Skinner, 1945, 1953, 1957; Street, 1994; Wilson et al., 1997). En resu-
men, para el análisis funcional las creencias, actitudes, atribuciones y demás fenómenos
no son sino tipos de conducta verbal, que han adquirido, a lo largo de la historia
conductual del sujeto, funciones de control sobre otras conductas, tanto verbales como
no verbales (Gil Roales-Nieto, 1997).
Por ejemplo, Forsyth et al. (1997), definieron las atribuciones como actos ver-
bales de relacionar lo que de otra manera serían eventos arbitrarios, relación cuyo
origen se encuentra en la comunidad social-verbal y que no tiene necesariamente que
ser expresada de forma pública; ahora bien, cuando se verbalizan, las atribuciones
toman, comúnmente, la forma de razones, explicaciones o descripciones acerca de uno
mismo, acerca de los otros, o sobre eventos del mundo físico. Por lo tanto, cuando se
habla de atribuciones, se está hablando de acciones verbales de organismos humanos.
Igualmente Guerin (1994) considera las actitudes como enunciados verbales, y como
cualquier otra conducta verbal, explicables en base a las consecuencias sociales propor-
cionadas por la comunidad verbal; y también Street (1994) considera las actitudes como
conductas que se pueden observar cuando se le pide a alguien que rellene un cuestio-
nario de actitud, declarando explícitamente que no hay ningún proceso mental interno
alguno evaluado por ese cuestionario, de manera que las actitudes no serán otra cosa
que palabras ofrecidas como explicaciones o descripciones de la propia conducta que
la comunidad verbal acepta y refuerza o rechaza y castiga. En similares términos se
expresó previamente Bem (1968) considerando la actitud como una autodescripción del
individuo acerca de sus afinidades o aversiones hacia algún aspecto identificable de su
medio, con la consideración de que, para ella, la autodescripción no es una medida de
la actitud sino la actitud en sí (resulta de especial interés, en este punto, la revisión y
síntesis que de estas cuestiones se lleva a cabo en Wilson y Luciano, 2002).
Por último, la formulación de la teoría de los marcos relacionales (Hayes, Barnes-
Holmes y Roche, 2001) representa una posibilidad de análisis de este tipo de fenóme-
nos integrado en el contexto más amplio de neoformulación del comportamiento com-
plejo o cognitivo. Circunscribiéndonos al ámbito de las creencias en salud y su relación
con las conductas de salud, desde el punto de vista de estos autores, la respuesta
adecuada es explorar la posibilidad de que la relación entre los eventos privados (creencias)
y la subsecuente ejecución de una conducta esté, ella misma, controlada contextualmente.
Es decir, que las cogniciones, creencias u otros fenómenos cognitivos obtengan algunas
de sus funciones psicológicas como resultado de su participación en marcos relacionales
que ostentan su función por múltiples ejemplos (Hayes y Wilson, 1995; Wilson et al.,
1997). Este análisis modifica profundamente los postulados y esquema del modelo de
creencias, lo que será abordado en una segunda parte, en preparación, y continuación
de este artículo.
Para concluir, en el ámbito de la Psicología de la Salud, se entenderán las
creencias de salud como relaciones arbitrarias entre conductas generadas socialmente,
(por ejemplo, "hay que cepillarse los dientes para no tener caries"), y conductas de
salud o de riesgo (cepillarse los dientes o no hacerlo), relaciones dependientes de las
funciones contextualmente proporcionadas. Por tanto será necesario atender, no sólo a
las conductas de salud que lleva a cabo el sujeto o a las creencias que manifiesta tener,
sino también, y lo que es más importante, a las difererentes funciones que establezcan
la relación entre ambas.
Interpretar así las creencias en salud permite soslayar el callejón sin salida al que
quedan abocados los planteamientos estructuralistas, proporciona sentido a los resulta-
dos contradictorios que se muestran en la bibliografía y abre la investigación sobre el
tópico de las creencias de salud a las aportaciones que el análisis de la conducta verbal
está generando. Algunos pasos ya han sido dados en esta dirección en lo que respecta
al concepto de creencias (p.ej., Gil Roales-Nieto, 1999; Gil Roales-Nieto, López Ríos
y Moreno San Pedro, 2001b; Moreno San Pedro, Gil Roales-Nieto y López Ríos, 2000),
así como sobre otros conceptos similares, por ejemplo, atribuciones, locus de control
o actitudes (Visdómine y Luciano, 2002).
Notas
1 Con toda la problemática que supone la inexactitud, cada vez más presente en la literatura especializada, de los sujetos
a la hora de valorar sus sensaciones internas (véase, por ejemplo, Pennebaker, 1984).
2 Aunque algún autor, como Catania (1995), señale la inutilidad de discutir sobre la realidad fenoménica de las creencias,
actitudes, atribuciones y demás constructos por el estilo.
3 El lector interesado puede encontrar una breve revisión de estas razones en Wilson et al. (1997).
4 Por indicadores de autoeficacia, este autor entiende las respuestas del sujeto, por ejemplo, a un cuestionario de autoeficacia,
aspecto éste de capital importancia para el argumento que venimos desarrollando.
5 Coyuntural en tanto que la tradición y el afianzamiento de la terminología al uso resulta casi imposible de modificar.
Por ello, parece más coherente adecuar el referente conceptual al término que cambiar el término. Algo así pasa en
otras disciplinas. Sería vano el empeño de la medicina si pretendiera que los pacientes y el público en general
abandonara expresiones científicamente inapropiadas como, por ejemplo, “me duele la cabeza” por otras de corte más
aceptable para los profesionales y acordes con la verdadera naturaleza del fenómeno. Y en cualquier caso, el fenómeno
como tal ocurre, de la misma manera que un sujeto "tiene" una creencia.
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