RIVAS, Luis H - Qué Es Un Evangelio
RIVAS, Luis H - Qué Es Un Evangelio
RIVAS, Luis H - Qué Es Un Evangelio
INTRODUCCIÓN
El Evangelio es una fuente inagotable. De él surge la enseñanza de los pastores, las normas
de vida para el pueblo de Dios, la oración y la meditación de los fieles, e incluso la inspiración de
los artistas.
Estas páginas que siguen pretenden presentar en una apretada síntesis y en un lenguaje
accesible a todos, lo que muchos investigadores modernos ofrecen hoy a los fieles deseosos de
llegar a conocer la Palabra de Dios.
CAPÍTULO 1 ¿QUÉ ES UN EVANGELIO?
Evangelio... Evangelizar... Son palabras que en los últimos años se vienen repitiendo con
frecuencia, y, tal vez, por esa misma frecuencia con que se usan, ya todos creen que saben lo que
significan.
Efectivamente, la Iglesia posee ciertos libros a los cuales no los llama con otro nombre sino con
el de “Evangelios”. No los denomina “Vidas de Jesús” ni “Historia de Jesús” sino “Evangelio”, y
con este nombre se los ha llamado desde los primeros días, desde los tiempos más antiguos de la
Iglesia, desde la época de nuestros primeros hermanos cristianos. Se los ha leído, predicado, me-
ditado y usado para la oración sin mayores dificultades a través de los siglos. Con todo, en algu -
nos momentos, han aparecido ciertas desviaciones.
Debido a que en los evangelios se encuentra una cantidad de hechos maravillosos (Jesús ex-
pulsa demonios, hace milagros, resucita a los muertos, el Señor mismo resucita y asciende a los
cielos), muchos cristianos se sintieron impactados y quisieron escribir otros evangelios que contu-
vieran hechos más maravillosos todavía.
En otros momentos aparecieron maestros que comenzaron a difundir doctrinas nuevas, que se
apartaban de lo que habían enseñado los Apóstoles y los primeros predicadores. Como lo que
ellos decían no estaba de acuerdo con lo que la Iglesia conservaba y predicaba como Palabra de
Jesús, también estos maestros escribieron otros evangelios con las nuevas enseñanzas.
Así es como aparecieron otros libros que también se presentaron con el nombre de
“Evangelios”, además de los cuatro que la Iglesia conservaba tradicionalmente. Se los llamó “Apó-
crifos”, que significa “puestos aparte”. La mayoría de ellos ostenta un nombre como si hubiera sido
escrito por uno de los Apóstoles, por ejemplo: Evangelio de Santiago, Evangelio de Bartolomé,
Evangelio de Tomás, Evangelio de Pedro, etcétera, o por otras personas que habían estado con el
Señor, como Evangelio de María Magdalena, de Nicodemo... Y hasta se sabe que existió un
Evangelio de Judas Iscariote.
Por lo general, lo que se dice en estos libros no tiene fundamento histórico. Pero algunos
fueron leídos durante mucho tiempo por algunas comunidades cristianas que no veían errores
doctrinales en ellos y los tomaban como “libros piadosos”. Este es el caso del Evangelio de San -
tiago, que fue conservado por la comunidad de cristianos de Jerusalén, y dio lugar a que se insti-
tuyeran varias fiestas que todavía hoy se celebran: san Joaquín y santa Ana, el nacimiento de la
Santísima Virgen, la presentación de la Virgen María en el templo.
Los Evangelios Apócrifos muestran el gusto por las cosas maravillosas (Jesús hace milagros
numerosos y extravagantes), en muchos de ellos se proponen doctrinas distintas de las enseña-
das en los Evangelios tradicionales, hay enseñanzas misteriosas reservadas a unos pocos o muy
curiosas, se hacen predicciones para el futuro, etc. Todo esto es el fruto de una mala intelección
de lo que el “El Evangelio”. Son fantasías que la Iglesia no ha aceptado porque no vienen de la
época de los Apóstoles (son de los siglos II, III, IV o más tarde todavía), ni contienen la enseñanza
de ellos. El Evangelio no es una cantidad de cuentos maravillosos, ni enseñanzas extrañas, ni
ciencias ocultas.
2. Interpretaciones racionalistas
Pero también han existido desviaciones en otro sentido. Durante la época del racionalismo (a
partir del siglo XVIII) hubo un intento de estudiar el Evangelio como si se tratara de un libro de
historia entre otros tantos. Algunos científicos aplicaron a los Evangelios las reglas con las que se
estudian los libros históricos, pero rechazando todo lo religioso y lo sobrenatural. Cuando leyeron
los evangelios como si fueran libros de historia y dejaron de prestar atención a su mensaje reli-
gioso, entonces aparecieron consecuencias inesperadas: se puso de manifiesto que los cuatro
evangelios, a pesar de ser tan similares entre sí, tenían muchas discrepancias, y carecían de ele-
mentos necesarios en un libro de historia (cuando narraban los hechos no daban fechas precisas,
pasaban por alto muchas cosas...). Por estas razones, los investigadores dejaron caer sobre los
Evangelios una sombra de duda: no se puede creer en ellos. Además tomaron como exageracio-
nes o leyendas todo lo extraordinario que encontraban en los Evangelios. Los milagros fueron
rechazados o explicados como si se tratara de cosas naturales y normales falseadas por los
evangelistas, la resurrección del Señor era un cuento o un fraude... Algunas explicaciones dadas
por estos autores hoy pueden parecer ridículas o graciosas.
Otros dijeron que lo relatado en los Evangelios eran fantasías imaginadas por los primeros
cristianos, que describieron a Jesús como a un dios pagano, que resucitaba después de muerto,
curaba a los enfermos, ascendía al Cielo, etc. Todo era una gran patraña inventada por los cristia-
nos, de buena o mala fe según los casos. Estos investigadores olvidaban que los primeros cristia-
nos, que escribieron estos libros, constituían una comunidad creyente en la que había testigos que
habían tratado al Señor o que habían sido discípulos de esos testigos.
3. La predicación primitiva
Por lo que se puede saber, Jesús no escribió ningún libro, ni ordenó a sus discípulos que
pusieran nada por escrito. Cuando Él los envió, les dijo que vayan a predicar: «...por el camino,
proclamen que el Reino de los Cielos está cerca...» (Mt 10,7); «Vayan por todo el mundo, anun-
cien la Buena Noticia a toda la creación...» (Mc 16,15).
Esa primera predicación de los apóstoles se llama kérygma. Esta es una palabra griega que
significa ‘lo que se pregona’, y se deriva del verbo kerýsso (pregonar). En la antigüedad, en la
época en que no había radio, ni televisión, ni diarios, cuando las autoridades querían hacer llegar
una noticia al pueblo mandaban a una persona para que se pusiera en medio de los lugares más
concurridos y allí, con voz fuerte, anunciara lo que mandaban las autoridades. Esa persona era ‘el
pregonero’, lo que él hacía proclamando las noticias en voz alta, era ‘pregonar’ y el kérygma era lo
que anunciaba.
El Evangelio relata cómo era el kérygma que proclamaba el mismo Cristo: «Jesús se dirigió a
Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de
Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”» (Mc 1,14-15). Con sus enseñanzas,
con las parábolas, con los gestos que Él realizaba cuando curaba a los enfermos, expulsaba a los
demonios, resucitaba a los muertos, y –sobre todo– cuando perdonaba los pecados, Jesús anun-
ciaba que el Reino de Dios se estaba acercando a los hombres: «Si yo expulso a los demonios
con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes» (Lc
11,20).
Los discípulos de Jesús salieron a anunciar la venida del Reino. Jesús les dijo: «Por el camino,
proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos,
purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios...» (Mt 10,7-8). Pero después que Cristo murió
y resucitó, hubo un importante cambio en la forma de presentar el kérygma: «Desde ese momento
la fe apostólica tuvo como centro, no solamente el Reino de Dios cuya venida había anunciado
Jesús (Mc 1,15)1, sino también la persona misma de Jesús en quien se había inaugurado el
Reino» (Pontificia Comisión Bíblica, Biblia y Cristología, 2.2.2.1, c). Los ‘pregoneros’ no se
limitaban a anunciar la venida del Reino. Ahora proclamaban a Jesús muerto y resucitado.
En las cartas de san Pablo encontramos ejemplos de cómo era el kérygma predicado por los
Apóstoles. En una de ellas dice: «Les he transmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí:
Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día,
de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce...» (1 Cor 15,3-8).
Se debe prestar atención a que no se dice sólo aquello que cualquier persona podría haber
dicho si hubiera estado el primer viernes santo en el Calvario: que una persona murió en la cruz y
fue sepultada. En el kérygma se dice además que: «Cristo murió por nuestros pecados...» (v.3).
Esto significa que se da el dato histórico, pero junto con él va una interpretación del hecho, es un
dato nuevo que no se puede captar con los ojos: es el valor de salvación que tiene la muerte del
Señor.
El texto de san Pablo continúa: «Murió... según las Escrituras...». Se afirma que la muerte del
Señor no es una muerte como cualquier otra, sino que ésta viene a cumplir las profecías del Anti-
guo Testamento. En este aspecto también hay una interpretación del hecho histórico. Lo que aquí
se dice de la muerte y resurrección de Jesús también se debe decir de todos sus hechos y pala-
bras que recogen los evangelios. «Las tradiciones evangélicas no contienen simplemente ‘lo que
Jesús hizo y enseñó’ (Hech 1,1), sino que dan también interpretaciones teológicas» (Pontificia
Comisión Bíblica, Biblia y Cristología, 2.2.2.2, b).
En otras cartas aparecen otros elementos del kérygma predicado por los Apóstoles. Por ejem-
plo, en Rom 4,25 se dice que también la resurrección tiene valor salvador: «fue resucitado para
nuestra salvación». El texto más antiguo de todos, que es el de 1 Tes 1,9-10, menciona la se -
gunda venida de Cristo: «y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos». También el
Evangelio de Lucas da un ejemplo del kérygma e incluye en él la predicación a todas las naciones:
«Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir, y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comen-
zando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el
perdón de los pecados» (Lc 24,46-47). Todos estos elementos que conforman el kérygma tienen
que estar presentes en la predicación cristiana y no pueden faltar nunca.
Podría parecer, a primera vista, que los Apóstoles no cumplieron el mandato de Jesús. Él les
ordenó que anunciaran el Reino de Dios, y ellos salieron a proclamar la muerte y la resurrección
de Jesús. Algunos han dicho que Jesús dijo una cosa, y la Iglesia predica otra. Pero si se observa
con atención, se verá que los Apóstoles entendieron muy bien el mandato de Jesús, porque en la
muerte y en la resurrección del Señor es donde se da el comienzo del Reino: allí está el perdón de
los pecados y el triunfo sobre la muerte, que es como el resumen de todo el mal que hay en el
mundo. Jesús anunció que el Reino se acercaba, y los Apóstoles proclamaron que en Cristo resu-
citado ya estaba el Reino presente.
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«El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».
El kérygma es una fórmula muy breve que contiene lo esencial. Cuando se predicaba a los que
no tenían fe, o cuando se enseñaba a los que ya tenían fe y venían a ser instruidos en la comuni-
dad cristiana, esa fórmula debía ser desarrollada, ampliada, para que se entendiera qué se quería
decir con cada una de las afirmaciones.
Se llaman ‘Evangelios’ los libros que contienen el primer desarrollo del kérygma, la predicación
de los primeros discípulos. La Iglesia nunca los ha llamado “Vidas de Jesús” ni “Historias de Je-
sús”. Esto quiere decir que cuando se trata de los Evangelios la misma Iglesia siempre ha recono-
cido que se trata de libros que no son solamente históricos sino que tienen algo más. No dan sólo
los datos históricos, sino su interpretación para la salvación a la luz de los textos del Antiguo Tes-
tamento. Por lo tanto, para poder entenderlos no basta con estudiarlos como se hace con los de-
más libros. Para entenderlos se deben aplicar todas las reglas que se utilizan para estudiar los
demás libros, pero además es necesaria la apertura de la fe y la docilidad al magisterio de la Igle-
sia.
Se debe averiguar, entonces, qué significa la palabra “Evangelio”. Esta palabra es la transcrip-
ción de una palabra griega: euangélion, que significa: “Buena Noticia”. También existe el verbo
euangelízein, que se traduce: “anunciar buenas noticias”.
a) Antes de Jesús
Existe un ejemplo de cómo era usada esta palabra euangélion entre los paganos de la misma
época de Jesús. Se han encontrado trozos de un documento del año 9 antes de Cristo, que con-
tenía el decreto por el cual se establecía que en adelante se celebrara el año nuevo el día 23 de
setiembre (cumpleaños del Emperador Augusto). Entre otras cosas dice: «Puesto que la providen-
cia que ordena todas las cosas de nuestra vida... dispuso el más cumplido bien para la vida al
traernos a Augusto, a quien colmó de virtud en beneficio de los hombres, enviándole para noso-
tros y nuestra posteridad como un salvador que pondrá fin a la guerra y arreglará todo... y como el
día del nacimiento del dios fue el comienzo del euangélion para el mundo...».
De este texto se desprende que entre los paganos, la palabra podía usarse en un contexto a la
vez religioso y político, para designar un acontecimiento producido por los dioses que traería in-
mensos beneficios para el imperio. Ese acontecimiento era “el nacimiento del dios”.
Pero en el siglo I de la era cristiana, la expresión euangélion era una palabra que también
tenía un sentido muy preciso en la comunidad judía que hablaba griego, porque inmediatamente
se la relacionaba con ciertos textos de la Biblia. Ellos leían la traducción griega del Antiguo Tes-
tamento. donde aparece esta palabra para traducir el verbo hebreo bar, que tiene el mismo
sentido: “anunciar buenas noticias”.
Una parte del libro de Isaías (los capítulos 40-55) fue escrita al final de la época en la que el
pueblo de Judá estuvo cautivo en Babilonia (entre los años 587 y 538 antes de Cristo). Durante
este período ellos no tenían su tierra, que había quedado desierta o habitada por intrusos, no te-
nían gobierno propio porque estaban bajo el dominio extranjero, no tenían templo porque éste
había sido incendiado, se encontraban en un país extranjero lleno de templos dedicados a otros
dioses, no tenían posibilidad de rendir culto a Dios y estaban dominados por paganos.
Como lo habían anunciado tantas veces los Profetas con sus reproches, el pueblo de Judá
había sido llevado a esta situación por causa de su proceder. Ellos reconocían que su pasado
estaba lleno de culpas, entendían que Dios, en vista de su pertinacia, se había desentendido de
ellos y los había abandonado en manos de sus enemigos. Por eso pensaban que Dios ya no se
comportaba como su Rey. En esa situación tan angustiosa se presentó un Profeta que gritó la
“Buena Noticia”: Dios vuelve a comportarse como Rey de su pueblo y viene para gobernar sobre
ellos, para sacarlos de esa situación y llevarlos otra vez a su tierra.
En el texto del capítulo 52 se dice de varias formas paralelas lo que significa traer la Buena
Noticia: “proclamar la paz”, “anunciar la felicidad”, “proclamar la salvación”, “decir a Sión: tu Dios
reina”: cuatro formas de decir lo mismo. La “Buena Noticia” se identifica con un grito de alegría
dirigido a un pueblo que está oprimido, triste, aplastado por el pecado y por todas sus consecuen-
cias, para anunciarle que su situación cambia porque Dios viene a liberarlo y a perdonarlo. En una
palabra: la Buena Noticia es que Dios viene como Rey.
b) A partir de Jesús
Cuando Jesús comenzó a predicar, la situación no era muy distinta. Si bien estaban ya en su
tierra, tenían su templo y podían rendir culto, estaban, sin embargo, dominados por otros, que en
este caso eran los romanos en Judea, y un rey paganizado y títere de los romanos en Galilea. De
manera que su situación era muy triste y ansiaban la llegada del Reino de Dios.
“Después que Juan el Bautista fue entregado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí procla-
maba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: El Reino de Dios
está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia»“ (Mc 1,14-15).
Dos veces aparece en este texto la expresión “Buena Noticia”, o como también se traduce,
“Evangelio”. El primer acto que realiza Jesús después de su Bautismo y de pasar por las tentacio-
nes es salir a anunciar la Buena Noticia de Dios. El Evangelista san Marcos no se preocupa por
explicar su significado porque supone que los lectores lo entienden. El Profeta Isaías anunció la
Buena Noticia, y ahora también la anuncia Jesús. Pero Jesús anuncia que ya se cumple. No la
anuncia para el futuro como el “mensajero” del libro de Isaías, sino que dice “El tiempo se ha
cumplido”, “El Reino de Dios está cerca”, “Conviértanse (ahora) y crean (ahora) en la Buena Noti-
cia”.
Ahora bien, podrá suceder que algunos entiendan que este Reino de Dios se va a realizar
como un juicio de condena para los pecadores. Efectivamente, en el momento en que Jesús apa-
rece y anuncia que ha llegado el Reino de Dios, no falta quien lo interpreta de esa manera. Este
es el caso de san Juan Bautista que recibe la misión de parte de Dios de señalar a Jesús como
Aquel que viene a instaurar el Reino de Dios. Él es quien bautiza a Jesús y lo presenta ante los
judíos diciendo: “Este es”. Juan tiene por una parte la certeza de lo que Dios le ha encomendado:
el que viene a implantar el Reino de Dios es Cristo. Pero, al mismo tiempo, tiene un concepto muy
limitado de lo que es el Reino de Dios. El Evangelio según san Mateo refiere lo que dice san Juan
Bautista cuando anuncia que viene Jesús:
“Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo:
«Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan
el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: «Tenemos por padre a
Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abra-
ham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto
será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel
que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las
sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y
limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextingui-
ble». (Mt 3:7-12).
En el Evangelio según San Mateo se dice más adelante que cuando Juan Bautista estaba en la
cárcel oyó hablar de las obras de Jesús. Entonces mandó a sus discípulos que le preguntaran:
“¿Eres tú el que ha de venir, o todavía tenemos que esperar a otro?” (Mt 11, 2-3). Esta pregunta
tenía su razón de ser: la actitud de Jesús no correspondía a la presentación que había hecho Juan
Bautista en su predicación. Jesús no castigaba a los pecadores, sino que comía con ellos y los
perdonaba. La respuesta de Jesús consiste en una serie de frases tomadas principalmente del
libro de Isaías:
“Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos
caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena
Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no seré ocasión de escán-
dalo”. (Mt 11,4-6).
La respuesta de Jesús tiene el eco, la resonancia de frases de Isaías. Otras partes del libro de
Isaías anuncian la Buena Noticia con un lenguaje cargado de imágenes. El autor de estos trozos,
con su forma literaria oriental y poética, y como buen escritor, usa una serie de figuras para des -
cribir la situación del pueblo en la cautividad: el pueblo es como un muerto que está en el sepul-
cro, como un ciego que no puede ver, como un paralítico que no se puede mover, como un sordo
que no puede oír, como un leproso inmundo. La Buena Noticia consiste en que estos muertos
saldrán del sepulcro, los ciegos comenzarán a ver, los paralíticos saltarán, los sordos oirán, los
leprosos quedarán limpios.
En esta súplica tan elocuente se describe la situación del pueblo sin esperanza con esta ima-
gen: “Los muertos no revivirán...”, pero se responde: “¡Pero tus muertos revivirán...!” para decir
que la situación del pueblo cambiará a pesar de todo porque Dios va a intervenir, y esa interven-
ción de Dios traerá como consecuencia un cambio que será como volver a salir del sepulcro.
Si Juan Bautista se había quedado con un solo aspecto de la venida del Señor (el juicio conde-
natorio), Jesús le muestra otro. A través de otros textos de los Profetas le hace ver la venida como
Rey que viene a salvar.
Los milagros de Jesús muestran su misericordia, pero por sobre todo tienen un profundo sen-
tido didáctico: Jesús va tomando los textos de Isaías y los realiza en una forma visible para de-
mostrar de esta manera que el Reino de Dios ya ha llegado. Esto es lo que tienen que decirle los
discípulos a san Juan Bautista: han visto que se cumplen los anuncios de Isaías referentes a la
Buena Noticia de la llegada del Reino.
La última de las referencias al libro de Isaías tenía que ver con el anuncio de la Buena Noticia a
los pobres (Mateo 11,5 = Is 61,1). En el Evangelio según san Mateo esto se manifiesta cuando
Jesús se sienta a comer con los pecadores y provoca el escándalo de los más religiosos de ese
tiempo, que son los fariseos (Mt 9,10-13)2.
Jesús mismo es la Buena Noticia. Él, con su proceder, demuestra que ha llegado el momento
del Reino de Dios. La Buena Noticia aparece sobre todo cuando Jesús sube a la Cruz, muere y
resucita para salvarnos. En resumen, la Buena Noticia será: “Cristo murió por nuestros pecados y
resucitó para nuestra justificación”. Los pecados han quedado borrados por la muerte de Cristo, y
se hace presente una nueva vida a partir de la resurrección del Señor.
Esa nueva vida se manifiesta en una comunidad que comienza a formarse en torno a los
Apóstoles, y que tiene criterios muy diferentes a los del mundo. Los que viven según el Evangelio
forman la familia de los hijos de Dios, donde todos comparten lo que tienen, saben perdonar a los
que los ofenden como Dios los ha perdonado, tienen como signo de honor poder servir a los de-
más, y se encuentran con Jesús resucitado sobre todo cuando celebran juntos la Eucaristía.
Cuando san Pablo utiliza el término ‘Evangelio’ todavía no se han escrito los libros que hoy
llevan ese nombre. Él llama ‘Evangelio’ a su predicación, pero aclara que no consiste solamente
en palabras sino que también es manifestación del poder y acción del Espíritu Santo (1 Tes 1,5) 3.
Para el Apóstol, el Evangelio es el acontecimiento de la salvación. Es lo que sucedió en la muerte
y la resurrección de Jesucristo, y lo que se produce en el creyente cuando acepta por la fe el
anuncio de esa muerte y esa resurrección. Dice que no hay más que un solo Evangelio (Gal 1,6-7;
ver 2 Cor 11,4), que “es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen” (Rom 1,16), la
“Palabra de Dios que actúa en los que creen” (1 Tes 2,13).
a) Jesús
Cuando el Concilio Vaticano II (Constitución Dogmática Dei Verbum, V,18-19) explica cómo
llegaron hasta la época actual estos libros que se llaman “evangelios”, muestra tres etapas o mo-
mentos distintos, y cada una de ellas tiene sus características propias.
El primero es el anuncio hecho por el mismo Jesús. Él no escribió ningún libro. Siempre predi-
caba a viva voz y lo más importante era su misma presencia. Si se quiere hacer un resumen de lo
que es la predicación de Jesús, el anuncio de la Buena Noticia por parte de Jesús, habrá que de-
cir que la Buena Noticia es Él mismo. Él es aquel en quien se manifiesta el Reino de Dios. En la
época de los Santos Padres alguien dijo que Jesús es el Reino de Dios porque es Dios entre no-
sotros.
Durante todo el tiempo de su actuación, Jesús estuvo rodeado de gente que podría captar lo
que Él decía, porque no hablaba de una manera oscura sino acomodándose a lo que los más
sencillos podían entender, y utilizando las mismas formas de enseñar que estaban en práctica
entre los maestros de su tiempo. Además, siempre tuvo discípulos que lo acompañaban y eran
testigos de sus hechos y de sus enseñanzas. La gente y los Apóstoles podrían luego recordar y
repetir fielmente lo que habían visto y habían oído.
b) Los Apóstoles
El segundo momento o etapa del Evangelio está constituido por los Apóstoles, es decir los
discípulos elegidos por Jesús que fueron testigos de todo lo que Él hizo y dijo. Por lo que se ve en
las páginas del Evangelio, mientras Jesús actuaba o predicaba, los discípulos que estaban a su
lado comprendieron lo que sucedía, pero de una manera muy limitada. Esto se puso de manifiesto
sobre todo con el comportamiento que ellos tuvieron durante la pasión: uno lo traicionó, otro lo
negó, todos huyeron, durante la cena discutían en la mesa sobre quién era el más grande entre
ellos. Esto da la pauta de que la visión que ellos tenían en ese momento era muy reducida. En-
tendían el Reino, pero no en el sentido de los profetas y de Jesús.
Pero hubo un acontecimiento que cambió esta situación: la resurrección del Señor y la dona-
ción del Espíritu Santo. Los Apóstoles, bajo la influencia de los sucesos de Pascua y Pentecostés,
experimentaron una transformación de la visión que ellos tenían del Señor. Al ver a Cristo resuci-
tado entendieron de otra forma todo lo que ha sucedido, y, principalmente con la venida del Espí-
ritu Santo, profundizaron y comprendieron el verdadero sentido que tenían las expresiones, las
palabras, los hechos y la misma muerte del Señor.
Durante la última cena, así como está relatada en el Evangelio de san Juan, Jesús anunció que
el Espíritu sería dado a los discípulos para que pudieran comprender todas las cosas que el Señor
les había enseñado:
En dos momentos este mismo Evangelio de san Juan observa el cambio que se produjo en los
discípulos después de la glorificación del Señor:
“Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?». Jesús les
respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar». Los judíos le dije-
ron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a
levantar en tres días?».
Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos
recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pro-
nunciado” (Jn 2:18-22);
“Al encontrar un asno, Jesús montó sobre él, conforme a lo que está escrito:
“No temas, hija de Sión;
ya viene tu rey,
montado sobre la cría de una asna”.
Al comienzo, sus discípulos no comprendieron esto. Pero cuando Jesús fue glorificado,
recordaron que todo lo que le había sucedido era lo que estaba escrito acerca de él” (Jn
12:14-16).
Después de la Ascensión del Señor al Cielo los discípulos se encargaron de salir a anunciar el
Evangelio. Esto está relatado en el libro de Los Hechos de los Apóstoles. Ellos no se limitaron a
repetir textualmente lo que oyeron, sino que lo hicieron con esta nueva intelección posterior a la
Pascua y a Pentecostés. Van a predicar un Jesús explicado, aclarado, interpretado, porque ellos
mismos entendían de otra manera lo que significó la vida del Señor. TAmbién comprendieron que
todo había sucedido de acuerdo con lo que leían en el Antiguo Testamento, y por esa razón pro-
clamaron todo lo referente a Jesús relacionándolo con los textos bíblicos.
Ahora se entiende lo que significa el contenido del kérygma: no sólo el hecho histórico, sino su
sentido profundo (valor de salvación) y las referencias a las Sagradas Escrituras.
Si el Evangelio anunciado por Jesús es una presencia, una persona que actúa, el Evangelio
anunciado por los Apóstoles es una visión de toda la actuación de Jesús (hechos y palabras) a la
luz de dos experiencias irrepetibles: Pascua y Pentecostés que les hacen comprender y profundi-
zar todo lo que esto significa y la relación que esto tiene con las palabras del Antiguo Testamento.
c) Los escritores
El tercer y último momento es el de los Escritores. Cuando los Apóstoles predicaron la Buena
Noticia y fundaron comunidades en distintos lugares del mundo, fueron apareciendo algunos tex-
tos escritos. En primer lugar aparecen las cartas: como los Apóstoles no podían estar en todas
partes al mismo tiempo se comunicaban con las comunidades a través de cartas, como hizo san
Pablo. Dentro de las comunidades también aparecen textos: Por ejemplo las celebraciones litúrgi-
cas (la Eucaristía, o el Bautismo) requerían palabras del Señor para leer en esos momentos.
También era necesario tener algunos textos para ayudar a la predicación: había que recordar
ciertas frases de Jesús, o algunas parábolas, las citas del Antiguo Testamento que se relaciona-
ban con los hechos o los dichos de Jesús. La comunidad cristiana debía polemizar en distintos
frentes con diversos adversarios, judíos o paganos. Se debían retener frases o gestos de Jesús
que se pudieran oponer a los adversarios en las discusiones. También había que tener textos para
la catequesis, es decir para los que ya eran cristianos y debían profundizar su fe: era necesario
tener un buen material de discursos y parábolas de Jesús. También se necesitaban normas para
la organización de las comunidades: palabras de Jesús que indicaran cómo debían ir a predicar
los misioneros, qué actitudes debía asumir el que presidía una comunidad, etc.
Las comunidades fundadas por los Apóstoles fueron dejando anotadas todas estas cosas que
recibieron de estos predicadores: la enseñanza apostólica. Pero cuando llegó el momento en que
los Apóstoles murieron y les sucedió otra generación, se presentó el peligro de que toda la ense-
ñanza se desvirtuara como ha pasado con enseñanzas de otros maestros. Fue entonces que el
Señor suscitó en las comunidades algunos personajes para que pusieran por escrito lo que los
Apóstoles habían predicado. Ellos recorrieron las iglesias para recoger todo este material apostó-
lico perteneciente a cada una de las comunidades. Lucas dice en el prólogo de su Evangelio que
él investigó cuidadosamente lo que muchos habían escrito (Lc 1, 1-4) 4. Además de recopilar, los
escritores debieron realizar una selección, porque muchas cosas estaban repetidas, otras no es-
taban bien conservadas. Una vez seleccionado el material, se lo debió sintetizar, encontrando el
contexto apropiado para una frase, el encuadre histórico conveniente, la relación con otros textos,
etc.
Los investigadores tratan de determinar cuáles fueron esas fuentes de donde tomaron los da-
tos los escritores que elaboraron los Evangelios. Son muy variadas
Marcos
las opiniones que hay sobre este tema. Se admite generalmente
“Q”
que tanto el autor de Mateo como el de Lucas conocieron el Evan-
gelio según san Marcos. Como hay muchas cosas que se encuen-
tran en Mateo y en Lucas pero no se leen en Marcos, se dice tam-
Mateo Lucas bién que los autores de estos dos Evangelios han conocido una
obra actualmente perdida. Como no se tienen más datos sobre este
Juan texto, los comentaristas lo denominan con la letra “Q”, que es la
inicial de la palabra Quelle, es decir “fuente” en alemán. Muchos
investigadores se esfuerzan por reconstruir ese Evangelio perdido a partir de lo que existe simul-
táneamente en Mateo y en Lucas, y no está en Marcos.
La Iglesia reconoció como “Evangelios” solamente a los que tienen origen apostólico y que fue-
ron aceptados por todos desde los primeros tiempos. Los que se escribieron más tarde, y que no
se originaron en la predicación apostólica, son llamados “Apócrifos”. Los cuatro aceptados por la
Iglesia, llamados también “Canónicos”, son los de Mateo – Marcos – Lucas y Juan.
En el principio, a estas cuatro obras se las llamó “Memorias de los Apóstoles”. Más tarde, en el
siglo II, se comenzó a llamarlas con los nombres que hoy se conocen. No las llamaron “Evangelio
de...”, sino “Evangelio según...”. Es decir, “el Evangelio así como lo predicaba...”, sin ninguna indi-
cación de quién lo puso por escrito.
Contemplando ahora estas tres etapas en conjunto se ve que se trata siempre del mismo
Evangelio en cuatro formas diferentes. En definitiva es el único Evangelio: el Evangelio de Jesu-
cristo expresado según Mateo, según Marcos, según Lucas y según Juan. Por eso no puede
haber Evangelios nuevos: la Iglesia primitiva recogió en estos libros lo que venía de los Apóstoles,
y contienen lo que éstos habían recibido de Jesucristo. Si alguien quiere agregar algo más, eso ya
no es de los Apóstoles y, por lo tanto, no viene de Jesús, y, por eso mismo, no tiene autoridad en
la Iglesia. El magisterio de la iglesia, en numerosos documentos, reconoce a estos cuatro Evange-
lios como los únicos inspirados y los propone a los fieles como fundamento de la fe.
El Concilio dice finalmente que tanto en la época de Jesús como en la de los Apóstoles y en la
de los Escritores, el Evangelio conserva siempre el estilo de predicación. Si el Evangelio es una
predicación no se lo puede tratar de la forma en que trataron de hacerlo aquellos que quisieron
explicar el libro aplicando las reglas de la crítica histórica y desconociendo sus otras dimensiones.
Hay que saber diferenciar lo que intenta hacer un historiador cuando escribe un libro de historia,
de lo que hace un predicador cuando proclama una enseñanza. Lo que al historiador le interesa
es reproducir lo mejor posible un acontecimiento del pasado, con todas las pruebas a su alcance.
Se puede decir que el historiador le dará en cierta forma la espalda al público para dedicarse a
contemplar el hecho del pasado, que es lo que le interesa más. En cambio, un buen predicador
debe preocuparse por su auditorio, por sus interrogantes. El predicador debe lograr que sus
oyentes se retiren con una respuesta a los interrogantes que traían cuando vinieron a escucharlo.
El que predica el Evangelio tiene que mostrar a este Jesús que recibió de los Apóstoles y predi-
carlo como “Viviente”. La misión del predicador es traer a Jesús resucitado para que siga siendo el
Evangelio (la Buena Noticia) para la comunidad que está presente. Pero así como hicieron los
Apóstoles y los Escritores, el predicador tiene que volver a traducir este Jesús a este momento
actual para que sea el mismo Jesús el que habla a la comunidad y cada uno de los que vienen
corrijan sus defectos, se conviertan, encuentren una respuesta a sus dudas y aclaren sus interro-
gantes.
Para poder predicar a este Jesús que estuvo muerto y ahora vive, se debe volver necesaria-
mente a la historia. Jesús no es un personaje totalmente al margen de nuestro mundo, sino al-
guien que vivió, murió y resucitó entre nosotros. De modo que en los Evangelios tiene que haber
elementos históricos fidedignos, pero los escritores no se preocuparon mayormente de dejarnos
una historia con todos sus requisitos: faltan fechas, hay ausencia de datos históricos y geográficos
importantes, rara vez se dan precisiones que ansiarían tener los historiadores. Lo único importante
es que este Jesús que vivió en aquellas circunstancias, ahora está resucitado y vive entre noso-
tros.
El Papa Pablo VI dijo en un discurso que el buen especialista en las Sagradas Escrituras tiene
que tener dos preocupaciones: la primera es ser fiel a la palabra de Dios, es decir no tergiversar el
Evangelio cambiándolo por su propia palabra; la segunda es la de ser fiel al hombre contemporá-
neo, es decir que el especialista en la Biblia debe saber decirle al hombre de hoy qué significa
este texto del Evangelio para él en este momento actual.
La consecuencia de todo esto es que el Evangelio, para ser verdaderamente predicación, tiene
que tener ciertas características. Ante todo, no es una Buena Noticia cualquiera, sino la Buena
Noticia de Jesús. El oyente debe encontrarse con Jesús, y no con las opiniones del que explica o
predica.
Además, porque es una buena noticia, se debe referir a los que la están oyendo. Cualquier
noticia no es una “buena noticia”. Se dice que es una buena noticia, aquella que se refiere al que
la está recibiendo. Debe ser una noticia que afecte al que la recibe, cambiándolo para bien y dán-
dole alegría. Una buena noticia no deja indiferente al que la recibe. La Buena Noticia de la que se
habla en el Antiguo Testamento era el cambio de situación de un pueblo que estaba cautivo y
triste en Babilonia. La Buena Noticia que proclama Jesús es la llegada del Reino. Todo lector del
Evangelio debe preguntarse “¿Por qué esta palabra se refiere a mí en este momento?”
Cuando se lee el Evangelio no es simplemente para saber qué hizo o dijo Jesús en cierta
oportunidad hace muchos años, sino para ver de qué forma lo que Jesús hizo o dijo lo sigue
haciendo y diciendo para el que lee u oye la lectura del Evangelio en este momento. El lector debe
alegrarse con la resurrección de Lázaro –por ejemplo– porque él mismo es el muerto que es invi-
tado a pasar de la muerte a la vida, tiene que alegrarse con la curación del paralítico porque él es
el paralítico a quien se le anuncia que ahora puede salir de su inmovilidad y comenzar a caminar
en el seguimiento de Jesús. En cada discurso de Jesús debe saber que cada una de sus palabras
se refiere a él. El Señor que ha muerto y está resucitado, le está hablando a él y le está diciendo
estas cosas. No está criticando a los fariseos hipócritas –por ejemplo– para que se sepa cómo
eran ellos, sino porque los defectos de ellos se pueden dar también en un cristiano de hoy. Él es
el destinatario de estas palabras, y por eso el Señor ha hecho este largo proceso entregando es-
tas palabras a la Iglesia para que la Iglesia las conserve, las actualice y las transmita.
Finalmente, la Iglesia tiene que predicar esto todos los días. Tiene que evangelizar.
Evangelizar es hacer presente a Jesús resucitado en medio de la multitud para que cure a los en-
fermos, resucite a los muertos... Que Jesús vea en qué situación penosa se encuentra la humani-
dad y la traslade a la situación contraria. El Concilio Vaticano II dice: “Cristo está siempre presente
en su Iglesia... está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura,
es Él quien habla” (Constitución Sacrosanctum Concilium, I,7).
CAPÍTULO 2 EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
El evangelio según San Mateo es el más largo de todos, y tradicionalmente se lo señala como
el más antiguo. También se ha dicho que originalmente fue escrito en hebreo, porque así lo afir -
maba un antiguo escritor de la Iglesia:
“Mateo ordenó en lengua hebrea los dichos, y cada uno los interpretó conforme a su
capacidad.” (Papías, obispo de Hierápolis [Frigia], primera mitad del siglo II).
Pero en realidad aquel autor hablaba de “dichos”, no de un Evangelio. Es posible que aquella
obra, traducida al griego y enriquecida con material proveniente de otras fuentes, se haya editado
sucesivamente hasta que llegó a tener la forma definitiva que conocemos en la actualidad. De
aquel texto hebreo nunca se ha tenido conocimiento, y el Evangelio según san Mateo –lo mismo
que los demás Evangelios y todo el resto del Nuevo Testamento– se ha conservado sólo en len-
gua griega. Por eso los especialistas dicen que este Evangelio, así como se puede leer hoy, es el
fruto de una sucesión de ediciones, y que no es el más antiguo porque una de sus fuentes es el
Evangelio según san Marcos.
El autor de este Evangelio es un predicador que se encontraba frente a una comunidad vi-
viente; conoció cuáles eran sus inquietudes, sus deficiencias, su medio cultural, con qué catego-
rías pensaban, cómo reflexionaban, y supo expresar a Jesús en el lenguaje que todos podían
captar. Se dice que el Evangelio según san Mateo surgió en torno al año 80, en una comunidad de
Palestina o Siria (posiblemente en Antioquia), formada por judíos que habían aceptado a Cristo.
Esto se puede ver por algunos indicios:
1. Mt 5,23-245. Es el único de los Evangelios que reproduce este dicho del Señor: “Si al pre-
sentar tu ofrenda ante el altar...”. Se supone que los destinatarios del Evangelio concurrían
al Templo de Jerusalén para ofrecer sacrificios.
2. Mt 24,206 (comparar con Mc 13,187 [en Lc no hay paralelo]): Sólo Mateo supone que para
sus lectores una huida puede ser problemática en día sábado.
5
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra
ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu
ofrenda.
6
Rueguen para que no tengan que huir en invierno o en día sábado.
7
Rueguen para que no suceda en invierno.
2
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a
comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come
con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen
necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no
sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».
3
Porque la Buena Noticia que les hemos anunciado llegó hasta ustedes, no solamente con palabras, sino
acompañada de poder, de la acción del Espíritu Santo y de toda clase de dones. Ya saben cómo
procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes.
4
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal
como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores
de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he
decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de
las enseñanzas que has recibido.
3. Cuando habla de las sinagogas de los judíos, siempre y en todos los casos dice: “las
sinagogas de ellos” (ver 4,23: 9,35; 10,17; 12,9; 13,54; 23,34), como si hubiera otras (esto
es, “las nuestras”). Los destinatarios del Evangelio se reunirían en sinagogas.
Era por lo tanto una comunidad que manejaba muy bien la Sagrada Escritura, a la que se le
podía predicar usando el Antiguo Testamento, una comunidad que tenía las mismas preocupacio-
nes del pueblo judío de ese momento; la venida del Reino de los Cielos y la llegada del Mesías.
Esto explica algunas de las características del Evangelio: San Mateo remite constantemente al
lector al Antiguo Testamento. Algunas veces en forma explícita al narrar algún hecho dice: “Esto
sucedió para que se cumpliera la escritura que dice...” Pero la mayoría de las veces no sucede
así. Él ya sabe que su gente conoce la Sagrada Escritura, y le basta con introducir frases, hechos
o giros del lenguaje que para sus oyentes eran muy familiares para suscitarles el recuerdo de al-
gún texto del Antiguo Testamento.
San Mateo presenta a Jesús como el hijo de David, el heredero del Reino (2 Sam 7,12-14) 8, y
también como el Emmanuel (“Dios con nosotros”) de la profecía de Isaías 7,14 9. Pero el título que
más le interesa es el de Hijo de Dios.
La imagen de Cristo que presenta Mateo es la del Enviado de Dios en quien se van a cum-
plir todas las expectativas del Antiguo Testamento. Cristo es la realización de todo lo que dice el
Antiguo Testamento; dicho de otra manera, Mateo contempla a todos los personajes del Antiguo
Testamento como figuras de Cristo, mientras que Cristo es la realidad en quien todo se cumple.
Es como si todo lo que hasta entonces decía la Sagrada Escritura fuera como un marco vacío que
ahora se llena, o como un esbozo que ahora hay que terminar de pintar.
Mateo habla frecuentemente del “Reino de Dios” o del “Reino de los Cielos”, dándole la
preferencia a esta última expresión, sin hacer aparentemente distinción entre estas dos formas.
Los otros Evangelistas usan, en cambio, la primera. Es notable la frecuencia con que Mateo se
refiere al Reino: se puede comparar con los otros Evangelistas y se ve que Mateo lo dice 50 ve-
ces, mientras que Marcos 14 veces y Lucas 39 veces.
Se debe recordar lo que ya se ha dicho: la “buena Noticia” consiste en que Dios viene a reinar
sobre su pueblo. El Reino de los Cielos no es algo que está exclusivamente del otro lado (en el
Cielo) sino que se acerca a este mundo: Dios viene para ejercer su función de Rey transformando
todo, el mundo y los hombres. El Reino de los Cielos viene a este mundo, comienza a desple-
garse en la tierra, y tendrá su consumación en el Cielo. San Mateo se preocupa por mostrar que la
Buena Noticia de la llegada del Reino de los Cielos se da en la persona de Jesús. El Reino de los
Cielos anunciado y preparado en el Antiguo Testamento ya está presente entre nosotros porque
Jesús es el cumplimiento d todas las profecías.
Jesús forma una comunidad en la que se comienzan a manifestar las señales de la presencia
del Reino. San Mateo es el único de los evangelistas que le da el nombre de “Iglesia” a esta co-
munidad (Mt 16,18).
3. La forma de relatar
Si se compara la redacción de los relatos del Evangelio de san Mateo con la de san Marcos, es
fácil ver que san Marcos abunda en detalles y presenta escenas llenas de movimiento y colorido.
San Mateo, en cambio, elimina todos los detalles, deja la escena en penumbra, y sólo destaca a
Jesús. Si se tuviera solamente el Evangelio según san Mateo, difícilmente se podría imaginar
cómo sucedieron los hechos, ya que al hacer las narraciones se prescinde de los detalles. Si se
quiere buscar ayuda para la imaginación, habrá que dirigirse más bien al Evangelio según san
Marcos.
Cristo, en el Evangelio de san Mateo, es muy sobrio en sus movimientos, muy autoritario,
majestuoso: es el Cristo Hijo de Dios, el Señor de la Iglesia.
Para ordenar su material, san Mateo hace un trabajo “de fichero”. Busca frases, expresiones,
parábolas de Jesús y las agrupa por temas formando con todas un solo discurso. De esta manera
obtiene algo que es característico de este Evangelio: discursos extensos en los que está todo lo
que Jesús ha dicho sobre un tema determinado, y que en los otros Evangelios se encuentra dis-
perso por diversos lugares.
De la misma manera ordena los hechos de Jesús: los agrupa sin un orden cronológico ni
geográfico. Los milagros, por ejemplo, quedan agrupados entre los capítulos 8 y 9.
Los comentaristas y las Biblias impresas proponen distintas divisiones del Evangelio según san
Mateo. Aquí se propone la que toma como referencia los cinco largos discursos de este Evangelio.
Todos ellos terminan con la misma frase:
Los cinco discursos terminan con esta frase que indica que allí se pone un punto final para co-
menzar con algo nuevo. El último termina diciendo que allí finalizan “todos” los discursos (26,1).
Entre uno y otro están los relatos que contienen los hechos de Jesús, de modo que el Evangelio
de Mateo queda formado por una sucesión de hechos y de discursos alternados. Podrían conside-
rarse como cinco bloques o tomos compuestos cada uno por una sucesión de relatos y un dis-
curso. Al principio y al final del libro se destacan dos relatos largos muy diferentes de todo lo de -
más: La infancia de Jesús (caps. 1-2) y la Pasión y Resurrección (caps. 26-28). De este modo se
completaría un número de siete bloques o tomos:
Observados en detalle, cada uno de estos “tomos” agota un tema. Los relatos y el discurso
están íntimamente ligados, de modo que cuando se lee el relato es necesario ver cuál es el dis-
curso que sigue para poder comprender bien toda la escena. Asimismo cuando se lee el discurso
se debe mirar antes qué relatos hay, porque éstos preparan el discurso.
Tiene también interés didáctico. Se dice que Mateo es un buen catequista, y por eso busca
recursos para que sus lectores puedan memorizar su enseñanza. Si se mira atentamente el plan
de los siete tomos que se ha expuesto más arriba, se observa que los dos discursos más largos
están en los extremos (primer discurso: capítulos 5-7; quinto discurso: capítulos 24-25). Estos dos
son los únicos que Jesús dice estando sobre una montaña (5,1 y 24,3). El tercer discurso (que
viene a quedar en el centro), está en el nivel inferior: sobre la superficie del agua (13,2), y contiene
las siete parábolas sobre el Reino de los cielos (en el centro de los siete volúmenes están las siete
parábolas). Hay siete peticiones del Padre Nuestro (6,9-13), siete parábolas (cap. 13), siete la-
mentos [¡ay!] sobre los escribas y fariseos, etc.
Este primer bloque se caracteriza por la genealogía de Jesús (1,1-17), y las breves escenas
que culminan con citas del Antiguo Testamento (1,23; 2,15; 2,18; ver también 1,5-6 y 2,23).
La genealogía pretende mostrar a Jesús como el heredero de las promesas hechas a Abraham
y a David. En el Antiguo Testamento Dios prometió a Abraham innumerables bendiciones, una
tierra y una descendencia sin número (Gn 12,1-3; 15,5; 22,15-18; etc.), y a David un trono perpe-
tuo (2 Sam. 7,12-16; Sal. 89,21-38; 132,11-12; etc). San Mateo coloca esta genealogía en el en-
cabezamiento del libro para relacionar todas aquellas promesas con la persona de Jesús: Él es
aquél de quien ya se habló en tiempo de los Patriarcas y de los Profetas.
La primera escena (1,18-25) relata los temores de José ante el embarazo de María con una
clara referencia a la profecía de Isaías 7,14. José es descendiente de David, y en su familia na -
cerá un hijo de una virgen. Por lo tanto Jesús es el Emmanuel de quien habló el Profeta. José,
aunque no es su padre, deberá recibirlo en la familia poniéndole el nombre, y con eso lo introdu-
cirá en la familia de David.
La segunda escena (2,1-15) narra la visita de los Magos para hacer ver que tanto los paganos
como los judíos llegan a conocer a Jesús. Los paganos son advertidos del nacimiento de Jesús
por una estrella, mientras que los judíos lo saben leyendo las Escrituras. Esto queda artística-
mente presentado en la escena que se desarrolla frente a Herodes con los magos de un lado y los
sacerdotes del otro: cada uno de ellos tiene su argumento y todos coinciden en Jesús. El Rey, por
su parte, ordena la muerte del Niño.
El hecho de que los magos vengan con regalos a visitar a Jesús se puede asociar con el relato
de la visita de la Reina de Saba a Salomón (1 Re 10,1-13). La Reina de Saba vino a Jerusalén
porque oyó hablar de la sabiduría de Salomón, y llegó con cantidad de regalos. También Isaías
habló de paganos que vendrían de Oriente con regalos de oro e incienso para cantar alabanzas a
Dios (Is 60,1-6). En el Evangelio se muestra a estos magos de Oriente, considerados sabios en su
propio ambiente, que llegan con regalos a postrarse delante de Jesús.
La tercera escena (2,16-18) trata de la matanza de los inocentes. Recuerda los relatos del libro
del Éxodo (caps. 1-2): la matanza de los niños israelitas y la salvación de Moisés, que a su vez
debía salvar al pueblo. La frase de Mt. 2,20 10 reproduce las palabras de Ex 4,1911, invitando al
lector a que haga esta asociación. Al narrar el retorno, se cita el texto del profeta Oseas 11,1 12: el
pueblo de Israel, al salir de Egipto, también fue figura de Cristo porque fue llamado “hijo de Dios”
(Ex 4,22-23)13.
Después de esta lectura rápida se pueda sacar esta conclusión: Mateo ha narrado de esta
forma la infancia de Jesús para proclamar que Jesús es el heredero de las promesas hechas a
Abraham y a David (genealogía), es el descendiente de David anunciado por los profetas (1ª es-
cena), reúne los rasgos de Salomón el Sabio (2ª escena) y de Moisés el salvador del pueblo (3ª
escena). Los paganos vienen a Él con regalos como lo habían anunciado los profetas (2ª escena).
Este segundo libro se abre con la predicación de san Juan Bautista (3,1-12). San Juan aparece
anunciado por los Profetas (3,3) y está vestido como el Profeta Elías (2 Re 1,8) 14. En otras partes
de su Evangelio, San Mateo dirá que el Bautista es el mismo Elías (11,13-14; 17,10-13). Presen-
tado como un Profeta, san Juan Bautista anuncia la llegada de Jesús con rasgos que están toma-
dos de los anuncios del Juicio en el Antiguo Testamento (Mt 3,7-12).
En la escena del Bautismo de Jesús (3,13-17) el cielo se abre, desciende el Espíritu Santo y
desde lo alto se oye la voz del Padre que proclama a Jesús como el Mesías anunciado en los
Salmos y en los Profetas. A todos los títulos con los que Jesús fue presentado hasta este lugar del
Evangelio, ahora se añade el que le da el mismo Dios: Jesús es el Hijo de Dios. Las palabras del
Padre reproducen expresiones que también se encuentran en el Antiguo Testamento:
Este es mi Hijo:
“Este es mi siervo...
el elegido
en quien me complazco;
he puesto mi Espíritu sobre él” (Is 42,1 en la profecía sobre el Siervo de Yavé).
En la escena de las tentaciones (4,1-11), Satanás pone a prueba la condición de “Hijo de Dios”
que tiene Jesús: “Si eres el Hijo de Dios...”. La escena está relatada de tal modo que a cada suge-
rencia de Satanás, Jesús responde con una frase tomada del libro del Deuteronomio (Mt 4,4 = Dt
8,315; Mt 4,7 = Dt 6,1616; Mt 4,10 = Dt 6,1317). Esos capítulos del Deuteronomio contienen un ser-
món de Moisés al pueblo donde se recuerdan las tentaciones que padeció Israel durante los cua-
renta años del desierto y se lo recrimina porque no supo ser fiel a Dios. Mateo mostrará en distin-
tas partes de su Evangelio las tentaciones que tuvo que padecer Jesús de parte de aquellos que
lo rodeaban: de muchas maneras intentaron apartarlo del camino que le había señalado el Padre
(16,118; 16,2319; 19,320; 22,1821; 22,3522; 27,39-4423), pero Él permaneció siempre fiel. Al comenzar
el Evangelio Mateo reunió todas estas tentaciones en un resumen para manifestar el contraste
entre la actitud del pueblo de Israel en el desierto y la de Jesús ante la tentación. Cada vez que el
pueblo fue puesto a prueba (por el hambre y la sed en el desierto, o por la idolatría de los otros
pueblos) siempre cayó vencido. Jesús, en cambio, se colocó en la misma situación del pueblo y
salió vencedor. Para que se comprenda bien, san Mateo describió a Jesús como padeciendo las
mismas tentaciones del pueblo, y en cada caso lo presentó firme ante la tentación respondiendo
con la frase del Deuteronomio que expresa la voluntad de Dios: Él es el Hijo que sigue fielmente la
voluntad del Padre.
La parte de los relatos se concluye con la actividad de Jesús que recorre llamando a los
discípulos (4,18-22), predicando al pueblo y sanando a los enfermos (4, 23-25). Jesús anuncia la
llegada del Reino (4,1724) como lo había hecho el Bautista (3,2). Ante este anuncio de Jesús y los
milagros que realiza, se reúne la multitud y tiene lugar el primer discurso.
El Discurso del segundo libro (caps. 5-7) es una instrucción de Jesús a toda la multitud que ha
venido porque Él ha anunciado la llegada del Reino. El discurso es llamado “Sermón de la mon-
taña” debido al lugar en que Jesús lo predica. No es difícil darse cuenta del motivo por el cual san
Mateo elige este lugar para ubicar el sermón: Jesús, rodeado por una multitud, sube a una mon-
taña (5,1) y comienza un discurso en el cual recuerda los mandamientos de Moisés y les da una
nueva interpretación (5,18-19.21.27.31.33.38.43), con lo que aparece como un nuevo Moisés que
supera al anterior, alguien mayor que Moisés. La escena se asocia sin dificultad con la del Sinaí
(Ex 19,20).
El sermón de la montaña comienza con las Bienaventuranzas (5,3-12). Se trata de una forma
literaria muy común en la Biblia, con la que se felicita a alguien por alguna cualidad o bien que
posee. En este caso Jesús felicita a los que tienen las condiciones para poder ingresar en el Re-
ino de los Cielos. En el Antiguo Testamento, los piadosos reciben el nombre de pobres (de espí-
ritu), mansos, los que están de duelo, los que son misericordiosos, etc. (Is 49,8-13; 61,1-3; Sal
37,11; etc.). Todos los que tienen esas cualidades son los ciudadanos del Reino de Dios que se
hace presente.
Después de felicitar a los que reciben el Reino, Jesús pasa a exponer cuál es el comporta-
miento que corresponde a esta nueva situación. Para eso pasa revista a algunos mandamientos
explicando el sentido que tienen ahora que “el Reino se ha acercado” (5,17-48). Ya no se trata de
la antigua Ley de Moisés que obligaba desde el exterior al hombre, sino de un cambio de corazón
que lo lleva hacia actitudes cada vez más perfectas. El ideal propuesto es la perfección que tiene
el mismo Padre celestial (5,48)25.
Después de los mandamientos vienen las prácticas de piedad (6,1-18): la limosna, la oración y
el ayuno son recordados para indicar la forma en que se deben cumplir en la etapa del Reino. El
resto del Sermón (6,19-7,27) está constituido por enseñanzas de diversas clases referentes al
comportamiento de los que aspiran a entrar en el Reino de los Cielos.
En conjunto, este segundo libro del Evangelio de San Mateo nos muestra los comienzos del
Reino de los Cielos: Jesús es anunciado y proclamado como Hijo de Dios. En las tentaciones se
manifiesta cumpliendo la voluntad del Padre como verdadero Hijo, y en el Sermón nos enseña a
cumplir esa misma voluntad de Dios para poder recibir el Reino de los Cielos (5,20) y ser también
hijos de Dios (5,45).
Interrumpiendo la serie de milagros aparecen algunos textos que contienen material de otra
clase:
Como el relato de la curación de la mujer con hemorragias (7) forma una sola unidad con el de
la resurrección de la hija del jefe de la sinagoga (8), los diez milagros se concentran en nueve re-
latos y el bloque queda formado de la siguiente manera:
Con los milagros, Jesús hace puro al leproso ‘impuro’ (8,2-3), cura a un pagano (8,5-13), tiene
poder sobre la naturaleza (8,26-27), sobre los demonios (8,28-34), sobre la muerte (9,25) y per-
dona los pecados (9,1-8). En el centro de los relatos de milagros se destaca la escena en la que
Jesús come en la misma mesa con los pecadores (9,10-13). De diversas maneras el Reino se va
haciendo presente.
Se debe prestar atención a que varios relatos se detienen más en la situación religiosa de las
personas beneficiadas que en su condición de enfermos: el leproso es un “impuro” (8,2-3), el
centurión es un pagano (8,10-13), al paralítico se le perdonan los pecados (9,2). Los milagros
quedan como signos exteriores de un cambio más profundo que Jesús va provocando con su pre-
sencia en el mundo. Por esa razón se coloca en el centro la escena de Jesús comiendo con los
pecadores.
Estos “hechos” de Jesús se orientan hacia el discurso que viene a continuación: Jesús se
compadece de la multitud porque están como ovejas sin pastor, entonces elige a los Doce Após-
toles (9,35-10,1-4) y los envía con su mismo poder para que hagan lo que Él hace (10,5-15): des-
truir el poder de los demonios y del pecado. Termina con indicaciones precisas para la misión
(10,16-42).
Este tercer volumen del Evangelio nos muestra el poder del Reino de los Cielos. Cristo es el
que tiene ese poder y lo demuestra haciendo milagros y perdonando los pecados al mismo tiempo
que expulsa a los demonios. Pero luego Cristo transmite ese poder a los Doce, de modo que ese
poder se perpetúa en la Iglesia.
La primera escena (11,2-15) es el caso de Juan Bautista que manda a hacer la siguiente pre-
gunta a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (v3). Ya se ha tratado
antes sobre esta escena. Juan Bautista había presentado a Jesús con los rasgos del Juez que
venía a castigar a los pecadores (3,7-12), ahora se asombra de que Jesús se siente a comer con
los pecadores (9,10-17), los perdone y no los castigue. Jesús responde remitiéndolo a los textos
del Antiguo Testamento donde los Profetas anuncian tiempos en que la misericordia de Dios
obrará la salvación. Él es el que ha de venir, porque realizará la salvación anunciada por los Pro-
fetas.
Luego están las palabras de Jesús referentes a la gente de esa época (11,16-19) que no acep-
tan a Juan Bautista porque es muy austero, y tampoco aceptan a Jesús porque es amigo de los
pecadores. Luego las palabras referentes a las ciudades donde predicó (11, 20-24) porque no se
convirtieron. Pero Jesús bendice al Padre porque los pobres y pequeños lo aceptaron, aunque los
hombres llamados “sabios e inteligentes” no lo comprendieron ni lo recibieron (11,25-30).
Los fariseos tampoco lo comprenden: reprochan a los discípulos (12,1-8) y a Jesús (12,9-14)
porque no respetan el descanso del sábado. Ven a Jesús haciendo un milagro, y en vez de reco-
nocerlo dicen que lo hizo porque tiene el poder del Príncipe de los demonios (12,22-37). Más
adelante le piden un milagro para contemplarlo como un espectáculo (12,38-45): ellos no com-
prenden el verdadero valor del poder de Jesús. Jesús les anuncia un signo de otro orden: la resu-
rrección, prefigurada por Jonás (12,40)26.
Finalmente está la madre de Jesús que viene con sus familiares a buscarlo (12,46-50), lo que
da la oportunidad para que Jesús explique cuál es su verdadera familia y de qué naturaleza son
los vínculos que Él tiene con los creyentes. Los vínculos de la nueva familia son más fuertes que
los de la sangre.
Todo esto demuestra que Jesús no es comprendido. En cada una de las escenas san Mateo
va dando ejemplos cada vez más dolorosos de personas que no alcanzan a entender: desde Juan
Bautista a María, que indudablemente están bien intencionados, hasta los que no quieren creer
por la dureza de su corazón. Hay bien intencionados y hay mal intencionados, pero un solo resul-
tado: la mente de los hombres no alcanza a comprender el misterio de Jesús y el misterio del Re -
ino.
La parábola era la forma común de enseñar de los rabinos de aquella época. El maestro,
para explicar un aspecto de su enseñanza, hacía una comparación que muchas veces consistía
en un relato. En el caso del Evangelio, Jesús dice: “El Reino de los cielos se parece a...”. Con esta
forma de comenzar las parábolas se quería decir que toda la situación planteada en la parábola
era semejante al Reino, no cada uno de sus detalles. No se debe buscar un sentido para cada
cosa que se menciona. El Reino no es semejante a un rey, o a un hombre, ni a un tesoro... aun-
que se use esa forma de hablar. La comparación debe ser tomada en su conjunto, y entonces el
Reino se parece a la situación que se da cuando un rey..., cuando un hombre... etc. Toda la pará-
bola tiene un solo significado. La comparación tenía como finalidad dejar pensando al discípulo.
La parábola es una forma fácil de enseñar, pero no siempre facilita la intelección, porque al
narrar las cosas a través de un cuento, se corre el peligro de que el oyente se quede solamente
con el cuento sin comprender el significado. Los que están bien intencionados se seguirán interro-
gando, continuarán investigando y reflexionando para comprender cada vez mejor. En cambio
aquellos que están mal intencionados oirán una cantidad de relatos muy interesantes, pero no
descenderán al fondo, por lo que se quedarán sin el misterio del Reino. La parábola es un premio
para el bien dispuesto, al mismo tiempo que es un castigo para el mal intencionado.
Siendo así que la parábola es clara para el que sigue reflexionando, y oscura para el que no lo
hace, Jesús lo explica con un texto del Profeta Isaías: “... Por más que oigan, no comprenderán;
por más que vean no conocerán...” (Is 6,9 = Mt 13,14).
1 - La parábola del sembrador explica que el Reino de los Cielos va a producir su fruto en
manera abundante a pesar de toda la oposición y mala disposición que encuentre.
2 - La parábola de la cizaña es una respuesta para los que quieren que ya se haga el Juicio y
se condene ahora a los pecadores: hay que esperar porque la maldad será quitada de este mundo
sólo al final. Mientras este final no llegue, el bien y el mal estarán presentes en este mundo.
3 - La parábola del grano de mostaza responde a los que no creen que el Reino ya está pre-
sente porque sólo ven sus comienzos modestos. El Reino ya está, y la plenitud llegará al final. La
parábola muestra el contraste entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de la planta.
5 y 6 - Las parábolas del tesoro y de la perla son semejantes. En una, alguien encuentra por
casualidad algo muy valioso (el tesoro), en la otra, el objeto valioso se encuentra al final de una
búsqueda (la perla preciosa); en las dos se debe vender todo para adquirir el objeto de gran valor.
El encuentro del objeto produce tal alegría, que para adquirirlo se deja todo lo que se posee. Ante
el hallazgo del Reino, todo lo demás importa poco (ver Mt 19,2136).
7 - Con la parábola de la red se enseña que se debe anunciar el Reino a todos sin excepción.
La separación de los dignos e indignos, de los buenos y de los malos, no se hará por anticipado
sino al final.
10. El quinto libro: La disciplina del Reino de los Cielos (caps. 14-18)
Después del rechazo que Jesús recibió de los suyos, se dice que Herodes relaciona a Juan
Bautista con Jesús (14,1-237), y se recuerda que Juan fue martirizado (14,3-12). El hecho de que
Juan Bautista sea enviado a la muerte es un preludio de lo que espera a Jesús. Por eso Jesús se
aparta (14,1338). Esto da lugar a una serie de escenas que forman la parte de relatos de este
quinto libro: los capítulos 14-17.
Hay dos escenas de multiplicaciones de panes: una en territorio judío (14,13-21) y otra en
territorio pagano (15,32-39), y en ambas los discípulos son los que tienen que intervenir y distribuir
el pan a la multitud.
Se destacan algunas escenas en las que Pedro tiene un papel de importancia: Jesús camina
sobre las aguas, y también lo hace Pedro (14,22-33); cuando todos dan respuestas equivocadas
sobre quién es Jesús, solamente Pedro da la respuesta correcta y lo hace por una especial ilumi-
nación de Dios (16,13-20). Entonces Jesús anuncia que Pedro será la piedra fundamental de la
Iglesia. Cuando Jesús se transfigura, lo hace en presencia de algunos discípulos elegidos, y uno
de ellos es Pedro (17,1-8). Por último, Jesús pagará los impuestos del Templo con una sola mo-
neda, y lo hará por sí y por Pedro (17,24-27). Algunas de estas escenas están solamente en el
Evangelio según San Mateo, no en los otros.
Después de todas estas escenas y otras más que se refieren a los discípulos, se concluye con
el discurso (cap. 18). Comienza con una pregunta a los apóstoles (18,1): “¿Quién es el más
grande en el Reino de los Cielos?” Es comprensible que se haga esta pregunta después de las
escenas en que Pedro ha sido presentado en un lugar tan especial. Jesús responde con un dis-
curso en el cual muestra el orden o la disciplina que rige en el Reino de los Cielos que viene a la
tierra. Jesús ha hablado de “edificar la Iglesia” (16,1839) sobre la piedra fundamental que es Pedro,
por lo que se ve que el Reino de los Cielos ya comienza a mostrarse en esta comunidad llamada
“Iglesia”.
El Evangelio de San Mateo es el único que usa la expresión “Iglesia”, y lo hace solamente en
los textos 16,18 y 18,1740 (ambas veces en este quinto libro). Esta Iglesia tiene una forma de orde-
narse en torno a un pastor que es Pedro, y en este discurso del capítulo 18 se darán las normas:
A esta altura del discurso interviene Pedro preguntando a Jesús cuántas veces debe perdonar
a su hermano (18,21). El que es “más grande en el Reino de los Cielos” debe cuidar de la comu-
nidad, y Jesús le responde que debe buscar al que está perdido, perdonarlo y corregirlo, “no sólo
siete veces sino hasta setenta veces siete” (18,22) y a continuación narra la parábola del sirviente
al que se le perdonó mucho y luego fue castigado porque no supo perdonar una pequeña deuda
(18,23-35). El que tiene a su cuidado la comunidad tiene que perdonar siempre porque a él el Se-
ñor le ha perdonado mucho más.
11. El sexto libro: La consumación del Reino de los Cielos (caps. 19-25)
En la parte narrativa, este libro (caps. 19-23) contiene parábolas que describen la forma en
que el pueblo se resiste a los llamados de Dios, y una serie de polémicas de Jesús con sus adver-
sarios cuando ya se aproxima la Pasión. De modo que en esta parte va creciendo el dramatismo
que conduce directamente al Calvario. A través de las parábolas y discusiones se percibe el in-
tento de los hombres por sofocar el Reino de los Cielos. Este Reino que llega con Jesús es puesto
en peligro por un grupo de personas que endurecen su corazón y que terminarán tramando la
muerte del Señor.
Al salir del Templo, los discípulos dicen a Jesús que el Templo es magnífico (24,1). Jesús les
responde: “...no quedará aquí piedra sobre piedra...” (24,2 42), y lo hace refiriéndose a un hecho
que va a tener lugar en el año 70, es decir, cuarenta años después de la muerte de Jesús. Para
hablar de la futura destrucción de Jerusalén y del Templo, Jesús usa el mismo vocabulario que
usaron los profetas para hablar del castigo del pueblo de Dios por las infidelidades del Antiguo
Testamento. Esta destrucción era como un símbolo de lo que pasa en cada hombre cuando se
resiste ante la palabra de Dios. Jesús también habla de la destrucción de Jerusalén como imagen
de la perdición de aquellos que no lo quieren aceptar a Él ni su proclamación del Reino.
De todo esto se sigue que san Mateo presenta la resurrección de Jesús como su segunda
venida gloriosa. El final de Jerusalén y del Templo es como un signo visible del final de la primera
parte de la historia de la salvación. En la última frase del evangelio, con la que finaliza la obra de
san Mateo, Jesús resucitado dice: “...yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”
(28,20). Con la venida gloriosa de Jesús ya comienza la instauración y difusión del Reino en todo
el mundo.
No se debe olvidar quiénes son aquellos a los que está dirigido el Evangelio según san Mateo:
una comunidad de judíos todavía preocupados por la venida gloriosa del Mesías, una comunidad
que se encuentra algo perpleja porque oye decir a sus compatriotas que el que ha venido no es el
Mesías glorioso que ellos esperan y al que todavía hay que seguir esperando. San Mateo res-
ponde dando mayor relieve a esta venida gloriosa de Cristo que es su resurrección. A oyentes que
pueden sentir la tentación de menospreciar a Cristo porque su venida no fue gloriosa, Mateo les
dice que el Señor ya está en la gloria y que ya está viniendo todos los días: viene en la vida de la
Iglesia, en la celebración litúrgica, en la actividad apostólica, en la vida de los cristianos... dejando
bien claro que todavía queda una consumación para el futuro, como lo ha dicho en las parábolas
(13,31-32). Ante la tentación de volver a lo antiguo, san Mateo les dice que ya ha comenzado una
nueva etapa, y que todo lo anterior ha finalizado con la destrucción de Jerusalén.
Si el Señor glorioso está viniendo en todo momento, es necesario estar atentos. Por eso la úl-
tima parte del discurso escatológico está dedicado a las parábolas sobre la vigilancia (24,32-
25,30). Con diferentes parábolas se ilustran las diversas situaciones en las que se debe vigilar
para que la venida del Señor no vaya a sorprender a los creyentes sin la debida preparación.
Finaliza el sermón escatológico con una descripción del Juicio Final. Así como al principio del
sermón se ocupó de la destrucción de Jerusalén como un signo del juicio contra todos aquellos
que habiendo conocido a Jesús no quisieron recibirlo, ahora se ocupa de los que no lo vieron
nunca al Señor: los paganos. Ellos también serán juzgados, y cada uno recibirá su premio o su
castigo por haber recibido o no al Señor. Y si ellos dicen que nunca lo han visto, Él les responde
que lo han visto cada vez que vieron a uno de “los pequeños, sus hermanos”. En otro momento
del Evangelio se ha dicho que Jesús se solidariza con sus discípulos (10,40-42), ahora se repite
aplicándolo al Juicio final. Los paganos que nunca vieron a Jesús serán juzgados por la forma en
que hayan tratado a Jesús presente en cada uno de los “hermanos más pequeños” que se en-
cuentran con hambre, con sed, carecientes, enfermos o en la cárcel.
Este sexto libro, que en su parte narrativa mostró los rostros de los que se oponen al estableci-
miento del Reino de Dios, termina con este discurso en el cual se dice que a pesar de tantas opo-
siciones el Reino llegará a su consumación. Y esta consumación comienza con la resurrección del
Señor. Él ya está en la Gloria y viene a este mundo como Juez universal: todos los hombres serán
juzgados por la forma en que lo han recibido, tanto los que lo vieron humilde en su primera venida,
como aquellos que lo ven ahora presente en sus “pequeños hermanos”.
Así como el primero, también este último libro está compuesto solamente por narraciones y
carece de discurso. Al narrar la pasión, Mateo muestra la libertad con la que Jesús acepta los pa-
decimientos y en cierta manera los ordena porque conoce la voluntad del Padre. Al mismo tiempo,
señala la forma en que todos los sucesos de la Pasión responden a un plan elaborado de ante-
mano y que se encuentra en las Sagradas Escrituras.
De esta manera, los sufrimientos y la muerte de Jesús no significan ningún escándalo sino que
por el contrario, son el camino previsto por el Padre para que Jesús llegue a ser constituido Señor
de todo (28,1843). Mateo muestra que es Jesús quien tiene la iniciativa para que se vayan dando
los distintos pasos de la Pasión: Jesús anuncia a sus discípulos la fecha de su muerte (26,2), “y
entonces” los sumos sacerdotes deciden matar al Señor (26,3-4). Jesús habla de su próxima se-
pultura (26,12), “y entonces Judas” (26,14-16) decide entregarlo para que lo maten. Jesús ordena
celebrar la cena de la fiesta de Pascua, haciendo referencia al tiempo de su muerte (26,17-20).
Durante la Cena, Jesús ya puede anunciar a sus discípulos que sabe que será traicionado y que
también conoce quién es el traidor (26,20-25), y predice las futuras negaciones de Pedro (26, 31-
35).
Al celebrar la Pascua instituye la Eucaristía, y al mismo tiempo les anuncia que ésta es la úl-
tima comida que tiene con ellos antes de la Ilegada del Reino (26,26-29).
Cuando vienen a detener a Jesús, Él repite por dos veces que todo sucede “para que se cum-
plan las Escrituras” (26,54-56). Ante el Sumo Sacerdote no responde nada en su defensa, y sola-
mente habla para atestiguar que Él es el Mesías que vendrá glorioso sobre las nubes del cielo (26,
57-69).
Judas se suicidó, como hizo el amigo traidor del Profeta David (2 Sam 15,31 y 17,23 44), para
que se cumplieran las Escrituras (27,9-10).
Tampoco se defiende Jesús cuando es acusado ante Pilato (Is 53,745 y Mt 27,14). Como al
justo sufriente de los Salmos se le da a beber hiel y vinagre (Sal 69,22 46; Mt 27,34.48), y final-
mente muere recitando un Salmo (27,46).
A pesar de la guardia romana, Jesús resucita y un Ángel es testigo (28,1-8). Jesús se aparece
a las mujeres (28,9-10) y a sus discípulos (28,16-20). En esta única aparición a los Once, los en-
vía a implantar el Reino y les promete su presencia continua hasta el fin del mundo.
Mateo ha conducido a los lectores para que lean cristianamente el Antiguo Testamento. Ha
mostrado el cumplimiento de todas las profecías en Jesús. El Reino tan ansiado ya está en este
mundo y sus rasgos se manifiestan humildemente en esta comunidad que preside Pedro y que se
llama Iglesia. Algún día esta pequeña raíz llegará a ser un gran árbol. Pero no se debe desespe-
rar, porque por pequeña y humilde que sea esta raíz, ya es presencia del Reino. Todavía tiene
muchas debilidades, todavía está mezclada con el mal, pero al final el Señor hará la purificación y
el Reino llegará a su plenitud. Mientras tanto se debe vigilar (24,42-4447) y rezar como se enseña
en el Evangelio según san Mateo: “¡Que venga tu Reino!” (6,10).
CAPÍTULO 3 EL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS
El Evangelio según San Marcos parece ser, según la opinión más aceptada, el más antiguo de
los que actualmente poseemos. En las Biblias impresas se coloca siempre el evangelio de san
Mateo en primer lugar, pero la gran mayoría de los investigadores sostiene que gran parte del
material que contiene este Evangelio ha sido tomada del de san Marcos. Si esto es así, entonces
el Evangelio de san Marcos es la expresión de una etapa muy antigua de la Iglesia. Su presenta-
ción del misterio de Jesús, de su Muerte y su Resurrección sería la de la comunidad más primitiva.
Esto explicaría también por qué este Evangelio es el más breve de todos.
Se sostiene actualmente que el Evangelio según san Marcos se escribió en Roma, en una
época cercana al martirio de san Pedro (año 64). Antiguos escritores de la Iglesia recuerdan que
Marcos fue compañero de predicación de Pedro y escribió el evangelio después de la muerte del
Apóstol.
Es posible imaginar cuál sería el auditorio de Marcos: un grupo de cristianos en Roma, en me-
dio de las persecuciones. Eran cristianos que recién comenzaban y que de pronto se encontraron
con esta prueba sangrienta. Son conscientes de que ha venido el Mesías, de que ha comenzado
el Reino de los Cielos, pero también ven que no hay una intervención de Dios para salvar a la co-
munidad que se encuentra en esta situación. ¡Cuántas cosas se preguntaría esa comunidad de
cristianos romanos que se reunían a escuchar la predicación y a celebrar la Eucaristía! El predica-
dor debía dar una respuesta a todas estas preguntas. Sería tarea de Marcos presentar al Cristo
Viviente, Muerto y Resucitado, que responda a todos estos interrogantes.
La comunidad a la cual está dirigido es una comunidad en la que la mayoría o gran número de
los cristianos son paganos venidos al cristianismo. Por esa razón Marcos se encuentra en la ne-
cesidad de explicar ciertas costumbres o usos del judaísmo.
Marcos no posee el arte literario de Mateo, y al leer su Evangelio se percibe que escribe el
griego con cierta dificultad. No construye largos períodos sino solamente frases yuxtapuestas.
Incluso se descubren errores gramaticales, y usa un lenguaje muy sencillo y a veces vulgar. Evita
los discursos (contrariamente a Mateo), pero se extiende en las narraciones de hechos, con gran
vivacidad y lujo de detalles. Por la pobreza de medios literarios, la narración queda a veces poco
elegante, pero sin embargo curiosa y simpática. En general, el Evangelio es muy colorido, abun-
dante en narraciones y carente de discursos, con mucho movimiento y contado de manera sencilla
y calma.
El Evangelio según san Marcos llega hasta 16,848. Los manuscritos más antiguos terminan en
ese versículo. Los versículos que siguen (16,9-20) se encuentran sólo en algunos manuscritos y
traen un resumen de lo que dicen los otros Evangelios sobre las apariciones del Señor Resuci-
tado. Pero ese trozo es un agregado hecho por alguien que no es el mismo autor del Evangelio.
La Iglesia ha hecho suyo este “final de Marcos”, considerándolo parte de la Sagrada Escritura. Se
ve que los primeros cristianos quedaban perplejos ante este final tan abrupto de las mujeres que
huyen atemorizadas del sepulcro, y por eso agregaron estos versículos que presentan un final de
otra manera. Existieron también otros intentos de “final” para este evangelio, que se encuentran
en algunos manuscritos y que se pueden leer en las notas de algunas Biblias en castellano. Pero
son “finales” que la Iglesia no ha aceptado como canónicos.
El Evangelio comienza con la predicación de Juan Bautista y termina con el Mensaje del Ángel
en el sepulcro vacío. Dentro de estos dos extremos Marcos acomoda su material de una manera
distinta que el Evangelio de Mateo.
La primera parte (1,1- 8,30) termina con la confesión que hace Pedro cuando Jesús pregunta:
“¿Quién dicen los que soy yo?”, Pedro responde: “Tú eres el Mesías” (8,29).
La segunda parte (8,31-16,8) termina también con una confesión. Esta vez es el Centurión, un
pagano que se halla al pie de la Cruz. Cuando muere Jesús, dice: “Verdaderamente, este hombre
era Hijo de Dios” (15,39).
Las dos confesiones responden a los dos títulos que se le dan a Jesús en el encabezamiento
del Evangelio:
“Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (1,1).
Toda la obra queda encuadrada por las proclamaciones de que Jesús es el Hijo de Dios:
En esta primera parte Jesús hace gran cantidad de milagros y exorcismos, provocando la
admiración y la adhesión de la multitud. Admiración y adhesión que poco a poco se van enfriando
dando lugar a la incomprensión y a la oposición.
Llama la atención la insistencia en guardar secreto sobre quién es Jesús y sobre la realización
de los milagros y exorcismos. Hay un explícito deseo de que no haya publicidad, y aún en casos
un poco curiosos, como por ejemplo cuando se manda guardar secreto sobre la resurrección de la
hija del Jefe de la Sinagoga (5,43). Se verá después la razón de la insistencia de Marcos en este
tema del secreto.
La revelación de quién es Jesús se va produciendo lentamente. Juan Bautista sólo anuncia que
viene alguien de mayor dignidad que él (1,7-8). En la escena del bautismo, la voz del Cielo, diri-
giéndose sólo a Jesús, proclama que Él es el Hijo de Dios (1,9-11).
El lector ya es advertido desde la primera página que el mismo Dios ha proclamado a Jesús
como su Hijo. Pero Marcos muestra que los hombres que trataban a Jesús no veían más que su
humanidad, y que Jesús guardaba celosamente el secreto de su condición divina.
A medida que Marcos presenta a Jesús, coloca detalles que resaltan su aspecto humano:
Jesús aparecía como un hombre semejante a cualquier otro, pero haciendo cosas
extraordinarias que creaban interrogantes en la multitud. Y Jesús no respondía ni permitía que se
respondiera a esos interrogantes.
En la narración de las tentaciones, Marcos se reduce a pocas palabras. Omite la mención del
ayuno y la descripción de las tentaciones que hay en Mateo-Lucas. No dice cómo fue el diálogo
con Satanás, cuáles fueron las tentaciones ni qué sucedió. Omitiendo todo esto, solamente nos
dice que: “... el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás.
Vivía entre las fieras y los Ángeles lo servían” (1,12-13).
Un personaje que está solo entre los animales, acompañado por los Ángeles y tentado por
Satanás, responde a la imagen de Adán según las narraciones populares muy en boga en tiempos
en que se escribía el Nuevo Testamento. Si Mateo, escribiendo para judíos, habló de las tentacio-
nes de Jesús relacionándolas con las tentaciones que sufrió el pueblo de Israel en el desierto,
Marcos por su parte, escribiendo para cristianos venidos del paganismo, prefiere relacionar las
tentaciones de Jesús con las de Adán: la primera tentación de la humanidad. Jesús, como el pri-
mer hombre, padece la tentación pero sale vencedor.
Jesús comienza a predicar y provoca el asombro de todos “porque les enseñaba como quien
tiene autoridad y no como los escribas” (1,22). Los escribas no hablaban con autoridad propia,
sino con la autoridad de otros. Siempre citaban lo que habían dicho otros maestros más antiguos.
Jesús enseñaba sin citar la autoridad de otros maestros. Pero Jesús también mostraba su autori-
dad porque su palabra realizaba lo que decía. Esta manifestación de autoridad provocaba un gran
interrogante: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad: da órdenes a los
espíritus impuros, y éstos le obedecen!” (1,27). La multitud no alcanza a comprender.
Ante la presencia de Jesús, los demonios gritan: “Yo sé quién eres: el Santo de Dios”. Pero
Jesús les manda callar (1,24-25). Lo mismo sucede en el relato que viene más adelante: “No los
dejaba hablar (a los demonios) porque sabían quién era Él” (1,34). La autoridad que manifiesta
delante de la gente queda bien justificada: por su manera de enseñar y porque los mismos demo-
nios son expulsados y obligados a callar. Pero nadie sabe cuál es el origen de esa autoridad.
Se debe destacar también que los que presencian los hechos y las palabras de Jesús al princi-
pio se entusiasman. Pero poco a poco van perdiendo el entusiasmo a medida que crece la agresi-
vidad hasta terminar con la confabulación para matar al Señor. En el Evangelio de Marcos, hasta
los Apóstoles participan de este clima de incredulidad e incluso de agresividad contra Jesús.
De esta forma, Jesús queda completamente solo en medio de la hostilidad creciente de los
demás. Al describir el ministerio de Jesús de esta forma, Marcos está haciendo ver a los lectores
de Roma que la situación que ellos viven ya fue vivida anteriormente por el mismo Jesús.
Así es que en su visita a Nazareth, Jesús “no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a
unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y Él se asombraba de su falta de fe” (6,5-6). En
ese mismo contexto Marcos relata la ejecución de San Juan Bautista como un preludio de lo que
sucederá a Jesús (6,17-29).
La primera parte del Evangelio termina cuando Jesús reúne a sus discípulos para hacer una
pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (8,27). Los discípulos le responden: “Algunos dicen
que eres Juan el Bautista, otros, Elías; y otros, alguno de los Profetas” (8,28). Y cuando les pre-
gunta a ellos, Pedro responde: “Tu eres el Mesías” (8,29). Entonces “Jesús le mandó enérgica-
mente que a nadie hablaran acerca de él” (8,30). Marcos da por terminada la primera parte de su
Evangelio cuando uno de los discípulos confiesa el primer título dado a Jesús en la introducción
de su Evangelio: “Jesús el Mesías” (1,1 y 8,29).
Comienza la segunda parte diciendo que “Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre
debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que
debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días” (8,31). “Y les hablaba de esto con
toda claridad” (8,32): sobre este aspecto ya no hay secreto.
Se entra en un nuevo tema: la necesidad del sufrimiento. Esto explica el por qué del secreto
acerca del Mesías. Jesús no es un Mesías glorioso sino sufriente. Una vez que los discípulos han
llegado a comprender que Él es el Mesías, entonces les explica de qué forma va a realizarlo: a
través del dolor, del sufrimiento, de la muerte y la resurrección.
El primer incidente se produce cuando Jesús anuncia abiertamente el camino de la Pasión.
Pedro interviene reprendiendo a Jesús. Escena ciertamente escandalosa: Pedro se siente con
autoridad como para reprender al Señor. Pero Jesús a su vez reprende a Pedro con palabras muy
duras: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los
de los hombres!” (8,32-33). Se pone de manifiesto lo que entendía Pedro cuando decía que Jesús
era el Mesías: un Mesías que no debía sufrir. Y por eso merece el reproche de Jesús.
En esta oportunidad Jesús llama a la gente y a los discípulos para decirles: “El que quiera venir
detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga...” (8,34-38). Estas pala -
bras de Jesús no van dirigidas sólo a los Doce sino a todos los hombres: “...Llamando a la multi-
tud, junto con sus discípulos...” (8,34). Es una invitación a seguir a Jesús, pero para ello hay que
cargar con la cruz. Los lectores de todos los tiempos, entre los cuales están también los primeros
discípulos de Roma, pueden encontrar en estas palabras el sentido de los sufrimientos que se
padecen por el hecho de llevar el nombre de “cristianos”.
En la escena siguiente, Jesús se retira con algunos de sus discípulos y se manifiesta transfigu-
rado delante de ellos. La voz del Padre proclama: “Este es mi Hijo muy querido...”, y añade un
imperativo: “...escúchenlo!” (9,7). Las severas exigencias del Hijo (8,34-38) deben ser escuchadas
porque su autoridad es confirmada por el Padre. Pero al mismo tiempo se aclara ante los discípu-
los que el camino de la cruz de Jesús tiene su término en la gloria del Padre; a los hombres que
siguen a Jesús por ese camino se les concede participar de esa misma gloria con Él.
Después de esta primera enseñanza de Jesús sobre su pasión y la proclamación del Padre, en
el Evangelio de Marcos ya no hay más mandatos de guardar secreto; ahora se habla y se actúa
abiertamente. Jesús comienza a caminar hacia Jerusalén, y por el camino les recordará que Él va
hacia Jerusalén para padecer (9,30-3265; 10,32-3466).
A pesar de que en estos momentos Jesús habla y actúa abiertamente, sus discípulos siguen
sin comprender y temen preguntarle (9,32); después del primer anuncio de la pasión (8,31), Pedro
se opone a que Jesús tenga que sufrir (8,32). Después del segundo anuncio (9,31), los discípulos
se desentienden y comienzan a discutir sobre quién de ellos es el más importante (9,33-34). Des-
pués del tercer anuncio (10,33-34), Santiago y Juan piden el privilegio de sentarse a la derecha e
izquierda de Jesús en el Reino (10,35-37), con la indignación de los otros diez (10,41 67). Marcos
aprovecha cada uno de estos incidentes para introducir enseñanzas de Jesús acerca del verda-
dero “seguimiento” de Jesús.
En los relatos que siguen, que son los que preparan inmediatamente la pasión, y lo mismo en
los de la pasión, Marcos acumula signos contradictorios para mostrar de una forma muy dolorosa
todo lo que sucede en este proceso: Jesús llegó a Jerusalén y entró solemnemente, aclamado por
la multitud (11,1-11). Al entrar de esta manera, los que lo acompañaban esperarían que Jesús
fuera a casa del gobernador, o a tomar el poder. Pero lo único que hizo fue entrar al Templo, mirar
a su alrededor y volver a salir (11,1168).
El relato de la pasión comienza indicando que los sumos sacerdotes y los escribas buscaban a
Jesús para matarlo sin que hubiera ninguna sentencia previa (14,1-2 69). En contraposición, una
mujer derrama un perfume muy caro sobre la cabeza de Jesús durante una cena (14,370), lo cual a
su vez provoca la protesta de los que están presentes (14,4-9).
Esta escena termina de una forma muy dolorosa: “Entonces Judas Iscariote, uno de los Doce,
fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometie -
ron darle dinero” (14,10-11). Marcos tiene una forma muy particular de narrar todo este hecho: en
los otros Evangelios aparece Judas Iscariote que entrega a Jesús a cambio de dinero; en cambio
en Marcos lo entrega en forma totalmente gratuita. Si hay una promesa de dinero es una vez que
él ha dicho que lo entregará, pero no como una condición para entregarlo. Marcos, de esta forma,
pone más de relieve la maldad del acto de Judas: no entrega a Jesús por avaricia sino como una
reacción ante la escena del perfume.
En el relato de la última cena, la Institución de la Eucaristía (14,22-25) queda encuadrada con
dos escenas referentes a los discípulos: el anuncio de la traición de Judas (14,17-21) y el anuncio
de las negaciones de Pedro (14, 26-31). Se manifiesta el interés de Marcos por oponer los gestos
contradictorios: antes describió la actitud de la mujer con el perfume, precedida por la referencia a
la actitud de los sumos sacerdotes y los escribas, y seguida por la reacción de Judas. Lo mismo
sucede en la última cena: la Institución de la Eucaristía precedida por el anuncio de Judas y se-
guida por el anuncio de las negaciones de Pedro.
Después de la cena Jesús va al huerto de Getsemaní (14,32-42), donde interrumpe por tres
veces su oración para buscar la compañía de sus discípulos, a los que siempre encuentra dormi-
dos. Mientras éstos duermen, otro de los Doce viene con los enemigos para tomar preso a Jesús
(14,43), y la señal para la traición es un beso (14,44-45). Esa sucesión de signos contrapuestos
culmina con las palabras que dirige Jesús a los que vienen a detenerlo. Les dice que vienen a
buscarlo con palos y espadas como si fuera un ladrón, cuando Él ha estado enseñando en el
Templo y no lo detuvieron (14,49-50).
La actitud de Jesús ante el Tribunal es muy diferente a la que ha observado durante todo el
desarrollo del evangelio de Marcos. Como se ha visto anteriormente, Jesús nunca dio una res-
puesta cuando todos preguntaban: “¿Quién es éste?” Cuando está ante el tribunal que no en-
cuentra un testimonio que sirva para condenarlo, Él mismo responde y da el testimonio que lo lle-
vará a la cruz: “¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios Bendito?” (14,61). Y la respuesta de Jesús fue:
“Sí, yo lo soy” (14,62).
Las palabras de Jesús, que se manifiesta como el Mesías, Hijo de Dios, desencadenan
reacciones negativas: el sumo sacerdote dice que ha blasfemado, todos lo condenan a muerte,
algunos lo escupen y lo golpean (14,63-65), y su discípulo lo niega (14,66-72).
Ante Pilato, que pregunta si es el Rey de los judíos, Jesús no responde de la manera clara
que lo hizo ante el Sumo Sacerdote, sino con una fórmula ambigua: "Tú lo dices" (15,2). De esta
manera deja la responsabilidad de la respuesta sobre el mismo que pregunta. "Rey de los judíos"
tenía diverso significado si lo decía Pilato o lo decía Jesús. Para el primero era un revolucionario,
en cambio para Jesús era el título del Mesías. Ante las acusaciones de los sacerdotes, Jesús
permanece en silencio y no se defiende (15,3-5).
En el contexto del juicio ante Pilato, se produce la escena de Barrabás. Después de decir
que Barrabás pertenecía a un grupo de revoltosos que habían cometido un homicidio durante la
sedición (15,7), Marcos habla de la multitud que subió al tribunal de Pilato (15,8). No era gente
que se interesaba por Jesús, sino partidarios de Barrabás que venían a pedir su libertad. A esta
gente Pilato les dio la responsabilidad de decidir quién iba a que dar en libertad y quién iba a ser
crucificado (15,12-14). Los sacerdotes acusaban a Jesús de sedicioso, y sin embargo incitaron a
la gente para que pidieran la libertad de Barrabás que era un sedicioso acusado por homicidio.
Jesús, entonces, es entregado a la muerte (15,15).
Al final de la escena del juicio ante Pilato hay una escena de burlas por parte de los solda-
dos romanos (15,16-20), así como hubo otra escena de burlas al final del juicio por parte de los
judíos (14, 65): judíos y paganos se burlan de Jesús. Las burlas se van a continuar al pie de la
cruz (15,29-32).
La muerte de Jesús está narrada de una manera muy simple: "Jesús, dando un gran grito,
expiró" (15,37). Jesús muere como cualquier hombre torturado, sin ningún fenómeno extraordina-
rio a su alrededor como los que describe el Evangelio según san Mateo (Mt 27,51-53).
Se llega a la segunda confesión: el centurión romano confiesa el segundo título con que
Marcos presenta a Jesús en la introducción del Evangelio (1,1), y que por dos veces ha sido pro-
clamado por el Padre (1,11 y 9,7): "Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a Él, ex-
clamó: '¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!`” (15,39). A sus lectores romanos, Mar-
cos les muestra que el primer hombre que llegó a la fe en el Hijo de Dios era un romano. El centu-
rión hizo esta confesión "al verlo expirar así", es decir al verlo sufrir y sin necesidad de ningún
signo extraordinario.
Los sumos sacerdotes habían dicho: "¡Que baje ahora de la cruz, para que veamos y crea-
mos!" (15,32). Los que exigían signos extraordinarios para creer, no los obtuvieron y no llegaron a
la fe. Antes, a los fariseos que pedían un signo (8,11), Jesús les había respondido que no habría
ningún signo (8,1271).
El relato del encuentro de la tumba vacía es muy sobrio. Las piadosas mujeres van con
perfumes para embalsamar el cuerpo del Señor. No se manifiesta en ellas ningún indicio de que
esperaran la resurrección, porque llevan los perfumes para perpetuar el cadáver de Jesús. Reci-
ben el mensaje de la resurrección, pero en vez de alegrarse se llenan de temor. El Evangelio de
Marcos finaliza sin relatar apariciones del Señor Resucitado: sólo hay un mensaje dado por un
mensajero celestial, y se debe creer en esa palabra.
4. El propósito de Marcos
Al escribir su Evangelio para los fieles de Roma, Marcos ha dado su enseñanza sobre Je-
sús: Él es el Mesías e Hijo de Dios. No es, como podían esperar algunos, el Mesías de carácter
nacionalista que venía a establecer un reino terrenal, sino el Hijo de Dios que salva a la humani-
dad a través de la pasión y la resurrección.
A los cristianos de Roma afligidos por la persecución, Marcos les muestra al Jesús sufriente,
que padeciendo los mismos atropellos e incomprensión que ellos, permaneció fiel hasta el final.
A los fieles de Roma que padecen por la persecución y se preguntan por qué Dios no inter-
viene de una manera extraordinaria, Marcos les dice que para creer no se deben exigir signos,
milagros, apariciones, intervenciones fantásticas de Dios. Los falsos mesías también pueden
hacer cosas sorprendentes (13,2272). Como el centurión -el primer romano que proclama la fe- hay
que encontrar al Hijo de Dios en medio del sufrimiento. Por eso también omite los relatos de las
apariciones de Jesús resucitado. Lo único que hay sobre la resurrección es el mensaje del joven
que aparece con vestidura gloriosa en el sepulcro y dice a las mujeres que Jesús ya no está allí
porque resucitó (16,1-873).
Resumiendo, el Evangelio según San Marcos es el Evangelio que anuncia a Jesús, el Me-
sías Hijo de Dios que se manifestó como Salvador sufriente, y al que se debe acompañar en su
camino de la cruz para poder alcanzar con Él la gloria de la resurrección, sin exigirle milagros para
creer.
CAPÍTULO 4 EL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
El Evangelio según san Lucas difiere de los otros ante todo por su extensión: mientras que
los demás Evangelistas concluyen su obra con la resurrección del Señor, san Lucas se extiende
hasta la predicación de los Apóstoles para terminar recién con la llegada de san Pablo a Roma.
8
Cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, yo elevaré después de ti
a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. (...) Yo afianzaré para
siempre su trono real. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo.
9
Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel.
10
«Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que
atentaban contra la vida del niño».
11
«Regresa a Egipto, porque ya han muerto todos los que querían matarte».
12
Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo.
13
Así habla el Señor: «Israel es mi hijo primogénito. Yo te he dicho que dejes partir a mi pueblo, para que
me rinda culto. Pero ya que te niegas a hacerlo, castigaré con la muerte a tu hijo primogénito».
14
El rey les preguntó: «¿Cómo era el hombre que subió al encuentro de ustedes y les dijo esas palabras?».
Ellos le respondieron: «Era un hombre con un manto de piel y con un cinturón de cuero ajustado a la
cintura». Entonces el rey exclamó: «¡Es Elías, el tisbita!».
15
Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres
conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del
Señor.
16
No provoquen al Señor, su Dios, como lo hicieron en Masá.
17
Teme al Señor tu Dios, sírvelo y jura por su Nombre.
18
Los fariseos y los saduceos se acercaron a él y, para ponerlo a prueba, le pidieron que les hiciera ver un
signo del cielo.
19
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo,
porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
20
Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse
de su mujer por cualquier motivo?».
21
Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?
22
y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
23
Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: «Tú, que destruyes el Templo y en tres
días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!». De la misma manera,
los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: «¡Ha salvado a otros y
no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en
Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: «Yo soy Hijo de Dios». También lo insultaban los
ladrones crucificados con él.
24
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».
25
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
26
Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre
en el seno de la tierra tres días y tres noches.
27
«El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros
las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida,
porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.
Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto:
unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!».
28
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino
y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que
recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar
la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto
sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que
recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y
la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre
que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».
Su obra se divide en dos partes: el Evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles. Los
dos libros forman una sola obra. Dicho de otra forma: el Evangelio de san Lucas es un libro en dos
tomos: el Evangelio propiamente dicho y el libro de los Hechos de los Apóstoles. Para comprender
su mensaje siempre es necesario tener presente las dos partes.
Lucas se caracteriza por ser un narrador "culto". Indudablemente, es el que mejor escribe
entre todos los Evangelistas74. Es el que demuestra una cultura más cuidada y que cuando quiere
utiliza una lengua griega mucho más correcta que la de los demás. Sigue fielmente el Evangelio
de Marcos como fuente, corrigiendo frecuentemente las imperfecciones del lenguaje. Con todo, no
se puede afirmar que el griego de San Lucas sea el de los escritores clásicos.
En algún tiempo se dijo que san Lucas había sido médico, porque se pensaba que sería el
mismo mencionado en Col 4,1475; Flm 2476 y 2 Tim 4,1177. Algunos opinaban que tenía esa
profesión por los términos que utilizaba en su obra, sobre todo al hablar de los enfermos. Pero los
estudios actuales han hecho ver que ese vocabulario y esa manera de expresarse aparecen en
29
«El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras
todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y
aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le
dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?.
El les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo». Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a
arrancarla?». «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el
trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la
cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero».
30
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los
que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el
demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña
y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus
ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el
horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el
Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!»
31
«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En
realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se
convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas».
32
«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de
harina, hasta que fermenta toda la masa».
33
El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a
esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
34
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al
encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
35
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo
que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los
justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
36
«Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un
tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».
37
En aquel tiempo, la fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Este es
Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos».
38
Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas.
39
Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no
prevalecerá contra ella.
40
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad,
considéralo como pagano o republicano.
41
Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos
pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.
42
Jesús salió del Templo y, mientras iba caminando, sus discípulos se acercaron a él para hacerle notar las
construcciones del mismo. Pero él les dijo: «¿Ven todo esto? Les aseguro que no quedará aquí piedra sobre
piedra: todo será destruido».
43
«Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.»
44
2SA 15:31 = Entonces informaron a David: «Ajitófel está con Absalón entre los conjurados». Y él
exclamó: «¡Entorpece, Señor, los consejos de Ajitófel!».
2SA 17:23 = Cuando Ajitófel vio que no habían seguido su consejo, ensilló su asno y se fue a su casa, a su
otros escritores de esa época que no eran médicos y también en la traducción griega del Antiguo
Testamento. Era la forma de hablar de cualquier persona culta. En cuanto al Lucas mencionado
en las cartas paulinas, no hay ningún indicio que permita saber con certeza si se trata del autor del
Evangelio o de otra persona que tiene el mismo nombre.
Durante mucho tiempo se sostuvo que san Lucas había sido uno de los compañeros de
viaje de san Pablo, porque en el libro de los Hechos hay varios textos en los que se utiliza la pri-
mera persona para narrar ciertas peripecias de viaje (16,10-17; 20,5-21,18; 27,1-28,16). Las in-
vestigaciones llevan a la conclusión de que Lucas no habría conocido personalmente a san Pablo.
Actualmente los comentaristas opinan que san Lucas habría escrito su obra utilizando muchas
fuentes, entre las que se encontraría el diario de viaje de algún acompañante del Apóstol. Los
ciudad. Puso en orden los asuntos de su casa y se ahorcó. Así murió, y fue sepultado en el sepulcro de su
padre.
45
Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como
una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca.
46
pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre.
47
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de
casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su
casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.
48
Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie,
porque tenían miedo.
49
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus
corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano».
50
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la
multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?». Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por
todas partes y preguntas quién te ha tocado?». Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había
sido.
51
Y él se asombraba de su falta de fe.
52
Jesús, suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un signo?
53
Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el
Reino de Dios pertenece a los que son como ellos».
54
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.
55
Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así
tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».
56
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre.
57
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.
58
Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».
59
Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebul y expulsa a los
demonios por el poder del Príncipe de los Demonios».
60
Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Despertándose, él increpó
al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
61
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?».
62
porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.
63
Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se
burlaban de él.
64
¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y
sus hermanos no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
65
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su
muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
66
Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban
asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a
decirles lo que le iba a suceder: «Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los
sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: ellos se burlarán
de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará».
67
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos
concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». Ellos le
dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». (...)
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos.
68
Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los
Doce hacia Betania.
textos en primera persona pertenecerían a ese diario. La obra de Lucas se habría publicado entre
los años 80 y 90.
Un escritor del siglo XIV dijo que conocía un escrito del siglo VI en el que se decía que san
Lucas había pintado un retrato de la Santísima Virgen. A partir de ese momento comenzaron a
aparecer cuadros de la Virgen que se presentaban como pintados por san Lucas. En algunas
obras de arte representaron a san Lucas en actitud de pintar un cuadro. Pero esta noticia no tiene
ningún apoyo en la antigüedad. Antes del siglo XIV nadie la conoce, y los cuadros con los "retra-
tos de la Virgen" han sido pintados en la época medieval.
2. El orden de la narración
El Evangelio de San Lucas, así como también los otros, no sigue un orden histórico. No pre-
tende narrar los hechos en el mismo orden en que sucedieron, ni tampoco lleva un orden geográ-
fico sino más bien un orden teológico.
A pesar de que sigue el Evangelio de San Marcos como modelo, en varios momentos se
aparta de su orden para mantener la impresión de que a partir de 9,51 Jesús va en camino hacia
Jerusalén. Además, en dos momentos se separa de Marcos para introducir el material que él ob-
tuvo de una fuente utilizada también por Mateo (Q) y de sus fuentes propias. Son dos 'paréntesis'
que abre con esta finalidad:
En el libro de los Hechos se ve que trabaja con material recogido en diferentes comunidades
(judíos, helenistas, diarios de viajes...), pero como no hay otro libro con el que se pueda comparar,
es muy difícil determinar cuáles son esas fuentes que utiliza.
San Lucas insiste en que el término del viaje es Jerusalén (Lc 9,51 78; 13,2279; 17,1180;
19,11 .2882) porque es allí donde tienen que cumplirse las Escrituras (Lc 18,31 83), y en Jerusalén
81
deben permanecer los discípulos después de la ascensión (Lc 24,4984; Hech 1,485) hasta que reci-
ban la promesa del Espíritu Santo.
69
Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas
buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían: «No lo hagamos
durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo».
70
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco
lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de
Jesús.
71
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un
signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un signo? Les
aseguro que no se le dará ningún signo».
72
Porque aparecerán falsos mesías y falsos profetas que harán milagros y prodigios capaces de engañar, si
fuera posible, a los mismos elegidos.
73
«No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el
lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a
Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho».
74
Entre todos los evangelistas, Lucas fue el que más conocía la lengua griega... (San Jerónimo [+420],
Carta 20, al Papa Dámaso, 4,4)
75
Finalmente, los saludan Lucas, el querido médico, y Dimas.
76
así como también Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores.
77
Solamente Lucas se ha quedado conmigo.
Una vez que Jesús ha resucitado y ha ascendido al cielo, viene la segunda parte del libro:
Los Hechos de los Apóstoles. En esta segunda parte el orden es inverso: los discípulos reciben el
Espíritu Santo en Jerusalén y desde allí tienen que salir para predicar el Evangelio: "comenzando
por Jerusalén... debía predicarse a todas las naciones" (Lc 24,47); "Serán mis testigos en Jerusa-
lén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hech 1,8).
3. La concepción de la historia
Algunos autores observan que Lucas tiene una concepción de la historia dividida en tres
partes. El primer período es el de Israel, incluye todo lo que precede a la aparición de Jesús, y se
cierra con la prisión de San Juan Bautista (Lc 3,19-20).
El segundo período es el de Jesús, que es el tiempo que abarca desde el Bautismo de Je-
sús (Lc 3, 21) hasta la ascensión (Lc 24,51; Hech 1,9-11; ver Hech 1,21-2287).
El tercer período es el de la Iglesia, que comienza con Pentecostés (Hech 2,1) y se prolonga
hasta la segunda venida del Señor (Hech 1,1188). Para dar lugar a este tercer período Lucas inter-
cala entre el segundo y el tercero un episodio que los otros Evangelistas no narran: la ascensión
del Señor. La partida del Señor deja espacio para el tiempo de la Iglesia hasta que Él vuelva.
86
Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: «Resérvenme a
Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado». Ellos, después de haber ayunado y orado, les
impusieron las manos y los despidieron. Saulo y Bernabé, enviados por el Espíritu Santo, fueron a Seleucia
y de allí se embarcaron para Chipre.
87
Es necesario que uno de los que han estado en nuestra compañía durante todo el tiempo que el Señor
Jesús permaneció con nosotros, desde el bautismo de Juan hasta el día de la ascensión, sea constituido
junto con nosotros testigo de su resurrección».
88
«Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado
al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir».
78
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia
Jerusalén.
79
Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
80
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pesaba a través de Samaría y Galilea.
81
Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos
pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro.
82
Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.
83
Después, Jesús llevó aparte a los Doce y les dijo: «Ahora subimos a Jerusalén, donde se cumplirá todo lo
que anunciaron los profetas sobre el Hijo del hombre.
84
Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos
con la fuerza que viene de lo alto.
85
En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y
esperaran la promesa del Padre.
Para san Lucas, la venida gloriosa del Señor no es la resurrección sino la venida al final de los
tiempos, cuando el anuncio del Evangelio haya llegado a todos los hombres.
4. Características de la narración
En su forma de narrar, san Lucas sabe imitar el estilo del Antiguo Testamento de la Biblia LXX.
El lector del Evangelio recibe la impresión de estar leyendo una misma historia, comenzada en el
Antiguo Testamento y continuada en el Evangelio y en el libro de los Hechos. Mediante este artifi-
cio, san Lucas muestra cómo Dios comenzó a actuar en el Antiguo Testamento y continúa ac-
tuando en la acción de Jesús y en la de los Apóstoles: Es una misma historia de la salvación.
San Lucas no cita el Antiguo Testamento tantas veces como san Mateo. Pero toda su narración
refleja la primera parte de la Biblia. Con alusiones, formas de expresarse, palabras conocidas, el
lector va rememorando los textos bíblicos al mismo tiempo que lee las páginas del Evangelio.
Lucas se destaca por la delicadeza de sus sentimientos. Al leer su obra se ve que trata de omi-
tir todo aquello que pueda resultar contraproducente para el lector. Los rasgos molestos o des-
agradables de los otros Evangelios, en el de Lucas son omitidos, disimulados o atenuados. Asi-
mismo omite toda situación en la que alguna persona puede aparecer digna de reprensión, y si no
se puede omitir, entonces explica tratando de suavizar o de disculpar.
Discretamente, San Lucas deja fuera de su libro todos los elementos que pueden ofender o ser
causa de mayores discordias. Comprende que la comunidad necesita una palabra que pacifique, y
por eso omite lo que puede ser causa de reproches o reprensiones.
Lucas siente predilección por los personajes femeninos. Es el que más mujeres nombra y las
ha retratado como figuras ejemplares del cristiano en diversas situaciones: la pecadora arrepen-
tida (7,36-5089), las mujeres que ayudan a Jesús (8,1-390), las hospitalarias (10,38-4291), las que
lloran (23,2792), las que contemplan (23,4993) o las que evangelizan (24, 9-1194); etc. Pero es sobre
todo María, la Madre del Señor, la que san Lucas ha delineado con los rasgos de la misma Iglesia.
Se debe recordar también a Isabel, Ana la profetisa y la viuda de Naím, además de todas las otras
que aparecen también en los demás Evangelios. En el libro de los Hechos: Tabita, Lydia, Priscila,
María la madre de Marcos, etc. No se deben omitir los personajes femeninos de las parábolas: la
viuda importuna y la mujer que perdió la moneda de plata.
La primera generación cristiana estaba constituida en su totalidad por judíos. Ellos iban al Tem-
plo, ofrecían sacrificios, respetaban las leyes judías, se reunían en las sinagogas, etc. Y como se
entiende hasta el día de hoy, la religión judía es la de los miembros del pueblo judío, no se predica
a los demás ni se busca que éstos se conviertan. De esta forma los primeros cristianos no intenta-
ron lanzar una misión a los paganos durante esos primeros años. Pero sucedieron dos cosas ex-
traordinarias: En primer lugar, san Pedro bautizó a un centurión pagano por una revelación espe-
cial de Dios (Hech 10). Esto causó gran revuelo en la primitiva comunidad, y san Pedro debió dar
explicaciones ante los presbíteros reunidos en Jerusalén por haber recibido en la comunidad a un
hombre que no era judío (Hech 11,1-1895).
En segundo lugar, san Pablo fue a predicar fuera de Judea y predicó por igual a judíos y a
paganos, exigiéndoles a todos la fe en Cristo y el Bautismo como única condición para ser cristia-
nos.
Mientras que los seguidores de san Pablo insistían en que solamente era necesario tener fe en
Cristo para ser cristiano, los cristianos de origen judío de la comunidad de Jerusalén exigían la
circuncisión y la aceptación de todas las leyes y tradiciones judías. Ellos entendían que era
necesario ser judío para poder ser cristiano (Hech 15,1-5). Esta polémica culminó en el Concilio
de Jerusalén, donde se dijo que la circuncisión no era obligatoria (Hech 15,6-29).
Todo indica que san Lucas sigue las enseñanzas de san Pablo. Su ambiente es el de la misión
a los paganos. San Lucas ve el gran peligro de división que hay en la Iglesia: muchos cristianos
de origen judío no advierten suficientemente la novedad del cristianismo, y piensan que es
necesario conservar la Ley y todas las tradiciones del judaísmo como condición para alcanzar la
salvación. Por otra parte, algunos de los que siguen a san Pablo piensan que hay que romper
definitivamente con el judaísmo y con el Antiguo Testamento. San Lucas hizo un admirable trabajo
conciliador, mostrando que había que recoger la herencia del judaísmo y al mismo tiempo predicar
la novedad de Cristo y abrirse a las naciones.
La clave para descubrir cuál es el pensamiento de san Lucas se encuentra en el centro de toda
su obra, en el punto en el que termina el Evangelio y comienza el libro de los Hechos. Es el
discurso que pronuncia Jesús delante de los Apóstoles en el momento de la ascensión: "...así
estaba escrito: el Mesías debía sufrir, y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando
por Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón
de los pecados..." (Lc 24,46-47).
En estas palabras Jesús dice a sus discípulos que en las profecías del Antiguo Testamento hay
tres cosas sobre el Mesías:
La tercera cláusula –predicar a todas las naciones– es lo que San Lucas trae de novedoso. El
kérygma de la Iglesia primitiva, así como se encuentra en san Pablo y en los otros evangelios, se
concentra en que el Mesías tiene que padecer y resucitar. Pero la predicación a todas las
naciones es algo propio de san Lucas. Para san Lucas las profecías incluyen este tercer elemento
del kérygma, y por eso su libro no puede quedar concluido con la resurrección del Señor, sino que
debe extenderse hasta la predicación de los Apóstoles.
El anuncio del Evangelio a todos los hombres es parte de las profecías mesiánicas y su cumpli-
miento es también "Evangelio". Si quisiéramos resumir en una sola palabra lo que significa
"Evangelio" ("Buena Noticia") para san Lucas, deberíamos decir que es "Universalismo": "Dios
quiere la salvación de todos los hombres" y lo cumple enviando a los apóstoles –como san Pablo–
para que anuncien la salvación hasta los confines de la tierra.
Préstese atención a que san Lucas añade: "...comenzando por Jerusalén". De esta forma
indica que la apertura a las naciones se debe dar sin romper con Israel. Al fundar el kérygma en
"todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos" (Lc 24,44) deja
asentado bien claro que el Antiguo Testamento sigue teniendo valor para los discípulos de Jesús.
7. El Espíritu Santo
Los otros evangelistas han encontrado en Jesús el centro de todo su relato, porque han tratado
sólo de los hechos y palabras del Señor, pero San Lucas tiene una perspectiva más amplia: según
su concepción del kérygma debe incluir también la predicación a todas las naciones. Por esta
razón, para dar unidad a toda su obra introduce de una manera más destacada la acción del
Espíritu Santo.
A lo largo de sus dos libros san Lucas da especial importancia a la presencia y a la acción del
Espíritu Santo. Él es prácticamente el que lleva toda la acción y el que da unidad a toda la obra de
san Lucas. El Espíritu inspira a los personajes del Antiguo Testamento (Lc 1,15; 1,41; 1,67),
desciende sobre María para que ella conciba a Jesús (1, 35); Isabel y Zacarías quedan llenos del
Espíritu Santo (1,41 y 67) y hablan movidos por Él así como Simeón (2,26-27). El Espíritu Santo
desciende sobre Jesús (3,21-22), le lleva al desierto para ser tentado (4,1) y luego a Galilea para
que comience su misión (4,14.18). La primera predicación de Jesús comienza con una cita del
Antiguo Testamento: "El Espíritu del Señor está sobre mí... porque me ha ungido y me ha
enviado" (Lc 4,18; Hech 10,38). Jesús se llena de alegría en el Espíritu Santo (10,21), y el Padre
dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan (11,13). Jesús mismo enviará al Espíritu Santo sobre
los Apóstoles después de la ascensión (24,49; Hech 1,4-5 y 8). Con la fuerza de este Espíritu ellos
se convertirán en testigos para anunciar el Evangelio a todo el mundo (Hech 1,8).
Efectivamente el Espíritu descendió sobre la comunidad reunida (Hech 2,1-36; ver 4,31). San
Lucas elige la solemnidad de Pentecostés como marco para relatar la venida del Espíritu Santo
sobre los discípulos de Jesús. Esta fiesta judía celebra el acontecimiento narrado en el libro del
Éxodo (caps. 19-24), cuando Dios selló la alianza con Israel y le entregó la Ley en el monte Sinaí,
entre truenos y fuego. También Lucas describe un día de Pentecostés en que Dios entrega su
Espíritu en un lugar alto, en medio de ruido de truenos y con fuego. Pero en el monte Sinaí
estaban sólo las doce tribus, y Lucas nombra todos los pueblos de la tierra (Hech 2,9-1196).
También los nuevos convertidos reciben el Espíritu Santo (Hech 2,38-3997; 9,1798; 10,4499; etc.),
tanto judíos como paganos (Hech 10,44; 11,15-17100). El Espíritu Santo da testimonio junto con los
Apóstoles (Hech 5,32101), está presente en los momentos de las grandes decisiones (Hech
15,28102), elige a los nuevos misioneros para que vayan a predicar a los paganos (Hech 13,2 103), y
los dirige en su trabajo (Hech 13,4104; 16,6-7105; etc.). Los Apóstoles conceden también el Espíritu
Santo a los discípulos (Hech 8,15-17106; 19,6107).
De esta forma San Lucas dice de forma inequívoca que esta fuerza que ahora une a todos los
pueblos ya no es la Ley sino el Espíritu, y que el impulso que lleva a la Iglesia a su apertura a los
paganos proviene de Dios. No se trata de un capricho de san Pablo ni de una acomodación a las
circunstancias, sino de un plan de Dios que tiene que llevarse a cabo porque así consta en las Sa-
gradas Escrituras y es el mismo Espíritu Santo el que elige a los predicadores y los lleva para que
la salvación llegue hasta los confines de la tierra (Hech 13,47108).
Lucas multiplica las escenas en las que aparece de relieve la misericordia de Dios, debido a
que quiere mostrar que Dios tiene misericordia de todos: el amor de Dios no tiene límites. Se
puede citar como ejemplo el capítulo 15, donde se acumulan tres parábolas sobre este mismo
tema: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del hijo perdido (o como se la llama
generalmente: la parábola del hijo pródigo). Esta relevancia que le da a la misericordia de Dios
está orientada a mostrar la actitud que se debe tener para con los paganos: ellos son los
desheredados, excluidos de la historia de la salvación, a quienes Dios, compadecido, quiere
salvar.
A continuación de este tema, e íntimamente ligado con él, está el tema de los grandes
perdones. Se pueden mencionar la escena de la pecadora arrepentida (Lc 7,36-50), la conversión
de Zaqueo (Lc 19,1-10109), la oración de Jesús por los que lo están crucificando (Lc 23,24 110), las
palabras al buen ladrón (Lc 23,43111), etc. En vez de presentar una multitud agresiva en torno a la
cruz, dice que el pueblo volvía a su casa golpeándose el pecho en señal de arrepentimiento (Lc
23,48). En el libro de los Hechos aparecen las grandes multitudes que se arrepienten (Hech 2,41;
4,4; 5,14; 6,7; 8,12; 9,35...).
El Evangelio de Lucas tiene en vista a los paganos. A pesar de que en la vida de Jesús no hay
mucho material para hablar de ellos, Lucas busca elementos entre lo que Jesús hizo con los que
no pertenecían al pueblo judío. Por eso se mencionan los Samaritanos: entre los leprosos curados
por el Señor, uno era samaritano (Lc 17,16), o el samaritano misericordioso de la parábola (Lc
10,30-35). Se habla muy bien del centurión romano (Lc 7,5) y Jesús mismo lo alaba (Lc 7,9). El
libro de los Hechos, en su mayor parte, se ocupa de la predicación a los paganos.
En el Evangelio de san Lucas, así como también en muchas escenas del libro de los Hechos,
aparecen destacados los textos sobre la oración. San Lucas dice que es necesario rezar siempre,
que hay que rezar sin interrupción (Lc 11,1-13; 18,1-8112; 21,36113). En distintos momentos muestra
a Jesús orando: en su bautismo (Lc 3,21); en la elección de los Apóstoles (Lc 6,12); durante su
predicación (Lc 5,16; 9,18;11,1); en la transfiguración (Lc 9,28-29) y en la cruz (Lc 23,34).
También otros personajes rezan: María la Madre de Jesús (Lc 1,46-55); Zacarías (Lc 1,67-79); los
Ángeles (Lc 2,14); Simeón (Lc 2,29-32); Ana la profetisa (Lc 2,37-38); la comunidad cristiana
(Hech 1,14; 1,24; 2,42; 4,24-31; etc.); Cornelio (Hech 10,2.31); Pedro (Hech 10,9); etc. La
necesidad de la oración, dada por supuesta por Mateo que se dirigía a un auditorio en su mayor
parte judío, es destacada por san Lucas que se dirige a un público que viene principalmente del
paganismo.
A San Lucas le agrada destacar las grandes multitudes en torno a Jesús. Como una
prefiguración de la universalidad de la Iglesia, ya percibe en torno a Jesús una multitud que se
agrupa, formada por gente que viene de todas partes, incluso de los pueblos paganos (Lc 5,15 115;
6,17-19; 7,11; 8,4; 12, 1; etc.). San Lucas señala que son los pecadores los que se acercan a
Jesús (Lc 5,29-32; 15,1-2; etc.). Una característica de las multitudes que se agrupan en torno al
Señor es la alegría y la alabanza de Dios. Ante cada hecho realizado por Jesús la multitud
reacciona llenándose de alegría y alabando a Dios (Lc 2,20; 5,26; 7,16; 10,17; etc.). También la
comunidad cristiana tiene como nota característica la alegría (Hech 2,46-47116; 3,9; 5,41; 8,8.39;
13,48; 15,3, etc.).
Los ricos son mencionados con frecuencia en la obra de Lucas, y generalmente con rasgos
negativos. Aparecen por primera vez en labios de la Virgen María, en el canto del Magníficat:
Reaparecen después en boca de Jesús en el sermón de las bienaventuranzas (Lc 6,20 y 24117),
en la parábola del rico insensato (12,16-21), y en la famosa frase del camello que pasará por el
ojo de una aguja antes que un rico en el Reino de Dios (Lc 18,24-25118). Por el contrario, los
pobres son mirados con predilección y reciben el anuncio de que su situación cambiará (en las
mismas bienaventuranzas Lc 6,20-21; en la parábola del rico y Lázaro Lc 16,19-31119).
Lucas nunca alaba la pobreza como algo que debe permanecer, sino que dice que Dios "elevó
a los humildes y colmó de bienes a los hambrientos" (1,52-53); los que ahora tienen hambre, des-
pués "serán saciados"; "los que ahora lloran, después reirán" (6,20-21); y en la comunidad
cristiana ideal "no hay pobres entre ellos" (Hech 4,34120). Esto significa que los pobres son
felicitados porque su situación cambiará.
La parábola del rico y Lázaro (Lc 16,19-31) es la que parece dar la clave para comprender todo
lo que san Lucas dice sobre los pobres y los ricos. Aparentemente se trata de una parábola que
trata sobre las riquezas y la pobreza. En ningún momento se dice o insinúa que el rico fuera un
malvado, así como tampoco se dice que el pobre fuera bueno o piadoso. Simplemente se dice que
el pobre va al "seno de Abraham" porque durante su vida recibió males y el rico es condenado por
el solo hecho de que recibió bienes en su vida (Lc 16,25).
Hasta este punto parecería que los pobres son felices porque su situación cambiará después
de su muerte. Pero la afirmación última del libro es muy diferente: en varios textos del libro de los
Hechos de los Apóstoles, Lucas describe la primitiva comunidad cristiana (2,42-47; 4,32-35; 5,12-
16). En el primero de estos textos dice que los primeros cristianos "todos se reunían asiduamente
para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan
y en las oraciones... ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribu -
ían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno" (2,42-45). Mientras los miembros de
la comunidad vendían sus campos para compartir el dinero, el traidor Judas utilizó su dinero para
comprar un campo (Hech 1,18). Compartían los bienes, al mismo tiempo que tenían en común la
enseñanza, la celebración de la Eucaristía y la oración. La distribución de los bienes entre todos
es una forma de expresar la unión de todos los corazones que comienza con la participación en
común de todos los bienes que se han recibido de Dios por medio del Evangelio.
Más adelante vuelve sobre el mismo tema, y afirma que no había pobres entre ellos (4,34). La
pobreza había desaparecido desde el momento que compartían sus bienes, y así todos comían
con alegría (2,46121). En la comunidad cristiana se cumple el anuncio de las bienaventuranzas
porque ya en este mundo cambia la situación de los pobres, de los hambrientos y de los que
lloran.
Los ricos, tan mal vistos por Lucas, serían entonces los que no comparten con los demás y
acaparan todo para sí.
San Lucas dice "la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma", y
añade que "nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos" (4,
32). Son frases que se encuentran en los escritores griegos cuando definen o describen la
amistad. Lejos de pensar en un sistema económico, san Lucas describe la comunidad cristiana
como una comunidad de amigos. Pero no es sólo un ideal para los perfectos o una virtud humana,
como pensaban los filósofos griegos, sino que es una realidad que ya se da en este mundo
porque en la comunidad cristiana todo se comparte a partir del amor que Cristo ha depositado en
el corazón de cada uno. Por eso ponen a disposición de los demás todo lo que tienen, con la
finalidad de que los otros lo aprovechen "según las necesidades de cada uno" (2,45; 4,35).
El mundo pagano, al que predica san Lucas, estaba lleno de contrastes económicos: muy ricos
y muy pobres y miserables, patrones y esclavos. San Lucas le ofrece el ejemplo de una sociedad
diferente, donde se vive como hermanos y desaparecen las desigualdades irritantes. Mucho más
que recomendar a los cristianos que sean generosos con los pobres, san Lucas propone que
todos compartan para que desaparezcan las diferencias sociales.
Se debe volver ahora a la parábola del rico y Lázaro (Lc 16,19-31). Algunos detalles del relato
parecen aludir a otra situación, más allá del problema de los pobres y los ricos: El rico se dirige a
Abraham llamándolo "Padre" (16,24.27 y 30), mientras que Abraham le responde llamándolo
"Hijo" (16,25); este rico tiene hermanos, de los cuales se dice que "tienen a Moisés y a los
Profetas" 16,29); por último se afirma que estos hermanos "no se convencerán aunque resucite un
muerto" (16,31). Todos estos detalles tomados en conjunto hacen pensar que esta parábola tiene
elementos alegóricos: el rico sería el mismo pueblo judío (tiene por padre a Abraham, tiene a
Moisés y a los profetas, no ha aceptado el mensaje de la resurrección del Señor). Este pueblo es
rico porque ha recibido una cantidad de bienes de parte de Dios: la elección, la alianza, los
mandamientos, el culto, la predilección de Dios, etc., mientras que los pobres serían los paganos,
que no han recibido nada de esto (ver, por ejemplo, Rom 9,4-5122; Ef 2,11-12).
Pero si Lucas ha puesto a un rico como figura del pueblo judío y a un pobre como figura del
pueblo pagano, se llega a la conclusión de que el primer bien que el rico debe compartir es el
Evangelio. Si todos deben compartir las riquezas, la primera de estas riquezas es la salvación, a
fin de que ésta llegue a aquellos que todavía no la tienen. Lucas quiere crear en sus oyentes la
conciencia de que para ser cristiano hay que compartir, es una necesidad interior a la que no se
puede renunciar ni se debe descuidar. Pero se debe compartir en todos los niveles, comenzando
por los más importantes (como es el Evangelio) hasta terminar con los que lo son menos (como
son los bienes materiales).
10. Conclusión
San Lucas da su respuesta serena a una comunidad enfrentada. Tomando como punto de
partida las profecías del Antiguo Testamento, muestra que la voluntad de Dios es que el Evangelio
sea anunciado a todas las naciones sin distinción. El proceder de Jesús con los pobres, con los
pecadores y los más desheredados es la pauta para indicar cuál es el proceder que se debe tener
en la predicación con respecto a los paganos. Ellos son los más pobres y los más necesitados a
quienes hay que darles esta riqueza que Dios ha dado a Israel y que es la salvación.
Al mismo tiempo, san Lucas va mostrando la imagen de la comunidad cristiana según la volun-
tad de Dios: una comunidad que alaba a Dios alegremente, donde todos son hermanos y amigos,
donde se reza sin interrupción y no hay pobres porque se comparte todo lo que se tiene.
Es el Evangelio que resulta más atractivo para todos, pero al mismo tiempo el que más ataques
ha recibido. Los tres primeros evangelios son muy parecidos, narran los mismos hechos, cada uno
según su forma peculiar, pero todos tienen el mismo fundamento, surgen de la misma tradición,
reproducen los mismos discursos y los mismos gestos de Jesús. En cambio el Evangelio de San
Juan no coincide con los otros ni en los discursos ni en los hechos de Jesús (salvo en contadas
excepciones). No solamente el contenido es diferente, sino también el orden en que las cosas
están narradas y el estilo mismo de las palabras de Jesús. Parecería que presenta a un Jesús
diferente, y por esa razón fue muy atacado. Estas son algunas de las diferencias más notables:
En los Evangelios sinópticos, Jesús habla con un lenguaje muy sencillo, predica por medio
de parábolas.
En el Evangelio de Juan el lenguaje de Jesús es elevado (poético), y no recurre a
parábolas.
En los Evangelios sinópticos, Jesús desarrolla su actividad en Galilea y hace un solo viaje
a Jerusalén, con ocasión de la Pascua en la que es condenado a muerte.
En el Evangelio de Juan, Jesús reside habitualmente en Jerusalén, donde se suceden
varias fiestas, y en muy pocas ocasiones se desplaza hacia Galilea.
A pesar de las diferencias que tiene con los otros Evangelios, desde los primeros siglos se
leyó, se aceptó y se difundió el Evangelio de Juan porque se respetaba una tradición que lo
atribuía al Apóstol Juan, el hijo de Zebedeo. Pero a partir del siglo XVII, cuando la Reforma
protestante había dejado de lado la tradición, los investigadores comenzaron a buscar en el
mismo Evangelio los datos que permitieran afirmar que éste era obra de un Apóstol y discípulo de
Jesús. Mostraron entonces la diferencia tan grande que hay entre el Evangelio de Juan y los otros
Evangelios y comenzaron a decir que el Evangelio de San Juan era obra de un filósofo griego, o
de un poeta, o de un hereje del siglo II o también del siglo III, y que de ninguna manera se podía
admitir que hubiera sido escrito por alguno de los Apóstoles discípulos de Jesús.
Hoy ya no se puede sostener ninguna de estas teorías porque se han encontrado copias y frag-
mentos de este Evangelio que provienen de la mitad del siglo II. Muchos investigadores opinan
que el Evangelio de San Juan contiene material que viene de la época de los Apóstoles, que ha
sido elaborado por los discípulos de los Apóstoles y que fue publicado a finales del siglo I, o a más
tardar a principios del siglo II. Pero esto no resuelve el problema de las grandes diferencias que
tiene con los otros evangelios.
Cuando a partir del año 200, aproximadamente, se comenzó a decir que este evangelio había
sido escrito por Juan, el apóstol hijo de Zebedeo, posiblemente se trataba de una confusión,
porque los escritores anteriores a esa fecha, hablando de este evangelio, lo habían atribuido a un
Juan, al que no llaman "apóstol" sino "discípulo", y que habría pertenecido a la comunidad de
Éfeso en época del emperador Trajano (años 98-117). Este discípulo Juan habría escrito su
evangelio recogiendo tradiciones (orales y escritas) que provenían de un discípulo de Jesús al
cual él llama siempre "discípulo amado" del Señor, pero nunca dice cómo se llama (ver, por
ejemplo, Jn 21,24123). Este "discípulo amado" parece haber sido un discípulo de Jesús que
habitaba en Jerusalén, y que no pertenecía al número de los Doce. Esto podría dar una
explicación satisfactoria al hecho de que este evangelio contenga tradiciones tan diferentes de las
que se encuentran en los otros evangelios y que además, como muestran los investigadores,
aparezca como muy familiarizado con las formas de pensamiento que tenían los judíos del grupo
"helenista", es decir, los que hablaban griego y estaban en contacto con la cultura griega.
El "discípulo amado" habría sido el fundador de una comunidad cristiana, a la que transmitió
como tradición lo que él había recibido de Jesús. Sus discípulos conservaron y elaboraron las
tradiciones recibidas del "discípulo amado". Este discípulo llegó a ser tan venerado por los
cristianos de ese grupo, que no lo designaban por su nombre propio, sino que lo llamaban "el
discípulo amado". En él veían el modelo de lo que debía ser un verdadero cristiano. En la
comunidad judía de Qumrám sucedió lo mismo con su fundador. En los manuscritos de aquel
grupo nunca se da el nombre del fundador, sino que siempre se dice "el maestro de justicia".
La actividad de los discípulos que recogieron y publicaron el material que provenía del "discípu-
lo amado" se desarrolló posiblemente en la comunidad de Éfeso (Asia Menor). Es un ambiente
donde se cultivaba la filosofía griega, y además del judaísmo y el paganismo, se practicaban otras
formas de religión con mezcla de filosofía y religión oriental. En la época en la que se publicó el
evangelio ya se había producido la separación definitiva entre el cristianismo y el judaísmo: ambos
grupos se encontraban enfrentados y en el Evangelio se percibe el clima de polémica.
La comunidad formada por el "discípulo amado" habría llevado una vida aislada de las demás
comunidades cristianas. Esto se ve porque parece que le da más importancia al "discípulo amado"
que a Pedro.
Como algunos miembros de la comunidad, teniendo el Evangelio, cayeron en el error, los que
permanecieron fieles a la doctrina del "discípulo amado" consideraron prudentemente que se de-
bía publicar otro texto en el que se aclarara el sentido de las expresiones que podían ser leídas
123
Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su
testimonio es verdadero.
erróneamente. Este habría sido el origen de los libros que ahora se conocen con los nombres de
"Primera y Segunda Carta de Juan".
Además de lo que fue escrito en estas dos Cartas, con la misma finalidad se le hicieron
retoques y añadidos al Evangelio. Tal como lo tenemos en la actualidad, el evangelio de Juan es
el resultado de varias ediciones sucesivas. A una primera edición se le agregaron otros textos,
también de origen antiguo, y estos nuevos textos no han quedado siempre bien soldados con el
material más primitivo, por lo que se pueden percibir ciertas imperfecciones en la compaginación.
Entre los textos añadidos al Evangelio en aquella época tan primitiva estaría el capítulo 21, que
ahora aparece como un apéndice. En este capítulo se le reconoce a Pedro el lugar que le corres-
ponde: él es el pastor de las ovejas.
En líneas generales es un Evangelio que tiene un esquema bastante claro. Tiene una
interrupción notable al final del capitulo 12, por lo que queda dividido en dos partes: una primera
parte del capítulo 1 al 12, y una segunda del capítulo 13 al 20. La primera parte tiene un prólogo
bastante desarrollado (1,1-18), mientras que el prólogo de la segunda parte es sumamente breve
(13,1). Las dos partes terminan con un epilogo (12,37-43 y 20, 30-31). Al final de las dos partes
hay textos que parecen añadidos después que la obra fue concluida (como se ha dicho más
arriba).
Prólogo: 1,1-18
Primera parte: Cuerpo: 1,19-12,36
Capítulos 1 - 12 Epílogo: 12,37-43
Apéndice: 12,44-50
Prólogo: 13,1
Segunda parte: Cuerpo: 13,2-20,29
Capítulos 13 - 21 Epílogo: 20,30-31
Apéndice: Capítulo 21 (con su propio epílogo: 21,24-25)
Observando el vocabulario y los temas tratados vemos que la división en dos partes está hecha
en función de un tema de gran importancia del Evangelio de San Juan: la hora de Jesús. En la pri-
mera parte (capítulos 1 al 12) se repite con cierta insistencia que todavía no ha llegado una cierta
"hora" (2,4124; 7,30125; 8,20126). El capítulo 12 finaliza cuando se anuncia que esta "hora" ha llegado
(12, 23127.27128), y la segunda parte (capítulos 13 al 20) describe lo que sucede en esta "hora"
como lo indica el prólogo (13,1129). La "hora" de Jesús es el "paso de este mundo al Padre",
incluye la muerte y la resurrección del Señor, se trata de su glorificación.
De este modo, en el Evangelio de San Juan se proponen dos modos de revelación de Cristo:
en la primera parte, cuando todavía no ha llegado "la hora", Jesús se revela a través de "signos" o
gestos simbólicos (de los que ya se tratará más adelante), y al llegar la "hora", la revelación la
realiza Cristo subiendo a la cruz para manifestar su gloria, en su paso de este mundo al Padre.
2. Características y contenido
Es un Evangelio para la meditación. Mucho más que los otros, se presta para la reflexión, ya
que en él sobresalen los discursos que son como largas meditaciones en torno a la figura de
Jesús.
El Evangelio de Juan se detiene sólo excepcionalmente en la descripción de los hechos. Relati-
vamente cuenta muy pocos de ellos, y la mayor parte del Evangelio está ocupada por los discur -
sos, que son como extensas reflexiones, con frases que quedan inmediatamente grabadas como
para seguir pensando. Todo esto es típico de los contemplativos.
3. El simbolismo
Es un Evangelio sumamente simbólico. Usa los símbolos y los maneja con facilidad
asombrosa. Selecciona pocos hechos de la vida de Jesús, y lo hace para poder explotar su
aspecto simbólico. Lo mismo hace con las palabras del Señor. De esta manera destaca
constantemente lo que se refiere a la luz y a las tinieblas, al agua, al pan, a la sangre...
En algunos casos, Juan recurre a términos que le permiten un uso simbólico. Por ejemplo, el
término que significa "ser levantado en alto" (3,14; 8,28; 12,32.34) tiene especial importancia en
este evangelio, porque el autor lo utiliza con un doble sentido: el ser levantado en alto en la
crucifixión, que es lo que perciben los sentidos, y el ser levantado en alto a la gloria del Padre, que
es lo que la fe descubre en la pasión de Cristo.
Expresándose preferentemente por medio de signos, san Juan da gran importancia al valor
simbólico de los milagros de Jesús. En este Evangelio nunca se usa la palabra "milagro". Se
narran solamente siete hechos milagrosos del Señor y cuando se habla de ellos, se los denomina
"signos" o "señales". Se los llama así porque en cierta forma significan o representan quién es
Jesús. Así, por ejemplo, cuando multiplica los panes, el Señor dice: "Yo soy el pan de vida..."
(6,35); o cuando da la vista al ciego de nacimiento: "Yo soy la luz del mundo..." (9,5); o cuando
resucita a Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida..." (11,25). En el caso de la multiplicación del
vino en las bodas de Caná (2,1-11), asocia figuras que aparecen en los textos de los profetas: la
de las bodas de Dios con su pueblo (Os 2,16-25), el banquete escatológico con vinos de la mejor
calidad (Is 25,6-9). Al encontrar un milagro en el Evangelio de San Juan, se debe preguntar ¿Qué
significa? Y la respuesta siempre es la misma: "Jesús".
El autor del Evangelio quiere concentrar la mirada del lector sobre Cristo porque Él es el que
revela al Padre. Al comienzo del evangelio se dice que "Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha
revelado es el Dios Hijo único" (1,18; ver 5,37130; 6,46131; 1 Jn 4,12132). Jesús dice que su obra ha
consistido en "manifestar el Nombre" del Padre (ver 17,4.6 133). El Dios invisible se hace visible en
la persona de Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne (1,14). Los que ven a Jesús, están
viendo al Padre (12,45134; 14,9135).
La gran preocupación de Juan es la persona de Cristo. El autor del Evangelio dice en el epílogo
que él escribió su obra "para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios..." (20,31).
Él utiliza el nombre "Hijo de Dios" en un sentido muy fuerte: no es el sentido amplio por el que se
puede decir que todo ser humano es hijo de Dios, sino el Hijo que es igual al Padre. Lo dice clara-
mente cuando se refiere a las razones que tienen los enemigos para perseguir a Jesús y
condenarlo a muerte: "se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre" (5,18; ver también
19,7136). Por esa igualdad, se conoce al Padre contemplando a Jesús (12,45; 14,9), Jesús debe
ser honrado como se honra al Padre (5,23137) y se debe confesar que Jesús es Dios (20,28138).
Todo el Evangelio está orientado hacia la persona de Cristo, y a través de Cristo, hacia el
Padre. Esa es la razón por la que Jesús aparece diciendo frecuentemente: "Yo soy". A veces esta
expresión aparece sin un predicado. Jesús dice simplemente "Yo soy" (8,24139; 8,28140; 8,58141;
13,19142; etc.). Este es el nombre que Dios reveló en el Antiguo Testamento: «Moisés dijo a Dios:
"Si me presento ante los israelitas y les digo que el Dios de sus padres me envió a ellos, me pre -
guntarán cuál es su nombre. Y entonces ¿qué les responderé?" Dios dijo a Moisés: "Yo soy el que
soy". Luego añadió: "Tú hablarás así a los israelitas: Yo soy me envió a ustedes"». (Ex 3,13-14).
Jesús, al decir "Yo soy" se está presentando como Dios y como revelador del Padre.
Muchas veces usa "Yo soy" con un predicado: "Yo soy el pan vivo..." (6, 35), "Yo soy la luz del
mundo..." (9,5), "Yo soy la resurrección y la vida..." (11,25), etc. Estos "Yo soy" van dado los
distintos títulos que Jesús tiene como Salvador, pero también como la misma Sabiduría de Dios
presente entre los seres humanos. En el Antiguo Testamento es frecuente que tanto Dios como la
Sabiduría se presenten de esa forma; ver, por ejemplo, Is 45,5ss y Prov 8,12ss.
6. La vida eterna
El hombre que ante la revelación de Cristo lo acepta y se abre a Él, dándole la respuesta de la
fe, entra a participar de la vida eterna. Porque la fe es una entrega total, es unirse íntimamente
con Cristo para comenzar a ser uno solo con Él (ver 15,1-17), y gozar de todo lo que Él tiene
como Hijo de Dios.
La Vida eterna es algo que pertenece solamente a Dios (5,26143; 6,57144), es la vida que no
conoce limites, es la realización plena de todas las posibilidades, es la vida que no conoce muerte,
que no conoce envejecimiento ni corrupción y que se encuentra en Cristo (1,4; 5,26; 6,57). No es
como la vida a la que se nace en este mundo y que es limitada de todas formas. El que se une a
Cristo por la fe comienza a participar en un inicio de esa vida que viene de Dios.
Puede parecer una paradoja lo que se afirma en el relato de la resurrección de Lázaro: "Yo soy
la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí,
no morirá jamás" (11,25-26). Es como estar viviendo dos vidas al mismo tiempo, una que termina
y otra que no terminará jamás: "... aunque muera... no morirá jamás". La muerte física no tiene
mayor importancia, porque Cristo anuncia la vida eterna que se puede tener desde el momento
presente. En cambio tiene importancia la muerte que es el pecado, porque es la única que impide
el acceso a la vida eterna al separar al hombre de Dios.
Desde el momento que la vida eterna no es sólo una promesa para el futuro sino una realidad
actual, el creyente debe pasar por un nuevo nacimiento para acceder a esta vida: se nace de lo
alto (3,3); se nace del agua y del Espíritu (3,5.8).
Ya se ha dicho que la vida eterna se alcanza por la fe en Jesucristo como Hijo de Dios. Por esa
razón, el autor del Evangelio presenta a Jesús como el alimento que produce esta vida que viene
de Dios. Jesús es Pan para todo el que cree: "El pan de Dios es el que desciende del cielo y da la
vida al mundo. Yo soy el Pan de vida..." (6,33-34). Y también es Pan para todo aquel que come su
carne y bebe su sangre en la Eucaristía: "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo...
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna" (6,51.54).
7. La liturgia
El Evangelio de Juan es un Evangelio litúrgico. El autor demuestra que está muy familiarizado
con la liturgia del templo de Jerusalén, y narra los hechos de la vida de Jesús enmarcándolos en
sus celebraciones (2,13; 5,1; 6,4; 7,2.14.37; 10,22; 11,55; 12,1; 13,1;19,14.31), para mostrar que
Jesús es realmente aquello que se celebra en la liturgia.
El Evangelio culmina con la celebración de la Pascua (11,55; 12,1; 13,1; 19,14; 19,31). En el
Antiguo Testamento la Pascua es el "paso del Señor" (Ex 12,11-12), en el Evangelio de Juan "es
el paso de Jesús de este mundo al Padre" (Jn 13,1).
Mientras que en los otros Evangelios la Pascua coincide con la última cena del Señor (Mt 26,7;
Mc 14,12; Lc 22,7.15), en el Evangelio de Juan se insiste en que Jesús muere en la víspera de la
Pascua. Los sacerdotes no entran en casa de Pilato para no contaminarse porque luego tienen
que participar de la celebración de la Pascua (18,28); durante el juicio se dice claramente que es
el día de la víspera de la Pascua (19,14), y cuando Jesús ha muerto en la cruz se vuelve a repetir
lo mismo (19,31).
En el transcurso del relato se indica que en el lugar de la crucifixión había una rama de hisopo
(19,29) y que al Señor ya muerto le hirieron el costado, de donde salió sangre y agua (19,34).
Juan escribía para personas que conocían muy bien cómo eran las ceremonias en el Templo de
Jerusalén: la víspera de la Pascua, por la tarde, se sacrificaban los corderos que se debían comer
en la cena pascual (Ex 12,6). Los corderos sacrificados eran colgados para que corriera toda la
sangre (ya que los judíos no pueden comer carne con sangre) y el Sumo Sacerdote les abría el
costado con un cuchillo para que chorreara el último resto de sangre. Luego, con una rama de
hisopo se debía hacer una aspersión en las casas de los judíos (ver Ex 12,22). El relato de la
crucifixión culmina con estas palabras: "Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice:
No le quebrarán ninguno de sus huesos" (Jn 19,36). La Escritura que aquí se cita es una norma
que da Moisés en el Antiguo Testamento sobre la forma de sacrificar y comer el Cordero Pascual
(Ex 12,46). Juan describe a Jesús muriendo a la misma hora y con los mismos ritos con que era
sacrificado el Cordero Pascual.
8. La mística
Otra característica del Evangelio de San Juan es el misticismo: en la actualidad ya se gozan los
bienes que se consideran futuros, las realidades "celestiales" que se espera recibir y gozar en la
bienaventuranza: la contemplación de Dios, el don del Espíritu, la vida eterna, la alegría perfecta,
la paz... Los otros Evangelistas han puesto el acento en la fe como adhesión a Jesús que se
manifiesta en el acompañar a Jesús en el sufrimiento, en la conversión de cada día, en la
perseverancia en la vida cristiana con la promesa de los bienes eternos; el Evangelio de San
Juan, en cambio, destaca otro aspecto: los bienes futuros constituyen una realidad que ya se está
dando en el presente. En distintos lugares del Evangelio de Juan se dice que todos estos bienes
ya son poseídos actualmente por el que tiene fe: "El que cree en mí tiene ya la vida eterna" (3,36);
"El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene ya la vida eterna" (6,54); etc. Los creyentes ya
gozan anticipadamente de la visión de Dios (12,45 145; 14,8146), y la Trinidad habita en los
discípulos (14,17147. 23148). En el discurso de la última cena, el Señor anuncia que da a sus
discípulos el Espíritu Santo (14,16-17.26149; 15,26150; 16,7-15151), la alegría perfecta (15,11152;
16,20153. 22154. 24155) y la paz que no puede dar el mundo (14,27156; 16,33157).
Todos estos dones futuros, anticipados al presente, están relacionados con la Pascua de
Jesús: el Señor había anunciado de manera enigmática: "... Como dice la Escritura: 'De su seno
brotarán manantiales de agua viva'. Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en
Él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado"
(7,38-39). En el momento de su muerte, el Señor "entregó el Espíritu" (19,30), y como signo visible
de esa donación, de su pecho brotó el agua (19,34). Al aparecer resucitado a los discípulos, les
dio la paz (20,19.21), los discípulos se llenaron de alegría (v.20) porque lo vieron (v.20), y Él les
otorgó el Espíritu Santo (v.22).
9. La escatología
Con la mística está muy relacionado lo que se refiere a la escatología. Por "escatología" se
entiende el discurso sobre las cuestiones últimas (en griego ésjaton = lo último, lo que está al
final). Estas cosas últimas son: el juicio, la vida eterna y la condenación, la resurrección. Todos los
demás autores del Nuevo Testamento hablan de estas cosas en futuro. Es característico de Juan
hablar de ellas como ya realizadas en el presente. Ya se ha dicho que la vida eterna aparece en el
Evangelio de san Juan como un bien que se posee en el presente. Pero también el juicio es
presentado como actual. En el mismo momento en que Jesús se revela al ser humano, se
produce el juicio según se opte por Él o se lo rechace. De ahí en adelante ya se está par ticipando
de la vida eterna o de la condenación: "El que cree en Él no es condenado; el que no cree, ya está
condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la
luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas [...]
El que cree en el Hijo tiene vida eterna. El que se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que
la ira de Dios pesa sobre él" (3,18-19.36).
Juan habla de un solo pecado, que es el de rechazar a Cristo, no reconocerlo como el que
revela al Padre. Y este pecado es el que produce la muerte (8,24 158), así como, por el contrario, la
fe es la que introduce en la vida.
En la Primera Carta, se da mayor precisión a estas enseñanzas. Algunos podrían pensar que
los cristianos ya han llegado a la perfección y que ya no queda nada para esperar en el futuro. La
Carta responde que es verdad que ya son hijos de Dios y poseen todos estos bienes, pero esta
condición de hijos de Dios todavía no se ha manifestado plenamente (1 Jn 3,1-2). Hasta que esto
llegue, hay que continuar purificándose (1 Jn 3,3). Es verdad que la fe introduce en la vida eterna,
pero también es necesario cumplir los mandamientos, en particular el del amor al prójimo (1 Jn
2,3-11; etc.).
Con razón se puede llamar entonces al Evangelio de San Juan un Evangelio místico, porque
los bienes celestiales se anuncian como presentes. Todo lo que es de Dios está en Cristo (3,35;
5,26; 16,15; 17,2; etc.), y Cristo lo comunica a todos los que creen en Él.
En el Evangelio de San Juan, Jesús dice: "Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a
los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros" (13,34; ver
también 15,12). El mandamiento del Antiguo Testamento decía "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo " (Lev 19,18). El mandamiento transmitido por Moisés tenía dimensión humana ("como a ti
mismo"), porque se debía amar al prójimo queriendo para él lo mismo que cada uno quiere para
sí. En cambio el mandamiento nuevo dice que hay que amar al prójimo con la medida con que
ama Cristo ("como yo los he amado"). Se podría decir que esto es imposible como mandamiento:
a nadie se le puede imponer o mandar que ame como ama Cristo, porque esto supera las
posibilidades humanas.
Pero esto se puede entender correctamente dentro de la mística de san Juan: en el Evangelio
se dice que Cristo ha recibido también un mandamiento del Padre, el de dar la vida por los
hombres (10,17-18; 15,10). Este mandamiento es la voluntad del Padre que quiere salvar a todos
los hombres, y es aceptada y cumplida por Cristo, ya que su voluntad humana está en perfecta
consonancia con la divina. Él ahora hace partícipes de esta voluntad a todos los creyentes para
que también puedan amar con amor divino (15,9-10159). No se trata de un esfuerzo humano para
ver quién puede amar más, sino de la gratuita donación de Dios que da a los seres humanos la
posibilidad de amar con un amor que viene del mismo Dios. Por eso se dice que el mandamiento
nuevo se "da".
11. El Paráclito
En algunos textos del Evangelio de San Juan el Espíritu Santo es llamado con un nombre poco
común: "Paráclito". Etimológicamente esta palabra significa: "el que es llamado para que esté al
lado", para que ayude o sostenga. En el mundo forense viene a ser como el abogado, que es
llamado para que asesore o prepare las defensas. Pero en la obra de Juan la palabra tiene
sentidos que van mucho más allá del sentido natural y forense. Por esa razón se opta por no
traducirla y dejarla en griego.
En la Primera carta, San Juan dice que "tenemos un Paráclito ante el Padre: Jesucristo el justo"
(1 Jn 2,1). Aparentemente se podría traducir por Abogado o Defensor (como aparece traducido en
muchas Biblias en castellano), porque se trata de la función que Jesús debe desempeñar ante el
Padre durante el juicio de los hombres. Sin embargo, el texto continúa diciendo que Él cumple
esta función ofreciéndose como "víctima propiciatoria por nuestros pecados" (1 Jn 2,2). Ofrecerse
como víctima no es propio del Abogado o del Defensor. También en este caso es preferible dejarlo
en griego: Paráclito.
En la última cena Jesús habla de "otro Paráclito" que es el Espíritu Santo. Ante el anuncio de
su partida, el Señor promete que los discípulos no quedarán huérfanos (14,18). El Espíritu vendrá
como Paráclito para estar junto a los discípulos (14,16-17), y mantener viva la enseñanza de
Jesús (14,26). Cuando los discípulos deban enfrentar las persecuciones, el Paráclito estará con
ellos dando testimonio (15,26-27), y presentando ante el mundo las pruebas de que está en
pecado al oponerse a Jesús (16,7-11). Finalmente, el Espíritu Santo será "Paráclito" porque estará
junto a los discípulos cumpliendo funciones de maestro, actualizando constantemente las palabras
de Jesús, haciéndoles recordar y vivir en cada momento el significado exacto de esas palabras
para las distintas circunstancias de la vida de la Iglesia (14,26160; 16,13161).
La vida pública de Jesús está encuadrada por dos escenas en las que aparece su Madre: Se
trata de las bodas de Caná (2,1-11) y la muerte del Señor (19,25-27). Fuera de estas escenas,
María no es mencionada en el resto del Evangelio. Además san Juan no la !lama por su nombre
sino por su titulo de "Madre de Jesús". Y cuando el Señor se dirige a Ella, lo hace llamándola
"Mujer". En la primera de estas escenas (las bodas de Caná), María interviene ante la falta de vino
y Jesús le responde con una frase que es una especie de rechazo "¿Qué hay entre tú y yo?", en
razón de que todavía no ha llegado "la Hora" (2,4). Como en los otros diálogos del Evangelio de
san Juan, Jesús responde hablando de los bienes celestiales cuando los interlocutores se refieren
a realidades terrenales. María se ha referido al vino que falta en la fiesta, y Jesús responde
negativamente aludiendo a su "hora", el momento de pasar de este mundo al Padre. Se refiere
entonces al vino del banquete de los tiempos mesiánicos, de las bodas anunciadas por los
Profetas. Es evidente que en las bodas de Caná todavía no puede haber nada de ese vino. Pero
Jesús, como "signo", multiplica el vino de Caná; el mismo Juan nos dice al final del relato que esto
fue un "signo" (2,11).
María desaparece del Evangelio durante toda la vida pública de Jesús para reaparecer al llegar
"la Hora". En las bodas de Caná, Ella quiso intervenir cuando no había llegado "la Hora", pero
cuando llega la Hora y Jesús está en la Cruz, María está presente y es llamada por Jesús. Como
en Caná, también la llama "Mujer" y le encomienda que sea "Madre" del Discípulo que está
también, como Ella, junto a la Cruz.
María adquiere un valor simbólico, porque en ese momento pasa a ser la Madre de los dis-
cípulos de Cristo, es decir que es figura de la Iglesia. Se la llama "Mujer", y esta palabra recuerda
la primera mujer del comienzo del Génesis: "Eva, madre de todos los vivientes" (Gn 3,20). Ahora
que comienza una nueva creación hay una nueva Mujer que es la madre de todos los que viven.
El autor del Evangelio dice que recibió del "discípulo amado" la tradición que ha consignado en
su libro (21,24). Se ha querido identificar a este discípulo anónimo con el apóstol Juan, pero en el
Evangelio nunca se nos da su nombre y solamente se dice que era "el discípulo al que Jesús a-
maba". Ya se ha dicho más arriba que este "discípulo" sería un discípulo de Jerusalén que no per-
tenecía al número de los Doce. Por el afecto y la admiración con que la comunidad recordaba al
que les había transmitido esta tradición de Jesús, el Evangelista expresó su veneración
llamándolo con el nombre de "discípulo amado de Jesús". Más importante que saber su nombre
es investigar qué representa este discípulo.
El discípulo amado de Jesús aparece cuatro veces en la segunda parte del Evangelio. Cuando
durante la cena Jesús comienza a hablar de la traición de judas, los discípulos no entienden bien
de qué se trata. El discípulo "amado" está sentado junto a Jesús, y Pedro le hace señas para que
le pregunte de quién está hablando. El discípulo amado se recuesta sobre el pecho de Jesús y le
pregunta "¿Quién es?", y recibe la respuesta de Jesús (13,26).
La expresión "recostarse sobre el pecho" es usada a propósito para indicar que se goza de la
familiaridad y de las confidencias de alguien, así como se dice también "estar en el seno" (Jn 1,18;
Lc 16,23). Jesús es el que tiene toda la intimidad del Padre y es el único que lo conoce y puede
hablar de Él (1,18162; 6,46163; 7,29164; etc.). Esta relación existente entre Cristo y el Padre se
reproduce ahora entre Cristo y el discípulo: el que cumple las condiciones de discípulo amado de
Jesús es el que "se recuesta sobre el pecho del Señor" y recibe sus confidencias, sentado junto a
Él en la mesa, para poder comunicarlas a los demás.
89
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer
pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se
presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a
bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver
esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo
toca y lo que ella es: ¡una pecadora!» Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro!,
respondió él. «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta.
Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos amará más?». Simón
contestó: «Pienso que aquel a quien perdonó más». Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia
la mujer, dijo de Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en
cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio,
desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado
mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor». Después dijo a la mujer: «Tus
pecados te son perdonados». Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar
los pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
90
Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino
de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus
y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de
Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.
91
Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su
casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta,
que muy estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi
hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta,
te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria,
María eligió la mejor parte, que no le será quitada».
92
Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se
lamentaban por él.
93
Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia,
contemplando lo sucedido.
94
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena,
Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los
Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
95
Los Apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los paganos habían recibido la
Palabra de Dios. Y cuando Pedro regresó a Jerusalén, los creyentes de origen judío lo interpelaron,
diciéndole: «¿Cómo entraste en la casa de gente no judía y comiste con ellos?». Pedro comenzó a contarles
detalladamente lo que había sucedido: «Yo estaba orando en la ciudad de Jope, cuando caí en éxtasis y
tuvo una visión. (...) En ese momento, se presentaron en la casa donde estábamos tres hombres que
habían sido enviados desde Cesarea para buscarme. El Espíritu Santo me ordenó: que fuera con ellos sin
dudar. Me acompañaron también los seis hermanos aquí presentes y llegamos a la casa de aquel hombre.
(...) Apenas comencé a hablar, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, como lo hizo al principio sobre
nosotros. Me acordé entonces de la palabra del Señor: «Juan bautizó con agua, pero ustedes serán
bautizados en el Espíritu Santo». Por lo tanto, si Dios les dio a ellos la misma gracia que a nosotros, por
haber creído en el Señor Jesucristo, ¿cómo podía yo oponerme a Dios?». Después de escuchar estas
palabras se tranquilizaron y alabaron a Dios, diciendo: «También a los paganos ha concedido Dios el don de
la conversión que conduce a la Vida».
En una segunda escena el discípulo amado aparece junto a la cruz cuando Jesús está
crucificado. También allí se encuentra la Madre de Jesús, y el discípulo la recibe en ese momento
como madre propia (19,25-27). Ya se ha explicado que en esa escena María aparece como figura
de la Iglesia. El que es "discípulo amado de Jesús" tiene como Madre a María, imagen de la
Iglesia que es también la madre de los discípulos de Jesús.
La tercera escena tiene lugar el domingo de Pascua: María Magdalena va por la mañana al
sepulcro de Jesús y, al encontrarlo vacío, piensa que han robado el cadáver. Vuelve corriendo a
informar a Pedro y al discípulo amado lo que ha ocurrido. San Juan nos dice que ellos también
fueron corriendo, y al entrar vieron las vendas en el suelo y el sudario que cubrió su cabeza, no
junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. El discípulo amado de Jesús "vio y creyó"
96
Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en
el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma,
judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de
Dios».
97
Pedro les respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean
perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a
ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar».
98
Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, el Señor Jesús -el mismo que
se te apareció en el camino- me envió a ti para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo».
99
Mientras Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la Palabra.
100
Apenas comencé a hablar, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, como lo hizo al principio sobre
nosotros.
101
«Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le
obedecen».
102
El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las
indispensables...
103
Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: «Resérvenme a
Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado».
104
Saulo y Bernabé, enviados por el Espíritu Santo, fueron a Seleucia y de allí se embarcaron para Chipre.
105
Como el Espíritu Santo les había impedido anunciar la Palabra en la provincia de Asia, atravesaron Frigia
y la región de Galacia. Cuando llegaron a los límites de Misia, trataron de entrar en Bitinia, pero el Espíritu
de Jesús no se lo permitió.
106
Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había
descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
107
Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces comenzaron a hablar en
distintas lenguas y a profetizar. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
108
Así nos ha ordenado el Señor: "Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la
salvación hasta los confines de la tierra".
109
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he
perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa,
ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo
que estaba perdido».
110
Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
111
«Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
112
Después le enseñó con una parábola que era necesario orar siempre, sin desanimarse.
113
Estén prevenidos y oren incesantemente.
114
De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi
discípulo.
115
Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus
enfermedades.
116
Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con
alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el
Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse.
117
Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino
de Dios les pertenece! (...) Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!»
118
Jesús dijo: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios! Sí, es más fácil que un camello
pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».
119
"Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió
males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento”.
(20,1-10). El que es discípulo amado de Jesús se encuentra junto a Pedro, a quien respeta
(20,4-8), y tiene fe en la resurrección del Señor.
En el capítulo 21, que es como un apéndice del evangelio, aparece nuevamente el discípulo
amado. Cuando Jesús resucitado se aparece a sus discípulos que están en la barca pescando en
el lago, el discípulo amado reconoce a Jesús que está en la orilla (21,7). Un poco más tarde,
cuando Jesús anuncia a Pedro que será el pastor de las ovejas y que tendrá que morir mártir, hay
una segunda mención: Pedro pregunta qué sucederá con el discípulo amado. Jesús le responde:
"Si yo quiero que él quede hasta mi venida ¿qué te importa?" (21,20-23). Se presentan dos
opciones: Pedro es llamado para ser pastor y mártir; el discípulo en cambio debe permanecer, es
decir perseverar, hasta que Jesús vuelva. El discípulo amado del Señor es el que sabe
120
Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero
a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.
121
Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con
alegría y sencillez de corazón.
122
Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las
promesas. A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición
humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén.
124
Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía».
125
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su
hora.
126
El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo,
porque aún no había llegado su hora.
127
«Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado».
128
Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora?» ¡Si para eso he llegado a esta
hora!
129
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al
Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
130
Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su
rostro.
131
Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.
132
Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor
de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.
133
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame
junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera. Manifesté tu Nombre a los que
separaste del mundo para confiármelos.
134
Y el que me ve, ve al que me envió.
135
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces?. El
que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»?
136
Los judíos respondieron: «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende
ser Hijo de Dios».
137
para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo
envió.
138
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
139
«Si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados».
140
«Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no
hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó».
141
Jesús respondió: «Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy».
142
«Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy».
143
Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella.
144
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el
que me come vivirá por mí.
145
El que me ve, ve al que me envió.
146
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta».
147
El Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en
cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.
148
Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y
habitaremos en él».
149
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les
recordará lo que les he dicho.
150
Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del
reconocerlo presente después de su resurrección, y persevera todos los días hasta el regreso del
Señor. De esta forma ofrece una vocación alternativa, diferente de la de Pedro: él no es mártir ni
pastor de las ovejas, sino el discípulo que persevera hasta que vuelva el Señor.
Se ve que a través de esta imagen del discípulo amado de Jesús, san Juan describe al
cristiano ideal. El Evangelista consideraba como un modelo al discípulo de Jesús que evangelizó
la comunidad a la que él pertenecía. Por eso elaboró su imagen para que sirviera de modelo a
todos los lectores de su obra, porque todos los cristianos están llamados a ser "discípulos amados
de Jesús": "El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me
ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él" (14,21). "Como el Padre me
amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis
mandamientos permanecerán en mi amor..." (15,9-10).
En sentido favorable aparece Nicodemo (3,1ss). En este personaje Juan resume a todos los
judíos eruditos que conocen profundamente la Ley. La Samaritana en cambio representa a todos
los paganos: es acusada de adulterio por el Señor (4,17-18), así como los Profetas acusaban del
mismo pecado al pueblo de Israel cuando abandonaba al único Dios para ir detrás de los dioses
falsos. Ella llega a la fe, como muchos paganos de la época del evangelista.
15. Conclusión
"Estos signos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios, y creyendo tengan vida en su nombre" (20,31).
También es el único entre los Evangelistas que ha permitido ver que la fe une íntimamente al
creyente con Cristo y con el Padre, y que esta unión permite participar ya desde ahora de la
presencia del Espíritu Santo y al mismo tiempo que introduce en la vida eterna.
Pero principalmente, el evangelista ha hecho conocer al Padre. El Dios que nadie ha visto
jamás se ha hecho ver en la humanidad de su Hijo Jesucristo.
A MODO DE EPÍLOGO
Se llega así al final de este recorrido a través de los cuatro Evangelios. Se ha tratado de
responder a la pregunta inicial: ¿Qué es un Evangelio?
Y se ha visto que no es una simple narración de la vida de Jesús, así como podía haberla
relatado un historiador o un periodista.
Es una narración de la vida de Jesús, pero así como la han visto los testigos privilegiados que
pudieron ver en profundidad lo que significaban los gestos y las palabras de Jesús, y de esa forma
llegaron a comprender quién era el hombre de Nazaret.
Cada uno de los evangelistas ha hecho este relato teniendo en cuenta la cultura y la situación
de cada uno de sus destinatarios. A cada uno de ellos le han explicado lo que la persona y la obra
Jesucristo significan para su vida.
Es tarea de cada lector volver a leer (releer) el Evangelio en su propia vida, y actualizar su
mensaje de modo que la presencia de Jesús sea también una Buena Noticia para él.
162
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.
163
Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.
164
El que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el
que me envió.
SUGERENCIAS PARA TRABAJOS PRÁCTICOS
1. Constatar cómo Mateo introduce citas del Antiguo Testamento en lugares donde los otros evangelistas
no las tienen: Comparar Mt 8,16-17 con Mc 1,32 y Lc 4,40; Mt 9,1213 con Mc 2,17 y Lc 5,31-32; Mt 13,34-35
con Mc 4, 33-34; Mt 21,3-6 y Mc 11,3-4 y Lc 19,33-35).
2. Mateo habla frecuentemente del "Reino de Dios" o del "Reino de los Cielos", dándole la preferencia a
esta última expresión, sin hacer aparentemente distinción entre estas dos formas. Los otros Evangelistas
usan, en cambio, la primera. Comparar: Mt 7,21 y Lc 6,46; Mt 13,19 con Mc 4,15 y Lc 8,12; Mt 22,2-3 y Lc
14,16-17.
La comunidad a la cual está dirigido es una comunidad en la que la mayoría o gran número de los
cristianos son paganos venidos al cristianismo. Por esa razón Marcos se encuentra en la necesidad de
explicar ciertas costumbres o usos del judaísmo.
Comparar: Mt 15,1-3 con Mc 7,1-6. Advertir que Marcos habla de los judíos en tercera persona, y explica
detalladamente las costumbres judaicas.
Lucas se destaca por la delicadeza de sus sentimientos. Los rasgos molestos o desagradables de los
otros Evangelios, en el de Lucas son omitidos, disimulados o atenuados. Por ejemplo, comparar: Lc 5,14-15
con Mc 1,44-45; Lc 6,10-11 con Mt 12,13-14 y Mc 3,5-6; Lc 22,24-25 con Mt 20,20-25 y Mc 10, 35-42; Lc
18,23 con Mt 19,22 y Mc 10,22; Lc 22,45 con Mt 26,40-41 y Mc 14,37; Lc 22,47 con Mt 26,4849 y Mc
14,44-45; Lc 23,25-26 con Mt 27,26-32 y Mc 15,15-21.
1. Los tres primeros evangelios son muy parecidos; en cambio el Evangelio de San Juan no coincide con
los otros ni en los discursos ni en los hechos de Jesús (salvo en contadas excepciones). Por ejemplo, con
respecto a la muerte de Jesús comparar: Mt 26,17; Mc 14, 12; Lc 22,7 y 15 con: Jn 18,28; 19,14; 19,31.
2. Buscar en las Cartas Primera y Segunda de Juan las referencias a los que se apartan de la doctrina
tradicional y vienen diciendo cosas novedosas y extrañas:
- las referencias a lo que ha sido enseñado "desde el principio";
- las veces que aparece la expresión "Si alguno dice que...".
BIBLIOGRAFÍA
TREVIJANO ETCHEVERRÍA, R., Orígenes del Cristianismo. El trasfondo judío del cristianismo
primitivo, Universidad Pontificia, Salamanca 1995.
MALINA, BRUCE J., El mundo del Nuevo Testamento. Perspectivas desde la antropología cultural,
Verbo Divino, Estella 1995.
BENOIT, P., - BOISMARD, M.E. - MALILLOS. J. L., Sinopsis de los Cuatro Evangelios (Tomo I),
Desclée de Brouwer, Bilbao 1975.
CERVANTES GABARRÓN, J., Sinopsis de los tres primeros Evangelios con los paralelos del
Evangelio de Juan, Verbo Divino, Estella 1999.
• Problemas particulares