Sainz de Medrano Luis - Sor Juana Ines de La Cruz
Sainz de Medrano Luis - Sor Juana Ines de La Cruz
Sainz de Medrano Luis - Sor Juana Ines de La Cruz
DE LA CRUZ
Edición al cuidado de
LUIS SÁINZ DE MEDRANO
BULZONI EDITORE
ISBN 88-8319-022-X
Los estudios que se insertan en este libro, corresponden en buena parte a las con
ferencias pronunciadas en el Curso de Verano de E l Escorial (Universidad Complu
tense), titulado Sor Juana Inés de la Cruz en su encrucijada, en julio de 1995, con
motivo del tercer centenario de la muerte de la “Décima Musa ” mexicana, curso que
tuve el honor de dirigir. Otros tienen procedencias diversas*, pero, sin duda alguna,
todos ellos se integran, bajo un común denominador, en un sistema de asedios críti
cos a la obra de la extraordinaria monja que desde la Nueva España mostró al mun
do la impresionante energía de la cultura y las letras de la América Virreinal,
Esta publicación ha sido hecha posible por la generosa mediación del profesor
Dr. Giuseppe Bellini, copartícipe en el mencionado curso, como puede verse, quien
se ha convertido, una vez más, en gestor de los esfuerzos del americanismo literario
de diversos orígenes, en el que él mismo ocupa un puesto de plena relevancia, y pre
cisamente, entre otros campos, como sorjuanista. M i condición personal me lleva a
Al abordar este tema, debo comenzar señalando que, aunque voy a referirme
exclusivamente al panorama existente en nuestro siglo, salvo alguna inevitable
excepción, resultaría imposible en esta oportunidad cualquier pretensión de in
ventariar y apostillar todas las aportaciones hechas que me ha sido posible catalo
gar. Me limitaré, por lo tanto, a destacar algunas que parecen muy significativas.
Como es bien sabido, Francisco de la Maza en su libro Sor Juana Inés de la
Cruz ante la historia (Biografías antiguas, la «Fam a» de 1700, Noticias de 1667 a
1892) realizó la concienzuda labor de reseñar dos largos siglos de presencia
sorjuanina en la historia editorial y crítica, dejando bien marcada la presencia es
pañola en ese itinerario, desde la aparición de la Inundación castálida en Madrid
en 1689. De las muchas opiniones que en ese período sobre la monja mexicana
se vertieron - entre ellas las de Feijoo, Nicasio Gallego y Mesonero Romanos y,
por supuesto, Menéndez Pelayo - obtiene de la Maza un juicio que no nos resis
timos a reproducir en cuanto encierra una validez apenas alterada en nuestros dí
as, respecto a la imagen que de Sor Juana la crítica ha ido construyendo: «Nues
tra gentil poetisa vestía ora el manto de teóloga, ora el de sabia y erudita, ora el
de científica y, por último el de poetisa». Y añade, ampliando ya la reflexión a la
vigésima centuria, algo que sin duda es responsabilidad, también, al menos en
parte, de la crítica española: «Nuestro siglo también ha inventado la variedad de
Sor Juanas, desde la mística, ascética y beatífica hasta la psiconeurótica; de la
precursora del nacionalismo mexicano a la emancipadora de la mujer y, en fin,
de la suma y compendio de lo «multiforme» y mágico de la poesía gongorina a
la prolífica autora cuyos escritos (...) llenaban el orbe hispano» (p. 91).
Si se nos permite amplificar aún este preámbulo, recordaremos un dato bien
expresivo en lo que respecta al principal problema en torno a Sor Juana, que es,
a nuestro entender, el hecho de que se haya querido glorificar a la persona sin
discrepancia alguna, pero situándola, en ocasiones, por encima de su obra. En un
7 «En busca de Juana de Asbaje», publicado luego en Ensayos de literatura hispánica, Madrid,
Aguilar, 1958.
o colleges de los Estados Unidos, que el crítico considera lugares ejemplares de es
tudio y convivio (p. 225).
Desde siempre, la reivindicación de la españolidad de Sor Juana había ido
quedando como una fijación en la crítica de nuestro país. Enrique Diez Cañedo
en «Perfiles de Sor Juana Inés de la Cruz» 8, aparte de insistir en este aspecto, lo
mismo que en el caso de Alarcón, celebra el sentimiento humano de la mexicana
en comparación con Santa Teresa - comparación que no ha dejado de contar con
adictos -, pero, además de eso, celebra su sentido de las imágenes y la música.
En ésa misma línea encontramos a Federico de Onís, quien quiso ver, ade
más, en la obra de Sor Juana una fusión de clasicismo y barroquismo, muestra de
la fusión de tiempos distintos característica de la literatura hispanoamericana.
Acaso en este terreno llega algo lejos cuando, examinando un pasaje de la carta a
Sor Filotea, advierte en ella un estilo que «ya se libertaba de la prosa barroca y
anuncia la expresión clara y directa de Feijoo» 9.
Por el contrario de la interpretación españolista de Sor Juana son buen testi
monio también los textos del homenaje rendido por la Real Academia Española a
Sor Juana en el tercer centenario de su nacimiento I0, homenaje que parte del he
cho de que la monja « pertenece plenamente a la historia de la literatura española
en el sentido más exacto de la palabra» (p. 26). Son palabras del estudio de José
María de Cossío titulado «Sobre la vida y la obra de Sor Juana Inés de la Cruz».
El trabajo que comentamos parafrasea, como tantos otros, la carta a Sor Filo-
tea de la Cruz, optando por la opinión de que el obispo dio píe a Sor Juana para
que se defendiera de «censuras irresponsables» (pensando en los ataques del
obispo don Francisco Aguilar y Seijas).
Aparte de esto, Cossío recrea la biografía sorjuanina partiendo de sus obras
y, como era previsible, entra en la cuestión de la experiencia real de los senti
mientos amorosos en ellas manifestados por la autora y, justificando el decoro de
la monja por tratarse de algo anterior a su entrada en religión, se une a la tesis de
Menéndez Pelayo y a la de Amado Ñervo. Más interesante es la comparación de
Sor Juana con otras monjas poetas, especialmente Sor Violante do Ceu, «la por
tuguesa que escribió en castellano sus amores y desengaños» (33).
Sor Juana, afortunadamente para Cossío, llega al culteranismo pasando por
Calderón. Una pista de interés es la indicación de la influencia del conceptismo
de nuestros Cancioneros (p. 41), algo para él evidente en «Hombres necios que
acusáis». Aprecia asimismo la «Canción de Florisia» de la Diana de Gil Polo co
11 Romance Philology, 7, Berkeley and Los Angeles, University of Berkeley Press, 1953-4. Re
producido en Los Poetas en sus versos. DesdeJorge Manrique a García Lorca, Barcelona, Ariel, 1973.
Citamos por esta edición.
poeta por ciertas formas bien acuñadas como la octava real, la estancia italiana y el
terceto, y su preferencia por las de tradición popular, a la vez que manejaba los ar
tificios virtuosistas introducidos por el barroco, como los tan celebrados versos es
drújulos citados hace poco, los poemas de los que se pueden desglosar otros
(«amante, / caro, / dulce esposo mío») (p. 167), los ovillejos, nombre que aplicó
a silvas consonantes, o a una extensa composición en «octosílabos con eco, con
redondillas intercaladas en variantes múltiples», los versos enlazados de tradición
trovadoresca, los romances modificados con variedad de elementos líricos (p.
171), la décima acomodada al villancico, la seguidilla con curiosas modalidades
(p. 173), los libérrimos villancicos, y otros metros preferidos por Sor Juana, entre
ellos el eneasílabo, el alejandrino y el dodecasílabo de hemistiquios de 7 y 5 síla
bas, que serán gratos al modernismo. Pone, por otro lado, como modelo de exhi
bición de variedad de estrofas, el auto de E l divino Narciso (p. 178).
Una discreta aportación al estudio de las raíces vascas de Sor Juana fue hecha
por Cecilia G. de Guitarte en Sor Juana Inés de la Cruz. Claro en la selva u, quien
vuelve sobre la razonable hipótesis de la lectura paleográfica Asuage (« claro en la
selva» en euskera), en vez de Asbaje, que advertimos ya fue sugerida por Do-
rothy Schons B, tenida en cuenta por Unamuno y por Méndez Planearte 14 y
vuelta a estudiar recientemente por el mexicano Salvador Cruz 15. Por otra parte
Guitarte observa en los poemas vascos de Sor Juana un predominio del léxico
guipuzcoano.
Y llegamos ya a uno de los momentos privilegiados en los acercamientos his
panos a Sor Juana: nos referimos a la interpretación del filósofo José Gaos de la
obra mayor de Sor Juana en su artículo «El sueño de un sueño» 1S.
Estamos ante un trabajo analítico del contenido, por medio de las imágenes
empleadas: ninguna tan convincente como la del ladrón y el amante dormidos —
que nos remiten a Baudelaire —para significar la dimensión profunda de la noche
y el universal dormir; de ahí las que sirven a la idea del soñar del alma, la dinámi
ca ascendente de la imaginación: monte, águila, pirámides, torre de Babel; la del
metódico discurrir, las de la confusión, las del despertar. Gaos defiende una divi
sión en cinco partes: la noche, el dormir, el sueño, el despertar, el amanecer. Des
taca su organización simétrica, no sólo cuantitativa sino cualitativa y espiritual, in
12 Bs. As., Ed. Vasca Ekin, 1958, reproduc. en Juana de Asbaje, la monja almirante, 1970.
13 «Algunas notas biográficas de Sor Juana Inés de la Cruz», Boletín de la Universidad de Te
xas, n° 25/26, 8 de julio de 1925.
14 Sor Juana Inés de la Cruz, O.C. edición, prólogo y notas de A. Méndez Planearte, México,
FCE, 1951/s. El volumen 4 fue preparado por A.G. Salceda.
15Juana Inés de Asuaje o Asuage. El verdadero nombre de SorJuana (Benemérita Univ. Autóno
ma de Puebla, 1995).
16 Publicado en Historia mexicana, (El Colegio de México, vol. X, núm. 1, julio-septiembre
1960).
cluyendo lo que para simplificar llamamos por nuestra cuenta subsimetrías sutiles
en la textura del poema. Se destacan las imágenes concernientes a los artificios
mecánicos desde una visión mecanicista de lo somático (Descartes, Hobbes, La-
mettrie, el padre Kircher). La identificación, en fin, de los valores arquetípicos en
las imágenes usadas por Sor Juana, donde hay ingredientes clásicos, intelectuales,
afectivos, vinculación a diferentes saberes, que resultaría prolijo detallar aquí.
Destaca también Gaos el carácter intelectual de la emoción en el poema he
cho de imaginería e ideología, con la indicación de dos intersticios que permiten
la expresión directa de sentimientos, si bien éstos se refieren a la dificultad del
propio trabajo intelectual, toda vez que el sentido esencial del Sueño es el fracaso
experimentado por una poeta intelectual y filósofa (p. 63).
Entre el pensamiento intuitivo y el pensamiento discursivo que sigue el or
den de las categorías, aun cuando no puede pasar de la primera, se encamina el
proceso del sueño sorjuanino. No hay, al decir de Gaos, ningún cartesianismo en
él, en cuanto Descartes opone a este método, escolástico, el lógico-matemático
de discurrir por todo. Fracasadas intuición y discurso, ¿estamos, se pregunta
Gaos, ante « un poema de escepticismo absoluto» ? (p. 65).
Al esbozar una respuesta, considera Gaos las variedades del escepticismo en
el Renacimiento, la Ilustración, el Barroco —sin olvidar que la decepción por las
apariencias que está en Cervantes, Quevedo y Gracián, aparece también en Des
cartes —. No hay, sin embargo doctrinarismo intencional en Sor Juana, pues el
sueño se encuentra vinculado a « la más entrañable experiencia personal de la po
etisa» (p. 66) y no .trata de «filosofar en verso sobre los límites del conocimiento
humano». Frente a la rotunda frase de la Metafísica aristotélica: «Todos los hom
bres tienden por naturaleza al saber» (p. 67), Sor Juana, persuadida de que su fe
mineidad era un impedimento para ello, trató de neutralizarla por su entrada en
religión, lo cual también se reveló inútil. Por último, incapaz de refugiarse en el
fideísmo, lo hizo en el de su aniquilación espiritual. Su sueño se creó desde la vi
gilia, fue la poetización de un sueño vital fracasado, de hecho la definición de lo
que es la vida, también en sentido calderoniano.
Otro excelente americanista, Ramón Xirau, trató de situar en su Genio y f i
gura de Sor Juana Inés de la Cruz17, en el contexto de un barroco que pretendía
ser una estructura realista y absoluta: «N o quiere ser una visión de la realidad, si
no la visión de la realidad» (p. 15). Lo cual nos hace sospechar que Sor Juana no
estuvo «atrapada» en estructuras artificiosas a las que se adaptó, sino que fue al
guien que se sintió cómoda en este sistema. En cuanto al inagotable tema de los
posibles referentes de sus versos amorosos, ofrece una precisa opinión: lo que im
porta es la realidad de lo enunciado, algo «real en cuanto se expresa», en defini
24 «Sor Juana: ciencia y poesía (sobre el «Primero sueño». RFE, 36, 1952, pp. 287-307.
25 PPU. Promociones y publicaciones universitarias, Barcelona, 1989.
La descripción de cada una de las piezas dramáticas de Sor Juana y sus fuen
tes, con algunos apuntes críticos ajenos y propios sobre la marcha, deja paso a
una visión más pormenorizada de las características de Los empeños de una casa,
convenientemente apostillada con aparato erudito para su comprensión en el
contexto de la época. Es interesante el análisis, más personal, de la estructura de
la obra y el juego de personajes, que pone de relieve el ingenio de Sor Juana para
dar dinamismo al esquema, ya muy gastado, de las comedias de capa y espada.
La minuciosa «Sinopsis métrica» constituye una notable aportación al tema de la
métrica en la obra de la monja mexicana, aunque no se extraigan de ella muchas
conclusiones.
Ya que de teatro hablamos, junto a los estudios sobre E l divino Narciso de
María Manuela Gómez Sacristán (1984) 26 e Imanol San José Azueta (1989) 27,
recordaremos que en 1990 (VI. 2) y 1993 (9) Angel Valbuena Briones incre
mentó la atención hacia el teatro religioso de Sor Juana con dos trabajos titula
dos, respectivamente, «El juego de los espejos en E l Divino Narciso y «Una tipo
logía del auto sacramental de Sor Juana Inés de la Cruz» 28. Minuciosamente da
cuenta de los antecedentes del tema del Narciso/Cristo, de la estructura del auto
y de sus múltiples reminiscencias intertextuales. El estudio sincrónico de E l már
tir del Sacramento y E l cetro de José le conduce a ver « un arte sorjuanino racional,
constante, preciso y con finas dosis de retórica» que desarrolla un patrón literario
«afianzado sobre cuatro pilares esenciales: la argumentación filosófica, el teatro
dentro del teatro, el desarrollo del tema y la celebración del Santísimo Sacramen
to» (pp. 236-7).
Retomando el orden cronológico, es oportuno recordar ahora el artículo de
José Ramón Resina sobre «La originalidad de Sor Juana» 29. Tiene en este traba
jo el propósito de mostrar que en un tiempo en que no se perseguía la originali
dad sino la imitación, Sor Juana no trata de evadirse de esta norma. Son artifi
ciosas las teorías de que ella trató de criticar la ideología y ciertas estructuras cal
deronianas en Los empeños de una casa, como defiende Patricia Kenworthy (p.
44). Tampoco acepta Resina que en Sor Juana existiera un espíritu cartesiano y
preiluminista como ha propugnado, entre otros, Manuel Durán. Resina sitúa a
Sor Juana en una «filiación intelectual que combina el tomismo y el suarizmo
con el neoplatonismo renacentista que los jesuítas combinaron con la revelación
cristiana» (p. 49). También refuta a Octavio Paz en su interpretación racionalis
26 «El Divino Narciso, de Sor Juana Inés de la Cruz», Analecta Calasanctiana, n° 52, 2a época,
vol. XXVI, Salamanca, julio-diciembre 1984.
27 «Sobre una posible influencia hermética en El Divino Narciso de Sor Juana Inés de la
Cruz», Bilbao, Letras de Deusto, enero-abril 1989.
28 Ambos en la revista Rilce de la universidad de Navarra, VI, 2, IX, 2, respectivamente.
29 Publicado en Anales de literatura hispanoamericana, Madrid, Univ. Complutense, 1986.
ta de Primero sueño, al que, apoyándose, tal vez sin demasiado fundamento en
José Gaos, da una interpretación fideísta. Vincula este poema al Somnum Scipio-
nisy sus secuelas, destacando la excepcional riqueza científica que Sor Juana acu
mula en él —preenciclopedismo que la aparta de Góngora - aun cuando se trate
de ciencia ya obsoleta en su tiempo. Sigue también a Gaos en la apreciación de
las imágenes y los momentos de estremecimiento emocional del Sueño. La origi
nalidad de Sor Juana, en fin, estaría en ser, solitariamente, «fruto tardío y perfec
to (...) de una tradición cuajada de momentos difícilmente emulables» (p. 55).
María Andueza30 aportó una nueva reflexión sobre la métrica al valorar, par
tiendo de Navarro Tomás, de Méndez Planearte y de Antonio Alatorre, la ex
traordinaria importancia cuantitativa y cualitativa de este tipo de composiciones.
Lo prueba aun cuando sólo lo haga tomando en consideración, por razones me
todológicas, el grupo que Méndez Planearte incluye en el apartado «Lírica perso
nal», hasta 13 modalidades formales que dan peculiaridad a los romances sorjua-
ninos. En cuanto al aspecto semántico, destaca los contenidos americanistas. Se
guramente se excede, sin embargo, al sugerir un nacionalismo político en fun
ción de la hipervaloración de las palabras «nación» y «patria» por parte de Sor
Juana.
Brevemente he de mencionar mi propia contribución a la difusión de la obra
de Sor Juana en España con la edición de Obra selecta31, en la que la aportación
principal, además de las 512 notas explicativas, consiste en la oferta de una varia
da muestra de la obra lírica de todos los registros, comprendidos el Neptuno ale
górico y el Sueño, así como de dos obras dramáticas, E l divino Narciso y Los empe
ños de una casa\ en la selección de prosa la Respuesta a Sor Filotea y, como colo
fón, la impresionante Propuesta de fe de 1694 con la que Sor Juana renunció de
finitivamente a su quehacer «mundano». De la «Introducción», obligadamente
limitada, apenas resaltaré la presentación de Sor Juana como persona «instalada
con serena apariencia en el posibilismo» y refugiada en el mundo de los libros
(p. X). «Sor Juana figura así en un lugar relevante dentro de la galería de quienes
a lo largo de la historia de la literatura han hecho de la escritura propia y ajena
un ámbito más cierto y válido que la misma vida». Destaco asimismo el proba
ble origen en «el puro deliquio intelectual» o «la sublimación de reales senti
mientos afectivos», imposibles de aquilatar, de sus poemas amorosos; la condi
ción del Neptuno alegórico como « más que un obligado canto de alabanzas a un
virrey, un colosal esfuerzo para decorar y prestigiar lo que Angel Rama llamará
“la ciudad letrada”» y Primero sueño como « espléndido monumento a la formali-
30 «Los romances hispanoamericanos de Sor Juana Inés de la Cruz», Actas del I Congreso Inter
nacional sobre la juglaresca, Dirección Manuel Criado de Val. Con el patrocinio de la Excma, Di
putación Provincial de Guadalajara, Madrid, EDI-6, S.A, 1986, pp. 569-588.
31 Barcelona, Planeta, 1987.
zación de las sustanciales inquietudes cognoscitivas de Sor Juana» (p. XII). Pero
hay que ir al análisis de sus concertadas palabras que, mientras en ciertos « oville
jos» se plantea el desgaste del lenguaje poético, lo que muestra que no se encon
traba «inerme ante la fascinación de lo estatuido» (p. XIV), nos ofrecen «la in
quietud o el esguince de una intensa sensibilidad bien individualizada»: a pesar
de la fuerza del código, la poesía de Sor Juana va, como quería Cortázar, «del ser
al verbo».
Y alterando de nuevo la cronología rigurosa, me referiré, ya que hacemos re
ferencia a antologías, a la publicada por José Carlos González Boixo 32.
En ella, los textos establecidos críticamente, han sido organizados no con
el criterio métrico de Méndez Planearte sino temáticamente. Al referirse a la
biografía sorjuanina, previene González Boixo contra quienes olvidan «el ca
rácter “tópico” de la poesía en los siglos XVI y XVII» (p. 17). Además de par
tir de los datos ofrecidos por el padre Calleja, este crítico toma muy en consi
deración por extenso no sólo, como es habitual, la «Respuesta a Sor Filotea»
sino la carta de Sor Juana dirigida con anterioridad a su confesor, el padre An
tonio Núñez, carta descubierta por Aureliano Tapia y publicada por Antonio
Alatorre en 1987, uniéndose a quienes no cuestionan la autenticidad de dicho
texto.
El estudio preliminar nos ofrece también una puntual presentación de todas
y cada una de las obras de Sor Juana, individualmente y en las primeras edicio
nes conjuntas. No falta una apreciación de los textos poéticos no antologados,
loas y villancicos, para seguidamente entrar en el análisis de la lírica seleccionada,
con acercamientos a su valor personal, más allá de los mimetismos obligados, la
utilización de lo mitológico, con atención al criterio de saturación, y distintos
rasgos formales. Particularmente destacable es el estudio de la poesía amorosa,
desligada de su biografía, en razón de lo antes afirmado, y dentro de ella, la vigo
rosa función del «yo femenino» en Sor Juana.
Acerca del Primero sueño, observa la ascendencia platónica del tema del cuer
po como cárcel del alma y la tradición literaria del sueño, acudiendo a las preci
siones de Sabat de Rivers, Carilla y Paz. Desecha la desvinculación con Góngora
que parte de la crítica ha hecho de este poema en la antinomia de lo estético y lo
intelectual. Boixo reivindica el valor del lenguaje - sin duda alguna gongorino -
como determinante de la importancia literaria del poema, ya que gracias a él un
tema antipoético alcanzó un elevado nivel lírico. Queda la gran verdad de que el
carácter filosófico del mismo no responde a deuda con el maestro de Córdoba. Y
es resaltado, por otra parte, el tradicionalismo de los contenidos del poema en el
orden científico, frente a la opinión de Octavio Paz.
u En Cátedra, Madrid, 1992, con el título de Sor Juana Inés de la Cruz, Poesía lírica.
El año anterior, 1991, Andrés Sánchez Robayna, catedrático de La Laguna,
ofreció uno de los más interesantes hallazgos en torno a la crítica sorjuanina33.
Se trata nada menos que de un comentario inédito, aunque ya estudiado y des
crito por Millares Carió en su Bio-bibliografia de 1932, sobre Primero sueño, es
crito a finales del siglo XVII por el poeta de La Palma, Pedro Alvarez de Lugo
(1628-1706), con el título de Ilustración al sueño de la décima musa mexicana,
más despierta en él que en todos sus ilustres desvelos (...). El ilustre abogado de la
Real Audiencia de Canarias siguió el modelo de García Salcedo Coronel sobre
Góngora (Madrid, 1636), con el propósito de «ser el Teseo que continúe la en
trada de este oscuro laberinto y continuado enigma». Abarca el comentario hasta
el verso 233 del poema, que transcribe, de Sor Juana. Como destaca Sánchez Ro
bayna, « no se trata solamente del único comentario coetáneo hasta hoy conocido
sobre un poema sin duda difícil, sino que es, pura y simplemente el testimonio
de un lector «humanista» acerca de uno de los textos capitales de la poesía espa
ñola del siglo XVII» (p. 34). El libro incluye otro trabajo ya publicado por Sán
chez Robayna en la Revista de Occidente, en abril de 1988: «Imágenes para Sor
Juana: Ronald B. Kitaj y “La reina filósofa”» un sugerente análisis de la posible
influencia del Sueño sorjuanino en el referido cuadro.
También en el ámbito canario ha surgido un valioso estudio de literatura
comparada en torno al posible paralelismo del periplo de Sor Juana en su Sueño
y el del Altazor de Vicente Huidobro, a cargo de una gran especialista en el chile
no, la profesora Belén Castro Morales, quien aborda esta cuestión en su artículo
«Impulso fáustico y torres de Babel en Primero sueño y Altazor» 34. Castro Mora
les ve en ambos poemas « una común consideración de la poesía como búsqueda
de conocimiento, de la transgresión como comportamiento fáustico y del castigo
como conciencia atormentada del creador» (p. 70). Tras analizar el sentido de la
torre de Babel según Chevalier y Derrida, Mircea Eliade y Durand, asociado a lo
«fáustico» es decir a la soberbia, pasa a referise a la actitud de Sor Juana, atenta a
aprovechar, como Sigüenza y Góngora, « las filtraciones de modernidad que des
tilaban las fisuras del sistema, por lo que utiliza el símbolo babélico para signifi
car el fracaso del alma en su propósito de encumbramiento, fracaso no sólo gene
ral sino personal. Si Huidobro, envuelto en la confusión babélica, acaba dimi
tiendo del ideal creacionista, el poema mismo de Sor Juana es una construcción
babélica» (p. 76). Atrevimiento y transgresión son, en fin, elementos comunes
de dos poemas construidos en torno al símbolo de Babel.
La tesis del nacionalismo de Sor Juana reaparece en el estudio de Félix Du
que «La conciencia del mestizaje: el inca Garcilaso y Sor Juana Inés de la Cruz»,
33 Para leer «Primero sueño» de SorJuana Inés de la Cruz, FCE, México, 1991.
34 Revista de Filología, Univ. de Laguna, 10, 1991, pp. 69-77.
publicado en Cuadernos hispanoamericanos35. Duque ve a ambos personajes co
mo representantes de una coyuntura especial que se perdió tal vez para siempre,
la «ocasión brillante (...) de ser singular en el seno de la comunidad universal, o
sea de formar parte de una buena vez del Mundo, en lugar de ser arrojado a un
Tercer Mundo (...)» (p. 14).
Tras una extensa reflexión sobre el mestizaje americano, se considera el esfuer
zo del Inca por presentarse como paradigma de ese fenómeno y exaltar la inser
ción de lo americano en Occidente. En cuanto al mestizaje de Sor Juana, bastarda
como el Inca pero criolla, se subraya su capacidad para utilizar la tradición hermé
tica, sobre todo a través de Kircher, así como la clásica y la religiosa, tradiciones
que pone al servicio de la «construcción de una patria de arriba abajo» (p. 24).
Las pruebas: Sor Juana celebra al hijo de los virreyes marqueses de La Laguna, co
mo « futuro Imperator de una América que con sus partes, y a través de las haza
ñas del príncipe cantado, venza a las demás partes del orbe» (p. 25); la exaltación
de lo americano, el ingenio de sus gentes. Otro tanto deduce Duque del enalteci
miento de la virgen de Guadalupe frene a su homónima española. Las reivindica
ciones de los negros en algunos villancicos, el uso del náhuatl en un tocotín, la de
fensa de la religión azteca considerada como algo más que una preparación para la
difusión de la católica —en sus sacrificios humanos y en la recepción de la pasta de
maíz con sangre de niños percibe un remedo de la Eucaristía —. Estaría también
la mofa del requerimiento hecha por Sor Juana (p. 29), etc. Como vemos, emerge
de aquí, en las antípodas del sentir más tradicional en la crítica española, una Sor
Juana nacionalista: cuestión discutible si se quiere dar al adjetivo una significación
tan densa como para afirmar que con el cese de su escritura en 1692 «entraba en
franca decadencia el mito de la invención de América» (p. 31).
Nuestra última referencia ha de ser para un trabajo que podría llamar de so
ciología religiosa. Se trata de « Femineidad e ideal monástico en la América vi
rreinal» de Antonio Linage Conde 3S. En él se señala que la carencia de monjes
varones en Hispanoamérica no puede disuadirnos de hacer una historia del ideal
monástico en ese continente. Por otra parte allí hubo, ramas femeninas contem
plativas «donde el ideal monástico encontró su puesto». Sor Juana sería un buen
ejemplo de ello desde una posición totalmente de acatamiento a la disciplina ca
tólica. Las pruebas para ello acaso sean algo exiguas: la visión del mundo de Sor
Juana entre el tomismo y el escotismo (apuntada por Bénassy Berling), su devo
ción a San Bernardo y la relación éntre las disquisiciones musicales de Sor Juana
en la «Respuesta» con la De operibus Sanctae Trinitatis del benedictino Ruperto
Los dos últimos artículos de la lista, que nos parece inexcusable mencionar, no
habían sido publicados cuando redactamos el nuestro.
J o sé C arlo s G o n zález B o ix o
Universidad de León
F E M IN ISM O E IN T E L E C T U A L ID A D E N S O R JU A N A
“A Sarai le quitó una letra la Sabiduría Divina, y puso una más al nombre de
Abram, no porque el varón ha de tener más letras que la mujer, como sienten mu
chos, sino porque la ¿ añadida al nombre de Sara explicaba tumor y dominación. Se-
1 Las citas de textos de Sor Juana se localizan en la edición de las Obras completas (citado OQ
realizada por A. Méndez Planearte, México, FCE, 1951-54, o bien en mi edición de Sor Juana,
Obra lírica Madrid, ed. Cátedra, 1992.
ñora mía se interpreta Sarai; y no convenía que fuese en la casa de Abraham señora
la que tenía empleo de súbdita” (Ibid).
“Que cuando yo no haya conseguido más que atreverme a hacerlo, fuera bastante
mortificación para un varón tan de todas maneras insigne; que no es ligero castigo a
quien creyó que no habría hombre que se atreviese a responderle, ver que se atreve
una mujer ignorante, en quien es tan ajeno este género de estudio, y tan distante de
su sexo” (OC, IV: 435).
2 Trabulse menciona los nombres de siete polemistas aunque sólo en dos casos nos han llega
do sus textos (p. 4).
ámbito privado. El destinatario no lo conocemos (Paz supone que es M. Fernán
dez de Santa Cruz, p. 520), y Sor Juana lo presenta así:
“Muy Señor mío: De las bachillerías de una conversación, que en la merced que V.
md. me hace pasaron plaza de vivezas, nació en V.md. el deseo de ver por escrito al
gunos discursos que allí hice de repente sobre los sermones de un excelente orador”
(OC, IV: 412).
Continúa Sor Juana diciendo que “porque conozca que le obedezco (...) lo
hago (...) será V.md. solo el testigo” (Ibid). Ese carácter privado vuelve a ser re
calcado al finalizar el texto: “este papel sea tan privado que sólo lo escribo por
que V.md. lo manda y para que V.md. lo vea” (p. 435). Si Sor Juana insiste en
esta cuestión es para poder luego defenderse, porque era casi evidente que el tex
to se difundiría auque no fuese publicado. Se trataba, pues, de una excusa para
salvaguardar el hecho de que una mujer se atreviese a contradecir en temas teoló
gicos a un orador de la talla de Vieyra. Pero, en realidad, Sor Juana no mostraba
temor por su osadía; más bien, al contrario, hay un tono provocador en la falsa
modestia con que acepta su papel de mujer, que no oculta la ironía:
“A la vista del elevado ingenio del autor aun los muy gigantes parecen enanos. ¿Pues
qué hará una pobre mujer? Aunque ya se vio que una quitó la clava de las manos de
Alcides, siendo uno de los tres imposibles que veneró la antigüedad” (Ibid) 3.
Más allá de las excusas, era obvio que aunque no se publicase su difusión es
taría asegurada. ¿Compensaba el elogio de unos con el enfado que produciría en
otros? Porque no parece que la mención que Sor Juana hace a sus “enemigos” en
la Respuesta tenga carácter metafórico:
3 Se refiere a Onfalia, reina de Lidia, que tuvo a Hércules como esclavo, obligándole a vestir
prendas femeninas y a ejercer labores de mujer, mientras ella vestía su piel de león y se adueñaba de
su maza.
“¿De qué envidia no soy blanco? ¿De qué mala intención no soy objeto? ¿Qué ac
ción hago sin temor? ¿Qué palabra digo sin recelo ? Las mujeres sienten que las exce
da. Los hombres, que parezca que los igualo” (p. 29).
“que si supiera que ha entrado una mujer en su casa, había de mandar arrancar los
ladrillos que ella había pisado (...) No quería que en casa suya pusiesen manos las
mujeres ni que le guisasen la comida ni oírlas cantar y ni siquiera oírlas hablar que
ría” (Paz: 531).
4 La “tremenda” Carta que Sor Juana escribió a su confesor fue descubierta por Aurelio Tapia
Méndez, quien la publicó en Monterrey en 1981 y 1986 (de ahí que se la conozca también como
la Carta de Monterrey). La mejor edición es la de A. Alatorre, NRFH, XXXV, 2, 1987, pp. 591
673. O. Paz la incluyó en addenda a la tercera edición mexicana de sus Trampas.... También se
edita (casi en su totalidad) en mi edición a la Obra lírica de Sor Juana.
5 Benassy-Berling (173-74) demuestra la carencia de pruebas para sostener esta hipótesis ya
enunciada por D. Puccini en su Sor Juana, Studio de una personalitá del Barocco Messicano, Roma,
Ateneo, 1967.
El reciente descubrimiento por parte de Elias Trabulse de un manuscrito
inédito de Sor Juana6 aporta un insospechado dato en relación con la Crisis. En
la Carta de Serafina de Cristo Sor Juana le plantea al obispo de Puebla un enig
ma: “que adivine quién es el personaje contra el que iba dirigida en realidad la
Atenagórica' (Trabulse: 5). La sospecha de que Sor Juana no escribía inocente
mente su crítica a Vieyra queda desvelada. Tal como señala Trabulse el enigma
puede descifrarse: el personaje contra quien escribe Sor Juana es nada menos que
su antiguo confesor Antonio Núñez de Miranda. Los motivos de la enemistad
los había expuesto Sor Juana con rotundidad en su Carta a Núñez de 1682. La
mentablemente carecemos de informaciones sobre la biografía de Sor Juana, pe
ro su enfrentamiento con tan poderoso personaje debió de ser especialmente sin
gular para que en 1691 se permita acosarlo de tal manera. Desconocemos si N ú
ñez se dio por enterado (jesuita como Vieyra, orador célebre en México, mante
nía posiciones sobre las finezas de Cristo que Sor Juana rebatía en su Crisis), pero
es posible que sí: es difícil atribuir a una coincidencia que el 10 de marzo de
1691 F. Xavier Palavicino pronuncie un sermón en el convento de Sor Juana,
defendiendo las tesis de Núñez. Sor Juana, cuya cultura era celebrada más allá de
México, quedaba descalificada ante su propia comunidad. En cualquier caso, se
trataba de castigar la osadía de Sor Juana que, en efecto, había sido grande. Al
margen de la doble lectura que la Crisis tenía en relación a Núñez, no puede ol
vidarse que el arzobispo Seijas sentía gran admiración por Vieyra y que, por lo
tanto, le desagradaría que Sor Juana le criticase y hasta se burlase de él.
Todos estos episodios en relación con el texto de la Crisis de un sermón o
Carta Atenagórica adquieren especial importancia en su proyección hacia los
años siguientes en la vida de Sor Juana. En la Respuesta seguía presente la mujer
fuerte que defendía la igualdad intelectual entre el hombre y la mujer. ¿Cómo
explicar que, de pronto, el P. Núñez, con quien mantenía una enemistad mani
fiesta por lo menos desde 1682 (fecha de la Carta a Núñez) vuelva a ser su con
fesor y padre espiritual? ¿Qué ocurrió para que, aparentemente de modo repenti
no, Sor Juana renunciase a su actividad intelectual, la bandera que había defen
6 Elias Trabulse dio a conocer, en el transcurso de un coloquio sobre Sor Juana celebrado en
México en abril de 1995, la existencia de ese manuscrito cuyo título es:
Cana que habiendo visto la Atenagórica que con tanto acierto dio a la estampa sor Filotea de la
Cruz del Convento de la Santísima Trinidad de la Ciudad de los Angeles, escribía Serafina de
Cristo en el Convento de N.P.S. Jerónimo de México.
A la espera de su publicación, la información proporcionada por el artículo mencionado en la
Bibliografía es la única disponible en este momento (sept. 1995). Bajo el pseudónimo de sor Sera
fina se oculta Sor Juana, que dirigió a M. Fernández de Santa Cruz esta carta de tres hojas en folio,
fechada el 1 de febrero de 1691. Según señala Trabulse “Ignoramos si alguna vez llegó a su destino,
aunque por su contenido es factible dudar que haya sido alguna vez enviada. Está escrita en prosa y
en verso, y el tono jocoserio aparece a lo largo de toda ella” (p. 5).
dido a lo largo de toda su vida ? Según el padre Diego Calleja, su primer biógra
fo, se debió a una intensificación de su vida religiosa, una especie de “conver
sión” . En todo caso, parece lógico pensar, como señala Sabat de Rivers (1982:
278) que “una mujer que luchó tan incansablemente durante tantos años para
defender sus derechos no se hubiera doblegado si a ello no le hubiera inclinado
su convencimiento íntimo” . Despojándose de todo -de sus libros que regaló a
Seijas para que vendidos sirviesen de lismosna a los pobres- la imagen de los dos
o tres últimos años de su vida sería reconfortante para aquellos rigurosos pastores
de almas como Seijas o Núñez. Por fin volvía a imperar el orden en una sociedad
en la que se consideraba “natural” el sometimiento de la mujer al varón. El testi
monio feminista de Sor Juana quedaba firmemente grabado en su Carta al P.
Núñez, en la Respuestay en muchos de sus versos. Es una mirada hacia el futuro,
de la misma manera que la figura del obispo Aguiar y Seijas representaba la mira
da hacia el pasado. Sor Juana, que hubiese deseado vivir sola, soltera, tiene que
recluirse en un convento para librarse del sometimiento al varón (en el matrimo
nio); pero el claustro no es ajeno al modelo social: ellas, las monjas, son “esposas
de Cristo”, tuteladas por los frailes de su Orden o por el clero regular. No deja
de ser simbólico que el arzobispo Seijas, máxima autoridad de la que depende
Sor Juana fuese un misógino de rasgos neuróticos, cuyo antifeminismo causa la
admiración de su biógrafo. Lo malo no es que Seijas fuese misógino, sino que so
cialmente se valorara como indicio de santidad tal actitud: el mito de Eva culpa
ble de la pérdida del paraíso seguía vigente y, en consecuencia, la dependencia de
la mujer respecto del varón equivalía a una especie de castigo compensatorio por
su falta.
La observación de la realidad desde la óptica masculina ha sido común a to
das las culturas y es la causa directa de la marginación de la mujer. En su época,
Sor Juana tuvo que soportar la presión de los que desde la animadversión, como
Núñez, o desde la amistad, como Santa Cruz, consideraban natural guiar intelec
tualmente a la mujer. Las consideraciones de Fray Luis de León en La perfecta
casada (1583) seguían, en el fondo, teniendo vigencia: “la Naturaleza (...) hizo a
las mujeres para que encerradas guardasen la casa (...) no las hizo para el estudio
de las ciencias, (...) así las limitó el entendimiento” (cít. Sánchez Lora: 50). No
había mala voluntad en Fray Luis, solamente el eco de una larga tradición, tan
naturalmente aceptada, que tenía cabida incluso en una obra escrita bajo la
orientación del humanismo cristiano y que dignificaba a la mujer. Tradición
que, con más crudeza, se reflejaba también en el Examen de Ingenios (1575) de
Huarte de San Juan:
“Las hembras, por razón de la frialdad y humidad de su sexo, no pueden alcanzar in
genio profundo. Sólo vemos que hablan con alguna apariencia de habilidad en ma
terias livianas y fáciles, con términos comunes y muy estudiados; pero metidas en le
tras, no pueden aprender más que un poco de latín, y esto por ser obra de la memo
ria” {cit. Sánchez Lora: 49).
Frente a la misoginia explícita o latente de su época Sor Juana mostró el es
plendor de su inteligencia, y por ello fue celebrada entre sus contemporáneos.
No fue un camino fácil el que tuvo que recorrer, tal como reflejan la Respuesta y
la Carta a Núñez. Estos dos textos serían suficientes para confirmar un feminis
mo que se sustenta en la igualdad intelectual de las personas, al margen de su se
xo. Igualmente, en el conjunto de su obra escrita puede apreciarse el plantea
miento feminista de Sor Juana que es consecuente con su forma de observar la
realidad desde una perspectiva intelectual: su confianza en la “razón” le lleva a
establecer una escala de valores en la que se prima la facultad intelectiva, espacio
que debe ser de encuentro entre los dos sexos. En los siguientes apartados podrá
observarse que el feminismo en Sor Juana suele ir unido a la reivindicación y va
loración de lo intelectual.
a) En 1680 escribía Sor Juana el Neptuno alegórico, “Arco” encargado por el
cabildo catedralicio para celebrar la llegada de los nuevos virreyes, los marqueses
de la Laguna. Consciente del honor que se le hacía, Sor Juana escribió en prosa y
verso un brillante y barroco texto, explicativo de la fábrica del arco, en el que se
deseaba que el virrey gobernase con sabiduría. Señalaba Sor Juana que, “ la sabi
duría es la más principal (de las virtudes), como raíz y fuente de donde emanan
todas las otras” (O.C., IV: 367) y comparaba al virrey con Neptuno, transfor
mando al irascible dios en sabio7 a tenor de una genealogía por la que resultaba
hijo de la diosa Isis que, a su vez, encarnaba la sabiduría:
“tuvo no sólo todas las partes de sabia, sino de la misma sabiduría, que se ideó en ell.
Pues siendo Neptuno hijo suyo, claro está que no le corría menor obligación” {O. C.,
IV: 362).
7 Comenta O. Paz: “El proceso de transformación de sor Juana tendía a intelectualizar e inte
riorizar a Neptuno para convertirlo, de dios tempestuoso y progenitor de monstruos espantables
como Polifemo y el gigante Anteo, en una deidad civilizadora cuyos atributos eran la sapiencia, la
cultura y el arte” (p. 219).
Respuesta, dirigió la academia platónica de Alejandría y escribió tratados científi
cos (Paz: 547). Santa Catarina de Alejandría derrotó a los varones más doctos y
gozó de gran prestigio intelectual. Las similitudes con Sor Juana son fáciles de es
tablecer: juventud, belleza, inteligencia. Como ellas, Sor Juana se siente simbóli
camente martirizada8. No deja de ser indicativo que los villancicos de Santa Ca
tarina los escriba Sor Juana en 1691 (probablemente para ser cantados el día de
su festividad, el 25 de noviembre), en el polémico ambiente desatado por su
Crisis, y que sean tan explícitos en su feminismo
Entre las “mujeres sabias” contemporáneas destaca Sor Juana a la duquesa de
Aveyro, a quien dedica un poema encomiástico, lleno de complicidades femeninas
que van más allá de las reivindicaciones de algunos versos 10. En sus primeras es
trofas se desarrolla el tópico de las alabanzas desmesuradas a los nobles: la duque
sa, famosa por sus donaciones misioneras, era considerada como una “mujer sa
bia” ; de ahí, los grandes elogios que en este sentido le dedica Sor Juana (“cifra de
las nueve Musas”, “primogénita de Apolo”, “presidenta del Parnaso” , “clara Sibi
la española”). El tono del poema cambia, sin embargo, cuando Sor Juana se hace
presente en el mismo. A pesar de la distancia social hay una cercanía espiritual:
Sor Juana se identifica, como mujer, con un alma gemela en afanes intelectuales.
El momento culminante del poema llega con la mención a Lisi: Sor Juana ensalza
a la duquesa y a la condesa de Paredes en una cascada de elogios centrados en la
belleza femenina. El tópico, sin embargo, pierde su carácter tradicional, es decir,
la perspectiva masculina: la delicadeza de las menciones más bien sugieren un ám
bito familiarmente femenino. Ese especial tono femenino que, frecuentemente,
impregna su poesía, podría denominarse “femineidad”, término que engloba una
serie de valores distintos (cuando no opuestos) a los representados por la “mascu-
linidad” . En el caso de Sor Juana, dicha “femineidad” se percibe en el tono fami
liar y afectivo de muchos poemas, especialmente en los dedicados a la condesa de
Paredes y en otros de tipo “cortesano” . Se trata, desde luego, de una cuestión de
matiz, por la que el lector percibe que el poema ha sido escrito por una mujer
(aunque en términos teóricos no sería fácil mantener esta distinción).
8 Los villancicos que Sor Juana dedicó a Santa Catarina han sido vistos como uno de los ejemplos
más representativos de su feminismo (Chang-Rodríguez, 1983: 25-28; Bénassy-Berling, 287-89).
9 Algunos versos: “Porque es bella la envidian” ; “De una mujer se convencen / todos los sabios
de Egipto / para prueba de que el sexo / no es esencia en lo entendido”; “Estudia, arguye y enseña,
/ y es de la Iglesia servicio, / que no la quiere ignorante / El que racional la hizo” ; “Nunca de varón
ilustre / triunfo igual habernos visto; I y es que quiso Dios en ella / honrar el sexo femíneo” ( O. C.,
II: 432).
10 Por ejemplo, “claro honor de las mujeres,/ de los hombres docto ultraje, / que probáis que
no es el sexo / de la inteligencia parte” . Pero son versos demasiado evidentes en su mensaje, simila
res a los de otros poemas: dan la impresión de que Sor Juana no tuvo que esforzarse mucho para
expresar una reivindicación primordial.
En coincidencia con su retrato de las “mujeres sabias”, Sor Juana se refiere a
sí misma en algunos poemas. Uno de los más interesantes al respecto es el que le
sirve de contestación a un caballero del Perú, que le había escrito un poema (hoy
perdido) “diciéndole que se volviese hombre”, modo de ensalzar a la poetisa
acorde con una mentalidad masculina que consideraba inferior a la mujer. No
desaprovechó la ocasión Sor Juana y le respondió en tono jocoso, no exento oca
sionalmente de gravedad, que la inteligencia no entiende de sexos: “sólo sé que
aquí me vine / porque, si es que soy mujer, / ninguno lo verifique (...) / y sólo sé
que mi cuerpo (...) / es neutro, o abstracto, cuanto / sólo el alma deposite”
(O.C, 1:138).
b) En tono satírico se burla Sor Juana del comportamiento masculino res
pecto de la mujer. Las célebres redondillas “Hombres necios” censuran los tópi
cos misóginos mostrando el paradójico comportamiento del varón, cuya volubi
lidad resultaba poco acorde con la perspectiva razonadora con la que Sor Juana
observaba la vida. El tópico del honor masculino, supeditado al comportamiento
de la mujer (siempre hay un padre, un hermano o un esposo que deben velar
por la mujer) es tratado por Sor Juana en su comedia Los empeños de una casa en
clave humorística. Don Rodrigo teme que su honor ha sido mancillado, al pen
sar que su hija Leonor ha sido raptada por Don Pedro. El criado, Hernando, le
hace ver que dado que Don Pedro es joven y rico debe comportarse cuerdamen
te, y, en efecto, en vez de ejercer el código del honor, Don Rodrigo elige: “Bus
car a mi ofensor aprisa (...) / por convertirle de enemigo en hijo” (w . 737-38).
Sor Juana critica la simplicidad del comportamiento masculino, reiteradamente
expresado en tópicos misóginos como los expresados por Don Rodrigo: “¡Oh
mujeres! ¡Oh monstruoso veneno! / ¿Quién en vosotras fía, / si con igual locura
y osadía, / con la misma medida / se pierde la ignorante y la entendida ? “ ( w.
682-86). Por eso, en unas glosas, aconseja a la mujer que: “A ninguno tu beldad
/ entregues, que es sinrazón / que sirva tu perfección de triunfo a su vanidad”
(O.C.,I: 265), y, al mismo tiempo, en otro poema “avisa” al hombre que se con
sidera amante venturoso: “El loco orgullo refrena,/ porque pronto te hallarás /
burlado y conocerás / cuánto es necio un confiado” (O .C 1 : 265).
c) Sor Juana también tuvo que sortear un problema, derivado de su condi
ción de mujer, al escribir poesía amorosa. Era evidente que la tradición poética
amorosa no había previsto que las mujeres pudiesen ocupar un lugar reservado a
los hombres. Sor Juana se encontró, así, con el inicial problema de fijar el sujeto
del enunciado del poema.
Sor Juana escribió sus poemas amorosos en primera persona. No podía ser
de otra manera ya que desde la tradición del amor cortés, y desde Petrarca, el yo
poético se correspondía con el arquetipo del amante. Ai identificar el yo poético
con el autor Sor Juana seguía fielmente la tradición, pero, al mismo tiempo, in
troducía un elemento distorsionador, ya que se trataba de un “yo poético” feme
nino (lo que hace prácticamente siempre, ya que los poemas en que habla un va
rón se limitan a cuatro sonetos). Ese “yo poético” femenino era difícil de encajar
en una tradición que siempre había sido la del “yo” masculino. Sor Juana no
puede renunciar, por principios personales, a representar la voz femenina, pero
no acepta limitarse a desempeñar el pequeño papel que la tradición había asigna
do a la mujer en las relaciones amorosas. La mujer deja de ser en la poesía de Sor
Juana el elemento pasivo de la relación amorosa, recupera algo que el hombre le
había usurpado: la capacidad de expresar la variada gama de situaciones amoro
sas que la tradición ofrecía, desde un punto de vista femenino.
d) Finalizaré con unas breves consideraciones sobre E l sueño, poema en el
que se resumen los afanes intelectuales de Sor Juana. El alma, superada la con
tingencia de la diferenciación sexual, intenta comprender la realidad y aparente
mente fracasa. Sor Juana reconoce las limitaciones de las facultades intelectivas,
pero no por ello renuncia al único camino que el ser humano, ente individual,
tiene para comunicarse con el todo universal. La referencia que en el poema se
hace a Faetón no es ociosa (w . 781-826): Sor Juana otorga un nuevo simbolis
mo al gastado mito que reflejaba que la soberbia era castigada por Dios. La osa
día de Faetón es considerada “atrevimiento” y “ambición” que sirven de ejemplo
al alma para no ceder en su difícil camino intelectual. Si para el pensamiento tra
dicional Faetón simbolizaba el límite que no debía traspasarse, para Sor Juana es
la incitación a avanzar más allá de lo conocido. Libertad e inteligencia se dan la
mano. Mujer de su época, Sor Juana tal vez no se percató de comportamientos
sociales que hoy nos pueden parecer injustos, pero sí se rebeló contra algo que
afectaba directamanete a la dignidad de la mujer: intelectualmente era inadmisi
ble que se la postergara frente al varón.
BIBLIO GRAFIA
D IA L É C T IC A D E L O A L T O Y D E L O BA JO : E L SU E Ñ O *
Pero donde, a m i parecer, este ingenio grande se rem ontó aun sobre sí m ism o es en
el Sueño. Y creo que cualquiera que le leyere con atención lo juzgará así, porque el
estilo es el m ás heroico y el m ás propio del asunto, las traslaciones y las metáforas
son m uchas y son m uy elegantes y m uy propias; los conceptos son continuos y nada
vulgares sino siem pre elevados y espiritosos; las alusiones son recónditas y n o son
* Este textoforma parte del libro inédito intitulado Sor Juana Inés de la Cruz: Saberes y Placeres.
Asimismo, un fragmento, ahora corregido, aparecerá en Latín American Colonial Review, CUNY, NY).
Modernizo la ortografía, y, salvo aclaración en contrario, los subrayados son míos. Lista de abreviaturas
(las fichas completas están en las notas):
Ap: Aprobación del Padre Calleja a la primera edición de la Fama y obras póstumas.
OC: Obras completas, edición de Alfonso Méndez Planearte, México, FCE. R: Romance, todos
los romances se encuentran en OC, 1.1.
RF: Respuesta a Sor Filotea, OC, t. IV.
SJ: Sor Juana Inés de la Cruz.
Sueño: El (Primero) sueño. Ed. Méndez Planearte.
SV: Segundo Volumen de las Obras de S.J.
! Sor Juana Inés de la Cruz, Segundo Volumen de las Obras de Soror [...] monja profesa en el
monasterio del Señor San Jerónimo de la Ciudad de México, dedicado por su misma autora a D.
Juan de Oráe y Arbieto, Sevilla, Tomás López de Haro, 1692. Ed Facs, México, UNAM, 1995,
prólogo de Margo Glantz, apéndice de Gabriela Eguía-Lis.Citaré por esta edición.
2 En Sor Juana Inés de la Cruz, Obras Completas. 4 vol„ México, FCE, Biblioteca Americana
(edición de Alfonso Méndez Planearte, tomos I, II, y III; Tomo IV, edición de Alberto G. Salceda),
T. I Lírica personal, primera reimpresión, 1976.T. II, Villancicos y Letras Sacras, primera reimpre
sión, 1976.T. III, Autos y Loas. Primera edición, 1955. T. IV, Comedias, Sainetes y Prosa, primera
reimpresión, 1976. La RF se encuentra en el T. IV, pp. 440-475 y el texto citado en la p. 471.
confusas; las alegorías son misteriosas, con solidez y con verdad; las noticias son una
Amaltea de toda mejor erudición y están enunciadas con discreción grande, sin
pompa y sin afectación: en fin, es tal este Sueño que ha menester ingenio bien des
pierto quien hubiere de descifrarle, y me parece no desproporcionado argumento de
pluma docta el que con la luz de unos comentarios se vea ilustrado, para que todos
gocen los preciosísimos tesoros de que está rico.
Las tinieblas más oscuras con que quiso soror Juana Inés de la Cruz (ingenio bien
conocido) dar a conocer a todos la claridad de su ingenio (en un sueño que finge),
ya menos tenebrosas con la luz de algún comento, salen a escurecer el sentir afirma
tivo de algunos que dijeron quiso este ingenio entendido dar en qué entender con
versos ajenos de inteligencia.
El licenciado don Pedro Alvarez de Lugo Usodemar, autor de lo comentado en lo
más dificultoso, deja lo que menos comento necesita a quien con menos años y más
vista que la suya (revolver libros) quisiere ser el Teseo que continúe la entrada de es
te oscuro laberinto y continuado enigma (Para leer..., p. 158).
3 Andrés Sánchez Robayna, Para leer “Primero Sueño ” de Sor Juana Inés de la Cruz, México,
FCE, 1991.
4 Cf. introd. de Alfonso Méndez Planearte a las O C, pp. XVII a XX. Veamos por ejemplo las
palabras de Ignacio Ramírez, El Nigromante: “... mérito vulgar y medianía de tan pobre monja” , o
estas otras de Altamarino: “... nuestros tesoros son una pobreza, a igual altura se encuentran nues
tros casimires y Sor Juana” .
5 Alatorre, Antonio, “La Carta de Sor Juana al P. Núñez (1682)” , NRFH, Tomo XXXV,
Núm. 2, 1987, pp. 591-673.
textos más discutidos de Sor Juana, junto con su Carta Atenagórica, porque en
ambos textos tuvo la osadía de enfrentarse a dos gigantes: de las letras - el Gón-
gora de las Soledades en el Sueño —y de la teología —aparentemente al jesuíta por
tugués Vieyra, en realidad, al jesuita mexicano Núñez de M iranda6 con la Atená-
gorica. No intento aquí analizar el poema de manera exhaustiva, simplemente
trataré de insertarlo dentro de ciertas temáticas e imágenes recurrentes del con
junto de la obra de la monja mexicana.
Podría decirse sin riesgo que una de las constantes de la poesía de Sor Juana es
un incesante vaivén, un prodigioso y perpetuo acto de acrobacia, gracias al cual
puede alcanzar las esferas supralunares en el Sueño7 y, antes o después, en precipi
tada caída, arrodillarse ante los soberanos y besar sus pies, como lo exigen las re
glas de etiqueta. ¿No era un gran honor y un protocolo insoslayable asistir a los
reyes en la ceremonia de su vestimenta, ponerles los guantes o las medias en la
mañana, y, en la noche, ayudarlos a desvestirse antes de dormir, sacarles la camisa,
arrodillarse para que calzaran o descalzaran sus botas o sus chapines de terciope
lo 8? Posiciones corporales simbólicas, deducidas en algunos poemas de Sor Juana
por la elección del regalo, zapatos o andadores, y reiteradas cuando, irónica, em
plea cierto tipo de metro burlesco, el de pie forzado, o cuando al regalar un anda
dor lo llama pie de amiga. Estos actos de alpinismo o de acrobacia - o de simple
domesticidad - que la humillan, contrastan con la altura a la que se eleva por su
inteligencia y por sus poemas: ese ascenso, esa altura la hacen tocar reiteradamen
te en sus escritos otra parte del cuerpo, la cabeza. La dialéctica de lo alto y de lo
bajo - cabeza y pies - aparece en toda su obra y en el Sueño la pirámide, cuya
punta se pierde en el cielo, es la que ocupa el lugar de la cabeza; también el faro,
convertido en el mar, “cristalino portento” , en un alto asilo para los navegantes.
Los enormes desplazamientos de ese vertiginoso movimiento —de pronto se
está a los pies de alguien o, de repente, se vuela a las alturas —, propician el em
6 Cf. Elias Trabulse, prólogo a la ed. facs. de la Carta Atenagórica, 1690, México, Condumex,
1995, donde se da noticia de un nuevo documento sorjuanino: Carta que habiendo visto la Atena
górica que con tanto acierto dio a la estampa Sor Filotea de la Cruz del convento de la Santísima Tri
nidad de la Ciudad de Los Angeles, escribía Sor Serafina de Cristo en el Convento de N.P.S. Jerónimo
de México. En esta carta satírica, escrita en prosa y en verso, Sor Juana le plantea al Obispo varios
enigmas que, descifrados por Elias Trabulse, demuestran que la Carta Atenagórica fue escrita en
contra del jesuita Núñez de Miranda, ex confesor de la monja y su perseguidor acérrimo.
7 Para las citas de El sueño, utilizo la edición de Alfonso Méndez Planearte, México, UNAM,
1989.
8 Norbert Elias, La sociedad cortesana, México, FCE, 1982, pp. 107-158.
pleo de metáforas aéreas y de personajes fijados en la mitología por su capacidad
de vuelo, Faetón o Icaro, en esta silva, pero también en muchos otros de sus poe
mas. El vuelo que emprenden quienes quieren alcanzar la altura es metáfora y
alegoría del discurso religioso, ascético o místico, el deseo de alcanzar la interlo
cución con Dios.
En el Sueño, su obra más ambiciosa, la que, insisto, habría “de volar a más
altura” , las alternancias de altura y descenso son medulares, y el cuerpo de la
monja, ese cuerpo librado a las vicisitudes inconscientes de la vida vegetativa, se
separa de su alma, en realidad la cabeza, centro del pensamiento, para ascender a
las regiones supralunares y encontrar el conocimiento. De ese viaje y de ese poe
ma dice Calleja en su muy citada Aprobación9:
Otro papel, de que es fuerza no desentendemos, es el Sueño, obra de que dice ella mis
ma, que a sola contemplación suya escribió: En este Sueño se supone sabidas cuantas
materias en los libros de Anima se establecen, muchas de las que tratan los mitológicos,
los físicos, aun en cuanto médicos; las historias profanas y naturales, y otras no vulgares
erudiciones. El metro es de silva, suelta de tasar los consonantes a cierto número de
versos, como el que arbitró el príncipe numen de don Luis de Góngora en sus Soleda
des. a cuya imitación, sin duda, se animó en este Sueño la madre Juana, y si no tan su
blime, ninguno que la entienda bien, negará que vuelan ambos por una esfera misma. No
le disputemos alguna (sea mucha) ventaja a don Luis; pero es menester balancear tam
bién las materias, pues aunque la poetisa, cuanto es de su parte, las prescinde, hay unas
más que otras capaces de que en ellas vuele la pluma con desahogo: de esta calidad fue
ron cuantas tomó don Luis para componer sus Soledades, pero las más que para su Sue
ño la madre Juana Inés escogió, son materias por su naturaleza tan áridas que haberlas
hecho florecer tanto, arguye maravillosa fecundidad en el cultivo (p. [28-29]).
9 En SJ, Fama y obras postumas del Fénix de México, décima musa, poetisa americana, [...] reli
giosa profesa en el Convento de san Jerónimo de la Imperial Ciudad de México, Madrid, Manuel Ruiz
de Murga, 1700. Utilizo para mis citas la ed. facs. reciente: México, UNAM, 1995, prólogo de An
tonio Alatorre, apéndice de Gabriela Lis-Eguía. Como en el caso del SV, las páginas dedicadas a
censuras y panegíricos no están numeradas en el original, pero en la ed. facs. se ha optado por una
numeración progresiva entre corchetes.
más excelsa, la que vuela más alto por la esfera de la poesía de su tiempo. Sor
Juana sostiene perfectamente la comparación, gracias a esas “ materias por su na
turaleza tan áridas que haberlas hecho florecer tanto, arguye maravillosa fecundidad
en el cultivo ’ . Y la comparación resulta cierta, porque al poner en la balanza los
diferentes temas que manejaron ambos poetas, “las materias” que fundamentan
el Sueño sólo podrían dar como resultado una aridez; fecundada, en cambio, por
un talento excepcional, esa estéril temática se resuelve poéticamente como signo
de una maravillosa fertilidad:
¿Qué cosa más ajena de poderse decir con airoso numen poético que los principios,
medios y fines con que se cuece en el estómago el manjar hasta hacerse substancia
del alimentado ? Lo que pasa en las especies sensibles desde el sentido externo al co
mún, al entendimiento agente, a ser intelección? Y otras cosas de esta ralea, con tan
mustio fondo, que causa admiración justísima haber sobre ella labrado nuestra poe
tisa primores de tan valiente garbo. Si el espíritu de don Luis es tan alabado, con
tanta razón, de que a dos asuntos tan poco extendidos de sucesos, los adornase con
tan copiosa elegancia de perífrasis y fantasías... (Ap. [29]).
La madre Juana Inés no tuvo en este escrito más campo que éste: Siendo de noche me
dormí; soñé que de una vez quería comprehender todas las cosas de que el universo se
10 Cf. Antonio Alatorre quien dice en su ensayo “Lectura del Primero Sueño ”, en Sara Poot,
Diversa de mí..., op. cit.: “Así como la concepción de Los empeños de una casay de El Divino Narci
so fue la calderoniana, puesto que Sor Juana quería competir con el gran Calderón en su territorio
mismo, así el lenguaje del Sueño tenía que ser precisamente el gongorino, puesto que ahora la com
petencia era con Góngora” , p. 111.
compone: no pude, ni aun divisas por sus categorías, ni a un solo individuo. Desenga
ñada, amaneció y desperté. A este angostísimo cauce redujo grande golfo de erudi
ciones, de sutilezas y de elegancias, con que hubo por fuerza de salir profundo, y
por consecuencia, difícil de entender de los que pasan la hondura por obscuridad;
pero los que saben los puntos de las facultades, historias, fábulas que toca y entien
den en sus traslaciones los términos alegorizado y alegorizante con el que resulta del
careo de ambos, están bien ciertos que no escribió nuestra poetisa otro papel que
con claridad semejante nos dejase ver la grandeza de tan sutil espíritu ( Sub. orig.,
Ap. [29-30]).
11 Carlos de Sigiienza y Góngora, Parayso occidental, plantado y cultivado por la liberal benéfica
mano de los muy católicos y poderosos Reyes de España, nuestros Señores, en su magnífico Convento de
Jesús María de México, México, Juan de Ribera, 1684, ed. facs, Intr. Manuel Ramos, Prol. Margo
Glantz, México, UNAM-Condumex, 1995, p. 147a.
Me limitaré aquí a esbozar en parte el camino emprendido por Sor Juana en
busca del conocimiento, mediante ascensos y descensos, un mester de cirquería y
quizá hasta una teratología, la que se implica en el juego de las metamorfosis que
Sor Juana toma prestadas de Ovidio.
Conocemos bien el camino que recorre Sor Juana en el Sueño: se inicia con
una sombra “funesta ” de forma piramidal, nacida de la tierra, alzando hacia el
cielo la altiva punta de sus vanos obeliscos. Esa sombra “fugitiva es ominosa, si
se toman al pie de la letra los adjetivos “ tenebrosd’ y “pavorosa , usados por la
monja. Inicia una actividad nocturna, que en otras ocasiones ha sido placentera,
como bien puede verse en varios de los romances de la monja y especialmente en
aquel donde aclara: “Nocturna, más no funesta,/ de noche mi pluma escribe...”
(R. 15, p. 45). Y en el contexto de ese espacio nocturno recorrido por el alma
para subir a las alturas, en un intento semejante en su ascenso al de los místicos,
la sombra sólo consiente las voces sumisas de seres que vuelan de manera extra
ña. Primero, la lechuza, llamada Nictimene antes de su transformación; su vuelo
es tardo, avergonzado, sacrilego - utilizo de nuevo los adjetivos con que la califi
ca Sor Juana. Nictimene, joven incestuosa que infamó el lecho de su padre y
ahora, en el poema, extingue el aceite sagrado de Minerva. Veamos cómo explica
este pasaje el poeta canario Pedro Alvárez de Lugo y Usodemar, en su comenta
rio del poema de Sor Juana:
La lechuza, ave nocturna, a quien llaman los vulgares coruja, y nuestra poetisa Nicti
mene, aguarda a que el sol apague con las noche sus luces; para apagarlas ella a los
sacros faroles de los templos, a las lámparas se arroja para gotar su aceite.
Es tan pesado el vuelo de la lechuza como es pesado y molesto a los oídos su canto...
(Para leer..., pp. 72-73).
Los murciélagos, seres indignos, despreciables, cuyas alas son pardas membra
nas, sin plumas, y, no obstante su rápido vuelo, hidrópicas. Lugo Usodemar aclara:
En este par de versos: segunda forman niebla (/ ser vistas aun temiendo en la tinie-
bla...”)> no tan de par en par está el acumen que lo penetre al vuelo quien pasare por
ellos con aquella ligereza que vuelan estas aves de que nuestra poetisa habla en ellos.
A mi ver, no menos escondido está el concepto de lo que se esconden de la luz los murcié
lagos (Para leer... p. 79).
... las aves más funestas (como son el búho, el autillo, la parda y la lechuza) viéndose
favorecidas de plumas en sus alas y desfavorecidas del murciélago infame (a quien se
las quitaron por tránsfuga las aves) se burlan de él con odio cuando le encuentran de
noche. Mas que vulgar Esopo es el caso de que no lo hicieran de esta ave las otras
cuando la desplumaron, condenándola el águila a perpetuas tinieblas de la noche,
por haberse aplicado al bando de las bestias en la guerra que tuvieron las bestias y las
aves (Para leer..., p. 83).
Maestra de capilla, Soror Juana observó en la capilla del búho y los murciélagos
puntualmente ejecutadas estas cantables figuras de máximas y longas, no pausando
en observar curiosamente las pausas, incantables figuras. Finalmente, muy despierta
durmiendo les entendió la música a las nocturnas aves (Para leer..., p. 87).
La infame turba de aves invita al sueño y al silencio. Esa capilla de voces, di
rigida por la monja - maestra de capilla, y ella misma autora de un tratado musi
cal, hoy perdido, E l caracol —cesa para dar paso al silencio, otro de los temas
fundamentales en la obra de sor Juana. El silencio es simbolizado por la presen
cia de un Dios mudo, Harpócrates..., “uno y otro sellando labio oscuro/ con in
dicante dedo,/ Harpócrates, la noche silencioso,/ a cuyo, aunque no duro,/ si
bien imperioso/ precepto, todos fueron obedientes —.” {Sueño, p. 6).
El silencio de Harpócrates es un preludio a la aparición de otros animales,
que si bien no se arrastran, se deslizan por las aguas: los peces, cuyo reino preside
la engañosa encantadora Almone. Esta Almone, cuya presencia fue negada du
rante muchos años por los intérpretes modernos de la obra de Sor Juana u, in
cluyendo a Méndez Planearte, el editor magnífico de sus obras. Almone es auto
ra de otras metamorfosis, la de los amantes, transformados en peces, seres cuya
monstruosidad es recalcada en este tratado de teratología que es la primera parte
del Primero Sueño. Los peces, ahora dormidos, son reiteradamente silenciosos,
“en los lechos lamosos/ de sus obscuros senos cavernoso,/mudos eran dos ve
ces...” . “Son los peces por su naturaleza mudos, explica de Lugo Usodemar, por
carecer de pulmones, de arterias y de garguero... (Para leer..., p. 95)” .
Y Almone quien no aparece en Ovidio con ese nombre, sino con el de Nais,
por lo cual fue transformada en Alcione por los críticos de la obra de la monja,
en esta misteriosa cadena de metamorfosis sorjuaninas 13, Almone en un anóni
mo encontrado por Lugo Usodemar, es mencionada por Alcitoe, una de las Mi-
neidas convertida en murciélago por ofender a Baco. Alvarez de Lugo parece ha
ber encontrado la explicación de esta figura utilizada de manera emblemática por
Sor Juana:
Almone... la cual estaba en un corsario puerto a la costa de la mar, burlando y engañan
do a cuantos por allí pasaban, a los cuales, después de gozado de sus personas con astucias
y mañas, robándoles sus haciendas (como hoy día otros muchos hacen con sus encantos y
yerbas) los convirtió en peces, aunque de ésto llevó su pago, que uno vino allí donde ella
estaba; el cual, pareciéndole muy bien, le tuvo por amigo; y después supo tanto del arte
que supo robar él sólo lo que ella había tomado a muchos y la convirtió también en pez,
como ella había hecho a otros (Para leer, p. 95-96, sub. orig).
Como decíamos, en el Sueño vuelan muchos seres, desde los torpes e híbri
dos murciélagos —cuyas alas son pálidas membranas - hasta las águilas; y en lu
gar aparte, el Aguila de Patmos, emblema del evangelista cuyo símbolo es tam
bién aéreo, Juan quien,
Al referirse a la visión habida por San Juan en Patmos, Sor Juana reitera la
tradicional imagen que hace del hombre una construcción polarizada: la cabeza,
“la rica altiva frente” , cuyos deseos de ascención se frustran al encontrar en el
propio cuerpo el mayor impedimento, el “flaco fundamento” , los pies de barro.
Este compuesto escindido en dos extremos, ángel por lo alado, bruto por su con
dición terrestre, está sin remisión ligado al suelo: “compendio que absoluto/pare
ce al ángel, a la planta, al bruto” . Tragedia expresada en singular y prodigiosa fi
gura, un oxímoron, es decir una flagrante contradicción: “cuya altiva bajeza,/to
da participó Naturaleza” .
En este vuelo del alma se anulan las argucias de la cortesanía, pero continúa
vigente la tradicional polarización entre la cabeza y los pies, la verticalidad oscila,
a la manera de una ley de gravedad obstaculizando el ascenso definitivo. Ya se
trate del libre vuelo intelectual, de la movilización del alma por los espacios side
rales, como puede verse en el Sueño, o de las estrictas relaciones con la cortesanía,
ambas se expresan mediante metáforas corporales que remiten a situaciones espe
cíficas de tipo político. Lo reitero: los protocolos de la cortesanía obligan a Sor
Juana a acudir a ciertas fórmulas para simbolizar las relaciones ceremoniales, pri
vilegiando a los pies, figura de la sumisión: ponerse - arrodillarse, echarse - a las
plantas del señor y besar sus manos. Cuando se trata de definir el mundo del co
nocimiento o el de lo sagrado, cuando “se vuela dentro de la esfera” superior del
intelecto, es necesario entonces ascender, escalar el espacio corporal y llegar a la
cabeza, en donde se alojan el pensamiento y la imaginativa, como bien lo sabe
mos y como lo reitera la propia Sor Juana en su obra magna:
Los simulacros (o imágenes que nos recuerdan a las cosas) han sido percibi
do por la “estimativa” (o sentido común) “para que luego la fantasía se aprove
che de ese arsenal de figuras, sin ayuda de las cuales no podrían verificarse la cla
se de indagaciones que llamamos reminiscencias14” . El complejo mecanismo del
pensar, recordar, imaginar se actúa en el cerebro, la parte más noble del cuerpo.
Y es justamente a través de él, de ese órgano privilegiado donde radica el saber,
de ese órgano que gobierna al cuerpo, lo enaltece, símbolo de lo alto, de lo divi
no, de lo asexuado, que Sor Juana intentará elevarse y adueñarse de un espacio
propio, cercenado del mundo de la cortesanía, cuyo emblema es lo bajo -los pies-
o de ese mundo intermedio, en donde seres limítrofes se arrastran o se deslizan
14 José Pascual Buxó, Sor Juana Inés de la Cruz en el conocimiento de su sueño. Discurso de in
greso a la Academia de la Lengua, México, UNAM, 1984, p. 54.
sin poder alzar el vuelo, para reinar libre y soberana, despojada de su cuerpo,
cuando, durante las altas horas de la noche, deja volar su imaginación, cuyo cen
tro de operaciones está en la cabeza. Pero de la misma manera en que el alma
deslumbrada, “suspensa” en las alturas, descubre su osadía (“el osado presupues
to”) y “revoca” su “intención” , cuando advierte su incapacidad para comprehen-
der la prodigiosa máquina del mundo, Sor Juana descubre “asombrada” la falla
en su cabeza —ese lugar de la corporeidad que parece liberarla de las trabas im
puestas por el mundo —una falla, semejante por sus consecuencias al talón de
Aquiles. Así lo explicará en la Respuesta a Sor Filotea, y así lo reiterará después
Calleja en la Aprobación:
El águila, reina de las aves, cuerpo íntegro, dotado tanto de pies como de ca
beza, las dos extremidades: el águila, repito, símbolo de la monarquía; sobre sus
pies descansa la majestad cuando mantiene vigilante su control sobre los asuntos
del estado, “a un solo pie librada fía el peso/ y en otro guarda el cálculo peque
ño” ; de ese ideal y frágil equilibrio depende la tranquilidad del reino, el sentido
intrínseco de su carácter rectoral (“¡Oh de la majestad pensión gravosa/, que aun
el menor descuido no perdona! ”), el imposible descanso, la perpetua vigilia.
toridades es “la correa con que se guarnecen y aseguran los pies de los halcones y otras aves, que
sirven en la cetrería”, y en plural “por semejanza los grillos con que aprisionan a los reos” .
lo si escuchamos las palabras de la ilustre jerónima, en las frases formuladas como
respuesta al obispo de Santa Cruz, para defenderse contra sus acusaciones:
Suelen en la eminencia de los templos colocarse por adorno unas figuras de los Vien
tos y de la Fama, y por defenderlas de las aves, las llenan todas de púas; defensa pare
ce y no es sino propiedad forzosa: no puede estar sin púas que la puncen quien está en
lo alto. Allí está la ojeriza del aire; allí está el rigor de los elementos; allí despican la
cólera los rayos; allí es el blanco de piedras y flechas. ¡Oh infeliz altura, expuesta a
tantos riesgos! ¡Oh signo que te ponen por blanco de la envidia y por objeto de la
contradicción! Cualquiera eminencia, ya sea de dignidad, ya de nobleza, ya de rique
za, ya de hermosura, ya de ciencia, padece esta pensión; pero la que con más rigor la
experimenta es la del entendimiento (RF. p. 454).
Pues por la —en mí dos veces infeliz - habilidad de hacer versos, aunque fuesen sa
grados, ¿qué pesadumbres no me han dado o cuáles no me han dejado de dar? Cier
to, señora mía, que algunas veces me pongo a considerar que el que se señala —o le señala
Dios, que es quien solo lopuede hacer —es recibido como enemigo común, porque parece
a algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen o que hace estanque de las ad
miraciones a que aspiraban, y así le persiguen (RF., p. 453).
después que vio la hermosura de Cristo quedó libre de poderse inclinar a criatura al
guna, porque ninguna cosa veía que no fuese fealdad, comparada con aquella her
mosura... ¿Qué haría, qué movería y que no haría y qué no movería aquella incom
prensible beldad, por cuyo hermoso rostro, como por un terso cristal, se estaban
transparentando los rayos de la Divinidad? (RF, p. 454).
Talento y belleza son, pues, inseparables, dan lustre, marcan, atraen la perse
cución. ¿Y ante todo, no es Juana Inés bella e inteligente ? El acoso se organiza
como un juego de tiro al blanco, cuyo objetivo es abatir a quien vuela, a quien
está en lo alto. El símbolo se refina, juega con las analogías: el águila, emblema
de la majestad, cuya cabeza “denota” la corona, es una representación de majes
tad previa a la de Cristo, también coronado por una lauréola “obsidional, de ob-
sidio que quiere decir cerco (RF, p. 456)” , explica Sor Juana, y ese remate com
pleta el esquema de perfección. La cabeza coronada atrae el hostigamiento:
¿Adonde ha quedado la Juana Inés cortesana, humillada a los pies del sobera
no ? Ha ascendido, está ahora en las alturas, como ella misma lo reclama, adhi
riéndose a la sentencia de Gracián, él mismo un perseguido, “las ventajas en el
entendimiento lo son en el ser . Sor Juana ha subido el escalón más alto, ha sobre
pasado a la majestad, y aunque pueda parecer sacrilego, su inteligencia, su sabi
duría la enaltece, casi la diviniza, pero la corona que toca su cabeza es de púas,
semejante en su materia a la corona de Cristo hecha no de oro ni de plata, sino
de “la misma grama o yerba que cría el campo” . Es como el redentor, “... quien
estrenó la corona, porque santificada en sus sienes, se quite el horror a los otros
sabios y entiendan que no han de aspirar a otro honor (RF, p. 456)” . En franca
imitación de Cristo, deber sagrado de cualquier cristiano, la madre Juana Inés ha
ascendido hasta alcanzar ese gran honor, el de sufrir persecuciones por ostentar
en su cabeza la corona de la inteligencia. ¿No había iniciado su aprendizaje de la
sabiduría cortándose los cabellos?: “¡Oh infeliz altura, expuesta a tantos riesgos! ” .
J u a n a M a r t ín e z G ó m e z
Universidad Complutense - M adrid
1 Sor Juana Inés de la Cruz: Obras Completas. Tomo II. Edición, prólogo y notas de Alfonso
Méndez Planearte. FCE. México, 1952. Todas las citas de la obra de Sor Juana se harán por esta
edición, mencionando el número de la página correspondiente.
3 Ezquiel A. Chávez, Sor Juana Inés de la Cruz. Ensayo de psicología. Ed. Porrúa. México, 1970.
Los juegos de villancicos de sor Juana se organizan en tres partes llamadas
nocturnos, que a su vez se componen, por lo general, de otras tres partes, de mo
do que cada juego aparece dividido en ocho o nueve villancicos. Suele ser el últi
mo el que da entrada a los componentes de la «plebe humana» y se llama «ensa
lada» o «ensaladilla» por la gran variedad de ingredientes que la componen: va
riedad de lenguas, de personajes, de estrofas etc.
Estas «ensaladas», que son lo que aquí nos interesa, se habían extendido en
gran medida desde sus orígenes, algo remotos para Sor Juana ya que las primeras
conocidas se habían publicado casi un siglo antes que las suyas. José Antonio Ma
yoral conjetura que el género, « sinónimo de peculiares “acrobacias” del hacer po
ético», debía gozar de una gran popularidad por «la frecuencia con que aparece al
frente de ciertas composiciones recogidas en toda suerte de Cancioneros, Roman
ceros, Flores, Florestas, Vergeles, Silvas o Selvas, Ramilletes, Primaveras...» 3. Y
además porque el término actuaba como una especie de «denominador común»,
como una forma de «sobredenominación», que se aplicaba a ciertas composicio
nes consideradas como propias de la tradición popular, aunque fuesen géneros
cultivados con bastante frecuencia por poetas denominados cultos.
La ensalada, arraigada, pues, como género de la tradición popular pero no
desdeñada en absoluto por los poetas cultos, permite a Sor Juana dar entrada a
un gran número de personajes cotidianos de la índole más diversa: por su proce
dencia, cultura y lengua, junto a los indígenas se encuentran los africanos, y de la
península podemos hallar algún vizcaíno, gallego y portugués; los mestizos y los
criollos aparecen en función de algún oficio: monaguillos, sacristanes y seises de
la Capilla, bachilleres y poetas, cocineras y vendedores de minucias.
Quizás la mayor innovación de Sor Juana en este repertorio, reside en la in
clusión de los indios y la utilización de la lengua nahuatl para algunos de sus vi
llancicos. Mientras que Octavio Paz 4 piensa que «probablemente sor Juana con
tó con la ayuda de alguien que conocía bien el nahuatl», Georges Baudot, al con
trario, afirma que Sor Juana lo conocía bien. Y lo que a él le sorprende es que
siendo el nahuatl « el idioma de su infancia que, por otra parte, era también el de
la calle en la capital virreinal de entonces», toda su obra en esa lengua se reduzca
a dos tocotines que se publicaron en 1676 y 1677. Baudot valora, en el primer
tocotín, escrito exclusivamente en la lengua de los aztecas, « la excelsa calidad del
idioma nahuatl..., que en verdad toma obvias raíces en un conocimiento íntimo
y familiar de la lengua de Nezahualcoyotl» 5.
Jiménez: Estudio defolklore y literatura dedicados a Mercedes Díaz Roig. El Colegio de México. Mé
xico, 1992.
Yo natas buenas bien como, —Nescio quid nunc mihi dicis,
que no he visto buenos natos. nec quid vis dicere capio.
—Omnibusfuit Salvatori —Necio será él y su alma,
istaperfectior Imago. que yo soy un hombre honrado, (p. 41)
Otra de las lenguas que utiliza sor Juana es el portugués, o el español aportu
guesado, por boca de un personaje que, ajustándose a la bien ganada fama de los
portugueses, es navegante en un villancico dedicado a San Pedro, el Apóstol de
la barca. También están representados los campesinos en la persona de un vizcaí
no que habla mezclando el castellano con el euskera, que ella reclama como la
lengua de sus ántepasados:
Hacia fines del siglo XVII, cunde la gustosa primavera de villancicos, de lo mejor en
el tipo religioso-popular, lo más cantarín, lo más animado, en ambiente de verbena
con farolitos y cadenas de papel de China s.
Pero antes de acatar esta idea sería necesario conocer todas las características
del entorno: saber para cuándo y dónde se compusieron y quiénes participaron
realmente.
6 Alfonso Reys: «Teatro misionero». En Letras de la Nueva España, FCE, Col. Tierra Firme.
México, 1948.
En primer lugar hay que recordar que se escribieron para distintas festividades
religiosas porque a partir de 1630 los villancicos habían dejado de ser exclusiva
mente - como en su origen —una composición escrita para conmemorar la Navi
dad de los pastores de Belén. A partir de esa fecha se denominó villancicos a las
composiciones de los maitines en las fiestas religiosas. Los maitines son las primeras
y más extensas de las horas canónicas antiguamente llamadas «vigilias nocturnas».
El rito se iniciaba con una introducción a la que seguían unas partes llamadas
«nocturnos» porque se celebraban por la noche. Según su categoría, las fiestas
constan de uno o tres nocturnos compuestos de tres salmos cada uno. Las fiestas de
primera y segunda clase se dilatan en tres nocturnos, y sor Juana sólo compuso para
fiestas de primera categoría: de ahí la división de sus villancicos en tres partes, fór
mula que llegó a imponerse en México a partir de la segunda mitad del siglo XVII.
Ahora bien sor Juana compuso sus villancicos con una finalidad clara y mani
fiesta: la de ser cantados en la catedral, tal y como reza en casi todos los encabeza
mientos de las portadas donde se registra la finalidad del canto como un hecho
consumado, ya que en todos se dice «villancicos que se cantaron» no «que se can
tarán». Es el primer dato que se ofrece y el que aparece destacado en letras de ma
yor tamaño; después se consigna el lugar, es decir en qué catedral se cantaron, des
pués el motivo del villancico y, en último término, el año en que se compusieron.
Entonces, como piezas que se escribieron para ser cantadas, en la mayoría de
los villancicos se aclara al pie de la página esta condición mediante una fórmula
que dice así: «compuestos en metro músico por» y a continuación el nombre del
compositor correspondiente de la catedral a la que fuesen dedicados. Se sabe que
la impresión era un factor secundario (ya se ha visto cómo en el encabezamiento
su mención o no aparece o aparece en último lugar). Se editaban en folletos sin
mayor rango literario y muchos de ellos incluso sin el nombre de su autor; de
ahí la necesidad de que algunos villancicos se le atribuyeran a sor Juana sin la
certeza que le otorga una firma.
Si todo juego de villancicos se compone en función de la música y el canto,
cada una de sus partes requerirá una modalidad musical que ejecute ritmos y me
lodías diferentes. Las «ensaladas», las que dan cabida a la plebe humana, también
debieron estar vinculadas a la música desde sus comienzos, como puede despren
derse de la primera definición del género donde ya se hace especial mención a su
vertiente musical. Es Juan Diez de Rengifo quien en su Arte Poética de 1592 dice:
Ensalada es una composición de coplas redondillas, entre las cuales se mezclan todas
las diferencias de metros, no solo españoles, pero de otras lenguas, sin orden de unos
a otros, al albedrío del poeta; y según la variedad de las letras, se va mudando la mú
sica; y por eso se llama Ensalada, por la mezcla de metros y sonadas que lleva 7.
7 Juan Diez de Rengifo: Arte Poética. Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y
Ciencia. Madrid, 1977.
Pocos años después, Luis Alonso de Carballo en su Cisne de Apolo (1602) des
taca de la ensalada su variedad de « lenguas, consonancias, coplas y versos, sin guar
dar orden en la compostura» 8. Y poco antes de que Sor Juana escribiera sus ensala
das, Covarrubias dice «y porque en la ensalada echan muchas yerbas diferentes...,
llamaron ensaladas un género de canciones que tienen diversos metros, (...). Estas
componen los maestros de capilla para celebrar las fiestas de la Natividad» 9.
En México, como en España, el maestro de capilla era la máxima autoridad
musical de la catedral y el acceso a ese puesto se obtenía tras un arduo concurso.
La relación de la Iglesia colonial con la música es muy importante, tanto por su
primera labor educativa como por la posterior tarea creativa que ya había co
menzado en época de sor Juana. Y, desde luego, la música y el canto cumplían la
función de dar mayor solemnidad a los actos religiosos. Las catedrales habían lle
gado a tal grado de maestría que preparaban músicos profesionales, hijos de es
pañoles o mestizos que recibían una espléndida educación musical del maestro
de Capilla y sus ayudantes. Sor Juana debía mantener una estrecha relación con
los rigurosos maestros de capilla de las catedrales de México, Puebla y Oaxaca ya
que sus villancicos se compusieron para cantar y solemnizar distintas festividades
religiosas de primera clase, como ya hemos dicho, y ellos debían velar por la cate
goría y la calidad musical de los actos más importantes de su catedral. El modelo
de todas ellas es la catedral de Sevilla, que había recibido en 1547 del Papa Pablo
IV una bula privilegiando los ritos en el campo de la polifonía vocal. La prepon
derancia de la música de la escuela sevillana formó parte inevitablemente del re
pertorio exportado a México, pero poco a poco los fondos musicales de sus cate
drales se fueron abasteciendo con composiciones propias y originales.
Es muy probable que la misma sor Juana compusiera la música para algunos
de sus villancicos, pues había demostrado tener conocimiento suficiente de músi
ca como para hacerlo, pero no nos queda constancia de ello. Se sabe por ella mis
ma, según le cuenta a la condesa de Paredes, que escribió un tratado de música,
hoy perdido, que llevaba por título Caracol. Es Clara Campoamor, a través del
padre Calleja, quien asegura que sor Juana estudió música ya dentro del claustro
« para complacer a la comunidad » y que fue ella misma la que compuso la músi
ca de varios de sus villancicos 10.
Pero la música de la mayoría de los villancicos tiene autor conocido y fue
compuesta por importantes maestros de capilla de las catedrales para las que se
escribieron, porque precisamente ese « cargo implicaba la obligación de compo
8 Luis Alonso de Carballo: Cisne de Apolo. Edición de A. Porqueras Mayo. CSIC. Madrid,
1958.
5 Sebastián de Covarrubias: Tesoro de la lengua castellana o española. Turner. Madrid, 1977.
10 Clara Campoamor: Sor Juana Inés de la Cruz. Emecé editores, Col. Buen Aire. Buenos Ai
res, 1944.
ner música dedicada expresamente para ser ejecutada en los actos litúrgicos y re
ligiosos» n. El primer compositor de sor Juana fue José de Loaysa y Agurto,
maestro de capilla de la catedral de México, que compuso al menos cinco juegos
para textos de sor Juana entre 1676 y 1685. En menor medida también colaboró
con ella más tarde el maestro Miguel Mateo Dallo y Landa de la catedral de Pue
bla. Pero el músico más cercano a sor Juana, primero en la catedral de Puebla y
después en la de México, fue el maestro Antonio de Salazar: sustituyó en 1688 a
Loaysa en la catedral de México y ocupó el maestrazgo de la capilla durante 27
años, en el transcurso de los cuales realizó la obra más extensa y variada de todos
los maestros de capilla de la época colonial mexicana. Con su intervención se lle
ga al período de máximo esplendor musical de la catedral de México ya que, en
tre otras muchas iniciativas, formó músicos organistas entre los jóvenes con ta
lento musical, incorporando tres de ellos a la catedral, y organizó un coro selec
cionando él mismo a los cantores.
Uno de los aspectos más importantes de la obra del maestro Salazar reside en
la composición de villancicos sobre textos poéticos entre los que se encuentran los
de sor Juana. Para su ejecución contaba con un impresionante despliegue de me
dios, de modo que podía llegar a emplear hasta 15 instrumentos, recurrir a tres
coros o armonizar once voces distintas, utilizando un lenguaje musical a tono con
los textos que los informaban y tratando de ajustarse a las teorías musicales impe
rantes en su época. Todo ello nos da una idea del calibre musical de los villancicos
de sor Juana ejecutados para incrementar la solemnidad de las fiestas religiosas ce
lebradas en el edificio de mayor rango social: la catedral. Pero tanto el lenguaje li
terario como el musical se popularizan en las ensaladas con lenguas y ritmos afines
al pueblo que escucha, con la finalidad de hacerse más comprensibles y captar me
jor su adhesión: Antonio de Salazar, abandonando los procedimientos tradiciona
les escolásticos de la música polifónica, y sor Juana Inés abogando por las lenguas
y jergas habladas en México en detrimento del latín, que no era entendido ya por
la mayoría. Al menos eso se deduce de lo que dice un personaje:
Bueno, está el Latín; mas yo
de la Ensalada, os prometo
que lo que es deste bocado,
lo que soy yo, ayuno quedo (p. 94).
11Jesús Estrada: Música y músicos de la época virreinal. México. Ed. S.E.T. y Diana, 1973.
por las fiestas la sociedad del barroco y que por muy religiosas que fueran algu
nas de ellas, no estaban exentas del espíritu festivo del siglo XVII, que, como in
dica Irving Leonard, se extendió especialmente por las ciudades y las poblaciones
grandes, con una finalidad muy concreta:
La severidad de las leyes y normas sociales estuvo mitigada y la ardua rutina inte
rrumpida por celebraciones públicas y días de fiestas tan numerosos que producían
largos paréntesis en el año natural. Festivales religiosos y cívicos, organizados con la
pompa, la ceremonia v el despliegue pródigo que la mente barroca tan fácilmente in
geniara, se multiplicaban en vano esfuerzo para satisfacer la demanda creciente de es
pectáculos, característica del siglo X V II!2.
Después del Concilio de Trento, el clero vuelve a tomar las riendas de las masas: la
fiesta participativa se hace cada vez más rara. El oficio religioso se transforma en un
espectáculo que llevan a cabo unos especialistas frente a un público que contempla
(...) Las procesiones que se realizan en el exterior se transformarán en desfile de no
tables que participan habiendo reservado previamente los sitios de honor. Los demás
les siguen. La manifestación religiosa barroca continúa en este estilo con una expresa
voluntad de mantener el papel pasivo del público por medio de una demostración
de poder destinada a causar “estupefacción” l4.
Dubois establece también una distinción entre la fiesta, más propia del Re
nacimiento, de carácter participativo, y el espectáculo, hacia el que aquélla evolu
ciona en el barroco, donde se produce una separación neta entre actores y espec
12 Irving Leonard: la época barroca en el México colonial. FCE., Col, popular. México, 1959.
13 Octavio Paz: op. cit.
14 Claude Gilbert-Dubois: El manierismo. Ediciones Península. Barcelona, 1980,
tadores. A esta modalidad barroca, José Antonio Maravall la denomina fiesta por
contemplación, a diferencia de la fiesta por participación «en la cual todo va dirigi
do a aquellos que en ella intervienen» para regocijo de todos. En la fiesta por con
templación el público no tiene un papel activo, sólo mira y se asombra desde su
sitio. Maravall confirma que «como él no forma parte del pequeño número de
quienes tienen a su cargo el cuidado del espectáculo, el pueblo no distinguido
acude en actitud de estricta pasividad» 15.
Todo el complejo sistema de relaciones que rodea la puesta en escena de los
villancicos, parece contravenir la idea inicial de la que partíamos, suscitada por el
aparente carácter participativo de los villancicos y, especialmente, de las ensala
das; contra lo dicho al principio, más bien resulta bastante difícil imaginarse al
pueblo cantando y desafinando los poemas de Sor Juana, cuando todo estaba,
como hemos visto, cuidadosamente organizado por manos de especialistas. La
polifonía y la poliglotía patentes en los villancicos, parecen no implicar necesa
riamente una participación activa de la pluralidad social presente en la catedral,
ya que cantaba un coro oculto y muy preparado musicalmente para actuar en los
momentos más solemnes del ritual religioso.
Lo que no se puede negar es que la puesta en escena de los villancicos consti
tuyera entonces un festival de masas, como proponíamos al principio, pero no
hay que olvidar que era un festival religioso y no popular aunque, durante las
fiestas religiosas, la catedral diera albergue a un todo social coherente y asentado,
que era la ciudad entera. Pero ese todo se juntaba en la catedral de forma bien
ordenada y diferenciada, desde la máxima autoridad hasta la plebe, cada uno en
su sitio jerárquicamente establecido. Era, pues, un festival religioso en el que to
dos los estamentos se juntaban para alabar a Dios y mirar hacia el cielo, pero sin
mezclarse, lo que servía para confirmar sus diferencias en la tierra y resultaba más
una reafirmación de la verticalidad social que un reclamo de la horizontalidad.
Lo que importaba era que Dios era el dios de todos y todos tenían que alabarle
porque lo que debía imperar era el espíritu cristiano. Los espectadores eran sobre
todo feligreses que acudían a un ritual religioso y esta condición de feligreses era
lo que los unía en alabanza a la divinidad.
Además, hay que señalar que los personajes de la plebe humana, protagonis
tas de las ensaladas, poco o nada transmiten de su vida cotidiana, de sus proble
mas individuales o colectivos. La supuesta vertiente social de los villancicos, cede
en favor de la preponderancia del factor religioso, que es lo que los reúne a todos
en la catedral. Indios, negros y las demás figuras de la plebe humana se proyec
tan, sobre todo, como fieles y devotos cristianos, aunque se haya querido ver en
15 José Antonio Maravall: «Teatro, fiesta e ideología en el Barroco», en José María Diez Bor-
que (comp.): Teatroy fiesta en el Barroco. Ediciones del Serbal. Barcelona, 1986.
los textos que los acogen un avance de la posterior literatura de compromiso po
lítico y protesta social.
El papel de los indios se asimila al de los negros, con la función de aligerar
ciertos momentos, ilustrando los villancicos con gracias, chistes y adivinanzas:
una función tópica dentro de la literatura española del siglo de oro. Si los indios
quieren insinuar en algún momento cierto viso de descontento, sus palabras en
nahuatl, una lengua ininteligible para otros que no fueran ellos mismos, llega
ban a perder todo su efecto reivindicador al no hallar ningún eco entre quienes
las escuchaban.
En el caso de los negros, su preocupación no se centraba tanto en buscar la
igualdad social con los hombres de distinto color, como en reivindicar su condi
ción humana. Su peculiaridad cromática y su condición de esclavos son las cons
tantes que les acompañan en los villancicos, donde sor Juana mantiene la con
cepción de lo negro asociado a lo feo y a lo impuro. Por eso un personaje alegó
rico los rechaza por su color:
Cuando los negros podían haber protestado por esta distinción sólo recla
man el color blanco de su alma devota. La pretensión de igualdad con los blan
cos deriva de su creencia religiosa pero nunca de una situación social diferente:
Sor Juana enfoca a sus personajes de la plebe humana, más que desde su pers
pectiva social, por su adhesión a la música y especialmente al canto. Lo importante
no es su buena o mala aptitud hacia tales artes sino su voluntad siempre predis
puesta hacia ellas porque, como dice uno de esos personajes, « el punto propio es
cantar». Todos son personajes-cantores para alabar a Dios, la Virgen y los santos. Y
de ellos, los cantantes por excelencia de la capilla son los seises: los únicos profesio
nales del canto en los ritos de la catedral que hacen verdaderas filigranas con sus
voces, indistintamente en castellano y en perfecto latín. El contraste entre éstos y
los sacristanes - sólo aficionados - permite a sor Juana hacer gala de su humor y de
sus juegos verbales, como en el villancico de San Pedro Apóstol en 1677:
Coplas
Temblando, después del Gallo, Yo soy todo un alfmiqui;
cantó un Sacristán cobarde, pues, Cielos, ¿qué es lo que medro
que un gallina no fue mucho con Gallo que espantó a Pedro ?
que con el Gallo cantase. Metuo timeo malurn mihi.
Mezcló Romance y Latín, ¿Sólo por un tiqui-miqui
por campar, a lo estudiante, me tengo que estar aquí?
en el mal Latín lo gallo, ¡Qui-qui-riquí!
lo gallina en buen Romance, Luego que Petrus negavit
Válgame el Sancta Sanctorum, este Gallo con su treta
porque mi temor corrija; le empezó a dar cantaleta:
válgame todo Nebrija, continuo Gallus cantavit.
con el Thesaurus Verborum: Si sic a Pedro, qui amavit
este sí es Gallo gallorum le fué, ¿qué será de mí?
que ahora cantar oí: - ¡Qui-qui-riquí! ( p. 59)
—¡Qui-qui-riquí!
Según Méndez Planearte, las ensaladas venían al final de los villancicos para
relajar a los presentes «en atención a la fatiga de los fieles» 16, y no cabe duda de
que la ausencia de complicados planteamientos teológicos o sociales, la sencillez
del lenguaje y de los personajes, así como el humor que preside muchas de sus
intervenciones, contribuían a ello. Además, este tipo de composición le permitía
a sor Juana entrar alegremente desde la teología a otros campos menos compro
metidos, como el de la gastronomía, por ejemplo, que le venía dado por la bise-
mia del término ensalada, tal la del villancico de la Asunción de 1690:
16 Alfonso Méndez Planearte; Prólogo a las Obras Completas de Sor Juana. Ed. cit.
17 Claude-Gilbert Dubois: op. cit.
Además de este lujo verbal, el espectáculo en el que se insertan los villancicos,
como toda fiesta pública barroca, era un medio de ostentación, una forma de des
lumbrar y captar la atención y la voluntad del público. La fiesta de los maitines,
que tanto cuidado presta a todos los recursos de su realización (la calidad de la
música y de la letra, la organización minuciosa, el mejor edificio de la ciudad co
mo escenario, etc) pretende, sin duda, asombrar y convencer a los feligreses. Ma
ravall, en uno de sus estudios sobre el barroco, dice a propósito de la fiesta:
Habría que contestar que el poder que propicia este espectáculo de los maiti
nes es muy grande porque procede de la unión de la autoridad religiosa y de la
autoridad civil. La catedral, que en principio fue la sede episcopal donde estaba
la silla del obispo, con el tiempo fue más que eso ya que el rey era el patrón de la
iglesia, y el virrey su vicepatrón, de donde resultaba un vínculo mucho más estre
cho entre el brazo secular y el brazo religioso. Además, la catedral se construyó a
costa de las rentas reales, y eso le creaba un estrecho lazo con el virrey, lo que la
llevó a convertirse en la expresión, no sólo de la estructura religiosa y urbana, si
no también del poder civil.
Si la gran razón del barroco, como afirman los investigadores de la época, es
la de despertar y mover los afectos, buscar la adhesión de las masas para impedir
que pudieran producirse actos desestabilizadores de la monarquía absoluta que
ostentaba el poder, habría que pensar que el despilfarro de medios de la fiesta re
ligiosa no sólo se debeía a razones estéticas, que ponen a prueba la retórica del
contraste y la exuberancia, ni tampoco sólo a motivos religiosos, que buscan los
más grandiosos medios para alabar a Dios, sino que también puede deberse a
motivos políticos, que tratan de mantener inalterable el virreinato, con muestras
de su enorme poder.
No cabe duda de que sor Juana formaba parte del grupo, «más informal pe
ro no menos eficaz» de artistas y escritores que apoyaba a la corte virreinal y con
tribuía con sus obras a la estabilización y permanencia de la misma porque, en
última instancia, ella colaboraba activamente, además de con otras actividades,
en ceremonias, como esta de los maitines, que aunque se generaban por un mo
tivo puramente religioso, terminaban adquiriendo una función social y, como
dice Paz, «en el sentido recto de la palabra, también política» 1S.
consideraba aborto del gongorismo; Arauco domado (1596) - e.g. la célebre escena del baño de
Caupolicán y Fresia en el canto V, octavas 25-41 - y el Vasauro (1635, editado en 1941) de Pedro
de O ña. •
3 Amado Ñervo, Juana de Asbaje, Madrid, Imprenta Hernández, 1910; en él la aproximación
biográfica incluirá una decidida defensa de su valía y originalidad.
4Dámaso Alonso, Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, Gredos, 1960; 548.
5 Oliverio Girondo, Membretes, Obras completas, Buenos Aires, Losada, 1968: 146.
6 Gerardo Diego, “Segundo sueño” , Boletín de la Real Academia Española, enero-abril, 1952:
49-53; Pedro Salinas, En busca deJuana de Asbaje (1940), Obras completas, vol. III, Madrid, Tau-
rus, 1983. Alfonso Reyes recuerda que Gerardo Diego escoge como gongoristas simbólicos en
América a Sor Juana, Domínguez Camargo y Rubén Darío ( Obras completas, México, FCE,
1958:235).
dad de Juana de Asbaje, esa individualidad que ella negó desde la humildad y
que Lezama defiende por su modernidad para vincularla con Muerte sin fin de
Gorostiza: “El sueño y la muerte, alcanzándose por ese conocimiento poético la
misma vivencia del conocimiento mágico” 7. Estas declaraciones enlazan, a su
vez, con la segunda concomitancia anotada: la presencia del tema moderno del
viaje inmóvil que vertebra la obra cumbre de los dos poetas mencionados: Muer
te sin fin y Primero Sueño. Ya en un romance dedicado al arzobispo de México
para pedirle el sacramento de la confirmación tras una enfermedad que le hace
ver el rostro de la muerte, Sor Juana recurre a ese motivo clásico del viaje espiri
tual - sueño de anábasis8 —al trasmundo, que ofrece paradigmas tan célebres co
mo el capítulo VI de la Eneida virgiliana, la Divina Comedia de Dante o, más
cerca, los Sueños de Quevedo. Sin embargo, la distancia del Sueño con sus ante
cedentes es radical, pues no se trata del diálogo de dos mundos sino de ese viaje
inmóvil de conocimiento que después consagra Mallarmé con Un golpe de dados-,
es el viaje del vidente, desde la inmanencia, que halla en la poesía hispánica a
partir de la vanguardia modelos tan notables como Altazor de Huidobro, Sobre
los ángeles de Alberti, Tentativa y Residencia de Neruda o la trilogía de los con
temporáneos - Muerte sin fin de Gorostiza, Nostalgia de la muerte de Villaurru-
tia, Sindbad el varado de Gilberto Owen - y otras muchas formulaciones que lle
gan a momentos recientes, como La mano desasida (1964) de Martín Adán o la
Anagnórisis (1967) de Tomás Segovia. En sus “Notas sobre poesía” define Go
rostiza este motivo como “la fuerza del espíritu humano que, inmóvil, crucifica
do en su profundo aislamiento, puede amasar tesoros de sabiduría y trazarse ca
minos de salvación. Uno de estos caminos es la poesía. Gracias a ella, podemos
crear sin hacer; permanecer en casa y, sin embargo, viajar” 9. La afinidad de estas
palabras con el Sueño habla por sí sola.
Pero no termina aquí la fecunda andadura de nuestra autora por la poesía ac
tual; además de su fuerte presencia en el modernismo y el vanguardismo con sus
derivaciones neotradicionalistas, las inquietudes cercanas a su verso se evidencian
en otras tres líneas nutridas por su presencia a partir de su inclusión de la margi-
nalidad: femenina, racial o social. El hecho de que en 1994 la poetisa cubana
Marilyn Bobes escriba un soneto que bajo el lema “Introducción a la manera de
Sor Juana” 10 fusiona los motivos del barroco con los de la feminidad es sintomá
7 José Lezama Lima, “La curiosidad barroca” , Obras completas, México, Aguilar, 1977, vol,
II: 316.
8 Véase Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Barcelona, Seix Barral,
1989 (1982, I a ed.): 471 yss.
9 José Gorostiza, “Notas sobre la poesía” , Poesía, México, Fondo de Cultura Económica,
1964: 11-12.
10 “Poesía Latinoamericana Actual” , Zurgai, junio, 1994: 68.
tico y se inscribe en una línea frecuentada; en los sesenta, otra cubana, Belkis
Cuza Male, le dedicaba el poema “Mujer brava que casó con Dios” , donde privi
legiaba 11 la vertiente biográfica de su rebeldía, y muchísimo antes las poetisas
Gabriela Mistral, Dulce María Loynaz o Sara de Ibáñez12 le dedicaban sendos es
tudios, en tanto que se intuye su presencia en los alegatos feministas de Alfonsi
na Storni, o la cercanía de las célebres redondillas - “Hombres necios que acu
sáis...” [92]13 - en sus versos “Tú me quieres blanca...” . Pero hay mucho más,
porque el mestizaje de los versos de Sor Juana, especialmente de los integrados
en su vertiente dramática o ese híbrido configurado por los villancicos, testimo
nia una dignificación de razas y clases marginales, con la inclusión del habla in
dígena y negra, lo que se ha visto justamente como precedente de la poesía afro-
antillana que tiene su epicentro en la vanguardia, con sus jitanjáforas, vitalismo y
humorismo, pero sobre todo el homenaje a esa etnia desde una perspectiva soli
daria dominada por la ternura y que en ningún caso frecuenta las actitudes bur
lescas que ocupan a otros poetas de la época14. Esa afinidad con lo musical es
muy significativa y tampoco acaba ahí, como prueba, ya en el final de este breve
viaje de reconocimiento, la “Milonga de Sor Juana” que el poeta argentino Da
niel Giribaldi le ofrenda en 196413, y donde actualiza el conceptualismo cancio
neril que ella tanto frecuenta. Las conclusiones de este itinerario conducen al in
terrogante inicial; el hecho de que un letargo —relativo - de siglos desemboque
en esta prodigiosa actualidad indica que Juana de Asbaje, al calor de su siglo, ar
ticula una poética que, sin renunciar a sus raíces, construye un espacio original
que establece su diferencia, lo que puede verse a partir de una triple reformula
ción: de los tópicos literarios, de los códigos escritúrales y de los modos de la
enunciación.
Ciertamente, los rasgos que habitualmente vertebran el sentir barroco pue
den reconocerse en una poesía que insiste en la imitación de la autoridad de los
modelos consagrados, las consabidas recreatto y aemulatio. Síntomas de época
son la crisis espiritual y el desequilibrio expresivo, la búsqueda del extrañamiento
y la maravilla, la polarización de los extremos que colisionan con violencia: lo
humano y lo divino, el sueño y la realidad, la ilusión y el desengaño, la vida y la
" León de la Hoz, La poesía de las dos orillas. Cuba (1959-1993), Madrid, Prodhufi, 1994: 125.
12 Gabriela Mistral, Semblanza de Sor Juana, México, Lecturas para Mujeres, 1924; Dulce
María Loynaz, Poetisas de América, La Habana, Academia Nacional de Artes y Letras, 1951; Sara
de Ibáñez , “Tránsito de sor Juana Inés de la Cruz” , Cuadernos Americanos, México, 1952, n .l.
13 Todas las citas de Sor Juana Inés de la Cruz corresponden a la edición de sus Obras comple
tas de Porrúa (México, 1992, 8a ed.), que reproduce el texto establecido por Alfonso Méndez
Planearte para el Fondo de Cultura Económica (1951-57).
14Son buenos ejemplos las composiciones 224, 232, 214, 258, 274. Cf. el escarnio de la raza
en la “Boda de negros” de Quevedo.
15Daniel Giribaldi, Bien debutey a la gurda, Buenos Aires, Torres Agüero, 1985.
muerte, lo aristocrático y lo vulgar. Imperan la anfibología y el fingimiento, y to
do se traduce en un juego con la muerte, un baile de máscaras que encubren la
verdad de la condición humana. La lírica personal de Juana de Asbaje se bifurca
en dos ámbitos esenciales, el cortesano y el intelectual - pues desarrolla los temas
sacros en los villancicos - y en ambos, pero muy especialmente en el primero, se
moverá en esa alteridad engañosa, explicada doblemente: por el concepto barro
co de la vida como representación y por el deseo expreso de no querer “ruidos”
con el Santo Oficio. De ahí la oblicuidad, la indirección semántica, y también la
escasa productividad de las disquisiciones sobre la verdad de su sentir íntimo. Es
pejos, reflejos o ecos pueblan la poesía de la época y muy especialmente la de Sor
Juana. Los retratos serán un motivo dilecto: son la apariencia, la escena engaña
dora, lenguaje cifrado, ya por los silogismos gongorinos, ya por la complejidad
del concepto. Son máscaras que esconden su arcano, y aquí juega un papel esen
cial la peculiaridad biográfica de una enamorada del saber que en su doble con
dición de mujer y de religiosa esconde unas inquietudes que su época condena.
De este modo, .«i la función del fingimiento barroco se desplaza entre los extre
mos de disfrazar las realidades o arrojar al lector al vacío del abismo, en nuestro
caso la apariencia de los espejos es llave del secreto, coraza o escudo que protege
la libertad de pensar o sentir. Por otra parte, la ficción permite a la fantasía libe
rada interpretar, en ese gran teatro del mundo, papeles negados por sus condicio
namientos vitales, el de amante o viuda, y los códigos tradicionales aportarán un
lenguaje, el del amor cortés o el planctus, para ofrecer esas fantasías que trasladan
vivencias ajenas asumidas por la imaginación creadora. En este sentido, sobresale
la maestría de un célebre soneto:
De este modo, se observa que el tema central del momento creador en que se
integra su obra, la muerte, se desenfoca y se desplaza, o simplemente se convierte
en parte de ese juego de ficciones que nutre toda su poesía regida por los códigos
del amor cortés, que compone un porcentaje muy elevado de su lírica personal y
que ha sido fruto de tantos comentarios precisamente, de nuevo, por su diferen
cia, a través de dos vías: la reescritura y la carnavalización.
El hecho de que una religiosa del siglo XVII dedique poemas de amor fer
viente a una mujer, sea Leonor Carreto, Marquesa de Mancera, o sea María Lui
sa Manrique de Lara, Condesa de Paredes, Marquesa de la Laguna y también vi
rreina -respectivamente Laura y Lysi en sus versos- ha sorprendido a no pocos y
ha hecho verter ríos de tinta. Sin embargo, con independencia del verdadero sen
tir de nuestra autora, lo cierto es que se limita a adoptar los códigos del amor
cortés, de extensa y fructífera andadura desde las propuestas de Catulo o Proper-
cio, a través de los modos provenzales, stilnovisti y petrarquescos, hasta su prolífi-
ca y retorizada proyección en las postrimerías del medievo y en los siglos de oro.
Si el lenguaje del erotismo desde el bíblico Cantar de los Cantares aporta códigos
posibles a la escritura de San Juan de la Cruz, y si el mundo de los mitos greco la
tinos o los motivos caballerescos devienen corpus de símbolos y signos que cifran
un pensamiento que se lee como ortodoxo - y puede aquí recordarse que en sus
poemas sacros Sor Juana presenta a la Virgen María con códigos caballerescos o
míticos que la vinculan a los valores de las diosas grecolatinas- , entonces no ha
de sorprender el apasionado erotismo de su poesía cortesana, que, por demás, tal
vez debería ser mayor objeto de atención que la mera anécdota curiosa subyacen
te, ya que no deja de ser novedosa su configuración.
En los códigos del amor cortés, el modelo feudal convierte al amante en va
sallo de su dama, a la vez señora y diosa, de modo que ese sentimiento se trans
muta en nueva religión, mester de gineolatría en los términos de Pedro Salinas1S.
18 Véase Pedro Salinas, Jorge Manrique o tradición y originalidad, Barcelona, Seix Barral, 1974.
La pasión del amante halla su goce en el sacrificio y no en la posesión del objeto
amado, y de ahí su tono quejumbroso y la cristalización formal: un conceptualis
mo muy característico que se manifiesta en retruécanos, oxímoros e imágenes
antitéticas fundamentados en arquetipos. La dama es modelo de donna angelica-
ta, y la pureza es el signo de esa relación atormentada, excusa para el juego poéti
co. El culto mañano y el ovidiano Ars amandi tan difundido en la Edad Media
se unifican en esa nueva religión del amor personalizada en la mujer como ideal.
Juana de Asbaje resemantiza esos códigos para articular su poesía de amistad cor
tesana y de ahí ese resultado que a tantos ha desconcertado; el Conde de la
Granja dedica elogios a su poesía pero al tiempo ironiza sobre la supuesta andró-
ginia de esos versos que llama hermafroditos [49 bis], y el editor de sus poemas
siente la necesidad de justificar como “ardor tan puro” , sin deseo de indecen
cias” , esa apasionada actitud hacia la virreina. Sin embargo, ella se limita a revisi-
tar esas disquisiciones sobre todas las variantes del sentir amoroso —celos, des
dén, pasión o platonismo -, materia para el ejercicio retórico y la representación
dramática de la palabra, que en su devaneo entretiene y opaca con la ilusión de
lo atemporal los problemas que laten en el otro lado del espejo. La naturaleza fic
ticia de ese juego se continúa en composiciones dedicadas indistintamente a Al-
cino, Anarda o Fabio, esto es, a personajes de un teatro imaginario que compo
nen una fantasía sustitutoria de las experiencias que las condiciones de vida le
niegan. Los tópicos correspondientes al género se reiteran con ingeniosas varian
tes, siempre en el marco de la emulación constituida en espíritu de época. El do
minio de los contrarios, desde aquel odi et amo que Catulo inmortaliza, se pre
senta en un conceptualismo tópico:
w Méndez Planearte (1951: 518-9) observa derivaciones del original gongorino -‘‘en tierra, en
dad, en la más neta tradición barroca. Pero también barroca es la versión paródi
ca de las verdades eternales, el humorismo como arma de defensa, presente en
los ovillejos que Juana de Asbaje dedica al retrato de una belleza arquetípica - al
modo de Jacinto Polo según reza la nota del editor - que exaspera hasta el límite
la carnavalización del modelo. En una actitud frecuente en la época pero signifi
cativa en nuestro caso, la autora, con ese rasgo de modernidad que sitúa a la obra
dentro de la obra, como ya hicieran Cervantes o Velázquez, ofrece el propio pro
ceso creador en su desarrollo y desde la crítica. La queja inicial - “¡Oh siglo des
dichado y desvalido/en que todo lo hallamos ya servido! ” —introduce el escarnio
de los tópicos que incluye la parodia de unos versos de Garcilaso, concretamente
del soneto x:
Entre los dos extremos de lo sacro y lo paródico, una gama amplia de versio
nes testimonia ese gusto por el retrato, que halla su continuidad en el protago
nismo de los espejos: son la pureza diáfana y la belleza, pero también la coraza
que esconde o protege el enigma, el misterio vital o poético. Su correlato en el
simbolismo mítico está en la figura de Narciso, de relevante presencia en su ver
so si consideramos que no abunda en los códigos mitológicos. Se distancia de las
Metamorfosis ovidianas así como de las versiones barrocas para acercarse a la mo
dernidad, al Narcisse de Valéry o al de Lezama, admirador de ambos anteceden
tes, que recoge la misma herencia en su primera obra, Muerte de Narciso (1937),
cuyo protagonista enamorado de la belleza —la poesía —sucumbe imantado por
La luna del espejo a menudo establece un puente con el astro que rige la otra
gran referencia mítica de los versos de Sor Juana y se llena de sol ante la imagen
de la belleza en distintas ocasiones o se transmuta en esfera celeste para conectar
con un mito paralelo, también interpretado de un modo peculiar: el de Faetón,
el hijo del Sol que quiere llevar durante un día el carro de Apolo para confirmar
su filiación y fracasa en su aventura, como se recoge a su vez en el Sueño, mien
tras en el romance 19 la amante es “despojo de la llama por tocar el lucimiento” .
Las posibles lecturas psicoanalíticas de ambos mitos, que hallan claves en el nar
cisismo o la bastardía para semejantes alusiones, parecen poco afines a la podero
sa personalidad de Juana de Asbaje, “poetisa de excitaciones intelectuales” como
la definiera Alfonso Reyes22; lo que podría acercarse más a su naturaleza es una
interpretación positiva: Faetón es un rebelde que lejos de arredrarse ante las con
diciones adversas les antepone una voluntad casi sobrehumana. Hay un paralelis
mo en ambos mitos: la osadía, la apuesta por la aventura imposible, el entusias
mo ante ese sueño intuido como inalcanzable pero anhelado con furia. Faetón,
como Icaro, fracasa, pero el interés está en el viaje, no en la meta, de ahí la rein
cidencia que se recoge en el Sueño.
Arribamos finalmente al tercer ámbito de nuestro análisis: a la reformulación
de tópicos y códigos se sumará la de los modos canónicos de la enunciación. Si el
Por otra parte, también nos sorprende con sinestesias que unifican cromatis
mo y concepto, como en un soneto ya aludido:
23 Tomás Navarro, Métrica española. Reseña histórica y descriptiva, Nueva York, Las Américas,
1966: 287.
24 “Ni su estilo poético, ni su concepción de lo poético aspiran a originalidad alguna (...) Sor
Juana ni trae ni profundiza ninguna concepción o lenguaje poético. Su don está en el acento de
gracia femenina, en las delicadezas de matiz que añade a concepciones poéticas descubiertas por
otros” (1940), 1983: 148.
25 “Sorprende encontrar en esta mujer una originalidad que trasciende más allá de las modas
con que se ha vestido. Sorprende este universo de religión y amor mundano, de ciencia y senti
miento (...) y hasta una clarísima conciencia de las realidades sociales: América ante el mundo, la
esencia de lo mexicano, el contraste del criollo y el peninsular, la incorporación del indio, la liber
tad del negro, la misión de la mujer, la reforma de la educación...”, en Letras d¿ la Nueva España,
México, FCE, 1948.
Octavio Paz y tantos otros han reivindicado, al igual que, más recientemente, las
lúcidas declaraciones de Sánchez Robayna: “Tal vez no haya mayor originalidad
que la de aquella obra que nos obliga a releer la tradición. Ningún poema como
Primero Sueño ha influido tanto sobre las Soledades” 26.
Efectivamente, escritura de la diferencia desde la fecunda metamorfosis de
los modelos y canto de cisne de un barroco crepuscular que prefigura poéticas
futuras, la poesía de Juana de Asbaje, con su genio y rebeldía, su mestizaje y
apertura, así como esa claridad que los modos de su época no llegan a encubrir,
prevalece por su modernidad, que a partir de sus versos - “porque va borrando el
agua/ lo que va dictando el fuego” - afirma el poeta cubano Roberto Fernández
Retamar en el poema que le dedica:
26Andrés Sánchez Robayna, Para leer el “Primero Sueño " de SorJuana Inés de la. Cruz, México,
FCE, 1991: 200.
27 Roberto Fernández Retamar, Juana y otros poemas personales, La Habana, Letras Cubanas,
1981:9.
E l v ir a G o n z á l e z F r a g a
Universidad de Buenos Aires
Se me ha pedido que hable sobre Sor Juana en América hoy, antes de co
menzar les quiero comentar que hay que distinguir entre el lugar que ocupa en
México donde su nombre es patrimonio de la población, y sus poemas estudia
dos en el colegio, y su lugar en el resto del continente. Algo sin embargo nos
acerca; tanto en la Argentina, como en el Uruguay, en Chile, en Perú y también
en otros países del continente el nombre de Sor Juana ha llegado a ser un emble
ma, extramuros del ambiente universitario. Esto se ha acrecentado en los últimos
diez años gracias a la difusión que tuvo el libro de Paz, y a su versión cinemato
gráfica, ‘yo, la peor de todas’, que aunque fue nominada para el Oscar no es una
película excepcional, pero ha estado meses en cartelera y de algún modo ha en
tregado a Sor Juana al común de la gente, y ha provocado una lectura de su obra
impensable hace unos decenios.
En 1651 nació en América una mujer sin lugar en ese tiempo ni en esa tie
rra. Encarnó su utopía, su falta de topos, dio vida a su inaceptabilidad a través de
la creación de su obra.
Toda vida humana sucede en una tierra, toda creación tiene su topos, el lu
gar originario desde donde surge y crece, su tierra, y el sol. Pero el poder, en lu
gar de alentar como el sol al crecimiento, estuvo allí para amputar.
Ser mujer en el siglo XVI de la Nueva España, era ser sometida a los hom
bres: hombres regían el Virreinato, hombres regían la Iglesia, hombres regían la
Universidad, y también la Inquisición. Para la mujer aprender a leer era un lujo
excepcional, los colegios superiores y la universidad le estaban prohibidos; perte
necía por ley al padre, al marido, a los hermanos.
Milenariamente ser mujer fue ser de un hombre.
Y entonces, para que su utopía pudiera manifestarse, Soror Juana hubo de
volar alto, muy sola, disimulada, en camouflage.
Porque no aceptó que ese sometimiento le llegara al alma, fue platónica, un
vuelo sin cuerpo. Historia que comienza ya en su niñez cuando ya no corre entre
las amigas, cuando en lugar de juegos tiene en las manos libros, y en vez de co
rrer y cantar rondas, vive de reflexiones y de sueños, dos actividades ‘sin cuerpo’ .
Este origen de su vida la partirá en dos, lo que la platónica Juana llamara vida del
alma y vida del cuerpo. Filosofía de presos; pero cabría preguntarse si el arte no
es una visión desde la cárcel.
Entonces, bajo las luces de la corte, bailando, con trajes de princesa, entre las
fiestas y los galanteos, ella supo que era una mujer anormal. Esa íntima confe
sión que se niega uno a saberla, a reconocerla, pero que se impone tarde o tem
prano, pero finalmente. La anormalidad no es más que un dato estadístico pero
esto se llega a saber después de mucho sufrir. Las más de las veces implica la no
pertenencia al mundo que nos puede abrazar y nos rodea, implica reconocer que
no seremos contenidos; que la soledad, ese riesgo, esa tierra donde a cara o cruz,
se encuentra a Dios o se vive en el infierno, es lo propio.
Y en las sociedades opresoras toda originalidad es inaceptable, toda diferen
cia es vergonzosa, como una malformación que debe ser erradicada.
Como no era aceptable y su verdad no decible, a la manera de las mujeres y
de los pueblos dominados, su lucha fue ocultar, sinónimo de mentir, o al menos
de traducirse en un idioma que no la delatara. Y buscar apoyos, ser zalamera,
adular.
Ha debido, indudablemente buscar el amor, pero no encontró cómo encar
nar el deseo, elfervor de su temperamento apasionado no encontró donde albergarse
y fue exilio. .
El arte nace de la condición errante. El exilio es la condición de la creación.
Entonces y de pleno se entregó a las letras. Sublima la pasión erótica, ¿es una
elección?, ¿se es platónico alguna vez por elección? Sor Juana es neoplatónica,
considera al amor una pasión espiritual que trasciende los sexos.
Hubiera querido ser libre y vivir sola, porque quien no puede pertenecer a
quien se entregaría, —tema largamente tratado en su poesía —quien no puede ser
cobjiada por el amor, merece al menos, las puertas abiertas. ¿De haber encontra
do casa y biblioteca, ella una mujer no mística, se hubiese encerrado en la celda ?
Aunque ‘celda’ se llamó su primera habitación de niña. Sor Juana creía que poco
era el arbitrio, muchos los astros.
La mujer recibe nombres, aún hoy lleva el apellido de su marido, crece en
ese espacio nombrado por otro, pero hay nombres que no le dan cabida, o que la
ocupan sin echar raíces. No dejando ser a la mujer todos sus rostros, esclavizán
dola al único mandato de un hombre. Sor Juana no tiene padre, marido ni her
manos que la nombren, pero sí la nombra su director espiritual, el Padre Núñez
de Miranda, un carcelero del alma.
Tiempo en que la obediencia era el rasgo esencial de una cultura, y la obe
diencia lo era al poder, someterse era lo bueno, cuanto más para una mujer. El
Padre Núñez debe de haber tenido una gran influencia sobre ella, de algún mo
do ella ha debido sentirse comprendida por él, lo que es fácil dado lo sola que es
taba; también por el oscuro deseo de la mujer de ser dominada.
La entrada al convento fue un trueque, no un acontecimiento del amor. Fue
el acto de anulación de su cuerpo a cambio de casa, pero no parece haber perte
necido nunca a una comunidad.
¿La entrada al convento fue una huida o fue su espacio de libertad? Esta es
otra pregunta que incesantemente se hacen quienes hoy leen a Sor Juana en
América. Depende del fruto porque la sombra y la luz provienen del mismo lu
gar. Y celda y libertad no se opusieron a su obra. Pudo ser monja y ser libre para
crear su obra. Pagó precios altos, y finalmente lo pagó con su vida, ¿pero habría
habido otra alternativa?
Uno de esos precios fue halagar a los poderosos con sus poemas. Cantidad de
romances, de endechas, de sonetos, de redondillas fueron escritos para seducir.
Esta es la parte de la obra de Sor Juana que más resistencia encuentra hoy, al me
nos en América.
En muchos de ellos Sor Juana parece poco auténtica, su maestría en la pala
bra se acerca en estos poemas a una orfebrería. Sor Juana fue seductora como las
mujeres suelen serlo, es la astucia de la debilidad, la manera en que la debilidad
burla al poder en tiempos de Inquisición. Como lo probó luego su historia, en
Sor Juana esta tendencia a adular a los poderosos se debió a la necesidad de en
cubrirse para que la verdad no estallara.
En cambio los poemas a la Condesa de Paredes fueron indudablemnte dicta
dos por el amor. El tiempo en que los virreyes de Laguna vivieron en México fue
el tiempo del mayor esplendor creativo de Sor Juana. En ese tiempo escribió ‘El
Divino Narciso’ y el gran poema metafísico ‘Primero Sueño’ . Fue un momento
de oasis en su soledad. Ella recibió desde entonces el reconocimiento a su condi
ción de gran poeta y se convirtió, en una sociedad cerrada para la mujer, en el
más importante escritor de la Nueva España.
Su inteligencia deslumbrante no encuentra barreras, y puede expandir al má
ximo sus posibilidades.
Durante siglos no existió como escritora, y buena parte de lo que hoy es con
siderado la cumbre de la obra de Juana, fue lo más desdeñado. Me refiero a ‘Pri
mero Sueño’, su imponente poema metafísico.
En el ámbito universitario es lo que más se lee, a pesar de la dificultad de su
idioma para un estudiante argentino, paraguayo, peruano.
‘Primero Sueño’ goza de una especial preferencia que yo atribuyo a su riqueza
simbólica, a la reserva permanente de sentido que ofrece, al hecho de estar tocando
un tema universal desde una hondura poética y una originalidad excepcionales.
Sor Juana escribe el vuelo del alma durante el dormir del cuerpo. Vuelo en el
que asciende a los bordes mismos de la aletheia, de la verdad como descubri
miento. Un cielo más cercano al Topus Uranus que a la Tierra Prometida. A la
verdad como sabiduría que al amor como verdad.
El tema del viaje iniciático, del intento del hombre de llegar a la ilumina
ción, de la inteligencia como soma, es lo universal, presente en todos los mitos.
La magnífica transgresión del vuelo, la hybris prometeica del poema, la embria
guez del alma desprendida es la originalidad y el genio de Sor Juana.
Salvada del obstáculo de la sangre y de la tierra, sin sexo, de naturaleza divi
na, la mente, Faetón, por momentos pareciera amaneciendo en la luz, cuando
decae.
Me quiero detener en este hecho, en el fracaso del intento. Este es un tema tra
tado por Sánchez Robayna, por Gaos, por Paz. Y es visto como el momento nega
tivo del vuelo. Creo, en cambio, que es porque fracasa que se convierte en mito.
Porque el mito es ontofánico, el sentido se revela simbólicamente. Quiero
decir, si la primera parte del poema, su fe en el hombre y en su inteligencia, la
hacen a Sor Juana hija de lo más avanzado de su tiempo, cuando aún la confian
za en los atributos del ser humano que el Renacimiento había ensalzado estaban
intactos, y el Racionalismo tenía siglos por delante; en el tercer momento del po
ema, su intuición creadora vaticina el fracaso. Su alma, exiliada, intenta magnífi
co vuelo y cae. El hombre no puede llegar, se despierta y pierde la visión, del
mismo modo en que el patético pero insobornable agrimensor de Kafka se duer
me cuando va a acceder al Castillo.
La utopía —en sus tres reinos: en el arte, en el amor y en la religión - perma
nece utopía, nadie puede instalarse en su topos, lo que no es poco. Al misterio se
lo puede habitar, no poseer.
Y teniendo muy en cuenta todas las corrientes filosóficas que influyeron en
la gran estudiosa que fue, aristotélicas, neoplatónicas, gnósticas, tomistas, por
racionalistas en esta intuición del fracaso su poema se vincula estrechamente con
el existencialismo de Jaspers. Para quien en el fracaso se revela el Ser, el fracaso es
apertura.
Otro aspecto de la obra de Sor Juana que es tenida en cuenta en los últimos
tiempos, entre mujeres que no pertenecen necesariamente a las facultades de le
tras son sus poemas de amor, de soledad, nostalgia y deseo, desolación, amargura
y arrepentimiento, cantos al amor ausente o muerto.
Sor Juana dedica al amor a la persona amada gran parte de su obra, repitien
do que lo suyo es amor del alma sin sexo.
Olvidó que estaba rodeada de espías, de envidias entre sus mismas compañe
ras, de recelo y furia de parte de su confesor. Olvidó cuál era la porción de mundo
que su obra y su vida sacudían, lo que mide el peligro que se cierne sobre una per
sona. Su libertad mareó a las gentes especialmente a los virtuosos fariseos, que
desconocen la vida porque desconocen el riesgo de la libertad. Pero:
Ya sabían los lectores atentos de Sor Juana que ella no era una gran escritora
mística. Sabían que su ingreso en el convento se debía más bien a un conjunto
de circunstancias que a una verdadera vocación monástica. Para ella este destino
fue “lo menos desproporcionado y lo más decente” a pesar de “la ocupación obli
gatoria” y del “rumor de comunidad que (impedía) el sosegado silencio de (los)
libros” : los términos de la Respuesta a Sor Filotea1son muy claros.
1 Sor Juana Inés de la Cruz Obras completas, México: F.C.E., t. IV, 1957, N ° 405, p. 446, 1.
272-273, 277-279.
2 Monseñor Tapia ha dado varias ediciones de la Carta de SorJuana Inés de la Cruz a su confe
sor. Autodefensa espiritual, la primera es de 1986. La más lujosa, con un prólogo de Octavio Paz, es
de 1992, ed. Al Voleo El Troquel, Monterrey, México. El Centro de Estudios de Historia “Con-
dumex” acaba de publicar una edición facsímile de la Carta atenagórica (1690) con un importante
estudio introductorio del Dr. Trabulse, y está en prensa en el Instituto Mexiquense de Cultura
(Toluca) la primera edición de una Carta de Sor Serafina de Cristo, que el mismo ha descubierto en
un archivo eclesiástico. Aduce pruebas fehacientes de que es obra de Sor Juana.
1 En realidad, pocos autores ponen en duda la fe de Sor Juana. El principal es Darío Puccini
seudo-creyente, hubiera sido mucho más conformista en sus escritos religiosos.
Además, si Descartes y Newton eran creyentes, ella puede haberlo sido también.
Hace medio siglo que el historiador Lucien Febvre ha señalado a propósito de
Fran^ois Rabelais, que era peligroso proyectar los enfoques del siglo XX a los si
glos XVI y XVII.
Por otra parte, hay que recordar siempre lo delicado que es interpretar a Sor
Juana. Dice en la Respuesta..-, “me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo
amor a la verdad...” ( O .C IV, p. 444, 1.187-188). Las frases que citamos ante
riormente nos revelan una franqueza muy notable en una monja que se dirige a
un obispo. Ahora bien, si Sor Juana no es mentirosa, si a veces dice la verdad de
manera casi brutal, en la mayoría de los casos, por un montón de motivos al mis
mo tiempo personales y culturales, ella no llama al pan, pan, ni al vino, vino, lo
que tampoco significa mentira. Es evidente que, en su autobiografía, deja en en
tredicho parte de la verdad, que no hace “patentes sus más sellados secretos”
{ibid. p. 445,1. 212-213). A veces, el silencio es atronador. También ella dice al
gunas cosas que, tomadas al pie de la letra resultan inexactas: cuando, en esta
Respuesta..., habla del gran amor que reina entre ella y sus hermanas de velo, o
cuando dice que no escribe sino forzada. Unos diez años antes, en la famosa
Carta a l confesor, encontrada en Monterrey, Sor Juana escribía que no podía ne
garse cuando el cabildo de la catedral le encargaba escribir versos. Hace notar el
malpensado, pero juicioso Antonio Alatorre que, si realmente Sor Juana quería
renunciar a lucirse ante el público, podía contestar: me lo prohíbe mi confesor...
En este último caso, su buena fe no es total.
que habla de una “fedde tutta umana” ( Studio d’una personalitk del barocca messicano. Sor Juana
Inés de la Cruz, la sua vita e il suo tempo, Roma, 1967. No la pone en duda Octavio Paz en S.J.I. de
la C. o las trampas de la fe, México: FCE, 1982. En este caso particular, hay que notar que el gran
poeta ensalza a Sor Juana como artista del verbo, pero le niega carácter de precursora y creadora en
el terreno intelectual. Llamarla incrédula hubiera sido, en opinión de Paz, elogiarla demasiado.
y es de la Iglesia servicio,
que no la quiere ignorante
El que racional la hizo 4.
En los Villancicos a San Pedro Nolasco, ella dice que es milagroso que ella se
meta a tratar de milagros5)- En E l mártir del Sacramento San Hermenegildo, en
cuentra una explicación alambicada a la fe ciega:
Ahora bien, existe un terreno en el que el espíritu crítico choca con la reli
gión, especialmente en el siglo XVII, y allí sí que el silencio de Sor Juana es atro
nador. Es el terreno científico, sobre todo lo relacionado con la astronomía.
Los trabajos recientes del Doctor Trabulse6 sobre historia de la ciencia dan
muchos indicios de que unos pocos individuos discretos - discretos en ambos
sentidos de la palabra - sabían más de lo que suponíamos anteriormente. Su tesis
es que las novedades de Europa penetraban con menos dificultad en la Nueva
España que en la Vieja. Los factores son varios: medios económicos, contraban
do y poca eficacia de la censura, también inmensa curiosidad. La figura clave es
el mercedario Diego Rodríguez, profesor de matemáticas en la Universidad, an
tecesor en este título del más famoso Carlos de Sigüenza y Góngora, y la biblio
teca clave probablemente sea la del convento de la Merced.
Es decir que las fuentes de información parecen varias, pero, tal vez, poco
eficaces. Aludir a Copérnico en un locutorio de convento es cosa peligrosa. Re
cordemos que siempre había por lo menos un par de oídos indiscretos, los de la
escucha, y por lo general, varios pares. Es decir que, muy probablemente, Sor
Juana “sabía que no sabía” , pero no sabía gran cosa de fijo.
Y ella tenía acceso más fácilmente a otro terreno polémico casi paralelo, la
milagrería, con unos acontecimientos característicos del siglo XVII: en la propia
Nueva España el desarrollo del culto a la Virgen de Guadalupe como fenómeno
cultural de primera magnitud pero de fuente histórica algo sospechosa, y en la
Vieja España la enorme polémica sobre los “falsos cronicones” , estos escritos fa
bricados, presentados como antiguos, con el fin de apoyar la creencia en la In
maculada Concepción.
7 Véase J. Fayard, Les membres du Conseil de Castille h l’époque moderne (1621-1746), Gine
bra: Droz, 1979.
En la obra conservada hasta hoy, Sor Juana no dice ni palabra de los falsos
cronicones, ni de la hagiografía peninsular reciente. Su única alusión a la Virgen
de Guadalupe, es interesante porque es ocasional —es un homenaje literario - y
porque comenta el fenómeno cultural de translación de la “rosa de Castilla” que
se vuelve “Rosa mexicana” . El soneto se llama “La compuesta de flores Maravi
lla...” (O.C., t. I, N ° 206, p. 310), y se dirige al jesuita Francisco de Castro, au
tor del poema La Octava Maravilla, uno de los “cuatro evangelios de la Guada
lupe” todavía inédito en vida de Sor Juana.
8 Véase en nuestra tesis Humanisme et religión chez Sor Juana Inés de la Cruz. La femme et la
culture au XVIIe siecle, París Editions Hispaniques/Publications de la Sorbonne, 1982, o trad. al es
pañol UNAM , 2a ed. 1989, en la Illa parte, cap. 3o, lo dicho sobre la probable censura de unas Le
tras de San Bernardo, editadas en España en 1692, pero silenciadas en México.
5 El Divino Narciso, que además es el mejor, constituye una excepción. Tal vez porque les aver
gonzaba a los habitantes de la capital ver que la primera publicación importante de obras de Sor
Juana se había realizado en España, unos amigos encargaron en 1690 la edición original del auto sa-
sula. En el segundo caso, sí que son encargos de unos cabildos de la Nueva Espa
ña. Los villancicos eran un género muy popular, porque mezclaban con la piedad
unos temas jocosos y también algún eco de la vida local; se cantaban con mucho
éxito y, bastante a menudo, se editaban con el nombre de la autora o sin él. Sor
Juana se valió también del anonimato, total o relativo, para escribir: Ejercicios de
la Encarnación y Ofrecimientos de los Dolores, dos folletos de devoción sin preten
sión literaria, pero donde, ocasionalmente, pudo expresar sus ideas.
No puede caber aquí una reseña del pensamiento religioso de Sor Juana. Va
mos a recordar primero en sus villancicos algunos casos ilustrativos de la libertad
íntima del pensamiento de la monja. Es algo paradójico porque el desarrollo del
género “villancico” en las iglesias de la Nueva España servía una política de fo
mento de cierta unanimidad social y religiosa, para afianzar el poder colonial.
Por ejemplo, el contenido de los poemas donde hablan los esclavos negros mere
ce un ojo avisado. Pero como el villancico era un género popular, y como se pa
gaba bastante bien, la gente “distinguida” no lo tomaba en serio, lo que autoriza
ba un grado de libertad desconocido en otros géneros: libertad en lo chocarrero,
libertad también en la inspiración. En vez de escandalizarse, la gente - y la cen
sura - tomaban como paradoja lo que salía de la norma. Sor Juana podía hablar
“entre veras y burlas” .
es una reivindicación del color negro. Otro: “Acá tamo tolo...” (Ibid. N°232, p.
26-27) reconoce al africano el talento de matador de serpientes —en este caso el
demonio. Otro más, bastante conocido, dirigido a San Pedro Nolasco, se escanda
liza de que las limosnas “para rescatar cautivos”, se manden al Viejo Mundo en vez
de servir para los esclavos de la propia Nueva España (Ibid. N ° 241, p. 40).
Un Arcángel a pedir
bajó su consentimiento,
guardándole, en ser rogada,
de Reina los privilegios (O.C. 1.1, N ° 52, p. 162, w . 21-24).
Esto nos lleva a decir unas cortas palabras del famoso tema de la conversión
final. Sor Juana no fue condenada, fue silenciada. Octavio Paz se extraña de que
no se conserve ningún texto de retractación de su obra literaria. Efectivamente,
este “detalle” es esencial. Dijo Sor Juana que era la peor del Mundo, y que mere
cía muchos infiernos, pero no precisa en qué consisten sus pecados.
El clero actuó así porque odia siempre el escándalo y que Sor Juana tenía
muchos amigos. Hay que reconocer que la “conjuración del silencio” funcionó
10 ¿Fue inocente esta mengua? Cuesta trabajo creerlo. Convenía demasiado bien a la sociedad
patriarcal.
muy bien. Lo cierto es que el tal clero no celebró nunca su victoria, lo que deja
suponer que no vivió la conversión de Sor Juana como un verdadero triunfo. Lo
más extraño es la falta de exequias solemnes y la ausencia de homenaje escrito en
la Nueva España. El homenaje se realiza en España con la Fama y obras postumas
de 1700 donde la participación novo-hispana es relativamente discreta. La Com
pañía de Jesús de México espera siete años para dar su versión oficial de los acon
tecimientos, la del Padre Juan de Oviedo en su Vida exemplar, heroicas virtudes y
apostólicos ministerios del V.P. Antonio Núñez de Miranda, México, 1702.
La lógica eclesiástica parece bien clara: las marcas de superioridad de Sor Jua
na son tan fuertes y tan varias que ella escapa incluso al “estatuto” de excepción y
hace peligrar por sí sola el reparto de los papeles entre los hombres y las mujeres
en la Iglesia y en la sociedad, pero existe también otra lógica paralela, una lógica
interna de Sor Juana: 1) el anuncio en la Carta a l Confesor, “el privarme yo de
todo aquello que me puede dar gusto, aunque sea muy lícito, es bueno que yo lo
haga por mortificarme, cuando yo quiera hacer penitencia” (1. 146-148), 2) la
comparación en la Respuesta... de las persecuciones que sufre ella con las del mis
mo Cristo, 3) el valor “estético” , incluso tal vez en términos senequistas, de la
conversión, como coronación de una vida excepcional*.
Si cabe una conclusión sobre los últimos meses de Sor Juana, ha de ser ese si
lencio atronador, el deí clero de México que habla poco, tarde y mal (el Padre
Oviedo), el de la ciudad, el de la propia Sor Juana.
Ahora - desde el coloquio del claustro de Sor Juana en noviembre de 1995 - sabemos que
hubo un “empate” entre la autoridad eclesiástica y sor Juana. En 1693, ella firmó una abjuración y
cortó sus vínculos con los amigos de afuera, pero, a cencerros tapados, durante los últimos meses
de su vida, pudo seguir llyendo y escribiendo e incluso adquirir bastantes libros.
G iu s e p p e B e l l in i
Universidad de Milán
1 - Han pasado más de cuarenta años desde que por vez primera en Italia se
empezó a hablar de Sor Juana Inés de la Cruz, de su vida y su obra. Años que
uno recuerda porque de este proceso de valorización de la gran Autora novohis-
pana fue uno de los iniciadores. Y efectivamente, en la lejana fecha de 1953, el
recién licenciado Bellini, que empezaba sin muchas esperanzas concretas, pero sí
con muchísima ilusión por la literatura, la que debía ser su carrera universitaria,
publicaba un largo ensayo introductorio a su edición de la Respuesta a Sor Filotea
de la Cruz1 y al año siguiente - año en que aparece en Italia la primera Storia
della letteratura ispano-americana, de Ugo Gallo2, donde también se habla, natu
ralmente, y con entusiasmo, de la gran artista y su vida3 - dedicaba un cursillo,
dentro del curso de literatura española —no existía entonces ninguna enseñanza
de literatura hispanoamericana -, a La poesía di Sor Juana Inés de la Cruz4, reu
nía una antología de la misma5 y traducía también, en prosa, el Primero Sueño6.
Trabajos todos destinados al ámbito universitario.
1 Sor Juana Inés de la Cruz, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Milano-Várese, Istituto Edito-
riale Cisalpino, 1953.
2 U. Gallo, Storia della letteratura ispano-americana, Milano, Nuova Accademia Editrice, 1954.
3 Gallo manifiesta su entusiasmo por esta mujer, “Bella, di ingegno agile e precoce” , “colta,
avida di sapere e di bellezza” , de la que acepta como sincera su vocación (ibid., p. 38); le admira su
disciplina en el estudio y la califica de “bella mente, una bell’anima” (ibid., p. 39). Pasa luego a
tratar de sus amores: ¿antes o también después de entrar en convento ? Y concluye, sin resolver la
cuestión: “I poeti amano sempre; e a maggior ragione le poetesse” ( ibidem). El crítico acerca Sor
Juana a la famosa “Monaca di Monza” , de monzoniana memoria, pero con una diferencia sustan
cial: “E' una Monaca di Monza che volle essere monaca, e invece di seguirlo, l’Amore, lo cantó”
(ibidem). Gallo juzga la poesía amorosa de la Fénix su obra maestra. En cuanto al Sueño, alude rá
pidamente a él y se detiene en su final, donde la monja expresa “Tutto il dramma della vita e della
conoscenza umana, nel breve giro di alte, dense, notturne parole” (ibid., p. 45).
4 G. Bellini, La poesía di SorJuana Inés de la Cruz, Milano, La Goliardica, 1954.
5Antología Sorjuanina, a cura di G. Bellini, Milano, La Goliardica, 1954.
6 Sor Juana Inés de la Cruz, II “Primo Sogno", studio e traduzione di G. Bellini, Milano, La
Goliardica, 1954.
Sólo diez años más tarde, en 1964, recogía mi investigación ulterior sobre la
vida y especialmente la obra en su conjunto, de la monja de México, en un libro
que titulé, sin mucha fantasía, L ’ópera letteraria di Sor Juana, texto del que hacen
pocas veces mención las bibliografías de los especialistas, mientras suele aparecer
la referencia al anterior curso universitario, La poesía di Sor Juana Inés de la Cruz,
pues se encuentra en la Biblioteca del Congreso, mientras encontrar el otro libro
es empresa ya casi imposible, no porque fuera excepcional y tuviera voraces lec
tores, ciertamente. De todos modos a mí me satisface que una sorjuanista como
Marie-Cécile Bénassy-Berling lo haya tomado en consideración en su todavía
imprescindible estudio, Humanisme et religión chez Sor Juana Inés de la Cruz. La
femme et la culture au X V II siécle7, amablemente enjuiciando mi posición frente
al Primero Sueño.
¿De dónde salía mi interés, en los lejanos años cincuenta, hacia la monja me
xicana y su obra? Ya es hora de recorrer el “camino interior” , digamos, de mi pa
sión hispanoamericana. Si el encuentro con la poesía de Lorca, de Juan Ramón
Jiménez, y sobre todo con la de Antonio Machado8, en la inmediata postguerra,
me había llevado a especializarme en literatura española, al terminar mis estudios
universitarios la lectura de algunas obras traducidas al italiano, La Vorágine, Do
ña Bárbara, Don Segundo Sombra, algunos cuentos de Ventura García Calderón,
ciertas investigaciones en la Biblioteca Nacional de Brera, antigua de los Jesuitas,
que me habían puesto ocasionalmente en contacto con la poesía hispanoamerica
na y descubierto las obras del Padre Las Casas, traducidas al italiano en el siglo
XVII, con texto original al frente9, y los tomos preciosos de las ediciones origina
les de la obra de Sor Juana, me llevaron a dedicarme a la literatura de Hispanoa
mérica, que ya en los años de estudiante universitario algunos “cursillos” de mi
Maestro, Franco Meregalli, sobre los iniciadores del Modernismo, lecturas de
Silva y de Rubén Darío10, me habían presentado interesante.
Una casualidad más fue el feliz encuentro con un editor, bibliógrafo y librero
mexicano, de origen ítalo-canadiense, Pedro De Andrea, el cual durante años me
fue abasteciendo de libros hispanoamericanos. Siempre he declarado que la difu
sión de las letras de América en mi país, y no sólo en él, mucho le debe a este se
ñor generoso. Añádase a todo esto un halo exótico, que me venía de mis lecturas
7 Cfr. M.C. Bénassy-Berling, Humanisme et religión chez SorJuana Inés de la Cruz. La femme et
la culture au XVII siecle, París, Editions Hispaniques Publications de la Sorbonne, 1982, pp. 96-97.
8 Cfr. mi Machado: primo incontro, en Per Antonio Machado: Tarde tranquila, casi. Omaggio
aliapoesia, a cura di P.L.Avila, Roma, Bulzoni Editore, 1995, pp. 542-543.
9 Cfr. sobre el tema La stagione italiana di Las Casas, en G. Bellini, Amara America Meraviglio-
sa. La Cronaca delle Indie tra storia e letteratura, Roma, Bulzoni Editore, 1995, pp. 149-155.
10 Cfr. de Franco Meregalli: Gli Iniziatori del Modernismo, Milano-Venezia, La Goliardica,
1950; “Introduzione” a José Asunción Silva, Poesías, Milano, Cisalpino, 1950.
juveniles, los libros de Emilio Salgari centrados en la actividad de los piratas en
la laguna de Maracaibo y se comprenderá cuáles fueron los motivos que determi
naron mi dedicación a una literatura de la que fui descubriendo poco a poco no
solamente la belleza, sino el profundo significado humano, antes de haber visto
ningún país de América.
Ya en 1955 yo publicaba, en efecto, una antología de los Comentarios Reales
del Inca Garcilaso, con un extenso prólogo", en 1956 dictaba un curso sobre la
poesía modernista12 y en 1957 publicaba dos libros: La protesta nel romanzo ispa-
no-americano del Novecento13, que mucho le gustó a Miguel Angel Asturias, el
cual quería traducirlo y publicarlo, y Poeti antillanilA. Lo que me interesaba en
tonces sobre todo, en mi entusiasmo juvenil, era la participación de la literatura
en los problemas de la condición humana. Quiero decir con estos discursos que
mi acercamiento a Sor Juana fue el comienzo de un “amor americano” que toda
vía continúa.
¿Qué veía yo en la Fénix de México por ese entonces? Era para mí un descu
brimiento: mi pasión por la literatura española del Siglo de Oro veía una intere
sante manifestación artística en una, por esa época, para mí casi desconocida zo
na de un lejano país de América. Frecuentar la obra de Sor Juana significaba en
trar en un mundo extraordinario, de deslumbrante esplendor, descubrir a un ar
tista insospechado, que hacía “pendant” con Santa Teresa de Jesús, otra de mis
pasiones: dos mujeres de gran temperamento, obligadas a luchar contra el medio
en que les había tocado vivir y sufrir. Además, Sor Juana tenía el atractivo de la
belleza, de un éxito precoz sorprendente, el misterio de un posible amor que la
trastornó, la repentina decisión de refugiarse en el convento, directores espiritua
les amigos-enemigos. Su vida se me presentaba, a través de su obra, como una
extraordinaria aventura humana, cuyos ámbitos oscuros el lector era llamado a
descifrar.
Los estudios de Amado Ñervo15, de Vossler16, de Chávez17, de Pfandl18hacían
atractivo el ambiente y el personaje. El encuentro con un ensayo de Octavio Paz
27 Sor Juana I. de la Cruz, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Introduzione e note di G. Bellini,
Milano, Istituto Editoriale Cisalpino, 1953, pp. 89-90. La misma editorial publicó mi libro,
L 'opera letteraria di SorJuana Inés de la Cruz.
28 Sor Juana I. de la Cruz, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, op. cit., p. 81.
29 Ibid., p. 78.
A estos planteamientos fundamentales, a estas conclusiones he quedado fiel,
hasta en mi último libro de 1987, Sor Juana e i suoi misterP°, así como en juzgar
que el Primero Sueño, extraordinario poema científico, pero de bellezas descripti
vas también insuperables, en su tenso trayecto es una demostración más del desa
liento de Sor Juana, de su derrota frente a la posibilidad para el hombre de llegar
a la explicación de los arcanos. En la apoteosis del sol, recordemos, la aventura
del conocimiento termina infructuosamente, restituyendo
42 Ibid., p. 106.
43 Roma, Editore Coppitelli.
44 “Cuadernos Americanos” , 5 (México), 1965. -
45 D. Puccini, SorJuana Inés de la Cruz. Studio d’una personalith del Barocco messicano, op. cit.,
p.145.
46 Ibid., p. 157.
47 Ibidem.
48 Cfr. ibid., pp. 160-163.
45 Ibid., p. 163.
50 D. Puccini, La poesía de Sor Juana Inés de la Cruz en sus vértices imaginativos, “Cuadernos
Americanos” , XXVII, 3 (México) 1968.
materia “sublimada” en “los más graves y penetrantes sonetos de Sor Juana” 51.
Puccini individúa las posibles fuentes de inspiración en la poesía española del Siglo
de Oro, parecidos e imitaciones, para concluir sobre la desconfianza de la poetisa
“hacia todo aquello que no era sensiblemente verificable, contra toda ilusión y to
da sombra sin esperanza de su luz y “una confianza en las posibilidades de la fan
tasía creadora” 52. Y termina: “Al llegar a estos vértices nos damos cuenta - en po
cas palabras —que han caído las últimas defensas y los últimos obstáculos que se
oponían a la iniciativa personal y terrena. Y también en el campo de la expresión
poética hay algo que se ha roto, y el nuevo ha encontrado su salida y su luz” 53.
51 Ihid, p. 197.
52 Ibid., p. 208.
53 Ibidem.
54 Suor Juana Inés de la Cruz, Risposta a Suor Filotea. A cura di Angelo Morino, seguita da
Dacia Maraini, SuorJuana, Torino, La Rosa, 1980.
55 A. Morino, “Introduzione” , ibid., p. V.
%Ibidem.
5" Ibid., pp. VI-VII.
Frente a la imposibilidad de ir a la universidad, el contacto con el libro en la
biblioteca del abuelo lo entiende Morino como sustituto del “fantasma paterno”
y alternativa a la realidad materna: “il libro, strumento di conoscenza per
l’accesso al mondo della mente e, alio stesso tempo, fuga dal mondo del cor-
po” 58. Al final, el libro llegará a ser “cómplice insostituibile nell’infrazione della
legge del padre” 59. En cuanto al episodio, contado en la Respuesta, de cuando Sor
Juana, todavía niña, decide cortarse el pelo si no aprende determinadas cosas en
el término temporal que se propone, el crítico lo interpreta como amputación
del cuerpo, rechazo de la fecundidad materna: “la carne viene punita per privile
giare la mente” 60. Cuando Juana quiere vestirse de hombre para ir a la universi
dad, Morino interpreta este episodio como una identificación física con el mun
do del padre, “detentore della cultura” , y nuevamente como rechazo del cuerpo
materno, “ricettacolo inquietante della natura” 61.
Este rechazo culmina con la decisión de ingresar en el convento: “Sor Juana
Inés annienta la feconditá della madre sancendo la propria sterilitá” 61. En el
claustro la vida de Sor Juana se sustrae al silencio propio de estos sitios con una
“notevolissima produzione di linguaggio” ® que, con la difusión de su obra a tra
vés de las ediciones madrileñas, establece su fama, pero en 1690 interviene im
provisamente el silencio definitivo, determinado por la Carta de Sor Filotea de la
Cruz, alias el obispo de Puebla. Con su producción literaria Sor Juana había lo
grado escaparse, según Morino, al silencio conventual, pero la carta de Sor Filo-
tea, con su invitación a dedicarse a las cosas sagradas, es un llamado a no interve
nir en el mundo de “los padres” , produciendo “lenguaje profano”, mientras pro
ducir “lenguaje sagrado” significa “consumarsi ed esaurirsi nell’accettazione della
consacrata e intoccabile sacralitá del corpo materno” <A. Según el crítico, sin em
bargo, el silencio definitivo de Sor Juana trasciende las dificultades del período
histórico y se inscribe dentro de una situación cultural más oscura y más antigua,
cuya herencia condiciona toda la historia contada en la Respuesta65.
Ésta es sustancialmente la posición de Morino frente a Sor Juana y su obra, a
la que niega, por la poesía y el teatro, valencia autobiográfica. El primer silencio
ha sido, en su opinión, el que desde fuera se ha impuesto a través de la sugestión
de una posible desilusión amorosa de la joven. Afirma el crítico que si se quiere
58 Ibid., p VII.
59 Ibidem.
60 Ibidem.
a Ibid., p. VIII.
62 Ibid., p. IX.
63 Ibid., p. X.
64 Ibid., p. XII.
65 Ibid., p. XV.
leer una fragmentaria autobiografía en su obra poética, da uno con una serie de
posibilidades, entre ellas la de una “latente homosexualitá”, señal de una atrac
ción-repulsión hacia la madre y los numerosos poemas dedicados a Lysi atesti
guan “come il ricordo della carnalitá materna séguiti ad agiré nella figlia: la men
te produce immagini che inseguono nel corpo dell’altra donna il proprio corpo
rifiutato e rifuggono dall’aggressivitá maschile” 66.
« Ibid., p. XXII.
67 D. Maraini, “Premessa” a SuorJuana, ibid., p. 49.
68 Ibid., p. 50.
encuentro, de complicidad, por más que sea de signo negativo: la enfermedad
que es interpretada como un regalo de amor y la muerte70.
Es interesante examinar la pieza, que fue representada en el teatro de la
Magdalena, en Roma, muy cuidada en la escenografía, que representaba un
convento “come luogo di silenzi, di chiusure, di rumori soffocati, di passi trat-
tenuti, in cui gli sguardi arrivano solo dove lo consente la luce della candela e
le parole possono essere solo sussurrate, perché la chiusura non é data dalle
mura, ma da una scelta di vita” 71. Para las dos mujeres el convento es “todo el
mundo y lo que no pueden ni ver ni tocar lo construyen con la imaginación.
Entonces todo lo que está fuera rebota dentro, amplificado: los indios, la cor
te, el carnaval, el amor, la familia, la maternidad y toma la forma de espectros”
y los personajes reales, como el obispo, la virreina, el enamorado, se vuelven
apariciones, igual que la Virgen. El texto, advierte la autora, puede ser repre
sentado por dos solas actrices y la que interpreta Rosario puede también repre
sentar el papel de la virreina y del enamorado Silvio, mientras el obispo es un
muñeco.
La presentación de Juana y Rosario en la escena es sugestiva: la monja pasea
en la celda tras los cristales con una lámpara de aceite; los ruidos son los del con
vento: el rosario, voces de monjas, pasos; los ruidos van disminuyendo poco a
poco. Sor Juana está escribiendo, a la luz de la lámpara y su sombra se recorta
contra los cristales. Claramente se alude aquí al conocido romance en que Sor
Juana, en la noche, escribe al virrey, marqués de la Laguna, lamentando no haber
estado presente en su visita: “Nocturna, mas no funesta, / de noche mi pluma es
cribe” 72.
La campana del convento da las dos; Juana abre la ventana de su celda y de
jando caer un puñado de cilantros relucientes, extiende la mano y dice: "¡Llue
ve... Dios, haz que no llueva mañana! ”; se acerca después a un Cristo “hiperrea-
lístico” colgado en un rincón y reza en voz alta, se persigna, luego se acurruca pa
ra comer la “papilla” fría que le han dejado las hermanas, encuentra improvisa
mente algo en el plato, lo tira, escupe, luego se balancea y dice una cantinela en
“español-indio” , sacada de uno de sus “villancicos” 73:
70 Ibid., p. 51.
71 Ibid., p. 53. ■
72 “N o habiendo logrado una tarde ver al Señor Virrey, Marqués de la Laguna, que asistió en
las Vísperas del Convento, le escribió este Romance” : ver en Obras Completas de Sor Juana Inés de
la Cruz, I: Lírica personal. Edición, prólogo y notas de A. Méndez Planearte, México, Fondo de
Cultura Económica, 1951, pp. 45-48, poema n. 15.
73 Trátase del VII “villancico” del juego dedicado a San Pedro Nolasco y que se cantaron el
“día 31 de enero de 1677 años, en que se imprimieron” . Cfr. en Obras Completas de SorJuana Inés
de la Cruz, II, Villancicos y Letras sacras, ed., prólogo y notas de A. Méndez Planearte, México,
Fondo de Cultura Económica, 1952, pp. 28-42.
Tumba la le le
tumba la le le
donde ya Pilico
que escrava no quede...
Juana la hace callar de una mirada y se dirige hacia su celda, mientras la cria
da se toma juego de ella y luego come las sobras de la comida de la monja. Sor
Juana, sentada en una silla, lee su autobiografía, la Respuesta famosa, que resume
en breves pasajes su precoz pasión por el estudio y cómo, acompañando a su her
mana, aprendió a leer y escribir. En tanto Rosario va hacia el Crucifijo, ríe y aca
ricia sensualmente al cuerpo desnudo. Luego Juana se nos aparece de espaldas,
con una larga trenza, sin trajes monjiles, intenta a contestar las preguntas de los
sabios, la famosa “científica lid” que conocemos. Se ven sombras de monjas que
se arrodillan y rezan Vísperas en la capilla. Entra Juana con una vela, Rosario en
tra por otro lado y se encuentran, se quedan mirando, luego Juana intenta esca
bullirse y Rosario la persigue gritándole “¡Bastarda! ” , mientras la pobre monja se
defiende protestando su legitimidad. Rosario le tira piedrecitas, que al fin cogen
en el blanco y provocan la reacción de la monja, la cual baja precipitadamente
las escaleras dirigiéndose hacia Rosario a la que grita “Piojosa, escrofulosa, gusa
nienta, peluda...” , mientras ésta huye riendo.
Cambia la escena: estamos en el palacio virreinal, toca la orquesta, hay baile.
Advierte Dacia Maraini que todo se puede hacer en miniatura como un castillo
para enanos y que el sonido se puede hacer sentir aparte, grabado como “son et
lumiére” 75. Se oyen voces de damas y caballeros, charlas insustanciales, previsio
nes de rebelión de los indios, seguridad jactanciosa de dominarlos, alabanzas de
la belleza femenina y en fin chismes y frases de envidia ante la aparición de Jua
na, y otras frases de una conversación superficial, como debe ser la de la corte.
Todo cae en la oscuridad y aparece luego el obispo, “vestido de Sor Filotea”,
el cual invita suavemente Sor Juana a dedicarse a la vida de Cristo. El obispo se
va y la monja se dirige a su celda recitando el poema “Hombres necios que acu
sáis...” , que la pieza nos ofrece, en la traducción italiana, en eficaz selección de
74 Una referencia podrían ser las coplas del VIII “villancico” del “juego” dedicado a la Asun
ción y que se imprimieron en 1679. Cfr. ibid., p. 73.
75 D. Maraini, SuorJuana, op. cit., p. 61
pasajes. De repente se oye una música acompasada y a lo lejos aparece un lindo
joven bailando y “empinando pecho y trasero” 76. Juana se asoma y lo mira, luego
dice otro poema, “Al que ingrato me deja, busco amante” . Sube la música, el
bailarín sigue con su danza y la monja dice otro poema, el de “Dices que yo te
olvido, Celio, y mientes” —en la traducción el nombre de Celio es eliminado-;
desaparece el bailarín y vuelve la figura de Sor Juana sentada en una silla leyendo
su Carta a Sor Filotea. El pasaje se refiere a cuando la joven castigaba su gula de
jando de comer queso porque “hacía rudos” ; sigue la alusión al deseo de ir a la
universidad y a los estorbos que encontró, dedicándose luego a leer en la biblio
teca de su abuelo, y nuevamente refiere cuando se cortaba el pelo para castigarse
por su ignorancia. En este momento sale Rosario y se pone a trabajar en el huer
to, Juana pasea por el claustro, Rosario se rasca la cabeza y la llama, Juana acude,
encuentra un piojo y lo aplasta entre las uñas, mientras Rosario sigue riendo y
repitiendo equívocamente “Aquí, aquí, Juana, me pica” . La monja ríe también,
va buscando piojos, todo se transforma en un juego, cantan juntas otra cantinela,
ríen, retozan y acaban abrazadas “como dos amigas niñas” .
La campana de las visitas anuncia la virreina y Rosario desaparece. Entra la
famosa Lysi. “bellísima y mundana, vestida suntuosamente con un sombrero es
pléndido puesto y largos guantes blancos” 77: Sor Juana la mira embelesada desde
lejos y luego la recibe recitando el famoso romance donde “Pinta la proporción
hermosa de la Excelentísima Señora Condesa de Paredes, con otra de cuidados,
elegantes esdrújulos, que aún le remite desde Méjico a su Escelencia” 78; la pieza
lo presenta libremente traducido y seleccionado en los pasajes.
Lysi es una aparición distante, casi inalcanzable, acaso para insinuar un im
posible amor de Sor Juana hacia ella. Y en efecto la monja le dedica otro poema,
que empieza con los versos “Detente, sombra de mi bien esquivo, / imagen del
hechizo que más quiero, / [...]” 79, pero, después de la primera cuarteta, la autora
lo abandona para continuar con versos libremente traducidos de otro soneto sor-
juanino, el dedicado a Lisarda, que comienza con los versos “Yo no dudo, Lisar-
da, que te quiero, / aunque sé que me tienes agraviado; / [...]” 80. Sin embargo, la
virreina, distante siempre, se va y Juana vuelve a su celda, se azota suplicando a
Dios que la perdone por sus pecados.
76 Ibid., p. 65.
77 D. Maraini, SuorJuana, op. cit., p. 67.
78 Obras Completas de Sor Juana Inés de la Cruz, I: Lírica personal, op. cít., poema n. 61 : “Lá
mina sirva el Cielo al retrato,” .
79 Cfr. ibid., p. 287, poema 165: “Que contiene una fantasía contenta con amor decente” . En
la pieza de la Maraini, naturalmente, el sentido aparece modificado en otro sentido equívoco.
80 Cfr. ibid., poema 178 : “Un celoso refiere el común pesar que todos padecen, y advierte a la
causa el fin que puede tener la lucha de afectos encontrados” .
En sucesivo momento voces de gentes y ruidos de tambores, acompañan a
una bruja hacia el patíbulo. Sor Juana se asoma a la ventana. El verdugo con un
hacha en la mano lee la sentencia. Rosario entra en la celda para hacer las limpie
zas; entra la monja y reprocha a la criada amenazando venderla; breve lucha en
tre las dos, que caen al suelo juntas, y abrazadas “se balancean en un gesto afec
tuoso y tierno” 81. Cantan una cantinela sacada siempre de los “villancicos” de
negros, precisamente una adaptación muy libre del “villancico” VIII del “juego”
dedicado por Sor Juana en 1676 a la Concepción82. El sonido prolongado de
una campanilla las interrumpe y aparece la virreina, indescifrable y lejana, llevan
do en brazos a un niño en pañales. En su honor Sor Juana dice el poema, libre
mente seleccionado y adaptado en la traducción, que escribió para celebrar el
primer año del hijo del virrey83. Nuevamente sola se dirige al nacimiento, arregla
algunos personajes, se detiene pensativa mirando al Niño Jesús desnudo, lo toma
entre sus brazos, se desnuda el seno y lo amamanta, pero arrepentida y avergon
zada lo vuelve a depositar en su sitio. Apaga las velas y la lámpara y regresa a su
celda.
Ahora vemos a Juana sentada en la silla leyendo su Respuesta, el pasaje donde
declara haberse metido monja por la total negación al matrimonio, cultivando al
contrario su peor enemigo, el estudio, y denuncia todos los estorbos que se le
opusieron. Oscuridad nuevamente; sonido de campanas a muerto; en su celda
Sor Juana dice ahora, en español, parte de su famoso poema en la muerte de la
virreina; “De la beldad de Laura enamorados / los cielos, la robaron a su altura, /
[...]” 84, pero la Maraini sustituye a Laura el nombre de Lysi y, a más del soneto
aludido, termina su intervención añadiendo la primera cuarteta del segundo so
neto que la monja dedica a su amiga85, siempre mudando el nombre:
90 Suor Juana Inés de la Cruz, Poesie. Introduzione, scelta, traduzione e commento di R. Paoli,
Testo spagnolo a fronte, Milano, Rizzoli (BU R), 1983.
91 R. Paoli, “Introduzione” , ibid., p. 6.
92 Ibid., p.8.
93 Ibid., p. 9.
” Ibid., p. 10.
En cuanto a su adversión por el matrimonio, Paoli escribe: “Direi che la sua
indisponibilitá dovette essere principalmente di natura pratica (e velatamente
ideológica), perché la funzione di moglie e di madre mal si conciliava con l’indi-
pendenza necessaria a chi volesse dedicarsi agli studi. Questo rifiuto poté essere
rafforzato da una ripugnanza di natura sessuale, che non si sa in che misura le
restasse chiara” 95. Además de ello, hay que considerar la situación económica de
Juana, frente a la imposibilidad de una dote adecuada para un casamiento.
Paoli se compenetra de la situación de este ingenio en el convento y conside
ra la antipatía y la envidia que debió de despertar por culpa de su “solitaria ma
nía, del suo disdicevole e quasi mostruoso rapporto coi libri” 96; subraya luego en
la Respuesta el orgullo de la monja por ser mujer y la ironía hacia la arrogancia
del hombre97; insinúa, además, que posiblemente haya sido el mismo padre Nú
ñez, enfadado con Sor Juana, pero sin dejar de vigilarla, quien haya podido dele
gar en el obispo de Puebla el cumplimiento de la operación de recuperarla98. En
la decisión final de la monja de vender sus libros y sus objetos musicales en pro
de los pobres, Paoli ve una especie de “suicidio intelectual” 99.
Por lo que se refiere a la obra de Sor Juana, el crítico italiano estima que el
hecho de que haya salido del anonimato se debe sobre todo a la carga de “razo
nes y tensiones autobiográficas” con la cual la monja ha logrado “ridar mordente
ai luoghi usurati della tradizione letteraria ispanica e a volgerli spesso a significad
nuovi quando non addirittura moderni” 10°. En toda su poesía Paoli ve, en sus
momentos mejores, una diferencia con respecto a los modelos, mínima en cuan
to a forma, máxima en cuanto a sustancia, donde reside el mensaje sorjuanino, la
consideración nueva y para él moderna del hombre, la mujer y el amor101. Que
da fuera de este núcleo el Primero Sueño, poema que considera todavía de difícil
lectura y que sólo se puede disfrutar fragmentariamente102. Esta afirmación nos
explica el por qué el poema no aparece en la antología.
El estudioso italiano interpreta la poesía de Sor Juana formando parte, den
tro del conceptismo, de una larga y afirmada tradición hispánica que, desde el
petrarquismo del siglo XV, llega hasta sus días, y la ve exactamente heredera del
primer petrarquismo ibérico: “ausencia de paisaje, de marco exterior, de contem
plación y de memoria; la poesía se sirve de todos los resortes de la gramática con
103 Ibidem.
104 Ibid., p. 23.
105 Ibid, p. 24.
106 Ibid, p. 25.
107 Ibid., p. 28.
108 Ibid., p. 30.
109II Sogno, di Suor Juana Inés de la Cruz, versione e nota introduttiva di Insel Marty, prefa-
zione di Antonio Melis, Abano Terme, Piovan Editore, 1985, p. 12.
110A. Melis, “II volo della mente e la poesia delFintelletto” , ibid., p. 13.
111 Ibid, p. 14.
112 Ibid., pp. 16-17.
1,3 Ibid, p. 18.
la vida diurna114. Alude además, el crítico, a las relaciones que Sor Juana mantie
ne con Quevedo y Calderón, no solamente con Góngora, de modo que el Sueño
resulta una de las pruebas más significativas de la unidad estilística del Barroco,
con el resultado dé que Sor Juana “riesce a piegare le suggestioni raccolte dalle
sue letture aU’interno di una nuova misura personale, sempre regolata dal-
l’impulso intellettuale” m.
No entraré en la descripción-examen que Melis hace del Primero Sueño, un
examen no por breve menos válido, donde señala, con los medios estilísticos de
la poetisa, el significado profundo de su mensaje, junto con los resultados artísti
cos originales de su creación poética, esencialmente intelectual, que pone en su
centro, precisamente, “le ansie, i godimenti e le frustrazioni dell’ intelletto” n6,
producto de años todavía felices para la monja, poesía que en plena edad barroca
se adelanta a las búsquedas de la lírica moderna117.
En el mismo libro la traductora, Insel Marty, poetisa, antepone al ensayo de
Melis un escrito personal, “Del traduttore” , donde explica la historia de su acer
camiento al Sueño y a su traducción, los criterios que la guiaron, las dificultades
de la empresa y se pregunta, al final, el porqué de la traducción en general, pre
gunta curiosa en quien se ha puesto en la empresa de traducir. Es que las dificul
tades con las que se encuentra quien traduce el Sueño sorjuanino son muchas. La
Marty tuvo que darse cuenta personalmente, cuando decidió - lo confiesa ella
misma —entrar en el número de los traductores, donde se siente “un infiltrato,
un abusivo, necessariamente un travestito” ; declara además que se metió en la
empresa porque no tenía nada que hacer, o sea como ocurre con un amor a pri
mera vista, y añade que si algo aprendió en este trabajo fue acerca del amor no
de la traducción, pero, afirma, “potrebbero avere a che fare l’una con l’altro, vis
to che sempre di tradimento si tratta” us. Amor hacia Sor Juana será, porque el
Sueño de amor no trata.
Insel Marty prosigue diciéndonos que la relación del traductor se establece
con el texto-objeto, no con el sujeto autor, de modo que la traducción es “un
ejercicio de ilusionismo, o mejor, de perspectiva ilusionista” 119. Esta es la postura
de la traductora, la cual nos ofrece algunos ejemplos de las dificultades encontra
das en su versión italiana y de cómo las pudo salvar.
Digamos inmediatamente que, por ser ésta la primera traducción en verso
del Sueño sorjuanino que aparece en Italia, la empresa es, en sentido general, me
114 Ibidem.
115 Ibid., p. 20.
116 Ibid., p. 29.
117 Ibid., p. 30.
1181. Marty, “Del traduttore” , en II Sogno di SuorJuana Inés de la Cruz, op. cit., p. 5.
119 Ibid., p. 6.
ritoria, pero no se puede pasar por alto el hecho de que a veces el texto original
resulta empobrecido en la versión italiana, creo por imperfecto conocimiento de
nuestro idioma, pues la traductora debe de ser sudamericana, y esta condición la
lleva a transformar en dificultades momentos de fácil solución.
Me limito a uno de los puntos señalados, a manera de justificación, por Insel
Marty, en su premisa, donde se refiere a la posición que en la traducción debía
tener, al comienzo del poema, el sustantivo “sombra” . El poema sorjuanino co
mienza con: “Piramidal funesta de la tierra / nacida sombra [...] , que en la tra
ducción italiana es “Piramidal ombra funesta / da la térra uscita [...]” . La explica
ción de la traductora120 es que el giro sintáctico del original no le pareció de posi
ble lectura, actualmente, en la poesía italiana; por consiguiente eliminó el hipér
baton, con el resultado patente de disminuir con ello el efecto dramático, y tam
bién cromático, del original, cuando hubiera podido tranquilamente traducir:
"Piramidal funesta, ombra / dalla térra nata [...]” .
No insistiré en el examen, pero es imposible dejar de notar que ios puntos
“mejorables” , digamos, de la traducción del Sueño son muchos y que en ciertos
pasajes francamente hay serias equivocaciones; es el caso: de “convessa orbe”, del
verso 12, cuando “orbe” es masculino; de “spettrale” por “asombrada” turba, en
el verso 67; de la traducción de un pasaje como el de los versos 98-107, por
ejemplo, espléndidos en el original, discutibles en la traducción:
En los del monte senos escondidos, Nei seni del monte nascosti,
-de su aspereza menos defendidos nei cavi di rocce disformí,
que de su obscuridad asegurados -, dall’asprezza meno difesi
cuya mansión sombría che dairoscuritá resi sicuri,
ser puede noche en la mitad del día, la cui ombrosa dimora notte fece
incógnita aún al cierto a mezzo il giorno
montaraz pie del cazador experto e incerta al piede certo
-depuesta la fiereza del montanaro cacciatore esperto,
de unos y de otros el temor depuesto - - deposta la cruda forza
yacía el vulgo bruto [...] gli uni, gli altri il timor deposto —
giaceva il volgo bruto [...]
Notaré, ante todo, la infiel y pesada traducción de los versos 99-100: la tra
ducción de “sombría” , en el verso 101, con “ombrosa” , cuando significa en ita
liano “cupa” ; la aplicación, en el verso 106 de la traducción, de “montaraz” a
cacciatore” , cuando el original lo aplica al pie; la cacofonía feísima, en el verso
120 Ibid., p. 9.
105 de la versión italiana, originada por “incerta” y “certo” ; la traducción de
“fiereza”, del verso 105 del texto, con “cruda forza” . Más fiel y positiva, cierta
mente, hubiera podido ser la traducción italiana, porque el texto no presenta
grandes dificultades:
7 —Después de la traducción del Sueño hasta hoy el interés hacia Sor Juana y
su obra no ha decaído en Italia. Dos veces más ha vuelto al tema Angelo Mori
no, publicando en 1986 un largo ensayo titulado Risposta a Suor Juana Inés111, el
mismo que, algo modificado, acompaña como “posfazione” una nueva edición
de la Risposta a Suor Filoteam, de 1995, que va precedida de la traducción de la
Carta de Sor Filotea.
El primero de estos ensayos es, sustancialmente, igual al estudio introductivo
a su primer libro, donde editaba la Respuesta: se trata, en definitiva, de una am
pliación del anterior escrito, a través de un hábil “collage” comentado de pasajes
de la Carta de Sor Filotea, de la Respuesta de Sor Juana, de la Vida de la monja,
escrita por el padre Calleja, etc. El trabajo se lee con interés, ciertamente, pero
121 A. Morino, Risposta a Suor Juana Inés, en “Annali delf Istituto Universitario Orientale -
Sezione Romanza”, XXVIII, 1 (Napoli) 1986.
122Juana Inés de la Cruz, Risposta a Suor Filotea, a cura di A. Morino, Palermo, Sellerio, 1995.
no aporta datos nuevos ni representa un momento ulterior de real reflexión en
torno a Sor Juana, a no ser, al final, el juicio que Morino da en torno a la obra
poética de la Fénix, que estima, por el sector dedicado a la condesa de Galve y a
los muchos Celio, Silvio, Alcino, etc., de su poesía amorosa, a pesar de la falta de
datos ciertos, siempre revelación de “los síntomas del amor” 123 y muy ligada a la
realidad corpórea de los personajes en los poemas de circunstancia.
El crítico hace una distinción entre la poesía de amor y la de ocasión, pues
en la primera Sor Juana habla sobre todo de ausencia, mientras en la segunda el
objeto del discurso está siempre bien presente: “anche Lysi o, soprattutto, Laura
sono segni vuoti al pari di Silvio o di Celio, ma, a differenza da questi, le infor-
mazioni contenute nello stesso titolo delle liriche esplicitano a chi sono destinati
i versi. Sempre, si tratta di una donna individuabile al difuori dei testi, con la
quale é documentato che suor Juana Inés ha avuto rapporti. Poi, il corpo: sono
tutte donne che ne posseggono uno, la cui fisicitá non rifugge mai dal verso. An-
zi, il loro é corpo glorioso, celebrato nello splendore e nella completezza delle
membra [...]” 124, cuerpo que se concretiza, para la monja, también en la ausen
cia, a través de un retrato miniaturizado en un anillo, o una flor que acompaña
con sus versos125.
Morino insiste sobre lo abstracto de la figura masculina y lo físico de la fe
menina en la poesía de Sor Juana, como testimonio de un ámbito vedado a las
mujeres. Sor Juana lucharía con su fisicidad acerca de lo femenino para afirmarse
en una problemática autonomía126. Y concluye: “assenza maschile e presenza
femminile nella lírica di suor Juana Inés illustrano un rapporto conflittuale col
códice retorico preesistente, indicano il disagio di una voce femminile che, mos-
sa dal desiderio di parlare, si é vista costretta a ricorrere a un linguaggio estra-
neo” 127. Pero para el crítico todo vuelve a implicar los traumas de los orígenes de
la monja: detrás del producto literario viven los conflictos más íntimos, el “asesi
nato” del padre, el “rechazo” de la madre, la cual, según Morino, vuelve a com
ponerse en la figura de la virreina, condesa de Paredes, la cual, frente a la muerte
a que el obispo de Puebla —figura negativa del padre - con su carta condena a
Sor Juana, la salva para la eternidad, llevándose a Madrid su obra y haciéndola
imprimir12S.
En la edición de 1995 de la Risposta a Suor Filotea, como he dicho, Morino
vuelve a publicar su ensayo, advirtiendo que lo propone ahora “snellito, un po’
8 - De la obra de Sor Juana en Italia, hasta comienzos del ‘90, casi todo era
conocido y estudiado: poesía y prosa. Al teatro sacro y profano había dedicado yo
un capítulo en mi libro L ’opera letteraria di Sor Juana Inés de la Cruz, de 1964, al
solo teatro profano un artículo en 1965 131 y más tarde, en 1983, otro ensayo en
torno a Lumorismo, arma femminista nel teatro di Sor Juan axil, con especial aten
ción a Los empeños de una casa. Sobre los problemas de su vida había vuelto tam
bién en 1987 con SorJuana e i suoi misteri'"’. Faltaba todavía un estudio profundi
zado dedicado al texto sobre el cual había recaído la censura de Sor Filotea, o sea la
Carta Atenagórica, por más que yo lo tratara sea en mi libro de 1965, sea, y más ex
tensamente, en el sucesivo de 1987. En 1993, la hispanoamericanista Silvana Sera-
fin, que anteriormente había dedicado un inteligente ensayo a la Respuestam, estu
diaba detalladamente la crítica sorjuanina al sermón del padre Vieyra, en Una
125 Cfr. A. Morino, “Risposta a Suor Juana” , en J. I. de la Cruz, Risposta a Suor Filotea, Paler-
mo, Sellerio, 1995, op. cit., p. 64. El libro ha sido efectivamente editado: Juana Inés de la Cruz,
Versi d’amore e di circostanza, a cura di A. Morino, Torino, Einaudi, 1995.
130 Ibid., pp. 99-100. Escribe Morino (p. 100) “tanto piü Fimpresa é ardua e problemática
allorché l’obiettivo su cui fare luce é la sua sessualitá. Sembra meglio prendere atto del margine di
azzardo che tale deciframento comporta, che si voglia indirizzarlo in un senso o nell’altro o in en-
trambi. L’opera, in particolare se poética, logora troppo la vita perché questa vi permanga a chiari
segni. Quanto a suor Juana, al di la del tempo trascorso, quel che permane é l’ombra del conflitto
che ne ha regolato l’avventura fra rivolta trasgressiva e mesta accettazione. I nomi di Silvio e Celio
e di Lysi o Laura sono sicuramente Ii a suggerire altri nomi che - a questi - sono stati sostituiti, ma
che saranno quelli di Pedro de Asbaje e di Isabel Ramírez: i protagonisti della prima scena, sempre
rivissuta, sempre riscritta...”
131 G. Bellini, El teatro profano de Sor Juana, “Anuario de Letras”, V, Facultad de Filosofía y
Letras de la U.N.A.M., (México) 1985.
132 G. Bellini, L ’umorismo, arma femminista nel teatro di Sor Juana, “Studi di Letteratura fran-
cese”, X (Firenze) 1983.
133 G. Bellini, Sor Juana e i suoi misteri. Studio e testi, Milano, Cisalpino-Goliardica-C.N.R.,
1987. Entre los textos publicaba los siguientes: Aprobación del R.P.Diego Callejas, Carta de Sor Fi
lotea de la Cruz, Respuesta de Sor Juana Inés de la Cruz, Petición causídica, Docta explicación del mis
terio y voto que hizo de defender la Purísima Concepción de Nuestra Señora, Protesta que, rubricada
con su sangre, hizo de sufe y amor a Dios la MadreJuana Inés de la Cruz.
114 S. Serafín, La "Respuesta”sorjuanina: ipotesi interpretative, “Rassegna Iberistica” , 13, 1982.
lettura retorica della “Carta Atenagórica”1^, el único dedicado específicamente a
este escrito de la monja mexicana en Italia.
Puesto de relieve que el texto sorjuanino no había sido estudiado hasta el
momento más allá de la disputa teológica y las posibles implicaciones de rivalida
des eclesiásticas136, la estudiosa subraya en la Carta de la monja la intención que
ella tiene de armar una polémica intelectual137, como castigo para el presumido
que se había jactado de haber superado con sus argumentos nada menos que tres
santos - Agustín, Crisóstomo y Tomás - y afirmado que nadie ya se le hubiera
podido igualar138. La Serafín subraya el orgullo intelectual de la Fénix, por nada
atemorizada frente a una personalidad de tanto relieve como había sido Vieyra y
la orden a la que él pertenecía, la de los jesuítas, y sostiene que la lectura de la
Carta, que no responde a intenciones artísticas de la monja, no puede ser más
que “retórica” , en el sentido originario de “arte de convencer” a un auditorio con
un discurso oral o escrito139.
Según Serafín, Vieyra y Sor Juana tienen la misma agudeza de juicio, pero
con preparación de base distinta: el jesuita era un profesor de retórica y había
vivido en un período en que el gusto literario se fundaba en la riqueza concep
tual y las sutilezas del ingenio, mientras Sor Juana tenía sus maestros en Aristó
teles, Cicerón, Quintiliano, los teóricos renacentistas y Gracián y en cuanto a la
argumentación se remontaba a la Escolástica wo, que también Octavio Paz reco
noce fundamental en su formación141. En su argumentar Sor Juana acude al si
logismo, a los lexemas “género” y “especie” para individuar los sofismas forma
les de Vieyra, a argumentos fundados en conceptos de causa y efecto, medio y
fin, incluyendo la “explicación científica” 142. En la parte final de su Carta la
monja se aleja peligrosamente, y acaso por vez primera, de la ortodoxia, con
consecuencias graves futuras para ella, pero, más allá de estas consecuencias, es
cribe la Serafín, es importante afirmar la “logicidad” de las argumentaciones de
la monja, la expresión de un pensamiento lógico 143. El arma más afilada de Sor
Juana consiste en las pruebas “por razón” , que desbaratan en el escrito sorjuani
no los errores lógicos del sermón de Vieyra144, hasta llegar a la formulación de
135 S. Serafín, Una lettura retorica della “Carta Atenagórica", en Studi in onore di Giuseppe
Bellini, “Africa, America, Asia, Australia” , 15 (Roma) 1993.
136 Ibid, p. 343.
137 Ibid., p. 344.
138 Ibid, p. 348.
139 Ibid., p. 344.
140 Ibid, p. 345.
141 O. Paz, SorJuana Inés de la Cruz o las trampas déla fe, Barcelona, Seix Barral, 1982, p. 330.
142 S. Serafín, Una lettura retorica della “Carta Atenagórica”, art. cit., p. 346.
143 Ibid., p. 347.
’44 Ibid., p. 348.
su teoría de los beneficios negativos de Cristo, que desarrolla con una “racional
habilidad discursiva” 145.
El apasionamiento en la polémica no le hace perder de vista a Sor Juana —es
cribe la Serafín - su condición de monja y sobre todo de mujer y si protesta hu
mildad, en realidad ella busca obtener el reconocimiento de la dignidad intelec
tual que, en la época, se le negaba a la mujer146; si pone el acento con tanta deci
sión sobre su condición femenina, lo hace, según la estudiosa italiana, contra la
“feroz misoginia” del obispo Aguiar y Seijas147. El castigo será la obligación al si
lencio, determinado por aprensiones y envidia: nacerá así “un’altra Sor Juana,
ossequiosa e devota, non piü in grado di «convincere» con la forza persuasiva
della retorica, neppure se stessa” 148.
1 La primera obra impresa de Sor Juana son los Villancicos a San Pedro, de 1677, y se cree
que la Explicación fue la segunda, en 1680. Sin embargo la edición conjunta de las dos partes se su
pone de 1681, unos meses después de la entrada oficial del nuevo virrey, que según el Diario de
Robles tuvo lugar el 30 de noviembre de 1680.
Paredes. Es decir, se trata de la primera parte del trabajo (la segunda, la Explica
ción sucinta del Arco, viene a ser una recapitulación en verso de la primera) que
escribió para explicar al virrey, a su cortejo y al pueblo, la alegoría y los símbolos
que componían los motivos de los ocho lienzos, las basas e intercolumnios del
Arco que le fue encargado para conmemorar tal hecho, y que estuvo situado ante
la puerta occidental de la Catedral2. Concebido como una alegoría (Neptuno ale
górico) cada una de las descripciones, que terminan con un poema, explican los
distintos episodios de la historia del mitológico Neptuno (dios del mar), conver
tidos por ella en alegorías de los sucesos más o menos verídicos de la vida del
nuevo virrey (Marqués de la Laguna) que a su vez se van relacionando con la
ciudad de México (fundada sobre una laguna).
O. Paz3, describe la prosa de este texto en los siguientes términos que hago
míos: “es un perfecto ejemplo de la admirable y execrable prosa barroca, proso-
popéyica, cruzada de ecos, laberintos, emblemas, paradojas, agudezas, antítesis,
coruscante de citas latinas y nombres griegos y egipcios, que en frases intermi
nables y sinuosas lenta pero no agobiada por sus arreos, avanza por la página
con cierta majestad elefantina Un texto que, por otra parte, “nos da una
idea bastante completa de las lecturas de Sor Juana y de sus preferencias intelec
tuales y literarias” , que hoy sorprende no sólo por la abundancia de sus conoci
mientos (históricos, mitológicos, teológicos, literarios y filosóficos) sino sobre
todo por la inteligencia y el ingenio con el que logra entrelazarlos en busca de
una visión sincrética de la religión y de la historia que incluyera entre otros as
pectos menos relevantes, lo egipcio, lo hermético, y lo neoplatónico, tan de su
gusto como del jesuíta P. Atanasio Kircher (1601-1680), muy admirado por
Sor Juana (que lo menciona en varias ocasiones, entre ellas en su Respuesta). Es
te teólogo alemán se había propuesto hacer una síntesis de las grandes tradicio
nes religiosas, siguiendo a Pico de la Mirándola, su antecedente más ilustre en
este tipo de proyecto, pero incluyendo nuevas áreas como México y Japón que
ya por entonces eran asentamientos jesuíticos. De ahí que este texto de SorJua-
2 Era costumbre en el virreinato erigir Arcos triunfales para recibir a los nuevos gobernantes,
tanto civiles como eclesiásticos. Se construían con cartón y tela y pintados por artesanos y artistas
plásticos que realizaban el trabajo comúnmente concebido por los escritores mas ilustres de la épo
ca, quienes después escribían la “explicación” de lo representado. El arco encargado a Sor Juana
medía 30 varas de altura por 16 de anchura. Otro Arco semejante, erigido en la plaza de Santo
Domingo en la misma fecha y con el mismo propósito, fue compuesto por Sigüenza y Góngora.
Este reconoció los méritos del Arco de sor Juana en su Teatro de virtudes políticas, pero el suyo fue
también de una gran erudición, aunque menos mitológico y más mexicano. La descripción que hi
zo Siguenza de su Arco no se conoció hasta 1928, fecha en que lo publicó la Sociedad de Bibliófilos
Mexicanos bajo la dirección de Francisco Pérez de Salazar.
3 v. los capítulos 3 y 4 de la tercera parte del trabajo de O. Paz Sor Juana Inés de la Cruz o Las
trampas de la fe. Seix Barral, 1982. En adelante citaré por esta edición.
na debamos verlo situado dentro de lo que era por entonces la política espiritual
de la Compañía de Jesús.
Los nuevos virreyes fueron representados por Sor Juana en el primer lienzo
del Arco, saliendo de una concha tirada por caballos marinos como los dioses
mitológicos Neptuno y Anfitrite pero con sus rostros. Dentro de la complejidad
de todo el conjunto quiero destacar el hecho de que, aunque muy velada dentro
del enigma del jeroglífico que era todo el Arco, aparece una exaltación de la con
dición femenina y un interrogante sobre el lugar de la mujer en el mundo inte
lectual en la figura de la diosa egipcia Isis (poetisa y diosa de la sabiduría) de la
que Sor Juana hace descender al mismo Neptuno. De manera que aunque el
motivo central y manifiesto del Arco fuera el de halagar y hacer peticiones a los
virreyes que llegaban a México, Sor Juana también quiso hablar de sí misma co
mo mujer intelectual y presentar este Arco, que llenó de admiración a sus con
temporáneos, como respuesta objetiva y palpable a su propio interrogante.
Naturalmente también sorprendió a los nuevos virreyes quienes, admirados
por el raro ingenio y erudición de esta mujer de inmediato entablaron una estre
cha relación con Sor Juana, que se convierte desde entonces en algo así como el
“poeta oficial” de la corte. En recompensa la jerónima no sólo recibiría regalos y
favores, sino algo más importante en una sociedad tan jerarquizada y fragmenta
da en poderes y competencias (no siempre en convivencia pacífica) como la me
xicana del siglo XVII; como es sabido, Sor Juana gozó desde entonces de la pro
tección de la Corte, sobre todo de la virreina, Condesa de Paredes, con la que le
unió una amistad no siempre bien interpretada.
El segundo texto en prosa de Sor Juana se fecha en 1682. Se trata de una
Carta, conocida como Carta de Monterrey por el lugar de su aparición, supuesta
mente dirigida a su confesor, el padre jesuita Antonio Núñez de Miranda. Fue
encontrada en 1981 entre otros documentos por un eclesiástico, Aureliano Tapia
Menéndez, en un volumen misceláneo intitulado Varios iynformes4. No aparece
fechada, pero Antonio Alatorre, autor de su edición crítica, asegura que es posi
ble deducirla del propio texto, en el que casi al final puede leerse: "... no puedo
dexar de decirle que rebozan ya en el pecho las quejas que en espacio de dos años
pudiera haber dado...” ; el problema está en aceptar o no la corrección que hizo
Alatorre en las ediciones de Tapia, en las que un inicial artículo los, es corregido
por el significativo dos que hemos leído, con lo cual el crítico puede afirmar ve-
4 Hoy parece confirmada que Sor Juana fue la autora de esta carta, que es una copia manuscri
ta del siglo XVIII. Sin embargo existen todavía dudas al respecto entre algunos sorjuanistas como
Paz o Sabat de Rivers. Por su parte G. Bellini cree factible que alguien pudiera apropiarse del estilo
de Sor Juana, teniendo en cuenta que “acentuar la nota dramática en una vida como la de sor Jua
na debía haber sido una fuerte tentación” , en Sor Juana e i suoi misten. Studio e testi. Milano, Ci-
salpino-Goliardica, 1987.
rosimilmente que el enojo de Núñez data de fines de 1680, y por tanto que el
conflicto entre ambos se liga a la composición del Neptuno alegorico5. La carta
tampoco tiene encabezamiento ni ninguna otra referencia que permita identifi
car a su destinatario, pero su falta, como la de la fecha, resulta para Alatorre
“muy explicable si Sor Juana (la) puso personalmente ... en manos de Núñez” 6.
Admitiendo que así fuera, por el tono general en que está escrita y por algún
punto de su contenido, resulta sin embargo sorprendente que vaya dirigida a un
hombre tan importante como Núñez, que además era su confesor. El jesuita An
tonio Núñez fue en su tiempo una figura pública respetada y temida. Su poder
llegó a ser extraordinario, sobre todo durante el tiempo en el que compatibilizó
actividades del mayor rango, como Calificador del Santo Oficio, Prefecto de la
Purísima, confesor de Virreyes, e incluso por unos meses Provincial de la Com
pañía de Jesús. No quiero entrar sin embargo en su calificación moral, porque
creo que es asunto complicado y de difícil precisión con los datos que tenemos.
Lo que de él se ha dicho en este sentido va desde la hagiografía del P. Juan Anto
nio Oviedo 7, o del mismo biógrafo de Sor Juana, el también jesuita P. Calleja,
quienes lo consideran hombre venerado por todos, sabio, austero y virtuoso, a
los que lo juzgan un intrigante, vanidoso y envidioso cuando menos. Los mu
chos libros que escribió lo muestran preocupado por la reforma de las costum
bres de los conventos femeninos, preocupación en la que como veremos, coinci
día con la de otros clérigos importantes de la época. En este sentido parece haber
sido un hombre de gran rigor o escasa tolerancia. Evidentemente, a la vista de
sus máximas y principios las exigencias que de ellos se desprenden para con las
monjas nada tienen que ver con la vida que llevó sor Juan a8.
Cuando en 1680 Sor Juana alcanza los laureles de la fama con su Neptuno
alegórico, el padre Núñez había dejado de ser Provincial y perdido algo de su po
der, porque con los nuevos virreyes le unió una menor amistad que con los ante
riores. Circunstancia relacionada por algunos críticos que le denuestan moral
mente con el conflicto que le enfrentó a Sor Juana, que primero la condujo a re
chazarlo como confesor. Pero las conjeturas sobre su actitud son muy diversas:
mientras para algunos Núñez de Miranda fue el verdadero verdugo de la jeróni-
ma (Alatorre, Paz, etc.), para otros se hace preciso disculpar su excesivo celo o
niegan que fuera tan extremado (Bénassy-Berlig), e incluso hay quienes lo consi
deran el instrumento de la santidad que para ellos llegó a alcanzar Sor Juana en
los últimos años de su vida (entre estos últimos los clérigos contemporáneos Ca
5 Ensayo de psicología de Sor Juana Inés de la Cruz y de estimación del sentido de su obra y de su
vida para la historia de la cultura y de la formación de México, Ed. Araluce, Barcelona, 1931.
10 Su Vida o primera biografía de Sor Juana sale en 1700, en el tomo de las obras de la jeróni
ma conocido por Fama y obras postumas. A pesar de no conocer a Sor Juana personalmente Calleja
mantuvo con ella una relación epistolar, por lo que muchos de sus datos se pueden considerar de
primera mano. Pero Núñez no vuelve a ser nombrado por Calleja hasta el final, cuando Sor Juana,
según escribe el biógrafo es “ya otra” y ni el prudente Núñez podía convencerla para que “templas-
se en sus penitencias el rigor” .
" Sin embargo, al comentar este pasaje Alatorre parece no darle importancia, p. 665.
12 Alatorre opina que Calleja pudo ser quien aconsejara a sor Juana la ruptura con Núñez (p.
630), de ahí que inicialmente se pensara que fuera Calleja - aunque luego no pudiera ser - quién
escribiera el prólogo del primer Tomo de las Obras de Sor Juana, desde el que se contestase a los
espíritus escrupulosos y a “la estrecha filosofía de la santidad cuyo adalid mexicano era el p. N ú
ñez” . Prólogo que al final escribe otro amigo de la Condesa de Paredes, Fray Luis Tineo de Mora
les, quien de acuerdo con el otro prologuista, Francisco de las Heras, se repartieron la tarea apolo
gética y cerrada defensa de la jerónima. De ahí también que los argumentos que Tineo escribe en
1689, recuerden a los expuestos por la propia Sor Juana en esta carta de 1682, aunque ella ha debi
do refrenar los términos, porque su carta iba personalizada; pero el prologista, que se dirige a un
cen probar la coincidencia de ciertos rasgos estilísticos y sobre todo de contenido
con la posterior Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, en ella se encuentra confirma
da y definitivamente fechada (en 1682) la ruptura entre el la monja y su confe
sor. Ruptura que sería, por lo que hasta el momento se conoce, el primero de los
sucesos desencadenantes de la crisis de la jerónima. (Y que también puede rela
cionarse, como se ha hecho, con las fechas - la década del ochenta —en las que la
obra de Sor Juana fue más libre y fecunda).
Sor Juana alude en la Carta de Monterrey a la existencia de un “dictamen” de
Núñez, según el cual ella no debía escribir versos. Sin embargo, Juan de Oviedo
asegura que “se han engañado muchos con la idea de que Núñez le prohibía a la
madre Juana el ejercicio decente de la poesía” . Sin duda la clave de esta contro
versia se encuentra en el adjetivo “decente” . Sor Juana se limita a decir que desde
hace ocho años sólo ha desobedecido el “dictamen” del R Núñez en contadas
ocasiones y que lo hizo por obediencia, sin buscar las razones del aborrecimiento
que esta prohibición encerraba hacia los versos, que ella los tenía por moralmen
te indiferentes. Pero desde hace “mucho tiempo” (que luego concretará como
hemos dicho en dos años) viene oyendo que el P. Núñez la recrimina duramente
por ello ante terceros, e incluso la señala como escándalo público.
La jerónima mexicana se lamenta en esta carta no sólo de la intolerancia de
Núñez, sino también de otras muchas censuras que al parecer había despertado
la fama adquirida tras su Neptuno. Y escudada en el plural aprovecha para acusar
veladamente al destinatario de su misiva por el pecado que ello encierra (“Las
mujeres sienten que las exceda, los hombres que parezca que los igualo. Unos no
quisieran que supiera tanto. Otros dicen que debía saber más, para tanto aplau
so... Y unos y otros que viese conforme a las reglas de su dictamen”) B. En esta
intolerancia para ella malintencionada y en la neutralidad o indiferencia moral
de los versos (sea cual sea el tema que encierren, no existen a su parecer versos
“decentes” o “indecentes”) va a cifrar su defensa, que sin embargo deja entrever
lo que en realidad está pensando: lo que me censuran no es que escriba versos (es
decir, que no obedezca a mi confesor) sino que envidian el renombre que alcan
zo con ellos y, sobre todo, los favores que recibo de los virreyes. De ahí, que con
un procedimiento que luego reiterará en la Respuesta, termina mencionando de
pasada, unido a otros interrogantes retóricos, aquello que ella sabe que es el pun-
anónimo plural, descarga sin inhibición todo lo que piensa sobre aquellos que creen que todo lo
saben, que - escribe literalmente - “bautizan el idiotismo con nombre de santidad” , que son dog
máticos, quieren imponer su idiotez a los demás (Alatorre 633-634) y, en general, acusan a los
otros de sus pecados.
13 Me reprochan - continúa Sor Juana - hasta la letra que tengo (“no más que porque dicen
que parecía letra de hombre y que no era decente”). En fin, son tantas las acusaciones que me ha
cen que no serían materia para una carta sino para muchos y copiosos volúmenes.
to crucial de la cuestión: ¿que hechos son estos tan culpables? ¿acaso yo solicité el
aplauso de la gente? ;Yo procuré elfavor de los Marqueses? (el subrayado es mío).
Obsérvese cómo en medio de sus preguntas introduce la que le interesa que se
oiga pero que no quiere enfatizar. La importancia del último de los interrogantes
se subraya sin embargo no sólo por el lugar conclusivo de la cadena de pregun
tas, sino por las sucesivas aclaraciones que a continuación introduce: existe un
testigo (la priora es testigo de que quise rehuir el aplauso de los virreyes cuando
vinieron a visitarme al convento), ella es inocente (¿que culpa tiene ella de haber
agradado a los Marqueses?) y no puede hacer otra cosa en cuanto que es humilde
súbdita (¿podré negarme yo a que tan soberanas personas me visiten?). E intro
duce además un argumento que parece definitivo: el mismo Núñez debe saber
que no puede negarse a recibirlos, para lo cual le recuerda que le ha oído quejarse
de sus obligaciones con los Marqueses de Mancera - es decir los virreyes anterio
res - y lamentarse de no poder excusarlas. Sor Juana cierra el párrafo citando
otros casos semejantes que sin embargo no provocaron el rechazo de su comuni
cante: si aquel Marqués entraba cuando quería en los conventos de las Capuchi
nas y Teresianas ¿por que este no puede hacerlo en el mío ?. Y concluye reafir
mando su actitud: yo no puedo ni quiero incurrir en ingratitud ante ellos. Hasta
aquí la primera parte de la carta, que al terminar con este asunto subraya una vez
más su importancia ante Sor Juana 14.
14 Como ya dije, la amistad de Sor Juana con los nuevos Marqueses, es decir con el poder,
proviene, como su fama, de la composición del Neptuno alegórico, o sea de dos años antes de la car
ta. Desde entonces han debido ocurrir todos estos hechos de que habla y ella atribuye al conjunto
de sus versos, algunos, como dice, escritos incluso con la licencia del confesor, con lo cual mala
mente podrían haber sido objeto de sus reproches; otros, como los villancicos, de asunto religioso,
lo que les dejaba también fuera de objeción, y el resto lo componían coplillas y versos de ocasión
insignificantes. Prácticamente los cita todos:
- dos villancicos, que contaron, además, con licencia suya y que “procedió con tal modestia
que no consentí en los primeros —escribe - poner mi nombre, y en los segundos se puso sin con
sentimiento ni noticia mía, y unos y otros corrigió antes V R” .
- el Arco de la Iglesia “que tan escandalizado tiene al mundo” (se refiere al Neptuno, obra que
como hemos dicho le granjeó la amistad con los nuevos Virreyes). “Esta es la irremisible culpa
mía” , comienza Sor Juana. Pero, a continuación se excusa: antes se lo tuvieron que pedir tres o
cuatro veces, luego, los jueces organizadores del festejo - quienes antes que con ella hablaron con
la priora - y venían de parte del Arzobispo porque ai lo había votado el Cabildo en pleno... en fin,
continúa la monja, ahora quisiera que V R “con su clarísimo juicio” se pusiera en mi lugar ...¿que
hubiese respondido ante estos hechos? “Respondería que no podía? Era mentira. ¿Que no quería?
Era inobediencia. ¿Que no sabía? Ellos no pedían más que hasta donde supiese. ¿Oue estaba mal
votado ? Era sobredescarado atrevimiento, villano y grosero desagradecimiento a quien me honraba
con el concepto de pensar que sabía hacer una mujer ignorante lo que tan lucidos ingenios solicita
ban: luego no pude hacer otra cosa que obedecer” . He transcrito todo el párrafo para que se vea la
desenvoltura de la monja argumentando sus razones. Obsérvese cómo para ella, como mujer, ha
debido ser motivo de gran orgullo un hecho tan inusual como esa solicitud tan ampliamente apo-
Pero si su defensa era fácil en lo tocante a la escritura, (al fin y al cabo podría
contar con importantes valedores como los Virreyes) existía otro asunto más im
portante para ella, como luego revelará definitivamente en la Respuesta, cuya rei
vindicación será el objeto de la segunda parte de la carta. Un asunto más íntimo
y personal que a una monja no le era tan fácil defender, y por el que también de
bió sentirse objeto de los ataques de su confesor aunque nada se conoce al res
pecto. Me refiero a su pasión por el estudio. Lo que se traducía en erudición, en
su condición de mujer ilustrada, es decir en otra marca que, como la de la fama,
la señalaba.
Mis estudios no han dañado a nadie, escribe Sor Juana, sobre todo porque
han sido tan privados que ni he tenido maestros. Tras aludir a su condición de
autodidacta, que indudablemente la mortificó (y de la que dará más datos en la
Respuesta) admite también aquí la inconveniencia del estudio de las mujeres en
las escuelas públicas por la familiaridad del obligado trato con los hombres (“el
cursar públicamente en las escuelas no fuera decente a la honestidad” , p. 622).
Sin embargo, como también lo hará después, Sor Juana se declara abiertamente
defensora de la educación de la mujer. De ahí las preguntas con las que, escuda
da de nuevo tras el plural, trata de defender su inclinación: ¿quien ha prohibido
a las mujeres que estudien en privado ? ¿no somos seres racionales?. Y si lo so
mos, ¿por que se les niega el privilegio de gozar con la ilustración de las letras?.
Y luego, más directamente a su comunicante: ¿No somos tan capaces de honrar
a Dios como VR?. Pues si eso es así, ¿por qué no habremos de ser capaces las
mujeres de conocer las ciencias, teniendo en cuenta que estas son menos que
Dios?. Entre honrar y conocer establece una relación que da por supuesta: se
honra cuando se conoce, y se pueden conocer las ciencias con más facilidad que
a Dios, que es la Suma Sabiduría (o Suma de la Sabiduría). Luego si Dios pue
de ser honrado por la mujer también las ciencias pueden ser accesibles a su en
tendimiento.
yada además, y puede deducirse que, lejos de sentirse forzada según refiere, el encargo fue un reto
que aceptó muy complacida. (Como veremos más adelante Juana volvió a sentir de nuevo el im
pulso de medir su propia capacidad acometiendo, esta segunda vez por propia voluntad, el nuevo
reto de contestar a la provocación del jesuita P. Vieira). Luego continúa su enumeración, esta vez
con las composiciones “no públicas” :
- También “a penas se hallará tal o cual coplilla hecha a los años o al obsequio de tal o tal per
sonaje de mi estimación” o me han ayudado como á mujer pobre que soy.
—una loa al Rey en su cumpleaños, por mandato del Virrey Fray Payo, y otra por mandato de
la excelentísima Sra. Condesa de Paredes.
Hasta aquí la enumeración de lo escrito sin licencia de su confesor. Por tanto, fueron sin duda
los versos del “Arco de la Iglesia” los que motivaron el revuelo del censor a quien remite su carta,
quien seguramente la había prohibido escribir los de asunto profano. Lo que pudiera explicar que
Sor Juana no acudiera a su confesor reclamando autorización para hacer el Arco.
Y tras esta primera andanada de preguntas en las que defiende la capacidad
de la mujer para el estudio, se pregunta por la existencia de ese severo precepto —
divino o humano - por el cual se prohibe el estudio a la mujer: ¿Que revelación
divina, qué determinación de la iglesia, qué dictamen de la razón hizo para noso
tras tan severa ley?. En su opinión las letras no estorban sino que ayudan a la sal
vación. Y para probarlo aporta ejemplos que corroboran la buena relación entre
la santidad y el estudio de las diversas disciplinas, citando a los Santos Padres de
la iglesia y a las mujeres igualmente santas, como Santa Catalina y Santa Pula,
tantas veces presentes en sus escritos, aunque —y eso no lo dice pero lo sabe muy
bien - también fueron perseguidas por ello. Pero aún así se pregunta pasando del
plural al singular: ¿Por qué en mí es malo lo que en todas fue bueno ? ¿sólo a mí
me estorban los libros para salvarme?. Y como si respondiera a las posibles alega
ciones que Núñez le haría, continúa: si he leído autores profanos también conoz
co a los doctores sagrados. Además, también los profanos me enseñan cosas que
convienen a mi salvación (y cita como ejemplos la paciencia de Sócrates y la mo
destia de Diógenes para terminar preguntándose ¿quién no alabará a Dios en la
inteligencia de Aristóteles?).
Como luego también hará en la Respuesta los argumentos sobre este asunto
del estudio, tan importante para ella, pasan ahora de la erudición a lo práctico y
cotidiano; de ahí que finalice aludiendo a su propia vida conventual, que quiere
a toda costa hacer compatible con su vocación intelectual: “¿Por qué ha de ser
malo -escribe Sor Juana cargada de lo que hoy nos parece asunto de sentido co
mún- que el rato que yo avía de estar en una reja hablando disparates, o en una
celda murmurando quanto passa fuera y dentro de la casa, o peleando con otra,
o riñendo a la triste sirviente, o bagando por todo el mundo con el pensamiento,
lo gastara en estudiar...?” (p. 623).
También en la Carta de Monterrey se detiene en un argumento que considera
capital para su defensa: la condición natural de su inclinación al estudio, que
luego desarrollará ampliamente en su Respuesta. Es decir, esta condición de su
persona ha sido puesta en ella por voluntad del mismo Dios. Y como así lo cree,
haciendo alarde una vez más de sus convicciones, se reafirma con el desparpajo
con el que está escrita toda esta Carta, muy diferente en su tono al de la Respues
ta-. a mi no me parece que esto vaya ni contra la ley de Dios ni contra las obliga
ciones de mi estado. “Yo tengo ese genio. Si es malo, yo me hice. Nací con él y
con él he de morir” .
Para terminar recapitula y conecta el argumento central de Núñez (su salva
ción) con el suyo (su vocación al estudio impuesta en ella por Dios): “VR quiere
que por fuerza me salve ignorando” . Pero yo le pregunto ¿por qué he de ir por el
camino de la ignorancia si repugna a mi naturaleza? ¿No es Dios suma sabidu
ría? ¿Pues por que ha de ser más aceptable la ignorancia que la sabiduría? Como
se ve, una y otra vez la pobre monja defiende con todo tipo de argumentos lo
que cree su derecho y lo que es la razón de su existencia.
Aunque Sor Juana califica a Núñez de forma explícita muy positivamente
(en distintas ocasiones le llama discreto, santo o docto) en realidad en su discur
so no sólo le niega esos calificativos, sino que se aprecia que tiene que refrenar el
sarcasmo de sus juicios. O está muy enfadada —le “rebasan las quejas” contra él
según escribe - o le ha perdido el respeto por su comportamiento con ella, que
considera injusto y formalmente deleznable. De ahí que exceptuando el pruden
te comienzo, en esta carta parece dirigirse a una persona de la misma jerarquía, a
la que, además, no admira ni respeta aunque diga lo contrario. Muy diferente se
rá su actitud en la Respuesta. Sor Juana se defiende con la misma firmeza en am
bas cartas, pero es evidente que en esta última nunca llega a la arrogancia que en
ocasiones aflora en la primera, “pasmosamente atrevida” en palabras de Alatorre.
Y puestos a compararlas, la Carta de Monterrey además de ser más breve, es tam
bién, y no sólo por eso, menos argumentada. Pero la diferencia señalada al co
mienzo es sin duda la más importante. En la Respuesta se oye a una mujer que
implora ayuda a alguien que cree un amigo y considera un superior, una especie
de ¿tu cuoque pater mihi? Sentimiento muy contrario al de esta Carta, en la que
termina diciendo a Núñez que su dictamen ni es moderado ni prudente, y que
por eso es inaceptable; que su exageración convierte en desesperados a quienes
quieran seguirlo. Le niega autoridad moral para reprenderla, y le acusa de faltar a
la caridad por los términos en los que se ha producido su reiterada acusación; e
incluso se atreve a enseñarle: “proceda como debe ser” , “suavemente”, “que el
exasperarme no es buen modo de reducirme ni yo tengo tan servil natural que
haga con amenazas lo que no me persuade la razón, ni por respeto humano lo
que no hago por Dios” . Finalmente, tras reconocer que en cuanto religiosa pri
varse “...de todo aquello que me pueda dar gusto, aunque sea muy lícito (obsér
vese como reafirma sus convicciones)... es bueno que yo lo haga para mortificar
me” , viene a añadir: pero eso es cosa mía, es algo que no le concierne a VR. No
hay duda de que todo esto remite a una ruptura, que acaba haciéndose explícita
en términos durísimos: siente -dice- no saber mortificarse calladamente con sus
reproches como lo harían otras hijas en quienes “ mejor empleara ’ su adoctrina
miento. Por eso le suplica que si no ha de ser para favorecerla “se olvide de mi'
(los subrayados son míos). Tras pedirle que la deje en paz, ni siquiera, ya al final,
logra reprimir la indignación que parece dominarla: ¿dónde está dicho que mi
salvación haya de venir de VR? le pregunta; y por si hubiera dudas al respecto
quiere que quede claro que a partir de ahora ella podrá elegir libremente padre
espiritual: “con que podré... elexir libremente padre espiritual el que yo quisie
re...”). Pero además le dice algo verdaderamente provocador a mi juicio, que
confirma la actitud de seguridad y arrogancia que vengo destacando: si Dios que
ha inclinado hacia él (hacia el jesuita) con tanta fuerza su amor y su voluntad
“conformara también mi dictamen” (es decir, si hiciera que mi pensamiento o
mi criterio coincidiera con el suyo) ... no fuera otro que VR”, es decir, seríamos
uno mismo. O lo que es lo mismo: discrepamos porque somos individuos libres
y diferentes y desde mi libertad y mi identidad me dirijo a VR para exponerle mi
pensamiento. Sumo atrevimiento de una mujer/monja que parece asustarle a ella
misma una vez formulado, de ahí la matización que se ve obligada a introducir:
“suplico no tenga la ingenuidad por atrevimiento ni a nenos respecto, sino a sen-
cilles de mi corazón con que no sé decir las cosas sino como las siento...” .
Aproximadamente ocho años después, hacia finales de noviembre de 1690,
sale publicado un folleto con el siguiente título: Carta atenagórica de la Madre
Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa de velo y coro en el muy religioso convento de
San Jerónimo de la Ciudad de México cabeza de Nueva España. Que imprime y de
dica a la misma, Sor Filotea de la Cruz, su estudiosa aficionada, en el convento de la
Santísima Trinidad de Puebla de los Angeles. Según revelará Sor Juana en la Res
puesta con la que contestará a sor Filotea este texto le fue solicitado por una per
sona no identificada que se lo había oído exponer verbalmente en una tertulia de
las que habitualmente se celebraban en el convento (“... de las bachillerías de una
conversación... nació en V md. el deseo de ver por escrito algunos discursos que
allí hice de repente sobre los sermones de un excelente orador...”). Al parecer, ad
mirada de la elocuencia con que Sor Juana refutó uno de los sermones del céle
bre jesuita portugués P. Vieira, le había pedido que pusiera sus argumentos por
escrito. No se sabe cómo llegó este texto, privado como el anterior, —tal vez de
mano en mano - hasta el entonces Obispo de Puebla, Manuel Fernández de
Santa Cruz, quien muy complacido también por los argumentos de Sor Juana es
quien bajo el seudónimo de sor Filotea de la Cruz lo manda imprimir en el cita
do folleto acompañándolo de una carta fechada el 25 de Noviembre de 1690.
Fue Castoreña, el editor de la Fama y obras postumas de Sor Juana, en 1700,
quien revela la identidad de Sor Filotea, aunque todo hace suponer que ella tam
bién debió conocer su identidad, a pesar de que en la Respuesta que le enviará
continúe con la ficción.
L. Pfandl15 no cree posible que el obispo poblano estuviese en México en las
fechas en que Sor Juana pudiera haber comentado el sermón de Vieira, pero hay
quienes piensan que todo este asunto de las cartas fue organizado de mutuo
acuerdo entre el obispo y Sor Juana contra el arzobispo de México Aguiar y Sei
jas, que era un misógino declarado y amigo de Vieira, para molestar a quien ha
bría arrebatado el arzobispado que el primero ambicionaba. A mi juicio carece de
sólido fundamento toda la intriga, que describe O. Paz, de Fernández de Santa
Cruz contra Seijas, en la que Sor Juana es utilizada y acaba siendo la víctima, te
niendo en cuenta que los documentos que se han ido descubriendo con posterio
ridad parecen demostrar la inexistencia de enemistad entre los dos, obispo y ar
15 Sor Juana Inés de la Cruz. La Decima Musa de México. Su vida su poesía su psique. México,
UNAN, 1982.
zobispo 16, además de no estar probado que a Fernández de Santa Cruz se le arre
batara el arzobispado después de estar nombrado para ello, es decir que no re
nunciara él mismo como asegura su biógrafo fray Miguel de Torres 17.
Fue Ezequiel Chávez el primero que dio al adjetivo “atenagórica” 18 el signifi
cado de “digna de la sabiduría de Minerva” o Atenea que a partir de entonces casi
todo el mundo le reconoce. Esta etimología parece la más aceptable, ya que al
comparar la sabiduría de la diosa con la de Sor Juana no sólo se magnifica la de
esta última, sino que se señala también su condición profana (o pagana) que va a
censurar el editor en la carta que acompaña, frente a la de su “estudiosa aficiona
da” sor Filotea, la “amiga o amante de Dios” según el seudónimo con el que firma
el autor de la adjunta misiva. Más recientemente críticos como M. Bandeira19 en
1963, o Guillermo Schminauder20 en 1993, han sugerido la posible derivación de
Atenágoras, con argumentos que no considero plausibles, ya que la obra de este fi
lósofo ateniense es de carácter distinto y, por otra parte, es un personaje de segun
da fila, de modo que la comparación con él no supone demasiado elogio.
Este texto de Sor Juana es como he dicho un “juicio” o refutación al segun
do de los “sermones de Mandato” 21 que el jesuíta portugués había pronunciado
en Lisboa unos cuarenta años antes (existen agunas dudas sobre la precisión de la
fecha). Seguramente Sor Juana se lo había encontrado entre sus lecturas, y debió
llamarle la atención no sólo por su magnífica prosa y la gran erudición con la
que estaba construido (características por lo demás de todos los sermones de
Vieira, por aquellos años muy conocido y admirado no sólo en México), o por
que encerrara una lectura política acorde con las ambiciones de la Compañía de
Jesús o las del propio Vieira para su país, Portugal, (según alguna lectura más re
ciente 22, cuestiones sobre las que Sor Juana nunca se interesó) sino porque este
sermón incluía un reto intelectual ante el cual Sor Juana no pudo substraerse,
como le ocurrió en otro orden de cosas con el Arco de la Iglesia. Amiga de estas
23 Sor Juana sostiene que la mayor fineza de Dios es no hacer ninguna, “son los beneficios que
nos deja de hacer por nuestra ingratitud...” . Si lo que distingue a la Divinidad es su infinita libera
lidad, su inmenso amor hacia los hombres y su poder absoluto, su natural es dar beneficios a sus
criaturas, luego “más le cuesta a Dios el no hacer beneficios que el no hacérnoslos y por consi
guiente es el suspenderlos que el ejecutarlos” . Para “Dios el premiar es beneficio, el castigar es be
neficio y el suspender los beneficios es el mayor beneficio, y el no hacer finezas la mayor fineza”
la llamara vanidosa (que poco le importa dar muestras de humildad a quien se
sabe superior) sino que el Obispo considere impropio de una mujer vencer a un
hombre. O mejor, hacer gala —aunque no fuese públicamente —de pensar con
independencia de criterios. Es fácil imaginar el disgusto y la humillación que de
bió sentir, por aquellos años en la cumbre de su éxito, máxime teniendo en cuen
ta que Fernández de Santa Cruz acostumbraba a escribir cartas espirituales a las
monjas, reprendiendo sus “relajadas prácticas” con los hombres o “comunicacio
nes ajenas a su consagrada pureza” . Treinta y seis de estas cartas se habrían de
publicar y, para colmo de injusticias, entre ellas apareció la dirigida a Sor Juana.
A parte de esta carta de Fernández de Santa Cruz, poco sabemos de la enor
me polémica que levantó la de Sor Juana en el ambiente intelectual y eclesiástico
del momento (e incluso con repercusión en el siglo siguiente). Pero se sabe que
fueron muchos, entre detractores y defensores, los que participaron en la querella
de las “finezas” .
También es al Obispo poblano al único que contesta Sor Juana, al menos
por lo hasta hoy conocido. Es precisamente a él a quien dirigió primero una mi
siva joco-seria encontrada recientemente por Elias Trabulse, quien tras las perti
nentes indagaciones la atribuye a Sor Juan a24. La carta, manuscrita, en prosa y
verso y firmada por una supuesta sor Serafina de Cristo 25, está fechada el día
uno de febrero de 1691 y lleva el siguiente título en portada: Carta que habiendo
visto la Atenagóriga que con tanto acierto da a la estampa sor Filotea de la Cruz del
convento de la Santísima Trinidad de la Ciudad de Los Angeles, escribía Serafina de
Cristo en el Convento de N.P.S. Jerónimo de México.
Por esta carta conocemos un hecho de importancia singular, si aceptamos la
resolución que Elias Trabulse ha dado al enigma que Sor Juana plantea a su co
municante, para lo cual le va proporcionando una serie de claves que según ella
24 El citado investigador dio noticia de ella en el Coloquio internacional del Instituto mexi-
quense de Cultura, celebrado en abril de 1995, en una ponencia que presentó como parte de un
estudio de mayor envergadura y en la que anunciaba una próxima edición facsimilar de la nueva
Carta con estudio y transcripción paleográfica.
25 Elias Trabulse supone que por su contenido es posible que no fuese enviada a su destinata
rio, y observa que a pesar de estar dirigida a Sor Filotea, Sor Serfina no duda en llamarle “Mi se
ñor” (v. La jornada semanal, n. 9, mayo de 1995).
Como se sabe los serafines son ángeles o espíritus alados, de extraordinaria hermosura, que
entonan el Sanctus en torno y en alabanza de Dios. Pero también existe una LOC. “Hacer la seráfi
ca’ que significa afectar virtud o modestia. Según esto, sor Juana inicialmente parecería haber to
mado a broma la acusación que le hizo el Obispo de Puebla, ya que hace suyo, como si le divirtiera
aceptar que sus alardes de modestia han sido falsos, un nombre según el cual indirectamente admi
te haber cometido el pecado de “elación” . Pese a esto al comenzar le dice al Obispo (todavía bajo
la ficción de Sor Filotea, como he dicho) que fue él quien ajustó las “atenagóricas cuentas” a Vieira
al hacer público un documento privado. Como fue él quien al considerarla vanidosa la ha converti
do en “Serafina” .
le permitirán adivinar quien era el personaje contra el que iba dirigida en reali
dad la Atenagórica. Evidentemente parece claro que Sor Juana se refiere a Núñez
de Miranda, según ésto todavía objeto de su animadversión. Al parecer era el
mismo “soldado castellano” (de la Milicia de San Ignacio, es decir un Jesuita)
que había salido en defensa de Vieira y a la vez censurado la carta de sor Filotea
(“que para mí no es Epístola - dice la autora — sino Evangelio”). Un soldado
enemigo quien “la cabeza/ sacó de lobo a Cam ila261 (...) y es que imagina ser
cordera/ su adalid, como si fuera/ aquella Camila Inés” . Sin embargo ella no es
“tan fiera” como el personaje de Virgilio, ya que “en la mujeril Victoria” que
consiguió en la Atenagórica, lo que hizo fue hacer suya “la gloria de los PA
D RES” . Sin embargo aprovecha para subrayar y que se reconozca que a pesar de
eso “Para gloria de las MADRES/ sepa en el mundo todo hombre/ que hoy en
Camila más nombre/ han conseguido los PADRES” . Con lo cual al tiempo que
contradice la acusación que se le ha hecho de vanidosa hace una nueva defensa
de la mujer en el terreno intelectual.
Todo esto hay que sumarlo por tanto a la lucha abierta que en el mismo sen
tido venía manteniendo con Antonio Núñez desde hacía una década, y a la más
o menos soterrada que desde su llegada al arzobispado mexicano debió mantener
también con Aguiar y Seijas, misógino declarado y acérrimo enemigo del teatro,
entre otras fobias de índole semejante tan opuestas a la personalidad y los gustos
de Sor Juan a11. Sin duda todos juntos, por encima de sus rivalidades personales,
y empeñados en la reforma de los conventos femeninos, estaban de acuerdo - y
en ello estuvo su fuerza —en que como religiosa no podía dedicarse a cuestiones
profanas. Son justos los esfuerzos que está haciendo Bénasy-Berling para hacer
ver que eran hombres honestos, creo también que se debe admitir que lo hayan
sido e incluso que actuaran con las mejores intenciones. Pero los hechos indican
que Sor Juana fue perseguida por ello (criticada y amonestada) por la fama que
logró como escritora y mujer erudita, y que se le exigió renunciar al estudio y so
meterse a la obediencia por ser monja (de ahí el título del trabajo de O. Paz, Las
trampas de la fe). Nunca tuvo problemas con el Santo Oficio, a quién temió, co
mo reconoce más de una vez en sus escritos y aunque en ocasiones, como en la
Carta atenagórica, rondara la heterodoxia (véase el pasaje de los celos de Cristo,
por ejemplo) ni siquiera porque no cumpliera con sus obligaciones conventuales
- que lo hizo, como ella explica en la Respuesta —sino porque sobresalió en acti
vidades vedadas por entonces a la mujer. Es tan obvio que así fue que es inútil
26 Personaje de la Eneida. Fue fray Luis Tineo en el prólogo que compuso para Inundación
Castálida quien compara a Sor juana con este personaje de Virgilio y al soldado castellano con
aquel que la quería arrancar del estudio y del cultivo de las letras profanas, v. E. Trabulse ob. cit.
27 Es muy ilustrativo al respecto leer el retrato que de ¿1 hace O . Paz, prejuiciado sin duda pe
ro verdadero en lo esencial pp. 527-532.
recordar, como hace O. Paz, el hecho de que esas mismas exigencias no se tuvie
ran con hombres de su misma condición, entre los que se destaca el caso de Lope
de Vega. Sin duda la sociedad mexicana - y concretamente el alto clero - era en
aquella época mucho menos permisivo que el de la Metrópoli en la que reinaba
un clima de relativa independencia intelectual2S.
Aproximadamente tres meses más tarde de cuando se publicó la Carta ate
nagórica y un mes después de escribir la que firmó Serafina de la Cruz, es decir,
a primeros de marzo de 1691; escribe Sor Juana Inés la Respuesta a sor Filotea
de la Cruz, el documento más bello y conmovedor de los escritos en prosa por
la monja jerónima, y también el más conocido y estudiado, sobre todo en los
últimos años en el que se le ha presentado como uno de los primeros baluartes
del feminismo en hispanoamérica. Graves e importantes acontecimientos que
desconocemos han de haber ocurrido en le mes que media entre los dos últi
mos documentos citados, teniendo en cuenta el cambio de tono y de actitud
que se aprecia en este último trabajo en prosa de la jerónima. En este texto, pu
blicado postumamente (en Fama y obras postumas), Juana se reafirma en lo que
ha sido su vida y su comportamiento y se defiende de sus acusadores, acepta el
“consejo” del Obispo comunicante y le solicita su beneplácito para seguir estu
diando. Por estas y otras aparentes contradicciones, contrariamente a lo que se
suele decir, la Respuesta no es una carta de fácil lectura. Muy elaborada (Sor
Juana debió pensar muy bien cada uno de los términos de un discurso con el
que tanto se jugaba), existe en ella una ambigüedad, a veces poco manifiesta,
que exige una lectura muy atenta para descubrir el doble sentido de algunas de
sus proposiciones (O. Paz califica su lenguaje de cauteloso, y dice que está lle
no de reservas y paréntesis); es también un texto complejo en cuanto que es al
mismo tiempo, acusación y defensa, abjuración y reafirmación, protesta de ig-
28 v. José Pascual Buxó, “Sor Juana: Monstruo de su laberinto” , en Y diversa..., p. 43-70), pero
incluso allí un caso semejante en un hombre sería impensable.
Esta circunstancia explica sin embargo la defensa que de ella se hizo desde aquí, incluido el
clero y algunas monjas, como puede verse en Fama y obras póstumas y desde luego los “Prólogos” y
“Aprobaciones” de sus obras. Ya nos referimos a algunas de las ideas de Luis Tineo Morales ex
puestas en el prólogo de Inundación Castálida, en dónde entre otras cosas que pudimos comprobar,
es muy explícito al considerar que, como escribe literalmente, “no es incompatible ser muy siervos
de Dios y hacer muy buenas coplas” , opinión que hace extensiva a las mujeres puesto que de un li
bro de Sor Juana se trata. De semejante parecer es Juan Navarro Vélez, franciscano, cuando escribe
la “Censura” del segundo volumen de sus. Obras (Sevilla, 1691), en la que dice entre otras cosas
“en los versos pudiera reparar algún escrupuloso y juzgarlos menos proporcionado empleo de una
Pluma Religiosa, pero sin razón: porque escribir versos fue galantería de algunas plumas que hoy
veneramos canonizadas y los versos de la Madre Juana son tan puros, que aun ellos mismos mani
fiestan la pureza del ánimo que los dictó” . Y aunque hubo quienes vinieron a opinar de manera se
mejante entre los clérigo mexicanos, lo cierto es que todavía en aquel contexto las altas jerarquías al
parecer seguían sujetos a mayores prejuicios paternalistas con las religiosas.
no rancia y prueba de erudición, carta llana o “familiar” , epístola moral y dis
curso retórico y forense29.
No es posible sin embargo que ahora nos detengamos en ella con la minu
ciosidad que sin duda este precioso texto exige al exégeta. Nos limitaremos a dar
algunas prueba de lo que acabo de decir.
En la Respuesta se pueden señalar una serie de partes, que se han identifica
do, con algunas variantes, con las de un discurso forense, según lo expuesto por
Cicerón en De partitione oratoria-, el exordio, la introducción o salutación, la
“captado benebolentiae” , la narración de los hechos (que incluye la demostra
ción del propio argumento y la refutación de los contrarios), la petición y final
mente la despedida o conclusión30. En la introducción Sor Juana justifica su tar
danza en responder por una serie de causas (poca salud, justo temor, no sabe en
qué términos hacerlo, no sabe cómo agradecer lo suficiente, etc.) que tratan de
captar la benevolencia de su comunicante, aunque tal vez lo mas sobresaliente en
este sentido sea la manifiesta humildad con la que se dirige a quién al mismo
tiempo ensalza de manera tan hiperbólica que cierta crítica ha considerado iróni
ca 31. Sin embargo, la actitud de extrema humildad que Juana adopta frente al
Obispo forma parte de una estrategia bien calculada que a mi juicio no encierra
nada de ironía, sino que se configura como elemento importante de la argumen
tación (de ahí que sus manifestaciones estén prodigadas a lo largo de toda la car
ta) con la que trata de convencer al Obispo de lo lejos que está del pecado de
“elación” o vanidad, según la acusación que éste le hiciera para exigirla el cambio
de rumbo que asegurara su salvación. La supuesta ironía en el tratamiento que le
da al Obispo sin duda entraría en contradicción con la importancia de lo que va
a defender ante quién es su juez y su verdugo. No hay que olvidar que se trata de
algo tan importante para ella como el poder seguir estudiando, algo que es el ob
jeto de su existencia o el mayor de sus afanes, gracias al cual, además, ella ha su
perado hasta la fecha los dos grandes obstáculos de su vida, su condición de mu
jer e hija ilegítima. Por lo tanto la importancia del asunto nos obliga a negar la
existencia de ironía en este punto, y a pensar que puede ser sincera, aunque sin
duda exagera (para lograr una mayor eficacia según las exigencias del modelo
clásico seguido) los términos de admiración y cariño hacia el Obispo. Con el
mismo objetivo, también se presenta a sí misma según las exigencias de las tópi
cas fórmulas de empequeñecimiento: temerosa y débil de salud, inepta e insigni
25 v. Rosa Perelmuter Pérez, “La estructura retórica de la Respuesta a Sorfilotea, HR, 51, 1983,
pp. 147-158.
30 v. Perelmuter, ob. cit. p. 150-152.
31 v. Josefina Ludmer, “Tretas del débil” , en La sartén por el mango, P. E. González y E. Orte
ga, eds., Río Piedras, Huracán, 1984; "La ironía de la más mínima criatura del mundo” , Amy A.
Oliver.
ficante, “la más mínima criatura del mundo” , indigna de sus favores y de su
atención, “pobre monja” , de “torpe” pluma, cuyos escritos son “borrones” , o sin
fundamento, todo lo cual (y mucho más) no debe interpretarse como “afectada
modestia... sino como ingenua verdad de toda mi alma” . Mientras que el Obis
po tiene un “soberano talento” , al que se obedece con agrado (incluso ésta res
puesta se hace por el gusto de obedecerle), es quien le ha concedido “benévola li
cencia” para hablar, a quien no quiere cansar y cuya carta merece los mayores y
superlativos elogios de su parte (“vuestra doctísima, discretísima, santísima y
amorosísima carta”) aunque su asunto le haya disgustado tanto.
Adoptada estratégicamente esta posición y haciendo continuas protestas de
sinceridad para asegurar sus efectos y contrarrestar las evidentes exageraciones,
Sor Juana, tras agradecerle en la introducción la publicación de la Carta Atenagó
rica, emprende su defensa, que inicia muy suavemente. Por ejemplo, cuando está
hablando de la dificultad de agradecer el “honor desmedido” que le ha hecho el
Obispo al publicar su obra, dice con la habitual exageración que domina en esta
parte, que tanto honor le había producido inicialmente una “suspensión del dis
curso”, una actitud dubitativa semejante a la que se produjo en Santa Isabel
cuando es visitada por María, o en Saúl cuando fue elegido rey de Israel. En am
bos casos la sorpresa y el agradecimiento se traduce en preguntas en las que am
bos, en lugar de agradecer el honor, se limitan a dudar de sus méritos, manifes
tando su insignificancia ante el privilegio otorgado. Pues bien, semejante situa
ción es la que, según dice, vivió ella misma al enterarse del alto honor que le ha
bía deparado el comunicante al publicar su obra. Pero a continuación, Sor Juana
se olvida de que se estaba refiriendo a la dificultad que le ofrecía saber agradecer
al Obispo la publicación de su carta y reescribe de nuevo, sacándola de contexto,
parte de la cita textual de Saúl que recogió antes, concretamente aquellas pala
bras que referidas a su propio caso cambian de rumbo el discurso: “Pues —escri
be sor Juana —¿quare locutus es mihi sermonem istum? ¿Et unde hoc mihi?, (“Pues
¿por qué me has dicho estas palabras? ¿De dónde a mí viene tal cosa?”), aludien
do de esta forma, por primera vez, a la carta adjunta del Obispo y con ello a lo
que en realidad motiva su respuesta, que no es como está diciendo el agradecer la
publicación del la Atenagórica, sino defenderse de los consejos o reconvenciones
del Obispo. Evidentemente este cruce de conceptos, que se repite con variantes,
también responde a una estrategia bien trazada, en este caso para introducir con
discreción el verdadero asunto de su respuesta.
De esta manera tan elusiva introduce Sor Juana su amarga queja que poco a
poco irá ampliando: ¿Por qué esa carta y su reconvención, si ella es una pobre
monja que en soledad y solamente cuando se lo permiten sus deberes religiosos y
comunitarios se dedica al estudio y a la poesía? ¿Por qué le pide ese cambio de
comportamiento que tanto significa para ella ? Verdadermente esta es la gran tra
gedia que vivió Sor Juana. Todavía hoy sobrecoge el drama que debió ser para
ella tal petición, de la que debió tomar conciencia poco antes teniendo en cuenta
la carta anterior (tal vez el Obispo pudo volver a escribirla confirmando la serie
dad de su amonestación) y cuya defensa sin embargo inicia tan discretamente.
En otras ocasiones una estrategia semejante es utilizada para introducir un
grado suficiente de ambigüedad que le permita decir lo que piensa, pero sin ex
presarlo abiertamente. El recurso anteriormente citado, mediante el cual va in
troduciendo de manera casi imperceptible los argumentos y matices que progre
sivamente irá incorporando, en esta primera parte se conjuga con una sintaxis
barroca (que luego desaparece por completo), cuya complejidad es sabiamente
utilizada por Sor Juana para introducir conceptos de esa manera ambigua a la
que nos referimos. Es el caso del siguiente párrafo, en el que, como le exigen pa
ra terminar la introducción los tratados de retórica que ella bien conoce (en la
misma carta son citados Cicerón y Quintiliano), sor Juana recapitula las dos
grandes dificultades que dice haber tenido a la hora de contestar a su comuni
cante y que ha venido comentando hasta ese momento (no saber responder y no
saber agradecer), pero cuando habla del segundo de estos imposibles que según
dice se le presentaron al conocer la publicación de su Carta atenagórica, alude co
mo de pasada, a un nuevo e importante aspecto que de esta forma queda intro
ducido con la ambigüedad que desea. Me refiero al párrafo en el que tras asegu
rar que lloró cuando vio publicada su carta32 comenta la razón de esta manera:
“... porque me pareció que vuestro favor (se refiere obviamente al Obispo) era
más que una reconvención que Dios me hace a lo mal que le he correspondido, y que
como a otros corrige con castigos, a mi me quiere reducir a fuerza de beneficios ’ (el
subrayado es mío). Es decir, Sor Juana atribuye a Dios la reconvención del Obis
po, con lo cual introduce un nuevo y significativo quiebro en el discurso que ha
venido exponiendo: es precisamente por venir de quien viene por lo que el hecho
le ha producido tanta confusión y vergüenza como dirá después. Con lo cual, lo
que está dejando entrever es lo siguiente: voy a aceptar la reconvención porque
viene de Dios, aunque se haya manifestado a través de su comunícate (sea quién
sea, recuérdese que Sor Juana formalmente contesta a la monja Sor Filotea), lo
que visto de esta forma significa que la carta de Sor Filotea ha sido para ella un
aviso de Dios. Pero Dios es también quien le ha dado el entendimiento y el libre
albedrío con los que puede juzgarse a sí misma, ya que —escribe —“es más pri
moroso medio de castigar hacer que yo misma, con mi conocimiento, sea el juez
que me sentencie y condene mi ingratitud” . Ahora bien, si ella es el juez de sí
32 Nueva exageración, ya que en esos años se estaba publicando y reeditando toda su obra: en
1689 se publicó Inundación Castilida de la Unica poetisa Musa Décima, Sor Juana Inés de la
Cruz...', al año siguiente saldrá, también en Madrid, una segunda edición “corregida y mejorada
por su autora” con el título Poesías de la Unica Poetisa Americana, Musa Décima. En 1692, con re
traso según lo previsto, aparece en Sevilla el Segundo volumen de las Obras de Sor Juana, que tam
bién al año siguiente tendrá una segunda edición en Barcelona.
misma, no podrá condenarse por aquello que en ella es “inclinación natural” , ya
que, por venir de Dios, es necesariamente bueno e irreprochable. De ahí la justi
ficación y reafirmación (el encomio) que emprenderá a continuación sobre su
inclinación natural al estudio y los obstáculos que ha tenido que ir sorteando a lo
largo de su vida para darla satisfacción.
Pero no acaba aquí su argumento, tras un punto y seguido, vuelve a introdu
cir un nuevo matiz: “Bendito seáis vos, Señor, - escribe Sor Juana - que no sólo
no quisisteis en manos de otra criatura el juzgarme, y que (obsérvese el nuevo
cambio) ni aún en la mía lo pusisteis, sino que lo reservasteis a la vuestra, y me
librasteis a mí de mí y de la sentencia que yo misma me daría —que, forzada de
mi conocimiento, no pudiera ser menos que de condenación —y, vos la reservas
teis a vuestra misericordia...” . Con lo cual, si yo leo adecuadamente, Sor Juana
está diciendo: bendito seáis, Señor, porque siendo la suma Sabiduría, conocéis
que el juicio que yo me haga a mi misma será condenatorio, pero como al mis
mo tiempo sois la suma Misericordia, me habréis de perdonar “porque me amáis
más de lo que yo me puedo amar” , según concluye. De manera imperceptible
Juana Inés ha cambiado también en este punto el destinatario de su Respuesta y
con este escolástico discurrir le viene a decir al Obispo que Dios es más bonda
doso y justó que él.
Con la certeza del perdón de Dios cierra la primera parte de la introducción.
Sor Juana llama digresión a esta importante conclusión a la que acaba de llegar,
nada menos que un aval de salvación, a pesar de que su conducta pudiera ser re
prochable y sobre todo a pesar de lo que ésta le merezca a los hombres. Pero co
mo también le interesa recibir la aprobación del Obispo su Respuesta, tras la in
troducción, continuará por los cauces de una confesión de lo que ha sido su vi
da, que le permita recibir también el humano perdón del Obispo.
Algo después dirá que en la búsqueda de “efugios” (es decir de recursos o sa
lidas) para huir de la dificultad de responder casi había llegado a la determina
ción de dejarlo “al silencio” . Pero que no lo ha hecho por considerar que aunque
“explica mucho el énfasis de no explicar” es necesario ponerle un breve rótulo pa
ra que se entienda lo que el silencio se pretende que diga. Un breve rótulo al si
lencio es pues su Respuesta, que no dice lo que es, pero dice que no lo puede de
cir, como cuando San Pablo, según ejemplifica, escuchó un secreto de Dios que
no le era permitido decir a los hombres. “Para que se entienda —escribe Sor Jua
na - lo que se pretende que el silencio diga” , Por lo tanto, es lo que va a callar lo
importante. Y lo que escribirá, solo un indicio de lo que quiere decir con lo que
no dice.
A partir de aquí, como Moisés después de balbucir y comprobar suspendido
su discurso, al verse tan favorecida de Dios se siente infundida de tales alientos
que se atreve a pedirle imposibles a través de su intercesor el Obispo, ya que, si
tanto la ha favorecido, ¿Que dejará de hacer y dejará de perdonar?. Doble inte
rrogante sumamente significativo a la hora de conocer sus pretensiones con res
pecto al prelado poblano: no sólo busca el perdón, sino una respuesta de su co
municante que, tras los argumentos que va a ir introduciendo en defensa de su
vocación intelectual, le permita continuar con los estudios de todas las discipli
nas, incluidas desde luego las profanas.
En adelante Sor Juana irá comentando cada de una de las acusaciones y ad
vertencias que le había hecho en su carta el Obispo. En primer lugar, la “santísi
ma amonestación de aplicar el estudio a los Libros Sagrados, que aunque viene
en traje de consejo, tendrá para mi sustancia de precepto” . Pero tras ello, expone
todas las razones por las que no ha escrito sobre estos asuntos. Méndez Planearte
dice que para justificarse tal vez hubiera sido suficiente con enumerar todo los
textos religiosos que había escrito, pero Sor Juana prefiere razonarlo. Y después
de una serie de argumentos concluye con lo que ya sabemos a estas alturas: su
verdadera pasión no ha sido escribir, sino saber, aunque algunos creen que esto es
pernicioso en la mujer.
Apartir de este punto comienza su valiente y conocida defensa del derecho a
la educación de la mujer, para lo cual parte de su propia experiencia personal: su
pasión por el conocimiento es una inclinación natural, que se le manifestó desde
muy niña. En un delicioso pasaje autobiográfico, cuyo estilo contrasta vivamente
con el barroco y erudito de los otros pasajes de la carta, Juana va rememorando
con ternura y contenida emoción algunos obstáculos que tuvo que sortear, ya
desde la infancia, su decidido afán de saber. Algo más tarde, su entrada al con
vento como la forma “mas decente” de proseguir con los estudios, decisión que
toma ayudada por los consejos de alguien a quien no quiere identificar. A lo lar
go de toda la carta, Juana Inés se justifica y al tiempo va narrando las dificultades
que se le fueron presentando: ella no tenía vocación sino para el estudio, al con
vento fue obligada por la necesidad. Una vez fuera del siglo, ha cumplido con
sus obligaciones comunitarias y religiosas, solamente ha estudiado en los pocos
ratos que estas obligaciones se lo han permitido... Y por fin llega a uno de los
puntos centrales de su defensa, la justificación de su interés por toda clase de ma
terias o disciplinas, para lo cual su argumento es de nuevo brillante: ha venido
estudiando toda clase de materias porque para llegar al mejor conocimiento de la
Reina de las Ciencias (la teología, la que según el Obispo ha de estudiar en ex
clusividad) antes debía conocer a sus siervas o “ancillas” , ya que, según explica
concienzudamente con toda clase de ejemplos, todas son imprescindibles para la
mejor interpretación de la primera. Esta es la parte de la Respuesta que sin duda
debió costarle más esfuerzo preparar, y, que, como se ha señalado, evidencia una
concepción muy moderna de las ciencias, todas las cuales ve relacionadas entre
sí. Al final de este argumento concluye con picardía: como el proceso es eviden
temente una ardua tarea, y ella ha contado con tan poco tiempo debido a sus
obligaciones, todavía no se encuentra en condiciones de abordar a la Reina de las
Ciencias con la preparación que merece. Circunstancia que aprovecha para acu
sar - siempre sin nombrarlos - a quienes, además, le han obstaculizado sus estu
dios - y por tanto su acceso a la teología —bien por la envidia que le provocaban
sus éxitos, o bien por la ignorancia que evidenciaban sus prejuicios para con las
mujeres. Por lo tanto no es mía la culpa, insiste Sor Juana. Tras exponer los por
menores de su conflictiva relación con el saber, pide a su comunicante que juz
gue él mismo si esta lucha que ha venido sosteniendo para salvar su inclinación
natural es un mérito, como sin duda se le reconocería a cualquier hombre, o un
demérito como parece verse en ella por ser mujer.
Pero, además, el Obispo tendrá que tener en cuenta, que, si se le niega la
posibilidad del estudio por ser mujer, a lo largo de la historia han existido mu
chas mujeres ejemplares a quienes les fue permitido. Y para que no quede duda
de la verdad de este nuevo argumento, a continuación ofrece un largo pasaje
en el que va enumerando todos los ejemplos que ha encontrado de mujeres po
etas, juristas, filósofas, etc. desde la antigüedad bíblica y clásica hasta el presen
te del siglo XVII desde el que escribe, aunque también ahora tiene buen cuida
do en no aludir a la intolerancia con la que la mayoría se enfrentaron; al fin y
al cabo a ella solo le importa que existieran, los obstáculos ya los da por sabi
dos. Ahora bien, las mujeres católicas han encontrado en su camino un obstá
culo añadido en la famosa sentencia de San Pablo: Mulleres in Eclesia taceant, y
Sor Juana, haciendo un nuevo alarde de talento, desmonta de una vez por to
das el argumento de quienes acuden a esa sentencia para hacer callar a las mu
jeres en la Iglesia o fuera de ella: se ha interpretado mal por ignorancia, porque
se ha desconocido el contexto en el que se dijo, según explica. Tras volver a re
petir que era partidaria de la privacidad del estudio de las mujeres (que antes
refirió en su carta a A. Núñez) insiste en la necesidad de que estudien, porque
ni la tontería debe ser exclusiva de las mujeres ni la inteligencia privilegio de
los hombres.
Defendido su derecho al estudio, - que en esta carta ha pasado significativa
mente a primer lugar —pasa a la defensa de sus versos: con ellos tampoco ha he
cho daño a nadie. Y además, por más que ha buscado no ha encontrado un argu
mento según el cual escribir poesía está reñido con ser religiosa, y por el contra
rio muchas grandes mujeres lo han hecho antes que ella. Y además ella ha escrito
siempre porque se lo han solicitado, por lo que tampoco puede pensarse que lo
haya hecho por vanidad. En fin, este parafraseo de la Respuesta empobrece el es
pléndido escrito, que debe leerse atendiendo a sus múltiples matices.
Sor Juana termina la carta aludiendo a otros trabajos en prosa. Se trata de
dos escritos devotos, ambos publicados sin su nombre antes de 1691: unos Ejer
cicios devotos para los nueve días antes de la Encarnación del Hijo de Dios, y los
Ofrecimientos para el Santo Rosario, que O. Paz acertadamente califica de “prosa
para beatucas” (p. 550). También dice que tiene otros “discursos” que amplían
su crítica al sermón de Vieira, pero lamentablemente debieron perderse.
La esperada respuesta del Obispo poblano nunca le llegó, que sepamos. En
su lugar una serie de sucesos naturales y sociales (plagas, diluvios, motines, la
muerte de su protector en España) parece que se confabularon contra ella33. Lla
ma de nuevo al P. Núñez para que la asista espiritualmente, regala sus libros e
instrumentos al arzobispo Aguiar y Seijas para que con el dinero de su venta pro
siga con su labor de limosnero y se calla definitivamente para la posteridad.
Según Oviedo, la decisión de abandonar su lucha la tomó Juana en 1693.
Con ayuda de su “felicísima memoria” , escribe Calleja, lleva a cabo una confe
sión general que dura varios días, y tras la confesión escribe en prosa una Peti
ción ante el Tribunal Divino que en forma causídica (es decir en forma de alega
to jurídico en el que el fiscal es su propia conciencia,) implora el perdón de sus
culpas siguiendo fórmulas devotas de aquellos tiempos. El 17 de febrero de 1694
firma otro breve documento, una Docta Explicación del Misterio y Voto que hizo
de defender la Purísima Concepción de Nuestra Señora, también escrito en prosa,
que por su estilo impersonal revela que tampoco fue escrito por sor Juana, o que
se atuvo a fórmulas usadas. Y por fin, el 5 de marzo de 1694 firma una Protesta
que, rubricada con su sangre, hizo fe de su amor a Dios...” (que fue recogida en la
Fama) en la que Sor Juana hace una nueva “Protestación, reiteración y confesión
de la santa Fe” que viene a ser su definitiva renuncia a lo que había sido la pasión
de su vida sin mencionarlo. Escrito o no por Sor Juana - O. Paz lo duda - de es
te documento se han encontrado otras copias, que con pequeñas variantes (vie
nen a ser amplificaciones del más breve) repiten la misma fórmula. En mi opi
nión la existencia de estas copias corrobora su condición de fórmulas retóricas34.
En prosa existen además dos documentos ológrafos incluido en el Libro de
las profesiones del convento de las jerónimas mexicanas: una Ratificación de Profe
sión también firmada con su sangre por Sor Juana, y una súplica para que se ano
tara en el libro el día de su muerte. Lugar en el que hoy debe figurar el día 17 de
abril de 1695, fecha en la que Sor Juana muere contagiada por una peste no de
terminada.
Dos comedias, tres autos sacramentales y dieciocho loas bastan para hacer de
sor Juana Inés de la Cruz la personalidad más relevante del teatro hispanoameri
cano durante la segunda mitad del siglo XVII. Su producción dramática pareció
enriquecerse en 1989, cuando Guillermo Schmidhuber proclamó el hallazgo de
la La segunda Celestina con el final que Alberto G. Salceda le había atribuido al
prologar el volumen IV de sus Obras Completas1. La autoría de esa versión puede
discutirse2, pero sin duda sor Juana completó la comedia que Agustín de Salazar
y Torres dejó inconclusa al morir en Madrid en 1675, y que Juan de Vera Tassis
y Villarroel también remató por su cuenta antes de incluirla en el segundo volu
men de la Chytara de Apolo (1681) bajo el título de E l encanto de la hermosura y
el hechizo sin hechizo. Esa certeza y la colaboración de Juan de Guevara en Amor
es más laberinto —a él pertenece la segunda jornada- confirman que los ingenios
americanos conocían bien las pautas a que se ajustaban las manifestaciones del
teatro barroco, pautas estables que facilitaban la colaboración de dos o más escri
tores en una misma pieza.
Eran usos y valores que correspondían a una concepción artificiosa del arte,
en la que sor Juana - tan interesada en la elaboración de jeroglíficos que ella mis
ma descifraba y de laberintos cuya salida siempre supo encontrar —consiguió des
envolverse con extraordinaria soltura. La comedia de enredo se adecuaba bien a
tales gustos, y a ese género se adscriben tanto Los empeños de una casa como Amor
es más laberinto. Las variaciones que una obra podía ofrecer eran muchas, y el pro
cedimiento no planteaba complicaciones: postulado un determinado número de
parejas relacionadas por el amor, bastaba con que un galán o una dama desviasen
su atención hacia quien no les correspondía para que se desatase una vorágine de
3 La constatación de esa realidad -incluso la precisión de que “sólo unas treinta obras mues
tran la figura del hombre vestido de mujer”- no impide a Sandra Messinger Cypers insistir en que
ruptura de la barrera entre los intérpretes y los espectadores que se produce en el
segundo sainete, como creyó Francisco Monterde - no en vano en los años veinte
fue uno de los Siete Autores Dramáticos, conocidos también como “los pirande-
llos” - y como pensaría después Octavio Paz4. No podía romperse un muro que
no existía en el teatro de la época, y esa originalidad aparente sólo tiene el interés
que las búsquedas renovadoras de la vanguardia creyeron encontrar.
La autoría compartida ha determinado sin duda la menor atención prestada
a Amor es más laberinto, aunque no han dejado de señalarse en ella encantos par
ciales y también discutibles5. Desde luego, carece del interés que prestan a Los
empeños de una casa las referencias a la actualidad del momento, incluidas sobre
todo en el segundo sainete: sus protagonistas, frente a los entes “de razón” del
sainete anterior, encubren probablemente a personajes reales que además men
cionan o aluden a otros identificables, como El Tapado - el falso Visitador An
tonio de Benavides - o el dramaturgo Francisco de Acevedo, autor de la comedia
hagiográfíca E l pregonero de Dios y patriarca de los pobres (1684), sobre San Fran
cisco de Asís. Allí se menciona una Celestina que bien pudo ser la de Salazar y
Torres concluida por sor Juana, una obra “mestiza” que “con diverso genio / se
formó de un trapiche y de un ingenio” . También puede prescindirse de eso,
pues las comedias de la monja novohispana destacan ante todo por la intriga ela
borada y compleja que constituye su enredo, por la habilidad con que se teje el
laberinto y se encuentra la salida, por los aciertos verbales de los versos artificio
sos y refinados: por sus cualidades más específicamente literarias.
También los autos sacramentales merecen más atención por su calidad que
por otras razones, aunque sean estas las que han recibido la mayoría de los co
mentarios. Como es bien sabido, esos autos son apenas tres, incluidos en el Se
gundo volumen de las obras de soror Juana Inés de la Cruz, en 1692: E l divino
Narciso —escrito al parecer a instancias de la condesa de Paredes, y publicado ya
en 1690 - , E l cetro de José y E l mártir del Sacramento, san Hermenegildo. Sin du
da se inscriben en la orientación alegórica e intelectual que Calderón de la Barca
había dado al género, cualesquiera que fuesen las vías por las que sor Juana reci
bió esa influencia: quizá conoció la Primera parte de los autos calderonianos, edi-
“el papel de un hombre disfrazado de mujer permite dar voz a las ideas feministas” . Véase “Los gé
neros re/velados en Los empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz” , en Hispamérica, 22: 64
65, abril-agosto 1993, págs. 177-185.
4 Véase Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la,fe, Barcelona, Seix Barral, 1990 (4 a edi7
ción), pág. 435.
5 Octavio Paz los encontró sobre todo en las insólitas ideas sobre el origen del Estado que Te-
seo expresa en la primera jornada, sin acertar a explicarse “cómo semejantes principios pudieron
externarse en el palacio virreinal sin escándalo” (op. cit., pág. 439). La dificultad estriba sobre todo
en la interpretación del crítico, que identifica distraídamente el ‘esfuerzo’ -que es también ‘ánimo’
o ‘valor’- con la ‘fuerza bruta’ .
tada en 1677 —en ella se incluían E l divino Orfeo y E l nuevo Hospicio de Pobres,
que alguna vez se han invocado como precedentes para E l divino Narciso - , y eso
bastó para que aprendiese la fórmula. Los tres van precedidos por loas que plan
tean el enigma destinado a resolverse después, y en dos ocasiones prueban que
fueron escritos para que se representasen en España: la loa de E l mártir del Sacra-
mentó, san Hermenegildo dedica el auto al “Español Monarca” Carlos II, a la Rei
na María Luisa de Borbón y a “la gran Reina-Madre” Mariana de Austria - esas
referencias garantizan que se escribió con posterioridad a 1680, año de la boda
real —, y la de E l divino Narciso asegura que la obra se representa “en la coronada
Villa / de Madrid, que es de la Fe / el Centro, y la Regia Silla / de sus Católicos
Reyes” . No hay noticia de que se estrenasen en la Nueva España.
Las loas de esos autos ofrecen algunos atractivos adicionales. La de E l mártir
del Sacramento, san Hermenegildo puede relacionarse con la Carta Atenagórica o
Crisis sobre un sermón, donde sor Juana refutó las aseveraciones que el padre An
tonio Vieyra, el famoso jesuita portugués, había insertado en un “Sermón del
Mandato” pronunciado en la Capilla Real de Lisboa en la fecha ya lejana de
1650. Vieyra había dedicado ese sermón a dilucidar las mayores “finezas” de
Cristo, sus más destacadas demostraciones de amor al género humano, y contra
las muy autorizadas opiniones de San Agustín, Santo Tomás y San Juan Crisós-
tomo -que respectivamente se habían inclinado por la muerte de Cristo, la insti
tución de la Eucaristía y la humillación que significó lavar los pies a sus discípu
los—entendía que la fineza más admirable del Señor era amar sin corresponden
cia, exigir el amor del hombre no para sí, sino para sus prójimos. En Crisis de un
sermón sor Juana cuenta cómo “en las bachillerías de una conversación” discutió
los razonamientos del célebre predicador, y algún interlocutor la animó a que
pusiese sus opiniones por escrito, opiniones que merecieron ser publicadas en
1690 por el obispo de Puebla junto a la conocida Carta de sor Filotea de la Cruz.
Probablemente las razones que determinaron la redacción de la Carta atenagóri
ca no fueron tan circunstanciales: hoy se puede pensar que fue una respuesta al
jesuita Antonio Núñez de Miranda, quien tal vez recordaba cada Jueves Santo
los razonamientos de Vieyra. Calificador del Santo Oficio y prefecto de la Con
gregación de la Purísima Concepción de la Virgen María, el padre Núñez fue
confesor de sor Juana y tuvo mucho que ver con su renuncia al trabajo intelec
tual durante los últimos años de su vida. A la sumisión final quizá habían prece
dido esas manifestaciones de rebeldía, cuya importancia no debe exagerarse: la
loa de E l mártir del Sacramento, san Hermenegildo demuestra que en sí mismas
las disputas teológicas interesaban a la autora lo suficiente para volver sobre un
mismo tema en más de una ocasión6. En esa loa unos estudiantes discuten sobre
6 Como señala Paz (op. cit., págs. 452-453), sor Juana se pronunció sobre la mayor fineza de
Cristo al menos en dos villancicos, con preferencias variables.
la mayor fineza de Cristo con el género humano, y las exigencias del auto “alegó-
rico-historial” determinan que se imponga la opinión del angélico maestro To
más, que se inclinaba por la eucaristía, frente a San Agustín, que optaba por la
muerte del redentor: como Cristóbal Colón demostró que el mundo continuaba
más allá de las columnas de Hércules, Cristo probó que era capaz de manifesta
ciones de amor aún mayores que el sacrificio de su vida, con el que había procu
rado la redención del género humano. En evidente alusión a los planteamientos
de San Juan Crisóstomo, se recuerdan los razonamientos de San Bernardo, San
Agustín y otras autoridades para establecer que el lavatorio de los pies fue previo
a la institución de la eucaristía, pero en esta ocasión sor Juana no fue más lejos:
ahora no necesitaba cuestionar al padre Vieyra, ni defender - como también ha
bía hecho en Crisis de un sermón —sus peregrinas preferencias personales por las
manifestaciones de un Amor Divino cuya mayor fineza estribaría curiosamente
en los beneficios que Dios no hace - él, siempre pronto a dispensar bienes infini
tos - porque conoce la ingratitud con que el hombre ha de corresponder. Alguna
razón asistía al obispo de Puebla o a sor Filotea de la Cruz cuando la instaba para
que se adentrase en las perfecciones divinas, hasta comprender que no eran sino
castigos esos “beneficios negativos” que ella confundía con finezas.
La afición a las disputas teológicas se manifiesta también en las loas de E l ce
tro de José y E l divino Narciso, donde se ha encontrado a veces un acercamiento
comprensivo al mundo prehispánico. Tampoco en este aspecto conviene insistir
en las novedades aportadas por sor Juana, para no atribuir a sus obras alcances
que no tienen. En la loa de E l cetro de José la Ley Natural recibe con alborozo a la
Fe y a la Ley de la Gracia, que ponen fin a los tiempos en que se veía indigna
mente hollada por la ciega Idolatría, que la degradaba con la poligamia, pero so
bre todo con los sacrificios humanos que aplacaban a los dioses vencidos y con la
antropofagia - exagerada quizá para ajustar su alcance al de la Comunión - que
transmitía las virtudes de las víctimas a quienes comían su carne. Significativa
mente vestida de india, la Idolatría sólo se atiene a razones cuando le explican
que la nueva fe es capaz de ofrecer una víctima más noble que los prisioneros de
Tlaxcala capturados por el imperio mexicano: en la eucaristía Cristo es a la vez la
víctima y la vianda que da vida eterna, y la historia de José —misterios de pan y
de trigo - deben ilustrar sobre la significación del sacramento.
Aunque los planteamientos parezcan más complejos en la loa de E l divino
Narciso, su alcance no es mayor. El Occidente, “de indio galán” , y la América,
“de india bizarra” , bailan tocotín y celebran al gran Dios de las Semillas hasta
que irrumpe indignada la Religión, “de dama española” , e incita al Celo, “de ca
pitán general” , para que sus huestes pongan fin a la pertinaz idolatría. Resumien
do el proceso de la conquista y la evangelización, tras la violencia inicial se opta
por recurrir a los razonamientos para conseguir que los nativos adopten la nueva
fe, pues la conquista no busca la muerte de éstos, sino su conversión a la religión
verdadera. De nuevo la significación de la eucaristía facilita el acercamiento a los
ritos prehispánicos, pues el Dios de las Semillas no sólo fertiliza los campos: es
también el que limpia los pecados “y después / se hace Manjar, que nos brinda” .
Sor Juana buscó esta vez una información fiable sobre los ritos precolombinos, y
pudo encontrarla en Monarquía indiana (1615), donde fray Juan de Torquema-
da había dejado noticias sobre el rito con que en el Templo Mayor de México se
celebraba antiguamente la fiesta principal de Huitzilopochtli: con legumbres y
semillas molidas y amasadas en sangre de niños se confeccionaba una imagen del
dios, que tras un mes de procesiones y sacrificios era derribada y demolida, re
partiéndose como alimento entre los fieles7. Las semejanzas con los ritos católi
cos resultaban llamativas: el pan y el vino se convertían en el cuerpo y la sangre
de Cristo, Dios de los conquistadores cuyo sacrificio incruento reiteraba la muer
te que un día significó la redención del género humano, y que servía también de
alimento para quienes antes se hubiesen lavado en las aguas cristalinas del bautis
mo. El auto sacramental de E l divino Narciso debía completar la explicación del
misterio, que el Occidente y la América trataban ya de comprender en todo su
alcance.
Octavio Paz relacionó la actitud de sor Juana con el sincretismo que los je
suítas aprovecharon del hermetismo neoplatónico, y que habrían impuesto en la
cultura mexicana del siglo X V II8. Probablemente es una justificación innecesa
ria, pues la propia evangelización americana proporciona otras más fáciles de
comprobar. Los misioneros españoles supieron desde el principio que no eran los
primeros en llevar al nuevo mundo la fe verdadera: los Hechos de los Apóstoles (I,
8) les garantizaban que Jesús, momentos antes de su ascensión a los cielos, había
encargado a sus discípulos la misión de que fuesen sus testigos en Jerusalén, en
toda Judea y Samaria, y “hasta en los confines de la tierra” . Esa convicción sirvió
para explicar las coincidencias que encontraban, y a veces para inventarlas, pues
sin duda facilitaban el acercamiento a los indígenas: así se hizo de Santo Tomás
el protagonista de la primera cristianización, cuyas huellas aún podían detectarse
a pesar de los esfuerzos del demonio por volverlas irreconocibles. Don Carlos de
Sigüenza y Góngora no necesitaba otros incentivos para escribir el desaparecido
tratado Fénix de Occidente, Santo Tomás Apóstol, hallado con el nombre de Quet-
zalcóatl entre las cenizas de antiguas tradiciones conservadas en piedras y teomoxtles
tultecos, y en cantares teochichimecos y mexicanos, aunque no es imposible que el
sincretismo heredado del hermetismo neoplatónico facilitase en su caso la recu
peración de las tradiciones culturales mexicanas y cierta valoración positiva de las
mismas: no en vano escribió también el Teatro de virtudes políticas que constitu
7 Alfonso Méndez Planearte mostró esa fuente al editar el volumen III (Autos y loas) de las
Obras completas de sor Juana en 1955. Véase págs. 503-504.
8 Op. cít., págs. 461-462.
yen a un principe (1680) - descripción del Arco triunfal que le encargó el Cabil
do de la capital novohispana para celebrar la llegada a México del virrey Mar
qués de la Laguna donde los antiguos gobernantes aztecas se proponían como
modelos dignos de imitación, conciliando datos históricos con pretensiones ale
góricas en un verdadero alarde de erudición que no ocultaba la identificación
del México criollo con el pasado precortesiano. Esa voluntad de recuperar la an
tigüedad prehispánica no puede atribuirse a sor Juana, al menos no puede de
ducirse de esas loas que preceden a E l divino Narciso y a E l mártir del Sacramen
to, san Hermenegildo: las semejanzas de la Idolatría antigua con las verdades de
la Religión no son más que un pretexto para mostrar la indiscutible superiori
dad de la Fe triunfante.
Los autos confirman esa impresión, y no podía ser de otro modo. E l M ártir
del Sacramento, san Hermenegildo y E l cetro de José constituyen breves comedias
hagiográficas, de modo que los personajes bíblicos e históricos aún ocupan un
lugar importante entre las virtudes y otros entes abstractos. Destinadas a la exal
tación del misterio eucarístico, todo en esas obras se supedita al fin que las deter
mina, sin vacilación alguna: Hermenegildo muere antes de recibir la comunión
de manos del obispo arriano Apostasía, un “traidor comunero”, y la vida del cas
to José - vendido por sus hermanos y llevado a Egipto, donde terminaría con
vertido en ministro del Faraón —prefigura la de Cristo y está muy relacionada
con el pan que permite la subsistencia y remite a la eucaristía. Este último caso
no se ha prestado a la polémica, pero sí el primero, que recrea un momento difí
cil de la historia de España: el rey visigodo Leovigildo ha de afrontar la subleva
ción de su hijo, quien no duda en aliarse con suevos y bizantinos, precisamente
los mayores enemigos de su patria. Sor Juana acierta a escenificar el drama inte
rior del rebelde - la Misericordia y la Paz optan por la Concordia mientras la
Verdad y la Justicia se muestran partidarias de la guerra religiosa contra el arria-
nismo, hasta que la Fe armoniza los impulsos de esas virtudes aparentemente
contrarias - , pero sabe de qué lado está la razón: con Leovigildo están la Fantasía
y la Apostasía (su verdadera asesora), y la Fe prueba que es justa la causa de ese
aparente traidor que es Hermenegildo. De nada sirve cuestionar la visión de la
historia de España que ofrece la obra, y desmerecer con ello los logros de sor Jua
na: sus aciertos están en relación directa con la aplicación eficaz de las fórmulas
del auto sacramental, en la adecuación inteligente e imaginativa de la historia al
festejo teatral y a la celebración religiosa que se pretendía. También E l cetro de
José abunda en aciertos escénicos y verbales, los únicos que, en último término,
garantizan la pervivencia de estas creaciones.
Eso es también lo que parece probar E l divino Narciso, el auto que demuestra
una deuda mayor con las alegorías intelectuales construidas por Calderón de la
Barca y sin duda la pieza teatral de sor Juana que ha suscitado los mayores elo
gios. Sin desdeñar otras posibles fuentes e influencias —varios autos se ocuparon
por entonces del mismo tema, y la fábula no provenía necesariamente de Ovi
dio -, nada resultó tan decisivo como la forma calderoniana de aprovechar un te
ma clásico para exponer misterios cristianos. Sor Juana reacomodó el papel de
los personajes y el desarrollo del mito, y lo enriqueció con ingredientes bíblicos
hasta construir una alegoría de la pasión de Cristo y de la institución del sacra
mento que se pretendía celebrar: Eco es el demonio y Narciso equivale a Jesús,
que muere de amor por la naturaleza humana y permanece bajo la forma de esa
flor blanca que constituye la eucaristía. La riqueza de los símbolos se impone a la
condición alegórica de la trama y a la frialdad habitual de los personajes abstrac
tos, y a la eficacia teatral contribuye una atmósfera poética íntimamente ligada a
los aciertos expresivos de la autora, que alcanza en esta obra uno de sus mejores
momentos. Como Paz señaló, E l divino Narciso es “un maravilloso mosaico de
formas poéticas y métricas” , y también una “alianza sorprendente y osada de
complejidad intelectual y pureza lírica” 9.
Empeñada en denunciar las dificultades que sor Juana afrontó para desarro
llar su trabajo —esa protesta que ella misma expresó sobre todo en su Respuesta a
sor Filotea —, la crítica olvida con frecuencia que merece atención no por lo que
pudo haber escrito en otras circunstancias, sino por la riqueza de la obra realiza
da. Las piezas de teatro constituyen una parte importante de esa obra, y un terri
torio sin duda menos apto para comprobar la originalidad que el oficio de la au
tora. Reducidos a su verdadero alcance los atractivos reales o aparentes relaciona-
bles con las peculiaridades de una personalidad singular, y de la que se esperan
soluciones también singulares, lo que queda es la indiscutible capacidad que se
concreta en el acierto y la eficacia de la expresión, en el ingenio de los razona
mientos, en el triunfo de la trama, que se convierte en la base fundamental de los
conflictos dramáticos. El arte intelectual de sor Juana alcanzó así algunas de sus
manifestaciones más puras.
No hay duda de que las mujeres de la clase alta, durante el Siglo de Oro de
la literatura escrita en español, tanto en España como en América, fueron las pri
vilegiadas del sexo femenino que tuvieron acceso a la instrucción v cultura que la
época podía ofrecerles, aunque sin duda las posibilidades a su alcance estuvieron
muy por debajo de las que se les ofrecían a los varones. No debe extrañarnos, por
tanto, que la mexicana Tuarui, quien desde niña sintió verdadera pasión por el es
tudio, se sintiera a gusto y compartiera su saber con tales mujeres ya que eran
ellas las que con más facilidad podían darse cuenta del valor de su inteligencia y
de sus conocimientos; fueron ellas también las que, después de la segura ayuda
inicial de las mujeres de su familia, le tendieron la mano, seguramente en aras de
reconocimiento femenino solidario, y dieron a conocer su nombre más allá de
los muros del palacio y el convento. De hecho, el entrar..en_.un convento no sola
mente era la mejor manera de dedicarse al estudio: era también otro modo de
conseguir el prestigio y respeto que la cum había negado i'T.avrin. 1972, 367;
1983, 49).
¿Cuán conocida era sor Juana? Sabemos que llegó a serlo mucho en su patria
si tenemos en cuenta, por poner sólo un ejemplo, el gran escándalo que produjo
en el mundo intelectual de la época, su crítica al conocido sermón del padre
Vieira, su Carta Atenagórica (o Crisis sobre un sermón, según título con el que
aparece en las ediciones antiguas del tomo II). Otro ejemplo, que se extiende en
América más allá de la Nueva España, serían las alabanzas del “caballero del Pe
rú” que le mandó un romance - según registró Alfonso Méndez Planearte - y el
libro colmado de halagos para la novo-hispana, del neo-granadino Francisco Al-
varez de Velasco y Zorrilla: Rhythmica Sacra, Moral, y Laudatoria.1 En la Penín
sula, la monja se ganó la admiración y el respeto de los hombres ilustres e ilustra
dos como lo prueban las alabanzas que ya aparecen en los preliminares de la pri
mera edición de su tomo II, publicado en Sevilla en 1692, y las que se hallan en
el tomo III de Fama, Madrid, 1700, así como su propio romance “a las inimita
bles Plumas de la Europa” que, según se dice, se halló inacabado y que dice en la
segunda estrofa: “¿De dónde a mí tanto elogio ? / ¿De dónde a mí encomio tan
to? / ¿Tanto pudo la distancia / añadir a mi retrato?” . Como dice Alatorre, no
hay necesidad de “probar que Sor Juana fue el poeta más famoso de su época
lo cual está totalmente fuera de duda —” (431). De todos modos, para abundar,
digamos que hay en la Biblioteca Nacional de Madrid (BNM ) escritos varios en
los que aparecen poesías de la Décima Musa o composiciones dedicadas a ella
como, por ejemplo, el curioso manuscrito de “Poesías Varias / de / Don Gabriel
Alvarez de Toledo, /y Pellizer / Bibliotecario Mayor / D E / Su Magestad / RECO-
XIDAS / POR / Don Miguel Ioseph Vanhufel / Secretario del Excelentissimo Señor
Duque / De Alburquerque / 1 7 4 F 2. Hay ahí una composición “Elogios a la Ma
dre Sor Juana Inés de la Cruz” que comienza: “Ya del Parnaso Americo circun
da/Laurel segundo, la segunda frente/que de Phebo, y de Júpiter los rayos/burla
con exemcíones, y desdenes” .
1 De este autor hay en la Biblioteca Nacional de Madrid (B N M ) dos fichas con las signaturas
R-2612 y 3-38115. En la primera, Rhythmica Sacra (sin lugar, imprenta ni año; la dedicatoria, a
Joseph Fernández de Velasco, está fechada en 1703, es decir años después de la muerte de sor Jua
na) se tratan temas variados, entre ellos la Carta laudatoria a sor Juana y otras poesías en su honor
que aparecen formando un solo libro de 74 pp. más los preliminares, en 3-38115. Son libros sepa
rados y encuadernados los dos, no son manuscritos. El ejemplar R-2612 es un libro muy grueso
con poesías a la Virgen de los Dolores, san Francisco Javier, santa Teresa, santa Rosalía, imágenes
religiosas de Nueva Granada, etc. En los preliminares, aparece el retrato de sor Juana grabado por
Clemens Puche. Hacia el final están las composiciones y carta y laberintos dedicados a sor Juana.
Esto último, sin nada de lo demás que he mencionado, constituye el ejemplar 3-38115: Carta lau
datoria. Obviamente, Francisco Alvarez de Velasco escribió las composiciones a sor Juana sin saber
que ella ya había muerto. En el catálogo de la BN M aparecen 9 fichas de Gabriel Alvarez de Velas
co, quien era el el padre de Francisco (ver a Pascual Buxó, p. 69) y que era personaje importante
en el mundo colonial especialmente en Nueva Granada (la Colombia de hoy). Las suyas son obras
de teología y jurisprudencia. Este Gabriel de que hablamos, fue también nombrado para un pues
to importante en Chile pero dice Francisco que no lo aceptó por dedicarse al estudio.
Antonio Alatorre se ha interesado por Francisco Alvarez y su obra a sor Juana, aunque no ten
go a mano lo que haya publicado sobre el particular excepto por lo que aparece en la nota 91 de
“Para leer la Fama' que también remite a “Avatares...” . A principios de 1991 le oí a José Pascual
Buxó, en University of Southern California, una charla sobre el mismo personaje; véase su libro
mencionado.
2 Disuelvo las contracciones del título; la portada es a plumilla. La composición cuya primera
estrofa doy en el texto no aparece en Fama. (D e ésta, manejo un ejemplar de la edición de Ma
drid, 1714, que es el que tengo a mano.)
No vamos a tratar, sin embargo, de lo conocida que era sor Juana entre los
varones3 porque esa fama, que se fue luego extendiendo, la iniciarían, a instan
cias de la misma niña apoyada por el abuelo materno, como mencioné antes, las
mujeres de su familia y más tarde las amigas que encontró en la corte virreinal,
en especial aquéllas que ocupaban posiciones lo suficientemente importantes pa
ra darla a conocer en la corte y en la alta sociedad de la época. Pensemos, para
empezar, en el papel preponderante que jugaron la madre, Isabel Ramírez de
Santillana, y la tía, María Ramírez, casada con Juan de Mata, de “mucho caudal”
(según recoge Méndez Planearte4 de Ramírez España, t. I, LVIII), cuando la pri
mera le permitió ir a casa de su hermana adinerada en México\ y ésta propició
la entrada de Juana Inés en la corte virreinal.
Por ello es más interesante señalar las contribuciones que, en esa misma Fama
que mencionamos antes, hicieron las mujeres españolas6. Ahí tenemos a María Ja
cinta de Abogader y Mendoza; Francisca de Echevarri, señora de la Villa de Ara-
mayona de Muxica (un soneto y un romance); Catalina de Alfaro Fernández de
Córdova, religiosa en el convento de Sancti Spiritus de Alcaraz; Marcelina de san
Martín, religiosa en la Concepción francisca de la Villa de Manzanares; Inés de
Vargas; una señora “aficionadísima al ingenio de la poetisa” (pero no se da el
3 Creo que valdría la pena reunir la información posible sobre los tres virreyes: Mancera, la La
guna y Galve, que intervinieron en la vida de sor Juana y lo que pueda hallarse en cuanto a la rela
ción de éstos con la Décima Musa. Del interesante pero también arrogante y ambicioso marqués de
Mancera hay información suficiente, me parece, para un libro aunque sea mayormente sobre las
muchas actividades de tipo político que desarrolló durante su larga vida. Véanse las citas de Maura
de los marqueses de Mancera y de la Laguna, y del conde de Galve. Y a Hanke y Rodríguez.
4 En lo sucesivo se utilizará MP para el crítico mexicano siempre que aparezca entre parénte
sis y en notas.
5 Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe ve, en la salida de la niña Jua
na de su hogar campestre para ir a casa de su tía rica en la ciudad de México, el deseo de la madre
de salir de ella o de la misma niña de apartarse de su casa por no sentirse bien allí. Y, sobre todo,
Paz considera que la situación de la niña en la casa rica era la de “arrimada” . Poco me parece con
venir con el concepto de “arrimo” el hecho de que la muchacha consiguió en casa de los Mata lo
que había deseado desde muy niña: tener maestros caros que le abrieron un mundo nuevo intelec
tual así como social (véase mi “Sobre la versión inglesa de Las trampas de la fe, de Octavio Paz” en
Estudios de Literatura..., 347-48). Hay que pensar que la madre -quien aunque no supiera leer ni
escribir tenía obviamente un carácter fuerte e inteligencia despierta- hacía rato que se había dado
cuenta de las dotes extraordinarias de la hija y resolvería su marcha a la capital cuando la tía la in
vitó, invitación probablemente arreglada por el abuelo. Es obvio que la niña alternaba, o se dio a
conocer, en las altas esferas, lo que tampoco se aviene con la idea de arrimada, ya que, poco des
pués, saltó de la casa de los Mata al palacio virreinal como dama “muy querida” de la virreina.
6 Antonio Alatorre en su trabajo ya mencionado “Para leer la Fama...", 453, haciéndose eco
de Maza, se pregunta por la ausencia de mujeres mexicanas, incluyendo a las monjas, en las cola
boraciones dedicadas a sor Juana que aparecen en esa obra, y concluye con una pregunta: “¿No
habrán sido ellas las primeras ‘guillotinadas’ por Castoreña?” (el editor mexicano de Fama).
nombre). Hay, además, una décima acróstica “De una gran señora muy discreta y
apasionada de la poetisa” cuyo primer verso dice: “Assumptos las Nueve Musas”,
que se añadió al “cuaderno” una vez que ya éste estaba “perficionado” (acabado),
lo cual da fe del valor que Castoreña le daba a la persona que, obviamente, la en
tregó tarde. Tampoco se da el nombre, pero Alatorre se la atribuye a la marquesa
de la Laguna (455-459)7. Lo más importante de estas colaboraciones femeninas
es que nos dan una idea de la actividad y participación femenina en el mundo de
las letras; de nuevo, tengamos en cuenta que provenían de mujeres de la clase alta
8. En cuanto a esas amigas nobles de sor Juana, ¿quiénes eran? ¿Escribieron algo?
En este trabajo reuniré lo que he encontrado en libros y relaciones —algunos
difíciles de conseguir incluso en España —, así como en documentos de los Archi
vos de Palacio9, en la Biblioteca del Monasterio de Guadalupe y en la Biblioteca
Nacional de Madrid, sobre las siguientes mujeres nobles que sor Juana menciona
en su obra y que, de algún modo, intervinieron en su vida: la marquesa de Man
iera, Leonor Carreto, virreina de México; la marquesa de la Laguna, condesa de
Paredes por título propio, María Luisa Manrique de Lara, virreina de México; y
la duquesa de Aveiro, María Guadalupe de Lancaster. Sor Juana le dedicó mu
chas composiciones a Elvira de Toledo* la condesa de Galve (o Galbe), virreina
de México10, pero no he encontíado, hasta ahora, nada sobre ella; la monja men-
7 Quisiéramos señalar que la marquesa de la Laguna no fue nunca camarera mayor de la reina
Mariana de Neoburgo, segunda esposa de Carlos II, como, por error, ha dicho MP y ha recogido
Alatorre. Sí lo fue de Mariana de Austria, madre del mismo Carlos; todo esto se comenta más ade
lante.
8 En la Biblioteca Municipal de Madrid (BM M ), encontré un libro de un Diego de San José:
La corte del rey embrujado. Memorias de una dama de María Luisa de Orleans, s. 1., Sanz Calleja, fe
chado, al final, en marzo de 1923. En el “Prefacio” , el autor jura por su alma que no es novela,
que es reproducción del manuscrito que le pasó “una niña bien” amiga suya, diciéndole eran “pa
peles de la abuela Amelia” . Se trata del diario de una dama española que estuvo al servicio de Lui
sa de Orleans cuando ésta vino a ser reina de España por su matrimonio con Carlos II. La autora
vivió muchos años y conoció a varios reyes: Carlos II, Felipe V, Luis I y Fernando VI; terminó sus
días como monja en el monasterio de las Baronesas, en la calle de Alcalá, esquina a la de los Siete
Jardines. Lo que importa en esta obrita es que, en la descripción del recorrido que se hace de Ma
ría Luisa para reunirse con su ya marido por poder, al pasar por Segovia, se menciona a una doña
Leonor Pimentel y Ludeña, viuda rica, que leía a santa Teresa, a María de Zayas y a sorJuana.
9 Doy las gracias a María del Carmen Simón por propiciar mi entrada a palacio, a los Archivos
y Biblioteca de Palacio, coto cerrado, en el otoño de 1989 cuando estuvimos todo un semestre en
Madrid e hice acopio de gran parte de la información que utilizo en este trabajo. También quiero
expresar mi agradecimiento a María Isabel Barbeito por la mucha ayuda que siempre me ha presta
do y, especialmente, por permitirme copiar de su “raro” e indispensable libro en estas cuestiones re
lacionadas con mujeres de la época que tratamos: Escritoras madrileñas del siglo XVII. Aprovecho la
oportunidad para agradecer la ayuda prestada en el Archivo de Palacio y en su Biblioteca.
10 Sor Juana mantuvo relaciones estrechas con distintos virreyes de la Nueva España de su
tiempo, especialmente con: los marqueses de Mancera, virreyes de 1664 a 1673; los marqueses de
dona en la Respuesta, al final del catálogo de inujeres ilustres y junto a la duquesa
de Aveiro, a la condesa de Vil laumbrosa, pero tampoco de ella he podido hallar
nada aunque a su marido Maura le menciona mucho como personaje importan
te en la política del gobierno de Carlos II. (Quedan fuentes por investigar; este
trabajo cubre lo que, en el transcurso de varios años, he hallado hasta ahora)
No hay duda de que en la corte había mujeres que demostraban gusto por las le
tras, que hablaban más de una lengua, que disertarían con conocimiento sobre el
II
12Esta señora había sido virreina de México (Francisco de Salazar y Torres había sido muy fa
vorecido de estos duques y estuvo con ellos en México) y, de regreso a España y ya viuda, fue ca
marera mayor de las dos esposas de Carlos II, María Luisa de Orleans y Mariana de Neoburg. Di
ce de ella Maura: “Aunque intransigentemente espafiolista en ideas y costumbres, pertenece al
grupo reducidísimo de intelectuales de la época, que disminuye lejos de aumentar, puesto que en
España, todavía más que en otros países, la cultura femenina, vilipendiada por los varones, viene
decreciendo, de generación en generación, desde fines del renacentista siglo XV” (Maura, I, 382).
13 Las meninas, así como los meninos, eran niños de familias nobles que entraban a servir a
las reinas y a las infantas, en el caso de las niñas, antes de calzarse los “chapines” cosa que supone
mos ocurría a los 15 años. Dice el Diccionario de Autoridades: “La señora, que desde niña, entraba
a servir á la Reina en la classe de Damas, hasta que llegaba el tiempo de ponerse chapines” .
14 María Teresa de Austria (1638-1683), hija de Felipe IV, rey de España, y de su primera es
posa, Isabel de Borbón, fue reina de Francia por su matrimonio con Luis XIV en 1660, madre del
Gran Delfín y abuela de Felipe V quien inauguró en España la dinastía de los Borbones a la muer
te de Carlos II, el último representante de la casa de Austria. Hay un retrato en el Louvre de esta
princesa pintado por Velázquez. Más adelante, nos referiremos a unas cartas que esta infanta espa
ñola envió a la abuela de la condesa de Paredes, Luisa Manrique de Lara, quien había sido su aya,
al entrar luego de carmelita.
15 Se dice, por ejemplo, de las hijas de Medinaceli, valido de Carlos II, hermano éste del mar
qués de la Laguna casado con María Luisa Manrique de Lara, que “Por añadidura, disponía de un
que la reina-madre le daba a las familias alemanas, intervendría en los muchos
favores que recibió el marqués de Mancera, su marido, de doña Mariana, quien
lo hizo no sólo su mayordomo mayor (en abril de 1677; Maura, I, 308) sino
quien le otorgó la grandeza de España en 1687 (Kamen, 411).
Fue Leonor Carreto quien, junto con el marqués, invitó a la jovencita Juana
a venir a palacio “donde entraba con título de muy querida de la señora Virrei
na” , según apunta Calleja en su “Aprobación” a Fama, 1700 *6. Esta invitación
de Leonor Carreto debe calibrarse casi tanto como la publicación, en 1689, de la
primera edición de las obras de sor Juana patrocinada por la condesa de Paredes;
fue el paso inicial que propició su fama posterior. El título de “muy querida” nos
sugiere que doña Leonor ya conocía a Juana socialmente y que ésta la había im
presionado por su saber y su presencia. Parece obvio que en el palacio virreinal,
Juana continuaría sus estudios y sus clases con maestros renombrados que le
pondrían los virreyes, como también lo sugiere el hecho de que Mancera, orgu
lloso como era y deseoso de mostrar lo mucho ya aprendido por su huéspeda, se
arriesgara a someterla a un examen de muy variadas disciplinas ante los sabios
del tiempo, examinadores que, según Calleja, llegaron a cuarenta. En cuanto a su
modo de ser, si Leonor Carreto no nació de carácter fuerte, aprendería a defen
derse de su marido que sí lo tenía; así lo sugieren las palabras que recoge Méndez
Planearte en el Diario de Robles en relación con su muerte en Tepeaca: “díjose
que, siendo Virreina, cuando le iban a pedir alguna cosa y se enfadaba, decía:
Vayan al rollo de Tepeaca (I, 540). La marquesa murió, precisamente en Tepea
ca, el 21 de abril de 1674, cuando al haber cesado en sus cargos de virreyes, iban
de México a Veracruz para su regreso a España, después de haber pasado seis me
ses en las casas del conde de Santiago.
Señalemos que, de algún modo, aunque no podemos fechar todas las com
posiciones de la poeta, Juana parece haberse sentido menos constreñida a escribir
poemas en honor de estos virreyes; son menos las composiciones “de circunstan
cia” que les dedicó a ellos en comparación con los otros virreyes con quienes tu
vo trato. Quizás lo más significativo que Juana escribió para los Mancera son
cuatro hermosos sonetos, de los cuales tres son funerales, y todos cuatro dedica
dos a la marquesa, Laura en su poesía. En el que escribe Juana a raíz de haber sa
lido de una enfermedad grave, dicen los primeros versos: “En la vida que siem
pre tuya fue, / Laura divina, y siempre lo será” reiterándole su mucho amor y el
mando que sólo Laura tiene en su vida. El tríptico restante lo escribió cuando
llegó a México la noticia de la muerte de la marquesa; los versos iniciales del pri-
recurso insólito: las blancas y muy solicitadas manos de sus hijas casaderas, bien nacidas, bien edu
cadas, bien parecidas y bien dotadas” (Maura, I, 385; las cursivas son mías).
16 “Aprobación” , en Fama y Obraspósthumas-, puede leerse en la edición de Juan Carlos Mer
lo, de Sor Juana, de la Editorial Bruguera.
mero: “De la beldad de Laura enamorados”, hablan de la hermosura física de Le
onor, y sugieren la espiritual, tema que más claramente se perfila en el segundo:
“Bello compuesto en Laura dividido” . En el tercero, “Mueran contigo, Laura,
pues moriste” , continúa alabando la belleza de la marquesa expresando su pena y
el protagonismo, por decirlo así, de Laura en la vida poética de Juana: “Muera
mi lira infausta en que influiste / ecos, que lamentables te vocean” .
En el Archivo de Palacio, hay varios documentos que se refieren a Leonor Ca
rreto. El primero que hallamos (en C.208/26) es un papelito que dice: “Por Real
decreto de 12 de enero de 1649, fue recibida por Dama de la Reina./ Casó en 7
de octubre de 1655 (?) con el marqués de Mancera” . En otro documento leemos:
“Tengo por bien que Doña Leonor del [sic] Carreto sirva de Menina a la Infante
mi Hija [María Teresa de Austria, véase nota 14], y que sea con calidad que quan-
do venga la Reyna goce de la antigüedad de Menina suya desde el día que le está
hecha merced de tal. / Darase para ello la orden necesaria. / En Palacio a 19 de
noviembre de 1648” . “Decreto de Su Magestad de 19 de noviembre de 1648”
(S.M. es Felipe IV) dice en uno de los dobleces. Y ahí mismo se explica, de modo
resumido, de lo que se trata en el interior del papel. Otro documento es la peti
ción para que se haga el asiento de dama de la reina a doña Leonor para que se la
considere como tal desde el uno (?) “del año passado de mili y seiscientos y qua-
renta y seis que es quando se le declaro esta merced” . Lleva fecha de enero de
1649. Otro, siempre en la misma caja, habla del “Bureo de la Reina Nuestra Se
ñora en Madrid a 29 de enero de 1649” . Se explica dentro del papel (doblado en
cuatro como es costumbre) que se ha hecho el bureo (diligencia preliminar antes
de hacer el asiento); se repiten palabras de la reina para que esa merced “se entien
da y corra desde Junio del año pasado de mil y seiscientos y quarenta y seis que es
quando se le declaro esta merced” . Se añade que, haciendo el bureo, se halla que
no ha pagado la media annata17 “y que no obstante se le ha dado vianda aparte
como a güespeda” aunque, por ser dama, se le pide a su majestad que coma con
las demás “y se escusse el gasto que esta haziendo” pero que en todo se hará como
S.M. disponga. En el doblez que hace de cara principal hay, con otra letra y al la
do de otro escrito anterior, lo siguiente: “En pagando la media annata se le haga el
assiento con la fecha ordenada y en lo demas se haga como parece” 18.
Otros documentos relativos a Leonor Carreto (611/11) tienen que ver con
pagos que no se le habían hecho de su puesto como dama de la reina. El primero
de la Marquesa Palas
de la Alemana Venus,
de Mancera consorte,
a quien las diosas dieron
todas las gracias juntas
para mejor compendio (MP, Poetas, 145).
No nos ha llegado mucha información sobre Leonor Carreto pero aún así,
podemos colegir que era una mujer culta, determinada y hermosa; lo que nos
importa, sobre todo, es destacar que tuvo la necesaria generosidad y admiración
por una niña campesina genial a quien bien supo evaluar.
III
20 La película sobre sor Juana: Yo, la peor de todas de María Luisa Bemberg, que se filmó en la
Argentina, merece un comentario. Aparte de algunas escenas interesantes y bien logradas, creo, en
tre otras cosas, que la relación que se nos presenta entre las dos mujeres no puede calificarse sino de
personalísima de parte de la directora. Naturalmente, nadie puede conocer con detalle estas relacio
nes y todos tenemos derecho a especular, interpretar e incluso a elucubrar, pero hay siempre el peli
gro de colocar la situación fuera de contexto. Hay cosas que son difíciles de aceptar dentro del
mundo conceptual y el ambiente de la época como, por poner sólo tres ejemplos: que se presentara
la comedia de Los empeños de una casa dentro de los muros de un convento de monjas de clausura,
escena que se nos presenta luego del comienzo de la película; algunos de los comentarios que los vi
rreyes hacen en contra de la Iglesia del tiempo, cosa que, si era difícil que pasara por la mente en
personas de su condición y esfera, era muy improbable que llegara a vocalizarse; y la personalidad-
de la marquesa que se nos presenta más “liberada” que la mayoría de las mujeres de hoy. Sor Juana
misma se nos muestra como una persona de carácter que va de lo tímido y apocado a brotes de fu
ria, todo lo cual no me parece avenirse a la personalidad que nos ha llegado en su vida y en su obra.
des” quien murió en palacio el 15 de diciembre de 1583 y fue enterrada en el Mo
nasterio de Santo Domingo el Real. La mayor parte de los documentos de Palacio
que se refieren a condesas de Paredes son los que se relacionan con Luisa Manri
que de Lara, abuela de la virreina de México que nos ocupa, la cual escribió poesía
religiosa21 y quien tuvo muchos puestos en la corte de Felipe IV de quien fue muy
querida, así como de la reina Isabel de Borbón, su primera esposa: fue guardama-
yor de las damas, dueña de honor, señora de honor y aya de las infantas. Por lo
bien que desempeñó sus puestos (relaciones de 1643 a 1649), cuando entró en el
convento se decidió que se le dieran sus gajes de aya y guardamayor “en qualquier
parte y estado que estuviere” (solamente su sueldo de aya era de 750 o 650 mil
maravedíes; se mencionan las dos cantidades). La madre de nuestra María Luisa,
María Inés Manrique de Lara, quien heredó el título de condesa de Paredes, entró
a ser menina de la reina el 2 de abril de 1633 (C.612/27 y 789/25): “Salió casada
en 3 de setiembre de 1.646, con don Vespasiano Gonzaga, Gentilhombre de Cá
mara del Príncipe de Asturias” . A una hermana de ésta y tía de nuestra condesa
del mismo nombre, María Luisa Manrique, también se le hace nombramiento de
menina de la reina el 8 de noviembre del mismo año (C.612/37)22.
La condesa de Paredes, nuestra marquesa, fue recibida dama menina de la rei
na por real decreto de 23 de junio de 1654 (C.612/55); la primera entrada regis
tra la fecha de 29 de marzo de 1653 (hay otras de junio del 54 en las que se trata
de lo mismo y del pago de la media annata); se casó el 10 de noviembre de 1675
en palacio, por lo que el 24 de agosto de 1676 el rey (Carlos II) manda que se le
paguen mil ducados de vellón “que valen trescientos y setenta cinco mili marave
díes...por el Balón delasaya que le toco por haber salido casada de Palacio” 23.
21 Para más información sobre esta señora, véase a Barbeito, I, 416-428. Tiene razón la autora
al señalar, en p. 416, que el apellido del padre de Luisa Manrique, Luis, debía decir Enríquez (y no
Manrique) en un asiento que copia, puesto que ése era el apellido del padre. La confusión puede
arrancar del hecho que “Luisa Manrique Enríquez, que así siempre se llamó”, prefirió el apellido
“Manrique de su abuela doña Juana Manrique de Lara (hermana de don Antonio, V conde de Pare
des de Nava) al de su linaje de la casa de los Almirantes de Castilla...” (Travesedo y Sandoval, 420).
22 María Luisa, la tía de la marquesa de la Laguna, se casó con “don Francisco de Orozco y
Ribera, II marqués de Mortara y I marqués de Olías, virrey y capitán general de Cataluña” (Trave
sedo y Sandoval, 421-22). Sin embargo, nos parece que es a ésta a la que se llamaba “la Rubia” y
no a la madre de la virreina de México, como se desprende de las cartas siguientes de la menciona
da infanta: fechas 11 de julio de 1653 (cuando habla de “la boda de la rubia” , María Luisa, la tía);
7 de julio de 1654; y 22 de septiembre de 1654.
25 La relación del matrimonio de María Luisa Manrique con Tomás Antonio de la Cerda, se to
ma del Libro I de “Baptismos, Confirmaciones Desposorios, y Velaciones que se han celebrado en el
Real Palacio de Su Magestad, Año de 1646” . (Van de 1646 a 1721 para bautizos y de 1669 a 1761
para confirmaciones.) Dice así (agradezco a Antonio Alatorre sugerencias para la transcripción):
“En el Alcázar y Real Palacio de Sus Magestades de la Villa de Madrid a diez días del mes de
Noviembre de mil y seiscientos y setenta y cinco años yo Don Antonio Manrique de Guzman Pa-
La marquesa aparece, ya residiendo en España y viuda, (C.789/24) en el
nombramiento de “camarera mayor con todos los emolumentos honores, y Pre-
heminencias pertenecientes a este empleo” firmado en Madrid el 17 de julio de
1694, dos años y pico después de la muerte del marqués; la reina a quien entra a
servir como camarera mayor el 1 de agosto de ese año es Mariana de Austria, la
reina-madre (no a Mariana de Neoburg, como apunta MP, I, 379). Este docu
mento se dirige al mayordomo mayor: “Al Marques de Manzera tendréislo en
tendido para que asi se execute” y es de 18 de julio de 1694; se corrobora este
puesto “con el goze correspondiente a otro empleo igual” el 21 de julio del mis
mo año. Uno de esos “goces” sería el proveerla de “mesilla y vianda como se acos
tumbra en el Campo sirviendo a Su Excelencia las criadas de Su Magestad que es
costumbre, el día de santa Ana en el Real Palacio en el quarto”; era el 24 de julio
de 1694 el día que la condesa venía a comer según se consigna detrás del papel.
En otros documentos se hace la relación de los pagos a la marquesa una vez
muerta la reina-madre (en mayo de 1696), puesto y pagos que se extienden hasta
fines de enero de 1700. Todo ello parece apuntar hacia el marqués de Mancera,
quien seguía activo en la política de la corona y había sido el mayordomo mayor
de la reina-madre, Mariana de Austria, en cuanto a intervenir en que se favorecie
ra a la condesa de Paredes conservándole el puesto y las remuneraciones pertene
cientes a éste, a pesar de que la reina-madre había muerto hacía unos años.
Hay cierta confusión en cuanto a la fecha de muerte de la virreina, condesa
de Paredes. Murió, según Rivarola, en 1696 (MP, ibidem), pero esta fecha es
imposible ya que, como hemos visto, existen en el Archivo de Palacio, asientos
que confirman que para entonces ejercía aún su cargo de dama de la reina-ma
dre quien sí moriría ese año, como se ha dicho. La otra fecha de su muerte que
apunta Méndez Planearte como más segura (ibidem), es la de 1721, después de
triarcha de las indias Arzobispo dél y su Capellán y Limosnero Maior de Su Majestad aviendo pre-
zedido todas tres amonestaciones que manda el Segundo Consilio de Trento y no aviendo resulta
do impedimento alguno desposé por palabras de presente, bastantes para hacer berdadero y ligíti-
mo matrimonio a Don Thomas Antonio de la cerda Henríquez Marqués de la Laguna con la Se
ñora Doña María Luisa Manrique y Gonzaga Dama de la Reyna Nuestra Señora residente en su
Real Palacio el qual desposorio se celebro en la galería de los retratos en presencia de sus Magesta-
des Dios las guarde, a las cinco de la tarde siendo testigos el excelentísimo Duque del infantado
maiordomo en [abreviatura ilegible] de la Reyna Nuestra Señora el conde de Lenjes [?] maiordo-
mo de su mano y el Señor Don Pedro Luis [?] de Monforte Predicador y capellán de Honor de Su
Majestad y Cura de Palacio y lo firme [rúbrica] utsupra
El Patriarcha [rúbrica igual a la anterior]
Por las cartas de la infanta María Teresa a la abuela de María Luisa y por este documento,
nos enteramos de que, al entrar Luisa Manrique de Lara de monja, dejó a sus dos hijas al cuidado
de palacio.
En C.612/58 hay un documento sobre este mismo patriarca de las Indias (murió el 26 de fe
brero de 1679) sobre los pagos que se le hacen y los gajes de que disfruta.
haberse marchado de España, en 1713, para no volver más, todo esto relaciona
do con la toma “de partido del archiduque Carlos en la guerra de sucesión”
(ibidem).
En las cartas mencionadas antes (todas en Travesedo y Sandoval), las que le
escribió la infanta María Teresa a la que había sido su aya, Luisa Manrique de La
ra, en una forma corta pero muy vivaz, le cuenta de la corte, las fiestas y aconteci
mientos que allí tenían lugar, a más de sucesos de palacio sin mayor trascenden
cia. En la del 4 de abril de 1652, le dice de nuestra María Luisa, que a la sazón
contaba con dos años y medio: “ayer estubo aca tu nieta maria luysa harto gracio
sa que si bieras el pico que tiene se te olgaras” (430); en la de 19 de noviembre
del mismo año también se refiere a María Luisa: “Aya mia muy buenas nuebas
me dio maria luysa de como quedabas buena quando ella se bino me güelgo mu
cho de ello y tanbien de que mi padre le aya echo merced de mi menina y me pe
sa mucho que la edad no le de lugar para que pueda entrar luego” (431). Es decir,
que ya se había hecho menina a la niña para la fecha de la carta (un mes después
de cumplir tres años), pero no pudo entrar porque, obviamente, había un míni
mo de edad para poder servir como tal y sería, probablemente, la de cinco años;
por ello, se esperaría hasta octubre de 1654 para que entrara (la marquesa había
nacido en octubre de 1649). En la carta de la infanta del 24 de septiembre de
1658 también se menciona a la niña, que tiene ahora casi nueve años: “muy albo
rozada estoi quando entre maria luisa que cierto que es linda niña” (434).
Sor Juana le dedicó a la condesa, su querida amiga —Fili, Lisi, Lisis o Lísida
en su poesía -, muchas composiciones, entre las que destaca el romance decasíla
bo con esdrújulos iniciales: “Lámina sirva el cielo al retrato, / Lísida, de tu angé
lica forma” (véase mi Inundación castálida, IC, 286-89). No le dijo explícita
mente a María Luisa, como lo hizo a la muerte de la marquesa de Mancera, que
ella hubiera influido su lira; le confesó que toda su obra se la debía a ella en el so
neto que comienza: “El hijo que la esclava ha concebido” . Esto no se refiere al
hecho, sino quizá tangencialmente, de que la condesa de Paredes le fuera a publi
car su obra (le mandó este poema, al igual que el anterior, cuando ya María Lui
sa había regresado a España); se refiere a que:
María Luisa había sido la fuerza creadora del genio de la poeta, incluyendo
las composiciones escritas antes de conocerla.
Son escasos los datos que nos han llegado de María Luisa Manrique de Lara,
pero por ellos podemos inferir que, además de noble y rica, nació hermosa, inte
ligente y de buen “pico” , y que fue culta. Su amistad y admiración por Juana
Inés venció la prueba de la distancia y del olvido: se le debe a la condesa la publi-
cacíón de Inundación castálida, libro que echó a volar la fama de su amiga mon
ja, de aquélla que había quedado dentro de los muros del convento jerónimo de
santa Paula24.
IV
mi señora la condesa
de Paredes...
me dilató las noticias...
me informó de vuestras prendas...
24 Para información sobre la fama de sor Juana en la corte madrileña y la representación de al
guna de sus obras en palacio, véase mi artículo “Los problemas de La segunda Celestina'.
25 El apellido se escribe también Láncaster, Lancáster, Alencastre; en el Archivo de Palacio
aparecen también los nombres de Alencastro y Alencarte. Al parecer, existe un manuscrito referen
te a la muerte y traslado de los restos de la duquesa al Monasterio de Guadalupe, que no pude
consultar cuando estuve allí porque se encontraban en reorganización de toda la biblioteca; con
sulté el trabajo de Gervasio Velo Nieto que consigno en “Obras citadas” . Tampoco en la BNM
pude consultar el Ms.4040 sobre la duquesa el día que había dedicado a ello; conseguí el impreso
de Miguel Hurtado gracias a María Isabel Barbeito.
26 Para la relación de la familia de la duquesa de Aveiro, desde sus orígenes, así como para los
títulos que heredó a la muerte de su hermano Raimundo, véase a Velo Nieto.
27 Véase el romance en mi IC, pp. 218-224; véase también mi artículo: “Sor Juana: feminis
mo y americanismo en su romance a la duquesa de Aveiro” (en “Obras citadas”).
28 En la ante-sacristía del Monasterio de Guadalupe hay un retrato de la duquesa con sus tres
hijos (que no me permitieron fotografiar). Es de grandes dimensiones y aparece, en la parte cen-
española se desarrolló en Madrid donde se “grangeó el afecto, simpatía y admira
ción de las más altas dignidades cortesanas” (Barbeito, I, 326), aunque luego llevó
una vida alejada de la corte y en “lección continua de sus libros” (Hurtado, 5 8 )29.
Era una mujer de muchísimo caudal y poseía gran cantidad de títulos here
dados de su marido y de su hermano Raimundo. Era muy religiosa y devota, uti
lizando gran parte de su fortuna en la propagación de la fe por las misiones, es
pecialmente las jesuíticas, y en aliviar a los pobres que llegaban a sus puertas.
Hurtado cuenta que cuando le parecía que “eran personas estrangeras, ó pobres
mugeres, que iban cargadas de sus tiernos hijos, á los quales mandaba los hizie-
ran subir a su presencia, y informada muy por menor de sus necessidades, las so
corría con tanta liberalidad, como gusto, sin que le causassen, por asquerosos,
que estuviessen, el menor horror a su vista” (59-60). En su vida posterior no só
lo se retiró casi totalmente del mundo, sino que vivió en extrema pobreza y reli
giosidad sufriendo los dolores de su muerte de modo ejemplar, a la manera que
las hagiografías nos relatan las vidas de personas cercanas a la santidad. Era fama
“aquella perfectissima razón, y cabal conocimiento, de que Dios la avia dotado”
(ibidem, 30; ver también a Barbeito, 327); tenía muy buena memoria ya que re
citaba pasajes enteros de la Biblia, especialmente de los salmos, a la menor men
ción de ellos que hubiera a su alrededor. Su devoción a la Virgen del Monasterio
de Guadalupe30 era, aumentando la tradición que ya existía en su familia, muy
tral, la duquesa de cuerpo entero; a la izquierda está uno de sus hijos varones, seguramente el ma
yor, y a la derecha los otros dos, el otro varón y una mujer joven. La duquesa está vestida lujosa
mente y es una mujer alta y esbelta, hermosa. El cuadro presenta una cinta blanca y larga con ins
cripciones que no pude leer por estar colocado muy alto.
29 El mismo Hurtado nos dice: “Su abstracción de las dependencias, y cumplimientos de la
Corte fue tan exemplar, que en muchos años las pocas vezes, que salió de casa, solo fue, ó para as-
sistir á los Oficios de Semana Santa en la Casa Professa de la Compañía de Jesvs, ó para ir á las
Iglesias de las Señoras Descalcas Reales, ó de la Encarnación á venerar...” (58).
30 Cuando visité el Monasterio de Guadalupe en 1985, leí varios ejemplares de la revista que
allí se publica El Monasterio de Guadalupe; es curioso el empeño que se pone, en algunos artículos,
en asegurar que la Guadalupe mexicana proviene de la Guadalupe peninsular. (Hice comentarios
sobre el particular en el capítulo que escribí para la Historia de la literatura hispanoamericana. La co
lonia, que hace muchos años coordinó el hispanista italiano Giuseppe Bellini y que en la actualidad,
según me ha informado recientemente el mismo, publica la U N ESC O bajo el cuidado de Amos
Segala.) La Guadalupe peninsular fue devoción de muchos conquistadores desde Colón, y especial
mente lo fue de Hernán Cortés; era imposible que la devoción del pueblo mexicano la aceptara co
mo tal. Aunque a la Guadalupe extremeña se la llama “la morenita de Villuerca” , y la Guadalupe
mexicana conservó el mismo nombre, adoptó otras características que la hicieron muy diferente: no
solamente es morena, sino que es india y reminiscente de una diosa azteca y, además, no se nos pre
senta como madre —siempre la extremeña con el Niño en brazos - ; se nos presenta como una vir
gen inmaculada, antes de la concepción, como evocando las tierras vírgenes de América.
Hay en le Monasterio de Guadalupe lo que llaman “el camarín de Guadalupe” que es un lu
gar resplandeciente en el que se hallan ocho estatuas, de autor anónimo, de mujeres fuertes de la
intensa, y le hizo al monasterio y a la orden (jerónimos; actualmente francisca
nos) que allí moraba, cuantiosas limosnas. En su testamento dejó mandado, con
detalles muy específicos y habiendo escrito ella misma las inscripciones funerales
en castellano y en latín para cada uno de ellos, que la enterraran a los pies de la
Virgen en el nicho central y en los de los lados, a su madre, doña Ana María y a
su hermano Raimundo. Murió el 9 de febrero de 1715 (Velo Nieto da el día 12,
en parte 6, p. 186) a los 85 años de edad. Una caravana acompañó sus restos
desde la región madrileña, pasando por lugares que habían sido de su devoción,
hasta Guadalupe, donde reposa hasta hoy.
Lo que he visto de María Guadalupe de Lancaster, en referencia a escritos su
yos, es poco y todo de carácter religioso. Lo más interesante de esta señora sería la
correspondencia que mantuvo con distintos misioneros jesuítas esparcidos por
distintas partes del mundo (véanse fragmentos en Hurtado, 46-47) y especial
mente la que intercambiaría con el padre Kino31. Entre las cosas que se enterraron
con ella había una “caxa de plata sobredorada” (ib. 89), cerrada y clavada, dentro
de la cual se hallaba una consagración en latín a la Virgen y escrita con su sangre,
fechada en mayo de 1684. Sor Juana, quien al final de su vida hizo algo parecido,
no conocería este detalle, a menos que la duquesa lo comentara anteriormente
con su parienta María Luisa, lo cual es muy improbable; es una prueba más de lo
comunes que, durante aquel tiempo, eran estas prácticas. Lo que sí conocería la
monja, a través de la misma marquesa, sería un ejercicio devoto de la duquesa de
Aveiro: Los siete dias de la semana contra los siete pecados capitales. Primero Humil
dad, Angeles. Segundo Desapego, Apostoles. Tercero Pureza, Virgines. Quarto Pacien
cia, Martyres. Quinto Abstinencia, Anacoretas. Sexto Caridad, Confessores, y Opera
rios. Séptimo Diligencia, Magdalena, y Misioneros (Hurtado, 45-46). En los Ejerci
cios de la Encamación de sor Juana, durante los siete primeros días (es un novena
rio; véase mi trabajo), se sigue con exactitud este orden sólo variando un poco los
nombres de las virtudes y dando también los vicios correlativos. Los ejercicios de
la monja son más extensos, pero suprime los ejemplares de las virtudes a imitar de
la duquesa. Véase a sor Juana: Día primero, soberbia/humildad; segundo, avari-
Biblia: Judit, Abigail, Ruth, Jael, Sara, María (hermana de Moisés), Débora y Ester, cada una de
ellas con el instrumento que las caracteriza. ¿Quién las encargó o las pagó? ¿Cuál es su historia?
Son posteriores (de 1736-39) a la duquesa de Aveiro; no encontré ninguna pista sobre la persona,
¿una mujer?, que tuvo que ver con el proyecto. .
En la misma revista del monasterio, leí de Alfonso Junco, “Carta de Viaje. Por Toledo y Guada
lupe” . Tomo XV, año de 1950. Parece que se publicó también en México en Novedades, el 29 de ju
lio de 1950. Se trata de la entrega de una imagen de la Guadalupe mexicana que llevaron a Guadalu
pe de Extremadura.
31 MP dice que “El P. Kino trabó amistad con ella en Sevilla, por 1680; y se conservan 20 de
las cartas que le dirigió después, en latín, italiano o español, sobre sus labores apostólicas de Cali
fornia y Pimería” (I, 410).
cia/largueza; tercero, actos deshonestos/castidad; cuarto, ira/paciencia; quinto,
gula/ayuno; sexto, envidia/caridad; séptimo, pereza/diligencia.
La duquesa y la monja nunca se vieron pero es probable que se cartearan; lo
harían al menos una vez cuando sor Juana le enviara su romance. Es obvia la
gran admiración que “las noticias” que le dio su amiga la condesa de Paredes
provocaron en la poeta, quien estaba muy al tanto de las mujeres que se destaca
ran por su saber. La duquesa tenía fama de mujer sabia, según aparece en sus
biógrafos y en un soneto que se le escribió a su muerte:
Expresó sor Juana esta admiración, sin adulación alguna, al dedicarle ese largo
y precioso romance mencionado, concentración de visión femenina y americana:
32 Véase mi trabajo: “Mujer, ilegítima y criolla: en busca de Sor Juana” . Leí este trabajo que
aquí se menciona, en la clausura del “Homenaje a Sor Juana” que se celebró en El Colegio de Mé
xico en noviembre de 1991. Agradezco a Elena Urrutia y a Sara Poot-Herrera su invitación.
obra, por el fiel reconocimiento que encontró en sus amigas virreinas, Leonor
Carreto primero y María Luisa Manrique de Lara después, quienes, en aras de le
altad, devoción y solidaridad femeninas ensalzaron y difundieron su nombre a
través de los mares y territorios de dos mundos.
OBRAS CITADAS
1 Señalaba Atilano Martínez Tomé en la introducción a Kircher: Aritmología que el autor sor
prendía por dos motivos: “el enorme acervo cultural que archiva en su mente: son varias las len
guas orientales que domina, es profesor también de Matemáticas y Filosofía en el colegio que la
Orden posee en Wurzburgo, para terminar abandonándolo todo y dedicarse a la Arqueología ex
clusivamente. Por otra parte, también nos sorprende la ingenuidad y falta de sentido crítico de que
adolecen sus escritos” (p. 15). Desde luego a Sor Juana no le podía pasar por alto esta ingenuidad.
su propia vida2. Esta lógica de las acciones se relaciona en mayor medida con el
pensamiento religioso y la femineidad de sor Juana, en la línea que han señalado
Georgina Sabat de Rivers y Benassy-Berling. De este modo se pueden subrayar
tres guías en el pensamiento de Sor Juana: la filosofía o el conocimiento (tanto
empírico como especulativo), la religiosidad y su femineidad, aspectos estos últi
mos relacionados con el monacato.
Por otra parte, la lógica, más que como actitud filosófica me interesa como
proceso de pensamiento que justifica o puede llegar a justificar y explicar algunos
textos de Sor Juana, relacionados a menudo con su peculiar modo de analizar la
realidad, envuelta en una insaciable curiosidad y que, por supuesto, es una lógica
que encuentra una manifestación práctica en sus propias actuaciones.
I - LA LÓGICA FILOSÓFICA
2 En L ’Opera letteraria di Sor Juana Inés de la Cruz. Milán, 1964. Años más tarde añadía que
aún había muchos puntos oscuros en torno a su vida (p. 9): SorJuana e i suoi misteri: Studio e testi.
3 Doy como válida la opinión casi unánime de la crítica (confirmada por el propio Paz en la
segunda edición de su obra dedicada a Sor Juana) respecto a la autoría de la Carta de Monterrey.
4 Señala A. Muñiz-Huberman: “Menciona a los principales filósofos como Platón, Aristóteles,
Heráclito, Parménides y Pitágoras. En ocasiones la mención es superficial o de memoria, por lo
que algunas citas han sido confundidas” (p. 318) aunque no precisa cuáles.
5 “Manía fue de los griegos averiguar el número de remeros que tuvo Ulíses, sí primero fue es
crita la Iliada que la Odisea, si son del mismo autor y otras cosas de igual monta que si te las guar
dares para ti en nada ayudan tu íntima conciencia, y si las revelares, no parecerás más docto, sino
más enfadoso” .
este llamamiento a la utilidad, me voy a referir a aquellos aspectos en los que, en
mi opinión, más se relaciona Sor Juana con autores determinados como pueden
ser Séneca, Descartes o Sta. Catalina.
Respecto a las fuentes filosóficas, el primer esfuerzo en este sentido vino de la
mano de Dorothy Schons 6 y de Ermilo Abreu Gómez7, continuado por Mén
dez Planearte en su edición, quien subrayará la presencia de un olvidado de la
crítica sobre sor Juana: fray Luis de Granada8. El principal escollo en el estudio
de las fuentes fue el desconocimiento del catálogo de la cuantiosa biblioteca de
Sor Juana. Pero lo que sea tal vez más extraño es la inexistencia de cualquier rela
ción o factura en el proceso de venta, donde debería detallarse tanto el volumen
total de la Biblioteca, como de las obras que la componían. De este modo y salvo
excepciones respecto a determinadas obras que efectivamente se ha confirmado
ser de su propiedad, o las propias citas de Sor Juana, respecto a las fuentes, tan
sólo podemos movernos en el terreno de la conjetura, con la prudencia que re
clamaba la Dra. Benassy9.
Octavio Paz subrayará en este mismo aspecto que “ni sor Juana podía citar a
todos los libros que tenía en su celda ni, en algunos casos, quería citarlos” (p.
325). Como por ejemplo, la presencia de los herméticos en las lecturas de Sor
Juana (el Corpus hermeticum y el Tratado / de Pimandro).
En mi opinión su modernidad está en relación con el caracter enciclopédico
y con el eclecticismo claro en su obra. Se podría hablar de dos corrientes aparen
temente enfrentadas, pero que ella, como ya he señalado, va a presentar unidas
habitualmente en sus obras 10: la corriente neoplatónica y la corriente racionalis
ta; ambas, como precisa José Gaos, terminan en el fracaso (p. 649). El sentido a
6 Hablará de reducir la cifra de ejemplares de la biblioteca de Sor Juana que otorgó su primer
biógrafo, el padre Calleja, quien hablaba de 4000 volúmenes. D. Schons: “Nuevos datos para la
biografía de sor Juana” . Contemporáneos, n° 9, México, 1929. De. facsímil.
7 Abreu Gómez será uno de los primeros en afirmar que si Sigüenza leyó a Descartes, proba
blemente también lo haría sor Juana, al mismo tiempo ofrecerá un extenso catálogo de las lecturas
de sor Juana, señalando que la mayoría de ellas pertenecían a la literatura. Entre los filósofos cita a
Aristóteles, S. Agustín, Catón, Erasmo, Descartes, Gracian, Maquiavelo, Pitágoras, Parménides,
Platón, Solón, Teofastro, Séneca, etc. y entre los escritores religiosos a Santo Tomás, San Buena
ventura, S. Jerónimo, S. Juan Crisóstomo, Sta. Teresa, etc. pero como luego le criticará Francisco
de la Maza olvida a mujeres citadas por ella, como Sta. Paula, Sta. Gertrudis, Sor María de Agreda,
así como indicará que no hay datos suficientes como para atestiguar la extensa lista que ofrece. En
el mismo sentido O. Paz señalará que hay ausencias “tan notables como la Biblia, Cervantes, Lope
de Vega, Quevedo o fray Luis de Granada” (p. 325).
8 Si bien como luego indicará Paz olvida el hermetismo neoplatónico de la poetisa. Sor Juana
Inés de la Cruz o las trampas de la fe.
5 “la partie connue se présente comme la fraction visible d’un iceberg. Cela oblige les
‘estudiosos’ de la hiéronymite á une grande prudence” (p. 121).
10 Como he indicado su mejor exponente está en El Primer Sueño.
menudo contradictorio de la obra de Sor Juana se origina en esta ambivalencia
de preferencias hacia el método de conocimiento. Oscilaciones que en cierto
modo manifiestan una dialéctica y un sistema de oposiciones, que con frecuencia
mantienen los enfrentamientos de la crítica respecto a su figura 11. El racionalis
mo y el aspecto neoplatónico pueden aparecer unidos y armonizados como siste
mas o vías posibles del conocimiento, como ella misma lo plantea en el Primer
Sueño. Su modernidad está en relación con el caracter enciclopédico y con el
eclecticismo claro en su obra. Racionalismo e idealismo que se hermanan para al
canzar la sabiduría.
Si existe un neo-hermetismo, este convive con el caracter empírico y de “ob
servación de la materia” (Paz, p. 335), al estilo de Kircher, lo que en cierto modo
relaciona este nuevo neoplatonismo barroco con el racionalismo cartesiano.
Del mismo modo temas de pensamiento frecuentes en la época, como es el
desengaño, guardan una interna relación con la filosofía posterior marcada por la
duda cartesiana: si al desengaño unimos un afán científico de conocimiento
puesto de relieve en figuras como Sor Juana o Sigüenza o el mismo Kircher, la
consecuencia sería una interrogación que traería consigo la manifestación de la
duda. Así mismo tendrían en común el deseo de un conocimiento objetivo,cuyo
origen se encuentra en el espíritu de investigación que conlleva la época, apoya
do en el reconocimiento de la capacidad del hombre y el libre albedrío y funda
do en la realidad —basé del cartesianismo - y que podemos ver surgir en las in
vestigaciones de Athanasius Kircher. A todo ello se puede añadir la situación de
conflicto e indeterminación que se vive en México u.
En cualquier caso, las opiniones a favor de una u otra influencia se repiten,
y de este modo, Antonio Alatorre le criticará a Paz la excesiva importancia que
otorga a la figura de Kircher y al neo-hermetismo de Sor Juana (Homenaje a
Sor Juana) I3.
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Tal vez no sea tan decisivo en la poetisa mexicana saber si había leído o no
directamente a estos autores. En mi opinión lo interesante en definitiva es ver en
ella un pensamiento moderno, tanto en su autodidactismo como en su eclecticis
mo, avanzado respecto a la mentalidad de su tiempo. Esta proclividad hacia el
progreso era subrayada por Octavio Paz, para quien el caso de Sor Juana se repi
te: “De siglo en siglo un Feijoo, un Sarmiento o un Ortega y Gasset intentan po
nernos al día. Vano empeño: la generación siguiente, embobada con ésta o aque
lla ideología, vuelve a perder el tren” (p. 340).
Por otra parte, si como señala Muñiz-Huberman se da en ella al tiempo que
la preocupación intelectual “el afán de asimilar y explicar su momento histórico
y las connotaciones de orden social” (p. 315. “Las claves de Sor Juana”), nos ex
trañaría que en ningún caso existiera una relativa información o relación con la
corriente racionalista de su época: el cartesianismo, pese a que José Gaos niegue
incluso la posibilidad de ésta relación.
En definitiva, podemos analizar en sor Juana un pensamiento eclecticista
que, si bien manifiesta una singular preferencia por lo aparentemente intuitivo y
neo-hermético que podemos encontrar en obras como las de Kircher, sin embar
go adopta una corriente racionalista en el proceso deductivo. Este racionalismo
transforma lo sentimental para racionalizarlo, como podemos ver tanto en el
Primer Sueño como en su poesía amorosa y religiosa. En el romance 56 expresa:
En el romance “Finjamos que soy feliz” , citado con frecuencia por la crítica,
la oposición es aún más clara, y así mismo se reitera en el soneto dedicado a Si-
güenza, donde a nivel laico sitúa el enfrentamiento entre fe y razón (p. 204)
la presencia de Kircher en dos pasajes del sueño los versos. 400 a 407 y 873 a 886 (“Lectura del
Primero Sueño” en Sara Poot Herrera).
“no el sacro numen con mi voz ofendo,
ni al que pulsa divino plectro de oro
agreste avena concordar pretendo;
pues por no profanar tanto decoro
mi entendimiento admira lo que entiendo
y mi fe reverencia lo que ignoro” (p. 309).
La lógica en Sor Juana sigue una línea de pensamiento que si se inicia con
Séneca, pasa por santo Tomás y llega a Descartes. Esta lógica da forma a una ló
gica interna de los temas tratados, en la que los conceptos tanto se pueden apli
car al tema religioso, como al amoroso o al científico y que en algún aspecto nos
pueden orientar hacia lo que fue su decisión final
1 - Séneca
Coincidente con Séneca será su visión del tiempo, que a la vez se inscribe en
el concepto barroco del transcurso, si bien las matizaciones, como voy a subra
yar, adquieren un tono senequista. Si la vejez para el autor latino resulta ser la
etapa en la que se logra la paz consigo mismo, lo que permite dedicarla especial-
14 “y en esta línea nuestro viejo senequismo, nuestra represión moral de la pasión, nuestro
concepto de la fugacidad de las cosas, nuestro escolasticismo, nuestro conceptismo, son expresiones
de una soterrada vena de buen racionalismo español, nunca ahogado del todo por nuestro barroco
apasionamiento” (p. 62. “Sinceridad y artificio en Sor Juana”).
mente al pensamiento 15 también es una situación que ha de buscarse en la ju
ventud.
En la obra de sor Juana la referencia al paso del tiempo puede ser seria o jocosa:
O en el romance 15, adopta la seriedad - en este caso —de Séneca para indi
car la necesidad de la madurez.
O en el soneto 151:
15 “Todo aquello que debiera no querer, ya no puedo hacerlo; mis conversaciones más fre
cuentes son con mis libros” (p. 567, La vejez es de terruño muy frío).
16 N o siempre es así, aunque sea lo más habitual, pues, por ejemplo, en “Finjamos que soy fe
liz, termina” :
“En breve el prudente joven
eterno padrón erige
a su vida, y con su fama
las eternidades mide.
Ningún espacio de tiempo
es corto al que no permite
que los instantes más breves
el ocio le desperdicie” (p. 47, rom. 15).
Y termina con este deseo “vive tanto como sabes, goza tanto como vives” ,
p. 49).
Tanto en Sor Juana como en Séneca esta defensa de la erudición se une a la
manifestación de determinados temas de la existencia a través de la experiencia
histórica, esto es, se adopta la historia como ejemplo de cualquier otro suceso
aparentemente más cotidiano, como ocurre con los sonetos Histórico-mitológi-
cos, donde el encabezamiento nos descubre la intencionalidad actualizada de la
recreación histórica del poema:
“Aprendamos a ignorar
Pensamiento, pues hallamos
que cuanto añado al discurso
tanto le usurpo a los años” (p. 8).
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Rinde la vida en que el sosiego estriba
de esposo y padre, y con mortal congoja
la concebida sucesión arroja
y de la paz con ella a Roma priva.
Si el infeliz concepto que tenía
en las entrañas Julia, no abortara,
la muerte de Pompeyo excusaría:
¡Oh tirana fortuna, quien pensara
que con el mismo amor que la temía
con ese mismo amor se la causara! (p. 282).
17 En cualquier caso, si como he señalado en una nota anterior, Kircher a pesar de su erudi
ción puede ser tildado de “ingenuo” en determinadas apreciaciones - como por ejemplo las que se
refieren al Arca de Noé - no nos ha de extrañar que Sor Juana pueda mantener cierto rasgo de in
genuidad, acorde con la corriente ocultista - hasta cierto punto ortodoxa -en la que también se
movía Kircher.
nuación que aparece en la Carta Athenagórica cuando sugiere, valiéndose de la
autoridad de San Juan Crisóstomo, que se prepare a la mujer para predicar.
En cualquier caso lo que sí consta es la lectura de Séneca por parte de Sor
Juana, tanto por las citas que ella misma señala, como por el hecho de que Séne
ca fue uno de los pensadores más admirados por San Jerónimo - al que la poeti
sa llama padre y maestro - hasta el punto de reiterar las citas de Séneca en su Li
bro I contra Joviano.
2 - Descartes
18 “devant les visions et les miracles manifeste bien un certain ‘rationalisme’” (p. 188).
Primer Sueño. Por el contrario José Gaos dice que hasta el siglo XVIII, con Ga-
marra, no se puede hablar de filosofía moderna en México. En este sentido,
Vossler afirmará el racionalismo de Sor Juana, mientras que Dario Puccini de
fenderá el escepticismo (más bien el estoicismo de Séneca). Por último, para Oc
tavio Paz lo más destacado de la sugerida influencia entre Descartes y Sor Juana
sería la unión que Descartes establece entre el objeto y los sentidos, de donde
procedería el placer estético.
Tal vez una relación somera podamos encontrarla en la admiración de Des
cartes por la ética de los antiguos, al igual que ocurre con Sor Juana en la Carta
de Monterrey, como he señalado, una ética cuyo eje al igual que en Séneca o en
Sócrates se sitúa en el pensamiento: “que nada hay que esté enteramente en
nuestro poder sino nuestros propios pensamientos // (...) que en esto consistía
principalmente el secreto de aquellos filósofos que pudieron antaño sustraer al
imperio de la fortuna, y a pesar de los sufrimientos y la pobreza, entrar en com
petencia de ventura con los propios dioses” (p. 55-56). Sólo tenían en su poder
el pensamiento y “ésto sólo era bastante a impedir sentir afecto hacia otras cosas”
(p. 58). La conclusión cartesiana guarda similitudes con la de Séneca y Sor Jua
na: “aplicar mi vida entera al cultivo de mi razón y a adelantar cuanto pudiera en
el conocimiento de la verdad” (p. 56-57).
El análisis de la realidad, partiendo de la realidad misma, como ella misma
señala en La respuesta, confirma su actitud interrogante y analítica ante la exis
tencia.
“Pues ¿qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descu
bierto estando guisando? (...) ver que para que el azúcar se conserve fluida basta
echarle una muy mínima arte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta
agria (..) Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado,
mucho más hubiera escrito” (p. 459-460).
El aprendizaje que describe en este párrafo se basa en la observación minu
ciosa y racionalista de la realidad. En este sentido, la naturaleza se presenta como
maestra, variante del concepto renacentista de la existencia y de la experiencia (la
historia) como “magistra vitae” . Tanto Séneca como Erasmo seleccionan para
sus ejemplos o “facecias” aquellos aspectos claramente observables de la realidad,
manteniendo una actitud racionalista semejante. La novedad viene ahora de la
mano no de una visión literaria del ejemplo, sino científica. Este cientificismo es
el que une a sor Juana con Descartes y con Kircher, figuras que no son absoluta
mente contrapuestas. Tanto en el Primer Sueño, donde por ejemplo, al igual que
Descartes habla de la circulación de la sangre 19, descubierta por Harvey en 1626,
“Y como, en un madero
que abrasa el fuego ardiente,
nos parece que luce
lo mismo que padece;
y cuando el vegetable
humor en él perece,
nos parece que vive
y no es sino que muere” (p. 205).
21 El método planteaba como principios de la lógica. 1° no admitir como verdadera cosa lagu
na que no supiese con evidencia que lo es, 2o dividir cada uan de las dificultades en cuantas partes
fuera posible. El tercer y cuarto principio son los más coincidentes con Sor Juana, como indicó Ló
pez Cámara.
mismo ambos otorgarán una función extraordinaria a la experiencia, especial
mente cuanto más se ha avanzado en el conocimiento 22.
Sor Juana se aparta de Descartes fundamentalmente en una cuestión: que
Descartes no aborda de manera profunda cuestiones relacionadas con la ética, lo
que resulta ser, junto con la teología, el tema fundamental de Sor Juana (de ahí
su mayor afinidad ideológica con Séneca). Sin embargo ambos coincidirán en el
uso de la moral estoica
En resumen Sor Juana mantiene una doble vertiente, pues la corriente neo-
platónica vendría avalada por las traducciones que de los herméticos griegos se
realizan en el siglo XV y que harán evolucionar todas las tendencias del renaci
miento. Como señala Benassy, posiblemente Sor Juana conoció el primer capítu
lo del Codigo hermético, dedicado a Pimandro, de donde recogería la idea de la
identificación del mito de Narciso con Jesucristo, que posteriormente aparecería
en su auto “El divino Narciso” .
En mi opinión este neoplatonismo de Sor Juana pertenece a la esfera de la
creación simbólica y conceptual: se manifiesta en la formulación literaria de imá
genes claramente neoplatónicas. O lo que es igual, se traduce el neoplatonismo
en un concepto de metáforas y símbolos cuya mejor manifestación tenemos en el
Primer Sueño. Las imágenes que Sor Juana utiliza en este poema y en otros se
pueden ejemplificar a través de los dibujos que Kircher elabora respecto a la torre
de Babel o su interpretación de la pirámide egipcia o de lo cosmológico. Esta
formulación neoplatónica se adaptaría en su hermetismo a una forma barroca
del lenguaje, de modo que forma y técnica conceptual o si se prefiere, imagen
conceptual, se unirían.
Por otra parte, el cartesianismo tendría su mejor manifestación en el proce
so de pensamiento, donde el sistema de preguntas y respuestas pertenecería a un
racionalismo. De este modo llega a plantear por igual las tesis del conocimiento
de Aristóteles y a Platón o lo que es igual a S. Agustín y Sto. Tomás., para unir
los en un mismo fracaso, como indicara José Pascual Buxó (Las figuraciones del
sentido).
Pero, por otra parte, el cientificismo puede entrar también a formar parte de
un sistema hasta cierto punto lúdico, como ocurre con los Enigmas de Sor Jua
na 23, producción que si bien nos habla de un cierto cientificismo en cuanto a de
mostración del ingenio, por otra parte, en cuanto a hermetismo se relaciona con
el neoplatonismo y la investigación en lo oculto, que, como hemos señalado, se
Esta lógica que hemos llamado filosófica, tiene una vertiente humana en Sor
Juana, una lógica que ella hace pasar por el tamiz de la experiencia y del discurso
para tratar de aplicar un efecto práctico. Una tendencia a la utilidad, en Sor Jua
na, que se podría centrar en los siguientes versos: “para ver si reducía / a mayor
facilidad / las reglas que andan escritas” , p. 64, rom. 21) y que podemos ver tan
to en La Respuesta como en La Carta de Monterrey, por ejemplo, suele establecer
una serie de categorías que posteriormente aplica tanto a lo profano como a lo
religioso, o bien como señala Stephanie Merrim - siguiendo a Anita Arroyo 25 —
entre la teoría que, por ejemplo, establece en E l Divino Narciso y su propio pro
ceso de pensamiento en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz2<s: Del mismo modo
Beth Miller había señalado que en E l Primer Sueño, Sor Juana se veía a sí misma
como Faetón27. Traslación metafórica o simbólica, que no sólo se aplicará a per
lates to her vying against her own human limitatiosn -like Icarus and Phaeton in whom she pro-
jected herself in her greatest poem ‘Primero sueño - for cosmic understanding. On a third and Iess
apparent plañe Y detected an association with her own less glorius personal struggles with tne
emotion o f envy. (p. 179).
28 Ann Jefferson titula a esta “autorreferencia” , “sistertextuality” . Podemos añadir algún ejem
plo como es el caso de la Esfera, uno de los términos claves en Sor Juana, cuyo contenido es ame-
nudo ambivalente, pues a veces surge en relación con la divinidad, otras con el orden cósmico, e
incluso con referencia a la Virgen.
29 El mismo sentido en el romance 4:
“Que hace finezas mayores
que el que voluntario ruega,
quien violenta corresponde” (p. 20).
el concepto como cortesía de correspondencia a uno de sus protectores, los con
des de Paredes, virreyes de México.
“ ...viendo que El es
de condición tan severa,
que ofendido ya una vez,
como es infinita ofensa
la que hace a Su Deidad,
no hay medio para que vuelva
a Su gracia, porque
es tanta la deuda
que nadie es capaz
de satisfacerla” (p. 36).
Otra de las ideas claves que vemos surgir en el pensamiento de Sor Juana, y
que nos puede servir como ejemplo añadido de esta lógica interna, es la tendencia
a concretar por medio de la imagen30 los conceptos (como medio de expresar lo
imposible a través de la metáfora) y que de igual modo se vierte desde lo profano
a lo sagrado y viceversa. Esta idea es la de la inclusión de lo grande en lo pequeño
que puede adquirir un matiz mariano, al referirse a la Encarnación31 (tema cen
tral de sus Ejercicios de la Encarnación), si bien aparece de nuevo en relación con
la Eucaristía: Dios que se “resume” en la hostia para darse a los hombres. Como
concepto eucarístico, se une a la idea de la salvación del hombre, como hemos se
ñalado antes, sirviendo la Encarnación y la Eucaristía de imagen o metaforización
clara tanto relativa a la desmesura de Dios, como a su inclusión en lo pequeño.
30 Lo que, por cierto, sería muy propio de Kircher, quien siempre trata de ofrecer una imagen
gráfica de sus teorías, de ahí su sentido práctico y racionalista.
31 En el Villancico de la Asunción: “pues el vientre de Maria / es mucho mejor que el Cielo” .
p. 4).
El concepto, al igual que veíamos antes, puede adquirir una dimensión pro
fana, de modo que, en su elegía “A la muerte del Señor Rey Felipe IV” surge el
tema de la inclusión de lo grande en lo pequeño, aplicado a la situación física de
la muerte:
El pensamiento de sor Juana mantiene una unidad de ideas que, como he se
ñalado, se refiere a lo profano o a lo religioso, y en este sentido adquiere una ver
tiente que se relaciona con la experiencia, en cuanto que puede representarse de
una forma gráfica. Es decir, busca la metáfora de sus ideas a través de una ima
gen plástica o emblemática. De este modo también se repetirá el tema del espejo
que surge en el Auto de E l divino Narciso, y se adoptará como símbolo en el poe
ma dedicado a la Condesa de Paredes (n° 67):
Por tanto, la que he llamado lógica interna nos permite afirmar una uni
dad en el pensamiento de Sor Juana. Es tal vez esta unidad de sus ideas la que
permita orientarnos respecto a su intención y sinceridad, como vamos a ver a
continuación.
Al tratar de la lógica de las acciones, tenemos que partir de una base: si real
mente creemos en la sinceridad de Sor Juana, o si bien afirmamos el caracter
convencional de toda su obra, esto es su artificio al ser una creación de circuns
tancias en la que no podía o no le interesaba manifestar su pensamiento real. Se
puede afirmar “a priori” , por lo que hemos analizado hasta ahora, una inteligen
te sinceridad que elimina los riesgos innecesarios (pese al “atrevimiento” señala
do por Alatorre en la Carta de Monterrey), mezclada con la recreación del pensa
miento de otros autores, a los que actualiza.
Posiblemente esta circunstancia, unido a un claro caracter lúdico que pre
senta en determinadas composiciones, sea lo que convierta la personalización
del discurso, en un discurso intencionadamente anónimo, como señala Rosa
Perelmuter, quien al aplicar la teoría de los deícticos organizativos -Barthes -
al Primer Sueño, subrayará que el hablante es casi “invisible” , “sor Juana se es
fuerza en despersonalizar su discurso” (p. 190) y desde el ocultamiento crea
una composición en abismo (propia de la escritura barroca). Incluso en la Res
puesta, para determinado sector de la crítica, Sor Juana recrea un personaje de
ficción “una de las innumerables caras de esta proteica mujer” (Silvia Perallolo,
p. 44), lo que nos llevaría a un análisis psicologista al estilo de Pfandl. Si real
mente lo que sor Juana muestra en sus obras es únicamente una creación lite
raria es decir, una ficción o si me apuran una visión distorsionada de ella mis
ma, nada salvo lo que expresa en La Respuesta o en La Carta de Monterrey y
aún estas dos obras con las reservas ya dichas, puede considerarse como pro
ducto de su pensamiento real, puesto que estaríamos ante la inacabable dialo-
gía aristotélica entre mimesis y realidad, donde la mimesis jamás logra alcanzar
a su referente y viceversa. Sin embargo considero que podemos fiarnos de las
afirmaciones reiteradas de sor Juana, como las las que anteriormente he señala
do, respecto al beneficio negativo, la inclusión de lo grande en lo pequeño, o el
tema del espejo, o bien en la que ahora voy a justificar que hace referencia al
monacato.
El desengaño es el tema más claro dentro la lógica de las acciones. Desenga
ño no sólo de época, sino absolutamente consecuente con la actitud del sabio,
como indica Alatorre “es el sensato desengaño de cualquier ser humano que se
plantee seriamente la posibilidad de saberlo todo y entenderlo todo (...) el sueño
de saberlo todo es eso: un sueño” (p. 126).
El desengaño cobrará protagonismo en la personificación y puesta en escena
de Icaro y Faetón que parecen seguir la premisa de Séneca: “no tengamos envidia
de los que están encaramados; porque lo que nos parece altura es despeñadero”
(p. 207). Acción de la caída que tendrá su escenario más apropiado y acorde con
el pensamiento de Sor Juana en la pirámide, símbolo de la perfección del conoci
miento 32.
Este desengaño ha sido uno de los motivos en los que más se ha apoyado la
crítica para explicar el silencio final de Sor Juana. Por otra parte, como opinaba
Sabat de Rivers el pensamiento religioso de la poetisa “puede expresar la lógica y
echar alguna luz sobre los documentos y acontecimientos al final de su vida” (p.
346). Si hoy para nosotros saber y religión quedan escindidos, no ocurre lo mis
mo durante el Barroco. En mi opinión es en esta ambivalencia, en este intento
de armonización, esfuerzo increíble en Sor Juana, donde habría que analizar el
proceso de su decisión final. Un ejemplo claro de esta ambivalencia entre senti-
w Como indica Benassy, “Despeñarse est le destín de l’esprit humain (p. 159).
miento religioso y profano, a lo largo de su obra, lo podemos encontrar significa
tivamente en sus poemas amorosos, puesto que el destinatario tanto puede ser
Dios, como el hombre33, en esta ambigüedad se nos presenta con claridad la lira
211: “Amado dueño mío” .
33 Se podría afirmar incluso que sor Juana era consciente de esta ambivalencia que le permiti
ría estar dentro de la más pura ortodoxia religiosa, y cuyo destinatario tan sólo por preferencias
personales de la crítica podemos atribuir a uno y otro, habida cuenta de la coincidencia de temas y
motivos entre la poesía amorosa y la poesía mística.
34 Otra edición en Madrid 1614: el título: “Insinuación de la divina piedad en la vida y revela
ciones de Sta. Gertrudis la Magna, abadesa de la orden de Sn. Benito” .
manifiesta lo que se oculta a “los hombres carnales” , para “menosprecio e para
confusion de los varones carnales” 35.
La obra de Santa Catalina de Siena, a instancias de Cisneros,se publicará en
Alcalá en 1512, con objeto de repartirla a todos los conventos de monjas. Santa
Catalina había resultado un elemento decisivo en la historia de la Iglesia, al lo
grar el regreso del Papa a Roma desde Aviñón 16. Lo que más me llama la aten
ción en la obra de Santa Catalina es la coincidencia con la apreciación de Sor
Juana respecto al Sermón del padre Vieyra: “porque os amé sin ser amado y sin
interés alguno. Como os he amado antes de que existieseis, sin ser amado por vo
sotros (...) y como un amor de este género no me lo podéis tener, por eso debéis
otorgárselo a las criaturas racionales” (p. 213, afirmación coincidente con las te
sis escolásticas). En otro momento es mayor la relación con el llamado por Sor
Juana beneficio negativo: señalará que Dios no da todo lo que el hombre necesi
ta con objeto de hacerle partícipe de la caridad: “Uno dar al hombre todo lo ne
cesario para la vida, de modo que uno carece de lo que tiene el otro, y así uno se
ve obligado a acudir al otro, y, si pierde la caridad en el afecto se encuentra a
obligado a realizarla de hecho, aunque sea por pura necesidad” (p. 374). Y añade
que, de igual modo, exige el esfuerzo a los santos para que se llenen de la provi
dencia “a fin de que por el milagro que después siguió tuviesen materia para po
ner su principio y fundamento en la luz de la santísima fe” (p. 378). Aún más
claramente en relación con el beneficio negativo, Santa Catalina afirmará a través
de la inspiración divina que Dios permite los combates porque así “puede cono
cer que por sí misma no es nada, ya que, si valiese algo por sí misma, se liberaría
de esos combates que no desean, de este modo, “se humilla por el verdadero co
Como he señalado anteriormente tres son los temas religiosos a los que sor
Juana dedica especial atención: La Inmaculada, la Encarnación y la Eucaristía.
Tres temas que presentará desde el plano de la razón y de la lógica, sirviéndose
para ello de símbolos o alegorías, similares a los utilizados por los Santos Padres
y por ella misma en la Carta Athenagórica. Tres temas que, como ha señalado
Raquel Asún (en lo relativo a la Encarnación y a la Ecucaristía), se inscriben en
el marco de la Contrarreforma y que pertenecen al ámbito habitual de las dispu
tas y del acervo religioso de la época. Pero tres temas así mismo prácticos, en
cuanto que no se refieren a una teología meramente especulativa, sino pertene
ciente a la doctrina de la salvación del hombre, con lo que se sitúa nuevamente
en la lógica práctica o la lógica de las acciones, desechando en cierto modo lo
meramente especulativo.
Por pura lógica, si sor Juana no podía, como otras monjas, atenerse a una
revelación divina para impartir o difundir su concepto doctrinal, sí podía ser
virse del mejor medio que tenía a su alcance: el teatro, modalidad literaria que
aún no había perdido su sentido didáctico; sin olvidar el aspecto de difusión
que la obra podía adquirir a través de las representaciones. Esta vertiente que
permite exponer las propias ideas de modo práctico a través de la literatura, jus
tificaría su preferencia por lo literario frente al mero ensayo de opinión como la
Carta Athenagórica. Ensayo en el que podía encontrarse, como ocurrió, con
38 Posiblemente también la Respuesta del obispo sea más comprensible desde esta perspectiva,
al darse cuenta, una vez publicada la Carta Athenagórica, del alcance y las consecuencias - el tan
debatido tema del derecho de la mujer a la predicación - que podría adquirir la publicación de la
citada Carta.
mayores dificultades y, por supuesto, con un enfrentamiento claro por parte de
los teólogos.
El tema de la predicación no está tan lejos del pensamiento de Sor Juana co
mo pudiéramos creer, pues en el “Villancico III de la Asunción” la figura de Ma
ría representa no sólo el supremo conocimiento, sino también la predicación:
“L a soberana D octora
de las Escuelas divinas
39 El aspecto que se subraya es siempre el papel de la Virgen como Madre de Dios. En este
sentido la figura de S. José también se destaca entre los personajes humildes elevados por la gracia
divina a la cumbre de la sabiduría como también expresa Sor Juana en sus Villancicos. Electa Are
nal: “Sor Juana Inés de la Cruz: Speaking the Mother Tongue” . De la misma autora: “The con-
vent as catalyst for autonomy. Two hispanic nuns of the seventeeth century. en Women in hispanic
literatttre." 147.
de que los Angeles todos
deprenden sabiduría
por ser quien inteligencia
mejor de Dios participa,
a leer la suprema sube
Catedra de Teología” .
40 La orden franciscana de las concepcionistas fue la primera orden femenina que pasó a Amé
rica. Así mismo, el convento de Sor Juana tuvo como fundadoras a cuatro monjas concepcionistas,
enviadas allí por el obispo.
41 En este caso incluso el albedrío divino presente en las tesis de Duns Scoto como defensa de
la Inmaculada: era bueno, pues lo quiso, pues lo hizo.
42 En el estudio presentado por Esposito se plantea la teoría de Sor María de Agreda como un
triángulo donde, desde la base de la profecía se llega al ángulo, María y a través de ella a la Encar
nación - uno de los lados - cuyo vértice se encuentra en Dios, el otro lado está marcado por el
apostolado y llega a Sor María de Agreda.
¿PKCUI.XTM Gf.ífEATHKOI.OOieiTM
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Hebnei a Chaldanj. Grrci ab A gyptuí prim ó,
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lo arquitectónico para representar a la Virgen: si en Sor María de Agreda el sím
bolo será la ciudad, en Sor Juana será el templo. Por otra parte, si Santa Catalina
de Siena creía que sus palabras estaban dictadas por Dios, sor María de Agreda
afirmará que escribe tan sólo porque la Virgen María le manda hacerlo. Así mis
mo tenía que resultar coincidente para Sor Juana, el rechazo y en cierto modo la
persecución de que fue objeto la obra de sor María, tan sólo publicada por orden
del rey y el hecho de que la Mística ciudad de Dios, estuviera alternativamente, ya
dentro o ya fuera del Indice de libros prohibidos.
El tema de la Inmaculada que surge en su poesía va a tener también su esce
nificación en E l cetro de José. En ella sitúa a María como emblema y símbolo de
la sabiduría, por encima de la Inteligencia, al hacerle decir a ésta:
La Inteligencia por otra parte, vendrá a ser símbolo de Lucero, el Lucifer del
mismo Auto:
Sor Juana parece establecer una diferencia, entre la Sabiduría que atribuye a
María y la Inteligencia y la Conjetura, que acabarán siendo vencidas por la Pro
fecía, más cercana a la Fe. De este modo indica a la vez la diferencia que ella mis
ma establece entre la sabiduría a lo divino y la sabiduría profana - cuya tentación
viene ofrecida por la Inteligencia -, sin ser contradictorias.
Esta visión religiosa no impide que alterne con el cientificismo en la creación
de las imágenes, así ocurre con la admiración que siente por lo geométrico, ( al
igual que Descartes por su objetividad y realidad admiraba las matemáticas),
María se presenta como el centro de la tierra43:
43 La imagen plástica de María como eje de la Esfera puede bien proceder de los dibujos geo
métricos de Kircher, bien de sus explicaciones sobre el llamado “Espejo Geneateológico” o “Teo-
tecnia hermética” , que buscaba las correspondencias entre el sol y la luna, como principios activo y
pasivo respectivamente, o bien de la llamada “Esfera del Amor” de la filosofía egipcia que explica
Kircher mediante un diagrama en el que el Alma del mundo “infunde en el entero cosmos un rayo
de Amor que le hace vivir y moverse alrededor de su eje” (p. 50). En este sentido María como ins
trumento divino es ese rayo de Amor que equilibra toda la tierra.
... en buena filosofía
es el centro de la tierra,
un punto solo, que dista
igual de toda la esfera” .
“y creo en los Evangelios,
y este Misterio (que tanta
dificultad tiene) creo,” (p. 179).
B —La Encarnación
La Inmaculada descubre para Sor Juana uno de sus temas preferidos, la liber
tad, expresada a través del tema divino del libre albedrío, en su más directa apli
cación y que, en este aspecto, manifiesta similitudes con el hecho de la Encarna
ción. Pero por otra parte, si la Inmaculada es un proceso de selección que permi
te el enaltecimiento de la mujer, la Encarnación es la vertiente humanizada de
esa selección divina, cuyo simbolismo es semejante al de la Eucaristía. Por otra
parte es un proceso de génesis implicado uno en otro.
En cualquier caso también en estos temas no hace sino seguir la tradición
que mujeres como ella venían realizando: la apropiación de la Virgen como mo
delo en los dos aspectos más relacionados con ella :1a Inmaculada Concepción y
la defensa de la Encarnación purísima.
La Encarnación entra de lleno en el tema de la salvación por la gracia otorga
da por Dios mediante el deseo. Este deseo es el que Sor Juana hace presente en
América: Así dice la Fe a la Ley Natural:
“que llegó la Ley de Gracia
a darte aquel complemento
que por edades tan largas
deseaste; y tú el mirar
(A la Naturaleza)
que la Gente Americana
por boca de mis Ministros
me ha dado feliz entrada,
será bien que por memoria
de gloria tan señalada
algún padrón levantemos” (p. 187).
Para Georgina Sabat: “Sor Juana se formó dentro del fondo espiritual ascéti
co que creía en la efectividad de la práctica de las devociones” (p. 261).
C —La Eucaristía
La carta Athenagórica es otro de los escritos de Sor Juana que permite pensar
en la presencia de la lógica, especialmente de la escolástica, junto a S. Agustín y
S. Juan Crisóstomo, cuando sor Juana defiende la perfección del amor a Dios,
por encima del amor al prójimo, si bien existe una interdependencia: “el amor
de Dios se incluye virtualmente en el amor del prójimo, como la causa en el
efecto, y el amor del prójimo se incluye en el amor de Dios, como el efecto en la
causa” . [De Caritate. Sent. 3,d.30 a. 4c.).
Pero lo que más me llama la atención en la Carta es su relación con la que he
mos llamado lógica interna, o repetición de los mismos contenidos, pero en dis
tintos géneros o en distintos temas. Esta autorreferencia es peculiarmente signifi
cativa en la relación entre los Autos y la Carta Athenagórica. Así la fineza de Cris
to de morir (S. Agustín) que surge en la carta, se repite en su puesta en escena a
través de E l Divino Narciso. Otra de las finezas de Cristo, el quedarse en la Euca
ristía se representará en el M ártir del Sacramento, sobre Sn. Hermenegildo. Mien
tras que el resumen de la carta se hace presente en la loa que precede al auto.
La Loa para E l mártir del Sacramento también introducirá el cuestionamien-
to de las finezas de Cristo, repitiendo los temas que aparecen en la Carta Athena-
qorica como la Cena, el Lavatorio de pies y la conversión del pan en su Cuerpo,
de modo que estos tres temas unidos conducen finalmente a su opinión en torno
a la Eucaristía44.
44 Del mismo modo que la Inmaculada y la Encarnación son complementarias con la Eucaris
tía en el tema de la Redención.
El tema de las finezas y su reiteración en las distintas obras de Sor Juana tal
vez sea su aspecto más original, si bien trata otros que eran habituales en relación
con el Corpus, como ocurre en la Loa para el Cetro de José, donde la dificultad
para entender la presencia de Cristo en el Sacramento es confirmado por la Fe:
La que he llamado lógica o coherencia interna lleva a Sor Juana a reiterar sus
apreciaciones tanto en los temas profanos como en los religiosos, y a servirse para
sus explicaciones de metáforas y símbolos de signo emblemático, pues como in
dica en la Loa introductoria a El divino Narciso:
Por otra parte respecto a la dicotomía entre fe/ciencia, Sor Juana defendió y
luchó por su derecho a conocer, siempre dentro de la Iglesia lo que hace confir
mar a Sáinz de Medrano su irreprochable catolicismo, “que en algunos momen
tos vibró muy entrañablemente en su obra” (p. XI).
Frente a esta actitud suya llegó un escándalo que como la propia sor Juana
indica, adquirió unas dimensiones desproporcionadas. Y la actitud que ha de se
guirse en estos casos, nos la indica Santo Tomás: “Según la norma de San Jeróni
mo, todo lo que se puede omitir dejando a salvo la triple verdad, se ha de dejar
por el escándalo (...) y el Apóstol dice: ‘Ya es una mengua que tengáis peleitos
unos con otros ¿Por qué no preferís sufrir la injusticia? ¿Por qué el no ser despo
jados?’ Parece, pues, que lo temporal se ha de abandonar por el escándalo.” (Art.
8. El Escandalo. v. VII, Summa Theologica).
El silencio de Sor Juana, en mi opinión es una consecuencia de la lógica in
terna que ha llevado a cabo en sus escritos, una lógica que lleva en sí el conteni
do religioso de su obra y su especulación en torno a la Teología que hemos ejem
plificado en su sentido mariano. Silencio que se une a lo que he señalado como
el tema más claro dentro de la lógica de las acciones: el desengaño. Silencio y
desengaño que se resumen con una concisión y una lógica aplastante en los últi
mo versos del Primer Sueño.
Por una parte, si efectivamente no la dejaban hablar, lo mejor era callar, pero
por otra, llama la atención su obsesión o su reiteración de temas en los pocos es
critos que quedan a partir del año 92, aunque hubiera podido escoger y desarro
llar un tema como la Inmaculada, que traía en sí la elevación de la mujer. Sin
embargo curiosamente opta por la concisión y el silencio. Tanto en la Docta ex
plicación del Misterio, como en la Protesta, existen expresiones singulares que la
alejan de la pura confirmación o la pura normativa. Así en el primero de los es
critos señala otra paradoja que no hace sino manifestar el continuado proceso es
peculativo de Sor Juana al señalar que si bien fue concebida sin pecado: “como
Sol puro y resplandeciente no permitió que entrara en su purísima alma la obs
cura sombra de la culpa y la noche ciega del pecado; sin que se oponga esta pure
za original el beneficio de la Redención con que fue redimida por los méritos de
la Pasión y Muerte de su precioso Hijo” (p. 517).
Del mismo modo la Protesta, basada en el Credo, en el Acto de Contrición y
en el voto a la Inmaculada, escapa a la fórmula para adquirir un tono lírico y
personal. Y así, añade tras lo que podríamos considerar segunda fórmula de la
protesta: “suplico a toda la Santísima Trinidad la acepte y me dé la gracia para
servirle y cumplir sus santos mandamientos, así como me dio graciosamente la
dicha de conocer y creer sus verdades” (p. 519). Del mismo modo reitera en el
voto a la Inmaculada una frase que surge en sus escritos marianos: “creyendo que
es todo lo que no es ser D ios4S; y postrada con el alma y corazón en la presencia de
esta divina Señora y de su glorioso Esposo el Señor San José, y de sus santísimos
padres Joaquín y Ana, les suplico humildemente me reciban por su esclava, que
me obligo a serlo toda la eternidad” (p. 519). Así mismo en la Petición Casuídi-
ca, destacan frases tan propias de ella como “Angel Santo de mi Guarda, y de
mis Devotos y Universidad de Bienaventurados” (p. 520).
Después de esta exposición ¿Hubo o no conversión en Sor Juana?. Posible
mente, como subraya Jean-Michel Wissmer existía previamente en ella un senti
do de autoinmolación que confirma su renuncia final: “quizá la conclusión lógi
ca de la vida de una mujer convencida de ser un ‘nuevo género’ de mártir” (p.
647). Si creemos que su religiosidad no era fingida, si profundiza incluso desde
la literatura en los misterios de la fe (lo que, por otra parte, era uno de los temas
que más movían a discusión en la época). Si sus modelos femeninos se habían
orientado hacia la conversión. Si los autos, especialmente E l Divino Narciso, son
muestra de una simbología extraordinariamente lúcida respecto a la Redención
(el tema, por otra parte, más recurrente en la predicación y en los escritos de sor
Juana), tal vez no sea tan difícil reconocer una aceptación sincera y lógica de su
silencio. Este silencio que se ha relacionado con el final desengañado de su Pri
mer Sueño de la razón que, paradójicamente, en lugar de otorgarle la luz torna al
espíritu hacia su oscuridad inicial. Si el sueño del conocer es sólo un sueño se ha-
46 El subrayado es mío.
ce necesaria la búsqueda de otra realidad tras el desengaño. Así mismo un mode
lo profano tan señalado como Séneca se preguntaba “¿por qué no entregarnos
con toda el alma desde este breve y caduco tránsito de tiempo a aquellas cosas
que son inmensas, que son eternas, que nos son comunes con los mejores espíri
tus? ” (p. 274) y añadía en sus Cartas a Lucilio: “Animal racional es el hombre, y
por ende el bien suyo llega a la perfección cuando cumple aquello para lo que
nació” (p. 514. El Dios interior).
San Gregorio recomendaba: “Quien tiene ciencia, mire no enmudecer” , Sor
Juana cumplió este propósito, defendiendo posiblemente el derecho de la mujer
a impartir doctrina para lo que contaba con variados modelos femeninos al mis
mo tiempo que nos dejaba a través de sus escritos un pensamiento ecléctico que
podía reunir en sí temas tan variados como el derecho o no de la mujer a la pre
dicación, la sabiduría natural o esa moral natural del clasicismo, con la filosofía
especulativa de su tiempo, su afán de observación e incluso el neohermetismo de
Kircher, todo ello orientado a un sentido claramente práctico y al mismo tiempo
ortodoxo.
Estas han sido mis especulaciones, el describir un proceso de pensamiento en
Sor Juana: la aparente contradicción se resuelve en la aplicación de una lógica in
terna, en la selección de aquellos elementos, tanto en la filosofía como en la reli
gión, que de un modo más claro tuvieran una utilidad y una respuesta a la conti
nuada interrogación que formaba su método de conocimiento. En esta selección
no hacía sino manifestar un modo de pensamiento marcado por su profunda fe
mineidad, un pensamiento marcado en cualquiera de sus acepciones por la lógi
ca, tal vez no tan filosófica como natural.
En el terreno de esta lógica natural se entiende su defensa de la mujer, su
afán de estudio, centrado especialmente en el desvelamiento de la verdad y del
misterio como manifiesta en sus escritos. Verdad y misterio tanto profano como
religioso, que se unen entre sí en el concepto de una sabiduría entendida como
totalidad y que llevan en su último estadio de conocimiento, como señalan los
herméticos o la mística, al silencio.
BIBLIO GRAFIA
1Julián Olivares, La poesía amorosa de Francisco de Quevedo, Madrid, Siglo XXI, 1995, p. 14.
ferente biográfico como ocurre, por ejemplo, con su poesía satírico-burlesca. No
obstante esto, también aquí se ha dejado ver el principio discriminador ya se
ñalada: mientras que aquellas composiciones satíricas que pueden interpretarse
de acuerdo con la imagen que de sor Juana se ha creado, como por ejemplo las
redondillas “Hombres necios que acusáis” , han gozado de más atención por par
te de la crítica y aparecen en la mayor parte de sus antologías, las que no ad
miten una fácil adaptación a ese retrato, como por ejemplo los epigramas, han
sido objeto de un olvido casi general.
Además, interpretar esta parte de la obra poética de sor Juana como incom
patible con su biografía o como irrelevante desde el punto de vista literario de
muestra, a mi parecer al menos, una falta de perspectiva histórica importante.
En efecto, uno de los prejuicios que más han pesado sobre su producción satí
rico-burlesca, como ya he dicho, ha sido el de considerar que obras “de sal pi
caresca y aun demasiado gruesa” 2 son incompatibles con su condición de mu
jer y de religiosa. Ahora bien, conviene recordar que no debemos dejarnos guiar
por prejuicios más o menos románticos sobre sor Juana. En efecto, a lo largo
de su vida, y en su obra, la monja mexicana nos dio suficientes muestras de te
ner un carácter en el que la crítica, la ironía y el humor tenían un lugar reser
vado. Basta leer con detenimiento la Respuesta para percatarse de que en sor Jua
na no todo era delicadeza. El coraje con el que se defiende de los ataques de
que es objeto, su habilidad para sobrevivir, e incluso triunfar, en un mundo tra
dicionalmente cerrado para las mujeres como era el de la corte y el de las le
tras, así como su misma actividad de contadora en el convento exigían un ca
rácter fuerte e incluso duro. Todo ello, unido a la ironía que se trasluce en sus
escritos, incluso en los momentos más difíciles, nos permiten ver una mujer do
tada para la crítica y para la polémica3.
Por otra parte, hay que recordar que en la obra de sor Juana es fácil descu
brir una gran heterogeneidad de formas, de discursos y de niveles estilísticos.
Con esto nuestra autora no hace sino seguir los cánones de la poesía barroca.
En efecto, a diferencia de los poetas petrarquistas del Renacimiento, en cuyas
obras suele primar el modelo del Canzoniere -con lo que esto implica de privi
legiar unas estrofas sobre otras, de mantener un tono más o menos uniforme, y
de organizar los poemas en virtud de un tema si no único, sí claramente predo
minante: la biografía sentimental de una amor- el poeta barroco prefiere crear
2 Es uno de los comentarios que Méndez Planearte dedicó a estas composiciones en su edi
ción de sor Juana, Obras completas, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, I, p. 525.
3 Esto se ve especialmente en la “Carta al padre Núñez” , en la que sor Juana demostraría
una dureza y una ironía que acercan este escrito a la categoría de diatriba. Un profundo análisis
de esta obra puede hallarse en Antonio Alatorre, “La Carta de Sor Juana al Padre Núñez” , en
Nueva Revista de Filología Hispánica, XXXV (1987), pp. 591-673.
colecciones de poesías en las que el elemento caracterizador es la variedad de gé
neros, metros, temas y estilos. De esta manera, lo normal en las ediciones de
nuestros poetas del siglo XVII es un cierto carácter misceláneo en el que el ele
mento organizador es la variedad como principio básico del deleitar barroco4.
No es de extrañar así que, a menudo, las antologías poéticas del periodo se re
cojan bajo el nombre de silvas o selvas y que sea precisamente la silva una de
las formas métricas que, por su permeabilidad genérica, más desarrollo tendrán
durante este periodo. Baste recordar como prototipo de estas colecciones barro
cas La Filomena o La Circe de Lope de Vega, en donde no es extraño que con
vivan obras en prosa y verso, novelle con poemas mitológicos narrativos, poesía
seria y jocosa, epístolas, canciones, sonetos, etc. Creo que este mismo principio
no sólo está en la base de la producción poética de sor Juana, sino que también
estuvo presente de manera fundamental en el momento de editarla.
Además, hay que tener en cuenta que en la literatura del Siglo de Oro el
concepto de originalidad no tenía nada que ver con el que se impuso en la li
teratura occidental a partir del Romanticismo. En los siglos XVI y XVII el prin
cipio de imitación está en la base de toda creación literaria. Fue éste un precep
to que en ningún momento fue puesto en duda. Naturalmente este principio
debía manifestarse incluso con más fuerza en una escritora que, como sor Jua
na, aun siendo consciente de su valía como poeta, se sentía atacada por su mis
ma condición de artista y cuya producción, sin duda, era juzgada con particu
lar espíritu crítico por ser obra de una mujer. No es de extrañar, pues, que se
manifieste en ella una constante voluntad de confrontarse como intelectual y
como escritora con la tradición en los mismos términos que cualquier otro au
tor de su momento.
Así pues, sor Juana necesitaba demostrar que al escribir era capaz de alcan
zar cotas de calidad artística insospechadas para una monja en el mundo novo-
hispano del siglo XVII, entre otras cosas porque necesitaba del reconocimiento
y de la admiración de la corte para conservar los privilegios que le permitían
dedicarse a la cultura a pesar de sus detractores. Este deseo la lleva directamen
te a competir con los modelos culturales imperantes en su siglo, modelos con
los que cualquier escritor de su periodo tenía que confrontarse. Así pues, sor
Juana no es en este sentido una excepción y ésta es una realidad evidente para
cualquiera que se acerque a su obra: afirma en su Respuesta que la única com
posición que ha escrito por su propia voluntad es E l primero sueño5, obra cuyo
4 Sobre la importancia del concepto de variedad en la literatura barroca, véase Aurora Egi-
do, “La variedad en la Agudeza de Gracián” , en Fronteras de b poesía en el Barroco, Barcelona,
Crítica, 1990, pp. 241-258.
5 Sor Juana Inés de la Cruz, Respuesta a sor Filotea de la Cruz, en Giuseppe Bellini, Sor Jua
na e i suoi misten. Studio e testi, Milano, Cisalpino-Goliardica, 1987, p. 94.
editor introdujo con el siguiente epígrafe: “Primero Sueño, que así intituló y
compuso la Madre Juana Inés de la Cruz, imitando a Góngora” 6; a su vez, la
Respuesta tiene su origen en la voluntad de sor Juana de confrontarse con el Pa
dre Vieyra en la Carta atenagórica-, de la misma manera la crítica ha reconoci
do en el mismo título de una de sus comedias, Los empeños de una casa, una
explícita referencia a Los empeños de un acaso de Calderón, si bien parece que
en este caso las similitudes tienen muy poca relevancia. De cualquier manera, y
por lo que a nosotros nos ocupa, basta con echar una ojeada al aparato crítico
que Méndez Planearte recogió en el volumen primero de sus Obras completas,
dedicado a su “Lírica personal” , para darse cuenta de hasta qué punto en sor
Juana -repito que como en todos los poetas de su periodo- pesa la tradición, sin
que ello nos impida ver en ella una gran capacidad de innovar, sea formal que
temáticamente, y de ser original.
En este sentido, la variedad antes enunciada de su producción literaria en
general, y de la lírica en particular, puede entenderse como manifestación cons
ciente del deseo de la escritora de competir en la mayor cantidad posible de gé
neros y formas característicos del sistema barroco.
Además, conviene recordar que esta capacidad suya de confrontarse con los
modelos literarios más prestigiosos, en especial con los de la metrópoli, fue al
go que ya fue percibido en su época. En este sentido puede considerarse emble
mático el poema que le dedicó el Conde de la Granja en el que, después de ha
cer un encendido elogio de la poetisa, afirma:
6 Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, edic. cit., I, p. 335. Todas las citas correspon
dientes a la poesía lírica de sor Juana que aparezcan en este artículo harán referencia a esta edi
ción. Conviene recordar que los epígrafes que preceden a sus composiciones poéticas no son obra
de su autora y que Méndez Planearte, en la edición de sus obras completas, al variar el orden ori
ginal de los poemas, tuvo que modificar algunos de los epígrafes: cfr. Georgina Sabat de Rivers,
“Introducción” a Sor Juana Inés de la Cruz, Inundación castálida, Madrid, Castalia, 1983, p. 30.
Para más información al respecto, véase Frederick Luciani, “Sor Juana Inés de la Cruz: Epígrafe,
epíteto, epígono” , en Revista Iberoamericana, 132-133 (1985), pp. 777-783.
la sal les habéis quitado,
han quedado desabridos.
Dulce aveja en el panal
del Amor es vuestro pico:
con vos, Ovidio y Camoes
son zánganos de Cupido.
A los Cómicos echaron
vuestras comedias, a silbos,
de las Tablas, más bien que
los que las han contradicho.
Sólo en Calderón seguís
de la Barca los vestigios,
y le habéis hecho mayor
con haberle competido 1.
Me parece que estas circunstancias [las que rodean la edición del primer volumen
de sus obras, la Inundación Castálida\ son, justamente, un testimonio de sus afanes
por verse en letras de molde: juntó sus poemas, los mandó copiar, los envió a Es
paña y escribió un prólogo en verso que va al frente del volumen. Los textos que
9 Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, México, Fondo de Cultura
Económica, 1992, p. 363.
10 Inundación castálida de la única poetisa, musa dézima, Soror Juana Inés de la Cruz, religio
sa professa en el monasterio de San Gerónimo de la imperial ciudad de México, Madrid, Juan Gar
cía Infanzón, 1689. Mantengo las grafías originales de los títulos de las obras de sor Juana con
la única excepción de u/v, que corrijo según sus usos actuales; también modernizo acentuación y
puntuación. Estos criterios valen también para las sucesivas referencias a los ediciones primitivas
de sus obras. Para mayor información al respecto, consultar Pedro Henríquez Ureña, “Bibliogra
fía de sor Juana Inés de la Cruz” , en Revue Hispanique, X L (1917), pp. 161-214.
11 Poemas de la única poetisa americana, musa dézima, Soror Jum a Inés de la Cruz, religíossa
professa en el monasterio de San Gerónimo de la imperial ciudad de México [...] Segunda edición co
rregida y mejoraíta por su authora, Madrid, Juan García Infanzón, 1690.
12 Segundo volumen de las obras de Soror Jtiana Inés de la Cruz, monja profesa en el monaste
rio del señor San Gerónimo de la Ciudad de México, Sevilla, Tomás López de Haro, 1692.
bles. Por otra parte, la sátira había tenido un importante desarrollo literario du
rante la Edad Media que, si bien no podía encuadrarse en los parámetros clási
cos, no dejará de manifestarse a lo largo de los siglos XVI y XVII.
Cuando Quintiliano, en sus Institutio OratoriaB, afirma que “satura [...] to
ta nostra est” , estaba indicando que, como tal género latino, la sátira tenía unas
características propias que la hacían distinta de la que se había desarrollado en
el mundo helénico. Si bien los tratadistas clásicos suelen indicar como creador
del género a Lucilio, quien lo fijó en sus cánones clásicos fue Horacio. Este eli
minó de ella todo aquello que pudiera relacionarla con la diatriba que caracte
rizó al género en sus orígenes fortaleciendo el carácter ético de la crítica sea a
través de una reducción de la libertas que caracterizaba al género yámbico, lo
que la conducía a una total falta de límites con tal de provocar la risa, sea con
trolando el método empleado para ello, el ridiculum, que Horacio pretende sar
cástico y no brutal, y manteniendo siempre un estilo medio M. Ahora bien, el
modelo horaciano de satura sufrió de un inmediato problema de contaminación
genérica ya que, establecida de esta manera, entraba inevitablemente en contac
to con las epistulae, con las que mantenía inevitables puntos de contacto, hasta
el punto de que con el tiempo, y pese a tratarse de obras perfectamente dife
renciadas por su autor, fueron consideradas como diversas manifestaciones de
un mismo género. A incrementar esta tendencia del género a entrar en contac
to con otras formas contribuyó no poco la particular variedad que le había ca
racterizado desde sus orígenes y que estaba presente en él incluso en la etimo
logía de su propio nombre.
Por lo que respecta a su desarrollo en España, Claudio Guillén15 ha demos
trado cómo ya desde sus inicios aparece caracterizada por la permeabilidad gené
rica. Así, en su “Epístola a Boscán” (w . 66-80), Garcilaso hace derivar el poema
desde un elogio horaciano de la amistad, hacia una sátira en la que recupera al
gunos de los temas característicos del género: criados codiciosos, camareras feas,
incomodidad del viaje, etc. Algo parecido, si bien aquí la dualidad sátira/epístola
se complica sucesivamente con la aparición de la forma elegía, ocurre en su “Ele
gía II” en la cual, ante una circunstancia parecida, Garcilaso confiesa a su inter
locutor sus dificultades poéticas:
13 Quintiliano, Institutio Oratoria, edic. de Jean Cousin, Paris, Les Belles Lettres, 1979, t.
VI, Libro X, i, 93, p. 95.
14 Véase, para la sátira en el mundo clásico, Rosario Cortés, Teoría de la sátira. Análisis de
“Apocolocyntosis”de Séneca, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1986, pp. 19-76; y, más en
concreto, para el concepto de la sátira y su evolución en Horacio, Mario Labate, “La satira di
Orazio: morfología di un genere irrequieto” , en Orazio, Satire, introd., traduz. e note di Mario
Labate, Milano, Rizzoli, 1994, pp. 5-44.
15 Claudio Guillén, “Sátira y poética en Garcilaso” , en El primer Siglo de Oro. Estudios sobre
géneros y modelos, Barcelona, Crítica, 1988, pp. 15-48.
Mas ¿dónde me llevó la pluma mía?,
que a sátira me voy mi pasa a paso,
y aquesta que os escribo es elegía (w . 22-24)l6.
Esto supo hacer mejor que nadie en sus Sátiras Horacio, que aun el nombre de ellas
le quitó y abrogó totalmente de sus obras, llamándolas ya epístolas, ya sermones™.
Naturalmente, esto no quiere decir que, como tal género, la sátira no sea
identificable y no tuviera un desarrollo independiente, sino que, especialmente
en el Barroco, la reorganización del sistema de géneros poéticos la hizo confluir
con géneros y formas métricas que hasta entonces le habían sido extrañas.
Contemporáneamente, como ya he señalado, se desarrolla una literatura de
corte satírico y humorístico de tradición medieval y popular que, a diferencia
del sermo horaciano, no se constituye en un molde genérico estable, sino que se
extiende como técnica literaria y que se puede encontrar, con diferencias nota
bles, en las diversas formas poéticas que constituyen el sistema poético barroco.
Así pues, estos modelos serán los que, mediatizados por los tratadistas italia
nos, recogerán los teóricos españoles del Siglo de Oro y los que, sea a partir del
ejemplo concreto de los diversos autores, sea a través del estudio de las poéticas,
pasarán a América.
En el Nuevo Mundo, este tipo de poesía alcanzó un desarrollo inmediato
debido, sin duda, a las características propias de la nueva sociedad que se esta
ba creando y a las libertades y abusos que un orden todavía en formación per
mitía. De esta manera, documentamos desde sus inicios la existencia de una tra
dición satírica en prosa y en verso que, sucesivamente, a finales del siglo XVI y
durante el XVII dará algunas de las mejores plumas de la literatura colonial his
panoamericana como Mateo Rosas de Oquendo o Juan del Valle y Caviedes,
entre otros19.
16 Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, edic. Elias L. Rivers, Madrid, Castalia,
1984, p. 110.
17 Conviene recordar que, en España, la escasez de textos teóricos determinó de hecho un
desarrollo más libre de la práctica poética al sustituir los autores las preceptivas por la imitación
de modelos elegidos libremente sobre los cuales basar sus obras.
18 Francisco Cascales, Tablas poéticas, en Antonio García Berrio, Introducción a la poética cla-
sicista. Comentario a las “Tablas poéticas ¡k Cascales, Madrid, Taurus, 1988, p. 333.
19 Para mayor información sobre este tema, véase Juana Martínez Gómez, “La tradición satíri
ca en la poesía peruana virreinal” , en Anales de literatura hispanoamericana, 15 (1986), pp. 23-40.
También en la obra de sor Juana es posible, como ya hemos señalado, en
contrar la presencia de un núcleo poético de carácter satírico, si bien de escasa
relevancia numérica. No obstante esto, cabe decir que sor Juana logró imprimir
también a este conjunto de poemas una variedad y una calidad que le hacen
merecedor de mayor atención de la que hasta el momento han recibido.
De entre todas ellas, la que ha sido objeto de más interés por parte de la
crítica ha sido la celebérrima “Hombres necios que acusáis” con la que la mon
ja jerónima se mete de lleno en una de las más antiguas tradiciones de la sáti
ra: la antifeminista.
Sabemos que este tema fue ya uno de los preferidos entre los poetas satíri
cos de la antigüedad clásica, quienes crearon ya algunos de los tópicos y de las
figuras características que estarán presentes en el tratamiento de este argumen
to durante los siglos sucesivos. Por lo que se refiere a la literatura en español,
conviene recordar que éste tema apenas se documenta en la poesía antes del si
glo XV. En efecto, es en este periodo, con retraso respecto a otras literaturas co
mo la francesa o la italiana, cuando el triunfo de la filosofía sentimental del
amor cortés en la literatura y, en particular, en la poesía cancioneril provocó en
tre los moralistas una reacción contraria a la mujer. Se inició así una controver
sia que tuvo un importante desarrollo literario y que sobrevivió durante todo el
Siglo de Oro. Como ejemplos de esta literatura profeminista pueden citarse el
Libro de las virtuosas y claras mujeres de don Alvaro de Luna, la Cárcel de amor
de Diego de San Pedro, el Diálogo en laude de las mujeres de Juan de Espino
sa, ya en el siglo XVI, así como, en general, toda la novela sentimental y pas
toril. Por el contrario, un punto de vista misógino predomina en el Corbacho
de Alfonso Martínez de Toledo, en las famosísimas coplas de “maldezir de mu-
geres” de Pedro Torrellas, en La Celestina y, por supuesto, está presente en la
poesía satírica de autores como Castillejo, Hurtado de Mendoza, Espinel, Gón
gora y, sobre todo, Quevedo, sin olvidar en el mundo americano, a Juan del
Valle y Caviedes20.
Obviamente sor Juana se pone del lado de la mujer y, en función del prin
cipio de que no hay mejor defensa que un buen ataque, cambia su objeto poé
tico: lo que en la tradición cancioneril clásica solía ser una defensa del sexo fe
20 Como bibliografía básica sobre este tema, baste citar: Jacob Ornstein, “La misoginia y el
profeminismo en la literatura castellana” , en Revista de filología hispánica, III (1941), pp. 219
232; Kenneth R. Scholberg, Sátira e invectiva en la España medieval Madrid, Gredos, 1971, pp.
190-300; Pierre Heugas, La Célestine et sa descendence directe, Bordeaux, Editions Biére, 1973,
pp. 353-582; María Jesús Lacarra, “Algunos datos para la historia de la misoginia en la Edad Me
dia” , en Studia in honorem prof. Marti de Riquer, Barcelona, Quaderns Crema, 1986, I, pp. 339
361; José Antonio Maravall, La literatura picaresca desde la historia social, Madrid, Taurus, 1987,
pp. 639-667; Margaret L. King, “La donna del Rinascimento”, en L ’uomo delRinascimento, a cu
ra di Eugenio Garin, Roma-Bari, Laterza, 1988, pp. 'ZTb-'hTl.
menino a través de la alabanza de sus virtudes, normalmente ejemplificadas en
personajes de la historia y de la mitología, en nuestro poema se transforma atri
buyendo la culpa del comportamiento femenino a quien la provoca, es decir, al
hombre. Este punto de vista, que ya puede rastrearse en la poesía profeminista
de autores como Torres Naharro y Ruiz de Alarcón21 y, sobre todo, en la “Can
ción de Florista” de la Diana enamorada de Gil Polo22, en sor Juana adquiere
matices de gran originalidad. Por un lado, y a diferencia de la tradición anterior,
que solía poner la absolución de la mujer en boca de un hombre, la monja je
rónima construye un discurso defensivo que está pensado y expresado por un
emisor femenino. De esta manera la autora establece un juego entre las diversas
presencias personales que se encarna en los pronombres. Así, se establece una
oposición insalvable entre un “vosotros” masculino (“Hombres necios que acu
sáis”) y una tercera persona, “ellas”, que sin aparecer explícitamente nunca, se
encarna en el sustantivo “mujeres” . Por encima de ambos, aparece un “yo” ha
blante (“Bien con muchas armas fundo...”) que, pese a no estar marcado sexual-
mente con claridad, es evidente a lo largo del poema que comparte el punto de
vista femenino.
Por otro, y dejando de lado la palmaria diferencia de calidad literaria entre
las composiciones de sor Juana y la de Gil Polo, que ya Cossío decantaba a fa
vor de la autora mexicana, nuestra autora convierte una simple defensa de la
mujer en un verdadero alegato antimasculino en el que la autora usa de su me
jor dialéctica con una contundencia notable y, creo, sin precedentes en la lite
ratura española. Con ello no hace sino confirmar una idea ya expuesta de dife
rente manera en otras partes de su obra como, por ejemplo, en la Respuesta don
de a la enumeración de mujeres sabias de la historia le sigue otra de hombres
cuya necedad ha conducido a la herejía, de lo que deduce la autora la igualdad
intrínseca ante la virtud y ante el pecado23, frente a los hombres (necios) que,
“con sólo serlo, piensan que son sabios” .
Además, también es importante resaltar cómo en el único ejemplo de sáti
ra moral de una cierta longitud que se puede encontrar en su obra, sor Juana
abandona la norma métrica clasicista y se remonta a la tradición castellana. Efec
tivamente, la forma estrófica habitual para la sátira horaciana renacentista era,
de acuerdo con la tradición italiana, la terza rima, admitiéndose también el uso
de endecasílabos sueltos. Sin embargo, ya durante el Renacimiento se encuen
21 Sobre las fuentes de esta composición ver las notas de Méndez Planearte a dicho poema
en Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, edic. cit., I, pp. 488-489.
22 Fue José María de Cossío el primero que observó las evidentes relaciones entre el poema
de Gil Polo y las redondillas de sor Juana, en “Observaciones sobre la vida y la obra de sor Jua
na Inés de la Cruz” , en Boletín de la Real Academia Española, XXXII (1952), pp. 41-44.
23 Sor Juana, Respuesta, edic. cit., pp. 87-88.
tran casos de recuperación de los versos castellanos con este fin, como en la ya
citada “Canción de Florisia” de Gil Polo; esto fue aún más frecuente en el Ba
rroco, que de hecho supuso una recuperación de la tradición cancioneril en vir
tud principalmente de un conceptismo que, de hecho, era particularmente apto
para la sátira. Así, podemos encontrar que ya en 1617, cuando se publican las
Tablas poéticas, Cascales admite la posibilidad de usar para la sátira la redondilla:
El ingenioso Ariosto, el qual nos enseña que la Sátira se debe escribir en tercetos,
y el Obispo Minturno en su Poética tiene, que le estará bien, y aun mejor que los
tercetos el verso suelto. Yo añado a estos dos géneros el verso Castellano, digo las
redondillas1'1.
A U N CAPON Q UE LLEVABA
UNA PALMA EN LA MANO
Con palma saliste ayer;
si es de vitoria se calla,
que quien nunca entró en batalla
mal podrá, capón, vencer.
Muy bien la palma te está;
pero si es cosa notoria
que no es palma de vitoria,
palma de virgen será30.
25 “Sibi quaque uidetur amanda; / Pessima sit, nulla non sua forma placet” , en Ovidio, Ar-
tis amatoriae, edic. de Henri Bornecque, París, Les Belles Lettres, 1929, Libro I, p. 10 (la tra
ducción está sacada del Arte de amar, edic. de Enrique Montero, Barcelona, Akal, 1987, Libro
Primero, p. 64).
30 Jacinto Polo de Medina, Poesía. Hospital de incurablesedic. de Francisco J. Diez de Re
venga, Madrid, Cátedra, 1987, p. 158.
te, la referencia sexual que esconde Polo detrás del sintagma “palma de la vic
toria” , en referencia a “quien nunca entró en batalla” , en sor Juana no apare
ce. Por lo demás, es de destacar la semejanza de la disposición de dicho juego
conceptista con la palabra palma en Polo en los versos primero y último, y en
sor Juana en el segundo y penúltimo.
Así pues, con este ejemplo hemos entrado en el que quizá sea el núcleo poé
tico más olvidado de sor Juana: los epigramas. Este era uno de los géneros carac
terísticos de la literatura clásica y fue recuperado para la tradición española en el
siglo XVI gracias a autores como Hurtado de Mendoza y Baltasar del Alcázar, pe
ro fue en la siguiente centuria cuando se convirtió en una de las formas más ca
racterísticas del Barroco gracias a su capacidad de expresar una agudeza31.
Ahora bien, el Siglo de Oro, que no supo entender completamente el siste
ma de géneros poéticos del mundo clásico, no consideró al epigrama como una
forma independiente32, de ahí que lo adaptase siguiendo diversos modelos mé
tricos, que iban desde el soneto a la décima, siendo su forma más característi
ca la constituida por dos redondillas con rimas independientes en la primera de
las cuales se desarrolla el objeto de su crítica, mientras que la segunda lo cierra
con un pensamiento particularmente sorprendente.
Con los epigramas, además, entramos en otro de los campos que la teoría li
teraria de su periodo debatió con diversa fortuna: la existencia de la invectiva.
Efectivamente, si es cierto que existe una perfecta unanimidad en todos los pre
ceptistas a la hora de rechazarla, no lo es menos que nunca se supo establecer
una clara diferencia entre ésta y la sátira. Así, por ejemplo, ambas podían com
partir el humorismo como forma a través de la cual manifestarse, pero el uso que
de él hacían era diverso. En efecto, en la segunda, la voluntad de destruir al per
sonaje se organizaba en torno a la acerbitas y a la dicacitas, y el humor raramen
te aparecía; por el contrario, era elemento característico de la primera. Ahora
bien, elementos cómicos podían aparecer, y así lo recogía la retórica clásica del
género, también en la invectiva a condición de que éstos fuesen un fin en sí mis
mos, lo que le alejaba radicalmente del humorismo moralista de la sátira:
¿Cómo distinguir, en cambio, una invectiva chistosa de una sátira, si las dos se sir
ven del ridiculum?. Horacio índica un camino: [...] La invectiva chistosa ridiculiza
31 Ernst Robert Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, Madrid, Fondo de Cultu
ra Económica, 1989, pp. 410-422. Sobre el epigrama en España, véase Federico Carlos Sáinz de
Robles, El epigrama español (del L al XX), Madrid, Aguilar, 1946.
32 “Este poema [el epigrama] no se reduze particularmente bien a alguno de los quatro prin
cipales [géneros], ni aun de los seys menos insignes, porque él se mete en todas las materias, ac
ciones, lugares, tiempos y personas; y, en suma, él es como vna folla de todos los demás poe
mas” : El Pinciano, Philosophia antigua poética, edic. de Alfredo Carballo Picazo, Madrid, C.S.I.C.,
1953, III, p. 251.
rá sin propósito, buscará la risa por sí misma [...]; la sátira la utilizará como medio
en su persecución de un fin moral33.
Esto implica que si bien el autor satírico tiene la voluntad de reprender unos
comportamientos que considera inaceptables, esta crítica no tiene por qué ba
sarse en una descripción de hechos y sucesos realmente acaecidos, sino que pa
ra lograr su propósito el autor recurre, en la mayor parte de los casos, a un pun
to de vista preconstituido en la tradición satírica. De esta manera, el uso de la
primera persona se convierte de hecho en un mero recurso retórico cuya fina
lidad es favorecer la función didáctica.
Así, se haría absolutamente innecesario recurrir a un hecho histórico, el na
cimiento de la autora en una familia no reconocida por la iglesia, y a otro ab
solutamente supuesto, una posible ofensa de la que habría sido objeto por esta
causa. En efecto, nos resulta difícil aceptar que la autora haya decidido hacer
pública una situación familiar que, dada la sociedad en la que vivía, no podía
más que suponer una vergüenza para ella. Por otra parte, conviene recordar que
sor Juana o desconocía u ocultó su condición (quizá aprovechando un recono
cimiento tardío) ya que se definió siempre a sí misma como hija “legítima” 38
lo que hace aún más difícil que pueda establecerse una identidad entre el yo del
poema y el de la autora. El uso, por tanto, de la primera persona, “si como re
cibí el ser / de él, se lo hubiera yo dado” , no sería en este caso distinto del que
encontramos, por ejemplo, en su poesía amorosa y, a falta de nuevos datos que
nos hagan cambiar de opinión, debemos considerarlo como un yo poético en
absoluto identificable con la poetisa.
Además, desde mi punto de vista, la explicación histórica de este epigrama
proviene de un análisis muy reductivo de la primera redondilla ya que de ella
no es necesario deducir que se esté haciendo referencia a la situación familiar
de sor Juana. Efectivamente, el primer verso, “El no ser de Padre honrado” ,
puede entenderse como una referencia meramente social: podría tratarse de una
persona desprovista de honor bien por su pertenencia a una clase social baja,
bien porque lo hubiese perdido por cualquier motivo (quizá por una infideli
dad matrimonial, vista la naturaleza del ataque que desata en la segunda estro
fa), bien, en el peor de los casos, porque fuese un vulgar delincuente, con lo
que el significado del poema perdería su supuesto carácter autobiográfico. En
cualquier caso, de esta manera se estaría afirmando una defensa del principio
39 Cfr. Giuseppe Bellini, “Introduzione a Suor Juana Inés de la Cruz” , en Sor Juana Inés de
la Cruz, Teatro sacro e profano, Milano, Edizioni Paoline (en prensa), texto que he podido con
sultar gracias a la generosidad de su autor.
40 Sor Juana Inés de la Cruz, Respuesta a sor Filotea de la Cruz, en Giuseppe Bellini, Sor Jua
na e i suoi misteri, cit., p. 81.
del doble sentido de la expresión “ser de buena cepa” : en E l Buscón41, Pablos
afirma “Mi padre [...] dicen que era de muy buena cepa” ; posteriormente, la
podemos encontrar en Juan del Valle y Caviedes en el poema “Pintura de un
borracho que se preciaba de poeta” : “Sus palmas y dedos son / hidalgos de
buena cepa” 42. Mientras que en la segunda se juega con la anfibología atribui
da a las figuras de la baraja española: Rey de Espadas como referencia al ori
gen militar de la nobleza más prestigiosa y antigua en contraposición con la
de Alfeo, que se basaría en un antepasado Rey de Copas, es decir, en un al
cohólico.
No obstante, conviene no olvidar que, en cualquier caso, esta crítica convi
ve con la sátira del borracho, tema que también en este caso es fácil documen
tar en toda la literatura áurea.
Así pues, el carácter no histórico de estos epigramas parece confirmarse al
estar incluidos en una serie en la que todos los poemas responden a tradiciones
satíricas muy conocidas en la época. En efecto, mujeres, borrachos y soldados
abundan en la poesía de autores como Quevedo, Oquendo, Caviedes, etc., pe
ro también podemos encontarlos en los satíricos latinos y en los cancioneros
medievales.
Los otros dos epigramas de la serie, los que empiezan “Capitán es ya Don
Juan” y “De alabarda vencedora” centran su crítica en la milicia. También en
estos casos sor Juana recurre a figuras pertenecientes a la tradición anterior: el
soldado de vida irregular y el militar pobre. Ambos formaron parte de la vida
habitual española durante el Siglo de Oro y rápidamente se convirtieron en
personajes literarios. Así, la figura del soldado que tras abandonar las armas no
encuentra una posición social digna y cuya pobreza le impide llevar una vida
decente, lo que a veces le conduce a pasar a formar parte del mundo de la de-
licuencia, es fácil de encontrar sea en la picaresca, sea en las numerosas auto
biografías de soldados que se conservan de ese periodo. También en América
esta figura formaba parte del paisaje de la marginalidad social como se perci
be en la “Sátira a las cosas que pasan en el Pirú, año de 1598” de Mateo R o
sas de Oquendo:
41 Cfr. Quevedo, El Buscón, edic. de Pablo Jauralde Pou, Madrid, Castalia, 1990, pp. 73-74.
42 Juan del Valle y Caviedes, Obra completa, Caracas, Ayacucho, 1984, p. 260.
hechos fantasmas de noche,
y de día mendigantes43.
Lo mismo ocurre con los oficiales de la milicia cuya conducta moral y so
cial debía dejar mucho que desear como se demuestra en numerosas novelas y
obras de teatro del periodo. En ambos casos, los epigramas de sor Juana son
particularmente poco incisivos en comparación con los anteriores. Aquí los jue
gos de palabras en los que se basa el ingenio son menos complicados y no lo
gran en ningún caso, a pesar de su carácter ingenioso, provocar el efecto cómi
co que caracterizaba a los anteriores. Además, la mordacidad e, incluso, la acri
tud que caracterizaban a los otros epigramas aquí aparecen muy rebajadas. To
do ello contribuye a que sean, a mi parecer, los dos menos logrados de la serie.
Por otra parte, también aquí sor Juana ha recurrido a juegos de palabras ya co
nocidos en su periodo como el que cierra el epigrama “Capitán es ya Don Juan” :
43 Cita por la edición de Antonio Paz y Mélia, “Cartapacio de diferentes versos a varios asun
tos compuestos o recogidos por Mateo Rosas de Oquendo”, en Bulletin Hispanique, VIII (1906),
p. 274.
. 44 Villamediana, Obras, edic. de Juan Manuel Rozas, Madrid, Castalia, 1969, p. 270.
tura de este periodo, que hasta entonces se había transmitido fundamentalmen
te a través de la oralidad. Se inicia así una nueva categoría literaria que alcan
zará su plenitud en España sólo a finales de siglo y, en especial, durante el Ba
rroco: la literatura burlesca45.
Efectivamente, a finales del siglo XVI asistimos a la crisis del modelo lite
rario clasicista que había prevalecido hasta ese momento. El triunfo de la varie
dad como norma básica de la creación literaria y la reestructuración del sistema
de géneros van a coincidir con una progresiva decantación del binomio doce-
re/delectare del lado de este último con el consiguiente predominio del elemen
to lúdico sobre el moral. Por lo que a nosotros se refiere, esta nueva situación
se reflejó en la decadencia de la sátira moral tal como hasta entonces se había
desarrollado y, en última instancia, supuso su casi total desaparición como gé
nero independiente. En definitiva, asistimos al nacimiento de una nueva moda
lidad, la literatura burlesca, cuyo principal criterio compositivo será el humor
desprovisto de cualquier intención correctora, el chiste por el chiste. Así descri
ta, la literatura burlesca tendrá gran éxito durante el siglo XVII, sea en estado
puro, sea mezclando veras y burlas, y está presente en la obra de los principa
les autores barrocos.
Esta convivencia provocó una cierta indistinción teórica entre la literatura
satírica y la burlesca, no obstante lo cual Robert Jammes encuentra que en la
época la cosa estaba más clara de lo que pudiera parecer ya que, según él, exis
tía un cierto criterio a la hora de definir un poema como satírico o como bur
lesco o jocoso. A partir de aquí, este crítico, en su ya clásico estudio sobre la
poesía de Góngora46, propone como norma para distinguir entre poesía satíri
ca y burlesca la actitud del autor respecto del objeto de su poesía:
Así pues, mientras que el satírico buscaría una transformación de los hom
bres y de la sociedad en la línea del sistema moral e ideológico imperante, sis
45 Para el desarrollo histórico del género, véase Antonio Pérez Lasheras, Fustigat mores. Ha
cia el concepto de la sátira en el siglo XVII, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1994, pp. 139-182.
46 Robert Jammes, Etudes sur l’oeuvre poétique de don Luis de Góngora y Argote, Bordeaux,
Institute d’Etudes Iberiques et Iberoamericaines de I’Université di Bordeaux, 1967, pp.39-221.
47 Ibid, pp. 42-43.
tema que, por tanto, comparte; el poeta burlesco disfrutaría con el estado de
crisis y de confusión que ciertos comportamientos provocan en el orden esta
blecido al tiempo que se sitúa fuera de él.
No obstante lo atractiva y útil que resulta esta teoría, estudiosos como Igna
cio Arellano48 han notado las dificultades que se presentan a la hora de definir no
pocas composiciones, que no se adaptan a este criterio, sobre todo porque a me
nudo un mismo poema participa de ambos principios, por lo que dependiendo
del punto de vista puede considerarse sea como satírico, sea como burlesco.
No obstante esta dificultad, en general se puede afirmar que los editores de
sor Juana parecen haber tenido bastante clara la diferencia entre ambos tipos de
poesía ya que, aunque no siempre especifican el género de los poemas en los
epígrafes, cuando lo hacen suelen acertar plenamente. Esto es especialmente es-
clarecedor por lo que respecta a su poesía burlesca, ya que aquí sí son frecuen
tes las indicaciones en este sentido: “Jocoso, a la Rosa” , “cinco sonetos burles
cos...” y “Pinta en jocoso numen...” .
Por lo que se refiere al primero de ellos, el soneto “Jocoso, a la Rosa”, hay
que decir que es una perfecta manifestación de la poesía burlesca barroca tal co
mo la entiende sor Juana. En efecto, es característico de este periodo que un
mismo autor trate un mismo tema con tonos distintos e, incluso, opuestos. Es
lo que podemos encontrar en el Góngora de la “Fábula de Píramo y Tisbe” , en
la que el poeta cordobés se burla de sus propias composiciones mitológicas al
estilo del “Polifemo”, o en el cancionero que Lope dedica a Juana, lavandera
del Manzanares en las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burgui-
llos. Pues bien, esto mismo lo podemos encontrar en este soneto de sor Juana,
en el que desarrolla con tono “jocoso” un tema, el de la rosa, que no sólo te
nía una tradición clásica y renacentista prestigiosa, sino que ella misma había
tratado, con total seriedad, en otros dos sonetos, “En que da moral censura a
una rosa, y en ella a sus semejantes” y “Escoge antes el morir que exponerse a
los ultrajes de la vejez” , y en la glosa “Muestra la Hermosura el evidente ries
go de despreciada después de poseída” 49.
El poema está dividido en dos mitades, de acuerdo por otra parte con lo
que era ya una convención del género soneto. En la primera, que ocupa los dos
cuartetos, la autora desarrolla con tono serie y circunspecto el tema clásico de
la reconvención a la rosa, “hermoso amago / de cuantas flores miran Sol y Lu
na”, mediante una serio de interrogaciones retóricas, recordándole la fragilidad
del tiempo y de la materia: “¿cómo si es dama ya, está en la cuna, / y si es di
vina, teme humano estrago?”, conceptos sobre los que se insiste en los versos
50 “Tríptico virreinal: los tres sonetos a la rosa de Sor Juana Inés de la Cruz” , en Y diversa
de mí misma entre vuestras plumas ando. Homenaje internacional a sor Juana Inés de la Cruz, edic.
de Sara Poot Herrera, México, El Colegio de México, 1993, pp. 137-157.
51 Véase al respecto mi artículo “Elementos humorísticos en la poesía de sor Juana” , en Se
rena ogni montagna. Studi di ispanisti amici ojferti a Beppe Tavani, a cura di G. Bellini e D. Fer
ro, Roma, Bulzoni (en prensa).
52 Para este tema, Frederick Luciani, “The Burlesque Sonnets o f Sor Juana Inés de la Cruz” ,
en Hispanic Journal, 1 (1986), pp. 85-95.
caracterizaban la poesía cortesana desde el siglo XV. En todos ellos el elemento
común es la burla de los tópicos petrarquistas53 mediante la inserción del dis
curso sentimental en un ambiente degradado en el que los personajes son de
clase baja o, incluso, pertenecen a ambientes marginales (chulos, prostitutas,
etc.). Los discursos son, por lo general, lamentos amorosos pero que han per
dido totalmente la base neoplatónica característica de la poesía petrarquista. En
su lugar se nos narran las desaveniencias nacidas de las infidelidades, los enga
ños y las amenazas físicas entre ellos. El léxico recurre a las expresiones popu
lares e, incluso, a palabras extraídas del ambiente de las germanías: rufo (=ru-
fián, chulo), mala cuca (=mala mujer), picaño (=pícaro), etc.
A la construcción de la estructura paródica no sólo contribuyen la degrada
ción de la temática amorosa a partir del contexto en el que se integra, sino que,
además, tienen en las mismas características formales del poema un elemento
fundamental. En efecto, dentro de las características técnicas del petrarquismo
una de las más importantes para el conjunto del sistema era el de la rima:
Nella poética dei nostri petrarchisti [...] in principio é la rima, o piü probabilmen-
te le parole-rima, come caposaldo fermo e consolidato [...] Essere petrarchisti, ne
lla nostra tradizione, ha comportato anzitutto l’adozione di un certo rimario54.
53 Véase Georgina Sabat de Rivers, “Tiempo, apariencia y parodia: el diálogo barroco y trans-
gresor de sor Juana”, en Estudios de literatura hispanoamericana, Barcelona, PPU, 1992, pp. 188-189.
54 Cfr. Guglielmo Gorni, “Per una storia del petrarchismo métrico” en Métrica e analisi let-
teraria, Bologna, II Mulino, 1993, pp. 184-185.
55 Véase Ignacio Arellano, Op. cit., pp. 143-145.
Posiblemente a este respecto, el caso más significativo sea el soneto IV ya
que en él encontramos una unión más íntima entre la naturaleza burlesca de la
temática y de la rima. En efecto, el poema describe las amenazas que una pica
ra, Beatriz, recibe de su “rufo”, es decir, de su chulo, el cual la advierte de que,
si no deja de engañarlo con otro, “te abriré en la cabeza tanta rafa” . Lo origi
nal aquí, sin embargo, radica en que sor Juana resalta el carácter burlesco que
de por sí tiene la rima recogiéndolas en el último endecasílabo como ejemplo
del escarnio que sufre el rufo de su rival:
Así pues, como vemos, lo normal en la burla de sor Juana es que se dirija
contra la misma tradición literaria en la que ha desarrollado el resto de su obra.
Este tema tiene quizá su mejor representación en los ovillejos “En que pinta en
jocoso numen [•••] una belleza” 56. En esta ocasión, la autora procede a la de
molición de los tópicos petrarquistas de la descripción de la dama. Para ello, sor
Juana sigue el ejemplo del poeta murciano Jacinto Polo de Medina, fuente que
ella misma declara: “[...] que una Musa de la hampa, / a quien ayuda tan pro
picio Apolo, / se haya rozado con Jacinto Polo” .
Este creó un esquema paródico de gran éxito durante en el siglo XVII ba
sado en la destrucción del mito y en la inclusión de una serie de comentarios
metaliterarios sobre el mismo proceso creativo. Será éste el modelo burlesco,
presente ya en América a través, por ejemplo, de Juan del Valle y Caviedes57,
elegido por sor Juana y junto a él habrá que seguir como fuente inmediata otro
poema de Polo en el que “Retrata un galán a una mulata, su dama” .
En este proceso de destrucción de la tradición poética tradicional, sor Jua
na no duda en sacar a relucir a Garcilaso de la Vega:
56 Sobre este poema pueden verse ya los estudios de Frederick Luciani, “El amor desfigura
do: el ovillejo de sor Juana Inés de la Cruz” , en Texto crítico, 34-35 (1986), pp. 11-48 y el más
reciente de Fausta Antonucci, “Sor Juana Inés de la Cruz y Marina de Carvajal a confronto con
il modello burlesco de Jacinto Polo de Medina” (en prensa). Agradezco la amabilidad de la au
tora por facilitarme un original de su trabajo.
57 Véase Trinidad Barrera, “La fábula burlesca de Júpiter y lo ” , en Anales de literatura his
panoamericana, Madrid, Universidad Complutense, 1979, pp. 15-27.
ya no las puede usar la Musa mía
sin que diga, severo, algún letrado
que Garcilaso está muy maltratado
y en lugar indecente.
De esta manera sor Juana rechaza uno de los tópicos básicos de toda la poe
sía petrarquista: el carácter biográfico de la historia sentimental que se desarrolla
en el Canzoniere. Naturalmente, esto no era más que un recurso que no tenía
que tener un referente concreto y biográfico, pero que como fórmula poética
estaba en la base de la poesía de los siglos XVI y XVII, pese a lo cual había ser
vido ya para la burla de Lope en las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé
de Burguillos, como ya he señalado.
58 Véase Garcilaso de la Vega, Obras poética y textos en prosa, edic. de Bievenido Morros, Bar
celona, Crítica, 1995, pp. 25 y, por lo que respecta a sus variantes textuales, 301-302.
59 Sobre este tema, véase mi artículo “Elementos humorísticos en la poesía de sor Juana” , cit.
60 Sor Juana, edic. cit., pp. 123-126.
Así pues, hemos visto cómo sor Juana también es autora de un núcleo poé
tico de carácter satírico-burlesco que nos permite encuadrarla mejor en el con
texto de la poesía barroca y que así era entendido en su propia época. Prueba
última de este interés de la escritora y del alto concepto que tenía de esta par
te de su producción es su voluntad de reunirías y publicarlas con los demás
conjuntos temáticos. Además, sor Juana desarrolla en estos poemas, pero desde
puntos de vista diversos, a veces concordantes y a veces opuestos, temas que
también habían sido objeto de su interés en sus obras “serias” como el de la ro
sa, la situación de la mujer o el concepto del honor. Además, sor Juana nos deja
ver a través de sus burlas de los modelos y de los géneros literarios más presti
giosos de su periodo un punto de vista ambiguo, y al mismo tiempo lúcido,
que puede ayudarnos a interpretar ciertos aspectos generales de su producción
que todavía dan lugar a polémicas o que están poco claros.