Domingo Comas - Drogas y Delitos. CAP 8,9 10 de Examen.
Domingo Comas - Drogas y Delitos. CAP 8,9 10 de Examen.
Domingo Comas - Drogas y Delitos. CAP 8,9 10 de Examen.
aproximación criminológica
a las sustancias psicoactivas
Colección:
Criminología - Manuales
Coordinadores:
Cristina Rechea Alberola
Andrea Giménez-Salinas Framis
Antonio Andrés Pueyo
Drogas y delitos:
aproximación criminológica
a las sustancias psicoactivas
© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
Vallehermoso, 34. 28015 Madrid
Teléfono: 91 593 20 98
www.sintesis.com
ISBN: 978-84-9171-xxx-x
Depósito Legal: M. xx.xxx-2019
Prólogo .......................................................................................................................................................... 13
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Índice
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Índice
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Índice
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Prólogo
De cada asunto particular y concreto siempre creemos que ya lo sabemos todo. En este
mismo momento, y a partir del hecho de haber experimentado a lo largo de nuestra vida
notables avances en el conocimiento, sentimos que, por fin, ya pisamos un suelo muy
firme para mirar hacia el mundo, lo cual nos induce a pensar que apenas tenemos nada
nuevo que aprender.
Pero esto no es cierto, porque apenas hemos arañado la superficie de las cosas. Cuan-
do Galileo demostró que la Tierra daba vueltas alrededor del Sol, creímos que ya lo
sabíamos todo sobre el universo. Más tarde, cuando Newton creó el sistema de la físi-
ca clásica, pensamos: “Bueno, ahora sí”. Después, cuando se enuncio la “teoría de la
relatividad” y nos demostró lo equivocados que habíamos estado, de nuevo volvimos
a pensar que por fin habíamos adquirido un conocimiento cabal y completo sobre el
universo, pero más tarde la física cuántica y, en este momento, las ultimas explicaciones
de la cosmología nos han ido mostrando de forma sucesiva nuestros errores. Hemos ido
aprendiendo con el avance de la ciencia, pero ¿lo que conocemos en este momento es
“de verdad y de forma definitiva” el contenido del universo? Parece que no, porque aún
nos queda mucho por aprender y, sobre todo, por entender.
Este manual se refiere a un tema que, en términos comparativos y como metáfora,
podría situarse aquí y ahora en un plano equivalente a las aportaciones de Galileo (y
sin que nadie pretenda compararse con él) en torno a la nueva estructura del universo
heliocéntrico. Por tanto, ¡qué poco sabemos aún del delito!, a pesar de lo mucho que
necesitamos este conocimiento para avanzar hacia un mundo más justo.
Aunque, a la vez, es cierto que en unos pocos decenios hemos progresado mucho,
pero no lo suficiente como para conseguir una explicación real, verdadera y completa
de lo que pasa. Nuestro principal logro ha sido comprender algunas cosas que equivalen
a la noción de que el Sol ya no da vueltas alrededor de la Tierra, pero poco más. En
esta situación, nuestro mayor logro sería comprender, por un lado, lo poco que vamos
sabiendo y, por otro, lo falsas que son diversas explicaciones antagónicas, cada una de
las cuales intentando imponer que lo sabe todo de todo. En este caso, frente a cualquier
explicación supuestamente definitiva, lo mejor que podemos hacer, por ahora, es tratar
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Perspectiva de la criminología
en su relación con las drogas
Los dos primeros capítulos de este libro son muy conceptuales y “dan vueltas” sobre
cuestiones un tanto abstractas. Para que sean inteligibles se ha tratado de utilizar un
lenguaje accesible y ejemplos clarificadores. Quizás para algunos/as estudiantes que
acceden por primera vez y en los primeros cursos a estos contenidos, pueden resultar
un poco difíciles, pero es recomendable leerlos de entrada, aunque también sería muy
conveniente releerlos tras haber concluido el libro.
No ha sido posible evitar este inicio, porque cualquier análisis y descripción cientí-
fica de la realidad requiere comenzar por un cuerpo de aclaraciones y definiciones que
permita entender de lo que estamos hablando. Este arranque es siempre necesario, pero
en este caso resulta imprescindible, ya que vamos a vincular de forma muy intensa un
campo de conocimiento (la criminología), con una temática (las drogas) y ocurre que la
literatura científica sobre esta relación es escasa. Existe una abundante literatura crimi-
nológica, de la misma manera que existe una abundante literatura sobre drogas, e inclu-
so disponemos de algunos textos de criminología que nos hablan con mayor o menor
amplitud de drogas, pero el análisis de la propia relación es escaso. De ahí la imperiosa
necesidad de comenzar por este cuerpo de aclaraciones y definiciones.
Para facilitar la comprensión de la lectura a lo largo del texto se han incluido algu-
nas explicaciones complementarias identificados como “No dejes de leer”, que facilitan
información básica sobre cuestiones y conceptos que aparecen en el texto principal, y
sobre los que quizás no se tuviera un buen conocimiento. Se trata siempre de leerlos para
entender mejor cuanto se dice.
Este manual trata de poner en relación la cuestión de las drogas, tanto las legales
como las ilegales, con el objeto particular y la visión propia de la criminología. Se
trata por tanto de un texto un poco diferente de aquellos manuales que se limitan a
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
recoger información genérica sobre el tema de las drogas, dando por supuesto que, por
su cuenta, los criminólogos y los estudiantes de criminología las interpretarán y les pro-
porcionarán la perspectiva propia de la disciplina.
Como consecuencia de este cambio de intenciones, el contenido de este manual
resulta un poco distinto a otros. Adopta, de una forma además muy precisa, una perspec-
tiva criminológica, y al hacerlo trata de proporcionar una visión del tema de las drogas
simple, operativa y adecuada no solo a las necesidades específicas de la propia crimi-
nología, sino que trata además de resolver algunas encrucijadas que en la actualidad
afronta el tema de las drogas y que una perspectiva criminológica quizás pueda resolver.
Porque al tomar este camino, extender la mirada desde la criminología hacia las
drogas, tenemos la oportunidad de resolver, además, algunos problemas tradicionales
en el ámbito de las drogas, ya que parte de los enfoques hacia estas, entendidos como
representación, condición e intervención, manifiestan una aparente complejidad y adole-
cen de claridad conceptual y teórica. Por tanto, no parece fácil, ni en ocasiones posible,
ofrecer descripciones y explicaciones en torno a preguntas esenciales del tipo: ¿cómo?,
¿por qué? y ¿cuáles son las causas y cuáles las consecuencias de su utilización? Esto
ocurre porque las drogas ocupan el vórtice de un supuesto embrollo entre lo sociológico,
lo cultural, lo individual y lo biológico, filtrados por lo político y lo jurídico (en particu-
lar, lo penal como consecuencia de su prohibición), un lugar en el que parece que todo
es posible y en el que, a la vez, nada es cierto del todo.
El embrollo también tiene mucho que ver con la información que suele aparecer en
los medios de comunicación y de manera creciente en las redes sociales. Porque sucede
que cuando hablamos de drogas se suscita la rápida aparición de un decidido y potente
imaginario colectivo que tamiza todo aquello que se puede decir. Un imaginario en el
cual todo el mundo, casi sin excepción, sabe perfectamente y con mucha seguridad con-
testar a las preguntas que he formulado más arriba y a la vez todo el mundo las interpreta
de acuerdo con esta sabiduría innata que todos los seres humanos parece que poseen, de
tal manera que si estoy de acuerdo con lo que me dicen y me cuentan, debe ser verdad,
y en cambio, si no estoy de acuerdo, debe ser mentira.
Por su parte, los medios de comunicación conocen muy bien esta circunstancia y por
esto se limitan a contar lo que sus muy diversas audiencias quieren oír. Algo parecido
parece que está ocurriendo de forma inevitable en las “nuevas y supuestamente más
horizontales” redes sociales, en la cuales para tener muchos amigos y obtener muchos
“me gusta”, también debes decir algo que sabes, de antemano, que va a ser reconocido y
admisible en tu grupo de amigos o seguidores. De hecho, la mayor parte de influencers
son seductores de la nada.
Por este motivo, para hablar de drogas, podemos proceder de dos formas. La prime-
ra, ignorar una parte sustancial de los datos y construir relatos estereotipados, ficticios
y aceptables para este imaginario social, para utilizarlos a modo de creencias más o
menos cómodas para una determinada audiencia. La segunda manera de actuar consiste
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en perderse una y otra vez en esta supuesta complejidad para atisbar precisamente las
alternativas que nos van a ayudar a alejarnos del imaginario colectivo.
No cabe duda de que descartar las falsas creencias, en un tema tan complejo y re-
pleto de fantasía y de imaginarios sociales como son las drogas, debería ser una tarea
prioritaria. Pero a la vez no es suficiente, porque no basta contrastar la verdad con la no
verdad. Hoy en día disponemos de mucha información sobre las no verdades del imagi-
nario social. Pero ¿disponemos también de suficientes evidencias que permitan equili-
brar el peso de las no verdades y las creencias del imaginario social? Posiblemente no del
todo, pero se puede sostener con honestidad que estamos en la buena ruta para lograrlo.
Sin duda, algunas personas, aquellas que suelen manejar una cierta perspectiva dog-
mática en relación con la evidencia científica, no estarán muy de acuerdo con una descrip-
ción tan aparentemente liviana del conocimiento científico. Porque la verdad se contiene
AUTOR: para estas personas solo en aquello que se identifica como la “literatura que proporciona
no aparece evidencia científica”. Pero en el ámbito de las drogas, como se ha tratado de exponer de
con este forma concreta en otro libro (Comas, 2014), una gran parte de lo que llaman “evidencia
año en la científica” (expresado de forma coloquial como “basado en evidencia”) no lo es ni por
bibliografía.asomo, sino que se trata de meras creencias revestidas de procedimientos metodológicos
irregulares y emitidas desde una supuesta “autoridad científica”.
Como tendremos ocasión de constatar más adelante, y al menos en algunos casos,
esta supuesta literatura científica podría ser solo una presentación de argumentos publi-
citarios que conforman “puro humo” comercial. Por tanto, algo ajeno a la ciencia y a lo
que no debemos prestar demasiada atención, pero ocurre que muchas de estas propues-
tas, en particular las farmacológicas, aparecen vinculadas a nuevas formas de delincuen-
cia económica, lo que implica que debemos tomárnoslas muy en serio.
A la vez, zambullirnos en la complejidad no supone asumir o aceptar su preemi-
nencia imaginando que lo más complicado es lo más verdadero. Justo se trata de hacer
lo contrario, se trata de mostrar cómo es posible obtener una explicación sencilla pero
que, sin embargo, incluya todos los datos de la realidad. En este sentido, la propuesta
de David Matza, uno de los padres de la actual criminología, adquiere su pleno sentido:
necesitamos obtener el conocimiento simple y directo sobre los hechos concretos que
determinan la naturaleza de los actos delictivos.
En este punto, los estudiantes deberían plantearse: ¿cómo puedo saber que estas ex-
plicaciones naturales y sencillas son las verdaderas? Una pregunta que puede expresarse
también como: ¿debo suponer que si se trata de un fenómeno complejo, las explicacio-
nes más adecuadas no serán las más complejas? O expresado a modo de sospecha: si el
imaginario social son solo simplificaciones de no verdad, ¿cómo sé que la apuesta por la
sencillez no es otra forma de simplificación imaginaria?
La respuesta es fácil, porque se dedica la totalidad del texto a exponer las diversas
(o al menos las más relevantes) aportaciones teóricas y empíricas que se han acumulado
sobre las drogas y la criminología a lo largo de toda su historia y que han conformado esta
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
las drogas formado por “individuo, sustancia, intervención (educativa)”. En todo caso,
recurriendo a la cultura clásica se puede entender que todos estos triángulos no son otra
cosa que actualizaciones del “triángulo de la conciencia individual” de Aristóteles, que
incluye “la sustancia, la materia y la forma”.
Es cierto que todos estos triángulos facilitan una interpretación que permite la pre-
sencia de diversos ámbitos académicos, que es fácil identificar con los diferentes ángu-
los del triángulo, ya que se trata respectivamente con la psicología, las ciencias sociales
y la medicina. Falta el ámbito jurídico y la ciencia política, pero estas se consideran op-
ciones complementarias que “miran” hacia el mencionado triángulo para poder adoptar
sus decisiones, aunque no forman parte de estos tres vértices significativos
El triángulo es una figura universal, casi mágica, que se ha utilizado tradicional-
mente para exponer de forma sencilla conceptos complejos. Sobre este hecho Talcott
Parsons desarrolló un texto intenso sobre “el sistema social”, que, quizás por su nivel
intelectual y su dificultad, ha suscitado numerosos rechazos tan repetitivos como incier-
tos, en el cual se establecía la necesidad de superar el triángulo sistémico por otra figura,
similar al cuadrado, pero que en realidad no era otra cosa que el propio triángulo con un
brazo de más en el que situaba “la cultura humana” (Parsons, 1951).
En algunas ocasiones, Parsons lo describió como un triángulo formado por “actor,
finalidad, situación”, siendo la cultura el círculo externo que lo envolvía y lo explicaba.
¿Es una figura suficiente para la relación entre drogas y delitos? La verdad es que no,
pero sin duda es más completo, e introducir la “cultura humana, es decir, “el sistema de
normas y valores” supone, de alguna manera, incluir los aspectos jurídicos y políticos,
pero esto no es suficiente como se mostrará en el siguiente apartado.
No dejes de leer:
¿Qué queremos decir con el término platónico?
Los filósofos tienen muy claros cuáles son los argumentos de Platón y su signifi-
cado, pero no solo los filósofos, porque Platón inicia una tendencia “idealista” en
la trayectoria histórica que no solo tiene que ver con la filosofía, sino con muchos
otros ámbitos de conocimiento que quizás desconozcan esta filiación de sus ideas.
Asimismo, es cierto que Platón no fue de forma exclusiva un filósofo idealista, pero
el corazón de su pensamiento es la “teoría de las ideas”, que aparece nítidamente en
su obra más conocida, La república, y de la que todos y todas hemos oído hablar, al
menos del “mito de la caverna”, el cual refleja de forma muy estricta este idealismo
de Platón. En conjunto, La república es una obra política que, además, supone casi la
piedra original de la historia de las ideas políticas. En La república (pero no solo en
ella), Platón explica que las ideas son únicas e inmutables en un mundo complejo
que está sometido de forma constante al cambio y la transformación. Como conse-
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en una nueva y que las integra a todas en un saber común y que ayuda a resolver mejor
los problemas. Se trata de una práctica diferente a lo expresado en interdisciplinar,
como una serie de disciplinas que colaboran entre sí para obtener mejores resultados, y
por multidisciplinar, que refleja la idea del simple apoyo también para mejorar la inter-
vención.
Al menos en lo referente a las drogas, la criminología solo puede ser transdiscipli-
nar, con relación a todas y cada una de las disciplinas que conforman esta visión integral.
De entrada, y de forma tradicional, son las tres que ya están en los vértices del triángulo
de las drogas (y de la salud), pero también hay algunas más, y en consecuencia veremos
cómo el triángulo se convierte en un heptágono.
Comencemos con la sociología (que representa el vértice de lo social en las drogas),
cuyas aportaciones han sido clave, como podrá constatarse en varios capítulos de este
manual (en particular, en el capítulo 4), en la conformación de una parte sustancial de
las teorías sobre las drogas y el delito.
De hecho, la que se ha llamado sociología de la desviación ha sido una de las
columnas vertebrales para la constitución de la sociológica, hasta el punto de que una
parte sustancial de los conceptos más relevantes del campo del conocimiento socioló-
gico procede, como tendremos ocasión de señalar, de estudios y de trabajos empíricos
sobre la seguridad, la desviación social, el delito, sus causas y sus orígenes, y no solo
aparecen de manera recurrente en la historia de la sociología, sino que conforman,
además, alguno de los propios conceptos clave de la sociología (Taylor, Walton y
Young, 1973).
No dejes de leer
El repudio de las temáticas criminológicas
Nota previa: este “No dejes de leer” ha de leerse en relación con el “No dejes
de leer” equivalente del capítulo 2, “La atracción morbosa por la temática crimi-
nológica”. Esta cuestión ha comenzado a ser considerada recientemente con la
expresión “los temas sensibles de la criminología” (Díaz-Fernández y Del Real,
2018). Las drogas son uno de estos “temas sensibles”, aunque de escasa presencia
en los ámbitos criminológicos (3,6% de los TFG).
La criminología se ocupa de una serie de asuntos que pueden producir ma-
lestar a una parte de la población, se trata de un rechazo que adopta dos perfiles
muy distintos, por una parte, aparecen aquellas personas que se sienten heridas
en su sensibilidad ante la visión concreta, sea real o figurada, de la violencia, la
agresión, el maltrato y otras conductas como el uso de drogas que son propias del
estudio de la criminología. Por otra parte, aparecen aquellas personas que afirman
no compartir las interpretaciones de la criminología, a las que califican de sesga-
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algo que el citado libro no señala. A la vez, señala que España es uno de los países euro-
peos que gasta más en seguridad pública.
Llama la atención que en este balance social, las cuestiones de inseguridad no se
mencionen ni en el capítulo sobre políticas sociales, ni tampoco en el capítulo sobre
acción colectiva y ciudadanía, en el cual se habla sin embargo mucho de las ONG, una
parte sustancial de las cuales intervienen precisamente en el ámbito del delito y la delin-
cuencia. Tampoco se dice nada en valores o en opinión pública. Pero sin duda, lo más
llamativo es la existencia de un largo capítulo sobre relaciones de género, en el cual, de
manera sorprendente, la cuestión de la violencia de género solo se menciona de pasada.
Ciertamente, no es solo la sociológica la única disciplina que se ha apartado de la cri-
minología, tras casi un siglo de mutuas confluencias y prestamos mutuos, pero sí la más
importante. Un ejemplo muy preciso y relevante de este divorcio lo constituye la desa-
parición en la agenda del propio CIS de las encuestas de victimización, un instrumento
criminológico esencial, sin el cual resulta imposible entender la evolución de la seguri-
dad pública. Desde hace casi dos décadas, no disponemos de encuestas de victimización
realizadas por organismos oficiales, lo cual, en términos criminológicos, nos coloca en
el nivel de un país del tercer mundo y muy lejos del resto de Europa.
Algo muy distinto ha ocurrido, en cambio, con la psicología (el vértice de lo in-
dividual en las drogas), quizás porque la consideración de los “factores individuales”
con relación a las “conductas delictivas” estaba en continua alza desde hacía varios
decenios. Además, la psicología está muy presente en todo el territorio de las drogas,
ya que mantiene una presencia hegemónica en el ámbito asistencial, pero también en la
prevención, en la gestión local y en la publicación de artículos e investigaciones sobre
el tema. Contrariamente a lo ocurrido con la sociología, podríamos decir que, en el ám-
bito criminológico (y en las drogas), la psicología es un tema de moda. Dedicaremos un
capítulo completo a esta cuestión.
Una buena muestra del impacto de la “psicología criminal” se expresa en el porcen-
taje de artículos de temática psicológica en las revistas de criminología, así como los
numerosos manuales de “psicología criminológica”, que incluyen tanto una visión ge-
neral de la criminología como la descripción de la intervención propia de los psicólogos
desde “el compromiso de la intervención con las personas” (Redondo y Garrido, 2013).
Visto en perspectiva podemos decir que la sociología realizó aportaciones clave a
la criminología hasta finales de los años 60, y entonces fue sustituida por la psicología
en esta tarea. Pero ¿cuáles han sido las principales aportaciones de la psicología? Pues
ha reforzado el interés en “las razones del delito” a través del estudio de los propios
delincuentes, la importancia de los procesos de aprendizaje y socialización, la persona-
lidad, la inteligencia, la impulsividad, la búsqueda de sensaciones, la falta de habilida-
des sociales y de autoestima, estas cuatro últimas en particular suelen relacionarse con
frecuencia con los estudios sobre uso de drogas (García Pablos, 1999; Romero, Sobral y
Luengo, 1999 y Redondo y Garrido, 2013).
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planteamiento razonable de la esta, limitándose a adoptar esta práctica como una “acti-
tud moral” que les honra.
Por si esto fuera poco, la tradición biomédica, muy orientada desde la perspectiva de
la salud pública, intenta ocultar los posibles vínculos entre drogas y delito y habla de que
el viejo “modelo jurídico-penal” ha sido superado, con ello tratan de invisibilizarlo, pero
al hacerlo así, no cambian las cosas. Porque, de forma paradójica, es el propio ámbito
de salud pública el que reivindica la continuidad, cuando no el endurecimiento, de las
medidas de control y de coerción penal, al menos con relación al tráfico y la distribución
de una larga lista de sustancias. También es frecuente que se expresen relatos sobre la
necesidad de los “tratamientos obligatorios” y quejas relacionadas con la poca eficacia
de estas medidas penales y, por supuesto, las administrativas. No es fácil entender estas
discordancias, pero trataremos de clarificarlas a lo largo del texto.
En el campo del derecho penal (el vértice jurídico en las drogas) en cambio las cosas
han avanzado y se han adaptado de una forma notable, de tal manera que en los últimos
años y a pesar de los intentos del propio sistema judicial (y político) para frenar las in-
evitables transformaciones del estatus de las drogas, las costuras del sistema se van rom-
piendo por la propia lógica del estado democrático y de derecho y la frecuente utilización,
en un número creciente de sentencias penales, de un “buen conocimiento de la realidad
concreta” frente a la asignación automática de categorías jurídicas que, en ocasiones, ya
tienen poco que ver con esta realidad (Arana, 2012). Este cambio muestra claramente una
transformación cultural sobre la que existe una escasa conciencia, además cada vez son
más los juristas que reclaman profundizar en este proceso.
La creciente importancia de los argumentos sociológicos y psicológicos en es-
tas sentencias, aunque en ocasiones carezcan del adecuado conocimiento pericial, son
bienintencionadas, lo que supone el reflejo de esta profunda transformación jurídica y
judicial, en la que sin duda la criminología ha tenido algo que ver.
Asimismo, debemos mencionar la perspectiva de la ciencia política y de la admi-
nistración (el vértice de la decisión, gestión y planificación en las drogas), sobre las
que vamos a limitarnos a un aforismo: un buen manual de criminología debe establecer
cuáles son las políticas públicas más adecuadas para afrontar una determinada cuestión.
En este caso, las drogas. Y debe hacerlo porque el objetivo de la criminología es el cono-
cimiento científico de ciertos comportamientos y acciones, pero también de las acciones
que deben emprenderse para evitarlas.
Por tanto, la acción política y la práctica administrativa deben sustentarse en este
conocimiento para proponer actuaciones, programas y políticas globales. Es decir, debe
gestionar el bien común desde la perspectiva del conocimiento. No hacerlo así implica
negar las condiciones que determinan la existencia y la legitimidad de un Estado social
y de derecho.
La ventaja actual de la ciencia política se refiere a la facilidad para ejercer este papel,
porque tras décadas de fragmentación y falta de claridad con relación a sus objetivos,
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
¿Qué significa holístico?
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
CH
(Biológico)
PA
IP
(Actuación)
(Información)
Criminología CS
Drogas (Cultura)
NJ
(Normas)
PS SC
(Individuo) (Sociedad)
Veamos el contenido de cada uno de los ángulos o vértices. Se puede comenzar por
cualquiera de ellos porque todos son equivalentes y cada uno se puede además vincular
o relacionar con los demás de forma directa, lo que implica que se trata de un sistema
sin jerarquías, pero que, como ya hemos dicho e insistimos, aporta una visión sistémica
de carácter holístico tanto de la criminología como de las drogas. Expresado de una for-
ma más sencilla, todos y cada uno de los vértices son miradas que explican la totalidad
porque todos ellos asumen una mirada común.
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justo, adecuado y respetuoso control para mejorar la vida de las personas y la cohesión
de las sociedades.
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Pero, al mismo tiempo, optar por una perspectiva multidisciplinar supone, a la vez,
tener en cuenta aquello que los especialistas nos aportan y nos sugieren, pero hacerlo
desde la óptica crítica que la propia comparación multidisciplinar nos aporta. Expresado
en términos sencillos, debemos míralo, aprenderlo y entenderlo todo, pero desde esta
perspectiva holística también debemos sospechar de todo, especialmente cuando hay
desacuerdos. Y en el ámbito de las drogas, los desacuerdos son muchos y muy evidentes.
Es cierto que la especialización supone un mejor conocimiento de la realidad, entre
otras cosas por su carácter exponencial: el ritmo de conocimiento crece según vamos sa-
biendo más de cualquier cosa. Pero, a la vez, este ritmo se ralentiza cuando el “experto”
se encierra en su propio relato.
En relación con las drogas, la criminología se ha limitado a dar la palabra a los espe-
cialistas, dando por supuesto que son los únicos que pueden producir un relato científico
en torno a las drogas. De hecho, la mayor parte de textos que hablan de criminología y
drogas, aunque estén escritos por criminólogos, no incluyen otro relato que la transcrip-
ción del de los especialistas en drogas. En general, los textos españoles de criminología
se limitan a sintetizar, resumir o realizar un corta y pega de lo que han dicho los especia-
listas en drogas, además es fácil hacerlo porque la literatura sobre drogas, en particular
la psicológica y psiquiátrica, pero también la sociológica, la antropológica, la de trabajo
social y, por supuesto, la jurídica, son muy amplias y plurales.
A modo de ejemplo, vamos a observar algunos prestigiosos textos internacionales
(es menos comprometido) que también hacen esto (Cosson, 1998; Haut y Quéré, 2001
y Bean, 2002), todos ellos adoptan una posición adecuada para definir y trabajar desde
la criminología, pero cuando llegan a las drogas se bloquean y ceden la palabra a otros;
algunos, como Philip Bean, a los usuarios que describen su experiencia en términos tan
esperables como inciertos, otros, como Maurice Cosson, dan la palabra a psiquiatras
que nos cuentan historias tremendas de deterioro personal, y finalmente otros, como
François Haut y Stéphane Quéré, se sienten profundamente incomodos porque sus ban-
das de narcotraficantes no se parecen en nada a lo que debería ser el narcotráfico organi-
zado tal y como se narra desde el ámbito de las drogas.
Entonces, ¿qué debe hacer el criminólogo? Pues sencillamente hablar desde la cri-
minología, una disciplina que se construye a partir de las aportaciones de otras disci-
plinas pero que, a la vez, aporta el contenido comparativo y algo más, en concreto una
visión holística y la perspectiva del empirismo utilitarista.
Veamos algunos ejemplos. Supongamos que hay que optar entre varias políticas con-
cretas de atención a las personas con problemas de alcohol y drogas, cada una de ellas
con sus costes, que pueden ser muy diferentes, con sus resultados evaluables en sus pro-
pios términos y cada una ligada a una concepción de los derechos de las personas y los
grupos sociales. Entre estas políticas aparecen y se aplican, aunque no todas ellas en la
misma medida y en todos los países, las siguientes: considerarlo solo una infracción pe-
nal y aplicar sanciones o tratamientos compulsorios (obligatorios) a los usuarios, utilizar
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las redes generales de atención pública, particularmente sanidad y salud mental, utilizar
recursos específicos y especializados para atenderles, y finalmente (aunque hay incluso
otras opciones), promover y apoyar a los grupos de autoayuda.
Pues bien, el criminólogo debe saber muy bien qué significan cada una de estas
opciones, debe comprenderlas en profundidad, con sus respectivas ventajas e incon-
venientes, debe “bajar” al barro de los detalles y debe sentir empatía por las personas
a las que se va a aplicar estas políticas, pero también por las personas que las aplican,
debe comprender las incongruencias y las contradicciones a las que recurren los profe-
sionales y los voluntarios de cada uno de estos ámbitos para defender que su “opción es
la mejor”, debe comprender y debe poner en evidencia el autoengaño al que se recurre
para defender los intereses profesionales, corporativos y personales, y finalmente, debe
comprender que todos ellos tienen en parte razón y en parte no la tienen.
Por este motivo hay que entender bien que cualquier profesional de la psiquia-
tría, o del ámbito jurídico, la psicología, la educación social, la antropología, el traba-
jo social, la sociología, la cultura o la política, maneja sus propias concepciones, en
ocasiones antagónicas, de la realidad y de la evidencia científica, que parte de estas
concepciones son ciertas pero en ocasiones también inadecuadas, y que todos ellos
proponen políticas públicas diferentes o matizadas entre las alternativas que he citado
anteriormente.
Pues bien, se reitera que la función del criminólogo es conocerlas todas ellas en
profundidad y en el detalle concreto de la perspectiva de las personas afectadas, e inter-
venir para proponer una políticas concretas que sean a la vez las más eficientes y más
respetuosas con los derechos individuales. Porque si dejamos, siguiendo el ejemplo del
párrafo anterior, que sea solo la psiquiatría (aunque el ejemplo vale para cualquier otra)
la que realice esta propuesta y defina su aplicación, podemos estar seguros de que será
insuficiente, será sesgada, y en cuanto a los derechos individuales, seguramente muy
peculiar. Lo mismo ocurrirá, insistimos, con el trabajo social, la psicología o cualquier
otra disciplina.
Es cierto que esto todo el mundo lo sabe y por esta razón se recurre a adoptar polí-
ticas de coordinación que raramente consiguen los efectos propuestos, pero también se
proponen políticas transversales, que no son otra cosa que formas de retórica política
de las que no se puede citar un solo ejemplo real, y de forma muy general se defiende
la opción de los equipos multidisciplinares, una práctica que solo aparece en las redes
específicas y especializadas, y, en particular, de una manera efectiva solo cuando depen-
den de organizaciones no gubernamentales, en gran medida porque en el ámbito de las
políticas públicas, los juegos de poder impiden cualquier manifestación de horizontali-
dad. No debería ser así, pero es así y cuanto antes se reconozca, mejor.
La criminología no responde a ninguno de los perfiles profesionales mencionados,
pero a la vez tiene que ver con todos ellos, y por este motivo posee la capacidad óptima
para proponer las políticas adecuadas. Esto no significa que la criminología esté por
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
encima de estas disciplinas, que adopte una posición jerárquica con relación a ellas, sino
que simplemente las utiliza y las acompaña para poder entonces concebir, construir y
exponer explicaciones alternativas, así como mejorar las actuaciones correspondientes.
También es cierto que su práctica interdisciplinar y holística le permite concebir una
misión más completa y depurada.
Obviamente, la criminología no es tampoco una disciplina de palacio, sino un ám-
bito de conocimiento que, como ya se ha explicado, acompaña a otros profesionales y
les facilita una mirada distinta pero solidaria, que también trabaja en el barro y con las
personas y sus derechos, que se compromete, que se moja, que lanza propuestas políti-
cas y que las defiende y discute, porque esta es su principal tarea. En todo caso, también
es cierto que existen sectores de la criminología que no defienden esta postura, pero, al
menos a modo de contraste, es la que se va a desarrollar en este manual en relación con
las drogas.
No dejes de leer
¿Qué es el empirismo utilitarista y moral?
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
hasta el punto de que son muchos los autores que consideran que el conjunto
del mundo anglosajón vive inmerso en una cultura del “empirismo utilitarista” con
un carácter más o menos moral, que les otorga una ventaja competitiva de la que
además saben aprovecharse.
¿Qué es el empirismo utilitarista? ¿Y el utilitarismo moral? Pues se trata de
una forma de pensar, de una definición de los procedimientos metodológicos para
acceder al conocimiento, pero también de una cuestión moral que según el co-
nocido aforismo de Bentham supone que “entre dos opciones debemos elegir la
que tenga mejores consecuencias para todos”, así como la idea de “que solo lo
útil merece hacerse”. Aforismos que, trasladados al ámbito del conocimiento, im-
plican que los saberes tienen que ser tanto útiles a las personas como verdaderos.
De tal manera que si no cumplen a la vez, ambas condiciones son perfectamente
prescindibles.
En este sentido, el empirismo utilitarista no es tanto una teoría (que lo es)
como una actitud ante la vida y ante la forma de adquirir conocimientos, pensan-
do además en su utilidad pública. Ciertamente se trata de una forma de encajar
la cuestión de la metodología de la ciencia, pero también un proyecto moral que
se vincula a una ideología social y política. Sigue muy presente en el mundo de la
investigación científica, en la gestión política y en la definición del trabajo profe-
sional, aunque en su planteamiento formal cada vez es más residual en el mundo
académico, aunque mantiene su fuerza tras la noción de “evidencia científica”.
Aunque no todo lo que se autodenomina evidencia cumple con las condiciones
de verdad y utilidad (moral) al mismo tiempo.
Con estas explicaciones cualquiera puede darse cuenta de que platonismo y
empirismo utilitarista son conceptos opuestos. Pero ¿por qué es tan importante
entender bien estos términos? Pues porque identificaremos, en la propia crimino-
logía y en las disciplinas que la conforman, explicaciones puramente platónicas y
otras que son puramente utilitarias. Comprender ambos extremos, lo que signifi-
can, aprender a interpretarlos, a utilizarlos y a movernos entre ellos es básico para
comprender el propio manual, y seguramente también una versión más precisa de
la criminología como ciencia.
37
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
Es verdad que somos muchos los que tenemos claro que debemos seguir adelante
sorteando todos estos cánticos, pero ¿debemos como los marineros de Ulises ponernos
cera en los oídos para no tener que escucharlos? Lo cierto es que, como hizo el propio
Ulises, debemos escucharlos y además con atención, pero no atados al palo mayor para
no sucumbir, sino con la mente bien abierta y adecuadamente amueblada de coherencia
epistemológica.
Por tanto, afrontamos dos posturas antagónicas y dos riesgos que pretenden respecti-
vamente ser agónicos como si solo ellos existiesen. Una situación sobre la cual el recien-
temente fallecido filósofo especializado en temas de identidad, racionalidad y ética de
la ciencia, Derek Parfit (1942-1917), nos ha dejado una sesuda y singular reflexión que,
como el mismo ha mencionado, nos permite preservar la esencia de nuestra disciplina.
Parfit se ha centrado en unas pocas cuestiones, pero las ha analizado en profundidad.
Para afrontar la ofensiva del hiperracionalismo, en el año 1984 publicó Razones y
personas, en la cual, entre otras cuestiones, trató justamente de actualizar el paradigma
del empirismo utilitarista, en particular, la idea de que el conocimiento debía filtrarse por
la norma moral de “obtener el máximo beneficio para el mayor número de personas”,
mostrando cómo esto no es tan fácil, porque no somos siempre racionales, sino que solo
somos “racionales en tiempos y situaciones parciales” (Parfit, 1984).
Expresado de forma más sencilla pretende decir que a lo largo de un tiempo deter-
minado, unas horas, un día o una semana, podemos mostrar una racionalidad absoluta,
mientras que en otros momentos ser perfectamente irracionales. Se trata de una expe-
riencia intuitiva y personal, que adquirimos en la adolescencia y que todos nosotros
tenemos, aunque, a la vez, la interpretamos de muy diferentes maneras, ya que mientras
algunos son muy pesimistas en torno a su identidad racional, otros son excesivamente
optimistas.
Esta idea le conducía hacia otras dos implicaciones, la primera, que las teorías ho-
lísticas del tipo elección racional resultan, per se, profundamente irracionales, porque
representan directamente un imposible humano. Algo que el psicólogo y premio nobel
de economía Daniel Kahneman ha venido confirmando empíricamente desde entonces
(Kahneman, 2011). En términos sencillos ambos afirman resulta imposible ser “racio-
nalmente egoístas a tiempo completo”, como pretende la economía neoliberal y la teoría
de la elección racional (y las diversas explicaciones que asumen este principio epistemo-
lógico), porque esto es ajeno a la naturaleza del propio ser humano.
Como demuestra Kahneman con diversos experimentos, nuestro comportamiento a
lo largo de un día concreto puede mostrar tanto rasgos de egoísmo extremo como rasgos
de solidaridad que, de acuerdo con la teoría de la “elección racional”, no deberían ser
posibles. Como consecuencia, en una misma mañana podemos adquirir un producto
maximizando el coste-beneficio que tiene para nosotros y en el siguiente comercio ad-
quirir otro comparativamente más caro, y además ya innecesario, y que no utilizaremos
nunca, sin que por esto tengamos un problema de salud mental.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
A la vez, explica Parfit, la misma tarde podemos manifestarnos reclamando más con-
tenedores para reciclar en nuestro barrio o pueblo y por la noche tirar con la basura or-
gánica todas las latas y el cristal, al lado de los propios contenedores de reciclaje. Y esto
tampoco revela ningún problema mental. De esta manera se refuta lo que Parfit llama la
reclamación de un utilitarismo total y absoluto, pero, a la vez, preserva un utilitarismo
“leve” (la palabra es suya), que se mantiene estable a través de la “identidad personal”,
que interpreta como la “relación conectiva” (de carácter psicológico) que garantiza la
continuidad de dicha identidad. Es decir, podemos ser utilitaristas, pero no podemos ser
“utilitaristas totales”, porque no somos racionales a tiempo completo, y, por supuesto,
nuestras interpretaciones morales cambian al mismo ritmo. Pero nuestra identidad per-
sonal puede ser perfectamente la del empirismo utilitarista, siempre que no la tomemos
como un principio absoluto.
Expresado también de forma sencilla, Parfit viene a decir, más o menos, que haga-
mos lo que hagamos a lo largo del día, racional o irracional, nada nos impide ser siempre
nosotros mismos, lo que nos permite adoptar la identidad de empiristas utilitaristas, pero
debemos adquirir la actitud de considerar que nos limitamos a lo imprescindible y en
la justa medida, porque asumirlo como una explicación absoluta y total de la realidad,
supone mantener la racionalidad a tiempo completo, y esto no es posible.
La última obra de Parfit, en dos volúmenes, el segundo casi póstumo, que se titula
On What Matters, un texto del que aún no se dispone de una edición en español, se po-
dría traducir como Sobre lo que importa, y resulta una lectura un tanto difícil y compleja
que tardará años en adquirir su verdadero significado.
En todo caso, si en Razones y personas ajustaba las cuentas con las teorías que pre-
tenden ser “totalmente racionales”, en este segundo libro trata de ajustar las cuentas con
el subjetivismo, el nihilismo y el relativismo que nos habrían inculcado la idea de que
“la razón no existe, son solo ilusiones, deseos y motivaciones que compiten entre sí en
nuestro yo personal, hasta que alguno de ellos se impone y toma el control de la acción”.
Si las teorías racionalistas más holísticas, como es el caso de la “economía de la
elección racional”, son incapaces de explicar la complejidad y las paradojas que presen-
tan las decisiones humanas, las teorías subjetivistas son incapaces de explicar la existen-
cia de una normatividad social que se refleja en la existencia de una sociedad organizada
y que camina, en ocasiones de manera confusa, hacia un determinado destino del que
podemos imaginar cosas aún sin saber o esperar nada.
Porque, arguye Parfit, la mera lógica del deseo no puede organizar la realidad, toda
la realidad, que requiere de un principio de legitimidad, ya que “no existe un deseo de
bienestar sino el hecho normativo (cultural) de que el bienestar es deseable”. Ciertamen-
te, existen las influencias inconscientes, pero, incluso para el psicoanálisis más radical,
los deseos inconscientes existen porque hay “circunstancias normativas que se refieren
a ellos”. Como consecuencia, la normatividad está más extendida de lo que podemos
llegar a imaginar, pero a la vez es más leve de lo nunca se pensó.
40
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
alguna manera podemos asumir el paradigma del empirismo utilitarista si lo usamos sin
estridencias, como una identidad disciplinar y como una orientación compartida en su
levedad. Como una brújula que nos impide perdernos.
Sintetizando, la criminología es una ciencia empírica, siempre que tengamos en cuen-
ta las limitaciones de la guillotina de Hume, que intenta ser lo más racional posible pero
que tiene claro que ningún ser humano es racional a tiempo completo y que, finalmente,
mantiene su identidad, su moral y su ética utilitarista, pero sin tratar de imponerla a nadie.
¿Se puede trasladar esta misma visión al tema de las drogas? Sin duda, cuando lo
hacemos desde la perspectiva de la criminología, pero teniendo también muy presente
que las drogas presentan sus propias complejidades, lo que nos exige acentuar la actitud
crítica y la capacidad de abstracción, porque es un tema tan cargado de connotaciones
ideológicas que debemos buscar la forma de ponerlas en evidencia.
Primera propuesta
El alumnado puede plantearte la primera pregunta: ¿debería leer el libro de Cesare
Beccaria De los delitos y las penas? Si ya lo has leído, puedes obviar esta propuesta,
pues en realidad se trata de un libro muy corto, sencillo, y además es el origen y el
texto fundacional de la criminología. Pero también puedes pensar: ¿qué tiene esto que
ver con los problemas actuales a los que se enfrenta nuestra sociedad, si vivimos en
un estado democrático de derecho? Y, por tanto, no leerlo. ¿Qué crees que deberías
hacer? ¿Qué vas a hacer? Ten en cuenta que se realizarán otras propuestas sobre este
texto, así que puedes leerlo ahora y aprovechar después para hacer otros ejercicios.
Segunda propuesta
En el texto se afirma, sin aportar hasta el momento ninguna prueba, que las pe-
nas en España son excesivamente largas y duras. El imaginario social sostiene, en
cambio que “si un posible delincuente está en la cárcel nosotros estaremos más
seguros”. Entonces, ¿es posible que la afirmación del texto sea un error? Reflexiona
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
desde dos premisas: ¿cuánta y qué gente debería estar en la cárcel durante muchos
años para que te sintieras completamente seguro? Y, para que los demás estuvieran
seguros, ¿debería yo estar en la cárcel? No tienes que explicar tus conclusiones a
nadie, simplemente reflexiona siendo sincero contigo mismo.
Tercera propuesta
Busca un ejemplo concreto y real, algo de tu propia vida cotidiana, sobre lo que
tienes que tomar una decisión, e imagina tomar esta decisión desde la perspectiva
del empirismo utilitarista.
Tiene que ser algo sobre lo que tienes una información completa y cierta, pero
lo importante es que la propia decisión se sostenga sobre el concepto moral de que
“esto es lo mejor para el mayor número de personas”. Si te empeñas, puedes ade-
más buscar dos ejemplos muy diferentes, uno en que tú seas quien pierde y otro en
el cual seas quien gane.
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2
Cuestiones conceptuales
relacionadas con las drogas
Una vez construido un enfoque general de la criminología adecuado al tema de las dro-
gas debemos entonces preguntarnos: “¿Qué son las drogas?”. A lo que seguramente una
mayoría reaccionará afirmando: “¡Vaya pregunta!”. Para pasar a enumerar a continuación
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
una lista más corta o más larga de sustancias, lo cual nos permitirá reformular la pre-
gunta: “¿Por qué estas sustancias son drogas y otras no lo son?”. E incluso podremos
adelantar una respuesta en forma de pregunta: “¿Por sus efectos y consecuencias?”. A
la que obviamente todo el mundo contestará: “¡Por supuesto!”. Pues resulta que esto
no es así, y como tendremos ocasión de explicar los supuestos aspectos que unifican la
categoría y la noción de droga, ni son los mismos para todas ellas ni son exclusivos de
las sustancias calificadas como tales.
Si modificamos la pregunta y la formulamos como “¿Qué crees tú que es droga y que
consecuencia produce?”, nos daremos cuenta de la gran variedad de respuestas, porque
de entrada, para algunos, situados en un extremo de la escala conceptual, las drogas son
la manifestación extrema del mal sobre el mundo, para otros, situados en otro extremo,
son solo una forma de placer al que tenemos derecho y que tratan de arrebatarnos. Cerca
de los primeros se sitúan aquellos que piensan que son un peligroso veneno para nuestra
sociedad, y de los segundos los que opinan que bien reguladas son sustancias que con-
tribuyen a nuestro bienestar. Entre ambos están aquellos que creen que son sustancias
peligrosas, que además representan algunos riesgos, pero que bien controladas también
pueden ser una fuente de beneficios.
Entre estas dos posiciones extremas y sus correspondientes teorías conspirativas se
sitúa una multitud de interpretaciones, utilizadas por diversas corporaciones profesiona-
les y por sus correspondientes ámbitos académicos de conocimiento, en cada uno de los
cuales hay también diversos puntos de vista. Por si esto fuera poco, aparece además un
imaginario social colectivo más o menos compartido que nos ofrece otras y muy diver-
sas respuestas al “problema de la droga”.
A la vez, tratando de superar toda esta confusión, se sitúa el conocimiento científico
entendido como la utilización de procedimientos metodológicos que aportan evidencia.
Pero por desgracia, en el caso concreto de las drogas, y como tendremos ocasión de
explicar, una parte del relato, que actualmente representa además la parte institucional
hegemónica, utiliza un supuesto lenguaje científico, caracterizado por el uso continuo
e innecesario de la coletilla “basado en evidencia” para expandir una serie de creencias
ideológicas poco recomendables y alejadas de la razón científica. Es decir, la supuesta
aportación de la ciencia al tema de las drogas forma parte de la confusión y no es la so-
lución. Este es un tema clave, que quizás ahora sorprenda, pero del que nos ocuparemos
de forma muy amplia.
Entonces, ¿en este manual qué son las drogas? Pues vamos a manejar una definición
muy precisa y exacta que, sin embargo, es tan inédita que sonará extraña a muchos lecto-
res, porque “drogas son las sustancias que se definen como tales en las listas anexas del
Convenio Único sobre Estupefacientes de 1961 y del Convenio sobre Sustancias Psico-
trópicas de 1971, agrupados en la Convención de Naciones Unidas contra el tráfico de
estupefacientes y sustancias psicotrópicas de 1988 y que actualiza de forma permanente
el Internacional Narcotics Control Boar (INCB)”.
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
47
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
sustancias químicas (en general), sustancias que producen dependencia (lo que obliga
a diferenciarlas de sustancias que no producen dependencia) y sustancias controladas,
e incluye la cafeína (y, por tanto, la teína) y la nicotina, pero apenas habla del tabaco
y del tabaquismo, lo cual contrasta mucho con el alcohol y el alcoholismo. Todo ello
parece conducirnos hacia una visión idealizada de tipo platónico, donde unos “expertos
internacionales a modo de gobierno de los filósofos” son los únicos que tienen la buena
información para decirnos “que es una droga y que no lo es”, sin que el resto de los ciu-
dadanos podamos entender los criterios que utilizan.
Por su parte, para resolver estos problemas, algunos criminólogos utilizan para las
sustancias a las que alude la ONU la expresión, más adecuada por cierto, de drogas
ilegales, e incluso de drogas consideradas o denominadas ilegales, lo cual aclara un
poco la cuestión. Lo mismo que cuando hablemos de alcohol, tabaco y psicofármacos, a
la vez que estas drogas ilegales, vamos a utilizar alcohol (o lo que sea) y otras drogas.
¿Aclara esto la situación? Lo cierto es que no, y se necesitarán varios capítulos hasta
poder formular un lenguaje correcto, porque hay que comprender estas cosas para llegar
a una interpretación terminológica adecuada.
Algunos sospecharan que “esto va a ser complicado” e incluso reivindicaran “por
qué no usamos el lenguaje que todos podemos comprender y ya está”. Pues no es posi-
ble, porque el supuesto “lenguaje natural de las drogas” es un relato ideológico construi-
do a lo largo del siglo xx que, de forma directa, manipula nuestras percepciones y nos
lleva hacia una serie de creencias equivocadas. Por tanto, para una disciplina científica
como la criminología resulta imprescindible adoptar un lenguaje ajeno a este relato y
que nos permita ofrecer interpretaciones adecuadas.
Ante este grado de confusión, ¿qué son entonces las drogas? ¿Las que se definen ju-
rídicamente como tales por parte de la ONU?, ¿o bien las que se definen en términos
biomédicos como tales según las misma ONU, pero a través de la OMS? La respuesta
mayoritaria, por no decir exclusiva, es y será sin duda la segunda. Pero ¿cómo explica-
mos entonces que un concepto definido en términos jurídicos como droga sea utilizado
para definir otra cosa en términos biomédicos? En el capítulo 3 rastrearemos este origen
jurídico-penal de la noción de droga, y además se da la circunstancia de que una mayoría
de penalistas consideran que es algo que “procede” del ámbito de la salud, recurriendo a
este ámbito cuando tratan de determinar si una sustancia es o no droga.
Veremos que no se equivocan al hacerlo, pero a la vez deberían darse cuenta de que
droga es esencialmente un concepto jurídico que procede de un ámbito inesperado: del
derecho internacional o, más exactamente, de una serie de acuerdos multilaterales, como
vamos a explicar y analizar en el capítulo 3.
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
A la vez y de forma paradójica, desde hace decenios, todos los manuales y docu-
mentos de políticas sobre drogas han insistido e insisten en que el concepto y el modelo
jurídico-penal sobre las drogas carecen ya de validez y no deben ser considerados como
un modelo vigente. Pero al mismo tiempo, la legislación penal continúa en vigor e in-
cluso sigue reforzándose en muchos países y expandiéndose hacia otros precisamente a
partir de la presión de los organismos de salud nacionales e internacionales. ¿Cómo se
puede entender esto? ¿Quién maneja de verdad el concepto de droga?
Expresado en términos más simples, se supone que droga es un concepto jurídico
obsoleto, porque funcionalmente tiene que ver con el ámbito de la salud, pero a la vez
son precisamente los ámbitos políticos y administrativos de salud los que exigen una
actuación más intensa por parte del ámbito jurídico.
¿En qué quedamos? Pues si formulamos la pregunta “¿Ha cambiado la definición
biomédica de drogas el modelo de fiscalización internacional de estas?”. La respuesta es
no, en absoluto. ¿Cómo resolvemos entonces un enredo del que parece que nadie es el
responsable (ni el ámbito jurídico ni él biomédico) y en el que todos exigen a los demás
que sean responsables?
En la práctica, aunque fuera de toda lógica, ambos conceptos de droga forman una
intersección de conjuntos que en ningún momento pueden ser disjuntos. Ocurre que en la
actualidad hay, por lo menos, tres conjuntos distintos de droga que explicaremos en dife-
rentes lugares del texto. Por una parte, la noción jurídica, por otro, la noción biomédica, y
en tercer lugar, la noción deportiva de dopaje. Pero como estos tres conjuntos principales
(porque hay más) van ampliándose todas las semanas, el resultado obtenido refleja, de
forma progresiva, que la intersección es mayor.
¿Se llegará así a la idempotencia? Un término algebraico que viene a indicar que
los tres conjuntos son el mismo. Hay que dudarlo porque la base conceptual y la uti-
lidad de los conceptos que los sostienen es muy diferente. Es decir, aunque sea por
razones corporativas y de supervivencia burocrática, los conjuntos seguirán siendo dis-
tintos, aunque, como veremos al analizar el caso del dopaje deportivo, cada vez menos
diferentes, pero sí lo suficiente como para impedir que sean el mismo (por ejemplo,
podría ser todas ellas “sustancias sometidas a controles especiales”) y poder así man-
tener la confusión.
Esta explicación algebraica nos dice, intentando expresarlo de forma sencilla, que
las drogas existen y que asumen de forma muy precisa una identidad jurídica, porque se
definen como tales en los convenios internacionales de la ONU, pero también que exis-
ten y asumen una identidad biomédica, porque así aparecen en los documentos de los
organismos internacionales que se ocupan de la salud, como la OMS, y por si fuera poco
existen como definición en el ámbito del dopaje deportivo, porque así aparecen en la lista
de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA). Las tres listas (de hecho, son “listas”) se van
solapando cada vez más porque se van ampliando con sustancias comunes y equivalentes
y, cada vez más, el día en que puedan ser la misma lista parece más alejado.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Por tanto, cuando hablemos de drogas en este manual, ¿qué noción de drogas esta-
mos utilizando? Ninguna y todas a la vez, pero en todo momento se tratará de referenciar
a cuál de los tres conjuntos concretos (jurídico, biomédico o deportivo) nos referimos.
Hacerlo de otra manera es contribuir al embrollo.
Por este motivo no vamos a realizar en este manual, como viene siendo habitual
en otros, una presentación individual de “las sustancias a las que llamamos drogas”,
porque “no vamos a hablar de drogas”, sino de criminología y de las características
químicas de las sustancias a las que podríamos referirnos, que son las que están en
las mencionadas listas y que son miles y ocupan cientos de páginas. La pregunta re-
sultante es entonces: ¿qué ocurre si como criminólogo/a necesito saber algo concreto
sobre tales sustancias? Pues que hay que acudir a los diversos manuales de farmaco-
logía que se ocupan del tema.
Hagamos otra pregunta relevante: ¿le interesa toda esta información sobre sustancias a
la criminología? Bueno, puede parecer oportuno y necesario, por ejemplo, conocer los
orígenes históricos, la fórmula y los usos de la morfina. Pero en este texto se va a hablar
de criminología y no de biología o de medicina, aunque no estaría de más que una cri-
minóloga/o hiciera un curso de farmacología si se quiere especializar en el tema de las
drogas ilegales o de los fármacos psicoactivos. Tendría un problema porque, como ya
sabemos, ni la noción jurídico-penal de droga ni las sustancias clasificadas como tales
coinciden con la noción farmacológica de drogas, pero al fin y al cabo todo es informa-
ción conveniente para manejar de forma adecuada el tema.
En particular, esto resulta muy necesario si el campo de trabajo personal va a trans-
currir sobre lo que más adelante se definirá como delincuencia inducida, ya que, para
comprender pericialmente este tipo de delitos, es imprescindible interpretar los efectos
de la sustancia que los provoca, pero teniendo en cuenta que la capacidad diferencial de
cada sustancia para inducir delitos depende de una amplia constelación de circunstan-
cias, entre las cuales sus propiedades bioquímicas y neurológicas son siempre variables
dependientes y además muy controvertidas. Lo cual significa que la información farma-
cológica por sí misma resulta un tanto limitada.
Como consecuencia, si bien durante décadas los manuales se han concebido a par-
tir de preguntar qué son las drogas y qué efectos producen, en la actualidad ya hemos
realizado el primer avance significativo en nuestros conocimientos. Y como Galileo
cuando estableció que la Tierra era la que daba vueltas alrededor del Sol, en este manual
tendremos ocasión de comprender que las disciplinas como la criminología no debe-
rían imaginar que dan vueltas alrededor de las drogas, sino que son las drogas las que
dan vueltas alrededor de la criminología.
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
Si confundimos el objeto que permanece fijo con el que se mueve, el resultado pue-
de ser catastrófico, porque el objeto inmóvil no necesita ningún esclarecimiento, ya que
se supone que carece de movimiento, lo que implica que la criminología no pueda decir
nada sobre la categoría droga. Pero, en cambio, la categoría droga puede hablar sobre la
criminología. Algo que a la vez implica que un hecho, una acción, un acontecimiento o
una conducta relacionada con esta categoría no pueda ni deba explicarse científicamen-
te, al tiempo que una disciplina científica puede explicarse desde una categoría como
droga. Se trata de un sinsentido, de un puro dislate lógico, una construcción y un relato
político y social, que describiéremos en próximas páginas y que ha sido creado para
impedirnos ejercitar nuestro trabajo científico.
Quizás, por ello, uno de los manuales de criminología ya citados sobre “drogas y deli-
tos” (Bean, 2002) que imagina que esta disciplina debe dar vueltas alrededor de las drogas
sostiene que “los actuales usuarios de drogas” representan una totalidad holística, cuya
realidad temporal, a modo de variable independiente, es el objetivo de la criminología.
Los usuarios se convierten entonces en los únicos actores que definen, con sus actos y sus
palabras, la propia criminología. Una forma de hacer las cosas que, como método de in-
vestigación cualitativa, está bien, pero que no coloca el relato de tales usuarios (que, como
veremos, es más que incierto) en el centro de la disciplina, mientras la propia criminología
da vueltas en torno a unos supuesto sujetos supuestamente mejor informados que nadie.
¿Por qué de una vez por todas no lo hacemos a la inversa? La criminología es la dis-
ciplina que nos ayuda a interpretar los relatos, las narraciones e incluso los sentimientos
de estos usuarios. Pero no es fácil, porque con las drogas existe la falsa idea de que el
único que sabe sobre ellas es el que las utiliza, que más o menos viene a decir que los
verdaderos cosmólogos son aquellos que miraron durante milenios al cielo pensando
que todo se movía a su alrededor y por su propia voluntad.
Por este motivo, en este texto vamos a situarnos en una óptica alternativa frente a
las maneras tradicionales de acercarse a las drogas. En realidad vamos a escuchar a los
usuarios, pero para interpretar lo que dicen desde una perspectiva contextual, histórica,
desde una serie de conocimientos previos y, sobre todo desde una actitud crítica que nos
evitará caer en “la trama del autoengaño” que el criminólogo David Matza definió como
técnicas de neutralización, algo que, como veremos, ocurre con mucha frecuencia. En
términos propios de la antropología vamos a utilizar prácticas metodológicas de tipo
emic (la perspectiva del usuario), pero como instrumento para establecer un mejor fun-
damento etic (la perspectiva del criminólogo).
Quizá esto sea algo difícil de entender e incluso de aceptar para algunos, como de
hecho ocurrió con el caso de la teoría heliocéntrica en el siglo xvi, porque estamos habi-
tuados a pensar que las drogas son la variable independiente, y su presencia en la vida y la
sociedad la variable dependiente, cuando justamente es al revés. Un cambio que requiere
un cierto esfuerzo cognitivo y que, con una lectura completa del texto y con la relación
de los ejercicios propuestos, supuestamente se podrá entender.
51
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
52
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
pero que no lo estructuran como el resto de temas, que tratan desde una perspectiva
epistemológica más adecuada, es decir, desde la propia criminología (Leganés y Ortolá,
1999; Baca, Echeburúa y Tamarit, 2006; Herrero, 2017). AUTOR: esta
El ejemplo más relevante quizás sea el de Delincuencia: teoría e investigación, referencia
ya que se trata del primer texto tipo manual de criminología editado en España que se no aparece
presenta desde una cierta óptica transdisciplinar. Justamente en los años de plomo de en la bi-
la epidemia de heroína, cuando el CIS mostraba que la primera preocupación de los bliografía.
españoles eran “las drogas y la inseguridad ciudadana” (AA.VV., 1987), y en el que la
cuestión ni tan siquiera se menciona.
No se trata de que estos autores “lo hayan hecho mal”, sino de que han compartido
un determinado paradigma general, un paradigma que refleja a la perfección el Diccio-
nario de criminología (McLaughlin, 2005), que en 600 páginas y otras tantas entradas
no cita ni una sola relacionada con drogas, lo que debe interpretarse que este no es un
tema propio de la criminología. Lo mismo ocurre con excelentes manuales académicos
de victimología (Beristain, 2000), tan excelentes que parecen escritos para las “victimas
del alcohol y otras drogas” aunque no aparezcan siquiera citadas. Otro ejemplo relevante
lo constituye otro excelente manual de criminología penal escrito desde la perspectiva
de las “teorías del control social” (Bergalli, 2003), que este texto comparte, y en el que se
incluye un capítulo especialmente brillante sobre el tema de las drogas (Romani, 2003),
cuyas ideas se presentan en diversos lugares de este texto pero que, sin embargo, aparece
como un texto particular y aislado sin ninguna relación estructural con el resto del texto.
El autor quiere dejar claro que no critica los textos citados, y otros que se incluirán
más adelante, por su contenido criminológico, con el que ha aprendido, está de acuerdo
y recomienda al alumnado. Pero necesitaba expresar con claridad que forman parte de
un “paradigma de contenidos que contempla las drogas como una variable independien-
te ajena a la criminología” y no ha tenido otra manera de demostrarlo.
Para confirmar que sí se puede, en cambio, criticar abiertamente otros textos, po-
demos mencionar el reciente manual de Comportamiento criminal, editado a la vez en
inglés y español y con un gran lanzamiento internacional (Bartol y Bartol, 2017), que
se limita a citar en el texto general “los problemas de salud y comportamiento que el
consumo de nicotina, alcohol y drogas por parte de los padres produce en los fetos y
bebes”, pero que acaba con un último capítulo especial titulado “Abuso de sustancias
toxicas y criminalidad”, que no solo es un relato propio de las teorías conspirativas que
explicaremos más adelante, sino que habla solo desde las drogas y se inventa una ver-
sión ideológica de los delitos ocasionados por las drogas, sin relacionarlos en absoluto
con el contenido criminológico del texto.
El libro no es un manual de criminología, sino un relato propio de las creencias del
puritanismo y del darwinismo social (véase capítulo 3) que consiste en afirmar en todos
y cada uno de sus apartados que “las drogas son en exclusiva un problema de jóvenes”,
hasta el punto de que, siendo el primer texto en español que incluye la cuestión de los
53
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
opiáceos sintéticos, y en particular del OxyContin y el Vicodin, reitera que “son los
jóvenes los que los utilizan y mueren de sobredosis”, cuando, como también veremos
(capitulo 8), son drogas típicas de adultos, de muy adultos de hecho, y la mayor parte de
los que mueren por sobredosis son incluso mayores de 40 años. Los autores del manual
no solo crean un relato de las drogas ajeno la criminología, sino también ajeno al cono-
cimiento científico sobre las drogas.
A modo de resumen, deberíamos tener claro, primero, que este automatismo espon-
táneo no es, ni puede ser, en absoluto cierto, ya que de las drogas por sí mismas no se
deriva ninguna conclusión criminológica directa; segundo, que se trata de una confusión
provocada por actores ajenos a la criminología que, en muchas ocasiones por razones
meramente ideológicas, tratan de prorrogar unas políticas sobre drogas bastante confu-
sas; y tercero, que ya es hora de enfocar la relación entre drogas y delitos desde más allá
de los prejuicios y los estereotipos, como lo que es de verdad la criminología: es decir,
una de las disciplinas que investiga e interviene sobre un hecho, en este caso las drogas,
como lo que verdaderamente son y suponen en la realidad. Limitarse a comprar el sos-
pechoso relato de otros supone una clara equivocación.
Por tanto, hay que reiterar, ya que es el asunto clave de este texto, que no hay que
seguir dando vueltas en el entorno de las drogas, sino que hay que detenerse, porque la
criminología y, por supuesto, otras disciplinas, deben analizar desde su propia perspecti-
va y proponer políticas y programas en relación con las drogas. A los/las estudiantes de
Criminología no se les debe proponer una mirada de soslayo sobre las drogas, ni darles
a entender que los expertos son otros, porque los expertos cualificados deberán ser ellos.
Bueno, al menos también ellos.
En el ámbito de las drogas existe una serie de definiciones que se supone que configuran
lo que es una droga, incluidos sus efectos y sus consecuencias. Se trata de definiciones
clásicas que aparecen en cualquier texto relativo al tema y que son necesarias, es decir,
que debemos conocer, pero esto, como veremos a lo largo del texto, no significa que
estas sean siempre y en todos los casos las definiciones verídicas y correctas de droga ni
de sus consecuencias, porque como ya se ha explicado, dependen siempre de la noción
de droga que se utilice en cada contexto.
Pero se trata de las definiciones que han constituido la proyección social y científica
más habitual de estas, que, aunque al mismo tiempo deberemos adoptar precauciones
con relación a estos términos, también resulta imprescindible conocerlas para, precisa-
mente, poder interpretar las propias dificultades que plantean.
Comencemos por toxicomanía, que según el Diccionario de la Real Academia Es-
pañola (DRAE) significa: “Hábito patológico de intoxicarse con sustancias que procuran
54
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
55
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
56
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
En la historia del derecho penal, los delitos relacionados con las drogas no existían como
tales, ni los relativos a la delincuencia funcional, tampoco a la inducida, mucho menos a la
relacional y en absoluto a los delitos contra la legislación sobre drogas, tal y como se defi-
nen en el apartado siguiente. El equivalente más cercano era el delito de envenenamiento,
algo que ocurría con relativa frecuencia en las sociedades históricas, aunque parece que
casi ha desaparecido en las nuestras (Muñoz, 2018). Por su parte, los delitos contra la salud
pública, que aparecen antes de que se incluyeran las drogas entre estos, suelen referirse a
cuestiones como “inhumaciones ilegales” y “vender alimentos en mal estado”.
Por tanto, la respuesta es sencilla: no existían delitos vinculados a las drogas. Porque
la categoría droga no existió como tal hasta que fue creada precisamente para designar
un tipo concreto de delito. Es decir, no es la sustancia la que determina el delito, sino la
noción de delito la que determina que una sustancia sea o no sea una droga. Y esto debe
ser muy bien entendido y quedar muy claro.
Lo que actualmente llamamos drogas pertenecían en el pasado y de forma exclusiva
a la categoría de fármacos y medicamentos, más o menos controladas por las corpora-
ciones farmacéuticas (en muchos lugares menos que más); y en el caso del alcohol se
trataba de una bebida que, lo mismo que el tabaco, solo se controlaba por la administra-
ción con fines fiscales: los llamados impuestos especiales.
El hecho de que el producto de comercio que más beneficios proporcionó a la Re-
pública de Venecia durante toda su larga historia fuera el opio no era considerado, ni en
términos legales o éticos, como un delito ni como una falta de moral, y lo único que solía
provocar comentarios mordaces era el precio del producto, que la Serenísima vendía a
toda Europa para que las oficinas de farmacia pudieran producir la imprescindible triaca
magna para evitar los dolores físicos y los padecimientos psíquicos asociados.
La noción de droga surge a partir de los convenios internacionales, una cuestión a
la que por su importancia se le dedica todo el capítulo 3. Pero ya de entrada debemos
aclarar y comprender que los delitos relacionados con las drogas se introdujeron de
57
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
forma progresiva en todas las legislaciones del mundo, a partir de la ratificación de los
sucesivos convenios, unos instrumentos internacionales que desde el segundo (La Haya,
1912) comenzaron a señalar la existencia de determinadas sustancias a las que se iden-
tificó como drogas, así como la necesidad de que cada país penalizara su producción,
distribución, venta y consumo.
Como veremos, la presión de los organismos internacionales para que se ejecutaran
las medidas penales previstas en dichos convenios se disparó a partir de la Convención
Única sobre Estupefacientes de Nueva York (1961), y raro es el país del mundo que en la
actualidad no las ha incorporado, de una manera u otra, a su legislación.
El resultado de este proceso, tan reciente como radical, supone que, según la ONU,
existen en el mundo más de 250 millones de personas que consumen drogas ilegales de
una forma habitual (Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, 2017), lo
que implica que este número tan elevado de “supuestos infractores de la ley por usar
drogas”, que representa casi el 5% de la población mundial de todas las edades, comete
el tipo de delito que parece ser el más frecuente en el mundo global. ¿Cómo es esto
posible? ¿Cómo se ha consolidado en menos de un siglo una forma tan amplia de infrac-
ciones de la legalidad vigente? ¿Cómo es posible que un no delito haya pasado a ser el
delito más frecuente en el conjunto del planeta? Preguntas esenciales que la perspectiva
criminológica debe tratar de contestar.
No dejes de leer
¿Qué dice la Farmacopea Española en sus sucesivas ediciones?
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
Las cosas cambian en la novena edición del año 1954, editada por la Real
Academia de Medicina, donde el número de productos a los que se les asigna la
nueva etiqueta de estupefacientes crece hasta superar los 30, entre los cuales está
de nuevo el cáñamo, pero también el extracto de cáñamo y la tintura de cáñamo,
y de forma sorprendente la efedrina, muy diversos preparados del opio (polvo,
extracto, jarabe, óvulos, diluido, tintura, etc.) así como numerosos y creo que in-
éditos opiáceos, como la etilmorfina. Sigue sin aparecer como fármaco la heroína.
La etiqueta de estupefaciente simplemente implica que “solo se debe dispensar
con receta oficial de estupefacientes”.
Ya no hay más Farmacopeas Oficiales Españolas, porque en el año 1964 en Es-
trasburgo se aprueba un convenio para la elaboración de una Farmacopea Europea,
a la que España no se adhiere hasta agosto de 1987, momento en el que se pu-
blicará la traducción de la segunda edición, en la que España no había participado,
de la Farmacopea Europea (1987) por parte del Ministerio de Sanidad y Consumo.
Finalmente, en el año 1997 se edita la primera edición (lo que significa la renuncia
al pasado histórico) de la Real Farmacopea Española, que además integra la tercera
edición de la Farmacopea Europea. En este momento concluye, de manera formal,
el trayecto singular de las Farmacopeas Españolas. ¿Qué dice esta Farmacopea Eu-
ropea? Pues que las sustancias que son drogas o similares a las drogas de las listas
de los Convenios de 1961 y 1971 (véase capítulo 3) son muchas y es imposible
citarlas en este “No dejes de leer”, aunque todas ellas pueden dispensarse con el
adecuado control.
Ocurre que, cuando las drogas pasan a formar parte de los ordenamientos jurídicos (en
particular, los penales) de los diferentes países, ya no incluyen en exclusiva el supuesto
de “producir, comerciar con o usar drogas”, porque se asocian con las drogas al menos
otros cuatro tipos posibles de delitos que siguen la propuesta del llamado modelo teó-
rico tripartito de Paul Goldstein (1985), que, en el caso español, ha sido confirmado y
ampliado de forma empírica en una investigación clave sobre sentencias de los juzgados
de primera instancia de Vizcaya (Elzo, Lidón y Urquijo, 1992).
Los autores de este trabajo distinguen cuatro tipos de delincuencia en su conexión
con las drogas: por una parte, la “delincuencia inducida” (que equivale al concepto de
violencia farmacológica del modelo Goldstein); por otra, la “delincuencia funcional”
(los delitos compulsivos de Goldstein); después, la “delincuencia relacional” (más o
menos los delitos sistemáticos de Goldstein); y, finalmente, los “delitos contra la le-
gislación en materia de drogas”, de los cuales, y de forma muy sorprendente, se había
“olvidado” Goldstein.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
61
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Al adoptar una perspectiva criminológica sobre las drogas podemos hacer dos cosas tan
antagónicas que son casi agónicas, es decir, solo cabe hacer la una o hacer la otra. Por
una parte, la manera fácil consiste en contemplar los diferentes tipos de delincuencia
vinculada a las drogas que se han descrito con anterioridad simplemente de acuerdo con
la legalidad vigente, esto es, son delito y punto, y como tales vamos a considerarlos y
analizarlos.
Utilizando esta concepción, lo primero que nos llamará la atención será, sin duda,
la extensión y la intensidad de la delincuencia descrita, como veremos en el capítulo 9.
Más de un tercio de los españoles, incluidos parte de los lectores de este texto, son por
este motivo “probables delincuentes”. Pero si utilizamos esta perspectiva, deberemos
renunciar a los objetivos del utilitarismo moral, salvo que seamos capaces de contestar
afirmativamente a la pregunta: ¿causan las drogas tanto mal en nuestra sociedad como
para que al evitarlo produzcamos otros equivalentes o mayores?
De hecho, algunas personas, ante esta pregunta, ofrecen una respuesta positiva, sin
percatarse de que entonces están pidiendo un “estado de excepción”, en el que la “lucha
62
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
contra las drogas” ha justificado la omisión de los derechos individuales, de los derechos
humanos e incluso de los derechos políticos, incluida la propia democracia. También
es cierto que esto implicaría un gran protagonismo para el sistema judicial y que la
criminología fuera la disciplina con más recursos en el ámbito académico. Claro, que
entonces ya no sería criminología.
Pero, en realidad, esto no es así, porque las drogas no tienen la importancia criminal
que se les atribuye, y salvo la delincuencia funcional y la relacional, los demás tipos de
delincuencia son, en términos estadísticos, poco relevantes. En la práctica, aquellos que
aluden a una priorización de una “guerra contra las drogas” viven un delirio, una diso-
nancia cognitiva provocada por la falsa información que se expresa, se compensa y se
resuelve con formas extremas de retórica.
Además, tanto la delincuencia funcional como la relacional tienen mucho que ver
con el estatus legal de las drogas, lo que implica que, como afirman diversos autores,
la modificación de dicho estatus sin duda disminuiría de forma drástica el volumen de
delitos relacionados con las drogas.
Es cierto que, desde el ámbito de la salud, los riesgos, que se supone que también
son muchos y muy intensos, se refieren a la salud pública, y que el sistema judicial es un
mero instrumento para evitarlos. No se trata de delitos, sino de cuestiones de salud. Por
tanto, la evaluación de los resultados del estatus legal de las drogas no corresponde al
sistema judicial, sino al sistema de salud. Pero ¿en algún momento se ha realizado esta
evaluación global y comparada a la que tanto se alude? Lo cierto es que no.
¿Cómo reacciona el sistema penal ante esta situación? Pues trata de adaptarse. Por
ejemplo, la despenalización del consumo en el año 1984 permitió a los tribunales esta-
blecer los límites entre tenencia para el autoconsumo y tenencia para el tráfico (cuyos
límites se explican en el capítulo 3), lo que dejó fuera del delito de tráfico a gran parte
del trapicheo. Algo que sigue vigente en el actual Código Penal y que han aplicado
otros muchos países de variadas e imaginativas maneras. Se trata de una decisión ra-
zonable desde la perspectiva de los derechos de los usuarios de drogas que cometen
este tipo de delito funcional, ya que la acumulación de causas penales les impediría
emprender, como finalmente hace una mayoría de las personas dependientes de drogas,
un proceso terapéutico.
Pero, pensará cualquier lector, ¿no se persiguen, no se ponen multas y no se cierran
locales por el mero uso de drogas? Desde luego, pero se trata de medidas administra-
tivas, bajo el amparo de la Ley de Protección a la Seguridad Ciudadana, de las que el
sistema judicial es ajeno, aunque se puede recurrir a este por medio del contencioso
administrativo. Sin duda, algo razonable, porque si no se hubiera tomado esta decisión,
el sistema judicial español se habría colapsado sin remedio. Aunque, al mismo tiempo,
la sanción administrativa por usar drogas tampoco es lo más razonable y, además, como
veremos, las diferencias territoriales por insuficiencia de recursos policiales contribuyen
a crear una notable falta de cohesión de las policías sobre drogas en España.
63
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Hay que tener en cuenta que uno de los primeros textos en español sobre drogas y
criminología, y que se llamaba exactamente así (Neuman, 1984), escrito en Argentina,
publicado en México y ampliamente difundido por una editorial española, marcó la tra-
yectoria posterior del tema drogas y criminología.
Porque, en realidad, el libro, como ocurre en otros textos citados anteriormente,
no versa sobre criminología, sino solo sobre drogas. Las describe, las clasifica, habla
de intervención y de políticas sobre drogas, realiza un curioso ejercicio de prospec-
ción humanista sobre estas y, solo en un escueto capítulo (de entre 15), desarrolla esta
cuestión sobre drogas y delito, para plantear una serie de preguntas, quizás relevantes
en aquel momento, como: ¿se debe penalizar el uso de drogas?, que le lleva a rechazar
justamente la “represión vindicante”; ¿es el uso de drogas lo que conduce al delito o
a la inversa?, donde afirma que “se delinque con la droga, pero no por la droga”; para
acabar describiendo “la industria del narcotráfico” o “el incremento mundial de la
demanda”.
Son muchos los manuales que siguieron una línea similar y que hablan de drogas
dando por supuesto su estatus legal y poco más, pero ¿constituye este un enfoque crimi-
nológico adecuado sobre el tema de las drogas? Desde luego que no.
No dejes de leer
Los datos de la Memoria de la Fiscalía General del Estado
64
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
Por otra parte, podemos y debemos mirar a las drogas como uno de los objetos singula-
res de la criminología, que las percibe y las analiza de acuerdo con el modelo multidis-
ciplinar del heptágono que se ha descrito en el capítulo anterior. Son, por tanto, y como
se ha considerado de forma tradicional, las sustancias químicas que interaccionan con
el cuerpo humano (CH), pero también contienen información pública (IP), representa-
ciones de la cultura humana (CS), cuestiones relativas a la estructura y a las prácticas
sociales (SC); y hay que tener en cuenta que los usuarios son personas concretas y
singulares (PS), que implican normas jurídicas (NJ) y actuaciones en forma de políticas
de drogas (PA). Lo que supone que no podemos ver las drogas y el alcohol como meras
sustancias, o al menos no podemos verlas desde la criminología.
Para visualizarlas tenemos que tener en cuenta todo el contexto sistémico (el heptá-
gono) que hemos descrito. Hasta ahora, la criminología había entendido que las drogas
eran solo sustancias, pero ha llegado el momento de que una criminología más activa y
más resolutiva las visualice como lo que son: un contexto sistémico. Adviértase que no
se afirma que haya que observarlas en su contexto, es decir, ver el contexto en el que se
desenvuelven dichas sustancias, sino que son el contexto. Así, ya de entrada las sustan-
cias no son solo meras sustancias, sino “sustancias que interaccionan con el cuerpo hu-
mano” (CH), de tal manera que cualquiera de las sustancias, por sí misma, no es nada, si
no interacciona con cuerpo físico, lo que implica que las variadas formas de interacción
65
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
determinan los diferentes efectos y consecuencias. Pero ¿basta con esto? Porque esta
interacción viene determinada también por cuestiones culturales, sociales, informativas,
políticas, normativas y por la propia historia de la persona.
¿Con esto se pretende decir que la clave es esta interacción sustancia-cuerpo? En ab-
soluto, porque el heptágono, como se ha explicado, no implica ninguna jerarquía, lo que
nos permite considerar otros casos; por ejemplo, la consideración de que la distribución
de drogas es un delito solo puede entenderse desde los diversos factores que confluyen
en cada vértice del heptágono, y podemos observar esta relación desde cualquiera. En el
capítulo 3 veremos la importancia de los factores culturales, de su historia y de los que
manejaron o manipularon estos factores y cómo obtuvieron determinados resultados y
produjeron consecuencias indeseables (CS y SC). Pero también podríamos observarlo
desde la óptica de lo individual, de las propias personas, como delincuentes que formal-
mente cometen delitos sin víctima, pero también como víctimas, y no solo de las drogas,
sino de su trayectoria vital o de su proceso de socialización (PS).
Es cierto que hay cosas que, por ahora, aún no podemos hacer. Por ejemplo, si nos
situamos en el vértice de la información (IP), poco podemos decir en términos empíri-
cos de sus relaciones, tampoco disponemos de demasiados resultados sobre la actuación
(PA), aunque para ambos casos podemos formular hipótesis plausibles del tipo: “la pro-
pia actuación produce algunas informaciones y censura otras”. Por ejemplo, produce un
exceso de información sobre el narcotráfico (capítulo 11) y censura la información sobre
determinadas alternativas asistenciales (capítulo 7).
En otros casos, como en el de la relación entre individuo y cultura, disponemos de
una abundante información empírica en los trabajos sobre cultura y personalidad, así
como en los trabajos sobre estudios culturales. En el primer caso podríamos elegir algo
sobre expectativas culturales, uso de drogas y conducta prescrita (Benedit, 1934), en
el segundo sobre proyectos de vida y actitud ante las drogas (Hall, 1975), pero ¿hay
trabajos empíricos en el ámbito de la criminología? Pues son más bien escasos. ¿Y en el
ámbito de la criminología y las drogas? Menos aún. Aunque es posible sugerir hipótesis
del tipo “una cultura que socializa en la violencia incrementa el uso de drogas entre
sus miembros”, o bien “las familias muy estructuradas tratan de invisibilizar el uso de
drogas por parte de sus miembros” o, a la inversa, como “las familias muy estructuradas
excluyen a los miembros que usan drogas, aunque sea de forma temporal”.
Es cierto que estas posibles hipótesis amplían el campo de la criminología hasta
límites un tanto excesivos, pero a la vez debemos tener claro que todo ello forma parte
de la agenda de la investigación y la actuación criminológica. No se trata de destapar y
exhibirlo absolutamente todo, pero sí podemos y debemos comprender lo amplio que es
el territorio de la disciplina de forma global y de manera específica en su relación con
las drogas. Expresado en otros términos, nuestro territorio es muy extenso, pero no tra-
tamos de ocuparlo entero, sí que podemos recorrerlo de muchas maneras o fijar nuestro
interés en el lugar que más nos guste.
66
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
Entonces, ¿cómo podemos realizar este ajuste racional y empírico? Pues resulta que
es una cuestión que consiste en establecer unas pocas reglas y, a partir de estas, todo
será más fácil.
Llegados a este punto, ¿qué significa un ajuste racional y empírico? Lo mismo que decir
científico, siempre que consideremos que todo procedimiento científico requiere una
base teórica racional, que permita formular hipótesis y un trabajo empírico que posibili-
te contrastarlas (Comas, 2013). Si no se definen bien tanto lo teórico como lo empírico,
el resultado es inaceptable.
Por tanto, ¿requiere la buena perspectiva criminológica unas reglas específicas de
ajuste entre lo racional y lo empírico? Desde luego que sí, aunque no se trate de reglas
exclusivas, que quizás se pueden extrapolar a otras disciplinas, y que en este manual va-
mos a expresarlas de una forma específica, como “reglas de ajuste entre lo racional y lo
empírico para el avance de la criminología en el ámbito drogas”. Se trata de tres reglas
principales que para el lector avispado ya deberían ser obvias.
La primera regla es la adecuada contextualización de las drogas. Por contextualizar
se entiende que no debemos fijar la mirada en ninguno de los ángulos o vértices del
heptágono. La mirada de la criminología sobre las drogas no puede ser solo cultural,
jurídica, política, sanitaria, social, psicológica o informativa. Pero a la vez no puede ob-
viar ninguna de estas perspectivas. Y, además, en todas ellas hay que añadir la variable
cronológica (o temporal, si se quiere), porque los contextos del ayer nunca son los con-
textos del mañana, y también lo que en el capítulo anterior hemos llamado disciplinas
necesarias, varias de ellas relacionadas con la metodología.
La segunda regla se refiere a que las drogas no definen su potencial criminológico
desde sí mismas. Lo cual parece obvio, pero no lo debe ser tanto, porque la mayor parte
de las publicaciones criminológicas es lo que hacen: contar cosas sobre drogas sin que
estas cosas se vinculen demasiado con el interés propio de la criminología.
La tercera regla expresa que debemos dar a las drogas exactamente la importancia
criminológica que tienen, ni más ni menos. Es un asunto importante que ayuda a con-
formar el pensamiento criminológico como tal, pero lo es para un determinado periodo
histórico y para sus peculiares circunstancias políticas y culturales, de tal manera que,
una vez que la criminología haya resulto esta determinación, su importancia, sin duda,
decaerá.
¿Son suficientes estas tres reglas? Sin la menor duda, porque a pesar de su aparente
sencillez, representan una opción holística para la disciplina y responden como tales al
principio de la parsimonia. Quizá, la mayor dificultad para efectuar este ajuste racional y
empírico es que las tres reglas se apliquen con rigor.
67
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
La atracción morbosa por la temática criminológica
¿Qué significa morboso? Suponemos que todo el mundo lo sabe, pero, por si acaso,
vamos a aclararlo. Para el DRAE es: “3. Que provoca reacciones mentales moral-
mente insanas o que es resultado de ellas”. Por tanto, una atracción morbosa es
un interés moralmente insano por una determinada cuestión, situación o hecho.
Los temas criminológicos, como ya se ha explicado en el capítulo anterior,
producen rechazo entre algunos sectores de la sociedad, pero al mismo tiempo
una atracción morbosa en otros. No se trata necesariamente de personas dife-
rentes, ya que en algunas ocasiones rechazo y atracción aparecen a la vez en las
mismas personas y segmentos sociales. Esto ocurre, afirman algunos psiquiatras y
psicólogos, por la creciente fascinación por el mal en sociedades cada vez más se-
guras, como la nuestra, lo que explica la existencia de este doble vínculo (rechazo/
atracción) elevado al cuadrado, porque, por una parte, al mismo tiempo que nos
seducen repudiamos a los “malvados absolutos”, quizás porque son cada vez más
escasos en nuestro entorno inmediato y solo podemos verlos en los medios de
comunicación, y por otra, también sentimos, a la vez, empatía y atracción por la
suerte de la víctima.
No podemos ni debemos afrontar el estudio y la práctica de la criminolo-
gía sin tener en cuenta esta realidad, que podremos ver y explicar en diferentes
momentos. Por ejemplo, ya hemos visto cómo ciertos ámbitos de determinadas
disciplinas sienten rechazo hacia la criminología. También cómo desde las propias
drogas se considera que el “ámbito jurídico penal ha quedado obsoleto”, lo cual
no solo es un autoengaño, sino también un acto de rechazo.
Pero en este punto queremos aclarar un hecho a partir de un ejemplo: sabe-
mos que ciertas personas pueden ser muy aficionadas a los videojuegos violentos,
a las películas o a las series bélicas, y que además cuanto más violentas sean más
les gustan, sin embargo, no soportan los planos cercanos en las informaciones
sobre guerras reales en un telediario; en cambio, otras personas no soportan ni
videojuegos, ni películas, ni series ni literatura violenta y, sin embargo, se “estimulan
de forma positiva” frente a las noticias reales que hablan de violencia o maltrato
(Comas, 2001).
¿De dónde surge esta atracción morbosa por los temas de la criminología?
Desde luego se retroalimenta constantemente desde la creación y la comunica-
ción: novelas, series, películas y reportajes situados en el terreno criminológico
nos bombardean a diario, y sin cansarnos, con asuntos policiales, penales y foren-
ses, porque esto es precisamente lo que la gente quiere ver y, por ello, obtiene
mayores audiencias.
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Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
Pero en este punto debemos hacernos una pregunta: ¿todo esto es lo real o
es una estrategia para invisibilizar la realidad? Pues no hay más que visualizar algu-
nas películas y series sobre cárceles. ¿Alguna se parece lo más minino a cualquier
cárcel española actual? En absoluto. No se trata aquí de valorar si en la realidad
son peores o mejores, pero desde luego son muy, pero que muy, distintas. Por
tanto, podemos afirmar que la amplia audiencia televisiva de series y de novelas
sobre asuntos propios de la criminología tiene mucho que ver con el hecho de
que se perciben como asuntos abstractos, lo que facilita su carácter morboso, que
no tienen nada que ver con la propia vida real o con el entorno.
A la gente le gusta las películas sobre prisiones, especialmente cuando hay
violencia y fugas, pero se trata de prisiones imaginarias que en nada se parecen a
la realidad penitenciaria. Es cierto que en España hay fugas, pero no saltando vallas
ni haciendo túneles, sino aprovechando los permisos penitenciarios. De hecho,
ocurre muy pocas veces, porque ¿cómo vas a poner en riesgo un permiso por no
volver a la prisión? Los casos concretos de fugas son muy simples. Por ejemplo, en
una “salida cultural” se ha esperado el último momento del cierre de las puertas
del metro, para salir, dejando en el vagón al resto de los presos y a los acompa-
ñantes. Algo que sin duda posee un escaso glamur y “heroicidad”. No creo que
lleguemos a ver esta escena en ninguna serie, aunque podría ser muy graciosa.
De hecho, el éxito del morbo tiene mucho que ver con su condición de “fan-
tasía ideal”, un ideal platónico, aunque en este caso negativo, sobre el mundo, que
como no es la realidad, ni se le parece, no está obligado a seguir las reglas de la
vida. Para entenderlo bien podemos compararlo con el actual al éxito (mundial)
de la pornografía: saber que no es verdadera sexualidad, y en muchos casos ni si-
quiera físicamente posible, es precisamente la garantía de su amplia audiencia. Algo
similar a lo que ocurre con el éxito de la ciencia ficción.
En el caso de las drogas, el ideal morboso, y muy en particular el ideal de
la transgresión morbosa, suele ser, como veremos, uno de los elementos más
reveladores de su atracción y de su utilización, hasta el punto de que muchas sus-
tancias son, en el mercado negro, falsificaciones o están tan adulteradas que no es
razonable sentir sus efectos. Pero esto no es relevante para sus usuarios, porque lo
importante es participar en el ritual de transgresión y poder comportarse como
si los efectos fueran ciertos.
¿Puede ocurrir que algunas personas se acerquen a la propia criminología en
busca de este ideal morboso? Pues claro que sí, de la misma manera que puede
ocurrir en cualquier otra disciplina, donde también es posible imaginar todo tipo
de situaciones, pero, sin duda, el conocimiento, en particular el conocimiento real
y concreto sobre los hechos que debe poseer cualquier criminóloga/o, diluye esta
morbosidad platónica. En todo caso, no estaría de más ir pensando, en el ámbito
propio de la criminología, en un sistema de supervisión personal que, como suce-
69
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
70
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
71
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
bien conocidos y accesibles como mal interpretados: el primero compuesto por los dere-
chos humanos e individuales, el segundo por los derechos de ciudadanía o los derechos
sociales y el tercero por una evaluación adecuada y realista de las necesidades prácticas
de la salud pública.
72
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
la actualidad, en ciertos ámbitos territoriales o profesionales, siguen sin respetarse, sin que
esto cause demasiado escándalo. También es cierto que disponer del argumento de “falta de
respeto a los derechos humanos” cada vez es más contundente, pero quizá no lo suficiente,
porque son muchos los que aún piensan que las drogas representan “un riesgo excepcional”.
Podríamos repasar la historia de los derechos humanos, pero nos limitaremos a fijar
la explicación vigente y sus contenidos, porque el artículo de Wikipedia que describe
esta evolución es excelente. En el mismo artículo se pueden observar los principales
debates que envuelven el concepto, así como alguna de las propuestas alternativas (Wi-
kipedia: derechos humanos).
En cualquier caso, en el ámbito de las drogas las cosas son más sencillas. Tan senci-
llas que nos hemos limitado a transcribir en el adjunto “No dejes de leer” una serie de ar-
tículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea
General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Se trata de que “las leamos
y al mismo tiempo reflexionemos” sobre cada uno de los artículos seleccionados con
relación a las drogas y, por supuesto, en relación con las personas que tienen problemas
con ellas. Realizada esta acción podremos entender sin más cuál debería ser el “enfoque
de derechos en el ámbito de las drogas”.
No dejes de leer
La Declaración Universal de Derechos Humanos y las drogas
1.- Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y,
dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente
los unos con los otros.
2.- Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Decla-
ración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o
de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento
o cualquier otra condición.
3.- Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su
persona.
5.- Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o
degradantes.
6.- Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su
personalidad jurídica.
7.- Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protec-
ción de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación
que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.
10.- Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída
públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la
73
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
AUTOR: no
aparece este Pero este planteamiento tiene también sus críticos, uno de ellos es Boaventura de
año en la bi- Sousa Santos, que sostiene que “la globalización se define como un proceso a través del
bliografía. cual una determinada condición o entidad local amplía a su ámbito a todo el globo y, al
hacerlo, adquiere la capacidad de designar como globales las condiciones o entidades
locales” (De Sousa Santos, 2000). Es decir, las perspectivas globales responden a lógi-
cas de imposición y dominio y este paradigma incluye los derechos humanos, a los que
nunca califica de “universales” sino de “un hecho local que se globaliza exitosamente”
(De Sousa Santos, 1998b), frente al que propone “una insurgencia local que defina dere-
chos propios” (De Sousa Santos, 1998a).
En realidad, Boaventura de Sousa Santos no propone sistemas alternativos de dere-
chos humanos, sino más bien la posibilidad de estudiarlos, bien “desde arriba”, es decir,
desde lo global, o bien “desde abajo”, esto es, desde lo local, pero entendido en térmi-
nos de “comparación cosmopolita”, que facilitaría una “reconstrucción multicultural de
los derechos humanos” que se supone que sería muy distinta del ideal de los derechos
humanos universales que responden a la impronta de la sociedad liberal total, que no
toma en cuenta las peculiaridades locales.
74
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
75
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
de derechos compensatorios para justificar aquello que suelen enunciar los principios
constitucionales de una mayoría de países y, por supuesto, la Declaración Universal de
los Derechos Humanos. Una situación desigual requiere constantes correcciones para
que la desigualdad no crezca o no se estabilice. Entre estos mecanismos compensatorios
se menciona una adecuada política fiscal redistributiva, un sistema educativo y sanitario
público, accesible y universal, procedimientos para corregir el acceso a la vivienda, un
sistema de pensiones estable y garantizado, así como garantías mínimas y diversos apo-
yos a los colectivos excluidos que tienen dificultades para llevar una vida socialmente
integrada e integral sin dichos apoyos.
En realidad, son estos últimos los derechos que suscitan amplios debates en nuestras
sociedades entre dos posturas antagónicas. Por una parte, aquellos que piensan que “to-
das las personas tienen derecho a una subsistencia mínima por ser seres humanos” y, por
otra, los que creen que “esto es malo para el conjunto de la sociedad porque desmotiva
hacia la responsabilidad y el trabajo”. En todo caso, se han logrado algunos avances
significativos como, por ejemplo, las leyes de dependencia, los salarios mínimos ga-
rantizados (que en España son muy diferentes según sea la comunidad autónoma de
residencia) y, por supuesto, la amplia legislación y recursos destinados al ámbito de las
“minusvalías o discapacidades”.
Pero ¿en el ámbito de las drogas se han desarrollado estos procedimientos de com-
pensación? Lo cierto es que no, ni tan siquiera ante los casos graves de dependencia, ni
en España ni incluso en otros países con leyes más activas. ¿Por qué? Pues porque el uso
de drogas se entiende, no tanto en las leyes como en los procedimientos de intervención,
como una causa de exclusión. Es decir, son muchos los ciudadanos que opinan, de forma
más o menos explícita que “cómo has utilizado drogas y has tenido problemas con estas,
no tienes los mismos derechos que el resto de los ciudadanos, por tanto, no vamos a re-
conocer tus derechos de ciudadanía porque esto sería darte un premio que no mereces”.
La denegación de los derechos sociales a los usuarios problemáticos de drogas no
es la única negación de estos derechos a un colectivo concreto, pero sin duda es la que
afecta a más personas y de una manera más intensa. Sin embargo, es un hecho poco
conocido, raramente descrito y mucho menos denunciado. La criminología debería, al
menos, tener en cuenta que esto ocurre, analizar por qué y lo que supone.
2.5.3. ¿Se puede preservar el derecho a la salud pública al tiempo que se reconocen otros
derechos?
76
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas
Primera propuesta
Dice el alumno: “Como creo que he entendido bien la idea de que las drogas en su
condición de sustancias químicas son solo una variable dependiente de una expli-
cación científica más general, en particular la que puede aportar la criminología,
puedo imaginar por tanto tres o más circunstancias personales en las que resul-
ta que, de forma automática, irracional o inconsciente, utilizo la creencia de que
77
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Segunda propuesta
Tercera propuesta
78
3
Los convenios internacionales:
contenido y consecuencias
79
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En el capítulo anterior se han definido las drogas y el concepto droga desde la perspec-
tiva formal (y la más adecuada a la criminología) de “las sustancias que figuran en los
anexos de los convenios internacionales de fiscalización”. Para entender mejor dicha
definición y en particular el concepto de droga en singular, es necesario exponer la rele-
vancia que tienen el origen y la genealogía referentes a la creación de la propia categoría
drogas.
Se trata de un inicio muy concreto pero que, a la vez, aparece asociado a los ar-
gumentos utilizados para la penalización de su utilización, su comercialización y su
producción, la delincuencia funcional asociada e incluso, como se irá viendo, las con-
secuencias sobre la salud y el bienestar personal, familiar y social. Es decir, las drogas
no existían, pero de repente no solo aparecieron, sino que lo hicieron asociadas a carac-
terísticas, hechos y consecuencias que hasta entonces también eran desconocidas. Para
entender bien esta idea hay que comprender que la raíz fundacional de la categoría de
las drogas y sus efectos se corresponde con el mismo instante de su penalización. Otra
manera de expresarlo se puede formular a la inversa: la penalización de las drogas fue el
acontecimiento histórico que constituyó la noción y la categoría drogas.
Cualquier persona que se considere criminóloga debe comprender que vista la cues-
tión desde las drogas o vista desde el derecho penal, se trata del mismo hecho, que ex-
presado de forma sencilla equivale a decir: “las drogas no existían hasta que no fueron
penalizadas, las drogas no fueron penalizadas hasta que no existieron”.
Por este motivo, la propia categoría (o si se quiere noción) de drogas solo puede
interpretarse desde la lógica jurídica y política, desde el relato y desde los instrumentos
de control que establecen una serie de acuerdos internacionales. Sin estos acuerdos, las
categorías jurídica, social, sanitaria, educativa, política e incluso cultural que en la ac-
tualidad llamamos drogas no existiría.
Esto es algo que nadie niega, empezando por los propios organismos internaciona-
les, desde Naciones Unidas, hasta la Unesco, pasando por la Organización Mundial de
la Salud y siguiendo por las estructuras político-administrativas de la mayoría de los
Estados. Algo que resulta evidente en la legislación sobre drogas, que no solo alude a
dichos acuerdos internacionales, sino que se sustenta y se desarrolla a partir de los ellos,
algo que es tan innegable que ni tan siquiera se suele mencionar.
La idea de que las drogas existen porque existe la fiscalización de las drogas es algo
de lo que presume la propia Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito
(ONUDC), así, cuando en 2007 encarga a uno de sus técnicos, Thomas Pierschmann, un
informe que se titula “Un siglo de fiscalización mundial de drogas”, y que publica en su
80
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
81
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
países como España estas sustancias estaban en las boticas, en los estancos o en los co-
mercios, y en algunos casos formaban parte del conocimiento tradicional y, por esta vía,
del autoconsumo. El derecho penal solo intervenía ante los envenenamientos, la mayor
parte de los cuales se producían por sustancias diferentes a las que después han sido
clasificadas como drogas.
Todo cambió de forma muy acelerada en el siglo xx a partir de la ratificación de los
convenios internacionales sobre drogas por un creciente número de países, estas ratifi-
caciones supusieron una modificaron del estatus legal de las sustancias, que pasaron al
ámbito de los delitos contra la salud pública, según se fueron incorporando a los suce-
sivos convenios.
Hay que comprender muy bien este proceso: las decisiones, las políticas y la defi-
nición de las drogas como tales (y cuáles eran las sustancias que debían formar parte de
la categoría drogas) no se tomaron nunca en ningún país concreto (salvo en algunos ca-
sos por Estados Unidos), sino en organizaciones internacionales, lo que implica que, si
queremos entender el contenido, en especial el contenido jurídico, de dichas decisiones,
debemos conocer bien la dinámica y el contenido de estos instrumentos. Por este motivo
se dedica un capítulo integro a dicha cuestión.
También resulta esencial entender que la conformación del delito contra la salud pú-
blica que supone el uso, el tráfico y la comercialización de determinadas drogas no apa-
rece de forma espontánea en ningún país, ni responde a hechos y acontecimientos que
ocurrieran en alguno de ellos, salvo, y como ya se ha dicho, en algunos casos concretos
en Estados Unidos de Norteamérica. Las drogas se convierten en un objeto propio del
derecho penal porque se firman una serie de convenios internacionales ligados, como
veremos, a determinados acontecimientos políticos como el acuerdo de Paz de Versalles,
en 1918 y la posterior creación de la Sociedad de Naciones y, de una manera aún más
directa, la constitución de las Naciones Unidas, en 1946.
Conferencias y acuerdos de índole política, gestados básicamente por diplomáticos,
pero que supusieron torpedos en la línea de flotación de las políticas penales de los
países y transformaron la dinámica criminal de todo el planeta. Tratar de explicar esta
dinámica penal al margen de este contexto produce un relato tan incompresible como
improcedente.
Pero una vez clarificada la relación entre penalización de las políticas sobre drogas,
hay que formularse la pregunta: ¿por qué ocurrió esto?
82
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Las políticas sobre drogas que se iniciaron en Shanghái en el año 1909, y que se sus-
tentan en la lógica del movimiento puritano, también fueron posibles gracias a otro
84
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
85
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
86
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
La idea del paraíso sin contaminar que incluía de forma destacada la práctica de una
sexualidad libre y no pecaminosa parece tener poco que ver la noción de puritanismo
que, según el DRAE, significa: “1. Dicho de una persona, que real o afectadamente pro-
fesa con rigor las virtudes públicas o privadas y hace alarde de ello”. Pero tenía algo en
común con el puritanismo, el darwinismo social, la eugenesia, el romanticismo y Rous-
seau e incluso con el maltusianismo radical y con la noción de comunismo primitivo:
“El tiempo pasado fue mejor y debemos recuperarlo como sea”. Una noción que a la vez
se ligó a la idea de “debemos corregir algunas cosas para evitar este inexorable declive
humano”, que en muchos lugares adquirió un fuerte contenido nacionalista expresado
como “debemos evitar, como raza, mezclarnos con extraños” y que en otros lugares,
a veces superpuestos, se expresó (hasta no hace tantos años) como “debemos evitar el
nacimiento de niños/as que no contribuyan a mejorar la raza”.
Existe, como ya se ha explicado, abundante bibliografía, fundamentalmente de tipo
académico (sociología e historia de las ideas políticas), sobre esta cuestión, que no se
va a incluir en esta apretada, y espero que inteligible, síntesis. El hecho de que este sea
un manual de criminología y drogas en el que se deben dar a conocer estos factores
históricos, que además gozan de un amplio consenso, con la finalidad de poder enten-
der algunas nociones y explicaciones, nos induce a ser muy escuetos y a no recargar
la bibliografía. En todo caso, es fácil, siguiendo los nombres y los conceptos citados,
localizar en el ámbito digital referencias complementarias
Pero una vez dicho esto, el lector y los/las estudiantes, se pueden plantear en este
punto: “Pero vamos a ver, ¿qué tiene que ver esto con la criminología?”. Pues mucho,
tanto si pensamos en los orígenes de la disciplina y mucho más, como veremos a conti-
nuación, como si se está intentando dilucidar una perspectiva criminológica en relación
con el alcohol y otras drogas.
Porque la propia noción de droga, surge como una proyección política e ideológica
del temor a la descomposición, entendida como peligro y riesgo personal, psicológico,
biológico y social, es decir, una involución que nos estaría conduciendo de forma inevi-
table hacia una irreparable distopía.
En consecuencia, las medidas tomadas para afrontarlo, en particular las penales, solo
adquieren legitimidad si suponemos que existe una amenaza real, una amenaza de de-
terioro y decadencia extremos en nuestras sociedades que debemos evitar como sea y
por los medios que sea. Es decir, de forma excepcional y olvidando todos los principios
jurídicos y éticos que rigen para otras cuestiones. Se trata de una supuesta cuestión básica
(y natural) que tenía que ver con nuestra propia supervivencia porque, además, los otros,
los que no toman medidas excepcionales contra las drogas, ya no van a tener salvación.
Sin la confluencia de un sustrato puritano, sin la expansión social y mediática del
darwinismo social y el ideal romántico del buen salvaje, sin la existencia de una fuerte
creencia en el paraíso primigenio y sin el proyecto de una eugenesia negativa conforman-
do un paradigma integral, la moderna noción de droga no se habría construido jamás.
87
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Siempre se cita que el primer convenio fue el de Shanghái y que se firmó en el año 1909.
Pero esto no es del todo cierto, porque en realidad la reunión de Shanghái fue solo una
conferencia que no produjo ningún acuerdo multilateral formal, aunque sí es verdad que
dio publicidad a diversos documentos que facilitaron la creación de un “relato político”
que se ha mantenido casi sin fisuras hasta la actualidad.
La documentación producida por la conferencia es bastante extensa, pero se limi-
ta a cuestiones económicas y en gran medida propias del comercio internacional. Los
diversos documentos hacen gran hincapié en las estadísticas de este comercio y parece
que este fue el gran tema de la conferencia. Pero en realidad, en Shanghái se estaba
creando un nuevo e inédito relato político. Una cuestión que debemos tratar de entender,
principalmente porque el relato que se construyó en Shanghái se convirtió, con escasas
modificaciones, en el modelo de políticas de drogas a lo largo del siglo xx y en este
inicio del siglo xxi.
Debemos entender con claridad que los referentes culturales básicos que en forma
de relatos emergieron en Shanghái, de una forma más o menos original y repentina, se
expresaron en los sucesivos convenios internacionales de fiscalización de drogas, que
simplemente aportaron nuevos procedimientos burocráticos y de control, pero que nun-
ca se preguntaron “¿por qué hacemos esto?”, dando por supuesto que la pregunta ya se
había respondido de forma clara y efectiva en la conferencia fundacional. Incluso en la
actualidad, la historia oficial del proceso internacional de fiscalización de drogas, tal y
como la cuenta Naciones Unidas, le dedica más espacio a la documentación presentadaAUTOR:
en aquella conferencia que en todos los convenios siguientes (Pietschmann, 2007). no aparece
en la biblio-
grafía.
3.2.1. ¿Por qué se realizó una conferencia en Shanghái en 1909?
88
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
las consecuencias (en particular las familiares) del consumo de opio en China. También
eran frecuentes los testimonios sobre las consecuencias del consumo de morfina y he-
roína.
El segundo factor tiene que ver con las consecuencias de la guerra entre España y
Estados Unidos, en el año 1898, que concluyó en unos pocos meses con el Tratado de
París el 10 de diciembre de 1898, por el que España acuerda la independencia de Cuba
(aunque Estados Unidos adquiría un papel tutelar) y cedía a Estados Unidos sus colonias
de Filipinas, Guam y Puerto Rico. En el caso de Filipinas se produjo una revuelta contra
los nuevos ocupantes que desembocó en la guerra filipino-estadounidense (1899-1902).
Al ocupar Filipinas, Estados Unidos tenía varios objetivos, primero producir una
inmersión idiomática (que consiguió), segundo, cambiar el catolicismo de los filipinos
por un cristianismo evangélico (que entonces no consiguió), y tercero, hacerse con un
territorio muy estratégico aprovechando las ventajas comerciales de Manila. Uno de
los tesoros de Manila era las rentas del anfión, un sistema monopolístico de estanco del
opio que se vendía directamente a comerciantes chinos en Manila, los cuales lo trans-
portaban y lo vendían en China. Los impuestos especiales relacionados con el estanco
del anfión se supone que financiaban al Gobierno colonial, sin que a España le costara
nada mantener la administración colonial. En un primer momento, los ocupantes nor-
teamericanos pensaron en mantener el sistema, convenientemente privatizado, pero la
opinión pública norteamericana no lo iba a permitir (Martín y Gamella, 1992).
En 1903 se convocó en Manila una comisión del opio presidida por el obispo episco-
paliano de nacionalidad canadiense Charles H. Brent, que estableció un periodo de tres
años para eliminar el monopolio del opio al tiempo que se anunciaban medidas de apoyo
y asistencia a los usuarios que nunca se plasmaron en nada. Se estudiaron varias alter-
nativas de regulación, pero finalmente se estableció una prohibición total con medidas
penales para los que la incumplieran. Este primer texto prohibicionista es la Ley para
revisar y modificar las leyes arancelarias de las islas Filipinas, que aprobó el Congreso
de los Estados Unidos en el año 1905 y que entró en vigor en 1908.
Una vez promulgada dicha ley fue muy natural que Estados Unidos, que había re-
nunciado a los beneficios que le proporcionaba el anfión, presionara a otros países argu-
mentando que el tráfico de opio en China era una inmoralidad.
El tercer factor, un tanto desconocido, tiene que ver con el imperio turco, el provee-
dor histórico de opio desde el siglo xiv. Tras las guerras del opio, el primer proveedor
mundial paso a ser el Imperio británico, que controlaba las plantaciones de Bengala,
manteniéndose los demás proveedores a una cierta distancia. Los productores turcos no
pudieron colocar todo el opio que producían y comenzó a venderse y distribuirse en su
extenso Imperio, cosa que, tras la experiencia China, empezó a preocupar a las propias
autoridades turcas.
El último factor tenía que ver con el creciente ritmo de producción de opio en
China, que se incrementaba a tal velocidad que era previsible que en unos pocos años,
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
el mercado internacional del opio, tal y como existía desde hacía más de tres siglos,
fuera a desaparecer por la emergencia de nuevos productores autosuficientes, en par-
ticular, la propia China. La cuestión para este país era que no tenía manera de contro-
lar su propio cultivo mientras existieran los tratados que le obligaban a permitir, sin
cobrar siquiera aranceles, la introducción y comercialización del opio procedente de
otros países. Los tratados se lo impedían, pero ¿qué ocurriría si se declaraba ilegal el
comercio de opio?
90
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
No dejes de leer:
Los intereses de los participantes en la Conferencia de Shanghái
Lo primero que hay que destacar es que España no estaba y era el único país
expresamente excluido, porque casi todos los demás estaban vinculados a las
potencias coloniales que poseían enclaves en China (o cercanías) desde los que
comerciaban con opio. En los documentos de la conferencia se menciona en
múltiples ocasiones Manila, pero entonces Manila ya no era España y el nuevo
ocupante acababa de ilegalizar la renta del anfión.
Los países participantes eran China, Portugal (desde Macao), Francia (desde
la concesión francesa de Shanghái e indochina), Alemania, Austria-Hungría, Japón
e Italia (desde Tianjin), además Japón acababa de ocupar lo que en la actualidad
es Taiwán, Siam (desde sus propias fronteras que conforman en la actualidad el
“triángulo de oro”), Rusia (desde la península de Liaodong y el puerto de Port
Arthur), Holanda (desde diversos puertos indonesios) y, por supuesto, Inglaterra
(desde Hong-Kong, Singapur y otros territorios).
La correspondiente posición estratégica de Estados Unidos era Manila, pero
acababa de entrar en vigor, unos meses antes, la liquidación del monopolio. El único
que no tenía una concesión o un puerto franco era Persia, y quizás por esto envió
a la conferencia a “un importante comerciante de opio sin ninguna acreditación
diplomática”. Tampoco acudió Turquía, a pesar de su manifiesto interés y de haber
sido invitada, quizás porque solo se iba a hablar de China, pero también porque
“no entendía por qué en la conferencia había tantos clérigos cristianos sin ningún
estatus definido” pero que llevaban la voz cantante. En este sentido, anunció que
acudiría a una reunión cuando solo estuvieran representantes de Gobiernos.
En realidad,Turquía tenía razón, ya que, por ejemplo, Estados Unidos no mandó
una delegación sino una comisión (a una conferencia internacional entre países),
formada por cuatro personas, el ya mencionado obispo Brent, que fue nombrado
presidente de la conferencia, aunque no era tan siquiera norteamericano, sino ciu-
dadano de otro país (Canadá), que no participaba en la conferencia, dos misioneros
y un abogado de grupos cristianos. La presencia de los misioneros y clérigos se ha-
cía sentir en otros países salvo Persia, Siam, Italia, Japón, Portugal y Austria-Hungría.
En realidad, los clérigos (casi todos evangelistas) ejercían una amplia influencia por-
que formaban parte de una armada multinacional que se expresaba desde normas
morales propias, con el apoyo de amplios sectores de la opinión pública en sus paí-
ses. Las andanzas, político-religiosas, del obispo Charles Henry Brent (1863-1929),
en el contexto Manila-Shanghái y en otros países, han sido descritas por Antonio
Escohotado con una ironía bien merecida (Escohotado, 1989).
¿Por qué se reunieron estos y no otros países? Pues porque todos ellos, como
hemos visto, tenían concesiones en China, las concesiones eran unos particulares
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
puertos francos, en los que no existía aduana con China, y que se habían estable-
cido a partir de las guerras del opio. La mayor parte de los países citados contaba
con opiniones públicas favorables a que concluyera el escandaloso tráfico de opio
en China, y el tema de la conferencia era el opio, pero subyacía la idea de que
aquellas concesiones creadas en su día con el fin principal de poder vender opio,
no debían “ser devueltas a China” ahora que se habían convertido en centros de
un variado comercio, de finanzas e incluso manufacturas. Si el comercio del opio
acababa, ¿qué iba a pasar con las concesiones?
En realidad, a China le importaba entonces más el problema del opio que
las concesiones, de tal manera que, concluida la conferencia y en pocas semanas,
China firmó sendos tratados con Inglaterra y Portugal para eliminar el comercio
de opio, garantizando así la continuidad de las concesiones. Estos dos países
fueron los que conservaron, por más de un siglo, sus concesiones en Macao y
Hong-Kong.
3.2.3. ¿Por qué se eligió el campo del derecho penal para aplicar aquellos acuerdos?
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
En tercer lugar, es cierto que los mercados se regulan mediante normas administra-
tivas y procedimientos mercantiles, pero entre los participantes de Shanghái aparecían
personas que no se movían con una lógica jurídica, sino con la perspectiva religiosa del
castigo. Por tanto, se debían aplicar “verdaderos castigos” a conductas que transgredían
el orden natural y sagrado de las cosas.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En el artículo 295 del Tratado de Versalles (28 de junio de 1919) se estipuló lo si-
guiente: “Las altas partes contratantes que no hayan firmado todavía, o que habiéndolo
firmado no hayan aun ratificado el convenio sobre el opio, firmado en La Haya el 23 de
febrero de 1912, acuerdan poner en vigor dicho convenio, y publicar al efecto, tan pron-
to como sea posible, y lo más tarde dentro de los doce meses siguientes a la entrada en
vigor del presente tratado, las disposiciones legales necesarias. Convienen además las
altas partes contratantes, con respecto a la que de entre ellas no haya ratificado todavía
el expresado convenio, en que la ratificación del presente tratado equivaldrá, por todos
los conceptos a dicha ratificación y a la firma del protocolo especial abierto en La Haya
con arreglo a las resoluciones de la tercera conferencia sobre el opio, celebrada en 1914
para poner en vigor el referido convenio”.
Como los acuerdos de Versalles involucraban a un gran número de países, el proceso
de fiscalización realizo un gran salto cuantitativo, en torno a cincuenta, pero en ellos no
figuraban algunos firmantes del Convenio de La Haya, en particular Rusia y Turquía, que
entonces afrontaban sendas guerras civiles, pero sí otros Estados, como todo el ámbito
anglosajón (Australia, Sudáfrica, Canadá, Nueva Zelanda), gran parte de Latinoamérica
(Brasil, Uruguay, Bolivia, Cuba, Nicaragua, Perú, Honduras, Nicaragua, etc.), casi toda
Europa, salvo Suiza, España y los países escandinavos. Obviamente, la firma de Francia,
Reino Unido, Bélgica y Holanda involucraba a todas sus colonias, lo que suponía que más
de dos tercios de la población mundial se encontraban de repente bajo las obligaciones
emanadas del sistema internacional de fiscalización de drogas. En todo caso, estos mis-
mos países son los que al firmar aquel acuerdo, constituyeron la Sociedad de las Naciones.
Expresado en otros términos, los acuerdos de Versalles (o la Paz de Versalles, como
se denominó entonces), supuso el inicio del sistema multilateral, global y general de
control de las drogas, de acuerdo con las demandas de la Conferencia de Shanghái.
Parece sensato pensar que sin la Primera Guerra Mundial y vistos los precedentes del
Convenio de La Haya, el contenido de los acuerdos sobre drogas logrados en Versalles
sobre drogas se habría retrasado, al menos por un tiempo.
No dejes de leer
La construcción del relato farmacológico de droga. El papel de Louis Lewin
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
error sistemático. Porque ¿desde cuándo podemos hablar de droga? Pues desde que
empiezan a firmarse los convenios internacionales. Hasta esta fecha, el opio era solo
opio, la coca solo coca y el alcohol solo alcohol, y pensar siquiera en agruparlas bajo
una única categoría, lo mínimo que podría producir era perplejidad.
Pero, se alegará, la noción de droga no es solo una categoría jurídica, porque
en el ámbito biológico, y en particular en la farmacología, se identifica la categoría
común droga desde hace mucho tiempo, pero ¿desde cuándo? En realidad, desde
que el farmacólogo y toxicólogo alemán Louis Lewin (1850-1929) agrupó lo que
habían sido diversas sustancias en una única categoría que, además, con el tiempo
se fue superponiendo a la categoría jurídica de droga.
Lewin trabajó durante toda su vida en el aislamiento de principios activos de
diferentes plantas usadas por la medicina popular de diferentes países. Esta era la
acción estratégica que proporcionó a la industria farmacéutica alemana su premi-
nencia mundial hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Lewin aisló varios
alcaloides del Kava-Kava, del mescal o peyote, lo que le convirtió en un experto en
sustancias que modifican la conciencia. En su complicada vida profesional también rea-
lizó además una importante contribución con sus Observaciones sobre 110 casos de
intoxicación con morfina” (1874), con las que puso a punto la noción de dependencia,
que además asoció a factores de deterioro físico que incluían de forma relevante la in-
capacidad para la fecundación. Lo que entonces, en plena hegemonía del darwinismo
social, constituía un factor que ocasionaba un alto grado de alarma social y política.
En el año 1924 publicó el resumen de todos sus trabajos en el libro Phan-
tastica, donde presentaba cinco tipos de sustancia: inebrantes (como el alcohol
y el éter), excitantes (como el khat y las anfetaminas), euforizantes (en los que
paradójicamente se incluían todos los opiáceos), hipnóticos (como la kava) y phan-
tasticos (peyote y ayahuasca). El libro se tradujo y se publicó en París en 1928, por
la editorial Payot, con el sorprendente título de Los paraísos artificiales, con un gran
éxito de ventas, lo que facilito su continua reedición. El éxito tenía que ver con el
hecho de que fue considerado a modo de guía para utilizar drogas, e incluso en las
décadas de 1960/1980 en España, en una generación que con una buena formación
en francés como idioma extranjero, los jóvenes psiquiatras y psicólogos compar-
tían con los usuarios contraculturales la lectura del libro.
El corazón del texto es la noción común de efecto principal, entendido como
una propiedad común de todas las sustancias citadas por Lewin. Por efecto principal
se entendía una “percepción psicofísica particular” propia de cada sustancia, pero
presente en cada una de ellas, lo que permitía identificarlas como drogas. Para
Lewin, lo importante era identificar este efecto principal que aparecía desde en la
morfina hasta en el peyote. Para realizar esta identificación del efecto principal de
cada sustancia mezcló observaciones empíricas realizadas en hospitales psiquiátri-
cos con relatos subjetivos realizados por chamanes mejicanos (Comas, 1986). La
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
Lejano Oriente, y con el que se trató de responder a las reclamaciones y exigencias chi-
nas por parte de aquellos países que habían participado en la Conferencia de Shanghái.
Finalmente, en junio de 1936, se acordó también en Ginebra el Convenio para la
Supresión del Tráfico Ilícito de Drogas Nocivas, que iba a entrar en vigor en octubre de
1939, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial un mes antes lo impidió. El fallido
convenio de 1936 se centraba por primera vez en el narcotráfico, en particular de heroína,
que además se asociaba a la prostitución, especialmente en las dos riberas del Mediterrá-
neo. Como novedades también implantaba el sistema internacional de extradiciones, que
incluía la noción de “reincidencia internacional para los delitos de tráfico”, pero lo firma-
ron y ratificaron muy pocos países. Aunque Estados Unidos y China no firmaron ni ratifi-
caron el convenio por insuficiente (ni España por la Guerra Civil), el primero adquirió un
estatus de colaborador y, como consecuencia del inicio de la Guerra Mundial, financió el
traslado de las oficinas del sistema internacional de fiscalización a Washington.
No dejes de leer
Aclaraciones sobre la cuestión del alcohol y el tabaco
Formulemos de nuevo las preguntas “¿por qué el alcohol no entró a formar parte de
la categoría droga? ¿Y el tabaco? ¿Cuándo comenzaron a ser considerados drogas y
por quién? ¿Por qué en la actualidad siguen siendo solo sustancias reguladas mientras
que el resto de las drogas son ilegales?”. Preguntas que, conociendo la historia de los
convenios internacionales, son fáciles de contestar. Primero hay que partir del hecho
de que para la concepción puritano/darwinista del mundo, alcohol, tabaco y otras
drogas formaban parte de la misma categoría, y el movimiento a favor de la templanza
proponía prohibirlas y tratar de evitar su uso por todos los medios. Pero en el caso
del alcohol esto no fue posible por dos fracasos, el primero, el de la propia prohibición
en Estados Unidos y el segundo, la radical oposición del resto de países a la propuesta
chino-norteamericana mientras se negociaba el Convenio de Ginebra de 1925.
Por su parte, el rechazo hacia el tabaco fue transformándose en una acepta-
ción pública al mismo ritmo que se convertía en una poderosa industria, y Estados
Unidos adquiría la condición de primer productor mundial de cigarrillos. A partir
de 1950 diferentes investigaciones han mostrado con claridad los riesgos sobre
la salud del tabaco y, más tarde, la investigación comparativa sobre toxicidad ha
reiterado una y otra vez que la nicotina es la “sustancia más toxica de todas las
drogas”. Pero el Convenio Marco para el Control del Tabaco, propiciado solo por
la OMS (por tanto, no la ONU) no se firmó hasta 2003, y aún hoy en día unos 40
países, entre los cuales se encuentra Estados Unidos, no lo han ratificado.
www.who.int/fctc/signatories_parties/es/
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Tras la Segunda Guerra Mundial, y una vez creadas las Naciones Unidas, se acordaron
varios protocolos, primero, el de Lake Success, en el estado de Nueva York, en diciem-
bre de 1946, al mismo tiempo que se acordó un protocolo contra la pornografía, el se-
gundo, el de París en noviembre de 1948, y el tercero, el llamado Protocolo del opio, se
firmó ya en la propia sede la Naciones Unidas en Nueva York, estrenada el año anterior,
en junio del año 1953. En este último se determinaba que países podían producir opio
para fines exclusivamente medicinales, un sistema que aún sigue en vigor y que ha be-
neficiado especialmente a España, que recibió la autorización para hacerlo en 1971 y es
desde hace varias décadas el segundo productor mundial, a punto de alcanzar al primero
(Australia) si se mantiene la tendencia.
¿Qué pretendían estos protocolos? Pues esencialmente y lo primero, reafirmar la
vigencia de los convenios firmados desde 1912 hasta la Segunda Guerra Mundial, in-
cluido el de 1936, lo segundo, que se adhirieran todos los Estados miembros de las
Naciones Unidas, ya que es casi una obligación formal pertenecer a Naciones Unidas y
aceptar los convenios, así como aplicarlos, y lo tercero, introducir algunas modificacio-
nes tendentes a lograr un mayor control de las drogas.
Los tres protocolos se establecieron ante la imposibilidad de acordar entonces un
nuevo convenio, pero a la vez ampliaron las competencias del sistema internacional, en
particular hacia los opiáceos sintéticos (metadona y petidina). Al tiempo que se reforza-
ba el funcionamiento de la Comisión de Estupefacientes.
Por su parte, el Protocolo de París introduce un mecanismo para diferenciar los usos
como drogas de los usos terapéuticos de estas, concediendo a la OMS la capacidad para
determinar las diferencias entre unos y otros usos. Las que sean drogas caerán bajo el
control del Comité de Estupefacientes de la ONU (que los incluirá en las correspondien-
tes listas) y las que sean fármacos, de la OMS.
No dejes de leer
La experiencia alemana en la etapa del nazismo
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
las anfetaminas. La tercera y cuarta listas se refieren a “sustancias con uso terapéutico”,
pero que los sistemas de salud de los Estados deberán controlar, al menos con receta mé-
dica. En la lista tercera aparecen algunas anfetaminas y la mayor parte de los barbitúricos
y en la lista cuarta, las benzodiazepinas. Quedaron fuera de las listas los antipsicóticos,
los antidepresivos y algunos estimulantes como la efedrina, la nicotina y la cafeína.
¿Cómo se controlaban según el convenio estas sustancias? Pues de una forma muy
diferente a las drogas clásicas, porque el eje de las medidas tiene que ver con la industria
farmacéutica (queda prohibida la producción de las sustancias de la lista I), un sistema
de registros controlado por el propio PUNIF, la obligación de recetas especiales para las
listas II y III y de recetas médicas para la IV y, por supuesto, la prohibición de publicidad
para todas ellas.
102
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
y, por tanto, si no figuran en las listas no son drogas, como es el caso del alcohol, el ta-
baco y muchos de los productos que se usan exclusivamente para el dopaje deportivo.
Las tres listas, la verde para los psicótropos, la amarilla para los estupefacientes y la
roja para los precursores, ocupan entre las tres casi un centenar de páginas y en mu-
chos aspectos son solo inteligibles para expertos del ámbito farmacológico y químico.
En el capítulo anterior ya hemos explicado que las drogas son las sustancias que figu-
ran en estas listas y ninguna otra. Por este motivo, cuando se quieren describir cuales
son las drogas nunca suelen estar todas y algunas no son drogas porque no aparecen
en las listas ya que, desde un punto formal, legal y real, drogas solo se refiere a las que
aparecen en las listas del International Narcotics Control Boar (INCB).
No se trata de unas listas muy transparentes, ya que en casi ningún país las actua-
liza de forma directa para que un ciudadano pueda consultarlas, en el caso de España y
a día de hoy (09/03/2018), ni la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre
Drogas las incluye completas y como tales (http://www.pnsd.msssi.gob.es/), aunque en
la ventana de legislación aparecen los anexos de diferentes leyes y decretos, incluyendo
sustancias en las listas, pero tampoco aparecen detalladas y actualizadas en la página
web de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (https://www.
aemps.gob.es/legislacion/espana/medicamentosUsoHumano/estupefacientesPsicotro-
pos.htm), en la que se desarrollan los procedimientos médicos y farmacéuticos apara
acceder a algunas sustancias. En general, se suele explicar esta falta de transparencia
hacia la ciudadanía alegando que “es mejor no proporcionar información que podrían
utilizar los narcotraficantes”, como si estos no tuvieran información, competencia pro-
fesional y acceso privilegiado a las listas.
En todo caso, se pueden consultar las listas en español (https://www.incb.org/), bá-
sicamente para contrastar los que son de forma efectiva y real drogas (psicótropos, estu-
pefacientes y precursores) y las que no lo son.
Conviene también aclarar que una droga (en el sentido popular del término), no
es tal hasta que no aparece en las listas, de la misma forma que cuando aparece una
sustancia en ellas no significa que se haya hecho un uso real de esta, porque algunas
pasan directamente de los laboratorios de investigación a las listas, lo que implica que
las listas pueden funcionar como un mecanismo para informar a los interesados, como
ha ocurrido en ocasiones, sobre la existencia de una nueva sustancia cuya producción
ilegal puede resultar beneficiosa.
Por este motivo resulta absolutamente imprescindible que un criminólogo/a en-
tienda que las drogas son solo y exclusivamente las sustancias que figuran en los
listados del INCB y no otra cosa que se defina a través del imaginario social o de la
información biomédica o farmacológica. Se trata de un cambio de mentalidad que no
es fácil de realizar porque para todo el entorno social (y profesional), las drogas se-
guirán siendo una serie de sustancias estereotipadas e identificadas como tales por el
lenguaje cotidiano.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En este punto, adquiere sentido, de nuevo, mencionar el alcohol, que desde un pun-
to de vista biomédico, farmacológico y para una mayoría social, es una droga puesto
que crea dependencia, tolerancia, síndrome de abstinencia y diversos problemas para la
salud, pero que formalmente no lo es, por lo que se ha creado el término droga legal o
droga lícita, lo cual es un oxímoron de los diversos conceptos que aparecen en el ámbito
de las drogas, aunque en este manual se incluyen el alcohol y, más adelante, el tabaco,
pero que son definidas y solo pueden ser definidas como sustancias con características,
efectos y propiedades similares (y en algunos casos idénticas) a las drogas, pero que no
son drogas porque su estatus legal es otro.
Por ello, hay que insistir: droga es una sustancia que es definida como tal por el
sistema internacional de fiscalización, el cual la incluye en las listas correspondientes.
La pregunta es entonces: ¿qué pasaría si estas listas no existieran? Pues que no existirían
las drogas como tales, aunque obviamente sí algunas sustancias que causan dependen-
cia, tolerancia, síndrome de abstinencia y otros problemas de salud. Pero ¿pertenecerían
todas ellas a una única categoría? Pues posiblemente no, ya que un estatus legal precon-
cebido no es la mejor forma de identificar y categorizar sus efectos y consecuencias.
El convenio de 1988 supone la finalización del edificio y la conclusión del sistema
internacional de fiscalización (Arana, 2012), que tardó casi ochenta años en elaborarse
desde Shanghái 1909, porque desde 1988, hace ya treinta años, solo se le han introdu-
cido modificaciones menores (declaraciones políticas, definición de principios para la
reducción de la demanda, un plan de acción para erradicar cultivos ilícitos, un plan de
acción para combatir la fabricación de anfetaminas, propuestas de cooperación judicial,
etc.), a pesar de que el argumento utilizado para la formulación de los convenios de
1971 y 1988 (que los anteriores eran insuficientes y el uso de drogas aumentaba en el
mundo), podría seguir utilizándose, pero ¿qué más se puede hacer en este momento?
De hecho, nada, salvo reflexionar en torno a si el camino emprendido en 1909 fue el
acertado.
Los convenios son acuerdos internacionales que vinculan a los países firmantes, lo que
implica que estos deben ser ratificados de acuerdo con los procedimientos que prevén
sus propios ordenamientos jurídicos.
En el caso de España, ya sabemos que, en una primera etapa, no participó en la
Conferencia de Shanghái (lógicamente no podía estar en una conferencia que trataba de
demonizar la renta del anfión), sí firmó el Convenio de La Haya, pero no lo ratificó hasta
1919, aunque, a la vez, lo había trasladado a la legislación española por Real Decreto
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
estructuras autónomas en la jerarquía de la Policía. Por cierto, aunque las razones para
ello son oscuras, el 16 de septiembre de 1970 se ratificó de forma integral el Convenio
de Ginebra de 1936. Con este acto parece que España venía a decir que recuperaba su
papel en el centro del sistema de fiscalización.
A partir de ahí, los procedimientos resultan automáticos, el protocolo de 1972 se rati-
fica y se aplica a la legislación interna el 2 de febrero de 1977, se aplica en la Orden sobre
receta médica de 11 de mayo de 1977. La adhesión y la ratificación del convenio sobre sus-
tancias psicotrópicas se publica, incluidas las listas de sustancias psicotrópicas, de forma
íntegra en el BOE del 10 de febrero de 1976, al que le sigue un real decreto que regula en
España las sustancias consideradas psicótropos (6 de octubre de 1977).
Finalmente, y a modo de quinta etapa, una vez concluida la transición democrática
y sobre todo a partir de la aprobación del Plan Nacional de Drogas en 1986, nuestra par-
ticipación en el proceso internacional de fiscalización fue cotidiana, plena, consciente e
incluso en algunos aspectos ejercimos un cierto liderazgo.
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
castigados con las penas de prisión de tres a seis años y multa del tanto al triplo del
valor de la droga objeto del delito si se tratare de sustancias o productos que causen
grave daño a la salud, y de prisión de uno a tres años y multa del tanto al duplo en
los demás casos.
No obstante lo dispuesto en el párrafo anterior, los tribunales podrán imponer
la pena inferior en grado a las señaladas en atención a la escasa entidad del hecho y
a las circunstancias personales del culpable. No se podrá hacer uso de esta facultad
si concurriere alguna de las circunstancias a que se hace referencia en los artículos
369 bis y 370.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En los casos previstos en los artículos 361 a 372, los jueces o tribunales, razo-
nándolo en la sentencia, podrán imponer la pena inferior en uno o dos grados a la
señalada por la ley para el delito de que se trate, siempre que el sujeto haya abando-
nado voluntariamente sus actividades delictivas y haya colaborado activamente con
las autoridades o sus agentes bien para impedir la producción del delito, bien para
obtener pruebas decisivas para la identificación o captura de otros responsables o
para impedir la actuación o el desarrollo de las organizaciones o asociaciones a las
que haya pertenecido o con las que haya colaborado.
Igualmente, en los casos previstos en los artículos 368 a 372, los jueces o
tribunales podrán imponer la pena inferior en uno o dos grados al reo que, siendo
drogodependiente en el momento de comisión de los hechos, acredite suficiente-
mente que ha finalizado con éxito un tratamiento de deshabituación, siempre que la
cantidad de drogas tóxicas, estupefacientes o sustancias psicotrópicas no fuese de
notoria importancia o de extrema gravedad.
Finalmente, el artículo 377 fija la cuantía de las multas según el precio estimado
final del producto, y el 378, el orden de preferencia de los pagos que debe efectuar el
penado.
Vamos a tratar de facilitar algunas interpretaciones de este conjunto de artículos, sin
entrar en cuestiones doctrinales y añadiendo que todas ellas están matizadas por diversas
sentencias de audiencias provinciales, tribunales superiores, el Tribunal Supremo e inclu-
so el Tribunal Constitucional, que no siempre están de acuerdo. La primera cuestión se
refiere a ¿cuáles son las drogas que causan grave daño a la salud y las que no? Pues sen-
cillo, el cannabis (marihuana, hachís) es la única que pertenece a la segunda categoría y
todas las demás a la primera, ¿Por qué? Por dos razones, la primera, que el cannabis es la
tercera sustancia más consumida en España tras el alcohol y el tabaco, de tal manera que
las penas de tres a seis años por “actos de cultivo, elaboración o tráfico, o de otro modo
promuevan, favorezcan o faciliten el consumo” de esta sustancia bloquearía el sistema
judicial y en particular, las prisiones.
Por tanto, el enunciado que permite diferenciar el cannabis de otras sustancias no
tiene significado alguno, porque además hay otras drogas que apenas afectan a la salud
pública, por ejemplo, el éxtasis, el LSD y la larga lista de derivados del MDMA y que sin
embargo son considerados “drogas que causan grave daño a la salud”. Por si esto fuera
poco, las dos sustancias que más daño causan a la salud (el alcohol y el tabaco) no están
incluidas en la legislación sobre drogas.
¿Por qué no decir entonces cannabis por una parte y otras drogas por la otra? Pues
porque los convenios internacionales no lo permiten y, además, como hemos visto, el
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
cannabis supone un grave desencuentro entre la OMS y la ONDOC. Esta última reac-
ciona duramente cuando cualquier país firmante trata de utilizar el criterio que tiene
la OMS con el cannabis. Por tanto, en España tratamos en el Código Penal de forma
distinta al cannabis de las otras drogas, pero no lo decimos. Una de las cosas más di-
vertidas de la literatura jurídica, por ejemplo, en las páginas web de los despachos de
abogados, reside en los argumentos que se utilizan para explicar que el cannabis “no
causa graves daños a la salud”, porque “no produce síndrome de abstinencia”, lo cual
es parcialmente cierto, pero la mismo que otras drogas, las ya citadas, que con seguri-
dad no lo causan.
Los mismos argumentos cabe utilizar ante el hecho, implícito, pero no explícito, de
que la mera posesión de drogas para el “propio consumo” no es constitutiva de delito.
¿Por qué no lo dice así el artículo 369? Pues por la misma razón: cada vez hay más
países en el mundo que han despenalizado el “propio consumo” pero ninguno de ellos
lo dice a las claras para evitar las denuncias (en ocasiones de agentes internos) ante la
ONU.
Entonces, ¿cuándo es consumo propio y cuándo es elaboración o tráfico? Pues por
la cantidad de sustancia que se posea o se distribuya. El Instituto Nacional de Toxicolo-
gía ha establecido una serie de cantidades como “previsión de consumo diario” de cada
sustancia. Por ejemplo, heroína 0,6 gramos, cocaína 1,5 gramos, marihuana 20 gramos
y hachís 5 gramos. Después ha establecido el supuesto (podría ser otro) de que la pose-
sión de sustancias que justifiquen hasta cinco días de consumo (es decir 100 gramos de
marihuana o tres de heroína) no constituyen delito de tráfico. A partir de estas cantidades
sí lo son. ¿Y cuándo son cantidades notorias? Pues multiplicando por cien la barrera del
delito. Por ejemplo, el uso diario de hachís se establece en 5 gramos, es delito cuando
supera los 25 gramos y es una “notoria cantidad” cuando supera los dos kilos y medio.
Al criterio de la cantidad hay que añadir otros criterios aportados por la jurisprudencia:
como si existe o no balanza de precisión, si la sustancia es dividida en cantidades para
su venta o si aparece dinero que no está justificado.
Pero a la vez todo esto no es así de sencillo, porque por la ley de protección a la
seguridad ciudadana, se puede aprehender por la autoridad cualquier cantidad e incluso
imponer una multa administrativa. A la vez, algunos tribunales han considerado que el
límite de los cinco días resultaba insuficiente para aquellas personas que vivían en zonas
de difícil acceso, o tenían dificultades físicas y que, por tanto, podían proveerse para
más días.
En cuanto al alcohol, el Código Penal también incluye una serie de artículos muy
diferentes referentes al alcohol y centrados en la cuestión de conducción de vehículos
a motor y alcohol y drogas. ¿Por qué aparece el alcohol solo en estos artículos? Muy
sencillo y hasta tan repetitivo que debería aburrir a los lectores/as, pero no hay otra
explicación, pues porque no es objeto del sistema internacional de fiscalización de
drogas.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Así, el artículo 379 tras introducir las penas por velocidad excesiva indica
2. Con las mismas penas será castigado el que condujere un vehículo de mo-
tor o ciclomotor bajo la influencia de drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias
psicotrópicas o de bebidas alcohólicas. En todo caso será condenado con dichas
penas el que condujere con una tasa de alcohol en aire espirado superior a 0,60
miligramos por litro o con una tasa de alcohol en sangre superior a 1,2 gramos
por litro.
A partir de ahí, el artículo 380 que se refiere a “conducir con temeridad manifiesta
y poniendo en concreto peligro la vida y la integridad de las personas” con las corres-
pondientes penas, añadiendo que “se reputará manifiestamente temeraria la conducción”
en la que concurrieran las circunstancias previstas en el artículo anterior sobre drogas
o alcohol. El siguiente artículo, el 381, aumenta las penas cuando concurra “manifiesto
desprecio por la vida de los demás”. El artículo 382 se refiere a la existencia de “un
resultado lesivo” que supone un agravante y además “el resarcimiento de la responsabi-
lidad civil”. Finalmente, el artículo 383 establece las penas previstas para aquellos casos
en las que el conductor se niegue a someterse a las pruebas legalmente establecidas para
la comprobación del consumo de alcohol y drogas.
En cuanto al régimen de eximentes, atenuantes y suspensión de penas, además, el
Código Penal español incluye una serie de artículos relacionados con los eximentes, ate-
nuantes y suspensión de ejecución de penas, en concreto, el articulo 20 indica que está
exento de responsabilidad criminal:
Para reforzar esta idea, el artículo 21 indica que son circunstancias atenuantes:
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
penas privativas de libertad no superiores a cinco años de los penados que hubie-
sen cometido el hecho delictivo a causa de su dependencia de las sustancias seña-
ladas en el numeral 2.º del artículo 20, siempre que se certifique suficientemente,
por centro o servicio público o privado debidamente acreditado u homologado,
que el condenado se encuentra deshabituado o sometido a tratamiento para tal fin
en el momento de decidir sobre la suspensión.
El juez o tribunal podrá ordenar la realización de las comprobaciones necesa-
rias para verificar el cumplimiento de los anteriores requisitos.
En el caso de que el condenado se halle sometido a tratamiento de deshabi-
tuación, también se condicionará la suspensión de la ejecución de la pena a que no
abandone el tratamiento hasta su finalización. No se entenderán abandono las recaí-
das en el tratamiento si estas no evidencian un abandono definitivo del tratamiento
de deshabituación.
Más allá del Código Penal existen otras leyes y normas, que tienen que ver con las
drogas y el alcohol (así como con el tabaco) que completan el edificio institucional de
fiscalización, prevención y expresión de las políticas y actuaciones sobre estos. Las
más relevantes, incluidas las ya citadas y algunas que ya no están en vigor, pero que
tienen importancia para la investigación y el trabajo de la criminología, por un cierto
orden cronológico serían las siguientes:
La ley de vagos y maleantes, aprobada por unanimidad por las cortes españolas
el 4 de agosto de 1933 y con reclusión administrativa en “casas de templanza” a
“los ebrios y toxicómanos habituales”, así como “los que para su consumo inmedia-
to suministren vinos o bebidas espirituosas a menores de catorce años en lugares y
establecimientos públicos o en instituciones de educación e instrucción y los que de
cualquier manera promuevan o favorezcan la embriaguez habitual”. En 1954, la ley
fue reformada para incluir a los homosexuales.
La ley de peligrosidad y rehabilitación social, aprobada el 5 de agosto de 1970,
sustituía a la ley de vagos y maleantes, ampliaba algunos supuestos (por ejemplo, la
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Mundial de la Salud (OMS), pero como está en desacuerdo con esta en algunas cues-
tiones, recurre a votaciones extraordinarias de los países (la mayoría de los cuales no
saben ni lo que votan) para imponer sus criterios. De hecho, la propia ONUDOC ha
reconocido que “la salud pública, primera prioridad en la fiscalización de las drogas,
ha dejado de ocupar este lugar, eclipsada por la preocupación de la seguridad pública”.
Lo que implica que el papel legalmente atribuido a la OMS carece de valor, porque
ahora el tema es otro.
¿Cuáles son estos organismos que ya han sido citados en la historia de los conve-
nios? Pues en primer lugar, la Junta Internacional para la Fiscalización de Estupefa-
cientes (JIFE) y la International Narcotics Control Board (INCB), ubicada en Viena y
establecida desde el tratado de 1912 y que, creada en 1968, actualmente funciona según
determinan los convenios de 1961, 1971 y 1988. Es el organismo más independiente, ya
que depende del Consejo Económico y Social (ECOSOC) en el que además participan
las ONG, y su labor no es definir las políticas, sino controlar que los Estados cumplan
los tratados. Su labor principal es controlar las sustancias de doble uso (como fármacos
y como drogas) y tener al día un sistema estadístico cuyos resultados aparecen en su
informe anual, de muy fácil acceso (www.incb.org).
En segundo lugar, aparece la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el
Delito (UNODC), que también se ubica en Viena y que existe desde el convenio de
1912, y a la que se añadió el termino de delito a partir del año 2001, cuando la UNO-
DC asumió las competencias previstas en el Convenio de Palermo sobre delincuencia
organizada, tráfico de personas, en especial niñas y mujeres, tráfico de migrantes y
fabricación y tráfico de armas ilícitas. Desde el año 2004 es también el organismo de
la ONU que gestiona el tema de la corrupción a partir de la Convención de Naciones
Unidas contra la Corrupción, que se firmó en México aquel año y que los criminólogos/
as deberían conocer bien (https://www.unodc.org/documents/treaties/UNCAC/Publi-
cations/Convention/04-56163_S.pdf).
Con estas incorporaciones, la UNODOC se ha convertido en uno de los organismos
más potentes de Naciones Unidas (www.unodc.org), que además también publica un
informe anual, y desde el año 2001 una revista de criminología de la que existe una
versión en español, Foro sobre el Delito y la Sociedad. Accesible a través de la propia
página de UNODC. Las tareas de la UNODC son más políticas que las de la JIFE, ya
que tiene encomendado “determinar cuáles son estas políticas”.
No dejes de leer
Convención contra la Delincuencia Organizada Transnacional
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Dicho convenio y los protocolos no han sido trasladados con la firmeza que ellos
mismos establecen a las legislaciones nacionales, en gran medida porque las definiciones
son inaplicables y en parte porque la cuestión de tráfico de personas con fines de explota-
ción sexual u otras explotaciones, y no digamos ya la producción y el tráfico de armas, se
sitúan en casi todo el mundo sobre un marco legal y sobre todo procedimental paradójico
y ambiguo.
Por ejemplo, en España las víctimas de trata no solo deben denunciar a sus victi-
marios, como si no existiera ni fiscalía ni policía para hacerlo, sino que además deben
“colaborar de una forma decidida en el proceso”, y si no es así, son expulsadas, es de-
cir, si las víctimas no muestran una firmeza y un valor extraordinarios, en un flagrante
incumplimiento del protocolo de un convenio ratificado por España, son consideradas
como cómplices. Por su parte, los traficantes, a pesar de representar de forma implícita
y por sus propias actividades una amplia “organización criminal de carácter transnacio-
nal” y en la mayoría de los casos actuar sobre la victima de forma coordinada tres o más
personas, son siempre considerados como meros traficantes individuales.
Pero al mismo tiempo, el Convenio de Palermo ha servido para que la UNODOC
viera reforzadas sus competencias y se convirtiera en una de las principales agencias de
las Naciones Unidas. A la vez, esta estructura internacional ha recibido numerosas críticas
por su actuación y su falta de transparencia real en relación con las políticas sobre drogas,
especialmente desde la sociedad civil, en países europeos, Estados Unidos, Canadá y
Latinoamérica.
Se trata de críticas y opciones que son un tanto diferentes de las que proponían hace
unos años la simple legalización de las drogas, ya que, por lo contrario, se pretende
proponer modelos de regulación alternativos, más eficaces, que produzcan menos con-
secuencias secundarias y, en general, desplazando el holismo penal hacia otros procedi-
mientos de control más sencillos y a la vez más eficientes. En este sentido, la mayoría
de las propuestas proceden del ámbito de la criminología, en su versión más multidisci-
plinar, en particular del modelo de control social que se explica en el capítulo siguiente.
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Los convenios internacionales: contenido y consecuencias
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Teorías sociocriminológicas clásicas
sobre el alcohol y otras drogas
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
mencionadas como tales en el seno de la cultura puritana, aunque es cierto que en esta
practicaban diversas formas de sacrificio y abstemia, pero no las vinculaban a sustancias
muy concretas, salvo, y de forma muy puntual, al alcohol, aunque es cierto que esto
cambió de forma drástica a mitad del siguiente siglo (el xix). En la práctica, lo que de
verdad importaba a los puritanos eran otros tipos de renuncia voluntaria, como el vesti-
do, el sexo, las comidas copiosas y en realidad casi todo. Pero las drogas como tales no
existían y, por tanto, Beccaria no pudo hablar de algo que no existía.
Pero De los delitos y las penas es un tratado que no solo construye la criminología,
sino que además adopta un punto de vista que se expresa en la cita de Francis Bacon con
la que Beccaria encabezó el texto: “En los asuntos difíciles, de cualquier naturaleza, no
se puede sembrar y cosechar todo a la vez; es necesaria la debida preparación a fin de
que los frutos, madurados, puedan ser un día recogidos”. Expresado de forma sintética,
Beccaria asumía la idea del empirismo utilitario o pragmático. La realidad es compleja,
pero debemos comenzar a caminar para ir trabajando en la mejora de la vida de las per-
sonas y la sociedad humana. Pero no de repente, sino poco a poco.
Intentando resumir De los delitos y las penas, un libro de obligada lectura para
cualquier criminóloga/o, digamos que trata de desvelar las carencias de la legislación
de la época y aplica argumentos de la razón para tratar de corregir sus defectos. Parte de
la misma idea del contrato social de Thomas Hobbes, que aparece como concepto por
primera vez en el Leviatán (1668), siendo a la vez coetáneo del libro El contrato social,
de Rousseau (1762), al que no cita, pero con el que tiene evidentes puntos de contacto.
La idea central es que los seres humanos viven juntos y en una relativa armonía pues
han establecido un acuerdo, un contrato en forma de sociedad política organizada que
establece las leyes, cuya transgresión debe ser efectivamente castigada.
Pero la gran novedad de Beccaria se refiere al hecho de que este autor sostiene, de
manera muy razonable, que en este contexto la única función del castigo es la de evitar
precisamente la transgresión del contrato al que todos estamos sometidos, por tanto,
aquellos castigos que no consigan evitar esta transgresión son perfectamente inútiles.
Por esta razón, el grado de utilidad, o de inutilidad, del castigo, es lo que garantiza la
moralidad (o sea la ética y la justificación) de este. Expresado de forma que lo pueda
entender cualquiera: “no se trata de utilizar castigos, porque los castigos por si mis-
mos son inútiles y poco éticos, sino de prevenir el delito para garantizar el adecuado
funcionamiento de la sociedad”. Es una manera de pensar muy propia del utilitarismo
anglosajón.
Para poder evaluar si el castigo es el adecuado para evitar la transgresión se con-
sideran varios aspectos, el primero, que la culpabilidad debe ser ampliamente demos-
trada, de forma transparente, pública y notoria, el segundo, que no se puede utilizar
la prisión preventiva como un medio infamante para castigar al supuesto delincuente
antes de haber probado su culpabilidad, el tercero, nada de utilizar tortura y otros actos
inhumanos.
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Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
En cuarto lugar, si el fin de la pena es evitar el delito, esta tiene que valorarse en
términos de su función, es decir, simplemente tiene que “procurar un mal” (perjuicio)
que supere “el bien obtenido” (beneficio) por el delito cometido. Es decir, nada de penas
excesivas que supongan venganza o castigos innecesarios que produzcan un perjuicio
que no se limite a superar levemente el beneficio obtenido. Como consecuencia, la pena
de muerte resulta inadecuada, aunque Becaria reconoce que se puede utilizar, en algunos
casos de personas que representan una amenaza permanente, la “esclavitud perpetua”.
El quinto aspecto se refiere a que las leyes deben ser iguales (y comprensibles)
para todos. El sexto, que la justicia “para que toda pena no resulte de uno o muchos
contra un ciudadano particular, debe ser esencialmente publica, rápida, necesaria, la
mínima de las posibles en las circunstancias dadas, proporcionada a los delitos y dic-
tada por las leyes”. Para Beccaria, la cuestión de la rapidez es tan esencial para la
eficacia que “deben establecerse plazos mínimos” que puedan facilitar la comprensión
y la vinculación de la pena con el delito. Como podemos comprobar, algunas de las
propuestas de Beccaria se han implantado, pero otras bien necesarias, como la impres-
cindible necesidad de una “justicia rápida”, no. Aún estamos muy lejos de alcanzar
algo que ya era razonable en el siglo xviii.
Con un cierto atrevimiento podemos tratar de aplicar el contenido de De los delitos y
las penas a la noción de drogas tal y como aparece a partir del año 1909 en la Conferen-
cia de Shanghái. Aunque al final resulta un atrevimiento muy productivo e irrebatible:
desde la perspectiva utilitarista de Beccaria solo se justificaría aquella propuesta si con-
sideramos que tanto las creencias puritanas como el darwinismo social tenían razón al
considerar que las drogas suponían un tipo de “delito contra el contrato social”. Un tipo
de delito nuevo e inédito en la historia que era necesario “evitar y prevenir” y que exigía
que se tomaran medidas drásticas y globales. Medidas que en todo caso se compensaban
por el benéfico obtenido frente al perjuicio creado.
Pero ¿esto ha ocurrido de verdad entre 1909 y la actualidad? Lo cierto es que esta
es justamente la cuestión. Porque si la confluencia entre la ideología religiosa del pu-
ritanismo y el cientifismo del darwinismo social tenía razón, desde la perspectiva del
utilitarismo, y, por tanto, de la criminología, debemos dársela y sostener que la fisca-
lización y la penalización internacional de las drogas ha sido correcta. Pero ¿dispone-
mos de algún tipo de prueba empírica que nos lo confirme? Más bien no, pero, como
veremos más adelante, sí existe una burocracia científica y política, que apoyada por
una cierta representación social afirma poseer estas pruebas empíricas. ¿Son ciertas? O
como se dice ahora, ¿son verdaderas o solo una forma de posverdad? Tendremos que
ir viéndolo.
Vamos a reiterarlo porque este es un punto clave de este manual: la legitimidad de
la fiscalización internacional de las drogas está sostenida por un relato que combina pu-
ritanismo y darwinismo social. Esta perspectiva podría ser asumible por el utilitarismo,
pero la criminología requiere contar con pruebas empíricas, ¿disponemos de estas? Pues
121
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
La idea original de una ciencia social positiva fue formulada por Auguste Comte
(1798/1857) que se proyectó a partir de la obra de Henri de Saint-Simon (1760/1825),
y coincidió en el tiempo con el movimiento de los sansimonianos y una parte sustancial
de lo que Marx calificó como socialismo utópico, y que en el fondo es otra forma ex-
trema de platonismo, a pesar de su riguroso empirismo, pero se trata de un empirismo
idealizado
Estamos, por tanto, ante un ámbito de conocimiento conformado por una fuerte im-
pronta francesa, que combina una actitud aristocrática y elitista, con el deseo de funda-
mentar una nueva sociedad gobernada por el saber, la ciencia, la razón, la justicia y la
igualdad. En la actualidad, a esta forma de pensar y actuar se le llama tecnocracia y,
como todo pensamiento, realiza aportaciones muy positivas y se equivoca en otras.
En el ámbito de la propia criminología, ¿cuáles fueron las aportaciones más impor-
tantes? Se trata de citar algunos autores relevantes que nos permitirán comprender la
cuestión de las drogas.
El primero es Adolphe Quetelet (1796-1876), creador de la llamada estadística
moral, matemático de titulación y astrónomo de profesión, que además ocupa un lugar
destacado en la historia de la estadística. Planteó la necesidad de disponer de unas
estadísticas oficiales adecuadas sobre diversas cuestiones, pero se centró mucho en la
cuestión del delito, al que consideraba un fenómeno poco visible y que, por tanto, plan-
teaba dificultad para elaborar estadísticas sobre él. Vivió de una forma muy personal el
reto de “saber de verdad cuántos y cuáles delitos se cometían”, lo cual le provocó un
ansia metodológica por averiguarlo, que se tradujo en sustanciales mejoras de muchas
series estadísticas.
Asimismo, descubrió que “aun siendo el delito un asunto individual”, se producían
sin embargo “regularidades estadísticas muy definidas”, en particular, la edad y el géne-
ro, así como la idea de que “las oportunidades de delinquir vinculadas a la organización
social en cada país determinan el volumen de delitos ocurrido en este”. Como curiosi-
dad, hay que señalar que también desarrollo la antropometría, a la que definió como el
estudio “de las diferentes dimensiones del hombre”, y elaboró el índice de masa corporal
(IMC), que siempre se llamó índice de Quetelet hasta que en España, hace unas décadas,
comenzó a llamarse IMC.
122
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
123
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
tipologías son diferentes pero los factores empíricos que las hicieron posibles, a
pesar de su supuesto inductivismo, permanecen ocultas (García Pablos, 2016).
7. A pesar de ello, insisten, el delito es un “hecho natural”, y no tanto una abs-
tracción jurídica o formal. Pero también se trata de un hecho natural que ame-
naza la “adecuada evolución” de la sociedad, porque la propia sociedad no es
homogénea sino un organismo complejo en el que existen diversas formas de
“enfermedad social”. Una de estas enfermedades, quizás la más peligrosa, es
la delincuencia. Es necesario, por tanto, eliminar la delincuencia para evitar el
riesgo y reconstruir la “salud social”. En un famoso párrafo, en el que además
cita a Herbert Spencer, Enrico Ferri se proclama, en un dramático e intenso dis-
curso, un decidido darwinista social que trata de “eliminar el salvajismo atávico
de los criminales natos” para poder así “mejorar la sociedad” (Ferri, 1880).
124
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
125
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
De manera muy sintética se puede afirmar que el origen de esta criminología espa-
ñola se encuentra, posiblemente, en Pedro Dorado Montero (1861-1919), catedrático de
derecho penal, introductor del “positivismo sociológico italiano” de Garofalo y Lom-
broso en España, pero que en realidad mantuvo toda su vida una posición reformista
(pedagogía correccional, la llamaba) muy en la línea de Becaria y de Bentham. También
tenía claro la idea de que “el control social en España era un instrumento de las clases
hegemónicas para mantener las condiciones de extrema desigualdad” e incluso, como
no podía ser menos, vivió un intenso conflicto con la Iglesia católica, que incluso trato
de excomulgarle por sus comentarios en clase, lo cual lo sitúa en las antípodas ideológi-
cas de sus maestros italianos (Blanco, 1982).
¿Por qué la focalización en el tema de la diferencia y la desigualdad social diferen-
cia la criminología positiva española de las otras tradiciones positivistas? Podemos atri-
buirlo a una cuestión de sensibilidad o bien a una cuestión de realidad social, o incluso
mejor, a la relación entre ambas. En el capítulo 8, al hablar de la epidemia de heroína,
tendremos ocasión de responder con más datos a esta pregunta.
Del árbol que plantó Dorado Montero surgen diversas ramas, entre las que, sin pre-
tender ser sistemáticos ni ordenados, podemos citar al médico Rafael Salillas (1854-
1923), uno de los reformadores de nuestras prisiones, que tomó de Lombroso y muy
por los pelos, la idea de que la ley natural que explica la delincuencia es la pobreza y la
desigualdad, algo que expresó en textos que merece la pena recordar, como son La vida
penal en España (1888), El delincuente español: el lenguaje (1896), recientemente ree-
ditado por el Boletín Oficial del Estado (2004), Hampa: antropología picaresca (1898)
y La teoría básica (bio-sociología) (1901).
Entre los años 1898 y 1903 llevó a cabo diversas actividades científicas patroci-
nadas por el Ateneo de Madrid. Entre estas actividades, la más significativa fue, sin
duda, la llamada encuesta sobre las costumbres populares relativas al nacimiento
matrimonio y muerte, la más completa fuente documental que poseemos, no solo
sobre estas cuestiones, sino sobre las creencias en torno a la salud de los españoles
en 1901. Fue realizada por la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo,
que Salillas dirigía y en la que, entre otros, figuraba Constancio Bernaldo de Quirós.
Basándose en los datos recogidos, Salillas escribió su singular libro La fascinación
en España (1905).
Otra rama relevante, sobre la cual el propio Rafael Salillas escribió una biografía,
se refiere a la prolífica escritora, primera mujer licenciada en derecho en España, activa
sufragista y militante social, Concepción Arenal (1820-1893), a la que la criminología
le debe sus exhaustivos informes como “visitadora penitenciaria” y el texto El paupe-
rismo, que utiliza las nociones de la escuela positivista, para explicar, sin embargo, que
el “criminal” no nace, sino que se hace por las dificultades que tiene que soportar por
su condición social. Un precedente olvidado pero que sitúa a la criminología española
como un referente central en la trayectoria posterior de la disciplina.
126
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
Otras figuras importantes son el jurista, pedagogo y filósofo Francisco Giner de los
Ríos (1830-1915), que introdujo la criminología en sus obras sobre filosofía del dere-
cho, promocionando la enseñanza de la criminología en la Institución Libre de Enseñanza
(ILE). Constancio Bernaldo de Quirós (1879-1959), alumno del anterior, catedrático de
Criminología y autor de Las nuevas teorías de la criminalidad (1998), exponiendo de for-
ma sistemática las teorías criminológicas, pero especialmente sus escritos sobre sociología
del delito, como La mala vida en Madrid (1901), Criminología de los delitos de sangre
en España (1906), Figuras delincuentes (1909), Lecciones de criminología (1953) y, más
próximas a la antropología criminal, el maravilloso libro La picota (1907) y, por supuesto,
El espartaquismo agrario andaluz (1919).
Podemos tomar a modo de ejemplo del buen hacer criminológico el texto de Cons-
tancio Bernaldo de Quirós (CBQ), Criminología de los delitos de sangre en España, edi-
tado en Madrid por la Editorial Internacional en 1906 y dedicado a Miguel de Unamuno.
El libro es coetáneo a alguno de los textos de Durkheim, que CBQ no parecía conocer,
con aportaciones y argumentos equivalentes, a los que hay que añadir aportaciones en
torno a las geografías del delito que una década después difundirá la escuela de Chicago.
A la vez mantiene la posición de Beccaria de que el saber tiene un origen que no es todo
el saber. Su análisis de las causas de los delitos de sangre en España es muy complejo,
ya que considera factores sociales, culturales, políticos, ambientales y, por supuesto,
lombrosianos. Vinculando estos últimos a la confluencia de los anteriores sobre ámbitos
territoriales concretos.
Aunque sus estadísticas son limitadas, parte de una ventaja paradójica: España mos-
traba entonces, en especial la España rural, una de las mayores tasas de violencia de
Europa. Finalmente propone remedios relacionados primero, con la cultura, en particu-
lar, el analfabetismo, segundo, con la regeneración social y apoyando las opciones del
movimiento por la templanza y optando por soluciones moderadas de control social que
son las que se han impuesto en el mundo un siglo después, y finalmente, con la justicia
con propuesta de reforma de la magistratura, el sistema penal y la ley de enjuiciamiento.
En conjunto, la vibrante y moderna criminología positiva española, que debería ocu-
par un lugar central en la historia de la disciplina, en parte por su preocupación por los
temas sociales y culturales, en los que bucea para investigar el origen del delito vinculán-
dolo, en palabras de Rafael Salillas, a “la pobreza, él analfabetismo y a las desigualda-
des sociales, que de resolverse reducirían notablemente el volumen de delitos”, y muy
alejada de la coetánea, encorsetada y reaccionaria criminología positiva italiana, a la que
todos los libros, en todo el mundo, sin embargo, citan.
¿Por qué es tan diferente la criminología positiva española de su supuesta matriz
italiana? Caben varias explicaciones, la primera, la euforia de la unificación italiana con-
cluida en 1870, que proporcionó un largo periodo de optimismo en aquel país, que se pro-
longó hasta 1920. La segunda, que mientras la criminología italiana fue un movimiento
institucional, la española, salvo y de manera indirecta a través de algunos departamentos
127
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
128
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
pensar que esta era una posición ideológica por el perfil político de aquellos primeros
criminólogos españoles, pero a la vez, la criminología explícitamente católica de la épo-
ca, ciertamente escasa pero bastante consistente, quizás por la influencia del IRS, donde
todos estaban representados, no pensaba de otra manera (Montes, 1911).
En todo caso, ¿por qué se ha dedicado un largo apartado a esta etapa de la criminolo-
gía española si no hablaron de las drogas? Pues porque cuando más adelante analicemos
lo que pasó en España con las drogas en la década de los años 70 y 80, veremos que si se
hubiera tenido en cuenta esta experiencia criminológica propia, es posible que no se hu-
bieran cometido algunos errores. Pero entonces, mirar hacia nuestro pasado era un error
y todo el conocimiento en torno a las drogas, y también a otros asuntos, solo y exclusi-
vamente podía proceder de los artículos que se publicaban en el ámbito anglosajón. En
todo caso, esta recuperación constituye una tarea relevante para la actual criminología.
No dejes de leer
El movimiento a favor de la templanza, el vínculo sindical y el sufragismo
129
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
130
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
A finales del siglo xix, los sindicatos se habían sumado, en algunos países con gran
diligencia, aunque en España con menos énfasis, pero tanto en la UGT como en la
CNT aparecieron importantes grupos favorables a la templanza (Uso, 2015).
El segundo hecho inesperado es menos conocido y de hecho se limitó a Es-
tados Unidos y se debió a algo que el propio Engels había denunciado: la relación
entre el alcohol y el maltrato doméstico y la violencia contra las mujeres. En Nor-
teamérica, la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza (WCTU), de origen
puritano, se planteó un programa de reforma social a largo plazo para afrontar el
tema del alcohol, y pronto la cuestión de la violencia de género y lo que entonces
se consideraba el maltrato doméstico, en su relación con el alcohol, ocupó una
parte esencial de su estrategia.
Un tema que las llevo a reivindicar el voto femenino para empoderar a las
mujeres contra estas situaciones familiares. Coincidió así una organización religio-
sa con las reivindicaciones de las sufragistas y entre ambas pusieron en marcha un
movimiento social de gran impacto, que permitió la aprobación de la ley seca en
1917 y del sufragio femenino en 1920.
Como hemos visto, Estados Unidos trató de que la ley seca formara parte
del sistema internacional de fiscalización de drogas, pero esto fue rechazado en el
acuerdo de Ginebra de 1925. Y en todo caso, en dicho país, la ley seca fue dero-
gada en 1933, con una opinión pública convencida de que había sido una medida
contraproducente.
Toda esta descripción explica cómo la criminología asume la cuestión del
alcohol de forma progresiva desde el año 1860, mientras la cuestión de las drogas
queda pospuesta y no será naturalizada en el ámbito de las ciencias sociales hasta
después del año 1946.
4.2.3. ¿Qué nos queda del positivismo en relación con las drogas?
Como ya hemos explicado, queda muy poca cosa, esencialmente porque la categoría
drogas no apareció hasta más adelante, aunque como veremos sobrevive en casi todo
el mundo el modelo estadístico de Quetelet para “explicar lo que pasa con las drogas”.
Pero, como ha señalado la nueva criminología, el positivismo sobrevive en determinado
tipo de explicaciones neurológicas y biológicas, como las teorías cromosómicas, las for-
mulaciones de Hans Eysenck y de Gordon Trasler y reaparecen, incluso, como atractivas
explicaciones para la opinión publica en los tempranos modelos de seguridad ciudadana
(Taylor, Walton y Young, 1973).
En el capítulo 5 se dedicará bastante espacio a esta cuestión con relación a los
conceptos de adicción y patología dual. Lo que justifica la necesidad de prestar tanta
atención en este punto a la criminología positiva que, en apariencia, nunca aportó nada
131
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
en relación con las drogas es que sí lo hizo, aunque nunca lo supo, y menos en un país
católico y mediterráneo.
Para poder comprender esto debemos considerar la definición que ofreció Lom-
broso del delincuente alcohólico, que formaba parte de la categoría más amplia de
pazzo (el delincuente loco). El delincuente alcohólico se caracterizaba por el consumo
compulsivo y continuo de alcohol, al que consideraba “un excitante”, pero que a la vez
“paraliza y narcotiza los sentimientos más nobles” porque “transforma el cerebro sano
en uno enfermo”. ¿Cuáles son los tipos (o quizás características) más habituales de los
delincuentes alcohólicos?
132
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
En todo caso, pensando en que Lombroso era un criminólogo positivista, ¿qué tra-
bajos empíricos realizó para llegar a dicha conclusión? Pues lo cierto es que ninguno,
porque se limitó a seleccionar alguna de las características predefinidas del criminal
nato y a encajarlas con el imaginario social de la época (Landecho, 2004). Aunque, a
la vez, se suponía que su descripción del delincuente alcohólico era el resultado de un
trabajo empírico y científico. Un malentendido que será necesario despejar más adelante
para contestar a las preguntas sobre las drogas con las que hemos iniciado este texto.
Como se explica en La nueva criminología (Taylor, Walton y Young, 1973), “El valor
fundamental de la obra de Durkheim fue exponer los elementos de la explicación social
en un momento en el que la filosofía política y ética, la ‘ciencia’ de la economía política
y las escuelas positivas estaban unidas tras la bandera del individualismo”. Por indivi-
dualismo podemos leer además individualismo metodológico, es decir, lo que después
se llamara teoría de la elección racional, aunque en aquel momento no se presumiera la
racionalidad absoluta para la conducta humana, pero sí que estaba guiada por el egoís-
mo el cual, se suponía, tenía una explicación meramente biológica.
En este sentido, Durkheim rompe con la tradición de la criminología positiva, que
se sustentaba exclusivamente en los vértices PS del individuo y CH de la biología, para
proponer una explicación holística alternativa sustentada en los vértices SC de la so-
ciedad y CS de la cultura, lo que debería haber supuesto una transformación radical del
vértice PA de la actuación, pero Émile Durkheim (1858-1917), un judío alsaciano que
vivió en la Francia antisemita del affaire Dreyfus (cuyo proceso se inició en 1894), el
cual también era judío y alsaciano, convirtió a Durkheim en un hombre cauteloso, que
no quería que se le ligara a ninguna propuesta política y mucho menos en relación con
la criminología, lo cual nos obliga a interpretar a Durkheim desde la teoría sociológica
general, ya que realizó escasas menciones al ámbito de las propuestas criminológicas
concretas. De hecho, hubo que esperar casi un siglo para que las teorías del control so-
cial trataran de explicar aquello que Durkheim prefirió obviar.
En todo caso hay que comprender que, a pesar de todo, Durkheim negó frontalmente
las posiciones de las dos figuras intelectuales de referencia (que ocupaban puestos de
poder) para las instituciones de la III República francesa, la del médico militar y gran
figura del positivismo criminológico francés, Alexandre Lacassagne (1843-1924), que
reivindicaba la dureza del castigo, y la del psicólogo y criminólogo positivista Gabriel
Tarde (1843-1904), que defendía la idea de que “el comportamiento criminal es una
cuestión de imitación” (Kaluszynski, 2002).
133
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
134
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
existen porque no son respetadas. En cualquier caso, el delito es más frecuente en si-
tuaciones anómicas, pero no es exclusivo de las estas, aunque algunos interpretaran que
existe gradación anómica.
En términos del propio Durkheim:
El apartado anterior concluía con una larga cita de Las reglas del método sociológico
(1895), que se corresponde con el capítulo “Reglas relativas a la distinción entre lo
normal y lo patológico”, que concluye de una forma que debería extrañarnos porque en
nuestra sociedad actual se considera, por regla general, que “la enfermedad es parte de
la vida normal al igual que la muerte”. En cambio, Durkheim hace más de un siglo lo
considera como, porque así se lo decía el sentido común habitual de la época, como algo
anormal, porque lo normal era la salud y lo anormal la enfermedad. La transformación
conceptual se corresponde con un cambio en el sentido de la dualidad normal/patológico.
Entonces la enfermedad era patológica, ahora la enfermedad es “normal”, aunque
suscita profundos sentimientos cuando resulta “estadísticamente anormal”, por ejemplo,
cuando afecta a un niño, en el momento en el que la mortalidad infantil ha dejado de ser
“normal”, por un accidente de tráfico (especialmente cuando la responsabilidad no es
del fallecido) o por una enfermedad súbita e inesperada.
Como consecuencia, la normalidad de Durkheim en relación al delito era, por tanto,
una “normalidad muy normal”, al menos en términos de hecho social, pero a la vez el
propio Durkheim establece que “la división del trabajo puede ser patológica”, y entonces
135
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
136
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
por una parte, el conjunto de la obra de Durkheim representa muy bien el corazón de la
reacción frente al positivismo clásico de Comte y Lombroso, y además es una reacción
intelectualmente muy brillante y consistente, lo que explica su influencia y relevancia en
distintos campos de conocimiento.
Por otra parte, tampoco es extraño, porque Durkheim dejo una cierta obra antropoló-
gica, aunque es cierto que siempre fue un antropólogo de gabinete, una práctica que dejó
de ser aceptaba mientras escribía sus principales textos en el ámbito de la antropología
(Durkheim, 1912), pero a la vez esta misma práctica de reflexión académica facilitó un
marco de referencia común de lo que durante años se identificó como antropología jurí-
dica (Hoebel, 1954). Además, Durkheim oriento a sus alumnos hacia el trabajo de campo,
lo cual facilitó la implosión de la llamada escuela francesa de etnografía, comenzando de
forma discreta con Marcel Mauss y cerrando con el emblemático Claude Lévi-Strauss.
¿Cómo interpreta, por ejemplo, Malinowski la aportación jurídico-criminológica
de Durkheim y la aplica a una sociedad “primitiva”? Pues utilizando, de entrada, el
principio de reciprocidad, que traduce como “el reino supremo de toma y daca” o de
forma más completa como “un cuerpo de obligaciones que todo el mudo considera justo
y reconocido como un deber, que se conserva vigente por el mecanismo especifico de la
reciprocidad […] inherente a la estructura social” (Malinowski, 1926). En relación con
esta cuestión se propone un debate y una reflexión singular al final de capítulo.
137
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Las teorías de la primera y original escuela de Chicago, a las que suele agruparse
bajo el epígrafe teórico de ecología social y cultural, se sitúan en las antípodas de la tra-
dición europea, tanto de la criminología clásica y positiva como de la obra de Durkheim.
Su idea básica es que el delito se concentra en determinadas zonas urbanas y que son
las características de la población de dichas zonas las que lo propician. Luego, descubrir
cuáles son estas características permitiría entender por qué se produce el delito. No se
consideran en ningún caso factores fisiológicos, psicológicos y mucho menos caracte-
rísticas socioestructurales globales diferentes a estos factores (digamos subculturales,
aunque ellos no utilizaron esta palabra) característicos del entorno más inmediato.
En este sentido conecta muy directamente con algunos aspectos de la criminología
positiva española que, en paralelo, siempre consideró que “existían territorios propios
del delito”, particularmente en zonas rurales deprimidas, pero también en barrios mar-
ginales de las ciudades. La trilogía de Pio Baroja La lucha por la vida, formada por La
busca, Mala hierba y Aurora roja, constituye un ejemplo literario para entender esta
visión territorial española.
La obra más representativa (y el resumen de veinte años de trabajo) de la escuela
de la ecología social de Chicago, emblemáticamente titulada The City, de Robert Park,
Ernest Burgess y Roderick McKenzie (1925), nos muestra una determinada estructura
urbana, en círculos, donde aparecen diferentes barrios, muy diferenciados entonces por
sus componentes étnicos y conformados por oleadas de inmigrantes, en los cuales las
características de la criminalidad y la intensidad de esta resultan diferentes.
Cada barrio se caracteriza además por un determinado estilo cultural que le propor-
ciona cohesión y una cierta legitimidad criminal, un concepto que adquirirá su sentido
más completo en la fase de la criminología liberal y crítica. Los autores de The City,
escribieron numerosos artículos sobre delincuencia juvenil y distribución del delito, en
los que sugerían que “el delito era una práctica cultural propia de cada uno de los grupos
sociales urbanos”.
Las teorías territoriales de la escuela de Chicago han pervivido, se mantienen en
paralelo y son utilizadas por otras visiones conceptuales y teóricas, quizás porque po-
seen una fuerte carga de estereotipo, por ejemplo, con las varias decenas de barrios
“altamente marginales” que existen en España y que son objeto de continuos reportajes
periodísticos, que además los asocian al uso y tráfico de drogas. En parte debido a que
la imagen territorial puede representarse como una imagen geográfica, se comprende de
forma intuitiva y determina dónde hay crimen (y uso de drogas, así como las “rutas del
narcotráfico”) y dónde no lo hay (Rosen, 2005).
Pero su supervivencia teórica se asocia a la posibilidad de ejercer acciones y realizar
actuaciones espaciales y urbanísticas, algo que, como veremos, es una de las pocas co-
sas que comparten en la actualidad la corriente criminológica más reconocida (la teoría
del control social) y la práctica criminológica más habitual (el modelo de la seguridad
ciudadana).
138
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas
Propuesta 1
Se trata de leer de forma muy detenida la cita de Francis Bacon que aparece enca-
bezando De los delitos y las penas, de Cesare Beccaria, tratando de comprender su
sentido. Después hay que relacionarla con el propio libro de Beccaria, además quizás,
algunos/as estudiantes se animen en este punto a leer un texto que debería ser obli-
gatorio para cualquier criminóloga/o. Se trata de una obra relativamente sencilla, de
la que se facilita una versión digital libre en la bibliografía. En todo caso, se haga lo
que se haga, se trata de comprender, según se vaya avanzando en la lectura de este
manual, el sentido actual de la noción de empirismo utilitarista. La lectura del libro
de Beccaria es además interesante porque si bien podemos observar cómo ciertas
afirmaciones han sido superadas por la evolución social, otras aún esperan una res-
puesta adecuada.
Propuesta 2
Hay que leer el capítulo “La infracción de la ley y el restablecimiento del orden” del
libro Crimen y costumbre en la sociedad salvaje (páginas 87-102, en la citada edi-
ción de la editorial Ariel), de Malinowski. En este texto aparece un ejemplo referido
al suicidio de un chico de 16 años, tras ser acusado de incesto (con su prima, hija
de su tía, lo cual es un crimen muy grave en una sociedad matrilineal exogámica),
un comportamiento que todos conocían, pero que no fue delito hasta que no se hizo
público por parte de un pretendiente despreciado por la muchacha, lo que requería
una sanción inmediata y rigurosa que el chico eludió suicidándose y responsabili-
zando al denunciante de su muerte.
Este ejemplo permite a Malinowski explicar cómo “trampear la ley” para salva-
guardar el principio de reciprocidad y preservar el orden, es y debe ser una estrategia
aceptada y aceptable. Es decir, el delito exige compensación, pero si la compensación
es excesiva o peligrosa para la propia sociedad, es mejor hacer como si el delito no
existiera. En relación con las drogas, ¿ocurre algo parecido en nuestra sociedad? ¿Po-
drías poner algunos ejemplos? ¿Por qué crees que se anuncian medidas de tolerancia
cero y luego se actúa de forma discrecional y se tolera el grueso de la transgresión?
¿Tienes experiencias concretas y personales (o bien de amigos) tanto de tolerancia
como de represión sin razones aparentes para lo uno o lo otro? ¿Puedes entenderlas?
¿Puedes explicar por qué? Es fácil e intuitivo, aunque si tienes dificultades, puedes
seguir leyendo el libro y quizás obtengas algunas respuestas que pueden ayudarte.
Propuesta 3
139
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
140
5
Teorías sociocriminológicas en la etapa
del sistema internacional de fiscalización
La segunda parte del capítulo doble sobre teorías sociocriminológicas se inicia con
la irrupción, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, de las teorías liberales y crí-
ticas, que alcanzaron su hegemonía en la década de los años 50 y se mantuvieron (y
en parte se mantienen) como referentes durante unas cuantas décadas. En el capítulo
anterior, la narración era prácticamente europea, pero en este capítulo es casi exclu-
sivamente norteamericana, aunque al final aparecen algunas aportaciones recientes
europeas.
Se trata de un periodo histórico en el que la noción de droga ya se ha normalizado
y en el cual el sistema de fiscalización va a seguir expandiéndose, lo que implica que la
cuestión de la relación droga/delito va a ser explícitamente analizada. La aportación más
útil va a ser, sin duda, el trabajo de David Matza y, por este motivo, se le va a dedicar
un amplio espacio.
Al mismo tiempo trataremos de mostrar cómo desde Émile Durkheim se había
alcanzado una explicación estructural ajustada a los vértices CS y SC, propios de la
antropología y la sociología; sin embargo, con las teorías liberales y críticas se pro-
duce un “continuo deslizamiento hacia el individualismo” tratando de responder “por
qué las personas (una persona en concreto) hacen lo que hacen”. Quizás ocurre esto
porque la representación social intenta por todos los medios dilucidar la cuestión de
la responsabilidad personal y, aunque los teóricos de la criminología reconocen la im-
portancia de los factores estructurales, necesitan dar respuesta a las preguntas sobre
el individuo en un contexto cultural, el norteamericano, caracterizado por su extremo
individualismo.
Toda esta evolución nos conducirá a la última parte del capítulo, que muestra la
actual confrontación entre las teorías del control social y la práctica del modelo de se-
guridad ciudadana, debate en el que las drogas ocupan, de una forma muy precisa, un
lugar muy relevante.
141
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En este manual se denomina criminología liberal y crítica a lo que en otros se llama las
sociologías del delito, las teorías de la desviación social, las teorías de la etiqueta o del
etiquetaje, las teorías de la reacción social, de la carrera desviada o del proceso de des-
viación o, incluso en algunos casos, la sociología criminal, términos que hacen referen-
cia a la importancia que tuvo dicha disciplina en la conformación de estas teorías pero
que representan un periodo histórico muy concreto (desde la Segunda Guerra Mundial
hasta el inicio de la década de los años 70 del siglo xx) con un claro predominio nortea-
mericano en el ámbito académico de las aportaciones de la sociología a la criminología.
No fueron las únicas sociologías que se ocuparon del delito en dicha etapa, ya que
aparecen otros marcos conceptuales y teóricos, como son las teorías holísticas de la cul-
tura del conflicto y del delito de Donald Taff o de Walter Reckless y, por supuesto, las
diferentes aportaciones de Donald Cressey, de las que nos ocuparemos cuando hablemos
de narcotráfico.
Entonces, ¿por qué llamarla liberal y crítica? Pues porque son estos los dos térmi-
nos que la definen mejor, ya que, por una parte, adoptó una posición liberal propia del
individualismo metodológico, aunque nunca explicitó su posible cercanía a la teoría de
la elección racional, y por otra, estaba enfrentada al predominio de la criminología con-
servadora norteamericana y adoptó actitudes muy críticas, en particular con la falta de
respeto a los derechos individuales por parte del conservadurismo político y cultural, lo
cual les llevó a representar con extremo vigor el llamado liberalismo progresista nortea-
mericano, una opción política que desde los años 60 representa la mayoría del Partido
Demócrata, aunque hasta ahora no ha tenido una versión equivalente en Europa, donde
el liberalismo tiende a ser políticamente más conservador.
Esta visión, a la vez liberal y crítica, influyó de una forma decisiva en la cultura nor-
teamericana, en especial en todo lo relativo a los derechos de las personas y el reconoci-
miento de la diversidad (en particular, la sexual), pero también cambió de forma bastante
radical los procedimientos judiciales en aquel país, dando paso a un derecho penal más
garantista, cuyas reglas se han imitado en muchos países (entre ellos, España). Aunque
la tradición del liberalismo crítico se inició tras la crisis de 1929 y fue especialmente pro-
ductivo en la década de los años 50, no consiguió introducir los cambios aludidos hasta
la propuesta de “La nueva frontera” del presidente Kennedy, ligando desde entonces su
capacidad de influencia a los espacios de poder y gobierno del Partido Demócrata.
La criminología liberal y crítica se identifica además con la importancia que le otorga
en sus investigaciones al tema de las drogas, en una perspectiva que habitualmente des-
dice los presupuestos conceptuales (y no digamos los morales) del sistema internacional
de fiscalización. Pero a pesar de su gran influencia académica e intelectual y de su capa-
142
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
cidad para influir de forma positiva en el sistema penal, fue incapaz de influir sobre las
políticas de drogas en general y sobre el sistema internacional de fiscalización en parti-
cular. De hecho, el endurecimiento del control por parte de los convenios internaciona-
les de 1961 y 1971 se produjo al tiempo que la criminología crítica y liberal apostaba
decididamente por un cambio en el estatus penal de las drogas.
No dejes de leer
¿Por qué el tema de las drogas no aparece de forma amplia y explícita hasta la etapa de
la criminología liberal y crítica?
El liberalismo crítico aparece como tal en la propia escuela de Chicago gracias a la obra
de Edwin Sutherland (1882-1959), que fue la bisagra generacional entre los autores de
la escuela territorial de Chicago, de tal manera que, cuando en 1925 sus líderes escribie-
ron The City, andaban en torno a los 60 años, mientras que Sutherland ya había escrito
un famoso manual académico específico de Principios de criminología en el año 1923
con apenas 40 años, en un momento en el que gran parte de los futuros “criminólogos
liberales críticos” eran alumnos de la Universidad de Chicago. Un manual que además
fue el referente de la criminología durante casi medio siglo (Sutherland, 1923).
143
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En dicho texto aparece por primera vez la teoría de la asociación diferencial, que
establece que el delito aparece entre personas que se conocen, que forman parte de gru-
pos concretos, en contextos de conflicto y desorganización social. En estos contextos, el
delito es un aprendizaje social que requiere “introyectar un modelo de comportamiento”
que los adultos que ya son delincuentes transmiten a niños y adolescentes, los cuales son
socializados en un conjunto de normas culturales. Es decir, “no se nace delincuente, sino
que se aprende a ser delincuente” a través de “experiencias adquiridas”, lo que requiere
la presencia de alguien que “eduque en las técnicas de la delincuencia”. Alguien creíble
y aceptable, por supuesto.
La teoría de Sutherland está a medio camino entre el individualismo liberal y la visión
estructural de Durkheim. Por una parte, se trata de un proceso que “les ocurre a los indi-
viduos”, pero mientras que algunos lo aceptan y asumen, otros no; y por otra, Sutherland
pensaba (al menos hasta 1949) que esto solo ocurría en contextos sociales desorganizados
a consecuencia de la desigualdad social, algo que el propio Sutherland describió como
“una consecuencia de la división de la sociedad en clases sociales”, lo que implicaba un
grado de determinismo social muy propio de Durkheim. Aunque es fácil darse cuenta de
que tratar de compaginar lo individual y los contextos sociales siempre supone, para el
propio individuo, un cierto grado de determinismo social.
Aparte de su célebre manual Principios de criminología, Sutherland realizó varios
trabajos empíricos esenciales en la historia de la criminología, entre ellos destaca El la-
drón profesional (1937), para el que utilizó el modelo de las metodologías etnográficas
en un ámbito urbano. En teoría, el libro lo escribieron a cuatro manos Sutherland y un
ladrón profesional llamado Chic Conwell, pero lo cierto es que aparecen numerosos tes-
timonios, situaciones y datos de otros “ladrones profesionales” a los que se entrevistó e
incluso con los que, por las explicaciones del texto, Sutherland mantuvo una cierta con-
vivencia siguiendo la metodología de la observación participante. El texto supone una
confirmación completa de la teoría de la asociación diferencial. Otros autores siguieron
la estela teórica y metodológica de Sutherland, en particular Edwin Lemert, que trabajó
con los falsificadores de cheques, y William Chambliss, sobre los ladrones de cajas de
caudales y sobre los “toxicómanos” a los que consideraba “miembros de una asociación
diferencial con un alto grado de compromiso personal” (Lamo de Espinosa, 1989)
La otra aportación clave de Sutherland fue Los delitos de cuello blanco (1949), cuya
versión completa no se editó hasta 1983 por la Universidad de Yale, y con la que dio otro
giro decisivo en la historia de la criminología. Los delitos de cuello blanco se definen
como “aquellos que comete una persona de respetabilidad y estatus social alto en su ac-
tividad ocupacional”. En dicha investigación, Sutherland estudia los delitos cometidos
por 70 de las 200 mayores corporaciones de Estados Unidos y describe el mecanismo
de “asociación diferencial” que explica cómo los ejecutivos que comenten estos delitos
financieros y actos de corrupción siguen los mismos patrones que los “ladrones profe-
sionales de los ámbitos marginales”.
144
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
145
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
estructuradas de los individuos del grupo para obrar de acuerdo con aquellos”, dando
lugar a comportamientos diferenciales, aunque a la vez aclara que esto “implica que se
refieren a la conducta que corresponde al papel social en tipos específicos de situaciones,
no a la personalidad. Son tipos de reacciones más o menos duraderas, no tipos de organi-
zación de la personalidad”. Estas reacciones se condensan en forma de “adaptaciones”,
de las que Merton identifica cuatro: conformismo, ritualismo, innovación y retraimiento.
Colocando a los usuarios de drogas y a los alcohólicos en esta última porque “rechazan
tanto las metas culturales como los medios institucionales para alcanzarlas”.
Es decir, la anomia es un hecho social (vértice SC), mediado por la cultura (CS),
pero que se expresa a través del individuo (PS). Para Talcott Parsons, en cambio, y en
línea con la ortodoxia de Durkheim, la anomia solo aparece en situaciones de desorga-
nización como aquellas que se manifiestan (o aparecen) como consecuencia del uso de
drogas y alcohol, que “les desconectaría de las metas social y simbólicamente estable-
cidas”, lo que según Parsons ocurrió al inicio de la creación del sistema internacional
de fiscalización a consecuencia del profundo cambio que estaba viviendo el mundo a
principios del siglo xx, cuando (aunque esto no lo expresó así Parsons) el sistema moral
y simbólico del darwinismo social y del puritanismo se vio sometido a la prueba del
mayor bienestar social, del consumismo y del cambio de valores éticos y morales, en
particular con la irrupción de la “cultura del ocio” (Parsons, 1951).
Por su parte Albert Cohen, un alumno de Parsons, llegará más lejos y planteará la
noción de subcultura delincuencial recurriendo a la idea de la estratificación social,
de tal manera que entiende que las personas de clase baja carecen de los recursos y
las habilidades sociales para tener éxito en una sociedad donde prevalecen las normas
de otros grupos sociales. Como consecuencia, las personas de clase baja “crearán una
subcultura delincuencial a través de la que podrán ascender en su estatus social obte-
niendo éxito a través del delito” (Cohen, 1955). La interpretación de Cohen sobre la
AUTOR: no anomia es importante porque, a través de Travis Hirschi (1969) y de Ian Taylor, Paul
aparece en Walton y Jock Young (1973), nos llevará hasta al actual enunciado de las teorías de
la bibliogra- control social.
fía. En todo caso, y antes de dejar cerrado el tema de Merton, está claro que no es fácil
interpretar esta relación entre los tres vértices (PS, CS y SC) tan propia de Merton, pero
se puede utilizar su texto Ambivalencia sociológica (1976) como una manera fácil de
entender dicha relación en el contexto conceptual de lo que el mismo llamaba teorías
de alcance medio.
En el citado texto, Merton define la ambivalencia sociológica como “(en sentido
amplio) aquellas expectativas incompatibles que con un carácter normativo se asignan a
actitudes, creencias y comportamientos ligados a un estatus […] o a un grupo de estatus
(es decir, un subgrupo social con un estatus compartido) en una sociedad” y “(en sentido
restringido) hace referencia a las expectativas incompatibles que con valor de normas
están asociadas a un determinado cometido o a un determinado estatus social” (Merton,
146
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
1976), lo que implica que “a cada norma social le corresponde una contranorma”. De tal
manera que a la “norma: las drogas son peligrosas y no deben utilizarse” aparece asocia-
da la “contranorma: no experimentar con las drogas es una actitud propia de inseguros”,
pero, y de forma más general, “N: las normas están para ser respetadas” o “CN: si de
verdad quieres conseguir algo quizás no debes respetar las normas”.
La idea de la ambivalencia sociológica trasladada a la criminología nos abre un
camino que de forma explícita Merton no tomó, y en relación con las drogas y el alco-
hol aparece como algo imprescindible en cualquier descripción plausible. Porque hace
referencia al “comportamiento natural”, resultado de un cierto determinismo social y
cultural.
También debemos a Merton la popularización del término desviado/a, pero Merton
utilizaba dicho término para referirse a desviarse de las normas propias de cada so-
ciedad, lo que implica que desviado no es una categoría moral, sino una construcción
social arbitraria y relativa que depende de la norma propia y cambiante de cada cultura.
En este sentido, el concepto de desviado social que Merton utilizó profusamente supone
un intento de adoptar un lenguaje “políticamente correcto” que trata de evitar la etiqueta
y el estigma propio de otros términos como malvado, criminal, malhechor, facineroso,
forajido, perverso, maleante o criminal nato. Con este término, Merton trato de fijar el
estigma sobre el sistema de las normas y no sobre la persona.
Pero como ya se ha explicado en el “No dejes de leer”, “¿por qué vamos a utilizar
los términos delito y delincuente?”. Si no se cambia el sentido social de las situaciones
que se describen, cambiar las palabras no sirve para nada. Así, la acepción original de
desviado como “persona etiquetada como tal por normas sociales inadecuadas” (vícti-
ma) se fue convirtiendo en “persona adecuadamente etiquetada por las normas sociales”
(supuesto victimario), para finalmente ser interpretado como mero insulto, de carácter
despectivo. Leer hoy en día a Merton y a otros autores que fueron los primeros que se
preocuparon por la diversidad social y sus derechos induce a mucha confusión, porque
ellos utilizan precisamente desviado (lo que en la actualidad supone un insulto estigma-
tizador) como referente para una perspectiva de derechos.
147
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
pero adquirió un perfil masculino cuando llegó a estos sectores de clase baja, en especial
entre los afroamericanos. La idea es que se trata de una adaptación innovadora en los
términos de Merton pero que provoca anomia y, como consecuencia, acaba por ser una
adaptación de retraimiento. El propio Merton, en el último capítulo de dicho libro,
acepta esta posibilidad.
En el caso del alcohol y en la misma época, el psicólogo social Donald Horton
(1965) realizó un estudio empírico con la metodología de la comparación cultural
(Cross-Cultural Studies), en el que establecía un fuerte vínculo entre el consumo glo-
bal de alcohol y el grado de ansiedad (entendido como resultado de la inseguridad real
o subjetiva) de una sociedad en relación con otras, y dentro de la misma sociedad entre
diversos grupos sociales, describiendo a la vez los patrones de anomia (relacionados
en general con dificultades para la subsistencia) que explicaban la presencia intensiva
de un alto grado de ansiedad. Añadía que solo un adecuado nivel de control social
(entendido como lo expresan las teorías del control social) permitía disminuir la ansie-
dad y, como consecuencia, los problemas relacionados con el alcoholismo. También
afirmaba, como había mostrado Marshall Clinard con relación a las drogas, que el
alcoholismo retroalimentaba la ansiedad y, por tanto, el propio consumo de alcohol y
un alcoholismo más intenso.
Con Clinard y Horton tropezamos ya con una sociología de la desviación, esen-
cialmente liberal, donde se mantiene la idea de la anomia y su consideración de hecho
social que conectará con las nuevas teorías del control social, pero al final, la explicación
buscada, aunque trata de seguir siendo sociológica o antropológica y sin aproximarse en
apariencia al vértice PS, responde a la pregunta: ¿por qué este individuo concreto es, o
no es, un delincuente o un usuario de drogas? Facilitando respuestas próximas a la idea
de “una personalidad socialmente construida”.
Hay más autores de relevancia que comparten este vehículo. Sin duda alguna, un
texto de especial interés lo constituye Outsiders: hacia una sociología de la desviación,
de Howard Becker, que recopila una serie de artículos de los años 50 pero que fue
publicado en 1963. Su definición de desviación es contundente e irreprochable en tér-
minos morales, éticos y de derechos: “Los grupos sociales crean la desviación al hacer
las reglas cuya infracción constituye la desviación, y al aplicar dichas reglas a ciertas
personas en particular y calificarlas como marginales. […] El desviado es una persona
a quien se ha podido aplicar con éxito dicha calificación” (Becker, 1963). En el texto
se incluye además de manera muy clara la noción de carrera de desviación, entendido
como un modelo secuencial y la importancia de los sistemas institucionales de control y
sus rutinas para determinar esta.
A partir de ahí y en el mismo libro incluye Becker varios artículos míticos, dos sobre
el uso de marihuana y otros dos sobre el perfil de los músicos populares, en particular
los de jazz, en los que las drogas ocupan un lugar relevante. Otro artículo de la recopila-
ción se refiere a cómo se imponen las reglas y el papel de los medios de comunicación,
148
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
No dejes de leer
La utilización de metodologías cualitativas
Las teorías liberales y críticas utilizaron con frecuencia lo que actualmente llama-
mos metodologías cualitativas, pero en realidad en aquel momento tenían un origen
muy diferente.
La mayor parte de trabajos criminológicos citados utilizan métodos cualitati-
vos, pero su vínculo con el concepto de cualitativo no es el actual. Más bien se trata
del enfoque fenomenológico que debemos al filósofo Edmund Husserl (1859-
1938) y que el sociólogo austriaco de origen judío Alfred Schulz (1899-1959)
importó a Estados Unidos a partir de su exilio en este país en 1939. Las ideas de
Schulz fueron bien acogidas por los más relevantes filósofos pragmáticos nor-
teamericanos (George Herbert Mead y John Dewey), porque hacían referencia a
“cómo vivían y sentían las personas su vida cotidiana”, o expresado en sus propias
palabras, “el ser humano que mira al mundo desde una actitud natural”. Asimismo,
considera que el significado de las cosas es el resultado de la interacción social.
149
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Otro autor que nos ha parecido relevante es Erving Goffman, cuya obra más emble-
mática tiene que ver con el análisis de las condiciones reales de los enfermos mentales
residentes en instituciones cerradas (Goffman, 1961). Además, realizó la mejor explica-
ción metodológica de la criminología liberal y crítica en pleno desarrollo de esta (Go-
ffman, 1959). En este texto, Goffman trata el juego de las “fachadas personales (apa-
riencias, representaciones, escenarios)” que adoptan los actores en su interacción con
“la audiencia de los otros”, lo que según él es un “acto de dramaturgia social”. Lo más
interesante es que no se trata de fachadas elegidas, sino de fachadas asignadas, sobre las
cuales es posible realizar operaciones que invisibilicen ciertas características mientras
hacen más evidentes otras.
Pero en relación con las drogas, su texto más relevante es Estigma, donde las define
como un “estigma por defecto de carácter”, por supuesto un defecto subjetivo que la
sociedad atribuye a algunos de sus miembros. El estigma es un rasgo de descrédito que
se adquiere a través de una carrera moral mediante las asignaciones del descrédito, y en
ocasiones se puede ocultar y en otras no. La mayor parte de los ejemplos de Goffman
se refieren a la homosexualidad (en la década de 1950), pero con alguna referencia a
las drogas. En todo caso, su análisis de la homosexualidad se puede aplicar, entonces, a
150
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
las drogas. La identidad de partida como “sujeto infame” (expresión irónica) pertenece
a uno mismo y se puede encubrir para evitar ser descubierto, pero esto no es fácil y no
siempre es posible, porque la mirada del otro acecha y, una vez establecido el estigma y
el descrédito, es mucho más difícil recuperar la “normalidad” que perderla.
En este punto, el “yo” tiende a autoengañarse, a identificarse con el estereotipo de
estigmatizado y a comportarse de acuerdo con este, porque esta es la única identidad
que le conceden los otros y la única que puede concederse también a sí mismo, en la
dinámica del proceso de socialización, del que Goffman aporta numerosos ejemplos, de
drogas y jóvenes delincuentes incluidos, que pueden acaecer durante la etapa escolar
(Goffman, 1963).
Su conciencia del estigma es tan aguda que es capaz de identificar a todos aquellos
que deberían, o podrían, ser también estigmatizados. Es decir, los usuarios de drogas se
reconocen entre ellos y, como consecuencia, tienden a organizarse en grupos para evitar
las consecuencias del estigma, lo cual refuerza su estigma y, por tanto, su condición de
excluidos. Esto no es del todo malo, porque también conduce hacia la “militancia social
de la diferencia”. En el fondo, Goffman piensa que los procesos de estigmatización son
“racionalizaciones para delimitar la realidad cotidiana”, lo que supone que la sociedad
es una red entrecruzada de diferentes estigmas, alguno de los cuales nos afectará perso-
nalmente.
Las aportaciones del liberalismo crítico son bastante más amplias. Por ejemplo, la
llamada teoría del etiquetaje, que analiza la interacción que existe entre desviados y no
desviados como un proceso en el cual el prejuicio conforma una carrera adaptativa por
parte del desviado que, rechazado por la sociedad “más normalizada”, irá profundizan- AUTOR: no
do en su desviación hasta asumir los roles que contiene dicha identidad. Edwin Lemert aparece en la
(1972) distingue el acto inicial de transgresión (desviación primaria) cuando se trata bibliografía.
de una transgresión simple, como, por ejemplo, un episodio de abuso de alcohol en la
adolescencia que apenas provoca reacción social. Pero puede ocurrir que los episodios
sean continuos y además estar acompañados de otras transgresiones como vandalismo o
acoso sexual, que puede ser observado y comentado en su entorno, lo cual le conduce,
para evitar la censura social, a buscar la compañía de otros adolescentes que se compor-
ten de modo similar.
Comienza así el proceso de desviación secundaria, ya que al asociarse a aquellos
que comparten similares conductas (Sutherland), se refuerzan estas pautas de conducta,
hasta que se adquiere la identidad social acorde con la etiqueta social asignada.
Es decir, la etiqueta es social, pero el proceso de desviación (y la adquisición de la
correspondiente identidad) es individual. Algo que se adapta muy bien a la descripción
de los procesos que viven los usuarios de drogas, en cuyos relatos, este primer acto de
transgresión se describe como una transición casi mítica (antes/después) de responsabi-
lidad personal, mientras que el proceso posterior (la desviación secundaria) se describe
como una consecuencia del rechazo social.
151
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Esto nos conduce a poder decir y pensar que, al menos en ocasiones, con bases
ideológicas y creencias comunes (la teoría de la elección racional y el individualismo
metodológico), se construyen tradiciones y prácticas que, en el esquema ideológico más
común (conservadurismo versus progresismo), resultan antagónicas.
De hecho, en el año 1968, ante la “desviación humanista” que suponía la criminología
liberal, otro premio Nobel, Gary Becker, publicó un artículo que apelaba a la ortodoxia
154
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
neoliberal que el mismo lideraba, en el que afirmaba que la elección racional de los
individuos solo pueden formar parte de una decisión de asignación de recursos, de tal
manera que una conducta desviada estaría guiada por el cálculo de utilidad relativa en la
que se ponen en una balanza los costes y los beneficios que puede tener el delito que se
va a comentar (Becker, 1968). En posteriores trabajos, Becker definió cuáles serían estos
beneficios (como dinero, prestigio, poder y placer) y cuáles los costes que incluían el cas-
tigo judicial, el rechazo del entorno y las autosanciones que se impone la propia persona
al interiorizar las normas y entre las que cita la vergüenza y la culpa (Becker, 1974). El
A U T O R :propio Becker aplicó este modelo al caso de las drogas (Becker, 1984).
no apare- Poco después, en 1985, James Q. Wilson y Richard J. Herrnstein publicaban Crimen
cen estasand Human Nature, un texto que adopta la vía específica de la criminología de la elec-
referen-
ción racional. Siguiendo a Gary Becker, parte de la idea de considerar el delito como
cias en la
fruto de una decisión económica, que nunca es errónea en sus cálculos de costes y bene-
bibliogra-
fía.
ficios (de naturaleza económica o psicológica), por supuesto según la interpretación del
sujeto y a partir de los recursos de los que dispone (Wilson y Herrnstein, 1985). La obra
de estos dos autores abre el camino para una criminología de la elección racional que se
expresó de una forma ya muy elaborada apenas un año después, en plena euforia de los
proyectos políticos neoliberales (Cornish y Clarke, 1986).
Sin embargo, y a pesar de la hegemonía política neoliberal, estas teorías han tenido
un escaso predicamento en criminología y en el ámbito penal, legal y judicial, aunque
muestran un cierto desarrollo en el campo de la llamada economía del delito, si bien es
cierto que, en los últimos años, algunos textos propios del más estricto liberalismo cri-
minológico muestran una cierta presencia académica y policial (Clarke y Pelson, 1998;
Piquero y Tibbets, 2002).
Todo esto nos lleva a plantear una duda que nadie acaba de resolver: ¿la orientación
real de las políticas en torno al delito y la seguridad se establece a partir de las orienta-
ciones teóricas generales u obedecen a otros factores? En este último caso, ¿a cuáles?
No hay respuesta para ello, aunque en algún momento deberemos afrontar la cuestión.
155
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
posible utilidad de tales medidas, que son vividas por aquellos que las reciben, y por
una parte sustancial de los profesionales que las aplican, simplemente como “una pena
menor” a la que se acogen por recomendación de sus abogados, aquellos que tienen de-
recho a estas. Es posible que una buena lectura de la obra de Matza hubiera modificado
la percepción de significado de todas estas medidas.
No dejes de leer
Identidad y conducta cotidiana
La obra de Matza debe contemplarse como la respuesta a una cuestión que la cri-
minología liberal, y muchos otros enfoques de esta disciplina, quisieron responder,
pero no lo han conseguido. Se trata de la respuesta a la vieja pregunta clásica y
positivista: ¿qué significa y qué es ser un delincuente? Aunque es cierto que la cri-
minología liberal la contesta desde la perspectiva del relativismo cultural y social:
ser delincuente es ser miembro de una cultura (o subcultura) delincuencial que te
proporciona una identidad completa como tal.
Pero esto deja sin responder la pregunta que años después formularía Geor-
ge Steiner a la cuestión de: ¿qué significa ser nazi? Que expreso como “ser nazi es
poder tocar a Schubert por la noche, leer a Rilke por la mañana y torturar al me-
diodía”. Y que en nuestro caso se puede traducir por “emocionarse con la poesía
de Lorca por la mañana, adorar a mi perro por la tarde y ser un asesino en serie
por la noche”. O de forma más directa, “llorar con las novelas de Corín Tellado
por la noche, amar y mimar hasta la locura a mis hijos por la mañana y robar todo
el dinero de la familia para comprar heroína al mediodía”, es decir, ser delincuente
casi nunca es solo ser delincuente. Pero para la criminología liberal “ser delincuente
supone adoptar una identidad completa y holista como miembro de una determi- AUTOR: no
nada subcultura”, algo que Emilio Lamo de Espinosa (1986) describe muy bien, en aparece este
la línea de la criminología liberal, sin percatarse de que está construyendo un este- año en la bi-
reotipo total a partir de unos escuetos rasgos de parte de la identidad del sujeto. bliografía.
Las diferentes alegaciones a la cuestión planteada por George Steiner tienen
algo en común: “esto solo era posible en el nazismo porque están bajo el control
de un sistema totalitario”. Pero en todo caso, el delincuente que participa en una
subcultura como las que describe la criminología liberal no vive en un sistema to-
talitario. La identidad del delincuente, salvo casos muy aislados, es compleja, como
la de todos los seres humanos, y se constituye a partir de su vinculación a diversos
sistemas. La criminología de David Matza tiene en cuenta este hecho, y no solo
describe a un delincuente como a un sujeto “natural y real” en el que conviven
diferentes identidades, sino que facilita una visión criminológica más acorde con la
esencia de los derechos humanos para aplicar a este.
157
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
pueden producir procesos de desviación, pero tales procesos raramente implican una
inscripción total.
El caso de las drogas es un ejemplo perfecto de valores subterráneos. La tentación
está presente de manera permanente, no tanto por la accesibilidad de las diferentes sus-
tancias como por la universalidad del deseo personal. Una universalidad que explica el
contenido de las campañas de “Di no a las drogas”, porque la tentación está ahí, es decir,
no es una ausencia, sino algo muy real y presente, y el hecho de probar o no probar tiene
que ver con la oportunidad de acceder a esta, pero sobre todo por el valor cultural subte-
rráneo del deseo de hacerlo. Pero para la mayoría de las personas aplican “los valores de
la seguridad y la rutina” en forma de “proyecto de vida” para autolimitar el uso de cada
sustancia. En todo caso, como afirma Matza, “el recuerdo de la excitación perdura y se
transmite socialmente como tal”.
En tercer lugar, aparece, muy relacionada con el concepto de valores subterráneos,
la noción de deriva, que se refiere a “una zona de la estructura social a medio camino
entre la libertad y el control en la que el delincuente esta momentáneamente en el limbo
de la norma y su transgresión coqueteando bien con uno o bien con otro” (Matza, 1964),
lo que equivale a decir lo mismo que el argumento de Derek Parfit y de Daniel Kahne-
man que venimos utilizando desde el primer capítulo: nadie es delincuente o virtuoso a
tiempo completo porque es imposible serlo.
La deriva explica no solo el comportamiento natural de una mayoría de usuarios de
drogas, sino que sostiene la lógica de la respuesta asistencial, ya que la deriva permite
identificar y determinar la actuación adecuada, desde los casos en los que se produce una
clara inclinación hacia el deseo de aceptar la normalización, y por tanto la intervención
terapéutica y educativa tiene que adoptar una determinada estrategia de oportunida-
des, hasta los casos en los que el uso parece más compulsivo y el deseo más próximo
a continuar con la transgresión. También es cierto que, en palabras del propio Matza,
“el sentido de la deriva refiere una cierta intermitencia”. De hecho, los programas de
reducción del daño y del riesgo tienen éxito porque se aprovechan precisamente de esta
circunstancia.
Finalmente, todo esto nos conduce hacia las técnicas de neutralización, la noción
más conocida de Matza, ya que describe cómo para evitar o difuminar el estigma y
justificar sus acciones las personas que son descubiertas cometiendo un delito o una in-
fracción recurren a justificaciones que adoptan cinco formas principales: 1) Negación de
responsabilidad, 2) Negación del perjuicio, 3) Negación de la víctima, 4) Condena a los
que condenan y 5) Recurso a una lealtad superior. El conjunto de técnicas de neutraliza-
ción conforma un relato (un vínculo moral en términos de Matza) que se retroalimenta
hasta “validar la voluntad de delinquir” (Matza y Sykes, 1957).
Las técnicas de neutralización conforman un rasgo central de la cultura de las
drogas, un relato bien hilvanado de la justificación, construido de forma aparentemen-
te racional, pero compuesto de mentiras, fantasías y delirios, cuya retroalimentación
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
conforma una apariencia subcultural pero que, en realidad, no es otra cosa que esta
práctica autojustificativa.
Veamos, primero, la negación de la responsabilidad: “El primer chute me lo rega-
laron o me engañaron y ya no pude dejarlo”. La negación de perjuicio: “Los pesticidas
de los alimentos, o la contaminación urbana, son más tóxicos que las drogas o él taba-
co”. La negación de la víctima: “Nunca he hecho daño a nadie, aunque en ocasiones he
tenido que defenderme para sobrevivir”. Condena a los que condenan: “Todos (jueces,
policías profesionales de la asistencia...) consumen lo mismo o más sin sufrir ninguna
consecuencia”, una técnica de neutralización que en el ámbito de drogas puede deno-
minarse sobrecontaminación. Recurso a la lealtad superior: “No voy a abandonar o a
traicionar a mis colegas”.
160
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
Estos ejemplos, perfectamente equiparables a los de David Matza, han sido utiliza-
dos para resaltar un componente que no aparece como tal en El proceso de desviación,
porque los hechos que concatenan los procesos son fruto de factores al azar (un aviso
innecesario a la policía, unos padres que necesitan demostrar su preocupación y la con-
ciencia, también subjetiva, de la escasez de dinero en la adolescencia). Sin estos hechos,
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
¿Por qué no existe una criminología marxista? El caso de las drogas
Una de las carencias más significativas del marxismo son sus dificultades para res-
ponder a las preguntas de la criminología y la casi nula presencia de la teoría mar-
xista dentro del corpus criminológico, donde debería figurar de forma destacada
por sus análisis en el campo de la economía, la sociología y la ciencia política, y
que refleja el envés de la misma carencia. ¿Por qué ha ocurrido esto? Pues en gran
medida porque el marxismo elaboró y cerró su interpretación de “los hechos de
la criminología” a finales del siglo xix y después se ha negado a reabrirlos. Hay un
marxismo dogmático que no ha reabierto nada, pero en la mayoría de las cuestio-
nes, desde la determinación de la superestructura hasta la noción de socialismo,
pasando por la conciencia de clase, se han abierto debates. Sin embargo, en la cues-
tión del delito y la delincuencia esto aún no ha ocurrido.
Existen algunos escasos autores que se proclaman marxistas y que tratan de
afirmar una criminología alternativa, el más conocido de ellos es sin duda el holan-
dés Willem Bonger, autor de tres monumentales tratados de criminología (1916,
1934 y 1946) y que maneja, aunque en términos marxistas, un modelo similar al
de Merton, reemplazando la cuestión de los “fines medios” por la de la codicia,
el egoísmo y la ambición propias del sistema capitalista. En todo caso, su excesivo
“correccionalismo” le ha excluido de la criminología más progresista (Taylor, Wal-
ton y Young, 1973).
162
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
La obra de Matza conforma una bisagra entre la criminología liberal crítica y las nuevas
teorías criminológicas sobre el conflicto que darán lugar a las teorías del control social.
Pero a la vez anuncia el constructivismo social, una nueva perspectiva teórica para el
conjunto de las ciencias sociales que, como tal, formalmente no se inicia hasta el año
1968, cuando apareció el conocido texto La construcción social de la realidad, de Peter
Berger y Thomas Luckmann. Entonces, la dinámica de las explicaciones en torno al
desarrollo de los “hechos sociales” sufrió una notable convulsión.
No debería haber sido así, y el caso concreto de la criminología lo demuestra, la
mayor parte de las explicaciones habían evolucionado desde la consideración estruc-
tural de Durkheim hacia las “teorías de alcance medio” de Merton, para acabar en las
nociones más identitarias de la criminología liberal, e incluso Matza nos presenta a sus
“personajes” construyendo identidades personales, más bien ficticias, que se asocian a
163
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
164
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
produce una sensación de plenitud en la propia criminología. Lo que implicó no solo que
se reconociera el valor de las teorías de la criminología liberal y crítica, de la obra de
Cohen y de Matza, sino que comenzaran a utilizarse, desde la tranquilidad que suponía
la coincidencia multidisciplinar.
Esta nueva fase, por una parte, continuista, y por otra, más rica, se abrió a la po-
sibilidad de una nueva delimitación teórica, que trataba de trasladar la práctica y la
acción criminológica hacia la propia sociedad, es decir, apostaba por reformas en torno
a los derechos sociales, políticas de igualdad, contención social, acciones a favor de la
diversidad, microacciones, programas de reinserción social y laboral en colaboración
con empresas, etc. A todo esto, se les denominó, porque se percibía solo desde la propia
criminología, como teorías del control social, un término que ha generado numerosos
malentendidos.
Pero a la vez y en el mismo periodo histórico, las políticas públicas con relación al
delito han seguido su propia lógica (en el vértice PA de la mera actuación percibida en
exclusiva desde la agenda política), van obviando una parte importante de los análisis
empíricos, las teorías y las propuestas criminológicas y desarrollan actuaciones concre-
tas que justifican en “las demandas de la población en una sociedad democrática”. Como
todas las demandas suelen referirse a “más seguridad”, las políticas criminales reales se
han ido inclinando de forma continua y en casi todo el mundo, en parte a través de los
mecanismos de globalización penal, hacia los llamados modelos de seguridad ciudada-
na, que se caracterizan por la firme creencia, pero falsa, de que el delito disminuye con
el incremento del castigo o la coerción.
La justificación de las políticas de seguridad se sustenta, por un lado, en una in-
terpretación torticera del concepto de democracia, y por otro, en el argumento básico
del constructivismo: si todo es mero relato, la criminología es un relato y el imaginario
social otro relato, no existiendo elementos objetivos que justifiquen la prevalencia del
primero sobre el segundo.
Pero la criminología no es un simple relato, sino que es una ciencia empírica susten-
tada sobre la teoría del utilitarismo moral, que de hecho ha asumido, incluso, aquellos
componentes del constructivismo que contribuyen al avance del conocimiento. Por tan-
to, no es un relato equivalente a las creencias del imaginario social, y vamos a tratar de
demostrarlo.
Pero no va a ser fácil mantener esta posición de ciencia empírica y, además, sus-
tentada en una determinada teoría, en parte porque el constructivismo ha supuesto una
revolución inesperada que ha afectado la práctica concreta de todas las áreas del cono-
cimiento, de una forma tal que no había ocurrido desde el positivismo en el siglo xix.
Es cierto que se mantiene una cierta idea de “la ciencia basada en evidencia”, pero en la
práctica de este enunciado, a través de la “política de las revistas científicas”, lo cierto es
que “las evidencias” (algunas supuestas y otras más empíricas) cada vez parecen y, por
tanto, son relatos en pugna.
165
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Las teorías del control social aparecen como un desarrollo propio tanto de las teorías li-
berales y críticas como del naturalismo. Simplemente añaden los factores sociales (vér-
tice SC), que en general no solían ser demasiado explícitos (aunque no negados) en los
autores citados en los apartados anteriores. Si que, en cambio, resulta bastante inédita su
idea de que a través de estos factores “se puede controlar o evitar la conducta delictiva”.
El nombre de teorías de control social procede de este hecho, pero produce un no-
table malentendido, porque control social significa “un conjunto de prácticas y valores
que tienen como finalidad mantener el orden establecido” sin cuestionar ni la ética, ni
la finalidad ni la oportunidad de dichas prácticas y valores, lo que significa que incluye
practica coactivas y no coactivas, prejuicios y creencias propias del imaginario social
y colectivo, así como las instituciones de toda naturaleza (desde la familia hasta la
prisión) que garantizan “el sistema del orden” al margen de que este sea el adecuado
o no. En otros términos, “el Control Social es un fenómeno de amplio espectro, con-
sistente en la interrelación funcional sistémica de la totalidad de instituciones sociales
y sistemas normativos reguladores que participan en las estrategias de socialización y
resocialización destinadas a mantener la estabilidad y el orden social, mediante consen-
so y la coerción”.
¿Es esta la noción de control social que utilizan las teorías del control social? Pues
sí, porque la última cita se ha extraído de un texto relevante en este sentido, lo que im-
plica, de nuevo, adoptar un término que produce el mismo efecto de rechazo que des-
viación, lo cual, como veremos, resulta un factor decisivo en la pugna con el modelo de
la seguridad ciudadana ¿Cómo se debería llamar? Pues, sin duda, de otra manera. Pero
antes de proponer esta denominación vamos a exponer su contenido.
¿Cuándo nacen las teorías del control social? Pues quizás cuando, en 1971, el cri-
minólogo ingles Stanley Cohen (1942-2013) publica Imágenes de la desviación, donde
166
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
compila diferentes autores que se apartan del modelo liberal para centrarse en dos cues-
tiones que, según se afirma en el texto, “la criminología había obviado”. Por un lado, los
procesos de cambio social que vivían nuestras sociedades, y que fueron muy intensos en
la década de los años 60 y en particular en el ámbito de las drogas, y por otro, la actitud
de los medios de comunicación (el vértice IP) como promotores de actitudes y creencias
irracionales.
En el año 1972, Cohen publica el texto Demonios populares y “pánicos morales”,
que en su origen se subtitulaba The creation of Mods and Rockers, y que en la versión
española aparece con el subtítulo Delincuencia juvenil, subculturas, vandalismo, drogas
y violencia. Se trata de un texto más enfocado a “cómo se construye el imaginario social
sobre el delito”, aunque no lo limita a los medios de comunicación, sino que considera
que otros agentes son necesarios, como los portavoces políticos, judiciales, policiales e
incluso los movimientos sociales urbanos tipo “asociaciones de vecinos”. La idea cen-
tral es que todos estos actores confluyen y retroalimentan una agenda política que acaba
por provocar una situación de “histeria colectiva” que describe como “pánico moral”.
La existencia de los mods y los rockers, su uso de drogas tipo anfetaminas y sus
supuestos enfrentamientos violentos crearon uno de estos pánicos morales, hasta el
punto de que en algunas ciudades costeras de Gran Bretaña se les prohibió la entrada.
Pero no solo era su supuesto comportamiento, sino lo que representaban, “una nueva
generación de niños mimados que no habían vivido la guerra” y que no cumplían con
sus obligaciones sociales, lo cual implicaba riesgos para la reproducción social. A par-
tir de ahí, Stanley Cohen utiliza la noción de promotores o empresarios morales para
explicar quién y por qué provocaba, de forma artificial, este “pánico moral” y cómo
este retroalimentaba los comportamientos identitarios de mods y rockers, así como su
consumo de drogas.
Unos años después, el politólogo Norman Zinberg utilizo el modelo de Cohen para
aplicarlo de forma exclusiva a las drogas, modificando la denominación de pánico mo-
ral y sustituyéndola por crisis de drogas, un término que ha tenido un cierto éxito en
España y en los ámbitos de drogas (Zinberg, 1984). En todo caso, ambas explicaciones
no son otra cosa que la descripción de cómo ha pervivido la ideología del darwinismo
social en nuestras sociedades y como aún influye con relación a ciertos temas.
La investigación de Cohen es la más citada en el ámbito de la criminología, pero
no debemos obviar, también en la misma época, la obra del teórico cultural jamaicano
Stuart Hall (1932-2014), fundador y director del Centre for Contemporary Cultural Stu-
dies en la Universidad de Birmingham, que fue el iniciador de la cada vez más potente
corriente de los “estudios culturales” y buen conocedor del tema de las drogas, sobre el
que escribió su libro clásico Los hippies: una contracultura (1968). En plena conforma-
ción de las teorías del control social, Hall publicó Rituales de resistencia. Subculturas
juveniles en la Gran Bretaña de la postguerra (1975), cuya reciente traducción al es-
pañol está provocando un creciente interés sobre este texto. La idea central de Hall se
167
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
condensa en la frase “es muy difícil que los hijos de la clase trabajadora no sigan siendo
trabajadores”, tanto porque viven en un contexto social que les socializa en determi-
nados valores como por el hecho de que el resto de los grupos sociales los identifican
como tales.
Lo mismo ocurre con el delito (al menos ciertos delitos) y con las drogas que se
convierten en señas de identidad social. Un concepto que se parece mucho a la noción
de subcultura de Albert Cohen, pero mientras Cohen pensaba que la pertenencia a dicha
subcultura era el resultado de un proceso personal, Hall la entiende como una adaptación
funcional ante la desigualdad social, de tal manera que las personas jóvenes reaccionan
ante el rechazo de otros segmentos sociales, adoptando “rituales de resistencia” que
escenifican su rechazo a aquellos que les rechazan. El vandalismo, otros delitos y el uso
de drogas serían la manifestación más habitual de estos rechazos. Pero, a la vez, estos
“rituales” serían utilizados por los medios de comunicación para aumentar el rechazo
social, provocando más crispación y pánico.
Por cierto, en el texto de Stuart Hall aparece un capítulo de Angela MacRobbie y
Jemie Garber titulado “Chicas y subculturas: una aproximación”, que va a suponer el
arranque de la perspectiva de género en el ámbito de las drogas. Porque ambas autoras
muestran cómo, en 1975, en las bandas juveniles las chicas son invisibles y están subor-
dinadas de forma estructural “a un orden masculino extremo” que se confunde con la
propia identidad de la banda y que justifica actos de humillación y violencia sexual que
las chicas participantes aceptan como parte de la identidad del grupo.
Otro autor clave en este conjunto de teorías es el ya citado sociólogo Travis Hirschi,
a partir de Causas de la delincuencia (1969), que fue sistematizado en el manual Teoría
general del delito de Michael Gottfredson y Travis Hirschi (1990), en el que desarrollan
la llamada teoría del autocontrol. En la primera de las obras plantea que el delito no
es una elección de la persona, sino que es algo que viene determinado por el contexto
social, como consecuencia de la debilidad o de la ruptura de los vínculos sociales, espe-
cialmente en la etapa de la adolescencia y primera juventud, proponiendo la posibilidad
de prevenir esta situación con acciones tendentes a conseguir un mayor “arraigo social”,
a través del que se facilita el autocontrol, en un contexto, que se describe en el segundo
libro, en el que cobra importancia la motivación (es esencial tener un proyecto de vida),
que permite sospesar las ventajas e inconvenientes de nuestros actos.
La visión de Hirschi es, además, evolutiva, de tal manera que a cada edad le co-
rresponde un determinado modelo de carácter universal, es decir, que no varía entre
diversos territorios y culturas y, por tanto, es posible realizar acciones que refuercen
los vínculos sociales propios de cada situación o edad. Se trata de acciones (progra-
mas) de carácter preventivo que disminuirían el delito y que incluyen un replantea-
miento global de todas las practicas “de socialización”, empezando por la familia, la
escuela, el vínculo comunitario, las prácticas culturales y, por supuesto, los medios de
comunicación, sobre las “cuatro dimensiones del control social”: un tipo de relaciones
168
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
169
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En resumen, ¿cuál es el contenido de las teorías del control social? Pues parte de la
noción de que la organización social requiere la presencia de un sistema normativo de
carácter cultural pero también formal que permita preservar los derechos individuales
y de que el sistema penal se interpreta como el subsistema de intervención del control
social, que actúa solo cuando los mecanismos de autocontrol, así como otras formas de
heterocontrol no penal, no funcionan. Su objetivo es la máxima eficacia y no el castigo,
en los mismos términos que propuso Beccaria, así como el utilitarismo moral, que se
describen en este manual.
Atribuye una gran importancia a los controles sociales de carácter cultural e in-
formal, en particular los preventivos, interpretando incluso que el progreso humano se
puede medir por la prevalencia de este tipo de control sobre los controles formales, en
particular los penales. A la vez, entiende que la eficacia del control social se relaciona de
forma inversa con la extensión de este, es decir, a mayor efectividad menor necesidad,
de tal manera que “la debilidad del control se asocia a la mayor ansia de castigo y de
intervención penal, pero según el control social mejora su eficacia, tanto el castigo como
la propia necesidad de control deben disminuir” (Cohen, 1985).
Este mismo autor elabora incluso un esquema histórico sobre la evolución del con-
trol social en tres fases, la primera hasta la Ilustración (siglo xviii), la segunda desde
inicios del siglo xix hasta la segunda mitad del siglo xx y la tercera desde la década de
los años 60 hasta la actualidad, en el que muestra la evolución de diez variables: la capa-
cidad del Estado, el lugar de control, el objeto del control, su visibilidad y transparencia,
la identificación de los desviados, la hegemonía de la ley, la dominación profesional, el
objeto de la intervención, las nociones que soportan el control social y, finalmente, las
formas de control o castigo. Un esquema que contiene hechos y relatos empíricos, aun-
que también el objetivo de mejorar la práctica de la criminología. En este sentido hay
una cierta coincidencia entre la tesis de Stanley Cohen y las del psiconeurólogo Steven
Pinker (2011), del MIT, que muestra como la evolución biológica, acelerada por la ci-
vilización, reduce las tasas de violencia y el delito y se pregunta ¿Por qué no podemos
reconocer esto?
En todo caso, ¿cómo ha sido recibido todo este bagaje intelectual en España? En el
caso de la criminología con una cierta confusión, en gran medida porque el aislamiento
padecido durante el franquismo facilitó el desconocimiento de las teorías liberales, que
no se conocieron de forma íntegra hasta la publicación, en Buenos Aires en 1977, de La
nueva criminología (Taylor, Walton y Young, 1973). En 1981 se tradujo El proceso de
desviación de David Matza (1969), cuando el tiempo de la criminología liberal y crítica
había pasado. Al mismo tiempo, su conocimiento en España coincidió con la epidemia
de heroína, lo cual permitió reforzar las propuestas de moderación que, como hemos
señalado, facilitaron una interpretación tolerante de la Convención de 1988. También es
cierto que esta interpretación va a ser socavada y contrastada por la Ley de Protección
de la Seguridad Ciudadana (LO 01/1992).
170
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
También es cierto que en España las teorías del control social se expresan casi ex-
clusivamente en ámbitos propios del derecho penal y se proyectan hacia la criminología
A U T O R :(Bustos, 1987; Bergalli, 1998; Bergalli, 2003, en el prólogo del libro de Young, 1999;
no apare-García Pablos, 2016), conformando una poderosa y exigente corriente en el seno de la
cen en ladisciplina. Pero carecen de los necesarios interlocutores, es decir, de los agentes repre-
bibliogra-sentativos propios en los vértices CS, SC de las ciencias sociales y, por supuesto, de
fía.
los agentes correspondientes a vértices PA (acción) o IP (información). Unos agentes
imprescindibles para que las teorías del control social puedan aplicarse, pero que han
permanecido invisibles los últimos años a pesar del loable esfuerzo de muchos penalistas
por adquirir un perfil de “múltiple militancia”. No es posible impulsar este avance y pro-
greso social, entendido en términos de eficacia, justicia, respeto a los derechos, igualdad
y bienestar social, sin una adecuada colaboración institucional de las ciencias sociales y
de la acción política. Pero en España, a estos ámbitos no les gusta demasiado tratar con
la criminología, y cuando lo hacen suelen recurrir a estereotipos sobre dicha disciplina.
No dejes de leer
¿Cómo llamar a las teorías del control social para evitar malentendidos?
Parece evidente, visto desde el derecho penal, que la descripción que acabamos
de hacer del concepto de control social equivale en otros vértices a política social,
y siguiendo la argumentación de este manual se corresponde con el desarrollo de
los derechos sociales, es decir, con los derechos de ciudadanía, que conforman el
estado de bienestar. Por tanto, estas teorías criminológicas deberían llamarse teo-
rías de los derechos sociales, ya que afirman que, para reducir y controlar el delito,
y por supuesto los usos problemáticos de drogas, el camino adecuado pasa por
garantizar tales derechos. Por ello, no es una cuestión de control social, sino de
derechos sociales. De hecho, la idea no es original, ya que la formuló Jock Young
en La sociedad “excluyente”: exclusión social, delito y diferencia en la Modernidad tardía
(1999), donde, más o menos entre líneas, afirmaba que las teorías del control
social no deberían ser valoradas por lo que explican y describen, sino por lo que
proponen hacer: garantizar los derechos sociales.
Por tanto, a partir de este momento vamos a hablar de las teorías de los de-
rechos sociales, porque esto es lo que son. Ciertamente, la expresión va a chocar
en España, y especialmente desde la perspectiva penal, pero no tanto para una
criminología que adopta una perspectiva sistémica y multidisciplinar.
También es verdad que adoptamos este término desde la perspectiva de las
drogas, en el ámbito de la intervención, en el que la idea de la recuperación per-
sonal y la inserción social aparece vigorosamente ligada al acceso a los derechos
sociales.
171
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Como ha explicado John Lea (2002), las teorías de los derechos sociales se han tenido
que confrontar con el modelo de la seguridad ciudadana, y esto ha supuesto un “cierto
grado de descomposición” de estas como consecuencia de su necesidad de oponer-
se críticamente a “la histeria de la inseguridad, el activismo de determinados sectores
de víctimas, la mayor capacidad de control institucional y la lógica política electoral”
(Lea, 2002).
Todo ello ha implicado que el modelo de seguridad ciudadana sea más implícito
que explícito, de tal manera que la única forma de explicarlo sea a través de los análisis
críticos de muchos criminólogos, que han pasado del “qué deberíamos hacer” de las
teorías de los derechos sociales al análisis de “lo que no hay que hacer” sobre el modelo
de la seguridad ciudadana. En realidad, Lea tiene razón: La única manera de presentar
la práctica del modelo de seguridad ciudadana es hacerlo desde una perspectiva crítica,
para evitar “la descomposición institucional de las propuestas alternativas” (Lea, 2002).
De hecho, este es un problema especialmente relevante en el ámbito de las drogas,
para las cuales el modelo de seguridad ciudadana es tan omnipresente que las únicas
propuestas entendibles son las nuevas políticas de regulación, que asumen las propues-
tas de las teorías de los derechos sociales pero que no pueden desarrollarlas porque el
debate se traslada exclusivamente al ámbito de las políticas públicas.
La tendencia de la criminología hacia un modelo integral de derechos sociales
y de ciudadanía ha sido corregida por la práctica criminal y política del modelo de
seguridad ciudadana. La noción de derechos sociales supone, como hemos visto, la
conclusión del proceso de investigación científica combinado con el ideal de la eficacia
al menor coste social del utilitarismo moral.
¿Qué es el modelo de seguridad ciudadana? Pues una opción política que en Norte-
américa y en algunos países latinoamericanos se denomina tolerancia cero y que, lógi-
camente, requiere modificaciones en las leyes y en la intervención penal. La idea básica
es endurecer el sistema de penas y ampliar los tipos de conductas que hay que penalizar
para reducir el nivel de riesgo de la sociedad y ofrecer mayor seguridad a los ciudadanos
(y a las instituciones, aunque no se explicite). Este modelo aparece de forma paradójica
cuando la criminología científica parecía estar llegando a un cierto consenso en torno al
modelo de derechos sociales y de ciudadanía, el cual ofrece un conjunto de alternativas
opuestas a las que va a poner en práctica el modelo de seguridad ciudadana. No deja de
ser sorprendente que el modelo de seguridad ciudadana surja en un momento histórico
de fuerte descenso de las tasas de criminalidad.
El contenido del modelo de seguridad ciudadana ha sido expuesto en un artículo, de
obligada lectura, por José Luis Díez Ripollés, en el que comienza explicando las razo-
nes de la sensación de crisis que envuelve al actual derecho penal y cuyos razonamien-
AUTOR: estatos (recuperados de Garland, 2001) no vamos a exponer aquí. Pero sí el diagnostico
referencia no
aparece en la
bibliografía.
172
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
que trata de explicar el porqué de este inesperado movimiento desde la perspectiva del
propio derecho penal (Díez Ripollés, 2004).
Los argumentos son diversos y aparecen sintetizados a continuación.
Asimismo, el autor atribuye una cuota de culpa a “los excesos del garantismo proce-
sal” que ha provocado la desconfianza de amplias capas sociales, porque lo consideran
“una mera ventaja para las clases privilegiadas, que disponen de sistemas de defensa
muy competentes”, y opta por la “resistencia de la criminología científica” pero in-
cluyendo en esta la cuestión de “los malestares sociales” y otras acciones de índole
sociopolítica.
¿Cómo se expresa el modelo de seguridad ciudadana con relación a las drogas? Pues
obviamente con un endurecimiento de las sanciones penales que se van expresando con
mayores penas en las sucesivas reformas del Código Penal, salvo en la reforma del 2010,
cuando se bajaron las penas por tráfico de “drogas que causan grave daño a la salud” de
3-9 años a 3-6 años. Pero también con la creciente importancia de las leyes de seguridad
ciudadana, que incrementan el valor de las sanciones administrativas (multas) y el tipo
de circunstancias en las que se aplican. Finalmente, a partir del año 2012, la Fiscalía (y
otras instituciones) emprende una decidida campaña contra los “espacios de tolerancia”,
en particular contra el llamado movimiento cannábico, el cual, en el año 2018, queda
prácticamente desmantelado.
En resumen, el modelo de seguridad ciudadana es solo y en exclusiva un tipo de ac-
tuación política (vértice PA) que trata de obtener la aprobación publica, en un contexto
173
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
174
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
El segundo se refiere a la ostentación pública del consumo de heroína por vía inyec-
tada a partir de la modificación del Código Penal de 1983, que ya no tipificaba esta con-
ducta. Tras la amenaza del VIH/SIDA, ver a gente por la calle con jeringuillas producía
sin duda angustia y ansiedad en amplios sectores de la población.
En un extenso estudio empírico sobre el municipio de Madrid, en el cual se con-
sideraron de forma prioritaria las variables territoriales (Alvira y Comas, 1989), fue
muy evidente que el uso de heroína, en privado y en público, en viviendas y en locales,
conformaba una figura geométrica de menos a más según te acercabas al distrito centro,
lugar donde el consumo adquiría un perfil masivo. Además, la mera observación, y un
pequeño trabajo cualitativo, permitió constatar que el mapa del consumo de heroína en
público se superponía al mapa de los lugares emblemáticos o históricos que suelen apa-
recer en las guías turísticas. ¿Pasaba esto en el resto de Europa? En absoluto, en parte
porque entonces en muchos países el consumo de drogas estaba sancionado y en todo
caso era mal visto y perseguido por las instituciones, de tal manera que, frente al exhibi-
cionismo, que era preponderante en España, en cambio en el resto de Europa la heroína
era algo más privado, aunque a la vez solía darse un consumo público, pero fuera de los
centros urbanos y los lugares emblemáticos.
En la mayor parte de Europa, los lugares preferentes de consumo público solían ser
las semiabandonadas, o pertenecientes a líneas secundarias, estaciones de ferrocarril,
mientras que en España eran las puertas de edificios públicos históricos y las callejas
de los cascos históricos por las que les gusta deambular a los turistas. Además, en plena
epidemia de VIH/SIDA se mostraba el consumo endovenoso de sustancias y cualquier
español podía declarar que “se atracaba” con “jeringuillas infectadas”.
La Ley de Protección a la Seguridad Ciudadana “resolvió” el tema en muy poco tiem-
po, entro en vigor el 13 de marzo, y en un par de meses, al menos en las grandes ciudades,
la distribución geográfica del uso de drogas, en particular la heroína, había cambiado.
Básicamente porque las multas y las incautaciones se focalizaron hacia ciertos lugares
(los centros urbanos), mientras que no se aplicaban en otros (los poblados del extrarra-
dio). El nivel de uso de heroína no disminuyo, aunque es cierto que comenzó a hacerlo
lentamente desde entonces, y el de delincuencia tampoco se redujo, pero los barómetros
del CIS dieron un giro injustificado e inesperado: las drogas y la inseguridad ciudadana se
convirtieron en un problema secundario, y en apenas dos años adquirieron un carácter re-
sidual. ¿Por qué? Pues porque lo que ocurría en los poblados no fue visible hasta pasados
muchos años, ya que los medios no comenzaron a hablar de ello hasta la década siguiente.
El ejemplo de lo ocurrido en España con este impulso del modelo de seguridad ciu-
dadana y las drogas nos proporciona una posible hipótesis para poder entender la expan-
sión de este modelo de actuación. Se trata de la influencia de los medios de comunica-
ción (MCS) y de las producciones audiovisuales (PAV), que se supone que tienen como
finalidad principal y exclusiva entretener al público, pero en realidad lo moldean ideoló-
gicamente. La Ley 01/1992 era la “ley de la patada en la puerta”, y fue muy contestada
175
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
en su momento, pero la opinión pública la fue interiorizando y fue considerada por los
sucesivos gobiernos como un éxito. Quizás por ello se promulgó la nueva Ley 04/2015
de Seguridad Ciudadana, la “ley mordaza”, que aunque mantuvo los supuestos de 1992,
amplió las sanciones administrativas por consumo de drogas de una forma notable, sin
que se produjeran protestas por este endurecimiento, limitándose estas a alguno de los
nuevos supuestos introducidos, en particular los delitos de opinión. Las acciones de los
MCS y de las PAV conforman el vértice IP de la criminología, que explica, al menos tan-
to como los otros vértices la actuación política. Tratar de ignorar este hecho supone que
mantenemos la imaginaria fantasía de un estado autoritario y exclusivamente vertical.
No dejes de leer
Analizando un relato o una serie, ¿dónde queda la criminología?
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Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización
Propuesta 1
Propuesta 2
En la vida cotidiana aparecen con frecuencia relatos personales que pretenden justi-
ficar un comportamiento inaceptable mediante las técnicas de neutralización. Piensa
en el último año y en tu entorno inmediato y describe dos situaciones en las que al-
guien utilizó, de forma explícita, estas técnicas contigo. Después explica por escri-
to, sin que sea obligatorio que alguien deba leerlo, una situación similar en la que
fuiste tú quien lo hizo. Si es algo relacionado con el uso de drogas, mucho mejor.
Propuesta 3
Elige una película, una serie (o varios episodios de una de ellas) o, mejor, toda
la información sobre un acontecimiento criminal reciente que haya facilitado un
medio cualquiera (pero solo uno). Intenta hacer un análisis del contenido de dicha
información, si es posible elige algo vinculado con las drogas, después expresa, en
términos criminológicos, el tipo de actuación a la que te invita o de la que te per-
suade dicha información o producción e imagina su posible impacto en la opinión
pública y lo que finalmente vaya a imaginar esta misma opinión pública sobre lo
que debería ser una política criminal efectiva. Para hacerlo utiliza la contraposición
entre “pagar una pena por hacerlo” frente a “evitar que se haga”.
177
6
Intervención en alcohol y otras drogas:
el protagonismo de la psicología
En este punto vamos a plantear una cuestión que hay que leer con atención para poder
comprenderla. Es además una cuestión sabida pero invisible en un mundo en el que los
respectivos relatos disciplinares (corporativos), se miran con desconfianza, pero a la
179
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
vez nadie, al menos en público, suele aludir a la posibilidad de que quizás estos estilos
corporativos representen un problema que se debería afrontar.
Así, en la práctica cotidiana, y con relación a los estilos corporativos y académicos,
se suele mostrar una notable distancia entre los vértices SC y CS (es decir, el ámbito
sociocultural) y los vértices CH y PS (es decir, el ámbito biológico-individual). Resulta
obvio que la criminológica solo puede establecerse como ciencia resolviendo el proble-
ma de esta distancia entre los distintos vértices del conocimiento.
De hecho, un modelo transdisciplinar que venimos proponiendo requiere lo que en
el campo de la lógica formal se denomina equivalencia lógica, y en particular, el respeto
a las llamadas leyes de dominación, para las que una verdad lógica se corresponde con
una verdad lógica y una falsedad lógica se corresponde con una falsedad lógica, o dicho
en otra forma, se trata de dos proposiciones que tienen el mismo valor de verdad. Quizá
parte del alumnado no entienda esto, pero puede tomarlo como una afirmación creíble
que procede de la lógica formal y matemática.
¿Podemos lograr una verdadera articulación transdisciplinar sin resolver esta cues-
tión? Desde luego que no, por tanto, vamos a intentar plantear una respuesta porque se
trata de una necesidad básica para fundamentar la criminología.
En los tres capítulos anteriores se ha expuesto la trayectoria del vértice normativo
(NJ), del vértice cultural (SC), del vértice social (SC) y al final, y desde la misma óptica,
se ha establecido la necesidad de identificar mejor y reforzar el vértice de la información
(IP). Hacer esto ha sido relativamente sencillo, todos ellos se expresan a través de una
trayectoria cronológica de carácter progresivo y acumulativo, en la que, para entender
las nociones, siempre provisionales, del presente hay que recurrir a las que se fueron
descartando en el pasado y que, en todo caso, forman parte implícita de las nociones del
presente. Son ciencias que se desarrollan mediante la lógica de la acumulación concep-
tual, incluidas aquellas orientaciones que se presentan como mero presentismo práctico.
Esta explicación progresiva no es una idea original de este manual, sino que con-
forma el sustrato (y el modo de aprendizaje) propio de todas las disciplinas que se
desprenden de los citados vértices. Aunque con un matiz, ya que conviene reconocer
que el eje normativo (NJ) expresa una doble funcionalidad, por un lado, la cronológi-
ca, que domina en los sistemas anglosajones, y por otro, la presentista, que muestra la
importancia de la codificación. Lo que supone que el vértice normativo, lo mismo que
el de la actuación (PA) no mantienen una distancia tan problemática ni con el ámbito
sociocultural ni con el ámbito biológico-individual, porque manejan internamente su
propia congruencia (en ocasiones conflictiva) entre cronología y presentismo.
Pero con los dos vértices restantes, el del individuo (PS) y el de la biología humana
(CH), no pasa lo mismo, porque los descartes del pasado desaparecen ante la perma-
nente obligación de utilizar los conocimientos, las explicaciones, los procedimientos
y las tecnologías más recientes e innovadoras del presentismo, especialmente en el
ámbito biomédico.
180
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
Hemos descrito y presentado la criminología como una ciencia empírica que se sostie-
nen sobre el utilitarismo moral del bienestar y los derechos sociales. También sabemos
que no es un sumatorio de disciplinas, sino una perspectiva holística que trata de rehuir
el idealismo platónico e integrar el principio de la parsimonia, ¿Con estos mimbres po-
demos resolver las distancias y las disonancias que aparecen en los diferentes vértices
del sistema de la criminología (que es el de las drogas) y sus correspondientes discipli-
nas? Para lograrlo podemos adoptar una perspectiva metodológica, teniendo en cuenta
que se trata de proposiciones que tienen el mismo valor de verdad. Expresado en otros
términos, no hay un conocimiento verdadero y otro falso, ya que la lógica transdisci-
plinar de la criminología exige utilizar términos de equivalencia lógica, luego todos los
vértices del sistema contienen y deben contener proposiciones verdaderas.
Utilicemos el ejemplo real y muy frecuente de un ayuntamiento que trata de preve-
nir el uso de drogas por parte de los/las adolescentes del municipio con el propósito de
reducir, a medio plazo, los usos problemáticos y su vinculación con los delitos contra la
propiedad y el vandalismo durante el fin de semana.
Para diseñar la intervención se puede emplear, por ejemplo y desde el vértice PS, el
recurso a los componentes territoriales de la escuela de Chicago, encargando un estudio
sobre la distribución del uso de drogas y la delincuencia en el municipio, puede utilizarse
181
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
una metodología sencilla y poco costosa para hacerlo o bien se puede utilizar una meto-
dología más sofisticada que nos ofrezca una estadística geográfica convincente.
Los propios datos nos permitirán entender que, también a modo de ejemplo, algunos
barrios presentan formas subculturales compactas, mientras otros son más variados, en
algunos aparecen más drogas, o determinado tipo de ellas, mientras en otras aparece un
perfil muy distinto, también podremos cruzar estos datos con el tipo de delincuencia,
según residencia de los que cometen delitos o según delitos cometidos. En este punto
podremos descartar o confirmar las hipótesis sobre la relación drogas-delitos.
El conocimiento adquirido nos puede proporcionar evidencias sobre la existencia de
una o varias asociaciones diferenciales o quizás interpretaciones naturalistas, o bien las
explicaciones propias de las teorías de los derechos sociales (llamadas teorías del control
social). Por ejemplo, en algunos casos pueden ser las explicaciones propias del pánico
moral y en otros de las subculturas rituales de resistencia, que se expresan como un
sistema de representaciones sociales mutuas y alternativas.
Pero también caben otras explicaciones posibles, por ejemplo, en el vértice CS,
surge una fuerte implicación del vértice IP de la información, lo que explica la aparición
del pánico moral. A la vez, a través del vértice PS de la actuación podemos comprender
cómo una determinada política urbanística o cómo la aplicación de las normas y la capa-
cidad, calidad y suficiencia de los recursos legales y policiales para actuar (vértice NJ)
explican los resultados obtenidos.
Todas estas explicaciones son posibles gracias al conocimiento de un contexto más
amplio (pongamos el nacional) y de un sustrato de otros trabajos empíricos similares y,
por supuesto, los de carácter general.
Obviamente, obtener una visión de esta naturaleza supone un coste importante, pero
desde una perspectiva criminológica es imprescindible, porque sin este conocimiento y
sin estos mapas sobre la realidad, cualquier actuación que no considere estos hallazgos
supondría despilfarrar el dinero público, al no poder ni tan siquiera definir los objetivos de
la intervención más allá de generalidades globales e inconcretas.
Conocer la variedad de objetivos es imprescindible para diseñar una actuación po-
lítica en forma de programa de intervención, y en la que se dan una gran diversidad de
situaciones y, por tanto, de potenciales objetivos. En este caso son posibles dos alterna-
tivas, la primera, limitarse a una cuestión concreta, por ejemplo, adolescentes escolari-
zados que presentan ciertos rasgos o adolescentes en situación de abandono escolar o
absentismo que presentan otros. Una segunda alternativa supone afrontar los diferentes
problemas con diversos y adecuados medios y procedimientos.
La cuestión es que la primera alternativa, si la evaluamos, no suele producir resulta-
dos demasiado beneficiosos, ya que, por ejemplo, si tratamos de reducir el pánico moral
propio de familias bien integradas sin trabajar sobre los rituales de resistencia de jóvenes
marginales, lo más probable es que no seamos capaces de producir efectos reconocibles.
Lo mismo cabe decir si tratamos de reducir el uso de alcohol entre escolares de enseñanzas
182
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
medias sin trabajar de forma directa la cuestión del ocio recreativo de fin de semana o
quizás la existencia de subculturas que venden alcohol a menores. Por supuesto se trata
de un conjunto de componentes del mismo fenómeno que se retroalimentan sin que la
flecha de la causalidad vaya solo de uno a otro.
El diseño final de la intervención incluirá entonces objetivos diferentes protagoniza-
dos por profesionales distintos con prácticas diversas, pero a la vez coordinadas. ¿Qué
supone la expresión diferentes pero coordinadas? Significa que no se trata de hacer solo
una cosa, porque ya sabemos que hacer solo una cosa no sirve para nada, sino de hacer
varias cosas aplicando, en cada caso, las técnicas de intervención adecuadas. Obviamen-
te, esto implica la existencia de un mecanismo de coordinación o de una coordinación
singular, que no se encarne en una de las partes.
Esta es la clave metodológica que, al menos en relación con las drogas y el delito,
permite una intervención holística, eficaz, adecuada y eficiente. Porque la experiencia
empírica nos demuestra que el modelo de la coordinación inter partes, es decir que los
implicados se coordinen entre sí y que suelan aparecer siempre como argumento moral
en las políticas públicas, no suele ser demasiado eficaz, porque los intereses de los ac-
tores profesionales y políticos son divergentes, exclusivos y en ocasiones excluyentes.
Además, ninguno de ellos posee esta visión holística necesaria para realizar dicha coor-
dinación.
Este agente coordinador que maneja la visión holística tiene, además, que estar do-
tado de la suficiente autoridad (y capacidad de manejar los recursos) para poder repartir
las cartas de acuerdo con las reglas del juego, es decir, la política pública aprobada y
diseñada.
Con mucha frecuencia, en la práctica cotidiana, al menos con el alcohol y otras
drogas, cuando se elige al agente coordinador y se personaliza en uno de los ejecutores
de la política, habitualmente solo a uno en concreto, por ejemplo, el departamento de
servicios sociales o el de salud mental, lo más probable es que el otro no colabore o lo
haga a regañadientes. Por supuesto, otros posibles actores como educación, juventud,
empleo, igualdad, cultura, seguridad, deporte, urbanismo o movilidad, no se van a dar
por aludidos, y no digamos competencias de otras administraciones públicas como justi-
cia, menores o la seguridad que depende del Estado o las comunidades autónomas. Esto
ocurre siempre, aunque la acción política (y la propia ley) afirme lo contrario, salvo que
se establezca un presupuesto específico, lo que garantizara acciones propias, pero no
coordinación efectiva.
También es muy frecuente que cuando el ámbito disciplinar y corporativo elegido
para actuar como referente de coordinación, en especial cuando tiene un cierto poder,
actúe de forma egoísta, de tal manera que solo afronte aquel componente del problema
sobre el que tenga competencias técnicas, lo que con toda probabilidad provocará un
fracaso global, aunque logre un cierto éxito en relación con estas competencias técnicas
corporativas.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
trastornos mentales (en inglés, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders,
abreviado DSM), que en este momento ofrece su versión 5.1, nunca se ha ajustado, al
menos en España, ni a la realidad ni a las necesidades prácticas de la intervención en los
casos de personas con problemas por uso de drogas.
Es cierto que cada vez más profesionales utilizan en España el DSM (y otros tantos
lo rechazan), pero está lejos de que, tal y como ocurre en Estados Unidos, tenga un valor
diagnóstico probatorio en el ámbito judicial. En todo caso, la opción española no es tan
descabellada, ya que son muchas las explicaciones del DSM 4 a las que, habiendo sido
rechazadas, al menos en España y en el ámbito de las drogas, por una mayoría de profe-
sionales, después el DSM 5 les ha dado la razón.
Finalmente se puede imaginar una cuarta alternativa desde la intervención, en par-
ticular la asistencia prestada en los dispositivos específicos o aquellos que atienden ca-
sos relacionados con las sustancias psicoactivas. En la práctica hay dispositivos que
muestran un estilo de actuación basado en la terapia racional emotiva, hay centros con
diversas orientaciones psicoanalíticas, hay centros que siguen una orientación cognitiva
y, por supuesto, hay muchos programas asistenciales que afirman practicar alguna forma
de enfoque sistémico, o incluso logoterapia.
Asimismo, muchos combinan cualquiera de estas prácticas psicológicas con las ac-
ciones de autoayuda, algunas siguiendo el modelo religioso de los doce pasos de Alco-
hólicos Anónimos y otros no. De hecho, en España es más frecuente utilizar el modelo
de autoayuda que desarrollaron en su día las organizaciones de exalcohólicos y alcohó-
licos rehabilitados agrupadas en la Federación de Alcohólicos Rehabilitados de España
(FARE). En todo caso, la actuación de la red asistencial especifica ha mantenido un alto
grado de coherencia práctica durante los cuarenta años que lleva actuando.
Pero todo esto nos conduce hacia, por ahora, una inexplicable paradoja, porque en
la extraordinaria diversidad psicológica que refleja la intervención en el ámbito de las
sustancias psicoactivas, ocurre que la psicología y los/las psicólogos suelen ejercer casi
siempre un cierto liderazgo en equipos multidisciplinares (raramente son transdiscipli-
nares), no solo porque suele ser la titulación más numerosa, sino porque suelen ser los
encargados de formular el programa integral y de coordinar las acciones.
Esto ocurre tanto en lo público como en lo concertado, y especialmente en el tercer
sector a consecuencia del sistema de concursos públicos, donde lo más frecuente es que
los pliegos de condiciones técnicas hagan referencia a un conjunto habitual (y bien di-
seminando) de buenas prácticas, en el cual las explicaciones conceptuales y teóricas de
la psicología se han integrado en una propuesta de actuaciones concretas para sostener
el diseño de la intervención.
Expresado en otros términos, la dificultad para sistematizar el pensamiento psicoló-
gico en torno a las sustancias psicoactivas se convierte en una ventaja a la hora de pla-
nificar las intervenciones. ¿Es posible interpretar un hecho del que tenemos una amplia
constancia empírica? Vamos a intentarlo.
186
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
No dejes de leer
Modelos de autoayuda
En el ámbito de las drogas (y el alcohol) las prácticas de autoayuda son muy fre-
cuentes, y en general bastante eficaces, aunque no sirven para todos los casos. La
autoayuda se desarrolló en Estados Unidos en los años 30 y se expandió a través
del modelo de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos (AA), de tal manera que
en los años 50 se convirtió en parte de la cultura popular norteamericana. Se trata
de un proceso de autorreflexión, motivación, metas y apoyo por parte de perso-
nas rehabilitadas, en el que, con una orientación religiosa, se adquieren responsabi-
lidades al tiempo que se abandona el uso de sustancias. Se trata de un modelo muy
ajustado a la cultura y a las actitudes vitales de personas con una actitud religiosa
más o menos puritana, en la que la sinceridad, el compromiso y la confianza mutua
juegan un papel esencial.
Se aplicó en exclusiva a problemas de alcoholismo, hasta que en los años 60, la
reforma psiquiátrica redujo las plazas de internamiento y muchas personas con pro-
blemas de drogas, salud mental o desordenes del comportamiento se encontraron
en la calle y desatendidas (Comas, 1988). En aquel momento se crearon grupos
de autoayuda, que adaptaron de forma espontánea el modelo de los doce pasos
para estos problemas, más tarde se utilizó para el juego patológico, para una gran
diversidad de conductas sexuales que consideran problemáticas algunos sectores
sociales, finalmente, para los llamados neuróticos anónimos y, por supuesto, para los
trastornos de la conducta alimentaria.
Aunque en Estados Unidos se produjeron adaptaciones al modelo de AA y
se crearon organizaciones, y grupos, de AA católicos, judíos, hispanos, budistas,
agnósticos e incluso ateos, en los países de tradición católica, el modelo de los
doce pasos ocupa un lugar residual, aunque es cierto que se está ampliando por
el impacto de las series norteamericanas. En los años 60, en España, a través del
Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica (PANAP), se inició una práctica de
grupos de autoayuda distintos al modelo de AA. Se trataba de grupos terapéuticos,
que contaban, aunque no todo el tiempo, bien con un psiquiatra o una trabajadora
social (este era siempre el género), que incluían a familiares y que actuaban sin
ningún componente religioso y en los que se puso a prueba una metodología
que resultó muy eficiente. En los años 70 y 80, algunos, organizados a través de la
FARE, se independizaron de la tutela profesional y en la actualidad funcionan de
una forma eficaz.
Algunos dispositivos asistenciales privados, e incluso alguno público (muy es-
casos), ofertan programas de autoayuda, en general dirigidos por profesionales, con
un coste más o menos gravoso para los asistentes. Es obvio que se trata de grupos
terapéuticos más o menos eficientes, pero que no tienen nada que ver con el mo-
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
188
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
que, aun ocupando lugares similares al sistema que hemos propuesto en este manual
(figura 1.1), son tratados como explicaciones independientes y, en el caso del área psi-
cológica, las diversas temáticas se superponen, lo que proporciona a los/las estudiantes
importantes puntos de referencia prácticos, pero no una visión de conjunto.
Los manuales cada vez más extensos que han ido sustituyendo a los antiguos
(Redondo y Garrido, 2013; San Juan y Vozmediano, 2018), no modifican está es-
tructura (o si se quiere estrategia), siguen siendo muy útiles a los/las estudiantes
porque muestran todos los componentes de un estilo de trabajo, pero no regulan la
identidad de la psicología en la criminología como lo han hecho, con mejor o peor
resultado, otras disciplinas. Algo que seguramente ha contribuido, como se ha afir-
mado en anteriores apartados, a que la psicología de las drogas apenas aparezca en
estos manuales.
La psicología de la delincuencia está tratando de resolver este problema desde que
apareció como una disciplina derivada de la psicología que trataba de dar cuenta de la
temática criminológica. En lo que podemos considerar su documento fundacional (Re-
dondo y Pueyo, 2007), se especifican “cinco grandes proposiciones que han recibido
apoyo empírico por parte de la investigación” y que, por tanto, determinan la visión de
la psicología en la criminología.
Son las siguientes: “1) La delincuencia se aprende, 2) Existen rasgos y característi-
cas individuales (es decir, psicológicas y neurológicas) que predisponen al delito y en la
que incluyen una obligada referencia a Eysenck), 3) Los delitos constituyen reacciones
a vivencias individuales de estrés y tensión, 4) La implicación en actividades delictivas
es el resultado de la ruptura de los vínculos sociales y 5) El inicio y mantenimiento de
la carrera delictiva se relaciona con el desarrollo del individuo, especialmente en la in-
fancia y la adolescencia”.
Salvo la proposición 2, las otras ya han sido mostradas desde otras perspectivas
disciplinares en los capítulos anteriores, lo que equivale a decir que la psicología de la
delincuencia nos ofrece una posible perspectiva transdisciplinar, sistémica y holística,
como la que se presenta en este texto. De hecho, existe una propuesta integradora que
puede considerarse que coloca a la psicología de una forma clara en el campo transdis-
ciplinar de la criminología (Redondo, 2015), ya que como Matza (e incluso Beccaria),
considera el delito como un hecho natural que trata de explicar mediante el modelo
TRD, que incluye “el riesgo personal, las carencias de apoyo social y las oportunidades
delictivas”, lo que le permite determinar “los porqués del delito y la forma de antici-
parnos al mismo”. Se trata de un texto de obligada lectura para cualquier estudiante de
criminología, pero ¿sirve esto para analizar el sistema de las drogas? Pues es lo que trata
de dilucidar el autor de este manual. Quizás con escaso éxito, en una gran medida la
cuestión de las drogas no se había presentado hasta ahora desde una perspectiva trans-
disciplinar. Pero es posible que, a partir de ahora, y con un trabajo colectivo, se pueda
avanzar en este proceso.
189
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Es cierto que han aparecido algunos intentos por parte de la psicología de la delin-
cuencia, aunque con poca continuidad, tratando de identificar las características comunes
que podrían darse entre las drogas y la psicología de la delincuencia (Raskin y Gorman,
2000). De hecho, los han encontrado como consecuencia del propio procedimiento de
análisis: en primer lugar se han aislado características personales, que en el caso de las
drogas se refieren a factores genéricos y propios de las respectivas subculturas, en segun-
do lugar se han aislado factores ambientales, que en el caso de las drogas se refieren a
vecindarios desorganizados, y en tercer lugar, al cruzamiento situacional, que no es otra
cosa que un modelo sistémico ingenuo y que para las drogas se refiere a los ámbitos de
socialización compartidos.
Sin embargo, la determinación de estas características comunes resulta muy rele-
vante desde la psicología de la delincuencia, pero escasamente significativa desde las
buenas prácticas de trabajo que los/las psicólogos/as han desarrollado como profesio-
nales en la intervención en drogas. Es cierto que se trata de versiones específicas y
singulares que solo responden a las necesidades de las drogas, que, como sabemos, son
consecuencia de las propias políticas de drogas.
Pero estas aportaciones se han realizado percibiendo las drogas como un objeto fijo,
enclavado en su propia singularidad, al que solo observar como tal mediante reglas,
conceptos, procedimientos, así como un lenguaje y un relato propio y especifico de la
psicología de las drogodependencias. En esta situación, la criminología como tal tiene
poco que decir, y de hecho ya hemos explicado que casi nunca dice nada por sí misma,
pero si las drogas abandonaran esta posición fija y de la misma forma que otros hechos,
comportamientos, sucesos, acontecimientos, procesos, episodios, y relaciones, se mo-
viesen alrededor de la criminología para poder ser observadas desde esta disciplina, las
cosas cambiarían de una forma radical.
¿Qué nos aporta esta visión de la psicología de la delincuencia a la cuestión drogas
y delitos? Pues bastante, aunque con relación a aspectos particulares de las drogas, no es
suficiente, porque precisamente no tiene en cuenta el rol, las prácticas y las actividades de
la psicología y los/las psicólogos/as en el ámbito particular de las drogas. Aunque tampoco
debemos aceptar, de forma acrítica, la visión drogocéntrica de algunos autores, que deben
abandonar el mito de que las drogas se explican por sí mismas, para comenzar a tratarlas
como un objeto más, similar a cualquier otro, en su perspectiva científica. Vamos a intentar
dar un pequeño paso en este sentido.
Antes de dar este paso resulta conveniente interpretar el más antiguo de los debates en
torno al rol de la psicología en el ámbito de las drogas y el delito, tanto en España como
en otros países.
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Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
¿Qué significa insight?
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Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
También es cierto que los profesionales que han desarrollado (y aplicado) este modelo
no se corresponden en exclusiva con psicólogos/as, ya que, al menos en el ámbito drogas
aparece, quizá en segundo lugar, la educación social y después una pléyade de diversos
profesionales que forman parte de los equipos de intervención, especialmente en el mar-
co de las entidades concertadas del tercer sector. En un equipo cualquiera pueden existir
médicos de familia, enfermería, diversas titulaciones que tienen que ver con la educación,
trabajo social, sociología, antropología, filosofía, derecho y criminología, e incluso in-
genierías, en particular agrónomos en la época de las comunidades terapéuticas. Pero la
psicología no solo es la presencia más numerosa, sino la que determina cuál es el modelo
transversal del modelo biopsicosocial.
En el caso de España, la definición del modelo surgió en los aledaños de la corriente
salud comunitaria (Costa y López, 1986), que se había puesto en práctica por los psi-
cólogos/as y algunos médicos/as, en plena transición democrática, en el ámbito de los
primeros ayuntamientos democráticos (en abril de 1979), que mantenían una serie de
competencias en salud, con los que crearon los centros de promoción de la salud, que
mantuvieron una vida muy activa hasta que en 1986, la idea de salud comunitaria se
integró (y se disolvió sin más), en la Ley 14/1986 General de Sanidad. Dichos centros
coincidieron en el tiempo con los primeros centros ambulatorios específicos sobre dro-
gas e incluso en alguno de ellos desarrollaron programas propios de drogas.
La idea de un modelo comunitario de intervención para las drogas fue plasmada
en el libro Reinserción social y drogodependencias (Graña, García y Comas, 1986),
que recogía las lecciones del curso de formación de igual título, realizado al amparo
de la Dirección General de Acción Social en los cursos 1983/84 y 1984/85, antes de
la promulgación del Plan Nacional sobre Drogas y en el que participaron varios cien-
tos de profesionales, singularmente psicólogos, que trabajaban en estos dispositivos, la
mayoría de los cuales asumieron un papel de liderazgo en estos. La versión sociológica
de esta perspectiva comunitaria en drogas fue expresada en otro libro (Comas, 1984).
Los mismos autores del libro diseñaron un modelo estándar de los centros de atención
a drogodependientes, que se implantó en todos los territorios con un diseño común,
aunque en ocasiones los autores no eran los mismos, lo que implicaba la existencia de
un paradigma biopsicosocial compartido, aunque no siempre explícito.
No dejes de leer
¿Qué referencias bibliográficas podemos y debemos utilizar?
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Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
drogas comenzaban a crecer de forma exponencial, pero antes de que esto pasara,
se obtuvieron 313 referencias científicas válidas. Lo que implica que hoy en día se
han realizado en España, como mínimo, un par de miles de trabajos empíricos que
se han publicado en revistas con impacto o que se corresponden con los criterios
de validez científica (los artículos y las revistas).
¿Por qué apenas se citan algunos y en ocasiones ninguno? En gran medida por
el alto valor simbólico de la referencia en inglés y publicada en otro país. En segundo
lugar, porque la cultura académica así lo exige, y en tercer lugar porque tal tipo
de cita evita posicionarse (responsabilizarse) de una manera acumulativa sobre la
producción científica española. Expresado en otros términos, nuestra escasa pro-
yección científica tiene que ver, por encima de otras consideraciones, con el hábito
de ignorarnos a nosotros mismos.
Además, ¿son directamente extrapolables los resultados obtenidos en un con-
texto social, político y cultural a otro? Sabemos que no, especialmente si en el aná-
lisis realizado pesan los factores contextuales y hasta conforman un sistema trans-
disciplinar, como ocurre con el caso de la criminología y por supuesto, las drogas.
Es decir, no valen los resultados obtenidos sobre efectos del consumo de alcohol
(incluida la bioquímica cerebral) entre los alumnos de un campus norteamericano
para aplicarlos de forma directa al consumo de botellón en España.Y en todo caso,
son más convenientes otros trabajos empíricos realizados sobre alcohol en España.
Por tanto, hay que esforzarse, al menos en el ámbito de la criminología y siem-
pre que existan trabajos empíricos equivalentes que nos provean de evidencia, en
utilizar las referencias, y las comparaciones, lo más cercanas en el territorio y en
la cultura.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Droga y el Delito de la ONU (PNUFID, 2003). Una revisión histórica y una puesta a
punto sistemática del modelo las podemos encontrar en una publicación más reciente
(Becoña, 2010).
Conviene resaltar también que el modelo biopsicosocial en drogas tiene una fácil
traducción en criminología, porque, como ya se ha dicho, de manera implícita asume en
sus prácticas gran parte del modelo criminológico de Travis Hirschi. Casi con seguridad,
ninguno de los miles de profesionales del ámbito de las drogas que trabaja bajo este pa-
raguas ha oído hablar, y mucho menos ha recibido información o formación sobre este.
AUTOR: no Pero ambos han sido creados en el mismo momento histórico, ambos miran hacia las
aparecen en drogas y ambos consideran la importancia de factores contextuales y del relato social
la bibliogra- (Hirschi, 1969; Gottfredson y Hirschi, 1990). Una feliz casualidad para formular una
fía. buena criminología de las sustancias psicoactivas.
Hay que clarificar finalmente que el modelo biopsicosocial presenta una cierta
variabilidad interna y que en ocasiones se combina con otras orientaciones teóricas.
También son muchos los psicólogos que trabajan bajo el paraguas de otros modelos,
aunque en lo cotidiano no parecen existir dificultades para colaborar bajo el paraguas
biopsicosocial.
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Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
Una vez que la alarma ha descendido, los programas que sobreviven se orientan más
bien hacia la detección precoz de riesgos para casos singulares, utilizando para esta
detección y para la posterior intervención, en el caso de las drogas, el mismo modelo
biopsicosocial.
Hay que tener en cuenta que la sociedad entiende con dificultad el contenido de las
actividades preventivas y en cambio acepta de buen grado la lógica testimonial propia
de la autoayuda, pero ocurre que cualquier profesional de la psicología entenderá que
esta acción resulta contraproducente para la práctica de la prevención. Aunque, de he-
cho, se han publicado, solo en España, al menos unos cuatrocientos libros en torno a tes-
timonios personales sobre drogas, que se iniciaron en los años 70, como la popular serie
Alicia T, muchos de ellos escritos por famosos y con un cierto impacto, en todo caso
mayor que el de los propios programas de prevención, pero cuyo único efecto, como
ocurre con la mayor parte de los temas de la criminología, es aumentar la curiosidad y
legitimar la veracidad de los mitos sobre las drogas.
Como veremos más adelante, a finales de los años 80, en parte a consecuencia del im-
pacto de la epidemia de sida y su altísima tasa de mortalidad entre usuarios de drogas,
se comenzó a proponer y aplicar el modelo de reducción de daño y riesgo. El modelo
surgió de la feliz coincidencia, en este campo, entre las organizaciones entonces deno-
minadas LGTB, algunos sectores sanitarios muy imbuidos del modelo comunitario y
una serie de ONG que trabajaban en el ámbito drogas. ¿Por qué lo citamos entonces en
el apartado de aportaciones clínicas y asistenciales del ámbito de la psicología? Pues
porque quienes lo aplicaron en la práctica fueron de forma mayoritaria psicólogas y
psicólogos, que le proporcionaron características peculiares.
¿En qué consiste la reducción del daño y el riesgo? Pues en una versión del modelo
biopsicosocial que prioriza los derechos de los usuarios de drogas, no exige la abstemia
para realizar una intervención e incluso entiende que es posible usar drogas sin sufrir
alguna de las consecuencias atribuidas a estas, que dependen más de su estatus legal
que de sus efectos directos. Asimismo, desarrolló programas de intercambio de jerin-
guillas, en la calle y en cárceles, reparto de preservativos, información sobre pureza de
drogas en ambientes de ocio y programas de agentes-usuarios en mediación en salud.
¿Qué aportó la reducción del daño y el riesgo? Primero, acercar los programas y dispo-
sitivos de drogas a una población que hasta entonces se había mantenido al margen por
el exceso de exigencia que estos habían mantenido, en segundo lugar, y en combinación
con los programas de mantenimiento con metadona, disminuyó de forma drástica el nú-
mero de fallecidos por drogas y sida. Finalmente se pudieron controlar así los aspectos
más dramáticos de la epidemia de heroína.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
Los programas de mantenimiento con metadona (PMM)
Una vez expuesta la situación de las prácticas de intervención, y los marcos concep-
tuales, teóricos y empíricos que las sostienen, podemos preguntarnos: ¿existen otras
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Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
No dejes de leer
La eficacia terapéutica del relato
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En los tres casos se trata de combinaciones conceptuales y teóricas que hasta ahora
apenas se han utilizado, pero que desde una perspectiva holística y transdisciplinar se
intuyen como predictivas, productivas y eficientes. Por supuesto, son solo sugerencias
abiertas.
En primer lugar, vamos a proponer la utilización del llamado modelo sistémico o
ecológico de Urie Bronfenbrenner, que está siendo muy aplicado en el ámbito de me-
nores conflictivos o infractores, aunque raramente en drogas. La propuesta tiene que
ver con la falta de referencias a este modelo por parte de la terapia familiar sistémica
en drogas, cuando podría aportar un opción holística y transdisciplinar al trabajo con
familias (y no solo en drogas). El Instituto Universitario de Derechos y Necesidades de
la Infancia y la Adolescencia de la Universidad Autónoma de Madrid (www.uindia.es),
ha desarrollado con la Unicef un marco conceptual y teórico que combina la teoría de las
necesidades humanas de Maslow con el modelo sistémico de Bronfenbrenner, es decir,
el camino de la necesidad biológica a la autorrealización con la ruta de la persona al
macrosistema (Ochaita y Espinosa, 2002), y que, reinterpretando la teórica de Maslow
desde la perspectiva del desarrollo humano de Amartya Sen, como se ha hecho en algún
proceso de supervisión, encajaría muy bien en la interpretación holística de la relación
drogas/delitos.
En segundo lugar, cabe mencionar las aportaciones de la psicología diferencial de la
personalidad en conexión con la corriente antropológica de cultura y personalidad. En
ambos casos se utiliza el mismo concepto de mentalidad para reflejar cómo se conforma
una determinada forma de pensar y de actuar. La base de ambas orientaciones y teorías
es que la personalidad que se adquiere a través de procesos de socialización cultural-
mente definidos modela el comportamiento. Se incluyen además referencias empíricas a
las cuestiones relacionadas con las drogas.
Por personalidad diferencial se interpreta la aportación de Hans Eysenck, que a su
vez debemos vincular a la noción psicopolítica de personalidad autoritaria de Theodor
Adorno (Adorno et al., 1950), que otorga la razón empírica a Cesare Beccaria, al de-
mostrar que la eficacia del castigo crece con la inmediatez y se diluye con la tardanza, de
tal manera que la conciencia moral de la culpabilidad se diluye con el tiempo e incluso
adquiere connotaciones de buena conducta. De tal manera que cuando el control social
actúa con demora, la conciencia moral reinterpreta los hechos. En este sentido, la lógica
del sistema internacional de fiscalización de drogas ha actuado, al resultar imposible
aplicar en la realidad los controles que propone y establece, como un promotor de la
expansión del uso de sustancias psicoactivas (Eysenck, 1964).
Esta visión contextual remite a una socialización primaria, un aprendizaje infantil y
adolescente, si se quiere, en el que la experiencia con drogas se percibe no tanto como una
transgresión sino como una motivación humana básica, aunque se muestre como un “va-
lor subterráneo”, según la expresión de David Matza. En todo caso, esta experiencia ya se
ha emprendido en España con el trabajo de Estrella Romero y Jorge Sobral, Personalidad
202
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
No dejes de leer
La hipótesis Sapir-Whorf en las prácticas asistenciales
203
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
requiere una transformación del lenguaje, y sin esta premisa son más previsibles
las recaídas y la cronificación.
¿Qué explicación podemos darle a este hecho empírico? Pues, sin duda, la
hipótesis Sapir-Whorf, que afirma que los lenguajes humanos, que siempre forman
parte de una cultura o de una subcultura, son, en sentido estricto, intraducibles,
porque el lenguaje determina la personalidad y esta a su vez determina el lengua-
je, de tal manera que la plena comprensión de un lenguaje solo es posible desde
aquellas personalidades que lo utilizan de forma natural. El lenguaje refuerza un
determinado tipo de personalidad y la personalidad requiere el uso de dicho
lenguaje (Velasco, 2003). Un principio que, como veremos, ha sido negado con
rotundidad por la neurología ya que “el cerebro es único y el lenguaje también
debe serlo” (Pinker, 1984).
En esencia, no se puede transformar la personalidad sin cambiar el lenguaje
y viceversa, de tal manera que tu capacidad para manejar lenguaje, incluido el
corporal, te puede convertir en el rey o la reina de la fiesta las noches del fin de
semana y en un/a inútil para encontrar trabajo o mantenerlo el resto de los días
de la semana. No tanto como consecuencia del propio lenguaje, sino como sínto-
ma público de una determinada personalidad y de ciertas habilidades personales.
Modificar el lenguaje es, por tanto, esencial como pronóstico de éxito en el tra-
tamiento terapéutico.
204
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología
Primera propuesta
Segunda propuesta
Tercera propuesta
Para todos los/las estudiantes. Las tres propuestas psicosociales de carácter holísti-
co que aparecen en este capítulo, a saber, las aportaciones de la escuela de cultura y
personalidad, la de Lev Vygotsky y la de Urie Bronfenbrenner, ¿tienen algún valor
para la criminología? ¿Y para la explicación criminológica de las drogas? ¿No se
tratará de un intento, más o menos platónico y por tanto inadecuado, de cerrar el
hexágono del sistema transdisciplinar de la criminología de las drogas? Sería bueno
que adoptaras una postura personal en relación con esta cuestión. Quizás no ahora,
pero retén la cuestión y recupérala cuando trabajes como profesional, entonces qui-
zás te pueda ser muy útil.
205
7
Intervención con sustancias psicoactivas:
entre la psicología y la neurología
207
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
El experimento del parque de las ratas, que realizó en los años 70 el equipo de Bruce K.
Alexander del Departamento de Psicología de la Universidad Simón Fraser de Canadá,
es, sin duda, el típico experimento crucial que trastoca las bases del paradigma dominante
en un concreto campo de conocimiento y lo sustituye por otro. En este caso, el campo de
conocimiento fue la psicología y la neurología en relación con las drogas.
Sin embargo, las posibles consecuencias científicas de aquel experimento perfec-
tamente publicado en revistas científicas, pero en plena etapa de la guerra contra las
drogas del Gobierno norteamericano de Richard Nixon, supuso un bloqueo financiero
de las investigaciones y la difusión de los resultados, que el propio NIDA ha reconocido
(Hari, 2015) y que impidió, durante casi tres décadas, que fuera correctamente divulgado.
Pero en 2004, el psicólogo Lauren Slater, en su exitoso libro Opening Skinner’s
Box, traducido en España de forma confusa como Grandes experimentos psicológicos
del siglo xx, lo cita como “uno de los diez experimentos cruciales de la psicología en el
siglo xx”, y debido al éxito cosechado (y los premios científicos obtenidos) por el libro,
empezó a ser conocido y, sobre todo, reconocido, porque fue rápidamente entendido
como una explicación de los hechos que afrontaban una parte sustancial de los psicólo-
gos en su realidad cotidiana (Slater, 2004). Además, la intensa censura efectuada por el
NIDA a lo largo de tres décadas justificó el crecimiento de las sospechas sobre la actitud
poco neutral de los organismos de investigación en materia de sustancias psicoactivas.
Al hacerse pública la existencia del experimento, el propio Bruce Alexander publi-
có, a través de la universidad de Oxford, una recopilación de los artículos y del material
que no había podido difundir en su día (Alexander, 2010). Lo que ha provocado un claro
enfrentamiento, no solo en España, entre las organizaciones político-administrativas y
los/las profesionales que trabajan en el ámbito de las drogas. Hasta el punto de que un
número creciente de profesionales ha llegado a interpretar que estas organizaciones (y
algunos lobbies industriales), tratan de evitar que se conozcan estos avances científicos
para mantener una determinada política sobre drogas basada en creencias ideológicas.
Algunos profesionales incluso consideran que un determinado volumen de fracasos te-
rapéuticos son el resultado directo de estas prácticas institucionales.
El experimento, que se describe a continuación, demuestra empíricamente que una
parte muy importante de las ratas calificadas como adictas, con cambios ambientales mí-
nimos, es capaz de generar mecanismos de resiliencia que le permiten la abstemia total,
otra parte es capaz de mantener un uso controlado, y finalmente, otra parte (minoritaria),
mantiene la adicción inducida. El experimento permite sostener que el uso de drogas no
conduce ni a una dependencia, ni a una toxicomanía, ni a una adicción uniformes, sino a
“tipos de respuesta diferentes en el espectro de los trastornos por sustancias psicoactivas”.
208
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
No sabemos aún cuáles son estas diferencias ni porque aparecen en uno y otro caso, pero
esto es seguramente una consecuencia de casi cuarenta años de censura científica que de no
haber existido, quizás nos permitiría, en la actualidad, contestar a estas preguntas.
En la década de los años 70 del siglo pasado, Bruce K. Alexander realizó una serie de
trabajos de investigación bajo la denominación de parque de las ratas, en el cual mos-
traba cómo un grupo de ratas consumidoras crónicas de morfina, que habían sido indu-
cidas a la adicción en la caja de Skinner y que, según los sucesivos experimentos, man-
tenían una adicción permanente y persistente mientras eran estudiadas por el mismo
procedimiento y en la misma caja, presentaban un cambio radical de comportamiento
cuando se las trasladaba a un ambiente muy diferente, formado por un gran espacio (en
torno a 9 metros cuadrados) cuyas paredes estaban pintadas de colores vivos, el suelo
formado por serrín de cedro, donde todas juntas podían socializarse, jugar, disponer
de abundante comida propia de ratas, tener relaciones sexuales, hacer amigos/amigas,
descansar donde les apetecía e incluso poder aislarse o esconderse en ciertos momentos
en el interior de una lata vacía.
El experimento tuvo dos fases, en la primera se dividió a las ratas en dos grupos, uno
experimental y otro de control, cada uno de los grupos con 32 ratas (en total 16 hembras y
16 varones) ambos perfectamente equivalentes y ambos sometidos a una dosis de morfina
durante cincuenta días. Conviene señalar que morfina y heroína son equivalentes en el ce-
rebro de las ratas, y además, el grupo de Alexander no tenía acceso legal a heroína.
El grupo experimental vivía en el parque de las ratas y el mismo número de ratas
elegidas al azar formaba el grupo control que vivía aislado, cada una en su jaula-cajón
(18x25x28), con paredes metálicas que les impedían el contacto entre ellas. Ambos grupos
tenían acceso a dos botellas de agua, la una con una solución diluida de morfina y la otra
con agua pura. Todos los días se pesaban las botellas y se observó que mientras el grupo
control, en las cajas, seguía consumiendo la misma cantidad de morfina con el paso del
tiempo (en torno a 25 miligramos diarios por rata), el grupo experimental en el parque
redujo el consumo de morfina hasta estabilizarse en torno a 5 miligramos diarios por rata.
Es decir, con un mínimo cambio ambiental, y sin ninguna otra intervención, el con-
sumo de un opiáceo se reducía hasta una quinta parte, lo que además implicaba un
hallazgo trascendente: todos los resultados obtenidos utilizando la caja de Skinner care-
cían de validez, porque la variable caja mantenía de forma artificial el consumo, mien-
tras que la variable otras condiciones ambientales lo modificaba de forma radical. El
hallazgo debería haber sido (y sin duda fue) impactante porque significaba que la mayor
parte de la investigación experimental con sustancias psicoactivas había llegado (y ha
seguido llegando) a conclusiones muy equivocadas.
209
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Esta primera parte del experimento, que en realidad fue más complejo pues incluyó
también la comparativa entre morfina en agua amarga y morfina en agua dulce, así como
agua sola amarga y dulce e incluso naltrexona, aparece en la actualidad narrado en forma
de cómic, dibujado y escrito por Stuart McMillen en mayo de 2013 (cuarenta años des-
pués), y disponible y accesible en numerosas páginas abiertas y fácilmente localizables
en internet como respuesta a la censura sufrida por dicho trabajo científico, e incluso
hay una versión en español de este. No ofrezco ningún enlace porque con frecuencia se
bloquea y se traslada a una nueva dirección.
Pero el grupo de Alexander siguió avanzando en el experimento y en una segunda
fase decidió comparar el comportamiento de las propias ratas que vivían exclusivamente
en el parque de las ratas tras los preceptivos cincuenta días sometidas a sus dosis diarias
de morfina.
En este paraíso ratuno se proporcionaba a las ratas un acceso fácil a la morfina y po-
dían elegir entre seguir utilizando dicha sustancia, cuando y como quisieran, o no hacerlo.
Es decir, podían elegir entre una u otra conducta. La gran sorpresa fue que, tras dos meses
viviendo en el parque, la mayor parte de las ratas dejaron de utilizar de forma espontánea
esta sustancia, otra parte importante optó por un consumo más o menos controlado o mo-
derado y solo unas pocas siguieron manteniendo un uso compulsivo y continuo.
A diferencia de la caja de Skinner, donde todas las ratas seguían siendo en términos
experimentales adictas, porque el único estimulo en su aislamiento y soledad era justa-
mente la morfina, en el parque de las ratas, en cambio, los estímulos eran muy variados y
las ratas elegían entre posibles opciones, lo que redujo de una forma radical la preferencia
por la morfina, es más, la mayoría pudieron dejar la droga sin más de una forma espon-
tánea y sin otra ayuda que pasar de estar permanentemente encerradas en jaulas a poder
corretear por el adecuado ambiente que se les ofrecía en el parque de las ratas.
La conclusión del estudio era sencilla: eran la caja y las jaulas, y no la morfina, las que
ocasionaban la adicción, mientras que el parque facilitaba comportamientos muy diferentes
y diversos (Alexander, 1978). El cálculo de los porcentajes de cada comportamiento no está
bien presentado en la publicación del experimento, quizá porque, como en muchos experi-
mentos y ensayos clínicos, la muestra es insuficiente, pero está claro que con el cambio de
condiciones de vida era frecuente que se produjera la remisión espontánea, frente al hecho
de que menos de la sexta parte de las ratas mantenían su adicción.
En este punto, Alexander y sus colaboradores, que además trabajaban con adictos hu-
manos en las calles, se preguntaron: “¿por qué estos adictos siguen siendo adictos?”, in-
terpretando que era porque estaban en jaulas, en la jaula del lenguaje del adicto, en la jaula
de las condiciones de vida de los adictos, en la jaula de la interacción con los demás del
adicto, en la jaula del rechazo social que sufren los adictos, en la jaula de la falta de ayuda
personalizada de los adictos, en la jaula de la búsqueda compulsiva de la dosis imposible
y en muchas más. Observando, como le ha ocurrido al autor de este texto durante cuarenta
años, que la intervención terapéutica del modelo biopsicosocial tenía éxito porque abría
210
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
todas estas jaulas (Comas, 2008; Alexander, 2010). Expresado en otros términos, po-
demos afirmar que la adicción, la dependencia y la toxicomanía son comportamientos
que, en contextos vitales normalizados, solo afectan a una parte minoritaria de usua-
rios de sustancias psicoactivas o incluso, mejor dicho: la droga es solo droga para
algunos y, por tanto, la droga como concepto general que afecta a todos los seres
humanos no existe porque afecta solo a algunos/as. ¿ A cuáles? No lo sabemos porque
hasta ahora esta ha sido una línea de investigación prohibida o al menos no financiada.
¿Por qué fue un experimento crucial? Sin duda ha sido un experimento crucial en primer
lugar porque nos ofrece una lectura muy diferente de todas las explicaciones teóricas,
pero también del sentido de los resultados empíricos obtenidos hasta entonces. Por tan-
to, los hallazgos del parque de las ratas suponen un verdadero cambio de paradigma, de
un paradigma que afirmaba que todo usuario de drogas era un adicto, con un pronóstico
de difícil, o incluso improbable, recuperación o abandono del consumo. De pronto, se
constata empíricamente que esto no es cierto y que incluso son más los casos de remi-
sión espontánea que de conducta compulsiva.
En segundo lugar, es también crucial, porque, en un campo como el de la criminolo-
gía y las políticas penales, donde abundan los debates, las tomas de posición doctrinales
y los estereotipos sobre la cuestión de las sustancias psicoactivas, ocurre que la toxico-
manía, la dependencia y la adicción solo aparecen en determinados individuos, que no
sabemos cuáles son, porque la ética del puritanismo en combinación con el darwinismo
social no admite excepciones en la condición de riesgo o pecado para la humanidad.
En tercer lugar, debemos considerar que además fue un experimento crucial por-
que tuvo que afrontar el rechazo de las administraciones de drogas, pero no tanto por
carencias metodológicas o porque no representara una evidencia científica bien funda-
mentada, sino porque afectaba a determinantes morales, políticos e ideológicos, para los
cuales, el hecho de que la adicción no fuera un comportamiento universal uniforme para
todos los usuarios de drogas suponía que las políticas públicas en esta materia no solo se
estaban equivocando y mucho, sino que además eran contraproducentes. Es decir, ponía
en duda que la Tierra fuera el centro del universo.
No dejes de leer
¿Qué es un paradigma? ¿Qué es un cambio de paradigma?
El término paradigma es una palabra de origen griego que se utilizó siempre como
un sinónimo de modelo e incluso de ejemplo. Platón la utiliza para afirmar que era
211
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
“el modelo ideal, divino, a partir del cual las cosas están hechas” y que conviene
conocer para entenderlas.A lo largo de la historia se ha utilizado de muy diferentes
maneras, incluso el psicoanálisis de Jung lo utilizó como sinónimo de arquetipo.
Pero a mitad de los años 60, en su libro La estructura de las revoluciones cientí-
ficas, el historiador de la ciencia Thomas S. Kuhn le otorgó su sentido contempo-
ráneo, con el que se ha difundido y popularizado en el vocabulario científico. Para
Khun, un paradigma se define por ser la “‘ciencia normal’ que significa investigación
basada firmemente en una o más realizaciones científicas pasadas, realizaciones
que alguna comunidad científica particular reconoce, durante cierto tiempo, como
fundamento para su práctica posterior. [...] Voy a llamar, de ahora en adelante, a las
realizaciones que comparten esas dos características, ‘paradigmas’, término que se
relaciona estrechamente con ‘ciencia normal’”. En otras palabras, el paradigma de-
fine, entre otras cosas, cuáles son las hipótesis adecuadas y las preguntas legitimas
que formular, los métodos que utilizar, los supuestos teóricos aceptables (y los
que no lo son) y la interpretación correcta de los resultados, y además debe gozar
de un amplio consenso en la comunidad científica (Kuhn, 1962).
Muy pronto, tras la publicación (y la aceptación generalizada) del libro de Kuhn,
otros epistemólogos plantearon la siguiente cuestión: “si cada etapa científica se
caracteriza por un determinado paradigma, ¿cómo y porqué cambian estos?”. Algo
a lo que el propio Kuhn respondió aludiendo a una complejidad de factores. Pero
que el epistemólogo austriaco Paul K. Feyerabend respondió refiriéndose a “un acto
de ruptura, resultado de una acción individual creativa que rompe con las reglas
metodológicas al uso y crea unas nuevas” (Feyerabend, 1975). Una definición que AUTOR:
se ha extendido a todos los ámbitos de la ciencia para explicar por qué cambian los no aparece
paradigmas. con este
En el ámbito de las sustancias psicoactivas existen, con seguridad, dos mo- año en la
mentos de cambio de paradigma, el primero, la Conferencia de Shanghái (1909) y bibliografía.
el segundo, el experimento del Rat Park (publicado en 1981), y en este momento
vivimos la etapa de tensión a la que aludió Kuhn entre el paradigma superado y el
nuevo paradigma, el primero se sostiene gracias al apoyo político-administrativo
que invisibilizó durante décadas los resultados del parque de las ratas, pero una
vez que estos han comenzado a ser conocidos, el nuevo paradigma, sin duda, se
impondrá, a lo largo de una etapa de duración indeterminada.
212
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
dos de laboratorio eran muy diferentes según los animales se mantuvieran en cautividad
o vivieran en un espacio natural lo más amplio posible, apareciendo múltiples investiga-
ciones en torno a las diferencias en los resultados obtenidos según las ratas vivieran en
jaulas y los experimentos se realizaran en el cajón de Skinner o bien vivieran en un entor-
no natural y los experimentos se realizaran en otros contextos ambientales (Peña, 2007).
También es cierto que la noción de enriquecimiento ambiental no ha sido demasiado
difundida. Quizás porque el debate sobre esta cuestión metodológica se ha visto un tanto
oscurecido por el debate político sobre los derechos de los animales y las reivindicacio-
nes animalistas. Quizás porque no tienen el mismo coste un laboratorio y un procedi-
miento de investigación con jaulas y cajas que con parques. Pero, a la vez, y de forma
directa en humanos, se ha demostrado que la privación ambiental en orfanatos, prisio-
nes, hospitales (en particular psiquiátricos) o incluso el descuido infantil, condicionanAUTOR:
las respuestas cerebrales y cognitivas (Kaler, 1994). Al mismo tiempo, se han desclasi-no aparece
ficado gran parte de los experimentos de privación ambiental extrema con humanos queen la biblio-
realizaron diversos Gobiernos entre 1950 y 1990 (Kleim, 2003). grafía.
Conviene asimismo señalar, en quinto lugar, que el redescubrimiento del parque de
las ratas de Alexander ha coincidido con el impulso recibido por las TIC, y como conse-
cuencia, de forma muy rápida, los profesionales, en particular los que trabajan en la red
asistencial especifica de drogas, cuyas experiencias ya sabemos que coinciden con los
resultados obtenidos en el experimento, lo han compartido y difundido, hasta el punto
de que en muy pocos años, la mayoría de ellos no solo lo conoce, sino que han asumido
que se trata de una evidencia científica crucial que además coincide con su experiencia
cotidiana y con los resultados empíricos de evaluaciones y memorias.
213
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
cia de esta amenaza absoluta y en todos los casos en razón a un imperativo ético, que
algunos investigadores, profesionales y responsables administrativos consideran incluso
como una responsabilidad personal. Obviamente, se trata de un imperativo ético muy
particular que se corresponde con formas ideológicas concretas cuya descripción, reali-
zada en el capítulo 3, se completa con esta toma de actitud de tipo neodarwinista.
Como consecuencia, existe ahora en España, y en el resto del mundo, una doble red
asistencial con dos modelos antagónicos, la primera, quizás la más tradicional, utiliza
un enfoque multidimensional en relación con las personas con problemas de drogas.
Está representada por una mayoría de centros asistenciales específicos, en particular, los
concertados gestionados por ONG, aunque también algunos públicos, donde el insight
psicológico del modelo biopsicosocial resulta determinante. La segunda, más moderna o
más reciente, utiliza en exclusiva un enfoque neurológico unidimensional de las adiccio-
nes y está representada por los programas de adicciones (no solo a sustancias psicoacti-
vas) presentes en el ámbito de la salud mental, aunque en el propio ámbito coexisten con
programas del modelo anterior.
Hasta finales de la década anterior (es decir, hasta 2010), los primeros eran clara-
mente mayoritarios, pero la presión de las administraciones y después los recortes de
financiación ligados a la crisis los convirtieron en minoritarios.
Por ello, en este momento (en 2018), hay más servicios y programas asistenciales
que se guían por el modelo de la adicción y muchos menos que se guían por el modelo
biopsicosocial de la pluralidad de situaciones y de la complejidad de estímulos y res-
puestas.
Visto en perspectiva, y para poder entender lo que ocurre, se está produciendo una
situación similar a la ocurrida con Galileo. En un periodo muy corto (en torno a 1610)
y gracias a la disponibilidad de telescopios, Galileo Galilei demuestra empíricamente
que la teoría (o hipótesis) heliocéntrica de Copérnico es cierta y así se lo comunica a
su entorno y a diferentes científicos de varios países. A finales de 1611, los astrónomos
de la Iglesia católica confirman que las observaciones de Galileo son exactas. Pero de
manera progresiva comienzan a oírse las voces dentro de la propia Iglesia católica que
señalan, no tanto que el heliocentrismo es inexacto, sino que es peligroso para el relato
(el dogma católico), y más de veinte años después, en 1633, no solo se condena, por lo
que implican, sus hallazgos, sino que se obliga a Galileo a abjurar de ellos.
Un hecho que no le impide seguir publicando hasta su muerte en 1642, viviendo
una especie de arresto domiciliario, aunque sus publicaciones de mayor valor científico
son de esta etapa. A su muerte dejó el mundo dividido en dos bandos, por una parte,
especialmente entre los católicos, no se debía creer en el heliocentrismo, y aunque casi
todos los científicos (la mayoría sacerdotes) sabían que era verdad, preferían manifestar
su creencia en el relato bíblico. Existía, por tanto, una creencia formal y una evidencia
real y la mayoría de los científicos de la época decían una cosa en el marco institucional,
pero pensaban otra en lo personal y en las conversaciones con sus colegas de confianza.
214
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
Así se explica que cuando aún no había cumplido un siglo de la muerte de Galileo, la
Iglesia católica aceptara discretamente el heliocentrismo (1741), sin que se produjera
ninguna reacción ante la medida.
El experimento del parque de las ratas ha supuesto, para el campo de las sustancias
psicoactivas, lo que representó la demostración del heliocentrismo para Galileo. En la ac-
tualidad, existe un gran consenso científico y profesional en torno al sentido y significado,
pero a la vez, aparece una rotunda negación institucional de este. La maquinaria adminis-
trativa no lo admite porque entiende que supone una amenaza al espíritu de Shanghái y
esto resulta peligroso para la lucha contra la droga. Parece que hay que esperar a que este
temor se disuelva y triunfen la razón y la evidencia empírica. Aunque no parece razonable
esperar un siglo para que esto ocurra, como en el caso de Galileo.
No dejes de leer
La hipótesis de la maduración espontánea de Maddux y Desmond
215
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
La actual noción de adicción se puede rastrear hasta la década de los años 50 del siglo xx
cuando, mediante la electroestimulación, se estableció el mapa de las estructuras cere-
brales asociadas al refuerzo y recompensa de la conducta. Dos décadas después se des-
cubrió el papel de la dopamina y su relación con las drogas, pero, en principio, esto se
interpretó solo como una de las bases (la correspondiente al vértice CH) de los trastor-
nos adictivos (Barrondo, López y Meana, 2006). En la década de los años 80 y primera
mitad de los años 90, al menos en España, adicción era solo otro término equivalente a
dependencia, un sinónimo muy general y muy descriptivo, que se usaba de forma indis-
tinta, incluso entre aquellos que han sido después los promotores de un concepto estricto
de adicción (Martín del Moral, 1998; Casas, 1999).
El cambio conceptual y la transformación del propio concepto de adicción se produjo
a partir de 1995, cuando se publicó en España el libro Adicción, de Avram Goldstein, pro-
fesor de Farmacología en la Universidad de Stanford. En dicho libro, Goldstein, con refe-
rencias procedentes casi en exclusiva del ámbito de la neurología, realiza una descripción
muy completa de los mecanismos cerebrales (transmisión química y neurotransmisores)
que se supone determinan la adicción, aunque se limita a completarlos solo en el caso de
los opiáceos (endorfinas), y la mayor parte de los resultados habían sido obtenidos con
ratas, previamente adictas en jaulas, en una caja o en un laberinto, lo que le permitió
definir un estándar de comportamiento adictivo, utilizando, además, un ejemplo metafó-
rico inaceptable para el actual grado de conocimiento de la zoología, “la predisposición
genética en la conversión de ciertos lobos en perros” (Goldstein, 1994).
En el año 1997, Alan Leshner, entonces director del Nacional Institute on Drug Abuse
NIDA, publicó en la revista Science un artículo titulado “Adicction is a brain disease, and
it matters”, que suele traducirse como “La adicción es una enfermedad cerebral y ello es
importante”. Leshner tenía una dilatada trayectoria como psicofarmacólogo, en laborato-
rios de investigación, hasta que fue nombrado subdirector del Instituto Nacional de Salud
216
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
Mental (1988) y, tras pasar ocho años en el NIDA, se convirtió en uno de los gerentes
principales del sistema de la ciencia en Estados Unidos. En este escueto artículo, poco
más de dos páginas y muy escasas referencias bibliográficas, ninguna empírica, Leshner
proclamaba sin resquicio para la duda que “la adicción no solo era una enfermedad cró-
nica del cerebro, sino que además no era curable porque las recaídas eran inevitables”.
En contra de todo el conocimiento científico que hemos aportado en este manual,
también aclaraba que era “una decisión individual y voluntaria”, lo que implicaba una “to-
tal responsabilidad personal”, lo que sin decirlo justificaba las políticas de penalización
de consumo. La cronicidad era una consecuencia de los cambios cerebrales que la droga
producía a nivel neuroquímico, y como consecuencia, las personas que querían dejar de
consumir no lo lograban. Es la primera vez en la historia de la ciencia que alguien lanza la
hipótesis (no puede ser otra cosa), de que un concepto jurídico (“todas las sustancias a las
que se califica legalmente de drogas”) provoca determinadas consecuencias cerebrales.
La definición institucional de adicción, tal y como la formuló Leshner y han asumido
la mayor parte de organismos políticos en materia de drogas, así como determinados profe-
sionales, no es, por tanto, una definición científica, sostenida en evidencias empíricas, sino
una definición política, emitida por una autoridad político-administrativa. En todo caso,
se trata, además, de una definición funcional con el sistema internacional de fiscalización.
La segunda parte de la declaración política de Alan Leshner nos conduce hacia un
lugar inesperado, porque, por un lado, insiste en que la adicción cerebral solo puede
resolverse “mediante el uso de fármacos”, lo cual es coherente con la hipótesis, pero por
otro lado, también señala la importancia de la “intervención conductual e incluso de la
importancia de los factores contextuales”, llegando a utilizar el ejemplo, bien contras-
tado, de la guerra de Vietnam, cuando gran parte de los soldados que utilizaban heroína
en dicho país la abandonaban con facilidad al volver a casa, lo que supone asumir el
modelo biopsicosocial en la adicción. ¿Pero, de verdad?
Finalmente, aunque de manera indirecta, la proclama insinúa que solo se debe fi-
nanciar aquella investigación que mantenga esta perspectiva, ya que lo demás es “des-
perdiciar recursos”. Un principio que el NIDA ha aplicado con rigor desde entonces. Es
decir, Leshner realizaba una declaración meramente política desde un ámbito adminis-
trativo, proclamando lo que se debía hacer desde el vértice exclusivo de la acción (PA)
y recurriendo solo a determinados hallazgos (cerebrales) del vértice biológico (CH), y
además pretende que a esto lo llamemos modelo biopsicosocial.
No dejes de leer
Un ejemplo de construcción posmoderna: el concepto de adicción
217
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En una reciente publicación (Comas, 2017) se han analizado estos acontecimientos des-
de la perspectiva de las advertencias que nos dejó Stephan Chorover, uno de los fun-
dadores de la neuropsicología, durante décadas catedrático de esta disciplina en el MIT
y autor de Del Genesis al genocidio (1979), donde nos avisaba de los peligros de una
disciplina que él mismo había ayudado a crear. Para Chorover, “sobre el cerebro iremos
aprendiendo de forma progresiva cosas”, pero de una forma un tanto peculiar y paradó-
jica, porque este aprendizaje (y el conocimiento producido) será tan rápido y acelerado,
y nos deparara tantas sorpresas, como lento será en el logro de “evidencias definitivas”,
porque los conocimientos que vayamos adquiriendo nos conducirán al engaño, ya que
confundiremos cada pequeño avance (que a la vez será inesperado, sorprendente e inclu-
so impactante) con “una versión definitiva del cerebro” que no será otra cosa que un au-
toengaño y que en todo caso tendrá una duración temporal hasta llegar al nuevo avance.
Con humildad, Chorover pedía prudencia y precaución antes de aplicar estos su-
puestos conocimientos. Algo que pocos años después reiteró, desde la lógica topológica
(el saber cómo espiral), otro neuropsicólogo de gran prestigio (Kitcher, 1987).
Se puede suponer que fue quizá esta apelación a la prudencia, la que llevó al pro-
pio Avran Goldstein, quizás por la toma de posición política tan radical del NIDA, a
218
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
reescribir una nueva versión de Adicción en el año 2003, es decir, ocho años después,AUTOR:
añadiendo el subtítulo “De la biología a las políticas sobre drogas” a la que se puedeno aparece
acceder en una excelente traducción (Goldstein, 2004). con este
En esta versión, Goldstein introduce varios cambios, aunque en el prólogo anunciaaño en la
que “es el mismo libro” y sigue afirmando que los avances cerebrales de la neurología ybibliografía.
el concepto de adicción son definitivos, citando hasta en tres ocasiones la existencia del
artículo de Leshner como lema. Pero, a la vez, afirma que la noción de adicción es una
visión sobre la que solo existen evidencias para los opiáceos, y además matiza que no
“es definitivo” sino que se ha limitado “a abrir el camino”. También alega que no es lo
mismo “usar cannabis” que “consumir grandes cantidades durante mucho tiempo”, y que
aun en este caso, los efectos observados por la neurología sobre el cerebro son impreci-
sos, e incluso escribe que “no hay riesgos para la sociedad con el cannabis”.
En esencia, afirma que “nuestros conocimientos sobre los mecanismos neurológicos
responsables de estos efectos psicoactivos siguen siendo muy escasos”, lo cual le per-
mite afirmar que “debemos utilizar todos los tratamientos disponibles”, en una noción
un tanto oscura de “tratamientos secuenciales basados en un soporte farmacológico”.
Asimismo, señala que “los efectos tóxicos de la nicotina y el alcohol” deberían preocu-
parnos más que la capacidad supuestamente adictiva de otras sustancias.
En una perspectiva más criminológica, añade la idea de que “las prácticas de re-
ducción del riesgo y el daño” constituyen un tipo imprescindible de “tratamiento hu-
manitario” que garantiza los “derechos humanos”. Describe diversas experiencias en
Inglaterra, Holanda e incluso de forma positiva el parque de las agujas de Zúrich, y
llega a describir los primeros ensayos clínicos con heroína, que, en 2003, se habían
realizado en Ginebra. Finalmente, considera que “el dilema prohibición frente a lega-
lización” es una falsa dicotomía que se resuelve con “políticas de regulación propias
y singulares para cada sustancia”. Algo que ya se ha propuesto con un visible rechazo
institucional en España (AA.VV./GEPCA, 2017).
Con esta visión del propio científico que estableció la base sobre la que se ha sus-
tentado el concepto de adicción, desmiente las prácticas de cierta clínica farmacológica
de las adicciones. ¿Dónde queda entonces la visión unilateral de las políticas asisten-
ciales de la adicción y su soporte exclusivamente farmacológico? Y no digamos ya los
dispositivos de las diversas adicciones sin sustancias. Pues solo en un único lugar: en las
administraciones públicas, en ciertas retóricas políticas y en la industria farmacéutica.
Todo esto y mucho más, en particular los avances más concretos y específicos,
aparece en el texto oficial de la Sociedad Española de Toxicomanías (SET), coordinado
por José María Ruiz y Eduardo José Pedrero (2014), Neuropsicología de la adicción,
en el que se incluyen los resultados de diversos trabajos, jornadas y seminarios rea-
lizados por esta organización entre 2007 y 2014, incluidos diferentes documentos de
consenso para el abordaje de las adicciones. Se trata de avances que refuerzan algunos
elementos del modelo biopsicosocial, aunque también ponen en duda otros, desdicen la
219
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
Un centro de drogas reconvertido en una clínica de adicciones
Por si esto fuera poco, en 2014, la otra gran revista científica, Nature (n.º 507), publicó
una carta abierta de Derek Heim, profesor de psicología y editor de Addiction: Re-
search and Theory, bajo el contundente título “Adiccion: Not just brain malfunction”,
que firmaban además casi un centenar de personalidades del ámbito de la investigación
en sustancias psicoactivas. Poco después, en Lancet (2015, vol. 2), tres investigadores
australianos desnudan la “Brain Disease Model of Adiccition” (BDMA), a la que califi-
can de “una falsa promesa” que solo ha sido provechosa para el negocio de la industria
farmacéutica (Hall, Carter y Forlini, 2014). Como hemos indicado, en España toda esta
literatura y alguna más ha sido sistematizada por la Sociedad Española de Toxicomanías
(SET), cuyas aportaciones son absolutamente ignoradas por todas las administraciones
220
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
Sin embargo, a pesar de las críticas contrarias a la noción institucional de adicción apare-
cidas en las más prestigiosas revistas científicas y a que el consenso neurológico camina
hacia otras perspectivas, las políticas sobre adicciones que se basan en dicha definición,
triunfan en muchos países, entre ellos España. En primer lugar, debemos preguntarnos
por qué ha triunfado como creencia en el imaginario social. Pues la respuesta no es com-
plicada, ocurre que la enuncian las autoridades, los ensayos de los neurólogos de éxito
e incluso los medios de comunicación social, recurriendo a una fórmula de una forma
simple, muy sencilla y muy intuitiva para entender cuestiones complejas: todo está en el
cerebro y no es necesario saber nada más.
221
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Pero el triunfo social de esta falsa creencia y otros mitos neurológicos no explica por
qué mantiene su repentina hegemonía (cuando no su exclusividad) en las políticas asisten-
ciales sobre drogas, y que son muchos los profesionales que asumen esta perspectiva. En
este punto, quizás sería necesario añadir que la razón principal es porque se ha impuesto
en los ámbitos administrativos y políticos, donde las personas que toman las decisiones
carecen de formación en estos temas no solo en España, sino en el ámbito internacional.
Un lugar donde el relato se mantiene gracias a la potente inversión, al menos en España,
de un lobby específico dedicado a promocionar los cada vez más abundantes fármacos
psicoactivos para curar la adicción.
¿Fármacos psicoactivos para curar la adicción a las sustancias psicoactivas? Pues
es lo que hay, y además, ¿qué diferencia un fármaco de una sustancia? En realidad bien
poco, porque algunas son el mismo producto y el único criterio de demarcación es que
el primero es legal y el segundo ilegal, algo que sin duda el cerebro no es capaz de dife-
renciar. Aunque es cierto que las sustancias psicoactivas se suelen consumir sin control
y los fármacos psicoactivos se prescriben en una situación de control. Por tanto, lo que
diferencia una de otra no es la bioquímica sino la organización asistencial.
Se puede pensar que esta cuestión no es un tema adecuado para la criminología,
pero entonces deberíamos prescindir del análisis del vértice de la actuación (PA) y, por
tanto, de la ciencia política. Como consecuencia, la criminología dejaría de ser esta
ciencia transdisciplinar sustentada en el empirismo y el utilitarismo moral que estamos
proponiendo, para limitarse a ser una disciplina subordinada a lo que dicen otras disci-
plinas, no todas, solo algunas y no todas las orientaciones, sino solo aquellas que gozan
del adecuado apoyo institucional.
Pero además, existe otro factor, muy propio de la criminología, que explica el actual
predominio del concepto institucional de adicción, a pesar del creciente rechazo cientí-
fico: se supone que el concepto de adicción refuerza el concepto de droga, tal y como lo
concibe el sistema internacional de fiscalización. Ya hemos visto, en el capítulo 3, cómo
dicho sistema se siente amenazado ante la dificultad de seguir denominando drogas a
todas las sustancias de las listas y exclusivamente a las que están en ellas.
Pero ¿puede alguien imaginar que una misma sustancia posea propiedades bio-
químicas diferentes según sea su estatus legal? Parece que algunos piensan que esto
es posible. Es cierto que se trata de instituciones políticas y administrativas, pero
mantienen esta extraña opinión porque se supone que una serie de investigaciones
les dan la razón. Estamos en el corazón de ideal platónico en el que los “filósofos
gobiernan el mundo” porque no son ellos los que expresan cómo hay que gobernar,
sino que se limitan a ofrecer un relato coherente sobre “cómo son las cosas”, que este
relato produzca consecuencias negativas sobre el bienestar, la salud e incluso la vida
de muchas personas clasificadas institucionalmente como adictos crónicos parece
que es irrelevante. Pero no puede serlo para una disciplina que adopta como guía el
utilitarismo moral.
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Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
No dejes de leer
La noción de refuerzo y el libre albedrío
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
términos de una necesidad superior por el bien de la humanidad. A la vez, es cierto que
la neurología de la adicción aparece ligada a importantes intereses de la industria farma-
céutica, en particular en el subsector de los fármacos psicoactivos, que son, además, los
que en los últimos años han producido más beneficios a esta industria (Becoña, 2016).
¿Cómo y por qué se superponen la supuesta responsabilidad eugénica y la lógica del
benéfico comercial? Pues de una manera muy sencilla, ya que se trata de un sistema con
solo dos parámetros, o dos variables si se quiere. La primera establece una exigencia
moral de tipo ideológico, la segunda facilita un premio (económico) por adoptar esta
responsabilidad. Además, empodera al sujeto que practica, mediante un doble refuerzo,
la autosatisfacción por la tarea realizada y el reconocimiento de esta. En términos lógi-
cos se trata de dos tipos de refuerzo contingente, no sabemos si cerebrales o no, pero que
el argumento neoliberal de individualismo metodológico, es decir, la mano invisible del
egoísmo humano, explica muy bien.
224
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
“está más que basado en evidencias”, pero que conforman una explicación única fruto de
sus convicciones personales e ideológicas y que de forma aparente aportan la representación
de una “ética trascendente y superior en forma de imperativo categórico” (Arendt, 1963).
Visto desde esta perspectiva, ¿qué es entonces el adicto de Leshner y del NIDA?
Pues obviamente, ni más ni menos, siglo y medio después, que el mismísimo criminal
nato de Lombroso. Desde las administraciones de drogas ilegales, con la definición de
Leshner pasa lo mismo que ocurrió con parte de las ideas de Haenkel, puede que no
fuera su intención, pero algunos aspectos de su evolucionismo explican el racismo ale-
mán tal y como se manifestó tras la Primera Guerra Mundial y que condujo a “un claro
empeoramiento en la vida de las personas”, especialmente si pertenecías a una minoría
como los judíos. Hay que tener cuidado con las ideologías y las creencias, pero también
hay que tener cuidado con la ciencia.
Pero también aparecen otras consecuencias inesperadas con las que debemos tener
AUTOR:
cuidado, porque la dogmática institucional del concepto de adicción ha provocado que
en amplios sectores de la intervención en drogas se esté produciendo un rechazo profe-
no aparece
sional a las “exigencias científicas”, sin atender siquiera a los llamamientos de algunos
con este
autores que tratan de preservar el conocimiento científico a través de “la diferenciación
año en la
entre lo que es ciencia y lo que se presenta como tal sin cumplir los estándares cientí-
bibliogra- ficos” (Comas, 2014) y de otros que tratan también de diferenciar entre “los criterios
fía. metodológicos y las definiciones políticas” (Romaní, 2018).
No dejes de leer
La respuesta científica a la política del modelo de la adicción
Expresado de forma directa, ¿tenemos alguna solución para evitar esto? La respuesta
es muy precisa. Se trata de la propia neurología. Obviamente, la neurología científica
que diseñaron Stephan Chorover y Philip Kitcher. Una ciencia abierta, sometida a
rigurosos estándares de falsabilidad (Comas, 2014) y a la expectativa de ofrecer una AUTOR:
respuesta adecuada a la pregunta crucial, ¿cómo explicar en términos de bioquímica no aparece
cerebral lo que pasa en el parque de la ratas? Lo cual es posible que se traduzca en el con este
desarrollo de una casuística de tipologías que mejorará con el tiempo. año en la
bibliografía.
225
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
La primera era aquella que mantenía el principio del utilitarismo moral, interpretado en
los mismos términos que en este manual, como la utilización de aquellas certezas empí-
ricas que tengan las mejores consecuencias para todos, la segunda en cambio, la mala,
era la que trataba de imponer una idea moral, cualquier idea por justa que pareciera, pero
con independencia de sus costes humanos (Bobbio, 1985).
En este punto del texto ya hemos aprendido que las políticas sobre drogas han
sido históricamente y en los términos del utilitarismo moral más malas (por los costes
humanos) que buenas (la atención a las personas). El añadido de la noción institucional
de adicción las convierte definitivamente en malas. ¿Cómo podrían ser buenas? Pues
asumiendo el criterio del empirismo utilitario y moral que venimos reclamando para la
criminología. Es decir, asumiendo la hipótesis principal ofrecida en el primer capítulo:
la diversidad de las sustancias psicoactivas da vueltas alrededor de la criminología y
no a la inversa.
¿Qué tenemos que hacer para conseguirlo? Pues olvidarnos de la noción de droga
que se refiere solo y de forma exclusiva a una categoría jurídica, establecida a través de
un sistema multilateral de fiscalización. Una noción que no es propia de los juristas, pero
que estos se han visto obligados a adoptar porque las autoridades políticas y determina-
dos expertos se lo han impuesto.
Se supone que para acceder a la calificación como droga se deben reunir determi-
nados requisitos que se sustentan en criterios biológicos, y entonces la sustancia será
incluida en la correspondiente lista, sin embargo, tales criterios resultan imprecisos,
confusos, singulares, y en muchas ocasiones discriminan por razones políticas y econó-
micas unas sustancias psicoactivas en relación con otras. Visto en perspectiva, se puede
afirmar que las decisiones sobre lo que son drogas y lo que no lo es, han sido tomadas
a lo largo del tiempo por el sistema político-administrativo, al margen del conocimiento
científico, aunque siempre aludiendo, como criterio de autoridad, a una selección de
argumentos de supuesta evidencia.
Por esta razón, y una vez establecida la noción de droga, se ha tratado, con ma-
yor o menor consistencia, de mostrar cómo esta categoría, construida como un sistema
normativo que orientaba la actuación, producía unos efectos y unas consecuencias so-
ciales, informativas, culturales e incluso biológicas e individuales inesperadas y que se
confundían con los efectos propios y supuestamente comunes de las sustancias. Para
determinar estos efectos propios y consecuencias comunes se ha recurrido a la inves-
tigación empírica, pero, obviamente, esta ha mostrado la existencia de una gran diver-
sidad de explicaciones. Es insostenible suponer que la investigación empírica de una
categoría construida formal y exclusivamente desde la norma (y lo normativo) nos vaya
a proporcionar explicaciones unívocas y coherentes desde lo social, lo biológico o lo
psicológico.
¿Por qué? Pues porque una aplicación normativa, y mucho menos cuando trata
de orientar la actuación, se corresponde con la realidad de los sistemas con los que
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Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
227
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Al llegar a este punto debemos afrontar un dilema no resuelto que plantea un texto del
propio Departamento de Justicia de los Estados Unidos (Raskin y Gormand, 2000), ¿es
posible que sea coherente un sistema judicial en el cual las drogas, sus causas y sus
consecuencias personales, no estén bien determinados? La respuesta es no y la solu-
ción de los propios autores implica una cierta renuncia porque aluden “a la necesidad
de utilizar las características personales, ambientales y situacionales que sean, según
el conocimiento actual, más comunes y con mayor grado de consenso”. Cierto, pero
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Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
La teoría de la escalada
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Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
El tiempo de las adicciones se inicia a principios del actual siglo, en cuanto se difunden
las definiciones adoptadas, primero por el NIDA, después por la administración nor-
teamericana y finalmente, por los organismos internacionales de fiscalización. Como
hemos visto, las primeras publicaciones que describen la adicción aparecen a finales de
los años 90 del siglo pasado, pero incluso entre aquellos que adoptan dicha perspectiva,
el lenguaje tarda un tiempo en transformarse. Como ocurrió en Norteamérica, el nuevo
lenguaje se impuso desde el ámbito administrativo, es decir, desde el vértice de la ac-
ción, y muchos planes y programas públicos (comenzando por determinadas comunida-
des autónomas) fueron identificados bajo el logo de adicciones.
Obviamente, a los profesionales que trabajaban bajo la autoridad de estas admi-
nistraciones públicas no les quedaba más remedio que asumir la nueva terminología,
aunque discrepasen en su sentido y significado. Por último, la asumen los medios de
comunicación, primero, al transmitir comunicados y declaraciones y finalmente porque
utilizar el término adicción se convierte en una “manera natural y total” de hablar y
entenderse. El hecho de que el concepto administrativo de adicción no tenga nada que
232
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
ver con el concepto científico de esta, no parece un asunto propio de los medios de
comunicación.
En todo caso, en España, la pérdida de protagonismo efectiva del viejo modelo
biopsicosocial no llegó hasta que se impulsaron las políticas de recortes y la aplicación
de la Ley 27/2013, de 27 de diciembre, de Racionalización y Sostenibilidad de la Ad-
ministración Local, cuya progresiva implantación se ha utilizado para “cerrar, traspasar
o recibir delegación” de dispositivos y programas hacia los ámbitos autonómicos que,
en general, eran mucho más favorables al concepto institucional de las adicciones, por
depender del departamento de salud, mientras que en los ayuntamientos, la dependen-
cia solía ser de asuntos sociales.
La nueva situación supone tres importantes diferencias con relación a la anterior.
La primera, que no es un relato propio, sino un relato “literalmente traducido” desde
otra realidad política, social y cultural. Lo que implica que ya no lo podemos difundir a
terceros, que pueden obtenerlo con facilidad e integro desde la fuente original. Lo cual
supone una pérdida de relevancia por parte de la marca España. La segunda, que al no
aportar nada, limitándonos a traducir, se genera una dependencia cultural que implica
un menor grado de comprensión real y directa de las cosas. La tercera, que, en este caso,
ocurre que, en el “país fuente”, el nuevo modelo quizás sea actualmente el más potente,
pero ¿es hegemónico? No está claro después de las críticas vertidas en las revistas in-
ternacionales, porque se mantienen otras alternativas, mientras que en España se asume
como “una totalidad” lo que en otro lugar es solo una opción complementaria, que, ade-
más, comienza a enfrentarse a importantes críticas, en particular las relacionadas con el
coste y la dependencia de la industria farmacéutica.
En cuarto lugar, ¿se está ahorrando así dinero, como alega el lobby de la industria
farmacéutica? Desde luego hay un ahorro con la desaparición de la red específica y
especializada, pero, en compensación, ¿a cuánto asciende la factura farmacéutica en
fármacos psicoactivos? En quinto lugar, ¿ha supuesto este cambio una mejora en los
resultados de la intervención? Por ahora no hay datos empíricos, pero parece razonable
pensar que la cronificación no es mejor alternativa que la recuperación, aunque no sea
de todos los casos. Al menos desde la perspectiva de mejorar la vida de las personas.
Estos argumentos, combinados con las críticas al concepto de adicción aparecidas
en las revistas científicas internacionales antes citadas y el hecho de que se hayan
publicado en España diferentes manifiestos en torno a este tema, ha provocado un
cierto replanteamiento del tema. Así, la asociación científica Socidrogalcohol, desde
la que en su momento se difundió y se impulsó la definición de Leshner, ha lanzado,
el 9 de enero de 2018, un comunicado en el que mantiene la idea de adicción como
enfermedad, pero ya no crónica, además de ser “un trastorno biológico, psicológico y
social”, utilizando incluso términos como biopsicosocial y multicausal, reconociendo
la existencia de una recuperación natural y añadiendo que “la adicción es un proceso
perfectamente recuperable, por grave que sea”.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
¿Podría ser clarificador recuperar el término toxicomanía?
Posiblemente, puesto que expresa mejor que otros la apertura hacia la varia-
bilidad de los trastornos relacionados con las sustancias psicoactivas, mientras
que el concepto de dependencia y, sobre todo, el de adicción, implican cierres
epistemológicos un tanto forzados, y en el segundo caso, directamente incierto
y, por tanto, resulta epistemológicamente poco consistente y peligroso debido a
su significación social.
En cambio, la noción de una “manía o una costumbre extravagante” con rela-
ción a las sustancias psicoactivas, que son todas tóxicas, abre el campo conceptual
y científico, al tiempo que anuda gran parte de las drogas con muchos fármacos,
algo que, como veremos, comienza a ser cada vez más necesario. No es una pro-
puesta, es solo una pregunta, que nos formulamos en este breve “No dejes de
leer”, imaginando que el tiempo, y las dinámicas socioculturales, nos proporciona-
rán una respuesta adecuada. En todo caso, no se trata de una cuestión de palabras,
ya que, por ejemplo, algunos autores han comenzado a utilizar toxicodependencia,
sino de lo inadecuados que son muchos de los términos que utilizamos para refe-
rirnos a las sustancias psicoactivas.
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Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
dos primeros casos se supone, por una parte, que los casos atendidos por la red de drogas
no han sido diagnosticados previamente de problemas de salud mental, por otra parte, se
supone que los casos atendidos en salud mental no han sido previamente diagnosticados
como adictos, y los casos que aparecen en ambas redes se supone que ya muestran un
diagnóstico dual.
Los resultados obtenidos son espectaculares, aunque solo en la investigación espa-
ñola, ya que tres de cada cuatro casos (y en ocasiones, cuatro de cada cinco) ofrecen un
diagnóstico de patología dual, que algunos autores atribuyen a una causalidad neuronal
común, mientras otros añaden que quizás, al menos en parte, sea consecuencia del pro-
pio proceso y sus mecanismos de refuerzo. Obviamente, en ambos casos hay que supo-
ner que la adicción es un proceso único y unívoco.
Pero lo que es más importante se refiere al hecho de que la metodología de la mues-
tra intencional, aunque en ocasiones se utiliza con buen criterio en algunos ensayos
clínicos, resulta muy inadecuada para la finalidad de establecer un mapa de la coinci-
dencia de adicción y otras patologías mentales, ya que aquello que se intenta demostrar
solo sería válido, como grupo experimental, con una muestra representativa de personas
usuarias de sustancias psicoactivas con criterios de edad, sexo, estatus social y sustancia
psicoactiva utilizada (lo que requerirá un modelo previo de distribución obtenido me-
diante una muestra representativa general), y como grupo control, una muestra repre-
sentativa de la población general, si fuera posible no usuarios de sustancias psicoactivas,
con los mismos criterios de edad, sexo y estatus social.
Asimismo, el cribado de las correspondientes patologías mentales debería ser reali-
zado mediante una técnica de doble ciego para garantizar la fiabilidad de los resultados.
¿Se ha hecho esto? No, en ningún caso. ¿Demuestran los trabajos intencionales realiza-
dos sus hipótesis? No, nunca, en ningún caso.
Sin embargo, al menos en España, las políticas asistenciales sobre drogas han vi-
vido una intensa transformación en los últimos años, derivadas de la aplicación de dos
creencias que se han generalizado en el ámbito administrativo, la primera, que una gran
mayoría de casos de usuarios de sustancias psicoactivas implican un diagnóstico de pa-
tología dual, la segunda, que al tratarse de dos enfermedades crónicas que se refuerzan
mutuamente, no hay nada que hacer salvo programas de mantenimiento y control con
una gran cantidad por persona de diversos, nuevos y caros fármacos psicoactivos (hasta
17 al día, como se ha denunciado).
Como consecuencia, se ha desmantelado la red específica, especializada y susten-
tada en el modelo biopsicosocial, en drogas, para remitir todos los casos al ámbito de
salud mental, el único con competencias para realizar un diagnóstico adecuado y con au-
toridad para prescribir los correspondientes fármacos. Un acontecimiento poco visible y
raramente denunciado porque se ha confundido con los recortes generales acaecidos en
la mayor parte de los recursos sanitarios y sociales.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
Consecuencias jurídicas de los conceptos de adicción y de patología dual
236
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología
Propuesta 1
El parque de las ratas fue en su día un experimento crucial y así se reconoce hoy,
con un amplio consenso sobre su valor y significado, aunque algunos, en particular
aquellos que creen que “para las drogas” debería existir una explicación univoca,
general y exclusiva tratan de invisibilizarlo. Durante casi tres décadas, el experi-
mento fue ignorado, censurado y excluido de toda posible financiación. Como me-
táfora, ha sido exactamente lo mismo que le pasó a Galileo. Pero, en un mundo en
el que se supone que los valores de la ciencia están perfectamente consolidados y
garantizados, ¿por qué crees que pudo pasar esto? En el texto se aluden, sin profun-
dizar en el análisis, a determinadas circunstancias, ¿son estas?, ¿son otras?, ¿alguna
es especialmente más significativa para ti?
Propuesta 2
237
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Propuesta 3
238
8
Una descripción natural
del contexto español
239
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
molestos, se mantuvo hasta el año 1918 y nadie nos invitó ni nos interesó asistir a las
conferencias y acuerdos internacionales por la cuestión de Filipinas y las rentas del an-
fión. Por tanto, nos mantuvimos al margen de aquel proceso internacional, tanto porque
no fuimos invitados a participar en este (pero sí a ratificar los acuerdos) como por una
cuestión de orgullo patriótico herido. Obviamente, tampoco transcribimos el contenido
de los acuerdos a nuestra propia legislación.
La segunda etapa (18 años, 1919-1935), en la que tratamos de comprometernos
activamente para romper nuestro aislamiento, transcurrió entre el año 1918, cuando nos
incorporamos a la Sociedad de Naciones y asumimos el Tratado de Versalles, y duró
hasta el año 1936, y en ella tratamos de normalizar nuestra presencia internacional, así
como ajustar la legislación nacional a los acuerdos internacionales, que culminaron con
el Convenio de Ginebra de octubre de 1936, pero entonces ya había comenzado la Gue-
rra Civil y no asumimos aquel último acuerdo internacional.
La tercera etapa (30 años, 1936-1966), de la que fuimos excluidos expresamente
por el rechazo y las sanciones de la ONU, se extiende con claridad desde el inicio de la
Guerra Civil hasta que fuimos admitidos en las Naciones Unidas en diciembre de 1955,
aunque se prolongó un tiempo, porque, lo mismo que pasó con la prostitución, firmamos
los correspondientes protocolos, pero su aplicación fue laxa y no se destinaron apenas
recursos a los compromisos adquiridos.
El camino hacia la cuarta etapa (1966 hasta la actualidad) se inició con la firma de
la Convención Única de Estupefacientes de 1961, pero como no entró en vigor hasta el
año 1966, las acciones previstas en materia de políticas de drogas no se aplicaron hasta
entonces (en 2018 han pasado 52 años). En todo caso, a partir del año 1966 hasta la ac-
tualidad hemos sido finalmente reconocidos como actores relevantes, con una creciente
participación en los procesos y procedimientos internacionales, así como por el desarro-
llo explícito de unas políticas de drogas.
En cada una de estas cuatro etapas, la realidad de las sustancias psicoactivas en
España ha sido muy diferente. Así, en la primera etapa, en la que nos sentíamos ajenos
y molestos, las llamadas drogas ilegales seguían sin existir en España. Aunque es cierto
que algunas sustancias se utilizaban, como es el caso del alcohol, aunque no éramos
unos “grandes consumidores” como, por ejemplo, Francia, que triplicaba nuestra tasa
de consumo per cápita (23-25 litros de alcohol puro por año frente a los 7-8 litros en
España). Por otra parte, debemos aludir al tabaco, ya que, aunque es cierto que había-
mos “inventado” el tabaco fumado en el siglo xviii, manteníamos una pequeña industria
autosuficiente para un consumo bajo (Comas, 1984). Asimismo, en esta etapa, como
consecuencia de las guerras en Marruecos y de la ocupación de parte del territorio,
comenzó a utilizarse cannabis en forma de grifa, es decir, las hojas y las flores con-
venientemente secadas y fumadas sin mezclar con tabaco. También se utilizaba con
fines psicoactivos éter, pero carecemos de información suficiente para poder valorar
por quién y cuánto.
240
Una descripción natural del contexto español
El opio y sus derivados, como hemos visto, se dispensaban libremente en las bo-
ticas, y la cocaína se utilizaba con una cierta frecuencia, aunque no podemos valorar
cuánta, en el mundo de la farándula y la prostitución como un contenido propio del mo-
vimiento sicalíptico. Gran parte de estos usos de, por ejemplo, alcohol, tabaco, cannabis
y cocaína, estaban muy marcados por género, salvo en el caso de la cocaína, que también
utilizaban las “artistas y otras mujeres que ejercían la prostitución”. Los opiáceos, en
cambio eran más propios de mujeres que de varones, ya que se suponía que “servían
para formas de malestar femenino”.
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¿Qué fue el movimiento sicalíptico?
241
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
242
Una descripción natural del contexto español
No dejes de leer
La “edad de plata” de la cultura española
243
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
sanitario y “caballeros mutilados”. En todo caso, se trata de una cifra escueta que nunca
superó la cifra de 5.000 casos activos, y que de forma progresiva se fue confundiendo
con su utilización analgésica para enfermedades oncológicas y otras que producen dolor
intenso. También se mantuvo la utilización de grifa, aunque el número de nuevos usua-
rios se redujo a partir de la independencia de Marruecos en el año 1956.
En relación con la cuestión de las sustancias psicoactivas no hay en España una corres-
pondencia directa entre las diferentes etapas históricas generales en el ámbito interna-
cional y las etapas propias de dichas sustancias, como hemos reflejado en el apartado
anterior.
La diferencia más llamativa la constituye sin duda la relación entre la cuarta etapa,
que se inicia en el año 1966, en pleno franquismo y que se va a prolongar hasta la ac-
tualidad. Dicho en otras palabras, no es posible ofrecer una versión uniforme del fran-
quismo y las drogas, porque de los cuarenta años, incluida la Guerra Civil, que duró la
dictadura, los treinta primeros (1936-1965) constituyen una etapa singular por sí misma,
mientras que los diez últimos (1966-1975) forman parte de otra etapa muy diferente que
además incluye todo el periodo democrático.
Estos diez años se identifican en concreto y por parte de los historiadores, cuando
describen las diversas etapas de la dictadura, como tardofranquismo y suele asociarse a
los logros del Segundo Plan de Desarrollo (1964-1968), al creciente poder de los tecnó-
cratas del Opus Dei, que consiguió establecer, en el año 1968, el único gobierno mono-
color de todo el periodo franquista, aunque la descripción más común y consensuada se
refiere a que “el régimen político instaurado a consecuencia de la Guerra Civil comienza a
desmoronarse y perder el control sobre la ciudadanía”. Dicha definición se completa con
otra, en la que confluyen historiadores y sociólogos y que afirma que “fue, con la transi-
ción, un periodo de pocos años en el cual todos los asuntos pendientes desde el inicio de
la Guerra Civil en 1936 se agolparon y tuvieron que resolverse de repente”.
A modo de ejemplo, el PIB aumentó, con altas tasas de crecimiento anual, pero aún
estábamos lejos de los países del entorno europeo y apenas pudimos alcanzar la propor-
ción del PIB en relación con Europa que manteníamos durante la Segunda República.
También nos afectó la globalización gracias al turismo y al desarrollo de nuevos medios
de comunicación, pero seguían sometidos a la censura informativa. Las tasas de esco-
larización crecieron, y mucho, pero el sistema escolar no conseguía modernizarse del
todo. Se mantenía la desigualdad formal de género con una legislación discriminatoria,
pero a la vez, las mujeres iban ocupando espacios que hasta entonces les habían estado
vedados. Así, por ejemplo, había más mujeres trabajando, pero solo en ciertos sectores.
Muy importante, como veremos, fue el fenómeno de la emigración.
244
Una descripción natural del contexto español
No dejes de leer
Nuestra primera epidemia de sustancias psicoactivas
La década de los años 60 del siglo pasado contempló la primera epidemia de una
sustancia psicoactiva en España. Se trata de un acontecimiento casi desconocido,
sobre el que existen unos pocos datos y ningún trabajo empírico sistemático.
Los datos disponibles proceden de las estadísticas de dispensación de produc-
tos farmacéuticos y los refrendan las protestas diplomáticas de algunos países
europeos, a lo que podemos añadir algunos testimonios especialmente lúcidos.
La razón que explica esta invisibilidad es muy simple: se trata de una epidemia
de anfetaminas libremente dispensadas porque la receta médica no comenzó a
exigirse hasta finales de la década.
Se trata, por tanto, de una epidemia similar a las ocurridas en Suecia y Japón
durante la Segunda Guerra Mundial y que hemos descrito en el capítulo 3, solo
que en el caso de España, los organismos internacionales no se han hecho eco
de ella.
¿Por qué se vendieron en España y durante una década tantas anfetaminas?
Por cuatro razones distintas, la primera porque su venta, como ya hemos dicho, era
libre. La segunda porque se publicitaron masivamente como un producto idóneo
245
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
“para las molestias menstruales” y las mujeres, especialmente aquellas que afronta-
ban la llamada doble jornada de trabajo remunerado y trabajo doméstico sin ayuda,
pronto aprendieron que las anfetaminas les permitían cumplir mejor con esta doble
obligación. La tercera, porque los varones solían practicar el llamado pluriempleo,
que tenía que ver con el objetivo de “comprar un pisito y un cochecito”, con una
jornada semanal estándar de 42 horas y otras 20 o más de un segundo trabajo, bien
los días de diario o bien el fin de semana. Con este estilo de vida familiar, las anfe-
taminas se convirtieron en un fármaco imprescindible. Por su parte, los estudiantes
universitarios las utilizaban de una forma “normal y natural” para “estudiar y prepa-
rar los exámenes por las noches las últimas semanas de curso”, siguiendo el modelo
de trabajo de no hacer nada la mayor parte del curso y dejarlo todo para “el último
momento”. Finalmente, la cuarta razón fue el turismo, ya que desde finales de los
años 50, en muchos países europeos las anfetaminas se convirtieron en fármacos
muy regulados, pero si venias de vacaciones a España, podías comprar varios fras-
cos, quizás no al mismo tiempo y en la misma farmacia, pero sí los suficientes para
tus necesidades personales en el país de origen o también para venderlas como una
forma de financiar las vacaciones. Esto explica que durante decenios se haya deno-
minado a las anfetaminas, en muchos países europeos, como españolas.
¿Cómo acabó la epidemia? Pues a principios de los años 70, una vez firmada
la Convención sobre Sustancias Psicotrópicas, que incluía las anfetaminas, comen-
zó en España el control, y la reducción de especialidades que las contenían y su
acceso se complicó, aunque la aparición de un cierto mercado ilegal de speed lo
compensó. Además, en el año 1973, el tradicional pluriempleo dio paso a una “alta
tasa de desempleo estructural y permanente”, y de repente, las ventas de anfeta-
minas se redujeron drásticamente al tiempo que aumentaban las de ansiolíticos,
en particular benzodiacepinas.
A la vez, ya hemos visto en el capítulo 3 que mientras que Naciones Unidas pre-
paraba la Convención sobre Sustancias Psicotrópicas, España, lo mismo que otros paí-
ses, promulgó en el año 1970 la ley de peligrosidad y rehabilitación social, entre otras
razones porque la revuelta juvenil de la segunda mitad de los años 60 había llegado a
España, aunque con un contenido más político (el antifranquismo) que contracultural.
Quizá por este motivo, la ley fue utilizada de manera muy diferente a otros países, como
un instrumento de represión frente a determinadas reivindicaciones, como la diversidad
sexual y, sobre todo, como un instrumento discrecional para aplicar en aquellos casos de
“rechazo político en forma de opinión y otras actitudes más bien culturales” en los que
no era posible utilizar ningún tipo delictivo formal.
Desde la perspectiva de las propias drogas ilegales, no cabe duda de que el gran
cambio se produjo en el año 1973, cuando las primeras partidas de heroína comenzaron
246
Una descripción natural del contexto español
Los cambios producidos en las políticas de drogas en el periodo del tardofranquismo tu-
vieron y produjeron consecuencias inesperadas e incluso muy paradójicas. La aplicación
ciega de los acuerdos multilaterales produce casi siempre este tipo de efectos porque la
legislación internacional no considera nunca la situación y las condiciones del contexto
local. En el caso de España, el franquismo era un régimen autoritario unipersonal en el
247
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
cual aparte del dictador solo tenía voz la Iglesia católica. En este sistema se aceptaban,
por una parte, las reglas de Naciones Unidas porque se trataba de aparentar una “norma-
lidad internacional”, pero, por otra parte, tales reglas se utilizaban solo en función de los
intereses del régimen político.
Sin duda, el ejemplo más relevante de este proceder, como ya hemos contado, lo
constituye la Ley 16/1970, de 4 de agosto, sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social
(LPRS), sustitutiva de la ley de vagos y maleantes (LVM), que se había aprobado duran-
te la República y que había ido perdiendo vigencia con los años, aunque el franquismo la
utilizó hasta que se produjo la reacción internacional contra los movimientos juveniles.
De hecho, entre el año 1968 y 1972, raro fue el país del mundo, al menos entre los más
desarrollados e incluido el bloque del Este, que no produjera legislación similar a la
LPRS, ampliando la tipificación de peligrosidad e incluyendo homosexualidad, drogas
ilegales (el alcohol ya estaba en la LVM) y escándalo público, al que se dedica un amplio
anexo, que facilitó aplicar esta figura a acciones políticas.
La LPRS es muy conocida, a través de la literatura testimonial y algunas investiga-
ciones con relación a la homosexualidad, pero otros tipos (quizá más frecuentes) no han
recibido la más mínima atención. Así, apenas hay literatura sobre el tema de las drogas
ilegales, cuando, como veremos, la epidemia de heroína se consolidó en plena vigencia
de la ley (desde 1973 hasta 1989, cuando se derogó de facto, aunque formalmente no
se derogó hasta el año 1995). Los tipos relativos a la homosexualidad se derogaron en
cambio en 1978 (Ley 77/1978), y la literatura disponible muestra que la ley se aplicó con
más firmeza contra la reivindicación de la homosexualidad que contra la práctica de esta.
Quizás, aunque nadie lo ha estudiado hasta ahora, algo similar pasó en el caso de la
heroína y otras sustancias psicoactivas: se aplicó ante determinadas situaciones de alar-
ma por trapicheo o ante reivindicaciones publicas de tolerancia, pero nunca en relación
con los usuarios salvo cuando realizaron actos públicos que se consideraban escanda-
losos, por parte de un imaginario social que rechazaba con fervor a aquellos primeros
yonkis. La LPRS fue utilizada por las autoridades franquistas como un instrumento dis-
crecional de control social (de hecho, esto pasó en muchos países) y quizás por este
motivo se mantuvo vigente tantos años, hasta que la Ley Orgánica 1/1992, de Protección
de la Seguridad Ciudadana demostró que podía cubrir todos los supuestos funcionales
(y alguno más) de la LPRS. Uno de los temas más interesantes de la LPRS es que no se
ha dedicado ningún esfuerzo a la investigación sobre su uso y a la funcionalidad de la
represión política de esta, cuando el volumen de afectados fue importante y en algunos
casos relevante (Lamo de Espinosa, 1989). Parece que hay consenso en olvidar ciertos
temas de la memoria histórica.
Por su parte, el Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica (PANAP), fue creado
por ley el 14 de abril de 1955, bajo dependencia del Ministerio de Gobernación (ahora
Interior), para desarrollar la asistencia psiquiátrica pública al margen de las estructuras de
internamiento (manicomios) gestionadas por la diputaciones provinciales, en general en
248
Una descripción natural del contexto español
convenio con instituciones religiosas. Su trayectoria que se mantuvo hasta 1974, cuando
fue integrada en la Administración Institucional de Sanidad Nacional (AISMA), fue pre-
caria, aunque destaca la labor de algunos profesionales y el hecho de que fue el semillero
de los movimientos de reforma psiquiátrica, fuente del actual y vigente sistema de salud
mental, tal y como fue definido por la Ley 14/1986, de 25 de abril, General de Sanidad.
Dentro del PANAP se produjo un cierto desarrollo de un modelo de intervención sobre
alcohol que se denominó dispensarios antialcohólicos, el primero de los cuales se creó en
Madrid en 1960 y de los que ya existían varias docenas en las principales ciudades del país,
cuando se realizó la integración en la AISMA en el año 1974 (Santo-Domingo, 2002). Un
dispensario antialcohólico era, por regla general, un dispositivo precario, con un psiquiatra
(siempre varones) al frente y una trabajadora social (siempre mujeres) que hacia un poco
de todo. Su propia precariedad los llevó a recurrir a la autoayuda y a crear asociaciones de
exalcohólicos y alcohólicos rehabilitados sobre las que recaía una parte importante de las
tareas. Según los dispensarios, se integraron en organismos públicos más amplios y algunos
se convirtieron en unidades de salud mental, las asociaciones se independizaron y crearon
un potente movimiento de autoayuda al que ya nos hemos referido.
Por su parte, la Comisión Interministerial contra las Drogas se constituyó en 1973
con el encargo de preparar un informe sobre los problemas que ocasionaban o podían
ocasionar las sustancias psicoactivas (legales e ilegales), en España, el estudio, estructu-
rado como una “memoria del grupo de trabajo”, se presentó en 1975 y simplemente se
publicó sin que se tomara ninguna iniciativa política con sus recomendaciones (Comi-
sión Interministerial, 1975).
En diciembre de 1978 (Real Decreto 3032/1978), la Comisión Interministerial ad-
quirió un carácter permanente y, hasta la aprobación del Plan Nacional en julio de 1985,
se encargó de otorgar subvenciones a entidades que intervenían con personas con pro-
blemas de drogas ilegales. Lo cual facilitó y propició la emergencia del potente movi-
miento social que ya hemos citado y que supuso un tipo de respuesta espontánea por
parte de la sociedad civil mientras que las administraciones no hacían nada (Martinón,
2011). Asimismo, la propia comisión, a través de un convenio con Cruz Roja Española,
realizó una serie de investigaciones de gran interés y finalmente, ya en 1984-1985, creó
y puso en práctica, desde la misma Dirección General de Acción Social, el modelo de
intervención biopsicosocial, al que nos hemos referido en el capítulo 6.
Durante casi todo el periodo franquista, la cuestión de las drogas fue ignorada e incluso,
como hemos visto, cuando España ingresó en Naciones Unidas y ratificó los correspon-
dientes protocolos y después los convenios de 1961 y 1971, primaron los intereses di-
plomáticos de normalización internacional, mientras que en la lucha contra las drogas
249
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
se optó más bien por una actitud de disimulo y apariencia que por una práctica real.
También es cierto, como hemos visto, que algunas legislaciones, en particular la ley de
peligrosidad y rehabilitación social, fueron utilizadas de una forma un tanto particular.
En el momento de la transición democrática, esta era una situación, más o menos cono-
cida, que se intentó reconducir. Pero la actuación se enfrentó a varios problemas.
El primero, que de entrada, para la opinión pública, el tema de las drogas no era una
prioridad e incluso eran muchos los que interpretaban que el cambio de sistema políti-
co, con sus nuevas libertades, supondría un cambio en los usos de drogas, muy ligados
al binomio clandestinidad/represión, de tal manera que la nueva situación resolvería,
de forma más o menos “automática” la mayor parte de los problemas existentes, que,
además, tampoco eran tantos. Por tanto, había que priorizar el cambio democrático y
después ya vendría lo demás.
El segundo, que las tareas y las acciones relacionadas con este cambio político no
dejaban ningún hueco en la agenda para ocuparse de otros temas. El desinterés guber-
namental por las drogas se expresa en el impasse (olvido y abandono) que vivió la Co-
misión Interministerial contra las Drogas. Nunca había sido una prioridad, pero durante
años simplemente desapareció de facto, aunque legalmente seguía existiendo y una vez
aprobada la Constitución adquirió incluso un carácter permanente, pero sin demasiados
recursos.
El tercer problema se refiere a que, mientras tanto, el uso de drogas se incrementaba
de forma exponencial y, en particular, se iba desarrollando una situación epidémica con
la heroína. Un hecho sin precedentes en España frente al que nadie disponía de “respues-
tas adecuadas” y que se interpretaba de maneras tan variopintas como absurdas ante la
absoluta carencia de datos empíricos fiables y explicaciones razonables.
Hay varios ejemplos de esta desidia, por ejemplo, los colegios de farmacéuticos no
realizaron publicaciones sistemáticas (y formación) sobre legislación farmacéutica has-
ta el año 1980 (Ramos, 1981), asimismo destacó la falta de información policial, hasta
que en el año 1984, el Comisario Félix Calderón público en la revista Policía Española,
cuatro anexos monográficos titulados “Las drogas estupefacientes y psicotrópicas”, que
se distribuyeron a todos los policías nacionales, la mayoría de los cuales, hasta entonces,
no tenía una información clara sobre la droga salvo por lo que veían en la calle o les
contaban los propios usuarios, con los que compartían mitos y mentiras.
No dejes de leer
La teoría de la conspiración y las drogas
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Una descripción natural del contexto español
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Una descripción natural del contexto español
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
delitos graves y violentos, aunque los hubo, sino por hurtos, robos, atracos, incluyendo
farmacias, bancos y otros comercios, pero, sobre todo, por trapicheo de drogas en zo-
nas urbanas céntricas, que fueron ocupadas, siguiendo la descripción de la escuela de
Chicago, por grupos de yonkis que molestaron y expulsaron al resto de los viandantes.
La inseguridad se vinculaba al alto nivel de victimización que también aparece en
las encuestas de la época, en parte por algunos hechos que no son delitos y que lógi-
camente no aparecen en los registros policiales y judiciales por su escasa entidad, por
ejemplo, una práctica muy habitual fue el robo de ropa tendida, que comenzó en algunos
barrios de las grandes urbes hacia 1983, que pasó después a las pequeñas capitales y que
acabó en los pueblos hacia 1988. Que robaran la ropa tendida sin duda es algo menos
que una falta, pero suponía algo cruel e inimaginable en la sociedad española y hubo un
preciso momento en que se convirtió en una práctica tan generalizada y continua que
exasperó a amplias capas de la sociedad.
Con igual intensidad exasperaron los atracos a prácticamente todas las farmacias
que además se vieron obligadas a acometer importantes reformas para protegerse. Re-
formas similares a las que realizaron los bancos, cuando los recursos para acometerlas,
de unos y otros, son muy diferentes.
La inseguridad general se condensaba de forma muy especial en las familias que
eran víctimas de delitos que casi nunca denunciaban, porque era el/la hijo/a quien
los cometía. Estos hijos/as primero se llevaron dinero, joyas u otros objetos de valor
y cuando estos se acabaron (o se trasladaron a otros domicilios), recurrieron a apara-
tos electrónicos de fácil venta (entonces, los vídeos o las cámaras fotográficas) y en
algunos casos, incluso otros electrodomésticos y muebles de más peso. Pero además,
las familias sufrían chantajes emocionales, tenían que proporcionar defensa jurídica
y ocuparse de los hijos mientras estaban encarcelados y otros hechos estresantes que
fueron factores de riesgo para la salud de muchas personas.
Finalmente, la epidemia de heroína ocasionó también otro tipo de malestares sociales
y culturales, como la ya citada ocupación territorial urbana, así como el temor a que el/
la hijo/a o la pareja se convirtieran en yonkis, algo que no se sabía cómo evitar, y que
sus actos destruyeran el proyecto de ascenso familiar y social, en una etapa histórica (la
década de los años 80 con la entrada en la Unión Europea), en la cual las expectativas de
mejora social eran casi unánimes.
La epidemia de heroína se vivió como una absoluta novedad, importada de los países
más desarrollados, en particular de Estados Unidos, y por tanto era imprescindible co-
nocer cómo la explicaban y cómo la afrontaban en estos países. Desde España, la mirada
para entender lo que nos pasaba se dirigió hacia estos lugares y en particular hacia la
254
Una descripción natural del contexto español
literatura científica y las políticas que habían puesto en marcha estos. La idea de que
estábamos ante un hecho social inédito e importado era compartida por el imaginario
social, por la opinión pública, por la mayor parte de los profesionales, por los relatos
culturales y mediáticos y por supuesto, por los responsables políticos.
Esta idea de fenómeno foráneo, inédito y exótico era tan potente que a nadie se le
ocurrió identificar la presencia de unos posibles valores subterráneos propios de España,
tal y como determina el modelo naturalista de Matza. A pesar de que la obra de David
Matza y en particular sus textos que hablan del concepto de valores subterráneos (Matza,
1964 y 1969), fueron traducidos cuando se iniciaba la epidemia, eran de uso común en la
bibliografía universitaria y, por si fuera poco, en el año 1977 aparece la versión en español
de La nueva criminología (Taylor, Walton y Young, 1973), que coloca las aportaciones del
naturalismo en el centro de interés de la disciplina.
Pero nadie afrontó esta perspectiva, quizás porque hay que reconocer la existencia
de una dificultad cultural que Ortega sintetizó en el célebre: “Lo que nos pasa a los es-
pañoles es que no sabemos lo que nos pasa”. ¿Sabíamos algo sobre estos valores subte-
rráneos? Matza nos explicó cuáles eran los de los jóvenes norteamericanos en la década
de los 50 y 60, pero sobre los nuestros no teníamos ni idea. No parecía fácil detectarlo,
ya que, por una parte, el tiempo de silencio que supuso el franquismo impidió un mí-
nimo desarrollo de las ciencias sociales y además las orientó hacia una temática más
sociopolítica en la que las cuestiones del vértice cultural no recibían mucha atención.
Por otra parte, las aportaciones que realizó en su día la criminología positivista española
parecían una cosa demasiado vieja y anticuada para tratar de explicar un fenómeno “tan
moderno”. Por si esto fuera poco, los criminólogos positivistas no habían hablado nunca
de drogas ilegales.
Pero la criminología positiva española (capítulo 4) había hablado y mucho de cómo
era la estructura cultural, social y cognitiva de los españoles, y sabiéndolo no era tan
difícil establecer cuáles podían ser los valores subterráneos que sustentaban la epidemia
de heroína.
Veamos cuáles son. El primero, la necesidad de mantener una diferenciación social
simbólica y práctica muy clara entre las clases altas y las bajas, algo que compartimos
todas las culturas mediterráneas (cristianas y musulmanas), pero que se encuentra más
matizado en otras. El segundo, que esta necesidad cultural es la que justifica y legitima
la existencia de notables desigualdades económicas, patrimoniales y sociales. El ter-
cero, la existencia de distinciones de género que se expresan a través de un machismo
natural y estructural. Y finalmente, el cuarto, una ética que justifica y tolera la doble
moral, la corrupción y la impunidad de los poderosos, no solo como realidad, sino, y
especialmente, como mito que explica todo lo que ocurre.
Estos valores subterráneos comenzaron a ser amenazados en el tardofranquismo y
la transición por diversos hechos sociales: el primero, la aparición de una clase media
que se fue expandiendo con una identidad propia; el segundo, como muestra el CIS, el
255
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
incremento del valor positivo de la igualdad social efectiva; el tercero, los avances en
la igualdad, en aquel momento la meramente formal, entre géneros en la transición (y
que concluyo con la ley del divorcio en 1981); y el cuarto, la aparición, más o menos
generacional, de una cultura que rechazaba la doble moral y que reclamaba como valor
central la sinceridad y la transparencia social (e incluso la razón posibilista), que pareció
que podía consolidarse en el momento de la transición (Vilarós, 1998; Labrador, 2017;
Costa, 2018; Espín, 2018).
¿Cómo se expresaron estos valores subterráneos en la epidemia de heroína? Pues
adoptaron la forma de “rechazos que resguardan”, una expresión de Merton que forma
parte de su “ambivalencia sociológica” y que viene a significar “la apariencia de rechazo
formal y explícito a valores para poder así preservarlos”. Por ejemplo, “la desigualdad de
género es injusta, pero mujeres y varones somos distintos” (Merton, 1976). La heroína
aportó una apariencia de nuevos valores, que eran ciertamente foráneos y muy diferentes
a los tradicionales, muchos de los cuales procedían de la contracultura norteamericana,
que pretendían impulsar una transformación radical de los valores del franquismo, pero
en realidad no era otra cosa que un simulacro cultural que trataba de preservarlos.
Podríamos citar numerosos ejemplos de este proceder, el más evidente el referido
a las modas y las movidas con argumentos libertarios, que al final no fueron otra cosa
que la promoción de un liberalismo cultural que ha servido para preservar y justificar
la diferenciación y el elitismo social. Aunque quizás el más interesante para entender la
epidemia de heroína se refiere a los mecanismos utilizados por el machismo para soca-
var los primeros avances hacia la igualdad y preservar un modelo de mujer que asume en
el mundo de la heroína los roles más tradicionales, pero imaginando que son una forma
de liberación personal. Dedicaremos a este tema un próximo apartado.
No dejes de leer
¿Qué es un PM?
256
Una descripción natural del contexto español
fue olvidando cuando con el paso de los años dicha figura fue perdiendo influencia.
De hecho, en la actualidad no es fácil identificar personas con sus características,
pero sin su presencia es imposible entender cómo se reprodujo la epidemia de
heroína en España en las décadas de los años 70 y 80. Por este motivo, y porque
es muy importante para desarrollar una perspectiva de género, se ha recuperado
el término para este manual.
En realidad, el PM ya aparece ya como tal, formando parte de un estilo muy
tradicional, en la etapa sicalíptica, en la que es a la vez un señorito (en términos
de clase social) y un machito (en términos de perspectiva de género), es también
“aquel trueno”, como lo definió Antonio Machado, y el señorito calavera del fran-
quismo. La existencia de los PM representa un valor subterráneo a lo largo de todo
el siglo xx en España. Se les identifica por un exagerado nivel de autoestima per-
sonal, de superioridad masculina, que, unida a una fuerte capacidad de seducción,
a notables habilidades sociales y a un estatus social diferencial, les convirtió en los
líderes naturales de los usuarios de heroína. Sin duda, sobrevive en la actualidad,
pero seguramente ejerciendo otros roles.
Cabe también señalar que un PM no es una persona concreta y única, sino
que requiere una mesnada de servidores que le siguen, le reconocen su autoridad
y le obedecen.
Para entender la epidemia de heroína en España también conviene saber que comen-
zó a ser utilizada primero en el periodo 1973-1977, de forma minoritaria y elitista, por
varones con un perfil universitario de clase alta, con experiencia de viajes y estancias
en el extranjero (particularmente en Estados Unidos y el Reino Unido), que mantenían
un supuesto uso controlado, pero que, cuando comenzaron a vivir situaciones de depen-
dencia, se convirtieron en los “contagiados que difundieron la epidemia”. El contagio
afectó de forma masiva durante el periodo 1978-1982 a otros jóvenes de clase media y
trabajadora, deslumbrados por “lo que hacían los chicos ricos y poderosos” y que ima-
ginaron que la heroína les otorgaba una igualdad que nunca fue cierta, porque la “típica
mesnada” de heroinómanos seguía a su señor, con el que se sentían fuertes, poderosos y
participes de una aventura que “no entendían los pringados de su clase social de origen”.
Finalmente, a partir de 1982-1983, apareció una tercera fase en la cual la heroína
llego a los barrios más marginales, a los delincuentes en las cárceles y especialmente en
los centros de reforma para menores. Aunque no hay que menospreciar la influencia del
cine quinqui en este proceso, el verdadero protagonismo corresponde a la necesidad de
construir identidades positivas y activas en una sociedad para la cual la fragmentación
social es lo normal, incluso una obligación y una necesidad cultural. Este ámbito margi-
nal indujo a una mayor criminalización de todo lo que tenía que ver con la heroína, de
tal manera que, al desaparecer, de forma progresiva, por fallecimiento o por abandono,
257
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
los viejos PM de clase alta, los nuevos, procedentes de ámbitos marginales, asumieron
la dirección de muchas mesnadas.
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Una descripción natural del contexto español
residual, propio de otra época, y que los cambios legales y sociales estaban comenzando
a arrinconar, aunque fuera de una forma muy tenue.
Para poder interpretar en perspectiva estos hechos disponemos de la imagen mediá-
tica, cultural (cine, series y literatura) y fotográfica de las chicas de la heroína, en la que
se observa muy bien la coexistencia de la estética de una transformación radical con el
mantenimiento del contenido de roles tradicionales de subordinación y seducción. En
la mesnada original y típica de la heroína aparecía un PM y dos chicas para cada seis o
siete chicos. Al menos una de las chicas era la “novia” del PM, aunque en ocasiones, el
sexo y las relaciones eran más abiertas en el grupo, en otras ocasiones también aparecían
parejas estables de heroinómanos en los que era fácil detectar la pervivencia de roles
tradicionales. En todo caso, y cuando las cosas iban mal, las chicas se convertían en un
instrumento para obtener recursos a través de la prostitución.
En la primera fase aparecieron de entrada algunas mujeres, muy pocas, de clase alta
y universitarias que accedieron al mundo de las sustancias psicoactivas, hasta llegar a
la heroína, como parte de su proyecto de emancipación e igualdad personal, pero muy
pronto, los PM comenzaron a captar y a seducir a chicas inquietas y ambiciosas de otras
clases sociales, que se convirtieron en las sumisas seguidoras de los PM (Funes y Ro-
maní, 1985).
Estas groupies de la heroína también se utilizaron para atraer a los varones de las
clases trabajadoras y reforzar así la mesnada, especialmente cuando, a partir de 1980, los
PM necesitaron apoyo para conseguir heroína, trapichear con esta o con otras drogas y
disponer de un espacio de seguridad para afrontar su progresivo deterioro y que su condi-
ción social ya no les garantizaba. La llegada de los chicos de la marginación en la tercera
fase hizo más evidente el machismo, e incluso el cine quinqui muestra (salvo de forma
parcial en Deprisa, deprisa, de Carlos Saura), de una forma que pretende provocar la hi-
laridad, no solo actitudes machistas, sino cómo las mujeres eran sexualmente perversas,
de poco fiar, se dedicaban a la prostitución por vicio y se merecían todo lo que les pasaba.
Pero esto no solo ocurría en el seno del propio ámbito del uso de heroína, porque
cuando los medios de comunicación producían y distribuían imágenes sobre “el proble-
ma de la heroína”, las imágenes femeninas aparecían con más frecuencia que las mascu-
linas, lo cual no se correspondía con la realidad. Además, eran imágenes de impacto por
el contexto, en ocasiones con retoques para que resultaran más atractivas, escasa ropa e
informaciones sobre actividades o actuaciones morbosas. Y a todo el mundo le parecía
normal y, de hecho, nadie lo interpretó como “un abuso”.
Sin duda los MCS, todos los MCS, con independencia de su “postura ante las dro-
gas”, jugaron a este juego, que sirvió para difundir cuán libre era y cuántas chicas atrac-
tivas formaban parte del mundo de la heroína, incluso en un momento en el mundo real
que ya primaba más bien el deterioro físico.
Para muchos sectores de la sociedad española y durante muchos años, al menos
hasta la masiva irrupción del sida a partir del año 1986, la imagen de las drogas ilegales
259
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
incluida la heroína, era profundamente platónica. Por supuesto, las drogas eran malas y
peligrosas, los yonkis, gente peligrosa y sin ningún valor moral o ético, que además te
atracaban, te robaban y te podían transmitir enfermedades infecciosas e incurables. Pero
a la vez era un imaginario ambiguo que se sostenía también sobre la imagen de mujeres
(siempre chicas muy jóvenes) que a la vez eran “las sumisas de antaño” y “las liberadas
por la revolución sexual”.
En resumen, uno de los valores subterráneos más relevantes en la conformación de
la epidemia de heroína fue el interés por hacer que “perduraran los intereses del machis-
mo cultural y estructural” que se expresaban a través de la figura del PM. Se utiliza la
expresión perduraran porque la epidemia se expandió justo en el momento en el que se
transformaba la legislación en torno a la singularidad femenina y se adoptaban posicio-
nes formales de igualdad. Algo que, visto desde la perspectiva actual del feminismo, no
produjo, como es lógico, todos los efectos esperados, pero que, entonces, determinados
perfiles masculinos vivieron como una amenaza para su rol de superioridad.
Una investigación empírica de aquella época, relacionada con la creación de la cul-
tura del baile (y de las llamadas drogas de diseño), nos ofrece el contraste que permite
confirmar el rol machista de la lógica de la heroína en España. En su primera etapa, el
bacalao (1987-1992) se conformó como una manera de excluir a la heroína, a los heroi-
nómanos y a su machismo, de algunos espacios en los que se les impedía la entrada. En
las discotecas valencianas, donde todo comenzó, aparecían muchas mujeres hastiadas
del acoso sexual al que se les sometía en otros locales, un porcentaje importante de gais,
y algunos varones heterosexuales que no eran “ni babosos, ni agresivos”, todos baila-
ban y todos recuerdan, en sus abundantes testimonios, el buen ambiente de los locales.
Además, los refugiados en aquel ambiente de ocio tenían muy claro que “el ámbito de la
heroína representaba los valores de un machismo trasnochado” (Romo, 2001).
Todo cambió cuando, a partir del año 1992, los medios de comunicación, y las ad-
ministraciones de drogas, se hicieron eco del fenómeno, pero describiéndolo como una
nueva oleada más peligrosa de drogas que la propia de etapa de la heroína. Esta visión
drogocéntrica ignoró la realidad de aquel fenómeno, que, por cierto, ocurrió en todo el
mundo, de tal manera que sus denuncias sobre las drogas de diseño no solo promocio-
naron el consumo de sustancias psicoactivas, en particular éxtasis, sino que además,
sirvieron para transformar aquel ambiente poco proclive a las sustancias psicoactivas,
en la bacanal de la ruta del bacalao, donde masas ingentes de personas, de todas las
edades, iban a consumir placebos que les garantizaban supuestas experiencias noctur-
nas y sexuales inéditas (Gamella y Álvarez, 1999).
En aquel momento, los PM de la heroína emigraron al nuevo ambiente en busca
de oportunidades para ejercer como tales, pero su mera presencia lo destruyó como
alternativa igualitaria a la lógica machista de la heroína. El final de aquella experiencia
positiva fue precisa y casi inevitablemente, el choque de ambas lógicas, por una parte,
el mundo pacífico e igualitario de las discotecas y las supuestas drogas de diseño, y por
260
Una descripción natural del contexto español
AUTOR: la otra, la lógica violenta y machista de la heroína, con un crimen de odio machista (el
no aparece caso Alcàsser, en noviembre de 1992) sobre tres chicas que iban a celebrar una fiesta
en la biblio- del instituto en una discoteca (Oleaque, 1995 y 2004).
grafía. El caso de las drogas de diseño en España constituye el mejor ejemplo de cómo las
políticas drogocéntricas (entendidas como que todo da vueltas alrededor de las drogas)
confunden y acumulan errores que producen consecuencias negativas. Por suerte, aun-
que las acciones políticas y mediáticas trataron de convertir a las drogas de diseño en
una nueva y potente epidemia, no lo consiguieron, en parte porque las nuevas sustancias
no tenían las propiedades para conseguirlo (el número de fallecimientos directos e indi-
rectos es muy marginal) y su contenido convertía gran parte de estas en placebos, que,
sin embargo, producían sensaciones únicas a las parejas de clase media que se despla-
zaban un fin de semana a probarlas.
En cambio, transitar hacia el mundo real y heliocéntrico con el apoyo de una expli-
cación científica global, como la que ofrece una criminología transdisciplinar, no permi-
te entender lo que pasó y por qué pasó.
La epidemia de heroína supuso una tensión, un conflicto aún no resuelto entre dos visio-
nes de lo que estaba ocurriendo. Por una parte, la exasperación de un sector importante
de la opinión publica por las consecuencias reales que producía y que les afectaban
personalmente y de la que es una buena prueba el número de fallecidos. Por otra, los
relatos sobre las muy diversas causas de esta epidemia, desde las diferentes teorías de
la conspiración hasta la corrupción policial, pasando por la culpabilidad de las “figuras
determinantes que engañaban a las personas jóvenes”.
El segundo relato se corresponde, con sorprendente exactitud, con el listado de las
técnicas de neutralización descritas en el capítulo 5. Por tanto, no es un relato, sino el
uso de un procedimiento argumentativo, de carácter general, que trata de autojustificarse
para poder justificar y mantener así la conducta del usuario de heroína. En el caso de la
heroína, el problema fue, y sigue siendo, la amplia credibilidad social y profesional de
estas explicaciones que, tres décadas después, aún forman parte del actual imaginario
social, conformando no solo una descripción fantástica de la propia epidemia, como la
explicación de las razones que justifican por qué sus protagonistas utilizaban heroína.
Las técnicas de neutralización se complementan en el naturalismo y, como hemos
explicado en el capítulo 5, con los procesos de deriva. Es bien cierto que la mayor parte
de los heroinómanos no lo eran a tiempo completo, iban y venían, en ocasiones con
apoyo asistencial y otras, como ha demostrado el parque de las ratas, de forma espon-
tánea. La zona gris era lo suficientemente amplia y frecuente como para que los propios
261
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
heroinómanos la utilizaran como una técnica de neutralización más, porque todos ellos
y en todo momento lo estaban dejando, lo habían dejado o lo iban a dejar.
Finalmente, en la explicación del capítulo 5 sobre los conceptos de afinidad, afi-
liación y significación, no se han utilizado ejemplos relacionados con las drogas, ni
tampoco los propios de Matza sobre el embarazo no deseado de las adolescentes. Se
han utilizado ejemplos que incluso, al menos en apariencia, tienen poco que ver con la
criminología, ya que pertenecen al campo de la metodología de la investigación. Con
este proceder se ha intentado que el contenido del ejemplo no contaminara, desde alguna
perspectiva moral concreta, estos tres conceptos que la criminología debe manejar con
soltura. Desde la neutralidad del significado podemos ahora aplicar los tres conceptos a
la epidemia de heroína en España.
Primero, la afinidad, expresada como “todos mis amigos lo hacían”; segundo, la
afiliación, expresada como “la gente pensaba que éramos heroinómanos y asumimos esta
identidad”; y tercero, la significación, expresada como “asumimos la misma identidad
porque nos protegía”. Pero el caso de la heroína se caracteriza porque estos tres concep-
tos, que son fácilmente identificables, aparecen a la vez en todos y en cada uno de los
usuarios de dicha sustancia. Todo esto ocurre porque, si bien David Matza no los relacio-
nó con las técnicas de neutralización, sino con los mecanismos de desviación primaria,
en España, treinta años después y en plena epidemia de heroína, fueron utilizados para
reforzar las técnicas de neutralización y esto ocurrió básicamente por la ambigüedad, el
disimulo y la doble moral, que eran parte de unos valores subterráneos que además se ex-
presaban, como demuestra el caso del machismo, mediante la idea de que “para preservar
el valor debemos realizar un simulacro de transformación radical”.
Como consecuencia de esta retroalimentación, la epidemia de heroína solo puede
contemplarse como un acontecimiento histórico denso que expresa las dificultades exis-
tentes para superar la cultura del franquismo en el contexto de las nuevas oportunidades
que ofrecía la democracia (Geertz, 1973; Scarboro et al., 1994). Su evolución, entre 1973
y 1993, es parte de la historia social y política de España y expresa, quizás mejor que
cualquier otra circunstancia, la complejidad y las dificultades que afronta provocar un
cambio cultural real. Quizás porque, como explicaba Talcott Parsons, la cultura es el
único vértice desde el que pueden explicarse los demás.
262
Una descripción natural del contexto español
263
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
264
Una descripción natural del contexto español
observar que mientras desde el ámbito político se sostuvo que no pasaba nada, la impor-
tancia del tema para la opinión pública creció y creció hasta convertirse en la cuestión
más importante para los españoles. La reacción de los poderes públicos fue lenta y no
se manifestó hasta el Debate sobre el Estado de la Nación de octubre de 1984. Al año
siguiente, el 25 de julio se aprobó el Plan Nacional sobre Drogas (PNsD), cuya primera
memoria de actividades corresponde al año 1986 y que, entre otros aspectos, dio cuenta,
y publicitó, la amplia red asistencial que se había consolidado durante los años anterio-
res a través de la sociedad civil.
Por primera vez, la opinión pública (a través de los MCS) pudo observar y asumir
que se estaba haciendo algo, con profesionales que se ocupaban del tema y la reclama-
ción de prioridad se estabilizó y en apenas cinco años comenzó a descender. Aunque en
realidad, la acción política no se correspondía con las retóricas políticas, ya que la mayor
parte de la red asistencial había sido creada de una forma un tanto espontanea por parte
de las organizaciones sociales, y aunque con el PNsD, los recursos se incrementaron,
siempre fueron escasos. Al mismo tiempo, como ya hemos explicado en el capítulo 3,
las exigencias penalizadoras de la convención de 1988 se consideraron exageradas, aun-
que casi nadie lo expresó abiertamente, lo que condujo hacia un conjunto de actuaciones
complejas, ambiguas y con un amplio nivel de tolerancia, del cual el cannabis fue el
mejor ejemplo (Arana, 2017; Comas, 2017).
En todo caso, para la opinión pública ya se estaban haciendo suficientes cosas, y
como las retóricas eran bastante contundentes, para esta misma opinión pública (exclu-
yendo a los afectados), el tema de las sustancias psicoactivas, en particular, las drogas
ilegales, se convirtió, a partir de mitad de los años 90, en “un problema del pasado que
ya había sido resuelto”.
Pero las cosas no eran tan sencillas, es cierto que incluso, como ya se expuso en
el capítulo 7, nuestras políticas asistenciales recibieron un fuerte reconocimiento in-
ternacional, pero quizás esto fue porque éramos “el tuerto en el país de los ciegos” y
además, cuando llegó la etapa de los recortes presupuestarios, nuestra red asistencial
en sustancias psicoactivas prácticamente desapareció sin que casi nadie protestara. A
la vez, no cabe duda de que la opinión pública cambió de una forma sustancial con la
aprobación de la Ley Orgánica 1/1992 de protección a la seguridad ciudadana (que
sigue el modelo teórico de la seguridad ciudadana expuesto en el capítulo 4), ya no se
trataba solo de que profesionales competentes “tomaban a su cargo” a los usuarios, sino
que, además, estos podían ser multados por el simple uso de sustancias psicoactivas.
El riesgo de la multa (300 euros), suponemos que imaginaba la opinión pública, podría
ser disuasorio. Las consecuencias reales que provocó la LO 1/1992 sobre el consumo
de sustancias psicoactivas (en particular heroína) ya han sido descritas en el capítulo 5
en el apartado 5.4.3.
En todo caso, el número de denuncias de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad (FCS)
creció hasta casi alcanzar las 200.000 en el año 2009, pero aquel mismo año solo 75.000
265
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Primera propuesta
Repasa tu entorno familiar (amplio), tu vecindad y el ámbito de amistades, intenta
averiguar casos concretos de personas identificadas como drogadictos o alcohó-
licos, puede no ser fácil porque en muchas ocasiones son secretos familiares que
se esconden para que la familia no sea etiquetada de contaminada por las drogas.
Puedes justificarlo en tus actuales estudios o trabajo. Si consigues que te hablen de
algún caso, interésate por su trayectoria personal desde el inicio al final e intenta
ponerla en relación con lo que has aprendido en este capítulo.
Segunda propuesta
266
Una descripción natural del contexto español
incluso reflexionar sobre el porqué de tales similitudes. ¿A qué crees que se deben
dichas semejanzas? ¿Cómo es posible que una heroinómana de los años 80 se pa-
rezca tanto a una modelo publicitaria de 2018?
Tercera propuesta
Revisa las diferentes pestañas de la pagina web del Plan Nacional sobre Drogas
(http://www.pnsd.mscbs.gob.es/) y si es posible, estudia a fondo la última de sus
memorias. Si tienes ánimo para hacer esto, seguramente, lo sepas o no, estás moti-
vado para orientarte hacia el tema de la criminología de las sustancias psicoactivas.
267
9
Nuevas miradas para otras cuestiones
Según hemos ido viendo en los dos capítulos anteriores, la práctica de las tareas de la
red asistencial ha sido esencial en la evolución del imaginario social e incluso en el uso
269
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
270
Nuevas miradas para otras cuestiones
ámbito de los programas libres de drogas, comenzó una fuerte reacción contra los argu-
mentos del autoritarismo moral, político y científico, con el que se fundaron los primeros
dispositivos. A este proceso se le denominó, de una forma un tanto espontánea pero cla-
rividente, intervención democrática, que aparecía asociada a la dignidad de la persona,
a la capacidad de empatía y de escucha del profesional, al respeto por la identidad del
usuario, a la ausencia de juicios morales y a la priorización en la prevención de recaídas.
No existía un corpus conceptual concreto que se refiriera a esta perspectiva (Comas,
1988), sino un “insight terapéutico propio del ámbito de las drogas ilegales”, que ahora
podemos comprender gracias al concepto de reconocimiento recíproco.
La idea de Honneth es que la integridad personal se deduce a partir de la experiencia
del reconocimiento del otro, porque el ser humano como tal es frágil, pero puede so-
portar esta fragilidad con dignidad si se autointerpreta como una narrativa positiva de sí
mismo. Un reconocimiento en al menos tres esferas: primero, el reconocimiento y apoyo
crítico y consciente pero real de la familia o el entorno social; segundo, el autorrecono-
cimiento de los derechos de ciudadanía en relación con derechos humanos básicos; y
tercero, el reconocimiento social de las contribuciones que la persona ha realizado a lo
largo de su vida (Honneth, 1992).
Tres esferas que otorgan dignidad y permiten a las personas superar de forma más
efectiva sus problemas, y que se transformaron en varias estrategias que, en el caso de
las sustancias psicoactivas, serían: 1) En la formación en valores de los profesionales,
2) El creciente respeto a la libertad individual de los usuarios, 3) La garantía de que las
decisiones de los profesionales fueran consensuadas con las personas atendidas, 4) La
existencia de espacios de decisión compartidos, 5) La comprensión tan propia de Hegel
de que el reconocimiento debe ser bidireccional o no es tal y 6) Entender que la defini-
ción de necesidades y de expectativas es también bidireccional.
¿Cuál fue entonces el papel de la red asistencial en la transformación del imagina-
rio social? Pues tan inesperado como intenso, inesperado porque no fue el resultado de
ninguna acción o planificación y tan intenso porque dotó a la ciudadanía de una notable
capacidad de resiliencia frente a lo que se consideraban drogas ilegales, también de forma
más leve frente al alcohol y el tabaco, pero ninguna hacia los psicofármacos o las sus-
tancias de dopaje deportivo. El mecanismo es fácil de entender: mientras no existieron
centros asistenciales, la ciudadanía carecía de información sobre las drogas ilegales, sus
efectos y cómo evitarlos. Cuando la red fue abandonando el dogma de la separación
estricta, cada vez más sectores sociales fueron recibiendo información sobre su relato,
en primer lugar, los propios usuarios, después, sus familias directas, pero también otros
familiares, al tiempo, los profesionales que trabajaban en el sector, sus entornos y en par-
ticular, otros profesionales de las mismas titulaciones que no trabajaban con drogadictos.
Asimismo, el funcionamiento concreto de los dispositivos llegó a ciudadanos muy
diversos gracias a un gran número de publicaciones sobre estos, también a algunos
sectores de las administraciones públicas e incluso en los medios de comunicación
271
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
Influencia sobre el imaginario social del modelo de clínica de las adicciones
272
Nuevas miradas para otras cuestiones
“la persona no necesita cambiar” y para el relato social, quizás, que “mi compor-
tamiento no tiene nada que ver con lo que me ocurra”.
En relación con las drogas ilegales, la cuestión de las prisiones adquiere un protagonis-
mo singular a partir del tardofranquismo, en gran medida porque en esta etapa comienza
a promulgarse la legislación en esta materia y por tanto, primero comienzan a aparecer
en las instituciones penitenciarias (IIPP) los casos de delincuencia relacional y pronto
los de delincuencia funcional. A la vez, desde la aprobación de la ley de peligrosidad
social (1971) comienza a utilizarse el recurso de la prisión de forma discrecional ante ca-
sos de consumo de drogas en personas que “acumulan otras situaciones de peligrosidad
política, sexual o comportamental”. En el periodo 1971-1984, las condenas por consu-
mo no son muchas, ni son excesivas, pero las prisiones españolas recogen estos casos,
lo que implica que las drogas ilegales comienzan a formar parte del paisaje cotidiano de
las prisiones, hasta convertirse en uno de los factores más relevantes en estas. Vamos a
describir cómo evolucionó este fenómeno, pero antes debemos considerar una importan-
te cuestión conceptual básica para la perspectiva criminológica que se sostiene en este
texto. Se trata de una opción conceptual que no aparece en demasiada bibliografía y por
ello ha sido necesario incluirla en este manual.
Ocurre que la cuestión de las prisiones debería ser un tema central de la criminología
y de hecho disponemos de abundante información empírica sobre estas, pero a la vez
existen algunas dificultades para visualizar, desde el espacio conceptual y teórico propio
de la criminología, al menos en su relación con las sustancias psicoactivas, la respuesta
a la pregunta, ¿qué son y qué deberían ser las prisiones? Dicha dificultad se relaciona,
de manera muy destacada, por una especial combinación entre el rechazo y la atracción
morbosa por la temática criminológica, pero también con la imagen de la prisión en el
imaginario social, de la que se ha hablado e incluso se ha propuesto un ejercicio en el
capítulo 5. Tratar de resolver esta dificultad va a ser muy útil en la estrategia que hemos
emprendido para entender la cuestión de las sustancias psicoactivas.
Para ello vamos a considerar que el problema de las prisiones en España y en gran
parte del mundo desarrollado es esencialmente un problema teórico y conceptual re-
lacionado con la función, con lo que son y con lo que deberían ser las prisiones. Se
supone que, desde el ámbito del sistema penal, que también recoge la legislación peni-
tenciaria, se sabe muy bien lo que son las prisiones. Por los diversos estudios empíricos,
273
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
comenzamos a conocer bien lo que en realidad es la prisión. Algunos de estos estudios son
académicos, pero otros han sido realizados por algunas ONG que trabajan en prisiones y
un creciente número de funcionarios de prisiones que realizan grados complementarios,
másteres, TFM y tesis doctorales, sobre la cuestión. Como trabajos empíricos suelen ser
excelentes, ya que es información muy directa y bien recogida, excelente en sus hallazgos
y conclusiones y, desde luego, toda esta literatura, parte de la cual es en gris, debería ser
recogida en un manual de criminología específico sobre la práctica penitenciaria.
Pero el problema tiene que ver con la inexistencia de un marco teórico y conceptual
de referencia. Y para poder hablar de sustancias psicoactivas en prisión debemos prime-
ro tratar de resolver este problema. No es más que una primera aproximación, pero es
más de lo que se ha hecho hasta ahora.
Para intentar esta aproximación vamos a utilizar tres referentes muy concretos, pri-
mero, el texto del Panóptico, de Jeremy Bentham (1791), a continuación, un olvidado
texto español, pero muy popular en su época, de autor anónimo, Prisiones de Europa
(1862) y finalmente, la obra de Michel Foucault (1975), Vigilar y castigar.
Se trata, en los tres casos, de una lectura directa no mediada por las numerosas inter-
pretaciones que los textos de Bentham y Foucault han recibido. Es además una lectura
singular realizada desde las perspectivas conceptuales y teóricas contenidas en este ma-
nual y que tiene como primer objetivo poder observar empíricamente el movimiento de
las sustancias psicoactivas alrededor de la ciencia y la disciplina de la criminología.
¿Por qué se necesita hacer esto? Pues de nuevo, por las exigencias del principio de
parsimonia. La cuestión de las prisiones ha sobrevolado la criminología, desde su crea-
ción, sin que, al menos en términos conceptuales y teóricos, se resolviera de una manera
satisfactoria. Necesitamos un argumentario conceptual y teórico sencillo que nos permi-
ta entender lo que pasa y lo que los resultados empíricos reflejan.
Comencemos en primer lugar por el Panóptico de Bentham, una propuesta de reforma
que expresa, sin la menor duda, la esencia del pragmatismo moral, en la que se inscribe
este manual. ¿Qué es el Panóptico? Pues un proyecto tan poco conocido como excesiva-
mente citado, aunque casi siempre a partir de las versiones singulares y críticas que nos
ofrecen de este tanto Michael Foucault como la criminología liberal norteamericana.
Leer el Panóptico es fácil, porque se trata de un texto sencillo de muy pocas páginas,
del que en español no existe, aun hoy en día, una versión completa y rigurosa1, ya que
1 Los/las estudiantes que leen en ingles pueden acceder a la verdadera edición del Panóptico
en este idioma. En la red y entre otras ediciones aparece colgada la edición original en las Obras
completas, bajo el título de The Works of Jeremy Bentham en 11 volúmenes, editada por John
Bowring en 1843. El Panóptico aparece en el volumen 4. El hecho de que aún no se haya editado
en español la versión verdadera del Panóptico, sobre el cual han opinado miles de autores en
nuestro idioma, es todo un síntoma sobre nosotros mismos.
274
Nuevas miradas para otras cuestiones
la primera traducción para el público general que se realizó en España en el año 1979,
utilizó como fuente la versión francesa, publicada por la Asamblea Nacional en 1791 en
el punto álgido de la acción revolucionaria, se trata además de una versión particular, ya
que se expone como un texto continuo, lo que serían partes diferentes, debidas a plumas
distintas de diversos miembros de la propia convención (https://descargarlibrosenpdf.
wordpress.com/2017/07/06/el-panoptico-jeremy-bentham/). El texto incluye también
un comentario anónimo de un miembro de la Asamblea Nacional, otro texto de Jacobo
Villanova, que es un informe dirigido al Rey Fernando VII por la Sociedad Económica
Matritense en 1822, con un largo apéndice del estado de las cárceles en España.
Además, como introducción, aparece una larga y muy crítica entrevista a Michel
Foucault en la que viene a decir que sin sus aportaciones no habríamos sabido nunca y
de verdad lo que supone el Panóptico, y un epílogo, firmado por María Jesús Miranda,
con dos partes muy diferentes y antagónicas, en la primera adopta las mismas posiciones
críticas de Foucault y en la segunda trata de explicarnos por qué, paradójicamente, en
la línea de las propuestas de Bentham, siempre han fracasado los proyectos de reforma
penitenciaria en España.
En total, de las 145 páginas del texto, 56 son la traducción estricta del Panóptico
(más nueve láminas) y 80 son interpretaciones políticas (o ideológicas si se quiere),
lo que nos da a entender que aún no somos adultos para leer el texto sin una adecuada
orientación o tutela. Después de más de tres décadas de sucesivas ediciones del texto
referenciado, acaban de aparecer dos versiones en español, ambas también traducciones
de la misma versión francesa (es decir, no se trata de la original), la primera, editada
por el Círculo de Bellas Artes de Madrid (2011), con un prólogo interpretativo de César
Rendueles y una contraportada en la que se lee: “Un ejemplo de reforma utópica que
lleva en sí misma el germen perverso y pervertidor de la distopía”, la segunda, por la
Editorial Quadrata, de Buenos Aires (2016), que es un texto limpio y sin interpretacio-
nes pero que incluye en la contraportada la frase: “El Panóptico es una construcción
planeada para hacer posible el más viejo y persistente anhelo del poder”.
¿Es posible leer el Panóptico original? Pues sí, pero solo en inglés. En la red y entre
otras ediciones aparece colgada la edición original en las Obras completas, bajo el título
de The Works of Jeremy Bentham en 11 volúmenes, editada por John Bowring en 1843.
El Panóptico aparece en el volumen 4. El hecho de que aún no se haya editado en espa-
ñol la versión verdadera del Panóptico, sobre el cual han opinado miles de autores en
nuestro idioma, es todo un síntoma sobre nosotros mismos.
En todo caso, y al hilo de todos estos titulares que nos avisan, ¿qué es, en definiti-
va, el Panóptico de Bentham? Pues una propuesta arquitectónica y organizativa de las
prisiones, realizada desde la perspectiva del utilitarismo moral en el contexto de finales
del siglo xviii, de la aplicación de los derechos humanos y sociales, con la finalidad, o el
objetivo, de optimizar los derechos individuales y la reinserción social de los internos.
Se podrían explicar más cosas, pero creo firmemente que el Panóptico es por sí mismo
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
y sin ninguna orientación o tutela previa, una lectura obligatoria de cualquier estudiante
de criminología, y que las conclusiones debe obtenerlas personalmente, sin ninguna
mediación doctrinal. Después puede leer cualquier otra interpretación sobre dicho texto.
En segundo lugar, vamos a ocuparnos del tema de la morbosidad pública de la cues-
tión de la prisión, y que todo ciudadano conoce y reconoce a partir del tradicional cine
de “acción, motines, fugas y directores perversos”, más tarde por el cine erótico, seguido
por la pornografía y, en la actualidad, por las series televisivas. De lo cual poseemos en
España un maravilloso antecedente ya en 1863, es decir, hace más de 150 años, cuando
se publicó un libro en dos gruesos volúmenes que sumaban más de dos mil páginas so-
bre la situación de las prisiones en Europa, que quería ser, como se afirma en el prólogo,
una reivindicación de las reformas que, por la influencia de Beccaria y Bentham, se
estaban entonces tratando de impulsar en toda Europa.
La idea era describir el estado de dichas instituciones para mover la conciencia de
los lectores y “favorecer la reforma de estas”. A la vez se presentaba como “primera
de esta clase en España y la más completa de las publicadas en Europa”, ambos vo-
lúmenes muestran una gran abundancia de láminas de una cierta calidad, y gran parte
del texto está escrito en primera persona y en forma de dialogo, como si el narrador
hubiera presenciado cuanto se describe, es decir, casi como si se tratara de una serie
televisiva actual (Anónimo, 1863).
El problema es que las más de dos mil páginas están dedicadas a describir, de forma
prolija, escenas sádicas con numerosos suplicios, condenas a inocentes y sus correspon-
dientes ajusticiamientos, condiciones de vida infrahumanas, en las que el porcentaje de
mujeres que son víctimas de violencia, humillación y agresión sexual, es bastante más
alta que el porcentaje de mujeres encarceladas en cualquier época. Por tanto, el libro
muestra una determinada imagen morbosa de las prisiones, en un texto antiguo que se
supone promociona su reforma. Una imagen que, a la vez, resulta, de forma sorprenden-
te, muy actual, al menos en la perspectiva audiovisual y digital.
¿Cómo se explica tanta continuidad? Pues porque hay algo en nuestra cultura,
en nuestras representaciones sociales, que mantiene este deseo, este impulso, esta
necesidad, más o menos consciente, de un lugar o de un espacio donde los cuerpos
son sometidos y castigados, mediante practicas crueles y degradantes que contribu-
yen a la excitación, el interés o el goce, de, al menos, una parte de aquellos que las
contemplan.
La psicología debería ser la disciplina que explique por qué ocurre esto. Pero hasta
ahora se ha limitado a plantear, de forma genérica y algo abstracta, que existen sujetos
sádicos, en general varones, cuya actitud suele explicarse desde categorías evolutivas,
en particular traumas infantiles, pero ¿cómo explicar entonces que naciones enteras, y no
solo en los últimos siglos, hayan actuado de forma colectiva y sádica sin apenas voces
que se opusieran a lo que ocurría? Muy diferentes naciones, en muy diferentes momen-
tos y, al menos en apariencia, por muy diferentes motivos.
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Nuevas miradas para otras cuestiones
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Nuevas miradas para otras cuestiones
¿Por qué entonces tanto éxito?, pues por la misma razón que en su día lo tuvo Prisio-
nes de Europa en España, por la misma razón que la tienen las películas y las series sobre
prisiones a las que nos hemos referido antes, una razón sobre la que nadie investiga o
trabaja porque “es un tema demasiado delicado” y que explica que Vigilar y castigar
sea el libro de Foucault más leído por el gran público, mientras que otros, mucho más
relevantes, como el ya citado Las palabras y las cosas, La arqueología del saber y, por
supuesto, La hermenéutica del sujeto, sean solo lectura de especialistas.
La cuestión es: ¿qué entiende Foucault por identidad personal? Indudablemente, algo
a lo que no debemos renunciar y necesitamos defender, por lo cual, su crítica a Bentham
en Vigilar y castigar tiene mucho que ver con el hecho de que Foucault considera precisa-
mente que el Panóptico es eficaz en su propuesta de “respetar los derechos de los penados
y lograr su rehabilitación”. En las dos primeras partes de su libro, Foucault describe la
ineficacia de los suplicios y de otras formas de castigo, y en las dos segundas describe
cómo el Panóptico y la prisión moderna son más eficaces, en “transformar a la persona”.
De manera indirecta nos dice que el suplicio era “más humano” porque preservaba la
identidad personal, mientras que el Panóptico se empeña en destruirla.
El argumento no es baladí, especialmente en una sociedad en la cual no se reconozca
la diversidad, todo tipo de diversidad, desde la sexual hasta la moral, pero en un momen-
to histórico de creciente reconocimiento de los derechos de diversidad, la prisión ya no
recoge tanto a identidades transgresoras como, más bien, a personas que han cometido
delitos contra otras personas, una parte importante de las cuales se plantean, además de
forma bastante espontánea, cambiar de vida, es decir, de identidad.
Ciertamente, aún existen actores ideológicos que, situándose más atrás de Beccaria,
imaginan la sanción solo para lo que son, no para lo que han hecho, e incluso proponen
sanciones a actos que se refieren más a la identidad personal que a la conducta real. En el
ámbito de las sustancias psicoactivas, estos casos son aún frecuentes y en ciertos países
se castiga con mayor rigor ser usuario de drogas que cometer un delito más grave, inclui-
do el narcotráfico. Pero en una situación, cercana o hipotética, de pleno reconocimiento
de la diversidad social, racial, sexual o cualquier otra, la lógica del Panóptico es impe-
cable porque se refiere en exclusiva a aquellos que han cometido delitos con víctimas y
que, sin la correspondiente retención o reinserción, volverían a cometerlos.
Es cierto también que para Michel Foucault, la identidad no es lo que se entiende habi-
tualmente en cualquier texto sobre diversidad, sino algo un tanto diferente, que podríamos
calificar de transidentidad, o quizás, posidentidad, que resulta próxima a la noción de queer,
que toma precisamente mucho de Foucault, pero que suele definirse como falta, carencia
o negación de identidad personal, porque considera precisamente que “toda identidad con-
AUTOR: creta es una prisión” (Herrera, 2012). Los debates sobre esta cuestión en el ámbito de la
no aparece sexualidad y en el movimiento feminista son de gran interés para la criminología.
en la bi- Hemos dedicado un gran espacio a este apartado, que aún es escaso, porque sin los
bliografía. argumentos presentados no podríamos realizar la apretada síntesis del próximo apartado.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
¿Qué queremos decir con el término kantiano?
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Nuevas miradas para otras cuestiones
una escalada, de tal manera que, tras la transición y la amnistía política, cuando se creó
la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL), la proporción de presos en contacto con
drogas ilegales se supone que ya era muy grande.
Vayamos por partes. Lo primero, hay que destacar que desde el año 1966, las cár-
celes españolas han vivido dos etapas muy diferentes. Entre este año y los años 1979-
1980 eran las mismas prisiones de los años 20 y 30 pero empeoradas por el uso y la
masificación de la posguerra. Además, la legislación penitenciaria y, por supuesto, el
sistema de justicia penal tenían características que pertenecían al pasado. El artículo
25.2 de la Constitución determinó que las penas privativas de libertad tenían como
finalidad la reeducación y la reinserción social y que los condenados deberían gozar de
los derechos fundamentales.
Sin embargo, mientras se aprobaba la Constitución, la situación de las cárceles em-
peoró por varias circunstancias, la primera, que la Ley 46/1977 de amnistía política, no
incluyó a los “presos comunes”, lo que propició la creación de la COPEL, muy activa y
muy numerosa en aquellos años, la segunda, que no se había modificado la situación de
las cárceles al tiempo que España cambiaba, lo que explica la oleada de motines que se
produjo en el periodo 1978-1980, algunos de los cuales fueron protagonizados por per-
sonas que exigían “heroína, libertad y derechos”. Fue un momento muy conflictivo que
alcanzó su cenit con el atentado que le costó la vida al director general de Instituciones
Penitenciaras (IIPP), el 22 de marzo de 1978.
A finales del año 1979 se aprobó la Ley Orgánica 1/1979 General Penitenciaria,
y comenzó un cierto cambio, incluida la modernización de las infraestructuras, cuyos
hitos más importantes, a nuestros efectos, fueron la Ley Orgánica 14/1996 General de
Sanidad, la Ley 41/2002 Reguladora de la autonomía, derechos y obligaciones del pa-
ciente, que se aplicaron en condiciones de igualdad a las personas presas, a las que
siguió una ampliación de recursos de la “sanidad penitenciaria”, incluidos diversos “pla-
nes e intervenciones en drogas”, creando programas internos de intervención asistencial,
PMM, programas de reducción del daño (agentes de salud, intercambio de jeringuillas,
etc.), unidades terapéuticas especializadas, modelos de consentimiento informado, mó-
dulos de respeto y hasta protocolos de actuación en caso de sobredosis. Muchas de estas
tareas están encargadas a diversas ONG, que además forman parte del Consejo Social
Penitenciario, mostrando un modelo de prisión más abierto y permeable a la sociedad
que la mayor parte de países de nuestro entorno. Todo ello y algunas cosas más aparecen
en la página web de IIPP (http//www.institucionespenitenciarias.es).
Con relación a las sustancias psicoactivas, los años 2006, 2011 y 2016 se realizó la
Encuesta sobre Salud y Consumo de Drogas a los Internados en Instituciones Peniten-
ciarias (ESPID), que forma parte del Plan Estadístico Nacional y que gestiona el Plan
Nacional sobre Drogas. Es un tipo de encuesta continua, con una muestra muy elevada
(en 2016 fueron 5.024 internos) y se realiza en prácticamente todos los centros peniten-
ciarios españoles. Como datos más relevantes podemos destacar, en 2016, que un 65%
281
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
de los internos declaran tener un estado de salud bueno o muy bueno, que, sin embargo,
un 30% han sido diagnosticados de un trastorno mental, un 6% tienen el virus del sida, un
16%, el de la hepatitis C, y un 2% es portador crónico de la hepatitis B.
Los datos nos indican que la población penitenciaria, mientras está en libertad y
antes de entrar en prisión, ha utilizado muchas más sustancias psicoactivas (en particular
drogas ilegales) que la población general, por ejemplo, un 32% de los presos ha utilizado
cannabis el último año frente a un 9% de la población general, aunque no sabemos si esto
es más o menos porque no aparece ponderado por género ni edad. La misma ponderación
debería realizarse con todos los datos de uso de sustancias psicoactivas, y entonces resul-
taría claro que los presos beben menos alcohol que la población general y que destacan
en algunas sustancias, en particular y en el último año en libertad, cocaína, tranquili-
zantes, anfetaminas y heroína. En todo caso, hay que reiterar que no sabemos si esto es
más o menos que una población general equivalente por edad y género. Lo que también
ignoramos con relación a la edad de inicio porque falta dicha ponderación.
Lo mismo pasa con el resto de los datos de uso, ya que, la experiencia en vida, es
decir, haber probado al menos una vez cualquier droga ilegal, es de un 71%, en el últi-
mo año, mientras estaba en libertad, se sitúa un 54%, y en el último mes, un 49%, ha-
biéndose reducido, en cambio, esta cifra al 21% en el último mes en prisión. ¿Cuál fue
este consumo en prisión? Pues tabaco (que se incrementa), cannabis y tranquilizantes
sin receta, signifique esto lo que signifique. Mientras que, en el resto de las sustancias,
singularmente alcohol, la diferencia entre la calle (más) y la prisión (menos) es muy
elevada. A pesar de ello, la mayoría de los que consumieron el último mes en libertad
cocaína y heroína, también las han utilizado el último mes en prisión. Todos estos datos
aparecen fuertemente condicionados con la variable edad, ya que el uso es muy alto
hasta los 25 años, desciende llamativamente a partir de los 35 años y es esporádico a
partir de los 55 años, lo que refuerza la idea de que sin la adecuada ponderación no po-
demos establecer la diferencia comparativa entre la población general y los/las presos/
as. Aunque el uso de tranquilizantes sin receta se mantiene en todas las edades.
En cuanto a sobredosis no mortales, un 15% de los presos las han sufrido en libertad,
y en la prisión, en cambio, ha sido de un 5%. No está claro, por cómo ha sido explota-
da la encuesta, si las prácticas de riesgo han aumentado o disminuido. Además, no se
incluyen datos sobre consumo de psicofármacos como si estos no fueran sustancias
psicoactivas. Este olvido es muy significativo, cuando diversas informaciones relatan el
creciente uso de estos en prisión, así como el incremento de muertes por sobredosis en
la que estas sustancias suelen estar presentes.
La presentación de los resultados de la ESPID trata de señalar que entre los internos
se ha producido y se produce mucho uso de sustancias psicoactivas. Pero lo cierto es
que, por errores de diseño, no lo demuestra. A la vez ,cuando se presentan estos datos, la
información mediática se limita a dejar constancia de que “la droga corre sin control por
las prisiones” y que “delitos y drogas son lo mismo”. Ya hemos visto que lo primero no
282
Nuevas miradas para otras cuestiones
AUTOR: es cierto, pero ¿y lo segundo? Pues tampoco, porque desde el notable trabajo realizado
no aparece hace ya 20 años en el Centro Penitenciario de Villabona, en Asturias (Rodríguez et al.,
en la bi-
1997), siguiendo el modelo empírico de las tres hipótesis causales que se ha expuesto
en el capítulo 6 (Otero-López, 1992), los siguientes trabajos de investigación han reite-
bliografía
rado que la existencia a la vez de ambas conductas tiene que ver con otras variables, en
con este
particular, familiares, como mayor número de hermanos y nivel económico, bajo nivel
año.
educativo y relativas a la salud, aunque a la vez es cierto que hay una relación predictiva
estrecha entre la edad de inicio y la posterior frecuencia del delito, así como el hecho
de que la mayor parte de este consumo sea callejero, es decir, más visible y propio de
ámbitos sociales marginales.
Lo que nos conduce a poder formular la hipótesis de que entre los delincuentes en-
carcelados abundan los que utilizan sustancias psicoactivas por factores comunes como
marginalidad, familias disfuncionales, bajo nivel de estudios y edad de inicio, quizás en
ambas conductas, muy temprana, lo que implica, primero, que las políticas de preven-
ción que utilizan el modelo de la detección precoz serían, en términos criminológicos,
las más útiles, y segundo, que la información mediática sobre drogas y delitos no es
correcta, sino que, como dijo la criminología positiva hace ya un siglo, los factores expli-
cativos son la desigualdad, la pobreza, la falta de oportunidades y de derechos sociales,
que establecen los mecanismos causales que conducen tanto a las sustancias psicoacti- AUTOR:
vas como a los delitos, aunque la relación entre ambos no ofrece ningún vínculo casual, ¿está bien,
como no lo ofrece “conducir sin carnet”, “haber hecho pellas de forma habitual a partir esto?
de los 12 años” o “crecer y reproducir familias disfuncionales”, situaciones que segura-
mente también reflejaría la ESPID si se preguntaran.
Desde la perspectiva de otros datos de IIPP, hay que señalar que en torno a un tercio
de los internos consumen heroína o cocaína (en especial, esta última), que más de 7.000
internos (agosto 2018) participan en PMM, que el sida ya es residual, que la evaluación
de los programas asistenciales y “los espacios asistenciales y de educación para la salud”
es muy positiva, que el grado de violencia se ha reducido de manera ostensible en los últi-
mos 10 años, pasando a ocupar el último lugar (o el primero desde la perspectiva de éxito)
de la Unión Europea. A la vez es cierto que los recortes sufridos por la sanidad peniten-
ciaria a partir de 2012, añadidos a las dificultades para coordinarse con los sistemas de
salud de las comunidades autónomas y, por supuesto, al exceso de utilización de psicofár-
macos, ya sean prescritos por la sanidad penitenciaria o recetados por el sistema de salud
externo sin considerar las prescripciones de IIPP, o resultado del creciente trapicheo con
ellos (dentro y fuera de las prisiones), han provocado un incremento de las muertes por
sobredosis desde 2017. Retomaremos la cuestión en el próximo capítulo, apartado 10.6.
En todo caso, estos hallazgos reafirman empíricamente que las teorías criminoló-
gicas de control social, que en este texto hemos llamado de derechos sociales, son las
más razonables para la prevención del delito, y que su aplicación en las prisiones está
modificando, de una forma radical, la realidad social y cultural de las IIPP.
283
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Más allá de la relación establecida entre género y la epidemia de heroína, así como las
referencias facilitadas para la cuestión de la prisión, debemos afrontar una mirada inte-
gral desde una perspectiva de género a la cuestión de las sustancias psicoactivas.
La noción de perspectiva de género aparece por primera vez y como tal en la historia,
y como ya hemos adelantado, con la monografía etnográfica de Margaret Mead (1935),
Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas, en la que compara tres grupos tri-
bales muy diferentes de Nueva Guinea y se centra en particular en la descripción de
los roles masculinos y femeninos. Pero no son los mismos e incluso se intercambian,
tanto para unos como para otras, en cada grupo tribal, para designar y diferenciar mujer
de hombre y viceversa. Mead acuña el término género para identificar de quién habla
en cada momento. Un lenguaje que se generalizó en la antropología social durante las
décadas siguientes.
Más adelante, el psicoanalista Robert Stoller (1968), tratando de explicar la transe-
xualidad, utilizó el termino de Mead, para afirmar que sexo y género eran dos nociones
que no eran antónimos ni sinónimos, porque se referían a categorías diferentes, cada una
de las cuales implicaba una perspectiva singular, y que se expresaban a través del siste-
ma sexo/género. Finalmente, la socióloga e historiadora Ann Oakley (1972) aplica una
visión constructivista y una perspectiva de género a la historia de la mujer en Inglaterra
desde el siglo xvi hasta la actualidad, en su conocido libro Sex, Gender and Society, que
se tradujo en España con un extraño título (1977) y del que se derivaron la mayoría de
las definiciones que se utilizan en la actualidad.
La excursión histórica del párrafo anterior nos permite comprender que la perspecti-
va de género es una noción científica, construida a partir de trabajos empíricos, y que se
pueden expresar, bien como en el caso de ECOSOC (ONU) de la siguiente forma: “Pers-
pectiva de género es el proceso de evaluación de las consecuencias para las mujeres y los
hombres de cualquier actividad planificada, inclusive las leyes, políticas o programas, en
todos los sectores y a todos los niveles. Es una estrategia destinada a hacer que las pre-
ocupaciones y experiencias de las mujeres, así como de los hombres, sean un elemento
integrante de la elaboración, la aplicación, la supervisión y la evaluación de las políticas
y los programas en todas las esferas políticas, económicas y sociales, a fin de que las mu-
jeres y los hombres se beneficien por igual y se impida que se perpetúe la desigualdad.
El objetivo final es lograr la igualdad [sustantiva] entre los géneros”.
De una forma más simple como “una categoría analítica que deberían utilizar todas
las metodologías destinadas al estudio de las cuestiones, en particular las culturales y
284
Nuevas miradas para otras cuestiones
En la zarzuela Adiós a la bohemia, de Pablo Sorozábal, cuyo libreto escribió Pío Baroja
y que se estrenó en 1933, uno de los protagonistas canta, en un momento en que ya se
disponía de toda la experiencia histórica de lo que había sido el movimiento sicalíptico
en España, que con la “vida desordenada, el hombre puede perder algo; la mujer lo
pierde todo”. Este fue el único argumento (y el más amable) que al menos a finales del
siglo xx se utilizó en España para describir lo que ocurría les a las mujeres que utilizaban
sustancias psicoactivas, en particular, cocaína, al tiempo que ejercían la prostitución.
También es cierto que, en cambio, en el franquismo, a las usuarias de opiáceos, la mayo-
ría de clase alta conservadoras y religiosas, no se les atribuía esta “vida desordenada”,
sino que se suponía más bien que eran “señoras que trataban de ordenarla”, algo que se-
guramente también ocurrió con las mujeres con doble jornada y usuarias de anfetaminas
en la década de los años 60.
¿Por qué decía entonces Pío Baroja que “lo perdían todo”? Pues porque era cierto, ya
AUTOR:
que se suponía que dichas mujeres realizaban una cúmulo inaceptable de transgresiones.
no aparece
Por una parte, por no asumir el adecuado rol social de “ser una buena y adecuada mujer/
en la bi-
madre” (Aguinaga, 2004), por otra parte, por usar sustancias psicoactivas con fines ex-
bliografía clusivamente lúdicos y además por “andar por la calle” sin ocuparse de las tareas que les
con este asigna su rol y hacerlo además sin ninguna discreción. De entrada, tenemos que tener en
año. cuenta que muchas de estas mujeres son madres, porque la fecundidad de las usuarias de
drogas ilegales ha superado tradicionalmente la media del conjunto de las mujeres, al
menos durante la etapa de la epidemia de heroína (Comas, 2002).
En este caso se supone incluso que la maternidad conlleva la aplicación de fórmulas
de protección específicas, pero en realidad ocurre lo contrario, porque cuando una mujer
utiliza sustancias psicoactivas, en especial de la categoría administrativa drogas ilegales,
285
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
ni ella, ni en ocasiones sus hijos, reciben la adecuada protección. ¿Pasa lo mismo con los
varones que también son padres? Pues no parece, y en general la cuestión de su paterni-
dad es ignorada por la sociedad, las instituciones e incluso la red asistencial. La cuestión
es entonces: ¿por qué les ocurre esto a las mujeres y no a los varones? Una pregunta que
no se formuló como tal hasta finales del siglo xx.
Cuando se formuló dicha pregunta, la primera repuesta se refirió, como es lógico,
hacia la discriminación de las mujeres, puesto que era una obviedad empírica de la que
ya hablaba Baroja en la Zarzuela de Pablo Sorozábal. ¿Cómo funciona esta discrimina-
ción? Se la ha descrito de diversas formas, pero se refiere al hecho de que las mujeres
sufren sanciones sociales y culturales más intensas que los varones, y que estas san-
ciones se reflejan, en la imagen social de las usuarias de drogas, en un mayor grado de
rechazo familiar, en la actitud de las redes asistenciales, pensadas solo para los varones,
a las dificultades para acceder a las prestaciones, oportunidades y servicios sociales y,
en general, a un rechazo más radical y sistemático hacia su conducta, de lo cual en el
ámbito de las sustancias psicoactivas no faltan ejemplos (Cantos y Molina, 2017).
Se trata por tanto de un rechazo estructural que podemos describir con un término
propio de la antropología: extrañamiento. ¿Qué significa la expresión extrañar? Pues,
por una parte, excluir del grupo, que debe romper con la persona extrañada todos
los vínculos sociales, afectivos o solidarios, por otra parte, supone una pérdida de
derechos, entre los que son propios de cada grupo, y que le protegen. Es decir, si, por
ejemplo, una persona tiene derecho a no sufrir violencia, cuando es extrañada puede
ser objeto legítimo de esta, así, durante la epidemia de heroína, las mujeres sufrían
diversas formas de machismo cotidiano y de violencia que se consideraban legítimas
porque estas mujeres “eran lo que eran”, en la actualidad, esta actitud aún se manifiesta
incluso en el propio sistema judicial ante los casos de violencia de género (Arana y
Comas, 2017).
A la vez, esta persona extrañada no puede acceder y utilizar los mecanismos de
apoyo de los que disponen las redes sociales para responder ante los problemas o inci-
dencias que padecen algunos de sus miembros. ¿Todo esto les pasa a las mujeres que
utilizan sustancias psicoactivas? ¿Por utilizarlas? Pues no parece, sino por ser mujeres,
porque, como acabamos de decir, a los varones que lo hacen no les ocurre lo mismo.
Aunque a la vez se alude a que “a las mujeres que no actúan (no consumen) de esta
manera no les pasa nada de todo esto”. Una típica ambivalencia que trata de salvar la
práctica de una discriminación de género, porque insistimos, “a los varones que sí ac-
túan (consumen) de esta manera tampoco les pasa nada”, salvo los problemas propios
de la toxicomanía.
¿Cuándo ha comenzado a percibirse todo esto? Pues en el ámbito estricto de las
sustancias psicoactivas hace menos de dos décadas, con el trabajo pionero de Nuria
Romo al que nos hemos referido antes (Romo, 2001), y después por la financiación de
proyectos con perspectiva de género por parte de las administraciones de drogas y en
286
Nuevas miradas para otras cuestiones
particular con las intervenciones y las investigaciones de dos entidades del tercer sector,
por una parte, la Fundación Atenea (www.fundacionatenea.org) y la Fundación Salud y
Comunidad (www.saludycomunidad.org), que, además, han creado con otras similares
la Red Género y Drogas (www.generoydrogas.org). Un resumen excelente, completo y
actual de las aportaciones de las diferentes autoras/es que trabajan en el campo de las
sustancias psicoactivas y el género, puede encontrase en una publicación de la Univer-
sidad de Deusto (AA.VV., 2017).
Conviene tener en cuenta que la criminología no ayuda demasiado a expresar una
perspectiva de género en el ámbito de las sustancias psicoactivas, en gran medida por-
que la historia de las explicaciones y las teorías criminológicas se caracterizan, de una
forma quizás más intensa que otros campos de investigación, por la exclusividad de los
modelos masculinos, en parte porque los hombres eran los protagonistas del delito, en
parte porque las mujeres como tales tenían un tratamiento diferencial en todas las legis-
laciones, un tratamiento que se presumía más benévolo, pero que, en realidad, y para el
mismo delito, era más drástico y punitivo. El ejemplo de la infidelidad o el aborto, in-
cluso cuando era una decisión de la pareja, es de lo más significativo. Por si fuera poco,
ocurre que las mujeres no solo sufrían sanción penal o administrativa, sino que también
sufrían, y sufren, las formas de rechazo social del extrañamiento con implicaciones más
intensas que cualquier sanción penal (Collier, 1998).
La perspectiva de género supone, en el ámbito de la criminología, explicar cómo la
condición de las mujeres, como delincuentes o como víctimas, es diferente a la condi-
ción de los varones. La desigualdad de género no ha sido analizada en lo que el propio
Richard Collier (1998) ha llamado una criminología masculinizada porque solo habla
de delincuentes masculinos. Justificándose en el hecho cierto de que la mayoría son
varones.
En el caso de la criminología, la cuestión de género, quizás por su propia complejidad
y por la especial discriminación diferencial sufrida, pero también por el hecho paradójico
de que “las organizaciones feministas, para soslayar posibles rechazos sociales, prioriza-
ron sus esfuerzos hacia la defensa de la mujeres que no presentaban rasgos de exclusión
o marginalidad” (Arana y Comas, 2017), ha tardado en tomar cuerpo, aunque en la actua-
lidad ya se ha desplegado una potente perspectiva de género en criminología, pero muy
centrada en la cuestión de la violencia de género y en la violencia sexual (Hayward, 2010;
Renzetti, 2013; Barberet, 2014).
Como consecuencia, vamos a centrar nuestra mirada en la cuestión de las sustancias
psicoactivas, un espacio en el cual la perspectiva de género es aún más reciente y ade-
más un tanto alejada del ámbito criminológico, en parte porque la perspectiva de género
en el ámbito de las drogas ha comenzado a ser considerada muy tarde y en parte porque
su elaboración afronta dificultades conceptuales y metodológicas importantes, además,
se trata de un tema que, como ya se ha explicado, no ha interesado demasiado ni al femi-
nismo, ni, por supuesto, a gran parte de los varones que ya trabajaban sobre este ámbito.
287
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Por este motivo, la mayor parte de la literatura científica con una perspectiva de género
en España y en el ámbito de drogas, no solo es reciente, sino que ha sido elaborada por
mujeres que ya trabajan, algunas desde hace años, como profesionales en el mismo ám-
bito o campo de conocimiento. Lo cual implica una mirada muy experimentada, pero
también muy cotidiana (López, 2009).
288
Nuevas miradas para otras cuestiones
289
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
en una proporción muy alta, quizá porque se pensaba que utilizar aquellas figuras feme-
ninas tan deterioradas tendría mayor impacto preventivo.
En este punto debemos preguntarnos: ¿también fueron necesarias como usuarias?
Sí, porque el uso de drogas aparecía como un componente esencial de una imagen de
transgresión que relacionaba sexo y drogas, lo que facilitaba la imagen publicitaria de
una mujer sexualizada, joven, atractiva, insinuante, escasamente vestida y abierta a
oscuras (en el sentido que nunca se especificaban) prácticas sexuales, que además era
drogodependiente.
Como consecuencia, y en segundo lugar, las mujeres, como personas reales y como
cuerpos físicos, también eran necesarias para sostener el entramado cotidiano de la to-
xicodependencia. Eran, son, a la vez cuidadoras y proveedoras de recursos, bien a través
de su proyección sexual (desde la prostitución hasta la simple presencia, dependiendo
en todo caso de un varón concreto en grupos muy masculinizados) bien a través de la
obtención de otros recursos, siempre en dependencia de los varones. Los adictos varones
que están solos tienen menos oportunidades y además se deterioran física y psicológica-
mente con mayor facilidad.
Las mujeres podían ser usuarias de determinadas sustancias psicoactivas y a la vez
rehuir este rol dependiente y sumiso, como así ocurrió en la primera etapa de las drogas
de diseño y la música bacalao, pero se trataba de una situación temporal y provisional,
porque la desigualdad de género y el rol de ser mujer operaban desde lo estructural, des-
truyendo aquel ambiente, limitado y delimitado, de igualdad.
Con estas dos primeras aportaciones hemos aprendido que se han utilizado tanto las
imágenes de mujeres como a las mujeres reales, para incitar y expandir los consumos,
pero también como personas con roles subordinados que son explotadas y utilizadas
para sostener el entramado de los procesos de desviación.
En tercer lugar, el uso de drogas se ha conformado como un mecanismo muy útil
para la pervivencia de las viejas formas del machismo. Un tipo de desigualdad de gé-
nero más o menos tradicional, que se ha disfrazado de una cierta benevolencia ya que
“se invitaba a las mujeres a participar en el uso de sustancias psicoactivas y en prácticas
sexuales más o menos promiscuas” y que se entendía, y se interpreta, como “una opor-
tunidad de las mujeres para equiparase a los varones”, cuando en realidad se convertían
en sus víctimas. Ya en las primeras etapas de la epidemia de heroína resultó evidente
que la mayor parte de las mujeres se iniciaban en el uso de aquella sustancia a partir de
una pareja, en general de un varón, que tras darles la “oportunidad de utilizar drogas”
comenzaba a explotarlas y a manipularlas de diferentes formas, bien como cuidadoras o
bien como proveedoras.
Además, esta pareja podía generar una doble dependencia, por una parte, química
y por otra parte emocional, de la que resulta muy difícil escaparse y que explica no solo
la explotación y la manipulación masculina, sino también la posibilidad de mantener
estilos de comportamiento machista que en el resto de la sociedad comenzaban a ser mal
290
Nuevas miradas para otras cuestiones
vistos, aunque ciertamente no superados del todo. Ha sido muy común que el usuario
varón encargue a la mujer operaciones de adquisición y le cargue con la culpa cuando
estas fracasan, de tal manera que le genera una obligación de “conseguir como sea la
sustancia”, que incluye prácticas de prostitución, en algunos casos solo en situaciones
de trapicheo, pero en otras para conseguir dinero.
En cuarto lugar, se ha podido constatar de forma empírica como este estatus provo-
caba un rechazo selectivo y una marginación asistencial hacia las mujeres usuarias de
sustancias psicoactivas, de tal manera que eran consideradas casos muy difíciles porque
su vida, y su rehabilitación incluso, dependía de su pareja. Un varón tenía menos de-
pendencia emocional de su pareja y podía rehabilitarse por sí solo ignorando a la mala
mujer que le había acompañado, en cambio, una mujer no lo hacía si su pareja no le
acompañaba (Cantos, 2016).
Como consecuencia y en quinto lugar, este reconocimiento empírico no solo ha
exigido un replanteamiento de las necesidades terapéuticas específicas de las mujeres
(Rekalde y Vilches, 2005; López y Segarra, 2009). Un hecho que conocemos desde la
época de la criminológica positiva de Adolphe Quetelet, cuando se estableció que las
mujeres delincuentes son menos, sin percatarse de que también son distintas y deben ser
tratadas de una forma diferente y ser objeto de políticas de intervención muy distintas.
En este momento sabemos que existe una gran variedad de situaciones en el es-
pectro de trastornos por sustancias psicoactivas, en el que la condición de género es un
factor que contribuye a expresar dicha diversidad. Además, no se trata de una expresión
común y propia de todas las mujeres, pero sí de una expresión diferencial de género que
se expresa en todos los casos.
Dicho en términos más sencillos, la relación de las mujeres con las sustancias psi-
coactivas es diferente a la relación que suelen mantener los hombres, entre otras cir-
cunstancias por razones biológicas, de contexto cultural (en particular, la identidad de
género) y especialmente por el estilo emocional de vida, pero a la vez estas diferencias
con los varones, aunque son más o menos comunes, no conducen de forma inevitable
ni a etiologías únicas ni a rasgos comunes de todas las mujeres que usan sustancias psi-
coactivas, mostrando un espectro de trastornos tan amplio entre ellas como distinto al
de los varones.
Finalmente, y en sexto lugar, cabe destacar que las mujeres usuarias de sustancias
psicoactivas son víctimas preferentes de la violencia de género y sexual, con resultados
empíricos muy exagerados, especialmente en lo que se refiere a violencia de género, ya
que cuatro de cada cinco han sido víctimas de esta (Urbano, 2017), a la vez por su con-
dición de toxicómanas sufren el rechazo social e institucional de las políticas de género,
que deberían priorizar su situación, pero que en realidad se encuentran afectadas por el
estereotipo de su condición y su rol de mujeres “incorrectas, perversas y viciosas” en
las que “no se puede confiar y por tanto con las que es muy difícil intervenir” (Arana y
Comas, 2017).
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
La “fiesta blanca” como expresión actual de la desigualdad de género
292
Nuevas miradas para otras cuestiones
El ya clásico texto criminológico sobre la Sociedad excluyente (Young, 1999), nos ofre-
ce una visión, en todo caso bastante acertada, de una sociedad que no respeta los de-
rechos sociales y, por tanto, produce el delito y, añadimos también, los problemas con
las sustancias psicoactivas. Algo que, recordemos de nuevo, la criminología positiva
española ya tenía muy claro.
Para Jock Young, en el ámbito criminológico, al igual que para Boaventura de Sousa
desde la antropología o para Loïc Wacquant desde la sociología, y de forma empírica, se
constata que si bien “el delito es universal la aplicación de la justicia es discrecional”,
pero todos ellos plantean que “no debemos considerar esto una distopía irreversible,
sino un objeto de trabajo e investigación desde el que diseñar intervenciones razonables
y justas”. Por este motivo, en los tres casos se diferencian dos formas de control social,
por una parte, el meramente represivo, y por otra, el que “amplía los derechos indivi-
duales y (en particular) los sociales”. El ejemplo más citado de Jock Young refiere a
las cámaras públicas, que reducen el margen de la intimidad, pero a la vez demuestran
cómo ciertos comportamientos, en su caso la violencia policial, pueden denunciarse con
mayor claridad. Es decir, la tecnología es ambivalente, lo mismo que “la pérdida de la
cortesía” que nos facilita la denuncia y, por supuesto, la incertidumbre y el desorden
que produce el mercado, así como el excesivo individualismo neoliberal. Todo ello son
fuentes de distopía, pero también oportunidades para evitarla.
Una ambivalencia que se manifiesta en la relación de la exclusión social y las sus-
tancias psicoactivas, en la que es necesario considerar dos procesos antagónicos, por una
293
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
parte, “la exclusión como mecanismo causal del uso de sustancias psicoactivas”, y por
otra, para “el uso de sustancias psicoactivas como mecanismo causal de la exclusión”.
En otros términos, la persona con problemas debido al uso de sustancias psicoacti-
vas procede en muchos casos de la exclusión social, pero también ocurre que su origen
no es precisamente este, más bien que a consecuencia de su consumo, camina hacia
este. La perspectiva de género nos ha permitido entender que, en el caso de las mujeres,
por su condición de tales, este proceso es mucho más profundo y acelerado. Pero para
comprender esto también debemos entender que precisamente más allá de la relación
causal exclusión/sustancias psicoactivas, también existe una relación causal sustancias
psicoactivas/exclusión.
De hecho, a lo largo de los dos últimos capítulos se ha mostrado cómo, en España y de
manera global, aparece un modelo causal en forma de U, de tal manera que en los dos ex-
tremos del sistema de estratificación social (los más ricos y los más pobres) se han utiliza-
do más sustancias psicoactivas que en el nivel intermedio. Además, con frecuencia, como
ocurrió en el caso de la heroína, el uso de una sustancia comienza, como una nueva moda,
el nivel social alto, mientras que su expansión en el nivel más bajo suele ocurrir al final de
la etapa. Obviamente, existen excepciones, aunque casi ninguna es española, como, por
ejemplo, el crack (comenzó entre prostitutas afroamericanas), la pasta base (chicos y chi-
cas de la calle en Latinoamérica) e incluso algunos fármacos como los opiáceos sintéticos
(trabajadores pobres en paro, como veremos en los próximos capítulos).
En general, las clases medias y trabajadoras (que, en España, con más o menos in-
gresos, pero con una identidad social muy marcada, representan más de dos tercios de
la población) mantienen un uso de sustancias psicoactivas más discreto y controlado,
aunque no siempre es así, dependiendo del momento y la sustancia.
A la vez, en España, el modelo general presenta un perfil etario peculiar, ya que
algunas personas, pocas, inician el uso de drogas, en particular alcohol, cuando son ado-
lescentes menores de edad, la mayoría se inician mientras son jóvenes mayores de edad,
primando el modelo experimental de usos esporádicos y el modelo recreativo de fines
de semana. Una parte de estos usuarios siguen consumiendo alguna o varias sustancias,
y también para parte de ellos se convierte en una conducta compulsiva, por lo que pasan
a ser etiquetados como toxicómanos, drogodependientes o adictos.
Cuando esto ocurre, y salvo aquellos que cuentan con importantes recursos familia-
res, que tardan más, comienza un proceso de deterioro psicosocial, en general, entre los
25 y los 30 años, pierden sus empleos, los apoyos sociales y familiares, pueden delinquir
y ser condenados a penas de cárcel, lo cual les conduce a confluir con aquellos que han
llegado a la misma situación, aunque con mayores habilidades para buscarse la vida,
procedentes de ámbitos de exclusión social. Como consecuencia, una parte importante
de usuarios habituales de sustancias psicoactivas, tras un determinado tiempo y trayec-
toria, acaban por formar parte del colectivo de excluidos sociales. Pero no es lo mismo
proceder que haber llegado.
294
Nuevas miradas para otras cuestiones
¿Podemos identificar a los unos/as y a los otros/as? Obviamente es fácil, solo hay
que preguntar por su procedencia y su trayectoria (su historia personal), y así los pode-
mos distinguir. ¿Pero qué significa esto? Pues en este momento, y al margen de tópicos,
no está claro, en una gran medida porque los protocolos y las prácticas no suelen incluir
la determinación del origen social de los atendidos, e incluso algunos profesionales lo
consideran discriminatorio. Pero, de hecho, esta información es estratégica para mejorar
la intervención, y quizás no se considera de forma explícita, pero sí se hace de forma
implícita.
Ambos grupos comparten características comunes, por ejemplo, son víctimas de
un alto nivel (por frecuencia e intensidad) de violencia (Urbano, 2017), pero ¿de igual
manera? No se sabe, y algunas opiniones indican que aquellos que proceden de ámbi-
tos marginales padecen un mayor grado de victimización, mientras que otras opiniones
insisten en considerar que los que proceden de ámbitos sociales con recursos son las
victimas preferentes, aunque algunos les consideran más bien victimarios, porque es-
tán más empoderados socialmente. Necesitamos disponer de resultados empíricos sobre
esta cuestión.
De forma especial, necesitamos comprender esta cuestión para trabajar en la supera-
ción de las barreras que limitan la efectiva inclusión en la sociedad bien de unos o bien
de otros. Se trata de barreras muy cotidianas, muy primarias y su reciente sistematización
(González y Comas, 2018), nos permite entender que, por ejemplo, en España, las difi-
cultades para dejar la calle y el estilo de vida propio de un toxicómano puede depender
de tener el DNI (o el NIE) caducado, lo que le impide acceder a la mayoría de los recur-
sos sociales, hasta carencias en la salud bucodental que le impiden relacionarse con los
demás, pasando por el temor al rechazo por la falta de higiene, que le impide realizar
acciones que para otros ciudadanos son inconscientes y automáticas. En el fondo, estas
barreras resultan incomprensibles para la mayoría de los ciudadanos porque, por ejem-
plo, ¿qué dificultad tiene obtener un DNI? Pues muchas, como su coste, aunque sea poco
más de 10 euros, acudir a un centro de expedición donde hay policías y quizás te hagan
preguntas como, la mayor limitación para muchos/as: “¿Cuál es tu domicilio?”. Y como
indiques uno diferente al anterior, deberás estar empadronado en él.
Se trata de barreras inexistentes para el resto de los ciudadanos, pero desmesuradas
para las personas en situaciones de exclusión social extrema y que por este motivo no
acuden a los recursos asistenciales disponibles. Los que partieron de una situación de ex-
clusión social previa se deterioran social y personalmente antes, los que partieron de una
situación más normalizada quizá tarden más, pero el destino final, aunque no siempre, es
similar. A la vez, tanto unos como otros arrastran en su destino a otros, parejas e hijos/
as. Y todo esto ocurre en un contexto en el que existen procedimientos de intervención
para evitarlo. Pero quizás algunos, los que proceden de ámbitos sociales muy margina-
les, necesitan otras muchas cosas, mientras otros, los que proceden de ámbitos sociales
privilegiados, no necesitan tanto y se pueden autogestionar de alguna manera. También
295
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
es posible que los primeros cuenten con más apoyos familiares en el propio ámbito de la
exclusión, mientras los otros han sido rechazados por sus familias de origen.
Primera propuesta
Segunda propuesta
Este es un ejercicio que no deben hacer los/las que trabajan o han tenido relación
con las IIPP. Para el resto, deben elegir las cinco imágenes o escenas (una película,
una serie o una información con imágenes) que más te han impactado con rela-
ción a las prisiones. Después toma cada uno de estos relatos y trata de olvidar que
ocurren en prisión, y descríbelos como si los hubieras visto o vivido en tu entorno
personal. Contesta a la pregunta: ¿cómo los describirías ahora?. Y reflexiona sobre:
¿qué emociones me producen?
Tercera propuesta
El alumnado debe tener claro que el relato sobre los antecedentes conceptuales y
teóricos, que en todo caso son necesarios para poder explicar y analizar los hallaz-
gos empíricos, en ocasiones puede contener interpretaciones sobre determinados
autores e incluso, en ciertos casos, tergiversaciones. Por esto aconsejamos deter-
minadas lecturas en directo, en principio las más fáciles, sencillas y cortas. Leer
los textos originales es una manera de protegerse frente a estas interpretaciones
sesgadas, que con frecuencia solo son copia de las ideas de otras interpretacio-
nes precedentes. En este capítulo hemos aconsejado, y lo reiteramos vivamente,
la lectura original de el Panóptico, sobre el que seguramente ya has leído algunas
versiones muy críticas. Tienes que tener en cuenta que algunos autores intentan
convencernos de que debemos olvidar conceptos y teorías para realizar solo traba-
jos empíricos que nos proporcionen elementos para producir procedimientos. Pero
todo trabajo que es solo empírico se sustenta en una determinada ideología, por
esto, que no sepamos cuál es esta ideología, produce un saber acientífico en el que
no debemos confiar. Lee a Bentham (y también a Beccaria) para impedir que te
296
Nuevas miradas para otras cuestiones
Cuarta propuesta
Imagina que no tienes 10 euros (o que te falta algún papel) para obtener el DNI
y durante un tiempo, el que aguantes, elimina de tu vida cotidiana todo aquello
que obtienes gracias a tenerlo, desde tu móvil a poder viajar en avión pasando por
el uso de tarjetas, matricularte en la universidad o conseguir una habitación en
una pensión. No vale decir, “es una tontería y me lo saco y ya está”. No tienes ni
tan siquiera que renunciar a utilizar tu dinero, tu coche (aunque se supone que no
tienes carné de conducir) o tu vivienda. Pero vincula tus experiencias a la idea de
que vives en una jaula social de la que no puedes salir para hacer cosas “normales,
simples y cotidianas” e intenta interpretar cómo se transforma tu actitud personal
en esta situación.
297
10
Cambios que deberían
transformar percepciones
Una vez expuestas las partes conceptuales y las teóricas, así como la evolución del
tema de las sustancias psicoactivas en España, debemos añadir algunas cuestiones
concretas que nos ayudarán a comprender lo que ocurre en la actualidad. Se trata de
determinadas cuestiones elegidas por su importancia estratégica, que plantean más
preguntas que respuestas, pero que no debemos dejar de lado porque son, justamente,
la cuestiones que se deben y se pueden afrontar desde la criminología.
En todo caso, se trata de hechos que ya han sucedido o que están actualmente su-
cediendo, pero sobre los que el conocimiento empírico y la razón pragmática (y ética)
aún no se han pronunciado del todo. En este sentido, algunos autores alegan, desde
Kant, que “de aquello que no se sabe mejor no hablar”, lo que implica que al alumnado
se le deben facilitar solo informaciones científicas contrastadas, que le ofrezcan “la
verdad del conocimiento”. Por un lado, ya hemos visto que, al menos en la perspectiva
de las sustancias psicoactivas, la etiqueta de verdadero es directamente una fuente de
fundadas sospechas de parcialidad, pero, por otro, además, ¿le basta al alumnado este
aprendizaje o también le convendría conocer los retos a los que se va a enfrentar como
profesional en el futuro?
En este manual, la respuesta es clara: el conocimiento científico es importante, pero
tan importante como la conciencia de los retos profesionales. En este punto se puede
aludir a “componente generacional del conocimiento” (Comas, 2014). La generaciónAUTOR: no
docente aporta el conocimiento y las respuestas obtenidas a los retos para los que seaparece este
ha alcanzado alguna respuesta en su momento histórico. Pero ¿existen aún retos sinaño en la bi-
respuesta? ¿Es necesario conocerlos para que las nuevas generaciones los afronten conbliografía.
el máximo de información? La respuesta también es clara: la permanente evolución de
conocimiento siempre produce nuevos retos. Por tanto, hay que pensar en el futuro pre-
visible, pero siendo muy prudentes para evitar los argumentos contrafácticos y la ficción
literaria.
299
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Una vez explicado cómo y por qué se iniciaron en España los problemas con las sus-
tancias psicoactivas, podemos y debemos tratar de presentar, en la perspectiva del año
2018, cuando se escribe este texto, cómo han ido cambiando. Primero nos vamos a
centrar en tres aspectos clave: la evolución del uso de las sustancias, la de los problemas
asociados y, finalmente, cómo se ha modificado el imaginario social.
300
Cambios que deberían transformar percepciones
301
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
302
Cambios que deberían transformar percepciones
este las “causas de muerte”, la Encuesta de Morbilidad Hospitalaria, las diversas estadís-
ticas judiciales y policiales, así como otras encuestas y registros relacionados con el tema.
Todo esto ocurre debido a que, para las sustancias psicoactivas, se requieren preguntas
específicas con mecanismos y protocolos específicos. La explicación es muy sencilla, ya
que sucede que la mayor parte de los comportamientos que se miden son ilegales y ló-
gicamente la ciudadanía prefiere no manifestarlos. Por ejemplo, en las encuestas no es
habitual declarar que se consume cocaína a diario o todos los fines de semana, aunque sí
es fácil afirmar que “se ha probado”, incluso aunque no sea cierto. Según mostremos más
controles para garantizar la confidencialidad, más sincera será la respuesta, ¿pero fiable?
La única forma de actuar es entonces crear sistemas de registro y obtención de da-
tos específicos y especializados que fijen su mirada de forma exclusiva en la cuestión y
que consigan polarizar la información (fijar la mirada), pero esta polarización presenta
graves problemas de interpretación que se deben tener en cuenta (Comas, 1988), y enAUTOR: no
ningún caso perder de vista el contexto en el que se produce la información. aparece este
Esta explicación es en gran medida fruto de una interpretación directa y de la ex-año en la bi-
periencia del autor del manual, recogida en la citas bibliográficas realizadas, pero nobliografía.
exclusiva de este, en particular a nivel internacional, ya que prácticas similares se des-
criben en un impactante manual sobre estadística criminológica (Ocqueteau, Frenais y
Varly, 2002) con el atractivo título de Ordenar el desorden: una contribución al debate
sobre los indicadores del crimen, y en el que se describe “el procedimiento para fabricar
las cifras estadísticas que permiten difundir la sensación de riesgo y promocionar el
modelo de seguridad ciudadana con la colaboración de los medios de comunicación”, lo
que dio lugar en Francia a una ponencia parlamentaria que intentó conseguir, sin éxito,
lo que el propio título propone. En España, esta situación y lo que se debería hacer han
sido analizados y elevados a propuestas por varios autores (Comas, 1988; Díez Ripollés,AUTOR: no
2006; Romaní, 2011), aunque con escaso éxito. aparece este
Veamos un ejemplo fácil para entender cómo funciona el procedimiento en España,año en la bi-
el Sistema de Vigilancia Epidemiológica del VIH y Sida, un procedimiento de notifica-bliografía.
ción que recoge datos de los casos de sida diagnosticados desde 1984-1985, aunque ha
reconstruido la estadística hasta el año 1981, cuando los posibles casos no se notifica-
ban. El registro, a junio de 2017 (último dato disponible), incluye 86.663 casos, siendo
los años de mayor número de diagnósticos 1994-1995, donde se superaron los 7.000
casos por año. A partir de ahí fue descendiendo y, en el año 2012, se colocó por debajo
de 1.000 y, en 2016, el último año completo disponible, la cifra es de 565 (www.mscbs.
gob.es/ciudadanos/enfLesiones/enfTransmisibles/sida/vigilancia/home).
Por su parte, la estadística de nuevas infecciones de VIH conocidas se inició en
el año 2003, recogiendo datos de nueve comunidades autónomas. Desde 2013 ya las
recoge de todas. En este momento recoge 44.604 casos a finales del año 2016, y en los
cuatro años que está completo parece reflejar una cierta estabilidad con tendencia a la
baja (de 4.229 a 3.353).
303
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
¿Qué mide el “atracón” de alcohol?
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Cambios que deberían transformar percepciones
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Cambios que deberían transformar percepciones
ocasiones, las informaciones no son ciertas, pero raramente son peligrosas y, en todo
caso, gozan de la confianza del público español, que ha entendido así que debe ser pre-
cavido en algunas cosas, incluidas las sustancias psicoactivas.
Por otra parte, aunque haya crecido la desconfianza hacia las administraciones pú-
blicas (aunque no solo con relación a las informaciones sobre “drogas”), creció mucho
la confianza hacia los profesionales (en particular, y como ya hemos explicado, los de la
asistencia), y hoy en día, el imaginario social, incluido el propio de los usuarios, respeta
las opiniones profesionales y sigue, con una mayor frecuencia si lo comparamos con el
pasado, sus recomendaciones y propuestas de tal manera que mejoran los resultados de
las evaluaciones.
También es importante considerar que los valores subterráneos relacionados con las
drogas (en particular las relacionadas con la desigualdad social tradicional, así como el
machismo), que se habían consolidado a lo largo del franquismo y que se manifestaron
de forma explosiva en la etapa del tardofranquismo y la transición, poseen en la actua-
lidad una menor incidencia. Es decir, tanto la cultura de la desigualdad como la cultura
del machismo se presentan de una forma menos intensa y más sutil.
Asimismo, la confianza hacia los profesionales ha producido un hecho paradójico
que ampliaremos en las próximas páginas: el creciente recurso compartido, por profe-
sionales y por pacientes, hacia la utilización masiva de fármacos psicoactivos, aunque
también con un cierto grado de precaución y responsabilidad personal, lo que ha contri-
buido a su credibilidad.
De forma inversa, y como consecuencia del desarrollo de la cultura del consumismo
y la reivindicación del hedonismo (véase apartado 9.3.2), está firmemente instalada en el
imaginario social la creencia de que “no hay que sufrir física o psíquicamente y existen
medios lícitos para evitarlo”, lo que implica que la utilización de sustancias psicoactivas
para evitar el sufrimiento es considerada como algo legítimo, aceptable y que los riesgos
relacionados con esta “necesidad” algo que se “puede y se debe controlar”.
En esencia, y con relación a las sustancias psicoactivas, el imaginario social, qui-
zás como consecuencia de los problemas del pasado reciente, ha madurado, tiene más
y mejor información e induce a un comportamiento más riguroso. Pero a la vez, entre
sus componentes incluye un mensaje de doble vínculo, porque las drogas siguen siendo
“malas”.
No dejes de leer
¿Cómo provoca la mera información alarma social?
Se trata de un problema complejo que se estudió con rigor hasta hace tres dé-
cadas. Desde entonces apenas se ha trabajado sobre esta cuestión. Por un lado,
porque nadie financia estas cuestiones y, por otro, porque el lugar propio para ha-
307
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
308
Cambios que deberían transformar percepciones
decir, con recursos o poder) y con relatos alternativos. ¿Se puede transformar el
relato social sobre las drogas? Y ¿sobre el modelo de seguridad ciudadana? En el
pasado no fue posible con las “drogas” y, en el presente, el modelo de seguridad
ciudadana parece que se va imponiendo en todo el mundo. ¿Por qué? Porque con
las “drogas” no se disponía de un relato alternativo y aceptable para el imaginario
social. Se confundía además el relato técnico, de intervención y científico, con el
“relato cultural”, que requiere transformar el imaginario social.
No es posible, por tanto, modificar o transformar el imaginario social, ni
el relato político y mediático sin el adecuado sustento de los componentes del
vértice CS, que como disciplina incluye la antropología, pero también la creati-
vidad cultural, en la literatura, los medios audiovisuales o el arte. Algunos/as se
preguntarán qué tiene que ver “la creatividad artística” con las “drogas” (o con
la criminología), pues en apariencia nada, pero si necesitamos un relato cultural
alternativo que desdiga los actuales argumentos del sistema internacional de fis-
calización y del modelo de seguridad ciudadana, el vértice CS resulta mucho más
relevante que los argumentos del derecho penal, de la sociología de la desviación
o de la psicología criminal. La única forma de llevarlo a cabo será mediante el
modelo de trabajo transdisciplinar.
309
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
todos los derivados de la amplia medicación que forma parte inevitable del tratamiento
y que dispara los costes, no explícitos porque están incluidos en el total del gasto far-
macéutico, hasta cifras impensables, comparado con los antiguos centros de atención
sustentados en el modelo biopsicosocial.
El segundo, que no se trata de un “concepto más avanzado y por tanto más útil en
términos terapéuticos”, sino solo del que se ajusta mejor a las necesidades del sistema
internacional de fiscalización. De hecho, al tiempo que se imponía en España, como he-
mos visto en el capítulo 7, la literatura científica y las grandes revistas internacionales lo
denunciaban como “ideológico, poco eficaz e incluso iatrogénico”, aunque se mantiene
como hegemónico en numerosos países porque es el modelo propio de las administra-
ciones con competencias políticas para decidir. Obviamente, el modelo sería otro si
decidieran los profesionales.
El tercero, que al adquirirlo se apoya un determinado modelo de políticas en el país
que lo desarrolló, es decir, Estados Unidos. Donde, precisamente, este modelo no es
hegemónico, ya que, a pesar del apoyo político-administrativo, se utilizan con mucha
frecuencia otros modelos, incluido el biopsicosocial, que se demuestran como más efec-
tivos (coste/eficacia), tanto por parte del amplio sector privado de los seguros de salud
como por parte de algunas instituciones públicas que muestran una gran independencia
de las administraciones federales.
En cambio, en España lo han comprado todas las administraciones sin diferenciar su
nivel (central, autonómico y local) y sus diversas competencias (salud mental, servicios
sociales, menores y prisiones) y sin diferencia de su signo político. Es cierto que esto
no solo ha ocurrido en el ámbito de las sustancias psicoactivas, sino también en otras
que forman parte del ámbito de la criminología, como es el caso de menores infractores,
donde franquicias con coste, sufragado por las administraciones, son “obligatorias para
los profesionales”.
Es obvio que si compramos franquicias externas no podemos “adquirir prestigio y
vender proyectos propios” como hacíamos en el pasado, porque el vendedor es exclu-
sivamente otro y nosotros solo somos consumidores de determinados conocimientos
producidos por otros.
Mirar por la ventana en vez de mirar lo que tenemos en la propia habitación es una
actitud humana positiva, pero mirar solo y exclusivamente por la ventana es casi una fo-
bia que produce efectos indeseables e inesperados. Primero, porque la correspondencia
entre lo de dentro y lo de fuera puede no ser exacta. Segundo, porque es menos costoso
utilizar lo que ya tenemos y sabemos que acumular evidencias que no nos aportan nada
nuevo o útil. Y tercero, porque “un gabinete ordenado” facilita la mirada externa. ¿Por
310
Cambios que deberían transformar percepciones
qué en España apenas se mira la habitación propia al tiempo que se recoge mucha infor-
mación del exterior?
¿Será porque no respetamos lo que hacen nuestros profesionales e investigadores?
¿Será porque son todos y sin excepción unos incompetentes? Si es así, nada que objetar,
pero si aportan resultados, ¿por qué no los utilizamos? Entonces será de forma inevitable
por una extraña fobia cultural. Quizás por un “complejo de inferioridad” más o menos
inconsciente. Pero sobre esto en España nunca se ha investigado y habría otros elemen-
tos a considerar.
El primero, la confusión entre el poder jerárquico de las instituciones y la capacidad
técnica de los profesionales de la investigación, que se traduce en que la mayor parte
de las veces los agentes que toman las decisiones (en particular, las financieras) no son
precisamente los más competentes técnicamente, aunque es cierto que en los últimos
años se ha intentado revertir, con escaso éxito, esta situación.
El segundo se refiere, al menos en el campo de las sustancias psicoactivas, al poder
de los lobbies económicos multinacionales, en este caso concreto la industria farmacéu-
tica. Volveremos a retomar este tema en el próximo capítulo cuando hablemos de “la
nueva epidemia de opiáceos”.
Una transformación muy importante que debería haber cambiado nuestras percepciones
sobre las drogas, y desde luego lo ha hecho en muchos otros aspectos de la vida de las
personas y de la sociedad, tiene que ver con la creación y la posterior expansión del es-
tado de bienestar y de la sociedad de consumo, dos acontecimientos que han descartado
el modelo cultural y comportamental de la sociedad puritana. Hay que explicar de forma
sencilla pero completa lo que ha supuesto dicha transformación.
311
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
El primero es un “invento europeo” cuyos inicios se sitúan a finales del siglo xix
en Alemania, Francia y también en España, después ofrece una expansión desigual,
hasta que, después de la Segunda Guerra Mundial, se consolida en el Reino Unido, en
los países escandinavos y de forma progresiva en toda Europa Occidental y en parte
de los países anglosajones (salvo Estados Unidos), aunque en España y Portugal la
consolidación real no se produce hasta el fin de sus respectivas dictaduras. El estado de
bienestar supone un amplio desarrollo de los derechos sociales y se vincula, más que
ninguna otra cosa, a la intensa caída de las tasas de delincuencia en la mayoría de los
AUTOR: nopaíses citados (Parsons, 1990).
aparece este El segundo en su origen es un “invento norteamericano”, que también se inicia a
año en la bi-finales del siglo xix, con la expansión de la industria automovilista y los métodos indus-
bliografía. triales del fordismo, y se expande de forma ininterrumpida hasta la actualidad, aunque
con crisis cíclicas, las más importante la de 1929. El desarrollo económico vivido por
Estados Unidos le permite expandir un modelo de sociedad en la que el bienestar per-
sonal se logra por los ingresos económicos y en la que se considera que no es necesario
desarrollar los derechos sociales, ya que cada persona o familia los obtendrá mediante
pagos privados, lo cual produce intensas situaciones de desigualdad y un mantenimien-
to, cuando no expansión, de las tasas de delincuencia (Offe, 1990).
En los países con un estado de bienestar consolidado también se ha expandido el
modelo de sociedad de consumo, de tal manera que se han creado formas mixtas de
equilibrio entre derechos sociales e individuales, un equilibrio propio de cada país, lo
que además facilita una gran variedad de “modelos nacionales”, aunque es cierto que en
toda la Unión Europea se ha producido una convergencia, peculiar y propia de cada país,
entre sociedad de consumo y estado de bienestar, entre derechos sociales reconocidos y
derechos sociales verdaderamente adquiridos (Rodríguez, 2002).
En todo caso, tanto el crecimiento del PIB como el subsiguiente desarrollo de la so-
ciedad de consumo en combinación con el crecimiento del estado de bienestar explican,
para Europa y en particular para España, la implantación de una sociedad del ocio, la
diversión y las nuevas normas morales, incluido el reconocimiento a la diversidad, en
particular la sexual, que los derechos sociales tratan a la vez de garantizar. Es cierto que
libertad personal y derechos no son lo mismo, pero al mismo tiempo, su intersección
ha provocado la práctica extinción de la cultura puritana, para un amplio segmento de
territorios en los que fue hegemónica.
No dejes de leer
La cultura del ocio
La cultura del ocio surge como respuesta a varios factores. Por una parte, supone
una reacción al rigor formal del puritanismo para el cual toda forma de diversión
312
Cambios que deberían transformar percepciones
era pecado, pero, por otra, el desarrollo económico de la segunda mitad del si-
glo xix, la creación de nuevas infraestructuras de comunicación y la aparición de
amplias capas sociales medias impulsaron la reivindicación del derecho al ocio. El
ideal de esta reivindicación está muy bien plasmado, incluida la diversidad social,
en el cuadro Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1884-1886), de Georges
Seurat. El acto más relevante en este proceso fue el decreto del Gobierno francés
del frente popular (1936), estableciendo las vacaciones obligatorias y pagadas, lo
cual supuso el origen del turismo de masas.
En este momento histórico vivimos en sociedades que reconocen este de-
recho e incluso lo protegen y promocionan, pero ocurre que en el ámbito de las
drogas, quizá por el origen ideológico (puritano) de la propia noción, la cultura del
ocio se expresa con un lenguaje peculiar, y se utiliza el termino ambivalente de
espacios recreativos para representar el hecho de que se trata de un ámbito donde
se utilizan estas drogas, pero recreativo solo se utiliza cuando se habla del ocio de
las personas jóvenes (y singularmente de los/las adolescentes), mientras que en el
caso de los adultos suelen utilizarse otros términos como vacaciones o tiempo libre
y ocio, porque, como hemos dicho, representan por sí mismas una de las conquistas
más importantes de los derechos sociales.
Por otra parte, el recreo es el espacio de juego de la infancia, distinto al espa-
cio de las vacaciones y la fiesta de los adultos, en el recreo la presencia de drogas
representa una potencial amenaza para niñas y niños. No importan que ya no sean
tales (la mayor parte de estudios sobre drogas y espacios recreativos incluyen hasta
los 30 años), pero si se unen los términos recreo y drogas, la sensación de “peligro”
aumenta. En cambio, para los adultos, el consumo de alcohol y esporádicamente
de otras sustancias psicoactivas en momentos de “ocio” se considera un derecho
perfectamente consolidado y aceptado. Para entender esto hay que comprender
que, para el imaginario social español, la frontera entre ser un/a niño/a y ser un/a
adulto/a se sitúa exactamente en los 30 años, siendo esta la misma frontera que,
para el alcohol y otras sustancias psicoactivas, distingue “el recreo” de “un poco
de diversión licita” (Aguinaga y Comas, 1991).
Por tanto, la relación ocio-prevención debe enfocarse teniendo en cuenta este
contenido del imaginario social. Es decir, la relación que se establece entre ocio y
uso de sustancias psicoactivas es muy diferente según el grupo de edad a la que
se refiere, ya que para una cierta edad, “la del recreo” es algo malo, mientras que
para otra edad, “la del ocio” se trata de una conquista social irrenunciable. En los
“programas en tiempos y espacios de ocio” (Comas, 2000, 2001 y 2007), se ha
podido observar cómo se trataba, casi siempre, de una reclamación social muy de-
mandada que, cuando el correspondiente ayuntamiento la ponía en marcha, recibía
parabienes mediáticos y de los ciudadanos. De hecho, la Ley del Fondo de Bienes
Decomisados tiene como principal objetivo apoyar a los ayuntamientos españoles
313
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Vivimos, por tanto, en una realidad caracterizada por la crisis, con apariencia de de-
finitiva, de la moral puritana, aun entre aquellos sectores sociales que se proclaman
herederos de esta formulación moral. ¿Cómo queda entonces la noción de droga fun-
damentada en un sistema de creencias que ha dejado de ser hegemónico? Se podría
pensar que en crisis, pero esto no es del todo exacto, primero porque el sistema interna-
cional de fiscalización parece haber logrado un cierto grado de autonomía apoyado por
los votos de un sector de países (singularmente, Rusia, China, los países árabes y gran
parte del tercer mundo) que facilita la concepción de “guerra contra las drogas”. En se-
gundo lugar, es cierto que la cultura puritana está en crisis, sin embargo, el darwinismo
social se ha impuesto de forma inesperada en algunos ámbitos, aunque tratando se ser
otra cosa, el llamado neodarwinismo, que en lo referente a las sustancias psicoactivas
es lo mismo.
Pero antes de analizar este último acontecimiento vamos a tratar de explicar cómo
ha afectado la cuestión de los derechos sociales al ocio, a la felicidad y al bienestar per-
sonal en cuanto al tema de las sustancias psicoactivas.
Vamos a comenzar por la visión radical de David Pearce, quien a través del mani-
fiesto por El imperativo hedonista (1995), intencionalmente solo accesible de forma
digital (www.hedweb.com), expresa que el principio básico del utilitarismo moral es el
“imperativo del placer y la satisfacción” para la totalidad de los “seres sintientes”. Un
proyecto que se define como transhumanismo y que recoge las principales nociones que
caracterizan el animalismo, el veganismo, los movimientos de vuelta a la naturaleza y
el autoconsumo. Pero también las reivindicaciones contraculturales, la conspiración de
acuario e incluso el proyecto religioso psicodélico del psicólogo Timothy Leary. La idea
de imperativo la toma de Kant como cimiento de “todo lo demás”, lo que coloca a las
sustancias psicoactivas en una perspectiva inédita: un derecho humano (o transhumanis-
ta) no solo básico, sino que fundamenta todo el pragmatismo moral.
El texto del manifiesto El imperativo hedonista podría parecer una rareza si no fue-
ra por su nivel intelectual y por el abundante número de seguidores que conforman
los colectivos transnacionales anteriormente citados. Su intenso impacto en todos estos
colectivos, que además están en crecimiento exponencial (aunque en ningún país han
314
Cambios que deberían transformar percepciones
desarrollado una forma política que los represente de forma adecuada), muestra, mejor
que nada, el cambio que se ha producido en el mundo en menos de un siglo entre la
Conferencia de Shanghái y el manifiesto de Pearce.
Vamos a seguir por la curiosa transformación de Steven Pinker, sin duda el ensayista
más popular en el mundo sobre temas neurológicos, quien en solo siete años ha pasado
de considerar que el descenso de las tasas de delincuencia y violencia en el mundo era
una consecuencia de nuestra “organización cerebral” (Pinker, 2011) a considerar que
responden a la evolución de variables situacionales, que modifican, a través de la epige-
nética, la dinámica cerebral. ¿Y cuáles son esas variables situacionales? Pues justamente
la expansión social de la razón, de la ciencia, del humanismo y del progreso entendidos
desde una cierta cercanía a Pearce, de tal forma que las sustancias psicoactivas deben
considerarse tanto como un exceso que provoca riesgo como un camino adecuado para
una mayor felicidad y bienestar (Pinker, 2018). Si Pinker ha captado este cambio de ten-
dencia histórica entre los sectores ilustrados y globalizados y, de esta forma, sigue sien-
do el ensayista más vendido en el mundo, ¿quiénes somos nosotros para desmentirlo?
De manera específica, y con relación a las sustancias psicoactivas, todo esto ya
había sido analizado, desde una perspectiva histórica, por Stuart Walton (2001), que
sostiene la idea de que determinados avances en el proceso de civilización no se habrían
producido sin “el impacto de la intoxicación”, tanto en términos individuales como co-
lectivos. E incluso trata de relacionar estos avances con factores neurológicos que ha-
brían mejorado nuestra comprensión del mundo (Walton, 2001).
Es posible que todas estas explicaciones sean solo idealizaciones platónicas, tam-
bién es posible que no lo sean, pero en todo caso muestran cómo la perspectiva tradi-
cional puritana de la sociedad comienza a ser reemplazada por un relato alternativo en
el que el rol de las sustancias psicoactivas empieza a admitir otras interpretaciones. En
España, la cuestión de esta transformación del imaginario social, vinculado además a
las sustancias psicoactivas, ha sido analizada de forma empírica, en relación con las
actuales generaciones de menos de 40 años, por Javier Elzo en un libro de lectura reco-
mendada (Elzo. 2006).
Pero mientras, el puritanismo perdía fuerza a costa del darwinismo social, reinterpretado
en este caso por el neodarwinismo, que considera que la evolución humana se realiza a
través del cambio genético, el cual se ve afectado por variables situacionales exógenas,
de las que podrían formar parte las sustancias psicoactivas, sin que exista demasiado
acuerdo en si se trata de un efecto evolutivo positivo o negativo.
El más popular de los neodarwinistas, Stephen Jay Gould, considera que la mayor
parte de estas transformaciones evolutivas obedecen a una serie de factores culturales,
315
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
No dejes de leer
El botellón en España
316
Cambios que deberían transformar percepciones
incluía ya todos los componentes que posteriores trabajos han desarrollado sin
otras aportaciones inéditas (Azcárate, 1986).
La investigación sobre el botellón de Azcarate nos ofrece dos hallazgos de
largo recorrido. El primero, que hace más de 32 años el botellón era ya un hecho
consolidado en España y, el segundo, que se trata de un hábito cultural que con los
años apenas ha sufrido modificaciones.
Poner ambos hallazgos en valor supone poder afirmar que los posteriores tra-
bajos sobre el botellón, alguno incluso muy reciente, no han “descubierto” el botellón
ni las prácticas de consumo de alcohol entre los/las adolescentes el fin de semana,
porque es algo que viene de antiguo y que también se conoce al detalle desde hace
tiempo. De hecho, de muy antiguo, ya que en un texto de este mismo autor (Co-
mas, 1985) se afirmaba que dicha práctica “había aparecido a finales de los años 60”.
El trabajo empírico de Azcárate y un amplio equipo se dirigía hacia estudian-
tes de 1º y 2º de BUP, es decir, el equivalente al actual 3º y 4º de la ESO, y mos-
traba formas de consumo de alcohol entre los chicos y chicas de 14-16 años muy
similares a las posteriores, aunque quizá lo único que cambiaba entonces era un
nivel de ingesta superior al actual. Esto significa que las señoras y los señores que
tienen ahora (2018) entre 46 y 48 años han hecho botellón y, como media, han
bebido más que sus hijos, alguno de los cuáles quizás tenga ahora entre 14 y 16
años. Si hay que confiar en la afirmación de Domingo Comas, esta realidad puede
extenderse hacia todos los españoles que tienen ahora hasta 65 años. Ciertamen-
te hay un cambio: en 1985, fuera cual fuera la intensidad de la intoxicación etílica,
nadie acudía a urgencias hospitalarias, lo cual no era lo más adecuado; en cambio,
en la actualidad se acude, en ocasiones, con solo síntomas de ebriedad moderada
a urgencias y, en algunos casos, se trata como una intoxicación etílica (con aviso a
la familia si es menor) para magnificar la conducta (IREFREA, 2000).
Entonces, ¿por qué los sucesivos estudios sobre el botellón han presentado
este hecho como si fuera una novedad? ¿Cómo es posible que los medios y los
ciudadanos se hayan creído que es algo inédito que afecta solo a “la juventud de
hoy en día”? Si se quiere, no es difícil de explicar. Primero, hay que considerar
que ciertos comportamientos propios de la adolescencia están, casi sin excep-
ciones, sometidos a un principio de amnesia selectiva por parte de las personas
según van avanzando en edad y responsabilidad. Segundo, que no se trata de una
amnesia total, porque, por ejemplo, cuando el adulto se junta con sus pares de la
adolescencia, suelen recordarlo e incluso magnificarlo todo.Tercero, que la corres-
pondencia entre la identidad personal y la social suele ser un terreno pantanoso
con abundantes incongruencias y disonancias. Cuarto, que todos nos sometemos,
con mayor o menor facilitad, a los dictados del imaginario social a la hora de
“comprender lo que pasa”. Quinto, que la maternidad y la paternidad desplieguen
percepciones y obligaciones de “protección” que se mantienen hasta el recono-
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Cambios que deberían transformar percepciones
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Inglaterra y el resto de Holanda), pero nada nos impide pensar que, a un nivel regional,
estatal, y no digamos internacional, no pasara lo mismo.
NO DEJES DE LEER
Política urbana y regulación de sustancias psicoactivas: el caso de Ámsterdam
El caso de Ámsterdam constituye uno de los tópicos de las políticas sobre drogas
en el mundo. Primero, porque se ha identificado como un caso de legalización de
las drogas, lo cual es absolutamente falso, ya que en Holanda el Código Penal es
muy similar al español. Segundo, porque se trata simplemente de una regulación
municipal que permite “vender” de forma limitada una sustancia concreta (canna-
bis) que sigue siendo objeto de fiscalización, en determinados lugares. De hecho,
se trata de una regulación muy estricta que choca incluso con el mayor grado de
tolerancia que operaba en España desde finales de los años 80. El modelo es muy
parecido al de la prostitución en esta misma ciudad.
Tercero, se trata esencialmente de una política de urbanismo que trata de
controlar la especulación y, en particular, mantener sin costes públicos, gracias al
turismo, una parte histórica de la ciudad, concretamente los locales comerciales,
que sufrían un evidente deterioro.
No cabe la menor duda del éxito de la iniciativa, que se inició en los años
70 a partir de un relato ideológico y moral que ha ido perdiendo fuelle al tiempo
que evidenciaban los componentes económicos y urbanísticos del proyecto. En el
entorno europeo, incluida España (y en particular en la propia Holanda), han sido
varias las municipalidades que han intentado repetir la experiencia de “tolerancia
y negocio” según el modelo de Ámsterdam, pero casi ninguna ha conseguido al-
canzar sus objetivos económicos y sociales, algunas incluso se han visto invadidas
por bandadas de turistas agresivos que han provocado más daños que beneficios,
otras se han enfrentado al sistema legal y otras simplemente han sido ignoradas.
El proyecto de Ámsterdam requirió conocer previamente la complejidad y actuar
con mucho rigor y recursos para afrontarla. Por ejemplo, utilizando a la vez estra-
tegias coactivas muy duras con otras sustancias ilegales.
Los ensayos clínicos sobre dispensación controlada de heroína han sido descritos por la
prensa internacional como “ensayos para la legalización”, pero en realidad son algo muy
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Cambios que deberían transformar percepciones
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
ellos solo metadona), son condiciones naturales y no experimentales, y es difícil saber que
tipo de ratas es el que participa en el ensayo. Aunque reiteramos que, por la descripción
de la condición natural, es fácil suponer (pero no saber) que son posibles sujetos tipo (D).
El más importante de los ensayos fue el realizado en Suiza (PROVE), con una am-
plia muestra (n=1.200) entre 1995 y 1998, y fue validado positivamente por la OMS. El
siguiente ensayo se realizó en Holanda entre los años 1995 y 2000 (el informe aparece
traducido en www.easp.es/pepsa/la+prescripcion+de+heroina/versin.pdf). También se
realizaron ensayos en Alemania, Australia y Canadá. Los resultados son muy similares
en todos los casos y coincidentes con el experimento español.
El ensayo español (PEPSA, 2003-2004) se inició en Granada con una muestra teóri-
ca de 120 casos, pero como no se pudo completar, aunque se añadió un grupo de La
Línea de la Concepción. Para poder realizar el PEPSA fue necesario un controvertido
decreto específico de la Junta de Andalucía para que lo autorizara (RD 232/2003). En
la actualidad quedaría regulado por el genérico real decreto sobre ensayos clínicos (RD
1090/2015). La duración del ensayo fue de 9 meses y la muestra era escasa (n=62), muy
lejos de los “grandes ensayos” citados anteriormente pero muy similar a otros ensayos
clínicos españoles. Sin embargo, aporta dos importantes hallazgos positivos para la
dispensación de heroína inyectada (dos dosis diarias) y metadona oral (una dosis diaria)
frente al grupo de control de solo metadona oral: la disminución de la delincuencia
asociada y las más que evidentes mejoras en el estado de salud.
Pero el ensayo español produjo un resultado inesperado, que podemos calificar como
una aportación clave al nivel del experimento crucial del parque de las ratas: se trata del
trabajo evaluativo De droga a medicamento: vida cotidiana de pacientes y familiares en un
ensayo clínico con heroína, de Nuria Romo y Mónica Póo (2007). Un trabajo de carácter
etnográfico que tardó en ser publicado y que, cuando estuvo disponible, España entró en la
etapa de los recortes debido a la crisis, lo que provocó que, como el caso del parque de las
ratas, fuera ignorado y olvidado. En todo caso, se trata de una de las investigaciones más re-
levantes, en términos internacionales, realizada en España. Los resultados son inesperados,
porque se derivan de una consecuencia no planificada directamente del PEPSA: ocurre que
todos los sujetos seleccionados hacían de forma muy explícita vida en la calle, en el ciclo
permanente de comprar, consumir, buscar, consumir y el abandono de todas las demás ac-
tividades cotidianas que marcan la carrera del adicto y que coinciden con lo que Alexander
describió como la jaula virtual de Skinner (Slater, 2004; Alexander, 2010; Hari, 2015).
Pues bien, la inclusión de estos pacientes en el PEPSA rompió las rejas de esta jaula
introduciendo notables cambios referidos a las relaciones familiares, el ocio y el tiem-
po libre, un mejor control de su salud, la normalización y conciliación de los vínculos
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
La regulación del cannabis se ha expresado en los últimos años de una forma insisten-
te, bien como sustancia recreativa, bien como cannabis medicinal. Pero ya sea de una
forma u otra, no hay un modelo único de regulación. En muchos países, el consumo es
ilegal y los usuarios pueden ser objeto de medidas penales, aunque es frecuente recono-
cer la existencia de un “modelo de penalización y tolerancia cero, pero con corrupción
institucional que facilita el consumo”. En España, como ya hemos explicado en el capí-
tulo 3, el uso de cannabis esta despenalizado, pero a la vez puede ser objeto de sanción
administrativa (Arana y Markez, 2006). Este modelo de tolerancia está presente en al-
gunos países más, aunque no en tantos como el de la ilegalidad completa. Finalmente,
una serie creciente de países ha optado por algún tipo de regulación.
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Cambios que deberían transformar percepciones
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Primera propuesta
Según parece, en España, los adultos no practican binge drinking y, por tanto, no se
dan “atracones del alcohol”, ya que esto solo es cosa de adolescentes. Al estar estu-
diando una carrera universitaria se supone que ya eres mayor de edad y tienes una
determinada experiencia personal con el alcohol. Quizás seas abstemio/a, entonces
haz otra reflexión entre las propuestas o habla con alguien de confianza que sí bebe.
Piensa en esta experiencia como una descripción empírica y objetiva, tratando de
ser riguroso/a. No se trata de que nadie te juzgue ni tan siquiera tu mismo/a. Pero
piensa si tu experiencia coincide con lo que dicen que pasa en la adolescencia y
en comparación con la edad adulta. Piensa en tu propia experiencia o en las de tu
amigo, pero no compares “lo que dicen que beben ahora los/as adolescentes” con lo
que en realidad hacías tu hace solo cuatro o cinco años y lo que haces ahora.
Segunda propuesta
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Cambios que deberían transformar percepciones
Tercera propuesta
¿Habías oído hablar antes de los ensayos clínicos con opiáceos? Lo más seguro es
que no, pero en todo caso ahora ya tienes una somera información sobre ellos. Con
los resultados obtenidos, ¿qué crees que se debería haber hecho?
Cuarta propuesta
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Situaciones, hechos y preguntas clave
Según vamos avanzando en las explicaciones del manual, parece evidente que el tema
de la droga presenta una cierta disonancia cognitiva que comienza por la paradójica
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
relación entre un término jurídico (droga) que, sin embargo, se describe como “relativo
a la salud”, pero que está definido por organismos internacionales que lo vinculan al
campo del derecho penal, e incluso obviando las opiniones de los organismos de salud.
Por si esto fuera poco, estos mismos organismos, y para mantener petrificado el
sistema de fiscalización, recurren a procedimientos supuestamente representativos en la
asamblea nacional de la ONU, para impedir así que otros organismos de la propia ONU,
como son la OMS, la Unesco e incluso la OIT (Organización Internacional del Trabajo)
o la FAO (Organización de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura), in-
formen sobre hechos y traten de modificar las políticas que proponen las organizaciones
de drogas.
Esta disonancia primaria se expande a través de todas las políticas de drogas y,
como hemos, visto alcanza incluso las prácticas asistenciales y terapéuticas, así como
las acciones preventivas, invadiéndolo todo como un líquido que no sabemos muy bien
cómo encauzar y provocando que precisamente aquello que se trataba de evitar se ex-
tienda sin límites.
332
Situaciones, hechos y preguntas clave
Porque la líder explicó a sus seguidores que el mundo no se había acabado gracias
a su devoción y a su firme creencia en la existencia de Clarión y en Samanda, algo que
casi todos se creyeron, y no solo esto, sino que en los meses siguientes se lanzaron a
proclamar la nueva verdad, de tal manera que el grupo creció de una forma exponencial
a pesar de que en términos racionales venían de “un desmentido más que evidente”. A
esta actitud la llamó por primera vez Festinger disonancia cognitiva (Festinger, 1957).
La historia de la noción de disonancia cognitiva aparece también como uno de los
“grandes experimentos psicológicos del siglo xx” (Slater, 2004), pero reconvertida en
AUTOR: no
nuevos casos de disonancia individual. Pero otros hemos conocido la historia de The
aparece en la
Seekers en los manuales de psicología social (Brown, 1974; Torregrosa, 1974), que se
han utilizado como manuales universitarios durante décadas. En el primero, la historiabibliografía.
de The Seekers se explica en el artículo de Robert Zanjonc “Los conceptos de equilibrio,
congruencia y disonancia”, en el segundo, aparece un extenso capítulo 11, que bajo el tí-
tulo de “El principio de congruencia en el cambio de actitud”, desarrolla una explicación
muy amplia, y actualmente perfectamente válida, sobre la disonancia cognitiva grupal
y el ejemplo que le dio origen.
Pero el término disonancia cognitiva grupal no parece utilizarse demasiado, aunque
sea un concepto propio de la psicología social, en gran medida porque la disonancia
cognitiva se utiliza para referirse a una patología individual e incluso en los casos en
que ha servido para explicar diversos hechos sociales, desde la fidelidad a la intención
de voto ante hechos injustificables, pasando por la oposición de los comerciantes a la
peatonalización de sus calles y, por supuesto, la actitud de la mayoría de padres/madres
ante el consumo de alcohol por parte de sus hijos/as adolescentes, sin olvidar cómo la
opinión pública es más proclive a aceptar cualquier explicación claramente disonante
sobre el uso de sustancias psicoactivas. Y también nos permite comprender cómo, en la
actualidad, el oxímoron prevención de las adicciones y su supervivencia institucional es
un caso ejemplar de disonancia cognitiva.
333
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Una sustancia controlada como la metadona tiene dos utilidades, por una parte,
facilita la desintoxicación mediante programas de reducción de dosis, y por otra par-
te, se puede utilizar, como ya hemos explicado, para planes de mantenimiento a largo
plazo. Utilizar metadona implica que no se compra heroína en el mercado negro, que
no se delinque para hacerlo y que incluso se puede llevar una vida normalizada, puede
desarrollarse un proceso de reinserción social e incluso llevar una vida familiar y laboral
más o menos efectiva. Pero esto no ocurre por la sustancia en sí misma, o por sus efectos
diferenciales, sino por la forma de dispensarla y controlarla.
Una vez comprendido el procedimiento, a cualquiera se le ocurrirá la pregunta:
¿por qué no dispensar entonces heroína? De hecho, si los cambios producidos se deben
al control y su forma de dispensación y no a la sustancia, ¿qué pasaría si se regulara la
heroína? Pues los diversos ensayos clínicos con heroína demuestran que sucede más o
menos lo mismo que con metadona. Incluso un poco mejor, porque muchos usuarios
“la prefieren” y por este motivo la utilizan “muy en serio”. Por si fuera poco, mientras
la metadona produce problemas hepáticos importantes, la heroína es más amable. Pero
establecida esta evidencia a través de un número importante de ensayos clínicos, ¿por
qué no se dispensa directamente heroína en vez de su agonista metadona?
La razón es una firme creencia de que la heroína, y como establece el sistema inter-
AUTOR: no nacional de fiscalización, es una droga ilegal y en cambio la segunda, la metadona es un
aparece en la “medicamento básico” perfectamente legal. ¿Qué tiene que ver entonces el estatus legal
bibliografía. con la farmacología? Pues nada, porque se trata, en este caso, de dos sistemas que son
perfectamente disjuntos (Hidalgo, 2012).
Por tanto, a pesar de la evidencia científica aportada por los ensayos clínicos, la
heroína no se puede utilizar ni en procesos de desintoxicación, ni en programas de man-
tenimiento. ¿Quién lo dice? Pues las leyes y el sistema judicial. ¿Y el de salud qué dice?
Pues que la evidencia es cierta pero que la ley les impide actuar como ellos quisieran,
lo cual también es cierto. ¿Y el sistema judicial? Pues cada vez son más los que opinan
que el tema de las drogas se está convirtiendo en una insensatez, pero que no pueden
evitarlo, porque el sistema de salud determina los riesgos de las diversas sustancias y
ellos no pueden obviar la calificación de drogas muy peligrosas. ¿Saben esto los orga-
nismos que se ocupan de las políticas de drogas? Sin duda, pero es una conciencia que
solo tenemos en “nuestro país” porque en los demás “no es lo mismo”, además, ¿quién
se va a enfrentar con los organismos internacionales?
Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿por qué piensan así los organismos internaciona-
les? Pues porque, con una cierta lógica, practican una política intencional de selección
de la evidencia, ya que aquellas que desmienten su misión y sus objetivos son conside-
radas inaceptables o incorrectas. Además, promocionan solo investigaciones cuya meto-
dología cojea, pero que les dan la razón.
En mitad de este vodevil aparece la epidemia de opiáceos en Estados Unidos, que
arroja cifras de mortalidad nunca vistas en aquel país. Un acontecimiento que se ajusta
334
Situaciones, hechos y preguntas clave
además a una predicción de Estes Kefauver (1966). Por el capítulo anterior sabemos que
aparece porque se recetan fármacos opioides sin ningún control, también sabemos que, en
España, con un consumo estadístico superior de las mismas sustancias, no se detecta nin-
gún problema, aunque quizás en parte esto puede ser debido a que no aparecen como tales
en las estadísticas de causa de muerte en el movimiento natural de la población. Aunque
si fuera tan grave como en Estados Unidos (serían en España algo más de 10.000 muertes
al año), lo sabríamos por otros medios.
Ante la gravedad del problema, el Gobierno federal decide en Estados Unidos “acabar
de forma drástica con el abuso de opiáceos” y encarga a la Agencia Americana del Medi-
camento (FDA) y al Departamento de Salud (HHS), el diseño de programas de tratamien-
to que resuelvan el problema de los “trastornos por consumo de opiáceos” (OUD), y estos
desarrollan una “Estrategia de Tratamientos Asistidos con Medicamentos” (MAT), que
implica una solicitud a las compañías farmacéuticas de que investiguen y hagan propues-
tas. Las propuestas han llegado y la administración las ha aceptado. En esencia, implican
la utilización de buprenorfina, metadona y naltrexona, tres opiáceos que se distribuyen de
forma controlada a aquellos que han sido diagnosticados como adictos a través de la red
especializada.
Al conocer esta información, surge la pregunta, ¿y por qué no utilizar de forma con-
trolada la propia oxicodona que, de hecho, también es un fármaco opiáceo legal? Y ade-
más el más significativo entre los que han provocado la epidemia. Es decir, exactamente
lo que se hace en España a través de la red pública, en particular hospitales, sin que
parezca que tengamos problemas. Pues no, porque como la mayor parte de la atención
sanitaria en Estados Unidos es privada, no se puede exigir a los médicos controles com-
plementarios que solo son aplicables en las redes específicas que atienden a los que son
diagnosticados como adictos, aunque se puede aconsejar a los médicos privados que
receten menos oxicodona y otros opiáceos.
Expresado de una forma sencilla, en Estados Unidos fallecen todos los años en torno
a 70.000 personas por una causa de base ideológica: el sistema de salud se organiza de
una determinada manera (privada) y los dogmas de esta organización pueden soslayarse,
pero no revertirse. Visto así, no solo es una disonancia cognitiva sino “un modelo políti-
co determinado por una firme convicción platónica” que impide resolver las cosas desde
la adecuada perspectiva del utilitarismo y el pragmatismo moral.
Además, podemos proyectar incongruencias similares a la situación de todas y cada
una de las sustancias psicoactivas que son asumidas como naturales desde la práctica
de una disonancia cultural, que responsables políticos y administrativos, ciudadanos y
la mayor parte de los profesionales comparten. Muchos proyectos de intervención en
Estados Unidos ofrecen el mismo perfil, por ejemplo, el TASC (Treatment Altenatives
of Street Crime) de los años 70 pretendía reducir el crimen en los guetos dificultando la
adquisición de drogas, pero cuando se ha evaluado, se ha demostrado que promocionó
la violencia (Inciardi, 1996). Los tratamientos obligatorios en campamentos donde se
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
mezclaban menores infractores con simples usuarios de cannabis (NIDA, 1988), han
mostrado resultados positivos en algunos casos, pero también el inicio de procesos ex-
tremos de desviación delincuencial.
Si esto ocurre en un país con una fuerte impronta cultural pragmática, ¿qué ocurrirá
en otros? Por ejemplo, en el caso de España y en el ámbito de las sustancias psicoac-
tivas, ¿tenemos también estos problemas de disonancia cognitiva? Pues quizás más,
pero un autor individual no es el agente adecuado para resaltarlos, ya que implica iden-
tidades corporativas, ideológicas y éticas. En todo caso, podemos ver un ejemplo: en
1995, un estudio empírico, metodológicamente muy consistente (Elzo, 1995), mostró
que en la mayoría de los casos “las alternativas terapéuticas a las penas de prisión” no
solo eran más eficaces, sino que además reducían el coste financiero de la intervención.
La lógica nos dice que cuando comenzaron los recortes por la crisis deberían haberse
promocionado intensamente estas alternativas terapéuticas. Pues bien, se redujeron al
mínimo, lo que implicó un aumento de los costes. ¿Por qué se hizo así? Pues porque
eran partidas presupuestarias diferentes y la finalidad del recorte (gastar menos) solo se
entendía desde una perspectiva económica eliminando programas.
En todo caso, se trata de una tarea colectiva muy adecuada para la criminología,
una disciplina que debe tener claro estos hechos desde una perspectiva transdisciplinar
y holística, que además mantiene un vínculo explicito con el empirismo y el utilitaris-
mo moral, lo cual la convierte en un ámbito privilegiado para mostrar cómo aparecen
nuestros propios rasgos de disonancia cognitiva, que parecen adoptar la forma de una
fantasmagoría platónica en la que imaginamos que aquello que provocó la situación se
resuelve aplicando más de lo mismo.
Por suerte, en España, y como hemos explicado antes, para este caso y desde IIPP,
ha comenzado un trabajo profesional en el área de sanidad penitenciaria, que establece
cómo debemos actuar ante el reto de los psicofármacos en combinación con los opiáceos
sintéticos y otras drogas ilegales. Por tanto, saber ya sabemos cómo actuar, aunque ha-
brá que esperar a las decisiones propias del sistema de salud y los sistemas de bienestar.
336
Situaciones, hechos y preguntas clave
creciente especialización, pero a la vez, los más relevantes, en particular aquellos que
implican cambios de paradigma, se producen en los márgenes y en las zonas fronterizas
de las diversas disciplinas.
Asimismo, la experiencia de supervisión en el ámbito de las sustancias psicoac-
tivas nos permite entender que son muchos los profesionales a los que no les gusta la
xenofobia corporativa, especialmente cuando se trata de afrontar de forma colaborativa
cuestiones complejas que está claro que afectan a varias disciplinas. Pero estos profe-
sionales tienen que superar entonces el problema de la burocracia corporativa que, para
mantener la identidad propia de la disciplina concreta, bloquea el acceso de contenidos
inapropiados, en aquellas publicaciones que tienen el justo objetivo de promocionar esta
identidad. En ciertos casos, como ha sido el de las sustancias psicoactivas, la burocracia
corporativa se ha utilizado para bloquear la información sobre experimentos y eviden-
cias que ponían en duda políticas públicas con las cuales el propio grupo corporativo se
sentía involucrado.
Este manual se ha estructurado precisamente en torno a la ruptura de paradigma
que supuso el parque de las ratas, pero también sobre el silencio corporativo, político y
administrativo que ha tratado y trata de invisibilizarlo. El experimento aportó hallazgos
fundamentales, pero el silencio intencional que lo envolvió, legitimó el hecho de que se
trataba de un cambio de paradigma esencial.
Pero además, en la actualidad, el parque de las ratas es bien conocido por una
gran parte de los profesionales que trabajan en el ámbito de las sustancias psicoacti-
vas, en particular psicólogos/as. Pero a la vez es prácticamente desconocido para el
resto de la profesión a causa del silencio impuesto por las instituciones, de las cuales
las burocracias corporativas se han hecho cómplices.
La criminología, como práctica transdisciplinar, debe construir enfoques que eviten
y superen las prácticas corporativas y sus correspondientes invisibilidades cruzadas o, si
se quiere, las mutuas censuras que establecen las burocracias corporativas. La existencia
de un equipo transdisciplinar garantiza que esto es posible, pero quizás no suficiente,
porque parece necesario además ir denunciando, en el ámbito de la política científica, la
existencia de vetos cruzados que provocan invisibilidades cruzadas.
337
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
338
Situaciones, hechos y preguntas clave
las disciplinas sin excepción incluyen una parte de creencias que solo puede disminuir
si se abre a los conocimientos de otras. Cuanto más cerrada y procedimental es una
disciplina, más ideología contiene y menos evidencia aporta. Por este motivo hay que
aprovechar la oportunidad que nos ofrece la criminología, ya que no necesita dotarse de
una identidad corporativa e invisibilizar resultados, para poder así dar pasos en el avance
del conocimiento científico.
Casi todo el mundo ha oído hablar del dopaje deportivo, pero muy pocas personas saben
que el problema social y sanitario del dopaje no es tanto (aunque sea importante) el de
los deportistas de élite que son noticia, sino del deporte federado de base y que afecta
incluso a aficionados, federados o no, donde es casi imposible realizar cualquier control.
En este sentido, las sustancias que se utilizan para el dopaje deportivo se supone que
también representan un problema de salud pública, pero ocurre que, a la vez, algunas de
ellas son incluso legales, con o sin receta, como los diuréticos, los betabloqueantes, cier-
tos analgésicos y hormonas o la cafeína, otras en cambio aparecen a la vez en las listas
de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) y en las listas de sustancias controladas de
la ONU, por ejemplo, las anfetaminas. Finalmente, otras se utilizan de forma específica
como dopantes.
El mecanismo formal y funcional de control del dopaje, se parece mucho al de las
drogas ilegales, ya que incluye una autoridad mundial para determinar qué sustancias se
consideran dopantes y organizar la lucha contra el dopaje. Se trata de un organismo inter-
nacional, la mencionada AMA, que depende del Comité Olímpico Internacional (COI),
que fue creada en 1999. La mitad de sus presupuestos dependen de Gobiernos nacionales,
y el resto de los ingresos por publicidad e ingresos deportivos que recibe el propio COI.
Está ubicada en Montreal (Canadá) y a través de diferentes conferencias (2003, 2009 y
2015) también ha establecido un Código Mundial Antidopaje de obligado cumplimiento
para poder participar en los encuentros deportivos internacionales. El mismo organismo
incluye todos los años nuevas sustancias en la lista única mundial de sustancias dopantes.
Los paralelismos son evidentes.
Las llamadas reglas antidopaje, que se muestran en el orden según el cual han sido
incluidas en las sucesivas conferencias, son las siguientes:
339
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
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Situaciones, hechos y preguntas clave
como una manifestación del compromiso […] por ser participantes en el proceso cons-
tante de armonización e internacionalización de la normativa de lucha contra el dopaje”.
Veamos el contenido de la Ley 3/2013. En primer lugar, hay que destacar que en la
exposición de motivos se indica, una y otra vez hasta la reiteración, que se trata de “un
sistema de protección a la salud para quienes realicen cualquier actividad deportiva”
y como objetivo de esta se señala, en su primer artículo “el propósito de establecer un
entorno en el que predominen el juego limpio, la superación personal y la realización
saludable del deporte”. Pero luego, el ámbito de aplicación se limita (artículo 10), a
“los deportistas con licencia federativa estatal o autonómica”, el ámbito objetivo de
esta lo constituyen “las actividades deportivas oficiales, de ámbito estatal, que organi-
cen las entidades deportivas” que se reconocen como tales (Ley 10/1990), es decir, las
federaciones y las ligas profesionales. A partir de este punto, la ley es muy prolija en la
determinación y realización de los controles, las sanciones y los procedimientos, confor-
mando un ámbito exclusivo para expertos muy especializados.
Por su parte, el borrador del real decreto de 2018 (es lo único disponible mientras
se escribe este texto) se limita a ampliar y a ajustar todos estos procedimientos de tal
manera que se eviten algunas “trampas y complicidades”, en particular en lo relativo
al “uso terapéutico” de las sustancias, limitando y regulando las “autorizaciones para
utilizarlas” en el caso de los “deportistas internacionales”. Hay que reconocer que el
trabajo legislativo en esta materia, tanto a nivel internacional como nacional resulta
impresionante.
Para entender las similitudes y las diferencias entre las políticas de fiscalización de
drogas y las políticas antidopaje, conviene tener en cuenta los orígenes de ambos pro-
cesos, la lucha contra las drogas aparece, como ya se ha explicado, como resultado de
un paradigma ideológico que combina el puritanismo religioso y moral, el darwinismo
social en su versión de la eugenésica negativa y el mito del buen salvaje y el estado de
la naturaleza. Por su parte, la idea moderna del deporte competitivo y agónico surgió
también con la idea, expresada claramente por Pierre de Coubertin como “la recupera-
ción de una civilización superior”, pero esta recuperación no se basa en una eugenesia
negativa y prohibitiva como en el caso de las drogas, sino positiva, es decir, se trata de
mejorar el bienestar humano desarrollando sus potencialidades, hasta alcanzar, esto sí,
el de imaginarios tiempos pretéritos.
La lógica histórica de los convenios contra las drogas es evitar la “decadencia de los
seres humanos”, la lógica histórica del deporte es “mejorar y superar las condiciones de
los seres humanos”, la primera trata de evitar, con escaso éxito, que se produzcan drogas
ilegales, la segunda trata de evitar, con un cierto éxito, que el deporte profesional de élite
falsifique sus logros mediante el dopaje.
La cuestión es que los paradigmas políticos, ideológicos y sociales que estaban en
el origen de ambos procesos históricos están siendo socavados por diversos factores,
en el caso de las sustancias psicoactivas, como hemos visto por la reivindicación del
341
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
342
Situaciones, hechos y preguntas clave
343
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
la legislación y en particular, los convenios internacionales los que crean el mercado del
narcotráfico, que nunca se habría conformado sin estos convenios, los cuales necesitan
de forma inexcusable de la existencia de este mercado ilegal y de carácter internacional
para poder gozar de un ámbito real de aplicación.
Reiterando algunas explicaciones del capítulo 3, conviene aclarar que no se trata
de valorar jurídicamente la existencia de los convenios, ni de dudar de si protegen o
no un bien superior como es la salud pública y el bienestar social, ni de si sus inevita-
bles consecuencias y efectos secundarios (como es la existencia del narcotráfico) no se
compensan con los beneficios, reales o supuestos, alcanzados. Se trata simplemente de
entender que, desde una perspectiva criminológica, tanto convenios como narcotráfico,
son parte de una misma creación histórica y jurídica, que se expresa sobre hechos reales,
como la violencia y el crimen, pero que no se pueden explicar sin la decisión política de
ratificar dichos convenios.
Aunque, ¿qué había ocurrido sin los convenios? ¿Habríamos vivido una crisis de
salud pública capaz de amenazar la supervivencia de la humanidad? Es posible o quizás
no es más que una fantasía. Lo que no es fantasía sino pura evidencia lógica es afirmar
que el narcotráfico es el resultado directo de los convenios.
La imagen del narcotráfico como una potente hidra de múltiples cabezas, a la vez eficaz,
consistente y peligrosa, no apareció hasta que no surgieron las correspondientes pro-
hibiciones. La visualización de las mafias dedicadas al narcotráfico surgió en Estados
Unidos porque este país fue el primero que introdujo prohibiciones efectivas. Existen,
obviamente, otros factores sociales y políticos que deberían ser considerados, pero en el
caso del narcotráfico, nos interesa destacar su vínculo con el sistema internacional de fis-
calización, el desarrollo de las prohibiciones a nivel local y, por supuesto, la emergencia
del relato sobre “quién, cómo y por qué controlaba lo que estaba ocurriendo”.
La noción de una conspiración general y estructurada por parte del crimen organiza-
do y que incluía a agentes institucionales y jurídicos corruptos, se construyó en el seno
de la Comisión Kefauver, creada por el senador Estes Kefauver en 1950/51, el libro en el
que cuenta las conclusiones de aquella “aventura exculpatoria” de la clase política nor-
teamericana (“no se podía hacer nada ante el poder del crimen organizado”) fue un gran
éxito mundial y aún está disponible en su primera edición en español, quizás porque en
España se vendió muy poco (Kefauver, 1951).
El relato de Kefauver lo obtuvo entrevistando de forma exclusiva a miembros del
que denominó crimen organizado, todos ellos encarcelados que, ante la expectativa de
las ventajas judiciales que el apoyo del senador les podía reportar, explicaron lo que este
quería oír, sin aportar ningún dato relevante más allá de sus propias “confesiones”, una
344
Situaciones, hechos y preguntas clave
parte de las cuales fueron difundidas por televisión, logrando picos de audiencia supe-
riores a los espectáculos deportivos (Moore, 1974). AUTOR:
Resulta revelador que Estes Kefauver emprendiera, en la legislatura de 1956 (ganóno aparece
8 veces seguidas las elecciones en Tennessee) una operación semejante y con la mis-en la biblio-
ma metodología, con las compañías farmacéuticas, obteniendo un resultado similargrafía.
que mostraba, entre otras cosas, como estas manipulaban los resultados de los ensayos
clínicos (Kefauver, 1966). Pero el relato creado, aunque de entrada obtuvo un gran
impacto público, no se convirtió en una relato asumido por parte del imaginario co-
lectivo, porque las mencionadas compañías se gastaron infinitos recursos de marketing
en mostrar que “la evidencia científica de la industria farmacéutica” y sea cual sea la
metodología utilizada, “siempre produce resultados correctos”. El relato de Kefauver
sobre el narcotráfico se ha asumido hoy en día como parte de la realidad, mientras que
el relato sobre la industria farmacéutica se ha oscurecido, aunque este proceso ha sido,
por su éxito, objeto de abundantes estudios en el ámbito del marketing (Silverman y
Lee, 1974; Melville y Johnson, 1982).
Lo ocurrido con el crimen organizado queda claro en la monumental Historia de
la mafia, de John Dickie, más centrada en Italia, pero en la que, con una lectura crítica,
resulta evidente que el crimen organizado está malamente organizado, que su poder se
sustenta en la utilización de la violencia extrema, en su falta de empatía hacia todo y hacia
todos, en su capacidad para adaptarse a circunstancias cambiantes y en su rechazo a todo
criterio moral o ético, pero a la vez a su necesidad de autoengañarse con narraciones so-
bre su identidad histórica. Narraciones que siempre construyen los otros, los que escriben
libros sobre la mafia y que a pesar de que no contribuyan precisamente a proporcionarles
una imagen positiva, sí contribuyen a proporcionar identidad, una identidad positiva que
valoran especialmente si conecta con el pasado (cuanto más remoto mejor) y si ofrece
una versión fuerte de su poder y especialmente de su riqueza (Dickie, 2015). AUTOR: no
aparece en la
bibliografía.
No dejes de leer
Una historia real sobre el cartel/cártel de Medellín
Un relato que puede ayudar a clarificar la cuestión: todo el mundo ha oído hablar del
cártel de Medellín. Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), la defini-
ción de cártel, a veces con acento y en otras ocasiones sin él, tiene dos acepciones:
“1. Organización ilícita vinculada al tráfico de drogas o de armas. 2. Convenio entre
varias empresas similares para evitar la mutua competencia y regular la producción,
venta y precios en determinado campo industrial”, y en la primera acepción cita
como ejemplo precisamente el cártel de Medellín. Pero en el mismo diccionario, la
definición de cartel, normalmente pero no siempre sin acento, es, en sus tres prime-
ras acepciones: “1. Lámina en que hay inscripciones o figuras y que se exhibe con
345
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
fines informativos o publicitarios. 2. Lámina con grandes caracteres que sirve en las
escuelas para enseñar a leer. 3. Pasquín”. La definición de cártel era solo manejada
por algunos economistas y se trata, en todo caso, de un delito económico descrito
por las leyes y perseguido por la justicia.
Pero la diseminación social del concepto del cártel de Medellín a partir de
principios de los años 80 del siglo pasado, y en España a partir de 1984, con la
detención y posterior liberación de sus entonces supuestos jefes, lo hermanos
Ochoa, así como el salto a la fama mediática de Pablo Escobar, permitió en muy
poco tiempo, llegar al propio DRAE (tan reacio a los cambios) y convertir los
términos cártel y crimen organizado o narcotráfico en sinónimos.
Parece existir una lógica gramatical, bien sencilla en este proceso semántico,
pero hay un problema, primero, que el cártel de Medellín no fue nunca un grupo or-
ganizado con el objetivo del narcotráfico, salvo cuando se enfrentaron a la guerri-
lla del M-19 por el secuestro de alguno de sus dirigentes, sino un grupo de compe-
tidores que además utilizaban la violencia entre ellos, luego no podía establecerse
ninguna similitud con el concepto económico de cártel, que implica algún tipo de
“acuerdo entre las partes”. En realidad, el único acuerdo real entre los diferentes
clanes, todos ellos dirigidos por “los varones de las familias criollas de raigambre”,
era impedir el tránsito hacia la modernidad y una mayor igualdad exenta de los
niveles tradicionales de pobreza en la región (Salazar y Jaramillo, 1996).
En segundo lugar, la referencia original era la de un cartel (no de un cártel)
que apareció tras el asesinato del ministro colombiano de justicia Rodrigo Lara
Bonilla en 1984. Un cartel, encabezado por “Se buscan”, y en el que se ofrecían
10 millones de dólares por cada uno de los hermanos Escobar (responsables del
asesinato) y dos millones de dólares por otros 18 miembros de este o de otros
clanes residentes en Medellín.
¿Cómo es posible que un cartel se convirtiera en un cártel? Pues, en esencia,
porque los organismos nacionales e internacionales de lucha contra la droga pen-
saban, con un evidente apoyo académico, que el tráfico de drogas solo era posible
con una estructura de crimen organizado, luego lo de Medellín (al igual que lo de
Cali y posteriormente otras ciudades), tenía que ser obligatoriamente un cártel.
Además, así se explicaban los disparatados ingresos estimados por la venta final de
cocaína en Estados Unidos, que se miden de acuerdo con algún tipo de ingeniería
financiera milagrosa porque todos los ingresos del sistema en Norteamérica aca-
baban íntegros y sin ningún menoscabo, en los bolsillos de los miembros de aquel
cartel/cártel. A los figurantes del cartel les complació mucho que dejaran de ser un
cartel de “busca y captura” para convertirse en un cártel poderoso de acaudalados
multimillonarios, asumieron el concepto, gastaron todo lo que pudieron en mos-
trar su opulencia. Y compartieron con la DEA y la opinión pública internacional,
una identidad en la que todos se sentían cómodos.
346
Situaciones, hechos y preguntas clave
La historia del supuesto cártel de Medellín ha sido contada desde una perspectiva
muy directa y cotidiana por el experto criminólogo holandés Gerald Martin, sin duda
el más reconocido experto internacional en narcotráfico y violencia en Latinoamé-
rica. En un voluminoso, fundamentado y detallado texto explica cómo se llegó, en un
momento determinado, pero justo solo en este momento, a imaginar la existencia de
un posible cártel de Medellín y los factores políticos (un Estado fallido), históricos (el
contrabando de tabaco), sociales (la desigualdad agraria y la inmigración a la ciudad),
culturales (el derecho a la impunidad y la normalidad de la violencia, en particular, la
de carácter machista), el crecimiento urbano sin ninguna planificación y, por supuesto,
económicos (una ciudad de emprendedores enamorados del ideal neoliberal), los
que conforman una constelación de hechos que permiten imaginar la existencia de
un cártel cuando, de hecho, la realidad la representaban como un mosaico de bandas
en una guerra de todos contra todos (Martin, 2014).
Pero conviene añadir algo más, en aquella época, en España, se realizaron
diversos trabajos empíricos en torno a la “percepción social de las drogas”, en el
momento de mayor expansión de la heroína. Todos ellos llegaron a conclusiones
similares: la presencia de heroína y heroinómanos en las calles “no caía del cielo”
(como expresó en una gran campaña una organización política con una cierta
presencia en el parlamento nacional), sino que respondía a la capacidad y buen
oficio del crimen organizado y a una conspiración inimaginable donde aparecían
muy diversos y famosos cómplices, variadas y antagónicas corrupciones políticas y
administrativas, así como una ingente cantidad de dinero manejado. En un trabajo
empírico entre las familias de heroinómanos en tratamiento, apareció la mención
al cártel de Medellín, que era quien “tenía la culpa”, aunque claro, “por encima de
ellos estaban los verdaderos responsables que debían ser gente con más poder
y dinero” (Comas, 1988). El hecho de que el mencionado cártel se dedicaba solo
a la cocaína y para nada a la heroína, era en todo caso una cuestión irrelevante.
347
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
organización y una acción orientada a valores hacia una organización y acción orientada
a objetivos. No cuadra en este modelo, y en el caso del supuesto crimen organizado, el
cambio de las formas de autoridad desde lo carismático a lo racional-legal que, según
Weber, es consustancial a esta transformación. Pero Cressey obvió este hecho, de la mis-
ma manera que obvió las descripciones naturales sobre los grupos y redes criminales,
quedándose en una visión idealizada y subjetiva (autodescrita) de lo que ocurría.
A partir del éxito de este texto, Cressey escribió un nuevo informe más político que
responde a una demanda de la propia administración, en concreto de la Fiscalía General,
sobre el riesgo que suponía la existencia del crimen organizado (Cressey, 1969). Un tex-
to impactante que, tras describir de forma muy dramática este riesgo, considera que “el
crimen organizado es la principal amenaza contra el Estado democrático de derecho”.
Lo cual equivale a decir, primero, que si el Estado y la democracia fallan, no es por
culpa de aquellos que lo gestionan, sino de otros, ni más ni menos que de la excelente
organización de los delincuentes; y segundo, que como consecuencia de esta amenaza,
los actores políticos están legitimados para afrontar el riesgo mediante medidas excep-
cionales que, en general, suponen un riesgo para el Estado de derecho.
¿Cómo compaginar la noción del delito de la criminología liberal y el relato subje-
tivo de los delincuentes con la noción weberiana de crimen organizado? Pues fácilmen-
te, ya que el propio Cressey lo solucionó de forma muy retórica preguntando “¿Cómo
es posible que personas con una formación deficiente y que sufren procesos extremos
de desviación lleguen a ser tan buenos organizadores y gestores?”, con una respuesta
sorprendente, “por su carácter y su inteligencia” (Cressey, 1971). Se trata de la misma
explicación que, por cierto, facilita Mario Puzzo en su novela El padrino, un libro y unas
películas sorprendentemente parecidos al propio libro de Cressey, en particular en lo que
se refiere a la exquisita inteligencia de sus protagonistas.
Pero no solo se escribieron novelas que se supone que reflejan la realidad. El políti-
co suizo Jean Ziegler (1998) público, en la cúspide de su fama internacional, un informe
titulado Los señores del crimen, que, traducido a todos los idiomas, se convirtió en un
gran éxito editorial y en el que nos dejó la supuesta “descripción definitiva” de lo que
son las “mafias rusas” y que, en la actualidad, vía películas, series y novelas, forma parte
del imaginario social mundial.
Por su parte, el periodista español Luis Gómez (2005) nos ha ofrecido la descrip-
ción del narcotráfico en España a través del libro-reportaje España Connection, donde
acumula anécdotas para justificar el subtítulo de este libro, La imparable expansión del
crimen organizado en España, donde el narcotráfico ocupa un lugar central. Lo cual le
permite aludir a las “conspiraciones imaginarias” para poder olvidar la incómoda “rea-
lidad cotidiana de la incompetencia, la tolerancia de lo cercano y la micro-corrupción”.
En todo caso, se trata de un concepto que no solo se ha infiltrado en el imaginario
colectivo, sino incluso en los convenios internacionales. Véase cómo define el Conve-
nio de Palermo la noción de crimen organizado:
348
Situaciones, hechos y preguntas clave
Las actividades colectivas de tres o más personas, unidas por vínculos jerár-
quicos o de relación personal, que permitan a sus dirigentes obtener beneficios o
controlar territorios o mercados, nacionales o extranjeros, mediante la violencia, la
intimidación o la corrupción, tanto al servicio de la actividad delictiva como con
fines de infiltrarse en la economía legítima, en particular por medio de: (a) el tráfico
ilícito de estupefacientes o sustancias sicotrópicas y el blanqueo de dinero, tal como
se definen en la Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Es-
tupefacientes y Sustancias Sicotrópicas de 1988; (b) la trata de personas, tal como
se define en el Convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación
de la prostitución ajena de 1949; (c) la falsificación de dinero, tal como se define en
el Convenio internacional para la represión de la falsificación de moneda de 1929;
(d) El tráfico ilícito o el robo de objetos culturales, tal como se definen en la Con-
vención sobre medidas que deben adoptarse para prohibir e impedir la importación,
la exportación y la transferencia de propiedad ilícita de bienes culturales de 1970
y la Convención sobre bienes culturales robados o ilegalmente exportados de 1995
del Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura; (e) el robo de material nuclear,
su uso indebido o la amenaza de uso indebido en perjuicio de la población, tal como
se define en la Convención sobre la protección física de los materiales nucleares de
1980; (f) los actos terroristas; (g) el tráfico ilícito o el robo de armas y materiales o
dispositivos explosivos; (h) el tráfico ilícito o el robo de vehículos automotores; e
(i) la corrupción de funcionarios públicos.
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
al gusto del consumidor. La exitosa literatura de Don Winslow sobre México es un claro
ejemplo de esta realidad, la cual, aunque el propio Winslow siempre la ha calificado de
novelas de ficción, suele ser citada como descripción empírica de la realidad por polí-
ticos, tanto españoles como de otros países, e incluso en debates en el ámbito crimino-
lógico, donde se la ha descrito como una “excelente evaluación o descripción sobre las
políticas mejicanas contra la droga”.
Además, se trata de una práctica que facilita explicaciones sencillas y totales, que,
a la vez, funcionan como argumentos exculpatorios para los propios usuarios de sus-
tancias psicoactivas, para sus entornos familiares y sociales, pero también para los ciu-
dadanos que quieren una explicación inteligible y para aquellos, que son muchos, que
AUTOR: no
sufren disonancias cognitivas entre su condición de “luchadores contra las drogas” y su
aparece en la
condición de grandes usuarios pero muy arrepentidos, porque se arrepienten muchas ve-
bibliografía
ces (Comas, 2018). Como ya se ha explicado, sin este esquema cognitivo no es posible
con este año. entender lo que pasó con la epidemia de heroína en España.
Pero además estamos sometidos a la presión de series televisivas, películas, literatu-
ra y reportajes periodísticos que no dejan de actualizar de una manera continua, brillante
y cada vez más radical la noción weberiana de narcotráfico, hasta el punto de que el
relato sobre el narcotráfico nos acosa con tanta insistencia que se ha convertido en un
rasgo cultural que define nuestra época. Aunque de forma paradójica, ese proceso de
idealización subjetiva del imaginario social cada día se corresponde menos con la rea-
lidad del narcotráfico. A lo largo del manual aparecen varios ejemplos, desde el caso de
los opiáceos sintéticos hasta el caso del dopaje deportivo, que resaltan la realidad frente
al mito. Pero ¿son suficientes?
Para entender lo que está ocurriendo, lo más sensato es partir de una perspectiva na-
turalista y científica del narcotráfico. El narcotráfico, como su propio nombre indica,
se refiere a la producción, elaboración, transporte, distribución y venta de narcóticos
u otras sustancias asimilables que figuren como tales en los convenios internacionales.
Entonces, ¿qué es un narcotraficante?
Pues todo el mundo imagina a un traficante internacional que gana fortunas con
su actividad, es decir, una actividad globalizada que incluso Manuel Castells (1998),
en su imponente trilogía sobre La era de la información, y más concretamente, en el
volumen tres sobre Fin de milenio, llega a afirmar que “el narcotráfico ha sido el mo-
delo de la globalización”.
Pero lo cierto es que en este momento existe muy poca literatura científica sobre
esta cuestión, aunque podemos citar algunos textos, el primero, un manual criminoló-
gico de referencia internacional que además se basa en estudios empíricos en forma de
350
Situaciones, hechos y preguntas clave
“microanálisis social” (Huff, 1996), y que muestra cómo “la delincuencia organizada y
el narcotráfico” se sustentan sobre una estructura de pequeñas e inestables bandas, muy
diferentes entre sí (lo cual les protege de la acción policial) y que nunca forman parte
de una estructura organizada salvo colaboraciones esporádicas, que no son frecuentes
porque “salir del propio espacio” les convierte en más vulnerables a la acción policial.
Es decir, el modelo de El padrino, del cártel de Medellín o de la organización del
narcotráfico gallego no existe o si existe es solo “durante un corto espacio de tiempo”
porque una estructura muy organizada es muy vulnerable. El caso del narcotráfico galle-
go es ejemplar, durante años, una serie de pequeñas bandas realizaban contrabando de
tabaco, con un cierto apoyo social y la permisividad institucional, con el contrabando
AUTOR: ganaron mucho dinero, pero cuando se pasaron al tráfico organizado de hachís primero
no aparece y al de cocaína después, duraron muy poco tiempo, fueron encarcelados y después han
en la bi- perdido todo el dinero (Carretero, 2014). Aunque la opinión publica sólo tiene ojos para
bliografía. lo que se supone que “obtuvieron con unas pocas partidas de cocaína”.
¿Quiénes forman estas bandas? Pues según el propio Ronald Huff, se trata de pe-
queños grupos de varones que se conocen como y desde la delincuencia juvenil donde
adquieren microconfianzas, con identidades étnicas reales o inventadas, producto de cri-
sis urbanas como la desindustrialización, con un estilo de vida que hemos identificado
como “delincuencia acumulada”, que ganan dinero y lo despilfarran al mismo ritmo, con
normas de “masculinidad y machismo extremo”, lo que explica la aparición de algunas,
aunque pocas, bandas, de “solo chicas”. Las bandas van siendo desplazadas y desapa-
recen a un ritmo muy rápido, en un proceso de violencia interna y externa, así como de
condenas penales (Huff, 1996).
En segundo lugar, ¿cómo ganan el dinero? Pues como ha descrito Moisés Naím
(2006) en Ilícito, con la “realización de pequeñas actividades” que reportan importan-
tes, pero no astronómicos, beneficios, por ejemplo, un camionero internacional con un
sueldo bruto anual de 35.000 euros puede obtener otros 50.000, libres de impuestos,
realizando actividades ilícitas de contrabando de forma continua. Si se trata de drogas
ilegales, quizás lo mismo, pero de forma más discontinua. Además, los casos que cuenta
Naím lo hicieron porque tenían una deuda, se querían comprar una casa o su propio
camión. Aparte del camionero, la actividad ilícita requiere a otros muchos, camioneros
y no camioneros, lo que implica que los supuestos beneficios astronómicos en realidad
están muy repartidos.
Los ingresos de las pequeñas bandas son similares, aunque con un golpe de suerte
pueden ser en un momento determinado superiores, pero con dos diferencias, represen-
tan siempre unos “ingresos cooperativos también libres de impuestos y por este motivo
superiores, por un momento, a si desempeñaran un trabajo” y los miembros de la banda
los exhiben como consumo ostentoso, necesario desde su propia subcultura porque “ne-
cesitan producir envidia para sentirse superiores y legitimados frente a otros miembros
de su generación”, por lo que se supone que les duran muy poco.
351
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
352
Situaciones, hechos y preguntas clave
céntimos de euro el rollo y cuyo PVP suele ser de 25 céntimos el rollo. Imaginemos, de
nuevo, que esta organización logística se supone que vende a los clubes los rollos a tres
euros la unidad, lo cual es perfectamente legal si esto es el precio que están dispuestos
a pagar los compradores.
Un club o un piso de tamaño estándar suele contar con una media de quince mujeres
que son prostituidas, cada una de las ellas necesita cinco rollos semanales (es una esti-
mación mínima porque el papel higiénico se usa mucho en los clubes), como consecuen-
cia, los gastos previsibles anuales de papel higiénico estarán en torno a los 4.000 rollos,
que costarán en torno a los 12.000 euros al año. Pensando que esta supuesta empresa de
logística (no se insinúa que nadie lo esté haciendo) distribuye papel higiénico en España
a un millar de pisos y clubes, el resultado final supone un benéfico neto de diez millo-
nes de euros al año y además, en dinero perfectamente blanqueado. Y esto solo con el
papel higiénico, porque la logística también incluirá bebidas alcohólicas, que moverán
sin duda mucho más dinero, servir de intermediarios para adquirir cocaína para fiestas
blancas, pero también toallas, sabanas, quizás material de hostelería y otros productos
de difícil clasificación.
Pero se ha elegido el ejemplo del papel higiénico porque no solo refleja una rea-
lidad natural y real, sino que aporta un adecuado contrapeso simbólico al imaginario
glamuroso de la prostitución. Además, con el ejemplo del papel higiénico se propone un
reto para cualquier guionista en busca del “imprescindible glamur” que exige cualquier
historia en torno al crimen organizado.
Además, podemos imaginar que estos beneficios perfectamente blanqueados de esta
empresa de logística se invierten en otros negocios legales, de cualquier otra naturaleza,
y tendremos la fotografía completa de una actividad propia del crimen organizado vin-
culada en este caso a la totalidad del ámbito de la prostitución en España.
¿Ocurre lo mismo en el actual narcotráfico? Es una fotografía muy parecida en su
aspecto estructural y de gestión, pero con algunas complejidades, la primera, no es
fácil disponer de una empresa de logística que canalice y blanquee los beneficios del
control estructural de una forma tan sencilla como eficaz. La segunda, que los benefi-
cios del narcotráfico son mucho más inmediatos y golosos que los de la prostitución,
lo que provoca contantes conflictos por el control de las organizaciones criminales,
especialmente en el proceso mayorista de transporte y distribución. La tercera, que la
distribución minorista está mucho más fragmentada, es decir hay más distribuidores
finales que en el caso de los locales de prostitución.
Como consecuencia, el narcotráfico solo controla determinados nodos en el proce-
so de distribución, distintos nodos según la sustancia y según el país involucrado. Lo
cual incrementa aún más la fragmentación del proceso ¿Quién es entonces el verdadero
y poderoso “padrino”? ¿El mayor narcotraficante? Pues precisamente no, porque los
capos del narcotráfico van siendo, cada vez más, aquellos que tienen capacidad para
controlar al resto de narcotraficantes mediante la amenaza y la práctica de la violencia.
353
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
La delincuencia clásica relacionada con las drogas (relacional, funcional, contra la legis-
lación en materia de drogas e inducida), así como la categoría de delincuencia acumula-
da que se ha incluido en este manual, han representado y representan unos estereotipos
jurídicos tradicionales que la realidad actual está modificando, pensemos, por ejemplo,
en los delitos cometidos contra la seguridad de las personas por el manejo inadecuado
de dispositivos, vehículos, máquinas, aparatos o programas bajo el efecto de sustancias
psicoactivas. En algunos casos, estos delitos ya están tipificados e incluso hemos pre-
sentado en el capítulo 3 algo que casi todo el mundo conoce, los delitos relacionados con
la conducción de vehículos a motor y el uso de sustancias psicoactivas.
Fuera del código penal aparecen recogidas otras sanciones que se aplican a deter-
minadas profesiones, como pilotos de avión, conductores de vehículos de transporte
público o de maquinaria pesada, si añadimos a esto el Estatuto de los Trabajadores y di-
versos reglamentos de Seguridad e Higiene en el Trabajo, aparece un amplio conjunto de
prohibiciones o sanciones. Además, de forma general, parte de esos usos podían servir
en el pasado para obtener una reducción de la sanción, pero en la actualidad se utilizan
para imponer sanciones más severas.
Pero esta situación arrastra varios problemas, el primero, que no hay una legislación
(ni conceptos) que unifique y controle todas estas conductas. El segundo, que las sustan-
cias aludidas lo son de manera muy genérica y en ocasiones con terminologías diferen-
tes sin que se disponga de una manera clara para determinar tales efectos. Es decir, por
ejemplo, nadie parece saber si una determinada sustancia produce mayor o menor som-
nolencia, y en ningún sitio aparece dónde buscar y encontrar esta consideración pericial
general, y en tercer lugar, cada vez son más las situaciones cotidianas en las que una
persona afectada por el uso de sustancias psicoactivas puede provocar daños a terceros,
de tal manera que del tradicional conductor de autobús debemos comenzar a pensar en
figuras como el/la programador/a informática que puede filtrar los datos personales de
las cuentas de una organización bancaria.
Algo parecido ocurre con los delitos económicos relacionados con las sustancias
psicoactivas, que hasta ahora se condensaban en el delito de blanqueo de capitales, pero
que se están abriendo a una tipología bastante más amplia, desde alquilar un terreno
para cultivar ilegalmente una sustancia, hasta facilitar procedimientos para preservar
354
Situaciones, hechos y preguntas clave
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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Los factores de vulnerabilidad son muy diversos, por ejemplo, en varios trabajos
empíricos recientes (Jiménez, 2012; Hueso, 2015; Cantos, 2016) se describen una gran
parte de estos, aunque seguramente no todos, y se construyen diversas hipótesis para
intentar clasificarlos y relacionarlos. Hacerlo no es una tarea de este manual, pero sí
explicar cuándo se determina un factor de vulnerabilidad social. ¿Qué significa esto?
¿Cuál es el factor de vulnerabilidad social más relevante? Parece que siempre requiere
de la presencia de otro factor (y normalmente más de uno) para convertir la vulnerabi-
lidad en exclusión.
¿Cuál es entonces el orden causal? En apariencia no serían las sustancias psicoac-
tivas, aunque su presencia a la vez resulta imprescindible para que el proceso de des-
viación personal avance a mayor velocidad. Y en este caso, la velocidad explica la
intensidad final de la exclusión. Es como si las sustancias psicoactivas carecieran de
efectos sociales por sí mismas, pero son un potente e imprescindible catalizador de casi
todos los procesos de exclusión social.
De alguna manera, la visión teórica más conocida en la actualidad, aunque un tanto
esquemática, para relacionar vulnerabilidad y riesgo, se la debemos a Loïc Wacquant,
El cual, cuando realizaba sus estudios de doctorado en Chicago, otra vez Chicago, reci-
bió un fuerte impacto mientras trabajaba temas de drogas en los guetos afroamericanos
de esta ciudad a los que describió como “un lugar de desolación inimaginable, similar
a Beirut o Dresde después de la guerra”, el “estado de shock” que le produjo aquella
experiencia, que, en un primer momento, atribuyó al “racismo norteamericano”, ha mar-
cado sus principales hipótesis (Wacquant, 2007a). La descripción de aquella realidad
y el papel de las sustancias psicoactivas como un instrumento de “control penal de las
poblaciones pobres”, sin necesidad de recurrir, como ya se ha dicho, a la fantasía de que
“las drogas las distribuía el Estado”, apareció a principios de los años 90 y, en parte, co-
nectado con las ideas del naturalismo de Matza, aunque a la vez vinculado a una teoría
estructural sustentada en “las políticas económicas” (Wacquant, 1994).
A lo largo de su extensa y relevante obra, Loïc Wacquant ha tratado de expresar que
la hegemonía de estas políticas económicas ha permitido justificar la idea de que “la des-
igualdad social es más eficiente que la igualdad” y que, por tanto, “a mayor desigualdad AUTOR:
más bienestar para todos”. De ahí su interés en demostrar que esto no es cierto en térmi- no aparece
nos empíricos y por ello, es una creencia ideológica que se vincula con otras cuestiones, en la bi-
en particular, poder y bienestar personal (Wacquant, 2006). bliografía
Sus principales tesis en relación a las políticas penales y sus consecuencias so- con este
bre determinadas poblaciones aparecen en Castigar a los pobres, un libro que parte año.
(primera tesis) de la comparativa entre el incremento de población penitenciaria en el
mundo, aunque se confunde (quizás por desconocimiento) con las cifras españolas,
y la evolución del delito y las políticas de tolerancia cero, que interpreta como un
“mecanismo de control social” que trata de gobernar el malestar que ocasionan las
políticas económicas que incrementan la desigualdad (Wacquant, 2004). A partir de
358
Situaciones, hechos y preguntas clave
ahí constata, sin demasiada dificultad, como segunda tesis, un nuevo fenómeno que es
propio del campo de las políticas públicas y que señala la creciente separación entre
las políticas sociales y las políticas de seguridad y contra el delito, cuyo creciente anta-
gonismo es evidente en todo el mundo, a pesar de que las evaluaciones de las políticas
públicas siempre han demostrado que la coordinación entre ambas políticas es la estra-
tegia más eficiente.
¿Por qué ocurre esto? Para Wacquant, y esta es su tercera tesis, se trata de una es-
trategia preventiva asociada a las políticas económicas neoliberales, que, en el marco de
la creciente competitividad internacional, van a propiciar un aumento de las desigual-
dades, y una disminución de los recursos sociales, lo cual está provocando un creciente
malestar que solo se podrá combatir por políticas e intervenciones represivas de control
social. A este proceso le denomina “la gestión penal de la pobreza” y en él, las sustancias
psicoactivas ocupan un lugar estratégico. Esta “gestión penal” no es otra cosa que “el
modelo de la seguridad ciudadana” que hemos descrito en el capítulo 5.
Para enmascarar el modelo de la seguridad ciudadana, dice Wacquant, se está crean-
do un “laberinto institucional y burocrático relacionado con la seguridad”, al tiempo
que se reivindica “menos Estado”, a la vez que, y por los mismos agentes ,“más Estado
penal”, lo que sin mantener las actuales “políticas de drogas”, no parece posible.
En uno de sus últimos textos, una reedición ampliada de Las cárceles de la miseria,
aplica a América Latina el desarrollo de las políticas de “tolerancia cero”, en países en
los que dichas políticas coinciden de forma paradójica y surrealista con amplios territo-
rios de impunidad, en los cuales los “negocios con las sustancias psicoactivas” reciben
un trato de favor, pero en los que “utilizar, aunque sea en una ocasión una de ellas”
(aunque dependiendo de quién seas) es motivo de una desproporcionada sanción penal.
¿Para todos? No, en absoluto, muestra Wacquant, solo a algunos “por lo que son”, mien-
tras otros “por hacer lo mismo” reciben felicitaciones (Wacquant, 2009).
En la práctica, todo esto ocurre porque se ha impuesto la idea de que “la desigual-
dad” es buena para el crecimiento y el desarrollo económico, ya que “a más desigualdad
más beneficios”, una creencia muy extendida en los ámbitos económicos y gran parte
de los políticos, aunque, obviamente, nadie la explicita. ¿De dónde surge esta idea? Se
trata de una mera creencia cultural, porque los estudios empíricos realizados por econo-
mistas demuestran lo contrario. Aunque es efectivamente beneficiosa para una minoría
(Wacquant, 2007b).
¿Cómo se ha producido este creciente empoderamiento del Estado penal? Básica-
mente con el adelgazamiento del estado de bienestar ¿Por qué son tan importantes las
sustancias psicoactivas en este proceso? Porque se trata de criminalizar de forma dura
e insistente a sectores lo más amplios posibles de la sociedad ¿Hay alguna manera de
frenarlo? Sí, a través de las políticas de control social, que hemos llamado “políticas
de derechos sociales” (en realidad, el término es de Wacquant), como las que propone
la criminología.
359
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
En este apartado final vamos a establecer una síntesis operativa del camino emprendido
que nos ha llevado a considerar, primero, la criminología como disciplina científica, des-
pués, las sustancias psicoactivas como un conjunto muy variado de productos químicos
que incluye alcohol, tabaco, otras drogas ilegales, psicofármacos y productos dopantes
en una única categoría, más adelante hemos explicado cómo las personas que los utili-
zan presentan una gran variedad de etiologías y patrones y patologías sociales e indivi-
duales, y, finalmente, en los últimos capítulos, cómo esta confluencia ya es una realidad,
aunque las políticas, las leyes, la acciones de muchos profesionales e investigadores e
incluso el imaginario social tratan de ignorarlo.
Primero, todas las sustancias psicoactivas deben estar sometidas a un sistema de
regulación común integral y coherente, que las diferencie solo según el grado de riesgo
real que supone cada una de ellas. La regulación debe incluir aspectos administrativos,
fiscales y mercantiles, previendo sanciones administrativas y penales para prevenir y
combatir las infracciones. El actual sistema penal de las drogas ilegales debe comenzar
un periodo de transición para avanzar hacia esta nueva política reguladora. El edificio
legal y sancionador estará concluido el día en el que, por ejemplo, todos los opiáceos
respondan al único criterio de ser opiáceos, así como a las normas de fabricación y
dispensación propias y previstas para cada uno de ellos. La pertenecía a la categoría
opiáceos debería ser la base legislativa común, y en ella se incluirán las funcionalida-
des propias de cada uno de ellos. Distribuir oxicodona, provocando de forma directa
más de 70.000 muertes anuales, debe ser penado de la misma manera que distribuir he-
roína y provocar un número similar de fallecimientos. La criminología debe continuar
360
Situaciones, hechos y preguntas clave
impulsando el principio fundacional de Cessare Becaria: “lo que haces, no quién eres o
de dónde eres”.
Segundo, gran parte de las sustancias psicoactivas sabemos que producen problemas
sociales y de salud a las personas y a las comunidades, estos problemas pueden tener un
origen en factores situacionales del contexto, en su interacción con una gran diversidad
de personas que reaccionan de forma diferente y, por supuesto, en las consecuencias
iatrogénicas que producen las interacciones con la intervención. Los trastornos provoca-
dos en el espectro de las sustancias psicoactivas son muy diversos, ya que en ocasiones
remiten de forma espontánea y en otras presentan complejidades inesperadas, depen-
diendo de la sustancia, la persona, el contexto cultural y social, la acción institucional, el
relato personal y el de la sociedad, la información diseminada y, en general, todo aquello
que forma parte del sistema de la criminología científica.
Tercero, las prácticas asistenciales y cualquier intervención deben tener en cuenta
esta diversidad y actuar en consecuencia, se debe disponer de variados modelos funciona-
les de actuación, resultado de la evaluación empírica y determinación de buenas prácticas
a partir de casos y situaciones, siendo imprescindible evitar la actuación, en particular ac-
tuaciones duras sin un adecuado diagnostico individual, social, evolutivo y cultural. Este
tipo de actuación ante la diversidad deberá sustentarse en un adecuado marco jurídico y
político que lo favorezca, evitando fraudes sustentados en creencias mágicas, en especial
si la finalidad es obtener beneficios económicos o formas de acceso al poder. Causar por
ello daños sobre las personas debe ser especialmente sancionado.
En cuarto lugar, la diversidad requiere un imprescindible enfoque transdisciplinar
amplio y horizontal, en el que la psicología debe ocupar un lugar muy relevante. Pero
el insight psicológico, aun siendo el más capacitado para afrontar la diversidad de los
trastornos del espectro de las sustancias psicoactivas, por sí solo no es suficiente. A lo
largo de todo el texto, la idea de qué es y cómo se debe actuar desde una perspectiva
transdisciplinar, que incluye además y como modelo una perspectiva de género, permite
orientarse en esta línea.
Finalmente, y en quinto lugar, esta debe ser la tarea histórica de la criminología, en
una gran medida porque, debido a circunstancias azarosas, el compromiso de la disci-
plina con las políticas de drogas ilegales ha sido escaso y su contaminación ideológica
es menor. De esta manera, una carencia se convierte de forma paradójica en una ventaja
que se puede y se debe, por razones éticas, utilizar. Además, la criminología ofrece otras
ventajas, desde una opción sistémica y doctrinal transdisciplinar, su carácter holístico,
su conflicto con gran parte de la información mediática y, por tanto, su capacidad para
ordenar el aparente desorden, agrupando lo desigual, lo heterogéneo, lo diverso, en una
categoría única y gestionar a partir de acciones singulares y concretas muy diferentes lo
que en términos de parsimonia es a la vez una sola cosa. Una cosa que, desde luego, no
son las drogas ilegales definidas como tales por el sistema internacional de fiscalización.
361
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Primera propuesta
Segunda propuesta
Tercera propuesta
En el año 2018 se ha producido el ridículo secuestro judicial del libro Fariña, del
periodista Nacho Carretero, al poco tiempo se estrenaba la serie de televisión ba-
sada en el libro. Merece la pena leer el libro porque es una excelente presentación
del funcionamiento social, político y económico, en Galicia, del “contrabando de
tabaco primero y del tráfico de cannabis y cocaína después”. También, de las difi-
cultades que soportaron las personas que se opusieron a este. Como criminólogo/a
es útil leer el libro y ver la serie, pero de lo que se trata en esta propuesta es de
contestar a la pregunta: ¿qué diferencias ves entre el libro y la serie? Son varias,
algunas muy importantes, y si has estudiado bien este manual, serás capaz de per-
cibirlas y explicarlas.
362
12
Consideraciones finales:
una habitación propia
En casi todas las disciplinas, de una forma creciente comienzan a distinguirse cuatro ma-
neras de diseminar el conocimiento (Burawoy, 2004). La manera pública, que se refiere a
difundir, en lo que se ha llamado de forma tradicional ensayo, al conjunto del público no
especializado los contenidos y los nuevos avances de una disciplina. En ciertas disciplinas,
por ejemplo, el ámbito biomédico, esta tarea se ha encargado a figuras especializadas, que
incluso reciben una formación específica para hacerlo y que asumen el rol de periodismo
científico, en cambio en otras disciplinas, como la neurología, la cosmología, el derecho
o la economía, son las figuras más relevantes del propio campo de conocimiento las que
realizan esta tarea. En las ciencias sociales, incluida la ciencia política y en gran parte de la
psicología, hay autores especializados en la difusión pública, algunos utilizan variadas es-
trategias, pero la mayoría consideran que al menos alguna vez deben contribuir a esta tarea.
La manera profesional se limita a presentar los resultados de los programas de in-
vestigación, ofreciendo resultados empíricos, confirmando hipótesis, redefiniendo teo-
rías y conceptos, y proporcionando avances a las respectivas disciplinas. En todas ellas
existe la figura del autor o investigador principal que además ocupa un lugar relevante,
pero se supone que el resultado final es consecuencia de un proceso de acumulación, y,
por tanto, la tarea esencial es contribuir al desarrollo científico y para esto no es necesa-
rio un conocimiento público, aunque los profesionales de la intervención deben estar al
tanto de las novedades.
La manera crítica es menos frecuente, salvo en el ámbito de las ciencias sociales y
la psicología (hasta ahora), porque se trata de diseminar dudas, abrir debates, que permi-
tan poner en duda los conocimientos adquiridos y abrir (la ciencia debe ser un proceso
abierto) y transformar lo que se sabe, de manera especial, los paradigmas hegemónicos
en cada momento.
363
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
364
Consideraciones finales: una habitación propia
365
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
Del apartado anterior se deduce que hay dos maneras de formarse para adquirir destre-
zas profesionales, la primera consiste en que te cuenten lo que tienes que hacer y hacer-
lo sin más, la segunda, entender por qué hay que hacerlo tratando además de mejorarlo
de forma permanente. La primera es la actitud propia de la pereza intelectual y de vivir
como un ritual aprendido y carente de contenido. La segunda es propia de seres huma-
nos que no abandonan la senda de la curiosidad y que además adoptan la perspectiva
solidaria de mejorar la vida de los demás, es decir, la visión del pragmatismo moral.
La primera vía es fácil, aunque en términos humanos, muy insatisfactoria, la se-
gunda, más complicada, pero cuenta con una ayuda excepcional, la de aquellos otros/
as que son igual de curiosos e igual de solidarios. Cuando hablamos de conocimiento e
366
Consideraciones finales: una habitación propia
El aprendizaje completo de los hechos y las conductas que se describen en este manual
no puede ser completo hasta que los observemos y los percibamos, en su realidad coti-
diana o, expresado en términos más propios de la criminología, en su realidad natural,
según la afronta David Matza.
Las palabras nos ayudan a entender los conceptos, pero estos conceptos no son ple-
namente comprendidos hasta que los encajamos en la realidad de nuestra experiencia
cotidiana. En la vida de cada uno es fácil vivir cualquiera de las experiencias concretas
367
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
que se narran en el libro, es fácil que un grupo de amigos utilice sustancias psicoactivas
con motivo de una fiesta o una celebración, es mucho más fácil que “salgan de copas”,
aunque en la actualidad es menos fácil que después conduzcan, también es frecuente
hacerlo con la idea de que “lo que he bebido no me va a dar positivo”. Asimismo, resulta
frecuente tener información sobre el uso de sustancias psicoactivas (en particular, fár-
macos) en la red familiar (o entre algunos amigos personales), también es fácil acceder a
“historias” laborales y de otro tipo en las que las drogas aparezcan, es fácil tener amigos/
as aficionados/as al deporte que “no se dopan” pero que “conocen un producto que le
traen de no sé dónde y que es buenísimo”.
También es fácil acceder, y más para un criminólogo que seguramente les va a prestar
de forma automática una mayor atención, la noticias que proporcionan los medios de co-
municación sobre narcotráfico, sobre delitos asociados al uso de sustancias psicoactivas,
sobre historias personales muy emotivas o morbosas y, de vez en cuando, sobre “nuevas
drogas” que bien son la fuente de un terrible peligro o bien de un gozo inimaginable. A
esto hay que añadirle los contenidos de las revistas divulgativas de “ciencia, tecnología,
salud, historia, naturaleza, preguntas y respuestas, curiosidades, y ¡mucho más!”, como
se anuncia una de ellas que incluye el tema drogas con relativa frecuencia.
Después, aunque ya no para todo el mundo, está la experiencia mucho más comple-
ja o matizada que podemos obtener y observar en las prisiones, en los centros y progra-
mas terapéuticos, asistenciales y sociales de muy diversa índole, en la labor policial, en
las ONG y en otros grupos solidarios, en el sistema judicial, en los que se pueden per-
cibir diversos impactos de las sustancias psicoactivas. Una percepción diferente según
quien observa sea un profesional especializado o uno generalista, o bien un familiar o
amigo, o bien el propio afectado.
Todas estas experiencias por sí mismas aparecen mediadas por las descripciones
empíricas y las teorías, y todo lo que “hemos leído y de lo que hemos recibido informa-
ción”, un hecho que nos impide “ver las cosas como son”. Es decir, miramos, pero no
vemos la realidad, sino que la interpretamos de acuerdo con lo que pensamos, imagina-
mos o suponemos.
Es cierto que el punto óptimo de comprensión científica sobre los hechos socia-
les es el resultado de un adecuado equilibrio explícito y consciente, entre la narración
científica y la observación cotidiana y personal, pero ¿cómo se determina este punto de
equilibrio? No es fácil, porque está formado por una combinación, en ocasiones casual,
de conocimiento abstracto y de capacidad para ver, mirar y observar.
¿Cómo alcanzar un punto de equilibro? Pues, por una parte, manteniendo un buen
nivel de conocimiento abstracto que se obtiene estudiando, no dejando nunca de leer y
estudiar, tampoco de participar en discusiones y debates, de mantener una actitud crítica,
leyendo textos que nos ofrezcan alternativas diferentes, siempre que estén abiertas al de-
bate e incluyan “teorías falsables”. No es difícil hacer esto, es simplemente una cuestión
de “querer hacerlo”.
368
Consideraciones finales: una habitación propia
Más complicado resulta en cambio visualizar con claridad los hechos de la vida co-
tidiana, es decir, lo que se supone que podemos ver y observar para después interpretar
de tal forma que nos proporcione conocimientos. En su conocido estudio empírico sobre
La vida en el laboratorio (Latour y Woolgar, 1979), los autores cuentan cómo en los
laboratorios científicos, “descubrir algo” es mucho más fácil que “darse cuenta de que lo
has descubierto”. ¿Cómo es esto posible? Pues porque solo vemos lo que queremos ver,
aquello que nuestros sentidos (y nuestra capacidad de raciocinio) vinculan a nuestras
expectativas, es decir, volvemos a repetirlo, “vemos solo aquello que deseamos ver”.
Podemos pensar en una situación en la que asistimos a una formación sobre “ado-
lescentes e inhalantes” impartida por profesores de países latinoamericanos donde este
fenómeno es muy corriente. En España no lo es, pero se dan algunos casos. La forma-
ción recibida nos llevará a visualizar la existencia de estos casos aislados, pero también
a percibirlos como una realidad más extendida sobre la que incluso se realizarán repor-
tajes y se publicara algún artículo científico, mezcla de autoengaño, corregido por la
presión de la emoción del descubrimiento, una cierta dosis de oportunismo y un toque
de disonancia cognitiva. Llegaremos incluso a pensar que cualquier grupo de preadoles-
centes realizando trabajos manuales con pegamento, son un posible grupo de usuarios
de inhalantes.
Veamos otra situación más insidiosa. Puede que algún medio de comunicación nos
explique que existen determinados grupos de emigrantes que consumen ciertas drogas
y que como consecuencia son autores de ciertos delitos. Nuestra mirada, aunque apenas
sea xenófoba, nos invitará a “ver y confirmar” que esto es cierto. Con lo cual, la simple
visión de una de estas personas caminando por la calle, nos permitirá pensar “cuidado,
consume X y es peligrosa” y a comentarlo con otros/as.
¿Cómo mirar entonces? Algunas disciplinas “enseñan a mirar sin prejuicios concep-
tuales previos”, así la antropología (no toda) nos enseña a “mirar a los colectivos” y la
psicología (no toda) nos enseña a “mirar al individuo”. En ambos casos, lo primero que
hay que hacer es “tomar conciencia de qué estamos mirando”, es decir, anteponer la in-
formación de la mirada a la interpretación de lo que estamos viendo. En otros términos,
no se trata de confirmar, sino de ver. Una parte de la investigación científica considera
que el trabajo empírico es solo un trabajo de confirmación, lo cual, siendo cierto, es tam-
bién un error, porque antes de confirmar hay que saber mirar, bien lo que dicen los datos
estadísticos o bien lo que nos cuenta una persona. El estilo profesional del que “ya sabe
y no escucha” es demasiado frecuente para no llamar la atención sobre él.
El primer paso para mirar es tomar conciencia de que podemos hacerlo, de que
podemos ver sin aplicar categorías mentales, interpretaciones de nuestra mente, que en
ocasiones son resultado de nuestra formación, pero que si las aplicamos sin mirar, qui-
zás nos equivoquemos. Tomar conciencia de aplicar esta mirada natural es un acto tan
sencillo como difícil de realizar, ya que depende de la voluntad de querer mirar, porque
la voluntad de mirar debe utilizarse para combatir el autoengaño y para reducir así su
369
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas
influencia. Necesitamos entrenarnos para poder hacerlo, y qué mejor momento para este
entrenamiento que cuando estamos estudiando. El impulso para hacerlo se basa en las
ventajas que para nuestra vida cotidiana va a tener aprender a mirar.
La mirada criminológica debe ser una mirada natural, previa a la valoración y el
diagnóstico de personas, hechos, resultados y situaciones concretas, porque solo cuando
hayamos obtenido la información que proporciona la mirada, podremos interpretar.
Tras aprender a mirar debemos a prender a interpretar, lo cual es mucho más fácil, por-
que esto es lo que se enseña en las carreras universitarias. La buena interpretación es
esencial, para entender y ayudar a las personas. El problema de “solo saber mirar” es que
de pronto podemos ver “demasiadas cosas” o, expresado en un lenguaje propio de la an-
tropología, “los acontecimientos se vuelven densos” y, por tanto, resultan ininteligibles.
Algo que debemos evitar en el ámbito la criminología, en el que por razones prácticas
debemos siempre aplicar el principio de la parsimonia.
Pero para interpretar las cosas de una forma sencilla debemos superar solo dos esco-
llos, el primero, el de las explicaciones cerradas, lo que se resuelve con la metodología
transdisciplinar y la capacidad de mirar, el segundo, la excesiva confianza en nuestra
subjetividad. Ocurre que la mirada es imprescindible y necesaria, pero nunca suficien-
te. El exceso de confianza provoca fantasías y disonancias cognitivas. Todo esto suena
difícil, pero para superar ambos escollos es para lo que nos preparamos, para lo que
estudiamos, aun sabiendo que nunca los superaremos del todo.
¿Qué necesitamos para poder interpretar a las personas, los hechos y las situaciones?
Pues primero un buen dominio conceptual y teórico, lo más variado posible; segundo,
suficientes conocimientos metodológicos para producir datos; tercero, tratar de mejorar
día a día la capacidad de mirar; y cuarto, la posibilidad de debatir los hallazgos “con
iguales” con los que podamos compartir dudas y disolver certezas engañosas.
El texto puede interpretarse como una enmienda a la totalidad para el sistema penal,
pero eso no significa que ante determinadas situaciones y conductas propias en el entor-
no de las sustancias psicoactivas, la acción penal deba desaparecer. Es más, como hemos
reflejado en el texto, de hecho debería ampliarse y reforzarse hacia nuevos delitos. La
enmienda a la totalidad tiene que ver con el actual sistema internacional de fiscalización
y su transformación requerirá una intensa etapa de intervención penal. Imaginar que
el cambio va a desplazar la acción judicial, penal y policial hacia un “no lugar” es un
370
Consideraciones finales: una habitación propia
grave error. Todo lo contrario, se requerirán importantes esfuerzos para adaptarse a las
necesidades de las nuevas regulaciones. En realidad, en la actualidad y con las sustan-
cias psicoactivas, vivimos en un mundo de retóricas políticas e ideológicas que debe ser
reemplazado por un mundo de acciones reales y concretas.
El manual ha sido escrito pensando en estudiantes de criminología, pero tiene otras utili-
dades, la primera y la más importante se refiere al uso que pueden darle “los expertos en
sustancias psicoactivas”, que con demasiada frecuencia siguen creyendo que el mundo
da vueltas alrededor de las drogas.
Se supone que este manual ha servido para preparar una asignatura. Lo más normal es
que se trate de comprobar los conocimientos adquiridos por cualquier alumno o alumna,
mediante pruebas objetivas, en forma de examen escrito o bien por otro procedimiento.
Antes de afrontar dicha prueba, alumnas y alumnos podrían tomarse un tiempo, de
forma relajada y en soledad, para reflexionar sobre algunas preguntas en torno al ma-
nual, como: ¿ha cambiado mis percepciones sobre las drogas y en qué? o ¿podrías citar
algunas cosas que te hayan aportado? Por ejemplo, las tres más interesantes. También
puede ocurrir que no te haya aportado nada, quizás porque como es frecuente en el
caso de las sustancias psicoactivas, ya lo sabías todo y algo más o quizás porque tienes
mucha experiencia personal con las drogas. En todo caso sería bueno que desarrollaras
esos argumentos. También puedes contestar a la pregunta: ¿has echado en falta algo?,
en concreto, ¿qué cosa? Si no has echado en falta nada piensa en qué tres cuestiones
necesitarías más formación o información.
También deberías plantearte: ¿este manual va a ser profesionalmente útil en mi futu-
ro? Sea cual sea la respuesta, razónala. Finalmente, si has reflexionado, tal y como se ha
propuesto en el capítulo 3, sobre la frase de Francis Bacon que aparece encabezando el
libro De los delitos y las penas, de Cesare Becaria, una vez concluida la lectura de todo
el texto, podrías volver a reflexionar sobre ella y aplicarla al propio texto.
371
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