Historia de La Belleza y La Fealdad
Historia de La Belleza y La Fealdad
Historia de La Belleza y La Fealdad
Colegio Alberto Pérez “Bello” –al igual que “gracioso”, “bonito”, o bien “sublime”,
“maravilloso”, “soberbio” y expresiones similares– es un adjetivo que
Departamento de
utilizamos a menudo para calificar una cosa que nos gusta. En este
Humanidades/Filosofía
sentido, parece que ser bello equivale a ser bueno y, de hecho, en
Sebastiá n Vá squez
distintas épocas históricas se ha establecido un estrecho vínculo entre
Osswald
lo Bello y lo Bueno. Pero si juzgamos a partir de nuestra experiencia
Tercero Medio cotidiana, tendemos a considerar bueno aquello que no solo nos gusta,
sino que además querríamos poseer. Son infinitas las cosas que nos
parecen buenas –un amor correspondido, una fortuna honradamente
NOMBRE: ______________________
adquirida, un manjar refinado– y en todos estos casos desearíamos
______________________________ poseer ese bien. Es un bien aquello que estimula nuestro deseo.
Asimismo, cuando juzgamos buena una acción virtuosa, nos gustaría
FECHA: ________________________
que fuera obra nuestra, o esperamos llegar a realizar una acción de
CURSO: __________________ mérito semejante, espoleados por el ejemplo de lo que consideramos
que está bien. O bien llamamos bueno a aquello que se ajusta a cierto
Objetivo: Conocer algunas ideas de
los conceptos de belleza y fealdad, principio ideal, pero que produce dolor, como la muerte gloriosa de un
propuestos por Umberto Eco. héroe, la dedicación de quien cuida a un leproso, el sacrificio de la vida
de un padre para salvar a su hijo… En estos casos, reconocemos que la
acción es buena, pero –ya sea por egoísmo o por temor– no nos
gustaría vernos envueltos en una experiencia similar. Reconocemos
ese hecho como un bien, pero un bien ajeno, que contemplamos con
cierto distanciamiento, aunque con emoción, y sin sentirnos arrastrados por el deseo. A menudo,
para referirnos a actos virtuosos que preferimos admirar a realizar, hablamos de una “bella
acción”.
Si reflexionamos sobre la postura del distanciamiento que nos permite calificar de bello un bien
que no suscita deseo en nosotros, nos damos cuenta de que hablamos de belleza cuando
disfrutamos de algo por lo que es en sí mismo, independientemente del hecho de que lo
poseamos. Incluso, una tarta nupcial bien hecha, si la admiramos en el escaparate de una
pastelería, nos parece bella, aunque por razones de salud o falta de apetito no la deseemos como
un bien que hay que conquistar. Es bello aquello que, si fuera nuestro, nos haría felices, pero que
sigue siendo bello, aunque pertenezca a otra persona. Naturalmente, no estamos considerando la
actitud de quien, ante un objeto bello como el cuadro de un gran pintor, desea poseerlo por el
orgullo de ser su dueño, para poder contemplarlo todos los días o porque tiene un gran valor
económico. Estas formas de pasión, celos, deseo de posesión, envidia o avidez no tienen relación
alguna con el sentimiento de lo bello. El sediento que cuando encuentra una fuente se precipita a
beber, no contempla su belleza. Podrá hacerlo más tarde, una vez que ha aplacado su deseo. De
ahí que el sentimiento de la belleza difiera del deseo. Podemos juzgar bellísimas a ciertas
personas, aunque no las deseemos sexualmente o sepamos que nunca podremos poseerlas. En
cambio, si deseamos a una persona (que, por otra parte, incluso podría ser fea) y no podemos
tener con ella relaciones esperadas, sufriremos. En este análisis de las ideas de belleza que se han
ido sucediendo a lo largo de los siglos intentaremos, por tanto, identificar ante todo aquellos casos
en que una determinada cultura o época histórica han reconocido que hay cosas que resultan
agradables a la vista, independientemente del deseo que experimentamos ante ellas. (…)
Si bien ciertas teorías estéticas modernas solo han reconocido la belleza del arte, subestimando la
belleza de la naturaleza, en otros periodos históricos ha ocurrido lo contrario: la belleza era una
cualidad que podrían poseer los elementos de la naturaleza ( un hermosos claro de luna, un
hermosos fruto, un hermosos color), mientras que la única función del arte era hacer bien las
cosas que hacía, de modo que fueran útiles para la finalidad que se les había asignado, hasta el
punto de que se consideraba arte tanto el del pintor y del escultor como el del constructor de
barcas, del carpintero o el barbero. No fue hasta mucho más tarde cuando se elaboró la noción de
“bellas artes” para distinguir la pintura, la escultura y la arquitectura de lo que hoy llamaríamos
artesanía. Veremos, sin embargo, que la relación entre belleza y arte podía representar la
naturaleza de una forma bella, incluso cuando la naturaleza representada fuese en sí misma
peligrosa o repugnante.
(…) La pregunta que cabe preguntar es: ¿Por qué, entonces, esta historia de la belleza solo está
documentada con obras de arte? Porque han sido los artistas, los poetas, los novelistas los que nos
han explicado a través de los siglos qué era en su opinión lo bello, y nos han dejado ejemplos. Los
campesinos, los albañiles, los panaderos o los sastres han hecho cosas tal vez también
consideradas bellas, pero nos han quedado pocos restos (…).
Muchas veces, ante un resto artístico o artesanal antiguo, recurriremos a la ayuda de textos
literarios y filosóficos de la época. Por ejemplo, no podremos decir si el que esculpía monstruos en
las columnas o en los capiteles de las iglesias románicas los consideraba bellos; sin embargo, existe
un texto de san Bernardo (para quien estas representaciones no eran buenas ni útiles) que da fe
de que los fieles disfrutaban con su contemplación (hasta el punto de que incluso san Bernardo, al
condenarlas, da muestras de sucumbir a su fascinación). Y de este modo, dando gracias al cielo por
el testimonio que nos llega de donde menos cabría esperar, podremos afirmar que la
representación de los monstruos, para un místico del siglo XII, era bella (aunque moralmente
reprobable).
(…) Hemos dicho que utilizaríamos con preferencia documentos que proceden del mundo del arte.
Pero, sobre todo al acercarnos a la modernidad, dispondremos también de documentos que no
tienen una finalidad artística, sino de mero entretenimiento, de promoción comercial o de
satisfacción de impulsos eróticos, como, por ejemplo, las imágenes que proceden del cine
comercial, de la televisión o de la publicidad. (…) Al decir esto, se nos podrá acusar de relativismo,
como si quisiéramos decir que la consideración de bello depende de la época y de las culturas. Y
esto es exactamente lo que pretendemos decir. (…) Este libro parte del principio de que la belleza
nunca ha sido algo absoluto e inmutable, sino que ha ido adoptando distintos rostros según la
época histórica y el país, y esto es aplicable no solo a la belleza física (del hombre, de la mujer, del
paisaje), sino también a la belleza de Dios, de los santos o de las ideas…
(…) Por otra parte, basta pensar en la estupefacción que experimentaría un marciano del próximo
milenio que descubriera de repente un cuadro de Picasso y la descripción de una hermosa mujer
en una novela de amor de la misma época. No entendería qué relación existe entre las dos
concepciones de belleza. De ahí que, de vez en cuando, debamos hacer un esfuerzo y ver cómo
distintos modelos de belleza coexisten en una misma época y cómo otros se remiten unos a otros
a través de épocas distintas.
“Historia de la Fealdad” Umberto Eco (extractos)
A lo largo de los siglos, filósofos y artistas han proporcionado definiciones de lo bello, y gracias a
sus testimonios se ha podido reconstruir una historia de las ideas estéticas a través de los tiempos.
No ha ocurrido lo mismo con lo feo, que casi siempre se ha definido por oposición a lo bello y a lo
que casi nunca se ha dedicado estudios extensos, sino más bien alusiones parentéticas y
marginales. Por consiguiente, si la historia de la belleza puede valerse de una extensa serie de
testimonios teóricos (de los que puede deducirse el gusto de una época de terminada), la historia
de la fealdad por lo general deberá ir a buscar los documentos en las representaciones visuales o
verbales de cosas o personas consideradas en cierto modo “feas”.
No obstante, la historia de la fealdad tiene algunos rasgos en común con la historia de la belleza.
Ante todo, tan solo podemos suponer que los gustos de las personas corrientes se
correspondieran de algún modo con los gustos de los artistas de su época. (…)
(…) Otra característica común a la historia de la fealdad y a la de la belleza es que hay que limitarse
a registrar las vicisitudes de estos dos valores en la civilización occidental. En el caso de las
civilizaciones arcaicas y de los pueblos llamados primitivos, disponemos de restos artísticos, pero
no de textos teóricos que nos indiquen si estaban destinados a provocar placer estético, terror
sagrado o hilaridad.
A un occidental, una máscara ritual africano le parecería horripilante, mientras que para el nativo
podría representar una divinidad benévola. Por el contrario, al seguidor de una religión no
occidental le podría parecer desagradable la imagen de un Cristo flagelado, ensangrentado y
humillado, cuya aparente fealdad corporal inspiraría simpatía y emoción a un cristiano. (…)
¿Qué significan en realidad, estos dos términos? Su sentido también ha cambiado a lo largo de la
historia occidental. Solo comparando afirmaciones teóricas con un cuadro o una construcción
arquitectónica de la época, nos damos cuenta de que lo que se consideraba proporcionado en un
siglo ya no lo era en el otro; cuando un filósofo medieval hablaba de proporción, por ejemplo,
estaba pensando en las dimensiones y en la forma de una catedral gótica, mientras que un teórico
renacentista pensaba en un templo del siglo XVI, cuyas partes estaba reguladas por la sección
aurea, y a los renacentistas les parecían bárbaras y, justamente, “góticas”, las proporciones
catedrales.
Los conceptos de bello y de feo están en relación con los distintos períodos históricos o las
distintas culturas.
(…)
A menudo la atribución de belleza o de fealdad se ha hecho atendiendo no a criterios estéticos,
sino a criterios políticos y sociales.
(…)
Decir que belleza y fealdad son conceptos relacionados con las épocas y con las culturas (o incluso
con los planetas) no significa que no se haya intentado siempre definirlos en relación con un
modelo estable.
Se podría incluso sugerir, como hizo Nietzsche en el Crepúsculo de los ídolos, que “en lo bello, el
hombre se pone a sí mismo como medida de la perfección” y “se adora en ello… El hombre en el
fondo se mira en el espejo de las cosas, considera bello todo aquello que le devuelve su imagen…
Lo feo se entiende como señal y síntoma de degeneración… Todo indicio de agotamiento, de
pesadez, de senilidad, de fatiga, toda falta de libertad, en forma de convulsión o parálisis, sobre
todo el olor, el color, la forma de la disolución, de la descomposición… todo esto provoca una
reacción idéntica, el juicio de valor “feo” … ¿A quién odia aquí el hombre? No hay duda: odio la
decadencia de su tipo”.
El argumento de Nietzsche es narcisísticamente antropomorfo, pero nos dice precisamente que
belleza y fealdad están definidas en relación con un modelo “específico”. Es decir, que una cosa
(ya sea un cuerpo humano, un árbol, una vasija) había de presentar todas las características que su
forma debía haber impuesto a la materia. ¿Podrá pues, definirse simplemente lo feo como lo
contrario de lo bello, un contrario que también se transforma cuando cambia la idea de su
opuesto? La historia de la fealdad, ¿puede ser el contrapunto simétrico de la historia de la belleza?
La primera y más completa Estética de lo feo la elaboró en 1853 Karl Rosekranz: establece una
analogía entre lo feo y el mal moral. Rosenkranz retoma la idea tradicional de que lo feo es lo
contrario de lo bello, una especie de posible error que lo bello contiene en sí, de modo que
cualquier estética, como ciencia de la belleza, está obligada a abordar también el concepto de
fealdad. Pero justamente cuando pasa de las definiciones abstractas a una fenomenología de las
distintas encarnaciones de lo feo, es cuando nos deja entrever una especie de “autonomía de lo
feo” que lo convierte en algo mucho más rico y complejo que una simple serie de negaciones de
las distintas formas de belleza.
Rosenkranz analiza minuciosamente la fealdad natural, la fealdad espiritual, la fealdad en el arte (y
las distintas formas de imperfección artística), la ausencia de forma, la asimetría, la falta de
armonía, la desfiguración y la deformación (lo mezquino, lo débil, lo vil, lo banal, lo casual, y lo
arbitrario, lo tosco), y las distintas formas de lo repugnante (lo grosero, lo muerto y lo vacío, lo
horrendo, lo insulso, lo nauseabundo, lo criminal, lo espectral, lo demoníaco, lo hechicero y lo
satánico). Demasiadas cosas para seguir diciendo que lo feo es simplemente lo opuesto de lo
bello, entendido como armonía, proporción o integridad.
(…)
La sensibilidad del hablante común percibe que, si bien en todos los sinónimos de bello se podría
observar una reacción de apreciación desinteresada, en casi todos los de feo aparece implicada
una reacción de disgusto, cuando no de violenta repulsión, horror o terror.
(…)
En general, parece que la experiencia de lo bello provoca lo que Kant ( Critica del juicio) definía
como “placer sin interés”: si bien nosotros quisiéramos poseer todo aquello que nos parece
agradable o participar en todo lo que nos parece bueno, la expresión de agrado ante la visión de
una flor proporciona un placer del que está excluido cualquier tipo de deseo de posesión o de
consumo.
En este sentido, algunos filósofos se han preguntado si se puede pronunciar un juicio estético de
fealdad, puesto a que la fealdad provoca reacciones personales. (…)
A lo largo de nuestra historia, deberemos distinguir realmente entre la fealdad en sí misma (un
excremento, una carroña, un ser en descomposición, un ser cubierto de llagas que despide un olor
nauseabundo) y la fealdad formal, como desequilibrio en la relación orgánica entre las partes de
un todo.
(…) Por esto, una cosa es reaccionar pasionalmente al disgusto que nos provoca un insecto viscoso
o un fruto podrido y otra cosa es decir que una persona es desproporcionada o que un retrato es
feo en el sentido de que está mal hecho (la fealdad artística es una fealdad formal). Y respecto de
la fealdad artística, recordemos que en casi todas las teorías estéticas, al menos desde Grecia
hasta nuestros días, se ha reconocido que cualquier forma de fealdad puede ser redimida por una
representación artística fiel y eficaz. Aristóteles (Poetica, 1448b) habla de la posibilidad de realizar
lo bello imitando con maestría lo que es repelente, y Plutarco nos dice que, en la representación
artística, lo feo imitado sigue siendo feo, pero recibe como una reverberación de belleza
procedente de la maestría del artista. Hemos identificado, pues, tres fenómenos distintos: la
fealdad en sí misma, la fealdad formal y la representación artística de ambas.