Laplanche Proyección Pba Realidad
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Proyección
Proyección: Al.: Projektion.; Fr.: projection; Ing.: projection; It.: proiezione; Por.: projeção.
A) Término utilizado, en un sentido muy general, en neurofisiología y en psicología para designar la
operación mediante la cual un hecho neurológico o psicológico se desplaza y se localiza en el
exterior, ya sea pasando del centro a la periferia, ya sea del sujeto al objeto. Este sentido Implica
acepciones bastante diferentes.
B) En sentido propiamente psicoanalítico, operación por medio de la cual el sujeto expulsa de sí y
localiza en el otro (persona o cosa) cualidades, sentimientos, deseos, incluso «objetos», que no
reconoce o que rechaza en sí mismo. Se trata de una defensa de origen muy arcaico que se ve
actuar particularmente en la paranoia, pero también en algunas formas de pensamiento «normales»,
como la superstición.
I. La palabra proyección tiene en la actualidad un empleo muy extenso, tanto en psicología como en
psicoanálisis; comporta diversas acepciones que se distinguen mal unas de otras, como hemos
señalado a menudo. Conviene enumerar, manteniéndonos primeramente en un plano semántico, lo
que se quiere significar por «proyección»:
a) En neurología se habla de proyección en un sentido que deriva del de la geometría, donde esta
palabra designa una correspondencia punto por punto entre, por ejemplo, una figura en el espacio y
una figura plana. Así, se dice que una determinada zona cerebral constituye la proyección de cierto
aparato somático, receptor o efector: con ello se designa una correspondencia que puede
establecerse según leyes definidas, ya sea punto por punto, ya sea de estructura a estructura, y tanto
en una dirección centrípeta como centrífuga.
b) Una segunda acepción deriva de la anterior, si bien implica un movimiento del centro a la periferia.
Así, en lenguaje psicofisiológico, se dice que las sensaciones olfativas, por ejemplo, se localizan por
proyección a nivel del aparato receptor. En este mismo sentido Freud habla de una «sensación de
comezón o de excitación de origen central proyectada en la zona erógena periférica». Dentro de esta
perspectiva, puede definirse la proyección «excéntrica» como lo hacen H. B. English y A. C. English,
como «la localización de un dato sensorial en la posición que ocupa el objeto-estímulo en el espacio,
y no en el punto de estimulación sobre el cuerpo». En psicología se habla de proyección para indicar
los siguientes procesos:
c) El sujeto percibe el medio ambiente y responde al mismo en función de sus propios intereses,
aptitudes, hábitos, estados afectivos duraderos o momentáneos, esperanzas, deseos, etc. Una tal
correlación entre el Innenwelt y el Umwelt constituye una de las adquisiciones de la biología y de las
psicologías modernas, especialmente bajo el impulso de la «psicología de la forma». Se verifica a
todos los niveles del comportamiento: un animal destaca en su campo perceptivo ciertos estímulos
privilegiados que orientan todo su comportamiento; un hombre de negocios considerará todos sus
objetos desde el punto de vista de lo que puede comprarse o venderse («deformación profesional»);
el hombre de buen humor tiende a ver la vida «de color de rosa», etc. De un modo más profundo, las
estructuras o rasgos esenciales de la personalidad pueden aparecer en el comportamiento
manifiesto. Tal es el hecho que se encuentra en la base de las técnicas llamadas proyectivas: el
dibujo del niño revela su personalidad; en las pruebas normalizadas que son los tests proyectivos
propiamente dichos (por ejemplo Rorschach, T. A. T.), se sitúa al sujeto en presencia de situaciones
poco estructuradas o de estímulos ambiguos, lo que permite «[...] leer, según las normas de
desciframiento propias del tipo de material y de actividad creativa propuestos, ciertos rasgos de su
carácter y ciertos sistemas de organización de su conducta y de sus emociones».
d) El sujeto muestra, por su actitud, que asimila una determinada persona a otra: en tal caso se dice,
por ejemplo, que «proyecta» la imagen de su padre sobre su jefe. De este modo se designa, en forma
poco apropiada, un fenómeno que el psicoanálisis ha descubierto con el nombre de transferencia.
e) El sujeto se asimila a personas extrañas o, por el contrario, asimila a sí mismo otras personas o
seres animados o inanimados. Así, se dice con frecuencia que el lector de novelas se proyecta en tal
o cual protagonista y, en el otro sentido, que La Fontaine, por ejemplo, proyectó en los animales de
sus Fábulas sentimientos y razonamientos antropomórficos. Este proceso debería incluirse más bien
dentro de lo que los psicoanalistas llaman identificación.
f) El sujeto atribuye a otros las tendencias, deseos, etc., que él no reconoce en sí mismo; así, por
ejemplo, el racista proyecta sobre el grupo odiado sus propios defectos y sus tendencias
inconfesadas. Este sentido, que English y English designan como disowning projection, parece ser el
más semejante a lo que Freud describió con el nombre de proyección.
II. Freud recurrió al concepto de proyección para explicar diversas manifestaciones de la psicología
normal y patológica:
1) Inicialmente la proyección fue descubierta en la paranoia. Freud consagra a esta afección, a partir
de 1895-1896, dos breves trabajos y el capítulo III de sus Nuevas observaciones sobre las
psiconeurosis de defensa (Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen, 1896). En ellos
la proyección se describe como una defensa primaria que constituye un abuso de un mecanismo
normal consistente en buscar en el exterior el origen de un displacer. El paranoico proyecta sus
representaciones intolerables, que vuelven a él desde fuera en forma de reproches: « [...] el contenido
efectivo permanece intacto, pero hay un cambio en el emplazamiento del conjunto».
Siempre que Freud vuelve a ocuparse de la paranoia, recurre a la proyección, especialmente en el
Caso Schreber. Pero no debe perderse de vista la forma como Freud limita en ella el papel de la
proyección: ésta es sólo una parte del mecanismo de la defensa paranoica y no se halla igualmente
presente en todas las formas de la enfermedad.
2) Freud describe en 1915 el conjunto de la construcción fóbica como una auténtica «proyección» en
lo real del peligro pulsional: «El yo se comporta como si el peligro de desarrollo de la angustia no
viniera de una moción pulsional, sino de una percepción, y en consecuencia puede reaccionar frente
a este peligro exterior mediante las tentativas de huida que representan las precauciones fóbicas».
3)Freud ve intervenir la proyección en lo que designa como «celos proyectivos», que distingue tanto
de los celos «normales» como del delirio celotípico paranoico: el sujeto se defiende de sus propios
deseos de ser infiel atribuyendo la infidelidad a su cónyuge; al hacerlo así, desvía su atención de su
propio inconsciente, la desplaza sobre el inconsciente del otro, y lo que gana en clarividencia sobre lo
que concierne al otro es equiparable a su ignorancia respecto de sí mismo. En consecuencia, resulta
a veces imposible y siempre ineficaz denunciar la proyección como una percepción errónea.
4) En varias ocasiones Freud insistió en el carácter normal del mecanismo de la proyección. Así, ve
en la superstición, en la mitología, en el «animismo», una proyección. «El oscuro conocimiento (por
así decirlo, la percepción endopsíquica) de los factores psíquicos y de las relaciones existentes en el
inconsciente se refleja [...] en la construcción de una realidad suprasensible que debe ser
retransformada por la ciencia en psicología del inconsciente».
5) Finalmente, sólo en raras ocasiones Freud menciona la proyección en relación con la situación
analítica. Nunca designa la transferencia en general como una proyección y sólo emplea este último
término para indicar un fenómeno particular en relación con aquélla: el sujeto atribuye a su analista
palabras o pensamientos que son en realidad los suyos propios (por ejemplo: «pensará usted que...,
pero no es verdad»).
De esta enumeración se deduce que, si bien Freud encuentra la proyección en diversos campos, le
atribuye un sentido bastante estricto. La proyección aparece siempre como una defensa, como la
atribución a otro (persona o cosa) de cualidades, sentimientos, deseos, que el sujeto rechaza o no
reconoce en sí mismo. El ejemplo del animismo es el que mejor demuestra que Freud no usa la
palabra proyección en el sentido de una simple asimilación del otro a sí mismo. En efecto, muy a
menudo se ha intentado explicar las creencias animistas por la supuesta incapacidad de los primitivos
de concebir la naturaleza de forma distinta según un modelo humano; asimismo, refiriéndose a la
mitología, se dice con frecuencia que los antiguos «proyectaban» sobre las fuerzas de la naturaleza
las cualidades y pasiones humanas. Freud (y ésta es su principal aportación) sostiene que una tal
asimilación tiene su origen y su fin en un desconocimiento: los «demonios», los «aparecidos»
encarnarían los malos deseos inconscientes.
III. En la mayoría de las ocasiones en que Freud habla de proyección, evita tratar el problema en su
conjunto. Da una explicación de ello en el Caso Schreber: «[...] dado que la comprensión de la
proyección implica un problema psicológico más general, nos decidimos a dejar de lado, para
estudiarlo en otro lugar, el problema de la proyección y, junto con éste, el mecanismo de la formación
del síntoma paranoico en general». Tal estudio es posible que fuera escrito, pero jamás fue
publicado. Con todo, en varios trabajos Freud dio indicaciones sobre la metapsicología de la
proyección. Los elementos de su teoría y los problemas que ésta plantea podrían agruparse del
siguiente modo:
1) La proyección encuentra su principio más general en la concepción freudiana de la pulsión. Ya es
sabido que, según Freud, el organismo se halla sometido a dos tipos de excitaciones generadoras de
tensión: unas de las que puede huir y protegerse, y otras de las que no puede escapar y frente a las
que no existe, en principio, un aparato protector o «protección contra las excitaciones». Tal es el
primer criterio de lo interior y de lo exterior. La proyección aparece entonces como el medio de
defensa originaria frente a las excitaciones internas que por su intensidad se convierten en
excesivamente displacenteras: el sujeto las proyecta al exterior, lo que le permite huir (precaución
fóbica, por ejemplo) y protegerse de ellas. Existe «[...] una tendencia a tratarlas como si no actuasen
desde el interior, sino desde el exterior, para poder utilizar contra ellas el medio de defensa
representado por el protector contra las excitaciones. Tal es el origen de la proyección». Tal beneficio
tiene como contrapartida el hecho de que, como hizo observar Freud, el sujeto se ve obligado a
conceder pleno crédito a lo que, en lo sucesivo, queda sometido a las categorías de lo real.
2) Freud atribuye un papel esencial a la proyección, asociada a la introyección, en la génesis de la
oposición sujeto (yo)-objeto (mundo exterior). El sujeto «[...] incorpora a su yo los objetos que se le
presentan en tanto que son fuente de placer, los introyecta (según expresión de Ferenczi) y, por otra
parte, expulsa de él lo que en su propio interior es motivo de displacer (mecanismo de la
proyección)». Este proceso de introyección y de proyección se expresa «en el lenguaje de la pulsión
oral», por la oposición ingerir-rechazar. Es ésta la etapa de lo que Freud denominó el «yo-placer
purificado» (véase: Yo placer, Yo realidad). Los autores que consideran esta concepción freudiana en
una perspectiva cronológica se preguntan si el movimiento proyección-introyección presupone la
diferenciación entre dentro y fuera, o si aquél constituye a ésta. Así, escribe Anna Freud: «Creemos
que la introyección y la proyección aparecen en la época siguiente a la diferenciación del yo con
respecto al mundo exterior». Se opone, por lo tanto, a la escuela de Melanie Klein, que sitúa en
primer plano la dialéctica de la introyección-proyección del objeto «bueno» y «malo» y ve en ésta el
verdadero fundamento de la diferenciación entre interior y exterior.
IV. Así, pues, Freud indicó ya cuál era, en su opinión, el ámbito metapsicológico de la proyección.
Pero su concepción deja sin resolver una serie de problemas fundamentales, que no encuentran en
sus obras una respuesta unívoca.
1) La primera dificultad se refiere a lo que se proyecta. Con frecuencia Freud describe la proyección
como la deformación de un proceso normal que nos induce a buscar en el mundo exterior la causa de
nuestros afectos: así es como parece concebir la proyección cuando se ocupa de ella en el caso de la
fobia. Por el contrario, en el análisis del mecanismo paranoico, como se encuentra en el estudio del
Caso Schreber, la apelación a la causalidad aparece como una racionalización a posteriori de la
proyección: «[...] la afirmación "yo lo odio" se transforma por proyección en esta otra: "él me odia" (él
me persigue), lo cual entonces me dará derecho a odiarlo». En este caso es el afecto de odio
(podríamos decir, la pulsión misma) lo que se proyecta. Finalmente, en algunos textos
metapsicológicos, como Las pulsiones y sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915) y La
negación (Die Verneinung, 1925), es lo «odiado», lo «malo» lo que se proyecta. Nos acercamos aquí
a una concepción «realista» de la proyección, que adquirirá su pleno desarrollo en M. Klein: para
ésta, lo que se proyecta es el objeto «malo» (fantaseado), como si la pulsión o el afecto, para poder
ser verdaderamente expulsados, debieran encarnarse necesariamente en un objeto.
2) Otra gran dificultad se pone de manifiesto en la concepción freudiana de la paranoia. En efecto,
Freud no siempre sitúa en el mismo lugar la proyección en el conjunto del proceso defensivo de esta
enfermedad. En los primeros trabajos en que trata de la proyección paranoica, la concibe como un
mecanismo de defensa primario, cuya naturaleza se esclarece por oposición a la represión, que actúa
en la neurosis obsesiva: en esta neurosis, la defensa primaria consiste en una represión en el
inconsciente del conjunto del recuerdo patógeno y en la sustitución de éste por un «síntoma primario
de defensa», la desconfianza de sí mismo. En la paranoia, la defensa primaria debe comprenderse en
forma simétrica a la anterior: también hay represión, pero hacia el mundo exterior, y el síntoma
primario de defensa lo constituye la desconfianza de los demás. El delirio se concibe como el fracaso
de esta defensa y como el «retorno de lo reprimido», que vendría del exterior.
En el Caso Schreber, el lugar que ocupa la proyección es muy distinto; ésta se describe en el tiempo
de la «formación del síntoma». Tal concepción llevaría a relacionar el mecanismo de la paranoia con
el de las neurosis: en un primer tiempo, el sentimiento intolerable (amor homosexual) sería reprimido
hacia el interior, en el inconsciente, y transformado en su opuesto; en un segundo tiempo, sería
proyectado hacia el mundo exterior: la proyección es aquí la forma en que retorna lo que ha sido
reprimido en el inconsciente.
Esta diferencia en la concepción del mecanismo de la paranoia permite distinguir dos acepciones de
la proyección: a) un sentido comparable al cinematográfico: el sujeto envía fuera la imagen de lo que
existe en él de forma inconsciente. Aquí la proyección se define como una forma de desconocimiento,
que tiene por contrapartida el reconocimiento, en otra persona, de lo que precisamente se desconoce
dentro del sujeto; b) como un proceso de expulsión casi real: el sujeto arroja fuera de sí aquello que
rechaza, volviéndolo a encontrar inmediatamente en el mundo exterior. Esquemáticamente podría
decirse que aquí la proyección no se define como un «no querer saber», sino como un «no querer
ser».
La primera perspectiva relaciona la proyección con una ilusión; la segunda, con una bipartición
originaria del sujeto y del mundo exterior (véase: Repudio).
Este segundo enfoque no falta, por lo demás, en el estudio del Caso Schreber, como lo atestiguan las
siguientes líneas: «No era exacto decir que la sensación suprimida en el interior se proyectaba al
exterior; más bien reconocemos que lo que ha sido abolido [aufgehobene] en el interior vuelve desde
el exterior». Se observará que, en este pasaje, Freud designa con el nombre de proyección lo que
acabamos de describir como una forma de simple desconocimiento; pero, en la misma medida,
estima precisamente que aquélla ya no basta para explicar la psicosis.
3) Otra dificultad se encuentra en la teoría freudiana de la alucinación y del sueño como proyección.
Si, como insiste Freud, es lo displacentero lo que se proyecta, ¿cómo explicar la proyección de un
cumplimiento de deseo? Este problema no escapó a Freud, el cual le dio una respuesta que podría
formularse así: si bien, en su contenido, el sueño realiza un deseo agradable, en su función primaria
es defensivo: tiene por fin ante todo mantener a distancia lo que amenaza con perturbar el sueño: «
[...] en lugar de la solicitación interna que aspiraba a ocupar [al durmiente] por completo, se ha
instalado una experiencia externa, y él [el durmiente] se ha desembarazado de la solicitación de ésta.
Un sueño es pues, también, entre otras cosas, una proyección: una exteriorización (un proceso
interno».
V. 1) Como vemos, a pesar de estas dificultades de fondo, la utilización freudiana del término
«proyección» se halla claramente orientada. Se trata siempre de arrojar fuera lo que no se desea
reconocer en sí mismo o ser uno mismo. Al parecer, este sentido de rechazo, de arrojar fuera, no era
el preponderante antes de Freud en el empleo lingüístico, como lo atestiguan, por ejemplo, las
siguientes líneas de Renan: «El niño proyecta sobre todas las cosas lo maravilloso que lleva en sí
mismo». Este empleo ha sobrevivido, como es natural, a la concepción freudiana y explica algunas
ambigüedades actuales de la noción de proyección en psicología e incluso a veces entre los
psicoanalistas(102).
2) Aunque nos esforcemos en conservar para la noción de proyección el sentido preciso que le da
Freud, no es posible negar la existencia de todos los procesos que hemos clasificado y distinguido
más arriba (véase I). Por otra parte, el psicoanalista no deja de señalar que la proyección, como
rechazo, como desconocimiento, interviene en estos diversos procesos.
Ya la proyección, en un órgano corporal, de un estado de tensión, de un sufrimiento difuso, permite
fijar éste y desconocer el verdadero origen.
Asimismo es fácil mostrar, a propósito de los tests proyectivos, que no se trata aquí solamente de una
estructuración de los estímulos en concordancia con la estructura de la personalidad: el sujeto, de
modo especial en las láminas del T. A. T., proyecta seguramente lo que él es, pero también lo que él
no quiere ser. Cabría preguntarse si la técnica proyectiva no suscita en forma electiva el mecanismo
de proyección de lo «malo» afuera.
Se observará también que un psicoanalista no asimilará la transferencia en su conjunto a una
proyección; en cambio, reconocerá que la proyección puede intervenir en la transferencia. Así, por
ejemplo, dirá que el sujeto proyecta sobre su analista su superyó, logrando, mediante esta expulsión,
una situación más ventajosa, un alivio de su conflicto interno. Finalmente, las relaciones entre la
identificación y la proyección son muy complejas, en parte por la utilización imprecisa de la
terminología. En ocasiones se dice indistintamente que el histérico, por ejemplo, se proyecta en o se
identifica con un determinado personaje. La confusión es tal que Ferenczi habló incluso de
introyección para designar este proceso. Sin que pretendamos en modo alguno exponer aquí la
articulación de los dos mecanismos de la identificación y la proyección, cabe pensar que en el caso
citado se efectúa un empleo abusivo del término «proyección». En efecto, sólo encontramos en él lo
que se halla siempre implícito en la definición psicoanalítica de la proyección: una bipartición en el
seno de la persona y el arrojar sobre otro la parte de sí mismo que ha sido rechazada.
Proyección
s. f. (fr. projection; ingl. projection; al. Projektion). Operación por la cual un sujeto sitúa en el mundo
exterior, pero sin identificarlos como tales, pensamientos, afectos, concepciones, deseos, creyendo
así en su existencia exterior, objetiva, como un aspecto del mundo. En un sentido más estricto, la
proyección constituye una operación por la que un sujeto expulsa hacia afuera y localiza en otra
persona una pulsión que no puede aceptar en su persona, lo que le permite desconocerla en sí
mismo. La proyección, a diferencia de la introyección, es una operación esencialmente imaginaria.
Proyección
La definición de la proyección que daba en 1904 el Diccionario de conceptos filosóficos de Rudolf
Eisler, como proyección de la sensación (Empfindung) o desplazamiento hacia el exterior
(Hinausverlegung) de los contenidos sensoriales táctiles o visuales, permite rastrear el trayecto por el
cual esta noción -lugar común en el contexto psico-filosófico de la época, según lo atestiguan unas
cincuenta referencias llegó a conquistar sus títulos en la teoría psicoanalítica. Desde esta última
perspectiva, el primer mojón aparece con el esbozo de un análisis de la paranoia en la
correspondencia con Fliess (manuscrito H, del 24 de enero de 1895). Basándose en la observación
de una perseguida que decía ser compadecida por sus vecinos porque la consideraban abandonada
por un hombre con el que había tenido un contacto sexual fugaz. Freud define una defensa paranoica
caracterizada precisamente por el mecanismo de proyección, «abuso», escribe además, de un
mecanismo psíquico muy corriente en la vida normal. Él relaciona su origen y función con la
constitución de la expresión en efecto, «estamos acostumbrados a ver que nuestros estados
interiores se le revelan al prójimo, lo que da lugar a la idea normal de ser observado y a la proyección
normal. Estas reacciones no dejan de ser normales mientras permanezcamos conscientes de
nuestras propias modificaciones interiores.
Si las olvidamos, si sólo tomamos en cuenta el término del silogismo que desemboca en el exterior,
tenemos una paranoia con sus exageraciones relativas a lo que la gente sabe de nosotros y a lo que
nos hace; ¿qué conoce de nosotros que nosotros ignoramos o no podemos admitir? Se trata de un
abuso del mecanismo de proyección, utilizado como defensa».
Prueba de realidad
Al.: Realitätsprüfung; Fr.: épreuve de réalité.; Ing.: realitytesting.; It.: esame di realtà.; Por.: prova de
realidade.
Proceso postulado por Freud, que permite al sujeto distinguir los estímulos procedentes del mundo
exterior de los estímulos internos, y prevenir la posible confusión entre lo que el sujeto percibe y lo
que meramente se representa, confusión que se hallaría en el origen de la alucinación.
El término Realitäisprüfung no aparece hasta 1911 en Formulaciones sobre los dos principios del
funcionamiento psíquico (Formulierung über die zwei Prinzipien des psychischen Geschehens), pero
el problema que comporta se planteó a partir de los primeros escritos teóricos de Freud.
Uno de los presupuestos fundamentales del Proyecto de 1895 es el de que, en su origen, el aparato
psíquico no dispone de un criterio para distinguir entre una representación, fuertemente catectizada,
del objeto satisfactorio (véase: Experiencia de satisfacción) y la percepción de éste. Ciertamente, la
percepción (que Freud adscribe a un sistema especializado del aparato neuronal) se halla en relación
directa con los objetos exteriores reales y proporciona «signos de realidad», pero éstos pueden
igualmente ser provocados por la catexis de un recuerdo, la cual, cuando es lo bastante intensa,
conduce a la alucinación. Para que el signo de realidad (también llamado signo de cualidad) posea el
valor de un criterio cierto, es necesario que se produzca una inhibición de la catexis del recuerdo o de
la imagen, lo que supone la constitución de un yo.
Como puede verse, en esta etapa del pensamiento freudiano, no es una «prueba» lo que decide
sobre la realidad de lo que se representa, sino un modo de funcionamiento interno del aparato
psíquico. En La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), el problema se plantea en
términos similares: la realización alucinatoria del deseo, especialmente en el sueño, se concibe como
el resultado de una «regresión» tal que el sistema perceptivo se encuentra cargado por las
excitaciones internas.
2° La prueba de realidad se define como un disposit ivo (Einrichtung) que permite efectuar una
discriminación entre las excitaciones externas, que pueden ser controladas por la acción motriz, y las
excitaciones internas, que aquélla no puede suprimir. Este dispositivo se adscribe al sistema Cs, en
tanto que éste gobierna la motilidad; Freud lo incluye «entre las grandes instituciones del yo(108)».
Al parecer coexisten en este texto dos concepciones distintas de lo que permite discriminar entre
percepción y representación de origen interno. Por una parte, una concepción económica: la diversa
distribución de las catexis entre los sistemas explica la diferencia entre el sueño y el estado de vigilia.
Por otra parte, dentro de una concepción más empirista, tal discriminación se efectuaría mediante una
exploración motriz.
En uno de sus últimos trabajos, Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938), Freud
vuelve a este problema. La prueba de realidad se define como un «dispositivo especial» que sólo se
vuelve necesario cuando ha aparecido la posibilidad de que los procesos internos informen a la
conciencia en forma distinta a las simples variaciones cuantitativas de placer y de displacer. Dado
que las huellas mnémicas, sobre todo por su asociación a los restos verbales, pueden volverse
conscientes al igual que las percepciones, subsiste aquí una posibilidad de confusión capaz de
conducir a un desconocimiento de la realidad. El yo se protege de ella haciendo intervenir el
dispositivo de prueba de realidad [...] ».
En este texto, Freud se aplica en deducir la razón de ser de la prueba de realidad, pero no a describir en qué
consiste.
El término «prueba de realidad», muy a menudo utilizado en la literatura psicoanalítica con aparente
acuerdo sobre su sentido, sigue siendo, de hecho, impreciso y confuso: se emplea en relación con
diversos problemas, que conviene distinguir: I. Si nos atenemos estrictamente a la formulación de
Freud:
3° en consecuencia, Freud se vio inducido a determi nar las condiciones capaces de evitar la aparición
misma del estado alucinatorio, es decir, de impedir el paso de la reviviscencia de la imagen a la
creencia en la realidad de ésta. Pero aquí no se trata ya de una «prueba», ya que esta palabra lleva
implícita la idea de una tarea que se desarrolla en el tiempo y que es susceptible de aproximación,
ensayos y errores. Freud recurre entonces como principio explicativo a un conjunto de condiciones
metapsicológicas, fundamentalmente económicas y tópicas.
II. Para salir de esta aporía, se podría intentar ver en el modelo freudiano de la satisfacción
alucinatoria del lactante, no una explicación del hecho alucinatorio como aparece en clínica, sino una
hipótesis genética en relación con la constitución del yo a través de las distintas modalidades de la oposición
entre el yo y el no-yo.
Si se intenta esquematizar, con Freud, esta constitución (véase: Yo-placer, yo-realidad), pueden
reconocerse en ella tres tiempos: un primer tiempo en el que el acceso al mundo real se halla fuera
de toda problemática; «el yo-realidad del comienzo distingue lo interior de lo exterior según un buen
criterio objetivo». Existe una «ecuación percepciónrealidad (mundo exterior)». «Al principio, la
existencia de la representación es una garantía de la realidad de lo representado», mientras que,
desde el interior, el yo sólo es informado, por las sensaciones de placer y de displacer, de los
cambios cuantitativos de la energía pulsional. En un segundo tiempo, llamado del «yo-placer», el par
antitético ya no es el de lo subjetivo y lo objetivo, sino el de lo placentero y lo displacentero, siendo el
yo idéntico a todo lo que constituye una fuente de placer, y el no-yo a todo lo displacentero. Freud no
relaciona explícitamente esta etapa con la de la satisfacción «alucinada», pero parece que se está
autorizado a hacerlo, puesto que, para el «yo-placer» no existe un criterio que permita distinguir si la
satisfacción está o no ligada a un objeto exterior.
El tercer tiempo, denominado «yo-realidad definitivo» sería correlativo a la aparición de una distinción
entre lo que es simplemente «representado» y lo que es «percibido». La prueba de realidad sería lo
que permitiría esta distinción, y por su medio la constitución de un yo que se diferencia de la realidad
exterior en el movimiento mismo que lo instituye como realidad interna. Así, en La negación (Die
Verneinung, 1925), Freud describe la prueba de realidad como algo que se halla en el principio del
juicio de existencia (que afirma o niega que una representación tenga su correlato en la realidad).
Esta prueba se ha vuelto necesaria por el hecho de que « [...] el pensamiento posee la capacidad de
traer de nuevo a presencia, por su reproducción en la representación, algo que ha sido percibido en
otro momento, sin necesidad de que el objeto exista todavía en el exterior».
III. Bajo el término «prueba de realidad» parecen confundirse también dos funciones bastante
distintas: una, fundamental, que consistiría en diferenciar lo que es simplemente representado de lo
que es percibido y, por ende, instituiría la diferenciación entre el mundo interior y el mundo exterior; la
otra consistiría en comparar lo objetivamente percibido con lo representado, con vistas a rectificar las
eventuales deformaciones de esto último. El propio Freud incluyó estas dos funciones bajo el mismo
epígrafe de prueba de realidad. Así, llama prueba de realidad no solamente la acción motriz, única
capaz de asegurar la distinción entre lo externo y lo interno, sino también, como, por ejemplo, en el
caso del duelo, el hecho de que el sujeto, enfrentado a la pérdida del objeto amado, aprende a
modificar su mundo personal, sus proyectos, sus deseos, en función de esta pérdida real. Dicho esto,
Freud no explicitó en ningún sitio tal distinción, y al parecer, en el empleo actual, ha persistido o
incluso se ha reforzado la confusión inherente al concepto «prueba de realidad». En efecto, esta
expresión puede inducir a considerar la realidad como aquello que pone a prueba, mide y atestigua el
grado de realismo de los deseos y fantasías del sujeto, les sirve de patrón.
Entonces se tiende, en último extremo, a confundir la cura analítica con una reducción progresiva de
lo que ofrecía de arreal el mundo personal del sujeto. Esto equivaldría a olvidar uno de los principios
constitutivos del psicoanálisis: «Que no se debe introducir en las formaciones psíquicas reprimidas el
patrón de realidad; ya que entonces se correría el peligro de subestimar el valor de las fantasías en la
formación de los síntomas aduciendo precisamente que aquéllas no son realidades, o hacer derivar
un sentimiento de culpabilidad neurótico de otro origen, porque no puede probarse la existencia de un
crimen realmente cometido. También expresiones como «realidad de pensamiento» (Denkrealität) y
«realidad psíquica» implican la idea de que las estructuras inconscientes no sólo debe considerarse
como dotadas de una realidad específica que obedece a sus leyes propias, sino que pueden adquirir
para el sujeto un pleno valor de realidad (véase: Fantasía).