ESPIRITUALIDAD
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ESPIRITUALIDAD
Este tipo de santidad hoy ya ni siquiera suscita curiosidad, más bien nos empuja a
preguntarnos: ¿Para qué sirve eso? Al santo se le mira como una especie de trastorno o,
más brutalmente, como un enfermo, un inadaptado y, en todo caso, como un ser inútil,
Estas reacciones de alergia, hastío o indiferencia no deben dar pie para prejuzgar
negativamente nuestra época, pues constituyen resumiblemente un fenómeno de
rechazo frente a cierta espiritualidad transmitida en el pasado y que hoy se considera
inadecuada para expresar o animar la actual situación histórica. En realidad, pese a las
sombrías previsiones del fin de la religión, nuestro tiempo está lleno de movimientos
espirituales que demuestran la vitalidad del sentido religioso en el mundo actual y
particularmente en la Iglesia, Movimientos actuales de espiritualidad: "La sorpresa se ha
producido hoy en el mundo 'previsible' de los rastreadores de tendencias al comprobarse
el hecho de que la dimensión mística persiste. Y no sólo en los sectores estancados de
la cultura, sino en sus mismas avanzadillas"'. Con referencia a los últimos años se
observa el nacimiento de "una nueva sensibilidad para las dimensiones místicas de la
vida humana; Advertimos que al principio, este interés se orientó más bien hacia formas
de espiritualidad asiática, pero que en los últimos años, sobre todo en Norteamérica y en
Europa, se ha desplazado en cierta medida hacia una toma de contacto con los místicos
de la tradición cristiana.
San Juan de la Cruz sobre todo vuelve a estar de moda. La pregunta por el misterio más
profundo de la vida inquieta hoy a muchos. Aquí reaparece, en forma de nuevo
descubrimiento, la palabra Dios. El renovado interés espiritual de nuestra época brota de
profundas exigencias de autenticidad, de dimensión religiosa, de interioridad y libertad,
que no satisface la sociedad consumista. La civilización industrial no ha cumplido sus
promesas: en lugar de ofrecer un mundo a la medida del hombre, en el cual se pudiera
habitar y convivir buscando el bien común, nos ha traído, entre otras cosas, el criterio de
la productividad como parámetro de valor, la masificación y manipulación de las
personas, una angustiosa incomunicabilidad, un futuro amenazante, la atrofia de los
sentimientos y la polución ecológica.
El hombre de hoy rompe la coraza represiva que le impone la sociedad, blandiendo las
aspiraciones más radicalmente insertas en su ser, y escucha su llamamiento sobre la
necesidad de ofrecer al mundo moderno un "suplemento del alma" que permita al
hombre evitar ser aplastado por sus propias producciones y encontrarse a sí mismo
auténticamente. Entre los intentos más o menos acertados y válidos del hombre
contemporáneo por reconquistar su espiritualidad, aparecen claros los siguientes por
razón de su difusión y persistencia:
1. RECURSO AL OCULTISMO
-En la cultura mundial contemporánea se da un revivir de magia y de astrología, el cual
se manifiesta de varios modos: en el espacio indefectiblemente reservado al horóscopo
en los periódicos y revistas; en la frecuencia con que, especialmente en las zonas
urbanas, se consulta a magos, adivinos y astrólogos; en el boom de libros dedicados a
temas ocultistas; en la organización de profesionales de estas disciplinas. Mientras que la
magia originaria de las poblaciones primitivas y de las sociedades tradicionales constituye
una válvula de seguridad y un medio de liberación psicológica frente a fuerzas negativas
hostiles, la nueva magia es replegarse sobre valores abandonados ya hace siglos, como
sucedáneos de los valores burgueses a su vez fracasados, con la ilusoria esperanza de
solucionar los problemas individuales correspondientes; Es un índice del estado de crisis
sociocultural y psicosocial, de la 'debilidad cultural', de la incapacidad para elaborar
nuevos valores alternativos por parte de una sociedad en la que el individuo se siente
aislado, desprotegido y frustrado.
- Si bien los anteriores modelos de trascendencia, como la unión extática con Dios,
tienen poca audiencia en el mundo de hoy. Se abre ya camino, una apertura a lo
trascendente partiendo del hombre y de algunas de sus experiencias. Ha surgido, bajo la
presión histórica y ciertas influencias espirituales, una nueva autoexperiencia de la
humanidad, cuyo resultado ha sido la aparición de un fuerte sentimiento de solidaridad
con los demás, sobre todo con los menos privilegiados, y una fuerte convicción de estar
destinados a una vida superior; Esta experiencia religiosa de la vocación del hombre,
está muy extendida y goza de un gran poder en la época presente. Aunque la solidaridad
y la común vocación se interpreten en términos religiosos, su expresión en la literatura, el
cine y la canción moderna suele acompañarse de unos armónicos religiosos. El nuevo
sentido de la vocación humana proporciona la energía que impulsa a los grupos de
acción social que trabajan en pro del cambio social, al movimiento ecológico que trata de
defender la superficie de la tierra, al movimiento en pro de la madurez y a los grupos
terapéuticos que promueven la liberación y la espontaneidad creadora de las personas,
así como a los grupos políticos que propugnan unos cambios más radicales en el orden
social; Es característica de nuestro tiempo el descubrimiento de la dimensión religiosa en
la historia cotidiana y en sus elementos considerados antes profanos: la trascendencia se
contempla hoy como "una experiencia más común, más silenciosa y no por eso
menos real”. Se la describe a menudo como sentimiento de unión, sentido de la totalidad,
salida de uno mismo, vida purificada y renovada, satisfacción y gozo. El hombre entra en
una relación con lo más grande, el misterio, el todo, lo que envuelve. La experiencia
trascendente puede ser provocada casi por cualquier cosa, si bien algunos de los
contextos más frecuentes son la naturaleza, el amor carnal, el nacimiento de un niño, las
liturgias religiosas, las obras maestras del arte, el conocimiento científico, la poesía, el
esfuerzo creativo, la belleza.
El hombre de hoy se da cuenta, tal vez de manera imprevista y lacerante, de que está
envuelto en una entidad superior y distinta; de que experimenta un misterio que le
trasciende y llena de estupor; de que tiene la sensación de ser conquistado o de
conquistar algo más grande. Estos signos de lo divino constituyen un "rumor de ángeles"
en nuestro tiempo; porque, para quien sabe mirar con ojos limpios, "la existencia humana
está sembrada de síntomas de trascendencia y la apertura a ésta es un elemento
constitutivo del ser humano" (el Absoluto). El notable desquite de la espiritualidad,
expresado en los fenómenos aquí aludidos y en otras experiencias religiosas (como los
encuentros en casas de oración, en centros ecuménico-contemplativos, en lugares de
desierto), es una fuerte crítica a la sociedad unidimensional, demasiado racionalizada y
dominada por la idea del progreso, de la funcionalidad y del desarrollo económico.
Evidencia la necesidad religiosa del hombre, que corre el riesgo de verse abrumado por
la tecnología, y recuerda que "ser hombre no se reduce a producir o a hacer de demiurgo
que funcionaliza, manipula, proyecta y transforma”.
Ser hombre significa también saber escuchar el misterio de las cosas, contemplar la
realidad, encontrar la unidad con la naturaleza y con el hombre, reflexionar sobre el
sentido del hombre a través de gestos y ritos simbólicos; Sin embargo, el despertar de la
espiritualidad en nuestro tiempo implica sus riesgos: el de distanciarse de un mundo
secularizado y de los arduos cometidos de la ciencia, del trabajo y del compromiso
sociopolítico; o el de descuidar la referencia explícita al hecho histórico de la revelación
bíblico-cristiana, es decir, a la iniciativa del Dios vivo, que se revela y salva al hombre. Es
necesario, pues, que la espiritualidad actual, sea reavivada por el contacto frontal con la
humanidad verdadera y se exprese con los esquemas representativos de nuestra época,
si es que no quiere verse marginada y resultar ineficaz en su respuesta a las
interpelaciones del mundo contemporáneo.
Para no jugarse la propia vida o reducirla a una retahíla recitada por un idiota
(Shakespeare), el hombre debe realizar la opción fundamental o toma de posición
determinante respecto a los valores a que adherirse para la realización de un cierto
tipo de humanismo. Se trata del orden de los significados últimos, que imprimen
una dirección a la vida y la hacen susceptible de un consenso eterno: "No me basta
hacer preguntas, deseo saber responder a la única pregunta Que parece incluir
todo: '¿Por qué motivo estoy aquí?'. Plantearse este interrogante es ya recuperar
esa "dimensión de lo profundo", descartada por el horizontalismo moderno, dirigido
a la conquista del espacio, pero en definitiva caracterizada por la dimensión
religiosa del hombre: "Ser religioso significa andar apasionadamente en busca del
sentido de la vida y mantenerse abierto también a las respuestas que pueden
conmovernos profundamente". Se puede sobrepasar esta respuesta demasiado
vaga indicando algunos valores capaces de dar consistencia y unidad al flujo de
acontecimientos que registra el reloj del tiempo: aceptación de sí y fidelidad al
propio ser profundo, creatividad artística o esfuerzo científico, amor al hombre y
lucha contra la injusticia, humanización o promoción humana integral. Todo esto
constituye "una cierta calidad, una cierta densidad e intensidad de esa vida"; y de
alguna forma representa una realidad que se prolonga en la historia de los
hombres, porque cada uno de mis actos liberadores y creadores implica el
postulado de lo trascendente. Sin embargo, los fallos históricos y la perspectiva de
que termine en la nada toda vida personal son espinas dolorosas clavadas en el
costado de los valores humanos. Por eso la vida encuentra consistencia definitiva
en la dirección de aquella misteriosa realidad que está en el origen de toda
existencia como don: el Dios creador que a través de su misma existencia dirige al
hombre la llamada a buscar la comunión, la libertad, la vida personal eterna.
c) Por último, las vicisitudes recientes de la historia han establecido la urgencia de una
búsqueda de significado como camino de salvación para la persona y para la convivencia
social. Ha escrito A. Heschel: "Después de Auschwitz e Hiroshima, la filosofía no puede
seguir siendo la misma, ciertas hipótesis sobre la humanidad han demostrado ser
ilusorias; más aún, se han diluido. El problema del hombre debe afrontarse no solamente
en las aulas, sino también entre los detenidos de los campos de exterminio y frente al
hongo de una explosión nuclear. La destrucción de los valores humanos y la monstruosa
ostensión del mal crean un vacío interior, que es neurosis o frustración existencial
derivada de la pérdida del sentido de la vida; Esta exper iencia induce al ho mbre a h uir
de sí mism o, arrojándos e en la desesperación o re fugiándose en la exi stencia banal
del "se dic e", en el "mundo d e la conc ienci a soñoli enta, de los instintos sin r ostros,
de la opinión vag a, del irres peto humano, de l as relaciones .mundan as, de las
chismorrerías c otidian as, del conformismo social y pol ítico, de la mediocridad moral,
de la locura, de la m asa anónima, d el organismo irresponsable. Un mundo árido e
inerte, en el que toda per sona ha re nunciado provisionalmente a sí misma en
cuanto per sona, par a conv ertirse en un “cualquiera” , sin nombr e e intercambiabl e.
¿No experimentamos acaso el amor en cualquier cosa que sucede en nosotros, pero que
es superior a nosotros? Nos sentimos amados por otro con una gratuidad absoluta; una
gratuidad que acoge nuestra fragilidad y acepta nuestra profunda limitación, que por sí
misma podría matar el amor o anular las razones por las cuales el otro puede continuar
amando. Y, sin embargo, existe el amor ¿Por qué el lenguaje de los enamorados se
acerca al lenguaje de lo divino en sus juramentos de amor eterno, de absoluta fidelidad y
de don incondicionado? ¿No será quizá porque en el amor está en juego el misterio del
amor, la fascinación de la trascendencia viva, es decir, Dios mismo? Quién es Dios en su
profundidad sólo podremos comprenderlo a través de la experiencia del amor.
Si en siglos pasados se pudo entender la vida cristiana perfecta como fuga del mundo
para darse a la contemplación divina, en la actualidad "la evolución estructural de la
espiritualidad cristiana consiste ante todo en la negativa a identificar la vida espiritual con
la religiosa".