5 Antropologia Tomas Melendo

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 8

Curso Superior de Educación de la Afectividad y de la Sexualidad

“La belleza de la sexualidad”


Tomás Melendo Granados. Edit. EIUNSA. Capítulo 3. Pág. 40 a 52.

DIMENSIONES PERSONALES DE LA SEXUALIDAD


Vamos a profundicar las dos raíces constitutivas de la superioridad del sexo humano sobre el de
todas las realidades sexuadas.
Esas dos causas radicales son:
1. El espíritu que anima al ser humano.
2. Y, de manera derivada, el amor que de tal espíritu surge.
Analizaremos ahora brevemente algunas de las consecuencias que brotan, para la sexualidad
humana, del hecho de encontrarse incardinada en un ser espiritual y ejercerse en un clima
exquisito de amor interpersonal.
1. Esenciales o constitutivas
Las primeras, las que nacen de su relación con el alma espiritual, podemos calificarlas como
propiedades esenciales o, quizá mejor, constitutivas.
Sabemos que, en el hombre, la sexualidad es diferente y muy superior al sexo meramente animal.
Y que sus discrepancias y preeminencia se encuentran determinadas por los caracteres que
distinguen al espíritu de la materia: se configuran como cierta participación de tales rasgos.
Ahora bien, las notas fundamentales por las que un ser espiritual se eleva abismalmente por
encima de cualquier realidad inferior pueden reducirse a dos, bien conocidas:
1. Por una parte, su intrínseca y constituyente dignidad (que la sexualidad manifiesta, como antes
apunté), a la que va ligada la libertad.
2. Por otra, su pronunciada singularidad, su índole irrepetible, que la dota, como sabemos, de
mayor capacidad de comunicación.
Como consecuencia, estas dos prerrogativas se hallan participadamente en la sexualidad humana,
por el hecho de ser la sexualidad un compuesto de espíritu y materia. Lo que a veces se
denomina, de modo no excesivamente correcto, un espíritu encarnado y que más bien habría que
calificar como un espíritu-imperfecto y, como tal, necesariamente auxiliado por la materia; o, mejor
aún: como un compuesto de un alma —o forma sustancial— espiritual y de un cuerpo adecuado a
ella.
Libertad de las tendencias humanas
La libertad, en su sentido más propio, afecta al sexo, para elevarlo, en mucha mayor proporción
que a los demás instintos —mejor, tendencias— inscritos en el hombre.
Lo que constituye una nueva prueba de que la esfera sexual del ser humano se encuentra más
íntima y estrechamente incorporada a las dimensiones estrictamente espirituales o personales de
la persona; o más bien, que las dota de una característica muy peculiar, de modo que toda la
persona humana es intrínseca y constitutivamente sexuada, como persona masculina o femenina.
Según se explica en Saber amar con el cuerpo, libro que recomiendo en extremo, … la libertad y la
capacidad de amar son lo más grande e íntimo que tiene la persona humana. Por eso, la
sexualidad, en la medida en que es expresión corporal de esa capacidad de amar, afecta al
hombre de manera íntima y profunda, tanto para bien como para mal. Y de ahí que las tendencias
sexuales resulten las formalmente más libres, por encima de otras inclinaciones.
Curso Superior de Educación de la Afectividad y de la Sexualidad

Como la libertad señala y caracteriza a la persona en cuanto tal, lo más personal resulta más libre,
y lo menos personal, menos libre. Y, así, a la hora de satisfacer las necesidades de comida y
bebida, el hombre puede ejercer cierta libertad, que lo discrimina ya de los animales inferiores.
1. No sólo tiene posibilidad de elegir entre los variados tipos de alimento, sino que, además, y en
última instancia, es capaz de sustraerse a la solicitación del apetito, y abstenerse de probar bocado
o de ingerir líquido alguno, aun cuando el hambre o la sed sean acuciantes.
2. Pero esta libertad, relacionada con el instinto de conservación individual, es relativamente
escasa, pues tiene unos límites muy claros:
2.1. El hombre no puede decidir dejar de sustentarse más allá de un determinado lapso de tiempo,
so pena de que la dieta acabe por afectar gravemente a su salud o, incluso, le acarree la muerte.
2.2. Luego, en lo que atañe a la nutrición, el ser humano participa escasamente de la libertad de su
propio espíritu, quedando en parte aherrojado por las leyes que determinan el dinamismo de lo
estrictamente biológico.
Lo cual, como acabo de señalar, es un índice de que la tendencia a comer y beber afecta menos a
la persona en cuanto tal, en cuanto persona, y resulta menos impregnada de personeidad —menos
personal— que el ejercicio de su sexualidad… que, por eso, se acerca más a las condiciones
estrictamente personales.

Entre los seres humanos, la sexualidad participa en muy notable medida de la condición
personal: está personalizada

Libertad de la sexualidad
Y, en efecto, la sexualidad humana es mucho más libre que el resto de las tendencias que se dan
en el hombre.
1. Por naturaleza, éste tiene la capacidad de ejercerla con relativa independencia de sus impulsos,
sin que ello —a pesar de cuanto se haya dicho en contra— provoque la más mínima perturbación
de su equilibrio vital y psíquico.
2. El ser humano puede conservar enteramente la plenitud de su salud y su vida, aún cuando se
abstenga de llevar a cabo la unión sexual en ésta o aquella circunstancia o, incluso, de manera
absoluta: por sí misma, la renuncia completa al uso de la genitalidad no constituye la más mínima
traba para su desarrollo físico y psíquico.
Utilizando adrede términos de origen freudiano, para que sus afirmaciones resulten más netas,
sostiene un experimentado psiquiatra, con muchos años de vuelo en la Europa Central: La
observación libre de prejuicios del comportamiento humano ha hecho posible que la psicología
más reciente reconozca que la represión del instinto es tan humana y natural como la satisfacción
del mismo, y que la una y la otra son causa de salud o enfermedad, de serenidad o de inquietud,
de placer o de disgusto, según la relación que mantienen con la entera escala de valores
específicamente humanos. Respecto al llamado “instinto” sexual, tiene el “amor” un papel decisivo:
la continencia “por amor” produce calma y libertad de espíritu, lo mismo que la relación sexual
llevada a cabo también “por amor”. La disposición íntima de la persona, que plasma y colorea el
mundo entero, se traduce en las relaciones interpersonales y, especialmente, en el modo de ser y
de existir-con-el-Otro-del amor.
Conclusión: por estar más estrechamente asociada al dinamismo espiritual del individuo humano,
por participar más estrictamente de ese tipo de alma, la sexualidad se reviste con las prerrogativas
propias de semejante espíritu, entre las que destaca —como acabamos de ver— la libertad.
Curso Superior de Educación de la Afectividad y de la Sexualidad

La sexualidad humana, orientada hacia la persona singular


Pero lo mismo ocurre con la singularidad.
La sexualidad humana madura es siempre una sexualidad personalizada y singularizada:
concentrada en una persona particular y única.
Y en ésto se diferencia también de lo que ocurre en las realidades inferiores.
Así lo explica Guitton: En el mundo animal, la selección no se realiza atendiendo a la interioridad.
Cuando el lobo devora a la oveja o se aparea con la loba, solo necesita que se hayan cruzado en
su camino. Es la oveja general la que le interesa, y no ésta determinada oveja, la loba y no una
cierta loba. Y así sucedería en el hombre si éste fuera sólo un animal más refinado.
Al no serlo, el sujeto humano tiene la posibilidad —y el deber— de personalizar el uso de su
sexualidad: singularizarlo y ejercerlo en un exquisito clima de amor, que culmina en la entrega para
siempre a una sola persona del sexo complementario. Hasta el punto de que, hablando en rigor,
para quien está verdaderamente enamorado, las demás personas de ese otro sexo acaban
subjetivamente por desaparecer… como sexuadas: en cuanto tal, sólo existe una.
Se trata de una cuestión explicada con gran profundidad, junto con otras, en la cita que sigue: La
persona es un ser que vale en sí y por sí, es un todo en sí y por sí, no es parte de un todo del cual
derive su valor. Metafísicamente hablando, no forma parte y no puede “formar parte” de ninguna
serie. La especie humana existe solo para la biología. Desde el punto de vista metafísico esta
realidad no existe: existe la “naturaleza humana”, que no es la misma cosa.
En este sentido, cada uno de nosotros, cada persona, es un “unicum”. Esta “unicidad” debe ser
reconocida a toda persona: a la propia y a la de cualquier otro. Es el precepto ético fundamental o
norma personalista: “ama al prójimo como a ti mismo”.
Sin embargo, una vez descubierta esta particularidad de la persona, una vez advertido que cada
persona es distinta de otra, irrepetible e insustituible, resulta espontáneo preguntarnos: ¿No exige
esta singularidad una correspondiente forma de reconocimiento? ¿No debería haber una forma de
reconocimiento del todo excepcional y única? ¿Única y excepcional porque es dada a una persona
singular y no a otra? Ahora bien, si reflexionamos seriamente sobre la experiencia del encuentro
sexual, vemos que implica, como su fuente última, precisamente esto: el reconocimiento del otro.
La unidad en la carne, en el cuerpo, apunta a este reconocimiento (es su intentio); lleva en sí
mismo esta finalidad.
Unicidad del otro y, por tanto, imposibilidad de sustitución: “tuyo/tuya para siempre” puesto que
ningún otro podrá tomar tu puesto. Esta es la definición propia del matrimonio monogámico e
indisoluble en su íntima esencia ética.
La sexualidad humana madura es siempre una sexualidad personalizada y singularizada:
concentrada y sublimada en una persona particular y única.

También en este caso se advierte una mayor interiorización de la tendencia sexual respecto a los
instintos inferiores. Porque, prosigue Guitton, … cuando queremos alimentarnos no distinguimos
entre tal o cual perdiz, tal o cual trucha. El paladar más delicado distingue la cosecha y acaso el
plantío, pero no el viñedo ni el racimo. La individualidad de la materia se nos escapa, y nos
contentamos con el pan y el vino como el lobo se contenta con la oveja. Y lo mismo ocurriría con la
generación si el hombre no fuera espíritu y libertad antes de ser carne.
Como lo es, por el contrario, la sexualidad puede ser personalizada. Y ello va unido a la libertad
que la configura intrínsecamente, en virtud de su incardinación en un ser espiritual y que podría
condensarse en estas afirmaciones:
Curso Superior de Educación de la Afectividad y de la Sexualidad

1. Puesto que nuestro comportamiento no responde a un instinto, sino a una tendencia —por lo
tanto, controlable—, no estamos obligados a ejercer nuestra genitalidad ni a entregar la sexualidad
a ningún individuo determinado.
2. Podemos libremente escoger el término personal, intransferible, de ese ejercicio y de ese don.
3. Está en nuestras manos personalizar la sexualidad.
Libertad y singularidad «sexuales», al servicio del amor
Y, como consecuencia de tal personalización, el sexo es capaz de participar activa, profunda y
abundantemente en el dinamismo constitutivo del amor.
Es decir: podemos amar también con el sexo, comunicarnos o entregarnos gracias a él, elevándolo
infinitamente por encima del ejercicio que del mismo hacen los animales irracionales.
Debido a su pertenencia a un ser espiritual, la sexualidad humana es capaz de transformarse,
formalmente, en don, en culminación de la entrega propia del amor.
En relación con este extremo, conviene no olvidar lo que ya vimos: que amar era corroborar en el
ser a la persona querida, con todas las consecuencias que esa confirmación lleva consigo; y que
consistía también, desde una perspectiva casi coincidente con la anterior, en elegir el término de
nuestros anhelos, ratificarlo en su estricta individualidad irrepetible… y entregarse a él de por vida.
Víctor Frankl lo recuerda con palabras claras, que constituyen cierto eco de cuanto estudiamos al
hablar del amor.
El amor no tiene nada que ver con un compañero anónimo de relaciones instintivas; por ejemplo, un
compañero que se puede cambiar a menudo por otra persona que tenga propiedades idénticas. En el caso del
individuo elegido instintivamente no se busca a la persona, sino un tipo […]. El compañero en una relación
puramente instintiva (también el compañero en una relación social) es más o menos anónimo. En cambio, al
compañero en una relación de amor verdadero se le trata como una persona, se le considera como un tú. Por
tanto, podríamos decir que amar significa poder decirle “tú” a alguien; pero no solo esto, sino poder decirle
también “sí”: esto es, no solo aprehenderlo en toda su esencia, en su individualidad y unicidad, tal como
hemos dicho anteriormente, sino aceptarlo en todo lo que vale. Así pues, no consiste en ver solo el “ser-así-y-
no-de-otro modo” de una persona, sino en ver al mismo tiempo su 'poder-ser', esto es, ver no solo lo que
realmente es, sino también lo que puede ser o lo que deberá ser. En otras palabras, citando una hermosa
frase de Dostoievski: “Amar significa ver a la otra persona tal como la ha pensado Dios”.

Y, al advertirla según el boceto divino, surge en nosotros el impulso razonable, sumamente


generoso, de ponernos radicalmente a su servicio: tiene lugar la entrega, resello conclusivo de la
corroboración del ser.
Pues bien, el sexo humano puede hacer todo eso, puede decir un «tú» y un «sí» plenos, radicales,
y puede entregarse, en la misma medida en que, por pertenecer a una realidad espiritual, obtiene
la posibilidad esencial de ser personalizado.
Pero, para que efectivamente actúe de esa manera, para que pronuncie el «tú» y el «sí» que
corroboran a la persona querida en cuanto sexuada, se requiere que, existencialmente, en la vida
diaria, se encuentre englobado en una corriente cardinal de amor libérrimo. Solo con esa
condición, la sexualidad humana se verá enaltecida y elevada, hasta integrarse en la actividad más
noble y definitiva que puede realizar la persona: el amor, en el que la persona humana y el sexo
conquistan definitivamente, y actualizan, su intrínseco y constitutivo carácter terminal de don.

Podemos amar también con el sexo, comunicarnos o entregarnos gracias a él,


elevándolo infinitamente por encima de los animales.
¡Y debemos hacerlo!
Curso Superior de Educación de la Afectividad y de la Sexualidad

2. Y existenciales o de la vida diaria


Requisitos
Y ahora pregunto: ¿cuáles son, existencialmente, en el discurrir de cada día, los requisitos que
permiten hablar de una sexualidad personalizada, ejercida por amor, de una sexualidad
transformada o capaz de transformarse en don?
Cabría deducirlos, una vez más, de la definición aristotélica que nos sirvió de punto de partida en
nuestros análisis del amor. Amar, decía entonces, es querer el bien para otro.
Ahora bien, en lo que atañe a este punto, en la sexualidad humana cabría reseñar tres
componentes, que por lo común actúan de manera conjunta e indiscernible, aunque en ocasiones
alguno de ellos detenta un predominio —incluso patológico— sobre el resto.
Tales elementos son:
1. El placer que acompaña al ejercicio del sexo y que no es mero deleite sensible, sino psíquico y
espiritual.
2. La atracción, fundamental aunque no exclusivamente psíquica, por la que se tiende a completar
la propia indigencia con la ayuda de la persona del sexo complementario que se ha transformado
en el propio cónyuge.
3. Y el amor hacia esa misma persona, que, por su carácter conyugal, inclina a hacer completa la
donación a ella: en el alma y en el cuerpo.
De esos tres integrantes, los dos primeros miran fundamentalmente a la propia satisfacción y
cumplimiento, mientras que solo el tercero —el amor electivo— instaura con vigor la dialéctica del
tú, afirma radicalmente al otro y nos hace salir de nosotros mismos y, así, crecer y desarrollarnos.
(Curiosamente, como hemos visto en otros momentos, la gran paradoja de la condición de la
persona —que solo vive en plenitud al desvivirse— también está presente aquí: de modo que,
cuando en la unión íntima alguien persigue el propio contentamiento —placer y consuelo
emocional, por resumirlo en un par de expresiones— no es cuando da pie a la propia mejora y
felicidad; sino que, al contrario, esta tiene lugar cuando el fin de nuestros actos es el amor al otro
en cuanto otro: la búsqueda de su bien, en las diferentes modalidades que adopta en la unión
íntima.
De nuevo con palabras de Benedicto XVI, “… la promesa más profunda del “eros” puede madurar
solamente cuando no solo buscamos la felicidad transitoria y repentina. Al contrario, encontramos juntos la
paciencia de descubrir cada vez más al otro en la profundidad de su persona, en la totalidad del cuerpo y del
alma, de modo que, finalmente, la felicidad del otro llegue a ser más importante que la mía. Entonces, ya no
solo se quiere recibir algo, sino entregarse, y en esta liberación del propio “yo” el hombre se encuentra a sí
mismo y se llena de alegría”.

También en las relaciones íntimas, la felicidad es consecuencia del intento


de otorgarla al cónyuge, olvidándose de la propia.

Cuestión de orden
Por eso «querer el bien para otro» lleva consigo, en este caso, articular los tres ingredientes recién
enunciados de manera que, aunque no siempre con plena conciencia, el más noble y altruista —el
amor voluntario— se constituya en motor y guía del afán de complementación y del placer derivado
de la cópula.
Y el peligro que impediría la personalización existencial radica, precisamente, en que esa
necesaria jerarquía puede desintegrarse, de modo que el placer se transforme en único móvil de la
vida conyugal o sexual, o que, trascendiendo levemente esa perspectiva, en el trato matrimonial se
busque en exclusiva el propio contento o incluso la propia perfección como persona.
Curso Superior de Educación de la Afectividad y de la Sexualidad

En ninguno de estos dos casos podrá decirse que «se quiere el bien para otro».
¿Cuándo, por el contrario, puede establecerse fundadamente esa afirmación? Antes de avanzar
una respuesta, querría hacer una observación casi innecesaria: los dos integrantes del uso del
matrimonio que el amor ha de supeditar a sí, personalizándolos, en modo alguno deben ser
calificados como ilegítimos ni, en consecuencia, han de quedar excluidos de la vida conyugal.
Cada cual es bueno —en el sentido más cabal de este término— en su propio orden. El deseo de
la propia plenitud es bueno, además de inevitable; el placer derivado del coito es bueno, además
de natural.
Pero ambos, para personalizarse, han de ser reducidos a la categoría de corolario: esto es,
subordinados al amor personal, a la búsqueda lúcida y voluntaria del bien del otro en cuanto otro.
Por otra parte, los bienes más altos no deben someterse a los de menor calibre y entidad.
Síntesis
En consecuencia, una vida sexual ejercida bajo los auspicios del amor, una vida sexual
enriquecida por el don, por la entrega, una vida sexual jerarquizada y ordenada, desde los puntos
de vista ontológico, antropológico y ético, establece la siguiente gradación, un tanto
esquematizada, por razones de pura didáctica:
1. En primer término, se debe buscar el bien del cónyuge en cuanto persona y en cuanto cónyuge:
que sea, que sea bueno, como esposo, como padre y educador, etcétera; y, para lograr tal fin, hay
que ponerse totalmente a su disposición, a su servicio: en el alma y en el cuerpo.
2. A continuación, se puede procurar el propio bien personal, sin anteponerlo nunca al de la
persona con quien se está unido en matrimonio; más aún, según acabo de sugerir, hay que tener
de nuevo en cuenta que lo que perfecciona al hombre como persona, lo que hace de él un ser
plenamente humano, es la búsqueda del bien ajeno y la entrega amorosa que esa solicitud lleva
consigo.
3. En tercer lugar, cabe establecer como meta el proporcionar el placer de la unión al propio
cónyuge: semejante deleite es antropológica y éticamente bueno, y puede y debe ser procurado,
siempre que no se anteponga o, menos todavía, elimine la consecución de bienes más altos, como
podrían ser el auténtico amor o la fecundidad conyugal, los hijos.
4. Por fin, en última instancia, y supeditado a los otros tres bienes, resulta legítimo andar en pos
del propio placer; instalado en el lugar que le corresponde —el que señala una correcta
antropología de la vida sexual— es también algo bueno y deseable.
(Aunque, como es obvio, esta especie de complicada jerarquía no se plantee explícitamente en
cada relación, que es mucho más natural y espontánea, sino que constituya la disposición habitual
del buen amor entre los esposos… que se unen íntimamente, sin tener que pensar más, cuando el
conjunto de las circunstancias los conduce a ello.
Por otra parte, tampoco estimo necesario detenerme a explicar que la especie de fragmentación de
elementos que he llevado a cabo es el resultado de una abstracción o separación de hechos que
en la realidad se interpenetran mutuamente y en los que se pone en juego, como me gusta repetir,
toda la biografía, que, en este caso, es individual y de los cónyuges.)
Recojo un par de citas al respecto:
… “subjetivamente”, los estados psíquicos que acompañan este comportamiento se sitúan […] en
muchos otros momentos y situaciones psíquicas de la vida afectiva y emotiva de la persona y de la
pareja. Mirándolo bien, la “psicología”, es decir, la vida interior que en el individuo subyace en la
relación sexual, va siempre más allá del tiempo y del espacio del momento dado, llevando consigo
el “pasado” y el “futuro”, ampliándose a toda la relación entre las dos personas y, en ese instante,
al “modo” en que el individuo está viviendo esa especial relación, que quedará después grabada en
Curso Superior de Educación de la Afectividad y de la Sexualidad

él. Además, por mucho que se quiera describir esta realidad en términos generales, en cada pareja
y “en su presente histórico” será siempre distinta y única.
En la pareja enamorada, es evidente que el placer, por todo lo que el sexo brinda en la relación de
amor, es mucho más amplio que el placer meramente físico que les puede ofrecer el acto sexual
en sí. Cuando la sexualidad se expresa, en el momento oportuno, buscando “también” el placer de
la relación sexual y, al mismo tiempo, adaptándose a la intencionalidad del amor, es decir, en una
relación profunda y activa, de comunicación del ser de la persona con el de la persona amada,
aquella desarrolla entonces toda su fuerza positiva.

En definitiva, todo resulta cuestión de orden

Y es el orden que acabo de esbozar el que permite existencialmente, en la vida vivida, elevar la
sexualidad a la noble categoría de expresión y ejercicio del amor, del don personal genuino; a esa
condición cuya conquista ha sido esencialmente posibilitada por la incardinación del sexo en un ser
dotado de espíritu.
Un apéndice fundamental
Y todo ello, puesto al servicio del engrandecimiento personal humano de cada uno de los
cónyuges, que es la manifestación más clara del amor.
Según sostiene Alberoni, confirmando ideas que he expuesto en otros lugares:
Para que haya amor, es preciso que el amante haga germinar posibilidades latentes o contenidas
de nuestro ser.
Y, también: Todo enamorado se esfuerza por poner en evidencia aquello que considera lo mejor de
sí mismo. Y hace de todo para adecuarse, para estar a la altura de esta imagen ideal. En síntesis,
se esfuerza por ser lo que quisiera ser. De ello brota un formidable empuje hacia el mejoramiento
de sí mismo.
En lo que ahora nos atañe, y como antes apunté, a través del trato mutuo —también del íntimo— la
mujer descubre y hace crecer ulteriormente su feminidad, de manera análoga a como el varón va
percibiendo e incrementando su masculinidad, que son la forma propia en que una y otro pueden
desplegar su condición personal, siempre masculina o femenina: pues la persona-humana sin más
—ni mujer ni varón— constituye una abstracción inexistente.
Según estudié en otro lugar:
1. La mujer acaba de desvelar y desarrolla su personeidad feme-nina en contacto y relación con el
varón en cuanto tal.
2. De manera análoga, el varón pone al descubierto la riqueza de su masculinidad y es capaz de
engrandecerla gracias a la presencia de las mujeres y, de forma muy particular, de aquella con
quien especialmente se relaciona.
3. En ese juego de complementariedad irremplazable:
3.1. Van saliendo a la luz y tomando forma todas las prerroga-tivas y atributos de lo humano,
suscitados cada uno de ellos preferentemente por la mujer o por el varón…
3.2. Para hacerlo conocer al otro cónyuge y ayudar a que lo encarne a su manera…
3.3. Con el fin de llevar a su relativa plenitud la perfección de «lo humano», que, como sabemos,
surge y se implementa solo en la complementariedad sinérgica de lo femenino y lo masculino: es
dual, según suele decirse.
Curso Superior de Educación de la Afectividad y de la Sexualidad

Bibliografía
SANTAMARÍA GARAI, Mikel Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Palabra, Madrid,
TORELLÓ, Juan Bautista, Psicología abierta, Rialp, Madrid, 1972.
CAFFARRA, Carlo, Ética general de la sexualidad, EIUNSA, Barcelona, 1995.
GUITTON, Jean, Ensayo sobre el amor humano, Ed. Sudamericana, Buenos Aires,
1968.
FRANKL, Víctor, La psicoterapia al alcance de todos, Herder, Barcelona, 1983.
BENEDICTO XVI, El Papa con las familias, BAC Popular, Madrid, 2006.
VERONESE, Giulia, Corporeidad y amor, Ciudad Nueva, Madrid, 1987.
ALBERONI, Francesco, Te amo, Gedisa, Barcelona, 1997.

También podría gustarte