El Hombre de La Esquina Rosada Examen Final
El Hombre de La Esquina Rosada Examen Final
El Hombre de La Esquina Rosada Examen Final
SEMINARIO MAYOR
“Los Sagrados Corazones de Jesús y María”
LITERATURA UNIVERSAL
PROPEDÉUTICO
EXAMEN FINAL - SEMESTRE I – 2021
NOMBRE: ______________________________________FECHA:_____________________CALIFICACIÓN________
1. Lea el cuento hasta comprenderlo, analice cada pregunta y conteste de acuerdo con el texto.
3. Sabía llegar de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata; los hombres y los perros lo
respetaban y las chinas también; nadie inoraba que estaba debiendo dos muertes; usaba un chambergo alto, de ala finita,
sobre la melena grasienta; la suerte lo mimaba, como quien dice. Los mozos de la Villa le copiábamos hasta el modo de
escupir. Sin embargo, una noche nos ilustró la verdadera condición de Rosendo.
4. Parece cuento, pero la historia de esa noche rarísima empezó por un placero insolente de ruedas coloradas, lleno hasta
el tope de hombres que iba a los barquinazos por esos callejones de barro duro, entre los hornos de ladrillos y los huecos y
dos de negro, dele a guitarriar y aturdir y el del pescante que les tiraba un fustazo a los perros sueltos que se le atravesaban
al moro y un emponchado iba silencioso en el medio y ése era el Corralero de tantas mentas y el hombre iba a peliar y a
matar. La noche era una bendición de tan fresca, dos de ellos iban sobre la capota volcada, como si la soledá juera un
corso. Ese jue el primer sucedido de tantos que hubo, pero recién después lo supimos.
5. Los muchachos estábamos dende temprano en el salón de la Julia, que era un galpón de chapas de cinc, entre el camino
de Gauna y el Maldonado. Era un local que usté lo divisaba de lejos, por la luz que mandaba a la redonda el farol
sinvergüenza y por el barullo también. La Julia, aunque de humilde color, era de lo más consciente y formal, así que no
faltaban musicantes, güen beberaje y compañeras resistentes pal baile. Pero la Lujanera que era la mujer de Rosendo, las
sobraba lejos a todas. Se murió, señor y digo que hay años en que ni siquiera pienso en ella, pero había que verla en sus
días, con esos ojos. Verla, no daba sueño.
6. La caña, la milonga, el hembraje, una condescendiente mala palabra de boca de Rosendo, una palmada suya en el
montón que yo trataba de sentir como una amistá: la cosa es que yo estaba lo más feliz. Me tocó una compañera muy
seguidora que iba como adivinándome la intención. El tango hacía su voluntá con nosotros y nos arriaba y nos perdía y
nos ordenaba y nos volvía a encontrar.
7. En esa diversión estaban los hombres, lo mismo que en un sueño, cuando de golpe me pareció crecida la música y era
que ya se entreveraba con ella la de los guitarreros del coche, cada vez
más cercano. Después, la brisa que la trajo tiró por otro rumbo y volví a atender a mi cuerpo y al de la compañera y a las
conversaciones del baile. Al rato largo, llamaron a la puerta con autoridá, un golpe y una voz. En seguida, un silencio
general, una pechada poderosa a la puerta y el hombre estaba adentro. El hombre era parecido a la voz.
8. Para nosotros no era todavía Francisco ReaI, pero sí un tipo alto, fornido, trajeado enteramente de negro y una chalina
de un color como bayo, echada sobre el hombro. La cara recuerdo que era aindiada, esquinada. Me golpeó la hoja de la
puerta al abrirse. De puro atolondrado me le jui encima y le encajé la zurda en la facha, mientras con la derecha sacaba el
cuchillo filoso que cargaba en la sisa del chaleco, junto al sobaco izquierdo. Poco iba a durarme la atropellada. El hombre,
para afirmarse, estiró los brazos y me hizo a un lado, como despidiéndose de un estorbo.
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9. Me dejó agachado detrás, todavía con la mano abajo del saco, sobre el arma inservible. Siguió como si tal cosa,
adelante. Siguió, siempre más alto que cualquiera de los que iba desapartando, siempre como sin ver. Los primeros puro
italianaje mirón, se abrieron como abanico, apurados.
10. La cosa no duró. En el montón siguiente ya estaba el Inglés esperándolo y antes de sentir en el hombro la mano del
forastero, se le durmió con un planazo que tenía listo. Jue ver ese planazo y jue venírsele ya todos al humo. El
establecimiento tenía más de muchas varas de fondo y lo arriaron como un Cristo, casi de punta a punta, a pechadas, a
silbidos y a salivazos. Primero le tiraron trompadas, después, al ver que ni se atajaba los golpes, puras cachetadas a mano
abierta o con el fleco inofensivo de las chalinas, como riéndose de él. También, como reservándolo pa Rosendo que no se
había movido para eso de la paré del fondo, en la que hacía espaldas, callado. Pitaba con apuro su cigarrillo, como si ya
entendiera lo que vimos claro después. El Corralero fue empujado hasta él, firme y ensangrentado, con ése viento de
chamuchina pifiadora detrás. Silbando, chicoteado, escupido, recién habló cuando se enfrentó con Rosendo. Entonces lo
miró y se despejo la cara con el antebrazo y dijo estas cosas: Yo soy Francisco Real, un hombre del Norte. Yo soy
Francisco Real, que le dicen el Corralero. Yo les he consentido a estos infelices que me alzaran la mano, porque lo que
estoy buscando es un hombre. Andan por ahí unos bolaceros diciendo que en estos andurriales hay uno que tiene mentas
de cuchillero y de malo y que le dicen el Pegador. Quiero encontrarlo pa que me enseñe, a mí que soy naides, lo que es un
hombre de coraje y de vista. Dijo esas cosas y no le quitó los ojos de encima. Ahora le relucía un cuchillón en la mano
derecha, que en fija lo había traído en la manga. Alrededor se habían ido abriendo los que empujaron y todos los
mirábamos a los dos en un gran silencio. Hasta la jeta del mulato ciego que tocaba el violín, acataba ese rumbo.
11. En eso, oigo que se desplazaban atrás y me veo en el marco de la puerta seis o siete hombres que serían la barra del
Corralero. El más viejo, un hombre apaisanado, curtido, de bigote entrecano, se adelantó para quedarse como
encandilado por tanto hembraje y tanta luz y se descubrió con respeto. Los otros vigilaban, listos para dentrar a tallar,
si el juego no era limpio.
12. ¿Qué le pasaba mientras tanto a Rosendo, que no lo sacaba pisotiando a ese balaquero? Seguía callado, sin alzarle los
ojos. El cigarro no sé si lo escupió o si se le cayó de la cara. Al fin pudo acertar con unas palabras, pero tan despacio que a
los de la otra punta del salón no nos alcanzó lo que dijo. Volvió Francisco Real a desafiarlo y él a negarse. Entonces, el
más muchacho de los forasteros silbó. La Lujanera lo miró aborreciéndolo y se abrió paso con la crencha en la espalda,
entre el carreraje y las chinas y se jue a su hombre y le metió la mano en el pecho y le sacó el cuchillo desenvainado y se
lo dio con estas palabras: Rosendo, creo que lo estarás precisando.
13. A la altura del techo había una especie de ventana alargada que miraba al arroyo. Con las dos manos recibió Rosendo
el cuchillo y lo filió como si no lo reconociera. Se empinó de golpe hacia atrás y voló el cuchillo derecho y fue a perderse
ajuera, en el Maldonado. Yo sentí como un frío.
14. De asco no te carneo dijo el otro y alzó la mano para castigarlo. Entonces, la Lujanera se le prendió y le echó los
brazos al cuello y lo miró con esos ojos y le dijo con ira: Dejálo a ése que nos hizo creer que era un hombre. Francisco
Real se quedó perplejo, un espacio y luego la abrazó como para siempre y les gritó a los musicantes que le metieran tango
y milonga y a los demás de la diversión que bailáramos. La milonga corrió como un incendio de punta a punta. Real
bailaba muy grave, pero sin ninguna luz, ya pudiéndola. Llegaron a la puerta y grito: ¡Vayan abriendo cancha, señores,
que la llevo dormida! Dijo y salieron sien con sien, como en la marejada del tango, como si los perdiera el tango.
15. Debí ponerme colorao de vergüenza. Di unas vueltitas con alguna mujer y la planté de golpe. Inventé que era por el
calor y por la apretura y jui orillando la paré hasta salir. Linda la noche, ¿para quién?
16. A la vuelta del callejón estaba el placero, con el par de guitarras derechas en el asiento, como cristianos. Dentré a
amargarme de que las descuidaran así, como si ni pa recoger changangos sirviéramos. Me dio coraje de sentir que no
éramos naides. Un manotón a mi clavel de atrás de la oreja y lo tiré a un charquito y me quedé un espacio mirándolo,
como para no pensar en más nada. Yo hubiera querido estar de una vez en el día siguiente, yo me quería salir de esa
noche. En eso, me pegaron un codazo que jue casi un alivio. Era Rosendo, que se escurría solo del barrio.
17. Vos siempre has de servir de estorbo, pendejo me rezongó al pasar, no sé si para desahogarse o ajeno. Agarró el lado
más oscuro, el del Maldonado, no lo volví a ver más.
18. Me quedé mirando esas cosas de toda la vida cielo hasta decir basta, el arroyo que se emperraba solo ahí abajo, un
caballo dormido, el callejón de tierra, los hornos y pensé que yo era apenas otro yuyo de esas orillas, criado entre las
flores de sapo y las osamentas. ¿Qué iba a salir de esa basura sino nosotros, gritones pero blandos para el castigo, boca y
atropellada no más? Sentí después que no, que el barrio cuanto más aporriao, más obligación de ser guapo. ¿Basura? La
milonga déle loquiar y déle bochinchar en las casas y traía olor a madreselvas el viento. Linda al ñudo la noche. Había de
estrellas como para marearse mirándolas, una encima de otras. Yo forcejiaba por sentir que a mí no me representaba nada
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el asunto, pero la cobardía de Rosendo y el coraje insufrible del forastero no me querían dejar. Hasta de una mujer para
esa noche se había podido aviar el hombre alto. Para esa y para muchas, pensé y tal vez para todas, porque la
19. Lujanera era cosa seria. Sabe Dios qué lado agarraron. Muy lejos no podían estar. A lo mejor ya se estaban
empleandose los dos, en cualesquier cuneta.
20. Cuando alcancé a volver, seguía como si tal cosa el bailongo. Haciéndome el chiquito, me entreveré en el montón y vi
que alguno de los nuestros había rajado y que los norteros tangueaban junto con los demás. Codazos y encontrones no
había, pero si recelo y decencia. La música parecía dormilona, las mujeres que tangueaban con los del Norte, no decían
esta boca es mía. Yo esperaba algo, pero no lo que sucedió.
21. Ajuera oímos una mujer que lloraba y después la voz que ya conocíamos, pero serena, casi demasiado serena, como si
ya no juera de alguien, diciéndole: Entrá, m'hija y luego otro llanto. 22. Luego la voz como si empezara a
desesperarse. ¡Abrí te digo, abrí gaucha arrastrada, abrí, perra! se abrió en eso la puerta tembleque y entró la Lujanera,
sola. Entró mandada, como si viniera arreándola alguno. La está mandando un ánima dijo el Inglés.
23. Un muerto, amigo, dijo entonces el Corralero. El rostro era como de borracho. Entró y en la cancha que le abrimos
todos, como antes, dio unos pasos marcado alto, sin ver y se fue al suelo de una vez, como poste. Uno de los que vinieron
con él, lo acostó de espaldas y le acomodó el ponchito de almohada. Esos auxilios lo ensuciaron de sangre. Vimos
entonces que traiba una herida juerte en el pecho; la sangre le encharcaba y ennegrecía un lengue punzó que antes no le
oservé, porque lo tapó la chalina. Para la primera cura, una de las mujeres trujo caña y unos trapos quemados. El hombre
no estaba para esplicar. La Lujanera lo miraba como perdida, con los brazos colgando. Todos estaban preguntándose con
la cara y ella consiguió hablar. Dijo que luego de salir con el Corralero, se jueron a un campito y que en eso cae un
desconocido y lo llama como desesperado a peliar y le infiere esa puñalada y que ella jura que no sabe quién es y que no
es Rosendo. ¿Quién le iba a creer?
24. El hombre a nuestros pies se moría. Yo pensé que no le había temblado el pulso al que lo arregló. El hombre, sin
embargo, era duro. Cuando golpeó, la Julia había estao cebando unos mates y el mate dio Ia vuelta redonda y volvió a mi
mano, antes que falleciera. "Tápenme la cara", dijo despacio, cuando no pudo más. Sólo le quedaba el orgullo y no iba a
consentir que le curiosearan los visajes de la agonía. Alguien le puso encima el chambergo negro, que era de copa
altísima. Se murió abajo del chambergo, sin queja. Cuando el pecho acostado dejó de subir y bajar se animaron a
descubrirlo. Tenía ese aire fatigado de los difuntos. Era de los hombres de más coraje que hubo en aquel entonces, dende
la Batería hasta el Sur, en cuanto lo supe muerto y sin habla, le perdí el odio.
25.Para morir no se precisa más que estar vivo, dijo una del montón, y otra, pensativa también: Tanta soberbia el
hombre y no sirve más que pa juntar moscas. Entonces, los norteros jueron diciéndose una cosa despacio y dos a un
tiempo la repitieron juerte después. Lo mató la mujer. Uno le grito en la cara, si era ella y todos la cercaron. Ya me olvidé
que tenía que prudenciar y me les atravesé como luz. De atolondrado, casi pelo el filingo. Sentí que muchos me miraban,
para no decir todos. Dije como con sorna: fijensén en las manos de esa mujer. ¿Qué pulso ni que corazón va a tener para
clavar una puñalada? Añadí, medio desganado de guapo: ¿Quién iba a soñar que el finao, que asegún dicen, era malo en
su barrio, juera a concluir de una manera tan bruta y en un lugar tan enteramente muerto como éste, onde no pasa nada,
cuando no cae alguno de ajuera para distráirnos y queda para la escupida después? El cuero no le pidió biaba a ninguno.
26. En eso iba creciendo en la soledá un ruido de jinetes. Era la policía. Quien más, quien menos, todos tendrían su razón
para no buscar ese trato, porque determinaron que lo mejor era traspasar el muerto al arroyo. Recordarán ustedes aquella
ventana alargada por la que pasó en un brillo el puñal. Por ahí paso después el hombre de negro. Lo levantaron entre
muchos y de cuantos centavos y cuanta zoncera tenía lo aligeraron esas manos y alguno le hachó un dedo para refalarle el
anillo. Aprovechadores, señor, que así se le animaban a un pobre dijunto indefenso, después que lo arregló otro más
hombre. Un envión y el agua torrentosa y sufrida se lo llevó. Para que no sobrenadara, no sé si le arrancaron las vísceras,
27. El de bigote gris no me quitaba los ojos. La Lujanera aprovechó el apuro para salir.
Cuando echaron su vistazo los de la ley, el baile estaba medio animado. El ciego del violín le sabía sacar unas habaneras
de las que ya no se oyen. Ajuera estaba queriendo clariar. Unos postes de ñandubay sobre una lomada estaban como
sueltos, porque los alambrados finitos no se dejaban divisar tan temprano.
28. Yo me fui tranquilo a mi rancho que estaba a unas tres cuadras. Ardía en la ventana una lucecita que se apagó en
seguida. Le juro que me apuré a llegar, cuando me di cuenta. Entonces, Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que
yo sabía cargar aquí, en el chaleco, junto al sobaco izquierdo y le pegué otra revisada, despacio y estaba como nuevo,
inocente y no quedaba ni un rastrito de sangre.
CUESTIONARIO
1. ¿A quién cuenta el narrador los sucesos de esa lejana noche? P.1 _______________________________
2. ¿Es verdad que esa noche: “vino la Lujanera, porque sí, a dormir en mi rancho”? P.1 ______
5. ¿Será que los golpes que se dan en una puerta para llamar, revelan algo de nosotros? P.7______
6. ¿A qué se refiere cuando dice: “De puro atolondrado me le jui encima y le encajé la zurda en la
facha,”? P. 8 __________________________________________________________________________________
7. ¿Qué cuenta en: “Los primeros puro italianaje mirón, se abrieron como abanico, apurados.”? P. 9
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9. ¿Qué opina de: “Yo les he consentido a estos infelices que me alzaran la mano,”? P.10
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10. ¿Realmente que sorprende al hombre apaisanado que le obliga quitarse el sombrero? P. 11
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11. ¿Para qué silba el más muchacho de los forasteros? P.12 _______________________________________
12. ¿Por qué Rosendo habrá lanzado el cuchillo por la ventana? P.13 ______________________________
13. ¿A qué se refiere el narrador cuando dice: “Me quedé mirando esas cosas de toda la vida cielo
14. ¿Cuáles fueron los tres motivos que tuvo el narrador para atacar al forastero? P. 18
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15. ¿Si Francisco Real era tan valiente, por qué no se defendió, porque quien lo agredió no tenía ni
un rasguño? P. 20_____________________________________________________________________________
16. ¿El agresor quería matar al Corralero? _____ ¿Por qué? P. 20 ____________________________________
17. ¿La Lujanera sabía quién mató a Francisco Real? _____ ¿Por qué? ______________________________
20. ¿De qué se dio cuenta, para apurar el paso? P.28 _____________________________________________
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