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Luis Enrique en el centro rodeado de sus hermanos, acompañando Maia, fiel compañera del maestro
a sus padres en las bodas de oro del matrimonio Aragón Farkas. Aragón. Foto: Luis Enrique Aragón
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metría, una carrera que para los finales de la década del sesenta gozaba de
relativo prestigio. Titite se embarcaba en una profesión seria y estructurada
del gusto de sus padres.
Durante sus años en la Universidad de la Salle, Luis Enrique se instaló
en el hogar de la familia Chacón, unos paisanos de tierra firme que lo al-
bergaron y también profesaban un amor incondicional por la música. Los
semestres avanzaban raudos dejando una estela de materias y exámenes
aprobados con justeza. Mientras tanto, la música seguía a Aragón de cer-
ca, con la misma cercanía con la que Rintintín y Mimo lo acompañaban a
las colinas de Calambeo. “En la época universitaria seguí en Bogotá con las
serenatas, daba clases particulares de música y estuve a cargo de varios pro-
yectos musicales, incluso compuse el himno de la Tuna de la Universidad y
propuse un himno para la Universidad”, evoca Aragón, quien supo llevar su
inspiración para crear una composición institucional insignia, con su her-
mana Pilar y sus compañeras de curso: El himno del Colegio Santa Teresa
de Jesús, de Ibagué. Las serenatas que en otras ocasiones tuvieron lugar en la
apacible ciudad musical, tenían ahora como escenario las fiestas de salón en
la capital colombiana. Luis Enrique encontró siempre cómplices para arran-
carle boleros a la guitarra y expandir su quehacer serenatero durante su vida
universitaria.
Germán Kairuz, un reconocido optómetra ibaguereño, comentarista
deportivo que supo asistir a citas orbitales como el Mundial de Italia 90, fue
testigo de los años de formación universitaria de Luis Enrique, desde su rol
de compañero y colega, Kairuz señala: “Chacón, Kairuz y Aragón fuimos los
primeros optómetras en instalarnos en Ibagué. Veníamos de una formación
muy estricta con optómetras alemanes y algunos colombianos que habían
estudiado en Estados Unidos”. Con su título universitario obtenido, Aragón
estableció su óptica en la Carrera 3ª entre calles 11 y 12, en los bajos del en-
tonces edificio del Banco Cafetero, en pleno centro de Ibagué. Su negocio se
llamó Santa Lucía, en honor a la patrona de la vista. Pronto, el local atendería
a cientos de tolimenses y Luis Enrique empezaba a forjar un nombre reputa-
do entre los optómetras de la Ibagué de los años setenta.
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Muchos años después de haber vivido en Medellín, el maestro regresó varias veces.
Aquí con Elkin Restrepo (izquierda), Hernando Aguirre (de blanco) y Marcel Botero (derecha).
Álbum personal
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Al retomar el timón del relato para conducirlo por las aguas del lega-
do de Aragón, es necesario hablar de la dificultad que el maestro encontró
para grabar sus canciones. En tertulias, charlas, entrevistas, diálogos y hasta
soliloquios, Aragón ha repetido de manera incesante que en su época más
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Palmarés
El Festival de Música Andina Mono Núñez reúne lo más selecto de la com-
posición e interpretación del género. Desde 1975, Ginebra, Valle del Cauca,
municipio que coquetea con la frontera
risaraldense, sirve como escenario para
las galas que festejan la música andina.
Entre los diferentes y connotados compo-
sitores que han desfilado con sus creacio-
nes por la pasarela musical vallecaucana,
el maestro Luis Enrique Aragón Farkas se
ha ganado un laureado sitial de respeto,
producto de sus participaciones, triunfos,
aportes técnicos y oficios de jurado. En
1988, fungiendo como director musical
del grupo Tierra Caliente de Ibagué, en
la categoría modalidad de grupos mixtos,
Luis Enrique, con su hermana María del Pilar,
Aragón se coronó ganador del Festival a homenajeado en el Festival Mono Núñez.
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la batuta del grupo. En 1991, el vals Como tú dices le otorgó una nueva satis-
facción en el Festival Mono Núñez. En aquel año, justo en el amanecer de la
década del noventa, Luis Enrique marcó un hito en la historia de la competi-
ción musical vallecaucana. Tres canciones de su autoría se disputaron el pri-
mer lugar del concurso: Mi Sueño y Sortilegio, dos bambucos trenzaron, junto
a la canción ganadora, una inédita pelea por el máximo galardón del Festival.
Acompañado por su abundante cosecha musical, Titite volvió a ocupar el pri-
mer peldaño del podio en un concurso en el cual se sentía cada vez más holga-
do. En esta oportunidad, el músico de alma y optómetra de profesión, sedujo a
su público y al jurado con una sublime pieza musical llamada: Como si fueras
la luna. Corría el año 1996 en esta ocasión, la categoría que ungió a Aragón
como vencedor fue “Canción vocal inédita de nuevas expresiones”. De nuevo
Luis Enrique amasó la arcilla de su amor confeso por la luna, para moldear un
excelso bambuco que retrata la claridad, la luz irradiada por una mujer que
con su fulgurante presencia, ayuda a un poeta a encontrar su poema perdido
entre las nubes.
Con Jorge Vidales, Miguel Ospina, Leonor Buenaventura de Valencia, Pedro J. Ramos,
Doris Morera de Castro, Libardo Fonseca, Alfredo Collazos y Carlos Garzón, entre otros.
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Profeta en su tierra
Luis Enrique con Lucho Vergara y John Jairo Torres de la Pava, en Ginebra, Valle del Cauca.
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como tal. Esa categorización expresada por Abadía Morales ha sido palabra
sagrada en el país y se ha debatido muy poco con el rigor científico necesario
para generar nuevas acepciones del concepto en cuestión.
Aragón Farkas, profeta en su propia tierra, dedica días enteros a cons-
tituir un criterio sólido sobre el folclor, con una mirada holística, que com-
prenda el concepto en su totalidad. Los elementos culturales que van más
allá de reinados y bailes típicos: “El folclor incluye la forma de hablar de la
gente, la identidad que intenta construir a partir de los elementos culturales
que reconoce como propios”. Luis Enrique se propuso la tarea de escribir un
Diccionario Folclórico para definir los términos que hacen parte del folclor.
En años de labores culturales, Aragón identificó un metalenguaje que no
había sido explorado lo suficiente y con el ropaje de lexicólogo puesto, invo-
cando al espíritu de nuestro gran Rufino José Cuervo, se adentró a la tarea
de definir palabra por palabra la fascinante jerga folclórica. Tarea titánica
que se está editando en la Universidad de Ibagué y pronto verá la luz en su
versión digital: “Pedí personalmente que fuera digital para poder seguir edi-
tándolo y agregarle nuevas palabras. Un Diccionario Folclórico Colombiano
es interminable”.
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Luis Enrique al lado de uno de sus más entrañables amigos: Carlos Orlando Pardo Viña.
Foto de Selene Montoya. Tomada de Facebook
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de los pormenores del bar, mientras Luis Enrique libraba batallas épicas en
pro de su recuperación. “Ellos ayudaron con una determinación increíble
durante mi ausencia. No solamente me colaboraron con el sostenimiento del
bar, sino también renovaron el repertorio musical y hasta el mismo bar, y eso
atrajo nuevos clientes”.
Pese a que la recuperación de su movilidad fue una empresa inalcanza-
ble, Aragón persistió hasta arribar a un estado funcional, lo cual le permitió
reintegrarse a sus labores artísticas y administrativas en Bahía. “Regresé des-
pués de un año y medio largo, y para mí fue como volver a debutar. Fue algo
que me ayudó mucho en mi recuperación”. Diversos roles eran interpreta-
dos por un inquieto Aragón en su bar: administrar, amenizar, cantar, dirigir,
entre otros. En esa vorágine de labores y tareas, un joven músico, huracán
de carisma, se estableció como el compañero ideal, como el amigo incondi-
cional y copiloto de una nave que voló y brilló con luz propia: Juan Carlos
Ramírez, el coequipero con el que Aragón conformó una dupla exitosa que
decoraba las noches del Centro Comercial La Quinta con canciones entona-
das en coro por los asistentes, e incluso, alguna rutina cómica con apuntes
agudos de Juan Carlos y la complicidad apacible del maestro.
Amigos de todo tipo de situación, de esos cuyo valor de la amistad tras-
ciende a todas las esferas posibles de diario trasegar, Juan Carlos y Luis En-
rique compartían mucho más que una tarima: “Juan me ayudaba desde mi
salida del apartamento, hasta la llegada en la madrugada, pasando por todas
las horas en el bar y todo lo que implicaba mi desplazamiento”. En el esce-
nario, los asistentes percibían la cercanía y fraternidad inmensa entre Luis y
Juan, lo cual redundaba en un ambiente propicio para el deleite. Agitando
los brazos y meneando las cabezas al vaivén de la guitarra de Juan y el teclado
de Luis Enrique, Bahía consumaba las horas nocturnas de sus clientes, arro-
pándolos en una atmósfera de festividad, música y baile.
“Muchas veces después del show llevábamos al maestro a tomar caldo,
en medio de chistes de él, comentarios míos, teníamos unas horas muy agra-
dables luego de dejar el bar”. Juan Carlos recuerda con sonrisa iluminada las
jornadas de trabajo compartidas con Luis Enrique, a quien considera más
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que un amigo: “No lo veo como un padre, más bien como un tío alcahueta”.
En las noches, cómplices de la amistad de la dupla de Bahía, un sinnúme-
ro de anécdotas se dieron tras bambalinas y en tarima. Los clientes del bar
tenían como costumbre hacer llegar papeles en los que escribían el nombre
de la canción que quisieran escuchar, interpretada por Luis Enrique y Juan
Carlos. Así que una noche: “El maestro me preguntó inquieto — Juan ¿Cuál
será esta canción gam? No la conozco. —No maestro, la canción que piden
se llama 6 a.m. de Santiago Cruz”. Entre sonoras carcajadas, Juan recuerda la
entrañable historia con un Aragón que intentaba habituarse al tipo de músi-
ca que pedían sus nuevos clientes.
El ineludible paso del tiempo, unido a las desgastantes terapias y una
lluvia de medicamentos, hicieron mella en Aragón Farkas. Las labores ad-
ministrativas empezaron a flaquear producto de los efectos colaterales de
algunos medicamentos: “A veces se me olvidaba por completo pagar algunas
obligaciones y eso generaba consecuencias traumáticas en el bar”. Poco a
poco Luis Enrique sintió que la responsabilidad de administrar Bahía se ale-
jaba de su capacidad de respuesta. En principio fue complejo aceptarlo; sin
embargo, la sapiencia de los años va determinando en qué posición se debe
estar, el bar cambió de mando y Aragón se dedicó exclusivamente al compo-
nente artístico. Finalmente, Bahía tuvo un nuevo cambio de administración
que implicaba la salida de su inseparable amigo Juan Carlos. Luis Enrique,
quien valora y pondera su cercana relación con Juan, decidió alejarse del bar
que supo fundar hace más de veinte años. La estela dejada por el maestro
Aragón en Bahía es una estampa imborrable en los habituales clientes del
bar y su ausencia ha sido un duro revés para la dinámica de un lugar que
encontró en él a un padre fundador, a un administrador abnegado y a un
artista integral.
Epílogo
Plasmar la vida del maestro Luis Enrique Aragón Farkas a manera de cró-
nica es un desafío apasionante y exigente. Los hilos que llevan su trasegar
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Guía complementaria
Las siguientes son preguntas sugeridas para estimular el diálogo en el aula.
Se recomienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.
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