El Lenguaje de La Acción
El Lenguaje de La Acción
El Lenguaje de La Acción
1989
A. El actor en la dramaturgia
Hoy mismo, estas dos corrientes del fenómeno actoral tienen contornos precisos,
como sabemos (y trataremos aquí de analizar), contribuyen también a crear
imágenes distintas de lo específicamente actoral, como que son distintas las
funciones actorales que las crean.
Así el trabajo del historiador del teatro es de enorme valor porque nos ayuda a
comprender. Pero exige ante todo comprender que el teatro que historia ha
muerto y nos impone resignarnos a vivir el teatro siempre en el presente.
VI. Creo que nunca se insistirá suficientemente sobre este aspecto corporal de lo
actoral. Parece paradójico, por tratarse de una realidad obvia, pero, sin embargo,
se pierde con frecuencia su sentido real. No obstante, todas las construcciones
teóricas, todas las técnicas viables y aptas, todas las experiencias profundas
coinciden en buscar para el actor un estado creativo consistente en la liberación
de todas las trabas a su acción corporal.
Quizás una parte del problema radique en que se insiste con frecuencia, en
referirse al instrumento corporal del actor. Como si el yo actoral fuese algo distinto
de ese cuerpo que es, en realidad, el yo del actor. Creo que el actor es cuerpo,
porque el hombre lo es; y que forma parte del fenómeno actoral la respuesta
corporal a todo estimulo. A punto tal que no sería del todo inexacto (tampoco
exagerado), afirmar que el actor piensa con el cuerpo, como siente y se expresa
con él. En ese sentido mucho se habla de lo orgánico. El termino stanilavskiano es
exacto. Y refiere, precisamente, a ese paso sorprendente de la actuación, en que el
cuerpo acciona libre y creativo, asombrando por sus reacciones a la conciencia del
propio sujeto actuante.
VII. Por todo ello creo que encarnar un personaje sígnico darle corporalidad. en el
caso, es la operación por la cual el actor sitúa al personaje en su propio cuerpo y se
deja modificar por las fantasías que el estímulo literario le despierta. Es una tarea
personal, de trato íntimo entre el actor y ese aludido fantasma literario que aquel
busca materializar en su cuerpo; un parto cuyos sujetos, como nacimiento
humano, son la madre (el actor) y el niño (el personaje).
¿Qué rol juegan aquí los terceros? El director, por ejemplo. A lo sumo puede
oficiar de comadrona; puede orientar, sugerir, alentar, ayudar, en fin. No puede
parir, en ese aspecto tan personal del personaje teatral. Su parto es otro, complejo
por otras razones, menos individual.
VIII. Quizás se advierta ya que me refiero al actor con una alta categorización: como
creador. Y su creación específica, el código que encarna, es el de la creación total
del personaje de ficción originado en el código literario por el dramaturgo (y, por
supuesto, refiriéndome por el momento, sólo a este aspecto de lo actoral).
Sólo vivo en el actor, el personaje es. Es por eso que tres Hamlet de tres grandes
actores distintos, son tres Hamlet distintos y todos el mismo Hamlet de
Shakespeare. Sobre el mismo fantasma literario, tres construcciones materiales
diferentes y vivas.
IX. Esta apretada síntesis intenta expresar, en los limites de esta exposición, los
aspectos que considero esenciales de este trabajo del actor de construir el código
de la acción a través de la encarnación del personaje.
Reitero mi convicción acerca del carácter creador del actor. Sin él, el hecho teatral
deja de existir. El actor es protagonista esencial de la vida del teatro. En mi
opinión, el arte complejo del director, de mayúscula significación, se disuelve si no
logra apoyarse en la creatividad viva y autónoma del actor. Si el actor no da vida, el
espectáculo se muere, por virtuosamente dirigido que estuviere.
¿Por otra parte, qué es lo que mantiene vigente al teatro y al publico presente, en
mayor o menor medida, en las salas? Su carácter de hecho vivo que, precisamente
por vivo, por experiencia de contacto directo y en el presente de un hecho
irrepetible, no puede ser sustituido por ninguna otra forma de espectáculo. Y el
portador de esa vida es únicamente el actor.
Esta corriente cuyo carácter no literario hizo que durante siglos sólo se la
valorase, por ejemplo, como antecedente del teatro de Moliere, de Lope o de
Goldoni, pero nunca en si misma, tiene hoy, en cambio, un ámbito propio que
la valora por si misma y en forma reactiva al teatro de base dramatúrgica
literaria y verbal. Y hasta, en algunos de los aspectos de la tendencia, se aleja
de los terrenos específicamente populares y es transitada por profesionales
altamente sofisticados.
Y el teatro orienta buena parte de sus energías hacia esas formas. Desde las
experiencias, tan caras a America Latina en los 60 y lo 70, acerca de la creación
colectiva, que quitan protagonismo al dramaturgo, si bien para otorgárselo
inevitablemente al director, hasta las formas actualísimas de un teatro de
deslumbramientos visuales, gestuales, lumínicos y espaciales, que se inspira en
todos los modelos de la corriente que le da vida, incluyendo el clown y el
music-hall, la reacción antidramturgica, sinónimo de antiideologica y
antiverbalista, abarca una proporción creciente del teatro contemporáneo. No
se termina de precisar si la consecuente crisis de la dramaturgia se origina en
esa tendencia, o la tendencia se desarrolla como consecuencia de la evidente
crisis de gran dramaturgia.
II. Sea como fuere, el fenómeno crea también una forma actoral, desvinculada de
la literatura y, naturalmente, no por ello menos actoral. Aunque sí menos
personajística, si se me permite el término. Otorgando un nuevo protagonismo
al director, que se trasforma así, de alguna manera, en un dramaturgo no
literario, en un creador de imágenes teatrales encadenadas en un relato por
acciones no literarias, esta forma, no obstante, sigue haciendo recaer buena
parte del peso del espectáculo en una creatividad actoral siempre exigida al
máximo. Porque la ausencia de los grandes personajes tradicionales no
descarga a esas manifestaciones del imperativo de vida que el teatro exige
para ser tal. Y una vez más, la responsabilidad de crear vida recae sobre el
actor. Y también aquí el cuerpo del sujeto actoral es el encargado de
conformar el núcleo de las imágenes que compondrán la magia del
espectáculo.
III. Por su puesto, aún tratándose de experiencias de alto nivel y calidad estética,
se da tanto el caso de espectáculos donde esta creatividad actoral es
fundamental, como aquellos en que el actor resulta menos protagonista,
elemento humano de una máquina perfecta cuyo manejo esencial tiene el
director.
II. Observemos que el punto de contacto entre ambas realidades teatrales está
dado por un sujeto creativo que, en el instante de la representación, hace de
su cuerpo una metáfora poética.
Y por ese camino sería dable concluir que la tarea específicamente actoral en
el lenguaje del teatro sería la creación de símbolos corporales expresivos. Se
trata de una tarea insustituible, especifica, altamente especializada y que sólo
el actor puede realizar.