Domingo Comas - Drogas y Delitos. CAP 8,9 10 de Examen.

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Drogas y delitos:

aproximación criminológica
a las sustancias psicoactivas
Colección:
Criminología - Manuales
Coordinadores:
Cristina Rechea Alberola
Andrea Giménez-Salinas Framis
Antonio Andrés Pueyo
Drogas y delitos:
aproximación criminológica
a las sustancias psicoactivas

Domingo Comas Arnau


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En ella encontrará el catálogo completo y comentado

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de Editorial Síntesis, S. A.

©  Domingo Comas Arnau

© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
Vallehermoso, 34. 28015 Madrid
Teléfono: 91 593 20 98
www.sintesis.com

ISBN: 978-84-9171-xxx-x
Depósito Legal: M. xx.xxx-2019

Impreso en España - Printed in Spain


Índice

Prólogo .......................................................................................................................................................... 13

 1. Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas ......................... 15


1.1. Declaración previa de intenciones ........................................................................... 15
1.2. La relación con otras disciplinas .............................................................................. 20
1.3. Un marco sistémico compartido en la relación entre las drogas y la
criminología ......................................................................................................................... 29
1.4. La identidad de la criminología en la relación entre drogas y delitos . 33
1.4.1. La práctica de la criminología en su relación con las dro-
gas, 33. 1.4.2. La utilidad de la criminología, 37
1.5. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate .................................. 42
Primera propuesta, 42. Segunda propuesta, 42. Tercera propuesta, 43

 2. Cuestiones conceptuales relacionadas con las drogas ........................................ 45


2.1. De qué hablamos cuando utilizamos el término droga ................................ 45
2.1.1. Describiendo el problema, 45. 2.1.2. ¿Cuáles son entonces las
preguntas pertinentes?, 48. 2.1.3. La respuesta desde el ámbito de
la criminología, 50. 2.1.4. Definiciones: lo aparentemente estricto y
su proyección real, 54
2.2. La construcción de los delitos asociados a las drogas .................................. 57
2.2.1. ¿Cuándo aparecen los delitos vinculados a las drogas?, 57
2.2.2. Tipología de los delitos vinculados a las drogas, 59
2.3. Sobre la necesidad de un ajuste racional y empírico .................................... 62

1
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

2.3.1. La perspectiva legalista, 62. 2.3.2. La buena perspectiva


transdisciplinar de la criminología, 65. 2.3.3. Las reglas del ajuste
transdisciplinar, 67
2.4. La relación entre evidencias científicas y las consideraciones éticas ..... 70
2.5. Concibiendo un nuevo modelo teórico en la perspectiva de los derechos . 72
2.5.1. El enfoque de derechos en el ámbito de drogas, 72. 2.5.2. El
habitual olvido de los derechos de ciudadanía, 75. 2.5.3. ¿Se puede
preservar el derecho a la salud pública al tiempo que se reconocen
otros derechos?, 76
2.6. Propuestas de ejercicios de reflexión y debate ................................................. 77
Primera propuesta, 77. Segunda propuesta, 78. Tercera propuesta, 78

 3. Los convenios internacionales: contenido y consecuencias ............................... 79


3.1. El origen y la función del sistema internacional de fiscalización de
drogas ....................................................................................................................................... 80
3.1.1. El concepto de droga y la fiscalización internacional, 80.
3.1.2. La lógica de la cultura puritana desde una cultura católi-
ca, 82. 3.1.3. El papel del darwinismo social, 84
3.2. El origen de los convenios y el protagonismo de las políticas penales ... 88
3.2.1. ¿Por qué se realizó una conferencia en Shanghái en 1909?, 88.
3.2.2. El contenido de la Conferencia de Shanghái, 90. 3.2.3. ¿Por
qué se eligió el campo del derecho penal para aplicar aquellos
acuerdos?, 92. 3.2.4. La ratificación de la conferencia en la Con-
vención Internacional del Opio de La Haya de 1912, 93. 3.2.5. Los
acuerdos de Versalles, la creación de la Sociedad de las Naciones
y la irrupción de una concepción global del mundo, 94. 3.2.6. Los
convenios en el periodo de entreguerras, 96
3.3. Los convenios a partir de la Segunda Guerra Mundial ................................ 98
3.3.1. La creación de las Naciones Unidas y la aprobación de los pro-
tocolos de actualización de los convenios, 98. 3.3.2. La Convención
Única sobre Estupefacientes de 1961, 100. 3.3.3. El Convenio sobre
Sustancias Psicotrópicas de 1971, 101. 3.3.4. La Convención contra
el Tráfico de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988, 102
3.4. La aplicación local de los convenios y sus consecuencias inesperadas  104
3.4.1. La aplicación de los convenios en España, 104. 3.4.2. Reflejo
en el actual Código Penal, 106. 3.4.3. Otras normas legales que
conviene conocer, 111
3.5. Los organismos internacionales y la sociedad civil ....................................... 113

2
Índice

 4. Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas..... 119


4.1. En los orígenes de la criminología. La criminología clásica .................... 119
4.2. La criminología positiva ............................................................................................... 122
4.2.1. La noción de una ciencia social positiva y su vínculo con la
criminología, 122. 4.2.2. Las peculiaridades de la criminología po-
sitiva en España, 125. 4.2.3. ¿Qué nos queda del positivismo en
relación con las drogas?, 131
4.3. Un giro decisivo: hecho social, anomia y alcoholismo en Durkheim. 133
4.3.1. Una breve descripción de la obra de Émile Durkheim, 133.
4.3.2. El alcohol en el relato teórico de Durkheim, 135. 4.3.3. La
influencia de Durkheim en la antropología, 136
4.4. Las explicaciones territoriales de la escuela de Chicago ............................ 137
4.5. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate .................................. 139
Propuesta 1, 139. Propuesta 2, 139. Propuesta 3, 139

 5. Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fis-


calización ........................................................................................................................................... 141
5.1. La criminología liberal y crítica ................................................................................ 142
5.1.1. ¿Por qué llamarla criminología liberal y crítica?, 142. 5.1.2.
Orígenes: el papel de Thomas Merton y de Edwin Sutherland, 143.
5.1.3. Aportaciones más significativas en relación con las drogas,
147. 5.1.4. Crítica a los prejuicios liberales, 152. 5.1.5. La última
fase de la criminología liberal crítica, 153
5.2. El naturalismo y la obra de David Matza ............................................................ 155
5.2.1. Una perspectiva general, 155. 5.2.2. Los componentes princi-
pales del naturalismo, 158. 5.2.3. Los conceptos de afinidad, afilia-
ción y significación, 160
5.3. El impacto del constructivismo social ................................................................... 163
5.4. La confrontación entre la criminología y las políticas criminales ......... 166
5.4.1. Las teorías del control social como políticas sociales, 166.
5.4.2. La práctica del modelo de seguridad ciudadana, 172. 5.4.3. El
rol de las drogas en el vértice IP de la información, 174
5.5. Propuesta de ejercicios para la reflexión y el debate .................................... 177
Propuesta 1, 177. Propuesta 2, 177. Propuesta 3, 177

 6. Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología. 179


6.1. Construyendo una óptica transdisciplinar para la criminología .............. 179

3
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

6.1.1. Un problema lógico-racional, 179. 6.1.2. Una propuesta me-


todológica íntegramente transdisciplinar, 181. 6.1.3. El rol del vér-
tice de lo individual en las políticas sobre drogas, 184
6.2. Psicología, criminología y drogas: algunas aclaraciones ........................... 188
6.2.1. La perspectiva de la psicología criminal, 188. 6.2.2. El debate
en torno a la causalidad drogas/delito, 190
6.3. Aportaciones clínicas y asistenciales especificas del ámbito de las
drogas ....................................................................................................................................... 193
6.3.1. La centralidad del modelo biopsicosocial, 193. 6.3.2. Los mo-
delos preventivos y la detección precoz, 198. 6.3.3. El modelo de la
reducción del daño y el riesgo, 199
6.4. Posibles orientaciones psicosociales de carácter holístico ........................ 200
6.5. Propuestas de ejercicios de reflexión y debate ................................................. 205
Primera propuesta, 205. Segunda propuesta, 205. Tercera propues-
ta, 205

 7. Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología. 207


7.1. Un experimento crucial: el parque de las ratas ............................................... 208
7.1.1. El contexto del experimento, 208. 7.1.2. Descripción del ex-
perimento, 209. 7.1.3. ¿Por qué es un experimento crucial?, 211.
7.1.4. La situación actual en el campo de la intervención con sustan-
cias psicoactivas, 213
7.2. El concepto institucional de adicción como enfermedad cerebral ........ 216
7.2.1. La definición institucional y formal de adicción, 216. 7.2.2. La
perspectiva de la neurología científica, 218. 7.2.3. La reacción cien-
tífica y el éxito de las creencias neurológicas, 220. 7.2.4. ¿Por qué
la noción institucional de adicción se ha impuesto?, 221. 7.2.5. La
práctica institucional y las políticas sobre adicciones, 223. 7.2.6.
Lombroso renacido, 224
7.3. Una alternativa: trastornos del espectro por sustancias psicoactivas ... 225
7.3.1. La buena política de drogas, 225. 7.3.2. Una buena política
sustentada en la diversidad, 228
7.4. Las políticas asistenciales en España ..................................................................... 231
7.4.1. El tiempo de las drogodependencias y su proyección, 231.
7.4.2. El tiempo de las adicciones y los recortes presupuestarios, 232.
7.4.3. Cuando todo y algo más es solo una patología dual, 234
7.5. Propuestas de ejercicios de reflexión y debate ................................................. 237
Propuesta 1, 237. Propuesta 2, 237. Propuesta 3, 238

4
Índice

 8. Una descripción natural del contexto español .......................................................... 239


8.1. La sociedad española y las sustancias psicoactivas ....................................... 239
8.1.1. Una perspectiva general, 239. 8.1.2. Cambios y reformas en
el tardofranquismo, 244. 8.1.3. El impacto de los cambios realiza-
dos en el tardofranquismo, 247
8.2. Algunas cuestiones en la etapa de la transición democrática ................... 249
8.3. Entender la epidemia de heroína desde la criminología .............................. 252
8.3.1. Descripción general de la epidemia, 252. 8.3.2. Los valores
subterráneos en la creación de la epidemia, 254. 8.3.3. Heroína y
género, 258. 8.3.4. La credibilidad de las técnicas de neutralización,
la funcionalidad de los procesos de deriva y la congruencia entre
afinidad, afiliación y significación, 261
8.4. Las sustancias psicoactivas y el Estado democrático social y de derecho. 262
8.4.1. Evolución del consumo de sustancias, 262. 8.4.2. La opinión
pública y la transformación de las políticas, 264
8.5. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate .................................. 266
Primera propuesta, 266. Segunda propuesta, 266. Tercera propues-
ta, 267

 9. Nuevas miradas para otras cuestiones ............................................................................. 269


9.1. La red terapéutica y el imaginario social ............................................................. 269
9.2. La necesidad criminológica de una imagen real de la prisión ................. 273
9.2.1. La cuestión conceptual de las prisiones, 273. 9.2.2. Sustan-
cias psicoactivas y prisiones en España, 280
9.3. La perspectiva de género aplicada a las sustancias psicoactivas ........... 284
9.3.1. ¿Qué es la perspectiva de género?, 284. 9.3.2. Perspectiva
de género y sustancias psicoactivas, 285. 9.3.3. Qué nos aporta la
utilización de una perspectiva de género, 288
9.4. Sustancias psicoactivas y exclusión social ......................................................... 293
9.5. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate .................................. 296
Primera propuesta, 296. Segunda propuesta, 296. Tercera propues-
ta, 296. Cuarta propuesta, 297

10. Cambios que deberían transformar percepciones ....................................................... 299


10.1. España: estabilidad del uso de drogas ilegales, descenso de los pro-
blemas asociados y relajo parcial del imaginario social ............................. 300

5
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

10.1.1. Evolución de los datos epidemiológicos, 300. 10.1.2. Un


imaginario de doble vínculo: rigor y tolerancia, 306
10.2. Congelación y crisis del modelo español de políticas sobre drogas ..... 309
10.2.1. Un nuevo relato adquirido en el mercado internacional, 309.
10.2.2. ¿Qué nos pasa y por qué nos pasa?, 310
10.3. En busca del riesgo perdido ........................................................................................ 311
10.3.1. Un nuevo contexto social, político y moral, 311. 10.3.2. El
derecho social a la felicidad y a la diversión, 314. 10.3.3. La euge-
nesia negativa reinventada, 315
10.4. Políticas urbanas, modelos de control y derechos sociales ....................... 318
10.5. Los ensayos clínicos sobre dispensación de opiáceos .................................. 320
10.5.1. Descripción y hallazgos de los ensayos, 320. 10.5.2. Resul-
tados y hallazgos del ensayo español, 322
10.6. La nueva epidemia de opiáceos sintéticos .......................................................... 323
10.7. La creación y las iniciativas de mercados regulados de cannabis ......... 326
10.8. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate .................................. 328
Primera propuesta, 328. Segunda propuesta, 328. Tercera propues-
ta, 329. Cuarta propuesta, 329

11. Situaciones, hechos y preguntas clave ............................................................................. 331


11.1. La necesidad de resolver problemas de disonancia cognitiva ................. 331
11.1.1. ¿Qué significa disonancia cognitiva?, 332. 11.1.2. Disonan-
cia cognitiva: el caso de los opiáceos, 333
11.2. Avances científicos, burocracia corporativa e invisibilidad profesional. 336
11.2.1. Invisibilidad cruzada, 336. 11.2.2. ¿Qué es la tasa de invisi-
bilidad corporativa?, 337
11.3. La cuestión estratégica del dopaje deportivo ..................................................... 339
11.4. Sobre la realidad del narcotráfico y el crimen organizado ......................... 342
11.4.1. La noción de narcotráfico: orígenes y significado, 342. 11.4.2. El
narcotráfico y el crimen organizado, 344. 11.4.3. ¿Por qué la creencia
en la hidra del narcotráfico es tan potente en el imaginario mundial?,
349. 11.4.4. La realidad cotidiana del supuesto crimen organizado, 350
11.5. Nuevas formas de delincuencia ligadas a las sustancias psicoactivas 354
11.6. Sustancias psicoactivas en el contexto de las nuevas situaciones de
desigualdad y vulnerabilidad social ........................................................................ 356
11.7. Sustancias psicoactivas en un futuro enfoque criminológico y político. 360
11.8. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate .................................. 362
Primera propuesta, 362. Segunda propuesta, 362. Tercera propues-
ta, 362

6
Índice

12. Consideraciones finales: una habitación propia ......................................................... 363


12.1. Criminología pública, profesional, crítica y práctica .................................... 363
12.2. Aprender procedimientos o adquirir conocimientos ..................................... 364
12.3. Las ventajas de la transdisciplinariedad ............................................................... 366
12.4. Saber mirar las conductas individuales y los hechos sociales ................. 367
12.5. ¿Cómo se aprende a interpretar las observaciones? ...................................... 370
12.6. Sustancias psicoactivas y sistema penal ............................................................... 370
12.7. La utilidad de este manual más allá de la criminología ............................... 371
12.8. Un último ejercicio de reflexión personal ........................................................... 371

Bibliografía recomendada .................................................................................................................. 373

7
Prólogo

De cada asunto particular y concreto siempre creemos que ya lo sabemos todo. En este
mismo momento, y a partir del hecho de haber experimentado a lo largo de nuestra vida
notables avances en el conocimiento, sentimos que, por fin, ya pisamos un suelo muy
firme para mirar hacia el mundo, lo cual nos induce a pensar que apenas tenemos nada
nuevo que aprender.
Pero esto no es cierto, porque apenas hemos arañado la superficie de las cosas. Cuan-
do Galileo demostró que la Tierra daba vueltas alrededor del Sol, creímos que ya lo
sabíamos todo sobre el universo. Más tarde, cuando Newton creó el sistema de la físi-
ca clásica, pensamos: “Bueno, ahora sí”. Después, cuando se enuncio la “teoría de la
relatividad” y nos demostró lo equivocados que habíamos estado, de nuevo volvimos
a pensar que por fin habíamos adquirido un conocimiento cabal y completo sobre el
universo, pero más tarde la física cuántica y, en este momento, las ultimas explicaciones
de la cosmología nos han ido mostrando de forma sucesiva nuestros errores. Hemos ido
aprendiendo con el avance de la ciencia, pero ¿lo que conocemos en este momento es
“de verdad y de forma definitiva” el contenido del universo? Parece que no, porque aún
nos queda mucho por aprender y, sobre todo, por entender.
Este manual se refiere a un tema que, en términos comparativos y como metáfora,
podría situarse aquí y ahora en un plano equivalente a las aportaciones de Galileo (y
sin que nadie pretenda compararse con él) en torno a la nueva estructura del universo
heliocéntrico. Por tanto, ¡qué poco sabemos aún del delito!, a pesar de lo mucho que
necesitamos este conocimiento para avanzar hacia un mundo más justo.
Aunque, a la vez, es cierto que en unos pocos decenios hemos progresado mucho,
pero no lo suficiente como para conseguir una explicación real, verdadera y completa
de lo que pasa. Nuestro principal logro ha sido comprender algunas cosas que equivalen
a la noción de que el Sol ya no da vueltas alrededor de la Tierra, pero poco más. En
esta situación, nuestro mayor logro sería comprender, por un lado, lo poco que vamos
sabiendo y, por otro, lo falsas que son diversas explicaciones antagónicas, cada una de
las cuales intentando imponer que lo sabe todo de todo. En este caso, frente a cualquier
explicación supuestamente definitiva, lo mejor que podemos hacer, por ahora, es tratar

13
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

de comprender que, cuando alguien hace afirmaciones definitivas, lo mejor es ignorar-


las. O quizás reírse y pasar un buen rato.

Quisiera expresar mi agradecimiento a Josune Aguinaga, porque gran parte de los


contenidos de este texto son fruto de los prolongados e intensos debates que siempre
hemos mantenido. También por su revisión final del texto. A Xabier Arana, criminólogo
y buen conocedor del tema de las drogas, por otra revisión desde una perspectiva más
jurídica. A Cristina Rechea Alberola, Andrea Giménez-Salinas Framis y a Antonio An-
drés Pueyo por aceptar, para esta colección, un proyecto un tanto distinto de lo habitual.
A los profesionales de la Fundación Atenea y de otras entidades similares, así como de
los diversos programas y de los centros de intervención, y por supuesto a sus usuarios,
que desde hace cuarenta años me han acompañado en la investigación y la supervisión,
y gracias a los cuales he podido entender las sutiles nociones y las realidades que con-
forman gran parte de este texto.

14
1
Perspectiva de la criminología
en su relación con las drogas

Los dos primeros capítulos de este libro son muy conceptuales y “dan vueltas” sobre
cuestiones un tanto abstractas. Para que sean inteligibles se ha tratado de utilizar un
lenguaje accesible y ejemplos clarificadores. Quizás para algunos/as estudiantes que
acceden por primera vez y en los primeros cursos a estos contenidos, pueden resultar
un poco difíciles, pero es recomendable leerlos de entrada, aunque también sería muy
conveniente releerlos tras haber concluido el libro.
No ha sido posible evitar este inicio, porque cualquier análisis y descripción cientí-
fica de la realidad requiere comenzar por un cuerpo de aclaraciones y definiciones que
permita entender de lo que estamos hablando. Este arranque es siempre necesario, pero
en este caso resulta imprescindible, ya que vamos a vincular de forma muy intensa un
campo de conocimiento (la criminología), con una temática (las drogas) y ocurre que la
literatura científica sobre esta relación es escasa. Existe una abundante literatura crimi-
nológica, de la misma manera que existe una abundante literatura sobre drogas, e inclu-
so disponemos de algunos textos de criminología que nos hablan con mayor o menor
amplitud de drogas, pero el análisis de la propia relación es escaso. De ahí la imperiosa
necesidad de comenzar por este cuerpo de aclaraciones y definiciones.
Para facilitar la comprensión de la lectura a lo largo del texto se han incluido algu-
nas explicaciones complementarias identificados como “No dejes de leer”, que facilitan
información básica sobre cuestiones y conceptos que aparecen en el texto principal, y
sobre los que quizás no se tuviera un buen conocimiento. Se trata siempre de leerlos para
entender mejor cuanto se dice.

1.1. Declaración previa de intenciones

Este manual trata de poner en relación la cuestión de las drogas, tanto las legales
como las ilegales, con el objeto particular y la visión propia de la criminología. Se
trata por tanto de un texto un poco diferente de aquellos manuales que se limitan a

15
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

recoger información genérica sobre el tema de las drogas, dando por supuesto que, por
su cuenta, los criminólogos y los estudiantes de criminología las interpretarán y les pro-
porcionarán la perspectiva propia de la disciplina.
Como consecuencia de este cambio de intenciones, el contenido de este manual
resulta un poco distinto a otros. Adopta, de una forma además muy precisa, una perspec-
tiva criminológica, y al hacerlo trata de proporcionar una visión del tema de las drogas
simple, operativa y adecuada no solo a las necesidades específicas de la propia crimi-
nología, sino que trata además de resolver algunas encrucijadas que en la actualidad
afronta el tema de las drogas y que una perspectiva criminológica quizás pueda resolver.
Porque al tomar este camino, extender la mirada desde la criminología hacia las
drogas, tenemos la oportunidad de resolver, además, algunos problemas tradicionales
en el ámbito de las drogas, ya que parte de los enfoques hacia estas, entendidos como
representación, condición e intervención, manifiestan una aparente complejidad y adole-
cen de claridad conceptual y teórica. Por tanto, no parece fácil, ni en ocasiones posible,
ofrecer descripciones y explicaciones en torno a preguntas esenciales del tipo: ¿cómo?,
¿por qué? y ¿cuáles son las causas y cuáles las consecuencias de su utilización? Esto
ocurre porque las drogas ocupan el vórtice de un supuesto embrollo entre lo sociológico,
lo cultural, lo individual y lo biológico, filtrados por lo político y lo jurídico (en particu-
lar, lo penal como consecuencia de su prohibición), un lugar en el que parece que todo
es posible y en el que, a la vez, nada es cierto del todo.
El embrollo también tiene mucho que ver con la información que suele aparecer en
los medios de comunicación y de manera creciente en las redes sociales. Porque sucede
que cuando hablamos de drogas se suscita la rápida aparición de un decidido y potente
imaginario colectivo que tamiza todo aquello que se puede decir. Un imaginario en el
cual todo el mundo, casi sin excepción, sabe perfectamente y con mucha seguridad con-
testar a las preguntas que he formulado más arriba y a la vez todo el mundo las interpreta
de acuerdo con esta sabiduría innata que todos los seres humanos parece que poseen, de
tal manera que si estoy de acuerdo con lo que me dicen y me cuentan, debe ser verdad,
y en cambio, si no estoy de acuerdo, debe ser mentira.
Por su parte, los medios de comunicación conocen muy bien esta circunstancia y por
esto se limitan a contar lo que sus muy diversas audiencias quieren oír. Algo parecido
parece que está ocurriendo de forma inevitable en las “nuevas y supuestamente más
horizontales” redes sociales, en la cuales para tener muchos amigos y obtener muchos
“me gusta”, también debes decir algo que sabes, de antemano, que va a ser reconocido y
admisible en tu grupo de amigos o seguidores. De hecho, la mayor parte de influencers
son seductores de la nada.
Por este motivo, para hablar de drogas, podemos proceder de dos formas. La prime-
ra, ignorar una parte sustancial de los datos y construir relatos estereotipados, ficticios
y aceptables para este imaginario social, para utilizarlos a modo de creencias más o
menos cómodas para una determinada audiencia. La segunda manera de actuar consiste

16
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

en perderse una y otra vez en esta supuesta complejidad para atisbar precisamente las
alternativas que nos van a ayudar a alejarnos del imaginario colectivo.
No cabe duda de que descartar las falsas creencias, en un tema tan complejo y re-
pleto de fantasía y de imaginarios sociales como son las drogas, debería ser una tarea
prioritaria. Pero a la vez no es suficiente, porque no basta contrastar la verdad con la no
verdad. Hoy en día disponemos de mucha información sobre las no verdades del imagi-
nario social. Pero ¿disponemos también de suficientes evidencias que permitan equili-
brar el peso de las no verdades y las creencias del imaginario social? Posiblemente no del
todo, pero se puede sostener con honestidad que estamos en la buena ruta para lograrlo.
Sin duda, algunas personas, aquellas que suelen manejar una cierta perspectiva dog-
mática en relación con la evidencia científica, no estarán muy de acuerdo con una descrip-
ción tan aparentemente liviana del conocimiento científico. Porque la verdad se contiene
AUTOR: para estas personas solo en aquello que se identifica como la “literatura que proporciona
no aparece evidencia científica”. Pero en el ámbito de las drogas, como se ha tratado de exponer de
con este forma concreta en otro libro (Comas, 2014), una gran parte de lo que llaman “evidencia
año en la científica” (expresado de forma coloquial como “basado en evidencia”) no lo es ni por
bibliografía.asomo, sino que se trata de meras creencias revestidas de procedimientos metodológicos
irregulares y emitidas desde una supuesta “autoridad científica”.
Como tendremos ocasión de constatar más adelante, y al menos en algunos casos,
esta supuesta literatura científica podría ser solo una presentación de argumentos publi-
citarios que conforman “puro humo” comercial. Por tanto, algo ajeno a la ciencia y a lo
que no debemos prestar demasiada atención, pero ocurre que muchas de estas propues-
tas, en particular las farmacológicas, aparecen vinculadas a nuevas formas de delincuen-
cia económica, lo que implica que debemos tomárnoslas muy en serio.
A la vez, zambullirnos en la complejidad no supone asumir o aceptar su preemi-
nencia imaginando que lo más complicado es lo más verdadero. Justo se trata de hacer
lo contrario, se trata de mostrar cómo es posible obtener una explicación sencilla pero
que, sin embargo, incluya todos los datos de la realidad. En este sentido, la propuesta
de David Matza, uno de los padres de la actual criminología, adquiere su pleno sentido:
necesitamos obtener el conocimiento simple y directo sobre los hechos concretos que
determinan la naturaleza de los actos delictivos.
En este punto, los estudiantes deberían plantearse: ¿cómo puedo saber que estas ex-
plicaciones naturales y sencillas son las verdaderas? Una pregunta que puede expresarse
también como: ¿debo suponer que si se trata de un fenómeno complejo, las explicacio-
nes más adecuadas no serán las más complejas? O expresado a modo de sospecha: si el
imaginario social son solo simplificaciones de no verdad, ¿cómo sé que la apuesta por la
sencillez no es otra forma de simplificación imaginaria?
La respuesta es fácil, porque se dedica la totalidad del texto a exponer las diversas
(o al menos las más relevantes) aportaciones teóricas y empíricas que se han acumulado
sobre las drogas y la criminología a lo largo de toda su historia y que han conformado esta

17
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

complejidad, a contraponerlas y a analizarlas desde una perspectiva global. Es decir, no


se escamotean las explicaciones de la complejidad, pero se utilizan precisamente como
un medio para acercarse justamente a las explicaciones más naturales y sencillas, que a
la vez tratan de evitar los planteamientos platónicos, que aún son tan seductores como
insuficientes.
Así pues, se podrá visualizar toda esta complejidad, y al verla de forma completa,
podremos entenderla e interpretarla en toda su sencillez. De hecho, en diversos mo-
mentos del texto se afirmará que una determinada interpretación supone el logro de
lo previsto en la navaja de Ockham de tal manera que “la explicación facilitada es lo
suficientemente sencilla para ser la más probable”. Obviamente, este principio de la
parsimonia atribuido al fraile franciscano Guillermo de Ockham, y formulado a prin-
cipios del siglo xiv, no supone que todo lo simple es verdadero, pero “en igualdad de
condiciones metodológicas, si tenemos dos explicaciones posibles, la más simple es la
más plausible”.
Podemos expresar el principio de la parsimonia en términos de lógica formal y
entonces expresarlo como “añadir nuevas entidades a lo sabido no aporta más conoci-
miento”. A lo largo del libro veremos qué ventajas nos proporciona adoptar el principio
de la parsimonia.
Porque, como ya se ha explicado, las drogas se sitúan en un sistema de vórtices
constituido por diversas disciplinas, de tal forma que podemos pensar que quizás sea
esta confluencia lo que las complejiza, pero si adoptamos una perspectiva que las in-
tegre, y pensando que esta perspectiva puede ser la criminología, la explicación más
sencilla no solo es posible, sino que además va a resultar la más correcta. ¿Por qué? Pues
porque si vamos a mirar las drogas desde puntos de vista tan antagónicos en términos de
las diferentes áreas de conocimiento que se ocupan de ellas, pero a la vez tenemos que
darles una explicación única, precisamente la que busca la criminología, se concebirán,
de forma automática y si lo hacemos bien, como explicaciones sencillas y de orden
superior.
Desde hace décadas, en el ámbito propio de las drogas se afirma sin que nadie mues-
tre su desacuerdo formal con esta afirmación que para “interpretar lo que ocurre con
ellas, hay que tener en cuenta los factores individuales, los factores sociales y culturales,
así como, y por supuesto, los factores biológicos”, incluso se ha elaborado una figura
sistémica, un triángulo de las drogas, en cuyos tres ángulos o vértices aparecen en oca-
siones, y respectivamente, como “contexto, sustancia, individuo”. En otras ocasiones, el
triángulo se enuncia como “el individuo, la sociedad y lo biológico”, que se corresponde
además (y no es otra cosa) con la versión del llamado triángulo de la salud, que incluye
“lo social, lo mental y lo físico”, tan tópicamente citado como escasamente utilizado en
la práctica real.
En un antiguo texto de la Unesco (que además fundamenta la prevención educativa)
para hablar de prevención de las drogas, conformaba el llamado triángulo educativo de

18
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

las drogas formado por “individuo, sustancia, intervención (educativa)”. En todo caso,
recurriendo a la cultura clásica se puede entender que todos estos triángulos no son otra
cosa que actualizaciones del “triángulo de la conciencia individual” de Aristóteles, que
incluye “la sustancia, la materia y la forma”.
Es cierto que todos estos triángulos facilitan una interpretación que permite la pre-
sencia de diversos ámbitos académicos, que es fácil identificar con los diferentes ángu-
los del triángulo, ya que se trata respectivamente con la psicología, las ciencias sociales
y la medicina. Falta el ámbito jurídico y la ciencia política, pero estas se consideran op-
ciones complementarias que “miran” hacia el mencionado triángulo para poder adoptar
sus decisiones, aunque no forman parte de estos tres vértices significativos
El triángulo es una figura universal, casi mágica, que se ha utilizado tradicional-
mente para exponer de forma sencilla conceptos complejos. Sobre este hecho Talcott
Parsons desarrolló un texto intenso sobre “el sistema social”, que, quizás por su nivel
intelectual y su dificultad, ha suscitado numerosos rechazos tan repetitivos como incier-
tos, en el cual se establecía la necesidad de superar el triángulo sistémico por otra figura,
similar al cuadrado, pero que en realidad no era otra cosa que el propio triángulo con un
brazo de más en el que situaba “la cultura humana” (Parsons, 1951).
En algunas ocasiones, Parsons lo describió como un triángulo formado por “actor,
finalidad, situación”, siendo la cultura el círculo externo que lo envolvía y lo explicaba.
¿Es una figura suficiente para la relación entre drogas y delitos? La verdad es que no,
pero sin duda es más completo, e introducir la “cultura humana, es decir, “el sistema de
normas y valores” supone, de alguna manera, incluir los aspectos jurídicos y políticos,
pero esto no es suficiente como se mostrará en el siguiente apartado.

No dejes de leer:
¿Qué queremos decir con el término platónico?

Los filósofos tienen muy claros cuáles son los argumentos de Platón y su signifi-
cado, pero no solo los filósofos, porque Platón inicia una tendencia “idealista” en
la trayectoria histórica que no solo tiene que ver con la filosofía, sino con muchos
otros ámbitos de conocimiento que quizás desconozcan esta filiación de sus ideas.
Asimismo, es cierto que Platón no fue de forma exclusiva un filósofo idealista, pero
el corazón de su pensamiento es la “teoría de las ideas”, que aparece nítidamente en
su obra más conocida, La república, y de la que todos y todas hemos oído hablar, al
menos del “mito de la caverna”, el cual refleja de forma muy estricta este idealismo
de Platón. En conjunto, La república es una obra política que, además, supone casi la
piedra original de la historia de las ideas políticas. En La república (pero no solo en
ella), Platón explica que las ideas son únicas e inmutables en un mundo complejo
que está sometido de forma constante al cambio y la transformación. Como conse-

19
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

cuencia, la realidad es incomprensible mientras que las ideas pueden sistematizarse


sobre un relato ideal. Por tanto, La república es una presentación ideal de un mo-
delo político, más o menos parecido a una democracia oligárquica de filósofos, que
describió al detalle, pero que como no tenía nada que ver con el complejo mundo
real, nunca explicó cómo podía crearse o gestionarse.
Para describir esta forma de pensar y de enfocar las cosas se suele utilizar el
término platónico, que equivale exactamente a la expresión coloquial “amor pla-
tónico”, en los términos que el propio Platón describió en El banquete, como algo
“puro y perfecto” y, por tanto, ideal pero irrealizable. El imaginario social entiende
muy bien esta expresión, y así, resulta sencillo entender de forma intuitiva aquello
que quiere decir platónico.
El problema es que, en cambio, nos choca la noción de un “conocimiento
platónico”, aunque si lo llamamos idealista, aunque no es exactamente lo mismo,
quizá lo entendamos mejor. Sin embargo, no es esto de lo que hablaba Platón (y
los platónicos, que han sido muchos a lo largo de la historia de la humanidad), sino
de la razón ideal como la construcción de una explicación perfecta desde el punto
de vista de las ideas de cualquier hecho o acontecimiento humano. Pero ocurre
que la perfección no suele coincidir en absoluto, de hecho, suele estar reñida, con
la realidad.

1.2. La relación con otras disciplinas

Concluíamos el anterior apartado describiendo la figura del conocido triángulo de las


drogas formado, en cada uno de sus tres ángulos, por lo psicológico, lo social y lo bio-
médico. ¿Supone adoptar este triángulo que ya estamos ante una visión integral de las
drogas? Pues lo cierto es que no, porque en la practica, el famoso triángulo no integra
campos de conocimiento, sino que se limita a “acumular relatos” sin constituir un relato
integral y de orden superior, es decir, holístico.
Esto ocurre incluso en la práctica asistencial, donde se supone que los profesionales
de los tres ámbitos deben estar, y en general están, representados. Aún en aquellos casos
que se definen como equipo multidisciplinar, en la labor cotidiana, la forma de resolver
el tema se parece más al reparto que a la integración.
Pero la criminología no es, ni debe ser, una disciplina que se ocupa de “su parce-
la” ya que, por su propia constitución, no tiene un huerto propio, sino que trabaja con
aquello que le proporcionan los huertos de los demás, y en este sentido puede, y debe,
adoptar una perspectiva integral y holística, que es la propia y que no es la mera suma
de todas las demás, sino una visión distinta que le proporciona un quehacer diferente.
Esta visión holística se puede identificar como transdisciplinar, un término que sig-
nifica que está constituida por diferentes disciplinas que se integran y se retroalimentan

20
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

en una nueva y que las integra a todas en un saber común y que ayuda a resolver mejor
los problemas. Se trata de una práctica diferente a lo expresado en interdisciplinar,
como una serie de disciplinas que colaboran entre sí para obtener mejores resultados, y
por multidisciplinar, que refleja la idea del simple apoyo también para mejorar la inter-
vención.
Al menos en lo referente a las drogas, la criminología solo puede ser transdiscipli-
nar, con relación a todas y cada una de las disciplinas que conforman esta visión integral.
De entrada, y de forma tradicional, son las tres que ya están en los vértices del triángulo
de las drogas (y de la salud), pero también hay algunas más, y en consecuencia veremos
cómo el triángulo se convierte en un heptágono.
Comencemos con la sociología (que representa el vértice de lo social en las drogas),
cuyas aportaciones han sido clave, como podrá constatarse en varios capítulos de este
manual (en particular, en el capítulo 4), en la conformación de una parte sustancial de
las teorías sobre las drogas y el delito.
De hecho, la que se ha llamado sociología de la desviación ha sido una de las
columnas vertebrales para la constitución de la sociológica, hasta el punto de que una
parte sustancial de los conceptos más relevantes del campo del conocimiento socioló-
gico procede, como tendremos ocasión de señalar, de estudios y de trabajos empíricos
sobre la seguridad, la desviación social, el delito, sus causas y sus orígenes, y no solo
aparecen de manera recurrente en la historia de la sociología, sino que conforman,
además, alguno de los propios conceptos clave de la sociología (Taylor, Walton y
Young, 1973).

No dejes de leer
El repudio de las temáticas criminológicas

Nota previa: este “No dejes de leer” ha de leerse en relación con el “No dejes
de leer” equivalente del capítulo 2, “La atracción morbosa por la temática crimi-
nológica”. Esta cuestión ha comenzado a ser considerada recientemente con la
expresión “los temas sensibles de la criminología” (Díaz-Fernández y Del Real,
2018). Las drogas son uno de estos “temas sensibles”, aunque de escasa presencia
en los ámbitos criminológicos (3,6% de los TFG).
La criminología se ocupa de una serie de asuntos que pueden producir ma-
lestar a una parte de la población, se trata de un rechazo que adopta dos perfiles
muy distintos, por una parte, aparecen aquellas personas que se sienten heridas
en su sensibilidad ante la visión concreta, sea real o figurada, de la violencia, la
agresión, el maltrato y otras conductas como el uso de drogas que son propias del
estudio de la criminología. Por otra parte, aparecen aquellas personas que afirman
no compartir las interpretaciones de la criminología, a las que califican de sesga-

21
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

das, ideológicas, poco respetuosas con los derechos individuales o inadecuadas.


Precisamente, este segundo grupo ha tenido una presencia muy notable, por sus
aportaciones, en el tema de las drogas.
En el primer caso parece legítimo sentirse molesto ante actos que son per-
fectamente humanos, pero que no queremos conocer o que preferimos ignorar
especialmente en sus detalles más escabrosos. Pero en el segundo estamos ante
un malentendido, fruto de la ignorancia o el interés, ya que, al contrario de lo
que se afirma, la historia de la criminología supone tanto el despliegue de la
razón como la reivindicación de los derechos individuales. Es cierto que hay un
sector de la criminología que aún está centrada en buscar argumentos que le
permitan “castigar al delincuente”, pero la tradición central de la disciplina es
la de “prevenir el delito y preservar los derechos humanos y de ciudadanía en
la política criminal”, y precisamente es esta misión, y no otra, la que le otorga
legitimidad como disciplina.
Cuando la criminología se fundó, en el año 1764, con la publicación De los de-
litos y las penas, de Cesare Beccaria, un momento muy preciso del que muy pocas
disciplinas pueden presumir, el objetivo era evitar, por todos los medios, que “los
inocentes dejaran de ser castigados por quienes eran y lo fueran los culpables por
lo que habían hecho”, una intención que hoy en día, y en términos de derechos
individuales, parece banal, pero que en su momento representó un cambio radical
para las sociedades europeas. Aunque tampoco es tan banal para muchas socieda-
des donde este cambio aún no se ha producido. Desde entonces, la criminología
no ha dejado de avanzar de forma continua y en esta misma línea. Es cierto, y no se
puede negar, que aún existen interpretaciones criminológicas puramente punitivas,
si bien no solo están al margen del consenso científico de la criminología, sino
que se ven, cada día, más rechazadas por el avance de esta ciencia. Además, la mala
praxis aparece en todas las disciplinas y esto no las invalida como tales.
Cuando se habla de criminología y drogas, por ejemplo, es frecuente toparse
con acciones de repudio, porque se interpreta que el propio enunciado implica un
enfoque del tema de las drogas ajeno a la cuestión de los derechos de los usuarios
de estas y que supone un reconocimiento implícito de la “legitimidad de la pro-
hibición de las drogas”. Sin embargo, esta es una conexión meramente simbólica,
del tipo “como los criminólogos hablan de delitos y drogas deben considerar un
delito fumarse un porro”. Lo cual constituye una equivocación tan burda que pa-
rece intencional e interesada.
Pero, como iremos viendo, las cosas no son así, precisamente desde la crimi-
nología se ha contribuido, de una manera eficaz, concreta y práctica, a enunciar y a
consolidar los derechos de las personas en el ámbito de las drogas, al mismo tiem-
po que son muchos los criminólogos que aparecen en los proyectos de regulación,
aunque quizás tantos como los que apoyan la continuidad de la prohibición. Pocas

22
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

disciplinas pueden presumir de tanta variedad y de realizar debates tan pondera-


dos. No obstante, aunque se demuestre este hecho, no suele importar, porque la
percepción simbólica tiene siempre más capacidad de convencer que la realidad.
Un ejemplo muy relevante de este tipo de rechazo tiene que ver con la desapa-
rición del área de sociología de la desviación. ¿Por qué ha ocurrido esto? Pues quizás
por la confluencia de dos factores, un tanto banales, pero que juntos parecen decisi-
vos. El primero, la emergencia de una sociología de la diversidad, que ha sustituido a la
tradicional desviación social según se fue transitando de las licenciaturas a los grados.
La explicación de la diversidad social resulta fundamental y necesaria, pero la manera
en que ha sido presentada como una alternativa a las teorías de la desviación es un
error de desinformados. La propia sociología de la desviación, al menos desde Tho-
mas Merton hace ya más de medio siglo, había renegado de su positivismo original,
es decir que “delito fuera lo que dicen las leyes que es delito”, y de la idea de que “lo
que la sociedad llama desviación es desviación”, y había adoptado un talante crítico
y progresista que no solía ser el más común en otras áreas sociológicas, además de
adquirir un perfil proclive a los derechos de diversidad.
La sociología de la diversidad parte de un hecho cierto en el pasado, como
era la represión y la intensa persecución de dicha diversidad, en particular de la
diversidad sexual, para reclamar un relato centrado en torno a los derechos, lo cual
está muy bien, si no fuera porque confunde la sociología de la desviación con la
negación de estos derechos. ¿Por qué?, pues por la mera palabra desviación, a la
que se le atribuye un sentido equivocado. El segundo factor explicativo es aún más
banal, pero a la vez tiene mucho que ver con este “No dejes de leer”: hay ciertos
temas que producen rechazo social y entonces es mejor no ocuparse de ellos,
para que no te asocien con la parte oscura de nuestra sociedad.

El creciente desinterés de la sociología por la temática criminológica contrasta con


el hecho de que cada día hay más profesionales de esta disciplina que trabajan en este
ámbito y también en el de las drogas. Pero a la vez, en el más reciente balance sobre
la situación social de España, publicado por el CIS (Torres, 2015), con cerca de dos
mil páginas en las que se trata de dar cuenta de todo aquello que incide y preocupa a la
sociedad española, apenas se habla de delitos y de delincuencia, y, por supuesto, no se
mencionan las drogas.
En realidad, acerca de seguridad solo se habla en el capítulo sobre calidad de vida,
que es además el más escueto, y en un subcapítulo sobre seguridad publica comparativa
(Torrente, 2015), que se limita a comparar algunos indicadores entre países europeos, lo
que le permite concluir que tenemos tasas de delincuencia inferiores a cualquier otro de
los grandes países europeos, salvo en lo referido a la evasión fiscal, la corrupción y al
mercado de bienes ilícitos, del que en España las drogas ocupan un lugar muy destacado,

23
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

algo que el citado libro no señala. A la vez, señala que España es uno de los países euro-
peos que gasta más en seguridad pública.
Llama la atención que en este balance social, las cuestiones de inseguridad no se
mencionen ni en el capítulo sobre políticas sociales, ni tampoco en el capítulo sobre
acción colectiva y ciudadanía, en el cual se habla sin embargo mucho de las ONG, una
parte sustancial de las cuales intervienen precisamente en el ámbito del delito y la delin-
cuencia. Tampoco se dice nada en valores o en opinión pública. Pero sin duda, lo más
llamativo es la existencia de un largo capítulo sobre relaciones de género, en el cual, de
manera sorprendente, la cuestión de la violencia de género solo se menciona de pasada.
Ciertamente, no es solo la sociológica la única disciplina que se ha apartado de la cri-
minología, tras casi un siglo de mutuas confluencias y prestamos mutuos, pero sí la más
importante. Un ejemplo muy preciso y relevante de este divorcio lo constituye la desa-
parición en la agenda del propio CIS de las encuestas de victimización, un instrumento
criminológico esencial, sin el cual resulta imposible entender la evolución de la seguri-
dad pública. Desde hace casi dos décadas, no disponemos de encuestas de victimización
realizadas por organismos oficiales, lo cual, en términos criminológicos, nos coloca en
el nivel de un país del tercer mundo y muy lejos del resto de Europa.
Algo muy distinto ha ocurrido, en cambio, con la psicología (el vértice de lo in-
dividual en las drogas), quizás porque la consideración de los “factores individuales”
con relación a las “conductas delictivas” estaba en continua alza desde hacía varios
decenios. Además, la psicología está muy presente en todo el territorio de las drogas,
ya que mantiene una presencia hegemónica en el ámbito asistencial, pero también en la
prevención, en la gestión local y en la publicación de artículos e investigaciones sobre
el tema. Contrariamente a lo ocurrido con la sociología, podríamos decir que, en el ám-
bito criminológico (y en las drogas), la psicología es un tema de moda. Dedicaremos un
capítulo completo a esta cuestión.
Una buena muestra del impacto de la “psicología criminal” se expresa en el porcen-
taje de artículos de temática psicológica en las revistas de criminología, así como los
numerosos manuales de “psicología criminológica”, que incluyen tanto una visión ge-
neral de la criminología como la descripción de la intervención propia de los psicólogos
desde “el compromiso de la intervención con las personas” (Redondo y Garrido, 2013).
Visto en perspectiva podemos decir que la sociología realizó aportaciones clave a
la criminología hasta finales de los años 60, y entonces fue sustituida por la psicología
en esta tarea. Pero ¿cuáles han sido las principales aportaciones de la psicología? Pues
ha reforzado el interés en “las razones del delito” a través del estudio de los propios
delincuentes, la importancia de los procesos de aprendizaje y socialización, la persona-
lidad, la inteligencia, la impulsividad, la búsqueda de sensaciones, la falta de habilida-
des sociales y de autoestima, estas cuatro últimas en particular suelen relacionarse con
frecuencia con los estudios sobre uso de drogas (García Pablos, 1999; Romero, Sobral y
Luengo, 1999 y Redondo y Garrido, 2013).

24
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

También es cierto que la psicología se ha encallado en el arrecife de una pregunta


que no tiene respuesta desde su ámbito particular: “¿Son las drogas las que conducen
hacia el delito o es el delito el que conduce hacia las drogas?” (Neuman, 1984; Ote-
ro, 1994). Decimos que ha encallado porque precisamente tras muchas investigaciones
y publicaciones no ha encontrado una respuesta consistente a esta pregunta. Podemos
preguntarnos: ¿no será que la pregunta no es la adecuada? De hecho, es posible que sea
así, porque la respuesta solo puede ser multidisciplinar y, en este sentido, solo la crimi-
nología, como veremos, podría resolverla, pero ¿puede en este momento? Desde luego
que puede, aunque combinando la verdadera noción de droga (capítulos 2 y 3) con la
práctica multidisciplinar que vamos a proponer como el sistema acción/intervención en
las próximas páginas.
La siguiente disciplina involucrada es la antropología (el vértice de lo cultural en las
drogas), el vínculo es más escueto pero cercano y utilizable, y aunque en el pasado tuvo
un gran predicamento, en la actualidad se trata de un vínculo poco conocido, incluso en
términos metodológicos, a pesar de que la observación y la observación participante son
dos técnicas de trabajo de campo muy utilizadas en criminología. Pero en general, las
identifican como métodos cualitativos de investigación y no tanto como el método de
la antropología social y cultural. También es cierto que la antropología física conforma
una de las ramas más activas de las ciencias forenses.
Asimismo, ha comenzado a utilizarse cada vez con mayor frecuencia el método com-
parativo, otra técnica que procede de la antropología. Quizás este olvido de las actuales
aportaciones de la antropología tiene que ver con el hecho de que en el pasado la crimi-
nología positiva, en particular, Lombroso, utilizaron los desprestigiados instrumentos y
procedimientos de la antropología decimonónica. Ciertamente, esta fue una relación que
dio pábulo a notables errores, los cuales quizás aún pesen en el rechazo a considerar que
en la actualidad la antropología debería formar parte del ámbito de la criminología.
A finales del siglo xix se desarrolló una antropología jurídica, que utilizaba la visión
de la antropología evolutiva con figuras aún relevantes como Lewis Henry Morgan,
Henry Sumner Maine o incluso John McLennan (el creador del concepto de Patriarca-
do), pero, en realidad, sus trabajos pertenecen más al ámbito del derecho comparado que
al de la criminología.
Pero después, ya en el siglo xx, aparece una “antropología jurídica” más moder-
na, cuyo momento fundacional podría considerarse la publicación del trabajo empírico
Crimen y castigo en la sociedad salvaje, de Bronislaw Malinowski (1928), pudiéndose
seguir, desde entonces y hasta la actualidad, una línea de investigación antropológica
que abunda en los análisis relacionados con el delito, su función social y cultural, así
como las peculiaridades comparativas de su sanción, un tema del que existe una abun-
dante literatura en español, aunque básicamente en Latinoamérica y ante la diversidad
cultural que presentan algunos países (Krotz, 2002). Por su parte, en España ha surgido
en los últimos años una nueva antropología criminal, que ya tiene un texto de referencia

25
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

(Feixa, 2016) que se mantiene, al menos parcialmente, sobre la línea tradicional de la


antropología criminal “histórica” (Baroja, 1986).
Su reciente influencia aún no se ha hecho sentir en la criminología, aunque esta vi-
sión comparativa desde el relativismo cultural del delito y su sanción ya debería contar
con su correspondiente manual específico, que, por ahora, parece que no existe.
En nuestro caso contamos con la ventaja de que, en el tema de las drogas en España,
la antropología ha tenido un papel relevante particularmente en su relación con la margi-
nación, la vulnerabilidad y la exclusión social, y como consecuencia podemos encontrar
diversas e interesantes investigaciones que sin duda pueden aportar contenidos al análisis
criminológico. En el texto aparecen las aportaciones más relevantes desde la antropología
social y cultural en relación con las drogas, lo cual nos permite mostrar cómo esta dis-
ciplina está en condiciones de recuperar la presencia que tuvo en el pasado en el ámbito
de la criminología. Sin duda, una presencia muy diferente de la que tuvo en el siglo xix.
Por su parte, las relaciones con el ámbito biomédico (el mismo vértice en el caso de
las drogas) están demasiado enredadas para tratar de resumirlas en este prólogo, lo que
me ha llevado a mostrarlas en diversos lugares del texto, donde aparecen tanto las ex-
cesivas ambiciones neurológicas como el continuo avance de conceptos que pretenden
determinar la inimputabilidad para obtener recursos y poder. Podemos seguir al detalle
parte de esta cuestión en el capítulo 6 y sucesivos.
El principal problema del ámbito biomédico es la propia imagen que tiene de sí
mismo, no solo como una disciplina holística, sino como un saber total que puede sus-
AUTOR: no tituir a todos los saberes. Practica un tipo de autoritarismo científico, que cada vez más
aparece en la científicos del propio ámbito denuncian (Peteiro, 2010), y que comenzó articulándose a
bibliografía. través de la noción de salud pública, continuó con la sociobiología y ha concluido por
ahora con una concepción de una cierta “neurología de base genética” como “la ciencia
que lo sabe todo del todo absoluto”.
La cuestión es que si bien el ámbito biomédico, y en concreto las tres áreas mencio-
nadas en el párrafo anterior, ha hecho aportaciones importantes a la criminología y otras
ciencias, tales aportaciones son difíciles de integrar en el corpus de cualquier área de
conocimiento distinta de la propia biomedicina. Esto ocurre porque sus aportaciones se
presentan con frecuencia como cerradas, definitivas y completas, así como comprensibles
solo desde un lenguaje particular, lo cual no les impide ser utilizadas por otras áreas de
conocimiento, especialmente si tratamos de adoptar una perspectiva multidisciplinar.
De hecho, todas las áreas de conocimiento científico admiten, en mayor o menor
medida, un cierto grado de colaboración y de interdisciplinariedad con otras, salvo el
ámbito biomédico, que prefiere crear y ampliar el ámbito de subespecialidades propias
para garantizar la no intervención de otras áreas de conocimiento en lo que considera
su territorio. Pero de forma paradójica, al menos en el territorio de las drogas, resulta
fácil encontrar profesionales de la medicina que de una forma estricta y ética asumen
estrategias multidisciplinares, pero a la vez no saben cómo conformar un relato ni un

26
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

planteamiento razonable de la esta, limitándose a adoptar esta práctica como una “acti-
tud moral” que les honra.
Por si esto fuera poco, la tradición biomédica, muy orientada desde la perspectiva de
la salud pública, intenta ocultar los posibles vínculos entre drogas y delito y habla de que
el viejo “modelo jurídico-penal” ha sido superado, con ello tratan de invisibilizarlo, pero
al hacerlo así, no cambian las cosas. Porque, de forma paradójica, es el propio ámbito
de salud pública el que reivindica la continuidad, cuando no el endurecimiento, de las
medidas de control y de coerción penal, al menos con relación al tráfico y la distribución
de una larga lista de sustancias. También es frecuente que se expresen relatos sobre la
necesidad de los “tratamientos obligatorios” y quejas relacionadas con la poca eficacia
de estas medidas penales y, por supuesto, las administrativas. No es fácil entender estas
discordancias, pero trataremos de clarificarlas a lo largo del texto.
En el campo del derecho penal (el vértice jurídico en las drogas) en cambio las cosas
han avanzado y se han adaptado de una forma notable, de tal manera que en los últimos
años y a pesar de los intentos del propio sistema judicial (y político) para frenar las in-
evitables transformaciones del estatus de las drogas, las costuras del sistema se van rom-
piendo por la propia lógica del estado democrático y de derecho y la frecuente utilización,
en un número creciente de sentencias penales, de un “buen conocimiento de la realidad
concreta” frente a la asignación automática de categorías jurídicas que, en ocasiones, ya
tienen poco que ver con esta realidad (Arana, 2012). Este cambio muestra claramente una
transformación cultural sobre la que existe una escasa conciencia, además cada vez son
más los juristas que reclaman profundizar en este proceso.
La creciente importancia de los argumentos sociológicos y psicológicos en es-
tas sentencias, aunque en ocasiones carezcan del adecuado conocimiento pericial, son
bienintencionadas, lo que supone el reflejo de esta profunda transformación jurídica y
judicial, en la que sin duda la criminología ha tenido algo que ver.
Asimismo, debemos mencionar la perspectiva de la ciencia política y de la admi-
nistración (el vértice de la decisión, gestión y planificación en las drogas), sobre las
que vamos a limitarnos a un aforismo: un buen manual de criminología debe establecer
cuáles son las políticas públicas más adecuadas para afrontar una determinada cuestión.
En este caso, las drogas. Y debe hacerlo porque el objetivo de la criminología es el cono-
cimiento científico de ciertos comportamientos y acciones, pero también de las acciones
que deben emprenderse para evitarlas.
Por tanto, la acción política y la práctica administrativa deben sustentarse en este
conocimiento para proponer actuaciones, programas y políticas globales. Es decir, debe
gestionar el bien común desde la perspectiva del conocimiento. No hacerlo así implica
negar las condiciones que determinan la existencia y la legitimidad de un Estado social
y de derecho.
La ventaja actual de la ciencia política se refiere a la facilidad para ejercer este papel,
porque tras décadas de fragmentación y falta de claridad con relación a sus objetivos,

27
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

contenido y diversidad teórica, se vive un momento de confluencia y coherencia concep-


tual y metodológica en esta área de conocimiento, que facilita su utilización en cualquier
modelo transdisciplinar (y lo cohesiona). Se trata de una realidad paradójica (o quizás,
congruente) porque la potente unificación de la ciencia política ha ocurrido al tiempo
que la acción política real se fragmentaba y entraba en una dinámica de confrontación
rupturista (Pierson y Skocpol, 2002).
Finalmente, cabe mencionar otras disciplinas que no forman parte del sistema por-
que su vínculo con la criminología es menos directo, más transversal y diverso, por
AUTOR: ejemplo, hay disciplinas necesarias, como la estadística y la metodología de la investi-
no aparece gación científica, para las que existen numerosos manuales, algunos de ellos ajustados a
con este la perspectiva de este texto (Comas, 2004; Roldán, 2016; Barberet, 2018), pero también
año en la disciplinas que pueden ser usuarias de la criminología, por ejemplo, en el caso de las
bibliografía. drogas, la educación, la pedagogía y las prácticas asistenciales. Finalmente, debemos
considerar la existencias de disciplinas coparticipes como la ciencia forense, la antro-
pología física, la farmacología, la filosofía (en particular, la filosofía moral) o las buenas
prácticas policiales. En cuanto a la antropología forense, teniendo en cuenta cómo fue
codificada por el Ministerio de Justicia en el año 1999 (Reverte, 1999), sería necesario,
debatir la forma de recuperar este posible interés mutuo para ambas disciplinas.
Por último, hay que reservar un papel singular e importante a la filosofía, ya que
en términos generales es la disciplina que nos ha conducido, a través de un proceso
histórico y acumulativo, al actual perfil del conocimiento científico, pero a la vez,
y de forma particular en el caso de la criminología, ocurre que la filosofía moral es
imprescindible para definir el sentido y la misión de nuestra disciplina, y un manual
de filosofía moral para criminólogos ya es una necesidad urgente. Aunque también es
imprescindible la filosofía de la ciencia (epistemología), que ha creado los términos y
conceptos que definen las bases de prácticamente todas las disciplinas, por ejemplo, en
este texto se van a utilizar varios conceptos que la filosofía de la ciencia aportó al co-
nocimiento y que la criminología utiliza: relato, lógica formal y matemática, empiris-
mo, teoría, paradigma, idealismo platónico, causalidad, parsimonia, holismo, sistema,
indeterminación, concepto y otros muchos más.

No dejes de leer
¿Qué significa holístico?

Holismo es sinónimo de totalidad, y en principio supone que no podemos analizar


o entender nada sin la comprensión del todo como un solo y exclusivo conjunto.
Es decir, a través de una acumulación de las partes no es posible comprender
cómo son las cosas. En el manual veremos cómo en criminología existen las dos
tradiciones, una estructural, que quiere entender los delitos desde una perspectiva

28
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

global y otra de tipo reduccionista (así la denomina la filosofía de la ciencia), que


pretende entenderlos exclusivamente en su contexto inmediato.
Pero holismo también tiene otro significado que en su origen debemos a
Aristóteles como “el todo es mayor que la suma de las partes”, y que implica que
una teoría o una explicación es holística o no es teoría ni explicación. Podría ser
cierto o no serlo, y es algo que no se va a discutir en este manual, aunque vamos
a mostrar la potencialidad de las teorías holísticas, a la vez que su incapacidad para
dar una respuesta completa y verdadera en la relación drogas/delitos, pero a la
vez también vamos a mostrar la capacidad de las explicaciones más reduccionistas
para entender la realidad inmediata al tiempo que se muestra su incapacidad para
comprender el mundo.
En todo caso hay que entender que tanto la razón holística como el reduc-
cionismo de las explicaciones cotidianas son dos tipos ideales que no solo reflejan
sus respectivas insuficiencias, sino que, ambos y por sí mismos, son peligrosos
para el conocimiento científico. Un profesional no puede limitarse a manejar, con
mayor o menor habilidad, explicaciones holísticas desde su mesa de trabajo, de la
misma manera que un profesional no puede sostener que su labor cotidiana con
personas le ofrece la totalidad de los datos para una visión completa y compren-
siva del mundo.
El itinerario de este manual es holístico porque explica cómo se construyó
la noción de droga y cómo se articuló un sistema internacional de fiscalización, así
como las consecuencias que esto ha producido y aún produce. En la perspectiva
de este itinerario global se analizará el caso particular de España. Pero también
daremos cuenta de las explicaciones más reduccionistas, que ayudan a compren-
der hechos concretos.
Sin embargo, estamos de acuerdo con Aristóteles en que el todo es mayor
que las partes, por lo que estas explicaciones particulares tratan de encajar en el
escenario general para intentar avanzar, según la acertada expresión de Jan Smuts
(1926) refiriéndose a que la teoría de la evolución es holística, porque refleja “la
naturaleza última de la realidad”. Trataremos, por tanto, de explicar la naturaleza
ultima de la relación entre drogas y delitos, incluyendo aquellas explicaciones par-
ticulares de pequeños aspectos de esta realidad, pero tratando de que se vinculen
al esquema holístico adoptado.

1.3. Un marco sistémico compartido en la relación entre las drogas y la


criminología

El apartado anterior nos ha proporcionado la imagen de un heptágono cuyos siete vérti-


ces (o ángulos) están ocupados por las diversas disciplinas que contribuyen a conformar

29
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

el campo de conocimiento de la criminología, al menos en su relación con las drogas,


porque a la vez son los siete ámbitos principales desde los que se puede enfocar el cono-
cimiento sobre las drogas. Una coincidencia no forzada que permite entender la relación
drogas/delito como un sistema que nos va a proporcionar una alternativa integrada y
holística de la cuestión que se trata en este manual.
El heptágono estrellado que aparece en la figura adjunta representa este sistema,
y sus ángulos se corresponden a la vez con los factores que conforman el sistema de
las drogas, de una manera mucho más rigurosa que en el triángulo de las drogas, pero
también incluye el sistema concreto de control de los delitos. Además, a cada vértice le
corresponde un campo de conocimiento que incluyen algunas disciplinas singulares, lo
que permite completar esta visión holística.

CH
(Biológico)

PA
IP
(Actuación)
(Información)

Criminología CS
Drogas (Cultura)
NJ
(Normas)

PS SC
(Individuo) (Sociedad)

Figura 1.1.  El sistema de conocimiento e intervención entre criminología y drogas.

Veamos el contenido de cada uno de los ángulos o vértices. Se puede comenzar por
cualquiera de ellos porque todos son equivalentes y cada uno se puede además vincular
o relacionar con los demás de forma directa, lo que implica que se trata de un sistema
sin jerarquías, pero que, como ya hemos dicho e insistimos, aporta una visión sistémica
de carácter holístico tanto de la criminología como de las drogas. Expresado de una for-
ma más sencilla, todos y cada uno de los vértices son miradas que explican la totalidad
porque todos ellos asumen una mirada común.

30
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

Comenzamos por el vértice (CH) del cuerpo humano en su contenido biológico,


es decir, el contenedor físico de la persona. Se trata también del receptor físico, al que
llegan las drogas y en el que, además, aparecen algunas consecuencias, en particular
problemas de salud e incluso la muerte, también es el contenedor físico, a través del
cerebro, del deseo, de la dependencia y de otros hechos que explican la dinámica singu-
lar de las drogas. Representa el territorio propio de las ciencias biomédicas, sobre todo
de la neurología y la farmacología, así como uno de los factores clave que conforman
la noción de salud y, especialmente, de salud pública, porque son hechos que ocurren,
aunque no en exclusiva, en el cuerpo humano.
Pasamos al vértice (IP) de la información, que facilita la creación del imaginario
cultural y una parte sustancial de la actuación. Representa el territorio de las ciencias de
la información, pero también de todos los proyectos y políticas de prevención, lo que a
su vez nos remite a la importancia de la evaluación. En las drogas, y en general en toda
la criminología, este es un ámbito muy poco desarrollado, ya que se ha limitado a reali-
zar “estudios de contenido” sobre los medios de comunicación, que tratan de delimitar
“el papel de los medios en la conformación del fenómeno drogas” o bien en los delitos.
Queda pendiente, por tanto, aprender cómo funciona la información para conformar
las actitudes y comportamientos de los ciudadanos en relación con las drogas, pero tam-
bién con otras cuestiones propias (seguramente todas) de la criminología. La carencia
de investigaciones y relatos en torno al vértice IP, y la falta de sugerencias de cómo se
pueden entender y manejar estas cuestiones de una manera razonable, en un mundo
marcado por la creciente influencia e incidencia de los MCS, el cine, las series, los vi-
deojuegos y las TIC, supone, en este momento, el principal reto para la criminología,
tratar de evitarlo o ignóralo representa una falta ética imperdonable.
También hay que considerar el vértice (CS) de la cultura, un componente general-
mente ignorado porque la noción habitual y popular de “cultura” se refiere a la “cultura
producida por los creadores”, pero esta es sólo una parte de la cultura, porque debemos
entender el concepto de cultura como la condensación material o simbólica de cualquier
conducta humana. La “cultura humana” es el objeto de estudio de la antropología social
y cultural, así como de la etnografía y en cierta medida de la corriente de los estudios
culturales. En la criminología este vértice ha estado muy presente de forma tradicional,
y en el caso de las drogas veremos la importancia que se le debería atribuir.
En el triángulo de las drogas, la sociedad ocupa un lugar relevante, pero aquí el co-
rrespondiente vértice (SC) se ha visto un tanto desplazado de su papel central por nuevos
vértices, como son información y cultura, así como normas y actuación. Lo cierto es que
su relevancia sistémica en el citado triángulo de las drogas, no tuvo nunca una proyec-
ción significativa, estaba ahí porque tenía que estar formando parte del modelo biopsico-
social en drogas, pero aparte de una palabra que representaba un ideal complementario
construido desde nociones, un tanto ambiciosas y propias de lo individual y del cuerpo
físico, siempre fue poco más. Una cierta pérdida de relevancia que también tiene que

31
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

ver con la claudicación de la sociología ante esta cuestión. En cambio, la sociedad, en


este esquema sistémico heptágonal, es algo más concreto y más limitado, lo que implica
que es más real. Representa el territorio de las ciencias sociales que incluye la sociolo-
gía, parte de la antropología social, el trabajo social, la educación social y también una
determinada perspectiva desde la psicología social.
El vértice (PS) de la consideración del individuo como tal y como persona que in-
teractúa con otras se ha ido consolidando durante los últimos años, de tal manera que la
mayor dificultad va a ser delimitarlo para que sea equivalente a los demás. No es fácil
porque implica a un grupo muy numeroso y muy activo de investigadores, de académi-
cos y de profesionales, en el cual no existen consensos esenciales, lo que supone que
cualquier síntesis resulta casi imposible. Tampoco parece correcto adoptar una determi-
nada orientación como referente de toda la psicología.
Pero a la vez, la explosión de la investigación y la literatura sobre cuestiones relaciona-
das con lo individual ha abierto tantas puertas y sendas, con sugerencias tan relevantes, que
resulta difícil prescindir de muchas de ellas. La cuestión se complica porque algunas de
estas puertas se consideran a sí mismas como totales y cerradas, mientras que otras adop-
tan una posición más abierta, científica y falsable. Por este motivo no podemos compro-
meternos, al menos en este texto, a proporcionar una explicación completa de este vértice.
En cuanto al vértice (NJ) de las normas, casi siempre se consideraron como parte
del ángulo de la sociedad, pero esto es una profunda equivocación si tenemos en cuen-
ta que es justamente la autonomía de lo jurídico lo que incluso explica la noción y la
existencia de las drogas. En el caso de las drogas, este vértice está ocupado por el dere-
cho penal y, en menor medida en este momento, por otras especialidades jurídicas. Es
cierto que el aspecto normativo también se enfoca desde la sociología (especialmente
en su cercanía con la filosofía normativa), así como con la antropología, pero al final
todo puede encontrarse en el ámbito del derecho, de la filosofía moral y política y, por
supuesto, en la propia criminología.
Finalmente está el vértice (PA), que se refiere la actuación (o si se quiere acción)
que representa el ámbito de la toma de decisiones, de la planificación, el diseño y la
evaluación de programas e intervenciones, también el ámbito de la justificación publica
y, por supuesto, de la participación. Para el caso de las drogas, representa el ámbito de
la ciencia política y de la administración, lo que incluye las ideas políticas y sociales, el
derecho administrativo y constitucional, la filosofía del derecho y otros.
Como conclusión, este manual ha sido escrito desde la óptica que proporciona este
sistema heptagonal y así debe ser interpretado, pero no volveremos a recordar que esta
es la base de las diversas explicaciones y resultados porque el modelo sistémico que es-
cenifica se aplicará a todo y en todo momento. A la vez se propone dicho sistema como
una posible interpretación de cómo opera en términos metodológicos y lo que es en rea-
lidad la criminología: una ciencia construida con el acompañamiento de otras ciencias y
que trata de mejorar el conocimiento sobre el delito, los delincuentes, las víctimas y el

32
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

justo, adecuado y respetuoso control para mejorar la vida de las personas y la cohesión
de las sociedades.

1.4. La identidad de la criminología en la relación entre drogas y delitos

Si la criminología se representa como un sistema, exactamente un heptágono sobre el


que confluyen diversas disciplinas, puede inferirse, de manera razonable, el temor a que
si la criminología es solo la visión holística que conforma el sistema, se trata de una
disciplina puramente interdisciplinar y que, por tanto, carece de una identidad propia.
Vamos a intentar aclarar esta cuestión y a hacerlo justamente en relación con las drogas.

1.4.1. La práctica de la criminología en su relación con las drogas

La descripción y la misión de la práctica de la criminología aparece en la mayor parte


de manuales de la disciplina como “el resultado de la confrontación de una parte de las
disciplinas (mencionadas) con el fenómeno del delito o de la criminalidad”, se trata
además “de una confrontación complicada y difícil” que se sostiene “por el recurso a unAUTOR:
riguroso empirismo por parte de la criminología” (Ceretti, 1992). Una disciplina que hano aparece
ido “caminando desde el suceso criminal, hasta el delito y el delincuente, después hacia
con este
la víctima, de la víctima a las teorías del control social y de estas hacia la prevención del
año en la
delito” (García Pablos, 1999). Lo que equivale a decir hacia el diseño de las políticas
bibliografía.
públicas, y de las acciones e intervenciones policiales (Barberet, 1999).
En ciertos casos se hace, además, hincapié en determinados detalles de esta defini-
ción que goza de un buen consenso, por ejemplo, que se trata de “analizar una conducta
similar a cualquier otra pero que produce víctimas” (Stangeland, 1998). O bien de formaAUTOR: no
alternativa y siguiendo la perspectiva de la teoría liberal y crítica (véase su exposiciónaparecen en
en el capítulo 4), avanzar hacia la misión más consensuada de la actual criminología, esla bibliogra-
decir, “analizar las propias carreras delictivas para prevenir la delincuencia” (Garrido yfía.
Montoro, 1992).
Estando de acuerdo con estas definiciones de la práctica de la criminología, que po-
demos tomar por una sola, ¿nos resuelven los problemas que aparecen en relación con las
drogas? En parte sí, ya que nos vamos a mover en el ámbito que establecen dichas defini-
ciones, lo cual de entrada ya modifica la forma habitual de explicar “los problemas de las
drogas”, pero, a la vez, ¿cómo vamos a explicar cómo se utiliza el alcohol y las drogas?,
¿quién las utiliza e incluso por qué se utilizan? ¿Vamos a tratar de hacerlo como se ha he-
cho siempre, es decir, de la misma forma que lo hacen los especialistas que trabajan en el
ámbito de las drogas? Pues en parte sí y en parte no, porque la perspectiva criminológica
es otra, más multidisciplinar y más propia del empirismo utilitarista.

33
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Pero, al mismo tiempo, optar por una perspectiva multidisciplinar supone, a la vez,
tener en cuenta aquello que los especialistas nos aportan y nos sugieren, pero hacerlo
desde la óptica crítica que la propia comparación multidisciplinar nos aporta. Expresado
en términos sencillos, debemos míralo, aprenderlo y entenderlo todo, pero desde esta
perspectiva holística también debemos sospechar de todo, especialmente cuando hay
desacuerdos. Y en el ámbito de las drogas, los desacuerdos son muchos y muy evidentes.
Es cierto que la especialización supone un mejor conocimiento de la realidad, entre
otras cosas por su carácter exponencial: el ritmo de conocimiento crece según vamos sa-
biendo más de cualquier cosa. Pero, a la vez, este ritmo se ralentiza cuando el “experto”
se encierra en su propio relato.
En relación con las drogas, la criminología se ha limitado a dar la palabra a los espe-
cialistas, dando por supuesto que son los únicos que pueden producir un relato científico
en torno a las drogas. De hecho, la mayor parte de textos que hablan de criminología y
drogas, aunque estén escritos por criminólogos, no incluyen otro relato que la transcrip-
ción del de los especialistas en drogas. En general, los textos españoles de criminología
se limitan a sintetizar, resumir o realizar un corta y pega de lo que han dicho los especia-
listas en drogas, además es fácil hacerlo porque la literatura sobre drogas, en particular
la psicológica y psiquiátrica, pero también la sociológica, la antropológica, la de trabajo
social y, por supuesto, la jurídica, son muy amplias y plurales.
A modo de ejemplo, vamos a observar algunos prestigiosos textos internacionales
(es menos comprometido) que también hacen esto (Cosson, 1998; Haut y Quéré, 2001
y Bean, 2002), todos ellos adoptan una posición adecuada para definir y trabajar desde
la criminología, pero cuando llegan a las drogas se bloquean y ceden la palabra a otros;
algunos, como Philip Bean, a los usuarios que describen su experiencia en términos tan
esperables como inciertos, otros, como Maurice Cosson, dan la palabra a psiquiatras
que nos cuentan historias tremendas de deterioro personal, y finalmente otros, como
François Haut y Stéphane Quéré, se sienten profundamente incomodos porque sus ban-
das de narcotraficantes no se parecen en nada a lo que debería ser el narcotráfico organi-
zado tal y como se narra desde el ámbito de las drogas.
Entonces, ¿qué debe hacer el criminólogo? Pues sencillamente hablar desde la cri-
minología, una disciplina que se construye a partir de las aportaciones de otras disci-
plinas pero que, a la vez, aporta el contenido comparativo y algo más, en concreto una
visión holística y la perspectiva del empirismo utilitarista.
Veamos algunos ejemplos. Supongamos que hay que optar entre varias políticas con-
cretas de atención a las personas con problemas de alcohol y drogas, cada una de ellas
con sus costes, que pueden ser muy diferentes, con sus resultados evaluables en sus pro-
pios términos y cada una ligada a una concepción de los derechos de las personas y los
grupos sociales. Entre estas políticas aparecen y se aplican, aunque no todas ellas en la
misma medida y en todos los países, las siguientes: considerarlo solo una infracción pe-
nal y aplicar sanciones o tratamientos compulsorios (obligatorios) a los usuarios, utilizar

34
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

las redes generales de atención pública, particularmente sanidad y salud mental, utilizar
recursos específicos y especializados para atenderles, y finalmente (aunque hay incluso
otras opciones), promover y apoyar a los grupos de autoayuda.
Pues bien, el criminólogo debe saber muy bien qué significan cada una de estas
opciones, debe comprenderlas en profundidad, con sus respectivas ventajas e incon-
venientes, debe “bajar” al barro de los detalles y debe sentir empatía por las personas
a las que se va a aplicar estas políticas, pero también por las personas que las aplican,
debe comprender las incongruencias y las contradicciones a las que recurren los profe-
sionales y los voluntarios de cada uno de estos ámbitos para defender que su “opción es
la mejor”, debe comprender y debe poner en evidencia el autoengaño al que se recurre
para defender los intereses profesionales, corporativos y personales, y finalmente, debe
comprender que todos ellos tienen en parte razón y en parte no la tienen.
Por este motivo hay que entender bien que cualquier profesional de la psiquia-
tría, o del ámbito jurídico, la psicología, la educación social, la antropología, el traba-
jo social, la sociología, la cultura o la política, maneja sus propias concepciones, en
ocasiones antagónicas, de la realidad y de la evidencia científica, que parte de estas
concepciones son ciertas pero en ocasiones también inadecuadas, y que todos ellos
proponen políticas públicas diferentes o matizadas entre las alternativas que he citado
anteriormente.
Pues bien, se reitera que la función del criminólogo es conocerlas todas ellas en
profundidad y en el detalle concreto de la perspectiva de las personas afectadas, e inter-
venir para proponer una políticas concretas que sean a la vez las más eficientes y más
respetuosas con los derechos individuales. Porque si dejamos, siguiendo el ejemplo del
párrafo anterior, que sea solo la psiquiatría (aunque el ejemplo vale para cualquier otra)
la que realice esta propuesta y defina su aplicación, podemos estar seguros de que será
insuficiente, será sesgada, y en cuanto a los derechos individuales, seguramente muy
peculiar. Lo mismo ocurrirá, insistimos, con el trabajo social, la psicología o cualquier
otra disciplina.
Es cierto que esto todo el mundo lo sabe y por esta razón se recurre a adoptar polí-
ticas de coordinación que raramente consiguen los efectos propuestos, pero también se
proponen políticas transversales, que no son otra cosa que formas de retórica política
de las que no se puede citar un solo ejemplo real, y de forma muy general se defiende
la opción de los equipos multidisciplinares, una práctica que solo aparece en las redes
específicas y especializadas, y, en particular, de una manera efectiva solo cuando depen-
den de organizaciones no gubernamentales, en gran medida porque en el ámbito de las
políticas públicas, los juegos de poder impiden cualquier manifestación de horizontali-
dad. No debería ser así, pero es así y cuanto antes se reconozca, mejor.
La criminología no responde a ninguno de los perfiles profesionales mencionados,
pero a la vez tiene que ver con todos ellos, y por este motivo posee la capacidad óptima
para proponer las políticas adecuadas. Esto no significa que la criminología esté por

35
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

encima de estas disciplinas, que adopte una posición jerárquica con relación a ellas, sino
que simplemente las utiliza y las acompaña para poder entonces concebir, construir y
exponer explicaciones alternativas, así como mejorar las actuaciones correspondientes.
También es cierto que su práctica interdisciplinar y holística le permite concebir una
misión más completa y depurada.
Obviamente, la criminología no es tampoco una disciplina de palacio, sino un ám-
bito de conocimiento que, como ya se ha explicado, acompaña a otros profesionales y
les facilita una mirada distinta pero solidaria, que también trabaja en el barro y con las
personas y sus derechos, que se compromete, que se moja, que lanza propuestas políti-
cas y que las defiende y discute, porque esta es su principal tarea. En todo caso, también
es cierto que existen sectores de la criminología que no defienden esta postura, pero, al
menos a modo de contraste, es la que se va a desarrollar en este manual en relación con
las drogas.

No dejes de leer
¿Qué es el empirismo utilitarista y moral?

Como doctrina política y filosófica, el empirismo utilitarista nace en la Inglaterra


del siglo  xvii, con la idea de “construir certezas que sean útiles”, gracias a figuras
emblemáticas para la historia de la ciencia como Francis Bacon (1561-1626) o
Thomas Hobbes (1588-1679), prosiguió en el siglo siguiente con Jeremy Bentham
(1748-1832) y con David Hume (1711-1776), que completó y reforzó, con sus
dudas sobre el empirismo, la conocida “guillotina de Hume”, que afirma que “no
se puede deducir el deber ser a partir del ser”, y sobre el propio utilitarismo al
escribir que “la razón no es ni puede ser la escala de las pasiones, siendo su única
función servirlas y obedecerlas”.
Este primer utilitarismo, y en menor medida el empirismo de los hechos, fue
utilizado, como se verá más adelante, por Cesare Beccaria (1738-1794), para es-
cribir De los delitos y las penas (1764), el texto con el que se funda la ciencia de la
criminología, con un claro espíritu utilitarista, que, al menos en parte, se mantiene
en este manual.
A lo largo del siglo xix se mantuvo la práctica del empirismo, pero el utilitaris-
mo adquirió un carácter moral al plantearse “¿útil para qué?” y “¿útil para quién?”,
preguntas que formuló John Stuart Mill (1806-1873) en Inglaterra, así como Wi-
lliam James (1842-1910) y John Dewey (1852-1952) en Estados Unidos, aunque
en este país suele llamarse pragmatismo. Es cierto que no significan exactamente
lo mismo, pero en el uso que le vamos a dar en este texto, resultan coincidentes.
Además, en la actualidad conforman, más que ninguna otra perspectiva, la forma
de pensar y considerar la acción política y el desarrollo científico en ambos países,

36
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

hasta el punto de que son muchos los autores que consideran que el conjunto
del mundo anglosajón vive inmerso en una cultura del “empirismo utilitarista” con
un carácter más o menos moral, que les otorga una ventaja competitiva de la que
además saben aprovecharse.
¿Qué es el empirismo utilitarista? ¿Y el utilitarismo moral? Pues se trata de
una forma de pensar, de una definición de los procedimientos metodológicos para
acceder al conocimiento, pero también de una cuestión moral que según el co-
nocido aforismo de Bentham supone que “entre dos opciones debemos elegir la
que tenga mejores consecuencias para todos”, así como la idea de “que solo lo
útil merece hacerse”. Aforismos que, trasladados al ámbito del conocimiento, im-
plican que los saberes tienen que ser tanto útiles a las personas como verdaderos.
De tal manera que si no cumplen a la vez, ambas condiciones son perfectamente
prescindibles.
En este sentido, el empirismo utilitarista no es tanto una teoría (que lo es)
como una actitud ante la vida y ante la forma de adquirir conocimientos, pensan-
do además en su utilidad pública. Ciertamente se trata de una forma de encajar
la cuestión de la metodología de la ciencia, pero también un proyecto moral que
se vincula a una ideología social y política. Sigue muy presente en el mundo de la
investigación científica, en la gestión política y en la definición del trabajo profe-
sional, aunque en su planteamiento formal cada vez es más residual en el mundo
académico, aunque mantiene su fuerza tras la noción de “evidencia científica”.
Aunque no todo lo que se autodenomina evidencia cumple con las condiciones
de verdad y utilidad (moral) al mismo tiempo.
Con estas explicaciones cualquiera puede darse cuenta de que platonismo y
empirismo utilitarista son conceptos opuestos. Pero ¿por qué es tan importante
entender bien estos términos? Pues porque identificaremos, en la propia crimino-
logía y en las disciplinas que la conforman, explicaciones puramente platónicas y
otras que son puramente utilitarias. Comprender ambos extremos, lo que signifi-
can, aprender a interpretarlos, a utilizarlos y a movernos entre ellos es básico para
comprender el propio manual, y seguramente también una versión más precisa de
la criminología como ciencia.

1.4.2. La utilidad de la criminología

La cuestión de la utilidad del conocimiento y del saber de una disciplina particular se ha


venido resolviendo desde diversas perspectivas que han ido evolucionando con el avan-
ce propio de cada una de ellas. En el caso de la criminología, la perspectiva original fue
la del paradigma del empirismo utilitarista, y en gran medida se ha sostenido sobre este,
aunque en ocasiones ha sido de una forma más implícita que explicita.

37
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Desde la perspectiva del empirismo utilitarista, la criminología se ha sentido involu-


crada en tareas de investigación, de la forma más empírica o inductiva posible, y en aplicar
los resultados de estas investigaciones para proponer reformas y soluciones a los problemas
estudiados de tal manera que contribuyan al bienestar de las personas y de las colectivida-
des. Su utilidad, por tanto, formaba (y forma) parte de las propuestas del utilitarismo moral.
En este sentido, la criminología se sitúa sobre una identidad que ha sido siempre muy clara.
Pero los tiempos cambian y desde la segunda mitad del siglo xx diversas críticas han
tratado de desplazar, no tanto la perspectiva de la criminología, sino el paradigma utilita-
rista sobre el que se sustenta. Se trata de dos tipos de críticas antagónicas. La primera se
refiere a la confianza ciega en la razón y viene a decir que solo se puede alcanzar el co-
nocimiento disponiendo de teorías cerradas y acabadas a modo de un holismo extremo,
que a su vez determinan los procedimientos metodológicos adecuados y los diferencian
de forma muy rigurosa de los inadecuados. Esta es la orientación de todo el cientifismo
y en particular de la teoría de la elección racional, para los cuales el principio moral del
utilitarismo sobra y es incongruente porque resulta insuficiente para aportar un “conoci-
miento verdadero” (Rorty, 1972).
La segunda es la crítica inversa que establece una relación agónica con la primera,
que rechaza la existencia de la razón y afirma que solo el subjetivismo y un cierto, aun-
que siempre supuesto, humanismo es lo único que nos puede proporcionar conocimiento
útil y verdadero. Asimismo, también determinan los estilos reflexivos adecuados y los
diferencian de forma muy rigurosa de los inadecuados. Para los que adoptan esta posi-
ción, ni el empirismo ni el utilitarismo tienen ningún sentido, porque el ser humano solo
puede entenderse desde los sentimientos y los deseos que concibe, y estos son puramen-
te irracionales, y en esta irracionalidad reside precisamente su “condición humana”;
como consecuencia, el utilitarismo es incongruente porque es innecesario para entender
la “verdadera realidad” (Sebreli, 2007).
Para los primeros, el paradigma del empirismo utilitarista que ha sustentado a la
criminología a lo largo de su trayectoria resulta insuficiente porque no es una teoría com-
pleta y plenamente racional, para los segundos, en cambio, es perfectamente prescindible
porque la única y verdadera fuente del conocimiento es la mera subjetividad humana.
Buscando una imagen clarificadora en la Odisea, ocurre que, en el actual momento
histórico, político, social y cultural, en casi todas las disciplinas, avanzamos hacia el
futuro a través de la marejadilla de sanos debates, con vientos variables, pero no excesi-
vamente turbulentos. Esto no impide que existan procelosas amenazas, porque debemos
sortear en la popa los cantos de algunas sirenas con cuerpos institucionales tatuados con
“solo basado en evidencia”, que tratan de atraernos con sus insistentes ripios hacia el
abismo del supuesto hiperracionalismo de las verdades fundadas en “si es verdad lo será
para siempre”, mientras que por el lado de proa otras sirenas, exhibiendo sus cuerpos ta-
tuados con “humano demasiado/solo humano” tratan de atraernos con sus emotivas me-
lodías hacia el abismo de “todo aquello que el ser humano puede imaginar es verdad”.

38
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

Es verdad que somos muchos los que tenemos claro que debemos seguir adelante
sorteando todos estos cánticos, pero ¿debemos como los marineros de Ulises ponernos
cera en los oídos para no tener que escucharlos? Lo cierto es que, como hizo el propio
Ulises, debemos escucharlos y además con atención, pero no atados al palo mayor para
no sucumbir, sino con la mente bien abierta y adecuadamente amueblada de coherencia
epistemológica.
Por tanto, afrontamos dos posturas antagónicas y dos riesgos que pretenden respecti-
vamente ser agónicos como si solo ellos existiesen. Una situación sobre la cual el recien-
temente fallecido filósofo especializado en temas de identidad, racionalidad y ética de
la ciencia, Derek Parfit (1942-1917), nos ha dejado una sesuda y singular reflexión que,
como el mismo ha mencionado, nos permite preservar la esencia de nuestra disciplina.
Parfit se ha centrado en unas pocas cuestiones, pero las ha analizado en profundidad.
Para afrontar la ofensiva del hiperracionalismo, en el año 1984 publicó Razones y
personas, en la cual, entre otras cuestiones, trató justamente de actualizar el paradigma
del empirismo utilitarista, en particular, la idea de que el conocimiento debía filtrarse por
la norma moral de “obtener el máximo beneficio para el mayor número de personas”,
mostrando cómo esto no es tan fácil, porque no somos siempre racionales, sino que solo
somos “racionales en tiempos y situaciones parciales” (Parfit, 1984).
Expresado de forma más sencilla pretende decir que a lo largo de un tiempo deter-
minado, unas horas, un día o una semana, podemos mostrar una racionalidad absoluta,
mientras que en otros momentos ser perfectamente irracionales. Se trata de una expe-
riencia intuitiva y personal, que adquirimos en la adolescencia y que todos nosotros
tenemos, aunque, a la vez, la interpretamos de muy diferentes maneras, ya que mientras
algunos son muy pesimistas en torno a su identidad racional, otros son excesivamente
optimistas.
Esta idea le conducía hacia otras dos implicaciones, la primera, que las teorías ho-
lísticas del tipo elección racional resultan, per se, profundamente irracionales, porque
representan directamente un imposible humano. Algo que el psicólogo y premio nobel
de economía Daniel Kahneman ha venido confirmando empíricamente desde entonces
(Kahneman, 2011). En términos sencillos ambos afirman resulta imposible ser “racio-
nalmente egoístas a tiempo completo”, como pretende la economía neoliberal y la teoría
de la elección racional (y las diversas explicaciones que asumen este principio epistemo-
lógico), porque esto es ajeno a la naturaleza del propio ser humano.
Como demuestra Kahneman con diversos experimentos, nuestro comportamiento a
lo largo de un día concreto puede mostrar tanto rasgos de egoísmo extremo como rasgos
de solidaridad que, de acuerdo con la teoría de la “elección racional”, no deberían ser
posibles. Como consecuencia, en una misma mañana podemos adquirir un producto
maximizando el coste-beneficio que tiene para nosotros y en el siguiente comercio ad-
quirir otro comparativamente más caro, y además ya innecesario, y que no utilizaremos
nunca, sin que por esto tengamos un problema de salud mental.

39
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

A la vez, explica Parfit, la misma tarde podemos manifestarnos reclamando más con-
tenedores para reciclar en nuestro barrio o pueblo y por la noche tirar con la basura or-
gánica todas las latas y el cristal, al lado de los propios contenedores de reciclaje. Y esto
tampoco revela ningún problema mental. De esta manera se refuta lo que Parfit llama la
reclamación de un utilitarismo total y absoluto, pero, a la vez, preserva un utilitarismo
“leve” (la palabra es suya), que se mantiene estable a través de la “identidad personal”,
que interpreta como la “relación conectiva” (de carácter psicológico) que garantiza la
continuidad de dicha identidad. Es decir, podemos ser utilitaristas, pero no podemos ser
“utilitaristas totales”, porque no somos racionales a tiempo completo, y, por supuesto,
nuestras interpretaciones morales cambian al mismo ritmo. Pero nuestra identidad per-
sonal puede ser perfectamente la del empirismo utilitarista, siempre que no la tomemos
como un principio absoluto.
Expresado también de forma sencilla, Parfit viene a decir, más o menos, que haga-
mos lo que hagamos a lo largo del día, racional o irracional, nada nos impide ser siempre
nosotros mismos, lo que nos permite adoptar la identidad de empiristas utilitaristas, pero
debemos adquirir la actitud de considerar que nos limitamos a lo imprescindible y en
la justa medida, porque asumirlo como una explicación absoluta y total de la realidad,
supone mantener la racionalidad a tiempo completo, y esto no es posible.
La última obra de Parfit, en dos volúmenes, el segundo casi póstumo, que se titula
On What Matters, un texto del que aún no se dispone de una edición en español, se po-
dría traducir como Sobre lo que importa, y resulta una lectura un tanto difícil y compleja
que tardará años en adquirir su verdadero significado.
En todo caso, si en Razones y personas ajustaba las cuentas con las teorías que pre-
tenden ser “totalmente racionales”, en este segundo libro trata de ajustar las cuentas con
el subjetivismo, el nihilismo y el relativismo que nos habrían inculcado la idea de que
“la razón no existe, son solo ilusiones, deseos y motivaciones que compiten entre sí en
nuestro yo personal, hasta que alguno de ellos se impone y toma el control de la acción”.
Si las teorías racionalistas más holísticas, como es el caso de la “economía de la
elección racional”, son incapaces de explicar la complejidad y las paradojas que presen-
tan las decisiones humanas, las teorías subjetivistas son incapaces de explicar la existen-
cia de una normatividad social que se refleja en la existencia de una sociedad organizada
y que camina, en ocasiones de manera confusa, hacia un determinado destino del que
podemos imaginar cosas aún sin saber o esperar nada.
Porque, arguye Parfit, la mera lógica del deseo no puede organizar la realidad, toda
la realidad, que requiere de un principio de legitimidad, ya que “no existe un deseo de
bienestar sino el hecho normativo (cultural) de que el bienestar es deseable”. Ciertamen-
te, existen las influencias inconscientes, pero, incluso para el psicoanálisis más radical,
los deseos inconscientes existen porque hay “circunstancias normativas que se refieren
a ellos”. Como consecuencia, la normatividad está más extendida de lo que podemos
llegar a imaginar, pero a la vez es más leve de lo nunca se pensó.

40
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

Esto significa que el empirismo es imprescindible para la vida y para el conoci-


miento, pero es solo una parte de la vida y del conocimiento, ya que por sí solo el
empirismo no nos conduce hacia ningún lugar, sin embargo, en combinación con una
norma no demasiado estricta, como la que nos permite sustentar el modelo moral del
utilitarismo, podemos seguir avanzando, como ya se ha explicado, con parsimonia, ha-
cia un lugar que suponemos mejor, siempre y cuando consideremos, tal como expresa
Parfit, que esta norma viene a ser como “una leve indicación de lo que se debe hacer,
sin sostener que debería ser una norma estricta”.
En este sentido cabe entender que, si bien la venganza es un sentimiento humano y
un deseo, la moralidad utilitarista nos dice que el castigo solo es legítimo si es el adecua-
do para prevenir actos similares. Por este motivo sabemos desde Beccaria que el castigo
solo es legítimo si se trata de acto esencialmente eficaz, también desde Beccaria sabemos
que la ausencia de un castigo justo “favorece a los poderosos y aniquila la dignidad de
las víctimas y sus iguales”. Un principio que debemos mantener pero que a la vez solo
debemos interpretar no tanto en términos de una obligación estricta sino como esta “leve
indicación” que debe servirnos de orientación.
Veamos un ejemplo actual: según las encuestas, más de dos terceras partes de los
españoles creen que tenemos un sistema de penas demasiado laxo y blando con los de-
lincuentes. Los juristas saben en cambio que es uno de los más duros de Europa, sino el
que más, y que, por este motivo, en ocasiones resulta ineficaz en cuanto a la posibilidad
de plantear el objetivo de reinserción, tal y como establece nuestra propia Constitución.
Frente a esta realidad, ¿cuál es entonces la identidad y la utilidad de la criminología?
Pues explicar esta incongruencia social, porque si los españoles son tan partidarios de la
venganza y del incremento de penas, tienen un problema mental de disonancia cogniti-
va, ya que debemos suponer que, como su interés real es la seguridad personal y fami-
liar, en el improbable caso de que obtuviéramos el máximo rango de venganza deseada
(es decir, penas muy elevadas), entonces su seguridad personal disminuiría.
No debemos ni podemos sostener este hecho sin más porque casi nadie lo entiende,
ni tan siquiera iniciar acciones que resalten la absoluta irracionalidad del comportamien-
to de los españoles, recurriendo a explicaciones demasiado dogmáticas que nos conduz-
can al abismo de las evidencias absolutas del que no es fácil salir.
Pero tampoco, por supuesto, podemos apoyar este deseo subjetivo de venganza ni
legitimar acciones que se sustenten sobre el propio deseo subjetivo y expresado como
más venganza y mayores penas, porque entonces el propio nihilismo subjetivo e irracio-
nal nos impedirá avanzar y cambiar las cosas. Entonces, ¿qué hacer? Pues un poquito de
todo, de forma leve, sin caer en incongruencias de uno u otro signo y simplemente dando
a entender que aportamos datos y propuestas que pueden ser importantes de verdad.
En el fondo, Parfit nos aconseja practicar una suerte de moderación metodológica,
que a la vez preserve los valores de la ciencia sin convertirlos en verdades teóricas
inmutables, pero sin entregarnos como alternativa al mero subjetivismo del deseo. De

41
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

alguna manera podemos asumir el paradigma del empirismo utilitarista si lo usamos sin
estridencias, como una identidad disciplinar y como una orientación compartida en su
levedad. Como una brújula que nos impide perdernos.
Sintetizando, la criminología es una ciencia empírica, siempre que tengamos en cuen-
ta las limitaciones de la guillotina de Hume, que intenta ser lo más racional posible pero
que tiene claro que ningún ser humano es racional a tiempo completo y que, finalmente,
mantiene su identidad, su moral y su ética utilitarista, pero sin tratar de imponerla a nadie.
¿Se puede trasladar esta misma visión al tema de las drogas? Sin duda, cuando lo
hacemos desde la perspectiva de la criminología, pero teniendo también muy presente
que las drogas presentan sus propias complejidades, lo que nos exige acentuar la actitud
crítica y la capacidad de abstracción, porque es un tema tan cargado de connotaciones
ideológicas que debemos buscar la forma de ponerlas en evidencia.

1.5. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate

Al final de todos los capítulos aparecen varias propuestas de reflexión personal y de


posible debate en grupo. Debate formal, se entiende. Resulta conveniente leerlas y, si
es posible, elegir alguna para reflexionar sobre ella o incluso provocar un debate bien
presencial, bien en las redes sociales. No son muchas, no son todas las posibles y están
muy abiertas, lo que significa que las circunstancias de la actualidad o la experiencia
personal permiten ampliarlas o rehacerlas.

Primera propuesta
El alumnado puede plantearte la primera pregunta: ¿debería leer el libro de Cesare
Beccaria De los delitos y las penas? Si ya lo has leído, puedes obviar esta propuesta,
pues en realidad se trata de un libro muy corto, sencillo, y además es el origen y el
texto fundacional de la criminología. Pero también puedes pensar: ¿qué tiene esto que
ver con los problemas actuales a los que se enfrenta nuestra sociedad, si vivimos en
un estado democrático de derecho? Y, por tanto, no leerlo. ¿Qué crees que deberías
hacer? ¿Qué vas a hacer? Ten en cuenta que se realizarán otras propuestas sobre este
texto, así que puedes leerlo ahora y aprovechar después para hacer otros ejercicios.

Segunda propuesta

En el texto se afirma, sin aportar hasta el momento ninguna prueba, que las pe-
nas en España son excesivamente largas y duras. El imaginario social sostiene, en
cambio que “si un posible delincuente está en la cárcel nosotros estaremos más
seguros”. Entonces, ¿es posible que la afirmación del texto sea un error? Reflexiona

42
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

desde dos premisas: ¿cuánta y qué gente debería estar en la cárcel durante muchos
años para que te sintieras completamente seguro? Y, para que los demás estuvieran
seguros, ¿debería yo estar en la cárcel? No tienes que explicar tus conclusiones a
nadie, simplemente reflexiona siendo sincero contigo mismo.

Tercera propuesta

Busca un ejemplo concreto y real, algo de tu propia vida cotidiana, sobre lo que
tienes que tomar una decisión, e imagina tomar esta decisión desde la perspectiva
del empirismo utilitarista.
Tiene que ser algo sobre lo que tienes una información completa y cierta, pero
lo importante es que la propia decisión se sostenga sobre el concepto moral de que
“esto es lo mejor para el mayor número de personas”. Si te empeñas, puedes ade-
más buscar dos ejemplos muy diferentes, uno en que tú seas quien pierde y otro en
el cual seas quien gane.

43
2
Cuestiones conceptuales
relacionadas con las drogas

Ya hemos aprendido, en el capítulo anterior, que, al menos desde la perspectiva de las


drogas, la criminología es una disciplina empírica tutelada por el utilitarismo moral y
hemos comenzado a entender que debemos anclarnos firmemente en esta concepción
para entender “de que van las drogas”. También hemos visualizado el carácter transdis-
ciplinar y no jerárquico (o si se quiere horizontal) de la criminología y cómo comparte
esta condición con toda forma de acercamiento científico a las drogas.
Pero saber todo esto no es suficiente, porque las particularidades conceptuales del
término droga, el argot propio de este ámbito de intervención y los tipos de delitos con
los que se asocian las drogas también deben ser explicados y, además, hacerlo desde
una perspectiva ética, de derechos humanos y sociales, dando respuesta a cuestiones
que se viven, en nuestra sociedad, en forma de relatos en los que prima la ideología y la
emotividad.
A partir de este capítulo, la cuestión terminológica empieza a adquirir importan-
cia. Pero no se va a resolver, porque se trata de una cuestión compleja que no vamos a
solucionar del todo hasta casi el final del libro, cuando vayamos comprendiendo otras
cuestiones.
De nuevo debemos recalcar que no es un capítulo sencillo, aunque es muy nece-
sario, porque trata de modificar nuestra percepción de las drogas, para enlazarla con la
imprescindible comprensión que se requiere desde la criminología sobre esta cuestión.

2.1. De qué hablamos cuando utilizamos el término droga

2.1.1. Describiendo el problema

Una vez construido un enfoque general de la criminología adecuado al tema de las dro-
gas debemos entonces preguntarnos: “¿Qué son las drogas?”. A lo que seguramente una
mayoría reaccionará afirmando: “¡Vaya pregunta!”. Para pasar a enumerar a continuación

45
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

una lista más corta o más larga de sustancias, lo cual nos permitirá reformular la pre-
gunta: “¿Por qué estas sustancias son drogas y otras no lo son?”. E incluso podremos
adelantar una respuesta en forma de pregunta: “¿Por sus efectos y consecuencias?”. A
la que obviamente todo el mundo contestará: “¡Por supuesto!”. Pues resulta que esto
no es así, y como tendremos ocasión de explicar los supuestos aspectos que unifican la
categoría y la noción de droga, ni son los mismos para todas ellas ni son exclusivos de
las sustancias calificadas como tales.
Si modificamos la pregunta y la formulamos como “¿Qué crees tú que es droga y que
consecuencia produce?”, nos daremos cuenta de la gran variedad de respuestas, porque
de entrada, para algunos, situados en un extremo de la escala conceptual, las drogas son
la manifestación extrema del mal sobre el mundo, para otros, situados en otro extremo,
son solo una forma de placer al que tenemos derecho y que tratan de arrebatarnos. Cerca
de los primeros se sitúan aquellos que piensan que son un peligroso veneno para nuestra
sociedad, y de los segundos los que opinan que bien reguladas son sustancias que con-
tribuyen a nuestro bienestar. Entre ambos están aquellos que creen que son sustancias
peligrosas, que además representan algunos riesgos, pero que bien controladas también
pueden ser una fuente de beneficios.
Entre estas dos posiciones extremas y sus correspondientes teorías conspirativas se
sitúa una multitud de interpretaciones, utilizadas por diversas corporaciones profesiona-
les y por sus correspondientes ámbitos académicos de conocimiento, en cada uno de los
cuales hay también diversos puntos de vista. Por si esto fuera poco, aparece además un
imaginario social colectivo más o menos compartido que nos ofrece otras y muy diver-
sas respuestas al “problema de la droga”.
A la vez, tratando de superar toda esta confusión, se sitúa el conocimiento científico
entendido como la utilización de procedimientos metodológicos que aportan evidencia.
Pero por desgracia, en el caso concreto de las drogas, y como tendremos ocasión de
explicar, una parte del relato, que actualmente representa además la parte institucional
hegemónica, utiliza un supuesto lenguaje científico, caracterizado por el uso continuo
e innecesario de la coletilla “basado en evidencia” para expandir una serie de creencias
ideológicas poco recomendables y alejadas de la razón científica. Es decir, la supuesta
aportación de la ciencia al tema de las drogas forma parte de la confusión y no es la so-
lución. Este es un tema clave, que quizás ahora sorprenda, pero del que nos ocuparemos
de forma muy amplia.
Entonces, ¿en este manual qué son las drogas? Pues vamos a manejar una definición
muy precisa y exacta que, sin embargo, es tan inédita que sonará extraña a muchos lecto-
res, porque “drogas son las sustancias que se definen como tales en las listas anexas del
Convenio Único sobre Estupefacientes de 1961 y del Convenio sobre Sustancias Psico-
trópicas de 1971, agrupados en la Convención de Naciones Unidas contra el tráfico de
estupefacientes y sustancias psicotrópicas de 1988 y que actualiza de forma permanente
el Internacional Narcotics Control Boar (INCB)”.

46
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

En términos estrictos, y especialmente en términos jurídicos, las sustancias que fi-


guran en las listas (varios cientos, por cierto) son las drogas, y en cambio las sustancias
que no están en tales listas no forman parte de la categoría drogas. Por ejemplo, y como
veremos, hay opiáceos sintéticos que son drogas y otros opiáceos sintéticos, con fórmu-
las químicas muy parecidas, efectos similares y consecuencias indistinguibles, que son
fármacos legales, más o menos controlados, en diferentes países.
Asimismo, el lector debería percatarse de que el mismo organismo internacional, nada
más y nada menos que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), utiliza de manera
formal tres términos en los primeros documentos que citamos en un escueto párrafo don-
de hemos tratado de definir lo que son las drogas, porque en este aparecen como estupefa-
cientes, como narcóticos y como psicotrópicos. Los tres términos aluden supuestamente
a tres cosas diferentes, pero en realidad, ya lo iremos viendo, los tres se refieren a drogas
en general, e incluso narcóticos, que se supone que sirve para designar solo una parte de
la categoría drogas (las drogas narcóticas), aparece en la identificación de la International
Narcotics Control Board (INCB) para designar todas las drogas, ya que incluyen en esta
bajo esta denominación todos los estupefacientes y todos los psicótropicos. Este ya es, de
entrada, el síntoma de un caos terminológico en el que deberemos movernos.
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS), asume una concepción
tradicional de carácter biomédico cuando utiliza el término droga, que define como
“toda sustancia que, introducida en el organismo por cualquier vía de administración,
produce una alteración de algún modo, del natural funcionamiento del sistema nervioso
central del individuo y es, además, susceptible de crear dependencia, ya sea psicológica,
física o ambas”. Lo que implica que muchas sustancias que no están en las listas de la
ONU se supone que también son o deberían ser drogas, tanto por sus características
como por sus consecuencias y por sus efectos.
A su vez, esta definición de la OMS, ¿qué sustancias incluye? Pues cientos de fárma-
cos psicoactivos legales o con otras características, así como también muchos alimentos
y principios activos presentes en diversas pociones naturales o bebidas industriales. Pero
luego resulta que, a pesar de su definición, la propia OMS no las considera drogas por-
que son productos y sustancias legalmente reguladas.
La confusión llega mucho más lejos. Un claro ejemplo lo constituyen los documen-
tos de la propia OMS, como el conocido, práctico, recomendable y, además, accesible
Glosario de términos de alcohol y drogas, que se supone que debería aclararlo todo pero
que no ofrece la claridad deseada, ya que más de la mitad del texto (y las referencias)
tiene que ver con el alcohol, que es una droga para la OMS pero no para la ONU, de tal
manera que los conceptos relacionados tanto con alcohol como con drogas se entrecru-
zan sin que seamos capaces de interpretar la razón (http://www.who.int/substance_abu-
se/terminology/lexicon_alcohol_drugs_spanish.pdf).
Por si esto fuera poco, en el mismo Glosario se pueden encontrar bajo el paraguas
conceptual de drogas otros términos como psicofármacos, sustancias psicoactivas,

47
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

sustancias químicas (en general), sustancias que producen dependencia (lo que obliga
a diferenciarlas de sustancias que no producen dependencia) y sustancias controladas,
e incluye la cafeína (y, por tanto, la teína) y la nicotina, pero apenas habla del tabaco
y del tabaquismo, lo cual contrasta mucho con el alcohol y el alcoholismo. Todo ello
parece conducirnos hacia una visión idealizada de tipo platónico, donde unos “expertos
internacionales a modo de gobierno de los filósofos” son los únicos que tienen la buena
información para decirnos “que es una droga y que no lo es”, sin que el resto de los ciu-
dadanos podamos entender los criterios que utilizan.
Por su parte, para resolver estos problemas, algunos criminólogos utilizan para las
sustancias a las que alude la ONU la expresión, más adecuada por cierto, de drogas
ilegales, e incluso de drogas consideradas o denominadas ilegales, lo cual aclara un
poco la cuestión. Lo mismo que cuando hablemos de alcohol, tabaco y psicofármacos, a
la vez que estas drogas ilegales, vamos a utilizar alcohol (o lo que sea) y otras drogas.
¿Aclara esto la situación? Lo cierto es que no, y se necesitarán varios capítulos hasta
poder formular un lenguaje correcto, porque hay que comprender estas cosas para llegar
a una interpretación terminológica adecuada.
Algunos sospecharan que “esto va a ser complicado” e incluso reivindicaran “por
qué no usamos el lenguaje que todos podemos comprender y ya está”. Pues no es posi-
ble, porque el supuesto “lenguaje natural de las drogas” es un relato ideológico construi-
do a lo largo del siglo xx que, de forma directa, manipula nuestras percepciones y nos
lleva hacia una serie de creencias equivocadas. Por tanto, para una disciplina científica
como la criminología resulta imprescindible adoptar un lenguaje ajeno a este relato y
que nos permita ofrecer interpretaciones adecuadas.

2.1.2. ¿Cuáles son entonces las preguntas pertinentes?

Ante este grado de confusión, ¿qué son entonces las drogas? ¿Las que se definen ju-
rídicamente como tales por parte de la ONU?, ¿o bien las que se definen en términos
biomédicos como tales según las misma ONU, pero a través de la OMS? La respuesta
mayoritaria, por no decir exclusiva, es y será sin duda la segunda. Pero ¿cómo explica-
mos entonces que un concepto definido en términos jurídicos como droga sea utilizado
para definir otra cosa en términos biomédicos? En el capítulo 3 rastrearemos este origen
jurídico-penal de la noción de droga, y además se da la circunstancia de que una mayoría
de penalistas consideran que es algo que “procede” del ámbito de la salud, recurriendo a
este ámbito cuando tratan de determinar si una sustancia es o no droga.
Veremos que no se equivocan al hacerlo, pero a la vez deberían darse cuenta de que
droga es esencialmente un concepto jurídico que procede de un ámbito inesperado: del
derecho internacional o, más exactamente, de una serie de acuerdos multilaterales, como
vamos a explicar y analizar en el capítulo 3.

48
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

A la vez y de forma paradójica, desde hace decenios, todos los manuales y docu-
mentos de políticas sobre drogas han insistido e insisten en que el concepto y el modelo
jurídico-penal sobre las drogas carecen ya de validez y no deben ser considerados como
un modelo vigente. Pero al mismo tiempo, la legislación penal continúa en vigor e in-
cluso sigue reforzándose en muchos países y expandiéndose hacia otros precisamente a
partir de la presión de los organismos de salud nacionales e internacionales. ¿Cómo se
puede entender esto? ¿Quién maneja de verdad el concepto de droga?
Expresado en términos más simples, se supone que droga es un concepto jurídico
obsoleto, porque funcionalmente tiene que ver con el ámbito de la salud, pero a la vez
son precisamente los ámbitos políticos y administrativos de salud los que exigen una
actuación más intensa por parte del ámbito jurídico.
¿En qué quedamos? Pues si formulamos la pregunta “¿Ha cambiado la definición
biomédica de drogas el modelo de fiscalización internacional de estas?”. La respuesta es
no, en absoluto. ¿Cómo resolvemos entonces un enredo del que parece que nadie es el
responsable (ni el ámbito jurídico ni él biomédico) y en el que todos exigen a los demás
que sean responsables?
En la práctica, aunque fuera de toda lógica, ambos conceptos de droga forman una
intersección de conjuntos que en ningún momento pueden ser disjuntos. Ocurre que en la
actualidad hay, por lo menos, tres conjuntos distintos de droga que explicaremos en dife-
rentes lugares del texto. Por una parte, la noción jurídica, por otro, la noción biomédica, y
en tercer lugar, la noción deportiva de dopaje. Pero como estos tres conjuntos principales
(porque hay más) van ampliándose todas las semanas, el resultado obtenido refleja, de
forma progresiva, que la intersección es mayor.
¿Se llegará así a la idempotencia? Un término algebraico que viene a indicar que
los tres conjuntos son el mismo. Hay que dudarlo porque la base conceptual y la uti-
lidad de los conceptos que los sostienen es muy diferente. Es decir, aunque sea por
razones corporativas y de supervivencia burocrática, los conjuntos seguirán siendo dis-
tintos, aunque, como veremos al analizar el caso del dopaje deportivo, cada vez menos
diferentes, pero sí lo suficiente como para impedir que sean el mismo (por ejemplo,
podría ser todas ellas “sustancias sometidas a controles especiales”) y poder así man-
tener la confusión.
Esta explicación algebraica nos dice, intentando expresarlo de forma sencilla, que
las drogas existen y que asumen de forma muy precisa una identidad jurídica, porque se
definen como tales en los convenios internacionales de la ONU, pero también que exis-
ten y asumen una identidad biomédica, porque así aparecen en los documentos de los
organismos internacionales que se ocupan de la salud, como la OMS, y por si fuera poco
existen como definición en el ámbito del dopaje deportivo, porque así aparecen en la lista
de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA). Las tres listas (de hecho, son “listas”) se van
solapando cada vez más porque se van ampliando con sustancias comunes y equivalentes
y, cada vez más, el día en que puedan ser la misma lista parece más alejado.

49
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Por tanto, cuando hablemos de drogas en este manual, ¿qué noción de drogas esta-
mos utilizando? Ninguna y todas a la vez, pero en todo momento se tratará de referenciar
a cuál de los tres conjuntos concretos (jurídico, biomédico o deportivo) nos referimos.
Hacerlo de otra manera es contribuir al embrollo.
Por este motivo no vamos a realizar en este manual, como viene siendo habitual
en otros, una presentación individual de “las sustancias a las que llamamos drogas”,
porque “no vamos a hablar de drogas”, sino de criminología y de las características
químicas de las sustancias a las que podríamos referirnos, que son las que están en
las mencionadas listas y que son miles y ocupan cientos de páginas. La pregunta re-
sultante es entonces: ¿qué ocurre si como criminólogo/a necesito saber algo concreto
sobre tales sustancias? Pues que hay que acudir a los diversos manuales de farmaco-
logía que se ocupan del tema.

2.1.3. La respuesta desde el ámbito de la criminología

Hagamos otra pregunta relevante: ¿le interesa toda esta información sobre sustancias a
la criminología? Bueno, puede parecer oportuno y necesario, por ejemplo, conocer los
orígenes históricos, la fórmula y los usos de la morfina. Pero en este texto se va a hablar
de criminología y no de biología o de medicina, aunque no estaría de más que una cri-
minóloga/o hiciera un curso de farmacología si se quiere especializar en el tema de las
drogas ilegales o de los fármacos psicoactivos. Tendría un problema porque, como ya
sabemos, ni la noción jurídico-penal de droga ni las sustancias clasificadas como tales
coinciden con la noción farmacológica de drogas, pero al fin y al cabo todo es informa-
ción conveniente para manejar de forma adecuada el tema.
En particular, esto resulta muy necesario si el campo de trabajo personal va a trans-
currir sobre lo que más adelante se definirá como delincuencia inducida, ya que, para
comprender pericialmente este tipo de delitos, es imprescindible interpretar los efectos
de la sustancia que los provoca, pero teniendo en cuenta que la capacidad diferencial de
cada sustancia para inducir delitos depende de una amplia constelación de circunstan-
cias, entre las cuales sus propiedades bioquímicas y neurológicas son siempre variables
dependientes y además muy controvertidas. Lo cual significa que la información farma-
cológica por sí misma resulta un tanto limitada.
Como consecuencia, si bien durante décadas los manuales se han concebido a par-
tir de preguntar qué son las drogas y qué efectos producen, en la actualidad ya hemos
realizado el primer avance significativo en nuestros conocimientos. Y como Galileo
cuando estableció que la Tierra era la que daba vueltas alrededor del Sol, en este manual
tendremos ocasión de comprender que las disciplinas como la criminología no debe-
rían imaginar que dan vueltas alrededor de las drogas, sino que son las drogas las que
dan vueltas alrededor de la criminología.

50
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

Si confundimos el objeto que permanece fijo con el que se mueve, el resultado pue-
de ser catastrófico, porque el objeto inmóvil no necesita ningún esclarecimiento, ya que
se supone que carece de movimiento, lo que implica que la criminología no pueda decir
nada sobre la categoría droga. Pero, en cambio, la categoría droga puede hablar sobre la
criminología. Algo que a la vez implica que un hecho, una acción, un acontecimiento o
una conducta relacionada con esta categoría no pueda ni deba explicarse científicamen-
te, al tiempo que una disciplina científica puede explicarse desde una categoría como
droga. Se trata de un sinsentido, de un puro dislate lógico, una construcción y un relato
político y social, que describiéremos en próximas páginas y que ha sido creado para
impedirnos ejercitar nuestro trabajo científico.
Quizás, por ello, uno de los manuales de criminología ya citados sobre “drogas y deli-
tos” (Bean, 2002) que imagina que esta disciplina debe dar vueltas alrededor de las drogas
sostiene que “los actuales usuarios de drogas” representan una totalidad holística, cuya
realidad temporal, a modo de variable independiente, es el objetivo de la criminología.
Los usuarios se convierten entonces en los únicos actores que definen, con sus actos y sus
palabras, la propia criminología. Una forma de hacer las cosas que, como método de in-
vestigación cualitativa, está bien, pero que no coloca el relato de tales usuarios (que, como
veremos, es más que incierto) en el centro de la disciplina, mientras la propia criminología
da vueltas en torno a unos supuesto sujetos supuestamente mejor informados que nadie.
¿Por qué de una vez por todas no lo hacemos a la inversa? La criminología es la dis-
ciplina que nos ayuda a interpretar los relatos, las narraciones e incluso los sentimientos
de estos usuarios. Pero no es fácil, porque con las drogas existe la falsa idea de que el
único que sabe sobre ellas es el que las utiliza, que más o menos viene a decir que los
verdaderos cosmólogos son aquellos que miraron durante milenios al cielo pensando
que todo se movía a su alrededor y por su propia voluntad.
Por este motivo, en este texto vamos a situarnos en una óptica alternativa frente a
las maneras tradicionales de acercarse a las drogas. En realidad vamos a escuchar a los
usuarios, pero para interpretar lo que dicen desde una perspectiva contextual, histórica,
desde una serie de conocimientos previos y, sobre todo desde una actitud crítica que nos
evitará caer en “la trama del autoengaño” que el criminólogo David Matza definió como
técnicas de neutralización, algo que, como veremos, ocurre con mucha frecuencia. En
términos propios de la antropología vamos a utilizar prácticas metodológicas de tipo
emic (la perspectiva del usuario), pero como instrumento para establecer un mejor fun-
damento etic (la perspectiva del criminólogo).
Quizá esto sea algo difícil de entender e incluso de aceptar para algunos, como de
hecho ocurrió con el caso de la teoría heliocéntrica en el siglo xvi, porque estamos habi-
tuados a pensar que las drogas son la variable independiente, y su presencia en la vida y la
sociedad la variable dependiente, cuando justamente es al revés. Un cambio que requiere
un cierto esfuerzo cognitivo y que, con una lectura completa del texto y con la relación
de los ejercicios propuestos, supuestamente se podrá entender.

51
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Un primer ejemplo que puede ser clarificador se evidencia en la Revista Española


de Investigación Criminológica, donde se puede observar que en los 15 números de esta
(2003-2017) solo aparece un artículo específico (entre más de cien) que tiene que ver
con las drogas, y en realidad se refiere a un análisis de la estructura y el liderazgo en
varias redes dedicadas al narcotráfico (Giménez-Salinas, 2012), lo que parece indicar el
bajo umbral de interés de la criminología por el tema de las drogas, a pesar de que, como
afirman muchos penalistas, es un tema judicial muy frecuente y además con una amplia
cobertura mediática.
Pero esto no solo ocurre en España. Entre las 1.200 páginas del sistemático The
Oxford Handbook of Criminology, las drogas ocupan solo 25 páginas (un 2%), que se
dividen además en tres partes equivalentes. En la primera se describe alguno de sus usos,
la segunda las políticas públicas sobre drogas y solo la tercera, la más corta, apenas
siete páginas, se dedica, sin recurrir a ninguna tradición criminológica, a la cuestión de
“drogas, alcohol y delitos” (South, 1997). No está claro si es más sorprendente o más
inexplicable.
Es decir, en la actualidad no imaginamos que las drogas puedan dar vueltas alre-
dedor de la criminología, sino que nos limitamos a contemplar, de forma acientífica, la
falsa imagen de que son ellas las que dan vueltas a nuestro alrededor, al tiempo que las
contemplamos de forma pasiva y con una cierta fascinación.
Pero si a la vez observamos las dos revistas más antiguas y más leídas en el ámbito de
las drogas en España, la revista Adicciones y la Revista Española de Drogodependencias,
son innumerables los artículos publicados a lo largo de los últimos cuarenta años que tie-
nen, sin la menor duda, un importante interés criminológico, pero la cuestión es que no lo
expresan ni tan siquiera en las “palabras clave”, quizás porque dan por supuesto que “la
cuestión tratada es lo esencial”, mientras que la cuestión del delito, por ejemplo en una
muestra de presos, es secundaria. Se trata de un ejemplo típico del rechazo estereotipado
a la temática criminológica. Pero también de un drogocentrismo que considera que la
criminología, lo mismo que otras disciplinas, no son más que objetos secundarios que
dan vueltas alrededor de las drogas.
Asimismo, podemos imaginar que, al hablar de drogas y delito, la perspectiva cri-
minológica no es necesaria, porque, de hecho, el estatus legal de una parte de las drogas
(al menos aquellas que se definan desde su noción jurídica) ya determina que estemos,
de forma directa, espontánea y maquinal, en el territorio del delito.
Como consecuencia, no existen muchos textos que relacionen drogas y delitos a par-
tir de una perspectiva criminológica, pero sí hay muchos textos, algunos que forman parte
de la criminología y otros no, que hablan de drogas y delito, pero siempre desde las dro-
gas, porque, de forma más o menos consciente, se considera que “al hablar de drogas” ya
se habla de ambas cosas, lo que ocurre tanto en el ámbito internacional (Cousson, 1998;
Bean, 2002) como en el propio ámbito español aun entre aquellos que realizan un espe-
cial y loable esfuerzo por incluir de forma extensa el tema de las drogas en sus manuales,

52
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

pero que no lo estructuran como el resto de temas, que tratan desde una perspectiva
epistemológica más adecuada, es decir, desde la propia criminología (Leganés y Ortolá,
1999; Baca, Echeburúa y Tamarit, 2006; Herrero, 2017). AUTOR: esta
El ejemplo más relevante quizás sea el de Delincuencia: teoría e investigación, referencia
ya que se trata del primer texto tipo manual de criminología editado en España que se no aparece
presenta desde una cierta óptica transdisciplinar. Justamente en los años de plomo de en la bi-
la epidemia de heroína, cuando el CIS mostraba que la primera preocupación de los bliografía.
españoles eran “las drogas y la inseguridad ciudadana” (AA.VV., 1987), y en el que la
cuestión ni tan siquiera se menciona.
No se trata de que estos autores “lo hayan hecho mal”, sino de que han compartido
un determinado paradigma general, un paradigma que refleja a la perfección el Diccio-
nario de criminología (McLaughlin, 2005), que en 600 páginas y otras tantas entradas
no cita ni una sola relacionada con drogas, lo que debe interpretarse que este no es un
tema propio de la criminología. Lo mismo ocurre con excelentes manuales académicos
de victimología (Beristain, 2000), tan excelentes que parecen escritos para las “victimas
del alcohol y otras drogas” aunque no aparezcan siquiera citadas. Otro ejemplo relevante
lo constituye otro excelente manual de criminología penal escrito desde la perspectiva
de las “teorías del control social” (Bergalli, 2003), que este texto comparte, y en el que se
incluye un capítulo especialmente brillante sobre el tema de las drogas (Romani, 2003),
cuyas ideas se presentan en diversos lugares de este texto pero que, sin embargo, aparece
como un texto particular y aislado sin ninguna relación estructural con el resto del texto.
El autor quiere dejar claro que no critica los textos citados, y otros que se incluirán
más adelante, por su contenido criminológico, con el que ha aprendido, está de acuerdo
y recomienda al alumnado. Pero necesitaba expresar con claridad que forman parte de
un “paradigma de contenidos que contempla las drogas como una variable independien-
te ajena a la criminología” y no ha tenido otra manera de demostrarlo.
Para confirmar que sí se puede, en cambio, criticar abiertamente otros textos, po-
demos mencionar el reciente manual de Comportamiento criminal, editado a la vez en
inglés y español y con un gran lanzamiento internacional (Bartol y Bartol, 2017), que
se limita a citar en el texto general “los problemas de salud y comportamiento que el
consumo de nicotina, alcohol y drogas por parte de los padres produce en los fetos y
bebes”, pero que acaba con un último capítulo especial titulado “Abuso de sustancias
toxicas y criminalidad”, que no solo es un relato propio de las teorías conspirativas que
explicaremos más adelante, sino que habla solo desde las drogas y se inventa una ver-
sión ideológica de los delitos ocasionados por las drogas, sin relacionarlos en absoluto
con el contenido criminológico del texto.
El libro no es un manual de criminología, sino un relato propio de las creencias del
puritanismo y del darwinismo social (véase capítulo 3) que consiste en afirmar en todos
y cada uno de sus apartados que “las drogas son en exclusiva un problema de jóvenes”,
hasta el punto de que, siendo el primer texto en español que incluye la cuestión de los

53
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

opiáceos sintéticos, y en particular del OxyContin y el Vicodin, reitera que “son los
jóvenes los que los utilizan y mueren de sobredosis”, cuando, como también veremos
(capitulo 8), son drogas típicas de adultos, de muy adultos de hecho, y la mayor parte de
los que mueren por sobredosis son incluso mayores de 40 años. Los autores del manual
no solo crean un relato de las drogas ajeno la criminología, sino también ajeno al cono-
cimiento científico sobre las drogas.
A modo de resumen, deberíamos tener claro, primero, que este automatismo espon-
táneo no es, ni puede ser, en absoluto cierto, ya que de las drogas por sí mismas no se
deriva ninguna conclusión criminológica directa; segundo, que se trata de una confusión
provocada por actores ajenos a la criminología que, en muchas ocasiones por razones
meramente ideológicas, tratan de prorrogar unas políticas sobre drogas bastante confu-
sas; y tercero, que ya es hora de enfocar la relación entre drogas y delitos desde más allá
de los prejuicios y los estereotipos, como lo que es de verdad la criminología: es decir,
una de las disciplinas que investiga e interviene sobre un hecho, en este caso las drogas,
como lo que verdaderamente son y suponen en la realidad. Limitarse a comprar el sos-
pechoso relato de otros supone una clara equivocación.
Por tanto, hay que reiterar, ya que es el asunto clave de este texto, que no hay que
seguir dando vueltas en el entorno de las drogas, sino que hay que detenerse, porque la
criminología y, por supuesto, otras disciplinas, deben analizar desde su propia perspecti-
va y proponer políticas y programas en relación con las drogas. A los/las estudiantes de
Criminología no se les debe proponer una mirada de soslayo sobre las drogas, ni darles
a entender que los expertos son otros, porque los expertos cualificados deberán ser ellos.
Bueno, al menos también ellos.

2.1.4. Definiciones: lo aparentemente estricto y su proyección real

En el ámbito de las drogas existe una serie de definiciones que se supone que configuran
lo que es una droga, incluidos sus efectos y sus consecuencias. Se trata de definiciones
clásicas que aparecen en cualquier texto relativo al tema y que son necesarias, es decir,
que debemos conocer, pero esto, como veremos a lo largo del texto, no significa que
estas sean siempre y en todos los casos las definiciones verídicas y correctas de droga ni
de sus consecuencias, porque como ya se ha explicado, dependen siempre de la noción
de droga que se utilice en cada contexto.
Pero se trata de las definiciones que han constituido la proyección social y científica
más habitual de estas, que, aunque al mismo tiempo deberemos adoptar precauciones
con relación a estos términos, también resulta imprescindible conocerlas para, precisa-
mente, poder interpretar las propias dificultades que plantean.
Comencemos por toxicomanía, que según el Diccionario de la Real Academia Es-
pañola (DRAE) significa: “Hábito patológico de intoxicarse con sustancias que procuran

54
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

sensaciones agradables o que suprimen el dolor”. Se trata de un término que fue el


más utilizado durante décadas como descriptor de lo que más adelante se ha llamado
drogodependencia primero y adicción después. Se construye a partir de otros dos tér-
minos: por una parte tóxico, que, según el DRAE, es sinónimo de venenoso, y de ma-
nía. Este segundo término, según el DRAE puede ser “un desequilibrio mental”, pero
también “una costumbre extraña, caprichosa o extravagante”. El término surgió con
el psicoanálisis y entró en crisis con la pérdida de protagonismo de esta orientación
teórica. El equivalente para designar a la persona que realiza tal comportamiento es
toxicómano/a.
Intoxicación aguda y crónica, según el DRAE, es “La acción y el efecto de intoxicar”,
lo que a su vez significa “Infectar con tóxico, envenenar”, aunque también “2. Imbuir,
infundir en el ánimo de alguien algo moralmente nocivo”. Por su parte, aguda/o supone
“5. Dicho de una enfermedad, que alcanza de pronto extrema intensidad”, y crónica/o
“1. Dicho de una enfermedad larga, 2. Dicho de una dolencia habitual, 3. Dicho de un
vicio inveterado y 4. Que viene de tiempo atrás”. Se trata de un lenguaje muy propio del
campo biomédico que sería muy útil si se proyectara a todo el ámbito de las drogas pero
que, en general, solo se aplica al alcohol, un hecho que, como iremos viendo, tiene un
cierto interés.
Drogodependencia, que según el DRAE es: “1. Uso habitual de estupefacientes al
que el drogadicto no se puede sustraer”. Durante décadas, en España, desde la Transi-
ción hasta los años 2010/2012, fue el término hegemónico, ya que expresaba “la depen-
dencia a las drogas”. No ha desaparecido del todo, y se asocia al modelo biopsicosocial
que todavía es el más frecuente en la red asistencial, pero en cambio en el ámbito
político-administrativo ha sido sustituido de forma radical por adicción. Un proceso
que se explica con bastante detalle en el capítulo 4. La persona equivalente es el/la
drogodependiente.
Adicción para el DRAE consiste en: “1. Dependencia de sustancias o actividades
nocivas para la salud o el equilibrio psíquico y 2. Afición extrema a alguien o algo”.
Aunque la definición más usual es, como veremos más adelante, la de “una enfermedad
crónica y recurrente del cerebro que se caracteriza por una búsqueda patológica de la
recompensa y/o alivio a través del uso de sustancias y otras conductas”. Se trata, por
tanto, de una definición que va a requerir un profundo análisis en el capítulo 4, en-
tre otras cosas porque incluye las adicciones conductuales. La persona equivalente es
adicta/o.
Drogadicto/a para el DRAE es: “1. Dicho de una persona, habituada a las drogas”.
Se trata de una traducción literal del término tradicional inglés drug addict, del que pos-
teriormente se ha desgajado adicción y adicto, cuando la condición genérica de enferme-
dad mental ha supuesto prescindir de la palabra droga. Sin embargo, sigue teniendo un
amplio uso social, a pesar de que en España se supone que es técnica y políticamente una
expresión incorrecta.

55
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Dependencia, según el DRAE, es: “8. Necesidad compulsiva de alguna sustancia,


como alcohol, tabaco o drogas, para experimentar sus efectos o calmar el malestar pro-
ducido por su privación”. También veremos que la sustancia es solo un factor más, y
en ocasiones el menos importante, para conformar las situaciones de “necesidad com-
pulsiva”. A pesar de ello, hay un cierto consenso en mantener, aunque sea de manera
provisional y muy matizada, la noción de dependencia, porque entonces nos perdemos
cuando hablamos de drogas.
Tolerancia tiene en el DRAE múltiples acepciones, aunque ninguna se relaciona con
la noción propia del ámbito de las drogas y que se refiere en la literatura especializada
al “fenómeno que se produce cuando una droga se ha consumido de manera continuada,
produciéndose una reducción de sus efectos en el organismo”. Se supone que cada sus-
tancia tiene un nivel de tolerancia propio, desde el máximo de las anfetaminas y parte
de sus derivados, hasta el mínimo o nulo de la mayor parte de los alucinógenos. En todo
caso, los niveles de tolerancia dependen de cada persona y, como veremos, tienen mu-
cho que ver con sus expectativas culturales.
Síndrome de abstinencia es, según el DRAE: “1. Conjunto de trastornos provocado
por la reducción o suspensión brusca de la dosis habitual de una sustancia de la que se
tiene dependencia”. Lo cual es exacto.
Usuario de drogas o consumidor de drogas, que en el DRAE aparecen de la si-
guiente manera: usuario es “1. Que usa algo” y consumidor “1. Que consume”. Usar
significa: “1. Hacer servir una cosa para algo, 2. Dicho de una persona, disfrutar algo
y 3. Ejecutar o practicar algo habitualmente o por costumbre”. Consumir es: “1. Des-
truir, extinguir y 2. Utilizar comestibles u otros bienes para satisfacer necesidades o
deseos”. Ambos términos se han utilizado como sustitutivos más neutrales de los an-
teriores. Aunque al final usuario se ha quedado para definir todos aquellos que hayan
utilizado alguna vez alguna sustancia considerada droga, lo que establece una distin-
ción aguda con aquellos que, de alguna manera, son dependientes de esta (un tema que
se tratará ampliamente en el capítulo 7). Por su parte, consumidor (como sinónimo de
dependiente) se suele utilizar cuando se quiere recalcar la relación entre dicho consu-
mo y el sistema de libre mercado capitalista.
Uso y usuario de tóxicos (o de sustancias o productos tóxicos), según la definición
del DRAE, es lo mismo que el párrafo anterior. Se utiliza por parte de una minoría de
académicos y ensayistas que perciben las incongruencias del término droga, pero que, a
la vez, no quieren desdramatizar sus consecuencias, sino incluso resaltarlas.
Sustancia psicoactiva, términos que aparecen en el DRAE de la siguiente forma:
sustancia es “1. Materia caracterizada por un conjunto específico y estable de propie-
dades” y psicoactivo/a “1. Dicho de una sustancia, que actúa sobre el sistema nervioso,
alterando las funciones psíquicas”, que se utiliza con alguna frecuencia como un sinó-
nimo neutral de muchos de los términos anteriores. A lo largo de este texto adquirirá un
significado muy preciso.

56
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

También conviene aclarar que estas definiciones conllevan un importante grado de


ambigüedad, porque una gran multitud de autores las utiliza por costumbre para definir
su propia imagen mental de drogas, que con frecuencia no tiene que ver con el concepto
que utilizan sino con una costumbre semántica. Pero ya sabemos qué debemos entender
cuando se utilizan estos conceptos, y no debemos mirarlos como unos conceptos ce-
rrados e inmutables, sino solo como algo que debemos comprender para poder valorar
desde nuestra especificidad disciplinar.

2.2. La construcción de los delitos asociados a las drogas

2.2.1. ¿Cuándo aparecen los delitos vinculados a las drogas?

En la historia del derecho penal, los delitos relacionados con las drogas no existían como
tales, ni los relativos a la delincuencia funcional, tampoco a la inducida, mucho menos a la
relacional y en absoluto a los delitos contra la legislación sobre drogas, tal y como se defi-
nen en el apartado siguiente. El equivalente más cercano era el delito de envenenamiento,
algo que ocurría con relativa frecuencia en las sociedades históricas, aunque parece que
casi ha desaparecido en las nuestras (Muñoz, 2018). Por su parte, los delitos contra la salud
pública, que aparecen antes de que se incluyeran las drogas entre estos, suelen referirse a
cuestiones como “inhumaciones ilegales” y “vender alimentos en mal estado”.
Por tanto, la respuesta es sencilla: no existían delitos vinculados a las drogas. Porque
la categoría droga no existió como tal hasta que fue creada precisamente para designar
un tipo concreto de delito. Es decir, no es la sustancia la que determina el delito, sino la
noción de delito la que determina que una sustancia sea o no sea una droga. Y esto debe
ser muy bien entendido y quedar muy claro.
Lo que actualmente llamamos drogas pertenecían en el pasado y de forma exclusiva
a la categoría de fármacos y medicamentos, más o menos controladas por las corpora-
ciones farmacéuticas (en muchos lugares menos que más); y en el caso del alcohol se
trataba de una bebida que, lo mismo que el tabaco, solo se controlaba por la administra-
ción con fines fiscales: los llamados impuestos especiales.
El hecho de que el producto de comercio que más beneficios proporcionó a la Re-
pública de Venecia durante toda su larga historia fuera el opio no era considerado, ni en
términos legales o éticos, como un delito ni como una falta de moral, y lo único que solía
provocar comentarios mordaces era el precio del producto, que la Serenísima vendía a
toda Europa para que las oficinas de farmacia pudieran producir la imprescindible triaca
magna para evitar los dolores físicos y los padecimientos psíquicos asociados.
La noción de droga surge a partir de los convenios internacionales, una cuestión a
la que por su importancia se le dedica todo el capítulo 3. Pero ya de entrada debemos
aclarar y comprender que los delitos relacionados con las drogas se introdujeron de

57
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

forma progresiva en todas las legislaciones del mundo, a partir de la ratificación de los
sucesivos convenios, unos instrumentos internacionales que desde el segundo (La Haya,
1912) comenzaron a señalar la existencia de determinadas sustancias a las que se iden-
tificó como drogas, así como la necesidad de que cada país penalizara su producción,
distribución, venta y consumo.
Como veremos, la presión de los organismos internacionales para que se ejecutaran
las medidas penales previstas en dichos convenios se disparó a partir de la Convención
Única sobre Estupefacientes de Nueva York (1961), y raro es el país del mundo que en la
actualidad no las ha incorporado, de una manera u otra, a su legislación.
El resultado de este proceso, tan reciente como radical, supone que, según la ONU,
existen en el mundo más de 250 millones de personas que consumen drogas ilegales de
una forma habitual (Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, 2017), lo
que implica que este número tan elevado de “supuestos infractores de la ley por usar
drogas”, que representa casi el 5% de la población mundial de todas las edades, comete
el tipo de delito que parece ser el más frecuente en el mundo global. ¿Cómo es esto
posible? ¿Cómo se ha consolidado en menos de un siglo una forma tan amplia de infrac-
ciones de la legalidad vigente? ¿Cómo es posible que un no delito haya pasado a ser el
delito más frecuente en el conjunto del planeta? Preguntas esenciales que la perspectiva
criminológica debe tratar de contestar.

No dejes de leer
¿Qué dice la Farmacopea Española en sus sucesivas ediciones?

Para entender la no existencia de la categoría drogas no tenemos que remontar-


nos a 1511, cuando se edita en Barcelona la primera Farmacopea Española. El opio
(anfión, affilion, anfin, opion, jugo de adormidera, oxocor, sopeo, meconio y así hasta una
treintena de denominaciones según su región de origen en diversos territorios
de Turquía, Egipto, Persia e India) está muy presente en muy diferentes fórmulas
magistrales y preparados a lo largo de todas las farmacopeas de los siglos xvi al xix.
De hecho, en la séptima edición de la Farmacopea Oficial Española (1905) aparecen
la cocaína, la hoja de coca, el opio y la morfina como simples “medicamentos de
verdadera utilidad” destinados a “acciones terapéuticas” y no sometidos a ningún
control especifico. No se mencionan entonces ni la heroína ni el cannabis. En las
sucesivas reimpresiones de 1915 y 1926 no aparece ningún cambio en este tema.
En la octava edición del año 1930, editada por Espasa-Calpe, el número de drogas
que aparecen como fármacos se expande y, además de las citadas en 1905, se aña-
den, entre otras, la papaverina, el clorhidrato de morfina, la codeína (metilmorfina),
el clorhidrato de cocaína y, sobre todo, el “cannabis o cáñamo índico”. Sigue sin
citarse la heroína.

58
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

Las cosas cambian en la novena edición del año 1954, editada por la Real
Academia de Medicina, donde el número de productos a los que se les asigna la
nueva etiqueta de estupefacientes crece hasta superar los 30, entre los cuales está
de nuevo el cáñamo, pero también el extracto de cáñamo y la tintura de cáñamo,
y de forma sorprendente la efedrina, muy diversos preparados del opio (polvo,
extracto, jarabe, óvulos, diluido, tintura, etc.) así como numerosos y creo que in-
éditos opiáceos, como la etilmorfina. Sigue sin aparecer como fármaco la heroína.
La etiqueta de estupefaciente simplemente implica que “solo se debe dispensar
con receta oficial de estupefacientes”.
Ya no hay más Farmacopeas Oficiales Españolas, porque en el año 1964 en Es-
trasburgo se aprueba un convenio para la elaboración de una Farmacopea Europea,
a la que España no se adhiere hasta agosto de 1987, momento en el que se pu-
blicará la traducción de la segunda edición, en la que España no había participado,
de la Farmacopea Europea (1987) por parte del Ministerio de Sanidad y Consumo.
Finalmente, en el año 1997 se edita la primera edición (lo que significa la renuncia
al pasado histórico) de la Real Farmacopea Española, que además integra la tercera
edición de la Farmacopea Europea. En este momento concluye, de manera formal,
el trayecto singular de las Farmacopeas Españolas. ¿Qué dice esta Farmacopea Eu-
ropea? Pues que las sustancias que son drogas o similares a las drogas de las listas
de los Convenios de 1961 y 1971 (véase capítulo 3) son muchas y es imposible
citarlas en este “No dejes de leer”, aunque todas ellas pueden dispensarse con el
adecuado control.

2.2.2. Tipología de los delitos vinculados a las drogas

Ocurre que, cuando las drogas pasan a formar parte de los ordenamientos jurídicos (en
particular, los penales) de los diferentes países, ya no incluyen en exclusiva el supuesto
de “producir, comerciar con o usar drogas”, porque se asocian con las drogas al menos
otros cuatro tipos posibles de delitos que siguen la propuesta del llamado modelo teó-
rico tripartito de Paul Goldstein (1985), que, en el caso español, ha sido confirmado y
ampliado de forma empírica en una investigación clave sobre sentencias de los juzgados
de primera instancia de Vizcaya (Elzo, Lidón y Urquijo, 1992).
Los autores de este trabajo distinguen cuatro tipos de delincuencia en su conexión
con las drogas: por una parte, la “delincuencia inducida” (que equivale al concepto de
violencia farmacológica del modelo Goldstein); por otra, la “delincuencia funcional”
(los delitos compulsivos de Goldstein); después, la “delincuencia relacional” (más o
menos los delitos sistemáticos de Goldstein); y, finalmente, los “delitos contra la le-
gislación en materia de drogas”, de los cuales, y de forma muy sorprendente, se había
“olvidado” Goldstein.

59
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Si consideramos todo el paquete delincuencial estamos, en la práctica, no solamente


ante una de las cuestiones centrales, por su frecuencia, en el derecho penal actual, sino
ante lo que debería ser uno de los contenidos más relevantes del trabajo criminológico.
Pero ¿por qué no lo es? Pues porque la importancia de las drogas para la criminología
queda mediatizada por las dificultades conceptuales que ya se han citado y en las que
seguiremos insistiendo a lo largo del manual.
Pero dejemos esta cuestión para más adelante y veamos ahora en qué consisten estos
tipos de delincuencia vinculados a las drogas.
Primero aparece la delincuencia inducida, la cual se define como aquella que se su-
pone ha sido “provocada por el propio uso de drogas”; por ejemplo, ciertas drogas pueden
producir, por sí mismas, un comportamiento violento, mientras que otras, en cambio, pue-
den producir efectos opuestos de indolencia o desfallecimiento, lo que implica también
consecuencias a la hora de conducir vehículos, maquinas o realizar determinadas tareas.
El comportamiento violento bajo la influencia de drogas se presenta en casos de
maltrato, en homicidios, en delitos contra la libertad sexual, en lesiones, en peleas mul-
titudinarias, en accidentes de tráfico y en todos aquellos comportamientos que tienen
como resultado de una pérdida del control personal que tiene consecuencias para terce-
ros. Similares consecuencias pueden ser también el resultado de la negligencia derivada
de la incapacidad para realizar determinadas tareas. La presencia de alcohol y otras
drogas en este tipo de delitos ha sido considerada tanto un atenuante como incluso un
eximente, pero también un agravante. Por ejemplo, en el caso de provocar lesiones en
una pelea en una situación de ocio, se puede considerar atenuante; sin embargo, provo-
car las mismas lesiones conduciendo un vehículo es un agravante.
Después aparece la delincuencia funcional, que se define como aquella que se pro-
duce por parte “de personas usuarias de drogas para costearse la adquisición de la sustan-
cia”. La más normal es conseguir dinero mediante robos, hurtos o atracos para adquirir la
sustancia. Asimismo, hay que contar con las estafas, falsificaciones y robos de identidad,
además de otros delitos de “cuello blanco”. Es muy común el “hurto familiar” y la apro-
piación indebida de objetos, materiales e información de la familia para obtener dinero
a cambio de estos.
También podemos incluir dentro de este tipo de delincuencia (aunque esto depende
de autores) el trapicheo de drogas destinado a la misma finalidad. Se trata del tipo de de-
lincuencia estadísticamente más frecuente en relación con las drogas y uno de los tipos de
delincuencia más comunes en nuestra sociedad, hasta el punto de ser considerada “en la
actualidad y en casi todos los países mundo” como el tipo de delincuencia que proporcio-
na más trabajo a los juzgados de lo penal.
En general, la delincuencia funcional relacionada con el consumo de drogas no se
vincula ni a agravantes ni a atenuantes, pero su consideración penal se ha transformado
a lo largo de las últimas décadas y en todos los países, desde la aplicación de los tipos
penales más rigurosos, hasta representar ya en este momento el mayor porcentaje de

60
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

medidas alternativas de sustitución de penas que se aplican al menos en los juzgados de


todos los países desarrollados.
Dentro de la delincuencia funcional puede incluirse la prostitución y el tráfico de
personas con fines de explotación sexual. Sin embargo, llamarla delincuencia dependerá
del estatus legal de la prostitución en cada país y del trato jurídico que se les otorgue a
los diferentes participantes en la actividad de la red.
En tercer lugar aparece la delincuencia relacional que se vincula al “funcionamiento
típico del mercado de las drogas ilegales” y a la existencia de las diferentes formas de
crimen organizado, con disputas entre grupos, asesinatos, asaltos y robos a distribuido-
res, castigos por no pagar deudas o actuar como “informante”. Incluye, por supuesto,
sobornos y amenazas para obtener colaboración, inhibición o silencio, así como, en
ciertos países, secuestros y actos de violencia gratuita para amedrentar a la población.
La delincuencia relacional es estadísticamente escasa, pero de gran impacto social y
mediático; además, afrontarla requiere importantes medios policiales, fiscales (es decir,
de Hacienda) y judiciales. La “lucha contra el narcotráfico” ha sido la prioridad de las
políticas públicas sobre drogas, los continuos “éxitos policiales” en esta cuestión repre-
sentan una poderosa norma informativa, pero a la vez todo ello apenas ha conseguido
restringir el mercado ilegal.
Finalmente, hay que reconocer la existencia de una delincuencia contra la legis-
lación en materia de drogas, que en parte se superpone con la delincuencia relacional,
pero que en sentido estricto se refiere solo a “los delitos cometidos contra la propia
legislación en materia de drogas”; es decir, por ejemplo, la fabricación, la posesión y la
venta de sustancias o el blanqueo de dinero obtenido con la comercialización de estas.
También aparece la comercialización y venta de precursores (véase el concepto en
el capítulo III) y la cooperación y facilitación de algunas de estas actividades en locales
públicos o con relación a determinadas personas como, por ejemplo, menores o discapa-
citados. Y no hay que olvidar la delincuencia relacionada con la mala praxis profesional
y, por supuesto, el dopaje deportivo.
La delincuencia contra la legislación sobre de drogas supone una forma atípica de
delincuencia originada o incluso provocada por la existencia de la propia legislación, ya
que si esta no existiera no habría delito. A la vez, la delincuencia funcional y la relacional
también parecen relacionarse de forma muy directa con la existencia de la legislación so-
bre drogas, porque si esta no existiera no sería necesario cometer los delitos que señalan
para ambos tipos de delincuencia, que recordemos que tienen que ver con poder pagar
las sustancias o bien controlar su distribución para poder obtener beneficios. Esta reali-
dad, que los partidarios de las diferentes y posibles fórmulas de regulación de las drogas
utilizan como un argumento de mucho peso, requiere, al menos, una evaluación muy
rigurosa de las ventajas y los inconvenientes de mantener la legislación sobre drogas.
Por último, se podría considerar la existencia de la llamada delincuencia acumula-
da, que se cita por primera vez en este manual y que explicaremos en el capítulo 9, y

61
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

que se refiere a la realidad empírica y a la existencia de pequeñas bandas organizadas,


aunque quizás sea aún más frecuente la presencia de personas concretas que usan drogas
que les causan los efectos y las consecuencias de la delincuencia inducida, trafican con
ellas y cometen otros delitos contra la legislación sobre drogas, y que suelen ser violen-
tos, o muy violentos, con sus competidores (delincuencia relacional) y además también
cometen otros delitos para financiar o enmascarar las operaciones de tráfico. A lo largo
del manual, la delincuencia acumulada va a ser descrita en diversas ocasiones, justamen-
te para diferenciarla de otros tipos de delincuencia relacionada con drogas y que debería
ser objeto de un tratamiento diferencial.
Finalmente, se puede sostener, a modo de mera hipótesis, ya que no hay trabajos
empíricos consistentes sobre esta cuestión por la dificultad de delimitar la población de
la muestra, que la delincuencia relacional y la acumulativa son muy escasas en países
como España, aunque parezca estar muy extendida porque es muy mediática y escanda-
losa, a la vez que resulta muy difícil valorar el impacto de la delincuencia inducida. En el
trabajo mencionado (Elzo, Lidón y Urquijo, 1992), y según las estadísticas judiciales, es
más frecuente tanto la delincuencia funcional como la delincuencia contra la legislación
sobre drogas, que además representan la mayor parte de las causas judiciales en materia
de drogas, la de las condenas como consecuencia de ello y, como vamos a ver, la de los
presos en instituciones penitenciarias.

2.3. Sobre la necesidad de un ajuste racional y empírico

2.3.1. La perspectiva legalista

Al adoptar una perspectiva criminológica sobre las drogas podemos hacer dos cosas tan
antagónicas que son casi agónicas, es decir, solo cabe hacer la una o hacer la otra. Por
una parte, la manera fácil consiste en contemplar los diferentes tipos de delincuencia
vinculada a las drogas que se han descrito con anterioridad simplemente de acuerdo con
la legalidad vigente, esto es, son delito y punto, y como tales vamos a considerarlos y
analizarlos.
Utilizando esta concepción, lo primero que nos llamará la atención será, sin duda,
la extensión y la intensidad de la delincuencia descrita, como veremos en el capítulo 9.
Más de un tercio de los españoles, incluidos parte de los lectores de este texto, son por
este motivo “probables delincuentes”. Pero si utilizamos esta perspectiva, deberemos
renunciar a los objetivos del utilitarismo moral, salvo que seamos capaces de contestar
afirmativamente a la pregunta: ¿causan las drogas tanto mal en nuestra sociedad como
para que al evitarlo produzcamos otros equivalentes o mayores?
De hecho, algunas personas, ante esta pregunta, ofrecen una respuesta positiva, sin
percatarse de que entonces están pidiendo un “estado de excepción”, en el que la “lucha

62
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

contra las drogas” ha justificado la omisión de los derechos individuales, de los derechos
humanos e incluso de los derechos políticos, incluida la propia democracia. También
es cierto que esto implicaría un gran protagonismo para el sistema judicial y que la
criminología fuera la disciplina con más recursos en el ámbito académico. Claro, que
entonces ya no sería criminología.
Pero, en realidad, esto no es así, porque las drogas no tienen la importancia criminal
que se les atribuye, y salvo la delincuencia funcional y la relacional, los demás tipos de
delincuencia son, en términos estadísticos, poco relevantes. En la práctica, aquellos que
aluden a una priorización de una “guerra contra las drogas” viven un delirio, una diso-
nancia cognitiva provocada por la falsa información que se expresa, se compensa y se
resuelve con formas extremas de retórica.
Además, tanto la delincuencia funcional como la relacional tienen mucho que ver
con el estatus legal de las drogas, lo que implica que, como afirman diversos autores,
la modificación de dicho estatus sin duda disminuiría de forma drástica el volumen de
delitos relacionados con las drogas.
Es cierto que, desde el ámbito de la salud, los riesgos, que se supone que también
son muchos y muy intensos, se refieren a la salud pública, y que el sistema judicial es un
mero instrumento para evitarlos. No se trata de delitos, sino de cuestiones de salud. Por
tanto, la evaluación de los resultados del estatus legal de las drogas no corresponde al
sistema judicial, sino al sistema de salud. Pero ¿en algún momento se ha realizado esta
evaluación global y comparada a la que tanto se alude? Lo cierto es que no.
¿Cómo reacciona el sistema penal ante esta situación? Pues trata de adaptarse. Por
ejemplo, la despenalización del consumo en el año 1984 permitió a los tribunales esta-
blecer los límites entre tenencia para el autoconsumo y tenencia para el tráfico (cuyos
límites se explican en el capítulo 3), lo que dejó fuera del delito de tráfico a gran parte
del trapicheo. Algo que sigue vigente en el actual Código Penal y que han aplicado
otros muchos países de variadas e imaginativas maneras. Se trata de una decisión ra-
zonable desde la perspectiva de los derechos de los usuarios de drogas que cometen
este tipo de delito funcional, ya que la acumulación de causas penales les impediría
emprender, como finalmente hace una mayoría de las personas dependientes de drogas,
un proceso terapéutico.
Pero, pensará cualquier lector, ¿no se persiguen, no se ponen multas y no se cierran
locales por el mero uso de drogas? Desde luego, pero se trata de medidas administra-
tivas, bajo el amparo de la Ley de Protección a la Seguridad Ciudadana, de las que el
sistema judicial es ajeno, aunque se puede recurrir a este por medio del contencioso
administrativo. Sin duda, algo razonable, porque si no se hubiera tomado esta decisión,
el sistema judicial español se habría colapsado sin remedio. Aunque, al mismo tiempo,
la sanción administrativa por usar drogas tampoco es lo más razonable y, además, como
veremos, las diferencias territoriales por insuficiencia de recursos policiales contribuyen
a crear una notable falta de cohesión de las policías sobre drogas en España.

63
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Hay que tener en cuenta que uno de los primeros textos en español sobre drogas y
criminología, y que se llamaba exactamente así (Neuman, 1984), escrito en Argentina,
publicado en México y ampliamente difundido por una editorial española, marcó la tra-
yectoria posterior del tema drogas y criminología.
Porque, en realidad, el libro, como ocurre en otros textos citados anteriormente,
no versa sobre criminología, sino solo sobre drogas. Las describe, las clasifica, habla
de intervención y de políticas sobre drogas, realiza un curioso ejercicio de prospec-
ción humanista sobre estas y, solo en un escueto capítulo (de entre 15), desarrolla esta
cuestión sobre drogas y delito, para plantear una serie de preguntas, quizás relevantes
en aquel momento, como: ¿se debe penalizar el uso de drogas?, que le lleva a rechazar
justamente la “represión vindicante”; ¿es el uso de drogas lo que conduce al delito o
a la inversa?, donde afirma que “se delinque con la droga, pero no por la droga”; para
acabar describiendo “la industria del narcotráfico” o “el incremento mundial de la
demanda”.
Son muchos los manuales que siguieron una línea similar y que hablan de drogas
dando por supuesto su estatus legal y poco más, pero ¿constituye este un enfoque crimi-
nológico adecuado sobre el tema de las drogas? Desde luego que no.

No dejes de leer
Los datos de la Memoria de la Fiscalía General del Estado

¿Qué representan los delitos de drogas en el volumen de trabajo del sistema


judicial español? En apariencia muy poco, porque si observamos los datos de la
Memoria de la Fiscalía General del Estado (FGE), la marginalidad del conjunto de
“delitos de drogas” resulta llamativa. Pero, además, la Memoria de la Fiscalía no
refleja los datos de la delincuencia, sino que “registra el volumen de trabajo de la
fiscalía”. En un reciente trabajo se ha establecido la relación entre delitos y regis-
tro de diligencias previas, de tal manera que, por cada delito real, se abren entre
dos o tres diligencias previas (Fernández, 2014).
Así, en el subcapítulo de la Fiscalía Especial Antidroga (FEA) se refleja el nú-
mero de procedimientos penales totales, que acumulan todo tipo de diligencias,
procedimientos y calificaciones, desde todas las fiscalías provinciales, la audiencia
nacional y la policía judicial adscrita a la propia FEA, y que vienen a suponer en
torno al 2,5% de los casos tratados por la FGE. Con una notable diferencia entre
diligencias previas (1%) y procedimientos abreviados (5%). La tendencia general es
al descenso del número total de procedimientos por drogas, desde el máximo más
reciente en el año 2010 (26.163 registros) hasta el año 2017 (16.792 registros),
es decir, una reducción del 38%. Una disminución muy importante a pesar de que,
desde 2013, como indica la propia Memoria, una parte importante de la actividad

64
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

se ha referido al novedoso tema de los “clubs cannábicos”, que en el pasado no


habían recibido apenas atención por parte de la Fiscalía.
¿Por qué tantas diferencias entre los datos de la FEA y la percepción social,
e incluso judicial, del volumen de delitos de drogas? Cómo explicar que, según
la ONU, el 5% de la población mundial comete delitos por drogas y, en España,
donde esta cifra supondría 225.000 delitos (y más de medio millón de procedi-
mientos por parte de la fiscalía), solo representan uno de cada treinta “posibles
delitos”. Pues por varias razones: la primera, porque la ONU tiende a exagerar y
considera que, por ejemplo, “probar cannabis una vez en la vida ya te convierte en
un delincuente”; la segunda, porque la Fiscalía solo recoge el tipo de delincuencia
“contra la legislación en materia de drogas” y quizá algunos casos asociados de
delincuencia relacional y la inducida, pero la delincuencia relacional aparece inclui-
da en otros apartados; y la tercera, porque como veremos en el próximo capitulo,
vivimos en una “lógica de tolerancia práctica”, ya que es imposible que cualquier
país cumpla las prescripciones fantásticas de la ONU.
www.fiscal.es/fiscal/publico/ciudadano/documentos/memorias_fiscalia_gene-
ral_estado

2.3.2. La buena perspectiva transdisciplinar de la criminología

Por otra parte, podemos y debemos mirar a las drogas como uno de los objetos singula-
res de la criminología, que las percibe y las analiza de acuerdo con el modelo multidis-
ciplinar del heptágono que se ha descrito en el capítulo anterior. Son, por tanto, y como
se ha considerado de forma tradicional, las sustancias químicas que interaccionan con
el cuerpo humano (CH), pero también contienen información pública (IP), representa-
ciones de la cultura humana (CS), cuestiones relativas a la estructura y a las prácticas
sociales (SC); y hay que tener en cuenta que los usuarios son personas concretas y
singulares (PS), que implican normas jurídicas (NJ) y actuaciones en forma de políticas
de drogas (PA). Lo que supone que no podemos ver las drogas y el alcohol como meras
sustancias, o al menos no podemos verlas desde la criminología.
Para visualizarlas tenemos que tener en cuenta todo el contexto sistémico (el heptá-
gono) que hemos descrito. Hasta ahora, la criminología había entendido que las drogas
eran solo sustancias, pero ha llegado el momento de que una criminología más activa y
más resolutiva las visualice como lo que son: un contexto sistémico. Adviértase que no
se afirma que haya que observarlas en su contexto, es decir, ver el contexto en el que se
desenvuelven dichas sustancias, sino que son el contexto. Así, ya de entrada las sustan-
cias no son solo meras sustancias, sino “sustancias que interaccionan con el cuerpo hu-
mano” (CH), de tal manera que cualquiera de las sustancias, por sí misma, no es nada, si
no interacciona con cuerpo físico, lo que implica que las variadas formas de interacción

65
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

determinan los diferentes efectos y consecuencias. Pero ¿basta con esto? Porque esta
interacción viene determinada también por cuestiones culturales, sociales, informativas,
políticas, normativas y por la propia historia de la persona.
¿Con esto se pretende decir que la clave es esta interacción sustancia-cuerpo? En ab-
soluto, porque el heptágono, como se ha explicado, no implica ninguna jerarquía, lo que
nos permite considerar otros casos; por ejemplo, la consideración de que la distribución
de drogas es un delito solo puede entenderse desde los diversos factores que confluyen
en cada vértice del heptágono, y podemos observar esta relación desde cualquiera. En el
capítulo 3 veremos la importancia de los factores culturales, de su historia y de los que
manejaron o manipularon estos factores y cómo obtuvieron determinados resultados y
produjeron consecuencias indeseables (CS y SC). Pero también podríamos observarlo
desde la óptica de lo individual, de las propias personas, como delincuentes que formal-
mente cometen delitos sin víctima, pero también como víctimas, y no solo de las drogas,
sino de su trayectoria vital o de su proceso de socialización (PS).
Es cierto que hay cosas que, por ahora, aún no podemos hacer. Por ejemplo, si nos
situamos en el vértice de la información (IP), poco podemos decir en términos empíri-
cos de sus relaciones, tampoco disponemos de demasiados resultados sobre la actuación
(PA), aunque para ambos casos podemos formular hipótesis plausibles del tipo: “la pro-
pia actuación produce algunas informaciones y censura otras”. Por ejemplo, produce un
exceso de información sobre el narcotráfico (capítulo 11) y censura la información sobre
determinadas alternativas asistenciales (capítulo 7).
En otros casos, como en el de la relación entre individuo y cultura, disponemos de
una abundante información empírica en los trabajos sobre cultura y personalidad, así
como en los trabajos sobre estudios culturales. En el primer caso podríamos elegir algo
sobre expectativas culturales, uso de drogas y conducta prescrita (Benedit, 1934), en
el segundo sobre proyectos de vida y actitud ante las drogas (Hall, 1975), pero ¿hay
trabajos empíricos en el ámbito de la criminología? Pues son más bien escasos. ¿Y en el
ámbito de la criminología y las drogas? Menos aún. Aunque es posible sugerir hipótesis
del tipo “una cultura que socializa en la violencia incrementa el uso de drogas entre
sus miembros”, o bien “las familias muy estructuradas tratan de invisibilizar el uso de
drogas por parte de sus miembros” o, a la inversa, como “las familias muy estructuradas
excluyen a los miembros que usan drogas, aunque sea de forma temporal”.
Es cierto que estas posibles hipótesis amplían el campo de la criminología hasta
límites un tanto excesivos, pero a la vez debemos tener claro que todo ello forma parte
de la agenda de la investigación y la actuación criminológica. No se trata de destapar y
exhibirlo absolutamente todo, pero sí podemos y debemos comprender lo amplio que es
el territorio de la disciplina de forma global y de manera específica en su relación con
las drogas. Expresado en otros términos, nuestro territorio es muy extenso, pero no tra-
tamos de ocuparlo entero, sí que podemos recorrerlo de muchas maneras o fijar nuestro
interés en el lugar que más nos guste.

66
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

Entonces, ¿cómo podemos realizar este ajuste racional y empírico? Pues resulta que
es una cuestión que consiste en establecer unas pocas reglas y, a partir de estas, todo
será más fácil.

2.3.3. Las reglas del ajuste transdisciplinar

Llegados a este punto, ¿qué significa un ajuste racional y empírico? Lo mismo que decir
científico, siempre que consideremos que todo procedimiento científico requiere una
base teórica racional, que permita formular hipótesis y un trabajo empírico que posibili-
te contrastarlas (Comas, 2013). Si no se definen bien tanto lo teórico como lo empírico,
el resultado es inaceptable.
Por tanto, ¿requiere la buena perspectiva criminológica unas reglas específicas de
ajuste entre lo racional y lo empírico? Desde luego que sí, aunque no se trate de reglas
exclusivas, que quizás se pueden extrapolar a otras disciplinas, y que en este manual va-
mos a expresarlas de una forma específica, como “reglas de ajuste entre lo racional y lo
empírico para el avance de la criminología en el ámbito drogas”. Se trata de tres reglas
principales que para el lector avispado ya deberían ser obvias.
La primera regla es la adecuada contextualización de las drogas. Por contextualizar
se entiende que no debemos fijar la mirada en ninguno de los ángulos o vértices del
heptágono. La mirada de la criminología sobre las drogas no puede ser solo cultural,
jurídica, política, sanitaria, social, psicológica o informativa. Pero a la vez no puede ob-
viar ninguna de estas perspectivas. Y, además, en todas ellas hay que añadir la variable
cronológica (o temporal, si se quiere), porque los contextos del ayer nunca son los con-
textos del mañana, y también lo que en el capítulo anterior hemos llamado disciplinas
necesarias, varias de ellas relacionadas con la metodología.
La segunda regla se refiere a que las drogas no definen su potencial criminológico
desde sí mismas. Lo cual parece obvio, pero no lo debe ser tanto, porque la mayor parte
de las publicaciones criminológicas es lo que hacen: contar cosas sobre drogas sin que
estas cosas se vinculen demasiado con el interés propio de la criminología.
La tercera regla expresa que debemos dar a las drogas exactamente la importancia
criminológica que tienen, ni más ni menos. Es un asunto importante que ayuda a con-
formar el pensamiento criminológico como tal, pero lo es para un determinado periodo
histórico y para sus peculiares circunstancias políticas y culturales, de tal manera que,
una vez que la criminología haya resulto esta determinación, su importancia, sin duda,
decaerá.
¿Son suficientes estas tres reglas? Sin la menor duda, porque a pesar de su aparente
sencillez, representan una opción holística para la disciplina y responden como tales al
principio de la parsimonia. Quizá, la mayor dificultad para efectuar este ajuste racional y
empírico es que las tres reglas se apliquen con rigor.

67
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

No dejes de leer
La atracción morbosa por la temática criminológica

¿Qué significa morboso? Suponemos que todo el mundo lo sabe, pero, por si acaso,
vamos a aclararlo. Para el DRAE es: “3. Que provoca reacciones mentales moral-
mente insanas o que es resultado de ellas”. Por tanto, una atracción morbosa es
un interés moralmente insano por una determinada cuestión, situación o hecho.
Los temas criminológicos, como ya se ha explicado en el capítulo anterior,
producen rechazo entre algunos sectores de la sociedad, pero al mismo tiempo
una atracción morbosa en otros. No se trata necesariamente de personas dife-
rentes, ya que en algunas ocasiones rechazo y atracción aparecen a la vez en las
mismas personas y segmentos sociales. Esto ocurre, afirman algunos psiquiatras y
psicólogos, por la creciente fascinación por el mal en sociedades cada vez más se-
guras, como la nuestra, lo que explica la existencia de este doble vínculo (rechazo/
atracción) elevado al cuadrado, porque, por una parte, al mismo tiempo que nos
seducen repudiamos a los “malvados absolutos”, quizás porque son cada vez más
escasos en nuestro entorno inmediato y solo podemos verlos en los medios de
comunicación, y por otra, también sentimos, a la vez, empatía y atracción por la
suerte de la víctima.
No podemos ni debemos afrontar el estudio y la práctica de la criminolo-
gía sin tener en cuenta esta realidad, que podremos ver y explicar en diferentes
momentos. Por ejemplo, ya hemos visto cómo ciertos ámbitos de determinadas
disciplinas sienten rechazo hacia la criminología. También cómo desde las propias
drogas se considera que el “ámbito jurídico penal ha quedado obsoleto”, lo cual
no solo es un autoengaño, sino también un acto de rechazo.
Pero en este punto queremos aclarar un hecho a partir de un ejemplo: sabe-
mos que ciertas personas pueden ser muy aficionadas a los videojuegos violentos,
a las películas o a las series bélicas, y que además cuanto más violentas sean más
les gustan, sin embargo, no soportan los planos cercanos en las informaciones
sobre guerras reales en un telediario; en cambio, otras personas no soportan ni
videojuegos, ni películas, ni series ni literatura violenta y, sin embargo, se “estimulan
de forma positiva” frente a las noticias reales que hablan de violencia o maltrato
(Comas, 2001).
¿De dónde surge esta atracción morbosa por los temas de la criminología?
Desde luego se retroalimenta constantemente desde la creación y la comunica-
ción: novelas, series, películas y reportajes situados en el terreno criminológico
nos bombardean a diario, y sin cansarnos, con asuntos policiales, penales y foren-
ses, porque esto es precisamente lo que la gente quiere ver y, por ello, obtiene
mayores audiencias.

68
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

Pero en este punto debemos hacernos una pregunta: ¿todo esto es lo real o
es una estrategia para invisibilizar la realidad? Pues no hay más que visualizar algu-
nas películas y series sobre cárceles. ¿Alguna se parece lo más minino a cualquier
cárcel española actual? En absoluto. No se trata aquí de valorar si en la realidad
son peores o mejores, pero desde luego son muy, pero que muy, distintas. Por
tanto, podemos afirmar que la amplia audiencia televisiva de series y de novelas
sobre asuntos propios de la criminología tiene mucho que ver con el hecho de
que se perciben como asuntos abstractos, lo que facilita su carácter morboso, que
no tienen nada que ver con la propia vida real o con el entorno.
A la gente le gusta las películas sobre prisiones, especialmente cuando hay
violencia y fugas, pero se trata de prisiones imaginarias que en nada se parecen a
la realidad penitenciaria. Es cierto que en España hay fugas, pero no saltando vallas
ni haciendo túneles, sino aprovechando los permisos penitenciarios. De hecho,
ocurre muy pocas veces, porque ¿cómo vas a poner en riesgo un permiso por no
volver a la prisión? Los casos concretos de fugas son muy simples. Por ejemplo, en
una “salida cultural” se ha esperado el último momento del cierre de las puertas
del metro, para salir, dejando en el vagón al resto de los presos y a los acompa-
ñantes. Algo que sin duda posee un escaso glamur y “heroicidad”. No creo que
lleguemos a ver esta escena en ninguna serie, aunque podría ser muy graciosa.
De hecho, el éxito del morbo tiene mucho que ver con su condición de “fan-
tasía ideal”, un ideal platónico, aunque en este caso negativo, sobre el mundo, que
como no es la realidad, ni se le parece, no está obligado a seguir las reglas de la
vida. Para entenderlo bien podemos compararlo con el actual al éxito (mundial)
de la pornografía: saber que no es verdadera sexualidad, y en muchos casos ni si-
quiera físicamente posible, es precisamente la garantía de su amplia audiencia. Algo
similar a lo que ocurre con el éxito de la ciencia ficción.
En el caso de las drogas, el ideal morboso, y muy en particular el ideal de
la transgresión morbosa, suele ser, como veremos, uno de los elementos más
reveladores de su atracción y de su utilización, hasta el punto de que muchas sus-
tancias son, en el mercado negro, falsificaciones o están tan adulteradas que no es
razonable sentir sus efectos. Pero esto no es relevante para sus usuarios, porque lo
importante es participar en el ritual de transgresión y poder comportarse como
si los efectos fueran ciertos.
¿Puede ocurrir que algunas personas se acerquen a la propia criminología en
busca de este ideal morboso? Pues claro que sí, de la misma manera que puede
ocurrir en cualquier otra disciplina, donde también es posible imaginar todo tipo
de situaciones, pero, sin duda, el conocimiento, en particular el conocimiento real
y concreto sobre los hechos que debe poseer cualquier criminóloga/o, diluye esta
morbosidad platónica. En todo caso, no estaría de más ir pensando, en el ámbito
propio de la criminología, en un sistema de supervisión personal que, como suce-

69
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

de en otros ámbitos, permitiera ayudar y superar situaciones de ansiedad, estrés


o “tentaciones” inadecuadas.

2.4. La relación entre evidencias científicas y las consideraciones éticas

Las nociones expresadas en el apartado anterior en torno al necesario ajuste racional y


empírico sonarán, como es lógico, a una forma particular de la idea de que “debemos
adoptar una perspectiva científica”. Pero aun siendo esto muy cierto y sin duda impres-
cindible, no es del todo suficiente.
Porque la criminología es una disciplina científica que trabaja de una forma muy
directa con personas, que no se vehicula sobre principios abstractos como, por ejemplo,
impulsar el progreso económico y social, o sobre lograr la máxima eficiencia en la apli-
cación de conocimientos, ni tan siquiera sobre tratar de mejorar el mundo. Desde luego
que puede y debe hacer todo esto, pero lo hace con personas, insistimos, no solo para las
personas, sino con las personas.
Personas que son víctimas, que son delincuentes, condenados y enfermos, pero tam-
bién hay cómplices, testigos y, por supuesto, profesionales que tienen que actuar interac-
cionando con todas estas personas. Por si fuera poco, la totalidad de las personas no son
ni el conjunto de la sociedad ni tampoco meros individuos, pero que a la vez se sienten
amenazadas, aludidas o señaladas por el asunto de la seguridad personal y pública, así
como por la aplicación de las leyes.
La criminología no es una ciencia de laboratorio, aunque desde el laboratorio se
pueden aportar evidencias. Tampoco es una ciencia que se desenvuelva de forma exclu-
siva a través de aplicaciones metodológicas, aunque las utiliza para adquirir saberes y
conocimientos. Se trata de una disciplina con un objetivo muy práctico: facilitar la se-
guridad de las personas amenazada por las acciones de otras personas o instituciones. Y
en un mundo y una sociedad compleja esto no es sencillo y no puede limitarse a definir
reglas formales y a aplicarlas, aunque es cierto que estas reglas formales, codificadas por
el derecho, la cultura, la responsabilidad personal y la confianza mutua, son necesarias,
pero, de nuevo, no son suficientes.
El saber criminológico requiere, entonces, un complemento que le otorgue sentido. En la
criminológica positiva (véase capítulo 4), este complemento fue el ideal ideológico de la “fí-
sica social”. Después, durante la etapa de la criminología liberal, fue una concepción radical
de los derechos individuales y, finalmente, en la etapa del naturalismo, fue la idea de la com-
pensación entre relatos y derechos. Este complemento, que en el fondo es un factor ajeno a
los propios saberes criminológicos, funciona como una prescripción de orden superior, como
un tipo de imperativo categórico, pero se desvela como una serie de condicionantes éticos.
En el fondo, esto es lo que se ha necesitado siempre en la criminología y que el uti-
litarismo moral le aportaba: un factor externo que legitimara las consecuencias sobre las

70
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

personas de sus propuestas prácticas. Como consecuencia, desde el momento de su fun-


dación recurrió a una serie de principios morales e ideológicos, con frecuencia cargados AUTOR: no
de matices políticamente conservadores, que le otorgaban una seguridad que su condi- aparece con
ción de ciencia práctica requería. En los últimos decenios se ha tratado de reafirmar que este año en
la bibliogra-
“es una ciencia y una disciplina como cualquier otra”, y entonces se ha recurrido a la
fía.
típica falacia de la “neutralidad científica” (Comas, 2014) para negar tanto la necesidad
de este argumento trascendente como de evitar los sesgos ideológicos del pasado.
Pero la solución es mucho más fácil: los imprescindibles argumentos trascendentes
de la criminología son, y deben ser, los de la ética.
En el caso concreto de las drogas, los argumentos éticos adquieren singular im-
portancia, en gran medida porque, como ya hemos visto y se va a ir ampliando en los
siguientes capítulos, las drogas y las políticas sobre drogas tienen mucho de ideología.
Una ideología que se presenta y se prescribe como una ética pública que obedece a prin-
cipios de jerarquía social que muy poco tienen que ver con los principios de la verdadera
ética tal y como se conciben en la actualidad. Por tanto, la criminología debe despren-
derse de las ideologías de las drogas y apostar no solo por el conocimiento, sino por un
conocimiento ético que respete a las personas.
¿Cuáles son estos principios? Pues también son muy sencillos y son los mismos que
aparecen en la descripción teórica del utilitarismo moral que ya hemos venido adelan-
tando en las páginas anteriores (Bentham, 1780; Mill, 1859).
El primero, que las propuestas deben redundar o producir el mayor bienestar posible
para el máximo número de personas. Un principio que se puede enunciar a la inversa
como evitar la mayor cantidad de daño para el máximo de personas. De manera sencilla,
el balance entre bien obtenido y mal producido no solo debe ser favorable al bien, sino
que debe ser el que menos mal produzca y para el menor número de personas, que ade-
más deberán ser adecuadamente compensadas.
El segundo, que las normas emitidas y las acciones propuestas deben aportar el
máximo de utilidad general, pero respetando el principio anterior. Expresado de manera
muy directa, una política criminal debe ser la más útil a la sociedad, pero a la vez debe
ser consciente del balance entre el bien obtenido (optimizado) y el mal provocado (mi-
nimizado), de tal manera que este mal reducido solo debe afectar a pocas personas que
además serán adecuadamente compensadas, por el mal que soportan.
El tercero, que las personas aludidas y afectadas entiendan siempre que esto es así y
no de otra manera. Es decir, las acciones y las políticas deben ser públicas y transparen-
tes, basadas en criterios éticos que deben ser transmitidos a las personas para que estas
comprendan las razones de las decisiones. Obviamente pueden estar en desacuerdo con
estas, pero no por falta de información y conocimiento.
¿Cómo conjugamos estos tres principios abstractos para convertirlos en una práctica
cotidiana y real? Pues también es fácil, incluyendo en el análisis de los resultados de las
investigaciones empíricas y en las acciones propuestas tres conjuntos de contenidos tan

71
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

bien conocidos y accesibles como mal interpretados: el primero compuesto por los dere-
chos humanos e individuales, el segundo por los derechos de ciudadanía o los derechos
sociales y el tercero por una evaluación adecuada y realista de las necesidades prácticas
de la salud pública.

2.5. Concibiendo un nuevo modelo teórico en la perspectiva


de los derechos

2.5.1. El enfoque de derechos en el ámbito de drogas

De forma tradicional, los temas de drogas se han enfocado desde la perspectiva de la


“defensa de los intereses sociales básicos”, lo que permitía legitimar “actuaciones o
medidas excepcionales”. En otras palabras, se suponía que el riesgo de las drogas para
la sociedad era tan grave y tenía tal magnitud que esto justificaba cualquier acción y
actuación, aun aquellas que prescindían de los derechos básicos de las personas.
En el próximo capítulo rastrearemos los orígenes de esta forma de pensar (el puri-
tanismo y el darwinismo social), y el formato que adoptaron las medidas excepcionales
(el sistema multilateral de los Convenios de Fiscalización). Un doble modelo frente al
que, siempre se ha dicho, nunca se levantó ninguna voz crítica.
Pero sí que había voces críticas, y a lo largo del texto se presentarán algunas, aunque
no todas. Hay que mencionar, de entrada, a Alessandro Baratta, un criminólogo italiano
que planteó una pregunta muy simple: “¿Por qué no se respetan los derechos humanos
en el ámbito de las drogas?”. A lo que el mismo respondió de una manera muy sencilla:
“Porque pensamos que los usuarios de drogas son una amenaza tan potente que debemos
castigarlos sin ningún límite o consideración”. Señalando a continuación diversas practi-
cas jurídicas y asistenciales que adoptaban este vesánico punto de vista (Baratta, 1988).
Curiosamente, la crítica de Baratta no fue tenida muy en cuenta en el ámbito jurídi-
co, pero impactó de una forma muy notable en el ámbito asistencial. Tras la publicación
del opúsculo Introducción a la criminología de la droga, fueron muchos los profesio-
nales de la asistencia que aplicaron las propuestas de Baratta, que además se debatieron
en congresos y seminarios de profesionales de la asistencia, en particular las redes de
comunidades terapéuticas, que se sintieron especialmente aludidas (Comas, 1988) y que
incluso adoptaron códigos éticos que tenían en cuenta de forma explícita “el respeto a
los derechos de los internos” (Comas, 1992).
¿Cómo se interpretaron estos derechos? O mejor, ¿cuáles son estos derechos? Pues
esencialmente los contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un
documento que goza de un gran consenso internacional y que tiene la enorme ventaja prác-
tica de que, cuando no se respetan adecuadamente, se percibe con absoluta claridad. En
relación con las drogas no se respetaban los derechos humanos en el pasado, pero aún en

72
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

la actualidad, en ciertos ámbitos territoriales o profesionales, siguen sin respetarse, sin que
esto cause demasiado escándalo. También es cierto que disponer del argumento de “falta de
respeto a los derechos humanos” cada vez es más contundente, pero quizá no lo suficiente,
porque son muchos los que aún piensan que las drogas representan “un riesgo excepcional”.
Podríamos repasar la historia de los derechos humanos, pero nos limitaremos a fijar
la explicación vigente y sus contenidos, porque el artículo de Wikipedia que describe
esta evolución es excelente. En el mismo artículo se pueden observar los principales
debates que envuelven el concepto, así como alguna de las propuestas alternativas (Wi-
kipedia: derechos humanos).
En cualquier caso, en el ámbito de las drogas las cosas son más sencillas. Tan senci-
llas que nos hemos limitado a transcribir en el adjunto “No dejes de leer” una serie de ar-
tículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea
General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Se trata de que “las leamos
y al mismo tiempo reflexionemos” sobre cada uno de los artículos seleccionados con
relación a las drogas y, por supuesto, en relación con las personas que tienen problemas
con ellas. Realizada esta acción podremos entender sin más cuál debería ser el “enfoque
de derechos en el ámbito de las drogas”.

No dejes de leer
La Declaración Universal de Derechos Humanos y las drogas

1.- Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y,
dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente
los unos con los otros.
2.- Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Decla-
ración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o
de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento
o cualquier otra condición.
3.- Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su
persona.
5.- Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o
degradantes.
6.- Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su
personalidad jurídica.
7.- Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protec-
ción de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación
que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.
10.- Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída
públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la

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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier


acusación contra ella en materia penal.
12.- Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia,
su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación.Toda
persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.
25.1.- Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure,
así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido,
la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo
derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez
y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias inde-
pendientes de su voluntad.
29.1.- Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que solo
en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.
29.2.- En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda
persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el
único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades
de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y
del bienestar general en una sociedad democrática.
30.- Nada en la presente Declaración podrá interpretarse en el sentido de
que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para empren-
der y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquie-
ra de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración.

AUTOR: no
aparece este Pero este planteamiento tiene también sus críticos, uno de ellos es Boaventura de
año en la bi- Sousa Santos, que sostiene que “la globalización se define como un proceso a través del
bliografía. cual una determinada condición o entidad local amplía a su ámbito a todo el globo y, al
hacerlo, adquiere la capacidad de designar como globales las condiciones o entidades
locales” (De Sousa Santos, 2000). Es decir, las perspectivas globales responden a lógi-
cas de imposición y dominio y este paradigma incluye los derechos humanos, a los que
nunca califica de “universales” sino de “un hecho local que se globaliza exitosamente”
(De Sousa Santos, 1998b), frente al que propone “una insurgencia local que defina dere-
chos propios” (De Sousa Santos, 1998a).
En realidad, Boaventura de Sousa Santos no propone sistemas alternativos de dere-
chos humanos, sino más bien la posibilidad de estudiarlos, bien “desde arriba”, es decir,
desde lo global, o bien “desde abajo”, esto es, desde lo local, pero entendido en térmi-
nos de “comparación cosmopolita”, que facilitaría una “reconstrucción multicultural de
los derechos humanos” que se supone que sería muy distinta del ideal de los derechos
humanos universales que responden a la impronta de la sociedad liberal total, que no
toma en cuenta las peculiaridades locales.

74
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

A la vez, la propuesta de Boaventura de Sousa Santos responde más bien a la noción


de interculturalidad, ya que pretende encontrar un equilibrio entre lo local y lo global,
como el único lugar donde puede residir la universalidad de los derechos (De Sousa
Santos, 2009). Expuesto de una forma más pedestre, el hecho de que la mayor parte de
declaraciones y resoluciones de derechos humanos procedan de la ONU y otras agencias
asociadas les impide ser universales, porque la universalidad solo se obtiene si se con-
sideran las formas culturales que determinan los diferentes sistemas legales en todo el
mundo. Finalmente, este “verdadero universalismo que tiene en cuenta las diferencias
culturales” es el único que nos puede conducir hacia “un sistema universal de derecho
emancipatorio”. Y, por supuesto, hacia una criminología emancipatoria.
Las nociones de Boaventura de Sousa Santos son parte de una corriente que reivin-
dica un nuevo papel para el relativismo cultural con relación a los derechos humanos,
pero ocurre que sus análisis se refieren a un hecho muy concreto: el traslado del modelo
de seguridad ciudadana de los países desarrollados (véase el apartado 4.8.2), que suele
traducirse como tolerancia cero, a los países del sur precisamente por sus problemas
con la producción de drogas. Un modelo de exasperado endurecimiento penal y peniten-
ciario en países en los que pervive al mismo tiempo un sistema de impunidad de clase.
La excusa son las drogas y las víctimas los pequeños productores.

2.5.2. El habitual olvido de los derechos de ciudadanía

El proceso vivido por el enfoque de derechos en el ámbito de drogas, entendido como


un enfoque de derechos humanos, ha sido, sin duda, muy positivo, pero en el camino
han quedado bastante olvidados algunos derechos de ciudadanía que son también muy
relevantes
¿Cuáles son los derechos de ciudadanía? Pues en lo cotidiano se superponen con la
definición de derechos sociales y, en general, se expresan a través del estado de bienestar.
En su origen fueron formulados por Thomas H. Marshall como la concreción operativa,
a lo largo de los dos últimos siglos, de los derechos civiles, políticos y sociales. Los pri-
meros que se enunciaron fueron los derechos civiles, que comenzaron a expresarse en el
siglo de la Ilustración y se formalizaron por la Revolución americana y, después, por la
A U T O R :Revolución francesa. Más tarde se fueron alcanzando los derechos políticos, en paralelo
no apa-con el avance al derecho al voto, llegándose al punto de inflexión definitivo con la con-
rece estequista del sufragio universal con el logro del derecho al voto de las mujeres, y finalmente,
año en lalos derechos sociales, que en esta versión de Marshall se correspondían con la instaura-
bibliogra-ción del estado de bienestar después de la Segunda Guerra Mundial (Marshall, 1948).
fía.
La idea clave de Marshall es que, a pesar de las transformaciones políticas, socia-
les y los cambios legislativos formales, no dejamos de vivir en una sociedad desigual,
una “sociedad de clases” en sus palabras, lo cual nos obliga a adoptar una perspectiva

75
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

de derechos compensatorios para justificar aquello que suelen enunciar los principios
constitucionales de una mayoría de países y, por supuesto, la Declaración Universal de
los Derechos Humanos. Una situación desigual requiere constantes correcciones para
que la desigualdad no crezca o no se estabilice. Entre estos mecanismos compensatorios
se menciona una adecuada política fiscal redistributiva, un sistema educativo y sanitario
público, accesible y universal, procedimientos para corregir el acceso a la vivienda, un
sistema de pensiones estable y garantizado, así como garantías mínimas y diversos apo-
yos a los colectivos excluidos que tienen dificultades para llevar una vida socialmente
integrada e integral sin dichos apoyos.
En realidad, son estos últimos los derechos que suscitan amplios debates en nuestras
sociedades entre dos posturas antagónicas. Por una parte, aquellos que piensan que “to-
das las personas tienen derecho a una subsistencia mínima por ser seres humanos” y, por
otra, los que creen que “esto es malo para el conjunto de la sociedad porque desmotiva
hacia la responsabilidad y el trabajo”. En todo caso, se han logrado algunos avances
significativos como, por ejemplo, las leyes de dependencia, los salarios mínimos ga-
rantizados (que en España son muy diferentes según sea la comunidad autónoma de
residencia) y, por supuesto, la amplia legislación y recursos destinados al ámbito de las
“minusvalías o discapacidades”.
Pero ¿en el ámbito de las drogas se han desarrollado estos procedimientos de com-
pensación? Lo cierto es que no, ni tan siquiera ante los casos graves de dependencia, ni
en España ni incluso en otros países con leyes más activas. ¿Por qué? Pues porque el uso
de drogas se entiende, no tanto en las leyes como en los procedimientos de intervención,
como una causa de exclusión. Es decir, son muchos los ciudadanos que opinan, de forma
más o menos explícita que “cómo has utilizado drogas y has tenido problemas con estas,
no tienes los mismos derechos que el resto de los ciudadanos, por tanto, no vamos a re-
conocer tus derechos de ciudadanía porque esto sería darte un premio que no mereces”.
La denegación de los derechos sociales a los usuarios problemáticos de drogas no
es la única negación de estos derechos a un colectivo concreto, pero sin duda es la que
afecta a más personas y de una manera más intensa. Sin embargo, es un hecho poco
conocido, raramente descrito y mucho menos denunciado. La criminología debería, al
menos, tener en cuenta que esto ocurre, analizar por qué y lo que supone.

2.5.3. ¿Se puede preservar el derecho a la salud pública al tiempo que se reconocen otros
derechos?

El derecho a la salud aparece entre los derechos fundamentales, constituye un derecho


tan fundamental como los mencionados en los apartados anteriores. Aparece incluso
en la Declaración Universal de los Derechos Humanos del año 1948 y, desde entonces,
nadie lo ha puesto en duda.

76
Perspectiva de la criminología en su relación con las drogas

Pero en el caso de las drogas se ha presentado, con frecuencia, en confrontación con


otros derechos humanos y, por supuesto, con los derechos sociales de ciudadanía. El caso
arquetípico, propio de determinadas “leyendas”, lo constituye el usuario de drogas con
una enfermedad infectocontagiosa que se ha contraído a través del uso de drogas y que
reclama el derecho a seguir utilizando drogas con el riesgo de contagio que esto puede
implicar. Pero más significativo sea quizás el caso de una sustancia de amplia disponibi-
lidad que se “pone de moda entre los/las adolescentes”, la cual se supone que ocasiona
graves perjuicios a su salud y sobre la que se toman medidas excepcionales para evitar
su consumo.
El segundo ejemplo nos proporciona la primera clave de esta cuestión, porque nunca
ha ocurrido, no nos referimos a “tomar medidas excepcionales”, sino a que esta sustan-
cia que se haya “puesto de moda” sea tan peligrosa como se afirma.
El impacto de las drogas sobre la salud pública no está bien evaluado, se basa en
estimaciones y proyecciones y, aunque exista una abundante literatura de supuestas evi-
dencias, se trata de “demostraciones ex post facto”, en las que, como veremos, se utili-
zan metodologías, e incluso resultados, ad hoc para tratar de demostrar que los riesgos
son los que en su día imaginó el puritanismo religioso y el darwinismo social. En otros
términos, se trata de justificar explicaciones preestablecidas de carácter no científico uti-
lizando para ello algunas inconsistencias propias del sistema de la ciencia. Por ejemplo,
que cuantos más artículos afirmen una cosa esta debe ser cierta, y especialmente cierta
si además existe un potente apoyo institucional para producir esta información.
En el próximo capítulo nos vamos a ocupar de cómo “se inventaron” tales riesgos
y en el capítulo 7 de las razones por las que se mantiene una actividad científica tan
irregular.
Pero en este punto debemos indicar que descubrir estas irregularidades no supone
ninguna amenaza para la salud pública, sino todo lo contrario, un avance para mejorar el
estado de salud de la población. Es decir, su derecho a la salud. En cambio, tergiversar
los hechos, aunque se supone que se actúa de buena fe (la idea que rechaza el utilitaris-
mo moral de que hay que ser responsable y proteger a la gente, aunque esta no lo quiera),
no es lo mejor para incrementar el grado de salud pública. Más bien lo contrario.

2.6. Propuestas de ejercicios de reflexión y debate

Primera propuesta
Dice el alumno: “Como creo que he entendido bien la idea de que las drogas en su
condición de sustancias químicas son solo una variable dependiente de una expli-
cación científica más general, en particular la que puede aportar la criminología,
puedo imaginar por tanto tres o más circunstancias personales en las que resul-
ta que, de forma automática, irracional o inconsciente, utilizo la creencia de que

77
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

son sustancias que funcionan como variables independientes de toda explicación


racional o científica”. Por tanto, ¿podrías enumerar por escrito cuáles son estas
circunstancias?

Segunda propuesta

Es más bien una reflexión personal: piensa en tu adolescencia, digamos antes de


los 18 años, e intenta recordar si te enteraste en algún momento de que existía una
“droga especialmente peligrosa” que se suponía que utilizaba la gente de tu edad.
¿Puedes recordar cuál era?, ¿fue más de una?
Es posible que no te enteraras de nada y, aunque intentes recordar, no te viene
nada a la cabeza, en cuyo caso plantéate estas preguntas: ¿por qué no? y ¿se entera-
ron mis amigos/as de algo que no me contaron? Si los ves algún día, ¿podrías pre-
guntarles? Quizás también puedes preguntar a tu madre o padre, o a otro familiar,
cómo fue tu adolescencia en relación con este tema.
En caso de que tengas cualquier recuerdo, intenta reconstruir la fuente de infor-
mación: ¿los medios de comunicación formales?, ¿las redes sociales?, ¿los amigos/
as?, ¿te hablaron tus padres de ello? Una vez que tuviste conocimiento de esta
alarma, ¿cómo te sentiste?, ¿estabas asustado?, ¿sentías curiosidad? ¿Qué hiciste
aparte de hablar con los amigos/as?, ¿la buscaste?, ¿la encontraste?, ¿conseguiste
información más completa sobre ella?, ¿te comprometiste (contigo mismo o con
tus padres) a no utilizarla?, ¿al final la probaste?, ¿sentiste algo especial?, ¿pensas-
te que quizás te habían estafado? Bueno, pues una vez que hayas completado esta
reflexión, limítate a responder otras propuestas de reflexión y debate.

Tercera propuesta

Imagina que eres el responsable de un dispositivo asistencial en régimen de inter-


namiento. La Declaración Universal de los Derechos Humanos confirma el derecho
a la inviolabilidad de la correspondencia, pero sabes que a través de esta se facilita
acceso a determinadas drogas a personas que están en tratamiento. Son personas
muy vulnerables que debes proteger. ¿Qué deberías hacer?, ¿controlar y bloquear
el correo?, ¿respetar por encima de todo este derecho?, ¿dar por sentado que así es
la vida real e intervenir desde otra óptica? Argumenta tu respuesta.

78
3
Los convenios internacionales:
contenido y consecuencias

En los dos capítulos anteriores hemos hablado respectivamente de la perspectiva crimi-


nológica adecuada para enfocar el tema de las drogas y de la relación entre las drogas
y la criminología. A partir de este capítulo vamos a centrarnos en la relación concreta
entre la criminología y las drogas, pero teniendo siempre en cuenta que son las drogas
las que giran alrededor del modelo empírico y utilitarista de la criminología. En todo
caso, un modelo abierto que trata de ser lúcido.
Para poder hacer esto debemos comenzar por explicar la evolución, el significado y
el contenido del sistema multilateral de los convenios internacionales sobre fiscalización
de drogas, ya que estos constituyen la piedra angular que no solo soporta todo el edificio
jurídico sobre las drogas, sino también las propias políticas de drogas y muchas de las
consecuencias que estas producen.
En general se supone que el sistema de los convenios internacionales es algo con-
cebido para evitar, para prevenir si se quiere, los problemas que causan las drogas en
nuestras sociedades. Pero el orden cronológico entre ambos factores (drogas y con-
venios) parece indicar que no es precisamente este el orden causal. Es cierto que los
convenios fueron explícitamente establecidos para evitar algunos problemas que ya
producían las drogas, pero a la vez produjeron otros, en ocasiones más graves, y que
son los que determinan en la actualidad el contenido de los riesgos más significativos
en relación con las drogas. Es un capítulo muy sencillo para aquellos/as estudiantes con
formación jurídica, aunque deberán afrontar algunas nociones propias de la historia de
las ideas políticas.
En todo caso entramos ya en cuestiones concretas, porque es imprescindible cono-
cer bien el origen y el desarrollo de los convenios internacionales sobre fiscalización de
drogas para poder acceder a una visión criminológica de estas.

79
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

3.1. El origen y la función del sistema internacional de fiscalización


de drogas

3.1.1. El concepto de droga y la fiscalización internacional

En el capítulo anterior se han definido las drogas y el concepto droga desde la perspec-
tiva formal (y la más adecuada a la criminología) de “las sustancias que figuran en los
anexos de los convenios internacionales de fiscalización”. Para entender mejor dicha
definición y en particular el concepto de droga en singular, es necesario exponer la rele-
vancia que tienen el origen y la genealogía referentes a la creación de la propia categoría
drogas.
Se trata de un inicio muy concreto pero que, a la vez, aparece asociado a los ar-
gumentos utilizados para la penalización de su utilización, su comercialización y su
producción, la delincuencia funcional asociada e incluso, como se irá viendo, las con-
secuencias sobre la salud y el bienestar personal, familiar y social. Es decir, las drogas
no existían, pero de repente no solo aparecieron, sino que lo hicieron asociadas a carac-
terísticas, hechos y consecuencias que hasta entonces también eran desconocidas. Para
entender bien esta idea hay que comprender que la raíz fundacional de la categoría de
las drogas y sus efectos se corresponde con el mismo instante de su penalización. Otra
manera de expresarlo se puede formular a la inversa: la penalización de las drogas fue el
acontecimiento histórico que constituyó la noción y la categoría drogas.
Cualquier persona que se considere criminóloga debe comprender que vista la cues-
tión desde las drogas o vista desde el derecho penal, se trata del mismo hecho, que ex-
presado de forma sencilla equivale a decir: “las drogas no existían hasta que no fueron
penalizadas, las drogas no fueron penalizadas hasta que no existieron”.
Por este motivo, la propia categoría (o si se quiere noción) de drogas solo puede
interpretarse desde la lógica jurídica y política, desde el relato y desde los instrumentos
de control que establecen una serie de acuerdos internacionales. Sin estos acuerdos, las
categorías jurídica, social, sanitaria, educativa, política e incluso cultural que en la ac-
tualidad llamamos drogas no existiría.
Esto es algo que nadie niega, empezando por los propios organismos internaciona-
les, desde Naciones Unidas, hasta la Unesco, pasando por la Organización Mundial de
la Salud y siguiendo por las estructuras político-administrativas de la mayoría de los
Estados. Algo que resulta evidente en la legislación sobre drogas, que no solo alude a
dichos acuerdos internacionales, sino que se sustenta y se desarrolla a partir de los ellos,
algo que es tan innegable que ni tan siquiera se suele mencionar.
La idea de que las drogas existen porque existe la fiscalización de las drogas es algo
de lo que presume la propia Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito
(ONUDC), así, cuando en 2007 encarga a uno de sus técnicos, Thomas Pierschmann, un
informe que se titula “Un siglo de fiscalización mundial de drogas”, y que publica en su

80
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

Boletin de estupefacientes, de forma monográfica en el volumen LIX, agrupando por


su extensión dos números, el 1º y el 2º, no duda en afirmar: “El presente documento no
constituye una historia diplomática; únicamente tiene por objeto presentar la creación
y evolución histórica básica del sistema internacional moderno de fiscalización de dro-
gas: por qué y cómo surgió; cuáles son sus repercusiones en la producción y consumo AUTOR: no
de drogas; y cuál es su legado con relación a las actividades internacionales de lucha aparece en la
contra la droga presentes y futuras” (Pierschmann, 2007). bibliografía.
Vamos a tratar de completar esta explicación. Lo primero que debemos considerar
es que gran parte de las sustancias a las que llamamos actualmente drogas existieron
desde casi siempre, pero no tenían una identidad particular que las agrupara como tales,
se conocía a cada una por su nombre concreto, y se utilizaban para diferentes fines, algu-
nas como medicamentos, otras de forma recreativa y algunas de ellas para ambas cosas.
Cada civilización, e incluso cada cultura, tenía sus sustancias favoritas, bien para evitar
el dolor, bien para holgar o bien para tener experiencias místicas, cada una de ellas se
conceptualizaba como el producto singular que era y a nadie, jamás, se le ocurrió agru-
parlas bajo una categoría única.
Por este motivo, en segundo lugar, utilizar la expresión “historia de las drogas”, uti-
lizando la concepción actual de las drogas, es un embuste, una falacia, una falsificación
y una ficción, salvo si hablamos exclusivamente del siglo  xx, o bien si utilizamos la
expresión “historia de las sustancias que actualmente se agrupan bajo la categoría dro-
gas”, es decir, las drogas solo son drogas a partir de un determinado momento. Utilizar
la categoría drogas para proyectarla sobre sustancias que en el pasado tenían otra fun-
cionalidad, utilidad, efectos y estatus social, supone asumir de forma acrítica el actual
concepto de droga y las políticas vinculadas a dicha noción.
En la práctica, la mayor parte de estos productos eran sustancias naturales, que re-
querían una transformación mínima, como el alcohol fermentado (el destilado no apa-
reció para el consumo hasta los siglos xiv/xv), el opio, la coca, el tabaco, el cannabis, el
khat, el betel o la efedrina, así como una gran cantidad de alucinógenos desde el peyote
hasta la ayahuasca pasando por la mescalina. A lo largo del siglo xix, la industria far-
macéutica europea fue incorporando derivados de estos productos naturales, como la
morfina (1817), la cocaína (1855), la heroína (1878) y las anfetaminas (1887). Ya en el
siglo xx, el LSD, a partir del cornezuelo del centeno (1938).
Finalmente, de todas estas sustancias, sobre todo en la segunda mitad del siglo xx,
se obtienen de forma progresiva a partir de síntesis en laboratorio y en la industria, los
miles de derivados que constituyen actualmente la categoría drogas y que dentro de la
cual aparecen en las listas anexas de la Convención de 1988, que se actualizan de forma
permanente.
Todas estas sustancias singulares se habían mantenido como tales, así como sus
fines lúdicos, religiosos o sanitarios, hasta que a partir del año 1909 (Conferencia de
Shanghái) se les otorgó un carácter único y compartido, bajo la rúbrica de drogas. En

81
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

países como España estas sustancias estaban en las boticas, en los estancos o en los co-
mercios, y en algunos casos formaban parte del conocimiento tradicional y, por esta vía,
del autoconsumo. El derecho penal solo intervenía ante los envenenamientos, la mayor
parte de los cuales se producían por sustancias diferentes a las que después han sido
clasificadas como drogas.
Todo cambió de forma muy acelerada en el siglo xx a partir de la ratificación de los
convenios internacionales sobre drogas por un creciente número de países, estas ratifi-
caciones supusieron una modificaron del estatus legal de las sustancias, que pasaron al
ámbito de los delitos contra la salud pública, según se fueron incorporando a los suce-
sivos convenios.
Hay que comprender muy bien este proceso: las decisiones, las políticas y la defi-
nición de las drogas como tales (y cuáles eran las sustancias que debían formar parte de
la categoría drogas) no se tomaron nunca en ningún país concreto (salvo en algunos ca-
sos por Estados Unidos), sino en organizaciones internacionales, lo que implica que, si
queremos entender el contenido, en especial el contenido jurídico, de dichas decisiones,
debemos conocer bien la dinámica y el contenido de estos instrumentos. Por este motivo
se dedica un capítulo integro a dicha cuestión.
También resulta esencial entender que la conformación del delito contra la salud pú-
blica que supone el uso, el tráfico y la comercialización de determinadas drogas no apa-
rece de forma espontánea en ningún país, ni responde a hechos y acontecimientos que
ocurrieran en alguno de ellos, salvo, y como ya se ha dicho, en algunos casos concretos
en Estados Unidos de Norteamérica. Las drogas se convierten en un objeto propio del
derecho penal porque se firman una serie de convenios internacionales ligados, como
veremos, a determinados acontecimientos políticos como el acuerdo de Paz de Versalles,
en 1918 y la posterior creación de la Sociedad de Naciones y, de una manera aún más
directa, la constitución de las Naciones Unidas, en 1946.
Conferencias y acuerdos de índole política, gestados básicamente por diplomáticos,
pero que supusieron torpedos en la línea de flotación de las políticas penales de los
países y transformaron la dinámica criminal de todo el planeta. Tratar de explicar esta
dinámica penal al margen de este contexto produce un relato tan incompresible como
improcedente.
Pero una vez clarificada la relación entre penalización de las políticas sobre drogas,
hay que formularse la pregunta: ¿por qué ocurrió esto?

3.1.2. La lógica de la cultura puritana desde una cultura católica

Sabemos que, en su origen, las políticas sobre drogas, y en particular el prohibicionis-


mo penal, se alumbraron en la Conferencia de Shanghái de 1909, y, como tendremos
ocasión de explicar, las ideas que lo fundamentaron aparecen muy vinculadas a un

82
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

determinado paradigma cultural y social que se puede describir como el puritanismo


religioso. ¿Qué es el puritanismo? Pues una ideología integral, religiosa, política, cul-
tural, social y económica que se impone a mitad del siglo xvi, en países como Ingla-
terra, Alemania, Estados Unidos, así como el norte de Europa, y desde ellos se irradia
a todo el planeta. Un puritanismo cuyos orígenes se rastrean hasta el siglo xvi y que,
como explicó Max Weber, tanto en el emblemático texto de La ética protestante y los
orígenes del capitalismo como en el más empírico Economía y sociedad, se caracteriza
porque dos aspectos de la vida, que en apariencia habían sido hasta entonces divergen-
tes, la moral cotidiana y la vida económica, en un determinado momento confluyeron
para transformar el mundo.
El primer aspecto, la moral, surgió en el seno de la facción radical de la Reforma
protestante, en particular en el calvinismo de Ginebra y entre “los puritanos” en la
Inglaterra de Isabel II que le dieron el nombre. La moral puritana se sustentaba en el
rigor y la austeridad, desde el vestido hasta la sexualidad, y en un modelo de vida don-
de hetero y autocontrol se daban la mano para producir un comportamiento altamente
previsible.
El otro aspecto, el económico, tiene mucho que ver con la noción un tanto contradic-
toria de que la predestinación y el libre albedrío eran lo mismo y la difusión de la idea
de que “el éxito mundano en los negocios, acompañado de una conducta moral acertada
y previsible” conformaban la pista que ofrecía Dios para mostrar y conformar a las per-
sonas que estaban predestinadas a la salvación. Es decir, con una acentuada práctica del
puritanismo y con un cierto éxito en los negocios o en el trabajo demostrabas (y te demos-
trabas) que tu salvación, es decir tu ascenso a los cielos, estaba garantizado.
Se trata de argumentos incomprensibles (e incluso incongruentes) para una cul-
tura católica, aunque es cierto que a la vez y como consecuencia del Concilio de
Trento, también se emprendió una profunda reforma en el seno del sistema católico
y se adoptaron algunos rasgos del puritanismo, en particular los referidos a la estruc-
tura familiar, que se volvió más rígida, aunque hubo que esperar al siglo  xx para que
incluso algunas organizaciones católicas vincularan éxito económico y cercanía con
la divinidad. Aunque obviamente y en ningún caso se ha aceptado ni asumido cultu-
ralmente la idea de la predestinación.
Precisamente para entender alguna de las particularidades españolas con las drogas
conviene destacar y señalar que, en términos culturales, los rasgos más rígidos del pu-
ritanismo, en particular el refuerzo (o la recompensa) mutuo entre hetero y autocontrol,
nunca alcanzaron en la vida cotidiana de los países católicos, el grado de eficiencia
propio de los países de la reforma. En países como España, la más formal, por una parte
se reivindicaba con severidad una vida austera y guiada por la fe religiosa, pero por otra
parte, en la vida real, se han practicado siempre, y con una cierta naturalidad, estrategias
de disimulo y se ha tolerado la doblez. Una actitud inversa a la del puritanismo que re-
sulta incomprensible (y también incongruente) para los propios puritanos.

83
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

La historia de los convenios internacionales que se va a narrar a continuación debe


entenderse desde este profundo desencuentro cultural. Los países de la reforma firman los
convenios para aplicarlos, los países de cultura católica (y muchos otros) los firman por-
que los poderosos se lo piden, pero ocurre que en estos últimos su aplicación depende de
una complejidad jurídica y sociológica que los primeros no entienden. Cuando los países
de la reforma protestante dejan de aplicar, aunque sea una parte mínima del convenio vi-
gente, lo expresan con claridad; en cambio, cuando los católicos hacen lo mismo producen
explicaciones más confusas e ingeniosas.
La comparativa de las políticas de cannabis entre España y Holanda, que se explican
en diversas partes del texto, es un buen ejemplo de estas diferencias: el grado de toleran-
cia real ante el cannabis de España siempre ha sido más amplio que el de Holanda, pero
mientras España insiste en que cumple con las indicaciones de la Junta Internacional
de Fiscalización de Estupefacientes (e incluso esta organización se lo reconoce en sus
informes anuales), a la vez dicha organización insiste una y otra vez en que Holanda no
cumple con los acuerdos establecidos. ¿Les engaña España? Pues no, porque en los in-
formes españoles no hay ninguna mentira explicita, pero sí interpretaciones acordes con
una determinada mentalidad cultural. ¿Se dan cuenta los funcionarios internacionales
encargados de gestionar dichas políticas? Quizás en parte sí, quizás en parte no, pero
¿qué pueden hacer?
En todo caso cabe recordar y reconocer que el puritanismo fue el movimiento so-
cial y político que erradicó y abolió una tradición mundial que durante milenios parecía
incluso algo natural: la esclavitud (Thomas, 1997). Una práctica que algunos países
como España mantuvieron parcialmente vigente, a pesar de firmar acuerdos y hacer
declaraciones, ni más ni menos, hasta el año 1886. El éxito que había obtenido con
la trata de esclavos llevó al puritanismo a afrontar otra cuestión muy relevante en su
concepción del mundo: el alcohol y otras drogas, para los que consiguieron la prohibi-
ción, pero ¿supuso esto la erradicación de estas sustancias al nivel de lo ocurrido con
la esclavitud? En absoluto, quizás porque la eliminación del estatus legal de esclavo/
va (dejar de pertenecer legítima y legalmente a otra persona), tiene poco que ver con
el cambio en el estatus legal del alcohol y otras drogas (no puedes utilizarlas, aunque
estén disponibles).
Se trata de un detalle que, para el propio puritanismo, ha diferenciado un éxito: la
erradicación de la esclavitud legal y formal, de un fracaso: el uso, generalizado en algu-
nos casos, de drogas.

3.1.3. El papel del darwinismo social

Las políticas sobre drogas que se iniciaron en Shanghái en el año 1909, y que se sus-
tentan en la lógica del movimiento puritano, también fueron posibles gracias a otro

84
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

poderoso pensamiento político, que en la actualidad y a consecuencia de algunos acon-


tecimientos históricos, resulta casi invisible. Me refiero al darwinismo social.
El llamado darwinismo social se desarrolló a lo largo de la segunda mitad del si-
glo  xix, y de forma razonable suele atribuirse a Herbert Spencer (1820-1903), aunque
su pensamiento, como veremos, se relaciona con otros autores y otras corrientes de
pensamiento científico, social y político. Su figura es muy conocida por el lema “la su-
pervivencia del más apto”, una frase que suele atribuirse falsamente a Charles Darwin
(1809-1882), aunque es cierto que Spencer la acuñó después de haber leído, hacia el año
1859, El origen de las especies. En realidad, Herbert Spencer ha supuesto una figura cla-
ve del pensamiento moderno, vinculado a las ideas de Saint Simón y Comte y, por tanto,
AUTOR:
al positivismo. También fue uno de los primeros en asumir a la vez el agnosticismo y el
¿esto está
teísmo que caracterizan al actual paradigma científico. Su vínculo con la criminología
bien?
clásica y la positiva es muy evidente.
Pero en aquel particular momento histórico, el darwinismo social se vivió como un
avance natural de la obra de Darwin, quien no había querido extraer las conclusiones
ideológicas pertinentes de sus aportaciones científicas para evitar más y mayores enfren-
tamientos con las autoridades religiosas.
Pero sí lo hicieron, sin que Darwin lo desautorizara, su primo, el polifacético (es-
tadístico, fundador de la psicometría, meteorólogo, creador del primer sistema de cla-
sificación de las huellas digitales, etc.) Francis Galton (1822-1911) y, más adelante,
el nieto de Darwin, el físico y matemático Charles Galton Darwin (1987-1962). El
primero, muy cercano a las propuestas organicistas y genetistas de Herbert Spencer,
desarrolló el concepto de Eugenesia, que en algún texto denomino como eugenesia
racial, y el segundo, después de jubilarse tras la Segunda Guerra Mundial, se dedicó
a promocionar y defender la eugenésica ética de los ataques que sufría esta tras el
genocidio nazi, e incluso escribió en 1952 el libro El próximo millón de años, del que
no hay traducción en español, a pesar de que proyecta de forma empírica la próxima
catástrofe maltusiana y es considerado uno de los fundadores clave del actual movi-
miento ecologista.
El darwinismo social y la eugenésica se popularizaron de una forma apreciable a fi-
nales del siglo xix y, aunque actualmente los interpretamos como un ataque a la religión
(como hacen los creacionistas norteamericanos), en aquel momento encajaba muy bien
con la ética puritana, a pesar de que ahora esto nos parezca incongruente. Obviamente se
trata de un encaje que requiere que la eugenésica se formule como eugenésica negativa,
es decir, se trata solo de eliminar las infamias, ultrajes y otras manchas, que el tiempo
histórico y los seres humanos han provocado en una sociedad, la propia del periodo bí-
blico, que por definición era perfecta.
Se produce así una curiosa convergencia entre puritanismo y darwinismo social (e
incluso marxismo) a través de la narrativa que trata de “promocionar la recuperación de
aquella sociedad perfecta” que se supone que existió antaño. Expresado en otros términos,

85
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

dos ideologías muy opuestas coincidieron en la necesidad de recuperar el tiempo de la


pureza primigenia. El mejor ejemplo de convergencia es la figura del influyente catedrá-
tico de Yale, William Graham Sumner (1840-1910), un libertario académico y figura
clave en la creación de las nociones de antiimperialismo y etnocentrismo, pero que,
como estricto seguidor de Herbert Spencer, afirmó: “Los hombres que han cumplido su
función en este mundo nunca podrán equiparase a los que no la han cumplido”.
Pero otros actores procedentes de los ambientes ilustrados, científicos y teístas tam-
bién se apuntaron a la misma narrativa. La idea se inició con Jean-Jacques Rousseau
(1712-1778) en el famoso Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad
entre los hombres, para la Academia de Dijon (1754) en el que daba por real una ley
natural que existía en el pasado y que no solo garantizaba la igualdad absoluta entre los
hombres, sino los buenos sentimientos, la ausencia de violencia y otros delitos, así como
un estado de salud natural que la hipocondría de Rousseau idealizaba hasta extremos
sorprendentes.
El Discurso de Rousseau se puede leer como una de las piezas clave de la ilustración
y el origen intelectual del liberalismo político más radical, aunque siempre corregido
por el discurso político de Benjamin Constant, Acerca de la libertad de los antiguos
comparada con la de los modernos (1819), que facilitó el transitó del liberalismo radical
hasta aliarse con el conservadurismo que había fundado Edmund Burke (1729-1797)
un siglo antes, todo ello a través de la síntesis que aportó Madame de Staël (Germaine
Necker, 1766-1817).
El puritanismo contemplaba un tiempo bíblico y absolutamente patriarcal, como un
ideal, que los primeros cristianos habían tratado de preservar pero que la civilización
católica habría pervertido y que se debía recuperar. Cuando además el conservaduris-
mo político y el romanticismo artístico hicieron suyo el eslogan de “las maravillosas
bondades de un tiempo pasado”, el vínculo estaba servido y explicaba la confluencia
con el darwinismo social: era imprescindible revertir las horribles condiciones de la ci-
vilización europea (entre las que se contaba el consumo de determinadas sustancias, en
particular alcohol y opio) para recuperar la “civilización natural de antaño”.
Una civilización que, además, pudo ser descrita como una constatación inesperada
de la obra de Rousseau, cuando se publicó el Viaje alrededor del mundo (1766-1769), de
Louis Antoine de Bougainville (1729-1811), que narra la primera circunvalación fran-
cesa del mundo con su larga estancia en Tahití, y que permitió a Denis Diderot publicar,
quizá como homenaje a Rousseau, el Suplemento al viaje de Bougainville (1772), en el
cual expresa no solo la idea del buen salvaje, sino la idea de que los “paraísos terrenales
incontaminados poblados por hombres y mujeres infinitamente felices, sabios y con to-
das sus necesidades cubiertas ” aún existen. Un libro que tuvo un notable éxito en su pri-
mera edición y que, en las sucesivas, a lo largo del siglo xix cosechó otros considerables
éxitos editoriales. En español no se editó de forma singular hasta 1986 (Diderot, 1772),
aunque existe una traducción y una edición no venal realizada por la CNT en 1933.

86
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

La idea del paraíso sin contaminar que incluía de forma destacada la práctica de una
sexualidad libre y no pecaminosa parece tener poco que ver la noción de puritanismo
que, según el DRAE, significa: “1. Dicho de una persona, que real o afectadamente pro-
fesa con rigor las virtudes públicas o privadas y hace alarde de ello”. Pero tenía algo en
común con el puritanismo, el darwinismo social, la eugenesia, el romanticismo y Rous-
seau e incluso con el maltusianismo radical y con la noción de comunismo primitivo:
“El tiempo pasado fue mejor y debemos recuperarlo como sea”. Una noción que a la vez
se ligó a la idea de “debemos corregir algunas cosas para evitar este inexorable declive
humano”, que en muchos lugares adquirió un fuerte contenido nacionalista expresado
como “debemos evitar, como raza, mezclarnos con extraños” y que en otros lugares,
a veces superpuestos, se expresó (hasta no hace tantos años) como “debemos evitar el
nacimiento de niños/as que no contribuyan a mejorar la raza”.
Existe, como ya se ha explicado, abundante bibliografía, fundamentalmente de tipo
académico (sociología e historia de las ideas políticas), sobre esta cuestión, que no se
va a incluir en esta apretada, y espero que inteligible, síntesis. El hecho de que este sea
un manual de criminología y drogas en el que se deben dar a conocer estos factores
históricos, que además gozan de un amplio consenso, con la finalidad de poder enten-
der algunas nociones y explicaciones, nos induce a ser muy escuetos y a no recargar
la bibliografía. En todo caso, es fácil, siguiendo los nombres y los conceptos citados,
localizar en el ámbito digital referencias complementarias
Pero una vez dicho esto, el lector y los/las estudiantes, se pueden plantear en este
punto: “Pero vamos a ver, ¿qué tiene que ver esto con la criminología?”. Pues mucho,
tanto si pensamos en los orígenes de la disciplina y mucho más, como veremos a conti-
nuación, como si se está intentando dilucidar una perspectiva criminológica en relación
con el alcohol y otras drogas.
Porque la propia noción de droga, surge como una proyección política e ideológica
del temor a la descomposición, entendida como peligro y riesgo personal, psicológico,
biológico y social, es decir, una involución que nos estaría conduciendo de forma inevi-
table hacia una irreparable distopía.
En consecuencia, las medidas tomadas para afrontarlo, en particular las penales, solo
adquieren legitimidad si suponemos que existe una amenaza real, una amenaza de de-
terioro y decadencia extremos en nuestras sociedades que debemos evitar como sea y
por los medios que sea. Es decir, de forma excepcional y olvidando todos los principios
jurídicos y éticos que rigen para otras cuestiones. Se trata de una supuesta cuestión básica
(y natural) que tenía que ver con nuestra propia supervivencia porque, además, los otros,
los que no toman medidas excepcionales contra las drogas, ya no van a tener salvación.
Sin la confluencia de un sustrato puritano, sin la expansión social y mediática del
darwinismo social y el ideal romántico del buen salvaje, sin la existencia de una fuerte
creencia en el paraíso primigenio y sin el proyecto de una eugenesia negativa conforman-
do un paradigma integral, la moderna noción de droga no se habría construido jamás.

87
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

3.2. El origen de los convenios y el protagonismo de las políticas penales

Siempre se cita que el primer convenio fue el de Shanghái y que se firmó en el año 1909.
Pero esto no es del todo cierto, porque en realidad la reunión de Shanghái fue solo una
conferencia que no produjo ningún acuerdo multilateral formal, aunque sí es verdad que
dio publicidad a diversos documentos que facilitaron la creación de un “relato político”
que se ha mantenido casi sin fisuras hasta la actualidad.
La documentación producida por la conferencia es bastante extensa, pero se limi-
ta a cuestiones económicas y en gran medida propias del comercio internacional. Los
diversos documentos hacen gran hincapié en las estadísticas de este comercio y parece
que este fue el gran tema de la conferencia. Pero en realidad, en Shanghái se estaba
creando un nuevo e inédito relato político. Una cuestión que debemos tratar de entender,
principalmente porque el relato que se construyó en Shanghái se convirtió, con escasas
modificaciones, en el modelo de políticas de drogas a lo largo del siglo xx y en este
inicio del siglo xxi.
Debemos entender con claridad que los referentes culturales básicos que en forma
de relatos emergieron en Shanghái, de una forma más o menos original y repentina, se
expresaron en los sucesivos convenios internacionales de fiscalización de drogas, que
simplemente aportaron nuevos procedimientos burocráticos y de control, pero que nun-
ca se preguntaron “¿por qué hacemos esto?”, dando por supuesto que la pregunta ya se
había respondido de forma clara y efectiva en la conferencia fundacional. Incluso en la
actualidad, la historia oficial del proceso internacional de fiscalización de drogas, tal y
como la cuenta Naciones Unidas, le dedica más espacio a la documentación presentadaAUTOR:
en aquella conferencia que en todos los convenios siguientes (Pietschmann, 2007). no aparece
en la biblio-
grafía.
3.2.1. ¿Por qué se realizó una conferencia en Shanghái en 1909?

La Conferencia de Shanghái se realizó en relación con un contexto, más o menos ca-


sual, en el que confluyeron varios factores, por ejemplo, la existencia en Inglaterra y en
Estados Unidos de dos potentes opiniones públicas en contra del negocio del opio y sus
consecuencias en China.
Gran Bretaña era entonces el productor y el distribuidor de opio más importante del
mundo y de hecho había provocado las guerras del opio en el siglo xix, cuando China se
negó a aceptar la importación sin límites, y sin aranceles, de este producto desde otras
posesiones inglesas. Un amplio sector de la opinión pública británica, en particular los
ámbitos propios del puritanismo, consideraba una “vergüenza” lo que estaba ocurriendo
en China y de hecho, en 1906, el partido liberal ganó las elecciones incluyendo en su
programa la propuesta de “eliminar el mercado de opio en Oriente”. Por su parte, en
Estados Unidos existía una gran indignación por las narraciones de los misioneros sobre

88
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

las consecuencias (en particular las familiares) del consumo de opio en China. También
eran frecuentes los testimonios sobre las consecuencias del consumo de morfina y he-
roína.
El segundo factor tiene que ver con las consecuencias de la guerra entre España y
Estados Unidos, en el año 1898, que concluyó en unos pocos meses con el Tratado de
París el 10 de diciembre de 1898, por el que España acuerda la independencia de Cuba
(aunque Estados Unidos adquiría un papel tutelar) y cedía a Estados Unidos sus colonias
de Filipinas, Guam y Puerto Rico. En el caso de Filipinas se produjo una revuelta contra
los nuevos ocupantes que desembocó en la guerra filipino-estadounidense (1899-1902).
Al ocupar Filipinas, Estados Unidos tenía varios objetivos, primero producir una
inmersión idiomática (que consiguió), segundo, cambiar el catolicismo de los filipinos
por un cristianismo evangélico (que entonces no consiguió), y tercero, hacerse con un
territorio muy estratégico aprovechando las ventajas comerciales de Manila. Uno de
los tesoros de Manila era las rentas del anfión, un sistema monopolístico de estanco del
opio que se vendía directamente a comerciantes chinos en Manila, los cuales lo trans-
portaban y lo vendían en China. Los impuestos especiales relacionados con el estanco
del anfión se supone que financiaban al Gobierno colonial, sin que a España le costara
nada mantener la administración colonial. En un primer momento, los ocupantes nor-
teamericanos pensaron en mantener el sistema, convenientemente privatizado, pero la
opinión pública norteamericana no lo iba a permitir (Martín y Gamella, 1992).
En 1903 se convocó en Manila una comisión del opio presidida por el obispo episco-
paliano de nacionalidad canadiense Charles H. Brent, que estableció un periodo de tres
años para eliminar el monopolio del opio al tiempo que se anunciaban medidas de apoyo
y asistencia a los usuarios que nunca se plasmaron en nada. Se estudiaron varias alter-
nativas de regulación, pero finalmente se estableció una prohibición total con medidas
penales para los que la incumplieran. Este primer texto prohibicionista es la Ley para
revisar y modificar las leyes arancelarias de las islas Filipinas, que aprobó el Congreso
de los Estados Unidos en el año 1905 y que entró en vigor en 1908.
Una vez promulgada dicha ley fue muy natural que Estados Unidos, que había re-
nunciado a los beneficios que le proporcionaba el anfión, presionara a otros países argu-
mentando que el tráfico de opio en China era una inmoralidad.
El tercer factor, un tanto desconocido, tiene que ver con el imperio turco, el provee-
dor histórico de opio desde el siglo xiv. Tras las guerras del opio, el primer proveedor
mundial paso a ser el Imperio británico, que controlaba las plantaciones de Bengala,
manteniéndose los demás proveedores a una cierta distancia. Los productores turcos no
pudieron colocar todo el opio que producían y comenzó a venderse y distribuirse en su
extenso Imperio, cosa que, tras la experiencia China, empezó a preocupar a las propias
autoridades turcas.
El último factor tenía que ver con el creciente ritmo de producción de opio en
China, que se incrementaba a tal velocidad que era previsible que en unos pocos años,

89
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

el mercado internacional del opio, tal y como existía desde hacía más de tres siglos,
fuera a desaparecer por la emergencia de nuevos productores autosuficientes, en par-
ticular, la propia China. La cuestión para este país era que no tenía manera de contro-
lar su propio cultivo mientras existieran los tratados que le obligaban a permitir, sin
cobrar siquiera aranceles, la introducción y comercialización del opio procedente de
otros países. Los tratados se lo impedían, pero ¿qué ocurriría si se declaraba ilegal el
comercio de opio?

3.2.2. El contenido de la Conferencia de Shanghái

La Conferencia de Shanghái se inició a principios de febrero de 1909 en esta ciudad y


apenas duró un mes, sin llegar a ningún acuerdo formal porque la postura norteameri-
cana no fue refrendada por otros países participantes, salvo de una manera indirecta por
China, pero a la vez, la conferencia fijó una serie de consensos muy relevantes.
El primero, que la única forma eficaz de controlar las sustancias que “eran droga”
solo podía ser mediante acuerdos multilaterales. En diferentes momentos de la con-
ferencia se aludió a que “se trataba de un problema de los Estados Unidos y que estos
deberían resolver en su propio país”, a lo cual los representantes norteamericanos res-
pondieron que “solo con un control mundial podían defender a Estados Unidos de la
invasión de las drogas”. Sin embargo, fue imposible tomar ninguna medida al respecto
por las reticencias de varios participantes, en particular Alemania y en menor medida
Francia y el resto de los países europeos.
El segundo, que, por primera vez en la historia, se estableció una relación entre el
control de las drogas y el derecho penal.
El tercero, que la propuesta de algunos países de que “las naciones no importaran
opio a aquellas naciones que lo prohibieran” fue considerado incongruente por otros,
ya que se alejaba de las pretensiones del comité norteamericano, de China y de los re-
presentantes religiosos, los cuales se sintieron legitimados entonces para impulsar una
prohibición global utilizando estrategias de influencia.
En cuarto lugar, que productos farmacéuticos como la morfina o la heroína, en-
tonces producidos o bajo patente alemana, eran otra cosa, es decir, no eran drogas. De
hecho, esto se discutió, pero se pospusieron los criterios de diferenciación hasta más
tarde, aunque se dejó bien claro que existía una línea diferencial entre fármacos y dro-
gas aunque en ocasiones fueran el mismo producto. Que una sustancia estuviera en un
lado o en otro de esta línea, dependía de sus efectos percibidos en la opinión pública, así
como de otros factores sociopolíticos y económicos.
Finalmente, en quinto lugar, que el tipo de fiscalización que se quería implantar
requería la existencia una oficina especializada en gestionar la información porque la
conferencia se perdió en un maremágnum de papeles, cifras y discusiones sobre estas.

90
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

No dejes de leer:
Los intereses de los participantes en la Conferencia de Shanghái

Lo primero que hay que destacar es que España no estaba y era el único país
expresamente excluido, porque casi todos los demás estaban vinculados a las
potencias coloniales que poseían enclaves en China (o cercanías) desde los que
comerciaban con opio. En los documentos de la conferencia se menciona en
múltiples ocasiones Manila, pero entonces Manila ya no era España y el nuevo
ocupante acababa de ilegalizar la renta del anfión.
Los países participantes eran China, Portugal (desde Macao), Francia (desde
la concesión francesa de Shanghái e indochina), Alemania, Austria-Hungría, Japón
e Italia (desde Tianjin), además Japón acababa de ocupar lo que en la actualidad
es Taiwán, Siam (desde sus propias fronteras que conforman en la actualidad el
“triángulo de oro”), Rusia (desde la península de Liaodong y el puerto de Port
Arthur), Holanda (desde diversos puertos indonesios) y, por supuesto, Inglaterra
(desde Hong-Kong, Singapur y otros territorios).
La correspondiente posición estratégica de Estados Unidos era Manila, pero
acababa de entrar en vigor, unos meses antes, la liquidación del monopolio. El único
que no tenía una concesión o un puerto franco era Persia, y quizás por esto envió
a la conferencia a “un importante comerciante de opio sin ninguna acreditación
diplomática”. Tampoco acudió Turquía, a pesar de su manifiesto interés y de haber
sido invitada, quizás porque solo se iba a hablar de China, pero también porque
“no entendía por qué en la conferencia había tantos clérigos cristianos sin ningún
estatus definido” pero que llevaban la voz cantante. En este sentido, anunció que
acudiría a una reunión cuando solo estuvieran representantes de Gobiernos.
En realidad,Turquía tenía razón, ya que, por ejemplo, Estados Unidos no mandó
una delegación sino una comisión (a una conferencia internacional entre países),
formada por cuatro personas, el ya mencionado obispo Brent, que fue nombrado
presidente de la conferencia, aunque no era tan siquiera norteamericano, sino ciu-
dadano de otro país (Canadá), que no participaba en la conferencia, dos misioneros
y un abogado de grupos cristianos. La presencia de los misioneros y clérigos se ha-
cía sentir en otros países salvo Persia, Siam, Italia, Japón, Portugal y Austria-Hungría.
En realidad, los clérigos (casi todos evangelistas) ejercían una amplia influencia por-
que formaban parte de una armada multinacional que se expresaba desde normas
morales propias, con el apoyo de amplios sectores de la opinión pública en sus paí-
ses. Las andanzas, político-religiosas, del obispo Charles Henry Brent (1863-1929),
en el contexto Manila-Shanghái y en otros países, han sido descritas por Antonio
Escohotado con una ironía bien merecida (Escohotado, 1989).
¿Por qué se reunieron estos y no otros países? Pues porque todos ellos, como
hemos visto, tenían concesiones en China, las concesiones eran unos particulares

91
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

puertos francos, en los que no existía aduana con China, y que se habían estable-
cido a partir de las guerras del opio. La mayor parte de los países citados contaba
con opiniones públicas favorables a que concluyera el escandaloso tráfico de opio
en China, y el tema de la conferencia era el opio, pero subyacía la idea de que
aquellas concesiones creadas en su día con el fin principal de poder vender opio,
no debían “ser devueltas a China” ahora que se habían convertido en centros de
un variado comercio, de finanzas e incluso manufacturas. Si el comercio del opio
acababa, ¿qué iba a pasar con las concesiones?
En realidad, a China le importaba entonces más el problema del opio que
las concesiones, de tal manera que, concluida la conferencia y en pocas semanas,
China firmó sendos tratados con Inglaterra y Portugal para eliminar el comercio
de opio, garantizando así la continuidad de las concesiones. Estos dos países
fueron los que conservaron, por más de un siglo, sus concesiones en Macao y
Hong-Kong.

3.2.3. ¿Por qué se eligió el campo del derecho penal para aplicar aquellos acuerdos?

Como se ha dicho, uno de los componentes esenciales de la conferencia de Shanghái


fue elegir el campo del derecho penal para fiscalizar las drogas. No es fácil comprender
cómo, para regular y fiscalizar sustancias legales, se decidió aplicar el derecho penal a
una finalidad que siempre se había resuelto mediante normas administrativas y acuerdos
comerciales. De hecho, desde los orígenes de la historia del derecho, esta ha sido la
función del derecho mercantil. ¿Por qué se produjo entonces un cambio tan radical de
criterios?
Una pregunta sin respuesta empírica ni información suficiente porque ninguno de
los participantes explicó las razones, pero es posible formular algunas hipótesis. La
primera es la explicación obvia: las sanciones penales se supone que son más eficaces,
aunque en el caso de las drogas, la historia ha demostrado que esto no es así.
El segundo lugar, la Ley para revisar y modificar las leyes arancelarias de las is-
las Filipinas preveía medidas administrativas, multas, pero también algunas sanciones
penales, a pesar de que en un solo país (Filipinas) era más fácil establecer un fuerte
control del mercado interior. En cambio, en Shanghái los participantes, cada uno atento
a sus intereses, no se pusieron de acuerdo en torno a cómo regular el mercado, pero
tenían que tomar alguna decisión que pudiera satisfacer las exigencias puritanas y del
darwinismo social (es decir, de sus opiniones públicas), la opción del derecho penal,
aunque parezca paradójico, parecía lo más recomendable, quizás porque muchos de los
participantes imaginaron que una medida tan extrema no se iba a adoptar nunca de una
forma precisa.

92
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

En tercer lugar, es cierto que los mercados se regulan mediante normas administra-
tivas y procedimientos mercantiles, pero entre los participantes de Shanghái aparecían
personas que no se movían con una lógica jurídica, sino con la perspectiva religiosa del
castigo. Por tanto, se debían aplicar “verdaderos castigos” a conductas que transgredían
el orden natural y sagrado de las cosas.

3.2.4. La ratificación de la conferencia en la Convención Internacional del Opio de La Haya


de 1912

En todo caso, los líderes religiosos que participaron en la Conferencia de Shanghái se


sintieron reforzados e iniciaron una intensa campaña que condujo, tres años después, a la
realización de otra convención en La Haya, en enero de 1912, en la que participaron los
mismos países, más Turquía, con un adecuado y formal nivel de representación. Aunque
estos líderes religiosos ya no estaban presentes, se seguía percibiendo su influencia.
Este, y otros tratados posteriores, negociados bajo la Sociedad de las Naciones (pre-
decesora de la ONU, 1919-1939), tenían un carácter más normativo que prohibitivo y
su objetivo era moderar los excesos de un régimen de libre comercio sin reglamentos.
Es decir, impusieron restricciones sobre las exportaciones, pero no establecieron obli-
gaciones de declarar la ilegalidad del consumo de drogas o su cultivo, y mucho menos
de aplicar sanciones penales por ello. Así, las disposiciones para el opio, la morfina, la
heroína y la cocaína no entrañaban la criminalización de las sustancias en sí, ni de sus
consumidores o de los productores de la materia prima. También es cierto que el “tema
de opio” se amplió con otras sustancias e incluso se “invitó” a Bolivia, Perú y Colombia
a firmar, por razones obvias, el convenio.
El compromiso más significativo se refería a no “exportar los productos aludidos
a países que los hubieran prohibido” y a establecer un marco de autorizaciones regu-
latorias para la producción y distribución de dichas sustancias con fines medicinales.
Asimismo, se instala una secretaría permanente en La Haya.
Pero no todos los países participantes ratificaron el convenio y, de hecho, la mayoría
aún no lo había hecho al comenzar la Primera Guerra Mundial, aunque durante esta, en
1915 y mientras aún eran neutrales, Estados Unidos, Honduras, Noruega y Holanda,
decidieron aplicarlo entre ellos. También es cierto que el Convenio de La Haya fue
el argumento que permitió a Estados Unidos, y solo a este país, aprobar las leyes que
ilegalizaban diversas sustancias, esta actitud se debía la presión de su opinión publica,
pero también a las críticas que recibió en la convención por “exigir a otros Estados lo
que no hacía en el suyo”. Como consecuencia, en Norteamérica, en 1914, se prohibieron
las sustancias incluidas en el Convenio de La Haya, en 1920-1933, el alcohol y en 1937,
el cannabis.

93
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

3.2.5. Los acuerdos de Versalles, la creación de la Sociedad de las Naciones y la irrupción


de una concepción global del mundo

En el artículo 295 del Tratado de Versalles (28 de junio de 1919) se estipuló lo si-
guiente: “Las altas partes contratantes que no hayan firmado todavía, o que habiéndolo
firmado no hayan aun ratificado el convenio sobre el opio, firmado en La Haya el 23 de
febrero de 1912, acuerdan poner en vigor dicho convenio, y publicar al efecto, tan pron-
to como sea posible, y lo más tarde dentro de los doce meses siguientes a la entrada en
vigor del presente tratado, las disposiciones legales necesarias. Convienen además las
altas partes contratantes, con respecto a la que de entre ellas no haya ratificado todavía
el expresado convenio, en que la ratificación del presente tratado equivaldrá, por todos
los conceptos a dicha ratificación y a la firma del protocolo especial abierto en La Haya
con arreglo a las resoluciones de la tercera conferencia sobre el opio, celebrada en 1914
para poner en vigor el referido convenio”.
Como los acuerdos de Versalles involucraban a un gran número de países, el proceso
de fiscalización realizo un gran salto cuantitativo, en torno a cincuenta, pero en ellos no
figuraban algunos firmantes del Convenio de La Haya, en particular Rusia y Turquía, que
entonces afrontaban sendas guerras civiles, pero sí otros Estados, como todo el ámbito
anglosajón (Australia, Sudáfrica, Canadá, Nueva Zelanda), gran parte de Latinoamérica
(Brasil, Uruguay, Bolivia, Cuba, Nicaragua, Perú, Honduras, Nicaragua, etc.), casi toda
Europa, salvo Suiza, España y los países escandinavos. Obviamente, la firma de Francia,
Reino Unido, Bélgica y Holanda involucraba a todas sus colonias, lo que suponía que más
de dos tercios de la población mundial se encontraban de repente bajo las obligaciones
emanadas del sistema internacional de fiscalización de drogas. En todo caso, estos mis-
mos países son los que al firmar aquel acuerdo, constituyeron la Sociedad de las Naciones.
Expresado en otros términos, los acuerdos de Versalles (o la Paz de Versalles, como
se denominó entonces), supuso el inicio del sistema multilateral, global y general de
control de las drogas, de acuerdo con las demandas de la Conferencia de Shanghái.
Parece sensato pensar que sin la Primera Guerra Mundial y vistos los precedentes del
Convenio de La Haya, el contenido de los acuerdos sobre drogas logrados en Versalles
sobre drogas se habría retrasado, al menos por un tiempo.

No dejes de leer
La construcción del relato farmacológico de droga. El papel de Louis Lewin

Una vez entendido que la droga es droga a consecuencia de un acuerdo internacional,


podemos tratar de comprender, de nuevo, como las historias de drogas que se amplían
más atrás del siglo xx, y del alcohol al xix, equivalen a “errores de raccord”, como se
denomina en el lenguaje cinematográfico. Pero no es solo un error puntual sino un

94
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

error sistemático. Porque ¿desde cuándo podemos hablar de droga? Pues desde que
empiezan a firmarse los convenios internacionales. Hasta esta fecha, el opio era solo
opio, la coca solo coca y el alcohol solo alcohol, y pensar siquiera en agruparlas bajo
una única categoría, lo mínimo que podría producir era perplejidad.
Pero, se alegará, la noción de droga no es solo una categoría jurídica, porque
en el ámbito biológico, y en particular en la farmacología, se identifica la categoría
común droga desde hace mucho tiempo, pero ¿desde cuándo? En realidad, desde
que el farmacólogo y toxicólogo alemán Louis Lewin (1850-1929) agrupó lo que
habían sido diversas sustancias en una única categoría que, además, con el tiempo
se fue superponiendo a la categoría jurídica de droga.
Lewin trabajó durante toda su vida en el aislamiento de principios activos de
diferentes plantas usadas por la medicina popular de diferentes países. Esta era la
acción estratégica que proporcionó a la industria farmacéutica alemana su premi-
nencia mundial hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Lewin aisló varios
alcaloides del Kava-Kava, del mescal o peyote, lo que le convirtió en un experto en
sustancias que modifican la conciencia. En su complicada vida profesional también rea-
lizó además una importante contribución con sus Observaciones sobre 110 casos de
intoxicación con morfina” (1874), con las que puso a punto la noción de dependencia,
que además asoció a factores de deterioro físico que incluían de forma relevante la in-
capacidad para la fecundación. Lo que entonces, en plena hegemonía del darwinismo
social, constituía un factor que ocasionaba un alto grado de alarma social y política.
En el año 1924 publicó el resumen de todos sus trabajos en el libro Phan-
tastica, donde presentaba cinco tipos de sustancia: inebrantes (como el alcohol
y el éter), excitantes (como el khat y las anfetaminas), euforizantes (en los que
paradójicamente se incluían todos los opiáceos), hipnóticos (como la kava) y phan-
tasticos (peyote y ayahuasca). El libro se tradujo y se publicó en París en 1928, por
la editorial Payot, con el sorprendente título de Los paraísos artificiales, con un gran
éxito de ventas, lo que facilito su continua reedición. El éxito tenía que ver con el
hecho de que fue considerado a modo de guía para utilizar drogas, e incluso en las
décadas de 1960/1980 en España, en una generación que con una buena formación
en francés como idioma extranjero, los jóvenes psiquiatras y psicólogos compar-
tían con los usuarios contraculturales la lectura del libro.
El corazón del texto es la noción común de efecto principal, entendido como
una propiedad común de todas las sustancias citadas por Lewin. Por efecto principal
se entendía una “percepción psicofísica particular” propia de cada sustancia, pero
presente en cada una de ellas, lo que permitía identificarlas como drogas. Para
Lewin, lo importante era identificar este efecto principal que aparecía desde en la
morfina hasta en el peyote. Para realizar esta identificación del efecto principal de
cada sustancia mezcló observaciones empíricas realizadas en hospitales psiquiátri-
cos con relatos subjetivos realizados por chamanes mejicanos (Comas, 1986). La

95
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

noción de “efecto principal como percepción psicofísica particular” sirvió para


unificar una serie de sustancias bajo una categoría farmacológica única a todas
aquellas que de forma progresiva fueron compartiendo el estatus legal de drogas.
Aunque en la actualidad existe un cierto consenso en que los efectos principales
descritos por Lewin solo eran uno más entre una complejidad de efectos posibles
que dependían de la percepción y las expectativas de cada cultura, lo cierto es que
el propio Lewin, desde la perspectiva del principio de la parsimonia, se preguntaba
“algo deben tener en común para que todas las culturas asuman la existencia de
este efecto cultural”, aunque, claro, asumió que este “algo en común” debía bus-
carse en una propiedad farmacológica de todas las sustancias que citaba y nunca
se le ocurrió pensar que quizás era que este “algo común” fuera un rasgo cultural
que compartían todas las sociedades que las utilizaban”.

3.2.6. Los convenios en el periodo de entreguerras

Los acuerdos de Versalles y la creación de la Sociedad de las Naciones supusieron la


emergencia del marco formal y normativo que facilitó el arranque formal definitivo y
continuo de las políticas de drogas. Aunque no todos los países miembros ratificaron
los convenios, lo cierto es que sí lo hicieron una mayoría, de tal manera que la fisca-
lización multilateral de las drogas se convirtió en uno de los primeros rasgos globales
del mundo moderno.
El primer convenio relativo al Acuerdo concerniente a la fabricación, el comercio
exterior y el uso de opio preparado, se firmó en 1925, en Ginebra, sede de la Sociedad
de las Naciones, y entró en vigor en julio de 1926.
Dicho acuerdo no contó con la firma de Estados Unidos, que pretendía que también se
prohibiera el uso de alcohol, como ocurría entonces con la ley seca norteamericana. Tam-
poco firmó China porque, lo mismo que Estados Unidos, no se contemplaba la obligación
de adoptar medidas penales con relación tanto a los opiáceos, como a la cocaína y al can-
nabis, que ya figuraban como drogas en dicho convenio, pero la prohibición se limitaba al
comercio internacional. En el caso del cannabis, fue una petición de Egipto, pero se limitó
a “prohibir la exportación… con destino a los países que hubieran prohibido su uso”.
También en Ginebra, en julio de 1931, se estableció la Convención para Limitar la
Fabricación y Reglamentación de Estupefacientes, que entró en vigor en julio de 1933.
Como novedades de esta, aparece el término droga para englobar a las diversas sustan-
cias singulares que se habían mencionado hasta entonces, a la vez se crea el Órgano de
Fiscalización de Estupefacientes con competencias para “evaluar si los países cumplen
con sus compromisos” y, por primera vez, aparece el “sistema de las listas”, que se
basa en supuestos de “peligrosidad” y “posible uso terapéutico”. Aquel mismo año,
en Bangkok (Tailandia) se firmó el Acuerdo para suprimir el hábito de fumar opio en el

96
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

Lejano Oriente, y con el que se trató de responder a las reclamaciones y exigencias chi-
nas por parte de aquellos países que habían participado en la Conferencia de Shanghái.
Finalmente, en junio de 1936, se acordó también en Ginebra el Convenio para la
Supresión del Tráfico Ilícito de Drogas Nocivas, que iba a entrar en vigor en octubre de
1939, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial un mes antes lo impidió. El fallido
convenio de 1936 se centraba por primera vez en el narcotráfico, en particular de heroína,
que además se asociaba a la prostitución, especialmente en las dos riberas del Mediterrá-
neo. Como novedades también implantaba el sistema internacional de extradiciones, que
incluía la noción de “reincidencia internacional para los delitos de tráfico”, pero lo firma-
ron y ratificaron muy pocos países. Aunque Estados Unidos y China no firmaron ni ratifi-
caron el convenio por insuficiente (ni España por la Guerra Civil), el primero adquirió un
estatus de colaborador y, como consecuencia del inicio de la Guerra Mundial, financió el
traslado de las oficinas del sistema internacional de fiscalización a Washington.

No dejes de leer
Aclaraciones sobre la cuestión del alcohol y el tabaco

Formulemos de nuevo las preguntas “¿por qué el alcohol no entró a formar parte de
la categoría droga? ¿Y el tabaco? ¿Cuándo comenzaron a ser considerados drogas y
por quién? ¿Por qué en la actualidad siguen siendo solo sustancias reguladas mientras
que el resto de las drogas son ilegales?”. Preguntas que, conociendo la historia de los
convenios internacionales, son fáciles de contestar. Primero hay que partir del hecho
de que para la concepción puritano/darwinista del mundo, alcohol, tabaco y otras
drogas formaban parte de la misma categoría, y el movimiento a favor de la templanza
proponía prohibirlas y tratar de evitar su uso por todos los medios. Pero en el caso
del alcohol esto no fue posible por dos fracasos, el primero, el de la propia prohibición
en Estados Unidos y el segundo, la radical oposición del resto de países a la propuesta
chino-norteamericana mientras se negociaba el Convenio de Ginebra de 1925.
Por su parte, el rechazo hacia el tabaco fue transformándose en una acepta-
ción pública al mismo ritmo que se convertía en una poderosa industria, y Estados
Unidos adquiría la condición de primer productor mundial de cigarrillos. A partir
de 1950 diferentes investigaciones han mostrado con claridad los riesgos sobre
la salud del tabaco y, más tarde, la investigación comparativa sobre toxicidad ha
reiterado una y otra vez que la nicotina es la “sustancia más toxica de todas las
drogas”. Pero el Convenio Marco para el Control del Tabaco, propiciado solo por
la OMS (por tanto, no la ONU) no se firmó hasta 2003, y aún hoy en día unos 40
países, entre los cuales se encuentra Estados Unidos, no lo han ratificado.

www.who.int/fctc/signatories_parties/es/

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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

3.3. Los convenios a partir de la Segunda Guerra Mundial

3.3.1. La creación de las Naciones Unidas y la aprobación de los protocolos


de actualización de los convenios

Tras la Segunda Guerra Mundial, y una vez creadas las Naciones Unidas, se acordaron
varios protocolos, primero, el de Lake Success, en el estado de Nueva York, en diciem-
bre de 1946, al mismo tiempo que se acordó un protocolo contra la pornografía, el se-
gundo, el de París en noviembre de 1948, y el tercero, el llamado Protocolo del opio, se
firmó ya en la propia sede la Naciones Unidas en Nueva York, estrenada el año anterior,
en junio del año 1953. En este último se determinaba que países podían producir opio
para fines exclusivamente medicinales, un sistema que aún sigue en vigor y que ha be-
neficiado especialmente a España, que recibió la autorización para hacerlo en 1971 y es
desde hace varias décadas el segundo productor mundial, a punto de alcanzar al primero
(Australia) si se mantiene la tendencia.
¿Qué pretendían estos protocolos? Pues esencialmente y lo primero, reafirmar la
vigencia de los convenios firmados desde 1912 hasta la Segunda Guerra Mundial, in-
cluido el de 1936, lo segundo, que se adhirieran todos los Estados miembros de las
Naciones Unidas, ya que es casi una obligación formal pertenecer a Naciones Unidas y
aceptar los convenios, así como aplicarlos, y lo tercero, introducir algunas modificacio-
nes tendentes a lograr un mayor control de las drogas.
Los tres protocolos se establecieron ante la imposibilidad de acordar entonces un
nuevo convenio, pero a la vez ampliaron las competencias del sistema internacional, en
particular hacia los opiáceos sintéticos (metadona y petidina). Al tiempo que se reforza-
ba el funcionamiento de la Comisión de Estupefacientes.
Por su parte, el Protocolo de París introduce un mecanismo para diferenciar los usos
como drogas de los usos terapéuticos de estas, concediendo a la OMS la capacidad para
determinar las diferencias entre unos y otros usos. Las que sean drogas caerán bajo el
control del Comité de Estupefacientes de la ONU (que los incluirá en las correspondien-
tes listas) y las que sean fármacos, de la OMS.

No dejes de leer
La experiencia alemana en la etapa del nazismo

Alemania, a pesar de ser una gran potencia y de haber participado en la Confe-


rencia de Shanghái, nunca perteneció al grupo de países que lideraba el control
internacional de narcóticos, quizá por los intereses de su potente industria farma-
céutica, quizá porque en el Tratado de Versalles era el país vencido, pero sin duda
porque abandonó la Sociedad de Naciones en el año 1933, a los pocos meses

98
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

de acceder Adolf Hitler al poder. Además, formalmente no pudo ser miembro


efectivo de la ONU con dos representantes, la RFA por una parte y la RDA por
la otra, hasta el año 1973. Esto significa que no formó parte ni del Convenio para
la Supresión de Drogas Nocivas de 1935, ni del Protocolo de Lake Success, ni tan
siquiera de la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961, ni del Convenio
sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971.
Tal grado de exclusión tenía mucho que ver, además, con las políticas de
drogas seguidas en Alemania durante la etapa del nazismo. Todas las drogas, en
particular los opiáceos sintéticos y los derivados anfetamínicos, eran consideradas
sustancias más o menos inocuas que podían, y debían, utilizarse con prodigalidad,
para beneficiarse de sus efectos. El vínculo entre las anfetaminas y los éxitos de
la guerra relámpago está muy bien documentado, lo mismo que la toxicomanía de
Hitler, desde que fue canciller hasta su muerte (1933-1945). La industria farma-
céutica alemana era sin duda la más puntera y ofrecía productos que se comer-
cializaban como verdaderos milagros, para las situaciones de estrés, tensión y
emergencia que se vivieron en aquel periodo histórico (Ohler, 2015).
En el fondo, la aceleración que vivió la fiscalización internacional de drogas
a partir de la Segunda Guerra Mundial quizás tenga algo que ver con la derrota
de Alemania y las políticas sobre drogas que se aplicaron en este país durante el
periodo nazi. Algo similar ocurrió en Japón con las anfetaminas, provocando las
mismas reacciones internacionales en la posguerra (Behr, 1982; Kamienski, 2016).
Asimismo, parece que en Alemania ocurrió un hecho equivalente al que he-
mos descrito para España, durante la época nazi, las teorías criminológicas fueron
obviadas y, aunque tras 1945 en dicho país trataron de reimplantarse, creando ins-
tituciones especializadas, el efecto de los años del nazismo se percibió hasta bien
entrada la década de los años 60 (Kaiser, 1985). En este sentido, la criminología
parece débil salvo si tiene el adecuado apoyo de un Estado social y de derecho.
La acción alemana sobre las drogas y durante el nazismo produjo un efecto
inesperado en el periodo de la Guerra Fría, ya que los países vencedores no solo
reforzaron el sistema de fiscalización internacional, sino que, a la vez, sus organis-
mos de seguridad trataron de aprender de la experiencia de Alemania y Japón, lo que
su vez reverdeció el mito de que “el enemigo nos ataca con drogas y, por tanto,
debemos poner en marcha nuestras defensas psicoactivas”. Lo cierto es que quie-
nes propagaron este mito, China por un lado y Estados Unidos por otro, eran los
dos más firmes valedores de endurecer este control, como ya hemos visto en el
convenio de 1925 y como ocurrió en los convenios sucesivos. De alguna manera
ambos creían en el mito, por lo que se acusaban mutuamente de realizar activida-
des propias de la “guerra psicoactiva”, lo cual era cierto, en parte porque “el otro”
también la estaba haciendo, lo que a su vez la justificaba. Pero nunca estuvieron en
desacuerdo sobre la necesidad de endurecer la fiscalización internacional.

99
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

No es este el lugar para contar la historia de las consecuencias inesperadas


que produjo “la guerra fría psicoactiva”, pero podemos mencionar la lógica polí-
tica del llamado candidato de Manchuria (Marks, 1979), los experimentos ilegales
(Kleim, 2003) y el equipo de trabajo de Timothy Leary, que cuando dejó de tra-
bajar para estos mismos organismos de seguridad, aplicó lo aprendido en promo-
cionar “la contracultura hippie” (Leary, 1993). Muchos hechos históricos tienen
prolongados, paradójicos e inesperados efectos.

3.3.2. La Convención Única sobre Estupefacientes de 1961

La Convención Única sobre Estupefacientes se aprobó en Ginebra el 30 de marzo de


1961 y fue aprobada por España poco después (27/07/1961), aunque no se ratificó, me-
diante instrumento, hasta casi cinco años después (03/02/1966), el objetivo explícito
de la convención era combatir los “estupefacientes mediante una acción internacional
coordinada”.
El objetivo real de la convención de 1961 era sustituir todos los anteriores tratados
por uno solo (de ahí “única”) de tal forma que así se “ordenaba y racionalizaba” el
sistema de fiscalización. Fue un tratado de muy larga gestión (13 años) y el primero
que logró de inmediato una adhesión casi universal. Las novedades más relevantes
fueron la creación de la Junta Internacional de Drogas (PUNIFID) para vigilar la pro-
ducción de drogas, incluidos los cultivos naturales de opio, hoja de coca y cannabis.
Se distinguieron las “prácticas recreativas” de las “necesidades terapéuticas”, que al-
gunos países como España interpretaron como “necesidades ligadas a la dependencia”,
mientras que otros no lo compartían. Se establecía la obligación de aplicar medidas
penales punitivas para el comercio y la distribución, pero para la posesión para el
propio consumo estas podían obviarse a cambio de aplicar un sistema de sanciones
administrativas. También obligaba por primera vez a los Estados a adoptar medidas
para “el tratamiento y la rehabilitación de los toxicómanos”, sin especificar cuáles
debían ser estas.
La convención fue enmendada por un protocolo de modificación en Ginebra el 25
de mayo de 1972, impulsado por el Gobierno norteamericano de Richard Nixon y su
guerra contra las drogas. Dicho protocolo no fue ratificado por España hasta pasados
los cinco años de rigor, el 4 de enero de 1977. El protocolo apenas introducía nove-
dades de bulto, pero endurecía de forma extraordinaria las normas, ya que incluía la
noción de tratamiento obligatorio, aunque sin establecer ninguna obligación por parte
de los Estados, daba extensos poderes, por encima de los propios Estados, a los orga-
nismos internacionales de fiscalización y facilitaba la adopción de medidas militares
para la erradicación de cultivos. El protocolo de 1972 también ha recibido una adhesión
universal.

100
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

3.3.3. El Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971

El Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas se aprobó en Viena el 21 de febrero de 1971,


España lo firmó y ratificó dos años después, concretamente el 2 de febrero de 1973, pero
no entró en vigor como tal y para todo el mundo hasta más tarde (BOE de 10/09/1976).
Si la Convención Única de 1961 supuso la universalización final de un proceso his-
tórico de identificación de determinadas sustancias como drogas, su prohibición total y
diferenciación, en ocasiones ambigua, de las sustancias que debían considerarse como
fármacos, el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971 se firma solo diez años
después como respuesta a una situación muy diferente, pues se ocupa de sustancias
sintéticas, producidas por la industria farmacéutica, que hasta entonces se habían consi-
derado fármacos legales. Las dos más significativas son, sin duda y en aquel momento,
las anfetaminas y sus derivados, así como el LSD y otros alucinógenos, procedentes de
plantas naturales o de la misma familia química que los alucinógenos naturales
¿Por qué se pasó de la legalidad a la ilegalidad con estas sustancias? Pues porque
la década de los años 60 se caracterizó, y no solo en Occidente, por la emergencia ma-
siva de múltiples movimientos juveniles, desde los mods a los hippies, pasando por los
roqueros y diversas militancias políticas, religiosas y sociales, que crearon un extraor-
dinario estado de alarma en los países desarrollados de occidente. Una parte de estos
movimientos no solo usaban estas sustancias, sino que las habían convertido en ban-
deras políticas, y, como en el caso de los hippies y el LSD, como una manera bastante
masiva y eficaz de subvertir el orden social y político, e incluso proponer una alternativa
religiosa, que en un momento determinado pareció expandirse tan rápidamente como lo
habían hecho en su origen nuestras religiones institucionales.
Como consecuencia, en el Convenio sobre Sustancias Sicotrópicas de 1971 se acor-
dó, bajo la presión de una situación de emergencia política y solamente por esta razón,
modificar de forma urgente el estatus de una serie de sustancias que hasta entonces se
habían considerado no drogas. A todos ellas se les identificó, de entrada, con otro tér-
mino: psicotrópicos. Aunque rápidamente pasaron a la categoría social de drogas. Uno
de los escollos más difíciles del convenio de 1971 fue cómo resolver el problema de la
categorización de los riesgos sobre la salud que representaban las nuevas sustancias que
el convenio identificaba como drogas, pero a la vez se las asociaba más al riesgo político
que a los riesgos sobre la salud.
De hecho, se rehuyó la cuestión del riesgo para la salud y se crearon cuatro listas
identificadas según el “grado de utilidad terapéutica”, en la primera lista, que supo-
nía “no tener uso terapéutico” se incluyó a sustancias que se definieron por carecer de
cualquier potencial terapéutico, como el LSD, la ibogania, la mescalina o la fenetilina,
aunque algunas de ellas hasta entonces habían sido fármacos comercializados. En la
segunda lista aparecen las sustancias sometidas a fiscalización internacional pero que
“tienen un uso terapéutico limitado”, como la cocaína (en odontología), el fenobarbital y

101
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

las anfetaminas. La tercera y cuarta listas se refieren a “sustancias con uso terapéutico”,
pero que los sistemas de salud de los Estados deberán controlar, al menos con receta mé-
dica. En la lista tercera aparecen algunas anfetaminas y la mayor parte de los barbitúricos
y en la lista cuarta, las benzodiazepinas. Quedaron fuera de las listas los antipsicóticos,
los antidepresivos y algunos estimulantes como la efedrina, la nicotina y la cafeína.
¿Cómo se controlaban según el convenio estas sustancias? Pues de una forma muy
diferente a las drogas clásicas, porque el eje de las medidas tiene que ver con la industria
farmacéutica (queda prohibida la producción de las sustancias de la lista I), un sistema
de registros controlado por el propio PUNIF, la obligación de recetas especiales para las
listas II y III y de recetas médicas para la IV y, por supuesto, la prohibición de publicidad
para todas ellas.

3.3.4. La Convención contra el Tráfico de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988

La convención de 1961 y el convenio de 1971 no consiguieron sus objetivos y dieron


lugar a un fuerte incremento mundial del uso de las sustancias fiscalizadas en las déca-
das siguientes, de tal manera que por cada éxito parcial apareció un fracaso y nuevos
e inéditos problemas. En 1981, el Consejo de Estupefacientes aprobó una “estrategia
integral contra las drogas”, que se ha ido modificando con los años y que facilitaba (y
facilita) el control internacional de las políticas nacionales sobre drogas. En 1987 se
realizó una conferencia que también aprobó un Plan amplio y multidisciplinario de acti-
vidades futuras en materia de fiscalización de drogas, con cuatro capítulos: prevención
y reducción de la demanda, oferta de drogas, tráfico ilícito y blanqueo de capitales y
tratamiento y rehabilitación, este último con propuestas técnicamente improcedentes,
aunque a la vez reconoce que se puedan aplicar “programas de reducción del daño y el
riesgo”, pero “siempre y cuando no fomenten el uso de drogas”.
Al año siguiente se realizó la convención en Viena, que fue aprobada en diciembre
de 1988 y entró en vigor en noviembre de 1990, no hay grandes novedades en esta
ya que “el propósito de la presente Convención es promover la cooperación entre las
Partes a fin de que puedan hacer frente con mayor eficacia a los diversos aspectos del
tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias sicotrópicas que tengan una dimensión
internacional”, ya que agrupa las obligaciones propias de la Convención Única de 1961
y del convenio sobre psicótropos de 1971, legitima el control internacional establecido
a través de las estrategias integrales y, por supuesto, del plan amplio, lo que le permite
incluir una serie de nuevas reglas relacionadas con la lucha contra el narcotráfico, como
el blanqueo de dinero y el desvió de precursores. Asimismo, incluía medidas sobre ex-
tradición de narcotraficantes y normas sobre las entregas vigiladas.
Otra medida significativa se refiere al sistema integral de las listas anexas donde
figuran las diferentes drogas objeto de fiscalización. Es decir, aquello que son drogas

102
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

y, por tanto, si no figuran en las listas no son drogas, como es el caso del alcohol, el ta-
baco y muchos de los productos que se usan exclusivamente para el dopaje deportivo.
Las tres listas, la verde para los psicótropos, la amarilla para los estupefacientes y la
roja para los precursores, ocupan entre las tres casi un centenar de páginas y en mu-
chos aspectos son solo inteligibles para expertos del ámbito farmacológico y químico.
En el capítulo anterior ya hemos explicado que las drogas son las sustancias que figu-
ran en estas listas y ninguna otra. Por este motivo, cuando se quieren describir cuales
son las drogas nunca suelen estar todas y algunas no son drogas porque no aparecen
en las listas ya que, desde un punto formal, legal y real, drogas solo se refiere a las que
aparecen en las listas del International Narcotics Control Boar (INCB).
No se trata de unas listas muy transparentes, ya que en casi ningún país las actua-
liza de forma directa para que un ciudadano pueda consultarlas, en el caso de España y
a día de hoy (09/03/2018), ni la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre
Drogas las incluye completas y como tales (http://www.pnsd.msssi.gob.es/), aunque en
la ventana de legislación aparecen los anexos de diferentes leyes y decretos, incluyendo
sustancias en las listas, pero tampoco aparecen detalladas y actualizadas en la página
web de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (https://www.
aemps.gob.es/legislacion/espana/medicamentosUsoHumano/estupefacientesPsicotro-
pos.htm), en la que se desarrollan los procedimientos médicos y farmacéuticos apara
acceder a algunas sustancias. En general, se suele explicar esta falta de transparencia
hacia la ciudadanía alegando que “es mejor no proporcionar información que podrían
utilizar los narcotraficantes”, como si estos no tuvieran información, competencia pro-
fesional y acceso privilegiado a las listas.
En todo caso, se pueden consultar las listas en español (https://www.incb.org/), bá-
sicamente para contrastar los que son de forma efectiva y real drogas (psicótropos, estu-
pefacientes y precursores) y las que no lo son.
Conviene también aclarar que una droga (en el sentido popular del término), no
es tal hasta que no aparece en las listas, de la misma forma que cuando aparece una
sustancia en ellas no significa que se haya hecho un uso real de esta, porque algunas
pasan directamente de los laboratorios de investigación a las listas, lo que implica que
las listas pueden funcionar como un mecanismo para informar a los interesados, como
ha ocurrido en ocasiones, sobre la existencia de una nueva sustancia cuya producción
ilegal puede resultar beneficiosa.
Por este motivo resulta absolutamente imprescindible que un criminólogo/a en-
tienda que las drogas son solo y exclusivamente las sustancias que figuran en los
listados del INCB y no otra cosa que se defina a través del imaginario social o de la
información biomédica o farmacológica. Se trata de un cambio de mentalidad que no
es fácil de realizar porque para todo el entorno social (y profesional), las drogas se-
guirán siendo una serie de sustancias estereotipadas e identificadas como tales por el
lenguaje cotidiano.

103
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

En este punto, adquiere sentido, de nuevo, mencionar el alcohol, que desde un pun-
to de vista biomédico, farmacológico y para una mayoría social, es una droga puesto
que crea dependencia, tolerancia, síndrome de abstinencia y diversos problemas para la
salud, pero que formalmente no lo es, por lo que se ha creado el término droga legal o
droga lícita, lo cual es un oxímoron de los diversos conceptos que aparecen en el ámbito
de las drogas, aunque en este manual se incluyen el alcohol y, más adelante, el tabaco,
pero que son definidas y solo pueden ser definidas como sustancias con características,
efectos y propiedades similares (y en algunos casos idénticas) a las drogas, pero que no
son drogas porque su estatus legal es otro.
Por ello, hay que insistir: droga es una sustancia que es definida como tal por el
sistema internacional de fiscalización, el cual la incluye en las listas correspondientes.
La pregunta es entonces: ¿qué pasaría si estas listas no existieran? Pues que no existirían
las drogas como tales, aunque obviamente sí algunas sustancias que causan dependen-
cia, tolerancia, síndrome de abstinencia y otros problemas de salud. Pero ¿pertenecerían
todas ellas a una única categoría? Pues posiblemente no, ya que un estatus legal precon-
cebido no es la mejor forma de identificar y categorizar sus efectos y consecuencias.
El convenio de 1988 supone la finalización del edificio y la conclusión del sistema
internacional de fiscalización (Arana, 2012), que tardó casi ochenta años en elaborarse
desde Shanghái 1909, porque desde 1988, hace ya treinta años, solo se le han introdu-
cido modificaciones menores (declaraciones políticas, definición de principios para la
reducción de la demanda, un plan de acción para erradicar cultivos ilícitos, un plan de
acción para combatir la fabricación de anfetaminas, propuestas de cooperación judicial,
etc.), a pesar de que el argumento utilizado para la formulación de los convenios de
1971 y 1988 (que los anteriores eran insuficientes y el uso de drogas aumentaba en el
mundo), podría seguir utilizándose, pero ¿qué más se puede hacer en este momento?
De hecho, nada, salvo reflexionar en torno a si el camino emprendido en 1909 fue el
acertado.

3.4. La aplicación local de los convenios y sus consecuencias inesperadas

3.4.1. La aplicación de los convenios en España

Los convenios son acuerdos internacionales que vinculan a los países firmantes, lo que
implica que estos deben ser ratificados de acuerdo con los procedimientos que prevén
sus propios ordenamientos jurídicos.
En el caso de España, ya sabemos que, en una primera etapa, no participó en la
Conferencia de Shanghái (lógicamente no podía estar en una conferencia que trataba de
demonizar la renta del anfión), sí firmó el Convenio de La Haya, pero no lo ratificó hasta
1919, aunque, a la vez, lo había trasladado a la legislación española por Real Decreto

104
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

de 31 de julio de 1918. Tampoco participó en el acuerdo de Paz de Versalles (1918) por


ser un país neutral, pero hay que reconocer que, en una segunda etapa, se adhirió muy
pronto a la Sociedad de Naciones, en concreto, el 14 de agosto de 1919, en la que man-
tuvo una posición poco relevante, aunque no marginal, ya que consiguió ser miembro no
permanente del Consejo de la Sociedad de Naciones (el equivalente al actual Consejo de
Seguridad de la ONU) desde el año 1919 hasta el año 1926, en este tiempo intentó ser
miembro permanente, pero no lo consiguió.
Fue participante activo y firmó los convenios de 1925, 1931 y 1936. Los dos primeros
entraron en vigor rápidamente, el primero lo ratificó el 29 de febrero de 1929 y lo aplicó
a la legislación interna por Real Decreto Ley de 30 de abril de 1928, Bases para la restric-
ción del Estado en la distribución y venta de estupefacientes. Con un reglamento aprobado
el 8 de julio de 1930 y una Real Orden sobre inspección de 8 de noviembre de 1930. El
segundo se firmó y ratificó en un tiempo récord por la Ley de 28 de marzo de 1933, a la que
siguieron varios decretos sobre prescripción, fabricación y adquisición por los farmacéu-
ticos (29 y 31 de agosto de 1935). En cuanto al tercero hay que entender que un mes antes
de la firma, que entraba en vigor en agosto de 1939, comenzó la Guerra Civil.
Este proceso escenifica que, si bien a España se la consideraba, como consecuencia
de la guerra con Estados Unidos, un país inadecuado para protagonizar las políticas
contra el opio, a partir de un determinado momento procuró realizar una acción diplo-
mática muy activa para no seguir siendo un país marginado y estuvo ágil y atento a las
exigencias internacionales.
Hay una tercera etapa caracterizada por la inhibición que corresponde a la crea-
ción de la ONU y al mantenimiento del régimen franquista en España. Desde la fun-
dación de la ONU, el 24 de octubre de 1945, hasta la admisión de España, el 14 de
diciembre de 1955, pasaron diez años que, sumados a los seis de la posguerra y a los
tres de la Guerra Civil, suponen diecinueve años de ausencia y, por tanto, de falta de
participación en el proceso internacional de fiscalización. Es cierto que en 1955 asu-
mimos la mayor parte de tratados de la ONU, pero de una forma peculiar del que el
tema de prostitución es el mejor ejemplo, dejó de ser legal pero no para pasar a ilegal,
como informamos a la ONU, sino para mantenerse, hasta la actualidad, en una alega-
lidad peculiar. Con relación a las drogas se actuó de manera similar.
La cuarta etapa se corresponde a la firma de la Convención Única, de 1961 y del
Convenio de Psicótropos, de 1971, que entraron en vigor en 1966 y 1976, respectiva-
mente. La implicación de la administración española fue entonces mayor y, a lo largo de
los años 60, diferentes órdenes establecieron desde normas para la producción de plan-
tas medicinales hasta existencias mínimas en farmacias, y finalmente la Ley 17/1967, de
8 de abril, conocida como ley de estupefacientes, que se presentó como una “adaptación
de la legislación española a lo establecido en el Convenio de 1961”. Dicha ley creaba
el Servicio de Restricción de Estupefacientes como un órgano propio de la Inspección
Farmacéutica, y la Brigada Central (y después las regionales) de Estupefacientes, como

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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

estructuras autónomas en la jerarquía de la Policía. Por cierto, aunque las razones para
ello son oscuras, el 16 de septiembre de 1970 se ratificó de forma integral el Convenio
de Ginebra de 1936. Con este acto parece que España venía a decir que recuperaba su
papel en el centro del sistema de fiscalización.
A partir de ahí, los procedimientos resultan automáticos, el protocolo de 1972 se rati-
fica y se aplica a la legislación interna el 2 de febrero de 1977, se aplica en la Orden sobre
receta médica de 11 de mayo de 1977. La adhesión y la ratificación del convenio sobre sus-
tancias psicotrópicas se publica, incluidas las listas de sustancias psicotrópicas, de forma
íntegra en el BOE del 10 de febrero de 1976, al que le sigue un real decreto que regula en
España las sustancias consideradas psicótropos (6 de octubre de 1977).
Finalmente, y a modo de quinta etapa, una vez concluida la transición democrática
y sobre todo a partir de la aprobación del Plan Nacional de Drogas en 1986, nuestra par-
ticipación en el proceso internacional de fiscalización fue cotidiana, plena, consciente e
incluso en algunos aspectos ejercimos un cierto liderazgo.

3.4.2. Reflejo en el actual Código Penal

En cuanto a las drogas ilegales, la aplicación de los convenios internacionales se tra-


dujo en la aparición de los delitos relacionados con las drogas en nuestro ordenamiento
penal, aunque es cierto que el nuevo Código Penal de 1944 no los contemplaba. El primer
Código Penal que los recogió de forma explícita y en aplicación de la ley de estupefa-
cientes y la ratificación de la Convención Única de 1961 fue el texto refundido de 1971,
con posterioridad se hicieron continuas modificaciones en esta cuestión, muy importantes
fueron los cambios introducidos por la Ley 8/1983, distinguiendo tipos de drogas (las que
causan grave daño a la salud y las que no), a la que siguió la conocida Circular 01.1984 de
la Fiscalía General del Estado, que hacía la distinción entre la tenencia para el autoconsu-
mo y la tenencia para el tráfico. Finalmente, en el año 1995 se aprobó un nuevo Código
Penal, que también ha sufrido, en este tema, diversas modificaciones hasta completar el
edificio formal que actualmente sostienen el artículo 368 y siguientes.
Vamos a presentar el contenido del Código Penal en relación con las drogas, algo
que quizás resulte redundante para aquellos que tienen una formación jurídica, pero no
para aquellos que carecen de ella y que suelen manejar informaciones estereotipadas,
cuando no sesgadas. La idea de presentar el contenido del actual Código Penal español
nos permite visualizar cómo se han implantado, en un país concreto, las exigencias del
sistema multilateral de fiscalización de drogas.

Artículo 368. Los que ejecuten actos de cultivo, elaboración o tráfico o de


otro modo promuevan, favorezcan o faciliten el consumo ilegal de drogas tóxicas,
estupefacientes o sustancias psicotrópicas, o las posean con aquellos fines, serán

106
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

castigados con las penas de prisión de tres a seis años y multa del tanto al triplo del
valor de la droga objeto del delito si se tratare de sustancias o productos que causen
grave daño a la salud, y de prisión de uno a tres años y multa del tanto al duplo en
los demás casos.
No obstante lo dispuesto en el párrafo anterior, los tribunales podrán imponer
la pena inferior en grado a las señaladas en atención a la escasa entidad del hecho y
a las circunstancias personales del culpable. No se podrá hacer uso de esta facultad
si concurriere alguna de las circunstancias a que se hace referencia en los artículos
369 bis y 370.

El artículo 369 especifica en qué circunstancias se impondrán las penas superiores


(y multas que cuadruplican la cuantía del 368). Entre tales circunstancias cabe señalar
que se trate de “autoridad, funcionario público, facultativo, trabajador social, docente
o educador”, su conexión con otras actividades organizadas, que “fueren realizados en
establecimientos abiertos al público por los responsables o empleados de los mismos”,
que se faciliten a “menores de 18 años, a disminuidos psíquicos o a personas sometidas
a tratamiento de deshabituación o rehabilitación”, que se adulteren las sustancias, que
“tengan lugar en centros docentes, en centros, establecimientos o unidades militares, en
establecimientos penitenciarios o en centros de deshabituación o rehabilitación, o en sus
proximidades”.
Por su parte, el artículo 369 bis plantea la diferencia de penas a los que pertenezcan a
una organización delictiva según se trate de sustancias que causen grave daño a la salud
o no. A los jefes o encargados de dichas organizaciones se les impondrá un grado más de
pena y se califica lo mismo para los responsables de las personas jurídicas.
El artículo 370 incrementa las penas cuando:

1.º Se utilice a menores de 18 años o a disminuidos psíquicos para cometer


estos delitos.
2.º Se trate de los jefes, administradores o encargados de las organizaciones a
que se refiere la circunstancia 2.ª del apartado 1 del artículo 369.
3.º Las conductas descritas en el artículo 368 fuesen de extrema gravedad. Se
consideran de extrema gravedad los casos en que la cantidad de las sustancias a que
se refiere el artículo 368 excediere notablemente de la considerada como de notoria
importancia, o se hayan utilizado buques, embarcaciones o aeronaves como medio
de transporte específico, o se hayan llevado a cabo las conductas indicadas simu-
lando operaciones de comercio internacional entre empresas, o se trate de redes
internacionales dedicadas a este tipo de actividades, o cuando concurrieren tres o
más de las circunstancias previstas en el artículo 369.1

El artículo 371 afronta el tema de precursores definidos por la Convención de


Naciones Unidas de Viena (1988), con la correspondiente gradación de penas según
responsabilidad e inhabilitación especial para ejercer sus profesiones. Por su parte, el
ar­tículo 372 desarrolla la inhabilitación de los profesionales. El 373 modifica las penas

107
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

para casos exclusivos de “provocación, la conspiración y la proposición para cometer


los delitos”. El artículo 374 desarrolla las bases para la gestión de los decomisos y
el 375, el alcance internacional de las sentencias y los antecedentes. Por su parte, el
artículo 376, prevé que:

En los casos previstos en los artículos 361 a 372, los jueces o tribunales, razo-
nándolo en la sentencia, podrán imponer la pena inferior en uno o dos grados a la
señalada por la ley para el delito de que se trate, siempre que el sujeto haya abando-
nado voluntariamente sus actividades delictivas y haya colaborado activamente con
las autoridades o sus agentes bien para impedir la producción del delito, bien para
obtener pruebas decisivas para la identificación o captura de otros responsables o
para impedir la actuación o el desarrollo de las organizaciones o asociaciones a las
que haya pertenecido o con las que haya colaborado.
Igualmente, en los casos previstos en los artículos 368 a 372, los jueces o
tribunales podrán imponer la pena inferior en uno o dos grados al reo que, siendo
drogodependiente en el momento de comisión de los hechos, acredite suficiente-
mente que ha finalizado con éxito un tratamiento de deshabituación, siempre que la
cantidad de drogas tóxicas, estupefacientes o sustancias psicotrópicas no fuese de
notoria importancia o de extrema gravedad.

Finalmente, el artículo 377 fija la cuantía de las multas según el precio estimado
final del producto, y el 378, el orden de preferencia de los pagos que debe efectuar el
penado.
Vamos a tratar de facilitar algunas interpretaciones de este conjunto de artículos, sin
entrar en cuestiones doctrinales y añadiendo que todas ellas están matizadas por diversas
sentencias de audiencias provinciales, tribunales superiores, el Tribunal Supremo e inclu-
so el Tribunal Constitucional, que no siempre están de acuerdo. La primera cuestión se
refiere a ¿cuáles son las drogas que causan grave daño a la salud y las que no? Pues sen-
cillo, el cannabis (marihuana, hachís) es la única que pertenece a la segunda categoría y
todas las demás a la primera, ¿Por qué? Por dos razones, la primera, que el cannabis es la
tercera sustancia más consumida en España tras el alcohol y el tabaco, de tal manera que
las penas de tres a seis años por “actos de cultivo, elaboración o tráfico, o de otro modo
promuevan, favorezcan o faciliten el consumo” de esta sustancia bloquearía el sistema
judicial y en particular, las prisiones.
Por tanto, el enunciado que permite diferenciar el cannabis de otras sustancias no
tiene significado alguno, porque además hay otras drogas que apenas afectan a la salud
pública, por ejemplo, el éxtasis, el LSD y la larga lista de derivados del MDMA y que sin
embargo son considerados “drogas que causan grave daño a la salud”. Por si esto fuera
poco, las dos sustancias que más daño causan a la salud (el alcohol y el tabaco) no están
incluidas en la legislación sobre drogas.
¿Por qué no decir entonces cannabis por una parte y otras drogas por la otra? Pues
porque los convenios internacionales no lo permiten y, además, como hemos visto, el

108
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

cannabis supone un grave desencuentro entre la OMS y la ONDOC. Esta última reac-
ciona duramente cuando cualquier país firmante trata de utilizar el criterio que tiene
la OMS con el cannabis. Por tanto, en España tratamos en el Código Penal de forma
distinta al cannabis de las otras drogas, pero no lo decimos. Una de las cosas más di-
vertidas de la literatura jurídica, por ejemplo, en las páginas web de los despachos de
abogados, reside en los argumentos que se utilizan para explicar que el cannabis “no
causa graves daños a la salud”, porque “no produce síndrome de abstinencia”, lo cual
es parcialmente cierto, pero la mismo que otras drogas, las ya citadas, que con seguri-
dad no lo causan.
Los mismos argumentos cabe utilizar ante el hecho, implícito, pero no explícito, de
que la mera posesión de drogas para el “propio consumo” no es constitutiva de delito.
¿Por qué no lo dice así el artículo 369? Pues por la misma razón: cada vez hay más
países en el mundo que han despenalizado el “propio consumo” pero ninguno de ellos
lo dice a las claras para evitar las denuncias (en ocasiones de agentes internos) ante la
ONU.
Entonces, ¿cuándo es consumo propio y cuándo es elaboración o tráfico? Pues por
la cantidad de sustancia que se posea o se distribuya. El Instituto Nacional de Toxicolo-
gía ha establecido una serie de cantidades como “previsión de consumo diario” de cada
sustancia. Por ejemplo, heroína 0,6 gramos, cocaína 1,5 gramos, marihuana 20 gramos
y hachís 5 gramos. Después ha establecido el supuesto (podría ser otro) de que la pose-
sión de sustancias que justifiquen hasta cinco días de consumo (es decir 100 gramos de
marihuana o tres de heroína) no constituyen delito de tráfico. A partir de estas cantidades
sí lo son. ¿Y cuándo son cantidades notorias? Pues multiplicando por cien la barrera del
delito. Por ejemplo, el uso diario de hachís se establece en 5 gramos, es delito cuando
supera los 25 gramos y es una “notoria cantidad” cuando supera los dos kilos y medio.
Al criterio de la cantidad hay que añadir otros criterios aportados por la jurisprudencia:
como si existe o no balanza de precisión, si la sustancia es dividida en cantidades para
su venta o si aparece dinero que no está justificado.
Pero a la vez todo esto no es así de sencillo, porque por la ley de protección a la
seguridad ciudadana, se puede aprehender por la autoridad cualquier cantidad e incluso
imponer una multa administrativa. A la vez, algunos tribunales han considerado que el
límite de los cinco días resultaba insuficiente para aquellas personas que vivían en zonas
de difícil acceso, o tenían dificultades físicas y que, por tanto, podían proveerse para
más días.
En cuanto al alcohol, el Código Penal también incluye una serie de artículos muy
diferentes referentes al alcohol y centrados en la cuestión de conducción de vehículos
a motor y alcohol y drogas. ¿Por qué aparece el alcohol solo en estos artículos? Muy
sencillo y hasta tan repetitivo que debería aburrir a los lectores/as, pero no hay otra
explicación, pues porque no es objeto del sistema internacional de fiscalización de
drogas.

109
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Así, el artículo 379 tras introducir las penas por velocidad excesiva indica

2. Con las mismas penas será castigado el que condujere un vehículo de mo-
tor o ciclomotor bajo la influencia de drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias
psicotrópicas o de bebidas alcohólicas. En todo caso será condenado con dichas
penas el que condujere con una tasa de alcohol en aire espirado superior a 0,60
miligramos por litro o con una tasa de alcohol en sangre superior a 1,2 gramos
por litro.

A partir de ahí, el artículo 380 que se refiere a “conducir con temeridad manifiesta
y poniendo en concreto peligro la vida y la integridad de las personas” con las corres-
pondientes penas, añadiendo que “se reputará manifiestamente temeraria la conducción”
en la que concurrieran las circunstancias previstas en el artículo anterior sobre drogas
o alcohol. El siguiente artículo, el 381, aumenta las penas cuando concurra “manifiesto
desprecio por la vida de los demás”. El artículo 382 se refiere a la existencia de “un
resultado lesivo” que supone un agravante y además “el resarcimiento de la responsabi-
lidad civil”. Finalmente, el artículo 383 establece las penas previstas para aquellos casos
en las que el conductor se niegue a someterse a las pruebas legalmente establecidas para
la comprobación del consumo de alcohol y drogas.
En cuanto al régimen de eximentes, atenuantes y suspensión de penas, además, el
Código Penal español incluye una serie de artículos relacionados con los eximentes, ate-
nuantes y suspensión de ejecución de penas, en concreto, el articulo 20 indica que está
exento de responsabilidad criminal:

2.º El que al tiempo de cometer la infracción penal se halle en estado de in-


toxicación plena por el consumo de bebidas alcohólicas, drogas tóxicas, estupefa-
cientes, sustancias psicotrópicas u otras que produzcan efectos análogos, siempre
que no haya sido buscado con el propósito de cometerla o no se hubiese previsto
o debido prever su comisión, o se halle bajo la influencia de un síndrome de absti-
nencia, a causa de su dependencia de tales sustancias, que le impida comprender la
ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión.

Para reforzar esta idea, el artículo 21 indica que son circunstancias atenuantes:

2.ª La de actuar el culpable a causa de su grave adicción a las sustancias men-


cionadas en el número 2.º del artículo anterior

Por su parte, el artículo 80 establece el sistema de suspensión de penas en caso de


“dependencia” de alcohol, drogas, estupefacientes, sustancias psicotrópicas u otras.

5. Aun cuando no concurran las condiciones 1.ª y 2.ª previstas en el apartado 2


de este artículo, el juez o tribunal podrá acordar la suspensión de la ejecución de las

110
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

penas privativas de libertad no superiores a cinco años de los penados que hubie-
sen cometido el hecho delictivo a causa de su dependencia de las sustancias seña-
ladas en el numeral 2.º del artículo 20, siempre que se certifique suficientemente,
por centro o servicio público o privado debidamente acreditado u homologado,
que el condenado se encuentra deshabituado o sometido a tratamiento para tal fin
en el momento de decidir sobre la suspensión.
El juez o tribunal podrá ordenar la realización de las comprobaciones necesa-
rias para verificar el cumplimiento de los anteriores requisitos.
En el caso de que el condenado se halle sometido a tratamiento de deshabi-
tuación, también se condicionará la suspensión de la ejecución de la pena a que no
abandone el tratamiento hasta su finalización. No se entenderán abandono las recaí-
das en el tratamiento si estas no evidencian un abandono definitivo del tratamiento
de deshabituación.

Lo cual se reitera en el artículo 83 relativo a “prohibiciones alternativas” que no se


consideraran cuando el reo participe en “programas de deshabituación al consumo de
alcohol, drogas tóxicas o sustancias estupefacientes, o de tratamiento de otros comporta-
mientos adictivos”. Aunque (según el artículo 84), en todos los casos, el juez o tribunal
podrá condicionar la suspensión de la ejecución de la pena si no se “acredita la desha-
bituación del sujeto o la continuidad del tratamiento. De lo contrario, el juez o tribunal
ordenará su cumplimiento, salvo que, oídos los informes correspondientes, estime ne-
cesaria la continuación del tratamiento; en tal caso podrá conceder razonadamente una
prórroga del plazo de suspensión por tiempo no superior a dos años”.

3.4.3. Otras normas legales que conviene conocer

Más allá del Código Penal existen otras leyes y normas, que tienen que ver con las
drogas y el alcohol (así como con el tabaco) que completan el edificio institucional de
fiscalización, prevención y expresión de las políticas y actuaciones sobre estos. Las
más relevantes, incluidas las ya citadas y algunas que ya no están en vigor, pero que
tienen importancia para la investigación y el trabajo de la criminología, por un cierto
orden cronológico serían las siguientes:
La ley de vagos y maleantes, aprobada por unanimidad por las cortes españolas
el 4 de agosto de 1933 y con reclusión administrativa en “casas de templanza” a
“los ebrios y toxicómanos habituales”, así como “los que para su consumo inmedia-
to suministren vinos o bebidas espirituosas a menores de catorce años en lugares y
establecimientos públicos o en instituciones de educación e instrucción y los que de
cualquier manera promuevan o favorezcan la embriaguez habitual”. En 1954, la ley
fue reformada para incluir a los homosexuales.
La ley de peligrosidad y rehabilitación social, aprobada el 5 de agosto de 1970,
sustituía a la ley de vagos y maleantes, ampliaba algunos supuestos (por ejemplo, la

111
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

transexualidad), sufrió en proceso continuo de derogación, entre 1979 y 1983, siendo


formalmente derogada del todo en 1989. Ambas leyes, al incluir sanciones administra-
tivas (y también internamientos, aunque estos se aplicaron de manera muy discrecio-
nal), suponen la inclusión de España en el grupo de naciones que, de manera indirecta,
aceptaba las sugerencias de penalizar el consumo de drogas, aunque es cierto que, a la
vez, la mencionada reforma de Código Penal del año 1983, lo despenalizó, pero, en el
año 1992, la ley de protección a la seguridad ciudadana volvió a sancionar el uso de
drogas.
Ambas son leyes defensivas, que no esperan a que el delito ocurra, sino que lo pre-
vén a partir de supuestos factores causales y tratan de evitarlo o prevenirlo tomando
medidas antes de que el delito se produzca. Algo que, a partir del año 1992, las leyes de
seguridad ciudadana recuperan parcialmente, ya que en ambos casos incluyen un cierto
nivel de discrecionalidad política a través de que la fiscalía considere determinadas ac-
tividades, o expresiones, como delito.
Sigue también en vigor, aunque reformado, el Real Decreto 1677/1985, de 11 de
septiembre, de coordinación interministerial para la ejecución del Plan Nacional sobre
Drogas, así como la Ley 5/1988 de 24 de marzo, por la que se crea la Fiscalía Especial
para la Prevención y represión del Tráfico ilegal de Drogas. Entre otras normas convie-
nen destacar el Real Decreto 75/1990, de 19 de enero de 1990, por el que se regulan
los tratamientos de deshabituación con opiáceos de personas dependientes de estos. La
Orden de 25 de abril de 1994 por la que se regulan las recetas y requisitos especiales de
prescripción y dispensación de estupefacientes para uso humano. La Ley 19/1993, de 28
de diciembre, sobre determinadas medidas de prevención del blanqueo de capitales y su
reglamento aprobado por Real Decreto 925/1995, de 9 de junio. La Ley 6/1996, de 10
de enero, sobre medidas de control de sustancias químicas catalogadas como suscepti-
bles de desvío para la fabricación ilícita de drogas, la Ley 17/2003 del Fondo de Bienes
decomisados y un largo etcétera.
También conviene tener en cuenta la Ley Orgánica 1/1979 General Penitenciaria,
sus modificaciones y el Reglamento Penitenciario aprobado por Real Decreto 190/1996,
la Ley Orgánica 12/1995, de 12 de diciembre, de Represión del Contrabando y la le-
gislación sobre regulación del tabaco, que concluye con la Ley 42/2010 de medidas
sanitarias frente al tabaquismo.
Mención aparte merecen las dos leyes de protección a la seguridad ciudadana, la
primera Ley Orgánica 1/1992, de 21 de febrero y su sustituta, la Ley Orgánica 4/2015,
de 30 de marzo, que derogó a la anterior. La primera, llamada por los medios ley de
patada en la puerta, y que, como veremos, tuvo una gran incidencia en las políticas de
drogas, y la segunda, llamada por los medios ley mordaza porque introduce fuertes mo-
dificaciones en los delitos de opinión, pero también en el ámbito de políticas de drogas,
lo cual, al menos en términos mediáticos, ha pasado bastante más desapercibido, a pesar
de que las multas administrativas previstas alcanzan cifras muy altas

112
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

3.5. Los organismos internacionales y la sociedad civil

El proceso internacional de fiscalización de drogas implicó la progresiva creación de una


“administración internacional” con crecientes competencias sobre el conjunto de países
del mundo, lo cuales no renunciaban a su soberanía, porque ratificaban los convenios, de
tal manera que al ratificarlos aceptaban las reglas del juego y el control por parte de dichos
organismos. Transgredir tales convenios suponía no respetar las normas, exponerse a san-
ciones y confrontarse con su propia opinión pública para la cual las drogas suponían una
amenaza en forma de maldad o riesgo. El vínculo de las drogas con el “crimen organiza-
do” y el ejercicio de la violencia por parte de este, algo real pero también acrecentado por
los medios de comunicación, ha garantizado la falta de respuesta ante el creciente poder
de estos organismos.
En la práctica, los organismos internacionales funcionan como un modelo no demo-
crático de gestión, en los cuales el poder legislativo corresponde a los organismos inter-
nacionales superiores, en este caso, Naciones Unidas y su Asamblea General, pero que en
realidad se limita a ratificar las decisiones técnicas adoptadas por los organismos especia-
lizados, los cuales toman estas decisiones, incluida la celebración de reuniones y asam-
bleas internacionales, así como sus agendas, por sí mismas y apoyadas por los Gobiernos
más interesados en mantener o ampliar un tipo concreto de políticas (Matía, 2018).
Durante decenios este fue el papel de Estados Unidos, China y algunos países euro-
peos. En la actualidad, aparte de China, este papel lo desempeñan Rusia, India, los países
árabes y una parte variopinta de países de menor tamaño, mientras que Estados Unidos
(aunque depende de quien gobierne), la mayor parte de Europa y una parte importante
de Latinoamérica aluden a la necesidad de reformar el sistema de fiscalización, pero sus
propuestas, cuando se hacen, se bloquean desde la estructura funcionarial.
¿Cómo se crea esta estructura funcionarial? Se supone que son funcionarios de ca-
rrera de los propios organismos internacionales, pero también aparecen muchos coopta-
dos y contratados que son funcionarios de Gobiernos concretos e incluso profesionales,
académicos y por supuesto juristas. En todo caso, el prestigio, las ventajas económicas
y los derechos adquiridos, son notables. El modelo real es la cooptación, de tal forma
que aquellas personas que se han caracterizado en el nivel nacional por apoyar las tareas
del organismo internacional suelen disponer de esta puerta giratoria cuando acaba su
mandato nacional. Lo que explica que se trate de organismos muy orientados hacia la
aplicación de una determinada visión de la política, que en ocasiones parece, o es, casi
ideología. Como hemos explicado, una parte del mundo parece estar en desacuerdo con
el sistema internacional de fiscalización, pero este desacuerdo jamás se manifiesta en el
propio organismo que, de acuerdo con las normas de una organización democrática, de-
bería recoger, al menos, las diferentes sensibilidades en torno a la cuestión.
De hecho, la Oficina de Naciones Unidas contra las drogas (ONUDOC) debería,
de acuerdo con los propios convenios, subordinar algunas decisiones a la Organización

113
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Mundial de la Salud (OMS), pero como está en desacuerdo con esta en algunas cues-
tiones, recurre a votaciones extraordinarias de los países (la mayoría de los cuales no
saben ni lo que votan) para imponer sus criterios. De hecho, la propia ONUDOC ha
reconocido que “la salud pública, primera prioridad en la fiscalización de las drogas,
ha dejado de ocupar este lugar, eclipsada por la preocupación de la seguridad pública”.
Lo que implica que el papel legalmente atribuido a la OMS carece de valor, porque
ahora el tema es otro.
¿Cuáles son estos organismos que ya han sido citados en la historia de los conve-
nios? Pues en primer lugar, la Junta Internacional para la Fiscalización de Estupefa-
cientes (JIFE) y la International Narcotics Control Board (INCB), ubicada en Viena y
establecida desde el tratado de 1912 y que, creada en 1968, actualmente funciona según
determinan los convenios de 1961, 1971 y 1988. Es el organismo más independiente, ya
que depende del Consejo Económico y Social (ECOSOC) en el que además participan
las ONG, y su labor no es definir las políticas, sino controlar que los Estados cumplan
los tratados. Su labor principal es controlar las sustancias de doble uso (como fármacos
y como drogas) y tener al día un sistema estadístico cuyos resultados aparecen en su
informe anual, de muy fácil acceso (www.incb.org).
En segundo lugar, aparece la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el
Delito (UNODC), que también se ubica en Viena y que existe desde el convenio de
1912, y a la que se añadió el termino de delito a partir del año 2001, cuando la UNO-
DC asumió las competencias previstas en el Convenio de Palermo sobre delincuencia
organizada, tráfico de personas, en especial niñas y mujeres, tráfico de migrantes y
fabricación y tráfico de armas ilícitas. Desde el año 2004 es también el organismo de
la ONU que gestiona el tema de la corrupción a partir de la Convención de Naciones
Unidas contra la Corrupción, que se firmó en México aquel año y que los criminólogos/
as deberían conocer bien (https://www.unodc.org/documents/treaties/UNCAC/Publi-
cations/Convention/04-56163_S.pdf).
Con estas incorporaciones, la UNODOC se ha convertido en uno de los organismos
más potentes de Naciones Unidas (www.unodc.org), que además también publica un
informe anual, y desde el año 2001 una revista de criminología de la que existe una
versión en español, Foro sobre el Delito y la Sociedad. Accesible a través de la propia
página de UNODC. Las tareas de la UNODC son más políticas que las de la JIFE, ya
que tiene encomendado “determinar cuáles son estas políticas”.

No dejes de leer
Convención contra la Delincuencia Organizada Transnacional

La convención, a la que suele también denominarse Convenio de Palermo por-


que se celebró en dicha ciudad siciliana en diciembre del año 2000, con una

114
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

fuerte impronta italiana, en plena guerra contra la mafia y después de la intensa


y exitosa guerra del Estado italiano contra la Cosa Nostra siciliana, en la década
de los años 80 y 90, que incluyó numerosos asesinatos de policías, civiles, cola-
boradores y jueces.
Merece la pena reproducir algunos apartados del artículo 2, relativo a “defi-
niciones”, que reflejan la idea, más o menos platónica, de que “cuando más amplia
sea la competencia administrativa, más eficaz será su trabajo”.

a) Por “grupo delictivo organizado” se entenderá un grupo estructurado


de tres o más personas que exista durante cierto tiempo y que actúe
concertadamente con el propósito de cometer uno o más delitos graves
o delitos tipificados con arreglo a la presente Convención con miras a
obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro bene-
ficio de orden materia.
b) Por “delito grave” se entenderá la conducta que constituya un delito
punible con una privación de libertad máxima de al menos cuatro años o
con una pena más grave.
c) Por “grupo estructurado” se entenderá un grupo no formado fortuita-
mente para la comisión inmediata de un delito y en el que no necesaria-
mente se haya asignado a sus miembros funciones formalmente definidas
ni haya continuidad en la condición de miembro o exista una estructura
desarrollada.
d) Por “bienes” se entenderá los activos de cualquier tipo, corporales o in-
corporales, muebles o inmuebles, tangibles o intangibles, y los documen-
tos o instrumentos legales que acrediten la propiedad u otros derechos
sobre dichos activos.
e) Por “producto del delito” se entenderá los bienes de cualquier índole
derivados u obtenidos directa o indirectamente de la comisión de un
delito.
f) Por “embargo preventivo” o “incautación” se entenderá la prohibición
temporal de transferir, convertir, enajenar o mover bienes, o la custodia
o los controles temporales de bienes por mandamiento expedido por un
tribunal u otra autoridad competente.
g) Por “decomiso” se entenderá la privación con carácter definitivo de bie-
nes por decisión de un tribunal o de otra autoridad competente.
h) Por “delito determinante” se entenderá todo delito del que se derive un
producto que pueda pasar a constituir materia de un delito definido en
el artículo 6 de la presente Convención;
i) Por “entrega vigilada” se entenderá la técnica consistente en dejar que
remesas ilícitas o sospechosas salgan del territorio de uno o más Estados,

115
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

lo atraviesen o entren en él, con el conocimiento y bajo la supervisión de


sus autoridades competentes, con el fin de investigar delitos e identificar
a las personas involucradas en la comisión de estos.

La convención de Palermo del año 2000 incluye tres protocolos posteriores.


El primero, para “prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente
mujeres y niños”, el segundo, relativo al “tráfico de migrantes por tierra, mar y
aire”, que se firmaron también en Palermo en diciembre del año 2000, y el tercero,
“contra la fabricación y el tráfico ilícito de armas de fuego, sus piezas, componen-
tes y municiones”, que se firmó en mayo de 2001.

Dicho convenio y los protocolos no han sido trasladados con la firmeza que ellos
mismos establecen a las legislaciones nacionales, en gran medida porque las definiciones
son inaplicables y en parte porque la cuestión de tráfico de personas con fines de explota-
ción sexual u otras explotaciones, y no digamos ya la producción y el tráfico de armas, se
sitúan en casi todo el mundo sobre un marco legal y sobre todo procedimental paradójico
y ambiguo.
Por ejemplo, en España las víctimas de trata no solo deben denunciar a sus victi-
marios, como si no existiera ni fiscalía ni policía para hacerlo, sino que además deben
“colaborar de una forma decidida en el proceso”, y si no es así, son expulsadas, es de-
cir, si las víctimas no muestran una firmeza y un valor extraordinarios, en un flagrante
incumplimiento del protocolo de un convenio ratificado por España, son consideradas
como cómplices. Por su parte, los traficantes, a pesar de representar de forma implícita
y por sus propias actividades una amplia “organización criminal de carácter transnacio-
nal” y en la mayoría de los casos actuar sobre la victima de forma coordinada tres o más
personas, son siempre considerados como meros traficantes individuales.
Pero al mismo tiempo, el Convenio de Palermo ha servido para que la UNODOC
viera reforzadas sus competencias y se convirtiera en una de las principales agencias de
las Naciones Unidas. A la vez, esta estructura internacional ha recibido numerosas críticas
por su actuación y su falta de transparencia real en relación con las políticas sobre drogas,
especialmente desde la sociedad civil, en países europeos, Estados Unidos, Canadá y
Latinoamérica.
Se trata de críticas y opciones que son un tanto diferentes de las que proponían hace
unos años la simple legalización de las drogas, ya que, por lo contrario, se pretende
proponer modelos de regulación alternativos, más eficaces, que produzcan menos con-
secuencias secundarias y, en general, desplazando el holismo penal hacia otros procedi-
mientos de control más sencillos y a la vez más eficientes. En este sentido, la mayoría
de las propuestas proceden del ámbito de la criminología, en su versión más multidisci-
plinar, en particular del modelo de control social que se explica en el capítulo siguiente.

116
Los convenios internacionales: contenido y consecuencias

Una entidad europea muy relevante en este campo es el Transnational Institute


(TNI), ubicado en Amberes, que puede ser la puerta de entrada hacia otras entidades
(www.tni.org/es/drogas-y-democracia). También resultan muy significativos los traba-
jos de TRANSFORM, desde la ciudad de Bristol, donde se ha elaborado la Curva de
Marks, que relaciona “riesgo y tipo de política de drogas”. La curva es una U de diez
posiciones horizontales, donde la 1 es la “represión extrema” y la 10 la “legalización
comercial total”, y donde el riesgo menor aparece en la política 5, que representa una
“regulación de derechos y obligaciones” (Romaní y Martínez, 2017).
En España trabaja sobre este tema, y de forma continua desde 1993, el Grupo de
Estudios de Política Criminal, cuya secretaría está ubicada en la Universidad de Málaga,
que ha elaborado dos propuestas, el Manifiesto por una nueva política sobre la droga
y la Propuesta alternativa a la actual política criminal sobre drogas (Díez y Laurenzo,
1993), ampliamente ignoradas por las administraciones públicas, aunque gocen de un
gran prestigio en los ámbitos jurídicos y criminológicos. Una reciente propuesta espa-
ñola que se mantiene en la misma línea es la del Grupo de Estudio de Políticas sobre
Cannabis, en la cual el peso de la criminología, la practica transdisciplinar y el modelo
teórico de la criminología del control social son esenciales (AA.VV./GEPCA, 2017). En
dicho texto aparece un capítulo que describe el tema de las resistencias institucionales,
incluidas las de la Unión Europea, frente a las propuestas científicas de la sociedad civil
(Arana y Uso, 2017).

117
4
Teorías sociocriminológicas clásicas
sobre el alcohol y otras drogas

Tanto en este capítulo como en el siguiente se va a presentar una visión histórica y


evolutiva de las explicaciones, los hallazgos empíricos y las teorías propias de la cri-
minología, en su relación con aquella parte de las ciencias sociales que han ayudado a
su conformación, vistas desde sus aportaciones a la cuestión de las drogas. Pero en este
capítulo, que concluye en los años 20 del siglo xx, las supuestas aportaciones tienen
el carácter de una mera proyección racional, ya que la criminología apenas se ocupó
del tema de las drogas y solo y de manera muy puntual del alcohol. Aunque en ciertos
momentos podemos proyectar o suponer algunas explicaciones, lo que nos permite con-
tribuir a la elaboración de este modelo transdisciplinar sobre drogas y delitos.
En todo caso, como veremos en el capitulo siguiente, las explicaciones crimino-
lógicas que ya se referían de una forma específica a alcohol y drogas a partir del año
1925, dieron por supuesto que la criminología clásica, la positiva, Durkheim e incluso la
escuela de Chicago, imaginaron la cuestión tal y como la proyectamos en este capítulo.

4.1. En los orígenes de la criminología. La criminología clásica

El personaje central de la criminología clásica es, sin duda y como ya se ha explicado


en el capítulo 1, el propio fundador de la disciplina, Cesare Beccaria (1738-1794), el
típico erudito de la Ilustración, diestro de diversas áreas de conocimiento y que publicó,
en 1764, un pequeño libro, De los delitos y las penas, que en ocasiones se cita como
Tratado de los delitos y las penas y que tuvo un fulminante éxito en la Europa de la
época, ya que presentaba de forma sencilla y asequible una visión razonable del derecho
penal, filtrada por la perspectiva del empirismo utilitarista (Beccaria, 1764). Un texto
que quizás algunos/as alumnos/as ya hayan leído siguiendo la propuesta del capítulo 1.
Lógicamente, las drogas como tales no se mencionan en dicho texto, por las razones
ya explicadas en el capítulo anterior. Como hemos ido viendo, las drogas forman una
categoría histórica particular que entonces no existía, ni tan siquiera comenzaban a ser

119
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

mencionadas como tales en el seno de la cultura puritana, aunque es cierto que en esta
practicaban diversas formas de sacrificio y abstemia, pero no las vinculaban a sustancias
muy concretas, salvo, y de forma muy puntual, al alcohol, aunque es cierto que esto
cambió de forma drástica a mitad del siguiente siglo (el  xix). En la práctica, lo que de
verdad importaba a los puritanos eran otros tipos de renuncia voluntaria, como el vesti-
do, el sexo, las comidas copiosas y en realidad casi todo. Pero las drogas como tales no
existían y, por tanto, Beccaria no pudo hablar de algo que no existía.
Pero De los delitos y las penas es un tratado que no solo construye la criminología,
sino que además adopta un punto de vista que se expresa en la cita de Francis Bacon con
la que Beccaria encabezó el texto: “En los asuntos difíciles, de cualquier naturaleza, no
se puede sembrar y cosechar todo a la vez; es necesaria la debida preparación a fin de
que los frutos, madurados, puedan ser un día recogidos”. Expresado de forma sintética,
Beccaria asumía la idea del empirismo utilitario o pragmático. La realidad es compleja,
pero debemos comenzar a caminar para ir trabajando en la mejora de la vida de las per-
sonas y la sociedad humana. Pero no de repente, sino poco a poco.
Intentando resumir De los delitos y las penas, un libro de obligada lectura para
cualquier criminóloga/o, digamos que trata de desvelar las carencias de la legislación
de la época y aplica argumentos de la razón para tratar de corregir sus defectos. Parte de
la misma idea del contrato social de Thomas Hobbes, que aparece como concepto por
primera vez en el Leviatán (1668), siendo a la vez coetáneo del libro El contrato social,
de Rousseau (1762), al que no cita, pero con el que tiene evidentes puntos de contacto.
La idea central es que los seres humanos viven juntos y en una relativa armonía pues
han establecido un acuerdo, un contrato en forma de sociedad política organizada que
establece las leyes, cuya transgresión debe ser efectivamente castigada.
Pero la gran novedad de Beccaria se refiere al hecho de que este autor sostiene, de
manera muy razonable, que en este contexto la única función del castigo es la de evitar
precisamente la transgresión del contrato al que todos estamos sometidos, por tanto,
aquellos castigos que no consigan evitar esta transgresión son perfectamente inútiles.
Por esta razón, el grado de utilidad, o de inutilidad, del castigo, es lo que garantiza la
moralidad (o sea la ética y la justificación) de este. Expresado de forma que lo pueda
entender cualquiera: “no se trata de utilizar castigos, porque los castigos por si mis-
mos son inútiles y poco éticos, sino de prevenir el delito para garantizar el adecuado
funcionamiento de la sociedad”. Es una manera de pensar muy propia del utilitarismo
anglosajón.
Para poder evaluar si el castigo es el adecuado para evitar la transgresión se con-
sideran varios aspectos, el primero, que la culpabilidad debe ser ampliamente demos-
trada, de forma transparente, pública y notoria, el segundo, que no se puede utilizar
la prisión preventiva como un medio infamante para castigar al supuesto delincuente
antes de haber probado su culpabilidad, el tercero, nada de utilizar tortura y otros actos
inhumanos.

120
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

En cuarto lugar, si el fin de la pena es evitar el delito, esta tiene que valorarse en
términos de su función, es decir, simplemente tiene que “procurar un mal” (perjuicio)
que supere “el bien obtenido” (beneficio) por el delito cometido. Es decir, nada de penas
excesivas que supongan venganza o castigos innecesarios que produzcan un perjuicio
que no se limite a superar levemente el beneficio obtenido. Como consecuencia, la pena
de muerte resulta inadecuada, aunque Becaria reconoce que se puede utilizar, en algunos
casos de personas que representan una amenaza permanente, la “esclavitud perpetua”.
El quinto aspecto se refiere a que las leyes deben ser iguales (y comprensibles)
para todos. El sexto, que la justicia “para que toda pena no resulte de uno o muchos
contra un ciudadano particular, debe ser esencialmente publica, rápida, necesaria, la
mínima de las posibles en las circunstancias dadas, proporcionada a los delitos y dic-
tada por las leyes”. Para Beccaria, la cuestión de la rapidez es tan esencial para la
eficacia que “deben establecerse plazos mínimos” que puedan facilitar la comprensión
y la vinculación de la pena con el delito. Como podemos comprobar, algunas de las
propuestas de Beccaria se han implantado, pero otras bien necesarias, como la impres-
cindible necesidad de una “justicia rápida”, no. Aún estamos muy lejos de alcanzar
algo que ya era razonable en el siglo xviii.
Con un cierto atrevimiento podemos tratar de aplicar el contenido de De los delitos y
las penas a la noción de drogas tal y como aparece a partir del año 1909 en la Conferen-
cia de Shanghái. Aunque al final resulta un atrevimiento muy productivo e irrebatible:
desde la perspectiva utilitarista de Beccaria solo se justificaría aquella propuesta si con-
sideramos que tanto las creencias puritanas como el darwinismo social tenían razón al
considerar que las drogas suponían un tipo de “delito contra el contrato social”. Un tipo
de delito nuevo e inédito en la historia que era necesario “evitar y prevenir” y que exigía
que se tomaran medidas drásticas y globales. Medidas que en todo caso se compensaban
por el benéfico obtenido frente al perjuicio creado.
Pero ¿esto ha ocurrido de verdad entre 1909 y la actualidad? Lo cierto es que esta
es justamente la cuestión. Porque si la confluencia entre la ideología religiosa del pu-
ritanismo y el cientifismo del darwinismo social tenía razón, desde la perspectiva del
utilitarismo, y, por tanto, de la criminología, debemos dársela y sostener que la fisca-
lización y la penalización internacional de las drogas ha sido correcta. Pero ¿dispone-
mos de algún tipo de prueba empírica que nos lo confirme? Más bien no, pero, como
veremos más adelante, sí existe una burocracia científica y política, que apoyada por
una cierta representación social afirma poseer estas pruebas empíricas. ¿Son ciertas? O
como se dice ahora, ¿son verdaderas o solo una forma de posverdad? Tendremos que
ir viéndolo.
Vamos a reiterarlo porque este es un punto clave de este manual: la legitimidad de
la fiscalización internacional de las drogas está sostenida por un relato que combina pu-
ritanismo y darwinismo social. Esta perspectiva podría ser asumible por el utilitarismo,
pero la criminología requiere contar con pruebas empíricas, ¿disponemos de estas? Pues

121
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

vamos a ir comprobando que no disponemos de resultados incontestables, aunque todo


el mundo alegue que sí en uno u otro sentido, lo que implica que desde la criminología
no podemos aceptar, sin más, el relato del puritanismo y del darwinismo social.

4.2. La criminología positiva

4.2.1. La noción de una ciencia social positiva y su vínculo con la criminología

La idea original de una ciencia social positiva fue formulada por Auguste Comte
(1798/1857) que se proyectó a partir de la obra de Henri de Saint-Simon (1760/1825),
y coincidió en el tiempo con el movimiento de los sansimonianos y una parte sustancial
de lo que Marx calificó como socialismo utópico, y que en el fondo es otra forma ex-
trema de platonismo, a pesar de su riguroso empirismo, pero se trata de un empirismo
idealizado
Estamos, por tanto, ante un ámbito de conocimiento conformado por una fuerte im-
pronta francesa, que combina una actitud aristocrática y elitista, con el deseo de funda-
mentar una nueva sociedad gobernada por el saber, la ciencia, la razón, la justicia y la
igualdad. En la actualidad, a esta forma de pensar y actuar se le llama tecnocracia y,
como todo pensamiento, realiza aportaciones muy positivas y se equivoca en otras.
En el ámbito de la propia criminología, ¿cuáles fueron las aportaciones más impor-
tantes? Se trata de citar algunos autores relevantes que nos permitirán comprender la
cuestión de las drogas.
El primero es Adolphe Quetelet (1796-1876), creador de la llamada estadística
moral, matemático de titulación y astrónomo de profesión, que además ocupa un lugar
destacado en la historia de la estadística. Planteó la necesidad de disponer de unas
estadísticas oficiales adecuadas sobre diversas cuestiones, pero se centró mucho en la
cuestión del delito, al que consideraba un fenómeno poco visible y que, por tanto, plan-
teaba dificultad para elaborar estadísticas sobre él. Vivió de una forma muy personal el
reto de “saber de verdad cuántos y cuáles delitos se cometían”, lo cual le provocó un
ansia metodológica por averiguarlo, que se tradujo en sustanciales mejoras de muchas
series estadísticas.
Asimismo, descubrió que “aun siendo el delito un asunto individual”, se producían
sin embargo “regularidades estadísticas muy definidas”, en particular, la edad y el géne-
ro, así como la idea de que “las oportunidades de delinquir vinculadas a la organización
social en cada país determinan el volumen de delitos ocurrido en este”. Como curiosi-
dad, hay que señalar que también desarrollo la antropometría, a la que definió como el
estudio “de las diferentes dimensiones del hombre”, y elaboró el índice de masa corporal
(IMC), que siempre se llamó índice de Quetelet hasta que en España, hace unas décadas,
comenzó a llamarse IMC.

122
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

Aunque Quetelet, lógicamente, nunca habló de drogas, es cierto, que, en la actua-


lidad, en la mayor parte del mundo, la forma de medir las cuestiones relativas a estas,
siguen de forma estricta, incluidos sus errores, el modelo de la estadística moral de
Quetelet, como si en más de doscientos años la estadística no hubiera realizado ningún
avance.
Los otros autores citados de manera habitual en los manuales de criminología son
Cesare Lombroso (1835-1909), Raffaele Garófalo (1851-1934) y Enrico Ferri (1856-
1920) que conforman la llamada escuela positiva italiana y que se caracteriza por los
siguientes componentes:

1. Su firme compromiso con el conservadurismo político. Incluso Garófalo y


Ferri, que sobrevivieron hasta dicho periodo, ocuparon cargos políticos rele-
vantes del fascismo italiano.
2. Una explícita creencia en la posibilidad de formular leyes naturales similares a
las leyes de la física y que rigen y ordenan la sociedad humana y que podremos
descubrir a través del adecuado trabajo empírico. Todos ellos se adscriben a lo
que Saint-Simon llamaba física social.
3. Una actitud cruda y descarnada ante el delito y el delincuente, al que no dudan
incluso en describir con términos peyorativos, pero que justifican en su empeño
por construir una “verdadera explicación científica”. Por ejemplo, el centro de las
explicaciones de Lombroso está en los atavismos raciales, en la idea de los de-
lincuentes innatos y en los estigmas degenerativos, que “no tienen otra solución
que (ser) suprimidos”, aunque es cierto que, a la vez, sostiene que “no todos los
delincuentes padecen tales anomalías” (Lombroso,1876). También es cierto que
Ferri no compartía su punto de vista y pensaba que, aparte de estos factores bio-
lógicos, existían otros situacionales, curiosamente los mismos que años después
utilizo Durkheim para describir los hechos sociales (Ferri, 1880).
4. Sostener que el objetivo final que los lleva a tratar de descubrir estas leyes na-
turales reside en la posibilidad de comprender así el mundo y poder garantizar
un progreso ordenado y fundamentado en un verdadero conocimiento de los
hechos.
5. Asumir que el método empírico, entendiendo que se trata de la misma estadís-
tica que propone Quetelet, y de la misma manera que la utiliza este autor, su-
pone practicar “un inductivismo estricto”, que les va a permitir superar la mera
“especulación jurídica y moral” de Beccaria. Del que, sin embargo, respetan
su rol como “pensador ilustrado y reformador”, pero no pueden aceptar que la
mera razón dé cuenta de una realidad a la que solo se puede acceder mediante
métodos empíricos.
6. Los tres autores describieron tres tipologías de criminales, más o menos natos
o atávicos, con mayor o menor influencia de algunos factores contextuales. Las

123
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

tipologías son diferentes pero los factores empíricos que las hicieron posibles, a
pesar de su supuesto inductivismo, permanecen ocultas (García Pablos, 2016).
7. A pesar de ello, insisten, el delito es un “hecho natural”, y no tanto una abs-
tracción jurídica o formal. Pero también se trata de un hecho natural que ame-
naza la “adecuada evolución” de la sociedad, porque la propia sociedad no es
homogénea sino un organismo complejo en el que existen diversas formas de
“enfermedad social”. Una de estas enfermedades, quizás la más peligrosa, es
la delincuencia. Es necesario, por tanto, eliminar la delincuencia para evitar el
riesgo y reconstruir la “salud social”. En un famoso párrafo, en el que además
cita a Herbert Spencer, Enrico Ferri se proclama, en un dramático e intenso dis-
curso, un decidido darwinista social que trata de “eliminar el salvajismo atávico
de los criminales natos” para poder así “mejorar la sociedad” (Ferri, 1880).

Precisamente es esta actitud exclusivista, elitista, racista y etnocéntrica, por supues-


to contraria a cualquier forma de utilitarismo moral, propia del darwinismo social, la que
desprestigió, a partir de un determinado momento histórico, al positivismo, Aunque a la
vez lo siguen citando, de forma extensa, todos los manuales de criminología, ¿Por qué
ocurre esto? Pues sencillamente porque los positivistas estaban muy empeñados en crear
una verdadera ciencia criminológica y esta actitud les engrandece, aunque se confundan
a la hora de hacerlo. Pero, como bien se preguntan otros criminólogos (Taylor, Walton y
Young, 1973), ¿tenían los instrumentos metodológicos y técnicos adecuados y suficien-
tes para hacerlo? Pues con absoluta seguridad, y con la perspectiva que nos ofrece el
tiempo y un mejor conocimiento de las insuficiencias de las metodologías que aplicaron,
la respuesta es no, bajo ningún concepto y con rotundidad, no los tenían.
Pero tras esta respuesta surge otra pregunta que no suele plantearse ningún criminó-
logo, quizás porque piensen que no tiene ningún sentido, ¿creían sinceramente ellos que
disponían de estos instrumentos? Y entonces la respuesta es sí, rotundamente, sí creían
que los tenían.
En este punto llegamos a una cuestión clave para comprender las propuestas de este
manual, porque, como veremos en próximos capítulos, los instrumentos metodológi-
cos y técnicos de los que disponía la escuela positiva italiana son los mismos que, con
demasiada frecuencia, se siguen utilizando con relación a las drogas y también son mu-
chos los que aún creen que estas metodologías les proporcionan información científica
completa y válida.
De hecho, nos hemos molestado en explicar de forma amplia el pensamiento de
Cesare Beccaria, para poder comprender el paradigma fundacional (y aún vigente) en
la criminología y poder así realizar un adecuado acercamiento el tema de las drogas.
Después hemos continuado explicando la escuela positiva precisamente para mostrar
sus dificultades metodológicas para realizar la tarea que decían realizar. Y esto es esen-
cialmente lo que aún está pasando con las drogas y la criminología.

124
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

4.2.2. Las peculiaridades de la criminología positiva en España

¿Cómo llegan a España las aportaciones de la criminología clásica y positiva? En ambos


casos de forma relativamente rápida, aunque adaptados a nuestro perfil cultural y polí-
tico. También es cierto que Beccaria era bien conocido en la España de la Ilustración,
pero la vuelta de Fernando VII y la reinstauración de la inquisición (1814-1834, con el
paréntesis del Trienio Liberal) supuso su censura. El positivismo en cambio se recibió
rápidamente, aunque dio lugar a variadas interpretaciones (Alvarado y Serrano, 2007).
Un testimonio muy particular para la criminología, pero poco conocido, es el del doc-
tor Pedro González Velasco, cuyas colecciones “lombrosianas” sobre ajusticiados en ga-
rrote vil fueron la base de la creación del actual Museo Nacional de Antropología, en el
que aún están guardadas. La historia y la vida del doctor Velasco, pendiente de escribir,
escenifica muy bien la singular, relevante y brillante recepción del positivismo en España.
También explican su posterior invisibilidad.
Quizás fueron todo circunstancias fortuitas, pero está claro que las condiciones so-
ciales, culturales y políticas del país proyectaron una recepción singular del positivis-
mo que combina empirismo, pero no solo estadístico, sino que incluye otros métodos
como “la encuesta cualitativa”, la observación y la recopilación de datos secundarios,
así como análisis muy estructurales vinculados a las condiciones políticas y sociales de
desigualdad, protagonizada por organizaciones como la Institución Libre de Enseñanza,
que muestran una visión bastante exacta de lo que nos ocurría, aunque a muchos les
pareció que no podía o no debía ser esto.
Todos estos logros se condensan en la creación del Instituto de Reformas Sociales
(IRS) y la Comisión de Reforma Social (CRS) en 1883, que elaboró entre 1889 y 1893
los Informes sobre reformas sociales, que en 1985 fueron publicados en facsímil por el
Ministerio de Trabajo y Seguridad Social en 5 volúmenes. Se trata, un amplio informe
del que han oído hablar muy pocos españoles, quizás porque en su momento fue, en
el ámbito internacional, el trabajo más ambicioso y más eficiente de estadística social
positivista jamás emprendido y logrado.
La criminología fue la ciencia central en este proceso, lo que no ocurrió, al menos
con tanta intensidad en otros países. También es verdad que esta peculiar (y seguramente
notable) aportación española desapareció en el año 1939 y que hasta el cambio de ré-
gimen político en el año 1978 no fue posible recuperarla como tal, e incluso una parte
importante de sus textos más emblemáticos fueron reeditados entonces. Pero en reali-
dad, en el año 1978 y en casi todos los campos de conocimiento, la mirada académica
se dirigía más hacia el mundo anglosajón, al que tratábamos de emular, que a recuperar
algunos logros del pasado que el franquismo había conseguido invisibilizar. Sin embar-
go, este relativo silencio e invisibilidad académica, no impide, que, en este momento,
al menos en relación con las drogas, se puedan mostrar los logros criminológicos reales
de dicha etapa.

125
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

De manera muy sintética se puede afirmar que el origen de esta criminología espa-
ñola se encuentra, posiblemente, en Pedro Dorado Montero (1861-1919), catedrático de
derecho penal, introductor del “positivismo sociológico italiano” de Garofalo y Lom-
broso en España, pero que en realidad mantuvo toda su vida una posición reformista
(pedagogía correccional, la llamaba) muy en la línea de Becaria y de Bentham. También
tenía claro la idea de que “el control social en España era un instrumento de las clases
hegemónicas para mantener las condiciones de extrema desigualdad” e incluso, como
no podía ser menos, vivió un intenso conflicto con la Iglesia católica, que incluso trato
de excomulgarle por sus comentarios en clase, lo cual lo sitúa en las antípodas ideológi-
cas de sus maestros italianos (Blanco, 1982).
¿Por qué la focalización en el tema de la diferencia y la desigualdad social diferen-
cia la criminología positiva española de las otras tradiciones positivistas? Podemos atri-
buirlo a una cuestión de sensibilidad o bien a una cuestión de realidad social, o incluso
mejor, a la relación entre ambas. En el capítulo 8, al hablar de la epidemia de heroína,
tendremos ocasión de responder con más datos a esta pregunta.
Del árbol que plantó Dorado Montero surgen diversas ramas, entre las que, sin pre-
tender ser sistemáticos ni ordenados, podemos citar al médico Rafael Salillas (1854-
1923), uno de los reformadores de nuestras prisiones, que tomó de Lombroso y muy
por los pelos, la idea de que la ley natural que explica la delincuencia es la pobreza y la
desigualdad, algo que expresó en textos que merece la pena recordar, como son La vida
penal en España (1888), El delincuente español: el lenguaje (1896), recientemente ree-
ditado por el Boletín Oficial del Estado (2004), Hampa: antropología picaresca (1898)
y La teoría básica (bio-sociología) (1901).
Entre los años 1898 y 1903 llevó a cabo diversas actividades científicas patroci-
nadas por el Ateneo de Madrid. Entre estas actividades, la más significativa fue, sin
duda, la llamada encuesta sobre las costumbres populares relativas al nacimiento
matrimonio y muerte, la más completa fuente documental que poseemos, no solo
sobre estas cuestiones, sino sobre las creencias en torno a la salud de los españoles
en 1901. Fue realizada por la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo,
que Salillas dirigía y en la que, entre otros, figuraba Constancio Bernaldo de Quirós.
Basándose en los datos recogidos, Salillas escribió su singular libro La fascinación
en España (1905).
Otra rama relevante, sobre la cual el propio Rafael Salillas escribió una biografía,
se refiere a la prolífica escritora, primera mujer licenciada en derecho en España, activa
sufragista y militante social, Concepción Arenal (1820-1893), a la que la criminología
le debe sus exhaustivos informes como “visitadora penitenciaria” y el texto El paupe-
rismo, que utiliza las nociones de la escuela positivista, para explicar, sin embargo, que
el “criminal” no nace, sino que se hace por las dificultades que tiene que soportar por
su condición social. Un precedente olvidado pero que sitúa a la criminología española
como un referente central en la trayectoria posterior de la disciplina.

126
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

Otras figuras importantes son el jurista, pedagogo y filósofo Francisco Giner de los
Ríos (1830-1915), que introdujo la criminología en sus obras sobre filosofía del dere-
cho, promocionando la enseñanza de la criminología en la Institución Libre de Enseñanza
(ILE). Constancio Bernaldo de Quirós (1879-1959), alumno del anterior, catedrático de
Criminología y autor de Las nuevas teorías de la criminalidad (1998), exponiendo de for-
ma sistemática las teorías criminológicas, pero especialmente sus escritos sobre sociología
del delito, como La mala vida en Madrid (1901), Criminología de los delitos de sangre
en España (1906), Figuras delincuentes (1909), Lecciones de criminología (1953) y, más
próximas a la antropología criminal, el maravilloso libro La picota (1907) y, por supuesto,
El espartaquismo agrario andaluz (1919).
Podemos tomar a modo de ejemplo del buen hacer criminológico el texto de Cons-
tancio Bernaldo de Quirós (CBQ), Criminología de los delitos de sangre en España, edi-
tado en Madrid por la Editorial Internacional en 1906 y dedicado a Miguel de Unamuno.
El libro es coetáneo a alguno de los textos de Durkheim, que CBQ no parecía conocer,
con aportaciones y argumentos equivalentes, a los que hay que añadir aportaciones en
torno a las geografías del delito que una década después difundirá la escuela de Chicago.
A la vez mantiene la posición de Beccaria de que el saber tiene un origen que no es todo
el saber. Su análisis de las causas de los delitos de sangre en España es muy complejo,
ya que considera factores sociales, culturales, políticos, ambientales y, por supuesto,
lombrosianos. Vinculando estos últimos a la confluencia de los anteriores sobre ámbitos
territoriales concretos.
Aunque sus estadísticas son limitadas, parte de una ventaja paradójica: España mos-
traba entonces, en especial la España rural, una de las mayores tasas de violencia de
Europa. Finalmente propone remedios relacionados primero, con la cultura, en particu-
lar, el analfabetismo, segundo, con la regeneración social y apoyando las opciones del
movimiento por la templanza y optando por soluciones moderadas de control social que
son las que se han impuesto en el mundo un siglo después, y finalmente, con la justicia
con propuesta de reforma de la magistratura, el sistema penal y la ley de enjuiciamiento.
En conjunto, la vibrante y moderna criminología positiva española, que debería ocu-
par un lugar central en la historia de la disciplina, en parte por su preocupación por los
temas sociales y culturales, en los que bucea para investigar el origen del delito vinculán-
dolo, en palabras de Rafael Salillas, a “la pobreza, él analfabetismo y a las desigualda-
des sociales, que de resolverse reducirían notablemente el volumen de delitos”, y muy
alejada de la coetánea, encorsetada y reaccionaria criminología positiva italiana, a la que
todos los libros, en todo el mundo, sin embargo, citan.
¿Por qué es tan diferente la criminología positiva española de su supuesta matriz
italiana? Caben varias explicaciones, la primera, la euforia de la unificación italiana con-
cluida en 1870, que proporcionó un largo periodo de optimismo en aquel país, que se pro-
longó hasta 1920. La segunda, que mientras la criminología italiana fue un movimiento
institucional, la española, salvo y de manera indirecta a través de algunos departamentos

127
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

universitarios, formaba parte de la oposición política, de tal manera que mientras en


Italia el delincuente era una amenaza para el nuevo sistema político, en España era la
víctima de un sistema social que cultiva la más extrema desigualdad.
Finalmente, en Italia, el darwinismo social, a pesar de ser un país católico, tuvo un
fuerte desarrollo, mientras que en España tanto el darwinismo social como el eugenismo,
solo contaron, por un tiempo limitado, con la figura de Gregorio Marañón (1887-1960),
y, por supuesto, Hildelgart Rodríguez (1914-1933), cuya corta y extrema vida represen-
ta, mejor que nada, lo ajenas que fueron estas ideas en España (Aguinaga, 2010).
De hecho, podemos tener la experiencia personal de leer todas estas obras para ob-
servar cómo nos acerca, y mucho, sin que nadie parezca haberse percatado hasta hoy, a
la obra David Matza, que comentaremos más adelante. Su naturalismo no está lejos del
naturalismo social practicado por la criminología positiva española desde hace más de
un siglo.
Una criminología que en bloque adoptó una postura reformista durante la Segunda
República, lo cual la aleja aún más de la criminología italiana, fuertemente vinculada al
sistema fascista de aquel país y también explica el rechazo que sufrió durante la etapa
del franquismo. Aunque hay que reconocer una cierta continuidad gracias a la obra del
criminólogo cubano de origen menorquín Fernando Ortiz (1881-1969), también alumno
de los anteriores, el cual preservó la tradición criminológica española en La Habana con
títulos como Los negros brujos: apuntes para un estudio de etnología criminal, escrita
en España en 1906, Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (1940), que prologó
Malinowski, así como la larga serie de textos sobre la música cubana, el alcohol y el ta-
baco que publicó entre 1934 y 1955, muy similares a los posteriores trabajos de Howard
Becker, a los que nos referiremos más adelante.
También debemos citar a Julio Caro Baroja (1914-1995), quien en Realidad y fanta-
sía en el mundo criminal (1986), trató de condensar gran parte de las ideas de la crimi-
nología positiva española, cuando ya nadie se acordaba de su existencia. Por cierto, JCB
realizo una serie de trabajos históricos y empíricos sobre los orígenes del crimen organi-
zado en el sur de Europa, cuya certeza científica es indudable, pero que jamás han sido
citados en ninguno de los populares textos sobre “historia de la mafia”, que prefieren
referenciar mitos tan glamurosos como falsos. Además, Caro Baroja aportó, desde esta
perspectiva, reflexiones tan actuales como poco conocidas en la serie de conferencias en
torno a “la antropología criminal y la política” (1988) (www.march.es).
¿Qué nos sugiere la criminología española en relación con el tema de las drogas? En
realidad poco porque el concepto estaba en construcción, aunque el alcohol era mencio-
nado con frecuencia (las drogas menos), pero lo cierto es que sus reflexiones eran más
propias de Durkheim que de Lombroso, ya que para todos los autores citados eran sustan-
cias normales (es decir, en sí mismas no eran patológicas) que no tenían (ni debían tener)
un estatus singular, pero en todos los casos indicaban que su “mal uso” se vinculaba a
las condiciones de desigualdad social y miseria extrema imperantes en España. Se podrá

128
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

pensar que esta era una posición ideológica por el perfil político de aquellos primeros
criminólogos españoles, pero a la vez, la criminología explícitamente católica de la épo-
ca, ciertamente escasa pero bastante consistente, quizás por la influencia del IRS, donde
todos estaban representados, no pensaba de otra manera (Montes, 1911).
En todo caso, ¿por qué se ha dedicado un largo apartado a esta etapa de la criminolo-
gía española si no hablaron de las drogas? Pues porque cuando más adelante analicemos
lo que pasó en España con las drogas en la década de los años 70 y 80, veremos que si se
hubiera tenido en cuenta esta experiencia criminológica propia, es posible que no se hu-
bieran cometido algunos errores. Pero entonces, mirar hacia nuestro pasado era un error
y todo el conocimiento en torno a las drogas, y también a otros asuntos, solo y exclusi-
vamente podía proceder de los artículos que se publicaban en el ámbito anglosajón. En
todo caso, esta recuperación constituye una tarea relevante para la actual criminología.

No dejes de leer
El movimiento a favor de la templanza, el vínculo sindical y el sufragismo

Ciertamente, las drogas como tales no aparecen ni en la criminología clásica ni en


la positiva, tampoco aparecerán posteriormente, como veremos, ni en la obra de
Durkheim ni tan siquiera en las explicaciones territoriales de la escuela de Chica-
go. En el caso de Merton, veremos cómo solo se las cita en el contexto de otros
análisis. De hecho, el tema de las drogas, salvo de forma excepcional, no aparece en
las ciencias sociales, ni en otras disciplinas científicas, hasta después de la Segunda
Guerra Mundial.
Esto ocurre porque el sistema internacional de fiscalización no cuajó de for-
ma efectiva hasta el Convenio de Ginebra de 1936, y en realidad este no pudo
entrar en vigor a causa de la Segunda Guerra Mundial. Pero tras el Protocolo de
Lake Success (1946), el sistema se recuperó e incluso obtuvo un mayor consenso
gracias al propio éxito de Naciones Unidas. Este hecho implica que el recorrido
judicial, político y científico de la categoría drogas es en realidad mucho más corto
de lo que se suele suponer. Es cierto que el proceso de fiscalización internacional
se inició en 1909, pero su efectiva implantación no se produjo hasta 1946. Sin duda,
la forma de gestión del tema por parte de la Alemania nazi tuvo mucho que ver
con el automatismo de este consenso posterior.
Pero en cambio, el alcohol, considerado como una sustancia que producía
consecuencias equivalentes a las que después se atribuyen a la categoría drogas,
aparece ya en el siglo  xix y, como hemos visto, sí comienza a ser citado por la
criminología.
¿Por qué ocurre esto? Pues en gran medida, el alcohol formaba parte, al
menos desde el siglo  xviii, de aquello que rechazaba el estilo de vida puritano:

129
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

no se consumía en la familia, pero, a la vez, la taberna local o barrial no era un


lugar recomendable. Pero lo que ocurrió en el siglo xix es que este estilo de vida
puritano tuvo que someterse a la prueba de las transformaciones de la Revolución
Industrial y de la presión de la industria que fabricaba destilados. El estilo de vida
puritano había mantenido su hegemonía, desde el ámbito rural, en las sociedades
en las que estaba presente durante casi tres siglos. Pero en realidad, los puritanos
no formaban una mayoría social, salvo en algunas zonas de Alemania, en Suiza y en
el norte de Europa. Se trataba de una minoría que veía amenazado su estatus cul-
tural por los cambios que se estaban produciendo y que los llevaba a convivir con
no puritanos. Esto ocurrió especialmente en Estados Unidos y en el Reino Unido.
El alcohol, de manera muy similar a lo ocurrido con la sexualidad libre de la
segunda mitad del siglo xx, se convirtió en la condensación de todas estas amena-
zas.Y de hecho era una amenaza para el estilo de vida puritano. La reacción fue la
creación del movimiento a favor de la templanza, que se expresó a la vez que el mo-
vimiento contra la esclavitud, pero mientras en el tema de la esclavitud se produjo
un amplio apoyo social, y rápidos resultados en los dos países citados, no ocurría
lo mismo con la cuestión del alcohol, cuyo uso se expandía de forma continua.
Hacia 1865, finalizada la guerra de Secesión americana, que fue un episodio
clave de la lucha contra la esclavitud, se priorizó el tema de la templanza hacia el
alcohol. Entonces se iniciaron una serie de acciones que solo se produjeron en los
dos países citados. Aunque es cierto que el movimiento se escindió en dos pers-
pectivas diferentes, la más radical, a favor de la abstinencia total y la más relajada,
a favor de la moderación. En Inglaterra tal escisión se escenificó en la polémica
entre Charles Dickens (moderación) y su ilustrador y amigo íntimo, George Crui-
kshank (abstinencia), que supuso una ruptura total entre ambos.
Este último, el creador moderno de las caricaturas y las tiras cómicas en la
prensa, pintó una serie de cuadros sobre las consecuencias del alcohol, el más
conocido de los cuales es The Worship of Bacchus, que está, con sus impresionantes
4,06 por 2,36 metros, en la Tate Galery de Londres y que se puede ver en la página
web de dicho museo. El cuadro de Cruikshank, al estilo de los cuadros renacentis-
tas sobre los grupos sociales en las ciudades, representa, mejor que cualquier texto,
lo que percibía sobre el alcohol el movimiento por la templanza, en su versión de
abstinencia total y rigurosa.
El movimiento no parecía destinado a obtener demasiado éxito, pero dos he-
chos inesperados lo reforzaron, por una parte, la publicación del libro de Friedrich
Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, escrito en 1845, aunque no se
publicó hasta 1885, es un texto clave, y quizás el más difundido, del marxismo (En-
gels, 1845). En dicho libro, Engels describe el alcohol como parte del mecanismo
de explotación del proletariado y aboga por una rigurosa legislación sobre aquel,
al tiempo que invita a los sindicatos de clase a sumarse a la lucha por la templanza.

130
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

A finales del siglo xix, los sindicatos se habían sumado, en algunos países con gran
diligencia, aunque en España con menos énfasis, pero tanto en la UGT como en la
CNT aparecieron importantes grupos favorables a la templanza (Uso, 2015).
El segundo hecho inesperado es menos conocido y de hecho se limitó a Es-
tados Unidos y se debió a algo que el propio Engels había denunciado: la relación
entre el alcohol y el maltrato doméstico y la violencia contra las mujeres. En Nor-
teamérica, la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza (WCTU), de origen
puritano, se planteó un programa de reforma social a largo plazo para afrontar el
tema del alcohol, y pronto la cuestión de la violencia de género y lo que entonces
se consideraba el maltrato doméstico, en su relación con el alcohol, ocupó una
parte esencial de su estrategia.
Un tema que las llevo a reivindicar el voto femenino para empoderar a las
mujeres contra estas situaciones familiares. Coincidió así una organización religio-
sa con las reivindicaciones de las sufragistas y entre ambas pusieron en marcha un
movimiento social de gran impacto, que permitió la aprobación de la ley seca en
1917 y del sufragio femenino en 1920.
Como hemos visto, Estados Unidos trató de que la ley seca formara parte
del sistema internacional de fiscalización de drogas, pero esto fue rechazado en el
acuerdo de Ginebra de 1925. Y en todo caso, en dicho país, la ley seca fue dero-
gada en 1933, con una opinión pública convencida de que había sido una medida
contraproducente.
Toda esta descripción explica cómo la criminología asume la cuestión del
alcohol de forma progresiva desde el año 1860, mientras la cuestión de las drogas
queda pospuesta y no será naturalizada en el ámbito de las ciencias sociales hasta
después del año 1946.

4.2.3. ¿Qué nos queda del positivismo en relación con las drogas?

Como ya hemos explicado, queda muy poca cosa, esencialmente porque la categoría
drogas no apareció hasta más adelante, aunque como veremos sobrevive en casi todo
el mundo el modelo estadístico de Quetelet para “explicar lo que pasa con las drogas”.
Pero, como ha señalado la nueva criminología, el positivismo sobrevive en determinado
tipo de explicaciones neurológicas y biológicas, como las teorías cromosómicas, las for-
mulaciones de Hans Eysenck y de Gordon Trasler y reaparecen, incluso, como atractivas
explicaciones para la opinión publica en los tempranos modelos de seguridad ciudadana
(Taylor, Walton y Young, 1973).
En el capítulo 5 se dedicará bastante espacio a esta cuestión con relación a los
conceptos de adicción y patología dual. Lo que justifica la necesidad de prestar tanta
atención en este punto a la criminología positiva que, en apariencia, nunca aportó nada

131
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

en relación con las drogas es que sí lo hizo, aunque nunca lo supo, y menos en un país
católico y mediterráneo.
Para poder comprender esto debemos considerar la definición que ofreció Lom-
broso del delincuente alcohólico, que formaba parte de la categoría más amplia de
pazzo (el delincuente loco). El delincuente alcohólico se caracterizaba por el consumo
compulsivo y continuo de alcohol, al que consideraba “un excitante”, pero que a la vez
“paraliza y narcotiza los sentimientos más nobles” porque “transforma el cerebro sano
en uno enfermo”. ¿Cuáles son los tipos (o quizás características) más habituales de los
delincuentes alcohólicos?

1. Los casos degenerativos congénitos, aunque frecuentemente los adquiridos no


solo escasean los caracteres degenerativos, sino ofrecen muy seguido la vida
anterior honestísima.
2. La extraña apatía e indiferencia, que a veces llega a ser muy violenta.
3. La embriaguez aguda, aislada da lugar por sí sola, al delito, porque arma el bra-
zo, enciende las pasiones, nubla la mente, etc.
4. Tiende al cinismo humorístico y fuertes tendencias al robo, estupro, aunque
después de esto llegan a un profundo sueño y quizás hasta la amnesia, que si es
peor aun puede realizarse un suicidio.

Lombroso cita incluso varias formas de alcoholismo, como el hereditario, el compli-


cado con otras enfermedades y el crónico. Pero en todo caso, la descripción del delincuen-
te alcohólico no aparece hasta las últimas ediciones de su obra El hombre delincuente, que
debemos interpretar como la sucesiva y continua ampliación de tipos en el marco de una
explicación preexistente.
Se debe tener en cuenta que esta definición del delincuente alcohólico, formando
parte del delincuente nato se introdujo en El hombre delincuente, coincidiendo con
un cierto interés de un sector de la opinión pública italiana que podríamos identificar
con la irrupción minoritaria del movimiento a favor de la templanza en los países
católicos.
No conocemos cómo fue la extensión de este movimiento en Italia, aunque sí
en España (Uso, 2010), y nos consta que aquí contó con una fuerte oposición de la
Iglesia católica, una intensa militancia por parte de los misioneros evangélicos y
una cierta respuesta entre los sindicatos de clase, en particular de la CNT. La crimi-
nología positiva española no pareció interesarse mucho por el tema, quizás porque
se sentía muy alejada del modelo conceptual de la cultura puritana y, como ya se
ha explicado, el darwinismo social contó con pocos partidarios en nuestro país. Es
cierto también que apenas se ha explorado el continente de la criminología positiva
en España y es posible que en el futuro se descubra documentación que desdiga esta
apresurada conclusión.

132
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

En todo caso, pensando en que Lombroso era un criminólogo positivista, ¿qué tra-
bajos empíricos realizó para llegar a dicha conclusión? Pues lo cierto es que ninguno,
porque se limitó a seleccionar alguna de las características predefinidas del criminal
nato y a encajarlas con el imaginario social de la época (Landecho, 2004). Aunque, a
la vez, se suponía que su descripción del delincuente alcohólico era el resultado de un
trabajo empírico y científico. Un malentendido que será necesario despejar más adelante
para contestar a las preguntas sobre las drogas con las que hemos iniciado este texto.

4.3. Un giro decisivo: hecho social, anomia y alcoholismo en Durkheim

4.3.1. Una breve descripción de la obra de Émile Durkheim

Como se explica en La nueva criminología (Taylor, Walton y Young, 1973), “El valor
fundamental de la obra de Durkheim fue exponer los elementos de la explicación social
en un momento en el que la filosofía política y ética, la ‘ciencia’ de la economía política
y las escuelas positivas estaban unidas tras la bandera del individualismo”. Por indivi-
dualismo podemos leer además individualismo metodológico, es decir, lo que después
se llamara teoría de la elección racional, aunque en aquel momento no se presumiera la
racionalidad absoluta para la conducta humana, pero sí que estaba guiada por el egoís-
mo el cual, se suponía, tenía una explicación meramente biológica.
En este sentido, Durkheim rompe con la tradición de la criminología positiva, que
se sustentaba exclusivamente en los vértices PS del individuo y CH de la biología, para
proponer una explicación holística alternativa sustentada en los vértices SC de la so-
ciedad y CS de la cultura, lo que debería haber supuesto una transformación radical del
vértice PA de la actuación, pero Émile Durkheim (1858-1917), un judío alsaciano que
vivió en la Francia antisemita del affaire Dreyfus (cuyo proceso se inició en 1894), el
cual también era judío y alsaciano, convirtió a Durkheim en un hombre cauteloso, que
no quería que se le ligara a ninguna propuesta política y mucho menos en relación con
la criminología, lo cual nos obliga a interpretar a Durkheim desde la teoría sociológica
general, ya que realizó escasas menciones al ámbito de las propuestas criminológicas
concretas. De hecho, hubo que esperar casi un siglo para que las teorías del control so-
cial trataran de explicar aquello que Durkheim prefirió obviar.
En todo caso hay que comprender que, a pesar de todo, Durkheim negó frontalmente
las posiciones de las dos figuras intelectuales de referencia (que ocupaban puestos de
poder) para las instituciones de la III República francesa, la del médico militar y gran
figura del positivismo criminológico francés, Alexandre Lacassagne (1843-1924), que
reivindicaba la dureza del castigo, y la del psicólogo y criminólogo positivista Gabriel
Tarde (1843-1904), que defendía la idea de que “el comportamiento criminal es una
cuestión de imitación” (Kaluszynski, 2002).

133
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

El punto de partida de las explicaciones teóricas de Durkheim se sustenta en la di-


visión social del trabajo, lo cual le aproxima a Marx, pero mientras Marx utiliza de for-
ma racional y directa esta distinción para, de forma explícita, hablar de clases sociales
en pugna, Durkheim considera que la distinción produce, por sí misma, consecuencias
culturales y conductuales, lo que a su vez es aquello que produce (y reproduce) las dife-
rencias sociales. Frente a la solidaridad mecánica propia de las sociedades primitivas, la
división social del trabajo, en las sociedades históricas, produce una solidaridad orgáni-
ca, donde los sujetos son interdependientes y muy desiguales, de tal manera que el fun-
cionamiento de la sociedad crea situaciones enmarañadas que no siempre pueden ser las
adecuadas. Es decir, no es la mera posición social la que determina el comportamiento (y
la identidad), sino que esta viene mediada por un conjunto de factores, ciertamente todos
ellos vinculados a la división social del trabajo, pero que establecen constelaciones que,
en apariencia, no tienen que ver con la diversidad de estatus.
Un ejemplo para entenderlo mejor: la pobreza de aquellos que tienen trabajos preca-
rios, por sí misma solo es una situación, pero a la vez esta situación puede relacionarse
con otras situaciones sociales como la falta de educación y de oportunidades vitales, de
apoyos familiares amplios, de vivir en una familia disfuncional, de compartir actitudes
de sumisión social, de participación en un subcultura marginal, de un sentimiento de de-
presión por falta de expectativas y esperanzas, así como de uso de drogas o alcoholismo.
Todo ello combinado supone una situación anómica (de anomia), aunque, a la vez, es
difícil que cada una de estas situaciones en exclusiva y por sí misma y sin el concurso
de las demás produzca anomia. Todas las situaciones descritas se vinculan a la división
social del trabajo, pero cada una a su manera, y es poco frecuente que cada una, sola y
por sí misma, pueda producir esta situación de anomia social.
Al estudiar El suicidio (1897), Durkheim percibe estas constelaciones de facto-
res y, utilizando una metodología positivista, descubre además que están sometidas a
permanentes cambios, cambios estacionales, cambios que tienen que ver con factores
económicos y políticos, en particular, la guerra, con los conflictos sociales, las creen-
cias religiosas y sus propias transformaciones (que actúan de forma paradójica), los
sentimientos de alienación y de otros factores que determinan cuatro tipos de suicidio:
altruista, egoísta, anómico y fatalista.
Siendo el suicidio anómico el más frecuente y el que depende de las características
de la estructura social y cultural (cambiante) en un momento determinado. Como con-
secuencia, el suicidio resulta, de forma exclusiva, un hecho social, que solo se puede
explicar como una cosa, es decir, desde la perspectiva de la constelación de factores en
un momento histórico determinado. Imaginar que el suicidio es, de manera esencial, una
decisión individual es una equivocación, porque en realidad se toma determinado por
esta constelación de factores que se condensan sobre una persona en un momento dado.
La anomia significa que las normas se congelan porque es en parte ausencia y
en parte transgresión de normas, es decir, existen porque son transgredidas, pero no

134
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

existen porque no son respetadas. En cualquier caso, el delito es más frecuente en si-
tuaciones anómicas, pero no es exclusivo de las estas, aunque algunos interpretaran que
existe gradación anómica.
En términos del propio Durkheim:

El delito no se observa solamente en la mayoría de las sociedades de tal o cual


especie, sino de las sociedades de todos los tipos. No hay una en la que no haya
criminalidad. Esta cambia de forma, los actos así calificados no son en todas partes
los mismos; pero en todos los sitios y siempre ha habido hombres que se conducían
de forma que atraían sobre ellos la represión penal. Si al menos, a medida que las
sociedades pasan de los tipos inferiores a los más elevados, el índice de crimina-
lidad, es decir, la relación entre la cifra anual de los delitos y la de la población,
tendiese a bajar, se podría creer que, aun siendo todavía un fenómeno normal, el
delito tendía, sin embargo, a perder su carácter.
Pero no tenemos ningún motivo que nos permita creer en la realidad de la
regresión. Antes bien, muchos hechos parecen demostrar la existencia de un mo-
vimiento en sentido inverso. […] Por tanto, no hay fenómeno que presente de
manera más irrecusable todos los síntomas de normalidad, puesto que aparece es-
trechamente ligado a las condiciones de toda vida colectiva. Hacer del delito una
enfermedad social sería admitir que la enfermedad no es una cosa accidental, sino,
por el contrario, una cosa derivada en ciertos casos de la constitución fundamental
del ser vivo (Durkheim 1895).

4.3.2. El alcohol en el relato teórico de Durkheim

El apartado anterior concluía con una larga cita de Las reglas del método sociológico
(1895), que se corresponde con el capítulo “Reglas relativas a la distinción entre lo
normal y lo patológico”, que concluye de una forma que debería extrañarnos porque en
nuestra sociedad actual se considera, por regla general, que “la enfermedad es parte de
la vida normal al igual que la muerte”. En cambio, Durkheim hace más de un siglo lo
considera como, porque así se lo decía el sentido común habitual de la época, como algo
anormal, porque lo normal era la salud y lo anormal la enfermedad. La transformación
conceptual se corresponde con un cambio en el sentido de la dualidad normal/patológico.
Entonces la enfermedad era patológica, ahora la enfermedad es “normal”, aunque
suscita profundos sentimientos cuando resulta “estadísticamente anormal”, por ejemplo,
cuando afecta a un niño, en el momento en el que la mortalidad infantil ha dejado de ser
“normal”, por un accidente de tráfico (especialmente cuando la responsabilidad no es
del fallecido) o por una enfermedad súbita e inesperada.
Como consecuencia, la normalidad de Durkheim en relación al delito era, por tanto,
una “normalidad muy normal”, al menos en términos de hecho social, pero a la vez el
propio Durkheim establece que “la división del trabajo puede ser patológica”, y entonces

135
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

crea la figura de los “desviados distorsionados en condiciones de anomia”, y justamente,


¿quién aparece ahí?, pues la figura del alcohólico, y si Durkheim hubiera escrito su libro
dos décadas después y varios convenios internacionales sobre fiscalización de drogas
más tarde, sin duda, el “drogodependiente”. ¿Por qué? Pues porque el delito es un hecho
social normal, pero cuando se conforma a partir de elementos estructurales que se sos-
tienen sobre “distorsiones sociales” entonces dejan de ser “hechos sociales normales” y
devienen en patológicos. Es decir, lo que convierte en patológico el alcoholismo (y las
drogas) son las incongruencias en la división social del trabajo. De la misma manera que
la anomia era patológica porque impedía “la libre expresión del individualismo”.
Veamos dos ejemplos, el primero, ¿por qué y dónde se ha normalizado la enferme-
dad y la muerte como aspectos de la propia vida? Pues esta idea de normalidad aparece
en aquellos países donde existe un sistema de salud universal y más o menos igualitario
que no establece diferencias entre los ciudadanos. Si una enfermedad o la muerte afectan
de forma diferencial a unas personas y no a otras, la enfermedad es patológica, pero si
todos tienen acceso a los mismos recursos sanitarios, la enfermedad se percibe como una
parte normal de la vida.
Otro ejemplo, del propio Durkheim, que sostenía la idea de que, entre otros factores,
la herencia distorsionaba la división social del trabajo por lo cual propuso abolirla. Así
se garantizaba una mayor racionalidad en la división social del trabajo y, por tanto, una
mayor cohesión social, porque no seria necesario “recurrir a la coacción personal” fuente
de anomia, para compensar la incoherencia de una diferenciación social que se vinculaba
a un hecho irracional: las diferencias producidas por el acceso desigual a la herencia.
No es fácil sintetizar el pensamiento teórico de Durkheim, en parte porque, como
afirma su biógrafo más competente, Steven Lukes, cada disciplina (incluida la crimino-
logía, a la que cita explícitamente) y cada orientación conceptual tiene su propia versión
de Durkheim. La versión de este texto parece la más adecuada para la criminología, pero
si es totalmente sincera. La versión más exacta requeriría leer los textos originales de
Durkheim, que es tarea para toda una vida, y además, sus aportaciones más singulares a la
criminología aparecen en los manuscritos de los cursos sobre “derecho y normas sociales”
que dictó en la Universidad de Burdeos, parte de los cuales han desaparecido. En todo
caso, el conocimiento más sistemático de Durkheim nos lo proporciona el citado Steven
Lukes en un grueso volumen que exige paciencia, pero que es muy recomendable para
los que quieran adquirir un mejor conocimiento de verdadero Durkheim (Lukes, 1973).

4.3.3. La influencia de Durkheim en la antropología

La obra de Durkheim aportó a la antropología social el marco conceptual y teórico


sobre el que se sostuvieron los planteamientos de la antropología jurídica en su fase de
superación del positivismo evolucionista y supremacista. No es nada extraño, porque

136
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

por una parte, el conjunto de la obra de Durkheim representa muy bien el corazón de la
reacción frente al positivismo clásico de Comte y Lombroso, y además es una reacción
intelectualmente muy brillante y consistente, lo que explica su influencia y relevancia en
distintos campos de conocimiento.
Por otra parte, tampoco es extraño, porque Durkheim dejo una cierta obra antropoló-
gica, aunque es cierto que siempre fue un antropólogo de gabinete, una práctica que dejó
de ser aceptaba mientras escribía sus principales textos en el ámbito de la antropología
(Durkheim, 1912), pero a la vez esta misma práctica de reflexión académica facilitó un
marco de referencia común de lo que durante años se identificó como antropología jurí-
dica (Hoebel, 1954). Además, Durkheim oriento a sus alumnos hacia el trabajo de campo,
lo cual facilitó la implosión de la llamada escuela francesa de etnografía, comenzando de
forma discreta con Marcel Mauss y cerrando con el emblemático Claude Lévi-Strauss.
¿Cómo interpreta, por ejemplo, Malinowski la aportación jurídico-criminológica
de Durkheim y la aplica a una sociedad “primitiva”? Pues utilizando, de entrada, el
principio de reciprocidad, que traduce como “el reino supremo de toma y daca” o de
forma más completa como “un cuerpo de obligaciones que todo el mudo considera justo
y reconocido como un deber, que se conserva vigente por el mecanismo especifico de la
reciprocidad […] inherente a la estructura social” (Malinowski, 1926). En relación con
esta cuestión se propone un debate y una reflexión singular al final de capítulo.

4.4. Las explicaciones territoriales de la escuela de Chicago

La llamada escuela de Chicago surge en esta ciudad de Estados Unidos en un momento


histórico muy peculiar, cuando parecía que se iba a convertir en la ciudad más poblada
de Estados Unidos (entre 1840 y 1900 pasó de apenas 40.000 habitantes a dos millo-
nes, mientras que, en el mismo periodo, Nueva York, la ciudad más grande, pasó de
400.000 a poco más de tres millones), además, en aquel momento Chicago aspiraba a
ser (o quizás ya era) la capital financiera, comercial y económica de aquel país. Y este
espectacular incremento de población coincidió con la eclosión del relato sobre crimen
organizado, que se inició antes de la prohibición del alcohol, aunque alcanzó su máxi-
mo esplendor en la etapa de la prohibición y justamente en esta ciudad, tan cercana a la
frontera de Canadá, un país que no se vio afectado por la prohibición, salvo en algunas
ciudades concretas.
Se comprende así que la ciudad de Chicago se convirtiera, para su propia universi-
dad, en el “perfecto laboratorio de la delincuencia urbana moderna”. Un laboratorio que
facilito una teoría integral sobre la ciudad, de la que aún beben urbanistas, sociólogos,
geógrafos y, por supuesto, criminólogos. A la vez se conecta con la tradición antropo-
lógica por su uso de “métodos de investigación y de trabajo de campo” procedentes de
esta disciplina.

137
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Las teorías de la primera y original escuela de Chicago, a las que suele agruparse
bajo el epígrafe teórico de ecología social y cultural, se sitúan en las antípodas de la tra-
dición europea, tanto de la criminología clásica y positiva como de la obra de Durkheim.
Su idea básica es que el delito se concentra en determinadas zonas urbanas y que son
las características de la población de dichas zonas las que lo propician. Luego, descubrir
cuáles son estas características permitiría entender por qué se produce el delito. No se
consideran en ningún caso factores fisiológicos, psicológicos y mucho menos caracte-
rísticas socioestructurales globales diferentes a estos factores (digamos subculturales,
aunque ellos no utilizaron esta palabra) característicos del entorno más inmediato.
En este sentido conecta muy directamente con algunos aspectos de la criminología
positiva española que, en paralelo, siempre consideró que “existían territorios propios
del delito”, particularmente en zonas rurales deprimidas, pero también en barrios mar-
ginales de las ciudades. La trilogía de Pio Baroja La lucha por la vida, formada por La
busca, Mala hierba y Aurora roja, constituye un ejemplo literario para entender esta
visión territorial española.
La obra más representativa (y el resumen de veinte años de trabajo) de la escuela
de la ecología social de Chicago, emblemáticamente titulada The City, de Robert Park,
Ernest Burgess y Roderick McKenzie (1925), nos muestra una determinada estructura
urbana, en círculos, donde aparecen diferentes barrios, muy diferenciados entonces por
sus componentes étnicos y conformados por oleadas de inmigrantes, en los cuales las
características de la criminalidad y la intensidad de esta resultan diferentes.
Cada barrio se caracteriza además por un determinado estilo cultural que le propor-
ciona cohesión y una cierta legitimidad criminal, un concepto que adquirirá su sentido
más completo en la fase de la criminología liberal y crítica. Los autores de The City,
escribieron numerosos artículos sobre delincuencia juvenil y distribución del delito, en
los que sugerían que “el delito era una práctica cultural propia de cada uno de los grupos
sociales urbanos”.
Las teorías territoriales de la escuela de Chicago han pervivido, se mantienen en
paralelo y son utilizadas por otras visiones conceptuales y teóricas, quizás porque po-
seen una fuerte carga de estereotipo, por ejemplo, con las varias decenas de barrios
“altamente marginales” que existen en España y que son objeto de continuos reportajes
periodísticos, que además los asocian al uso y tráfico de drogas. En parte debido a que
la imagen territorial puede representarse como una imagen geográfica, se comprende de
forma intuitiva y determina dónde hay crimen (y uso de drogas, así como las “rutas del
narcotráfico”) y dónde no lo hay (Rosen, 2005).
Pero su supervivencia teórica se asocia a la posibilidad de ejercer acciones y realizar
actuaciones espaciales y urbanísticas, algo que, como veremos, es una de las pocas co-
sas que comparten en la actualidad la corriente criminológica más reconocida (la teoría
del control social) y la práctica criminológica más habitual (el modelo de la seguridad
ciudadana).

138
Teorías sociocriminológicas clásicas sobre el alcohol y otras drogas

4.5. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate

Propuesta 1

Se trata de leer de forma muy detenida la cita de Francis Bacon que aparece enca-
bezando De los delitos y las penas, de Cesare Beccaria, tratando de comprender su
sentido. Después hay que relacionarla con el propio libro de Beccaria, además quizás,
algunos/as estudiantes se animen en este punto a leer un texto que debería ser obli-
gatorio para cualquier criminóloga/o. Se trata de una obra relativamente sencilla, de
la que se facilita una versión digital libre en la bibliografía. En todo caso, se haga lo
que se haga, se trata de comprender, según se vaya avanzando en la lectura de este
manual, el sentido actual de la noción de empirismo utilitarista. La lectura del libro
de Beccaria es además interesante porque si bien podemos observar cómo ciertas
afirmaciones han sido superadas por la evolución social, otras aún esperan una res-
puesta adecuada.

Propuesta 2

Hay que leer el capítulo “La infracción de la ley y el restablecimiento del orden” del
libro Crimen y costumbre en la sociedad salvaje (páginas 87-102, en la citada edi-
ción de la editorial Ariel), de Malinowski. En este texto aparece un ejemplo referido
al suicidio de un chico de 16 años, tras ser acusado de incesto (con su prima, hija
de su tía, lo cual es un crimen muy grave en una sociedad matrilineal exogámica),
un comportamiento que todos conocían, pero que no fue delito hasta que no se hizo
público por parte de un pretendiente despreciado por la muchacha, lo que requería
una sanción inmediata y rigurosa que el chico eludió suicidándose y responsabili-
zando al denunciante de su muerte.
Este ejemplo permite a Malinowski explicar cómo “trampear la ley” para salva-
guardar el principio de reciprocidad y preservar el orden, es y debe ser una estrategia
aceptada y aceptable. Es decir, el delito exige compensación, pero si la compensación
es excesiva o peligrosa para la propia sociedad, es mejor hacer como si el delito no
existiera. En relación con las drogas, ¿ocurre algo parecido en nuestra sociedad? ¿Po-
drías poner algunos ejemplos? ¿Por qué crees que se anuncian medidas de tolerancia
cero y luego se actúa de forma discrecional y se tolera el grueso de la transgresión?
¿Tienes experiencias concretas y personales (o bien de amigos) tanto de tolerancia
como de represión sin razones aparentes para lo uno o lo otro? ¿Puedes entenderlas?
¿Puedes explicar por qué? Es fácil e intuitivo, aunque si tienes dificultades, puedes
seguir leyendo el libro y quizás obtengas algunas respuestas que pueden ayudarte.

Propuesta 3

Toma de forma individual o en grupo un mapa de tu municipio o de la comarca si vives


en un ámbito rural y refleja mediante figuras alusivas cómo crees que se distribuye el

139
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

uso de drogas en este ámbito. Trata de establecer áreas de características comunes


y qué crees que tienen que ver con las drogas. ¿Tiene la distribución resultante al-
gún significado?, ¿es este económico, cultural, étnico o social? Después reflexiona
sobre estas preguntas: ¿esto es lo que imagino o es la realidad?, ¿de dónde procede
mi información? Y al final, ¿en qué área me he colocado yo o bien cada miembro
del grupo?

140
5
Teorías sociocriminológicas en la etapa
del sistema internacional de fiscalización

La segunda parte del capítulo doble sobre teorías sociocriminológicas se inicia con
la irrupción, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, de las teorías liberales y crí-
ticas, que alcanzaron su hegemonía en la década de los años 50 y se mantuvieron (y
en parte se mantienen) como referentes durante unas cuantas décadas. En el capítulo
anterior, la narración era prácticamente europea, pero en este capítulo es casi exclu-
sivamente norteamericana, aunque al final aparecen algunas aportaciones recientes
europeas.
Se trata de un periodo histórico en el que la noción de droga ya se ha normalizado
y en el cual el sistema de fiscalización va a seguir expandiéndose, lo que implica que la
cuestión de la relación droga/delito va a ser explícitamente analizada. La aportación más
útil va a ser, sin duda, el trabajo de David Matza y, por este motivo, se le va a dedicar
un amplio espacio.
Al mismo tiempo trataremos de mostrar cómo desde Émile Durkheim se había
alcanzado una explicación estructural ajustada a los vértices CS y SC, propios de la
antropología y la sociología; sin embargo, con las teorías liberales y críticas se pro-
duce un “continuo deslizamiento hacia el individualismo” tratando de responder “por
qué las personas (una persona en concreto) hacen lo que hacen”. Quizás ocurre esto
porque la representación social intenta por todos los medios dilucidar la cuestión de
la responsabilidad personal y, aunque los teóricos de la criminología reconocen la im-
portancia de los factores estructurales, necesitan dar respuesta a las preguntas sobre
el individuo en un contexto cultural, el norteamericano, caracterizado por su extremo
individualismo.
Toda esta evolución nos conducirá a la última parte del capítulo, que muestra la
actual confrontación entre las teorías del control social y la práctica del modelo de se-
guridad ciudadana, debate en el que las drogas ocupan, de una forma muy precisa, un
lugar muy relevante.

141
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

5.1. La criminología liberal y crítica

5.1.1. ¿Por qué llamarla criminología liberal y crítica?

En este manual se denomina criminología liberal y crítica a lo que en otros se llama las
sociologías del delito, las teorías de la desviación social, las teorías de la etiqueta o del
etiquetaje, las teorías de la reacción social, de la carrera desviada o del proceso de des-
viación o, incluso en algunos casos, la sociología criminal, términos que hacen referen-
cia a la importancia que tuvo dicha disciplina en la conformación de estas teorías pero
que representan un periodo histórico muy concreto (desde la Segunda Guerra Mundial
hasta el inicio de la década de los años 70 del siglo xx) con un claro predominio nortea-
mericano en el ámbito académico de las aportaciones de la sociología a la criminología.
No fueron las únicas sociologías que se ocuparon del delito en dicha etapa, ya que
aparecen otros marcos conceptuales y teóricos, como son las teorías holísticas de la cul-
tura del conflicto y del delito de Donald Taff o de Walter Reckless y, por supuesto, las
diferentes aportaciones de Donald Cressey, de las que nos ocuparemos cuando hablemos
de narcotráfico.
Entonces, ¿por qué llamarla liberal y crítica? Pues porque son estos los dos térmi-
nos que la definen mejor, ya que, por una parte, adoptó una posición liberal propia del
individualismo metodológico, aunque nunca explicitó su posible cercanía a la teoría de
la elección racional, y por otra, estaba enfrentada al predominio de la criminología con-
servadora norteamericana y adoptó actitudes muy críticas, en particular con la falta de
respeto a los derechos individuales por parte del conservadurismo político y cultural, lo
cual les llevó a representar con extremo vigor el llamado liberalismo progresista nortea-
mericano, una opción política que desde los años 60 representa la mayoría del Partido
Demócrata, aunque hasta ahora no ha tenido una versión equivalente en Europa, donde
el liberalismo tiende a ser políticamente más conservador.
Esta visión, a la vez liberal y crítica, influyó de una forma decisiva en la cultura nor-
teamericana, en especial en todo lo relativo a los derechos de las personas y el reconoci-
miento de la diversidad (en particular, la sexual), pero también cambió de forma bastante
radical los procedimientos judiciales en aquel país, dando paso a un derecho penal más
garantista, cuyas reglas se han imitado en muchos países (entre ellos, España). Aunque
la tradición del liberalismo crítico se inició tras la crisis de 1929 y fue especialmente pro-
ductivo en la década de los años 50, no consiguió introducir los cambios aludidos hasta
la propuesta de “La nueva frontera” del presidente Kennedy, ligando desde entonces su
capacidad de influencia a los espacios de poder y gobierno del Partido Demócrata.
La criminología liberal y crítica se identifica además con la importancia que le otorga
en sus investigaciones al tema de las drogas, en una perspectiva que habitualmente des-
dice los presupuestos conceptuales (y no digamos los morales) del sistema internacional
de fiscalización. Pero a pesar de su gran influencia académica e intelectual y de su capa-

142
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

cidad para influir de forma positiva en el sistema penal, fue incapaz de influir sobre las
políticas de drogas en general y sobre el sistema internacional de fiscalización en parti-
cular. De hecho, el endurecimiento del control por parte de los convenios internaciona-
les de 1961 y 1971 se produjo al tiempo que la criminología crítica y liberal apostaba
decididamente por un cambio en el estatus penal de las drogas.

No dejes de leer
¿Por qué el tema de las drogas no aparece de forma amplia y explícita hasta la etapa de
la criminología liberal y crítica?

La razón es muy simple, se trata de una coincidencia cronológica que se puede


percibir de forma muy razonable. Porque las teorías liberales y críticas comienzan
a ser formuladas en la década de los años 30 en Estados Unidos, coincidiendo
con la etapa del fracaso de la prohibición del alcohol en dicho país, pero también
con la aprobación de los convenios de Ginebra (1921, 1931 y 1936), y alcanzaron
su máximo auge (investigación y publicación) en las décadas de los años 40 y 50,
también en Estados Unidos, el lugar donde comenzaban a aparecer problemas so-
ciales y penales relevantes con estas teorías y desde donde se difunden al resto del
mundo sin perder su impronta norteamericana, a partir de la Convención Única
de 1961, el fenómeno de la contracultura hippie en Estados Unidos y su expansión
hacia otros países. Cuando se aprueba el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas
en 1971, la criminología liberal y crítica es la única que posee los instrumentos
para analizar de forma crítica dicho documento (Lamo de Espinosa, 1989), pero
son argumentos poco consistentes. Lo que explica que precisamente la década
de los años 70 sea la oportunidad para las políticas de control social que, como
veremos en próximos apartados, responderán a la cuestión de las drogas de una
forma mucho más directa.

5.1.2. Orígenes: el papel de Thomas Merton y de Edwin Sutherland

El liberalismo crítico aparece como tal en la propia escuela de Chicago gracias a la obra
de Edwin Sutherland (1882-1959), que fue la bisagra generacional entre los autores de
la escuela territorial de Chicago, de tal manera que, cuando en 1925 sus líderes escribie-
ron The City, andaban en torno a los 60 años, mientras que Sutherland ya había escrito
un famoso manual académico específico de Principios de criminología en el año 1923
con apenas 40 años, en un momento en el que gran parte de los futuros “criminólogos
liberales críticos” eran alumnos de la Universidad de Chicago. Un manual que además
fue el referente de la criminología durante casi medio siglo (Sutherland, 1923).

143
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

En dicho texto aparece por primera vez la teoría de la asociación diferencial, que
establece que el delito aparece entre personas que se conocen, que forman parte de gru-
pos concretos, en contextos de conflicto y desorganización social. En estos contextos, el
delito es un aprendizaje social que requiere “introyectar un modelo de comportamiento”
que los adultos que ya son delincuentes transmiten a niños y adolescentes, los cuales son
socializados en un conjunto de normas culturales. Es decir, “no se nace delincuente, sino
que se aprende a ser delincuente” a través de “experiencias adquiridas”, lo que requiere
la presencia de alguien que “eduque en las técnicas de la delincuencia”. Alguien creíble
y aceptable, por supuesto.
La teoría de Sutherland está a medio camino entre el individualismo liberal y la visión
estructural de Durkheim. Por una parte, se trata de un proceso que “les ocurre a los indi-
viduos”, pero mientras que algunos lo aceptan y asumen, otros no; y por otra, Sutherland
pensaba (al menos hasta 1949) que esto solo ocurría en contextos sociales desorganizados
a consecuencia de la desigualdad social, algo que el propio Sutherland describió como
“una consecuencia de la división de la sociedad en clases sociales”, lo que implicaba un
grado de determinismo social muy propio de Durkheim. Aunque es fácil darse cuenta de
que tratar de compaginar lo individual y los contextos sociales siempre supone, para el
propio individuo, un cierto grado de determinismo social.
Aparte de su célebre manual Principios de criminología, Sutherland realizó varios
trabajos empíricos esenciales en la historia de la criminología, entre ellos destaca El la-
drón profesional (1937), para el que utilizó el modelo de las metodologías etnográficas
en un ámbito urbano. En teoría, el libro lo escribieron a cuatro manos Sutherland y un
ladrón profesional llamado Chic Conwell, pero lo cierto es que aparecen numerosos tes-
timonios, situaciones y datos de otros “ladrones profesionales” a los que se entrevistó e
incluso con los que, por las explicaciones del texto, Sutherland mantuvo una cierta con-
vivencia siguiendo la metodología de la observación participante. El texto supone una
confirmación completa de la teoría de la asociación diferencial. Otros autores siguieron
la estela teórica y metodológica de Sutherland, en particular Edwin Lemert, que trabajó
con los falsificadores de cheques, y William Chambliss, sobre los ladrones de cajas de
caudales y sobre los “toxicómanos” a los que consideraba “miembros de una asociación
diferencial con un alto grado de compromiso personal” (Lamo de Espinosa, 1989)
La otra aportación clave de Sutherland fue Los delitos de cuello blanco (1949), cuya
versión completa no se editó hasta 1983 por la Universidad de Yale, y con la que dio otro
giro decisivo en la historia de la criminología. Los delitos de cuello blanco se definen
como “aquellos que comete una persona de respetabilidad y estatus social alto en su ac-
tividad ocupacional”. En dicha investigación, Sutherland estudia los delitos cometidos
por 70 de las 200 mayores corporaciones de Estados Unidos y describe el mecanismo
de “asociación diferencial” que explica cómo los ejecutivos que comenten estos delitos
financieros y actos de corrupción siguen los mismos patrones que los “ladrones profe-
sionales de los ámbitos marginales”.

144
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

Obviamente, se trata de ejecutivos que no viven en un contexto de desorganización


social, pero sí en un contexto de “falta de ética” en el cual es posible “aprender que el
éxito se consigue transgrediendo las leyes”, lo que implica que “el aprendizaje del delito
es transversal a las clases sociales”. Precisamente, uno de los delitos de cuello blanco
que Sutherland incluyó con cierto detalle en este texto fue el de “los profesionales de
la medicina que facilitan recetas de estupefacientes innecesarias por dinero”. En todo
caso, en sus descripciones de estos “ejecutivos corruptos y faltos de ética”, Sutherland
los presenta como producto de un determinado contexto empresarial, pero a la vez como
aquellos que deciden, por ambición personal (que puede ser una norma cultural positi-
va), transgredir las leyes.
La importancia de este texto en la historia de la criminología es triple. Por un lado,
mostró que los delincuentes se distribuyen, como pensaba Durkheim, en todas las capas
sociales y no, como pensaban los positivistas, solo en determinados sectores sociales, y
que el delito es efectivamente un hecho social, fruto de la confluencia de diversos facto-
res que no son siempre y necesariamente los mismos. Además, demostró que los delitos
de cuello blanco gozaban, en el sistema judicial, de una gran tolerancia en contraste con
los delitos cometidos por personas procedentes de ámbitos marginales. Finalmente, el
hecho de que el libro sufriera una fuerte censura durante 35 años y de que Sutherland
fuera incluso convocado por este motivo por el Comité de Actividades Antiestadouni-
denses por el Senador McCarthy demuestra que la propuesta de Beccaria “juzgar por
lo que has hecho no por quien eres” aún no se había plasmado en el que entonces se
suponía que era el país más igualitario y democrático del mundo.
Por su parte, Robert Merton (1910-2003) muestra una trayectoria inversa a Suther-
land, aunque llega a la misma combinación un tanto paradójica de factores sociales e
individuales. Parte de la visión social, propia de Durkheim, de quien fue uno de los in-
troductores en Estados Unidos, pero pronto le añade factores culturales que facilitarán
la emergencia de individuos que toman decisiones. En esencia plantea que “la falta de
correspondencia entre los objetivos culturalmente definidos y los medios institucionali-
zados para alcanzarlos” es lo que explica el delito. Si una sociedad tiene como objetivo
“alcanzar un determinado nivel de riqueza y bienestar” y es imposible que todos lo al-
cancen por medios legítimos, una parte de los miembros de esa sociedad, los que tengan
menos oportunidades de conseguirlo, se sentirán profundamente presionados para utili-
zar maneras alternativas de alcanzarlos. Los individuos están culturalmente presionados,
pero toman sus propias decisiones.
El texto más relevante de Merton para la criminología esta condensado en el artícu-
lo “Estructura social y anomia” (1938), cuyo contenido modificó en Teoría y estructura
sociales (1957) y que finalmente reformuló en Anomia y conducta desviada (Clinard,
1964). En este último texto cierra su modelo afirmando que la anomia es “como la
quiebra de la estructura cultural, que se produce en particular cuando hay una disyun-
ción aguda entre las normas y los objetivos culturales y las capacidades socialmente

145
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

estructuradas de los individuos del grupo para obrar de acuerdo con aquellos”, dando
lugar a comportamientos diferenciales, aunque a la vez aclara que esto “implica que se
refieren a la conducta que corresponde al papel social en tipos específicos de situaciones,
no a la personalidad. Son tipos de reacciones más o menos duraderas, no tipos de organi-
zación de la personalidad”. Estas reacciones se condensan en forma de “adaptaciones”,
de las que Merton identifica cuatro: conformismo, ritualismo, innovación y retraimiento.
Colocando a los usuarios de drogas y a los alcohólicos en esta última porque “rechazan
tanto las metas culturales como los medios institucionales para alcanzarlas”.
Es decir, la anomia es un hecho social (vértice SC), mediado por la cultura (CS),
pero que se expresa a través del individuo (PS). Para Talcott Parsons, en cambio, y en
línea con la ortodoxia de Durkheim, la anomia solo aparece en situaciones de desorga-
nización como aquellas que se manifiestan (o aparecen) como consecuencia del uso de
drogas y alcohol, que “les desconectaría de las metas social y simbólicamente estable-
cidas”, lo que según Parsons ocurrió al inicio de la creación del sistema internacional
de fiscalización a consecuencia del profundo cambio que estaba viviendo el mundo a
principios del siglo xx, cuando (aunque esto no lo expresó así Parsons) el sistema moral
y simbólico del darwinismo social y del puritanismo se vio sometido a la prueba del
mayor bienestar social, del consumismo y del cambio de valores éticos y morales, en
particular con la irrupción de la “cultura del ocio” (Parsons, 1951).
Por su parte Albert Cohen, un alumno de Parsons, llegará más lejos y planteará la
noción de subcultura delincuencial recurriendo a la idea de la estratificación social,
de tal manera que entiende que las personas de clase baja carecen de los recursos y
las habilidades sociales para tener éxito en una sociedad donde prevalecen las normas
de otros grupos sociales. Como consecuencia, las personas de clase baja “crearán una
subcultura delincuencial a través de la que podrán ascender en su estatus social obte-
niendo éxito a través del delito” (Cohen, 1955). La interpretación de Cohen sobre la
AUTOR: no anomia es importante porque, a través de Travis Hirschi (1969) y de Ian Taylor, Paul
aparece en Walton y Jock Young (1973), nos llevará hasta al actual enunciado de las teorías de
la bibliogra- control social.
fía. En todo caso, y antes de dejar cerrado el tema de Merton, está claro que no es fácil
interpretar esta relación entre los tres vértices (PS, CS y SC) tan propia de Merton, pero
se puede utilizar su texto Ambivalencia sociológica (1976) como una manera fácil de
entender dicha relación en el contexto conceptual de lo que el mismo llamaba teorías
de alcance medio.
En el citado texto, Merton define la ambivalencia sociológica como “(en sentido
amplio) aquellas expectativas incompatibles que con un carácter normativo se asignan a
actitudes, creencias y comportamientos ligados a un estatus […] o a un grupo de estatus
(es decir, un subgrupo social con un estatus compartido) en una sociedad” y “(en sentido
restringido) hace referencia a las expectativas incompatibles que con valor de normas
están asociadas a un determinado cometido o a un determinado estatus social” (Merton,

146
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

1976), lo que implica que “a cada norma social le corresponde una contranorma”. De tal
manera que a la “norma: las drogas son peligrosas y no deben utilizarse” aparece asocia-
da la “contranorma: no experimentar con las drogas es una actitud propia de inseguros”,
pero, y de forma más general, “N: las normas están para ser respetadas” o “CN: si de
verdad quieres conseguir algo quizás no debes respetar las normas”.
La idea de la ambivalencia sociológica trasladada a la criminología nos abre un
camino que de forma explícita Merton no tomó, y en relación con las drogas y el alco-
hol aparece como algo imprescindible en cualquier descripción plausible. Porque hace
referencia al “comportamiento natural”, resultado de un cierto determinismo social y
cultural.
También debemos a Merton la popularización del término desviado/a, pero Merton
utilizaba dicho término para referirse a desviarse de las normas propias de cada so-
ciedad, lo que implica que desviado no es una categoría moral, sino una construcción
social arbitraria y relativa que depende de la norma propia y cambiante de cada cultura.
En este sentido, el concepto de desviado social que Merton utilizó profusamente supone
un intento de adoptar un lenguaje “políticamente correcto” que trata de evitar la etiqueta
y el estigma propio de otros términos como malvado, criminal, malhechor, facineroso,
forajido, perverso, maleante o criminal nato. Con este término, Merton trato de fijar el
estigma sobre el sistema de las normas y no sobre la persona.
Pero como ya se ha explicado en el “No dejes de leer”, “¿por qué vamos a utilizar
los términos delito y delincuente?”. Si no se cambia el sentido social de las situaciones
que se describen, cambiar las palabras no sirve para nada. Así, la acepción original de
desviado como “persona etiquetada como tal por normas sociales inadecuadas” (vícti-
ma) se fue convirtiendo en “persona adecuadamente etiquetada por las normas sociales”
(supuesto victimario), para finalmente ser interpretado como mero insulto, de carácter
despectivo. Leer hoy en día a Merton y a otros autores que fueron los primeros que se
preocuparon por la diversidad social y sus derechos induce a mucha confusión, porque
ellos utilizan precisamente desviado (lo que en la actualidad supone un insulto estigma-
tizador) como referente para una perspectiva de derechos.

5.1.3. Aportaciones más significativas en relación con las drogas

En el libro de Marshall Clinard (1964) se muestra la existencia de una relación positiva


entre los niveles de anomia y el grado de toxicomanía, aunque es cierto que es una rela-
ción extraída de argumentos poco rigurosos. Sostiene que hasta los años 50 del siglo xx,
alcohol y drogas eran conductas propias de la clase alta y media, pero que a partir de
aquel momento se convirtieron, al menos en Estados Unidos, en señas de identidad de los
sectores urbanos de barrios bajos de las ciudades y muy vinculados al comportamiento
delincuencial. El uso de drogas era hasta entonces una conducta esencialmente femenina,

147
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

pero adquirió un perfil masculino cuando llegó a estos sectores de clase baja, en especial
entre los afroamericanos. La idea es que se trata de una adaptación innovadora en los
términos de Merton pero que provoca anomia y, como consecuencia, acaba por ser una
adaptación de retraimiento. El propio Merton, en el último capítulo de dicho libro,
acepta esta posibilidad.
En el caso del alcohol y en la misma época, el psicólogo social Donald Horton
(1965) realizó un estudio empírico con la metodología de la comparación cultural
(Cross-Cultural Studies), en el que establecía un fuerte vínculo entre el consumo glo-
bal de alcohol y el grado de ansiedad (entendido como resultado de la inseguridad real
o subjetiva) de una sociedad en relación con otras, y dentro de la misma sociedad entre
diversos grupos sociales, describiendo a la vez los patrones de anomia (relacionados
en general con dificultades para la subsistencia) que explicaban la presencia intensiva
de un alto grado de ansiedad. Añadía que solo un adecuado nivel de control social
(entendido como lo expresan las teorías del control social) permitía disminuir la ansie-
dad y, como consecuencia, los problemas relacionados con el alcoholismo. También
afirmaba, como había mostrado Marshall Clinard con relación a las drogas, que el
alcoholismo retroalimentaba la ansiedad y, por tanto, el propio consumo de alcohol y
un alcoholismo más intenso.
Con Clinard y Horton tropezamos ya con una sociología de la desviación, esen-
cialmente liberal, donde se mantiene la idea de la anomia y su consideración de hecho
social que conectará con las nuevas teorías del control social, pero al final, la explicación
buscada, aunque trata de seguir siendo sociológica o antropológica y sin aproximarse en
apariencia al vértice PS, responde a la pregunta: ¿por qué este individuo concreto es, o
no es, un delincuente o un usuario de drogas? Facilitando respuestas próximas a la idea
de “una personalidad socialmente construida”.
Hay más autores de relevancia que comparten este vehículo. Sin duda alguna, un
texto de especial interés lo constituye Outsiders: hacia una sociología de la desviación,
de Howard Becker, que recopila una serie de artículos de los años 50 pero que fue
publicado en 1963. Su definición de desviación es contundente e irreprochable en tér-
minos morales, éticos y de derechos: “Los grupos sociales crean la desviación al hacer
las reglas cuya infracción constituye la desviación, y al aplicar dichas reglas a ciertas
personas en particular y calificarlas como marginales. […] El desviado es una persona
a quien se ha podido aplicar con éxito dicha calificación” (Becker, 1963). En el texto
se incluye además de manera muy clara la noción de carrera de desviación, entendido
como un modelo secuencial y la importancia de los sistemas institucionales de control y
sus rutinas para determinar esta.
A partir de ahí y en el mismo libro incluye Becker varios artículos míticos, dos sobre
el uso de marihuana y otros dos sobre el perfil de los músicos populares, en particular
los de jazz, en los que las drogas ocupan un lugar relevante. Otro artículo de la recopila-
ción se refiere a cómo se imponen las reglas y el papel de los medios de comunicación,

148
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

haciendo especial referencia al proceso de ilegalización de la marihuana en Estados


Unidos en 1937. Es decir, quién y cómo se fijan las reglas que definirán la existencia de
nuevos desviados. En este análisis, Becker introducirá el concepto de instigador de la
moral que algunos textos españoles traducirán como empresario moral.
¿Qué más plantea Outsiders? Primero, que no podemos seguir utilizando la “eti-
queta de desviado” y aplicarla como algo dado, sino que hace referencia a personas y a
acciones concretas. Estas personas y estas acciones son “desviadas” de acuerdo con una
norma moral para determinados observadores, pero no son desviadas para otros actores
que las consideran ajustadas a la norma moral propia de su grupo social. Pero este grupo
suele ser “una subcultura” que se enmarca en una cultura dominante. ¿Cómo explica
entonces el uso de marihuana en Outsiders? Pues como el comportamiento natural y
esperado en estas subculturas, es más “no hay motivaciones desviadas que conduzcan al
uso de marihuana, sino que es el propio uso de esta sustancia el que genera a posteriori
las motivaciones desviadas” y añade “impulsos y deseos vagos que, en el caso de la
marihuana, probablemente la mayoría de las veces sean la curiosidad por el tipo de ex-
periencia que la droga puede producir, se transforman en patrones de comportamientos
bien definidos” (Becker, 1963).
Pero a la vez, Becker no abandona del todo la explicación de Merton, ya que “los
jóvenes de clase trabajadora que habían aprendido a creer en el sueño americano de
ascenso social ilimitado y que luego se han visto impedidos de alcanzarlo por los obstá-
culos de las estructuras sociales […] podían entonces volcarse a métodos desviados de
ascenso social, como el delito” (Becker, 1963).

No dejes de leer
La utilización de metodologías cualitativas

Las teorías liberales y críticas utilizaron con frecuencia lo que actualmente llama-
mos metodologías cualitativas, pero en realidad en aquel momento tenían un origen
muy diferente.
La mayor parte de trabajos criminológicos citados utilizan métodos cualitati-
vos, pero su vínculo con el concepto de cualitativo no es el actual. Más bien se trata
del enfoque fenomenológico que debemos al filósofo Edmund Husserl (1859-
1938) y que el sociólogo austriaco de origen judío Alfred Schulz (1899-1959)
importó a Estados Unidos a partir de su exilio en este país en 1939. Las ideas de
Schulz fueron bien acogidas por los más relevantes filósofos pragmáticos nor-
teamericanos (George Herbert Mead y John Dewey), porque hacían referencia a
“cómo vivían y sentían las personas su vida cotidiana”, o expresado en sus propias
palabras, “el ser humano que mira al mundo desde una actitud natural”. Asimismo,
considera que el significado de las cosas es el resultado de la interacción social.

149
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Las investigaciones realizadas bajo el paraguas conceptual de la crítica liberal


eran en realidad un entrecruce entre las aportaciones de Merton, de las teorías
territoriales de la escuela de Chicago y, por supuesto, de la “fenomenología de
Schulz”, todo ello encajado en el paradigma del empirismo utilitario. Pero abrieron
el camino hacia el naturalismo de David Matza y hacia el actual constructivismo que
comenzó a andar en el año 1968, con la publicación de La construcción social de
la realidad, de Peter Berger y Thomas Luckmann. Un texto del que volveremos a
hablar más adelante.
¿Cuáles son las metodologías más usuales y propias de la versión cualitativa
crítica y liberal? Pues esencialmente las largas entrevistas estructuradas como
historias de vida y la observación participante, más o menos puntual, aunque cen-
trada en acontecimientos densos que aportarán significación. La criminología liberal
y crítica no se preocupó demasiado por justificar las metodologías utilizadas, en
gran medida porque su práctica era muy parecida a lo que en la actualidad llama-
mos periodismo de investigación, asentado sobre figuras muy motivadas, activas y
comprometidas con sus investigaciones y, por supuesto, con un paradigma teórico
potente e insoslayable.
Aunque es cierto que, con dichas metodologías, descubrieron la importan-
cia de la “comunicación no verbal”, la estructura de las relaciones de género, la
imagen de la propia identidad, las impresiones vividas, la intimidad, la sexualidad
y, desde luego, las drogas

Otro autor que nos ha parecido relevante es Erving Goffman, cuya obra más emble-
mática tiene que ver con el análisis de las condiciones reales de los enfermos mentales
residentes en instituciones cerradas (Goffman, 1961). Además, realizó la mejor explica-
ción metodológica de la criminología liberal y crítica en pleno desarrollo de esta (Go-
ffman, 1959). En este texto, Goffman trata el juego de las “fachadas personales (apa-
riencias, representaciones, escenarios)” que adoptan los actores en su interacción con
“la audiencia de los otros”, lo que según él es un “acto de dramaturgia social”. Lo más
interesante es que no se trata de fachadas elegidas, sino de fachadas asignadas, sobre las
cuales es posible realizar operaciones que invisibilicen ciertas características mientras
hacen más evidentes otras.
Pero en relación con las drogas, su texto más relevante es Estigma, donde las define
como un “estigma por defecto de carácter”, por supuesto un defecto subjetivo que la
sociedad atribuye a algunos de sus miembros. El estigma es un rasgo de descrédito que
se adquiere a través de una carrera moral mediante las asignaciones del descrédito, y en
ocasiones se puede ocultar y en otras no. La mayor parte de los ejemplos de Goffman
se refieren a la homosexualidad (en la década de 1950), pero con alguna referencia a
las drogas. En todo caso, su análisis de la homosexualidad se puede aplicar, entonces, a

150
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

las drogas. La identidad de partida como “sujeto infame” (expresión irónica) pertenece
a uno mismo y se puede encubrir para evitar ser descubierto, pero esto no es fácil y no
siempre es posible, porque la mirada del otro acecha y, una vez establecido el estigma y
el descrédito, es mucho más difícil recuperar la “normalidad” que perderla.
En este punto, el “yo” tiende a autoengañarse, a identificarse con el estereotipo de
estigmatizado y a comportarse de acuerdo con este, porque esta es la única identidad
que le conceden los otros y la única que puede concederse también a sí mismo, en la
dinámica del proceso de socialización, del que Goffman aporta numerosos ejemplos, de
drogas y jóvenes delincuentes incluidos, que pueden acaecer durante la etapa escolar
(Goffman, 1963).
Su conciencia del estigma es tan aguda que es capaz de identificar a todos aquellos
que deberían, o podrían, ser también estigmatizados. Es decir, los usuarios de drogas se
reconocen entre ellos y, como consecuencia, tienden a organizarse en grupos para evitar
las consecuencias del estigma, lo cual refuerza su estigma y, por tanto, su condición de
excluidos. Esto no es del todo malo, porque también conduce hacia la “militancia social
de la diferencia”. En el fondo, Goffman piensa que los procesos de estigmatización son
“racionalizaciones para delimitar la realidad cotidiana”, lo que supone que la sociedad
es una red entrecruzada de diferentes estigmas, alguno de los cuales nos afectará perso-
nalmente.
Las aportaciones del liberalismo crítico son bastante más amplias. Por ejemplo, la
llamada teoría del etiquetaje, que analiza la interacción que existe entre desviados y no
desviados como un proceso en el cual el prejuicio conforma una carrera adaptativa por
parte del desviado que, rechazado por la sociedad “más normalizada”, irá profundizan- AUTOR: no
do en su desviación hasta asumir los roles que contiene dicha identidad. Edwin Lemert aparece en la
(1972) distingue el acto inicial de transgresión (des­viación primaria) cuando se trata bibliografía.
de una transgresión simple, como, por ejemplo, un episodio de abuso de alcohol en la
adolescencia que apenas provoca reacción social. Pero puede ocurrir que los episodios
sean continuos y además estar acompañados de otras transgresiones como vandalismo o
acoso sexual, que puede ser observado y comentado en su entorno, lo cual le conduce,
para evitar la censura social, a buscar la compañía de otros adolescentes que se compor-
ten de modo similar.
Comienza así el proceso de desviación secundaria, ya que al asociarse a aquellos
que comparten similares conductas (Sutherland), se refuerzan estas pautas de conducta,
hasta que se adquiere la identidad social acorde con la etiqueta social asignada.
Es decir, la etiqueta es social, pero el proceso de desviación (y la adquisición de la
correspondiente identidad) es individual. Algo que se adapta muy bien a la descripción
de los procesos que viven los usuarios de drogas, en cuyos relatos, este primer acto de
transgresión se describe como una transición casi mítica (antes/después) de responsabi-
lidad personal, mientras que el proceso posterior (la desviación secundaria) se describe
como una consecuencia del rechazo social.

151
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

5.1.4. Crítica a los prejuicios liberales

La criminología liberal y crítica, que ha prolongado su influencia artística, mediática


y profesional hasta la actualidad, se bloqueó, sin embargo, entre finales de los años 60
y principios de los 70 del siglo xx. La razón de este bloqueo conceptual y teórico tiene
que ver, en parte, con su participación institucional, que le otorgará poder, pero que a
la vez la congelará en una perspectiva teórica muy cerrada, centrada en el delincuente
como víctima del sistema. Sin duda, en aquel momento y también con posterioridad,
esto era bastante cierto, pero no era lo único cierto. Las metodologías cualitativas
habían facilitado “la palabra y el relato” a los delincuentes, y escucharlas había sido
revelador, pero tomar este relato como “la única verdad” y legitimarla desde una
perspectiva institucional no fue precisamente, al menos en términos absolutos, una
buena idea.
Por si esto fuera poco, algunas voces, de forma paradójica en el ámbito de la propia
criminología liberal, plantearon que aquello que se expresaba en las entrevistas y las
historias de vida de los “delincuentes” quizá no fuera del todo cierto, en gran medida
porque las interpretaciones objetivas sobre lo que ocurría no eran las mejores y las más
sinceras, ya que los propios protagonistas de los hechos, en términos de vida cotidiana,
no los visualizaban de una forma coherente. La obra de Erving Goffman, en particular
La representación de la persona en la vida cotidiana, no deja de suscitar dudas en torno
a la veracidad de lo narrado por los entrevistados y a la importancia del autoengaño per-
sonal, y a cómo los relatos se construyen a partir de las expectativas de los espectadores
con el objetivo de “fabricar una impresión convincente”. Para Goffman, en la relación
social todo es teatro (en particular, drama), pero aunque las representaciones son hones-
tas, esto no implica “tener que creérselas” (Goffman, 1959).
El propio Goffman repitió, sin hacer alusión crítica a ellos, alguno de los trabajos
empíricos de la criminología liberal, tanto sobre los “desviados” calificados de enfer-
mos mentales o de delincuentes (Goffman, 1961) como sobre la identidad deteriorada
de los sujetos anormales (Goffman, 1963). Trabajos que mostraron que el relato que
estos producían no tenía nada que ver con la simple condición de víctimas de la or-
ganización judicial, penal o sanitaria contempladas en todo caso como instituciones
totales, sino que nos conducía hacia algo más complejo, donde las categorías culturales
y sociales de carácter sistémico y estructural desempeñaban un papel muy relevante,
que condicionaba dos tipos de adaptaciones: la primera, la adaptación primaria a las
reglas y a las normas de la institución y, la segunda, la adaptación secundaria cuando
los individuos se acomodan a estas mismas normas para obtener ventajas mediante su
manipulación.
A modo de ejemplo cercano, habría que indicar que esta concepción de la institución
total y estos “juegos de adaptabilidad” fueron descritos en el caso de las comunidades te-
rapéuticas para drogodependientes en España hacia mitad de los años 80 (Comas, 1988),

152
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

y propiciaron una profunda transformación de estas instituciones, que modificaron sus


prácticas para poder evitar tanto las consecuencias indeseables denunciadas por la cri-
minología liberal como la excesiva adaptación de algunos usuarios a las normas y, en
particular, las formas de “adaptación secundaria” que propiciaban el autoengaño tera-
péutico de los usuarios y el malestar de los equipos profesionales (Comas, 1994, 2006,
2010 y 2011). Aunque, al mismo tiempo, el cambio en sus prácticas no supuso ninguna
transformación en una imagen social propia de tales dispositivos y que todavía perdura
en la actualidad.
Finalmente, conviene dejar claro que Goffman criticó la metodología y la excesiva
credibilidad de los criminólogos liberales, pero a la vez mantuvo la visión del individuo
racional propia del liberalismo, como una víctima de las instituciones, aunque le dotó
de capacidad para reaccionar, aunque exclusivamente de una forma personal. Pero ¿de
dónde procedía esta posible reacción? Goffman nunca lo rastreó y, como consecuencia,
en apariencia lo atribuyó a ciertas habilidades personales sin determinar cuáles podían
ser. En todo caso, está claro que Goffman puso en evidencia la criminología liberal y
crítica, en gran medida porque demostró que la idea del interés individual propia del
liberalismo no tenía entre los colectivos “desviados” que estudió ningún sentido si no se
consideraban algunos elementos estructurales propios de la interacción social expresada
en términos culturales y cotidianos.
Por este motivo, hubo que esperar a la obra de David Mazta para que se rompiera
el dogma de la elección racional de carácter individual, del tal manera que la imagen
de un individuo poco coherente y poco racional pudiera reaparecer. Una cuestión que
debemos ser capaces de comprender en términos políticos.

5.1.5. La última fase de la criminología liberal crítica

La última fase de la criminología liberal y crítica muestra que la correspondencia entre


las ideas políticas, las sociales e ideológicas y las profesionales presenta diversas pa-
radojas y desajustes. En el caso de la criminología, el “liberalismo (y, particularmente,
el neoliberalismo) conservador tanto político como económico” mantiene una fuerte
correspondencia con la postura ampliamente reconocida como progresista de la cri-
minología liberal, y que se ha descrito en las páginas anteriores. No resulta extraño,
puesto que ambas corrientes de pensamiento, que son la misma, surgieron en el mismo
lugar y en el mismo momento: la Universidad de Chicago entre los años 40 y 60 del
siglo  xx. Aunque es cierto que la criminología liberal tuvo un éxito inmediato, en la
acción jurídico-penal de los gobiernos del Partido Demócrata entre los años 1961 y
1969, mientras que la economía tuvo que esperar al cambio de ciclo político, a partir
del año 1979 en Inglaterra, con Margaret Thatcher, y de 1981 en Estados Unidos, con
Ronald Reagan.

153
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Pero ¿porque sigue considerándose progresista la criminología liberal y, en cambio,


se visualiza como conservador el neoliberalismo? La explicación es sencilla, aunque no
fácil de entender:

1. Primero, hay que reconocer que la criminología liberal y el neoliberalismo econó-


mico utilizan la misma fuente epistemológica: la teoría de la “elección racional”.
2. Segundo, en ambos casos este principio se sustenta sobre el individualismo me-
todológico, aunque es cierto que la criminología se sostiene sobre un individua-
lismo matizado, pero la combinación de ambos revierte la carga de la prueba en
la psicología.
3. Tercero, la psicología no se plantea esta cuestión, porque ella misma, y en re-
lación con el delito, no puede hacerlo en estos términos, ya que su objetivo y
misión tiene que ver “lo individual”. También es posible sostener que la psico-
logía es en sí misma una ciencia sustentada por una noción de sus objetivos muy
próxima a la noción de individualismo metodológico.
Pero, en la actualidad, gran parte de la psicología está explícitamente muy
lejos de la teoría de la elección racional y, por supuesto, del individualismo me-
todológico, como ha demostrado una y otra vez en sus trabajos empíricos David
Kahneman (2011), psicólogo y premio Nobel de Economía. Entonces, ¿cómo
es posible que una teoría y una metodología que dice sostenerse en una deter-
minada disciplina (la psicología) no solo sea ignorada, sino incluso rechazada
por esta? Una de las paradojas más intensas y reveladoras de nuestra sociedad
es que los economistas neoliberales afirman que tienen una teoría cierta que les
ha proporcionado la psicología, pero cuyos componentes son ignorados por una
mayoría de psicólogos que además, cuando tratan de observarla, solo obtienen
desmentidos.
4. Cuarto, hay que añadir que la criminología liberal se traviste de humanismo
y de preocupación por el delincuente, mientras que la economía y la política
liberales no se preocupan demasiado por la persona, porque se centran en los
resultados políticos y económicos globales y en su reflejo estructural.
5. Quinto, aunque es una paradoja, la criminología liberal se vincula en la práctica
con los sectores más progresistas de la judicatura y con el proyecto de una polí-
tica criminal garantista.

Esto nos conduce a poder decir y pensar que, al menos en ocasiones, con bases
ideológicas y creencias comunes (la teoría de la elección racional y el individualismo
metodológico), se construyen tradiciones y prácticas que, en el esquema ideológico más
común (conservadurismo versus progresismo), resultan antagónicas.
De hecho, en el año 1968, ante la “desviación humanista” que suponía la criminología
liberal, otro premio Nobel, Gary Becker, publicó un artículo que apelaba a la ortodoxia

154
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

neoliberal que el mismo lideraba, en el que afirmaba que la elección racional de los
individuos solo pueden formar parte de una decisión de asignación de recursos, de tal
manera que una conducta desviada estaría guiada por el cálculo de utilidad relativa en la
que se ponen en una balanza los costes y los beneficios que puede tener el delito que se
va a comentar (Becker, 1968). En posteriores trabajos, Becker definió cuáles serían estos
beneficios (como dinero, prestigio, poder y placer) y cuáles los costes que incluían el cas-
tigo judicial, el rechazo del entorno y las autosanciones que se impone la propia persona
al interiorizar las normas y entre las que cita la vergüenza y la culpa (Becker, 1974). El
A U T O R :propio Becker aplicó este modelo al caso de las drogas (Becker, 1984).
no apare- Poco después, en 1985, James Q. Wilson y Richard J. Herrnstein publicaban Crimen
cen estasand Human Nature, un texto que adopta la vía específica de la criminología de la elec-
referen-
ción racional. Siguiendo a Gary Becker, parte de la idea de considerar el delito como
cias en la
fruto de una decisión económica, que nunca es errónea en sus cálculos de costes y bene-
bibliogra-
fía.
ficios (de naturaleza económica o psicológica), por supuesto según la interpretación del
sujeto y a partir de los recursos de los que dispone (Wilson y Herrnstein, 1985). La obra
de estos dos autores abre el camino para una criminología de la elección racional que se
expresó de una forma ya muy elaborada apenas un año después, en plena euforia de los
proyectos políticos neoliberales (Cornish y Clarke, 1986).
Sin embargo, y a pesar de la hegemonía política neoliberal, estas teorías han tenido
un escaso predicamento en criminología y en el ámbito penal, legal y judicial, aunque
muestran un cierto desarrollo en el campo de la llamada economía del delito, si bien es
cierto que, en los últimos años, algunos textos propios del más estricto liberalismo cri-
minológico muestran una cierta presencia académica y policial (Clarke y Pelson, 1998;
Piquero y Tibbets, 2002).
Todo esto nos lleva a plantear una duda que nadie acaba de resolver: ¿la orientación
real de las políticas en torno al delito y la seguridad se establece a partir de las orienta-
ciones teóricas generales u obedecen a otros factores? En este último caso, ¿a cuáles?
No hay respuesta para ello, aunque en algún momento deberemos afrontar la cuestión.

5.2. El naturalismo y la obra de David Matza

5.2.1. Una perspectiva general

La etapa de la criminología liberal y crítica se cierra en la década de los años 60 con


la potente aportación de David Matza, caracterizada por las descripciones directas
de los protagonistas de las conductas delictivas y del uso de drogas pero, a la vez,
tratando de añadir a estas una interpretación, que no es tanto una conclusión teórica,
sino una explicación lo más simple y natural posible de “porque así son las cosas”.
Matza deja que sean estos protagonistas de la realidad los que hablen de forma direc-

155
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

ta y espontánea, como ya lo habían hecho Becker o Sutherland, pero mientras estos


estaban influidos por una ética liberal que invitaba por encima de todo a la tolerancia
y a la comprensión, Matza adopta un tono irónico y utiliza las incongruencias y las
contradicciones del relato para mostrar como “el autoengaño preside la vida del de-
lincuente”, una vida que siempre analiza, como todos los autores liberales y radicales,
en términos de “proceso”.
La propuesta de Matza, sin duda la más original y completa, en particular en lo
referido a las drogas, produce, sin embargo, algunas consecuencias inesperadas. La
primera de “carácter ideológico”, ya que por su “ironía crítica” se supone que no se
pone de parte de los derechos de los delincuentes, lo que la criminología liberal perci-
be básicamente como víctimas de los sistemas de control, que resulta bastante incon-
gruente, ya que Matza, un celoso defensor de los derechos individuales, entiende que
un análisis realista que pone en evidencia el autoengaño es la única manera de facilitar
el acceso de muchas de las personas que forman parte de las subculturas delictivas a
los derechos de inserción y normalización social, mientras que el exceso de protección
resulta perjudicial para garantizar este derecho.
En este sentido, debemos reiterar que la criminología liberal resulta, en términos
políticos e ideológicos, esencialmente liberal y muy poco social y educativa, mientras
que la propuesta de Mazta es más social y, como consecuencia, al menos desde una
cierta perspectiva ideológica, más progresista, especialmente en relación con las drogas.
La segunda consecuencia se refiere a “la extrema simplicidad de sus descripciones”;
es decir, cumple a rajatabla el principio de la parsimonia, lo que ha producido algún
rechazo en ámbitos académicos acostumbrados a un cierto lenguaje teórico y episte-
mológico, que se sitúa muy lejos del principio de la parsimonia. Pero es obvio que en
Matza la parsimonia es verdadera, esto es, ha llegado a la “sencillez natural” tras mucho
trabajo empírico y muchas reflexiones, lo que implica que, tras la sencillez de los enun-
ciados cotidianos, subyace una poderosa argumentación en torno a los determinantes
estructurales.
Finalmente, la obra de David Matza apenas ha tenido impacto sobre el ámbito del
derecho penal, al menos en España, en parte porque el debate entre conservadurismo
formal y liberalismo radical ha copado la casi totalidad del contenido en este ámbito y
porque la obra de Matza tiñe las posibles actuaciones de un fuerte componente educa-
tivo, que no es fácil implementar en una estructura tan jerárquica y jurisdiccional. Por
ejemplo, la influencia de Matza se muestra muy bien en las medidas alternativas tipo
“trabajos en beneficio de la comunidad” (TBC), en la misión de los CIS y otras medidas
penitenciarias como los permisos de fin de semana y, en general, las políticas de tercer
grado que se han adoptado en un proceso de confluencia con otros países democráticos
avanzados.
Pero, al menos en España, no se ha podido entender ni el sentido ni el objetivo
educativo y social de dichas medidas, y a la vez apenas hay recursos ni conciencia de

156
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

posible utilidad de tales medidas, que son vividas por aquellos que las reciben, y por
una parte sustancial de los profesionales que las aplican, simplemente como “una pena
menor” a la que se acogen por recomendación de sus abogados, aquellos que tienen de-
recho a estas. Es posible que una buena lectura de la obra de Matza hubiera modificado
la percepción de significado de todas estas medidas.

No dejes de leer
Identidad y conducta cotidiana

La obra de Matza debe contemplarse como la respuesta a una cuestión que la cri-
minología liberal, y muchos otros enfoques de esta disciplina, quisieron responder,
pero no lo han conseguido. Se trata de la respuesta a la vieja pregunta clásica y
positivista: ¿qué significa y qué es ser un delincuente? Aunque es cierto que la cri-
minología liberal la contesta desde la perspectiva del relativismo cultural y social:
ser delincuente es ser miembro de una cultura (o subcultura) delincuencial que te
proporciona una identidad completa como tal.
Pero esto deja sin responder la pregunta que años después formularía Geor-
ge Steiner a la cuestión de: ¿qué significa ser nazi? Que expreso como “ser nazi es
poder tocar a Schubert por la noche, leer a Rilke por la mañana y torturar al me-
diodía”. Y que en nuestro caso se puede traducir por “emocionarse con la poesía
de Lorca por la mañana, adorar a mi perro por la tarde y ser un asesino en serie
por la noche”. O de forma más directa, “llorar con las novelas de Corín Tellado
por la noche, amar y mimar hasta la locura a mis hijos por la mañana y robar todo
el dinero de la familia para comprar heroína al mediodía”, es decir, ser delincuente
casi nunca es solo ser delincuente. Pero para la criminología liberal “ser delincuente
supone adoptar una identidad completa y holista como miembro de una determi- AUTOR: no
nada subcultura”, algo que Emilio Lamo de Espinosa (1986) describe muy bien, en aparece este
la línea de la criminología liberal, sin percatarse de que está construyendo un este- año en la bi-
reotipo total a partir de unos escuetos rasgos de parte de la identidad del sujeto. bliografía.
Las diferentes alegaciones a la cuestión planteada por George Steiner tienen
algo en común: “esto solo era posible en el nazismo porque están bajo el control
de un sistema totalitario”. Pero en todo caso, el delincuente que participa en una
subcultura como las que describe la criminología liberal no vive en un sistema to-
talitario. La identidad del delincuente, salvo casos muy aislados, es compleja, como
la de todos los seres humanos, y se constituye a partir de su vinculación a diversos
sistemas. La criminología de David Matza tiene en cuenta este hecho, y no solo
describe a un delincuente como a un sujeto “natural y real” en el que conviven
diferentes identidades, sino que facilita una visión criminológica más acorde con la
esencia de los derechos humanos para aplicar a este.

157
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

5.2.2. Los componentes principales del naturalismo

El naturalismo de Matza se concentra en una serie de conceptos que tratan de facilitar


la comprensión de esta realidad natural y cotidiana. Se trata de ideas que nos ayudan a
comprender lo que estamos viendo y lo que está ocurriendo. Pero son solo conceptos
que se limitan a prestarnos una ayuda para plantear las preguntas empíricas adecuadas,
pero que, a la vez, y tomados en su conjunto, nos ofrecen la base para una teoría.
El primero nos dice que la desviación es un proceso interactivo, continuo, que se
retroalimenta, pero que es reversible y no una situación dada e inamovible desde el pri-
mer momento. Nadie nace “desviado”, sino que se construye esta identidad, a partir de
un acto primario que enlaza una trayectoria, un recorrido, una “carrera de desviado” en
la cual la creencia personal de que el estatus asignado es el estatus verdadero desempeña
una función muy importante. Es la profecía que se autocumple, un concepto de Merton
que Matza utiliza para reflejar el hecho de que “si te califican de toxicómano y te lo crees
(lo interiorizas) eres un toxicómano” y en el que las instituciones de control, en particu-
lar el sistema judicial, tienen un papel preponderante.
En relación con las drogas es más que evidente, aunque no suele interpretarse así, que
la carrera del toxicómano es un proceso, que puede iniciarse y acabar con una primera ex-
periencia, que puede mantenerse con experiencias esporádicas, que también puede seguir
con un consumo continuado pero sin otros problemas y que, en determinados casos, el
señalamiento social o institucional como “drogadicto” confirma y refuerza la conducta.
Por otra parte, y en segundo lugar, Matza describe los valores subterráneos como
“una subcultura de la delincuencia que existe de forma subterránea en el conjunto de la
sociedad”, es decir, no hay una subcultura específica que agrupe a los delincuentes, sino
que la posibilidad de delinquir aparece en todos y cada uno de nosotros. Por ejemplo,
a muchos/as, por no decir a todos/as, les gusta la excitación que produce el morbo y la
transgresión, algunas personas lo exhiben, aunque la mayoría lo mantiene en su intimi-
dad personal, pero también una gran parte de las personas “necesita la seguridad y la
rutina” y, además, en el relato entre lo que nos conviene y no nos conviene suele triunfar
aquello que nos conviene, lo cual no impide que una mayoría deseé y obtenga experien-
cias muy puntuales de transgresión.
La idea de los valores subterráneos se parece al típico juego de sociedad en el que un
grupo de personas, en general mixto, se “obligan a confesar el delito más grave que han
cometido”. Todos tienen alguno que confesar y el juego produce entre los jugadores una
mezcla de complicidad, perdón mutuo y consuelo. El juego siempre funciona porque
los valores subterráneos existen y forman parte de nuestra sociedad: todo el mundo ha
cometido transgresiones más o menos graves (Matza, 1961).
La noción de valores subterráneos conlleva la idea de que las subculturas delin-
cuenciales no son entidades cerradas, sino el resultado de un flujo entre opciones que
van y vienen de acuerdo con las circunstancias a lo largo de la vida. En algunos casos

158
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

pueden producir procesos de desviación, pero tales procesos raramente implican una
inscripción total.
El caso de las drogas es un ejemplo perfecto de valores subterráneos. La tentación
está presente de manera permanente, no tanto por la accesibilidad de las diferentes sus-
tancias como por la universalidad del deseo personal. Una universalidad que explica el
contenido de las campañas de “Di no a las drogas”, porque la tentación está ahí, es decir,
no es una ausencia, sino algo muy real y presente, y el hecho de probar o no probar tiene
que ver con la oportunidad de acceder a esta, pero sobre todo por el valor cultural subte-
rráneo del deseo de hacerlo. Pero para la mayoría de las personas aplican “los valores de
la seguridad y la rutina” en forma de “proyecto de vida” para autolimitar el uso de cada
sustancia. En todo caso, como afirma Matza, “el recuerdo de la excitación perdura y se
transmite socialmente como tal”.
En tercer lugar, aparece, muy relacionada con el concepto de valores subterráneos,
la noción de deriva, que se refiere a “una zona de la estructura social a medio camino
entre la libertad y el control en la que el delincuente esta momentáneamente en el limbo
de la norma y su transgresión coqueteando bien con uno o bien con otro” (Matza, 1964),
lo que equivale a decir lo mismo que el argumento de Derek Parfit y de Daniel Kahne-
man que venimos utilizando desde el primer capítulo: nadie es delincuente o virtuoso a
tiempo completo porque es imposible serlo.
La deriva explica no solo el comportamiento natural de una mayoría de usuarios de
drogas, sino que sostiene la lógica de la respuesta asistencial, ya que la deriva permite
identificar y determinar la actuación adecuada, desde los casos en los que se produce una
clara inclinación hacia el deseo de aceptar la normalización, y por tanto la intervención
terapéutica y educativa tiene que adoptar una determinada estrategia de oportunida-
des, hasta los casos en los que el uso parece más compulsivo y el deseo más próximo
a continuar con la transgresión. También es cierto que, en palabras del propio Matza,
“el sentido de la deriva refiere una cierta intermitencia”. De hecho, los programas de
reducción del daño y del riesgo tienen éxito porque se aprovechan precisamente de esta
circunstancia.
Finalmente, todo esto nos conduce hacia las técnicas de neutralización, la noción
más conocida de Matza, ya que describe cómo para evitar o difuminar el estigma y
justificar sus acciones las personas que son descubiertas cometiendo un delito o una in-
fracción recurren a justificaciones que adoptan cinco formas principales: 1) Negación de
responsabilidad, 2) Negación del perjuicio, 3) Negación de la víctima, 4) Condena a los
que condenan y 5) Recurso a una lealtad superior. El conjunto de técnicas de neutraliza-
ción conforma un relato (un vínculo moral en términos de Matza) que se retroalimenta
hasta “validar la voluntad de delinquir” (Matza y Sykes, 1957).
Las técnicas de neutralización conforman un rasgo central de la cultura de las
drogas, un relato bien hilvanado de la justificación, construido de forma aparentemen-
te racional, pero compuesto de mentiras, fantasías y delirios, cuya retroalimentación

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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

conforma una apariencia subcultural pero que, en realidad, no es otra cosa que esta
práctica autojustificativa.
Veamos, primero, la negación de la responsabilidad: “El primer chute me lo rega-
laron o me engañaron y ya no pude dejarlo”. La negación de perjuicio: “Los pesticidas
de los alimentos, o la contaminación urbana, son más tóxicos que las drogas o él taba-
co”. La negación de la víctima: “Nunca he hecho daño a nadie, aunque en ocasiones he
tenido que defenderme para sobrevivir”. Condena a los que condenan: “Todos (jueces,
policías profesionales de la asistencia...) consumen lo mismo o más sin sufrir ninguna
consecuencia”, una técnica de neutralización que en el ámbito de drogas puede deno-
minarse sobrecontaminación. Recurso a la lealtad superior: “No voy a abandonar o a
traicionar a mis colegas”.

5.2.3. Los conceptos de afinidad, afiliación y significación

En El proceso de desviación, Matza utiliza los términos de afinidad, afiliación y signi-


ficación para precisar los mecanismos de desviación primaria, es decir, “las puertas de
entrada” en el proceso. Para ello utiliza los ejemplos de Elisabeth, Liz y Betty, y sus
embarazos adolescentes, que vamos a transformar en tres ejemplos reales y actuales
ocurridos en España y, además, referidos a experiencias significativas y reales en el
ámbito de la investigación con grupos de discusión.

–– Significación: en un trabajo sobre seguridad y bandas juveniles en barrios


con una cierta imagen de marginalidad, realizábamos grupos de discusión
(varones, mujeres, mixtos, entre 18 y 21 años) en un lugar formal (empresa
de estudios de mercado) del centro de la ciudad. En una de las ciudades, y
uno de los días, con un grupo de varones, que funcionaba con dificultades
puesto que no querían hablar demasiado del tema, apareció de repente la
policía, que había sido avisada por el conserje del inmueble porque, según
él, varios tipos con muy mala pinta habían subido al piso donde se realizaban
los grupos. Lo cierto es que la policía llamo a la puerta, recibió las corres-
pondientes explicaciones y se disculpó. Les explicamos a los participantes
lo que había ocurrido y la actitud del grupo cambio radicalmente, porque
se sintieron aludidos por el hecho de que el portero los hubiera identifica-
do como “peligrosos”. Estaban orgullosos, se sentían cómodos, porque se
vestían y adoptaban determinadas actitudes para pasar desapercibidos en el
barrio, donde, según ellos, había “tipos verdaderamente peligrosos” y no de-
bías llamar la atención. Debido a esto obtuvimos mucha información del
grupo y utilizamos la anécdota para conseguir que otros grupos fueran más
colaborativos. Un evidente caso de identidad por significación de subcultura

160
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

territorial sobrevenida a consecuencia de la intervención policial que, de for-


ma paradójica, les proporciono seguridad.
–– Afinidad. El trabajo tenía que ver con la percepción del alcohol por parte de los
adolescentes. Se realizaron diferentes “Grupos de discusión” en diversos luga-
res de España (mixtos, de chicos y de chicas entre 14-16 años). En una capital
de provincia de rango medio, se convocaron los tres grupos previstos, en una
sala alquilada de un hotel. Los grupos mixto y de chicos funcionaron más o
menos bien y el grupo femenino mostraba una cierta incapacidad para interac-
tuar, en parte porque pertenecían a centros escolares demasiado diferentes. A la
media hora entraron, sin avisar, tres padres (varones) que se habían conocido en
el vestíbulo del hotel tras acompañar a sus hijas a un “asunto tan raro”, hubo
unos momentos de tensión, los padres insistieron bastante que “sus hijas eran
sólo niñas en un mundo peligroso”, pero se aclaró el tema y se fueron. A resultas
de ello “las niñas”, se desinhibieron, se rieron, hablaron sin que tuviéramos que
hacer más preguntas y el grupo resulto altamente productivo. Un evidente caso
de identidad por afinidad de género sobrevenida a consecuencia de la interven-
ción parental.
–– Afiliación: el tema en este caso era “Lo que los adolescentes no cuentan a sus
padres y a sus profesores”, y el trabajo se realizó exclusivamente en una ciudad
y a los grupos los convocaban, los moderaban y los grababan adolescentes de
16 a 18 años. Se realizaban grupos mixtos, de varones y de mujeres de esta mis-
ma edad. Y no funcionaron demasiado bien hasta que en uno de ellos (mixto)
la moderadora explicó que si no salían bien no podrían cobrar por su trabajo.
La mención del dinero, un bien escaso para todos ellos, provocó un giro en el
grupo (y en los siguientes donde el argumento se repitió), que funcionaron a la
perfección a pesar de lo delicado del tema. Aunque descubrimos que los “gran-
des secretos” eran a fin de cuentas sexo, alcohol y pellas, así como los lugares
a los que acudían y los adultos (en muchas ocasiones, familiares) que les faci-
litaban las escusas o les proporcionaban las sustancias. Pero también apareció
acoso escolar y acoso y abuso sexual por parte de adultos, así como violencia
(sufrida y practicada), cosas poco sabidas entonces. De esta manera obtuvimos
un notable éxito metodológico como consecuencia del evidente impacto de una
identidad por afiliación etaria sobrevenida por una apelación a la solidaridad:
“la sensación subjetiva y compartida de la falta de dinero”.

Estos ejemplos, perfectamente equiparables a los de David Matza, han sido utiliza-
dos para resaltar un componente que no aparece como tal en El proceso de desviación,
porque los hechos que concatenan los procesos son fruto de factores al azar (un aviso
innecesario a la policía, unos padres que necesitan demostrar su preocupación y la con-
ciencia, también subjetiva, de la escasez de dinero en la adolescencia). Sin estos hechos,

161
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

los procesos de afinidad, afiliación y significación, y por tanto el proceso de desviación,


no se habrían producido. ¿Qué supone esto en términos teóricos? Pues que aun con el
modelo holístico de la criminología (y todos sus vértices), la explicación causal nunca
es completa. Porque, como ya se ha explicado, la identidad del delincuente es siempre
compleja y paradójica, y pensar que “hay un factor”, o bien un grupo o una constelación
estadística de causas que podemos determinar como probabilidades, no implica causali-
dad, ni determinismo, salvo si lo consideramos un modelo ideal en términos platónicos.
La referencia a los ejemplos de Matza también se vincula a una característica muy
especial de su obra (1969) que tiene que ver con su naturalismo: la presencia de mu-
jeres que forman parte del relato criminológico. Antes de Matza, las mujeres eran in-
visibles en todos los trabajos criminológicos y, si acaso, se las vinculaba, de forma
esporádica, a la especificidad de la “delincuencia femenina”, de tal manera que hasta
la década de los años 60 el delito más mencionado era “aborto”. Pero Matza incluye y
visibiliza a muchas mujeres en los procesos de desviación. No es aún una perspectiva
de género, pero este es el primer acto de visibilidad de género que acontece en la teoría
criminológica.

No dejes de leer
¿Por qué no existe una criminología marxista? El caso de las drogas

Una de las carencias más significativas del marxismo son sus dificultades para res-
ponder a las preguntas de la criminología y la casi nula presencia de la teoría mar-
xista dentro del corpus criminológico, donde debería figurar de forma destacada
por sus análisis en el campo de la economía, la sociología y la ciencia política, y
que refleja el envés de la misma carencia. ¿Por qué ha ocurrido esto? Pues en gran
medida porque el marxismo elaboró y cerró su interpretación de “los hechos de
la criminología” a finales del siglo xix y después se ha negado a reabrirlos. Hay un
marxismo dogmático que no ha reabierto nada, pero en la mayoría de las cuestio-
nes, desde la determinación de la superestructura hasta la noción de socialismo,
pasando por la conciencia de clase, se han abierto debates. Sin embargo, en la cues-
tión del delito y la delincuencia esto aún no ha ocurrido.
Existen algunos escasos autores que se proclaman marxistas y que tratan de
afirmar una criminología alternativa, el más conocido de ellos es sin duda el holan-
dés Willem Bonger, autor de tres monumentales tratados de criminología (1916,
1934 y 1946) y que maneja, aunque en términos marxistas, un modelo similar al
de Merton, reemplazando la cuestión de los “fines medios” por la de la codicia,
el egoísmo y la ambición propias del sistema capitalista. En todo caso, su excesivo
“correccionalismo” le ha excluido de la criminología más progresista (Taylor, Wal-
ton y Young, 1973).

162
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

En realidad, el marxismo asume, en este tema, la perspectiva del darwinismo


social y, en relación con las drogas, una perspectiva muy similar a la del movimien-
to a favor de la templanza, en un escenario en el que se conjuga una narración
finalista de la evolución de la sociedad (el delito desaparece) y el reconocimiento
científico de la “criminología positiva”. Los delitos existen, pero son: primero, una
amenaza contra el progreso social y, segundo, una consecuencia de las diferencias
sociales. La delincuencia se concentra, por tanto, en el lumpenproletariado, que es
un enemigo de clase y que debe desaparecer tras la revolución.
También es cierto que algunos autores más actuales han tratado de ofrecer-
nos una explicación formalmente marxista para la criminología, es el caso de John
Lea y Jock Young (1984) y, más recientemente, de nuevo Jock Young (1999). Pero su
marxismo, que se sustenta, por cierto, en el llamado marxismo analítico de Marshall
AUTOR: Berman (1983) y Eric Hobsbawm (1994), se expresa a través y formando parte de
no apare- las llamadas teorías del control social que se exponen en los siguientes apartados.
cen en la Finalmente, las escasas menciones disponibles sobre la realidad de la criminolo-
bibliogra- gía marxista-leninista se las debemos a Günter Kaiser (1985), que la describe como
fía.
“una agenda de política criminal aplicada por un estado autoritario y cuyo objetivo
explícito es erradicar el delito por aquellos medios que considere más eficaces y
oportunos”. No hay investigación sobre qué es y por qué ocurre el delito, porque
el marxismo-leninismo ya ha definido lo que es y cómo debe ser extinguido. Este
bucle aparece muy claro con relación a las drogas, de tal manera que los países que
se sustentan en modelos políticos marxistas siempre han apoyado las medidas más
duras en el sistema internacional de fiscalización y jamás han aparecido agentes
sociales partidarios de las propuestas de regulación.

5.3. El impacto del constructivismo social

La obra de Matza conforma una bisagra entre la criminología liberal crítica y las nuevas
teorías criminológicas sobre el conflicto que darán lugar a las teorías del control social.
Pero a la vez anuncia el constructivismo social, una nueva perspectiva teórica para el
conjunto de las ciencias sociales que, como tal, formalmente no se inicia hasta el año
1968, cuando apareció el conocido texto La construcción social de la realidad, de Peter
Berger y Thomas Luckmann. Entonces, la dinámica de las explicaciones en torno al
desarrollo de los “hechos sociales” sufrió una notable convulsión.
No debería haber sido así, y el caso concreto de la criminología lo demuestra, la
mayor parte de las explicaciones habían evolucionado desde la consideración estruc-
tural de Durkheim hacia las “teorías de alcance medio” de Merton, para acabar en las
nociones más identitarias de la criminología liberal, e incluso Matza nos presenta a sus
“personajes” construyendo identidades personales, más bien ficticias, que se asocian a

163
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

“comportamientos desviados”. Berger y Luckmann llevan esta perspectiva hasta sus


últimas consecuencias lógicas y niegan la existencia de una realidad más allá de los
“relatos humanos” en torno a “como son y porque son las cosas”.
No niegan las leyes científicas del mundo físico, pero interpretan la realidad social
como meros relatos que los seres humanos construimos para interaccionar y convivir. Se
trata de un modelo puramente platónico, pero que por primera vez en la historia repre-
senta una forma de holismo conceptual y teórico sobre “cómo es el mundo en la realidad
concreta y cotidiana”, al que se identifica como un mero conjunto de “relatos” sobre “lo
que ocurre”.
Es decir, no hay una realidad tangible al margen del relato y todo son relatos. No es
una forma inédita de entender el mundo, ya que tiene muchos puntos de contacto con
el llamado relativismo cultural en el ámbito de la antropología social, que viene a decir
que cualquier cultura tiene el mismo valor que las demás y, por tanto, merece que se le
garantice su supervivencia. Como tal, el relativismo cultural fue una reacción contra el
evolucionismo jerárquico, que establecía que las culturas se situaban sobre una línea
histórica desde “las más atrasadas a las más avanzadas”, lo que justificaba las practicas
racistas.
Pero la aparición del constructivismo fue mucho más impactante. Aunque al princi-
pio fue considerado como una más de las filosofías idealistas, podríamos afirmar incluso
que se veía como una forma intensiva de platonismo, pero desde ahí y a través de la obra
de Berger y Luckmann, que se condenso teóricamente en el ámbito de la sociología,
y desde allí se tropieza y confluye con el estructuralismo y el existencialismo francés,
ambos ya muy influidos por el idealismo hegeliano. Las élites intelectuales francesas
asumen el corpus conceptual del constructivismo, lo convierten en una práctica trans-
disciplinar (filosofía, sociología, historia, psicología, antropología, lingüística, psicoa-
nálisis, etc.) a la que llamarán posmodernismo y, de ahí, ya en la década de los años
80, dará el gran salto hacia Norteamérica, donde comenzará a llamarse French Studies.
Con el cambio de siglo, en el momento en que se convierte en la teoría académicamente
hegemónica en aquel país, impregnando la vida cultural y política, volverá a llamarse
constructivismo social.
Como consecuencia, la idea de que toda explicación era y solo podía ser un “relato”
que no tenía más proyección que su propia condición de “relato singular” ha impregna-
do todos los ámbitos de conocimiento, desde la cosmología física (la versión más actual
del “consenso de Copenhague”) hasta la pedagogía y, por supuesto, la criminología.
Aunque en esta el impacto se ha notado menos quizás porque, como ya hemos dicho,
podemos considerar que la criminología liberal y crítica ya anunciaba algunos compo-
nentes del constructivismo.
El hecho de que en todas las disciplinas académicas que conforman la visión de
la criminología (salvo el vértice CH de lo biológico, pero con la notable excepción
de la neuropsiquiatría) triunfaran con mayor o menor éxito las tesis constructivistas

164
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

produce una sensación de plenitud en la propia criminología. Lo que implicó no solo que
se reconociera el valor de las teorías de la criminología liberal y crítica, de la obra de
Cohen y de Matza, sino que comenzaran a utilizarse, desde la tranquilidad que suponía
la coincidencia multidisciplinar.
Esta nueva fase, por una parte, continuista, y por otra, más rica, se abrió a la po-
sibilidad de una nueva delimitación teórica, que trataba de trasladar la práctica y la
acción criminológica hacia la propia sociedad, es decir, apostaba por reformas en torno
a los derechos sociales, políticas de igualdad, contención social, acciones a favor de la
diversidad, microacciones, programas de reinserción social y laboral en colaboración
con empresas, etc. A todo esto, se les denominó, porque se percibía solo desde la propia
criminología, como teorías del control social, un término que ha generado numerosos
malentendidos.
Pero a la vez y en el mismo periodo histórico, las políticas públicas con relación al
delito han seguido su propia lógica (en el vértice PA de la mera actuación percibida en
exclusiva desde la agenda política), van obviando una parte importante de los análisis
empíricos, las teorías y las propuestas criminológicas y desarrollan actuaciones concre-
tas que justifican en “las demandas de la población en una sociedad democrática”. Como
todas las demandas suelen referirse a “más seguridad”, las políticas criminales reales se
han ido inclinando de forma continua y en casi todo el mundo, en parte a través de los
mecanismos de globalización penal, hacia los llamados modelos de seguridad ciudada-
na, que se caracterizan por la firme creencia, pero falsa, de que el delito disminuye con
el incremento del castigo o la coerción.
La justificación de las políticas de seguridad se sustenta, por un lado, en una in-
terpretación torticera del concepto de democracia, y por otro, en el argumento básico
del constructivismo: si todo es mero relato, la criminología es un relato y el imaginario
social otro relato, no existiendo elementos objetivos que justifiquen la prevalencia del
primero sobre el segundo.
Pero la criminología no es un simple relato, sino que es una ciencia empírica susten-
tada sobre la teoría del utilitarismo moral, que de hecho ha asumido, incluso, aquellos
componentes del constructivismo que contribuyen al avance del conocimiento. Por tan-
to, no es un relato equivalente a las creencias del imaginario social, y vamos a tratar de
demostrarlo.
Pero no va a ser fácil mantener esta posición de ciencia empírica y, además, sus-
tentada en una determinada teoría, en parte porque el constructivismo ha supuesto una
revolución inesperada que ha afectado la práctica concreta de todas las áreas del cono-
cimiento, de una forma tal que no había ocurrido desde el positivismo en el siglo  xix.
Es cierto que se mantiene una cierta idea de “la ciencia basada en evidencia”, pero en la
práctica de este enunciado, a través de la “política de las revistas científicas”, lo cierto es
que “las evidencias” (algunas supuestas y otras más empíricas) cada vez parecen y, por
tanto, son relatos en pugna.

165
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Por si esto fuera poco, el constructivismo ha permeado finalmente toda la sociedad,


en gran medida a través de los diferentes movimientos sociales en pugna que reclaman
cada uno su derecho al relato, de la diversidad de medios de comunicación que aprove-
chan las posibilidades que ofrecen las TIC para crear sus propios relatos y, por supuesto,
de una profunda transformación del vértice PA (acción), donde la ciencia política tradi-
cional afronta con dificultades el reto del constructivismo, en parte porque las ideologías
políticas cada día representan más “el relato hegemónico” que “el interés de clase o
grupo social”. También es cierto que, si solo hablamos de relatos, no es fácil percibir la
existencia de “intereses concretos”.

5.4. La confrontación entre la criminología y las políticas criminales

5.4.1. Las teorías del control social como políticas sociales

Las teorías del control social aparecen como un desarrollo propio tanto de las teorías li-
berales y críticas como del naturalismo. Simplemente añaden los factores sociales (vér-
tice SC), que en general no solían ser demasiado explícitos (aunque no negados) en los
autores citados en los apartados anteriores. Si que, en cambio, resulta bastante inédita su
idea de que a través de estos factores “se puede controlar o evitar la conducta delictiva”.
El nombre de teorías de control social procede de este hecho, pero produce un no-
table malentendido, porque control social significa “un conjunto de prácticas y valores
que tienen como finalidad mantener el orden establecido” sin cuestionar ni la ética, ni
la finalidad ni la oportunidad de dichas prácticas y valores, lo que significa que incluye
practica coactivas y no coactivas, prejuicios y creencias propias del imaginario social
y colectivo, así como las instituciones de toda naturaleza (desde la familia hasta la
prisión) que garantizan “el sistema del orden” al margen de que este sea el adecuado
o no. En otros términos, “el Control Social es un fenómeno de amplio espectro, con-
sistente en la interrelación funcional sistémica de la totalidad de instituciones sociales
y sistemas normativos reguladores que participan en las estrategias de socialización y
resocialización destinadas a mantener la estabilidad y el orden social, mediante consen-
so y la coerción”.
¿Es esta la noción de control social que utilizan las teorías del control social? Pues
sí, porque la última cita se ha extraído de un texto relevante en este sentido, lo que im-
plica, de nuevo, adoptar un término que produce el mismo efecto de rechazo que des-
viación, lo cual, como veremos, resulta un factor decisivo en la pugna con el modelo de
la seguridad ciudadana ¿Cómo se debería llamar? Pues, sin duda, de otra manera. Pero
antes de proponer esta denominación vamos a exponer su contenido.
¿Cuándo nacen las teorías del control social? Pues quizás cuando, en 1971, el cri-
minólogo ingles Stanley Cohen (1942-2013) publica Imágenes de la desviación, donde

166
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

compila diferentes autores que se apartan del modelo liberal para centrarse en dos cues-
tiones que, según se afirma en el texto, “la criminología había obviado”. Por un lado, los
procesos de cambio social que vivían nuestras sociedades, y que fueron muy intensos en
la década de los años 60 y en particular en el ámbito de las drogas, y por otro, la actitud
de los medios de comunicación (el vértice IP) como promotores de actitudes y creencias
irracionales.
En el año 1972, Cohen publica el texto Demonios populares y “pánicos morales”,
que en su origen se subtitulaba The creation of Mods and Rockers, y que en la versión
española aparece con el subtítulo Delincuencia juvenil, subculturas, vandalismo, drogas
y violencia. Se trata de un texto más enfocado a “cómo se construye el imaginario social
sobre el delito”, aunque no lo limita a los medios de comunicación, sino que considera
que otros agentes son necesarios, como los portavoces políticos, judiciales, policiales e
incluso los movimientos sociales urbanos tipo “asociaciones de vecinos”. La idea cen-
tral es que todos estos actores confluyen y retroalimentan una agenda política que acaba
por provocar una situación de “histeria colectiva” que describe como “pánico moral”.
La existencia de los mods y los rockers, su uso de drogas tipo anfetaminas y sus
supuestos enfrentamientos violentos crearon uno de estos pánicos morales, hasta el
punto de que en algunas ciudades costeras de Gran Bretaña se les prohibió la entrada.
Pero no solo era su supuesto comportamiento, sino lo que representaban, “una nueva
generación de niños mimados que no habían vivido la guerra” y que no cumplían con
sus obligaciones sociales, lo cual implicaba riesgos para la reproducción social. A par-
tir de ahí, Stanley Cohen utiliza la noción de promotores o empresarios morales para
explicar quién y por qué provocaba, de forma artificial, este “pánico moral” y cómo
este retroalimentaba los comportamientos identitarios de mods y rockers, así como su
consumo de drogas.
Unos años después, el politólogo Norman Zinberg utilizo el modelo de Cohen para
aplicarlo de forma exclusiva a las drogas, modificando la denominación de pánico mo-
ral y sustituyéndola por crisis de drogas, un término que ha tenido un cierto éxito en
España y en los ámbitos de drogas (Zinberg, 1984). En todo caso, ambas explicaciones
no son otra cosa que la descripción de cómo ha pervivido la ideología del darwinismo
social en nuestras sociedades y como aún influye con relación a ciertos temas.
La investigación de Cohen es la más citada en el ámbito de la criminología, pero
no debemos obviar, también en la misma época, la obra del teórico cultural jamaicano
Stuart Hall (1932-2014), fundador y director del Centre for Contemporary Cultural Stu-
dies en la Universidad de Birmingham, que fue el iniciador de la cada vez más potente
corriente de los “estudios culturales” y buen conocedor del tema de las drogas, sobre el
que escribió su libro clásico Los hippies: una contracultura (1968). En plena conforma-
ción de las teorías del control social, Hall publicó Rituales de resistencia. Subculturas
juveniles en la Gran Bretaña de la postguerra (1975), cuya reciente traducción al es-
pañol está provocando un creciente interés sobre este texto. La idea central de Hall se

167
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

condensa en la frase “es muy difícil que los hijos de la clase trabajadora no sigan siendo
trabajadores”, tanto porque viven en un contexto social que les socializa en determi-
nados valores como por el hecho de que el resto de los grupos sociales los identifican
como tales.
Lo mismo ocurre con el delito (al menos ciertos delitos) y con las drogas que se
convierten en señas de identidad social. Un concepto que se parece mucho a la noción
de subcultura de Albert Cohen, pero mientras Cohen pensaba que la pertenencia a dicha
subcultura era el resultado de un proceso personal, Hall la entiende como una adaptación
funcional ante la desigualdad social, de tal manera que las personas jóvenes reaccionan
ante el rechazo de otros segmentos sociales, adoptando “rituales de resistencia” que
escenifican su rechazo a aquellos que les rechazan. El vandalismo, otros delitos y el uso
de drogas serían la manifestación más habitual de estos rechazos. Pero, a la vez, estos
“rituales” serían utilizados por los medios de comunicación para aumentar el rechazo
social, provocando más crispación y pánico.
Por cierto, en el texto de Stuart Hall aparece un capítulo de Angela MacRobbie y
Jemie Garber titulado “Chicas y subculturas: una aproximación”, que va a suponer el
arranque de la perspectiva de género en el ámbito de las drogas. Porque ambas autoras
muestran cómo, en 1975, en las bandas juveniles las chicas son invisibles y están subor-
dinadas de forma estructural “a un orden masculino extremo” que se confunde con la
propia identidad de la banda y que justifica actos de humillación y violencia sexual que
las chicas participantes aceptan como parte de la identidad del grupo.
Otro autor clave en este conjunto de teorías es el ya citado sociólogo Travis Hirschi,
a partir de Causas de la delincuencia (1969), que fue sistematizado en el manual Teoría
general del delito de Michael Gottfredson y Travis Hirschi (1990), en el que desarrollan
la llamada teoría del autocontrol. En la primera de las obras plantea que el delito no
es una elección de la persona, sino que es algo que viene determinado por el contexto
social, como consecuencia de la debilidad o de la ruptura de los vínculos sociales, espe-
cialmente en la etapa de la adolescencia y primera juventud, proponiendo la posibilidad
de prevenir esta situación con acciones tendentes a conseguir un mayor “arraigo social”,
a través del que se facilita el autocontrol, en un contexto, que se describe en el segundo
libro, en el que cobra importancia la motivación (es esencial tener un proyecto de vida),
que permite sospesar las ventajas e inconvenientes de nuestros actos.
La visión de Hirschi es, además, evolutiva, de tal manera que a cada edad le co-
rresponde un determinado modelo de carácter universal, es decir, que no varía entre
diversos territorios y culturas y, por tanto, es posible realizar acciones que refuercen
los vínculos sociales propios de cada situación o edad. Se trata de acciones (progra-
mas) de carácter preventivo que disminuirían el delito y que incluyen un replantea-
miento global de todas las practicas “de socialización”, empezando por la familia, la
escuela, el vínculo comunitario, las prácticas culturales y, por supuesto, los medios de
comunicación, sobre las “cuatro dimensiones del control social”: un tipo de relaciones

168
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

sociales capaces de fomentar el acuerdo y la conformidad, una adecuada estructura


de oportunidades, la implicación en diversas actividades y la fortaleza de las propias
creencias.
En el ámbito de las drogas y en otros programas sociales vinculados a infancia y
adolescencia, al menos en España, la utilización de las explicaciones y propuestas de
Travis Hirschi en lo que atañe al llamado modelo biopsicosocial es casi unánime, de tal
manera que, si un profesional de la asistencia, la reinserción o la prevención lee cual-
quiera de los dos libros citados, exclamará sin duda: “¡Pero si esto es lo que hacemos!”.
Aunque con seguridad apenas haya leído algo de Hirschi. Se trata de un tema de gran
importancia que se retomará en el apartado 6.3.
En la misma línea aparece el texto La nueva criminología, de Ian Taylor, Paul Wal-
ton y Jock Young (1973), profusamente citado en este capítulo y que propone, con un
planteamiento cercano al marxismo, enfocar la criminología desde la perspectiva de las
relaciones entre la sociedad y la delincuencia a partir de “cada formación histórica” en
particular y en la cual los intereses que respaldan el control social serán los que deter-
minarán, a través del orden social y jurídico, qué es el delito y, a la postre, quién es el
delincuente. En este sentido interpretan que el delito, y las drogas que citan de forma
explícita, aunque residual, son el resultado de conflictos sociales subyacentes, poco ex-
plícitos y que no se resuelven por intereses de grupos sociales. Como consecuencia pro-
ponen una serie de modificaciones de estos contextos, que se traducen en una reforma
de los mecanismos de control social.
En la La nueva criminología se mantiene además una posición muy cercana a aquellos
que piensan que “el delito es una forma de conflicto social”, una perspectiva que habían
iniciado Donald Taft y Walter Reckless en los años 50 y que reforzaron Ralf Dahrendorf,
Austin Turk, Richard Quinney y George Vold en el contexto de los años 70, y que les lleva
a proponer la idea de que un sistema penal indulgente reduce el nivel de conflicto y, por
tanto, el delito. Sin embargo, la sociología del conflicto se ha apartado progresivamente
del ámbito de la criminología y se ha aproximado a la cuestión de la mediación a través de
la teoría de los juegos, aunque en algunos casos ha expresado la inquietante e innovadora
idea de que “quizás un cierto grado de anomia resulte no solo normal sino saludable para
la marcha de la sociedad” (Dahrendorf, 1990).
Finalmente, conviene señalar la obra de Jock Young (1999), que se describe en el
capítulo 9 (apartado 4), y la más reciente de David Garland (2001), que nos ofrece una
síntesis de las teorías del control social en La cultura del control. Un texto que incluye
todo lo anterior y cuyo sentido está condesando en su propio título: hay que crear una
cultura responsable del control social para reducir la incidencia del delito, aprovechan-
do los cambio ocurridos en la “modernidad tardía” de nuestras sociedades, caracterizado
por el “declive del delito”, el “incremento de las penas de prisión”, el “populismo polí-
tico”, el “rechazo a la reinserción social” y la creación de “un modelo de comercializa-
ción (privatización) del delito”.

169
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

En resumen, ¿cuál es el contenido de las teorías del control social? Pues parte de la
noción de que la organización social requiere la presencia de un sistema normativo de
carácter cultural pero también formal que permita preservar los derechos individuales
y de que el sistema penal se interpreta como el subsistema de intervención del control
social, que actúa solo cuando los mecanismos de autocontrol, así como otras formas de
heterocontrol no penal, no funcionan. Su objetivo es la máxima eficacia y no el castigo,
en los mismos términos que propuso Beccaria, así como el utilitarismo moral, que se
describen en este manual.
Atribuye una gran importancia a los controles sociales de carácter cultural e in-
formal, en particular los preventivos, interpretando incluso que el progreso humano se
puede medir por la prevalencia de este tipo de control sobre los controles formales, en
particular los penales. A la vez, entiende que la eficacia del control social se relaciona de
forma inversa con la extensión de este, es decir, a mayor efectividad menor necesidad,
de tal manera que “la debilidad del control se asocia a la mayor ansia de castigo y de
intervención penal, pero según el control social mejora su eficacia, tanto el castigo como
la propia necesidad de control deben disminuir” (Cohen, 1985).
Este mismo autor elabora incluso un esquema histórico sobre la evolución del con-
trol social en tres fases, la primera hasta la Ilustración (siglo  xviii), la segunda desde
inicios del siglo xix hasta la segunda mitad del siglo xx y la tercera desde la década de
los años 60 hasta la actualidad, en el que muestra la evolución de diez variables: la capa-
cidad del Estado, el lugar de control, el objeto del control, su visibilidad y transparencia,
la identificación de los desviados, la hegemonía de la ley, la dominación profesional, el
objeto de la intervención, las nociones que soportan el control social y, finalmente, las
formas de control o castigo. Un esquema que contiene hechos y relatos empíricos, aun-
que también el objetivo de mejorar la práctica de la criminología. En este sentido hay
una cierta coincidencia entre la tesis de Stanley Cohen y las del psiconeurólogo Steven
Pinker (2011), del MIT, que muestra como la evolución biológica, acelerada por la ci-
vilización, reduce las tasas de violencia y el delito y se pregunta ¿Por qué no podemos
reconocer esto?
En todo caso, ¿cómo ha sido recibido todo este bagaje intelectual en España? En el
caso de la criminología con una cierta confusión, en gran medida porque el aislamiento
padecido durante el franquismo facilitó el desconocimiento de las teorías liberales, que
no se conocieron de forma íntegra hasta la publicación, en Buenos Aires en 1977, de La
nueva criminología (Taylor, Walton y Young, 1973). En 1981 se tradujo El proceso de
desviación de David Matza (1969), cuando el tiempo de la criminología liberal y crítica
había pasado. Al mismo tiempo, su conocimiento en España coincidió con la epidemia
de heroína, lo cual permitió reforzar las propuestas de moderación que, como hemos
señalado, facilitaron una interpretación tolerante de la Convención de 1988. También es
cierto que esta interpretación va a ser socavada y contrastada por la Ley de Protección
de la Seguridad Ciudadana (LO 01/1992).

170
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

También es cierto que en España las teorías del control social se expresan casi ex-
clusivamente en ámbitos propios del derecho penal y se proyectan hacia la criminología
A U T O R :(Bustos, 1987; Bergalli, 1998; Bergalli, 2003, en el prólogo del libro de Young, 1999;
no apare-García Pablos, 2016), conformando una poderosa y exigente corriente en el seno de la
cen en ladisciplina. Pero carecen de los necesarios interlocutores, es decir, de los agentes repre-
bibliogra-sentativos propios en los vértices CS, SC de las ciencias sociales y, por supuesto, de
fía.
los agentes correspondientes a vértices PA (acción) o IP (información). Unos agentes
imprescindibles para que las teorías del control social puedan aplicarse, pero que han
permanecido invisibles los últimos años a pesar del loable esfuerzo de muchos penalistas
por adquirir un perfil de “múltiple militancia”. No es posible impulsar este avance y pro-
greso social, entendido en términos de eficacia, justicia, respeto a los derechos, igualdad
y bienestar social, sin una adecuada colaboración institucional de las ciencias sociales y
de la acción política. Pero en España, a estos ámbitos no les gusta demasiado tratar con
la criminología, y cuando lo hacen suelen recurrir a estereotipos sobre dicha disciplina.

No dejes de leer
¿Cómo llamar a las teorías del control social para evitar malentendidos?

Parece evidente, visto desde el derecho penal, que la descripción que acabamos
de hacer del concepto de control social equivale en otros vértices a política social,
y siguiendo la argumentación de este manual se corresponde con el desarrollo de
los derechos sociales, es decir, con los derechos de ciudadanía, que conforman el
estado de bienestar. Por tanto, estas teorías criminológicas deberían llamarse teo-
rías de los derechos sociales, ya que afirman que, para reducir y controlar el delito,
y por supuesto los usos problemáticos de drogas, el camino adecuado pasa por
garantizar tales derechos. Por ello, no es una cuestión de control social, sino de
derechos sociales. De hecho, la idea no es original, ya que la formuló Jock Young
en La sociedad “excluyente”: exclusión social, delito y diferencia en la Modernidad tardía
(1999), donde, más o menos entre líneas, afirmaba que las teorías del control
social no deberían ser valoradas por lo que explican y describen, sino por lo que
proponen hacer: garantizar los derechos sociales.
Por tanto, a partir de este momento vamos a hablar de las teorías de los de-
rechos sociales, porque esto es lo que son. Ciertamente, la expresión va a chocar
en España, y especialmente desde la perspectiva penal, pero no tanto para una
criminología que adopta una perspectiva sistémica y multidisciplinar.
También es verdad que adoptamos este término desde la perspectiva de las
drogas, en el ámbito de la intervención, en el que la idea de la recuperación per-
sonal y la inserción social aparece vigorosamente ligada al acceso a los derechos
sociales.

171
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

5.4.2. La práctica del modelo de seguridad ciudadana

Como ha explicado John Lea (2002), las teorías de los derechos sociales se han tenido
que confrontar con el modelo de la seguridad ciudadana, y esto ha supuesto un “cierto
grado de descomposición” de estas como consecuencia de su necesidad de oponer-
se críticamente a “la histeria de la inseguridad, el activismo de determinados sectores
de víctimas, la mayor capacidad de control institucional y la lógica política electoral”
(Lea, 2002).
Todo ello ha implicado que el modelo de seguridad ciudadana sea más implícito
que explícito, de tal manera que la única forma de explicarlo sea a través de los análisis
críticos de muchos criminólogos, que han pasado del “qué deberíamos hacer” de las
teorías de los derechos sociales al análisis de “lo que no hay que hacer” sobre el modelo
de la seguridad ciudadana. En realidad, Lea tiene razón: La única manera de presentar
la práctica del modelo de seguridad ciudadana es hacerlo desde una perspectiva crítica,
para evitar “la descomposición institucional de las propuestas alternativas” (Lea, 2002).
De hecho, este es un problema especialmente relevante en el ámbito de las drogas,
para las cuales el modelo de seguridad ciudadana es tan omnipresente que las únicas
propuestas entendibles son las nuevas políticas de regulación, que asumen las propues-
tas de las teorías de los derechos sociales pero que no pueden desarrollarlas porque el
debate se traslada exclusivamente al ámbito de las políticas públicas.
La tendencia de la criminología hacia un modelo integral de derechos sociales
y de ciudadanía ha sido corregida por la práctica criminal y política del modelo de
seguridad ciudadana. La noción de derechos sociales supone, como hemos visto, la
conclusión del proceso de investigación científica combinado con el ideal de la eficacia
al menor coste social del utilitarismo moral.
¿Qué es el modelo de seguridad ciudadana? Pues una opción política que en Norte-
américa y en algunos países latinoamericanos se denomina tolerancia cero y que, lógi-
camente, requiere modificaciones en las leyes y en la intervención penal. La idea básica
es endurecer el sistema de penas y ampliar los tipos de conductas que hay que penalizar
para reducir el nivel de riesgo de la sociedad y ofrecer mayor seguridad a los ciudadanos
(y a las instituciones, aunque no se explicite). Este modelo aparece de forma paradójica
cuando la criminología científica parecía estar llegando a un cierto consenso en torno al
modelo de derechos sociales y de ciudadanía, el cual ofrece un conjunto de alternativas
opuestas a las que va a poner en práctica el modelo de seguridad ciudadana. No deja de
ser sorprendente que el modelo de seguridad ciudadana surja en un momento histórico
de fuerte descenso de las tasas de criminalidad.
El contenido del modelo de seguridad ciudadana ha sido expuesto en un artículo, de
obligada lectura, por José Luis Díez Ripollés, en el que comienza explicando las razo-
nes de la sensación de crisis que envuelve al actual derecho penal y cuyos razonamien-
AUTOR: estatos (recuperados de Garland, 2001) no vamos a exponer aquí. Pero sí el diagnostico
referencia no
aparece en la
bibliografía.
172
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

que trata de explicar el porqué de este inesperado movimiento desde la perspectiva del
propio derecho penal (Díez Ripollés, 2004).
Los argumentos son diversos y aparecen sintetizados a continuación.

1. Protagonismo de la delincuencia tradicional o clásica y desinterés hacia una


parte de las nuevas formas de delincuencia.
2. Prevalencia de sentimientos colectivos de inseguridad ciudadana y temor al de-
lito y a los delincuentes.
3. Priorización (sustantividad) de los derechos e intereses de las víctimas que se
convierten en los intereses de toda la sociedad.
4. Politización de las opciones del debate, de tal forma que adquiere un carácter
populista a la caza del voto electoral.
5. Endurecimiento de las penas y recuperación de la noción del valor del castigo
por sí mismo.
6. Redescubrimiento de la prisión como mecanismo para prevenir el riesgo.
7. Ausencia de recelo ante el poder sancionador de los organismos públicos y es-
casa exigencia de control sobre estos.
8. Protagonismo de las movilizaciones y las reclamaciones sociales en relación
con los puntos anteriores.
9. Intento de recrear una criminología punitiva y abandono de los objetivos de
eficacia penal.

Asimismo, el autor atribuye una cuota de culpa a “los excesos del garantismo proce-
sal” que ha provocado la desconfianza de amplias capas sociales, porque lo consideran
“una mera ventaja para las clases privilegiadas, que disponen de sistemas de defensa
muy competentes”, y opta por la “resistencia de la criminología científica” pero in-
cluyendo en esta la cuestión de “los malestares sociales” y otras acciones de índole
sociopolítica.
¿Cómo se expresa el modelo de seguridad ciudadana con relación a las drogas? Pues
obviamente con un endurecimiento de las sanciones penales que se van expresando con
mayores penas en las sucesivas reformas del Código Penal, salvo en la reforma del 2010,
cuando se bajaron las penas por tráfico de “drogas que causan grave daño a la salud” de
3-9 años a 3-6 años. Pero también con la creciente importancia de las leyes de seguridad
ciudadana, que incrementan el valor de las sanciones administrativas (multas) y el tipo
de circunstancias en las que se aplican. Finalmente, a partir del año 2012, la Fiscalía (y
otras instituciones) emprende una decidida campaña contra los “espacios de tolerancia”,
en particular contra el llamado movimiento cannábico, el cual, en el año 2018, queda
prácticamente desmantelado.
En resumen, el modelo de seguridad ciudadana es solo y en exclusiva un tipo de ac-
tuación política (vértice PA) que trata de obtener la aprobación publica, en un contexto

173
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

de “pánico moral artificioso” producido al margen de la realidad de la frecuencia de la


evolución de los delitos, de su intensidad diríamos, que se vive de acuerdo con falsas
creencias, difundidas de forma continua y agobiante por parte de los medios de informa-
ción y otros soportes culturales.
Obviamente, el modelo de seguridad ciudadana no opera proporcionando mayor
seguridad, de hecho, y desde una perspectiva criminológica, su implantación incrementa
la inseguridad, pero lo que el público desea es “saber que los malvados reciben el castigo
que merecen”, para sentirse tranquilos, compensados y para que, en términos de Donald
Horton, “consigan disminuir su grado de ansiedad”. El hecho de que la propia práctica
del modelo de seguridad ciudadana incremente su inseguridad objetiva parece traerles
sin cuidado. La influencia de las series televisivas sobre esta forma de pensar es obvia.
Hay que hacer lo que sea para que en el correspondiente episodio el delincuente no con-
siga de ninguna manera evitar el castigo (en general, cadena perpetua), a la vez que la
inseguridad real del propio contexto solo se percibe desde esta óptica ficticia.

5.4.3. El rol de las drogas en el vértice IP de la información

Las drogas fueron el argumento utilizado para la promulgación de la Ley de Protección a


la Seguridad Ciudadana en el año 1992. El contenido de la ley es bastante amplio, pero de
hecho el debate que se produjo, y por supuesto la actuación se centralizó en el tema de las
drogas, ya que se permitía multar administrativamente a los usuarios de drogas, así como
la incautación de la sustancia y de los enseres destinados al consumo, a la vez se permitía
entrar en viviendas donde se suponía que se vendían sustancias ilegales sin autorización
judicial. ¿Por qué se produjo este cambio? Pues por razones que tenían poco que ver con la
criminología. Porque 1992 fue el año de las Olimpiadas en Barcelona, de la Expo en Sevi-
lla y de la celebración del quinto centenario del descubrimiento de América en todo el país.
Como consecuencia, el foco informativo internacional estaba puesto sobre España y,
ya desde principios de 1991, los medios de comunicación de muy diferentes países rela-
taron la “oleada de inseguridad ciudadana” que vivía España, lo que era una información
falsa o, si se quiere, una “posverdad”, porque en términos comparativos entonces ya
figurábamos entre los países más seguros de Europa. De hecho, el volumen de delitos,
de todo tipo de delitos, en los países en los cuales los MCS realizaban estas afirmacio-
nes era muy superior al de España. Pero para realizar dichas afirmaciones contaban con
dos componentes que no se pueden negar. Por una parte, las encuestas del CIS habían
mostrado durante años que la mayor preocupación de los españoles era “las drogas y la
seguridad ciudadana”, y entonces era muy fácil, como así hacían, obtener declaraciones
de ciudadanos de a pie que hablaban del “infierno de la inseguridad”, angustiados y
exaltados por esta creencia tan compartida cuando, según las propias encuestas de victi-
mización, la mayoría de ellos no habían sufrido ni un solo atraco o agresión en la vida.

174
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

El segundo se refiere a la ostentación pública del consumo de heroína por vía inyec-
tada a partir de la modificación del Código Penal de 1983, que ya no tipificaba esta con-
ducta. Tras la amenaza del VIH/SIDA, ver a gente por la calle con jeringuillas producía
sin duda angustia y ansiedad en amplios sectores de la población.
En un extenso estudio empírico sobre el municipio de Madrid, en el cual se con-
sideraron de forma prioritaria las variables territoriales (Alvira y Comas, 1989), fue
muy evidente que el uso de heroína, en privado y en público, en viviendas y en locales,
conformaba una figura geométrica de menos a más según te acercabas al distrito centro,
lugar donde el consumo adquiría un perfil masivo. Además, la mera observación, y un
pequeño trabajo cualitativo, permitió constatar que el mapa del consumo de heroína en
público se superponía al mapa de los lugares emblemáticos o históricos que suelen apa-
recer en las guías turísticas. ¿Pasaba esto en el resto de Europa? En absoluto, en parte
porque entonces en muchos países el consumo de drogas estaba sancionado y en todo
caso era mal visto y perseguido por las instituciones, de tal manera que, frente al exhibi-
cionismo, que era preponderante en España, en cambio en el resto de Europa la heroína
era algo más privado, aunque a la vez solía darse un consumo público, pero fuera de los
centros urbanos y los lugares emblemáticos.
En la mayor parte de Europa, los lugares preferentes de consumo público solían ser
las semiabandonadas, o pertenecientes a líneas secundarias, estaciones de ferrocarril,
mientras que en España eran las puertas de edificios públicos históricos y las callejas
de los cascos históricos por las que les gusta deambular a los turistas. Además, en plena
epidemia de VIH/SIDA se mostraba el consumo endovenoso de sustancias y cualquier
español podía declarar que “se atracaba” con “jeringuillas infectadas”.
La Ley de Protección a la Seguridad Ciudadana “resolvió” el tema en muy poco tiem-
po, entro en vigor el 13 de marzo, y en un par de meses, al menos en las grandes ciudades,
la distribución geográfica del uso de drogas, en particular la heroína, había cambiado.
Básicamente porque las multas y las incautaciones se focalizaron hacia ciertos lugares
(los centros urbanos), mientras que no se aplicaban en otros (los poblados del extrarra-
dio). El nivel de uso de heroína no disminuyo, aunque es cierto que comenzó a hacerlo
lentamente desde entonces, y el de delincuencia tampoco se redujo, pero los barómetros
del CIS dieron un giro injustificado e inesperado: las drogas y la inseguridad ciudadana se
convirtieron en un problema secundario, y en apenas dos años adquirieron un carácter re-
sidual. ¿Por qué? Pues porque lo que ocurría en los poblados no fue visible hasta pasados
muchos años, ya que los medios no comenzaron a hablar de ello hasta la década siguiente.
El ejemplo de lo ocurrido en España con este impulso del modelo de seguridad ciu-
dadana y las drogas nos proporciona una posible hipótesis para poder entender la expan-
sión de este modelo de actuación. Se trata de la influencia de los medios de comunica-
ción (MCS) y de las producciones audiovisuales (PAV), que se supone que tienen como
finalidad principal y exclusiva entretener al público, pero en realidad lo moldean ideoló-
gicamente. La Ley 01/1992 era la “ley de la patada en la puerta”, y fue muy contestada

175
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

en su momento, pero la opinión pública la fue interiorizando y fue considerada por los
sucesivos gobiernos como un éxito. Quizás por ello se promulgó la nueva Ley 04/2015
de Seguridad Ciudadana, la “ley mordaza”, que aunque mantuvo los supuestos de 1992,
amplió las sanciones administrativas por consumo de drogas de una forma notable, sin
que se produjeran protestas por este endurecimiento, limitándose estas a alguno de los
nuevos supuestos introducidos, en particular los delitos de opinión. Las acciones de los
MCS y de las PAV conforman el vértice IP de la criminología, que explica, al menos tan-
to como los otros vértices la actuación política. Tratar de ignorar este hecho supone que
mantenemos la imaginaria fantasía de un estado autoritario y exclusivamente vertical.

No dejes de leer
Analizando un relato o una serie, ¿dónde queda la criminología?

En muchos informativos de televisión, en una parte importante de la prensa y en


los contenidos de las redes sociales ofrecen una gran parte de sus contenidos en
forma de “crónicas de sucesos” sobre el delito, los delincuentes y sus víctimas, de
tal forma que parece que lo más importante que ocurre en el mundo, tanto en
contextos cercanos como en lejanos, tiene que ver con los aspectos que trata la
criminología. Se puede alegar, y es cierto, que esto es lo que atrae a la audiencia
y que la labor periodística no solo es informar, sino hacerlo sobre aquello que
despierta interés para el público.
Este segundo argumento, él éxito, es el único que se puede aplicar en cambio
a la ficción y al hecho de que en dicho ámbito los temas relacionados con la crimi-
nología representan una mayoría aún más amplia de series, películas y novelas, de tal
manera que la temática criminal es por sí misma el género visual de mayor éxito en
todos los soportes. De hecho, por cada asesino en serie real, el conjunto de sopor-
tes mencionados ha descrito varios, es decir, por cada asesino en serie real hay va-
rios puramente ficticios.Y en nuestro contexto inmediato, por cada asesino (aunque
no sea en serie) que podamos identificar, hemos visto cientos, miles, en la ficción.
La primera cuestión que habría plantear seria: ¿por qué ocurre esto? Y la
respuesta inmediata sería: la morbosidad, entendida como un valor subterráneo.
Hay otras respuestas posibles y más sutiles que se refieren a que la contemplación
del mal (en otros) reduce nuestro grado de ansiedad social. La siguiente pregun-
ta podría ser: ¿por qué los relatos de la ficción determinan el contenido de las
informaciones? O expresado de otra forma: ¿por qué la realidad es tratada infor-
mativamente de acuerdo con las reglas de la ficción? La respuesta también parece
sencilla: porque así resulta más atractiva y mejora la audiencia.
Finalmente, ¿se quiere transmitir algo concreto con estas prácticas? Quizás
no, porque solo se trata de lograr éxito público y audiencia. Pero sí tiene conse-

176
Teorías sociocriminológicas en la etapa del sistema internacional de fiscalización

cuencias cognitivas para un amplio público sometido a la presión de una conti-


nua persuasión. No hay análisis empírico (utilizando las metodologías de análisis
de contenido) sobre estos hechos, aunque es evidente que los personajes son
siempre los “criminales natos” de Cesare Lombroso y que, por ello, merecen los
castigos más duros.

5.5. Propuesta de ejercicios para la reflexión y el debate

Propuesta 1

Coge el libro de Howard Becker (1963a), en una de sus múltiples ediciones en


español o en otros idiomas, y si quieres puedes leerlo, ya que es otro de los reco-
mendables. Pero aquí se trata solo de proponer una reflexión sobre él título, porque
el texto original se titulaba Outsiders: Studies in the Sociology of Deviance. En un
primer momento fue traducido por Los extraños: sociología de la desviación, y
después el término outsiders se popularizó por el impacto de este libro, aunque el
DRAE aún no lo acepta, pero se sustituyó en las nuevas publicaciones el término
extraños por el anglicismo outsiders, que casi todo el mundo comprende. La última
edición (1963b), en cambio, se titula Cómo fumar marihuana y tener un buen viaje.
Interpreta todos estos cambios.

Propuesta 2

En la vida cotidiana aparecen con frecuencia relatos personales que pretenden justi-
ficar un comportamiento inaceptable mediante las técnicas de neutralización. Piensa
en el último año y en tu entorno inmediato y describe dos situaciones en las que al-
guien utilizó, de forma explícita, estas técnicas contigo. Después explica por escri-
to, sin que sea obligatorio que alguien deba leerlo, una situación similar en la que
fuiste tú quien lo hizo. Si es algo relacionado con el uso de drogas, mucho mejor.

Propuesta 3

Elige una película, una serie (o varios episodios de una de ellas) o, mejor, toda
la información sobre un acontecimiento criminal reciente que haya facilitado un
medio cualquiera (pero solo uno). Intenta hacer un análisis del contenido de dicha
información, si es posible elige algo vinculado con las drogas, después expresa, en
términos criminológicos, el tipo de actuación a la que te invita o de la que te per-
suade dicha información o producción e imagina su posible impacto en la opinión
pública y lo que finalmente vaya a imaginar esta misma opinión pública sobre lo
que debería ser una política criminal efectiva. Para hacerlo utiliza la contraposición
entre “pagar una pena por hacerlo” frente a “evitar que se haga”.

177
6
Intervención en alcohol y otras drogas:
el protagonismo de la psicología

En este capítulo vamos a tratar de mostrar algunas aportaciones conceptuales, teóricas y


empíricas de la psicología, útiles para la criminología en su relación con las drogas. De
entrada, hay que destacar que las aportaciones son muchas y muy variadas, así como di-
fíciles de sistematizar. Pero a la vez, la experiencia cotidiana, tanto en la asistencia como
en la prevención, muestra un gran número de psicólogos/as trabajando de forma similar
(y coherente) sobre los usuarios de alcohol y otras drogas y sobre los/las adolescentes
en riesgo. ¿Por qué ocurre esto? En gran medida porque el trabajo psicológico se sos-
tiene sobre la noción de programa de intervención, que ha sido habitualmente diseñado
de forma previa y tras el correspondiente diagnóstico, de tal manera que se definen las
características de la intervención y se relacionan con objetivos concretos.
La dificultad no es, por tanto, describir todas estas prácticas, que, por otra parte,
han sido evaluadas y que además se corresponden a diversos modelos de intervención,
aunque es cierto que, en el campo de la intervención, algunos son más relevantes que
otros. Pero cuando se trata de establecer este inevitable protagonismo práctico de la psi-
cología en el sistema transdisciplinar de la criminología, aparecen ciertas dificultades,
en lo conceptual y en lo teórico,
El campo de las diversas drogas, en particular en la asistencia, donde el protago-
nismo de la psicología profesional resulta notable, abre una puerta para resolver estas
dificultades, si bien queda un trecho para lograrlo de una forma total y satisfactoria.

6.1. Construyendo una óptica transdisciplinar para la criminología

6.1.1. Un problema lógico-racional

En este punto vamos a plantear una cuestión que hay que leer con atención para poder
comprenderla. Es además una cuestión sabida pero invisible en un mundo en el que los
respectivos relatos disciplinares (corporativos), se miran con desconfianza, pero a la

179
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

vez nadie, al menos en público, suele aludir a la posibilidad de que quizás estos estilos
corporativos representen un problema que se debería afrontar.
Así, en la práctica cotidiana, y con relación a los estilos corporativos y académicos,
se suele mostrar una notable distancia entre los vértices SC y CS (es decir, el ámbito
sociocultural) y los vértices CH y PS (es decir, el ámbito biológico-individual). Resulta
obvio que la criminológica solo puede establecerse como ciencia resolviendo el proble-
ma de esta distancia entre los distintos vértices del conocimiento.
De hecho, un modelo transdisciplinar que venimos proponiendo requiere lo que en
el campo de la lógica formal se denomina equivalencia lógica, y en particular, el respeto
a las llamadas leyes de dominación, para las que una verdad lógica se corresponde con
una verdad lógica y una falsedad lógica se corresponde con una falsedad lógica, o dicho
en otra forma, se trata de dos proposiciones que tienen el mismo valor de verdad. Quizá
parte del alumnado no entienda esto, pero puede tomarlo como una afirmación creíble
que procede de la lógica formal y matemática.
¿Podemos lograr una verdadera articulación transdisciplinar sin resolver esta cues-
tión? Desde luego que no, por tanto, vamos a intentar plantear una respuesta porque se
trata de una necesidad básica para fundamentar la criminología.
En los tres capítulos anteriores se ha expuesto la trayectoria del vértice normativo
(NJ), del vértice cultural (SC), del vértice social (SC) y al final, y desde la misma óptica,
se ha establecido la necesidad de identificar mejor y reforzar el vértice de la información
(IP). Hacer esto ha sido relativamente sencillo, todos ellos se expresan a través de una
trayectoria cronológica de carácter progresivo y acumulativo, en la que, para entender
las nociones, siempre provisionales, del presente hay que recurrir a las que se fueron
descartando en el pasado y que, en todo caso, forman parte implícita de las nociones del
presente. Son ciencias que se desarrollan mediante la lógica de la acumulación concep-
tual, incluidas aquellas orientaciones que se presentan como mero presentismo práctico.
Esta explicación progresiva no es una idea original de este manual, sino que con-
forma el sustrato (y el modo de aprendizaje) propio de todas las disciplinas que se
desprenden de los citados vértices. Aunque con un matiz, ya que conviene reconocer
que el eje normativo (NJ) expresa una doble funcionalidad, por un lado, la cronológi-
ca, que domina en los sistemas anglosajones, y por otro, la presentista, que muestra la
importancia de la codificación. Lo que supone que el vértice normativo, lo mismo que
el de la actuación (PA) no mantienen una distancia tan problemática ni con el ámbito
sociocultural ni con el ámbito biológico-individual, porque manejan internamente su
propia congruencia (en ocasiones conflictiva) entre cronología y presentismo.
Pero con los dos vértices restantes, el del individuo (PS) y el de la biología humana
(CH), no pasa lo mismo, porque los descartes del pasado desaparecen ante la perma-
nente obligación de utilizar los conocimientos, las explicaciones, los procedimientos
y las tecnologías más recientes e innovadoras del presentismo, especialmente en el
ámbito biomédico.

180
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

Además, aunque existen asignaturas que explican la historia de estas disciplinas,


en general, la práctica profesional se refiere a “lo que hay que hacer en este momento”,
porque los conocimientos más recientes son, ciertamente, los más correctos para atender
mejor a las personas. ¿Pero son estos conocimientos los definitivos? Pues son también
tan provisionales como los de ámbito sociocultural, pero en todo caso son, de forma
razonable, los que hay que aplicar puesto que son los más útiles para las personas.
Ambas maneras de razonar (la evolutiva propia de las ciencias sociales y la pre-
sentista propia de las ciencias individuales), sin ser antagónicas, explican al menos en
parte la distancia que existe entre ambas tradiciones científicas. Para el primer grupo de
disciplinas, la trayectoria cronológica constituye el relato que permite fundamentar las
actuaciones del presente, para el segundo grupo, la necesidad de actuar de forma óptima
requiere utilizar los hallazgos más recientes del conocimiento.
¿Qué puede y debe hacer la criminología? Pues utilizar ambas lógicas de forma con-
junta. Por una parte, el relato cronológico del progreso del conocimiento, y por la otra,
los hallazgos más pertinentes de los nuevos conocimientos, porque ambas lógicas pueden
coincidir, y de hecho coinciden en muchas ocasiones. Identificar y utilizar la coincidencia
supone reforzar el carácter científico de los conocimientos que aplica la criminología.
Vamos a ver cómo podemos hacerlo.

6.1.2. Una propuesta metodológica íntegramente transdisciplinar

Hemos descrito y presentado la criminología como una ciencia empírica que se sostie-
nen sobre el utilitarismo moral del bienestar y los derechos sociales. También sabemos
que no es un sumatorio de disciplinas, sino una perspectiva holística que trata de rehuir
el idealismo platónico e integrar el principio de la parsimonia, ¿Con estos mimbres po-
demos resolver las distancias y las disonancias que aparecen en los diferentes vértices
del sistema de la criminología (que es el de las drogas) y sus correspondientes discipli-
nas? Para lograrlo podemos adoptar una perspectiva metodológica, teniendo en cuenta
que se trata de proposiciones que tienen el mismo valor de verdad. Expresado en otros
términos, no hay un conocimiento verdadero y otro falso, ya que la lógica transdisci-
plinar de la criminología exige utilizar términos de equivalencia lógica, luego todos los
vértices del sistema contienen y deben contener proposiciones verdaderas.
Utilicemos el ejemplo real y muy frecuente de un ayuntamiento que trata de preve-
nir el uso de drogas por parte de los/las adolescentes del municipio con el propósito de
reducir, a medio plazo, los usos problemáticos y su vinculación con los delitos contra la
propiedad y el vandalismo durante el fin de semana.
Para diseñar la intervención se puede emplear, por ejemplo y desde el vértice PS, el
recurso a los componentes territoriales de la escuela de Chicago, encargando un estudio
sobre la distribución del uso de drogas y la delincuencia en el municipio, puede utilizarse

181
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

una metodología sencilla y poco costosa para hacerlo o bien se puede utilizar una meto-
dología más sofisticada que nos ofrezca una estadística geográfica convincente.
Los propios datos nos permitirán entender que, también a modo de ejemplo, algunos
barrios presentan formas subculturales compactas, mientras otros son más variados, en
algunos aparecen más drogas, o determinado tipo de ellas, mientras en otras aparece un
perfil muy distinto, también podremos cruzar estos datos con el tipo de delincuencia,
según residencia de los que cometen delitos o según delitos cometidos. En este punto
podremos descartar o confirmar las hipótesis sobre la relación drogas-delitos.
El conocimiento adquirido nos puede proporcionar evidencias sobre la existencia de
una o varias asociaciones diferenciales o quizás interpretaciones naturalistas, o bien las
explicaciones propias de las teorías de los derechos sociales (llamadas teorías del control
social). Por ejemplo, en algunos casos pueden ser las explicaciones propias del pánico
moral y en otros de las subculturas rituales de resistencia, que se expresan como un
sistema de representaciones sociales mutuas y alternativas.
Pero también caben otras explicaciones posibles, por ejemplo, en el vértice CS,
surge una fuerte implicación del vértice IP de la información, lo que explica la aparición
del pánico moral. A la vez, a través del vértice PS de la actuación podemos comprender
cómo una determinada política urbanística o cómo la aplicación de las normas y la capa-
cidad, calidad y suficiencia de los recursos legales y policiales para actuar (vértice NJ)
explican los resultados obtenidos.
Todas estas explicaciones son posibles gracias al conocimiento de un contexto más
amplio (pongamos el nacional) y de un sustrato de otros trabajos empíricos similares y,
por supuesto, los de carácter general.
Obviamente, obtener una visión de esta naturaleza supone un coste importante, pero
desde una perspectiva criminológica es imprescindible, porque sin este conocimiento y
sin estos mapas sobre la realidad, cualquier actuación que no considere estos hallazgos
supondría despilfarrar el dinero público, al no poder ni tan siquiera definir los objetivos de
la intervención más allá de generalidades globales e inconcretas.
Conocer la variedad de objetivos es imprescindible para diseñar una actuación po-
lítica en forma de programa de intervención, y en la que se dan una gran diversidad de
situaciones y, por tanto, de potenciales objetivos. En este caso son posibles dos alterna-
tivas, la primera, limitarse a una cuestión concreta, por ejemplo, adolescentes escolari-
zados que presentan ciertos rasgos o adolescentes en situación de abandono escolar o
absentismo que presentan otros. Una segunda alternativa supone afrontar los diferentes
problemas con diversos y adecuados medios y procedimientos.
La cuestión es que la primera alternativa, si la evaluamos, no suele producir resulta-
dos demasiado beneficiosos, ya que, por ejemplo, si tratamos de reducir el pánico moral
propio de familias bien integradas sin trabajar sobre los rituales de resistencia de jóvenes
marginales, lo más probable es que no seamos capaces de producir efectos reconocibles.
Lo mismo cabe decir si tratamos de reducir el uso de alcohol entre escolares de enseñanzas

182
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

medias sin trabajar de forma directa la cuestión del ocio recreativo de fin de semana o
quizás la existencia de subculturas que venden alcohol a menores. Por supuesto se trata
de un conjunto de componentes del mismo fenómeno que se retroalimentan sin que la
flecha de la causalidad vaya solo de uno a otro.
El diseño final de la intervención incluirá entonces objetivos diferentes protagoniza-
dos por profesionales distintos con prácticas diversas, pero a la vez coordinadas. ¿Qué
supone la expresión diferentes pero coordinadas? Significa que no se trata de hacer solo
una cosa, porque ya sabemos que hacer solo una cosa no sirve para nada, sino de hacer
varias cosas aplicando, en cada caso, las técnicas de intervención adecuadas. Obviamen-
te, esto implica la existencia de un mecanismo de coordinación o de una coordinación
singular, que no se encarne en una de las partes.
Esta es la clave metodológica que, al menos en relación con las drogas y el delito,
permite una intervención holística, eficaz, adecuada y eficiente. Porque la experiencia
empírica nos demuestra que el modelo de la coordinación inter partes, es decir que los
implicados se coordinen entre sí y que suelan aparecer siempre como argumento moral
en las políticas públicas, no suele ser demasiado eficaz, porque los intereses de los ac-
tores profesionales y políticos son divergentes, exclusivos y en ocasiones excluyentes.
Además, ninguno de ellos posee esta visión holística necesaria para realizar dicha coor-
dinación.
Este agente coordinador que maneja la visión holística tiene, además, que estar do-
tado de la suficiente autoridad (y capacidad de manejar los recursos) para poder repartir
las cartas de acuerdo con las reglas del juego, es decir, la política pública aprobada y
diseñada.
Con mucha frecuencia, en la práctica cotidiana, al menos con el alcohol y otras
drogas, cuando se elige al agente coordinador y se personaliza en uno de los ejecutores
de la política, habitualmente solo a uno en concreto, por ejemplo, el departamento de
servicios sociales o el de salud mental, lo más probable es que el otro no colabore o lo
haga a regañadientes. Por supuesto, otros posibles actores como educación, juventud,
empleo, igualdad, cultura, seguridad, deporte, urbanismo o movilidad, no se van a dar
por aludidos, y no digamos competencias de otras administraciones públicas como justi-
cia, menores o la seguridad que depende del Estado o las comunidades autónomas. Esto
ocurre siempre, aunque la acción política (y la propia ley) afirme lo contrario, salvo que
se establezca un presupuesto específico, lo que garantizara acciones propias, pero no
coordinación efectiva.
También es muy frecuente que cuando el ámbito disciplinar y corporativo elegido
para actuar como referente de coordinación, en especial cuando tiene un cierto poder,
actúe de forma egoísta, de tal manera que solo afronte aquel componente del problema
sobre el que tenga competencias técnicas, lo que con toda probabilidad provocará un
fracaso global, aunque logre un cierto éxito en relación con estas competencias técnicas
corporativas.

183
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

En estos casos, la necesaria perspectiva global y transdisciplinar desaparecerá, de


tal manera que al menos una parte de los problemas tenderá a empeorar y las personas
sufrirán las consecuencias.
La descripción que acabamos de realizar refleja de forma muy realista y con exac-
titud lo ocurrido en el ámbito de las drogas en España y posiblemente en otros países.
Pero no es exclusiva de las drogas, ya que ocurre en otros campos bien conocidos, por
ejemplo, en las divergencias entre los diversos cuerpos y fuerzas de seguridad de Estado
y entre estos y los de las comunidades autónomas y ayuntamientos, entre estos y el sis-
tema judicial, así como entre el sistema judicial y los servicios sociales para aplicar, por
ejemplo, las sentencias de trabajos en beneficio de la comunidad (TBC).
La perspectiva holística del sistema de conocimiento/intervención que proponemos
para la criminología en su visión de las sustancias psicoactivas está facilitando las no-
ciones que permitirán describir el tema de las drogas a modo de realidad natural, lo
cual nos faculta no solo a determinarlo, sino también a gestionarlo o al menos proponer
soluciones.

6.1.3. El rol del vértice de lo individual en las políticas sobre drogas

La existencia de una coordinación singular y holística resuelve el problema de la dis-


tancia entre los diversos procedimientos corporativos y académicos, induce a una
transdisciplinariedad práctica y real. Porque distribuye y reparte, desde una visión ge-
neral que también determina el papel de cada una de las partes, evitando intrusiones
inadecuadas. En particular resuelve el problema de la distancia entre el paradigma
cronológico y progresivo de la tradición sociocultural y el paradigma presentista de la
mayor parte de la intervención biológico-individual.
Como consecuencia, una adecuada coordinación holística reparte objetivos y tareas,
las establecidas tras el análisis de la realidad, que desarrollarán según su perspectiva de
optimización moral del paradigma del utilitarismo moral, los profesionales formados
por una u otra disciplina, siendo estos los que elegirán el procedimiento más adecuado
para cada respuesta. La coordinación establece el qué, fruto del análisis de la realidad,
y el cómo los diferentes profesionales de la intervención cuando realizan sus correspon-
dientes tareas.
La visión de la criminología que aparece en este manual ofrece esta perspectiva
holística y transdisciplinar y nos permite explicar las dificultades para sistematizar los
componentes de la psicología y la psiquiatría adecuados a la intervención con las dro-
gas. Al mismo tiempo que puede explicar cómo ambas disciplinas ocupan un lugar tan
central y relevante en la práctica de la intervención. La respuesta resulta, en apariencia,
muy paradójica porque cada una de ellas ha utilizado la perspectiva presentista propia de
ambas disciplinas, pero a la vez no se trata de una perspectiva unificada, como ocurre en

184
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

parte de la medicina y en el ámbito de las ciencias de la naturaleza, sino que comporta


una gran variedad de orientaciones conceptuales, teóricas y prácticas, lo que permite
afrontar la propia diversidad de los problemas y situaciones presentes en el ámbito de
las drogas.
Expresado en otros términos, la paradójica ventaja de las disciplinas que compar-
ten el vértice PS, reside en la falta de una teoría sistemática y unificadora, lo que les
permite responder a la disparidad de necesidades y demandas. También es cierto que
esto está comenzando a cambiar en el caso de la psiquiatría, que va perdiendo su plu-
ralidad tradicional engullida por la perspectiva biomédica, mucho más determinista y
presentista
¿Cómo es entonces posible que la falta de una teoría unificada suponga una ventaja?
Pues sencillamente porque entonces se puede realizar un ajuste entre la diversidad de
problemas y situaciones, y la pluralidad de orientaciones teóricas y conceptuales. Se
trata de un ajuste más o menos espontáneo, aunque a la vez no podamos negar algún
grado de racionalidad en el proceso, ya que la existencia de una perspectiva holística de
coordinación podría y debería resolver, asignando a cada programa de intervención los
casos, perfiles y situaciones más adecuados.
¿De qué manera debemos realizar este ajuste desde una visión holística? Existen va-
rias alternativas, una primera opción que no ha traspasado los límites de la criminología,
pero que ha incluido a las drogas, se refiere a la psicología de la delincuencia (Redondo
y Garrido, 2013), que ofrece una visión holística y empírica como la que proponemos
en este texto, pero encajada en un relato de meras temáticas que apuntan hacia una vi-
sión sistémica, en la que las drogas no aparecen salvo de una forma escueta y descritas
como psicopatía en una muestra no de usuarios de drogas sino de delincuentes juveniles
que usan drogas. En este caso falta la perspectiva transdisciplinar y un punto de apoyo
externo como es el utilitarismo moral, en todo caso, la psicología de la delincuencia
representa el más avanzado intento de sistematizar la cuestión desde la perspectiva del
vértice PS.
La segunda alternativa, la más frecuente desde la perspectiva de la drogas (y de su
centralidad) es la utilizada por Elisardo Becoña, que expone todas las explicaciones em-
píricas, conceptuales y teóricas en el ámbito de las drogas y en la perspectiva del vértice
PS, con muchas aportaciones propias de la psicología social, en un extenso y riguroso
volumen (Becoña, 2002), y aunque algunas son antagónicas, parece dejar a nuestra elec-
ción cuál es el producto que vamos a escoger en la extensa estantería. Los profesionales
pueden entonces elegir, pero la pregunta es: ¿con que criterios lo hacen?
La tercera alternativa es recurrir a la descripción de las patologías asociadas al uso
de drogas, bien como causa, bien como efecto, lo cual es más propio de la psiquiatría
(aunque no de toda) y además de algunos psicólogos. La cuestión es entonces la falta
de consenso sobre cuáles son estas y su etiología. De hecho, uno de los pocos consen-
sos que sí existe se refiere al hecho de que el Manual diagnóstico y estadístico de los

185
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

trastornos mentales (en inglés, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders,
abreviado DSM), que en este momento ofrece su versión 5.1, nunca se ha ajustado, al
menos en España, ni a la realidad ni a las necesidades prácticas de la intervención en los
casos de personas con problemas por uso de drogas.
Es cierto que cada vez más profesionales utilizan en España el DSM (y otros tantos
lo rechazan), pero está lejos de que, tal y como ocurre en Estados Unidos, tenga un valor
diagnóstico probatorio en el ámbito judicial. En todo caso, la opción española no es tan
descabellada, ya que son muchas las explicaciones del DSM 4 a las que, habiendo sido
rechazadas, al menos en España y en el ámbito de las drogas, por una mayoría de profe-
sionales, después el DSM 5 les ha dado la razón.
Finalmente se puede imaginar una cuarta alternativa desde la intervención, en par-
ticular la asistencia prestada en los dispositivos específicos o aquellos que atienden ca-
sos relacionados con las sustancias psicoactivas. En la práctica hay dispositivos que
muestran un estilo de actuación basado en la terapia racional emotiva, hay centros con
diversas orientaciones psicoanalíticas, hay centros que siguen una orientación cognitiva
y, por supuesto, hay muchos programas asistenciales que afirman practicar alguna forma
de enfoque sistémico, o incluso logoterapia.
Asimismo, muchos combinan cualquiera de estas prácticas psicológicas con las ac-
ciones de autoayuda, algunas siguiendo el modelo religioso de los doce pasos de Alco-
hólicos Anónimos y otros no. De hecho, en España es más frecuente utilizar el modelo
de autoayuda que desarrollaron en su día las organizaciones de exalcohólicos y alcohó-
licos rehabilitados agrupadas en la Federación de Alcohólicos Rehabilitados de España
(FARE). En todo caso, la actuación de la red asistencial especifica ha mantenido un alto
grado de coherencia práctica durante los cuarenta años que lleva actuando.
Pero todo esto nos conduce hacia, por ahora, una inexplicable paradoja, porque en
la extraordinaria diversidad psicológica que refleja la intervención en el ámbito de las
sustancias psicoactivas, ocurre que la psicología y los/las psicólogos suelen ejercer casi
siempre un cierto liderazgo en equipos multidisciplinares (raramente son transdiscipli-
nares), no solo porque suele ser la titulación más numerosa, sino porque suelen ser los
encargados de formular el programa integral y de coordinar las acciones.
Esto ocurre tanto en lo público como en lo concertado, y especialmente en el tercer
sector a consecuencia del sistema de concursos públicos, donde lo más frecuente es que
los pliegos de condiciones técnicas hagan referencia a un conjunto habitual (y bien di-
seminando) de buenas prácticas, en el cual las explicaciones conceptuales y teóricas de
la psicología se han integrado en una propuesta de actuaciones concretas para sostener
el diseño de la intervención.
Expresado en otros términos, la dificultad para sistematizar el pensamiento psicoló-
gico en torno a las sustancias psicoactivas se convierte en una ventaja a la hora de pla-
nificar las intervenciones. ¿Es posible interpretar un hecho del que tenemos una amplia
constancia empírica? Vamos a intentarlo.

186
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

No dejes de leer
Modelos de autoayuda

En el ámbito de las drogas (y el alcohol) las prácticas de autoayuda son muy fre-
cuentes, y en general bastante eficaces, aunque no sirven para todos los casos. La
autoayuda se desarrolló en Estados Unidos en los años 30 y se expandió a través
del modelo de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos (AA), de tal manera que
en los años 50 se convirtió en parte de la cultura popular norteamericana. Se trata
de un proceso de autorreflexión, motivación, metas y apoyo por parte de perso-
nas rehabilitadas, en el que, con una orientación religiosa, se adquieren responsabi-
lidades al tiempo que se abandona el uso de sustancias. Se trata de un modelo muy
ajustado a la cultura y a las actitudes vitales de personas con una actitud religiosa
más o menos puritana, en la que la sinceridad, el compromiso y la confianza mutua
juegan un papel esencial.
Se aplicó en exclusiva a problemas de alcoholismo, hasta que en los años 60, la
reforma psiquiátrica redujo las plazas de internamiento y muchas personas con pro-
blemas de drogas, salud mental o desordenes del comportamiento se encontraron
en la calle y desatendidas (Comas, 1988). En aquel momento se crearon grupos
de autoayuda, que adaptaron de forma espontánea el modelo de los doce pasos
para estos problemas, más tarde se utilizó para el juego patológico, para una gran
diversidad de conductas sexuales que consideran problemáticas algunos sectores
sociales, finalmente, para los llamados neuróticos anónimos y, por supuesto, para los
trastornos de la conducta alimentaria.
Aunque en Estados Unidos se produjeron adaptaciones al modelo de AA y
se crearon organizaciones, y grupos, de AA católicos, judíos, hispanos, budistas,
agnósticos e incluso ateos, en los países de tradición católica, el modelo de los
doce pasos ocupa un lugar residual, aunque es cierto que se está ampliando por
el impacto de las series norteamericanas. En los años 60, en España, a través del
Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica (PANAP), se inició una práctica de
grupos de autoayuda distintos al modelo de AA. Se trataba de grupos terapéuticos,
que contaban, aunque no todo el tiempo, bien con un psiquiatra o una trabajadora
social (este era siempre el género), que incluían a familiares y que actuaban sin
ningún componente religioso y en los que se puso a prueba una metodología
que resultó muy eficiente. En los años 70 y 80, algunos, organizados a través de la
FARE, se independizaron de la tutela profesional y en la actualidad funcionan de
una forma eficaz.
Algunos dispositivos asistenciales privados, e incluso alguno público (muy es-
casos), ofertan programas de autoayuda, en general dirigidos por profesionales, con
un coste más o menos gravoso para los asistentes. Es obvio que se trata de grupos
terapéuticos más o menos eficientes, pero que no tienen nada que ver con el mo-

187
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

delo de AA. Esta práctica asistencial se ha desarrollado en España especialmente


en relación con drogas, juego patológico, sexualidad (incluida orientación sexual)
y trastornos alimentarios.

6.2. Psicología, criminología y drogas: algunas aclaraciones

En el apartado anterior hemos realizado una incursión conceptual y metodológica, muy


fácil de entender para aquellos que manejan una formación epistemológica, o meramen-
te lógica, pero que quizás haya sido difícil de seguir para el resto. Se ha escrito lo más
sencillo posible y con un adecuado grado de concentración se puede seguir. Vamos a
trabajar más ampliamente dos cuestiones que contribuirán a mejorar esta comprensión.

6.2.1. La perspectiva de la psicología criminal

La psicología criminal, en algunos textos psicología de la delincuencia, de la que ya se


ha hablado en el eapartado anterior, supone sin duda el trabajo más consistente en apor-
tar a la criminología una perspectiva funcional desde la propia psicología.
Se trata de una visión general de la psicología que se orienta a explicar el origen
del comportamiento delictivo e intervenir con los delincuentes, tanto en programas
preventivos como de tratamiento. Es una intervención que tiene como objetivo evitar
los factores de riesgo y la orientación personal hacia la actividad delictiva, dotando
a los afectados de habilidades prosociales, desarrollo emotivo y racional y prevenir
recaídas y reincidencias.
Para lograr estos resultados recurren a la creación de un marco de intervención
transdisciplinar en el que van encajando, a modo de puzle, diversas explicaciones sobre
los orígenes y causas psicológicas del delito, sobre los mecanismos y los procesos de
socialización (que identifican como psicología del desarrollo), sobre las buenas prác-
ticas evaluadas de prevención y tratamiento, y finalmente están intentando mostrar un
marco conceptual y teórico definido y consistente para la psicología en su relación con
la criminología.
No es una tarea fácil, porque ya hemos visto cómo las ciencias sociales desarrollan
marcos teóricos conceptuales de carácter general que funcionan como hipótesis en los
trabajos de investigación, mientras que la psicología (y en cierta medida la psiquiatría),
trata de trabajar desde la perspectiva de las necesidades de las personas y como conse-
cuencia, las generalizaciones teóricas están muy limitadas a “hechos concretos que se
relacionan con estas personas en cuanto individuos”.
Por este motivo, desde los primeros manuales de criminología escritos en Espa-
ña por psicólogos (Garrido, 1984) hay una desagregación por áreas no equivalentes y

188
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

que, aun ocupando lugares similares al sistema que hemos propuesto en este manual
(figura 1.1), son tratados como explicaciones independientes y, en el caso del área psi-
cológica, las diversas temáticas se superponen, lo que proporciona a los/las estudiantes
importantes puntos de referencia prácticos, pero no una visión de conjunto.
Los manuales cada vez más extensos que han ido sustituyendo a los antiguos
(Redondo y Garrido, 2013; San Juan y Vozmediano, 2018), no modifican está es-
tructura (o si se quiere estrategia), siguen siendo muy útiles a los/las estudiantes
porque muestran todos los componentes de un estilo de trabajo, pero no regulan la
identidad de la psicología en la criminología como lo han hecho, con mejor o peor
resultado, otras disciplinas. Algo que seguramente ha contribuido, como se ha afir-
mado en anteriores apartados, a que la psicología de las drogas apenas aparezca en
estos manuales.
La psicología de la delincuencia está tratando de resolver este problema desde que
apareció como una disciplina derivada de la psicología que trataba de dar cuenta de la
temática criminológica. En lo que podemos considerar su documento fundacional (Re-
dondo y Pueyo, 2007), se especifican “cinco grandes proposiciones que han recibido
apoyo empírico por parte de la investigación” y que, por tanto, determinan la visión de
la psicología en la criminología.
Son las siguientes: “1) La delincuencia se aprende, 2) Existen rasgos y característi-
cas individuales (es decir, psicológicas y neurológicas) que predisponen al delito y en la
que incluyen una obligada referencia a Eysenck), 3) Los delitos constituyen reacciones
a vivencias individuales de estrés y tensión, 4) La implicación en actividades delictivas
es el resultado de la ruptura de los vínculos sociales y 5) El inicio y mantenimiento de
la carrera delictiva se relaciona con el desarrollo del individuo, especialmente en la in-
fancia y la adolescencia”.
Salvo la proposición 2, las otras ya han sido mostradas desde otras perspectivas
disciplinares en los capítulos anteriores, lo que equivale a decir que la psicología de la
delincuencia nos ofrece una posible perspectiva transdisciplinar, sistémica y holística,
como la que se presenta en este texto. De hecho, existe una propuesta integradora que
puede considerarse que coloca a la psicología de una forma clara en el campo transdis-
ciplinar de la criminología (Redondo, 2015), ya que como Matza (e incluso Beccaria),
considera el delito como un hecho natural que trata de explicar mediante el modelo
TRD, que incluye “el riesgo personal, las carencias de apoyo social y las oportunidades
delictivas”, lo que le permite determinar “los porqués del delito y la forma de antici-
parnos al mismo”. Se trata de un texto de obligada lectura para cualquier estudiante de
criminología, pero ¿sirve esto para analizar el sistema de las drogas? Pues es lo que trata
de dilucidar el autor de este manual. Quizás con escaso éxito, en una gran medida la
cuestión de las drogas no se había presentado hasta ahora desde una perspectiva trans-
disciplinar. Pero es posible que, a partir de ahora, y con un trabajo colectivo, se pueda
avanzar en este proceso.

189
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Es cierto que han aparecido algunos intentos por parte de la psicología de la delin-
cuencia, aunque con poca continuidad, tratando de identificar las características comunes
que podrían darse entre las drogas y la psicología de la delincuencia (Raskin y Gorman,
2000). De hecho, los han encontrado como consecuencia del propio procedimiento de
análisis: en primer lugar se han aislado características personales, que en el caso de las
drogas se refieren a factores genéricos y propios de las respectivas subculturas, en segun-
do lugar se han aislado factores ambientales, que en el caso de las drogas se refieren a
vecindarios desorganizados, y en tercer lugar, al cruzamiento situacional, que no es otra
cosa que un modelo sistémico ingenuo y que para las drogas se refiere a los ámbitos de
socialización compartidos.
Sin embargo, la determinación de estas características comunes resulta muy rele-
vante desde la psicología de la delincuencia, pero escasamente significativa desde las
buenas prácticas de trabajo que los/las psicólogos/as han desarrollado como profesio-
nales en la intervención en drogas. Es cierto que se trata de versiones específicas y
singulares que solo responden a las necesidades de las drogas, que, como sabemos, son
consecuencia de las propias políticas de drogas.
Pero estas aportaciones se han realizado percibiendo las drogas como un objeto fijo,
enclavado en su propia singularidad, al que solo observar como tal mediante reglas,
conceptos, procedimientos, así como un lenguaje y un relato propio y especifico de la
psicología de las drogodependencias. En esta situación, la criminología como tal tiene
poco que decir, y de hecho ya hemos explicado que casi nunca dice nada por sí misma,
pero si las drogas abandonaran esta posición fija y de la misma forma que otros hechos,
comportamientos, sucesos, acontecimientos, procesos, episodios, y relaciones, se mo-
viesen alrededor de la criminología para poder ser observadas desde esta disciplina, las
cosas cambiarían de una forma radical.
¿Qué nos aporta esta visión de la psicología de la delincuencia a la cuestión drogas
y delitos? Pues bastante, aunque con relación a aspectos particulares de las drogas, no es
suficiente, porque precisamente no tiene en cuenta el rol, las prácticas y las actividades de
la psicología y los/las psicólogos/as en el ámbito particular de las drogas. Aunque tampoco
debemos aceptar, de forma acrítica, la visión drogocéntrica de algunos autores, que deben
abandonar el mito de que las drogas se explican por sí mismas, para comenzar a tratarlas
como un objeto más, similar a cualquier otro, en su perspectiva científica. Vamos a intentar
dar un pequeño paso en este sentido.

6.2.2. El debate en torno a la causalidad drogas/delito

Antes de dar este paso resulta conveniente interpretar el más antiguo de los debates en
torno al rol de la psicología en el ámbito de las drogas y el delito, tanto en España como
en otros países.

190
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

Un debate que se centró en tratar de contestar a la pregunta: ¿es el uso de drogas lo


que conduce hacia una conducta delictiva? O bien: ¿es la condición o la personalidad
propia de los delincuentes la que conduce a consumir drogas? Se trata de una cuestión
que también debería aparecer, porque ambas respuestas coexisten en los vértices de
lo social y cultural, como vimos en el capítulo anterior, e incluso en los tipos de de-
lincuencia asociados a las drogas, pero que ciertamente solo se ha planteado de forma
explícita desde la psicología. Recordemos que fue el más antiguo texto en español sobre
criminología y drogas donde aparece de forma amplia y vinculada a la psicología dicha
pregunta (Neuman, 1984).
Es posible que esto haya ocurrido porque desde la psicología se asumía el concepto
de droga como una realidad fija y estable y no tanto como una construcción política,
cultural, jurídica e instalada en el imaginario social. La psicología ha mirado de for-
ma primordial y durante décadas hacia las personas y sus malestares y, por su propia
definición, incluido el ámbito de las drogas, no solía tener en cuenta los factores es-
tructurales que producen las situaciones personales, se limitaba a intentar entenderlas
y resolverlas
Como consecuencia, la pregunta: ¿qué fue antes, la droga o el delito?, parecía rele-
vante, porque se limitaba a considerar comportamientos individuales sin tener en cuenta
que estos solo podían entenderse desde factores como el sistema internacional de fiscali-
zación, la penalización de las drogas, las características del imaginario social, ideologías
como el darwinismo social o las creencias del puritanismo, la estructura de clases y, en
general, todo el marco transdisciplinar de la criminología.
En España, el supuesto debate dejo de plantearse a partir del trabajo de José Manuel
Otero-López, que surgió en el ámbito de las drogas (Otero-López y Vega, 1993), en el que
planteaba, por una parte “que el debate surge de la falsa idea de una equivalencia con-
ceptual entre droga y delito”, lo que podía interpretarse que drogas y delitos son dos rea-
lidades diferentes, que se explicaban cada una desde un sistema, aunque quizás pudieran
agruparse en un sistema conjunto, que ahora sabemos que puede ser el de la criminología.
Otero-López planteaba tres hipótesis, la primera, que “la droga, entendida como depen-
dencia, era la causa del delito”, demostrando que todos los estudios empíricos eran inco-
rrectos o demostraban la falsedad de la hipótesis salvo cuando se trataba de delincuencia
funcional, la segunda, que “la delincuencia era la causa del uso de drogas”, demostrando
también la falsedad metodológica de muchos estudios y de la hipótesis en aquellos que
eran correctos, salvo cuando se trataba de subculturas muy específicas. La tercera hipóte-
sis se refería a que “se trataba de una relación artificiosa”, sobre la que apenas aparecían
trabajos, pero todos ellos muy consistentes (Otero-López, 1994).
En esencia, el debate se sustentaba solo en creencias políticas e ideológicas, que
asumían una definición abstracta de droga, pero para entender este hecho era imprescin-
dible contemplar la realidad desde una perspectiva contextual y sistémica, de carácter
transdisciplinar, que es lo que propuso e intentó el autor, desde la psicología y las drogas,

191
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

ampliando el contenido de la anterior publicación en las siguientes (Otero-López, 1997)


y que parece abandono por otros temas, aunque aplicando el modelo contextual estable-
cido a cuestiones como la delincuencia juvenil (Mirón y Otero-López, 2005), en el que
se considera a la vez, y desde la perspectiva psicológica, la relación entre las teorías del
control social, la asociación diferencial y el aprendizaje, lo que le permitió crear, para la
delincuencia juvenil, un modelo teórico de carácter psicosocial que relaciona la familia,
los amigos y la empatía personal.

No dejes de leer
¿Qué significa insight?

El término insight es la traducción inglesa de la expresión alemana Weltanschauung,


que popularizó en el siglo xix el filósofo Wilheim Ditley (1833-1911), que se tradu-
jo y se utilizó ampliamente al español como cosmovisión. En el año 1954, el teólogo
jesuita canadiense Bernard Lonergan (1904-1984), produjo una versión más psico-
sociológica del término, a la que llamo insight, transformando la cosmovisión de Dit-
ley en una “percepción teórica y práctica del conocimiento como una totalidad”,
algo que “se aprende y se capta y nos hace sentir el gozo de la compresión total”
y que además puede “provocar cambios en la conducta a través de un proceso de
autoapropiación con el que no solo adquirimos nuevos significados sino también
orientaciones y motivaciones”. Asimismo, nos permite “identificar las actividades
de nuestra propia naturaleza y familiarizarnos con ellas” así como “disponer de la
mejor información y revisarla continuamente” (Lonergan, 1957).
Desde entonces, el término se ha popularizado en el lenguaje cotidiano como
un sinónimo de perspicacia y, en ocasiones, como iluminación mental, en el ámbito
de la psicología, como un sinónimo de percepción (intelectual, emocional o estruc-
tural), en sociología, donde se supone que equivale a los tipos ideales de Max
Weber, también ha sido utilizada por marcas comerciales que quieren denotar la
existencia de un relato o un significado contundente, e incluso en informática, donde
las diversas aplicaciones que incluyen el término insight tratan de mostrar que se
trata de una aplicación redonda, útil, completa y fácilmente entendible. En todo caso
ha sido en el campo del marketing, donde se ha desarrollado como una metodolo-
gía de la investigación (una metodología que no debe equivocarse porque se juega
el dinero de los clientes), con prácticas muy concretas sobre las que se afirma que
“la investigación debe dejar de ser un verificador de hipótesis para pasar a ser un
generador de insights”.
¿Por qué damos esta explicación? Pues porque en los próximos párrafos va-
mos a utilizar el término insight para explicar la identidad del protagonismo de la
psicología en el campo de las drogas.

192
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

6.3. Aportaciones clínicas y asistenciales especificas del ámbito


de las drogas

La noción de insight nos permite afrontar el tema de la psicología en su relación con la


criminología y las drogas desde una perspectiva un tanto diferente. Podemos abandonar
el territorio de las teorías, los conceptos e incluso los resultados empíricos y plantearnos:
¿las prácticas de intervención en el ámbito de las drogas implican la existencia de un
insight robusto? La respuesta es sí. ¿Estas prácticas se ajustan a un modelo singular y
consistente? La respuesta es, por supuesto: se trata del llamado modelo biopsicosocial
en drogas. ¿Existe suficiente evidencia e información científica sobre estos hechos? Sin
duda, y además utilizando incluso bibliografía exclusivamente española. ¿Podemos uti-
lizar este mismo insight para establecer una posición fuerte de la psicología en el vértice
PS? Al menos como hipótesis, también.

6.3.1. La centralidad del modelo biopsicosocial

Hay una cierta unanimidad en reafirmar que la perspectiva explicativa y en especial


el modelo de intervención sobre drogas, sea el llamado modelo biopsicosocial, un
término que comenzó a utilizarse en España en la primera mitad de los años 80, y que
alcanzó una clara hegemonía en la intervención y en particular en las prácticas asisten-
ciales a partir de finales de aquella década, manteniendo una clara hegemonía hasta el
inicio de la crisis económica a partir de 2008/2012, cuando el modelo de la adicción
comenzó a expandirse desde el ámbito político-administrativo y a través de la red de
salud mental.
En todo caso, y aún en la actualidad, al menos en la red específica, en el ámbito
de los dispositivos concertados con ONG y en los servicios y programas vinculados a
los servicios sociales, la presencia del modelo biopsicosocial resulta muy mayoritaria,
mientras en el ámbito de salud mental y en los dispositivos que dependen de este pre-
domina el modelo de la adicción. Aunque es cierto que aparecen algunas excepciones a
esta distribución.
¿Qué es el modelo biopsicosocial? Pues, de entrada, el que se corresponde con el
triángulo de las drogas descrito en el capítulo 1 y que muchos profesionales conocen
como el triángulo de la salud. En el caso de las drogas, el papel de los profesionales de
la psicología es no solo el más relevante, sino que además han sido los/las psicólogos/
as, en particular los profesionales de la intervención, los que lo han promocionado y por
este motivo lo describimos en este capítulo. En el ámbito internacional, el modelo se
desarrolló a través de la influencia del texto de Griffith Edwards (1979) Tratamiento de
alcohólicos, que ofrecía una versión de carácter multidimensional en la que se combina-
ban los tres ángulos del triángulo de la salud (incluida la autoayuda).

193
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

También es cierto que los profesionales que han desarrollado (y aplicado) este modelo
no se corresponden en exclusiva con psicólogos/as, ya que, al menos en el ámbito drogas
aparece, quizá en segundo lugar, la educación social y después una pléyade de diversos
profesionales que forman parte de los equipos de intervención, especialmente en el mar-
co de las entidades concertadas del tercer sector. En un equipo cualquiera pueden existir
médicos de familia, enfermería, diversas titulaciones que tienen que ver con la educación,
trabajo social, sociología, antropología, filosofía, derecho y criminología, e incluso in-
genierías, en particular agrónomos en la época de las comunidades terapéuticas. Pero la
psicología no solo es la presencia más numerosa, sino la que determina cuál es el modelo
transversal del modelo biopsicosocial.
En el caso de España, la definición del modelo surgió en los aledaños de la corriente
salud comunitaria (Costa y López, 1986), que se había puesto en práctica por los psi-
cólogos/as y algunos médicos/as, en plena transición democrática, en el ámbito de los
primeros ayuntamientos democráticos (en abril de 1979), que mantenían una serie de
competencias en salud, con los que crearon los centros de promoción de la salud, que
mantuvieron una vida muy activa hasta que en 1986, la idea de salud comunitaria se
integró (y se disolvió sin más), en la Ley 14/1986 General de Sanidad. Dichos centros
coincidieron en el tiempo con los primeros centros ambulatorios específicos sobre dro-
gas e incluso en alguno de ellos desarrollaron programas propios de drogas.
La idea de un modelo comunitario de intervención para las drogas fue plasmada
en el libro Reinserción social y drogodependencias (Graña, García y Comas, 1986),
que recogía las lecciones del curso de formación de igual título, realizado al amparo
de la Dirección General de Acción Social en los cursos 1983/84 y 1984/85, antes de
la promulgación del Plan Nacional sobre Drogas y en el que participaron varios cien-
tos de profesionales, singularmente psicólogos, que trabajaban en estos dispositivos, la
mayoría de los cuales asumieron un papel de liderazgo en estos. La versión sociológica
de esta perspectiva comunitaria en drogas fue expresada en otro libro (Comas, 1984).
Los mismos autores del libro diseñaron un modelo estándar de los centros de atención
a drogodependientes, que se implantó en todos los territorios con un diseño común,
aunque en ocasiones los autores no eran los mismos, lo que implicaba la existencia de
un paradigma biopsicosocial compartido, aunque no siempre explícito.

No dejes de leer
¿Qué referencias bibliográficas podemos y debemos utilizar?

En general, en España, en la mayoría de las disciplinas, y de manera singular en


psicología y medicina, y particularmente en el ámbito de la neurología, la mayor
parte de las citas bibliográficas (y en algunos casos todas) están en inglés y son
de autores foráneos, cuatro de cada cinco norteamericanas y el resto son, mayo-

194
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

ritariamente, de países anglosajones (Comas, 2013). En el ámbito de las drogas,


esta práctica es también general. Se da por supuesto que esto ocurre porque no
hay ningún ensayo clínico, investigación empírica, evaluación, experimento, buena
práctica, metaevaluación o aportación teórica, realizados y publicados en español,
que puedan aportar resultados, conclusiones o reflexiones correspondientes a la
cita en inglés publicada por una revista anglosajona.
Pero solo en el ámbito de drogas, en España existen desde hace varias décadas
dos revistas científicas específicas sobre drogas, la Revista Española de Drogodepen-
dencias (1975-2018 y sigue) y la revista Adicciones (1988-2018 y sigue), han existido
otras como la en su día emblemática Comunidad y Drogas (1987-1990), publicada por
el Plan Nacional sobre Drogas, y revistas generales con frecuentes artículos sobre
drogas, como la Revista de Sanidad e Higiene Pública (1981-1995), continuada por la
Revista Española de Salud Pública (1987-2018 y sigue), la Revista Española de Sanidad
Penitenciaria (1998-2018 y sigue), y la Revista de Estudios Penitenciarios (1958-2018
y sigue, aunque tiene antecedentes desde el siglo  xviii, lo que la convierte en una
de las más antiguas del mundo), así como numerosas revistas de salud, sociología y
ciencia políticas, psicoterapia, antropología, trabajo social, derecho, etc., que recogen
bastantes artículos sobre drogas. Cabe destacar también la Revista de Estudios de
Juventud (REJ) (1960-2018 y sigue), que fue la que introdujo la cuestión de las drogas
en España a finales de los años 60 y que después ha publicado numerosos artículos
científicos sobre drogas, con varios números monográficos de gran interés, alguno
de ellos, los más relevantes en España sobre políticas de drogas.
Por si fuera poco, están otras publicaciones, por ejemplo, las actas de los con-
gresos y otras publicaciones de la Sociedad Española de Toxicomanías (SET), en su
día, la Asociación de Comunidades Terapéuticas (APCCTT) y asociaciones como
la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (FAD), Proyecto Hombre, la Asociación
Socidrogalcohol, la Fundación Atenea o la Unión Nacional de Asociaciones y Enti-
dades de Atención a Drogodependientes (UNAD).
¿Cuántos artículos han aparecido en este ámbito? Pues lo cierto es que va-
rios miles, bastantes miles, ¿Cuántos de ellos tienen un carácter científico? Pues
muchos ya que, de entrada, algunas de las mencionadas revistas tienen factor de
impacto, en ocasiones alto, y otras, sin factor de impacto, tienen un nivel de exi-
gencias equivalente y homologable, mención aparte merece la REJ que, tras una
reflexión sobre autonomía científica, renunció al factor de impacto, aunque mantie-
ne los criterios formales que lo otorgan.
En el año 1989, el psiquiatra Carlos Álvarez Vara y el sociólogo Domingo
Comas, dirigiendo un equipo multidisciplinar, publicaron una metaevaluación que
recopilaba las evidencias científicas sobre drogas, producidas y editadas en España.
Los primeros textos evaluados se habían publicado a mitad de la década de los
años 70, y la recopilación finalizaba en el año 1987, cuando las publicaciones sobre

195
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

drogas comenzaban a crecer de forma exponencial, pero antes de que esto pasara,
se obtuvieron 313 referencias científicas válidas. Lo que implica que hoy en día se
han realizado en España, como mínimo, un par de miles de trabajos empíricos que
se han publicado en revistas con impacto o que se corresponden con los criterios
de validez científica (los artículos y las revistas).
¿Por qué apenas se citan algunos y en ocasiones ninguno? En gran medida por
el alto valor simbólico de la referencia en inglés y publicada en otro país. En segundo
lugar, porque la cultura académica así lo exige, y en tercer lugar porque tal tipo
de cita evita posicionarse (responsabilizarse) de una manera acumulativa sobre la
producción científica española. Expresado en otros términos, nuestra escasa pro-
yección científica tiene que ver, por encima de otras consideraciones, con el hábito
de ignorarnos a nosotros mismos.
Además, ¿son directamente extrapolables los resultados obtenidos en un con-
texto social, político y cultural a otro? Sabemos que no, especialmente si en el aná-
lisis realizado pesan los factores contextuales y hasta conforman un sistema trans-
disciplinar, como ocurre con el caso de la criminología y por supuesto, las drogas.
Es decir, no valen los resultados obtenidos sobre efectos del consumo de alcohol
(incluida la bioquímica cerebral) entre los alumnos de un campus norteamericano
para aplicarlos de forma directa al consumo de botellón en España.Y en todo caso,
son más convenientes otros trabajos empíricos realizados sobre alcohol en España.
Por tanto, hay que esforzarse, al menos en el ámbito de la criminología y siem-
pre que existan trabajos empíricos equivalentes que nos provean de evidencia, en
utilizar las referencias, y las comparaciones, lo más cercanas en el territorio y en
la cultura.

Este modelo evoluciono en términos de continuidad y mejora, así, en el año1994 se


publicó Conductas adictivas, de José Luis Graña, un extenso manual académico en el
que se incluían los psicólogos que habían participado en el curso sobre reinserción social
y drogodependencias diez años antes. El texto era mucho más completo y actualizado y
sintetizaba muy bien el modelo biopsicosocial desde la perspectiva psicológica (Graña,
1994). La idea básica es que los problemas de drogas eran esencialmente “problemas de
conducta” resultado del “uso repetitivo y abusivo de una sustancia” que producía “re-
forzamiento positivo, tolerancia, dependencia, euforia/disforia, respuesta condicionada,
estrés y ansiedad”. Se trataba, por tanto, de conductas adictivas sustentadas en una gran
diversidad de factores entre los que la bioquímica cerebral era solo uno más. En el mis-
mo libro se analizaban las drogas, el alcohol, el tabaco, el juego patológico y, en menor
medida, la obesidad y el seguimiento crónico de dietas.
En el mismo libro aparecía el modelo transteórico de Prochaska y DiClemente
(1982), del que ya habían hablado otros autores españoles, que supuso un importante

196
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

avance transdisciplinar, aunque se aplica más bien a las diferentes orientaciones de la


psicología y que se presenta como una serie de “estadios de cambio” que son “pre-con-
templación, contemplación, preparación, acción, mantenimiento, recaída y finaliza-
ción”. En algunos de estos estadios se incluyen componentes de otras disciplinas, pero
contemplados siempre desde “las necesidades psicológicas del paciente o cliente”.
Entre las técnicas para resolver los problemas de las drogas en el mencionado mode-
lo, se da un gran valor a la prevención de las recaídas, al cambio de estilos de vida y a la
terapia familiar, lo que ha permitido que los dispositivos asistenciales recurran a otros
profesionales, en particular a educadores sociales, para tratar problemas de interacción
personal, creación de rutinas significativas, entrenamiento en solución de problemas,
autoestima, destrezas comunicativas también en la familia, y en esta institución se han
incluido cuestiones como modificación de atributos, problemas de jerarquía, sobrepro-
tección (en general materna) y desinterés (en general paterno).
Además, la terapia familiar sistémica ha tenido y en parte tiene, en el propio modelo
biopsicosocial, una gran relevancia en los ámbitos de intervención en drogas. Hay poca
literatura anglosajona sobre este enfoque, aunque su origen sea norteamericano (Minu-
chin, 1974), pero solo en los dispositivos vinculados a la Iglesia católica en aquel país
y que atienden mayoritariamente a personas procedentes de comunidades y culturas
católicas (hispanos, portugueses y brasileños, italianos, irlandeses y, en el caso de Cana-
dá, franceses). En España llegó procedente de Italia, bien a través de la figura de Luigi
Cancrini, o bien desde instituciones católicas, particularmente a través de la red del
Proyecto Hombre. ¿Por qué ha sido tan relevante, y eficaz, la terapia familiar sistémica
en España? Pues por la misma razón que en Italia, Portugal y toda Latinoamérica: por el
familismo cultural propio de las culturas católicas (Cancrini, 1980).
Asimismo, Cancrini, durante años supervisor en diversos proyectos españoles, fue
muy seguido por su tipología de los diagnósticos: “A) Toxicomanías ‘traumáticas’,
B) Toxicomanías de neurosis actual, C) Toxicomanías de transición y D) Toxicoma-
nías sociopáticas”, estableciendo que los diagnósticos B y C requieren la necesaria
aplicación de las técnicas de la terapia familiar. En la misma época en que Cancrini
hacia supervisión en España y difundía el modelo, se tradujo con gran éxito entre los
profesionales el libro de Duncan Stanton y Thomas Dodd (1982) y, más adelante, una
nueva contribución de Luigi Cancrini (1996). Lo que propició la expansión del modelo
sistémico en España, no solo en drogas, sobre el que existe una abundante literatura y
muchos artículos de tipo evaluativo que aportan evidencias relevantes.
En conclusión y en la práctica, el modelo biopsicosocial puede interpretarse como un
lugar de encuentro, en el ámbito drogas, entre una visión conductual y una visión sistémi-
ca familiar, que como tal se mantiene estable, aunque con mejoras a lo largo del tiempo,
de tal manera que los mimbres fundacionales se mantienen en los protocolos asistencia-
les (AA.VV., 2012), en las propuestas de las administraciones, incluidas aquellas que no
creen demasiado en este modelo (NIDA, 2010) e incluso en la propia Oficina Contra la

197
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Droga y el Delito de la ONU (PNUFID, 2003). Una revisión histórica y una puesta a
punto sistemática del modelo las podemos encontrar en una publicación más reciente
(Becoña, 2010).
Conviene resaltar también que el modelo biopsicosocial en drogas tiene una fácil
traducción en criminología, porque, como ya se ha dicho, de manera implícita asume en
sus prácticas gran parte del modelo criminológico de Travis Hirschi. Casi con seguridad,
ninguno de los miles de profesionales del ámbito de las drogas que trabaja bajo este pa-
raguas ha oído hablar, y mucho menos ha recibido información o formación sobre este.
AUTOR: no Pero ambos han sido creados en el mismo momento histórico, ambos miran hacia las
aparecen en drogas y ambos consideran la importancia de factores contextuales y del relato social
la bibliogra- (Hirschi, 1969; Gottfredson y Hirschi, 1990). Una feliz casualidad para formular una
fía. buena criminología de las sustancias psicoactivas.
Hay que clarificar finalmente que el modelo biopsicosocial presenta una cierta
variabilidad interna y que en ocasiones se combina con otras orientaciones teóricas.
También son muchos los psicólogos que trabajan bajo el paraguas de otros modelos,
aunque en lo cotidiano no parecen existir dificultades para colaborar bajo el paraguas
biopsicosocial.

6.3.2. Los modelos preventivos y la detección precoz

La prevención ha tenido en España (y en casi todos los países) un fuerte componente


educativo, en gran medida porque se trata de un ámbito en el que es posible desarrollar
programas con un bajo coste y aludir, en las memorias, a los miles y miles de adoles-
centes con los que se ha intervenido. Además, no hay que pagar a los profesionales
porque, por supuesto, deben ser los propios profesores los que realizan la intervención
gratis. A lo largo del tiempo se han elaborado infinidad de materiales de carácter psico-
pedagógico, sustentados en el modelo biopsicosocial sobre las drogas, que, en general,
resultan coherentes, fáciles de aplicar y que se han evaluado para demostrar su impacto
(véase, por ejemplo, www.fad.es).
Con el tiempo, al modelo de prevención de drogas se le han añadido otros conceptos
como habilidades sociales (el programa Habilidades para la Vida), asertividad, autoes-
tima y otros como factores de protección sobre los que existe una abundante literatura
técnica, académica e institucional (Comas, 2016).
El modelo preventivo forma parte del insight de la intervención en drogas y lo en-
riquece con consideraciones pedagógicas. Sin embargo, en la practica, la intervención
preventiva se ha asociado a los momentos de alarma social y se ha reducido (o incluso
extinguido) cuando ha disminuido el grado de preocupación de los ciudadanos/as. En el
momento en que la alarma social se disparó, se utilizó una supuesta y masiva interven-
ción escolar que nunca fue cierta del todo, salvo en su expresión político-administrativa.

198
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

Una vez que la alarma ha descendido, los programas que sobreviven se orientan más
bien hacia la detección precoz de riesgos para casos singulares, utilizando para esta
detección y para la posterior intervención, en el caso de las drogas, el mismo modelo
biopsicosocial.
Hay que tener en cuenta que la sociedad entiende con dificultad el contenido de las
actividades preventivas y en cambio acepta de buen grado la lógica testimonial propia
de la autoayuda, pero ocurre que cualquier profesional de la psicología entenderá que
esta acción resulta contraproducente para la práctica de la prevención. Aunque, de he-
cho, se han publicado, solo en España, al menos unos cuatrocientos libros en torno a tes-
timonios personales sobre drogas, que se iniciaron en los años 70, como la popular serie
Alicia T, muchos de ellos escritos por famosos y con un cierto impacto, en todo caso
mayor que el de los propios programas de prevención, pero cuyo único efecto, como
ocurre con la mayor parte de los temas de la criminología, es aumentar la curiosidad y
legitimar la veracidad de los mitos sobre las drogas.

6.3.3. El modelo de la reducción del daño y el riesgo

Como veremos más adelante, a finales de los años 80, en parte a consecuencia del im-
pacto de la epidemia de sida y su altísima tasa de mortalidad entre usuarios de drogas,
se comenzó a proponer y aplicar el modelo de reducción de daño y riesgo. El modelo
surgió de la feliz coincidencia, en este campo, entre las organizaciones entonces deno-
minadas LGTB, algunos sectores sanitarios muy imbuidos del modelo comunitario y
una serie de ONG que trabajaban en el ámbito drogas. ¿Por qué lo citamos entonces en
el apartado de aportaciones clínicas y asistenciales del ámbito de la psicología? Pues
porque quienes lo aplicaron en la práctica fueron de forma mayoritaria psicólogas y
psicólogos, que le proporcionaron características peculiares.
¿En qué consiste la reducción del daño y el riesgo? Pues en una versión del modelo
biopsicosocial que prioriza los derechos de los usuarios de drogas, no exige la abstemia
para realizar una intervención e incluso entiende que es posible usar drogas sin sufrir
alguna de las consecuencias atribuidas a estas, que dependen más de su estatus legal
que de sus efectos directos. Asimismo, desarrolló programas de intercambio de jerin-
guillas, en la calle y en cárceles, reparto de preservativos, información sobre pureza de
drogas en ambientes de ocio y programas de agentes-usuarios en mediación en salud.
¿Qué aportó la reducción del daño y el riesgo? Primero, acercar los programas y dispo-
sitivos de drogas a una población que hasta entonces se había mantenido al margen por
el exceso de exigencia que estos habían mantenido, en segundo lugar, y en combinación
con los programas de mantenimiento con metadona, disminuyó de forma drástica el nú-
mero de fallecidos por drogas y sida. Finalmente se pudieron controlar así los aspectos
más dramáticos de la epidemia de heroína.

199
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

No dejes de leer
Los programas de mantenimiento con metadona (PMM)

La utilización del fármaco metadona, y otros equivalentes, se inició en los años 50


del siglo  xx. Se trata de un opiáceo sintético producido por la industria alemana
(1937-1939) y cuya patente se adjudicó después a la industria farmacéutica nor-
teamericana como compensación por los costes de la guerra. En España comenzó
a utilizarse sin ninguna regulación a principios de los años 80, como una supuesta
estrategia terapéutica, pero se vendía y se compraba en el mercado negro como
un sustituto de la heroína. A finales de la década se reguló de una forma efectiva
y los PMM se expandieron de una forma amplia pero muy bien controlada. En la
práctica asistencial, los PMM fueron la clave del desarrollo de los programas de
reducción del daño y el riesgo. Bien en la calle, bien en los centros asistenciales o
bien en los centros penitenciarios, reduciendo la presencia de la heroína, de las in-
fecciones de transmisión sexual (ITS), la incidencia del mercado ilegal, la violencia
y otros delitos relacionados con la heroína.
Un PMM supone facilitar metadona a cambio de un compromiso, que en oca-
siones se constata mediante análisis, de no seguir consumiendo heroína. Al ser un
opiáceo sustituye la necesidad de este y el dependiente de la heroína puede vivir, en
ocasiones durante muchos años, utilizándolo. Tiene algunos efectos secundarios,
como casi todos los fármacos, pero comparativamente mejora en mucho la vida
de las personas. Además, facilita la atención de aquellos que no podían acceder
a centros asistenciales en los que se requería no consumir heroína. En muchos
casos, se disminuye progresivamente la dosis y es muy frecuente que la persona
finalmente no consuma ni heroína ni metadona. También es cierto que muchas
personas se reinsertan socialmente mientras participan en un PMM.

¿Cuáles son las aportaciones de la psicología a estos programas? Pues básicamente,


los definió formalmente, desarrolló su contenido y les otorgó coherencia. El hecho de
que la reducción del daño y el riesgo fuera considerada un tipo diferente de política por
parte de las administraciones públicas y los medios de comunicación social, en absoluto
disminuye el protagonismo de la psicología, incluso en algunas entidades muy sanitarias
y muy vinculadas a los PRDR, como Médicos del Mundo o Cruz Roja Española.

6.4. Posibles orientaciones psicosociales de carácter holístico

Una vez expuesta la situación de las prácticas de intervención, y los marcos concep-
tuales, teóricos y empíricos que las sostienen, podemos preguntarnos: ¿existen otras

200
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

teorías y orientaciones propias de la psicología que podrían contribuir a consolidar el


trabajo transdisciplinar que la criminología de las sustancias psicoactivas requiere? Es
posible, ya que se pueden construir insights a partir de otras opciones conceptuales,
teóricas y prácticas. Pero hoy en día este es un trabajo pendiente, aunque quizás pueda
avanzarse en esta línea en los próximos años. Parece oportuno proponer algunas su-
gerencias, hasta ahora ajenas a la criminología en su relación con las drogas, aunque
ocasionalmente se han utilizado en ambos ámbitos, es decir, tanto en drogas como en
criminología de forma independiente. Se trata de que el actual alumnado (y, por supues-
to, profesores/as e investigadores/as), utilice estas ideas para abrir líneas de trabajo que
completen, desde la psicología, la óptica transdisciplinar que hemos tratado de funda-
mentar en el texto.

No dejes de leer
La eficacia terapéutica del relato

Fue el etnólogo Claude Lévi-Strauss quien en una situación de observación


participante con un chamán cuna, al que estaba observado en un parto difícil
con una mujer cuna, descubrió que con ciertas canciones del chamán se podía
facilitar el parto. A partir de dicha experiencia elaboró el concepto de efica-
cia simbólica, que consiste, sencillamente, en compartir un relato coherente,
creíble y culturalmente interiorizado (quizás de forma mítica) sobre lo que
está ocurriendo y lo que hay que hacer para poder resolverlo. El relato debe
ser complejo, matizado, compartido y muy creíble para ambos participantes, y
entonces vale como una estrategia psicológica que contribuye a aliviar el estrés
exógeno, facilitando la capacidad de reacción física y emocional. Debe quedar
claro que no se afirma que la palabra sana, sino que el desarrollo de los relatos
complejos y que se van adaptando a las circunstancias concretas posee un cierto
valor terapéutico.
En el ámbito terapéutico de las drogas, la aplicación de metodologías y prác-
ticas acordes con este concepto son esenciales para conformar el insight psicoló-
gico, de hecho, la existencia de un relato psicoterapéutico, acorde con el modelo
biopsicosocial, representa por sí mismo una predicción de mejores resultados. No
hay trabajos empíricos concretos publicados sobre este hecho, pero más de tres
décadas de supervisión e investigación y evaluación manejando datos y percibien-
do la realidad cotidiana, permiten sostener, al menos como hipótesis, este hecho.
También es posible pensar que cualquier relato, siempre que sea complejo, mati-
zado, compartido y creíble puede provocar este efecto. En la práctica es lo que
ocurre con AA y otras formas de autoayuda y, por supuesto, en los dispositivos
de carácter religioso (Comas, 2011).

201
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

En los tres casos se trata de combinaciones conceptuales y teóricas que hasta ahora
apenas se han utilizado, pero que desde una perspectiva holística y transdisciplinar se
intuyen como predictivas, productivas y eficientes. Por supuesto, son solo sugerencias
abiertas.
En primer lugar, vamos a proponer la utilización del llamado modelo sistémico o
ecológico de Urie Bronfenbrenner, que está siendo muy aplicado en el ámbito de me-
nores conflictivos o infractores, aunque raramente en drogas. La propuesta tiene que
ver con la falta de referencias a este modelo por parte de la terapia familiar sistémica
en drogas, cuando podría aportar un opción holística y transdisciplinar al trabajo con
familias (y no solo en drogas). El Instituto Universitario de Derechos y Necesidades de
la Infancia y la Adolescencia de la Universidad Autónoma de Madrid (www.uindia.es),
ha desarrollado con la Unicef un marco conceptual y teórico que combina la teoría de las
necesidades humanas de Maslow con el modelo sistémico de Bronfenbrenner, es decir,
el camino de la necesidad biológica a la autorrealización con la ruta de la persona al
macrosistema (Ochaita y Espinosa, 2002), y que, reinterpretando la teórica de Maslow
desde la perspectiva del desarrollo humano de Amartya Sen, como se ha hecho en algún
proceso de supervisión, encajaría muy bien en la interpretación holística de la relación
drogas/delitos.
En segundo lugar, cabe mencionar las aportaciones de la psicología diferencial de la
personalidad en conexión con la corriente antropológica de cultura y personalidad. En
ambos casos se utiliza el mismo concepto de mentalidad para reflejar cómo se conforma
una determinada forma de pensar y de actuar. La base de ambas orientaciones y teorías
es que la personalidad que se adquiere a través de procesos de socialización cultural-
mente definidos modela el comportamiento. Se incluyen además referencias empíricas a
las cuestiones relacionadas con las drogas.
Por personalidad diferencial se interpreta la aportación de Hans Eysenck, que a su
vez debemos vincular a la noción psicopolítica de personalidad autoritaria de Theodor
Adorno (Adorno et al., 1950), que otorga la razón empírica a Cesare Beccaria, al de-
mostrar que la eficacia del castigo crece con la inmediatez y se diluye con la tardanza, de
tal manera que la conciencia moral de la culpabilidad se diluye con el tiempo e incluso
adquiere connotaciones de buena conducta. De tal manera que cuando el control social
actúa con demora, la conciencia moral reinterpreta los hechos. En este sentido, la lógica
del sistema internacional de fiscalización de drogas ha actuado, al resultar imposible
aplicar en la realidad los controles que propone y establece, como un promotor de la
expansión del uso de sustancias psicoactivas (Eysenck, 1964).
Esta visión contextual remite a una socialización primaria, un aprendizaje infantil y
adolescente, si se quiere, en el que la experiencia con drogas se percibe no tanto como una
transgresión sino como una motivación humana básica, aunque se muestre como un “va-
lor subterráneo”, según la expresión de David Matza. En todo caso, esta experiencia ya se
ha emprendido en España con el trabajo de Estrella Romero y Jorge Sobral, Personalidad

202
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

y delincuencia, que realiza una aproximación a la obra de Eysenck desde la perspectiva


criminológica de Hirschi, produciendo un relato transdisciplinar que no se debería olvi-
dar (Romero y Sobral, 1999).
La escuela de cultura y personalidad, olvidada por casi todos salvo en el ámbito de
la mediación internacional (Benedict, 1945) y por el concepto perspectiva de género
(Mead, 1935), había ya demostrado empíricamente cómo “los valores morales son dis-
tintos y propios de cada cultura (o subcultura)”, lo que implicaba que en el proceso de
socialización y, por tanto, en el relato de la personalidad cultural, se aprendieran los va-
lores positivos y solo se identificaran los negativos como tales, es decir, de los negativos
no se aprende su contenido, de manera que, en cada cultura, las conductas se orientan
siempre desde supuestos valores morales positivos.
Por ejemplo, hace casi un siglo la propia Margaret Mead demostró empíricamente
que el maltrato a las mujeres es un valor moral positivo en aquellas culturas (lo que des-
pués se identificó como cultura patriarcal) que socializan de acuerdo con dicho valor, lo
cual implica que se aprende la práctica y la legitimidad social de dicha conducta, lo cual
dificulta la erradicación del maltrato, aunque, en algún momento, el maltrato adquiera
una identidad negativa. En cambio, en las culturas en las que el maltrato no aparece
como valor moral positivo, la conducta del maltrato de género es residual. Por tanto, la
única solución para erradicar el maltrato pasa por un cambio cultural radical.
Es fácil entender cómo la cuestión “personalidad, valores morales, socialización,
aprendizaje, cultura (o subcultura) e inmediatez de la sanción (y no tanto su intensidad)”
transformaría radicalmente el ámbito de las drogas, en los términos criminológicos pre-
vistos por las teorías del control social, que, en realidad, deberían describirse como
teorías de los derechos sociales.

No dejes de leer
La hipótesis Sapir-Whorf en las prácticas asistenciales

Una característica muy relevante de los programas asistenciales, de manera sig-


nificativa, aquellos que se estructuran desde una perspectiva biopsicosocial, y en
particular, los residenciales, se basa en la importancia atribuida a la cuestión del
lenguaje. Pero incluso en los programas de autoayuda del tipo de AA, las cuestio-
nes morales y religiosas suponen, al menos en parte, una excusa para transformar
el lenguaje, de tal forma que expresiones propias de la subcultura del alcohol y
las drogas, que tienen un sentido positivo y justificativo para los usuarios, dejen
de utilizarse y sean reemplazadas por otras que tienen un sentido negativo y de
rechazo. Un ejemplo muy sencillo, no es lo mismo utilizar farlopa que cocaína, por-
que el primer término implica deseo y el segundo, sustancia química, y es obvio que
nadie puede desear una sustancia química como tal. Por tanto, una asistencia eficaz

203
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

requiere una transformación del lenguaje, y sin esta premisa son más previsibles
las recaídas y la cronificación.
¿Qué explicación podemos darle a este hecho empírico? Pues, sin duda, la
hipótesis Sapir-Whorf, que afirma que los lenguajes humanos, que siempre forman
parte de una cultura o de una subcultura, son, en sentido estricto, intraducibles,
porque el lenguaje determina la personalidad y esta a su vez determina el lengua-
je, de tal manera que la plena comprensión de un lenguaje solo es posible desde
aquellas personalidades que lo utilizan de forma natural. El lenguaje refuerza un
determinado tipo de personalidad y la personalidad requiere el uso de dicho
lenguaje (Velasco, 2003). Un principio que, como veremos, ha sido negado con
rotundidad por la neurología ya que “el cerebro es único y el lenguaje también
debe serlo” (Pinker, 1984).
En esencia, no se puede transformar la personalidad sin cambiar el lenguaje
y viceversa, de tal manera que tu capacidad para manejar lenguaje, incluido el
corporal, te puede convertir en el rey o la reina de la fiesta las noches del fin de
semana y en un/a inútil para encontrar trabajo o mantenerlo el resto de los días
de la semana. No tanto como consecuencia del propio lenguaje, sino como sínto-
ma público de una determinada personalidad y de ciertas habilidades personales.
Modificar el lenguaje es, por tanto, esencial como pronóstico de éxito en el tra-
tamiento terapéutico.

En tercer lugar, y aunque de entrada parezca paradójico, se puede mencionar el


enfoque de Lev Vygotsky (1896-1934) y su vínculo con la sociología de la desviación.
Se trata de una paradoja, puesto que Vygotsky fue un reputado psicólogo soviético que
realizaba trabajos e investigaciones considerando una perspectiva marxista y, en cam-
bio, la sociología de la desviación ya la hemos vinculado con el pensamiento liberal
y crítico. Pero ambas parten de un principio común, que no ha sido reconocido y que
disuelve el vínculo ideológico: la importancia de la interacción social en los procesos
de socialización. Para entenderlo hay que comprender que tanto la noción de subcul-
tura de Edwin Shutherland (1883-1950) como las nociones de internalización y me-
diación de Vygotsky resultan ser, desde una perspectiva transdisciplinar, exactamente
el mismo concepto. ¿Por qué, sin embargo, se usan como si fueran dos conceptos
diferentes?. Pues porque subcultura es un término propio del ámbito de la sociología
y la antropología que ha asumido la criminología, mientras que internalización y me-
diación son conceptos que se utilizan solamente en psicopedagogía y otras disciplinas
relacionadas con el aprendizaje.
El vínculo transdisciplinar, y la coincidencia en el contenido, aparece en el momento
en que lo utilizamos en criminología, y entonces, quizás, el resto de la obra de Vygotsky
se nos presenta como un componente conceptual y teórico muy útil para la criminología.

204
Intervención en alcohol y otras drogas: el protagonismo de la psicología

6.5. Propuestas de ejercicios de reflexión y debate

Primera propuesta

En la vida cotidiana podemos sustentar nuestro comportamiento interactivo, e in-


cluso nuestras emociones, sobre dos estrategias muy diferentes, la primera es la
memoria, saber quién es quién, lo que piensa y cómo se ha comportado en el pasado
para decidir de esta manera cómo actuar y lo que debemos sentir. Es el caso de la
interacción familiar, donde las historias del pasado condicionan nuestras reacciones
(y relaciones) actuales. La segunda estrategia es la del presente, observar lo que
hacen los demás, valorarlo e interpretarlo para decidir qué hacer, qué sentir o cómo
actuar. Es el caso de la interacción con amigos, en particular y de forma inevita-
ble con los nuevos amigos, donde las informaciones del presente condicionan las
actuales relaciones (y reacciones). En general se amanece, en la adolescencia, con
el presentismo y según va pasando la jornada de la vida, vamos dando más impor-
tancia a la memoria. Como criminólogo/a, ¿cómo crees que debes actuar? ¿Por qué
crees que te pregunto esto?

Segunda propuesta

Para profesionales o estudiantes de criminología que tienen una preparación comple-


mentaria o previa en psicología. ¿Te sientes molesto por la relación que se ha propor-
cionado, aunque sea para el ámbito de las drogas, entre psicología práctica y teórica,
vinculando la primera a notable éxito y la segunda a una carencia? ¿Te parece bien
la utilización de la noción de insight para explicar esta extraña sincronía? De hecho,
¿tenemos que renunciar, como piensan algunos, a las hipótesis empíricas y limitarnos
a relatar insights? Plasmad la respuesta de forma clara.

Tercera propuesta

Para todos los/las estudiantes. Las tres propuestas psicosociales de carácter holísti-
co que aparecen en este capítulo, a saber, las aportaciones de la escuela de cultura y
personalidad, la de Lev Vygotsky y la de Urie Bronfenbrenner, ¿tienen algún valor
para la criminología? ¿Y para la explicación criminológica de las drogas? ¿No se
tratará de un intento, más o menos platónico y por tanto inadecuado, de cerrar el
hexágono del sistema transdisciplinar de la criminología de las drogas? Sería bueno
que adoptaras una postura personal en relación con esta cuestión. Quizás no ahora,
pero retén la cuestión y recupérala cuando trabajes como profesional, entonces qui-
zás te pueda ser muy útil.

205
7
Intervención con sustancias psicoactivas:
entre la psicología y la neurología

En este capítulo, el protagonismo de la psicología se refuerza por los hallazgos de un


experimento crucial, el parque de las ratas, del equipo de Bruce Alexander (1981), el
cual puso en evidencia que la acción y la actuación uniforme ante las drogas supone,
siempre y en todos los casos, una mala praxis. El conocimiento de dicho experimento,
oculto hasta hace muy pocos años por razones de censura política, nos permite superar
las dificultades teóricas y conceptuales de la psicología con relación a las drogas, tal y
como se expone en anterior capítulo.
Pero a la vez, en los últimos años, en muy diversos países, y en particular en Espa-
ña, se ha producido una redefinición político-administrativa del enfoque del tema de las
drogas desde el vértice PS. Se trata de una noción y una visión neurológica singular del
concepto de adicción. Este cambio ha propiciado una radical transformación de la red
asistencial, con importantes consecuencias para la perspectiva criminológica y a medio
plazo también para el sistema penal. ¿Es razonable dicha transformación? Pues más
bien no, porque no es otra cosa que una reacción ideológica ante las consecuencias que
los hallazgos empíricos del parque de las ratas han aportado. Una reacción que trata de
construir una dogmática política y pseudocientífica que garantice un mejor control por
parte del sistema internacional de fiscalización.
Se trata de una dogmática propia y unilateral que nos obliga al rechazo de la no-
ción de adicción y que nos sitúa desde la opción de la transdisciplinariedad a adoptar
un nuevo concepto: trastornos del espectro de las sustancias psicoactivas. Lo que
implica que a partir de este capítulo vamos a comenzar a utilizar el término científi-
co sustancias psicoactivas en sustitución de otros términos políticos, ideológicos y
morales que se han utilizado en la primera parte del manual y que el alumnado debe
conocer porque se emplean de forma habitual, y además debe entender lo que signifi-
can. Pero a partir de este punto, y como criminóloga/o, debe hablar solo de sustancias
psicoactivas.

207
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

7.1. Un experimento crucial: el parque de las ratas

7.1.1. El contexto del experimento

El experimento del parque de las ratas, que realizó en los años 70 el equipo de Bruce K.
Alexander del Departamento de Psicología de la Universidad Simón Fraser de Canadá,
es, sin duda, el típico experimento crucial que trastoca las bases del paradigma dominante
en un concreto campo de conocimiento y lo sustituye por otro. En este caso, el campo de
conocimiento fue la psicología y la neurología en relación con las drogas.
Sin embargo, las posibles consecuencias científicas de aquel experimento perfec-
tamente publicado en revistas científicas, pero en plena etapa de la guerra contra las
drogas del Gobierno norteamericano de Richard Nixon, supuso un bloqueo financiero
de las investigaciones y la difusión de los resultados, que el propio NIDA ha reconocido
(Hari, 2015) y que impidió, durante casi tres décadas, que fuera correctamente divulgado.
Pero en 2004, el psicólogo Lauren Slater, en su exitoso libro Opening Skinner’s
Box, traducido en España de forma confusa como Grandes experimentos psicológicos
del siglo xx, lo cita como “uno de los diez experimentos cruciales de la psicología en el
siglo xx”, y debido al éxito cosechado (y los premios científicos obtenidos) por el libro,
empezó a ser conocido y, sobre todo, reconocido, porque fue rápidamente entendido
como una explicación de los hechos que afrontaban una parte sustancial de los psicólo-
gos en su realidad cotidiana (Slater, 2004). Además, la intensa censura efectuada por el
NIDA a lo largo de tres décadas justificó el crecimiento de las sospechas sobre la actitud
poco neutral de los organismos de investigación en materia de sustancias psicoactivas.
Al hacerse pública la existencia del experimento, el propio Bruce Alexander publi-
có, a través de la universidad de Oxford, una recopilación de los artículos y del material
que no había podido difundir en su día (Alexander, 2010). Lo que ha provocado un claro
enfrentamiento, no solo en España, entre las organizaciones político-administrativas y
los/las profesionales que trabajan en el ámbito de las drogas. Hasta el punto de que un
número creciente de profesionales ha llegado a interpretar que estas organizaciones (y
algunos lobbies industriales), tratan de evitar que se conozcan estos avances científicos
para mantener una determinada política sobre drogas basada en creencias ideológicas.
Algunos profesionales incluso consideran que un determinado volumen de fracasos te-
rapéuticos son el resultado directo de estas prácticas institucionales.
El experimento, que se describe a continuación, demuestra empíricamente que una
parte muy importante de las ratas calificadas como adictas, con cambios ambientales mí-
nimos, es capaz de generar mecanismos de resiliencia que le permiten la abstemia total,
otra parte es capaz de mantener un uso controlado, y finalmente, otra parte (minoritaria),
mantiene la adicción inducida. El experimento permite sostener que el uso de drogas no
conduce ni a una dependencia, ni a una toxicomanía, ni a una adicción uniformes, sino a
“tipos de respuesta diferentes en el espectro de los trastornos por sustancias psicoactivas”.

208
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

No sabemos aún cuáles son estas diferencias ni porque aparecen en uno y otro caso, pero
esto es seguramente una consecuencia de casi cuarenta años de censura científica que de no
haber existido, quizás nos permitiría, en la actualidad, contestar a estas preguntas.

7.1.2. Descripción del experimento

En la década de los años 70 del siglo pasado, Bruce K. Alexander realizó una serie de
trabajos de investigación bajo la denominación de parque de las ratas, en el cual mos-
traba cómo un grupo de ratas consumidoras crónicas de morfina, que habían sido indu-
cidas a la adicción en la caja de Skinner y que, según los sucesivos experimentos, man-
tenían una adicción permanente y persistente mientras eran estudiadas por el mismo
procedimiento y en la misma caja, presentaban un cambio radical de comportamiento
cuando se las trasladaba a un ambiente muy diferente, formado por un gran espacio (en
torno a 9 metros cuadrados) cuyas paredes estaban pintadas de colores vivos, el suelo
formado por serrín de cedro, donde todas juntas podían socializarse, jugar, disponer
de abundante comida propia de ratas, tener relaciones sexuales, hacer amigos/amigas,
descansar donde les apetecía e incluso poder aislarse o esconderse en ciertos momentos
en el interior de una lata vacía.
El experimento tuvo dos fases, en la primera se dividió a las ratas en dos grupos, uno
experimental y otro de control, cada uno de los grupos con 32 ratas (en total 16 hembras y
16 varones) ambos perfectamente equivalentes y ambos sometidos a una dosis de morfina
durante cincuenta días. Conviene señalar que morfina y heroína son equivalentes en el ce-
rebro de las ratas, y además, el grupo de Alexander no tenía acceso legal a heroína.
El grupo experimental vivía en el parque de las ratas y el mismo número de ratas
elegidas al azar formaba el grupo control que vivía aislado, cada una en su jaula-cajón
(18x25x28), con paredes metálicas que les impedían el contacto entre ellas. Ambos grupos
tenían acceso a dos botellas de agua, la una con una solución diluida de morfina y la otra
con agua pura. Todos los días se pesaban las botellas y se observó que mientras el grupo
control, en las cajas, seguía consumiendo la misma cantidad de morfina con el paso del
tiempo (en torno a 25 miligramos diarios por rata), el grupo experimental en el parque
redujo el consumo de morfina hasta estabilizarse en torno a 5 miligramos diarios por rata.
Es decir, con un mínimo cambio ambiental, y sin ninguna otra intervención, el con-
sumo de un opiáceo se reducía hasta una quinta parte, lo que además implicaba un
hallazgo trascendente: todos los resultados obtenidos utilizando la caja de Skinner care-
cían de validez, porque la variable caja mantenía de forma artificial el consumo, mien-
tras que la variable otras condiciones ambientales lo modificaba de forma radical. El
hallazgo debería haber sido (y sin duda fue) impactante porque significaba que la mayor
parte de la investigación experimental con sustancias psicoactivas había llegado (y ha
seguido llegando) a conclusiones muy equivocadas.

209
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Esta primera parte del experimento, que en realidad fue más complejo pues incluyó
también la comparativa entre morfina en agua amarga y morfina en agua dulce, así como
agua sola amarga y dulce e incluso naltrexona, aparece en la actualidad narrado en forma
de cómic, dibujado y escrito por Stuart McMillen en mayo de 2013 (cuarenta años des-
pués), y disponible y accesible en numerosas páginas abiertas y fácilmente localizables
en internet como respuesta a la censura sufrida por dicho trabajo científico, e incluso
hay una versión en español de este. No ofrezco ningún enlace porque con frecuencia se
bloquea y se traslada a una nueva dirección.
Pero el grupo de Alexander siguió avanzando en el experimento y en una segunda
fase decidió comparar el comportamiento de las propias ratas que vivían exclusivamente
en el parque de las ratas tras los preceptivos cincuenta días sometidas a sus dosis diarias
de morfina.
En este paraíso ratuno se proporcionaba a las ratas un acceso fácil a la morfina y po-
dían elegir entre seguir utilizando dicha sustancia, cuando y como quisieran, o no hacerlo.
Es decir, podían elegir entre una u otra conducta. La gran sorpresa fue que, tras dos meses
viviendo en el parque, la mayor parte de las ratas dejaron de utilizar de forma espontánea
esta sustancia, otra parte importante optó por un consumo más o menos controlado o mo-
derado y solo unas pocas siguieron manteniendo un uso compulsivo y continuo.
A diferencia de la caja de Skinner, donde todas las ratas seguían siendo en términos
experimentales adictas, porque el único estimulo en su aislamiento y soledad era justa-
mente la morfina, en el parque de las ratas, en cambio, los estímulos eran muy variados y
las ratas elegían entre posibles opciones, lo que redujo de una forma radical la preferencia
por la morfina, es más, la mayoría pudieron dejar la droga sin más de una forma espon-
tánea y sin otra ayuda que pasar de estar permanentemente encerradas en jaulas a poder
corretear por el adecuado ambiente que se les ofrecía en el parque de las ratas.
La conclusión del estudio era sencilla: eran la caja y las jaulas, y no la morfina, las que
ocasionaban la adicción, mientras que el parque facilitaba comportamientos muy diferentes
y diversos (Alexander, 1978). El cálculo de los porcentajes de cada comportamiento no está
bien presentado en la publicación del experimento, quizá porque, como en muchos experi-
mentos y ensayos clínicos, la muestra es insuficiente, pero está claro que con el cambio de
condiciones de vida era frecuente que se produjera la remisión espontánea, frente al hecho
de que menos de la sexta parte de las ratas mantenían su adicción.
En este punto, Alexander y sus colaboradores, que además trabajaban con adictos hu-
manos en las calles, se preguntaron: “¿por qué estos adictos siguen siendo adictos?”, in-
terpretando que era porque estaban en jaulas, en la jaula del lenguaje del adicto, en la jaula
de las condiciones de vida de los adictos, en la jaula de la interacción con los demás del
adicto, en la jaula del rechazo social que sufren los adictos, en la jaula de la falta de ayuda
personalizada de los adictos, en la jaula de la búsqueda compulsiva de la dosis imposible
y en muchas más. Observando, como le ha ocurrido al autor de este texto durante cuarenta
años, que la intervención terapéutica del modelo biopsicosocial tenía éxito porque abría

210
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

todas estas jaulas (Comas, 2008; Alexander, 2010). Expresado en otros términos, po-
demos afirmar que la adicción, la dependencia y la toxicomanía son comportamientos
que, en contextos vitales normalizados, solo afectan a una parte minoritaria de usua-
rios de sustancias psicoactivas o incluso, mejor dicho: la droga es solo droga para
algunos y, por tanto, la droga como concepto general que afecta a todos los seres
humanos no existe porque afecta solo a algunos/as. ¿ A cuáles? No lo sabemos porque
hasta ahora esta ha sido una línea de investigación prohibida o al menos no financiada.

7.1.3. ¿Por qué es un experimento crucial?

¿Por qué fue un experimento crucial? Sin duda ha sido un experimento crucial en primer
lugar porque nos ofrece una lectura muy diferente de todas las explicaciones teóricas,
pero también del sentido de los resultados empíricos obtenidos hasta entonces. Por tan-
to, los hallazgos del parque de las ratas suponen un verdadero cambio de paradigma, de
un paradigma que afirmaba que todo usuario de drogas era un adicto, con un pronóstico
de difícil, o incluso improbable, recuperación o abandono del consumo. De pronto, se
constata empíricamente que esto no es cierto y que incluso son más los casos de remi-
sión espontánea que de conducta compulsiva.
En segundo lugar, es también crucial, porque, en un campo como el de la criminolo-
gía y las políticas penales, donde abundan los debates, las tomas de posición doctrinales
y los estereotipos sobre la cuestión de las sustancias psicoactivas, ocurre que la toxico-
manía, la dependencia y la adicción solo aparecen en determinados individuos, que no
sabemos cuáles son, porque la ética del puritanismo en combinación con el darwinismo
social no admite excepciones en la condición de riesgo o pecado para la humanidad.
En tercer lugar, debemos considerar que además fue un experimento crucial por-
que tuvo que afrontar el rechazo de las administraciones de drogas, pero no tanto por
carencias metodológicas o porque no representara una evidencia científica bien funda-
mentada, sino porque afectaba a determinantes morales, políticos e ideológicos, para los
cuales, el hecho de que la adicción no fuera un comportamiento universal uniforme para
todos los usuarios de drogas suponía que las políticas públicas en esta materia no solo se
estaban equivocando y mucho, sino que además eran contraproducentes. Es decir, ponía
en duda que la Tierra fuera el centro del universo.

No dejes de leer
¿Qué es un paradigma? ¿Qué es un cambio de paradigma?

El término paradigma es una palabra de origen griego que se utilizó siempre como
un sinónimo de modelo e incluso de ejemplo. Platón la utiliza para afirmar que era

211
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

“el modelo ideal, divino, a partir del cual las cosas están hechas” y que conviene
conocer para entenderlas.A lo largo de la historia se ha utilizado de muy diferentes
maneras, incluso el psicoanálisis de Jung lo utilizó como sinónimo de arquetipo.
Pero a mitad de los años 60, en su libro La estructura de las revoluciones cientí-
ficas, el historiador de la ciencia Thomas S. Kuhn le otorgó su sentido contempo-
ráneo, con el que se ha difundido y popularizado en el vocabulario científico. Para
Khun, un paradigma se define por ser la “‘ciencia normal’ que significa investigación
basada firmemente en una o más realizaciones científicas pasadas, realizaciones
que alguna comunidad científica particular reconoce, durante cierto tiempo, como
fundamento para su práctica posterior. [...] Voy a llamar, de ahora en adelante, a las
realizaciones que comparten esas dos características, ‘paradigmas’, término que se
relaciona estrechamente con ‘ciencia normal’”. En otras palabras, el paradigma de-
fine, entre otras cosas, cuáles son las hipótesis adecuadas y las preguntas legitimas
que formular, los métodos que utilizar, los supuestos teóricos aceptables (y los
que no lo son) y la interpretación correcta de los resultados, y además debe gozar
de un amplio consenso en la comunidad científica (Kuhn, 1962).
Muy pronto, tras la publicación (y la aceptación generalizada) del libro de Kuhn,
otros epistemólogos plantearon la siguiente cuestión: “si cada etapa científica se
caracteriza por un determinado paradigma, ¿cómo y porqué cambian estos?”. Algo
a lo que el propio Kuhn respondió aludiendo a una complejidad de factores. Pero
que el epistemólogo austriaco Paul K. Feyerabend respondió refiriéndose a “un acto
de ruptura, resultado de una acción individual creativa que rompe con las reglas
metodológicas al uso y crea unas nuevas” (Feyerabend, 1975). Una definición que AUTOR:
se ha extendido a todos los ámbitos de la ciencia para explicar por qué cambian los no aparece
paradigmas. con este
En el ámbito de las sustancias psicoactivas existen, con seguridad, dos mo- año en la
mentos de cambio de paradigma, el primero, la Conferencia de Shanghái (1909) y bibliografía.
el segundo, el experimento del Rat Park (publicado en 1981), y en este momento
vivimos la etapa de tensión a la que aludió Kuhn entre el paradigma superado y el
nuevo paradigma, el primero se sostiene gracias al apoyo político-administrativo
que invisibilizó durante décadas los resultados del parque de las ratas, pero una
vez que estos han comenzado a ser conocidos, el nuevo paradigma, sin duda, se
impondrá, a lo largo de una etapa de duración indeterminada.

En cuarto lugar, el rechazo institucional supuso la desaparición del parque de las


ratas del relato profesional, y salvo algunos neuropsicólogos muy especializados, nadie
oyó habar de este durante décadas, aunque a mitad de los años 90 y de forma paradójica,
lo rescató como precedente la nueva propuesta teórica y metodológica del enriqueci-
miento ambiental para animales en cautividad, que trataba de mostrar cómo los resulta-

212
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

dos de laboratorio eran muy diferentes según los animales se mantuvieran en cautividad
o vivieran en un espacio natural lo más amplio posible, apareciendo múltiples investiga-
ciones en torno a las diferencias en los resultados obtenidos según las ratas vivieran en
jaulas y los experimentos se realizaran en el cajón de Skinner o bien vivieran en un entor-
no natural y los experimentos se realizaran en otros contextos ambientales (Peña, 2007).
También es cierto que la noción de enriquecimiento ambiental no ha sido demasiado
difundida. Quizás porque el debate sobre esta cuestión metodológica se ha visto un tanto
oscurecido por el debate político sobre los derechos de los animales y las reivindicacio-
nes animalistas. Quizás porque no tienen el mismo coste un laboratorio y un procedi-
miento de investigación con jaulas y cajas que con parques. Pero, a la vez, y de forma
directa en humanos, se ha demostrado que la privación ambiental en orfanatos, prisio-
nes, hospitales (en particular psiquiátricos) o incluso el descuido infantil, condicionanAUTOR:
las respuestas cerebrales y cognitivas (Kaler, 1994). Al mismo tiempo, se han desclasi-no aparece
ficado gran parte de los experimentos de privación ambiental extrema con humanos queen la biblio-
realizaron diversos Gobiernos entre 1950 y 1990 (Kleim, 2003). grafía.
Conviene asimismo señalar, en quinto lugar, que el redescubrimiento del parque de
las ratas de Alexander ha coincidido con el impulso recibido por las TIC, y como conse-
cuencia, de forma muy rápida, los profesionales, en particular los que trabajan en la red
asistencial especifica de drogas, cuyas experiencias ya sabemos que coinciden con los
resultados obtenidos en el experimento, lo han compartido y difundido, hasta el punto
de que en muy pocos años, la mayoría de ellos no solo lo conoce, sino que han asumido
que se trata de una evidencia científica crucial que además coincide con su experiencia
cotidiana y con los resultados empíricos de evaluaciones y memorias.

7.1.4. La situación actual en el campo de la intervención con sustancias psicoactivas

El experimento debería representar un antes y un después en las intervenciones asisten-


ciales. Ya sabemos lo que pasa, aunque no nos hayan permitido investigar para saber por
qué pasa así. Está claro que para los organismos de la administración que gestionan los
problemas de drogas, en España y en todo el mundo, en el momento en el que los resulta-
dos del parque de las ratas se difundieron a partir de 2004 con el libro de Slater, comen-
zaron a objetar, sin muchas explicaciones técnicas, que no eran fiables y mantuvieron su
confianza en la investigación neurológica sustentada en el modelo metodológico de la
caja de Skinner, y en particular, en las imágenes cerebrales que estas producían. ¿Por qué
este rechazo político a la ciencia y a las evidencias científicas? ¿Por qué siempre han sido
agentes con apariencia de científicos los que han realizado este tipo de declaraciones?
Pues porque afirmar que la adicción a las drogas no es una respuesta inmediata e
irreversible al inicio de su utilización, produce en la sociedad, según ellos, un mensaje
ambiguo que puede incrementar su utilización, por tanto, no se debe negar la existen-

213
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

cia de esta amenaza absoluta y en todos los casos en razón a un imperativo ético, que
algunos investigadores, profesionales y responsables administrativos consideran incluso
como una responsabilidad personal. Obviamente, se trata de un imperativo ético muy
particular que se corresponde con formas ideológicas concretas cuya descripción, reali-
zada en el capítulo 3, se completa con esta toma de actitud de tipo neodarwinista.
Como consecuencia, existe ahora en España, y en el resto del mundo, una doble red
asistencial con dos modelos antagónicos, la primera, quizás la más tradicional, utiliza
un enfoque multidimensional en relación con las personas con problemas de drogas.
Está representada por una mayoría de centros asistenciales específicos, en particular, los
concertados gestionados por ONG, aunque también algunos públicos, donde el insight
psicológico del modelo biopsicosocial resulta determinante. La segunda, más moderna o
más reciente, utiliza en exclusiva un enfoque neurológico unidimensional de las adiccio-
nes y está representada por los programas de adicciones (no solo a sustancias psicoacti-
vas) presentes en el ámbito de la salud mental, aunque en el propio ámbito coexisten con
programas del modelo anterior.
Hasta finales de la década anterior (es decir, hasta 2010), los primeros eran clara-
mente mayoritarios, pero la presión de las administraciones y después los recortes de
financiación ligados a la crisis los convirtieron en minoritarios.
Por ello, en este momento (en 2018), hay más servicios y programas asistenciales
que se guían por el modelo de la adicción y muchos menos que se guían por el modelo
biopsicosocial de la pluralidad de situaciones y de la complejidad de estímulos y res-
puestas.
Visto en perspectiva, y para poder entender lo que ocurre, se está produciendo una
situación similar a la ocurrida con Galileo. En un periodo muy corto (en torno a 1610)
y gracias a la disponibilidad de telescopios, Galileo Galilei demuestra empíricamente
que la teoría (o hipótesis) heliocéntrica de Copérnico es cierta y así se lo comunica a
su entorno y a diferentes científicos de varios países. A finales de 1611, los astrónomos
de la Iglesia católica confirman que las observaciones de Galileo son exactas. Pero de
manera progresiva comienzan a oírse las voces dentro de la propia Iglesia católica que
señalan, no tanto que el heliocentrismo es inexacto, sino que es peligroso para el relato
(el dogma católico), y más de veinte años después, en 1633, no solo se condena, por lo
que implican, sus hallazgos, sino que se obliga a Galileo a abjurar de ellos.
Un hecho que no le impide seguir publicando hasta su muerte en 1642, viviendo
una especie de arresto domiciliario, aunque sus publicaciones de mayor valor científico
son de esta etapa. A su muerte dejó el mundo dividido en dos bandos, por una parte,
especialmente entre los católicos, no se debía creer en el heliocentrismo, y aunque casi
todos los científicos (la mayoría sacerdotes) sabían que era verdad, preferían manifestar
su creencia en el relato bíblico. Existía, por tanto, una creencia formal y una evidencia
real y la mayoría de los científicos de la época decían una cosa en el marco institucional,
pero pensaban otra en lo personal y en las conversaciones con sus colegas de confianza.

214
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

Así se explica que cuando aún no había cumplido un siglo de la muerte de Galileo, la
Iglesia católica aceptara discretamente el heliocentrismo (1741), sin que se produjera
ninguna reacción ante la medida.
El experimento del parque de las ratas ha supuesto, para el campo de las sustancias
psicoactivas, lo que representó la demostración del heliocentrismo para Galileo. En la ac-
tualidad, existe un gran consenso científico y profesional en torno al sentido y significado,
pero a la vez, aparece una rotunda negación institucional de este. La maquinaria adminis-
trativa no lo admite porque entiende que supone una amenaza al espíritu de Shanghái y
esto resulta peligroso para la lucha contra la droga. Parece que hay que esperar a que este
temor se disuelva y triunfen la razón y la evidencia empírica. Aunque no parece razonable
esperar un siglo para que esto ocurra, como en el caso de Galileo.

No dejes de leer
La hipótesis de la maduración espontánea de Maddux y Desmond

El experimento de Bruce Alexander y su progresivo avance hacia ser considerado


el nuevo paradigma dominante nos ha permitido expresarlo en este texto como
tipos de respuesta diferentes en el espectro de los trastornos por sustancias psicoactivas,
lo que a su vez ha facilitado la credibilidad de la hipótesis sobre la maduración es-
pontánea, formulada por los psicólogos clínicos James Maddux y David Desmond
a principios de los años 80, que incluso difundió la Revista de Estupefacientes de
las Naciones Unidas (Maddux y Desmond, 1980 y 1981), pero que después fue
condenada intencionalmente a la invisibilidad.
Se trata de dos psicólogos de la Universidad de San Antonio (Texas), que se
han especializado a lo largo de su vida académica en la evaluación de programas
asistenciales, cuyos resultados han aparecido en numerosas publicaciones científi-
cas (Maddux y Desmond, 1997 y 2000), sin que, a pesar de ello, nunca hayan sido
considerados más allá de típicos análisis comparativos en torno a la dispensación de
metadona, sin embargo, lo cierto es que, de forma empírica, han logrado demostrar
reiteradamente que los resultados asistenciales son muy variados y que no se
asocian a ninguna variable esperable.
De hecho, las variables son tan inesperadas que han acuñado la expresión
maduración objetiva para representar una parte importante de supuestos adictos,
que abandonan de forma espontánea, y sin apenas apoyo, el uso, especialmente
de heroína, tras un determinado tiempo de supuesta adicción a esta. En muchos
centros asistenciales específicos (no en todos) a este proceso le llaman tocar
fondo y lo asocian con una rápida recuperación. Esta remisión espontánea o casi
espontánea, la relacionan, por otra parte, tanto Maddux y Desmond como parte
de los/las profesionales de la red específica y especializada, con la idea de que

215
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

llamamos drogadictos a personas y a relaciones con las sustancias psicoactivas muy


diferentes, sin que se haya financiado, hasta ahora, investigaciones que traten de
diferenciar unos casos de otros.
Sin duda, hay una confluencia entre los trabajos experimentales de Alexander
y los trabajos evaluativos de Maddux y Desmond (y la opinión de muchos profe-
sionales de la red específica y especializada) que refuerza la exigencia de avanzar
en un nuevo paradigma, que hemos identificado como “tipos de respuesta diferen-
tes en el espectro de los trastornos por sustancias psicoactivas”.

7.2. El concepto institucional de adicción como enfermedad cerebral

7.2.1. La definición institucional y formal de adicción

La actual noción de adicción se puede rastrear hasta la década de los años 50 del siglo xx
cuando, mediante la electroestimulación, se estableció el mapa de las estructuras cere-
brales asociadas al refuerzo y recompensa de la conducta. Dos décadas después se des-
cubrió el papel de la dopamina y su relación con las drogas, pero, en principio, esto se
interpretó solo como una de las bases (la correspondiente al vértice CH) de los trastor-
nos adictivos (Barrondo, López y Meana, 2006). En la década de los años 80 y primera
mitad de los años 90, al menos en España, adicción era solo otro término equivalente a
dependencia, un sinónimo muy general y muy descriptivo, que se usaba de forma indis-
tinta, incluso entre aquellos que han sido después los promotores de un concepto estricto
de adicción (Martín del Moral, 1998; Casas, 1999).
El cambio conceptual y la transformación del propio concepto de adicción se produjo
a partir de 1995, cuando se publicó en España el libro Adicción, de Avram Goldstein, pro-
fesor de Farmacología en la Universidad de Stanford. En dicho libro, Goldstein, con refe-
rencias procedentes casi en exclusiva del ámbito de la neurología, realiza una descripción
muy completa de los mecanismos cerebrales (transmisión química y neurotransmisores)
que se supone determinan la adicción, aunque se limita a completarlos solo en el caso de
los opiáceos (endorfinas), y la mayor parte de los resultados habían sido obtenidos con
ratas, previamente adictas en jaulas, en una caja o en un laberinto, lo que le permitió
definir un estándar de comportamiento adictivo, utilizando, además, un ejemplo metafó-
rico inaceptable para el actual grado de conocimiento de la zoología, “la predisposición
genética en la conversión de ciertos lobos en perros” (Goldstein, 1994).
En el año 1997, Alan Leshner, entonces director del Nacional Institute on Drug Abuse
NIDA, publicó en la revista Science un artículo titulado “Adicction is a brain disease, and
it matters”, que suele traducirse como “La adicción es una enfermedad cerebral y ello es
importante”. Leshner tenía una dilatada trayectoria como psicofarmacólogo, en laborato-
rios de investigación, hasta que fue nombrado subdirector del Instituto Nacional de Salud

216
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

Mental (1988) y, tras pasar ocho años en el NIDA, se convirtió en uno de los gerentes
principales del sistema de la ciencia en Estados Unidos. En este escueto artículo, poco
más de dos páginas y muy escasas referencias bibliográficas, ninguna empírica, Leshner
proclamaba sin resquicio para la duda que “la adicción no solo era una enfermedad cró-
nica del cerebro, sino que además no era curable porque las recaídas eran inevitables”.
En contra de todo el conocimiento científico que hemos aportado en este manual,
también aclaraba que era “una decisión individual y voluntaria”, lo que implicaba una “to-
tal responsabilidad personal”, lo que sin decirlo justificaba las políticas de penalización
de consumo. La cronicidad era una consecuencia de los cambios cerebrales que la droga
producía a nivel neuroquímico, y como consecuencia, las personas que querían dejar de
consumir no lo lograban. Es la primera vez en la historia de la ciencia que alguien lanza la
hipótesis (no puede ser otra cosa), de que un concepto jurídico (“todas las sustancias a las
que se califica legalmente de drogas”) provoca determinadas consecuencias cerebrales.
La definición institucional de adicción, tal y como la formuló Leshner y han asumido
la mayor parte de organismos políticos en materia de drogas, así como determinados profe-
sionales, no es, por tanto, una definición científica, sostenida en evidencias empíricas, sino
una definición política, emitida por una autoridad político-administrativa. En todo caso,
se trata, además, de una definición funcional con el sistema internacional de fiscalización.
La segunda parte de la declaración política de Alan Leshner nos conduce hacia un
lugar inesperado, porque, por un lado, insiste en que la adicción cerebral solo puede
resolverse “mediante el uso de fármacos”, lo cual es coherente con la hipótesis, pero por
otro lado, también señala la importancia de la “intervención conductual e incluso de la
importancia de los factores contextuales”, llegando a utilizar el ejemplo, bien contras-
tado, de la guerra de Vietnam, cuando gran parte de los soldados que utilizaban heroína
en dicho país la abandonaban con facilidad al volver a casa, lo que supone asumir el
modelo biopsicosocial en la adicción. ¿Pero, de verdad?
Finalmente, aunque de manera indirecta, la proclama insinúa que solo se debe fi-
nanciar aquella investigación que mantenga esta perspectiva, ya que lo demás es “des-
perdiciar recursos”. Un principio que el NIDA ha aplicado con rigor desde entonces. Es
decir, Leshner realizaba una declaración meramente política desde un ámbito adminis-
trativo, proclamando lo que se debía hacer desde el vértice exclusivo de la acción (PA)
y recurriendo solo a determinados hallazgos (cerebrales) del vértice biológico (CH), y
además pretende que a esto lo llamemos modelo biopsicosocial.

No dejes de leer
Un ejemplo de construcción posmoderna: el concepto de adicción

La definición del concepto político e institucional de adicción que produce Leshner


en el año 1997 es un caso perfecto de concepto construido de acuerdo con la

217
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

lógica de la construcción social de la realidad desde el vértice PA de la acción, lo es


por quién es el sujeto enunciador (el director del NIDA), lo es por desde dónde
lo enuncia (la prestigiosa revista Sciencie, que él mismo acabará dirigiendo), lo es
por cómo lo enuncia (“esta es la única definición posible y no puede ser otra”), e
incluso lo es porque contiene amenazas para aquellos que no la acepten (“solo se
financiara investigación que acepte esta perspectiva”), aunque es cierto que este úl-
timo argumento parece más propio del tomismo medieval que del posmodernismo.
También es cierto que para ofrecer dicha definición ha utilizado hallazgos
de la investigación científica que se supone que han aportado evidencias. A la vez
es verdad que las evidencias neurológicas son muy abundantes, aunque bastante
repetitivas, porque son las únicas que se financian, que se publican solo en de-
AUTOR: terminadas revistas con abundante financiación, pública y de la industria farma-
no aparece céutica (Comas, 2014), pero aun así y todo, como se explicará en los siguientes
con este apartados, el consenso neurológico parece caminar hacia otras perspectivas. En
año en la esencia, para ser un constructivista radical no hay que ser francés o trabajar en
bibliografía. un departamento de lengua de una universidad norteamericana. Puedes ser un
funcionario por designación política, titulado en psicofarmacología y con una lar-
ga experiencia en investigación en laboratorio. Lo único que se requiere es tener
tanto poder y apoyos como un director del NIDA.

7.2.2. La perspectiva de la neurología científica

En una reciente publicación (Comas, 2017) se han analizado estos acontecimientos des-
de la perspectiva de las advertencias que nos dejó Stephan Chorover, uno de los fun-
dadores de la neuropsicología, durante décadas catedrático de esta disciplina en el MIT
y autor de Del Genesis al genocidio (1979), donde nos avisaba de los peligros de una
disciplina que él mismo había ayudado a crear. Para Chorover, “sobre el cerebro iremos
aprendiendo de forma progresiva cosas”, pero de una forma un tanto peculiar y paradó-
jica, porque este aprendizaje (y el conocimiento producido) será tan rápido y acelerado,
y nos deparara tantas sorpresas, como lento será en el logro de “evidencias definitivas”,
porque los conocimientos que vayamos adquiriendo nos conducirán al engaño, ya que
confundiremos cada pequeño avance (que a la vez será inesperado, sorprendente e inclu-
so impactante) con “una versión definitiva del cerebro” que no será otra cosa que un au-
toengaño y que en todo caso tendrá una duración temporal hasta llegar al nuevo avance.
Con humildad, Chorover pedía prudencia y precaución antes de aplicar estos su-
puestos conocimientos. Algo que pocos años después reiteró, desde la lógica topológica
(el saber cómo espiral), otro neuropsicólogo de gran prestigio (Kitcher, 1987).
Se puede suponer que fue quizá esta apelación a la prudencia, la que llevó al pro-
pio Avran Goldstein, quizás por la toma de posición política tan radical del NIDA, a

218
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

reescribir una nueva versión de Adicción en el año 2003, es decir, ocho años después,AUTOR:
añadiendo el subtítulo “De la biología a las políticas sobre drogas” a la que se puedeno aparece
acceder en una excelente traducción (Goldstein, 2004). con este
En esta versión, Goldstein introduce varios cambios, aunque en el prólogo anunciaaño en la
que “es el mismo libro” y sigue afirmando que los avances cerebrales de la neurología ybibliografía.
el concepto de adicción son definitivos, citando hasta en tres ocasiones la existencia del
artículo de Leshner como lema. Pero, a la vez, afirma que la noción de adicción es una
visión sobre la que solo existen evidencias para los opiáceos, y además matiza que no
“es definitivo” sino que se ha limitado “a abrir el camino”. También alega que no es lo
mismo “usar cannabis” que “consumir grandes cantidades durante mucho tiempo”, y que
aun en este caso, los efectos observados por la neurología sobre el cerebro son impreci-
sos, e incluso escribe que “no hay riesgos para la sociedad con el cannabis”.
En esencia, afirma que “nuestros conocimientos sobre los mecanismos neurológicos
responsables de estos efectos psicoactivos siguen siendo muy escasos”, lo cual le per-
mite afirmar que “debemos utilizar todos los tratamientos disponibles”, en una noción
un tanto oscura de “tratamientos secuenciales basados en un soporte farmacológico”.
Asimismo, señala que “los efectos tóxicos de la nicotina y el alcohol” deberían preocu-
parnos más que la capacidad supuestamente adictiva de otras sustancias.
En una perspectiva más criminológica, añade la idea de que “las prácticas de re-
ducción del riesgo y el daño” constituyen un tipo imprescindible de “tratamiento hu-
manitario” que garantiza los “derechos humanos”. Describe diversas experiencias en
Inglaterra, Holanda e incluso de forma positiva el parque de las agujas de Zúrich, y
llega a describir los primeros ensayos clínicos con heroína, que, en 2003, se habían
realizado en Ginebra. Finalmente, considera que “el dilema prohibición frente a lega-
lización” es una falsa dicotomía que se resuelve con “políticas de regulación propias
y singulares para cada sustancia”. Algo que ya se ha propuesto con un visible rechazo
institucional en España (AA.VV./GEPCA, 2017).
Con esta visión del propio científico que estableció la base sobre la que se ha sus-
tentado el concepto de adicción, desmiente las prácticas de cierta clínica farmacológica
de las adicciones. ¿Dónde queda entonces la visión unilateral de las políticas asisten-
ciales de la adicción y su soporte exclusivamente farmacológico? Y no digamos ya los
dispositivos de las diversas adicciones sin sustancias. Pues solo en un único lugar: en las
administraciones públicas, en ciertas retóricas políticas y en la industria farmacéutica.
Todo esto y mucho más, en particular los avances más concretos y específicos,
aparece en el texto oficial de la Sociedad Española de Toxicomanías (SET), coordinado
por José María Ruiz y Eduardo José Pedrero (2014), Neuropsicología de la adicción,
en el que se incluyen los resultados de diversos trabajos, jornadas y seminarios rea-
lizados por esta organización entre 2007 y 2014, incluidos diferentes documentos de
consenso para el abordaje de las adicciones. Se trata de avances que refuerzan algunos
elementos del modelo biopsicosocial, aunque también ponen en duda otros, desdicen la

219
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

declaración política (y posmoderna) de Leshner y muestran cómo el avance de la neu-


rología científica, vista desde el principio de la precaución, está haciendo aportaciones
positivas a la intervención asistencial con los problemas que ocasionan las sustancias
psicoactivas.

No dejes de leer
Un centro de drogas reconvertido en una clínica de adicciones

El supervisor asistencial mantiene su contrato como tal, al menos por un tiempo,


en un centro específico de atención a drogodependientes que se ha convertido en
una clínica de adicciones cambiando una parte del equipo y el programa, que ahora
es esencialmente farmacológico. El equipo para supervisar se ha reducido, de varios
psicólogos/as a una que no sabe muy bien cuál es su tarea, se mantiene la asistente
social, pero en labores de coordinación con otros recursos, y se mantiene también
una gran parte de los educadores, pero en tareas de celadores. El supervisor no
sabe muy bien qué puede o debe hacer ante este cambio y plantea la cuestión
ante el director, seguidor del modelo de las adicciones y partidario de priorizar el
tratamiento farmacológico. El director responde que lo mismo que en la anterior
etapa, ya que, como indica el programa del dispositivo y el documento de plan so-
bre adicciones de la correspondiente comunidad autónoma, se mantiene el modelo
biopsicosocial, el supervisor le plantea que esto no es cierto y pone el ejemplo de los
educadores, que ahora no realizan ninguna tarea educativa, salvo alguna actividad de
entretenimiento sin objetivos educativos explícitos y evaluables. El director contesta
con un cierto enfado:“Esto es porque ellos no quieren, les he propuesto que organi-
cen excursiones culturales los fines de semana con los pacientes y no han querido”.

7.2.3. La reacción científica y el éxito de las creencias neurológicas

Por si esto fuera poco, en 2014, la otra gran revista científica, Nature (n.º 507), publicó
una carta abierta de Derek Heim, profesor de psicología y editor de Addiction: Re-
search and Theory, bajo el contundente título “Adiccion: Not just brain malfunction”,
que firmaban además casi un centenar de personalidades del ámbito de la investigación
en sustancias psicoactivas. Poco después, en Lancet (2015, vol. 2), tres investigadores
australianos desnudan la “Brain Disease Model of Adiccition” (BDMA), a la que califi-
can de “una falsa promesa” que solo ha sido provechosa para el negocio de la industria
farmacéutica (Hall, Carter y Forlini, 2014). Como hemos indicado, en España toda esta
literatura y alguna más ha sido sistematizada por la Sociedad Española de Toxicomanías
(SET), cuyas aportaciones son absolutamente ignoradas por todas las administraciones

220
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

públicas (un resumen muy claro de esta sistematización aparece en www.resercgate.net).


Y también podemos seguir toda esta argumentación en un reciente trabajo de Oriol Ro-
maní (2018).
Pero esto está ocurriendo mientras desde el ámbito de las neurociencias algunos
autores de gran éxito editorial, esta vez sí duramente criticados, afirman haber iden-
tificado, con criterios muy similares a los utilizados para justificar la adicción en la
bioquímica cerebral otros sorprendentes hallazgos, a modo de mero ejemplo podemos
comenzar por citar la hipótesis de “la bondad innata, la maldad social y la existencia
de los ángeles”, que explica el descenso histórico de las tasas de delincuencia, por un
proceso neuroquímico del cerebro que nos ha “hecho mejores” y asigna a este proceso
bioquímico la condición de ser un “ángel custodio” que nos conduce por el “buen cami-
no” (Pinker, 2011). Visto lo cual, se puede prescindir de la criminología.
Pero no solo esto, porque muy próxima se encuentra la explicación neuroteológica
sobre la existencia “de Dios y otras creencias religiosas” (Newberg, 2009), también las
razones “del altruismo y la solidaridad” (Pfaff, 2014), el “inconsciente” y otros compo-
nentes del psicoanálisis (Eagleman, 2011), y, como remate, la explicación de que “como
el cerebro es la residencia del yo”, lo es también de la civilización y la cultura, lo que
implica que es el “único lugar” desde el que explicar todo lo que somos y todo lo que
nos pasa (Eagleman, 2015), y, finalmente, en un claro guiño a Chomsky, que el lenguaje
constituye “un proceso neurobiológico único al margen de la cultura” (Pinker, 1984).
Textos de gran proyección internacional, tan conocidos y traducidos como critica-
dos por neurólogos más rigurosos. Todos ellos nos aportan “conocimientos y avances
neurológicos tan extraordinarios como fantásticos”, aunque todos, en su condición de
ensayos, extrapolan y exageran como definitivos estos conocimientos. Es lo mismo que
se ha pretendido hacer con el concepto institucional de adicción del NIDA: convertir
una conjetura en una evidencia, que “por mera casualidad se corresponde con las con-
vicciones políticas de la institución”.

7.2.4. ¿Por qué la noción institucional de adicción se ha impuesto?

Sin embargo, a pesar de las críticas contrarias a la noción institucional de adicción apare-
cidas en las más prestigiosas revistas científicas y a que el consenso neurológico camina
hacia otras perspectivas, las políticas sobre adicciones que se basan en dicha definición,
triunfan en muchos países, entre ellos España. En primer lugar, debemos preguntarnos
por qué ha triunfado como creencia en el imaginario social. Pues la respuesta no es com-
plicada, ocurre que la enuncian las autoridades, los ensayos de los neurólogos de éxito
e incluso los medios de comunicación social, recurriendo a una fórmula de una forma
simple, muy sencilla y muy intuitiva para entender cuestiones complejas: todo está en el
cerebro y no es necesario saber nada más.

221
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Pero el triunfo social de esta falsa creencia y otros mitos neurológicos no explica por
qué mantiene su repentina hegemonía (cuando no su exclusividad) en las políticas asisten-
ciales sobre drogas, y que son muchos los profesionales que asumen esta perspectiva. En
este punto, quizás sería necesario añadir que la razón principal es porque se ha impuesto
en los ámbitos administrativos y políticos, donde las personas que toman las decisiones
carecen de formación en estos temas no solo en España, sino en el ámbito internacional.
Un lugar donde el relato se mantiene gracias a la potente inversión, al menos en España,
de un lobby específico dedicado a promocionar los cada vez más abundantes fármacos
psicoactivos para curar la adicción.
¿Fármacos psicoactivos para curar la adicción a las sustancias psicoactivas? Pues
es lo que hay, y además, ¿qué diferencia un fármaco de una sustancia? En realidad bien
poco, porque algunas son el mismo producto y el único criterio de demarcación es que
el primero es legal y el segundo ilegal, algo que sin duda el cerebro no es capaz de dife-
renciar. Aunque es cierto que las sustancias psicoactivas se suelen consumir sin control
y los fármacos psicoactivos se prescriben en una situación de control. Por tanto, lo que
diferencia una de otra no es la bioquímica sino la organización asistencial.
Se puede pensar que esta cuestión no es un tema adecuado para la criminología,
pero entonces deberíamos prescindir del análisis del vértice de la actuación (PA) y, por
tanto, de la ciencia política. Como consecuencia, la criminología dejaría de ser esta
ciencia transdisciplinar sustentada en el empirismo y el utilitarismo moral que estamos
proponiendo, para limitarse a ser una disciplina subordinada a lo que dicen otras disci-
plinas, no todas, solo algunas y no todas las orientaciones, sino solo aquellas que gozan
del adecuado apoyo institucional.
Pero además, existe otro factor, muy propio de la criminología, que explica el actual
predominio del concepto institucional de adicción, a pesar del creciente rechazo cientí-
fico: se supone que el concepto de adicción refuerza el concepto de droga, tal y como lo
concibe el sistema internacional de fiscalización. Ya hemos visto, en el capítulo 3, cómo
dicho sistema se siente amenazado ante la dificultad de seguir denominando drogas a
todas las sustancias de las listas y exclusivamente a las que están en ellas.
Pero ¿puede alguien imaginar que una misma sustancia posea propiedades bio-
químicas diferentes según sea su estatus legal? Parece que algunos piensan que esto
es posible. Es cierto que se trata de instituciones políticas y administrativas, pero
mantienen esta extraña opinión porque se supone que una serie de investigaciones
les dan la razón. Estamos en el corazón de ideal platónico en el que los “filósofos
gobiernan el mundo” porque no son ellos los que expresan cómo hay que gobernar,
sino que se limitan a ofrecer un relato coherente sobre “cómo son las cosas”, que este
relato produzca consecuencias negativas sobre el bienestar, la salud e incluso la vida
de muchas personas clasificadas institucionalmente como adictos crónicos parece
que es irrelevante. Pero no puede serlo para una disciplina que adopta como guía el
utilitarismo moral.

222
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

No dejes de leer
La noción de refuerzo y el libre albedrío

La definición institucional de adicción hace hincapié en la idea de progresivo refuerzo


para explicar cómo el cerebro va encadenando, de forma irreversible, al sujeto en
una conducta compulsiva que le imposibilita para poder optar libremente por otras
opciones o comportamientos. Se supone que cuando el refuerzo es mayor como
consecuencia de la continuidad de la conducta, la posibilidad de revertir la adicción es
menor. Sin duda esto ocurre, pero como hemos visto, de una forma diferente en dis-
tintas personas, ya que la resiliencia ante este refuerzo es óptima en algunas y escasa
o nula en otras. No sabemos por qué, pero incluso desde una perspectiva puramente
neurológica, significa sin duda que hay otros procesos cerebrales involucrados que
deberíamos conocer, y que nadie investiga porque se trata solo de “mostrar cómo se
produce la adicción” y en absoluto de “cómo se resiste a la adicción”. Sin este cono-
cimiento, tratar de modificar mediante fármacos meramente sintomáticos la dinámica
cerebral parece un poco arriesgado. Hacerlo masivamente es un riesgo incalculable.
Sin duda se trata de algo complejo que no conviene banalizar. De hecho, a lo
largo de la historia, esta cuestión, que no es otra que la del libre albedrío, que ha
suscitado intensas pasiones, escisiones, guerras, violencia extrema y genocidios en
todas las religiones, filosofías políticas e identidades. La universalidad de la cuestión
y su continuidad histórica debería ponernos en guardia ante “respuestas demasia-
do elementales como que el libre albedrío no existe”. También hay que reconocer
que refuerzo es un concepto que amplía nuestra perspectiva y abre nuevos cami-
nos al conocimiento, pero debemos tener claro que los abre, no que los cierra.
Repasar la historia de los enfrentamientos humanos en torno a la cuestión
del libre albedrío, en una perspectiva antropológica, social, normativa, filosófica,
política e incluso metafísica, sería una ayuda sistémica, una necesidad de hecho
para el necesario avance neurológico. Hacerlo rebuscando solo en el propio ce-
rebro nos conduce inevitablemente a realizar cierres en falso, como ha ocurrido
en el caso del concepto institucional de adicción.

7.2.5. La práctica institucional y las políticas sobre adicciones

La práctica institucional de la neurología de la adicción se suele plantear en términos de


responsabilidad eugénica, es decir, el hipotético riesgo es de tal magnitud, que los ensayos
clínicos y la investigación experimental deben someterse al imperativo categórico de mos-
trar, como sea, el inevitable e irreparable deterioro biológico, cognitivo y genético que el
alcohol y las drogas producen. En ocasiones, esta responsabilidad requiere,como sacrificio
personal, una transgresión metodológica y científica dolorosa, que resulta necesaria en

223
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

términos de una necesidad superior por el bien de la humanidad. A la vez, es cierto que
la neurología de la adicción aparece ligada a importantes intereses de la industria farma-
céutica, en particular en el subsector de los fármacos psicoactivos, que son, además, los
que en los últimos años han producido más beneficios a esta industria (Becoña, 2016).
¿Cómo y por qué se superponen la supuesta responsabilidad eugénica y la lógica del
benéfico comercial? Pues de una manera muy sencilla, ya que se trata de un sistema con
solo dos parámetros, o dos variables si se quiere. La primera establece una exigencia
moral de tipo ideológico, la segunda facilita un premio (económico) por adoptar esta
responsabilidad. Además, empodera al sujeto que practica, mediante un doble refuerzo,
la autosatisfacción por la tarea realizada y el reconocimiento de esta. En términos lógi-
cos se trata de dos tipos de refuerzo contingente, no sabemos si cerebrales o no, pero que
el argumento neoliberal de individualismo metodológico, es decir, la mano invisible del
egoísmo humano, explica muy bien.

7.2.6. Lombroso renacido

El biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919), que realizó aportaciones fundamentales


al campo de la embriología y la microbiología, también fue el introductor del darwi-
nismo en Alemania y además realizó aportaciones esenciales para la teoría de la evolu-
ción. Su radicalismo materialista no solo le permitió establecer una cierta síntesis entre
Darwin y Lamarck que le condujo hacia una versión dura del darwinismo social. Tan
dura que llego a presentarla como una religión de la naturaleza a la que llamó ecología,
de tal manera que se le puede (y se le suele) considerar el fundador de la actual ecología
política. Pero a la vez, su evolucionismo radical le vinculó a la antropología evolutiva
para la cual, los primitivos eran residuos raciales del proceso evolutivo y de civilización
y como tales debían ser “protegidos, tutelados y mantenidos en su correspondiente esta-
dio evolutivo” por parte de los seres humanos más evolucionados, que, sin duda, estaban
representados por los anglosajones y los alemanes.
En su momento, Ernst Haeckel fue una de las voces progresistas más conocidas en
el mundo, y un personaje muy popular en la Alemania de finales del siglo xix, quizás por
este motivo fue reivindicado por los nazis como parte esencial de su religión política e,
incluso, aunque él nunca apostó por la eugenésica negativa, se utilizó su pensamiento
evolucionista y progresista para justificar el racismo cultural y biológico de la ideología
nazi. Es fácil suponer que Haeckel habría rechazado esta transformación de sus ideas,
pero del mismo modo es cierto que la ideología nazi no las manipuló, sino que se limitó a
utilizarlas. Fue el filósofo austriaco Karl Popper quien, pensando en Haeckel, al que cita,
concluyó que “las teorías solo son científicas si son abiertas y falsables”.
El caso de Ernst Haeckel puede utilizarse, al menos de manera metafórica, para señalar
los riesgos de las teorías que tratan de dar una respuesta holística y cerrada afirmando que

224
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

“está más que basado en evidencias”, pero que conforman una explicación única fruto de
sus convicciones personales e ideológicas y que de forma aparente aportan la representación
de una “ética trascendente y superior en forma de imperativo categórico” (Arendt, 1963).
Visto desde esta perspectiva, ¿qué es entonces el adicto de Leshner y del NIDA?
Pues obviamente, ni más ni menos, siglo y medio después, que el mismísimo criminal
nato de Lombroso. Desde las administraciones de drogas ilegales, con la definición de
Leshner pasa lo mismo que ocurrió con parte de las ideas de Haenkel, puede que no
fuera su intención, pero algunos aspectos de su evolucionismo explican el racismo ale-
mán tal y como se manifestó tras la Primera Guerra Mundial y que condujo a “un claro
empeoramiento en la vida de las personas”, especialmente si pertenecías a una minoría
como los judíos. Hay que tener cuidado con las ideologías y las creencias, pero también
hay que tener cuidado con la ciencia.
Pero también aparecen otras consecuencias inesperadas con las que debemos tener
AUTOR:
cuidado, porque la dogmática institucional del concepto de adicción ha provocado que
en amplios sectores de la intervención en drogas se esté produciendo un rechazo profe-
no aparece
sional a las “exigencias científicas”, sin atender siquiera a los llamamientos de algunos
con este
autores que tratan de preservar el conocimiento científico a través de “la diferenciación
año en la
entre lo que es ciencia y lo que se presenta como tal sin cumplir los estándares cientí-
bibliogra- ficos” (Comas, 2014) y de otros que tratan también de diferenciar entre “los criterios
fía. metodológicos y las definiciones políticas” (Romaní, 2018).

No dejes de leer
La respuesta científica a la política del modelo de la adicción

Expresado de forma directa, ¿tenemos alguna solución para evitar esto? La respuesta
es muy precisa. Se trata de la propia neurología. Obviamente, la neurología científica
que diseñaron Stephan Chorover y Philip Kitcher. Una ciencia abierta, sometida a
rigurosos estándares de falsabilidad (Comas, 2014) y a la expectativa de ofrecer una AUTOR:
respuesta adecuada a la pregunta crucial, ¿cómo explicar en términos de bioquímica no aparece
cerebral lo que pasa en el parque de la ratas? Lo cual es posible que se traduzca en el con este
desarrollo de una casuística de tipologías que mejorará con el tiempo. año en la
bibliografía.

7.3. Una alternativa: trastornos del espectro por sustancias psicoactivas

7.3.1. La buena política de drogas

El jurista y politólogo italiano Norberto Bobbio estableció, al margen de cuál fuera la


ideología que la sostuviera, una clara diferenciación entre la buena y la mala política.

225
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

La primera era aquella que mantenía el principio del utilitarismo moral, interpretado en
los mismos términos que en este manual, como la utilización de aquellas certezas empí-
ricas que tengan las mejores consecuencias para todos, la segunda en cambio, la mala,
era la que trataba de imponer una idea moral, cualquier idea por justa que pareciera, pero
con independencia de sus costes humanos (Bobbio, 1985).
En este punto del texto ya hemos aprendido que las políticas sobre drogas han
sido históricamente y en los términos del utilitarismo moral más malas (por los costes
humanos) que buenas (la atención a las personas). El añadido de la noción institucional
de adicción las convierte definitivamente en malas. ¿Cómo podrían ser buenas? Pues
asumiendo el criterio del empirismo utilitario y moral que venimos reclamando para la
criminología. Es decir, asumiendo la hipótesis principal ofrecida en el primer capítulo:
la diversidad de las sustancias psicoactivas da vueltas alrededor de la criminología y
no a la inversa.
¿Qué tenemos que hacer para conseguirlo? Pues olvidarnos de la noción de droga
que se refiere solo y de forma exclusiva a una categoría jurídica, establecida a través de
un sistema multilateral de fiscalización. Una noción que no es propia de los juristas, pero
que estos se han visto obligados a adoptar porque las autoridades políticas y determina-
dos expertos se lo han impuesto.
Se supone que para acceder a la calificación como droga se deben reunir determi-
nados requisitos que se sustentan en criterios biológicos, y entonces la sustancia será
incluida en la correspondiente lista, sin embargo, tales criterios resultan imprecisos,
confusos, singulares, y en muchas ocasiones discriminan por razones políticas y econó-
micas unas sustancias psicoactivas en relación con otras. Visto en perspectiva, se puede
afirmar que las decisiones sobre lo que son drogas y lo que no lo es, han sido tomadas
a lo largo del tiempo por el sistema político-administrativo, al margen del conocimiento
científico, aunque siempre aludiendo, como criterio de autoridad, a una selección de
argumentos de supuesta evidencia.
Por esta razón, y una vez establecida la noción de droga, se ha tratado, con ma-
yor o menor consistencia, de mostrar cómo esta categoría, construida como un sistema
normativo que orientaba la actuación, producía unos efectos y unas consecuencias so-
ciales, informativas, culturales e incluso biológicas e individuales inesperadas y que se
confundían con los efectos propios y supuestamente comunes de las sustancias. Para
determinar estos efectos propios y consecuencias comunes se ha recurrido a la inves-
tigación empírica, pero, obviamente, esta ha mostrado la existencia de una gran diver-
sidad de explicaciones. Es insostenible suponer que la investigación empírica de una
categoría construida formal y exclusivamente desde la norma (y lo normativo) nos vaya
a proporcionar explicaciones unívocas y coherentes desde lo social, lo biológico o lo
psicológico.
¿Por qué? Pues porque una aplicación normativa, y mucho menos cuando trata
de orientar la actuación, se corresponde con la realidad de los sistemas con los que

226
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

interactúa. Bajo el paraguas conceptual de drogas, ni existe ni va a existir nunca una


constelación común de efectos y consecuencias, salvo en el imaginario de las creencias.
De manera intuitiva aparece una respuesta ante esta dificultad: será porque las sustan-
cias son muy diversas. Pero esta es solo una respuesta parcial, primero, porque enton-
ces podemos preguntar: ¿pero algo tendrán en común que las convierte en drogas?, ya
que, como afirma la criminóloga Rosa del Olmo (1985), “la colección de objetos más o
menos análogos no dice nada. Y con las drogas se hace precisamente eso. Se enumera
una serie de sustancias, cuyo único punto en común es su ilegalidad. Es decir, se emiten
juicios similares sobre elementos que son diferentes”. En segundo lugar, porque en rea-
lidad lo que se busca en todos los sistemas (individual, cultural, informativo y social) esAUTOR:
precisamente el factor común que conforma la categoría drogas. Pero nadie lo encuen-no aparece
tra, aunque como acabamos de ver, en la definición institucional de adicción, algunoscon este
griten muy fuerte que ellos sí que lo han encontrado (Comas, 2014). año en la
Ciertamente se puede pensar que tal o cual explicación, cualquier hipótesis, con-bibliografía.
ceptualización metodológica o teoría, poseen un carácter plenamente científico y, por
tanto, representan la verdad de la categoría global drogas. Pero el problema que hay que
resolver será entonces cómo es posible la existencia de otras, en ocasiones numerosas,
explicaciones y teorías alternativas que también se proclaman científicas, demostradas
empíricamente y basadas en la evidencia.
¿Cómo solucionamos esto? Pues aceptando de una vez y de forma clara que la ca-
tegoría drogas es solo una categoría normativa que está orientada a la actuación, que
carece de una base común y real, de carácter bioquímico o de lo que sea, pero que la
sostenga como explicación única. Aunque de forma alternativa, sí existe otra categoría,
sustancias psicoactivas, formada por “drogas legales e ilegales, fármacos, estupefacien-
tes, psicótropos, sustancias dopantes y otras”, que sí tienen algo en común: su capacidad
psicoactiva.
Vamos a reiterarlo, aunque, en otros términos: ocurre que la categoría drogas no
existe más allá del ámbito normativo y de la actuación, mientras que la categoría sustan-
cias psicoactivas no tiene una base normativa, pero sí una base neurológica compartida
y caracterizada por la diversidad de efectos, propios de cada sustancia, así como de la
diversidad de experiencias y de naturalezas humanas.
Por tanto, la criminología, como disciplina transdisciplinar, no solo debe susten-
tar la aceptación de la categoría sustancias psicoactivas, sino también la diversidad de
sus manifestaciones empíricas. Y además hacerlo desde la perspectiva del utilitarismo
moral: hay que elegir aquellas acciones que contribuyan en mayor medida al bienestar
social e individual y sean las más respetuosas con los derechos humanos y sociales.
En este punto es donde se debe afrontar de manera muy decidida la tragedia de los
diferentes, porque la primera, y en general ignorada, consecuencia de la condición nor-
mativa de la noción de droga es que agrupa cosas muy diferentes, incluso paradójicas,
agónicas y contradictorias entre sí. Es decir, una gran variedad de perfiles psicológicos,

227
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

situaciones sociales muy diferentes, vectores culturales de naturaleza antagónica e in-


cluso una confusa información sobre todo ello. Pero a la vez, una parte de los resultados
empíricos obtenidos se presenta y aspira a ser la explicación de un todo infundado, lo
cual no solo es inevitablemente absurdo, sino imposible.
Pero está desesperada búsqueda de los vínculos causales comunes que subyacen
tras la categoría droga produce una consecuencia imprevista: la intervención (jurídica,
social, psicológica, sanitaria, educativa, moral, farmacológica, etc.) sobre las personas
que usan drogas o bien son calificados de drogodependientes, consumidores, toxicóma-
nos o adictos. Se pretende que el resultado sea una intervención única, producto de una
relación causal bien establecida y que sirva para todo y para todos.
Es decir, la drogadicción se evita, se previene, se atiende, se cura, se reinserta e
incluso se castiga (o se sustituye el castigo) a partir de prácticas, metodologías y pro-
cedimientos comunes, cuando las realidades sobre las que se interviene no tienen nada
que ver las unas con las otras. Algo que saben perfectamente todos y cada uno de los
profesionales de la intervención, aunque algunos tratan de defender que utilizan solo un
único protocolo.
El sometimiento de estos drogadictos a reiteradas prácticas uniformes y comunes,
puede ser útil a algunas personas, por el azar de un factor de contingencia que afirma que
son lo que son y hay que hacer lo que hay que hacer, pero, sin ninguna duda, aumenta
los padecimientos de muchas otras. Y esto, desde la perspectiva del utilitarismo moral y,
por tanto, de la criminología, resulta inaceptable.
Con el paso del tiempo es esperable que la criminología, en colaboración con los
campos de conocimiento que conforman su marco interdisciplinar, haya fraccionado la
categoría droga en otras divergentes y reales categorías, y como consecuencia, la acción
indisoluble hacia los drogadictos se haya transformado en diversas prácticas que tengan
en cuenta lo que de verdad le ocurre a esta persona.
Entonces, quizás nos daremos cuenta, como le ocurrió a Beccaria, de que en los
tiempos más oscuros utilizamos maneras injustas de intervenir sobre personas que son
muy diferentes.

7.3.2. Una buena política sustentada en la diversidad

Al llegar a este punto debemos afrontar un dilema no resuelto que plantea un texto del
propio Departamento de Justicia de los Estados Unidos (Raskin y Gormand, 2000), ¿es
posible que sea coherente un sistema judicial en el cual las drogas, sus causas y sus
consecuencias personales, no estén bien determinados? La respuesta es no y la solu-
ción de los propios autores implica una cierta renuncia porque aluden “a la necesidad
de utilizar las características personales, ambientales y situacionales que sean, según
el conocimiento actual, más comunes y con mayor grado de consenso”. Cierto, pero

228
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

¿quién establece este consenso? ¿Una decisión político-administrativa como en el caso


del concepto de adicción? Pues no parece lo más acertado.
En parte porque la evidencia científica disponible no conduce de forma inevitable
hacia un modelo de trastornos del espectro por sustancias psicoactivas en lo referente a
las características personales. ¿Qué significa esto? Pues que cada una de las familias de
sustancias psicoactivas (o incluso cada sustancia), interacciona con las personas (y con
su cerebro) de modo distinto, y como esta interacción se vincula además a condiciones
personales, de contexto, de salud, de alimentación, de experiencias previas, de apoyo
social y familiar, del tipo de socialización y personalidad adquirida, por citar solo algu-
nas, los posibles factores que determinan un trastorno son infinitos. Aunque quizás se
puedan agrupar los diversos trastornos en un espectro de diversas categorías delimitadas
y definidas. Aunque para llegar a esto, como afirma Carlos Bouso, debemos superar los
sesgos legales que nos impiden investigar según qué cosas (Bouso, 2014). A lo que aña-
diría también los sesgos administrativos y un relato neurológico de carácter posmoderno
y propio de una cierta teología política.
Pero además, si tenemos que hacerlo desde una concepción de la criminología sus-
tentada en el empirismo y el utilitarismo moral, que también tenga en cuenta los factores
ambientales, solo podremos lograrlo desde las teorías del control social (de derechos
sociales, como pretendemos denominarlas) y poniendo en duda las prácticas del modelo
de seguridad ciudadana.
En todo caso, y para delimitar este espectro y no digamos ya para poder establecer
esta tipología, aún sabemos muy pocas cosas pero muy relevantes: está claro que existe
una enorme variabilidad de situaciones, desde los perfiles que “abandonan de forma
espontánea y sin aparente esfuerzo el consumo”, cuya existencia han mostrado los tra-
bajos de Desmond y Maddux, así como los experimentos de Alexander con opiáceos,
hasta los perfiles propios de una dependencia severa, o incluso una adicción, que tienen
enormes dificultades para abandonar el uso de drogas y que solo pueden hacerlo a través
de una terapia prolongada o una medicación intensa, que debe mantenerse, tanto la una
como la otra, en el tiempo.
Entre ambos grupos aparece, según las mismas referencias y la evaluación de los
programas de reducción del daño y el riesgo, un colectivo de usuarios, que pueden con-
trolar o manejar mejor o peor, el uso de diversas sustancias psicoactivas, aunque no
siempre ni las mismas personas ni las mismas sustancias.
Sabemos poco de este grupo intermedio, salvo que existe, pero podemos sostener
una hipótesis de tres colectivos diferentes, el primero constituido por usuarios con un
consumo esporádico que se mantiene a través del tiempo de una forma muy controlada y
que se va reduciendo con la edad, lo cual es relativamente frecuente, pero no exclusivo,
entre aquellos que usan cannabis y alcohol de una forma moderada.
El segundo formado por usuarios con ciclos de consumo muy diferentes, pasando de
las fases de consumo muy esporádico a fases de consumo más compulsivo, en general

229
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

vinculados a circunstancias personales y ambientales. Los usuarios de cocaína, tranqui-


lizantes y derivados anfetaminicos, suelen responder, con frecuencia, pero tampoco de
forma exclusiva, a este modelo.
Finalmente, existe un tercer grupo que mantiene un intenso y estable uso de la
sustancia, pero de forma controlada y que no le impide llevar una vida normalizada.
El ejemplo clásico son los usuarios de programas de mantenimiento con metadona, un
determinado segmento de alcohólicos, pero también el tabaquismo.
La pertenencia a cualquiera de estos tres grupos que conforman el espectro general,
con abundantes zonas grises, de tránsito y excepcionales, viene muy determinada de
forma preferente por el grado de bloqueo social, emocional o subjetivo con que viva (y
sobreviva) el usuario. Porque ocurre que si su horizonte vital (en términos psicosociales)
es muy limitado, reacciona como las ratas, incrementando el uso de drogas, y en cambio
si este horizonte se abre, reacciona reduciendo, controlando o incluso abandonado el
consumo.
Hay que añadir finalmente que también aparece un grupo caracterizado por un uso
casi exclusivamente experimental de sustancias que son legalmente drogas pero que, sin
embargo, carecen de las propiedades de estas. Sin duda, el caso más frecuente lo cons-
tituyen los alucinógenos que, como hemos explicado, fueron incorporados por razones
meramente políticas (y de orden público) al Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de
1971, y que por sus características deberían estar fuera pero están dentro de la categoría
drogas ilegales.
¿Resuelve esta explicación el problema de las necesidades de información y uni-
formidad jurídica? La verdad es que, por sí misma, no lo hace. Pero abre el camino
criminológico para avanzar hacia los aspectos empíricos y éticos que el mero pragma-
tismo de la propuesta penal de Raskin y Gormand ha tratado de cerrar. Abre también el
camino para una reforma en profundidad del sistema internacional de fiscalización, de
tal forma que con estas dos aperturas serán concretamente los penalistas aquellos que,
según vayamos construyendo en la criminología un relato, empírico, ético y utilitarista
sobre la diversidad de trastornos en el espectro por sustancias psicoactivas, podrán
hacerlo.

No dejes de leer
La teoría de la escalada

La visión de la diversidad tal y como se ha explicado en este capítulo siempre ha


sido respondida desde los ámbitos político-administrativos con el recurso de la
llamada teoría de la escalada, que viene a decir que, efectivamente, hay drogas que
no deberían ser calificadas de tales, pero que muestran un vínculo causal con otras
de tal manera que el uso de una sustancia psicoactiva, por ejemplo, el cannabis,

230
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

conduce de forma inevitable al uso de otras sustancias, por ejemplo, la heroína.


Por tanto, aunque la peligrosidad de la primera sea escasa, como, según la teoría
de la escalada, se incrementa el riesgo de comenzar a usar la segunda, la primera
también debe considerarse tan peligrosa como la segunda.
Además, esta explicación se sostenía de forma empírica en el hecho demos-
trado de que entre los usuarios de cualquier sustancia psicoactiva era más proba-
ble que utilizaran otra sustancia que los abstemios. Aunque la idea de que exista
una escalada aún pervive en el imaginario colectivo, lo cierto es que la investiga-
ción científica ha venido demostrando, desde hace décadas, que esta supuesta
escalada, se relaciona más bien con otras variables estructurales que explican los
factores causales para el uso de sustancias psicoactivas en general. Por ejemplo,
el modelo de Bronfenbrenner explica muy bien con las drogas cómo el supuesto
vínculo de la escalada es un resultado espurio.
Sin embargo, a pesar de los hallazgos empíricos, el recurso de señalar el riesgo
de la escalada se utiliza porque la imagen religiosa y del darwinismo social, que
explicita una “contaminación simbólica de las drogas”, se mantiene con relación a
todas las sustancias psicoactivas salvo cuando se trata de fármacos psicoactivos
legales. De alguna manera, en ambos sistemas de creencias, si todas las drogas
son peligrosas, el hecho de que algunas lo sean menos que otras, no significa nada,
porque de lo que se trata es de evitar lo maligno que está tras la raya roja de lo
(supuestamente) peligroso y que contamina, de forma maligna, nuestro cuerpo,
porque “progresivamente se fue instalando un sentimiento colectivo de peligro-
sidad e inseguridad asociado a la droga. La droga pasa a representar una doble
amenaza: la amenaza de la contaminación y la amenaza del delito” (Da Agra, 2003).

7.4. Las políticas asistenciales en España

7.4.1. El tiempo de las drogodependencias y su proyección

El tiempo de las drogodependencias se extiende en España desde la transición política


hasta el inicio del tiempo de las adicciones. Por tanto, ocupa más de tres décadas. En la
primera década (los años 80) se sostuvo sobre un modelo libre de drogas en el que se
exigía la abstinencia, es decir, no consumir drogas para poder recibir tratamiento, en la
dos décadas siguientes se sostuvo un modelo de reducción del daño y el riesgo (PRDR)
en el que se priorizaron los derechos individuales y sociales, al tiempo que se mantenía
parte de las opciones de los programas libres de drogas, porque, a demanda del usuario,
se podían realizar derivaciones hacia opciones libres de drogas, es decir, no se obligaba
a nadie a mantenerse en los PRDR ni tampoco en los programas de tratamiento con
metadona (PMM).

231
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Ambos modelos, tanto el libre de drogas como la reducción de daños y riesgos


se alimentaban del marco conceptual y teórico del modelo biopsicosocial, lo que im-
plicaba un importante trabajo de reelaboración y producción de experiencias, resul-
tados empíricos, conceptos, evaluaciones e incluso aportaciones teóricas propias. Un
modelo que, además, y al menos en parte, asumió las críticas mejor sustentadas (Ro-
maní,1999) para modificar sus componentes, es decir, fue siempre un modelo (o un
insight) abierto.
Todo este esfuerzo, en combinación con la originalidad del modelo que representó
la creación de un Plan Nacional sobre Drogas (véase capítulo siguiente), supuso una
importante proyección internacional, especialmente en dos áreas, primero en Latinoa-
mérica, en el momento que se recuperaba de la profunda crisis (y las dictaduras) de
las décadas de los años 70/80, y después en los países del este de Europa, tras la caída
del muro y como parte de las ayudas prestadas una vez aceptada su candidatura para
la Unión Europea. En el primer caso, la proyección obedeció a razones de proximidad
social y cultural (y en muchos casos política) y en el segundo, a diversos encargos de
la propia Unión Europea, que consideraba que España era el país mejor preparado para
hacerlo. Al margen de estas dos áreas, era relativamente frecuente escuchar reconoci-
mientos porque “España había afrontado un grave problema y lo había hecho muy bien
sin exagerar acciones represivas y penales”.
Por tanto, vivimos el tiempo de un éxito de la imagen de nuestro país a nivel inter-
nacional.

7.4.2. El tiempo de las adicciones y los recortes presupuestarios

El tiempo de las adicciones se inicia a principios del actual siglo, en cuanto se difunden
las definiciones adoptadas, primero por el NIDA, después por la administración nor-
teamericana y finalmente, por los organismos internacionales de fiscalización. Como
hemos visto, las primeras publicaciones que describen la adicción aparecen a finales de
los años 90 del siglo pasado, pero incluso entre aquellos que adoptan dicha perspectiva,
el lenguaje tarda un tiempo en transformarse. Como ocurrió en Norteamérica, el nuevo
lenguaje se impuso desde el ámbito administrativo, es decir, desde el vértice de la ac-
ción, y muchos planes y programas públicos (comenzando por determinadas comunida-
des autónomas) fueron identificados bajo el logo de adicciones.
Obviamente, a los profesionales que trabajaban bajo la autoridad de estas admi-
nistraciones públicas no les quedaba más remedio que asumir la nueva terminología,
aunque discrepasen en su sentido y significado. Por último, la asumen los medios de
comunicación, primero, al transmitir comunicados y declaraciones y finalmente porque
utilizar el término adicción se convierte en una “manera natural y total” de hablar y
entenderse. El hecho de que el concepto administrativo de adicción no tenga nada que

232
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

ver con el concepto científico de esta, no parece un asunto propio de los medios de
comunicación.
En todo caso, en España, la pérdida de protagonismo efectiva del viejo modelo
biopsicosocial no llegó hasta que se impulsaron las políticas de recortes y la aplicación
de la Ley 27/2013, de 27 de diciembre, de Racionalización y Sostenibilidad de la Ad-
ministración Local, cuya progresiva implantación se ha utilizado para “cerrar, traspasar
o recibir delegación” de dispositivos y programas hacia los ámbitos autonómicos que,
en general, eran mucho más favorables al concepto institucional de las adicciones, por
depender del departamento de salud, mientras que en los ayuntamientos, la dependen-
cia solía ser de asuntos sociales.
La nueva situación supone tres importantes diferencias con relación a la anterior.
La primera, que no es un relato propio, sino un relato “literalmente traducido” desde
otra realidad política, social y cultural. Lo que implica que ya no lo podemos difundir a
terceros, que pueden obtenerlo con facilidad e integro desde la fuente original. Lo cual
supone una pérdida de relevancia por parte de la marca España. La segunda, que al no
aportar nada, limitándonos a traducir, se genera una dependencia cultural que implica
un menor grado de comprensión real y directa de las cosas. La tercera, que, en este caso,
ocurre que, en el “país fuente”, el nuevo modelo quizás sea actualmente el más potente,
pero ¿es hegemónico? No está claro después de las críticas vertidas en las revistas in-
ternacionales, porque se mantienen otras alternativas, mientras que en España se asume
como “una totalidad” lo que en otro lugar es solo una opción complementaria, que, ade-
más, comienza a enfrentarse a importantes críticas, en particular las relacionadas con el
coste y la dependencia de la industria farmacéutica.
En cuarto lugar, ¿se está ahorrando así dinero, como alega el lobby de la industria
farmacéutica? Desde luego hay un ahorro con la desaparición de la red específica y
especializada, pero, en compensación, ¿a cuánto asciende la factura farmacéutica en
fármacos psicoactivos? En quinto lugar, ¿ha supuesto este cambio una mejora en los
resultados de la intervención? Por ahora no hay datos empíricos, pero parece razonable
pensar que la cronificación no es mejor alternativa que la recuperación, aunque no sea
de todos los casos. Al menos desde la perspectiva de mejorar la vida de las personas.
Estos argumentos, combinados con las críticas al concepto de adicción aparecidas
en las revistas científicas internacionales antes citadas y el hecho de que se hayan
publicado en España diferentes manifiestos en torno a este tema, ha provocado un
cierto replanteamiento del tema. Así, la asociación científica Socidrogalcohol, desde
la que en su momento se difundió y se impulsó la definición de Leshner, ha lanzado,
el 9 de enero de 2018, un comunicado en el que mantiene la idea de adicción como
enfermedad, pero ya no crónica, además de ser “un trastorno biológico, psicológico y
social”, utilizando incluso términos como biopsicosocial y multicausal, reconociendo
la existencia de una recuperación natural y añadiendo que “la adicción es un proceso
perfectamente recuperable, por grave que sea”.

233
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

No dejes de leer
¿Podría ser clarificador recuperar el término toxicomanía?

Posiblemente, puesto que expresa mejor que otros la apertura hacia la varia-
bilidad de los trastornos relacionados con las sustancias psicoactivas, mientras
que el concepto de dependencia y, sobre todo, el de adicción, implican cierres
epistemológicos un tanto forzados, y en el segundo caso, directamente incierto
y, por tanto, resulta epistemológicamente poco consistente y peligroso debido a
su significación social.
En cambio, la noción de una “manía o una costumbre extravagante” con rela-
ción a las sustancias psicoactivas, que son todas tóxicas, abre el campo conceptual
y científico, al tiempo que anuda gran parte de las drogas con muchos fármacos,
algo que, como veremos, comienza a ser cada vez más necesario. No es una pro-
puesta, es solo una pregunta, que nos formulamos en este breve “No dejes de
leer”, imaginando que el tiempo, y las dinámicas socioculturales, nos proporciona-
rán una respuesta adecuada. En todo caso, no se trata de una cuestión de palabras,
ya que, por ejemplo, algunos autores han comenzado a utilizar toxicodependencia,
sino de lo inadecuados que son muchos de los términos que utilizamos para refe-
rirnos a las sustancias psicoactivas.

7.4.3. Cuando todo y algo más es solo una patología dual

Al tiempo que se desmantelaba la red asistencial específica, ha cobrado creciente impor-


tancia el tema de la patología dual como una derivación puramente racional y platónica,
aunque no tanto empírica, del concepto institucional de adicción. En España, diferentes
trabajos establecieron una fuerte relación estadística entre adicción a las drogas y pre-
sencia de otras patologías mentales, vinculadas ambas al propio concepto de adicción
como enfermedad mental. La idea surge de la propia definición institucional de adicción
y se refiere a un acervo neurológico común que se supone explicar a la vez el concepto
de enfermedad mental.
Visto así, si la adicción es solo una enfermedad mental crónica, es fácil pensar
que cualquier patología mental puede proceder de una estructura neuroquímica muy
similar o relacionada. Como consecuencia, la relación estadística establecida probaría
en forma endógena, es decir, al margen de la propia explicación neurológica, dicha
relación.
El problema es que el trabajo probatorio se basa en encuestas intencionales, es decir,
encuestas en las que la muestra no es representativa si no se eligen los casos en función
de su vínculo bien a la red de drogas, bien a la red de salud mental o bien a ambas, en los

234
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

dos primeros casos se supone, por una parte, que los casos atendidos por la red de drogas
no han sido diagnosticados previamente de problemas de salud mental, por otra parte, se
supone que los casos atendidos en salud mental no han sido previamente diagnosticados
como adictos, y los casos que aparecen en ambas redes se supone que ya muestran un
diagnóstico dual.
Los resultados obtenidos son espectaculares, aunque solo en la investigación espa-
ñola, ya que tres de cada cuatro casos (y en ocasiones, cuatro de cada cinco) ofrecen un
diagnóstico de patología dual, que algunos autores atribuyen a una causalidad neuronal
común, mientras otros añaden que quizás, al menos en parte, sea consecuencia del pro-
pio proceso y sus mecanismos de refuerzo. Obviamente, en ambos casos hay que supo-
ner que la adicción es un proceso único y unívoco.
Pero lo que es más importante se refiere al hecho de que la metodología de la mues-
tra intencional, aunque en ocasiones se utiliza con buen criterio en algunos ensayos
clínicos, resulta muy inadecuada para la finalidad de establecer un mapa de la coinci-
dencia de adicción y otras patologías mentales, ya que aquello que se intenta demostrar
solo sería válido, como grupo experimental, con una muestra representativa de personas
usuarias de sustancias psicoactivas con criterios de edad, sexo, estatus social y sustancia
psicoactiva utilizada (lo que requerirá un modelo previo de distribución obtenido me-
diante una muestra representativa general), y como grupo control, una muestra repre-
sentativa de la población general, si fuera posible no usuarios de sustancias psicoactivas,
con los mismos criterios de edad, sexo y estatus social.
Asimismo, el cribado de las correspondientes patologías mentales debería ser reali-
zado mediante una técnica de doble ciego para garantizar la fiabilidad de los resultados.
¿Se ha hecho esto? No, en ningún caso. ¿Demuestran los trabajos intencionales realiza-
dos sus hipótesis? No, nunca, en ningún caso.
Sin embargo, al menos en España, las políticas asistenciales sobre drogas han vi-
vido una intensa transformación en los últimos años, derivadas de la aplicación de dos
creencias que se han generalizado en el ámbito administrativo, la primera, que una gran
mayoría de casos de usuarios de sustancias psicoactivas implican un diagnóstico de pa-
tología dual, la segunda, que al tratarse de dos enfermedades crónicas que se refuerzan
mutuamente, no hay nada que hacer salvo programas de mantenimiento y control con
una gran cantidad por persona de diversos, nuevos y caros fármacos psicoactivos (hasta
17 al día, como se ha denunciado).
Como consecuencia, se ha desmantelado la red específica, especializada y susten-
tada en el modelo biopsicosocial, en drogas, para remitir todos los casos al ámbito de
salud mental, el único con competencias para realizar un diagnóstico adecuado y con au-
toridad para prescribir los correspondientes fármacos. Un acontecimiento poco visible y
raramente denunciado porque se ha confundido con los recortes generales acaecidos en
la mayor parte de los recursos sanitarios y sociales.

235
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

No dejes de leer
Consecuencias jurídicas de los conceptos de adicción y de patología dual

El concepto institucional de adicción y el de patología dual ofrecen un potencial y


radical impacto jurídico. Por una parte, hay que considerar que solo se trata de
una enfermedad, y para mayor abundamiento, una enfermedad crónica y recidivante,
que además se refleja en una doble patología, lo que supone trastornos y problemas
conductuales que los adictos, y en especial aquellos que muestran una supuesta
patología dual, no pueden controlar o evitar. Por tanto, los usuarios de sustancias
psicoactivas no son responsables de sus actos y, por tanto, son inimputables, es
decir, tanto la delincuencia inducida como la funcional no son delitos, sino conse-
cuencias de una enfermedad mental incurable que, además, como es una patología
dual, incluye otros posibles comportamientos que también son inimputables.
En este sentido, cabe recordar que gran parte de los delitos, como ocurre
con casi todas las acciones humanas, producen una huella cerebral que, convenien-
temente coloreada, puede considerarse la demostración de una patología. Por este
motivo, cada vez van a ser más los juicios en los que las opiniones de los neuró-
logos y las de los profesionales que no recurren a imágenes cerebrales van a ser
radicalmente diferentes.
Solo serían imputables aquellos delitos causados por la delincuencia relacio-
nal o los delitos contra la propia legislación, pero siempre que el encausado no
consumiera drogas. Por tanto, no sería extraño que en los próximos años algunos
tribunales requirieran pericias para demostrar que un acusado no es adicto y así
poder juzgarle o condenarle.
¿Por qué, a pesar del papel hegemónico de la definición de adicción y de pato-
logía dual, los tribunales en primer lugar y la legislación con posterioridad no han
comenzado a aplicar esta inimputabilidad? Pues básicamente porque ambos con-
ceptos han sido desarrollados desde ámbitos y organismos estatales, que adoptan
la perspectiva de la guerra contra las drogas, y no se les ha ocurrido que sus actos
pudieran tener estas consecuencias. Y si comienzan a tenerlas, tratarán de buscar
algún argumento que las evite. Pero esto no parece fácil.
¿Qué pasara cuando esta información sea asumida por el sistema penal, un
sistema que depende de la legislación, pero también con una lógica autónoma y
coherente en su aplicación? Pues que mantener la idea de la guerra contra las dro-
gas desde el ámbito penal va a resultar imposible.
Pero no solo esto porque, por otra parte, si se asume el concepto institucio-
nal de adicción y patología dual, el actual sistema internacional de fiscalización debe
ser reformado en profundidad. Porque cuando la adicción es algo que la persona
no puede evitar, ya no es posible sostener la idea de la responsabilidad personal,
que es la base del relato, y las acciones emprendidas por el propio sistema de fis-

236
Intervención con sustancias psicoactivas: entre la psicología y la neurología

calización. ¿Qué se va a hacer? ¿Qué se va a poder hacer? Desde luego, el sistema


internacional de fiscalización va a tratar de mantenerse como tal. ¿Cómo lo va a
poder hacer? Habrá que verlo, aunque seguramente es algo que en los próximos
años van a contemplar los/las actuales estudiantes de criminología. Con seguridad
de una manera confusa, paradójica y oscura, porque son los mismos agentes polí-
ticos los que, por ahora, defienden ambas opciones antagónicas.

7.5. Propuestas de ejercicios de reflexión y debate

Propuesta 1

El parque de las ratas fue en su día un experimento crucial y así se reconoce hoy,
con un amplio consenso sobre su valor y significado, aunque algunos, en particular
aquellos que creen que “para las drogas” debería existir una explicación univoca,
general y exclusiva tratan de invisibilizarlo. Durante casi tres décadas, el experi-
mento fue ignorado, censurado y excluido de toda posible financiación. Como me-
táfora, ha sido exactamente lo mismo que le pasó a Galileo. Pero, en un mundo en
el que se supone que los valores de la ciencia están perfectamente consolidados y
garantizados, ¿por qué crees que pudo pasar esto? En el texto se aluden, sin profun-
dizar en el análisis, a determinadas circunstancias, ¿son estas?, ¿son otras?, ¿alguna
es especialmente más significativa para ti?

Propuesta 2

Hace un siglo y medio, la poeta norteamericana Emily Dickinson (1830-1886),


describió el cerebro en los siguientes términos:

El cerebro es más amplio que el cielo,


colócalos juntos
contendrán el uno al otro
holgadamente, –y tú–, también.
El cerebro es más hondo que el mar,
retenlos, –azul contra azul–,
absorberán uno al otro, como la esponja al balde.
El cerebro tiene el mismo peso que Dios,
pésalos libra por libra,
se diferenciarán, –si se pueden diferenciar–,
como la sílaba del sonido.

¿Qué te parece que quiso decir?

237
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Propuesta 3

La definición de adicción como enfermedad cerebral crónica, supone consecuen-


cias inesperadas, quizás algunas deseables y otras indeseables, especula sobre algu-
na de estas consecuencias, que no aparezcan en el texto, de tal manera que por cada
una que sea deseable, evoca al menos otra indeseable. Ponlas por escrito y trata de
justificarlas. El trabajo se puede hacer en grupo y si puede ser con personas que
tengan una formación previa (o intereses) diferente, mucho mejor.

238
8
Una descripción natural
del contexto español

En este capítulo se va a presentar un panorama de lo ocurrido con las sustancias psicoac-


tivas en España, en particular, las identificadas como drogas ilegales, haciendo hincapié
en la cuarta etapa, desde el tardofranquismo hasta la actualidad. Se trata de medio siglo,
denso en acontecimientos, en el cual las drogas han tenido, especialmente en determina-
dos momentos, un gran protagonismo social y político.
No se trata de un mero relato “histórico”, ni tampoco es una “historia de las drogas”
al uso, se trata más bien de relatar algunos hechos, pensamos que los más relevantes,
desde la perspectiva criminológica que se ha ido exponiendo en los capítulos anteriores.
Disponemos de información y de algunos trabajos empíricos en torno a las cuestiones
que se van a abordar en este capítulo, pero sigue pendiente la elaboración de un relato
integral que combine los resultados empíricos, con una visión conceptual y racional
sensata y realista sobre lo ocurrido con estas sustancias durante este último medio siglo.
En todo caso, el capítulo es un resumen de este relato integral, específico y mucho más
amplio, pendiente de publicar, por parte del mismo autor.
Finalmente, hay que decir que en este capítulo vamos a tratar de facilitar un conoci-
miento objetivo sobre algunos hechos, interpretados desde una perspectiva criminológica,
para mostrar cómo esta disciplina puede explicar de forma coherente los acontecimientos
y cómo esta explicación, aplicada a “lo que ha pasado”, nos ayuda a interpretar lo que
“ahora está pasando” y, por supuesto, lo que puede que vaya a pasar en el futuro.

8.1. La sociedad española y las sustancias psicoactivas

8.1.1. Una perspectiva general

En el capítulo 3, al explicar el sistema multilateral de fiscalización, se han establecido


cuatro etapas bien definidas de la relación entre España y dicho proceso. La primera
(duró 9 años, 1909-1918), en la que no participamos porque nos sentíamos aludidos y

239
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

molestos, se mantuvo hasta el año 1918 y nadie nos invitó ni nos interesó asistir a las
conferencias y acuerdos internacionales por la cuestión de Filipinas y las rentas del an-
fión. Por tanto, nos mantuvimos al margen de aquel proceso internacional, tanto porque
no fuimos invitados a participar en este (pero sí a ratificar los acuerdos) como por una
cuestión de orgullo patriótico herido. Obviamente, tampoco transcribimos el contenido
de los acuerdos a nuestra propia legislación.
La segunda etapa (18 años, 1919-1935), en la que tratamos de comprometernos
activamente para romper nuestro aislamiento, transcurrió entre el año 1918, cuando nos
incorporamos a la Sociedad de Naciones y asumimos el Tratado de Versalles, y duró
hasta el año 1936, y en ella tratamos de normalizar nuestra presencia internacional, así
como ajustar la legislación nacional a los acuerdos internacionales, que culminaron con
el Convenio de Ginebra de octubre de 1936, pero entonces ya había comenzado la Gue-
rra Civil y no asumimos aquel último acuerdo internacional.
La tercera etapa (30 años, 1936-1966), de la que fuimos excluidos expresamente
por el rechazo y las sanciones de la ONU, se extiende con claridad desde el inicio de la
Guerra Civil hasta que fuimos admitidos en las Naciones Unidas en diciembre de 1955,
aunque se prolongó un tiempo, porque, lo mismo que pasó con la prostitución, firmamos
los correspondientes protocolos, pero su aplicación fue laxa y no se destinaron apenas
recursos a los compromisos adquiridos.
El camino hacia la cuarta etapa (1966 hasta la actualidad) se inició con la firma de
la Convención Única de Estupefacientes de 1961, pero como no entró en vigor hasta el
año 1966, las acciones previstas en materia de políticas de drogas no se aplicaron hasta
entonces (en 2018 han pasado 52 años). En todo caso, a partir del año 1966 hasta la ac-
tualidad hemos sido finalmente reconocidos como actores relevantes, con una creciente
participación en los procesos y procedimientos internacionales, así como por el desarro-
llo explícito de unas políticas de drogas.
En cada una de estas cuatro etapas, la realidad de las sustancias psicoactivas en
España ha sido muy diferente. Así, en la primera etapa, en la que nos sentíamos ajenos
y molestos, las llamadas drogas ilegales seguían sin existir en España. Aunque es cierto
que algunas sustancias se utilizaban, como es el caso del alcohol, aunque no éramos
unos “grandes consumidores” como, por ejemplo, Francia, que triplicaba nuestra tasa
de consumo per cápita (23-25 litros de alcohol puro por año frente a los 7-8 litros en
España). Por otra parte, debemos aludir al tabaco, ya que, aunque es cierto que había-
mos “inventado” el tabaco fumado en el siglo xviii, manteníamos una pequeña industria
autosuficiente para un consumo bajo (Comas, 1984). Asimismo, en esta etapa, como
consecuencia de las guerras en Marruecos y de la ocupación de parte del territorio,
comenzó a utilizarse cannabis en forma de grifa, es decir, las hojas y las flores con-
venientemente secadas y fumadas sin mezclar con tabaco. También se utilizaba con
fines psicoactivos éter, pero carecemos de información suficiente para poder valorar
por quién y cuánto.

240
Una descripción natural del contexto español

El opio y sus derivados, como hemos visto, se dispensaban libremente en las bo-
ticas, y la cocaína se utilizaba con una cierta frecuencia, aunque no podemos valorar
cuánta, en el mundo de la farándula y la prostitución como un contenido propio del mo-
vimiento sicalíptico. Gran parte de estos usos de, por ejemplo, alcohol, tabaco, cannabis
y cocaína, estaban muy marcados por género, salvo en el caso de la cocaína, que también
utilizaban las “artistas y otras mujeres que ejercían la prostitución”. Los opiáceos, en
cambio eran más propios de mujeres que de varones, ya que se suponía que “servían
para formas de malestar femenino”.

No dejes de leer
¿Qué fue el movimiento sicalíptico?

El movimiento o cultura sicalíptica apareció en España justamente en el año 1909,


cuando así lo denominó el periodista Félix Limendoux en la edición de Porfolio
del desnudo, de Editorial Sopena (por supuesto, desnudo femenino), y consistió en
una forma peculiar, puramente española, de lo que en otros países fue denomina-
do cabaré (o cabaret). Los primeros locales de espectáculos en los que actuaban
mujeres con escasa ropa o directamente desnudas comenzaron a funcionar en
España hacia principios de siglo, quizá porque así ya existían previamente en
Cuba. En general, se trataba de espectáculos de baja calidad, porque su función
era otra, ya que las actrices (aunque quizás no todas) solían ejercer la prostitución.
Gran parte de las actuaciones eran escenas simuladas de sexo homosexual entre
las propias actrices, de ahí su nombre: una apariencia de termino clásico pero
que en realidad había sido tomado de forma irónica del griego moderno, ya que,
literalmente, significa higo frotado y también mojado en otra acepción. De hecho, a
partir del año 1918, en los cabarés del resto de Europa se utiliza el término espa-
ñol de espectáculo sicalíptico para referirse a mujeres que se supone que realizan
prácticas homosexuales en el escenario.
La importancia y extensión de este movimiento tuvo que ver con dos hechos
singulares. El primero, la intensa desigualdad social que pervivía en la sociedad
española que, además, se superpuso a una similar desigualdad de género. En los lo-
cales sicalípticos había mujeres de origen muy humilde (o directamente marginal)
y hombres de clase media o alta que consideraban un derecho consuetudinario
utilizarlas sexualmente. El segundo factor es que, en la época, esta situación pare-
cía “normal” y parte de la prensa de aquel periodo incluso comentaba la calidad de
los “espectáculos y las actrices”, junto a las críticas taurinas y las zarzuelas.
Los locales sicalípticos ofrecían una “oferta completa”, de espectáculo, sexo
de pago, alcohol, cocaína y quizás otras drogas, eran un lugar para las relaciones
sociales y económicas masculinas, y se utilizaron como base e infraestructura para

241
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

el potente cine pornográfico español de la época, que llegó a ser distribuido a


nivel mundial durante la Gran Guerra (1914-1918). Aunque es cierto que algunas
actrices recibieron un cierto reconocimiento como tales, tanto por sus espectácu-
los como por su condición de cantantes, e incluso una parte tuvo una importante
proyección internacional a través de los cabarés de Europa y Estados Unidos a
partir del año 1918 (Zubiaurre, 2014). Algunas llegaron a ser marajanís en la India,
miembros de la aristocracia inglesa o amantes de alguna de las figuras políticas
más relevantes del periodo de entreguerras.
Pero casi la totalidad de aquellas mujeres vivía un deterioro físico y social
extremo, sobre el que hay poca información y ningún trabajo empírico. La crimi-
nología positiva de la época reflejó esta situación, la relacionó con la explotación
y la desigualdad social, pero no fue capaz de facilitar una interpretación de género
y siempre habló en términos colectivos de clase o grupo social.
En todo caso, a lo largo de la década de los años 20, mientras en el resto del
mundo desarrollado, el fenómeno de los cabarés se expandía, en España retro-
cedió, en parte porque los locales sicalípticos tenían demasiado que ver con la
desigualdad que denunciaban los criminólogos positivistas, los sindicatos de clase
(pobreza y vicios burgueses) y la tenue presencia del movimiento a favor de la tem-
planza, y en parte por la emigración de las figuras más relevantes a otros países.
Además, su presencia social se fue diluyendo.
En la etapa de la Segunda República, las prácticas sicalípticas “tenían una imagen
negativa” en una sociedad que aspiraba a una mayor igualdad y justicia social, y lo si-
calíptico fue sustituido por lo bohemio, una expresión socialmente menos conflictiva.

En la segunda etapa, se emprendieron diferentes reformas legales y se destinaron


recursos específicos a estas. El hito más representativo fue la promulgación de la ley de
vagos y maleantes (1933), que se sustentaba en gran medida sobre las aportaciones de la
criminología positiva en España. A lo largo del periodo, los usos de sustancias psicoacti-
vas apenas se modificaron, aunque imperó una nueva idea de discreción. Por ejemplo, en
el ámbito sicalíptico, el número de locales dedicados a los espectáculos propios de esta
“expresión artística” aumentó, pero los periódicos de la época evitaban hablar de estos,
como había sido frecuente en la etapa anterior.
Al mismo tiempo, la ocupación final del protectorado español en Marruecos
(1926), estabilizó la situación en aquel territorio con un ejército de ocupación, lo cual
facilito el uso de cannabis, en forma de grifa en prácticamente todo el territorio espa-
ñol, aunque es cierto que la mayor parte de grifotas (usuarios de grifa) eran exmilitares
españoles que habían permanecido un cierto tiempo en Marruecos y que al volver a la
península no habían conseguido normalizar su situación familiar y personal (Romaní,
1984; Uso, 1996).

242
Una descripción natural del contexto español

No dejes de leer
La “edad de plata” de la cultura española

Tanto el movimiento sicalíptico como la criminología positiva española aparecen


formando parte de la llamada “edad de plata” de la cultura española, que se ex-
tiende desde principios del siglo  xx, como una reacción ante la Crisis de 1898 y
la guerra con Estados Unidos, hasta nuestra propia Guerra Civil (1936). Fue aquel
un periodo de crecimiento económico, estabilidad, corrupción, una intensa vida
cultural en la literatura y el arte que se proyectó internacionalmente, arquitectura,
música, desarrollo social, expansión de la educación y todo tipo de iniciativas (Laín
Entralgo, 1999; Urrutia, 2000). Se trata de un periodo y unos hechos muy bien es-
tudiados, pero igual de olvidados, como consecuencia del largo “invierno franquis-
ta”. En todo caso, los “valores” que caracterizan la edad de plata se convirtieron
en los valores subterráneos a los que alude David Matza y, como veremos, son los
que explican la epidemia de heroína de los años 70 y 80 del siglo xx.

En la siguiente etapa, la tercera, y mientras permanecíamos excluidos de la sociedad


internacional (1936-1966), en el tema de las sustancias psicoactivas, España vivió una
especie de limbo, ya que, por una parte no eran visibles ni existía un relato definido so-
bre ellas. Pero, por otra parte, las declaraciones institucionales de la época se limitaban
a unas pocas y estereotipadas creencias (eran “malas y aquí no había”), y, como hemos
visto, la entrada de la ratificación de los protocolos de Naciones Unidas no supuso nin-
gún cambio apreciable.
En todo caso, comenzó el lento incremento del uso de alcohol y tabaco, a cuyo con-
sumo, algunas mujeres reivindicativas se incorporaron desde principios de los años 60,
mientras se mantenía el uso de cocaína en ciertos ambientes muy en contacto con Latinoa-
mérica como la tauromaquia, el flamenco u otros espectáculos. En estos ambientes cobro
relevancia la figura del señorito calavera (con frecuencia, estudiantes) que preservaron de
una manera clandestina y sin que existieran los locales formales, algunos componentes del
movimiento sicalíptico. Para entenderlo podemos utilizar el ejemplo de la prostitución,
que fue declarada ilegal desde 1956 tras la entrada en la ONU, cerrándose las casas de
lenocinio, pero que, en realidad, se mantuvo en la actual alegalidad, de la misma manera
sobrevivieron y se mantuvieron ciertos rasgos sicalípticos a pesar del férreo control so-
cial de la Iglesia católica, de tal manera que la típica doble moral española permitía que
determinados locales, no precisamente populares ni baratos, se mantuvieran abiertos en
espacios céntricos y singulares de muchas ciudades.
Asimismo, los registros de la Dirección General de Farmacia nos permiten obser-
var cómo evolucionó el uso de opiáceos, cómo se mantuvo su carácter mayoritariamen-
te femenino, aunque fueron apareciendo usuarios masculinos, singularmente personal

243
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

sanitario y “caballeros mutilados”. En todo caso, se trata de una cifra escueta que nunca
superó la cifra de 5.000 casos activos, y que de forma progresiva se fue confundiendo
con su utilización analgésica para enfermedades oncológicas y otras que producen dolor
intenso. También se mantuvo la utilización de grifa, aunque el número de nuevos usua-
rios se redujo a partir de la independencia de Marruecos en el año 1956.

8.1.2. Cambios y reformas en el tardofranquismo

En relación con la cuestión de las sustancias psicoactivas no hay en España una corres-
pondencia directa entre las diferentes etapas históricas generales en el ámbito interna-
cional y las etapas propias de dichas sustancias, como hemos reflejado en el apartado
anterior.
La diferencia más llamativa la constituye sin duda la relación entre la cuarta etapa,
que se inicia en el año 1966, en pleno franquismo y que se va a prolongar hasta la ac-
tualidad. Dicho en otras palabras, no es posible ofrecer una versión uniforme del fran-
quismo y las drogas, porque de los cuarenta años, incluida la Guerra Civil, que duró la
dictadura, los treinta primeros (1936-1965) constituyen una etapa singular por sí misma,
mientras que los diez últimos (1966-1975) forman parte de otra etapa muy diferente que
además incluye todo el periodo democrático.
Estos diez años se identifican en concreto y por parte de los historiadores, cuando
describen las diversas etapas de la dictadura, como tardofranquismo y suele asociarse a
los logros del Segundo Plan de Desarrollo (1964-1968), al creciente poder de los tecnó-
cratas del Opus Dei, que consiguió establecer, en el año 1968, el único gobierno mono-
color de todo el periodo franquista, aunque la descripción más común y consensuada se
refiere a que “el régimen político instaurado a consecuencia de la Guerra Civil comienza a
desmoronarse y perder el control sobre la ciudadanía”. Dicha definición se completa con
otra, en la que confluyen historiadores y sociólogos y que afirma que “fue, con la transi-
ción, un periodo de pocos años en el cual todos los asuntos pendientes desde el inicio de
la Guerra Civil en 1936 se agolparon y tuvieron que resolverse de repente”.
A modo de ejemplo, el PIB aumentó, con altas tasas de crecimiento anual, pero aún
estábamos lejos de los países del entorno europeo y apenas pudimos alcanzar la propor-
ción del PIB en relación con Europa que manteníamos durante la Segunda República.
También nos afectó la globalización gracias al turismo y al desarrollo de nuevos medios
de comunicación, pero seguían sometidos a la censura informativa. Las tasas de esco-
larización crecieron, y mucho, pero el sistema escolar no conseguía modernizarse del
todo. Se mantenía la desigualdad formal de género con una legislación discriminatoria,
pero a la vez, las mujeres iban ocupando espacios que hasta entonces les habían estado
vedados. Así, por ejemplo, había más mujeres trabajando, pero solo en ciertos sectores.
Muy importante, como veremos, fue el fenómeno de la emigración.

244
Una descripción natural del contexto español

En resumen, los españoles comenzaban a sentirse satisfechos tras treinta años de


mala vida, pero a la vez, especialmente cuando miraban hacia el entorno europeo, los
logros les parecían insuficientes a una mayoría y además vivíamos en una “dictadura
casposa”, sin un adecuado reconocimiento de los derechos individuales y sociales, que
seguía utilizando como relato legitimador su victoria en la Guerra Civil.
Una situación paradójica de “más normalidad, pero insuficiente e insatisfactoria”
del que el tema de las sustancias psicoactivas es un buen ejemplo, porque la acción
institucional ya era otra, pero no se acababa de consolidar del todo. Así, en el año
1966, cuando se ratificó la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961, se pro-
mulgó y aprobó la ley general de estupefacientes (Ley 17/1967) como “actualización
de las normas vigentes sobre estupefacientes de Naciones Unidas”. La propia ley creó
la Oficina de Control de Estupefacientes en la DG de Farmacia, y poco después (5 de
abril 1968), la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional. Legislación
y organismos que la mayor parte de los países de nuestro entorno ya habían creado
hacía casi dos décadas. Además, se les dotó de escasos medios porque se considera-
ba que se trataba más bien de quedar bien en el ámbito internacional, pero que, sin
embargo, el tema no tenía “demasiada trascendencia” en España. Finalmente, y en el
mismo periodo, la Convención sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971 se ratificó en
el año 1973 y entró en vigor en 1976.

No dejes de leer
Nuestra primera epidemia de sustancias psicoactivas

La década de los años 60 del siglo pasado contempló la primera epidemia de una
sustancia psicoactiva en España. Se trata de un acontecimiento casi desconocido,
sobre el que existen unos pocos datos y ningún trabajo empírico sistemático.
Los datos disponibles proceden de las estadísticas de dispensación de produc-
tos farmacéuticos y los refrendan las protestas diplomáticas de algunos países
europeos, a lo que podemos añadir algunos testimonios especialmente lúcidos.
La razón que explica esta invisibilidad es muy simple: se trata de una epidemia
de anfetaminas libremente dispensadas porque la receta médica no comenzó a
exigirse hasta finales de la década.
Se trata, por tanto, de una epidemia similar a las ocurridas en Suecia y Japón
durante la Segunda Guerra Mundial y que hemos descrito en el capítulo 3, solo
que en el caso de España, los organismos internacionales no se han hecho eco
de ella.
¿Por qué se vendieron en España y durante una década tantas anfetaminas?
Por cuatro razones distintas, la primera porque su venta, como ya hemos dicho, era
libre. La segunda porque se publicitaron masivamente como un producto idóneo

245
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

“para las molestias menstruales” y las mujeres, especialmente aquellas que afronta-
ban la llamada doble jornada de trabajo remunerado y trabajo doméstico sin ayuda,
pronto aprendieron que las anfetaminas les permitían cumplir mejor con esta doble
obligación. La tercera, porque los varones solían practicar el llamado pluriempleo,
que tenía que ver con el objetivo de “comprar un pisito y un cochecito”, con una
jornada semanal estándar de 42 horas y otras 20 o más de un segundo trabajo, bien
los días de diario o bien el fin de semana. Con este estilo de vida familiar, las anfe-
taminas se convirtieron en un fármaco imprescindible. Por su parte, los estudiantes
universitarios las utilizaban de una forma “normal y natural” para “estudiar y prepa-
rar los exámenes por las noches las últimas semanas de curso”, siguiendo el modelo
de trabajo de no hacer nada la mayor parte del curso y dejarlo todo para “el último
momento”. Finalmente, la cuarta razón fue el turismo, ya que desde finales de los
años 50, en muchos países europeos las anfetaminas se convirtieron en fármacos
muy regulados, pero si venias de vacaciones a España, podías comprar varios fras-
cos, quizás no al mismo tiempo y en la misma farmacia, pero sí los suficientes para
tus necesidades personales en el país de origen o también para venderlas como una
forma de financiar las vacaciones. Esto explica que durante decenios se haya deno-
minado a las anfetaminas, en muchos países europeos, como españolas.
¿Cómo acabó la epidemia? Pues a principios de los años 70, una vez firmada
la Convención sobre Sustancias Psicotrópicas, que incluía las anfetaminas, comen-
zó en España el control, y la reducción de especialidades que las contenían y su
acceso se complicó, aunque la aparición de un cierto mercado ilegal de speed lo
compensó. Además, en el año 1973, el tradicional pluriempleo dio paso a una “alta
tasa de desempleo estructural y permanente”, y de repente, las ventas de anfeta-
minas se redujeron drásticamente al tiempo que aumentaban las de ansiolíticos,
en particular benzodiacepinas.

A la vez, ya hemos visto en el capítulo 3 que mientras que Naciones Unidas pre-
paraba la Convención sobre Sustancias Psicotrópicas, España, lo mismo que otros paí-
ses, promulgó en el año 1970 la ley de peligrosidad y rehabilitación social, entre otras
razones porque la revuelta juvenil de la segunda mitad de los años 60 había llegado a
España, aunque con un contenido más político (el antifranquismo) que contracultural.
Quizá por este motivo, la ley fue utilizada de manera muy diferente a otros países, como
un instrumento de represión frente a determinadas reivindicaciones, como la diversidad
sexual y, sobre todo, como un instrumento discrecional para aplicar en aquellos casos de
“rechazo político en forma de opinión y otras actitudes más bien culturales” en los que
no era posible utilizar ningún tipo delictivo formal.
Desde la perspectiva de las propias drogas ilegales, no cabe duda de que el gran
cambio se produjo en el año 1973, cuando las primeras partidas de heroína comenzaron

246
Una descripción natural del contexto español

a ser distribuidas, a principios de año, en los ámbitos universitarios de Madrid y Barcelo-


na. Al final de aquel curso se habían creado pequeños núcleos de distribución en otras uni-
versidades. Y en muy pocos años se vivió una expansión extraordinaria del uso de dicha
sustancia, que alcanzó todas las capas sociales y que produjo consecuencias de diversa
naturaleza, incluida una fuerte sobremortalidad. Pero no fue hasta 1980 cuando comenzó
a reaccionarse, de entrada, básicamente por parte de la sociedad civil, en relación con el
problema que representaba la heroína.
Sin duda, los cambios producidos en el tardofranquismo representan una acelera-
ción de los hechos tras tres décadas en las que “no había pasado nada, porque no debía
pasar”, pero el desarrollismo, el turismo, la globalización de la información, el cine y la
televisión, la presencia de multinacionales en España, la inmigración interna y a Europa,
la urbanización, la ampliación de las bases de oposición al franquismo y una primera
oleada de escolarización masiva, contribuyeron, con el apoyo de otros factores, a que
fuéramos incorporándonos a la normalidad europea.
Como hemos explicado, en diez años se vivieron cosas que se habían ignorado,
reprimido, olvidado y tapado durante los treinta años anteriores, en un mundo que,
en especial durante aquel periodo histórico, también se vio afectado por profundas
transformaciones. Esta aceleración, este vértigo ante lo inédito, se vivió por parte de
los ciudadanos con esperanza, con emoción, pero también con temor e inquietud, y por
parte del sistema político y en el caso de las administraciones públicas, al menos con el
tema de las drogas, con una clara desorientación.
Cuando concluyó el tardofranquismo, la aceleración histórica y de vértigo se expresó
con mayor intensidad durante la transición democrática, con la aprobación de la Cons-
titución (1978), con el golpe de Estado de 1981 y con el resultado electoral de 1982, y
concluyó con “la plena normalidad” a consecuencia de la incorporación de España a la
Unión Europea el 1 de enero de 1986.
En todo caso, entre 1976 y 1986, en tan solo diez años hicimos todo lo que el resto
de los países de nuestro contexto europeo había tardado cuarenta en hacer. Tantas cosas
y tan rápidas produjeron diversos desajustes y, sin duda, uno de los más significativos
tuvo que ver con la forma como se incorporaron las drogas ilegales a nuestra realidad
social.

8.1.3. El impacto de los cambios realizados en el tardofranquismo

Los cambios producidos en las políticas de drogas en el periodo del tardofranquismo tu-
vieron y produjeron consecuencias inesperadas e incluso muy paradójicas. La aplicación
ciega de los acuerdos multilaterales produce casi siempre este tipo de efectos porque la
legislación internacional no considera nunca la situación y las condiciones del contexto
local. En el caso de España, el franquismo era un régimen autoritario unipersonal en el

247
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

cual aparte del dictador solo tenía voz la Iglesia católica. En este sistema se aceptaban,
por una parte, las reglas de Naciones Unidas porque se trataba de aparentar una “norma-
lidad internacional”, pero, por otra parte, tales reglas se utilizaban solo en función de los
intereses del régimen político.
Sin duda, el ejemplo más relevante de este proceder, como ya hemos contado, lo
constituye la Ley 16/1970, de 4 de agosto, sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social
(LPRS), sustitutiva de la ley de vagos y maleantes (LVM), que se había aprobado duran-
te la República y que había ido perdiendo vigencia con los años, aunque el franquismo la
utilizó hasta que se produjo la reacción internacional contra los movimientos juveniles.
De hecho, entre el año 1968 y 1972, raro fue el país del mundo, al menos entre los más
desarrollados e incluido el bloque del Este, que no produjera legislación similar a la
LPRS, ampliando la tipificación de peligrosidad e incluyendo homosexualidad, drogas
ilegales (el alcohol ya estaba en la LVM) y escándalo público, al que se dedica un amplio
anexo, que facilitó aplicar esta figura a acciones políticas.
La LPRS es muy conocida, a través de la literatura testimonial y algunas investiga-
ciones con relación a la homosexualidad, pero otros tipos (quizá más frecuentes) no han
recibido la más mínima atención. Así, apenas hay literatura sobre el tema de las drogas
ilegales, cuando, como veremos, la epidemia de heroína se consolidó en plena vigencia
de la ley (desde 1973 hasta 1989, cuando se derogó de facto, aunque formalmente no
se derogó hasta el año 1995). Los tipos relativos a la homosexualidad se derogaron en
cambio en 1978 (Ley 77/1978), y la literatura disponible muestra que la ley se aplicó con
más firmeza contra la reivindicación de la homosexualidad que contra la práctica de esta.
Quizás, aunque nadie lo ha estudiado hasta ahora, algo similar pasó en el caso de la
heroína y otras sustancias psicoactivas: se aplicó ante determinadas situaciones de alar-
ma por trapicheo o ante reivindicaciones publicas de tolerancia, pero nunca en relación
con los usuarios salvo cuando realizaron actos públicos que se consideraban escanda-
losos, por parte de un imaginario social que rechazaba con fervor a aquellos primeros
yonkis. La LPRS fue utilizada por las autoridades franquistas como un instrumento dis-
crecional de control social (de hecho, esto pasó en muchos países) y quizás por este
motivo se mantuvo vigente tantos años, hasta que la Ley Orgánica 1/1992, de Protección
de la Seguridad Ciudadana demostró que podía cubrir todos los supuestos funcionales
(y alguno más) de la LPRS. Uno de los temas más interesantes de la LPRS es que no se
ha dedicado ningún esfuerzo a la investigación sobre su uso y a la funcionalidad de la
represión política de esta, cuando el volumen de afectados fue importante y en algunos
casos relevante (Lamo de Espinosa, 1989). Parece que hay consenso en olvidar ciertos
temas de la memoria histórica.
Por su parte, el Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica (PANAP), fue creado
por ley el 14 de abril de 1955, bajo dependencia del Ministerio de Gobernación (ahora
Interior), para desarrollar la asistencia psiquiátrica pública al margen de las estructuras de
internamiento (manicomios) gestionadas por la diputaciones provinciales, en general en

248
Una descripción natural del contexto español

convenio con instituciones religiosas. Su trayectoria que se mantuvo hasta 1974, cuando
fue integrada en la Administración Institucional de Sanidad Nacional (AISMA), fue pre-
caria, aunque destaca la labor de algunos profesionales y el hecho de que fue el semillero
de los movimientos de reforma psiquiátrica, fuente del actual y vigente sistema de salud
mental, tal y como fue definido por la Ley 14/1986, de 25 de abril, General de Sanidad.
Dentro del PANAP se produjo un cierto desarrollo de un modelo de intervención sobre
alcohol que se denominó dispensarios antialcohólicos, el primero de los cuales se creó en
Madrid en 1960 y de los que ya existían varias docenas en las principales ciudades del país,
cuando se realizó la integración en la AISMA en el año 1974 (Santo-Domingo, 2002). Un
dispensario antialcohólico era, por regla general, un dispositivo precario, con un psiquiatra
(siempre varones) al frente y una trabajadora social (siempre mujeres) que hacia un poco
de todo. Su propia precariedad los llevó a recurrir a la autoayuda y a crear asociaciones de
exalcohólicos y alcohólicos rehabilitados sobre las que recaía una parte importante de las
tareas. Según los dispensarios, se integraron en organismos públicos más amplios y algunos
se convirtieron en unidades de salud mental, las asociaciones se independizaron y crearon
un potente movimiento de autoayuda al que ya nos hemos referido.
Por su parte, la Comisión Interministerial contra las Drogas se constituyó en 1973
con el encargo de preparar un informe sobre los problemas que ocasionaban o podían
ocasionar las sustancias psicoactivas (legales e ilegales), en España, el estudio, estructu-
rado como una “memoria del grupo de trabajo”, se presentó en 1975 y simplemente se
publicó sin que se tomara ninguna iniciativa política con sus recomendaciones (Comi-
sión Interministerial, 1975).
En diciembre de 1978 (Real Decreto 3032/1978), la Comisión Interministerial ad-
quirió un carácter permanente y, hasta la aprobación del Plan Nacional en julio de 1985,
se encargó de otorgar subvenciones a entidades que intervenían con personas con pro-
blemas de drogas ilegales. Lo cual facilitó y propició la emergencia del potente movi-
miento social que ya hemos citado y que supuso un tipo de respuesta espontánea por
parte de la sociedad civil mientras que las administraciones no hacían nada (Martinón,
2011). Asimismo, la propia comisión, a través de un convenio con Cruz Roja Española,
realizó una serie de investigaciones de gran interés y finalmente, ya en 1984-1985, creó
y puso en práctica, desde la misma Dirección General de Acción Social, el modelo de
intervención biopsicosocial, al que nos hemos referido en el capítulo 6.

8.2. Algunas cuestiones en la etapa de la transición democrática

Durante casi todo el periodo franquista, la cuestión de las drogas fue ignorada e incluso,
como hemos visto, cuando España ingresó en Naciones Unidas y ratificó los correspon-
dientes protocolos y después los convenios de 1961 y 1971, primaron los intereses di-
plomáticos de normalización internacional, mientras que en la lucha contra las drogas

249
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

se optó más bien por una actitud de disimulo y apariencia que por una práctica real.
También es cierto, como hemos visto, que algunas legislaciones, en particular la ley de
peligrosidad y rehabilitación social, fueron utilizadas de una forma un tanto particular.
En el momento de la transición democrática, esta era una situación, más o menos cono-
cida, que se intentó reconducir. Pero la actuación se enfrentó a varios problemas.
El primero, que de entrada, para la opinión pública, el tema de las drogas no era una
prioridad e incluso eran muchos los que interpretaban que el cambio de sistema políti-
co, con sus nuevas libertades, supondría un cambio en los usos de drogas, muy ligados
al binomio clandestinidad/represión, de tal manera que la nueva situación resolvería,
de forma más o menos “automática” la mayor parte de los problemas existentes, que,
además, tampoco eran tantos. Por tanto, había que priorizar el cambio democrático y
después ya vendría lo demás.
El segundo, que las tareas y las acciones relacionadas con este cambio político no
dejaban ningún hueco en la agenda para ocuparse de otros temas. El desinterés guber-
namental por las drogas se expresa en el impasse (olvido y abandono) que vivió la Co-
misión Interministerial contra las Drogas. Nunca había sido una prioridad, pero durante
años simplemente desapareció de facto, aunque legalmente seguía existiendo y una vez
aprobada la Constitución adquirió incluso un carácter permanente, pero sin demasiados
recursos.
El tercer problema se refiere a que, mientras tanto, el uso de drogas se incrementaba
de forma exponencial y, en particular, se iba desarrollando una situación epidémica con
la heroína. Un hecho sin precedentes en España frente al que nadie disponía de “respues-
tas adecuadas” y que se interpretaba de maneras tan variopintas como absurdas ante la
absoluta carencia de datos empíricos fiables y explicaciones razonables.
Hay varios ejemplos de esta desidia, por ejemplo, los colegios de farmacéuticos no
realizaron publicaciones sistemáticas (y formación) sobre legislación farmacéutica has-
ta el año 1980 (Ramos, 1981), asimismo destacó la falta de información policial, hasta
que en el año 1984, el Comisario Félix Calderón público en la revista Policía Española,
cuatro anexos monográficos titulados “Las drogas estupefacientes y psicotrópicas”, que
se distribuyeron a todos los policías nacionales, la mayoría de los cuales, hasta entonces,
no tenía una información clara sobre la droga salvo por lo que veían en la calle o les
contaban los propios usuarios, con los que compartían mitos y mentiras.

No dejes de leer
La teoría de la conspiración y las drogas

La desidia política de la transición democrática facilitó la expansión de las teorías


conspirativas sobre la rápida expansión del uso de sustancias psicoactivas y, en
particular, de la heroína en España. Se creó así un relato construido de retazos y

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Una descripción natural del contexto español

narraciones fantásticas, cuyo objetivo era explicar que, en España, la heroína se


difundía desde las instituciones para “desmovilizar a la juventud”. El argumento
fue utilizado por sectores nacionalistas de diversos territorios y también por
grupos políticos de izquierda que, tras haber obtenido un cierto protagonismo en
el tardofranquismo, se enfrentaron a severas crisis de militancia tras la transición.
El relato conectó con una cierta bibliografía, traducida por entonces en Espa-
ña y producida durante la etapa de oposición a la guerra de Vietnam (AA.VV., 1971;
Henry y Leger, 1976). También fue difundida por potentes think tanks neoconser-
vadores de donde proceden gran parte de los argumentos que aún se utilizan en
la actualidad, en particular a través de la Executive Intellience Rewiew (La Rouche,
1985). En realidad, toda esta literatura, común entre la izquierda revolucionaria y
la extrema derecha, trataba, en general con los mismos argumentos, de desdecir
el relato, también producido en Estados Unidos por el movimiento contracultural
(las drogas como liberación).
Se puede acceder a una descripción y a un análisis exacto, detallado y siste-
mático de la teoría de la conspiración y su refutación empírica en una reciente
publicación (Uso, 2015), cuya lectura resulta imprescindible para poder aclarar
esta cuestión.
La respuesta más sistemática a las explicaciones de Juan Carlos Uso sobre la
AUTOR: “teoría conspirativa” ha sido publicada, entre otros, desde la perspectiva de la iz-
no aparece quierda aberzale (Arriola, 2016), aunque se ha limitado a utilizar el propio texto de
en la biblio- Uso para cambiar el sentido de las frases (donde Uso habla en negativo se habla
grafía. en positivo), lo que supone una especie de “plagio invertido”. Sin embargo, el texto
de Justo Arriola incluye un capítulo empírico sobre el municipio de Elgoibar que,
de forma paradójica, refuerza las hipótesis de Juan Carlos Uso.
Existe también una “inversión del relato tradicional de la conspiración” que,
en lugar de considerar que las sustancias psicoactivas duermen a los jóvenes, sos-
tiene que los despiertan, y que está basada en la famosa idea de la denominada
conspiración del acuario y sus agentes inductores (Ferguson, 1980), que pertenece
a las ideas del movimiento contracultural, y que afirma que, sin las sustancias
psicoactivas, la civilización humana no habría avanzado, porque no habría sido
capaz de producir la mayor parte y la más relevante de la literatura (Castoldi,
1994), por supuesto nada de música que valga la pena, en particular la moderna
(Shapiro, 2001), e incluso los más relevantes acontecimientos históricos de los
dos últimos siglos se explican como consecuencia de la influencia positiva de las
sustancias psicoactivas (Courwrigt, 2001). El argumentario más completo de esta
visión conspirativa explica cómo el avance de la civilización puede atribuirse a la
intoxicación por sustancias psicoactivas, de tal manera que “son las drogas las que
explican las transformaciones sociales y culturales que nos han permitido llegar a
este grado de desarrollo social” (Wealton, 2001).

251
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

8.3. Entender la epidemia de heroína desde la criminología

La epidemia de heroína ha sido el acontecimiento más significativo de la historia de Es-


paña en relación con las sustancias psicoactivas, existe una abundante literatura (una parte
de carácter empírico) sobre esta y en la que participan diversas disciplinas, pero ninguna
explicación criminológica completa. Por este motivo, nos ha parecido relevante realizar
una inédita aproximación criminológica sobre la epidemia de heroína, en parte a modo
de aplicación práctica de lo que se viene planteando desde el capítulo 1 y en parte porque
se trata de una carencia tan significativa que creemos llegado el momento de subsanarla.
En este sentido, vamos a utilizar dos estrategias principales, la versión, absoluta-
mente inédita, del naturalismo, en combinación con algunas aportaciones singulares de
la criminología positiva española. Todo ello combinado con los datos empíricos dispo-
nibles. La combinación de ambas estrategias nos proporcionará una visión holística de
un tema caracterizado por los abundantes y parciales relatos particulares.
Antes de hacer esto, ¿por qué la llamamos epidemia? Expresado en otros térmi-
nos, por qué utilizamos un concepto (epidemia) propio de la salud pública cuando los
conceptos de crisis de heroína y de pánico moral en torno a la heroína han sido ya
utilizados en España desde una perspectiva más acertada (Gamella, 1997; Rodríguez y
Megías, 2014). Pues porque aunque ambos conceptos, como hemos visto, surgen como
parte de teorías propias de la criminología (las teorías de control social), son explicacio-
nes mucho más amplias y complejas que un simple concepto descriptivo. En cambio,
el naturalismo de Matza (un marco teórico completo, complejo y amplio), así como el
hecho de describirlo en el mundo real como una epidemia, nos permite ofrecer una ver-
sión y un relato holístico imprescindible para aplicar, con posterioridad, descripciones y
explicaciones teóricas e incluso diseñar nuevas investigaciones desde la perspectiva del
pragmatismo o utilitarismo empírico.

8.3.1. Descripción general de la epidemia

La epidemia de heroína en España se inició en el año 1973 y alcanzó su máxima expan-


sión a mitad de los años 80. Desde finales de esta década, el uso de dicha sustancia psi-
coactiva se fue reduciendo, porque disminuyó el número de nuevos consumidores, pero
también por la alta tasa de mortalidad de muchos usuarios, así como por el abandono del
consumo y la reinserción social de otros tantos.
Ya en la década de los años, 90 los nuevos usuarios jóvenes fueron cada vez más
raros, hasta casi desaparecer, y en la actualidad aún sobrevive una importante población
de heroinómanos, con una moda de edad masivamente ubicada en el tramo de los 50-60
años, una parte importante de ellos soportando un grave deterioro personal, con problemas
de salud, soledad, así como trayectorias penales y dependencia de los recursos sociales.

252
Una descripción natural del contexto español

La mayor parte de estos sobrevivientes ya no son usuarios de heroína, aunque es


frecuente la presencia de otras drogas y consumos puntuales de heroína. En gran medida
esto ocurre por la aún fuerte presencia de tratamientos de mantenimiento con metadona
(PMM) orientados específicamente a esta población, bien en las redes asistenciales de
drogas, bien en centros penitenciarios, asimismo en muchas comunidades autónomas se
dispensan directamente en farmacias.
La epidemia de heroína ha sido el hecho más impactante con relación a las sustan-
cias psicoactivas en España, tanto por el número de fallecidos a consecuencia de esta
como por su edad, ya que la mayoría eran personas jóvenes, a lo que hay que añadir el
impacto social, especialmente en términos de inseguridad ciudadana, a lo que además
cabe sumar el deterioro y el malestar familiar, así como los conflictos urbanos, éticos e
ideológicos que produjo.
Comenzando por la mortalidad, aunque es cierto que si la comparamos “desde el
principio de los tiempos” o al menos simplemente hasta el año 1960, el número de muer-
tos por alcohol o por tabaco supera en mucho a los muertos por heroína, pero lo cierto es
que durante un determinado periodo, más o menos entre el año 1980 hasta el año 1993,
los muertos por heroína, en aquel contexto de prohibición y rechazo social, fueron tantos
que en algunos años se aproximaron tanto a la mortalidad atribuida al alcohol como a la
atribuida al tabaco.
También es cierto que un número muy importante de las muertes que están relacio-
nadas con la heroína en España y en aquel periodo lo fueron en parte a causa del sida
en usuarios de heroína por vía endovenosa, es decir, inyectada. Lo cual no desmerece la
cifra total de muertos, sino que introduce un elemento muy relevante para realizar una
interpretación naturalista. En todo caso, el número de personas jóvenes que fallecieron
directa o indirectamente por la heroína se nueve entre 300.000 en la estimación más alta
(De la Fuente et al., 2006) y 250.000 en la más baja (Comas, 2002). Una cifra que supera
la de cualquier guerra exterior de muy alta intensidad.
Aunque estas cifras resultan más impactantes en el caso de la heroína si conside-
ramos el indicador de años de vida perdidos, es decir, cuántos años habrían vivido (y
cuántas cosas habrían podido hacer) si no hubieran fallecido a la edad que lo hicieron,
entonces el impacto de la heroína es mayor, porque mientras las muertes por alcohol se
sitúan en una media superior a los 50 años y las del tabaco casi en los 60 años, y hasta
la década de los años 90 eran casi exclusivamente masculinas, en cambio, las muertes
vinculadas a la heroína durante aquel periodo se centraron en personas menores de 30
años y además con un porcentaje de mujeres cercano al 20%, lo cual era entonces en
España muy excepcional. Los estudios de “carga de enfermedad en España” muestran
datos similares para el periodo considerado (Osley, 2012; Soriano y Rojas, 2018).
Además, el tema de la percepción de la inseguridad ciudadana vinculada a la he-
roína, según los barómetros del CIS, se mantuvo en los primeros puestos de las preo-
cupaciones de los españoles, al menos entre los años 1980 y 1991. No fue tanto por

253
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

delitos graves y violentos, aunque los hubo, sino por hurtos, robos, atracos, incluyendo
farmacias, bancos y otros comercios, pero, sobre todo, por trapicheo de drogas en zo-
nas urbanas céntricas, que fueron ocupadas, siguiendo la descripción de la escuela de
Chicago, por grupos de yonkis que molestaron y expulsaron al resto de los viandantes.
La inseguridad se vinculaba al alto nivel de victimización que también aparece en
las encuestas de la época, en parte por algunos hechos que no son delitos y que lógi-
camente no aparecen en los registros policiales y judiciales por su escasa entidad, por
ejemplo, una práctica muy habitual fue el robo de ropa tendida, que comenzó en algunos
barrios de las grandes urbes hacia 1983, que pasó después a las pequeñas capitales y que
acabó en los pueblos hacia 1988. Que robaran la ropa tendida sin duda es algo menos
que una falta, pero suponía algo cruel e inimaginable en la sociedad española y hubo un
preciso momento en que se convirtió en una práctica tan generalizada y continua que
exasperó a amplias capas de la sociedad.
Con igual intensidad exasperaron los atracos a prácticamente todas las farmacias
que además se vieron obligadas a acometer importantes reformas para protegerse. Re-
formas similares a las que realizaron los bancos, cuando los recursos para acometerlas,
de unos y otros, son muy diferentes.
La inseguridad general se condensaba de forma muy especial en las familias que
eran víctimas de delitos que casi nunca denunciaban, porque era el/la hijo/a quien
los cometía. Estos hijos/as primero se llevaron dinero, joyas u otros objetos de valor
y cuando estos se acabaron (o se trasladaron a otros domicilios), recurrieron a apara-
tos electrónicos de fácil venta (entonces, los vídeos o las cámaras fotográficas) y en
algunos casos, incluso otros electrodomésticos y muebles de más peso. Pero además,
las familias sufrían chantajes emocionales, tenían que proporcionar defensa jurídica
y ocuparse de los hijos mientras estaban encarcelados y otros hechos estresantes que
fueron factores de riesgo para la salud de muchas personas.
Finalmente, la epidemia de heroína ocasionó también otro tipo de malestares sociales
y culturales, como la ya citada ocupación territorial urbana, así como el temor a que el/
la hijo/a o la pareja se convirtieran en yonkis, algo que no se sabía cómo evitar, y que
sus actos destruyeran el proyecto de ascenso familiar y social, en una etapa histórica (la
década de los años 80 con la entrada en la Unión Europea), en la cual las expectativas de
mejora social eran casi unánimes.

8.3.2. Los valores subterráneos en la creación de la epidemia

La epidemia de heroína se vivió como una absoluta novedad, importada de los países
más desarrollados, en particular de Estados Unidos, y por tanto era imprescindible co-
nocer cómo la explicaban y cómo la afrontaban en estos países. Desde España, la mirada
para entender lo que nos pasaba se dirigió hacia estos lugares y en particular hacia la

254
Una descripción natural del contexto español

literatura científica y las políticas que habían puesto en marcha estos. La idea de que
estábamos ante un hecho social inédito e importado era compartida por el imaginario
social, por la opinión pública, por la mayor parte de los profesionales, por los relatos
culturales y mediáticos y por supuesto, por los responsables políticos.
Esta idea de fenómeno foráneo, inédito y exótico era tan potente que a nadie se le
ocurrió identificar la presencia de unos posibles valores subterráneos propios de España,
tal y como determina el modelo naturalista de Matza. A pesar de que la obra de David
Matza y en particular sus textos que hablan del concepto de valores subterráneos (Matza,
1964 y 1969), fueron traducidos cuando se iniciaba la epidemia, eran de uso común en la
bibliografía universitaria y, por si fuera poco, en el año 1977 aparece la versión en español
de La nueva criminología (Taylor, Walton y Young, 1973), que coloca las aportaciones del
naturalismo en el centro de interés de la disciplina.
Pero nadie afrontó esta perspectiva, quizás porque hay que reconocer la existencia
de una dificultad cultural que Ortega sintetizó en el célebre: “Lo que nos pasa a los es-
pañoles es que no sabemos lo que nos pasa”. ¿Sabíamos algo sobre estos valores subte-
rráneos? Matza nos explicó cuáles eran los de los jóvenes norteamericanos en la década
de los 50 y 60, pero sobre los nuestros no teníamos ni idea. No parecía fácil detectarlo,
ya que, por una parte, el tiempo de silencio que supuso el franquismo impidió un mí-
nimo desarrollo de las ciencias sociales y además las orientó hacia una temática más
sociopolítica en la que las cuestiones del vértice cultural no recibían mucha atención.
Por otra parte, las aportaciones que realizó en su día la criminología positivista española
parecían una cosa demasiado vieja y anticuada para tratar de explicar un fenómeno “tan
moderno”. Por si esto fuera poco, los criminólogos positivistas no habían hablado nunca
de drogas ilegales.
Pero la criminología positiva española (capítulo 4) había hablado y mucho de cómo
era la estructura cultural, social y cognitiva de los españoles, y sabiéndolo no era tan
difícil establecer cuáles podían ser los valores subterráneos que sustentaban la epidemia
de heroína.
Veamos cuáles son. El primero, la necesidad de mantener una diferenciación social
simbólica y práctica muy clara entre las clases altas y las bajas, algo que compartimos
todas las culturas mediterráneas (cristianas y musulmanas), pero que se encuentra más
matizado en otras. El segundo, que esta necesidad cultural es la que justifica y legitima
la existencia de notables desigualdades económicas, patrimoniales y sociales. El ter-
cero, la existencia de distinciones de género que se expresan a través de un machismo
natural y estructural. Y finalmente, el cuarto, una ética que justifica y tolera la doble
moral, la corrupción y la impunidad de los poderosos, no solo como realidad, sino, y
especialmente, como mito que explica todo lo que ocurre.
Estos valores subterráneos comenzaron a ser amenazados en el tardofranquismo y
la transición por diversos hechos sociales: el primero, la aparición de una clase media
que se fue expandiendo con una identidad propia; el segundo, como muestra el CIS, el

255
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

incremento del valor positivo de la igualdad social efectiva; el tercero, los avances en
la igualdad, en aquel momento la meramente formal, entre géneros en la transición (y
que concluyo con la ley del divorcio en 1981); y el cuarto, la aparición, más o menos
generacional, de una cultura que rechazaba la doble moral y que reclamaba como valor
central la sinceridad y la transparencia social (e incluso la razón posibilista), que pareció
que podía consolidarse en el momento de la transición (Vilarós, 1998; Labrador, 2017;
Costa, 2018; Espín, 2018).
¿Cómo se expresaron estos valores subterráneos en la epidemia de heroína? Pues
adoptaron la forma de “rechazos que resguardan”, una expresión de Merton que forma
parte de su “ambivalencia sociológica” y que viene a significar “la apariencia de rechazo
formal y explícito a valores para poder así preservarlos”. Por ejemplo, “la desigualdad de
género es injusta, pero mujeres y varones somos distintos” (Merton, 1976). La heroína
aportó una apariencia de nuevos valores, que eran ciertamente foráneos y muy diferentes
a los tradicionales, muchos de los cuales procedían de la contracultura norteamericana,
que pretendían impulsar una transformación radical de los valores del franquismo, pero
en realidad no era otra cosa que un simulacro cultural que trataba de preservarlos.
Podríamos citar numerosos ejemplos de este proceder, el más evidente el referido
a las modas y las movidas con argumentos libertarios, que al final no fueron otra cosa
que la promoción de un liberalismo cultural que ha servido para preservar y justificar
la diferenciación y el elitismo social. Aunque quizás el más interesante para entender la
epidemia de heroína se refiere a los mecanismos utilizados por el machismo para soca-
var los primeros avances hacia la igualdad y preservar un modelo de mujer que asume en
el mundo de la heroína los roles más tradicionales, pero imaginando que son una forma
de liberación personal. Dedicaremos a este tema un próximo apartado.

No dejes de leer
¿Qué es un PM?

La expresión PM surgió en alguna sesión de supervisión, para definir una figura


muy presente en los dispositivos residenciales (comunidades terapéuticas), siem-
pre varón, con un carácter fuerte y que trataba de ejercer de líder porque estaba
acostumbrado a ello. En los años 80, además, procedía bien de la clase alta o bien
de ámbitos propios de la cultura quinqui, y en las cárceles eran conocidos como
kies. La expresión surgió a partir de un famoso sketch de La vida de Brian, de los
Monty Python (1979), como un acrónimo de Pijus Magnus, para identificar a aque-
llos sujetos que trataban de reproducir las jerarquías de la cultura de la heroína en
el ámbito comunitario de la asistencia en régimen de internamiento.
El acrónimo PM comenzó a utilizarse al margen de su etimología, para identifi-
car estos perfiles conflictivos de varones en algunos centros residenciales, pero se

256
Una descripción natural del contexto español

fue olvidando cuando con el paso de los años dicha figura fue perdiendo influencia.
De hecho, en la actualidad no es fácil identificar personas con sus características,
pero sin su presencia es imposible entender cómo se reprodujo la epidemia de
heroína en España en las décadas de los años 70 y 80. Por este motivo, y porque
es muy importante para desarrollar una perspectiva de género, se ha recuperado
el término para este manual.
En realidad, el PM ya aparece ya como tal, formando parte de un estilo muy
tradicional, en la etapa sicalíptica, en la que es a la vez un señorito (en términos
de clase social) y un machito (en términos de perspectiva de género), es también
“aquel trueno”, como lo definió Antonio Machado, y el señorito calavera del fran-
quismo. La existencia de los PM representa un valor subterráneo a lo largo de todo
el siglo xx en España. Se les identifica por un exagerado nivel de autoestima per-
sonal, de superioridad masculina, que, unida a una fuerte capacidad de seducción,
a notables habilidades sociales y a un estatus social diferencial, les convirtió en los
líderes naturales de los usuarios de heroína. Sin duda, sobrevive en la actualidad,
pero seguramente ejerciendo otros roles.
Cabe también señalar que un PM no es una persona concreta y única, sino
que requiere una mesnada de servidores que le siguen, le reconocen su autoridad
y le obedecen.

Para entender la epidemia de heroína en España también conviene saber que comen-
zó a ser utilizada primero en el periodo 1973-1977, de forma minoritaria y elitista, por
varones con un perfil universitario de clase alta, con experiencia de viajes y estancias
en el extranjero (particularmente en Estados Unidos y el Reino Unido), que mantenían
un supuesto uso controlado, pero que, cuando comenzaron a vivir situaciones de depen-
dencia, se convirtieron en los “contagiados que difundieron la epidemia”. El contagio
afectó de forma masiva durante el periodo 1978-1982 a otros jóvenes de clase media y
trabajadora, deslumbrados por “lo que hacían los chicos ricos y poderosos” y que ima-
ginaron que la heroína les otorgaba una igualdad que nunca fue cierta, porque la “típica
mesnada” de heroinómanos seguía a su señor, con el que se sentían fuertes, poderosos y
participes de una aventura que “no entendían los pringados de su clase social de origen”.
Finalmente, a partir de 1982-1983, apareció una tercera fase en la cual la heroína
llego a los barrios más marginales, a los delincuentes en las cárceles y especialmente en
los centros de reforma para menores. Aunque no hay que menospreciar la influencia del
cine quinqui en este proceso, el verdadero protagonismo corresponde a la necesidad de
construir identidades positivas y activas en una sociedad para la cual la fragmentación
social es lo normal, incluso una obligación y una necesidad cultural. Este ámbito margi-
nal indujo a una mayor criminalización de todo lo que tenía que ver con la heroína, de
tal manera que, al desaparecer, de forma progresiva, por fallecimiento o por abandono,

257
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

los viejos PM de clase alta, los nuevos, procedentes de ámbitos marginales, asumieron
la dirección de muchas mesnadas.

8.3.3. Heroína y género

Vamos a tratar de explicar algunos factores causales de la epidemia de heroína desde


una perspectiva de género. Se trata de comprender cómo se articuló y se reprodujo el
valor subterráneo del machismo a través de esta, a modo de ejemplo de cómo actúan los
mecanismos de influencia de los valores subterráneos.
Como ya sabemos, la epidemia de heroína se inició en España en el año 1973, más
o menos al mismo tiempo que también comenzaban a vivirse en nuestra sociedad los
primeros de atisbos de la denominada revolución sexual ocurrida en otros países en
la segunda mitad de la década anterior, y que se suponía que apostaba no solo por un
cambio en los comportamientos sexuales, sino también por la igualdad efectiva entre
varones y mujeres.
Es cierto que entonces esta revolución fue vivida como una liberación global de la
mujer en diversos aspectos, el primero, la sexualidad, pero también en los avances para
crear un modelo de familia más democrática, el acceso a los estudios superiores y los
primeros atisbos de acceso igualitario al trabajo. De hecho, y de forma progresiva, a
partir de 1976 se aprobó el derecho a obtener pasaporte (y viajar al extranjero), a abrir
cuentas corrientes (y disponer de dinero propio) y a trabajar en determinadas horas noc-
turnas sin el permiso explícito del marido. En 1978 se legalizaron los anticonceptivos y
finalmente, en 1981, se aprobó la ley del divorcio. Este proceso formal se cerró con la
Ley Orgánica 9/1985 de despenalización parcial del aborto.
Todo esto fue vivido como un cambio social y cultural positivo por muchos varones,
pero también como una amenaza para muchos otros tantos que, en ocasiones, eran los
mismos. En el caso de las personas que entonces eran jóvenes se aceptaban unánimemen-
te ciertos cambios, como, por ejemplo, más y mejores oportunidades sexuales, pero a la
vez, muchos experimentaron sentimientos de inseguridad ante la transformación de los
roles tradicionales. Visto en perspectiva está claro que el ámbito de las drogas ilegales en
general y de la heroína en particular, sirvió para preservar estos roles tradicionales.
La idea cada vez más cierta de que “la revolución sexual ocurrió en un contexto pa-
triarcal que incluso se vio reforzado por esta” (De Miguel, 2015) ha abierto nuevas puertas
para entender la relación entre drogas, sexualidad e igualdad. Desde esta nueva perspecti-
va, las piezas del puzle de la heroína han encajado. Es cierto que en el ámbito de la heroína
se expresaron parte de los nuevos comportamientos sexuales e incluso prácticas sexuales
poco comunes para el resto de la sociedad, pero incluso en ellas, la lógica de la heroína
mostró siempre el perfil de un machismo exacerbado (Fernández, 2006). Y de hecho se
puede contemplar la epidemia de heroína como la expresión de un machismo extremo y

258
Una descripción natural del contexto español

residual, propio de otra época, y que los cambios legales y sociales estaban comenzando
a arrinconar, aunque fuera de una forma muy tenue.
Para poder interpretar en perspectiva estos hechos disponemos de la imagen mediá-
tica, cultural (cine, series y literatura) y fotográfica de las chicas de la heroína, en la que
se observa muy bien la coexistencia de la estética de una transformación radical con el
mantenimiento del contenido de roles tradicionales de subordinación y seducción. En
la mesnada original y típica de la heroína aparecía un PM y dos chicas para cada seis o
siete chicos. Al menos una de las chicas era la “novia” del PM, aunque en ocasiones, el
sexo y las relaciones eran más abiertas en el grupo, en otras ocasiones también aparecían
parejas estables de heroinómanos en los que era fácil detectar la pervivencia de roles
tradicionales. En todo caso, y cuando las cosas iban mal, las chicas se convertían en un
instrumento para obtener recursos a través de la prostitución.
En la primera fase aparecieron de entrada algunas mujeres, muy pocas, de clase alta
y universitarias que accedieron al mundo de las sustancias psicoactivas, hasta llegar a
la heroína, como parte de su proyecto de emancipación e igualdad personal, pero muy
pronto, los PM comenzaron a captar y a seducir a chicas inquietas y ambiciosas de otras
clases sociales, que se convirtieron en las sumisas seguidoras de los PM (Funes y Ro-
maní, 1985).
Estas groupies de la heroína también se utilizaron para atraer a los varones de las
clases trabajadoras y reforzar así la mesnada, especialmente cuando, a partir de 1980, los
PM necesitaron apoyo para conseguir heroína, trapichear con esta o con otras drogas y
disponer de un espacio de seguridad para afrontar su progresivo deterioro y que su condi-
ción social ya no les garantizaba. La llegada de los chicos de la marginación en la tercera
fase hizo más evidente el machismo, e incluso el cine quinqui muestra (salvo de forma
parcial en Deprisa, deprisa, de Carlos Saura), de una forma que pretende provocar la hi-
laridad, no solo actitudes machistas, sino cómo las mujeres eran sexualmente perversas,
de poco fiar, se dedicaban a la prostitución por vicio y se merecían todo lo que les pasaba.
Pero esto no solo ocurría en el seno del propio ámbito del uso de heroína, porque
cuando los medios de comunicación producían y distribuían imágenes sobre “el proble-
ma de la heroína”, las imágenes femeninas aparecían con más frecuencia que las mascu-
linas, lo cual no se correspondía con la realidad. Además, eran imágenes de impacto por
el contexto, en ocasiones con retoques para que resultaran más atractivas, escasa ropa e
informaciones sobre actividades o actuaciones morbosas. Y a todo el mundo le parecía
normal y, de hecho, nadie lo interpretó como “un abuso”.
Sin duda los MCS, todos los MCS, con independencia de su “postura ante las dro-
gas”, jugaron a este juego, que sirvió para difundir cuán libre era y cuántas chicas atrac-
tivas formaban parte del mundo de la heroína, incluso en un momento en el mundo real
que ya primaba más bien el deterioro físico.
Para muchos sectores de la sociedad española y durante muchos años, al menos
hasta la masiva irrupción del sida a partir del año 1986, la imagen de las drogas ilegales

259
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

incluida la heroína, era profundamente platónica. Por supuesto, las drogas eran malas y
peligrosas, los yonkis, gente peligrosa y sin ningún valor moral o ético, que además te
atracaban, te robaban y te podían transmitir enfermedades infecciosas e incurables. Pero
a la vez era un imaginario ambiguo que se sostenía también sobre la imagen de mujeres
(siempre chicas muy jóvenes) que a la vez eran “las sumisas de antaño” y “las liberadas
por la revolución sexual”.
En resumen, uno de los valores subterráneos más relevantes en la conformación de
la epidemia de heroína fue el interés por hacer que “perduraran los intereses del machis-
mo cultural y estructural” que se expresaban a través de la figura del PM. Se utiliza la
expresión perduraran porque la epidemia se expandió justo en el momento en el que se
transformaba la legislación en torno a la singularidad femenina y se adoptaban posicio-
nes formales de igualdad. Algo que, visto desde la perspectiva actual del feminismo, no
produjo, como es lógico, todos los efectos esperados, pero que, entonces, determinados
perfiles masculinos vivieron como una amenaza para su rol de superioridad.
Una investigación empírica de aquella época, relacionada con la creación de la cul-
tura del baile (y de las llamadas drogas de diseño), nos ofrece el contraste que permite
confirmar el rol machista de la lógica de la heroína en España. En su primera etapa, el
bacalao (1987-1992) se conformó como una manera de excluir a la heroína, a los heroi-
nómanos y a su machismo, de algunos espacios en los que se les impedía la entrada. En
las discotecas valencianas, donde todo comenzó, aparecían muchas mujeres hastiadas
del acoso sexual al que se les sometía en otros locales, un porcentaje importante de gais,
y algunos varones heterosexuales que no eran “ni babosos, ni agresivos”, todos baila-
ban y todos recuerdan, en sus abundantes testimonios, el buen ambiente de los locales.
Además, los refugiados en aquel ambiente de ocio tenían muy claro que “el ámbito de la
heroína representaba los valores de un machismo trasnochado” (Romo, 2001).
Todo cambió cuando, a partir del año 1992, los medios de comunicación, y las ad-
ministraciones de drogas, se hicieron eco del fenómeno, pero describiéndolo como una
nueva oleada más peligrosa de drogas que la propia de etapa de la heroína. Esta visión
drogocéntrica ignoró la realidad de aquel fenómeno, que, por cierto, ocurrió en todo el
mundo, de tal manera que sus denuncias sobre las drogas de diseño no solo promocio-
naron el consumo de sustancias psicoactivas, en particular éxtasis, sino que además,
sirvieron para transformar aquel ambiente poco proclive a las sustancias psicoactivas,
en la bacanal de la ruta del bacalao, donde masas ingentes de personas, de todas las
edades, iban a consumir placebos que les garantizaban supuestas experiencias noctur-
nas y sexuales inéditas (Gamella y Álvarez, 1999).
En aquel momento, los PM de la heroína emigraron al nuevo ambiente en busca
de oportunidades para ejercer como tales, pero su mera presencia lo destruyó como
alternativa igualitaria a la lógica machista de la heroína. El final de aquella experiencia
positiva fue precisa y casi inevitablemente, el choque de ambas lógicas, por una parte,
el mundo pacífico e igualitario de las discotecas y las supuestas drogas de diseño, y por

260
Una descripción natural del contexto español

AUTOR: la otra, la lógica violenta y machista de la heroína, con un crimen de odio machista (el
no aparece caso Alcàsser, en noviembre de 1992) sobre tres chicas que iban a celebrar una fiesta
en la biblio- del instituto en una discoteca (Oleaque, 1995 y 2004).
grafía. El caso de las drogas de diseño en España constituye el mejor ejemplo de cómo las
políticas drogocéntricas (entendidas como que todo da vueltas alrededor de las drogas)
confunden y acumulan errores que producen consecuencias negativas. Por suerte, aun-
que las acciones políticas y mediáticas trataron de convertir a las drogas de diseño en
una nueva y potente epidemia, no lo consiguieron, en parte porque las nuevas sustancias
no tenían las propiedades para conseguirlo (el número de fallecimientos directos e indi-
rectos es muy marginal) y su contenido convertía gran parte de estas en placebos, que,
sin embargo, producían sensaciones únicas a las parejas de clase media que se despla-
zaban un fin de semana a probarlas.
En cambio, transitar hacia el mundo real y heliocéntrico con el apoyo de una expli-
cación científica global, como la que ofrece una criminología transdisciplinar, no permi-
te entender lo que pasó y por qué pasó.

8.3.4. La credibilidad de las técnicas de neutralización, la funcionalidad de los procesos de


deriva y la congruencia entre afinidad, afiliación y significación

La epidemia de heroína supuso una tensión, un conflicto aún no resuelto entre dos visio-
nes de lo que estaba ocurriendo. Por una parte, la exasperación de un sector importante
de la opinión publica por las consecuencias reales que producía y que les afectaban
personalmente y de la que es una buena prueba el número de fallecidos. Por otra, los
relatos sobre las muy diversas causas de esta epidemia, desde las diferentes teorías de
la conspiración hasta la corrupción policial, pasando por la culpabilidad de las “figuras
determinantes que engañaban a las personas jóvenes”.
El segundo relato se corresponde, con sorprendente exactitud, con el listado de las
técnicas de neutralización descritas en el capítulo 5. Por tanto, no es un relato, sino el
uso de un procedimiento argumentativo, de carácter general, que trata de autojustificarse
para poder justificar y mantener así la conducta del usuario de heroína. En el caso de la
heroína, el problema fue, y sigue siendo, la amplia credibilidad social y profesional de
estas explicaciones que, tres décadas después, aún forman parte del actual imaginario
social, conformando no solo una descripción fantástica de la propia epidemia, como la
explicación de las razones que justifican por qué sus protagonistas utilizaban heroína.
Las técnicas de neutralización se complementan en el naturalismo y, como hemos
explicado en el capítulo 5, con los procesos de deriva. Es bien cierto que la mayor parte
de los heroinómanos no lo eran a tiempo completo, iban y venían, en ocasiones con
apoyo asistencial y otras, como ha demostrado el parque de las ratas, de forma espon-
tánea. La zona gris era lo suficientemente amplia y frecuente como para que los propios

261
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

heroinómanos la utilizaran como una técnica de neutralización más, porque todos ellos
y en todo momento lo estaban dejando, lo habían dejado o lo iban a dejar.
Finalmente, en la explicación del capítulo 5 sobre los conceptos de afinidad, afi-
liación y significación, no se han utilizado ejemplos relacionados con las drogas, ni
tampoco los propios de Matza sobre el embarazo no deseado de las adolescentes. Se
han utilizado ejemplos que incluso, al menos en apariencia, tienen poco que ver con la
criminología, ya que pertenecen al campo de la metodología de la investigación. Con
este proceder se ha intentado que el contenido del ejemplo no contaminara, desde alguna
perspectiva moral concreta, estos tres conceptos que la criminología debe manejar con
soltura. Desde la neutralidad del significado podemos ahora aplicar los tres conceptos a
la epidemia de heroína en España.
Primero, la afinidad, expresada como “todos mis amigos lo hacían”; segundo, la
afiliación, expresada como “la gente pensaba que éramos heroinómanos y asumimos esta
identidad”; y tercero, la significación, expresada como “asumimos la misma identidad
porque nos protegía”. Pero el caso de la heroína se caracteriza porque estos tres concep-
tos, que son fácilmente identificables, aparecen a la vez en todos y en cada uno de los
usuarios de dicha sustancia. Todo esto ocurre porque, si bien David Matza no los relacio-
nó con las técnicas de neutralización, sino con los mecanismos de desviación primaria,
en España, treinta años después y en plena epidemia de heroína, fueron utilizados para
reforzar las técnicas de neutralización y esto ocurrió básicamente por la ambigüedad, el
disimulo y la doble moral, que eran parte de unos valores subterráneos que además se ex-
presaban, como demuestra el caso del machismo, mediante la idea de que “para preservar
el valor debemos realizar un simulacro de transformación radical”.
Como consecuencia de esta retroalimentación, la epidemia de heroína solo puede
contemplarse como un acontecimiento histórico denso que expresa las dificultades exis-
tentes para superar la cultura del franquismo en el contexto de las nuevas oportunidades
que ofrecía la democracia (Geertz, 1973; Scarboro et al., 1994). Su evolución, entre 1973
y 1993, es parte de la historia social y política de España y expresa, quizás mejor que
cualquier otra circunstancia, la complejidad y las dificultades que afronta provocar un
cambio cultural real. Quizás porque, como explicaba Talcott Parsons, la cultura es el
único vértice desde el que pueden explicarse los demás.

8.4. Las sustancias psicoactivas y el Estado democrático social


y de derecho

8.4.1. Evolución del consumo de sustancias

Ya sabemos cuál fue el impacto de la heroína en el tardofranquismo, la transición y la


década de los años 80, pero ¿y el resto de las sustancias? Vamos a exponerlo de forma

262
Una descripción natural del contexto español

muy resumida. El uso y la mortalidad asociada al tabaco fue creciendo y feminizándose


hasta que se fueron tomando medidas, desde los ámbitos sanitarios, para prevenir su
consumo y limitar sus consecuencias. En todo caso, sigue siendo la sustancia psicoac-
tiva más utilizada en España, a pesar de que la nicotina es la más toxica de todas ellas.
El consumo de alcohol, en cambio, tras alcanzar su techo de consumo a mitad de
los años 80 (en torno a 18 litros de alcohol puro por habitante y año) fue descendiendo
hasta estabilizarse en torno a los 8-9 litros con el cambio de siglo, la mortalidad asociada
a este ha disminuido de forma drástica, tanto por la posibilidad de afrontar determinadas
enfermedades hepáticas como por una creciente utilización más racional que tiene en
cuenta la perspectiva de reducción del daño y el riesgo en su utilización. El ejemplo de
los accidentes de tráfico es sin duda el más significativo en este proceso de racionaliza-
ción social. A la vez, el consumo entre los menores de edad, el famoso botellón, también
se ha estabilizado y los problemas descienden, pero, como se explicará más adelante,
esto no es óbice para que se haya convertido por las instituciones en el principal “campo
de batalla institucional”.
Entre las drogas ilegales tradicionales, la más extendida sigue siendo el cannabis,
pero, como tendremos ocasión de explicar, esta supuesta extensión se debe a haber
probado y a consumos esporádicos o muy ritualizados. Los grandes consumidores que
se describen en la literatura, y sobre los que se detallan situaciones de dependencia, son
una minoría de varones (Cerezo y Arenas, 2017). El movimiento cannábico, los clubes
cannábicos y el creciente interés por el producto de calidad (muy similar a lo ocurrido
con el alcohol), ha racionalizado su utilización desde una perspectiva de reducción del
daño y el riesgo (Arana y Uso, 2017).
Aunque a la vez, desde las instituciones, utilizando la vía penal hasta el Tribunal
Supremo y el Constitucional, se ha tratado de quebrar esta evolución histórica y devol-
ver el cannabis a la condición de una sustancia especialmente peligrosa, cuando ya todo
el mundo sabe que no lo es tanto. Pero a pesar de los esfuerzos institucionales, quedan
lejos los tiempos de los grifotas más o menos marginales que describió Oriol Romaní
(1984). Además, desde el ámbito jurídico se ha mostrado como, sin la presión institucio-
nal a través de la Fiscalía General del Estado, los argumentos jurídicos utilizados para
atacar los clubes cannábicos son, cuanto menos, inconsistentes (Muñoz, 2015).
Por su parte, la heroína parece muy marginal, y aunque se fomenta la impresión
de que la cocaína crece, en realidad se utiliza con la misma frecuencia que en los años
80, aunque, como explicaremos también más delante, de una forma muy diferente.
El consumo de otras drogas tradicionales que se representan como psicofármacos sin
receta o producidos en laboratorios clandestinos parece haber crecido, en particular an-
fetaminas y otros estimulantes, tranquilizantes, y una extensa gama de sustancias que
forman parte del actual arsenal de psicofármacos. Las que en su día fueron llamadas
drogas de diseño, de las que fue emblema el éxtasis, forman parte en la actualidad de
este creciente arsenal de psicofármacos.

263
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

En resumen, se ha producido la normalización cultural que nos ha permitido superar


los rasgos culturales propios de la cultura española durante el franquismo y que provo-
caron la situación densa de la epidemia de heroína. Se trata de una normalización que ha
conducido hacia una estabilización (y en algunos casos disminución) de los consumos,
lo cual, a la vez, ha provocado una reducción de las consecuencias.
¿En qué momento ocurrió esto? Pues ha sido progresivo a lo largo de estos cua-
renta años, pero, en relación a las drogas, podemos observarlo en un número especial
de la revista Archipiélago. Cuadernos de crítica a la cultura, (n.º 24, 1997), hace 20
años y cuando ya habían pasado 20 años de la transición, y en el que se describe, en
apariencia sin apartarse del dogma, la vieja posición contracultural y psicodélica, pero
muy matizada por la idea de consumo responsable y sin riesgo que además, no pretende
“realizar ninguna revolución sino contribuir al bienestar de las personas”. En los si-
guientes capítulos 10 y 11 se describirán algunos componentes de este cambio cultural,
para detallar a continuación los nuevos retos sobre los que tienen que trabajar los/las
criminólogos/as.

8.4.2. La opinión pública y la transformación de las políticas

A pesar de la intensa presencia de la epidemia de heroína, el sistema democrático mantu-


vo una actitud continuista en relación con la inhibición tradicional del franquismo, hasta
que la opinión publica lo convirtió en el problema más importante entre los que afectaban
a los españoles. ¿Cómo evolucionó la opinión pública al respecto? Si observamos la serie
del CIS, los primeros datos disponibles muestran que el imaginario social pensaba que
las drogas ilegales ya estaban ahí, pero no representaban un problema prioritario (CIS,
E-1149/1978), pero en apenas tres años (CIS, 1205 y 1206/1982) se había convertido en
uno de los grandes problemas del país y alcanzaron la categoría de primer y destacado
problema apenas dos años después (CIS, barómetro de marzo de 1985, E-1453).
El CIS ofrece muchos datos sobre el tema, en una amplia tipología de encuestas, que
nunca han sido explotados de forma singular, salvo para el periodo 1978-1992 (Comas,
1993), pero el trabajo no fue nunca publicado, básicamente porque se estimaba que “la
imagen del problema crecía a un ritmo que lo iba a convertir en una prioridad”, lo cual
se consideró una proyección equivocada que en apenas dos años se confirmó.
Se mantuvo como uno de los principales problemas del país hasta principios de la
década de los años 90 (CIS, barómetro de octubre de 1991, E-1979), curiosamente en un
momento de baja tasa de desempleo y euforia económica, pero a pesar de la subsiguiente
crisis, fue perdiendo importancia y apenas 10 años después ya era residual (CIS, baró-
metro de diciembre de 2005, E-2630).
¿Cómo explicar esta evolución? Visto en perspectiva no es tan complicado, porque
las tendencias del CIS se corresponden básicamente con la actitud política, así podemos

264
Una descripción natural del contexto español

observar que mientras desde el ámbito político se sostuvo que no pasaba nada, la impor-
tancia del tema para la opinión pública creció y creció hasta convertirse en la cuestión
más importante para los españoles. La reacción de los poderes públicos fue lenta y no
se manifestó hasta el Debate sobre el Estado de la Nación de octubre de 1984. Al año
siguiente, el 25 de julio se aprobó el Plan Nacional sobre Drogas (PNsD), cuya primera
memoria de actividades corresponde al año 1986 y que, entre otros aspectos, dio cuenta,
y publicitó, la amplia red asistencial que se había consolidado durante los años anterio-
res a través de la sociedad civil.
Por primera vez, la opinión pública (a través de los MCS) pudo observar y asumir
que se estaba haciendo algo, con profesionales que se ocupaban del tema y la reclama-
ción de prioridad se estabilizó y en apenas cinco años comenzó a descender. Aunque en
realidad, la acción política no se correspondía con las retóricas políticas, ya que la mayor
parte de la red asistencial había sido creada de una forma un tanto espontanea por parte
de las organizaciones sociales, y aunque con el PNsD, los recursos se incrementaron,
siempre fueron escasos. Al mismo tiempo, como ya hemos explicado en el capítulo 3,
las exigencias penalizadoras de la convención de 1988 se consideraron exageradas, aun-
que casi nadie lo expresó abiertamente, lo que condujo hacia un conjunto de actuaciones
complejas, ambiguas y con un amplio nivel de tolerancia, del cual el cannabis fue el
mejor ejemplo (Arana, 2017; Comas, 2017).
En todo caso, para la opinión pública ya se estaban haciendo suficientes cosas, y
como las retóricas eran bastante contundentes, para esta misma opinión pública (exclu-
yendo a los afectados), el tema de las sustancias psicoactivas, en particular, las drogas
ilegales, se convirtió, a partir de mitad de los años 90, en “un problema del pasado que
ya había sido resuelto”.
Pero las cosas no eran tan sencillas, es cierto que incluso, como ya se expuso en
el capítulo 7, nuestras políticas asistenciales recibieron un fuerte reconocimiento in-
ternacional, pero quizás esto fue porque éramos “el tuerto en el país de los ciegos” y
además, cuando llegó la etapa de los recortes presupuestarios, nuestra red asistencial
en sustancias psicoactivas prácticamente desapareció sin que casi nadie protestara. A
la vez, no cabe duda de que la opinión pública cambió de una forma sustancial con la
aprobación de la Ley Orgánica 1/1992 de protección a la seguridad ciudadana (que
sigue el modelo teórico de la seguridad ciudadana expuesto en el capítulo 4), ya no se
trataba solo de que profesionales competentes “tomaban a su cargo” a los usuarios, sino
que, además, estos podían ser multados por el simple uso de sustancias psicoactivas.
El riesgo de la multa (300 euros), suponemos que imaginaba la opinión pública, podría
ser disuasorio. Las consecuencias reales que provocó la LO 1/1992 sobre el consumo
de sustancias psicoactivas (en particular heroína) ya han sido descritas en el capítulo 5
en el apartado 5.4.3.
En todo caso, el número de denuncias de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad (FCS)
creció hasta casi alcanzar las 200.000 en el año 2009, pero aquel mismo año solo 75.000

265
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

de ellas (menos de un 40%) acabaron en multa, y, en la actualidad, en torno a 6.000


son suspendidas por someterse a un tratamiento de deshabituación. Además, casi el
90% es exclusivamente por consumo de cannabis. Pero decir esto no es decir nada,
porque en algunas comunidades autónomas, la proporción entre denuncia y multa es
muy alta, en otras, las denuncias son escasas, quizá porque las FCS tienen otras prio-
ridades, en algunas, aparte de la multa, la identidad de los multados, incluidos los me-
nores de edad, aparecen con todos sus datos en los boletines oficiales de la comunidad,
en otras comunidades, acudir a un servicio asistencial para que te firmen sin más que
estás en tratamiento y evitar la multa es lo común, sin embargo, en algunas comunida-
des, los centros asistenciales no aceptan a los multados, salvo si inician un tratamiento
integral, lo cual es absurdo para alguien que se ha limitado a fumar un porro.
Este ejemplo sirve para realizar una pregunta, ¿cómo se organiza una política de
drogas en un Estado cuasi federal? Y la respuesta es sencilla: pues un poco mejor o un
poco peor en cuanto a las competencias estatales, que son escasas, salvo las relativas a
la represión de la oferta, y depende del lugar en lo que se refiere a las competencias au-
tonómicas, que son todas las asistenciales, preventivas, parte de la represión de la oferta
y por supuesto, la integración social. Pero esto es algo que la opinión publica ignora,
evitando así que haya diferencias de opinión entre comunidades, porque lo que mueve a
la opinión pública no es lo que efectivamente pasa, sino la consistencia del relato sobre
lo que se supone que se está haciendo y que garantiza una impresión de seguridad.

8.5. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate

Primera propuesta
Repasa tu entorno familiar (amplio), tu vecindad y el ámbito de amistades, intenta
averiguar casos concretos de personas identificadas como drogadictos o alcohó-
licos, puede no ser fácil porque en muchas ocasiones son secretos familiares que
se esconden para que la familia no sea etiquetada de contaminada por las drogas.
Puedes justificarlo en tus actuales estudios o trabajo. Si consigues que te hablen de
algún caso, interésate por su trayectoria personal desde el inicio al final e intenta
ponerla en relación con lo que has aprendido en este capítulo.

Segunda propuesta

Identifica, quizás en grupo, diez imágenes de mujer y drogas que se correspondan a


lo que hemos llamado las chicas de la heroína, publicadas en la prensa diaria o en
revistas, preferentemente entre los años 1977 y 1990, que respondan a estereotipos
sexistas, y localiza después diez imágenes publicitarias, mejor de la última década,
que se correspondan con las anteriores. Compáralas y establece similitudes, puedes

266
Una descripción natural del contexto español

incluso reflexionar sobre el porqué de tales similitudes. ¿A qué crees que se deben
dichas semejanzas? ¿Cómo es posible que una heroinómana de los años 80 se pa-
rezca tanto a una modelo publicitaria de 2018?

Tercera propuesta

Revisa las diferentes pestañas de la pagina web del Plan Nacional sobre Drogas
(http://www.pnsd.mscbs.gob.es/) y si es posible, estudia a fondo la última de sus
memorias. Si tienes ánimo para hacer esto, seguramente, lo sepas o no, estás moti-
vado para orientarte hacia el tema de la criminología de las sustancias psicoactivas.

267
9
Nuevas miradas para otras cuestiones

En el capítulo anterior se ha realizado una presentación del contexto español lo más


ajustada posible a nuestros actuales conocimientos empíricos. Pero a la vez, hemos visto
cómo estos datos empíricos nos obligan hacia otra forma de mirar el tema y cambiar el
relato sobre las sustancias psicoactivas. En este capítulo se han elegido cuatro cuestio-
nes que nos permiten describir esta nueva mirada.
La primera se refiere a una cuestión, sobre la que disponemos de una relevante infor-
mación empírica, pero que sin duda choca con creencias muy arraigadas, incluso entre
los profesionales, y se refiere a cómo la red terapéutica, aparte de atender a los afectados,
ha contribuido a transformar el relato sobre la droga, cambiando los estereotipos y la
actitud de la opinión pública, lo que explica, mejor que ningún otro factor, la propia y
radical evolución de los resultados en los barómetros del CIS.
A partir de este caso tan significativo, vamos a tratar de cambiar nuestra mirada
sobre las sustancias psicoactivas en relación con la cuestión conceptual de las prisiones,
a las ventajas de utilizar una perspectiva de género y a la utilización de un enfoque bi-
direccional para la cuestión de la exclusión social. Vamos a mirar todas estas cuestiones
de una manera diferente para comprenderlas de una forma más precisa y mejorar así
nuestro conocimiento sobre estas realidades, sobre la manera de enfocarlas y la manera
de resolver los problemas que afectan a las personas.
Por tanto, no solo se trata de mejorar el conocimiento sobre ciertos hechos, sino de
utilizar los hallazgos del experimento del parque de las ratas (capítulo 7) para abrir las
jaulas sociales y culturales que contienen a las personas con problemas con las sustan-
cias psicoactivas, colocarlas en el mundo real de la sociedad (en el parque de las per-
sonas, si se quiere), donde pueden establecer una relación diferente con las sustancias
psicoactivas, mejorando sus perspectivas de vida.

9.1. La red terapéutica y el imaginario social

Según hemos ido viendo en los dos capítulos anteriores, la práctica de las tareas de la
red asistencial ha sido esencial en la evolución del imaginario social e incluso en el uso

269
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

de sustancias psicoactivas en España. Para entenderlo debemos comenzar por explicar


que la evolución de la red asistencial ha implicado cambios radicales en esta influencia,
de tal manera que, en la etapa de los programas libres de drogas (PLD), el efecto fue
selectivo en un primer momento, cuando el nivel de exigencia era muy alto, pero se con-
virtió en un impacto general cuando el tipo de intervención terapéutica fue más práctico
y menos moral, y especialmente cuando los programas de reducción del daño y el riesgo
(PRDR) se pusieron en marcha y la red asistencial los asumió.
En este punto debemos mencionar que el desarrollo de los programas libres de drogas
contaron con un amplio apoyo internacional, en forma de ayudas, becas, intercambios
profesionales, invitaciones a proporcionar formación, etc., mientras que los programas de
reducción del daño y el riesgo contaron con el profundo rechazo de los organismos espe-
cíficos de la ONU (ONUDOC, JIFE) y una aceptación matizada de otros, como la OMS,
y un fuerte apoyo de amplios sectores de ONUSIDA y, por supuesto, del PNUD (Muña-AUTOR:
gorri, 2009). En todo caso, en la segunda fase, España mantuvo su presencia internacional¿a qué se re-
gracias a la intensa militancia de personas concretas, tanto del ámbito drogas como delfieren estas
movimiento LGTB, que difundieron las prácticas de los PRDR en países con una fuertesiglas?
oposición institucional a estas.
Veamos cómo y por qué ocurrió eso utilizando el caso de las comunidades tera-
péuticas. En un primer momento, hasta mitad de la década de los años 80, las CCTT
adoptaron una actitud dogmática en la que primaba el principio de la separación estricta
(ninguna relación con el mundo de las drogas) y la idea de un estado de excepción que
limitaba algunos derechos individuales (Comas, 1988). De manera progresiva, como ya
se ha explicado, se produjo un reconocimiento de derechos, aunque es cierto que algunos
dispositivos no lo aplicaron hasta bien entrada la década de los años 90. En el nuevo siglo
se definió funcionalmente la comunidad terapéutica como una metodología para la in-
tervención (Comas, 2006) e incluso se observó cómo entidades asistenciales procedentes
de la autoayuda religiosa adoptaban criterios de funcionalidad terapéutica (Comas, 2011).
A partir de un cierto momento, antes o después según la dependencia del recurso
asistencial, el criterio de separación estricta se fue diluyendo, cobró importancia la pre-
vención de recaídas, la aparición de los programas de reducción del daño y el riesgo,
de tal manera que el creciente vínculo de estos programas con los propios dispositivos
asistenciales, propició que el relato terapéutico se extendiera entre todos los usuarios de
sustancias psicoactivas, de tal forma que ejerció el rol de un instrumento preventivo y
no solo redujo los comportamientos de riesgo, sino el propio uso de sustancias psicoac-
tivas, tanto entre los usuarios más habituales como entre los experimentadores.
Expresado en otros términos, el relato de la red terapéutica ha sido el principal fac-
tor en la estabilización y disminución del consumo y de los problemas asociados a las
sustancias psicoactivas. Al menos en España.
¿Cómo y por qué ha ocurrido esto? La noción de lucha por el reconocimiento, de
Axel Honneth, nos permite entenderlo (Honneth, 1992). A mitad de los años 80, en el

270
Nuevas miradas para otras cuestiones

ámbito de los programas libres de drogas, comenzó una fuerte reacción contra los argu-
mentos del autoritarismo moral, político y científico, con el que se fundaron los primeros
dispositivos. A este proceso se le denominó, de una forma un tanto espontánea pero cla-
rividente, intervención democrática, que aparecía asociada a la dignidad de la persona,
a la capacidad de empatía y de escucha del profesional, al respeto por la identidad del
usuario, a la ausencia de juicios morales y a la priorización en la prevención de recaídas.
No existía un corpus conceptual concreto que se refiriera a esta perspectiva (Comas,
1988), sino un “insight terapéutico propio del ámbito de las drogas ilegales”, que ahora
podemos comprender gracias al concepto de reconocimiento recíproco.
La idea de Honneth es que la integridad personal se deduce a partir de la experiencia
del reconocimiento del otro, porque el ser humano como tal es frágil, pero puede so-
portar esta fragilidad con dignidad si se autointerpreta como una narrativa positiva de sí
mismo. Un reconocimiento en al menos tres esferas: primero, el reconocimiento y apoyo
crítico y consciente pero real de la familia o el entorno social; segundo, el autorrecono-
cimiento de los derechos de ciudadanía en relación con derechos humanos básicos; y
tercero, el reconocimiento social de las contribuciones que la persona ha realizado a lo
largo de su vida (Honneth, 1992).
Tres esferas que otorgan dignidad y permiten a las personas superar de forma más
efectiva sus problemas, y que se transformaron en varias estrategias que, en el caso de
las sustancias psicoactivas, serían: 1) En la formación en valores de los profesionales,
2) El creciente respeto a la libertad individual de los usuarios, 3) La garantía de que las
decisiones de los profesionales fueran consensuadas con las personas atendidas, 4) La
existencia de espacios de decisión compartidos, 5) La comprensión tan propia de Hegel
de que el reconocimiento debe ser bidireccional o no es tal y 6) Entender que la defini-
ción de necesidades y de expectativas es también bidireccional.
¿Cuál fue entonces el papel de la red asistencial en la transformación del imagina-
rio social? Pues tan inesperado como intenso, inesperado porque no fue el resultado de
ninguna acción o planificación y tan intenso porque dotó a la ciudadanía de una notable
capacidad de resiliencia frente a lo que se consideraban drogas ilegales, también de forma
más leve frente al alcohol y el tabaco, pero ninguna hacia los psicofármacos o las sus-
tancias de dopaje deportivo. El mecanismo es fácil de entender: mientras no existieron
centros asistenciales, la ciudadanía carecía de información sobre las drogas ilegales, sus
efectos y cómo evitarlos. Cuando la red fue abandonando el dogma de la separación
estricta, cada vez más sectores sociales fueron recibiendo información sobre su relato,
en primer lugar, los propios usuarios, después, sus familias directas, pero también otros
familiares, al tiempo, los profesionales que trabajaban en el sector, sus entornos y en par-
ticular, otros profesionales de las mismas titulaciones que no trabajaban con drogadictos.
Asimismo, el funcionamiento concreto de los dispositivos llegó a ciudadanos muy
diversos gracias a un gran número de publicaciones sobre estos, también a algunos
sectores de las administraciones públicas e incluso en los medios de comunicación

271
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

desaparecieron ciertos estereotipos, al mismo tiempo que la información y el relato te-


rapéutico se difundían.
¿Pero por qué cambió también el imaginario social? Pues porque era una narrativa
de autorreconocimiento y esto aportaba ventajas. No hablaba de los drogadictos, sino de
las tres esferas de autorreconocimiento de Axel Honneth, de tal manera que “la partici-
pación en el relato fue general y automática sin que casi nadie se percatara de ello”. Al
modificarse las percepciones se produjo una reconstrucción de las ideas que ha influido
en las actitudes e incluso en los comportamientos. Un cambio radical del imaginario so-
cial global, del cual parece que las instituciones, en particular las especificas del ámbito
drogas, no se hayan percatado, ya que se limitan a repetir una y otra vez que desciende
la conciencia global del riesgo, sin que a nadie se le haya ocurrido interpretarlo como
aumenta la conciencia global de los derechos.
Otra manera de expresarlo se refiere a que el imaginario requiere un determinado
grado de coherencia y de cohesión para utilizar relatos creíbles. Si el sector profesional,
al que se considera “mejor informado porque es el que atiende a los drogodependientes”,
cambia el sentido del relato, el resto de la sociedad se amolda, de una forma automática
e inconsciente, al nuevo relato (Lazarfeld, 1956).

No dejes de leer
Influencia sobre el imaginario social del modelo de clínica de las adicciones

Se ha explicado cómo la red asistencial ha contribuido a producir un imaginario


social más preciso y ajustado sobre las drogas. Pero también sabemos que esta red
asistencial tradicional ha sido sustituida por una nueva perspectiva institucional que
adopta la fórmula de clínica de las adicciones, que incluye un relato muy diferente del
viejo modelo biopsicosocial. Se trata de un relato antagónico, más cerrado y her-
mético, frente a la consideración social del modelo anterior, que en la práctica se ha
centrado en la dispensación de psicofármacos, lo que ha establecido una complicada
convivencia entre el viejo relato de “las drogas ilegales, sus consecuencias y sus solucio-
nes” con el nuevo relato de “enfermedad incurable que requiere un tratamiento cró-
nico mediante fármacos”. Algo que el imaginario social aún no ha asumido, que no
sabemos si va a asumir y sobre todo, qué consecuencias inesperadas puede producir.
En cualquier caso, se trata de un relato pesimista y que invita a la sumisión
farmacológica del usuario. Un relato opuesto a las prácticas asistenciales del mo-
delo biopsicosocial y de la autoayuda, donde la actitud, el empoderamiento y la
motivación de las personas conformaban el eje de la intervención y de la influencia
sobre el relato del imaginario social. En cambio, el modelo de clínica de las adic-
ciones supone un relato que conduce a la pasividad y en el cual, el buen paciente
se caracteriza por la obediencia a los criterios farmacológicos, lo que implica que

272
Nuevas miradas para otras cuestiones

“la persona no necesita cambiar” y para el relato social, quizás, que “mi compor-
tamiento no tiene nada que ver con lo que me ocurra”.

9.2. La necesidad criminológica de una imagen real de la prisión

En relación con las drogas ilegales, la cuestión de las prisiones adquiere un protagonis-
mo singular a partir del tardofranquismo, en gran medida porque en esta etapa comienza
a promulgarse la legislación en esta materia y por tanto, primero comienzan a aparecer
en las instituciones penitenciarias (IIPP) los casos de delincuencia relacional y pronto
los de delincuencia funcional. A la vez, desde la aprobación de la ley de peligrosidad
social (1971) comienza a utilizarse el recurso de la prisión de forma discrecional ante ca-
sos de consumo de drogas en personas que “acumulan otras situaciones de peligrosidad
política, sexual o comportamental”. En el periodo 1971-1984, las condenas por consu-
mo no son muchas, ni son excesivas, pero las prisiones españolas recogen estos casos,
lo que implica que las drogas ilegales comienzan a formar parte del paisaje cotidiano de
las prisiones, hasta convertirse en uno de los factores más relevantes en estas. Vamos a
describir cómo evolucionó este fenómeno, pero antes debemos considerar una importan-
te cuestión conceptual básica para la perspectiva criminológica que se sostiene en este
texto. Se trata de una opción conceptual que no aparece en demasiada bibliografía y por
ello ha sido necesario incluirla en este manual.

9.2.1. La cuestión conceptual de las prisiones

Ocurre que la cuestión de las prisiones debería ser un tema central de la criminología
y de hecho disponemos de abundante información empírica sobre estas, pero a la vez
existen algunas dificultades para visualizar, desde el espacio conceptual y teórico propio
de la criminología, al menos en su relación con las sustancias psicoactivas, la respuesta
a la pregunta, ¿qué son y qué deberían ser las prisiones? Dicha dificultad se relaciona,
de manera muy destacada, por una especial combinación entre el rechazo y la atracción
morbosa por la temática criminológica, pero también con la imagen de la prisión en el
imaginario social, de la que se ha hablado e incluso se ha propuesto un ejercicio en el
capítulo 5. Tratar de resolver esta dificultad va a ser muy útil en la estrategia que hemos
emprendido para entender la cuestión de las sustancias psicoactivas.
Para ello vamos a considerar que el problema de las prisiones en España y en gran
parte del mundo desarrollado es esencialmente un problema teórico y conceptual re-
lacionado con la función, con lo que son y con lo que deberían ser las prisiones. Se
supone que, desde el ámbito del sistema penal, que también recoge la legislación peni-
tenciaria, se sabe muy bien lo que son las prisiones. Por los diversos estudios empíricos,

273
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

comenzamos a conocer bien lo que en realidad es la prisión. Algunos de estos estudios son
académicos, pero otros han sido realizados por algunas ONG que trabajan en prisiones y
un creciente número de funcionarios de prisiones que realizan grados complementarios,
másteres, TFM y tesis doctorales, sobre la cuestión. Como trabajos empíricos suelen ser
excelentes, ya que es información muy directa y bien recogida, excelente en sus hallazgos
y conclusiones y, desde luego, toda esta literatura, parte de la cual es en gris, debería ser
recogida en un manual de criminología específico sobre la práctica penitenciaria.
Pero el problema tiene que ver con la inexistencia de un marco teórico y conceptual
de referencia. Y para poder hablar de sustancias psicoactivas en prisión debemos prime-
ro tratar de resolver este problema. No es más que una primera aproximación, pero es
más de lo que se ha hecho hasta ahora.
Para intentar esta aproximación vamos a utilizar tres referentes muy concretos, pri-
mero, el texto del Panóptico, de Jeremy Bentham (1791), a continuación, un olvidado
texto español, pero muy popular en su época, de autor anónimo, Prisiones de Europa
(1862) y finalmente, la obra de Michel Foucault (1975), Vigilar y castigar.
Se trata, en los tres casos, de una lectura directa no mediada por las numerosas inter-
pretaciones que los textos de Bentham y Foucault han recibido. Es además una lectura
singular realizada desde las perspectivas conceptuales y teóricas contenidas en este ma-
nual y que tiene como primer objetivo poder observar empíricamente el movimiento de
las sustancias psicoactivas alrededor de la ciencia y la disciplina de la criminología.
¿Por qué se necesita hacer esto? Pues de nuevo, por las exigencias del principio de
parsimonia. La cuestión de las prisiones ha sobrevolado la criminología, desde su crea-
ción, sin que, al menos en términos conceptuales y teóricos, se resolviera de una manera
satisfactoria. Necesitamos un argumentario conceptual y teórico sencillo que nos permi-
ta entender lo que pasa y lo que los resultados empíricos reflejan.
Comencemos en primer lugar por el Panóptico de Bentham, una propuesta de reforma
que expresa, sin la menor duda, la esencia del pragmatismo moral, en la que se inscribe
este manual. ¿Qué es el Panóptico? Pues un proyecto tan poco conocido como excesiva-
mente citado, aunque casi siempre a partir de las versiones singulares y críticas que nos
ofrecen de este tanto Michael Foucault como la criminología liberal norteamericana.
Leer el Panóptico es fácil, porque se trata de un texto sencillo de muy pocas páginas,
del que en español no existe, aun hoy en día, una versión completa y rigurosa1, ya que

1  Los/las estudiantes que leen en ingles pueden acceder a la verdadera edición del Panóptico

en este idioma. En la red y entre otras ediciones aparece colgada la edición original en las Obras
completas, bajo el título de The Works of Jeremy Bentham en 11 volúmenes, editada por John
Bowring en 1843. El Panóptico aparece en el volumen 4. El hecho de que aún no se haya editado
en español la versión verdadera del Panóptico, sobre el cual han opinado miles de autores en
nuestro idioma, es todo un síntoma sobre nosotros mismos.

274
Nuevas miradas para otras cuestiones

la primera traducción para el público general que se realizó en España en el año 1979,
utilizó como fuente la versión francesa, publicada por la Asamblea Nacional en 1791 en
el punto álgido de la acción revolucionaria, se trata además de una versión particular, ya
que se expone como un texto continuo, lo que serían partes diferentes, debidas a plumas
distintas de diversos miembros de la propia convención (https://descargarlibrosenpdf.
wordpress.com/2017/07/06/el-panoptico-jeremy-bentham/). El texto incluye también
un comentario anónimo de un miembro de la Asamblea Nacional, otro texto de Jacobo
Villanova, que es un informe dirigido al Rey Fernando VII por la Sociedad Económica
Matritense en 1822, con un largo apéndice del estado de las cárceles en España.
Además, como introducción, aparece una larga y muy crítica entrevista a Michel
Foucault en la que viene a decir que sin sus aportaciones no habríamos sabido nunca y
de verdad lo que supone el Panóptico, y un epílogo, firmado por María Jesús Miranda,
con dos partes muy diferentes y antagónicas, en la primera adopta las mismas posiciones
críticas de Foucault y en la segunda trata de explicarnos por qué, paradójicamente, en
la línea de las propuestas de Bentham, siempre han fracasado los proyectos de reforma
penitenciaria en España.
En total, de las 145 páginas del texto, 56 son la traducción estricta del Panóptico
(más nueve láminas) y 80 son interpretaciones políticas (o ideológicas si se quiere),
lo que nos da a entender que aún no somos adultos para leer el texto sin una adecuada
orientación o tutela. Después de más de tres décadas de sucesivas ediciones del texto
referenciado, acaban de aparecer dos versiones en español, ambas también traducciones
de la misma versión francesa (es decir, no se trata de la original), la primera, editada
por el Círculo de Bellas Artes de Madrid (2011), con un prólogo interpretativo de César
Rendueles y una contraportada en la que se lee: “Un ejemplo de reforma utópica que
lleva en sí misma el germen perverso y pervertidor de la distopía”, la segunda, por la
Editorial Quadrata, de Buenos Aires (2016), que es un texto limpio y sin interpretacio-
nes pero que incluye en la contraportada la frase: “El Panóptico es una construcción
planeada para hacer posible el más viejo y persistente anhelo del poder”.
¿Es posible leer el Panóptico original? Pues sí, pero solo en inglés. En la red y entre
otras ediciones aparece colgada la edición original en las Obras completas, bajo el título
de The Works of Jeremy Bentham en 11 volúmenes, editada por John Bowring en 1843.
El Panóptico aparece en el volumen 4. El hecho de que aún no se haya editado en espa-
ñol la versión verdadera del Panóptico, sobre el cual han opinado miles de autores en
nuestro idioma, es todo un síntoma sobre nosotros mismos.
En todo caso, y al hilo de todos estos titulares que nos avisan, ¿qué es, en definiti-
va, el Panóptico de Bentham? Pues una propuesta arquitectónica y organizativa de las
prisiones, realizada desde la perspectiva del utilitarismo moral en el contexto de finales
del siglo xviii, de la aplicación de los derechos humanos y sociales, con la finalidad, o el
objetivo, de optimizar los derechos individuales y la reinserción social de los internos.
Se podrían explicar más cosas, pero creo firmemente que el Panóptico es por sí mismo

275
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

y sin ninguna orientación o tutela previa, una lectura obligatoria de cualquier estudiante
de criminología, y que las conclusiones debe obtenerlas personalmente, sin ninguna
mediación doctrinal. Después puede leer cualquier otra interpretación sobre dicho texto.
En segundo lugar, vamos a ocuparnos del tema de la morbosidad pública de la cues-
tión de la prisión, y que todo ciudadano conoce y reconoce a partir del tradicional cine
de “acción, motines, fugas y directores perversos”, más tarde por el cine erótico, seguido
por la pornografía y, en la actualidad, por las series televisivas. De lo cual poseemos en
España un maravilloso antecedente ya en 1863, es decir, hace más de 150 años, cuando
se publicó un libro en dos gruesos volúmenes que sumaban más de dos mil páginas so-
bre la situación de las prisiones en Europa, que quería ser, como se afirma en el prólogo,
una reivindicación de las reformas que, por la influencia de Beccaria y Bentham, se
estaban entonces tratando de impulsar en toda Europa.
La idea era describir el estado de dichas instituciones para mover la conciencia de
los lectores y “favorecer la reforma de estas”. A la vez se presentaba como “primera
de esta clase en España y la más completa de las publicadas en Europa”, ambos vo-
lúmenes muestran una gran abundancia de láminas de una cierta calidad, y gran parte
del texto está escrito en primera persona y en forma de dialogo, como si el narrador
hubiera presenciado cuanto se describe, es decir, casi como si se tratara de una serie
televisiva actual (Anónimo, 1863).
El problema es que las más de dos mil páginas están dedicadas a describir, de forma
prolija, escenas sádicas con numerosos suplicios, condenas a inocentes y sus correspon-
dientes ajusticiamientos, condiciones de vida infrahumanas, en las que el porcentaje de
mujeres que son víctimas de violencia, humillación y agresión sexual, es bastante más
alta que el porcentaje de mujeres encarceladas en cualquier época. Por tanto, el libro
muestra una determinada imagen morbosa de las prisiones, en un texto antiguo que se
supone promociona su reforma. Una imagen que, a la vez, resulta, de forma sorprenden-
te, muy actual, al menos en la perspectiva audiovisual y digital.
¿Cómo se explica tanta continuidad? Pues porque hay algo en nuestra cultura,
en nuestras representaciones sociales, que mantiene este deseo, este impulso, esta
necesidad, más o menos consciente, de un lugar o de un espacio donde los cuerpos
son sometidos y castigados, mediante practicas crueles y degradantes que contribu-
yen a la excitación, el interés o el goce, de, al menos, una parte de aquellos que las
contemplan.
La psicología debería ser la disciplina que explique por qué ocurre esto. Pero hasta
ahora se ha limitado a plantear, de forma genérica y algo abstracta, que existen sujetos
sádicos, en general varones, cuya actitud suele explicarse desde categorías evolutivas,
en particular traumas infantiles, pero ¿cómo explicar entonces que naciones enteras, y no
solo en los últimos siglos, hayan actuado de forma colectiva y sádica sin apenas voces
que se opusieran a lo que ocurría? Muy diferentes naciones, en muy diferentes momen-
tos y, al menos en apariencia, por muy diferentes motivos.

276
Nuevas miradas para otras cuestiones

En la actualidad, la tortura se supone que solo procede de estos sujetos sádicos.


Entonces debemos preguntarnos: ¿por qué tanta atracción de las audiencias hacia una
fantasía de prisiones donde la tortura física es la norma? Quizá por el mismo motivo
del éxito mayoritario de la pornografía sádica y violenta (donde la perspectiva de género
ofrece muchas respuestas), y no digamos, la pornografía sádica y violenta con trasfon-
do de prisiones de mujeres, que representa el ten top de la pornografía. ¿Por qué nadie
busca respuestas a esta cuestión? Es sin duda un tema sensible, pero la criminología es
la ciencia que debe afrontar temas sensibles, aunque en este caso solo puede hacerlo te-
niendo en cuenta que forma parte de un subconsciente colectivo (utilizamos este término
de forma metafórica aunque podría ser real) que se puede definir desde el vértice CS
como “un componente cultural profundo, presente en toda la historia de la civilización,
que las normas sociales y las creencias éticas ordenan y reprimen de forma cada vez
más eficaz, pero que se mantiene de forma más o menos consciente en la mayoría de las
personas, en esta cultura patriarcal, especialmente entre los varones, y que se manifiesta
de forma concreta ante perdidas de control relacionadas con otros factores”, justamente
los que describe la psicología.
Pero ¿por qué acabamos de hacer esta reflexión? Pues porque sin ella no podríamos
entender, en tercer lugar, algunos componentes conceptuales y teóricos del pensamiento
de Michel Foucault en su condición de representante del rechazo al pensamiento crimi-
nológico más moderno. Raramente se cita a Michel Foucault en los textos de criminoló-
gica, pero consideramos que esto es un error, porque un buen profesional debe conocer
muy bien aquellos relatos que ponen en duda sus convicciones. Obviar las críticas su-
pone enrocarse en la ignorancia y debilitar la capacidad de respuesta a las necesidades
de las personas.
También es cierto que, en otros textos de criminología, solo nos hablan del Pa-
nóptico de Bentham desde la perspectiva de Foucault. El caso extremo lo constituye el
Diccionario de Criminología (McLaughlin y Muncie, 2005), un texto de orientación
posmoderna, de 600 páginas, en el que ni siquiera se alude al tema de las sustancias psi-
coactivas, aunque tiene un largo artículo sobre el Panóptico que se limita a exponer en
exclusiva y sin otro contraste (como el propio texto original) el pensamiento de Foucault
sobre este. Es decir, para este Diccionario de criminología, el Panóptico es un tema del
que solo ha hablado Foucault.
Pero no solo esto, ya que, con frecuencia, en algunos congresos e incluso artículos,
se puede observar cómo se cita a Foucault para justificar un programa o iniciativa de ga-
rantía de derechos o de reinserción social de presos e incluso en algunos de estos artículos
se cita a Bentham como si fuera el autor que se opone a esta. ¿Falta de formación y de
lecturas? ¿Creencias en relatos sobre un contenido que se desconoce? ¿Hablar de oídas?
Pues un poco de todo esto y algo más, pero lo que sí es seguro es que la lectura de tales
comunicaciones y artículos provocarían la más honda perplejidad tanto en Bentham como
en Foucault, luego, es de esperar, que ambos se echaran a reír.

277
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

¿En qué consiste el pensamiento de Foucault con relación a Bentham? No es fácil,


en parte porque no siempre mantuvo el mismo relato y en parte porque no era tanto un
pensamiento racional, sino una forma de ver el mundo construido a partir de su identidad
sexual y su particular estilo de vida, con el cual, en todo caso, fue siempre totalmente
coherente. El hecho de que no tomó ninguna medida profiláctica para evitar el sida, y
AUTOR: no tampoco una vez infectado para evitar infectar a otros, muriendo finalmente de esta en-
aparece en la fermedad, refleja su particular forma de pensar en torno a la confrontación entre la lógica
bibliografía. institucional y la voluntad del sujeto (Guibert, 1990), además, el censurar dicha informa-
ción, como hacen los que se afirman como foucaulianos, constituye sin duda una traición
al legado y al pensamiento de Foucault.
En este sentido, las aportaciones para eludir la clausura del conocimiento e intentar
sacar partido de las rutilantes hipótesis de Foucault (Roudinesco, Postel y Canguilhem,
1999) deberían ser al menos consideradas como una importante contribución al avance
del conocimiento.
Además, a Michael Foucault se le suele identificar como un pensador hipercrítico,
pero en realidad es un riguroso y estricto kantiano (aunque influido parcialmente por
Nietzsche), como clarifica en su texto/programa de investigación ¿Qué es la ilustra-
ción? y también en su prólogo de Las palabras y las cosas, en el cual, analizando Las
Meninas de Velázquez, despliega lo que será su metodología y el programa de investi-
gación que orientará sus posteriores trabajos.
Fue justamente la extrema racionalidad empírica de Kant lo que le permitió visuali-
zar muy bien los fallos lógicos en el sistema del utilitarismo moral, aunque para hacerlo
tuvo que situarse sobre los derechos subjetivos de aquellos sujetos que transgredían
las normas. Para Foucault, ellos también forman parte de la sociedad y no suponen un
cuerpo exclusivo de penados a los que se aplica una lógica distinta a la norma moral del
utilitarismo. En este sentido, en Vigilar y castigar, se centra en criticar el Panóptico de
Bentham porque considera que su propuesta de reinserción social es eficiente y que, al
menos, no le parece una mejora con relación a los suplicios de antaño donde “mientras
sufría el suplicio, el sujeto, si sobrevivía, conservaba su identidad” (Foucault, 1975).AUTOR:
Hay que entender que para Foucault, la reinserción social (y los términos equivalentes),no aparece
suponen una pérdida de identidad, para la cual, desde la lógica kantiana, no existe unaen la bi-
justificación ética, salvo si pertenece al ámbito del imperativo categórico. bliografía.
En este punto, debemos preguntar ¿Supone Vigilar y castigar un texto muy re-
levante en el conjunto de la obra de Foucault? Lo cierto es que no, ya que todos sus
biógrafos la consideran “un trabajo menor”, cuyo éxito inesperado le obligó “a aceptar
propuestas de colaboración en asuntos penitenciarios”, que, paradójicamente, tenían
como objetivo la reinserción social, es decir, se trataba de colaboraciones que desdi-
cen su propia obra para pasar a “reivindicar a Bentham” (Roudinesco, 1999), aunque,
a modo de disonancia cognitiva, lo citen de forma crítica a partir de los textos de
Foucault.

278
Nuevas miradas para otras cuestiones

¿Por qué entonces tanto éxito?, pues por la misma razón que en su día lo tuvo Prisio-
nes de Europa en España, por la misma razón que la tienen las películas y las series sobre
prisiones a las que nos hemos referido antes, una razón sobre la que nadie investiga o
trabaja porque “es un tema demasiado delicado” y que explica que Vigilar y castigar
sea el libro de Foucault más leído por el gran público, mientras que otros, mucho más
relevantes, como el ya citado Las palabras y las cosas, La arqueología del saber y, por
supuesto, La hermenéutica del sujeto, sean solo lectura de especialistas.
La cuestión es: ¿qué entiende Foucault por identidad personal? Indudablemente, algo
a lo que no debemos renunciar y necesitamos defender, por lo cual, su crítica a Bentham
en Vigilar y castigar tiene mucho que ver con el hecho de que Foucault considera precisa-
mente que el Panóptico es eficaz en su propuesta de “respetar los derechos de los penados
y lograr su rehabilitación”. En las dos primeras partes de su libro, Foucault describe la
ineficacia de los suplicios y de otras formas de castigo, y en las dos segundas describe
cómo el Panóptico y la prisión moderna son más eficaces, en “transformar a la persona”.
De manera indirecta nos dice que el suplicio era “más humano” porque preservaba la
identidad personal, mientras que el Panóptico se empeña en destruirla.
El argumento no es baladí, especialmente en una sociedad en la cual no se reconozca
la diversidad, todo tipo de diversidad, desde la sexual hasta la moral, pero en un momen-
to histórico de creciente reconocimiento de los derechos de diversidad, la prisión ya no
recoge tanto a identidades transgresoras como, más bien, a personas que han cometido
delitos contra otras personas, una parte importante de las cuales se plantean, además de
forma bastante espontánea, cambiar de vida, es decir, de identidad.
Ciertamente, aún existen actores ideológicos que, situándose más atrás de Beccaria,
imaginan la sanción solo para lo que son, no para lo que han hecho, e incluso proponen
sanciones a actos que se refieren más a la identidad personal que a la conducta real. En el
ámbito de las sustancias psicoactivas, estos casos son aún frecuentes y en ciertos países
se castiga con mayor rigor ser usuario de drogas que cometer un delito más grave, inclui-
do el narcotráfico. Pero en una situación, cercana o hipotética, de pleno reconocimiento
de la diversidad social, racial, sexual o cualquier otra, la lógica del Panóptico es impe-
cable porque se refiere en exclusiva a aquellos que han cometido delitos con víctimas y
que, sin la correspondiente retención o reinserción, volverían a cometerlos.
Es cierto también que para Michel Foucault, la identidad no es lo que se entiende habi-
tualmente en cualquier texto sobre diversidad, sino algo un tanto diferente, que podríamos
calificar de transidentidad, o quizás, posidentidad, que resulta próxima a la noción de queer,
que toma precisamente mucho de Foucault, pero que suele definirse como falta, carencia
o negación de identidad personal, porque considera precisamente que “toda identidad con-
AUTOR: creta es una prisión” (Herrera, 2012). Los debates sobre esta cuestión en el ámbito de la
no aparece sexualidad y en el movimiento feminista son de gran interés para la criminología.
en la bi- Hemos dedicado un gran espacio a este apartado, que aún es escaso, porque sin los
bliografía. argumentos presentados no podríamos realizar la apretada síntesis del próximo apartado.

279
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

No dejes de leer
¿Qué queremos decir con el término kantiano?

En el texto se ha afirmado que “Foucault es un estricto kantiano”, lo cual chocará


a algunas personas acostumbradas a pensar que Kant (1724-1804) es solo un
filósofo ilustrado y conservador, mientras Foucault es el más posmoderno de los
posmodernos.
Ya hemos utilizado el término kantiano en otros capítulos, pero ha llegado el
momento de explicar lo que significa este término. Primero hay que aclarar que
Kant no es un filósofo sin más, fue un filosofo de la ciencia muy interesado en
cuestiones de lo que en la actualidad se llama evaluación, pero también en otras
cuestiones metodológicas, siendo un decidido partidario del más riguroso empiris-
mo. Su especialidad académica era la física, y le debemos que el mundo científico
del siglo xviii aceptara con rapidez la física de Newton, en detrimento del paradigma
hasta entonces dominante (la física de Descartes).
El argumento central de su obra es la búsqueda de un adecuado equilibrio
entre lo empírico y lo racional (los conceptos y las teorías), tratando además de
garantizar el bienestar y los derechos de las personas. Un argumento olvidado
porque desde la filosofía se tiende a presentar el pensamiento de los diversos au-
tores en forma de dualidades como algo independiente, antagónico e irreductible
(mengano representa lo empírico y zutano lo racional), cuando lo cierto es que
todo es un desarrollo en el que pesan más los préstamos que las singularidades.
Kant (1783) trata de fundamentar una forma de pensar sin otro límite que
la racionalidad y el criterio de fundamentación empírica, dejando muy claro que
todo avance siempre es provisional e incompleto, porque tanto los límites de la
razón como de los resultados empíricos están muy lejos del pensamiento presen-
te en cualquier etapa histórica. Kant es esencialmente un radical de la ciencia y la
razón que, por intereses políticos, corporativos y esquemáticos, ha sido disfrazado
de metafísico imposible (Kuehn, 2001). Decir que Foucault es un estricto kantiano
es decir que sus argumentos están construidos con un óptimo de racionalidad y
un claro componente empírico. Asimismo, afirmar que “está influido por Nietzs-
che” quiere decir que en ningún caso se olvida de la cuestión de “dónde reside
el poder”.

9.2.2. Sustancias psicoactivas y prisiones en España

Como ya se ha dicho, las sustancias psicoactivas aparecieron en las prisiones de España


en la etapa del tardofranquismo. Sin duda hubo casos aislados anteriores, pero a partir
de 1966 se fueron haciendo cada vez más frecuentes, y después del año 1973 se inició

280
Nuevas miradas para otras cuestiones

una escalada, de tal manera que, tras la transición y la amnistía política, cuando se creó
la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL), la proporción de presos en contacto con
drogas ilegales se supone que ya era muy grande.
Vayamos por partes. Lo primero, hay que destacar que desde el año 1966, las cár-
celes españolas han vivido dos etapas muy diferentes. Entre este año y los años 1979-
1980 eran las mismas prisiones de los años 20 y 30 pero empeoradas por el uso y la
masificación de la posguerra. Además, la legislación penitenciaria y, por supuesto, el
sistema de justicia penal tenían características que pertenecían al pasado. El artículo
25.2 de la Constitución determinó que las penas privativas de libertad tenían como
finalidad la reeducación y la reinserción social y que los condenados deberían gozar de
los derechos fundamentales.
Sin embargo, mientras se aprobaba la Constitución, la situación de las cárceles em-
peoró por varias circunstancias, la primera, que la Ley 46/1977 de amnistía política, no
incluyó a los “presos comunes”, lo que propició la creación de la COPEL, muy activa y
muy numerosa en aquellos años, la segunda, que no se había modificado la situación de
las cárceles al tiempo que España cambiaba, lo que explica la oleada de motines que se
produjo en el periodo 1978-1980, algunos de los cuales fueron protagonizados por per-
sonas que exigían “heroína, libertad y derechos”. Fue un momento muy conflictivo que
alcanzó su cenit con el atentado que le costó la vida al director general de Instituciones
Penitenciaras (IIPP), el 22 de marzo de 1978.
A finales del año 1979 se aprobó la Ley Orgánica 1/1979 General Penitenciaria,
y comenzó un cierto cambio, incluida la modernización de las infraestructuras, cuyos
hitos más importantes, a nuestros efectos, fueron la Ley Orgánica 14/1996 General de
Sanidad, la Ley 41/2002 Reguladora de la autonomía, derechos y obligaciones del pa-
ciente, que se aplicaron en condiciones de igualdad a las personas presas, a las que
siguió una ampliación de recursos de la “sanidad penitenciaria”, incluidos diversos “pla-
nes e intervenciones en drogas”, creando programas internos de intervención asistencial,
PMM, programas de reducción del daño (agentes de salud, intercambio de jeringuillas,
etc.), unidades terapéuticas especializadas, modelos de consentimiento informado, mó-
dulos de respeto y hasta protocolos de actuación en caso de sobredosis. Muchas de estas
tareas están encargadas a diversas ONG, que además forman parte del Consejo Social
Penitenciario, mostrando un modelo de prisión más abierto y permeable a la sociedad
que la mayor parte de países de nuestro entorno. Todo ello y algunas cosas más aparecen
en la página web de IIPP (http//www.institucionespenitenciarias.es).
Con relación a las sustancias psicoactivas, los años 2006, 2011 y 2016 se realizó la
Encuesta sobre Salud y Consumo de Drogas a los Internados en Instituciones Peniten-
ciarias (ESPID), que forma parte del Plan Estadístico Nacional y que gestiona el Plan
Nacional sobre Drogas. Es un tipo de encuesta continua, con una muestra muy elevada
(en 2016 fueron 5.024 internos) y se realiza en prácticamente todos los centros peniten-
ciarios españoles. Como datos más relevantes podemos destacar, en 2016, que un 65%

281
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

de los internos declaran tener un estado de salud bueno o muy bueno, que, sin embargo,
un 30% han sido diagnosticados de un trastorno mental, un 6% tienen el virus del sida, un
16%, el de la hepatitis C, y un 2% es portador crónico de la hepatitis B.
Los datos nos indican que la población penitenciaria, mientras está en libertad y
antes de entrar en prisión, ha utilizado muchas más sustancias psicoactivas (en particular
drogas ilegales) que la población general, por ejemplo, un 32% de los presos ha utilizado
cannabis el último año frente a un 9% de la población general, aunque no sabemos si esto
es más o menos porque no aparece ponderado por género ni edad. La misma ponderación
debería realizarse con todos los datos de uso de sustancias psicoactivas, y entonces resul-
taría claro que los presos beben menos alcohol que la población general y que destacan
en algunas sustancias, en particular y en el último año en libertad, cocaína, tranquili-
zantes, anfetaminas y heroína. En todo caso, hay que reiterar que no sabemos si esto es
más o menos que una población general equivalente por edad y género. Lo que también
ignoramos con relación a la edad de inicio porque falta dicha ponderación.
Lo mismo pasa con el resto de los datos de uso, ya que, la experiencia en vida, es
decir, haber probado al menos una vez cualquier droga ilegal, es de un 71%, en el últi-
mo año, mientras estaba en libertad, se sitúa un 54%, y en el último mes, un 49%, ha-
biéndose reducido, en cambio, esta cifra al 21% en el último mes en prisión. ¿Cuál fue
este consumo en prisión? Pues tabaco (que se incrementa), cannabis y tranquilizantes
sin receta, signifique esto lo que signifique. Mientras que, en el resto de las sustancias,
singularmente alcohol, la diferencia entre la calle (más) y la prisión (menos) es muy
elevada. A pesar de ello, la mayoría de los que consumieron el último mes en libertad
cocaína y heroína, también las han utilizado el último mes en prisión. Todos estos datos
aparecen fuertemente condicionados con la variable edad, ya que el uso es muy alto
hasta los 25 años, desciende llamativamente a partir de los 35 años y es esporádico a
partir de los 55 años, lo que refuerza la idea de que sin la adecuada ponderación no po-
demos establecer la diferencia comparativa entre la población general y los/las presos/
as. Aunque el uso de tranquilizantes sin receta se mantiene en todas las edades.
En cuanto a sobredosis no mortales, un 15% de los presos las han sufrido en libertad,
y en la prisión, en cambio, ha sido de un 5%. No está claro, por cómo ha sido explota-
da la encuesta, si las prácticas de riesgo han aumentado o disminuido. Además, no se
incluyen datos sobre consumo de psicofármacos como si estos no fueran sustancias
psicoactivas. Este olvido es muy significativo, cuando diversas informaciones relatan el
creciente uso de estos en prisión, así como el incremento de muertes por sobredosis en
la que estas sustancias suelen estar presentes.
La presentación de los resultados de la ESPID trata de señalar que entre los internos
se ha producido y se produce mucho uso de sustancias psicoactivas. Pero lo cierto es
que, por errores de diseño, no lo demuestra. A la vez ,cuando se presentan estos datos, la
información mediática se limita a dejar constancia de que “la droga corre sin control por
las prisiones” y que “delitos y drogas son lo mismo”. Ya hemos visto que lo primero no

282
Nuevas miradas para otras cuestiones

AUTOR: es cierto, pero ¿y lo segundo? Pues tampoco, porque desde el notable trabajo realizado
no aparece hace ya 20 años en el Centro Penitenciario de Villabona, en Asturias (Rodríguez et al.,
en la bi-
1997), siguiendo el modelo empírico de las tres hipótesis causales que se ha expuesto
en el capítulo 6 (Otero-López, 1992), los siguientes trabajos de investigación han reite-
bliografía
rado que la existencia a la vez de ambas conductas tiene que ver con otras variables, en
con este
particular, familiares, como mayor número de hermanos y nivel económico, bajo nivel
año.
educativo y relativas a la salud, aunque a la vez es cierto que hay una relación predictiva
estrecha entre la edad de inicio y la posterior frecuencia del delito, así como el hecho
de que la mayor parte de este consumo sea callejero, es decir, más visible y propio de
ámbitos sociales marginales.
Lo que nos conduce a poder formular la hipótesis de que entre los delincuentes en-
carcelados abundan los que utilizan sustancias psicoactivas por factores comunes como
marginalidad, familias disfuncionales, bajo nivel de estudios y edad de inicio, quizás en
ambas conductas, muy temprana, lo que implica, primero, que las políticas de preven-
ción que utilizan el modelo de la detección precoz serían, en términos criminológicos,
las más útiles, y segundo, que la información mediática sobre drogas y delitos no es
correcta, sino que, como dijo la criminología positiva hace ya un siglo, los factores expli-
cativos son la desigualdad, la pobreza, la falta de oportunidades y de derechos sociales,
que establecen los mecanismos causales que conducen tanto a las sustancias psicoacti- AUTOR:
vas como a los delitos, aunque la relación entre ambos no ofrece ningún vínculo casual, ¿está bien,
como no lo ofrece “conducir sin carnet”, “haber hecho pellas de forma habitual a partir esto?
de los 12 años” o “crecer y reproducir familias disfuncionales”, situaciones que segura-
mente también reflejaría la ESPID si se preguntaran.
Desde la perspectiva de otros datos de IIPP, hay que señalar que en torno a un tercio
de los internos consumen heroína o cocaína (en especial, esta última), que más de 7.000
internos (agosto 2018) participan en PMM, que el sida ya es residual, que la evaluación
de los programas asistenciales y “los espacios asistenciales y de educación para la salud”
es muy positiva, que el grado de violencia se ha reducido de manera ostensible en los últi-
mos 10 años, pasando a ocupar el último lugar (o el primero desde la perspectiva de éxito)
de la Unión Europea. A la vez es cierto que los recortes sufridos por la sanidad peniten-
ciaria a partir de 2012, añadidos a las dificultades para coordinarse con los sistemas de
salud de las comunidades autónomas y, por supuesto, al exceso de utilización de psicofár-
macos, ya sean prescritos por la sanidad penitenciaria o recetados por el sistema de salud
externo sin considerar las prescripciones de IIPP, o resultado del creciente trapicheo con
ellos (dentro y fuera de las prisiones), han provocado un incremento de las muertes por
sobredosis desde 2017. Retomaremos la cuestión en el próximo capítulo, apartado 10.6.
En todo caso, estos hallazgos reafirman empíricamente que las teorías criminoló-
gicas de control social, que en este texto hemos llamado de derechos sociales, son las
más razonables para la prevención del delito, y que su aplicación en las prisiones está
modificando, de una forma radical, la realidad social y cultural de las IIPP.

283
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

9.3. La perspectiva de género aplicada a las sustancias psicoactivas

Más allá de la relación establecida entre género y la epidemia de heroína, así como las
referencias facilitadas para la cuestión de la prisión, debemos afrontar una mirada inte-
gral desde una perspectiva de género a la cuestión de las sustancias psicoactivas.

9.3.1. ¿Qué es la perspectiva de género?

La noción de perspectiva de género aparece por primera vez y como tal en la historia,
y como ya hemos adelantado, con la monografía etnográfica de Margaret Mead (1935),
Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas, en la que compara tres grupos tri-
bales muy diferentes de Nueva Guinea y se centra en particular en la descripción de
los roles masculinos y femeninos. Pero no son los mismos e incluso se intercambian,
tanto para unos como para otras, en cada grupo tribal, para designar y diferenciar mujer
de hombre y viceversa. Mead acuña el término género para identificar de quién habla
en cada momento. Un lenguaje que se generalizó en la antropología social durante las
décadas siguientes.
Más adelante, el psicoanalista Robert Stoller (1968), tratando de explicar la transe-
xualidad, utilizó el termino de Mead, para afirmar que sexo y género eran dos nociones
que no eran antónimos ni sinónimos, porque se referían a categorías diferentes, cada una
de las cuales implicaba una perspectiva singular, y que se expresaban a través del siste-
ma sexo/género. Finalmente, la socióloga e historiadora Ann Oakley (1972) aplica una
visión constructivista y una perspectiva de género a la historia de la mujer en Inglaterra
desde el siglo xvi hasta la actualidad, en su conocido libro Sex, Gender and Society, que
se tradujo en España con un extraño título (1977) y del que se derivaron la mayoría de
las definiciones que se utilizan en la actualidad.
La excursión histórica del párrafo anterior nos permite comprender que la perspecti-
va de género es una noción científica, construida a partir de trabajos empíricos, y que se
pueden expresar, bien como en el caso de ECOSOC (ONU) de la siguiente forma: “Pers-
pectiva de género es el proceso de evaluación de las consecuencias para las mujeres y los
hombres de cualquier actividad planificada, inclusive las leyes, políticas o programas, en
todos los sectores y a todos los niveles. Es una estrategia destinada a hacer que las pre-
ocupaciones y experiencias de las mujeres, así como de los hombres, sean un elemento
integrante de la elaboración, la aplicación, la supervisión y la evaluación de las políticas
y los programas en todas las esferas políticas, económicas y sociales, a fin de que las mu-
jeres y los hombres se beneficien por igual y se impida que se perpetúe la desigualdad.
El objetivo final es lograr la igualdad [sustantiva] entre los géneros”.
De una forma más simple como “una categoría analítica que deberían utilizar todas
las metodologías destinadas al estudio de las cuestiones, en particular las culturales y

284
Nuevas miradas para otras cuestiones

sociales, que afectan a lo masculino y a lo femenino y a la desigualdad de mujeres y


hombres, al margen o más allá de las diferencias sociales”. Se trata de metodologías que
implican “mirar de una forma diferente y más precisa” para poder comprender mejor los
hechos, las actitudes, los comportamientos y todo tipo de acontecimientos. Esta “mira-
da diferente” es la que nos ha permitido comprender de una forma más holística y más
exacta la epidemia de heroína.
No cabe duda de que el concepto perspectiva de género se sitúa en el territorio
del empirismo utilitarista y moral y, por tanto, debería ser uno de los elementos cons-
titutivos de la criminología, no solo en forma de análisis particulares sobre la mujer
delincuente, sino como una parte integral del paradigma de la disciplina en relación
con cualquier asunto. Y uno de estos asuntos es, sin duda, la cuestión de las sustancias
psicoactivas.

9.3.2. Perspectiva de género y sustancias psicoactivas

En la zarzuela Adiós a la bohemia, de Pablo Sorozábal, cuyo libreto escribió Pío Baroja
y que se estrenó en 1933, uno de los protagonistas canta, en un momento en que ya se
disponía de toda la experiencia histórica de lo que había sido el movimiento sicalíptico
en España, que con la “vida desordenada, el hombre puede perder algo; la mujer lo
pierde todo”. Este fue el único argumento (y el más amable) que al menos a finales del
siglo xx se utilizó en España para describir lo que ocurría les a las mujeres que utilizaban
sustancias psicoactivas, en particular, cocaína, al tiempo que ejercían la prostitución.
También es cierto que, en cambio, en el franquismo, a las usuarias de opiáceos, la mayo-
ría de clase alta conservadoras y religiosas, no se les atribuía esta “vida desordenada”,
sino que se suponía más bien que eran “señoras que trataban de ordenarla”, algo que se-
guramente también ocurrió con las mujeres con doble jornada y usuarias de anfetaminas
en la década de los años 60.
¿Por qué decía entonces Pío Baroja que “lo perdían todo”? Pues porque era cierto, ya
AUTOR:
que se suponía que dichas mujeres realizaban una cúmulo inaceptable de transgresiones.
no aparece
Por una parte, por no asumir el adecuado rol social de “ser una buena y adecuada mujer/
en la bi-
madre” (Aguinaga, 2004), por otra parte, por usar sustancias psicoactivas con fines ex-
bliografía clusivamente lúdicos y además por “andar por la calle” sin ocuparse de las tareas que les
con este asigna su rol y hacerlo además sin ninguna discreción. De entrada, tenemos que tener en
año. cuenta que muchas de estas mujeres son madres, porque la fecundidad de las usuarias de
drogas ilegales ha superado tradicionalmente la media del conjunto de las mujeres, al
menos durante la etapa de la epidemia de heroína (Comas, 2002).
En este caso se supone incluso que la maternidad conlleva la aplicación de fórmulas
de protección específicas, pero en realidad ocurre lo contrario, porque cuando una mujer
utiliza sustancias psicoactivas, en especial de la categoría administrativa drogas ilegales,

285
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

ni ella, ni en ocasiones sus hijos, reciben la adecuada protección. ¿Pasa lo mismo con los
varones que también son padres? Pues no parece, y en general la cuestión de su paterni-
dad es ignorada por la sociedad, las instituciones e incluso la red asistencial. La cuestión
es entonces: ¿por qué les ocurre esto a las mujeres y no a los varones? Una pregunta que
no se formuló como tal hasta finales del siglo xx.
Cuando se formuló dicha pregunta, la primera repuesta se refirió, como es lógico,
hacia la discriminación de las mujeres, puesto que era una obviedad empírica de la que
ya hablaba Baroja en la Zarzuela de Pablo Sorozábal. ¿Cómo funciona esta discrimina-
ción? Se la ha descrito de diversas formas, pero se refiere al hecho de que las mujeres
sufren sanciones sociales y culturales más intensas que los varones, y que estas san-
ciones se reflejan, en la imagen social de las usuarias de drogas, en un mayor grado de
rechazo familiar, en la actitud de las redes asistenciales, pensadas solo para los varones,
a las dificultades para acceder a las prestaciones, oportunidades y servicios sociales y,
en general, a un rechazo más radical y sistemático hacia su conducta, de lo cual en el
ámbito de las sustancias psicoactivas no faltan ejemplos (Cantos y Molina, 2017).
Se trata por tanto de un rechazo estructural que podemos describir con un término
propio de la antropología: extrañamiento. ¿Qué significa la expresión extrañar? Pues,
por una parte, excluir del grupo, que debe romper con la persona extrañada todos
los vínculos sociales, afectivos o solidarios, por otra parte, supone una pérdida de
derechos, entre los que son propios de cada grupo, y que le protegen. Es decir, si, por
ejemplo, una persona tiene derecho a no sufrir violencia, cuando es extrañada puede
ser objeto legítimo de esta, así, durante la epidemia de heroína, las mujeres sufrían
diversas formas de machismo cotidiano y de violencia que se consideraban legítimas
porque estas mujeres “eran lo que eran”, en la actualidad, esta actitud aún se manifiesta
incluso en el propio sistema judicial ante los casos de violencia de género (Arana y
Comas, 2017).
A la vez, esta persona extrañada no puede acceder y utilizar los mecanismos de
apoyo de los que disponen las redes sociales para responder ante los problemas o inci-
dencias que padecen algunos de sus miembros. ¿Todo esto les pasa a las mujeres que
utilizan sustancias psicoactivas? ¿Por utilizarlas? Pues no parece, sino por ser mujeres,
porque, como acabamos de decir, a los varones que lo hacen no les ocurre lo mismo.
Aunque a la vez se alude a que “a las mujeres que no actúan (no consumen) de esta
manera no les pasa nada de todo esto”. Una típica ambivalencia que trata de salvar la
práctica de una discriminación de género, porque insistimos, “a los varones que sí ac-
túan (consumen) de esta manera tampoco les pasa nada”, salvo los problemas propios
de la toxicomanía.
¿Cuándo ha comenzado a percibirse todo esto? Pues en el ámbito estricto de las
sustancias psicoactivas hace menos de dos décadas, con el trabajo pionero de Nuria
Romo al que nos hemos referido antes (Romo, 2001), y después por la financiación de
proyectos con perspectiva de género por parte de las administraciones de drogas y en

286
Nuevas miradas para otras cuestiones

particular con las intervenciones y las investigaciones de dos entidades del tercer sector,
por una parte, la Fundación Atenea (www.fundacionatenea.org) y la Fundación Salud y
Comunidad (www.saludycomunidad.org), que, además, han creado con otras similares
la Red Género y Drogas (www.generoydrogas.org). Un resumen excelente, completo y
actual de las aportaciones de las diferentes autoras/es que trabajan en el campo de las
sustancias psicoactivas y el género, puede encontrase en una publicación de la Univer-
sidad de Deusto (AA.VV., 2017).
Conviene tener en cuenta que la criminología no ayuda demasiado a expresar una
perspectiva de género en el ámbito de las sustancias psicoactivas, en gran medida por-
que la historia de las explicaciones y las teorías criminológicas se caracterizan, de una
forma quizás más intensa que otros campos de investigación, por la exclusividad de los
modelos masculinos, en parte porque los hombres eran los protagonistas del delito, en
parte porque las mujeres como tales tenían un tratamiento diferencial en todas las legis-
laciones, un tratamiento que se presumía más benévolo, pero que, en realidad, y para el
mismo delito, era más drástico y punitivo. El ejemplo de la infidelidad o el aborto, in-
cluso cuando era una decisión de la pareja, es de lo más significativo. Por si fuera poco,
ocurre que las mujeres no solo sufrían sanción penal o administrativa, sino que también
sufrían, y sufren, las formas de rechazo social del extrañamiento con implicaciones más
intensas que cualquier sanción penal (Collier, 1998).
La perspectiva de género supone, en el ámbito de la criminología, explicar cómo la
condición de las mujeres, como delincuentes o como víctimas, es diferente a la condi-
ción de los varones. La desigualdad de género no ha sido analizada en lo que el propio
Richard Collier (1998) ha llamado una criminología masculinizada porque solo habla
de delincuentes masculinos. Justificándose en el hecho cierto de que la mayoría son
varones.
En el caso de la criminología, la cuestión de género, quizás por su propia complejidad
y por la especial discriminación diferencial sufrida, pero también por el hecho paradójico
de que “las organizaciones feministas, para soslayar posibles rechazos sociales, prioriza-
ron sus esfuerzos hacia la defensa de la mujeres que no presentaban rasgos de exclusión
o marginalidad” (Arana y Comas, 2017), ha tardado en tomar cuerpo, aunque en la actua-
lidad ya se ha desplegado una potente perspectiva de género en criminología, pero muy
centrada en la cuestión de la violencia de género y en la violencia sexual (Hayward, 2010;
Renzetti, 2013; Barberet, 2014).
Como consecuencia, vamos a centrar nuestra mirada en la cuestión de las sustancias
psicoactivas, un espacio en el cual la perspectiva de género es aún más reciente y ade-
más un tanto alejada del ámbito criminológico, en parte porque la perspectiva de género
en el ámbito de las drogas ha comenzado a ser considerada muy tarde y en parte porque
su elaboración afronta dificultades conceptuales y metodológicas importantes, además,
se trata de un tema que, como ya se ha explicado, no ha interesado demasiado ni al femi-
nismo, ni, por supuesto, a gran parte de los varones que ya trabajaban sobre este ámbito.

287
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Por este motivo, la mayor parte de la literatura científica con una perspectiva de género
en España y en el ámbito de drogas, no solo es reciente, sino que ha sido elaborada por
mujeres que ya trabajan, algunas desde hace años, como profesionales en el mismo ám-
bito o campo de conocimiento. Lo cual implica una mirada muy experimentada, pero
también muy cotidiana (López, 2009).

9.3.3. Qué nos aporta la utilización de una perspectiva de género

La construcción de una perspectiva de género ha aportado, en relación con las sustancias


psicoactivas en España, algunos hechos que, en este momento, ya no se pueden obviar.
En parte porque responde a una exigencia de derechos, de justicia y de igualdad, pero
también ha aportado datos y resultados sobre el campo de las sustancias psicoactivas
que de otra forma no se habrían percibido. En este sentido, podemos y debemos com-
partir con el feminismo que la perspectiva de género no solo es una cuestión ética, sino
también una cuestión de mejora global del conocimiento, porque sin esta perspectiva
de género son muchas las cosas que resultan inteligibles en la dinámica general de las
sustancias psicoactivas.
Expresado en otros términos, la mirada de género nos aporta una visión diferente
de las sustancias psicoactivas, desde todos los vértices del hexágono del sistema de las
sustancias psicoactivas que conforma la criminología. Nuestros conocimientos globales
sobre este campo cambian y se transforman al aplicar una perspectiva de género. Por
tanto, la perspectiva de género no se limita a “cambiar la percepción sobre mujeres y
sustancias psicoactivas”, sino que modifica todo el conocimiento general sobre las sus-
tancias psicoactivas. Se trata de un cambio científico general y quizás el más importante
de las tres últimas décadas.
La epidemia de heroína es un buen ejemplo, también lo son algunas aportaciones
en otras áreas de la criminología, como, por ejemplo, en el tema de mujeres y prisio-
nes, que en muchas ocasiones ha optado por analizar la relación prisiones, drogas y
género (Yagüe, 2006 y 2007; Alameda, 2007 y 2012; Añaños-Bedriñana, 2017) . Lo
cual parece vinculado a la aprobación, en el año 2009, por parte de Naciones Unidas
de las “Reglas para el tratamiento de las reclusas y medidas no privativas de libertad
para las mujeres delincuentes (reglas de Bangkok)”, un acuerdo que gestiona la ONU-
DOC, pero en realidad los trabajos citados suponen un cambio sustancial en la visión
general de las prisiones
Está claro que, sin duda, necesitamos un manual general y específico que facilite
una perspectiva de género en el ámbito general de la criminología, pero en este punto
podemos contribuir a este visualizando, de forma provisional, algunas aportaciones de
carácter estructural que la perspectiva de género ha aportado en el marco transdiscipli-
nar de las sustancias psicoactivas.

288
Nuevas miradas para otras cuestiones

En primer lugar, debemos mencionar el hecho de la utilidad funcional de las imá-


genes públicas de las primeras mujeres usuarias de sustancias psicoactivas, para con-
formar, mediante las imágenes cosificadas y sexualizadas de mujeres jóvenes usando
sustancias psicoactivas, una forma de marketing con éxito para impulsar el uso de
dichas sustancias. Un marketing que nadie recuerda porque las posteriores imágenes,
cuando la epidemia ya se implantó, de deterioro físico y social, se conservan mejor en
el imaginario social.
Se trata, en todo caso, de una forma de explotación publicitaria, muy tradicional, de
la imagen de algunas mujeres, que, por supuesto, nunca ha incluido ninguna compensa-
ción económica o monetaria, a través de la cual, las mujeres, por el simple hecho de ser
mujeres, conforman y refuerzan el mercado de las sustancias psicoactivas, que son uti-
lizadas mayoritariamente por varones. Por cierto, se trata de un mecanismo que explica
el inicio y la expansión del uso de sustancias psicoactivas, al que nunca se alude en los
programas preventivos, quizás por el temor de hablar a los adolescentes varones de cómo
su socialización machista puede producir esta consecuencia en sus vidas.
Resulta muy evidente que las imágenes morbosas de mujeres fueron necesarias en
el desarrollo de la epidemia de heroína en España, pero se trata también de un valor
subterráneo del que ya tenemos constancia con el movimiento sicalíptico a principios
de siglo (Zubiaurre, 2014), durante el franquismo se mantiene, primero con la explo-
sión de la prostitución en la década de los años 40 (Núñez, 2003), después, en los años
50, cuando cobra fuerza el mito la figura machista del PM, sigue en el tardofranquismo,
cuando se conformó la figura de la mujer liberada y el ideal liberal de que “la pros-
titución era una buena opción para situaciones desesperadas” y, finalmente, ya en la
transición, cuando las figuras femeninas fueron claves para promocionar la cultura de
la heroína.
Esta imagen promocional es tan importante que, con la mera observación de cual-
quier medio de prensa con independencia de su posición ideológica, religiosa o política,
podemos constatar que, al hablar de drogas, hay casi tantas imágenes de mujeres (y en
algunos medios más) que de hombres, cuando la relación de usuarios/as es de 20/80.
Hasta un determinado momento, las imágenes son bastante mojigatas, aunque atracti-
vas, pero a partir del año 1978, las mujeres usuarias de drogas aparecen casi siempre
semidesnudas, a la manera de un actual anuncio publicitario, al tiempo que nos cuentan
que usan drogas y sugieren que practican sexo de una manera muy abierta. Es la misma
lógica que una parte importante de los actuales anuncios.
Las mujeres cuyas imágenes se utilizan a modo de promoción eran a la vez recha-
zadas y castigadas, pero también desechadas con mayor intensidad que los varones, en
gran parte porque ya no servían para promocionar la cultura liberal de las sustancias psi-
coactivas. También es cierto que a partir de un determinado momento, las imágenes de
deterioro femenino comenzaron a aparecer en la prensa, impulsadas por las instituciones
y algunas organizaciones que “luchaban contra las drogas”, pero, de nuevo, aparecieron

289
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

en una proporción muy alta, quizá porque se pensaba que utilizar aquellas figuras feme-
ninas tan deterioradas tendría mayor impacto preventivo.
En este punto debemos preguntarnos: ¿también fueron necesarias como usuarias?
Sí, porque el uso de drogas aparecía como un componente esencial de una imagen de
transgresión que relacionaba sexo y drogas, lo que facilitaba la imagen publicitaria de
una mujer sexualizada, joven, atractiva, insinuante, escasamente vestida y abierta a
oscuras (en el sentido que nunca se especificaban) prácticas sexuales, que además era
drogodependiente.
Como consecuencia, y en segundo lugar, las mujeres, como personas reales y como
cuerpos físicos, también eran necesarias para sostener el entramado cotidiano de la to-
xicodependencia. Eran, son, a la vez cuidadoras y proveedoras de recursos, bien a través
de su proyección sexual (desde la prostitución hasta la simple presencia, dependiendo
en todo caso de un varón concreto en grupos muy masculinizados) bien a través de la
obtención de otros recursos, siempre en dependencia de los varones. Los adictos varones
que están solos tienen menos oportunidades y además se deterioran física y psicológica-
mente con mayor facilidad.
Las mujeres podían ser usuarias de determinadas sustancias psicoactivas y a la vez
rehuir este rol dependiente y sumiso, como así ocurrió en la primera etapa de las drogas
de diseño y la música bacalao, pero se trataba de una situación temporal y provisional,
porque la desigualdad de género y el rol de ser mujer operaban desde lo estructural, des-
truyendo aquel ambiente, limitado y delimitado, de igualdad.
Con estas dos primeras aportaciones hemos aprendido que se han utilizado tanto las
imágenes de mujeres como a las mujeres reales, para incitar y expandir los consumos,
pero también como personas con roles subordinados que son explotadas y utilizadas
para sostener el entramado de los procesos de desviación.
En tercer lugar, el uso de drogas se ha conformado como un mecanismo muy útil
para la pervivencia de las viejas formas del machismo. Un tipo de desigualdad de gé-
nero más o menos tradicional, que se ha disfrazado de una cierta benevolencia ya que
“se invitaba a las mujeres a participar en el uso de sustancias psicoactivas y en prácticas
sexuales más o menos promiscuas” y que se entendía, y se interpreta, como “una opor-
tunidad de las mujeres para equiparase a los varones”, cuando en realidad se convertían
en sus víctimas. Ya en las primeras etapas de la epidemia de heroína resultó evidente
que la mayor parte de las mujeres se iniciaban en el uso de aquella sustancia a partir de
una pareja, en general de un varón, que tras darles la “oportunidad de utilizar drogas”
comenzaba a explotarlas y a manipularlas de diferentes formas, bien como cuidadoras o
bien como proveedoras.
Además, esta pareja podía generar una doble dependencia, por una parte, química
y por otra parte emocional, de la que resulta muy difícil escaparse y que explica no solo
la explotación y la manipulación masculina, sino también la posibilidad de mantener
estilos de comportamiento machista que en el resto de la sociedad comenzaban a ser mal

290
Nuevas miradas para otras cuestiones

vistos, aunque ciertamente no superados del todo. Ha sido muy común que el usuario
varón encargue a la mujer operaciones de adquisición y le cargue con la culpa cuando
estas fracasan, de tal manera que le genera una obligación de “conseguir como sea la
sustancia”, que incluye prácticas de prostitución, en algunos casos solo en situaciones
de trapicheo, pero en otras para conseguir dinero.
En cuarto lugar, se ha podido constatar de forma empírica como este estatus provo-
caba un rechazo selectivo y una marginación asistencial hacia las mujeres usuarias de
sustancias psicoactivas, de tal manera que eran consideradas casos muy difíciles porque
su vida, y su rehabilitación incluso, dependía de su pareja. Un varón tenía menos de-
pendencia emocional de su pareja y podía rehabilitarse por sí solo ignorando a la mala
mujer que le había acompañado, en cambio, una mujer no lo hacía si su pareja no le
acompañaba (Cantos, 2016).
Como consecuencia y en quinto lugar, este reconocimiento empírico no solo ha
exigido un replanteamiento de las necesidades terapéuticas específicas de las mujeres
(Rekalde y Vilches, 2005; López y Segarra, 2009). Un hecho que conocemos desde la
época de la criminológica positiva de Adolphe Quetelet, cuando se estableció que las
mujeres delincuentes son menos, sin percatarse de que también son distintas y deben ser
tratadas de una forma diferente y ser objeto de políticas de intervención muy distintas.
En este momento sabemos que existe una gran variedad de situaciones en el es-
pectro de trastornos por sustancias psicoactivas, en el que la condición de género es un
factor que contribuye a expresar dicha diversidad. Además, no se trata de una expresión
común y propia de todas las mujeres, pero sí de una expresión diferencial de género que
se expresa en todos los casos.
Dicho en términos más sencillos, la relación de las mujeres con las sustancias psi-
coactivas es diferente a la relación que suelen mantener los hombres, entre otras cir-
cunstancias por razones biológicas, de contexto cultural (en particular, la identidad de
género) y especialmente por el estilo emocional de vida, pero a la vez estas diferencias
con los varones, aunque son más o menos comunes, no conducen de forma inevitable
ni a etiologías únicas ni a rasgos comunes de todas las mujeres que usan sustancias psi-
coactivas, mostrando un espectro de trastornos tan amplio entre ellas como distinto al
de los varones.
Finalmente, y en sexto lugar, cabe destacar que las mujeres usuarias de sustancias
psicoactivas son víctimas preferentes de la violencia de género y sexual, con resultados
empíricos muy exagerados, especialmente en lo que se refiere a violencia de género, ya
que cuatro de cada cinco han sido víctimas de esta (Urbano, 2017), a la vez por su con-
dición de toxicómanas sufren el rechazo social e institucional de las políticas de género,
que deberían priorizar su situación, pero que en realidad se encuentran afectadas por el
estereotipo de su condición y su rol de mujeres “incorrectas, perversas y viciosas” en
las que “no se puede confiar y por tanto con las que es muy difícil intervenir” (Arana y
Comas, 2017).

291
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

No dejes de leer
La “fiesta blanca” como expresión actual de la desigualdad de género

Los estudios empíricos sobre la prostitución, en particular aquellos basado en el


seguimiento de los llamados foros de puteros en internet, han puesto en evidencia
la frecuente demanda de mujeres que realicen “fiestas blancas” en contextos de
prostitución. ¿Qué es la “fiesta blanca”? Pues la exigencia por parte de un impor-
tante número de estos “puteros” de que la mujer a la que contratan consuma
algún tipo de droga, en particular cocaína, que es la sustancia que le da el nombre
a dicha práctica (Nieves, 2018).
La frecuencia de dicha demanda contrasta con el hecho de que se trata de
una práctica más cara que otras demandas sexuales, ya que el demandante debe
pagar la sustancia (para ambos) y además las prestaciones sexuales suelen enton-
ces encarecerse.
En parte es más caro porque hay más riesgos, incluido un posible descontrol
y un cierto grado de violencia, y especialmente porque algunas demandas incluyen
la condición de que la mujer “no sea consumidora habitual” porque se considera
que son adictas y como tales sufrirán algún tipo de deterioro físico y psíquico que
reduce su atractivo. Obviamente, en el ámbito de la prostitución, donde la ficción
juega un papel muy relevante, esta condición se cumple o no se cumple, pero lo
importante es que el usuario de la prostitución se lo crea. En todo caso, se exige
un “consumo compartido explícito, visible y real”.
¿Qué se pretende con la “fiesta blanca”? Pues en primer lugar, se trata de re-
crear o construir un supuesto de complicidad que justifique el uso de cocaína por
parte del varón, es decir, ya no se trata de un consumo, sino de parte de una fiesta
o de una relación sexual en la que participa otra persona. En segundo lugar, si el
uso de la prostitución implica “poder sobre el cuerpo de la mujer”, el añadido de
la cocaína supone “poder sobre el cuerpo y la mente”, un sucedáneo de sumisión
absoluta por el que se paga un sobrecoste.
En tercer lugar, se exige que la mujer no sea una adicta porque en este senti-
do el varón siente que la inicia como remedo de una pérdida de virginidad simbólica
que implica la condición de pervertidor de la inocencia. Obviamente, nada de esto
aparece en los foros, en los que se habla más bien de “placer, satisfacción y dura-
ción”, especialmente cuando se utiliza combinando la forma esnifada con la forma
cutánea en otras mucosas, lo cual es sorprendente en una sustancia psicoactiva
que se utiliza como un potente anestésico tópico.
Esto ocurre porque, en realidad, la referencia al “placer y la satisfacción” tiene que
ver con la dominación sexual y de género como rasgo cultural aprendido e interiori-
zado culturalmente. En una sociedad en la que muchas prácticas de dominación mas-
culina ya, al menos, no son fáciles, la “fiesta blanca” es una forma de volver a obtenerlas.

292
Nuevas miradas para otras cuestiones

Es además un claro ejemplo de valor subterráneo, porque en un pasado no


tan lejano se exigía que las mujeres que se ofrecían como prostitutas, compar-
tieran consumo de alcohol, pero hoy en día, en los foros aparecen recomen-
daciones como “lleva tu propia cocaína porque si te la proporciona ella hace
trampas, como cuando en otro tiempo lo que había en el vaso parecía güisqui,
pero era manzanilla”.
¿Qué supone para las mujeres la demanda de “fiestas blancas”? Pues que tie-
nen que utilizar una sustancia psicoactiva que seguramente no han utilizado o no
quieren utilizar. Una obligación ligada al dinero obtenido, para sí mismas en algunos
casos, pero en otros para la organización que las prostituye. También supone que
muchas “fiestas blancas” seguidas acaban por producir dependencia y que por
una parte, el dinero obtenido en la prostitución acaba en las arcas del vendedor
de cocaína, y por otra implica un importante deterioro de su salud. No estamos
tan lejos de los tiempos de la cultura sicalíptica, donde las mujeres simulaban actos
homosexuales, porque así justificaban que “se prostituían por vicio”.

9.4. Sustancias psicoactivas y exclusión social

El ya clásico texto criminológico sobre la Sociedad excluyente (Young, 1999), nos ofre-
ce una visión, en todo caso bastante acertada, de una sociedad que no respeta los de-
rechos sociales y, por tanto, produce el delito y, añadimos también, los problemas con
las sustancias psicoactivas. Algo que, recordemos de nuevo, la criminología positiva
española ya tenía muy claro.
Para Jock Young, en el ámbito criminológico, al igual que para Boaventura de Sousa
desde la antropología o para Loïc Wacquant desde la sociología, y de forma empírica, se
constata que si bien “el delito es universal la aplicación de la justicia es discrecional”,
pero todos ellos plantean que “no debemos considerar esto una distopía irreversible,
sino un objeto de trabajo e investigación desde el que diseñar intervenciones razonables
y justas”. Por este motivo, en los tres casos se diferencian dos formas de control social,
por una parte, el meramente represivo, y por otra, el que “amplía los derechos indivi-
duales y (en particular) los sociales”. El ejemplo más citado de Jock Young refiere a
las cámaras públicas, que reducen el margen de la intimidad, pero a la vez demuestran
cómo ciertos comportamientos, en su caso la violencia policial, pueden denunciarse con
mayor claridad. Es decir, la tecnología es ambivalente, lo mismo que “la pérdida de la
cortesía” que nos facilita la denuncia y, por supuesto, la incertidumbre y el desorden
que produce el mercado, así como el excesivo individualismo neoliberal. Todo ello son
fuentes de distopía, pero también oportunidades para evitarla.
Una ambivalencia que se manifiesta en la relación de la exclusión social y las sus-
tancias psicoactivas, en la que es necesario considerar dos procesos antagónicos, por una

293
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

parte, “la exclusión como mecanismo causal del uso de sustancias psicoactivas”, y por
otra, para “el uso de sustancias psicoactivas como mecanismo causal de la exclusión”.
En otros términos, la persona con problemas debido al uso de sustancias psicoacti-
vas procede en muchos casos de la exclusión social, pero también ocurre que su origen
no es precisamente este, más bien que a consecuencia de su consumo, camina hacia
este. La perspectiva de género nos ha permitido entender que, en el caso de las mujeres,
por su condición de tales, este proceso es mucho más profundo y acelerado. Pero para
comprender esto también debemos entender que precisamente más allá de la relación
causal exclusión/sustancias psicoactivas, también existe una relación causal sustancias
psicoactivas/exclusión.
De hecho, a lo largo de los dos últimos capítulos se ha mostrado cómo, en España y de
manera global, aparece un modelo causal en forma de U, de tal manera que en los dos ex-
tremos del sistema de estratificación social (los más ricos y los más pobres) se han utiliza-
do más sustancias psicoactivas que en el nivel intermedio. Además, con frecuencia, como
ocurrió en el caso de la heroína, el uso de una sustancia comienza, como una nueva moda,
el nivel social alto, mientras que su expansión en el nivel más bajo suele ocurrir al final de
la etapa. Obviamente, existen excepciones, aunque casi ninguna es española, como, por
ejemplo, el crack (comenzó entre prostitutas afroamericanas), la pasta base (chicos y chi-
cas de la calle en Latinoamérica) e incluso algunos fármacos como los opiáceos sintéticos
(trabajadores pobres en paro, como veremos en los próximos capítulos).
En general, las clases medias y trabajadoras (que, en España, con más o menos in-
gresos, pero con una identidad social muy marcada, representan más de dos tercios de
la población) mantienen un uso de sustancias psicoactivas más discreto y controlado,
aunque no siempre es así, dependiendo del momento y la sustancia.
A la vez, en España, el modelo general presenta un perfil etario peculiar, ya que
algunas personas, pocas, inician el uso de drogas, en particular alcohol, cuando son ado-
lescentes menores de edad, la mayoría se inician mientras son jóvenes mayores de edad,
primando el modelo experimental de usos esporádicos y el modelo recreativo de fines
de semana. Una parte de estos usuarios siguen consumiendo alguna o varias sustancias,
y también para parte de ellos se convierte en una conducta compulsiva, por lo que pasan
a ser etiquetados como toxicómanos, drogodependientes o adictos.
Cuando esto ocurre, y salvo aquellos que cuentan con importantes recursos familia-
res, que tardan más, comienza un proceso de deterioro psicosocial, en general, entre los
25 y los 30 años, pierden sus empleos, los apoyos sociales y familiares, pueden delinquir
y ser condenados a penas de cárcel, lo cual les conduce a confluir con aquellos que han
llegado a la misma situación, aunque con mayores habilidades para buscarse la vida,
procedentes de ámbitos de exclusión social. Como consecuencia, una parte importante
de usuarios habituales de sustancias psicoactivas, tras un determinado tiempo y trayec-
toria, acaban por formar parte del colectivo de excluidos sociales. Pero no es lo mismo
proceder que haber llegado.

294
Nuevas miradas para otras cuestiones

¿Podemos identificar a los unos/as y a los otros/as? Obviamente es fácil, solo hay
que preguntar por su procedencia y su trayectoria (su historia personal), y así los pode-
mos distinguir. ¿Pero qué significa esto? Pues en este momento, y al margen de tópicos,
no está claro, en una gran medida porque los protocolos y las prácticas no suelen incluir
la determinación del origen social de los atendidos, e incluso algunos profesionales lo
consideran discriminatorio. Pero, de hecho, esta información es estratégica para mejorar
la intervención, y quizás no se considera de forma explícita, pero sí se hace de forma
implícita.
Ambos grupos comparten características comunes, por ejemplo, son víctimas de
un alto nivel (por frecuencia e intensidad) de violencia (Urbano, 2017), pero ¿de igual
manera? No se sabe, y algunas opiniones indican que aquellos que proceden de ámbi-
tos marginales padecen un mayor grado de victimización, mientras que otras opiniones
insisten en considerar que los que proceden de ámbitos sociales con recursos son las
victimas preferentes, aunque algunos les consideran más bien victimarios, porque es-
tán más empoderados socialmente. Necesitamos disponer de resultados empíricos sobre
esta cuestión.
De forma especial, necesitamos comprender esta cuestión para trabajar en la supera-
ción de las barreras que limitan la efectiva inclusión en la sociedad bien de unos o bien
de otros. Se trata de barreras muy cotidianas, muy primarias y su reciente sistematización
(González y Comas, 2018), nos permite entender que, por ejemplo, en España, las difi-
cultades para dejar la calle y el estilo de vida propio de un toxicómano puede depender
de tener el DNI (o el NIE) caducado, lo que le impide acceder a la mayoría de los recur-
sos sociales, hasta carencias en la salud bucodental que le impiden relacionarse con los
demás, pasando por el temor al rechazo por la falta de higiene, que le impide realizar
acciones que para otros ciudadanos son inconscientes y automáticas. En el fondo, estas
barreras resultan incomprensibles para la mayoría de los ciudadanos porque, por ejem-
plo, ¿qué dificultad tiene obtener un DNI? Pues muchas, como su coste, aunque sea poco
más de 10 euros, acudir a un centro de expedición donde hay policías y quizás te hagan
preguntas como, la mayor limitación para muchos/as: “¿Cuál es tu domicilio?”. Y como
indiques uno diferente al anterior, deberás estar empadronado en él.
Se trata de barreras inexistentes para el resto de los ciudadanos, pero desmesuradas
para las personas en situaciones de exclusión social extrema y que por este motivo no
acuden a los recursos asistenciales disponibles. Los que partieron de una situación de ex-
clusión social previa se deterioran social y personalmente antes, los que partieron de una
situación más normalizada quizá tarden más, pero el destino final, aunque no siempre, es
similar. A la vez, tanto unos como otros arrastran en su destino a otros, parejas e hijos/
as. Y todo esto ocurre en un contexto en el que existen procedimientos de intervención
para evitarlo. Pero quizás algunos, los que proceden de ámbitos sociales muy margina-
les, necesitan otras muchas cosas, mientras otros, los que proceden de ámbitos sociales
privilegiados, no necesitan tanto y se pueden autogestionar de alguna manera. También

295
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

es posible que los primeros cuenten con más apoyos familiares en el propio ámbito de la
exclusión, mientras los otros han sido rechazados por sus familias de origen.

9.5. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate

Primera propuesta

Localiza a algún profesional que haya trabajado en un centro asistencial específico


sobre drogas utilizando de verdad el modelo biopsicosocial y realiza una entrevista
individual intentando averiguar si su experiencia personal y profesional se corres-
ponde con la idea de “una lucha por el reconocimiento”. En una entrevista de esta
naturaleza no hay que sugerir nada sino solo escuchar. Después interpreta lo que
te cuente.

Segunda propuesta

Este es un ejercicio que no deben hacer los/las que trabajan o han tenido relación
con las IIPP. Para el resto, deben elegir las cinco imágenes o escenas (una película,
una serie o una información con imágenes) que más te han impactado con rela-
ción a las prisiones. Después toma cada uno de estos relatos y trata de olvidar que
ocurren en prisión, y descríbelos como si los hubieras visto o vivido en tu entorno
personal. Contesta a la pregunta: ¿cómo los describirías ahora?. Y reflexiona sobre:
¿qué emociones me producen?

Tercera propuesta

El alumnado debe tener claro que el relato sobre los antecedentes conceptuales y
teóricos, que en todo caso son necesarios para poder explicar y analizar los hallaz-
gos empíricos, en ocasiones puede contener interpretaciones sobre determinados
autores e incluso, en ciertos casos, tergiversaciones. Por esto aconsejamos deter-
minadas lecturas en directo, en principio las más fáciles, sencillas y cortas. Leer
los textos originales es una manera de protegerse frente a estas interpretaciones
sesgadas, que con frecuencia solo son copia de las ideas de otras interpretacio-
nes precedentes. En este capítulo hemos aconsejado, y lo reiteramos vivamente,
la lectura original de el Panóptico, sobre el que seguramente ya has leído algunas
versiones muy críticas. Tienes que tener en cuenta que algunos autores intentan
convencernos de que debemos olvidar conceptos y teorías para realizar solo traba-
jos empíricos que nos proporcionen elementos para producir procedimientos. Pero
todo trabajo que es solo empírico se sustenta en una determinada ideología, por
esto, que no sepamos cuál es esta ideología, produce un saber acientífico en el que
no debemos confiar. Lee a Bentham (y también a Beccaria) para impedir que te

296
Nuevas miradas para otras cuestiones

ocurra esto. En el capítulo 12 describiremos las consecuencias de esta actitud para


la criminología. Mientras tanto, lee el Panóptico, sitúalo en su época y extrae tus
propias conclusiones.

Cuarta propuesta

Imagina que no tienes 10 euros (o que te falta algún papel) para obtener el DNI
y durante un tiempo, el que aguantes, elimina de tu vida cotidiana todo aquello
que obtienes gracias a tenerlo, desde tu móvil a poder viajar en avión pasando por
el uso de tarjetas, matricularte en la universidad o conseguir una habitación en
una pensión. No vale decir, “es una tontería y me lo saco y ya está”. No tienes ni
tan siquiera que renunciar a utilizar tu dinero, tu coche (aunque se supone que no
tienes carné de conducir) o tu vivienda. Pero vincula tus experiencias a la idea de
que vives en una jaula social de la que no puedes salir para hacer cosas “normales,
simples y cotidianas” e intenta interpretar cómo se transforma tu actitud personal
en esta situación.

297
10
Cambios que deberían
transformar percepciones

Una vez expuestas las partes conceptuales y las teóricas, así como la evolución del
tema de las sustancias psicoactivas en España, debemos añadir algunas cuestiones
concretas que nos ayudarán a comprender lo que ocurre en la actualidad. Se trata de
determinadas cuestiones elegidas por su importancia estratégica, que plantean más
preguntas que respuestas, pero que no debemos dejar de lado porque son, justamente,
la cuestiones que se deben y se pueden afrontar desde la criminología.
En todo caso, se trata de hechos que ya han sucedido o que están actualmente su-
cediendo, pero sobre los que el conocimiento empírico y la razón pragmática (y ética)
aún no se han pronunciado del todo. En este sentido, algunos autores alegan, desde
Kant, que “de aquello que no se sabe mejor no hablar”, lo que implica que al alumnado
se le deben facilitar solo informaciones científicas contrastadas, que le ofrezcan “la
verdad del conocimiento”. Por un lado, ya hemos visto que, al menos en la perspectiva
de las sustancias psicoactivas, la etiqueta de verdadero es directamente una fuente de
fundadas sospechas de parcialidad, pero, por otro, además, ¿le basta al alumnado este
aprendizaje o también le convendría conocer los retos a los que se va a enfrentar como
profesional en el futuro?
En este manual, la respuesta es clara: el conocimiento científico es importante, pero
tan importante como la conciencia de los retos profesionales. En este punto se puede
aludir a “componente generacional del conocimiento” (Comas, 2014). La generaciónAUTOR: no
docente aporta el conocimiento y las respuestas obtenidas a los retos para los que seaparece este
ha alcanzado alguna respuesta en su momento histórico. Pero ¿existen aún retos sinaño en la bi-
respuesta? ¿Es necesario conocerlos para que las nuevas generaciones los afronten conbliografía.
el máximo de información? La respuesta también es clara: la permanente evolución de
conocimiento siempre produce nuevos retos. Por tanto, hay que pensar en el futuro pre-
visible, pero siendo muy prudentes para evitar los argumentos contrafácticos y la ficción
literaria.

299
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

10.1. España: estabilidad del uso de drogas ilegales, descenso de los


problemas asociados y relajo parcial del imaginario social

Una vez explicado cómo y por qué se iniciaron en España los problemas con las sus-
tancias psicoactivas, podemos y debemos tratar de presentar, en la perspectiva del año
2018, cuando se escribe este texto, cómo han ido cambiando. Primero nos vamos a
centrar en tres aspectos clave: la evolución del uso de las sustancias, la de los problemas
asociados y, finalmente, cómo se ha modificado el imaginario social.

10.1.1. Evolución de los datos epidemiológicos

En España, como ocurre en la mayoría de los países, los datos “epidemiológicos”, es


decir, el porcentaje social de personas que han utilizado o utilizan sustancias psicoacti-
vas y algunos de los problemas que estas les ocasionan, se miden mediante un sistema
de encuestas, con una estructura muy parecida a las encuestas de victimización, ya que
es el propio entrevistado quien declara si ha utilizado o no cada una de las sustancias
mencionadas,
Las primeras encuestas en España fueron realizadas por el Instituto de la Juventud
(INJUVE), en la década de los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado, siendo
la más conocida la encuesta del año 1983 (Comas, 1984). Por su parte, el Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS), al tiempo que realizaba las primeras encuestas de
victimización, diseñó y realizó unas quince encuestas sobre drogas, a la que se añadie-
ron las realizadas por la Dirección General de Salud Pública (1985) del gobierno central,
por Cáritas Española (1985) y por algunas comunidades autónomas, ayuntamientos y
universidades.
En el año 1989, el CIS encargó el diseño de un Sistema de encuestas continuas sobre
drogas a partir de la experiencia acumulada por este organismo y en la perspectiva de las
limitaciones de esta metodología (Comas, 1989). La idea era realizar cada dos años unaA U T O R :
encuesta a población general y otra a escolares de enseñanzas medias. Al año siguiente,no apare-
el Plan Nacional sobre Drogas (PNsD) decidió asumir la dirección de dichas encuestascen estos
y encargó otro diseño que siguiera las pautas del sistema del NIDA (Comas, 1990). Laaños en la
primera encuesta de la serie, a población general, la realizo el CIS en 1991; pero al añobibliogra-
siguiente, el PNsD decidió realizarla de forma directa mediante un concurso públicofía.
dirigido a empresas de estudios de mercado.
La razón fundamental que explica esta decisión es que el CIS debe facilitar, por
ley, los datos y, en particular, los microdatos de la encuesta en un tiempo muy limitado
y controlado, que en la práctica y en la actualidad nunca supera los dos meses. El con-
trol de estos procedimientos está además en manos de una comisión parlamentaria. En
cambio, otros organismos públicos no tuvieron que afrontar obligaciones temporales,

300
Cambios que deberían transformar percepciones

e incluso la Ley 37/2007 sobre “normativa reguladora de datos abiertos”, modificada


por la Ley 18/2015, indica que las administraciones públicas, salvo el CIS, “facilitarán
sus documentos en cualquier formato o lengua preexistente, pero también procurarán,
siempre que ello sea posible y apropiado, proporcionarlos en formato abierto y legible
por máquina conforme a lo previsto en el apartado anterior y conjuntamente con sus
metadatos, con los niveles más elevados de precisión y desagregación. Tanto el formato
como los metadatos, en la medida de lo posible, deben cumplir estándares y normas
formales abiertas. Esto no implicará que las Administraciones y organismos del sector
público estén obligados a crear documentos, adaptarlos o facilitar extractos de docu-
mentos, cuando ello suponga un esfuerzo desproporcionado que conlleve algo más que
una simple manipulación”, lo que significa que no tienen obligación de facilitar estos
“metadatos” (se supone que querían decir microdatos), aunque si los trabajos forman
parte del Plan Estadístico Nacional deben ser entregados, sin plazo, al Instituto Nacional
de Estadística (INE).
Posiblemente, algo similar ocurrió con las encuestas de victimización que efectuó
el CIS desde 1978 hasta 1998. Durante este periodo realizó un total de ocho encuestas
nacionales, pero en un determinado momento, a partir de este último año, el Ministerio
del Interior indicó que las iba a realizar de forma directa (como ya ocurría con el PNsD),
pero desde entonces no ha realizado (o al menos publicado) ninguna. Lo que implica
que España es el único país europeo “que ha dejado de realizar” encuestas de victimi-
zación y, en la actualidad, depende de la Encuesta Europea y algunos trabajos privados
de universidades.
En ambos casos puede atribuirse este cambio a idénticas razones: el acceso del públi-
co a datos que ambos organismos consideran sensibles ante una opinión pública que está
y debería seguir estando muy preocupada por las drogas y los delitos. Pero ocurre que en
ambos casos los resultados obtenidos en las dos series de encuestas no reflejan los inte-
reses de ambos organismos. Expresado de forma más sencilla: los resultados de ambos
tipos de encuestas no reflejan el deseable “estado de alarma” que el modelo de seguridad
ciudadana necesita para justificar sus estrategias.
En España, el imaginario social concibe un alarmante rango tanto de delitos como
de uso de sustancias psicoactivas, algo que ambas encuestas desmienten y, quizás por
este motivo, los organismos involucrados consideran que esta es “una información in-
adecuada para el público”. Pero en España, las encuestas de victimización demuestran
que el delito disminuye y los delitos más mediáticos son excepcionales (García, 2010).
En el caso de las encuestas de drogas se trata de que la población comprenda “lo peligro-
sas que son y la amenaza que representan las drogas ilegales y el alcohol especialmente
para las personas jóvenes”. El control directo de los datos permite entonces facilitar
titulares alarmantes que no pueden ser desmentidos porque no hay acceso directo de los
ciudadanos a las bases de microdatos, cosa que sí sería posible de continuar en manos
del CIS.

301
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Desde el año 1994, de la gestión de las encuestas se encarga el Departamento de


Epidemiologia del PNsD, que publica con cierto retraso y de forma muy escueta un
primer análisis, al tiempo que suelen aparecen algunos resultados en revistas interna-
cionales de salud y medicina, pero la matriz no está disponible (y nunca en forma de
microdatos sino sobre tablas Excel) en el INE hasta pasado un largo periodo de tiempo,
en ocasiones años.
Esto significa que los datos completos (y las posibles pruebas estadísticas) no es-
tán disponibles, salvo en la versión del análisis para los medios de comunicación que
facilita el propio PNsD a través del Observatorio Español de las Drogas y las Adiccio-
nes (OEDA) (http://www.pnsd.mscbs.gob.es/profesionales/sistemasInformacion/home.
htm). Donde están disponibles los resultados de ESTUDES (la encuesta de escolares de
enseñanzas medias que se realiza cada dos años) y EDADES (la encuesta a población
general de más de 15 años que también se realiza cada dos años), ambas con muestras
tan amplias como innecesarias desde una perspectiva científica. También aparece el In-
forme anual del OEDA, donde se recogen los datos resumidos de ambas encuestas, así
como otros indicadores como admisiones a tratamiento, urgencias hospitalarias, morta-
lidad por reacción aguda a drogas, infecciones asociadas, estimaciones de consumo, los
datos de los sistemas de alerta y otros datos. Pueden parecer sistemas de información
censales, pero muchos son solo resultados de puntos muestrales cuya presencia en el
registro tiene que ver básicamente con la oportunidad. Por ejemplo, el registro de mor-
talidad presenta dos series, la primera se refiere a la recogida sistemática de datos en
seis ciudades (Barcelona, Bilbao, Madrid, Sevilla, Valencia y Zaragoza) y la segunda a
los notificadores de las comunidades autónomas, que no todos los años son las mismas.
Por su parte, la información mediática se limita a reflejar el incremento continuo en
el consumo de alguna sustancia, la permanente reducción en la edad de inicio y la apari-
ción de nuevos problemas que se añaden a los antiguos. Es decir, la situación empeora,
aunque siempre se dice que se han tomado las medidas adecuadas para evitarlo.
Pero, ¿qué deducíamos de los resultados de los análisis realizados por el PNsD
en una perspectiva comparativa? Pues que el uso de las sustancias psicoactivas que
se presentan (drogas ilegales, alcohol y tabaco) viene disminuyendo en España desde
principios de los años 90. Si además utilizamos otras fuentes de datos, en particular el
CIS, se observa que esta disminución comienza en la segunda mitad de los años 80.
Una inflexión que se produce en torno a 1986-1988. También se observa que la edad de
inicio no disminuye desde el mencionado momento. Ciertamente aparecen incrementos
temporales de algunas sustancias que se pueden considerar incorporaciones que llegan a
un punto máximo y luego comienza a descender. Raramente se alude a tales descensos,
pero las nuevas incorporaciones se producen cada pocos años, con lo cual siempre es
posible informar de “un nuevo peligro que acecha a los adolescentes”.
Asimismo, no es fácil contrastar los datos ofrecidos por la OEDA con otros datos
estadísticos, procedentes de datos del Movimiento Natural de la Población (MNP) y en

302
Cambios que deberían transformar percepciones

este las “causas de muerte”, la Encuesta de Morbilidad Hospitalaria, las diversas estadís-
ticas judiciales y policiales, así como otras encuestas y registros relacionados con el tema.
Todo esto ocurre debido a que, para las sustancias psicoactivas, se requieren preguntas
específicas con mecanismos y protocolos específicos. La explicación es muy sencilla, ya
que sucede que la mayor parte de los comportamientos que se miden son ilegales y ló-
gicamente la ciudadanía prefiere no manifestarlos. Por ejemplo, en las encuestas no es
habitual declarar que se consume cocaína a diario o todos los fines de semana, aunque sí
es fácil afirmar que “se ha probado”, incluso aunque no sea cierto. Según mostremos más
controles para garantizar la confidencialidad, más sincera será la respuesta, ¿pero fiable?
La única forma de actuar es entonces crear sistemas de registro y obtención de da-
tos específicos y especializados que fijen su mirada de forma exclusiva en la cuestión y
que consigan polarizar la información (fijar la mirada), pero esta polarización presenta
graves problemas de interpretación que se deben tener en cuenta (Comas, 1988), y enAUTOR: no
ningún caso perder de vista el contexto en el que se produce la información. aparece este
Esta explicación es en gran medida fruto de una interpretación directa y de la ex-año en la bi-
periencia del autor del manual, recogida en la citas bibliográficas realizadas, pero nobliografía.
exclusiva de este, en particular a nivel internacional, ya que prácticas similares se des-
criben en un impactante manual sobre estadística criminológica (Ocqueteau, Frenais y
Varly, 2002) con el atractivo título de Ordenar el desorden: una contribución al debate
sobre los indicadores del crimen, y en el que se describe “el procedimiento para fabricar
las cifras estadísticas que permiten difundir la sensación de riesgo y promocionar el
modelo de seguridad ciudadana con la colaboración de los medios de comunicación”, lo
que dio lugar en Francia a una ponencia parlamentaria que intentó conseguir, sin éxito,
lo que el propio título propone. En España, esta situación y lo que se debería hacer han
sido analizados y elevados a propuestas por varios autores (Comas, 1988; Díez Ripollés,AUTOR: no
2006; Romaní, 2011), aunque con escaso éxito. aparece este
Veamos un ejemplo fácil para entender cómo funciona el procedimiento en España,año en la bi-
el Sistema de Vigilancia Epidemiológica del VIH y Sida, un procedimiento de notifica-bliografía.
ción que recoge datos de los casos de sida diagnosticados desde 1984-1985, aunque ha
reconstruido la estadística hasta el año 1981, cuando los posibles casos no se notifica-
ban. El registro, a junio de 2017 (último dato disponible), incluye 86.663 casos, siendo
los años de mayor número de diagnósticos 1994-1995, donde se superaron los 7.000
casos por año. A partir de ahí fue descendiendo y, en el año 2012, se colocó por debajo
de 1.000 y, en 2016, el último año completo disponible, la cifra es de 565 (www.mscbs.
gob.es/ciudadanos/enfLesiones/enfTransmisibles/sida/vigilancia/home).
Por su parte, la estadística de nuevas infecciones de VIH conocidas se inició en
el año 2003, recogiendo datos de nueve comunidades autónomas. Desde 2013 ya las
recoge de todas. En este momento recoge 44.604 casos a finales del año 2016, y en los
cuatro años que está completo parece reflejar una cierta estabilidad con tendencia a la
baja (de 4.229 a 3.353).

303
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Se trata de un sistema muy costoso, muy sofisticado y en cuyo proceso de notificación


y elaboración participa un equipo muy extenso de profesionales de la salud pública y epi-
demiología médica. Podemos considerar que se trata de resultados bastante fiables y bien
contrastados, aunque su continua revisión tratando de darnos una visión cronológica de la
realidad es un poco diferente a lo que sería una visión cronológica de lo sabido o conocido.
Pero a la vez, y tanto en el registro de sida como el de infecciones del VIH, reflejan los
casos de personas que se inyectan drogas (PID). En el caso del registro del sida, los PID su-
ponen el 68,7% (máximo en cifras relativas del año 1994) y descienden al 12,7% en 2016.
En el segundo caso se trata de una cifra más reducida, ya que en los años que se ofrecen
datos disminuye desde un 8,3% de los casos en 2009 hasta un 3,9% en 2016. ¿Y qué reflejan
exactamente estas cifras? Lo que expresan con exactitud, ya que se trata de “personas que
se inyectan drogas”. Pero ¿son las drogas la causa de la infección del VIH o el sida? Esto
no hay manera de saberlo, porque a la persona diagnosticada solo se le pregunta si se ha in-
yectado drogas o no. Sin embargo, ¿cómo lo manifiestan los informes oficiales, los artículos
científicos y la prensa? Pues hasta ahora suponen que se trata de personas que adquirieron la
infección y la enfermedad por inyectarse drogas, lo cual no es cierto, pero resultó muy útil
desde la promoción de la óptica de la alarma social en determina etapa de nuestra historia.
En la actualidad, en cambio, como apenas hay personas que se inyecten drogas, salvo
en determinados programas de reducción del daño que “intercambian jeringuillas” (y, por
tanto, la infección es imposible), el volumen de PID ha descendido, aunque no importa,
porque el imaginario social y buena parte del profesional ya están convencidos de que,
como alguien dijo, “utilizar drogas es jugar a la ruleta rusa con el VIH/sida”. ¿Podrían los
profesionales que gestionan el sistema evitar esto? Sí, fácilmente indicando, cuando se des-
cribe la variable PID en la estadística, que “esto no significa que sea la vía de transmisión”.

No dejes de leer
¿Qué mide el “atracón” de alcohol?

Desde el año 2000 se varió la forma de medir el consumo de alcohol y el modelo,


sustituyendo la tradicional matriz de consumo diario durante la última semana,
según periodos de cada día los últimos siete días. La matriz se rellenaba indicando
la bebida concreta según el lenguaje utilizado por el entrevistado (vino, cerveza,
cubata, coñac, etc.), el contenedor (vaso, copa, chupito, etc.) y el número de ellos.
Al mismo tiempo se realizaron varios trabajos para determinar el contenido en
centímetros cúbicos de cada una de estas bebidas en la realidad cotidiana de los
españoles, y mediante una tabla de transformación se convertía cada una de estas
referencias en centímetros cúbicos (o gramos) de alcohol puro. Se tenía así la
cifra real y media de alcohol consumido en una semana, en cada día de la semana,
diferenciando las mañanas, al mediodía, por las tardes y por las noches.

304
Cambios que deberían transformar percepciones

Desde el año 2000, y por la presión internacional, en particular la OMS,


esta forma tan precisa y probada de medir el uso de alcohol se sustituyó por la
pregunta sobre unidad de bebida alcohólica (UBA) y, en algunos textos, unidad
de bebida estándar (UBE). Una UBA o una UBE puede ser un vaso de vino, un
gin-tonic, una caña (desde un mini hasta un tanque), un vermut, un coñac, un cóc-
tel o un chupito. Se considera que todas ellas tienen una media de 8 gramos de
alcohol, por lo que se supone que resulta más fácil calcular el consumo total. Es
decir, si te tomas cuatro UBA has bebido 32 gramos de alcohol.
Obviamente, en la realidad no todas las UBA son iguales, y un vaso de vino
estándar contiene 8 gramos mientras que una copa de licor, lo mismo que un
combinado, ronda los 30 gramos. Casi todo el mundo sabe esto. Es cierto que
quizás con las UBA se mide el consumo total de una determinada colectividad,
pero depende de cuál sea esta colectividad, porque se supone que el calculo de las
UBA se ha realizado con poblaciones estándar de países anglosajones, que beben
de una manera muy diferente que la española. La idea de la OMS de generalizar el
modelo metodológico no parece muy acertada. Además, depende de cada colecti-
vidad, ya que la edad establece formas, productos e intensidades de beber alcohol
distintas. Un/a adolescente no bebe las mismas cosas que un/a adulto/a de 30 años
y es muy distinto a unos/as jubilados/as. Por costumbre, por hábito y porque no
les gustan las mismas bebidas. Asimismo, se bebe diferente según cuál sea el nivel
socioeconómico o la cultura predominante en un territorio. Pero la OMS dice que
esto es indiferente, y que cada vez que bebemos alcohol consumimos 8 gramos.
El término atracón es una traducción de la expresión inglesa binge drinking, que
literalmente podría significar borrachera bebiendo, pero que la mayor parte de la lite-
ratura científica, en español y en otros idiomas latinos, ha traducido como episodio
de acceso de alcohol, como sinónimo del tradicional emborracharse, matizado en la
actualidad por emborracharse con rapidez. El PNsD ha venido utilizando el término
atracón, que quizá proceda del “trastorno alimentario por atracón” que aparece en la
clasificación de los “trastornos alimentarios”. Pero en este caso se trata de obtener
un cierto impacto mediático ante el hecho de que gran parte de la ciudadanía con-
sideraba que “beber de forma moderada” no suponía un riesgo. Llamarlo atracón ha
conseguido que, cada dos años, cuando se presentan los datos de la encuesta EDA-
DES, los medios y los telediarios reproduzcan el titular de que un determinado nú-
mero de adolescentes se “han atracado de alcohol la última semana”, lo que implica
que el lector o televidente imagine el consumo de litros y libros de alcohol destilado.
¿Qué es de verdad un atracón? Pues beber un número determinado de UBA
que, según “la estimación científica internacional”, son 5 para los varones y 4 para
las mujeres de cualquier edad. Obviamente, esto no es ni puede ser un diagnóstico
individualizado, porque dependerá de si son 4/5 minis de cerveza (en torno a 25
gramos) o 4/5 combinados (más de 120 gramos).

305
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Además, la estimación de estas cifras ha sido realizada de forma exclusiva en


Estados Unidos, y la mayor parte de los estudios empíricos proceden de los cam-
pus universitarios, en los cuales, como sabe cualquier persona que haya hecho un
posgrado en aquel país, la “fiesta universitaria” supone una combinación de cerve-
za en contenedores de alta capacidad, combinada con alcoholes destilados de muy
alta graduación, en muchas ocasiones mediante petacas de más de 250 mililitros,
que representan sin embargo “una UBA”. Además, los que adoptan esta conducta
son en su mayoría estudiantes universitarios procedentes de ámbitos culturales y
religiosos que carecen de la más mínima formación en torno al alcohol. De hecho,
son muchos los que, a modo de rito de paso, “beben y se emborrachan hasta la
inconsciencia, por primera vez y en estas fiestas”.
¿Qué supone entonces un atracón de alcohol en España? Pues cualquier cosa,
aunque solo sabemos que se suele utilizar para referirse a los estudiantes de
enseñanzas medias, pero ¿cuánto han bebido los que se han atracado de alcohol?
Pues cantidades muy distintas, pongamos entre 25 y 120 gramos. Un rango dema-
siado amplio para darle valor. Pero, entre tanto, el imaginario social, al oír el “dato
científico”, se alarma.

10.1.2. Un imaginario de doble vínculo: rigor y tolerancia

Nuestro imaginario social ya no se corresponde con el temor y la inseguridad extremas


que ocasionaban las sustancias psicoactivas en plena epidemia de heroína, un temor que
tenía una base cierta (delitos contra la propiedad, muertes, la exhibición callejera del
consumo y la idea generalizada de que se trataba de un problema irresoluble) y que en
cierta medida se prolongó, por la proyección política y mediática, en los años 90 y parte
de la primera década del siglo xxi con el problema de las drogas de diseño. Aunque en
este segundo caso, la inexistencia de los problemas que se aludían por parte de las au-
toridades administrativas y de los medios de comunicación compensó la alarma social
ingenua propia de la etapa de la heroína provocando un incremento de la desconfianza
hacia algunas declaraciones de las administraciones, un hecho que estas, y algunos/as
profesionales, tradujeron como baja percepción del riesgo y que ha producido términos
como atracón.
En la actualidad, el imaginario social esta conformado por diversos componentes
que le otorgan un cierto grado de complejidad. Por eso “se matizan” los problemas que
ocasionan las sustancias psicoactivas, en un contexto de “más información social y
mediática sobre estas” y que protagonizan inesperados agentes sociales. Por ejemplo,
revistas de moda y mujer, de música y espectáculos para adolescentes, de consumo o
divulgación científica o suplementos de todo tipo. Además, estas informaciones que
incluyen salud y alimentación se difunden y expanden con la TIC. Es cierto que, en

306
Cambios que deberían transformar percepciones

ocasiones, las informaciones no son ciertas, pero raramente son peligrosas y, en todo
caso, gozan de la confianza del público español, que ha entendido así que debe ser pre-
cavido en algunas cosas, incluidas las sustancias psicoactivas.
Por otra parte, aunque haya crecido la desconfianza hacia las administraciones pú-
blicas (aunque no solo con relación a las informaciones sobre “drogas”), creció mucho
la confianza hacia los profesionales (en particular, y como ya hemos explicado, los de la
asistencia), y hoy en día, el imaginario social, incluido el propio de los usuarios, respeta
las opiniones profesionales y sigue, con una mayor frecuencia si lo comparamos con el
pasado, sus recomendaciones y propuestas de tal manera que mejoran los resultados de
las evaluaciones.
También es importante considerar que los valores subterráneos relacionados con las
drogas (en particular las relacionadas con la desigualdad social tradicional, así como el
machismo), que se habían consolidado a lo largo del franquismo y que se manifestaron
de forma explosiva en la etapa del tardofranquismo y la transición, poseen en la actua-
lidad una menor incidencia. Es decir, tanto la cultura de la desigualdad como la cultura
del machismo se presentan de una forma menos intensa y más sutil.
Asimismo, la confianza hacia los profesionales ha producido un hecho paradójico
que ampliaremos en las próximas páginas: el creciente recurso compartido, por profe-
sionales y por pacientes, hacia la utilización masiva de fármacos psicoactivos, aunque
también con un cierto grado de precaución y responsabilidad personal, lo que ha contri-
buido a su credibilidad.
De forma inversa, y como consecuencia del desarrollo de la cultura del consumismo
y la reivindicación del hedonismo (véase apartado 9.3.2), está firmemente instalada en el
imaginario social la creencia de que “no hay que sufrir física o psíquicamente y existen
medios lícitos para evitarlo”, lo que implica que la utilización de sustancias psicoactivas
para evitar el sufrimiento es considerada como algo legítimo, aceptable y que los riesgos
relacionados con esta “necesidad” algo que se “puede y se debe controlar”.
En esencia, y con relación a las sustancias psicoactivas, el imaginario social, qui-
zás como consecuencia de los problemas del pasado reciente, ha madurado, tiene más
y mejor información e induce a un comportamiento más riguroso. Pero a la vez, entre
sus componentes incluye un mensaje de doble vínculo, porque las drogas siguen siendo
“malas”.

No dejes de leer
¿Cómo provoca la mera información alarma social?

Se trata de un problema complejo que se estudió con rigor hasta hace tres dé-
cadas. Desde entonces apenas se ha trabajado sobre esta cuestión. Por un lado,
porque nadie financia estas cuestiones y, por otro, porque el lugar propio para ha-

307
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

cerlo, las Facultades de Ciencias de la Información que deberían ocupar el vértice


IP, se sienten aludidas por la idea de que los MCS, y no digamos las TIC, “manipulan
la información” y prefieren negarlo a analizarlo empíricamente. En la criminología,
en cambio, “los imaginarios de las alarmas sociales y el papel de la acción política y
de los contenidos mediáticos” han adquirido una creciente importancia al mismo
ritmo que se impone el modelo de las políticas de seguridad ciudadana.
Nadie ignora en el ámbito de la criminología que la negación de las teorías
políticas de derechos sociales (o del control social) propias de la disciplina y del
utilitarismo moral se corresponde con la creación artificiosa de un imaginario
social en el que el delito se extiende y a la vez es más grave. Un imaginario ali-
mentado desde diversas opciones políticas y la práctica totalidad de las opciones
mediáticas. Se están realizando algunas investigaciones empíricas propias, pero la
capacidad del ámbito de conocimiento para hacerlo es limitada.
En el campo de las sustancias psicoactivas ocurrió lo mismo, y se realizaron
diversos trabajos empíricos y propuestas de actuación, hasta que quedó claro
que, aunque se aportaban evidencias ciertas, los argumentos de algunas admi-
nistraciones y una mayoría de medios de comunicación no se modificaban. Por
ejemplo, cómo determinado tipo de noticias y de denuncias (hemos citado el
caso de la sobreabundancia de imágenes femeninas morbosas) generaban interés
y curiosidad hacia las drogas en vez de prevenir su utilización, como se pretendía.
También, la idea de que “toda la juventud lo hace” propia de algunos medios era
una forma de presionar a favor del uso de sustancias psicoactivas, porque si de-
jabas de hacerlo “no eras normal”. Así como las declaraciones sobre “tolerancia
cero” o “acciones en las escuelas” que luego no se concretaban, salvo en algunos
casos o hechos aislados, lo cual produce desconfianza, desafección y rechazo
hacia las instituciones.
En resumen, se trató de explicar que la alarma sobre las drogas no era tanta
ni tan exagerada y que además era contraproducente, pero administraciones y
medios ignoraron hechos y evidencias, manteniendo su contribución a exaltar la
alarma y promocionar los estereotipos.
La ciencia política nos ha explicado por qué ocurre esto. Por un lado, por qué
ocurrió con las drogas y, por otro, por qué está ocurriendo con la criminología y el
modelo de seguridad ciudadana. Se trata de que, para el vértice PA (y con matices
en el IP), y en particular desde la ciencia política (entendida como ciencia empírica que
aporta evidencias), el imaginario social como tal es conocimiento empírico y, por tanto,
una verdad que orienta la propia actuación y el conocimiento. Expresado de forma sen-
cilla: lo que la opinión pública piensa es lo que la opinión pública piensa.Y la sociología
electoral se sustenta sobre esta tautología.
Por tanto, el imaginario social es lo que es y no puede ser desmentido, aun-
que obviamente sí puede ser transformado. ¿Cómo se hace esto? Con medios (es

308
Cambios que deberían transformar percepciones

decir, con recursos o poder) y con relatos alternativos. ¿Se puede transformar el
relato social sobre las drogas? Y ¿sobre el modelo de seguridad ciudadana? En el
pasado no fue posible con las “drogas” y, en el presente, el modelo de seguridad
ciudadana parece que se va imponiendo en todo el mundo. ¿Por qué? Porque con
las “drogas” no se disponía de un relato alternativo y aceptable para el imaginario
social. Se confundía además el relato técnico, de intervención y científico, con el
“relato cultural”, que requiere transformar el imaginario social.
No es posible, por tanto, modificar o transformar el imaginario social, ni
el relato político y mediático sin el adecuado sustento de los componentes del
vértice CS, que como disciplina incluye la antropología, pero también la creati-
vidad cultural, en la literatura, los medios audiovisuales o el arte. Algunos/as se
preguntarán qué tiene que ver “la creatividad artística” con las “drogas” (o con
la criminología), pues en apariencia nada, pero si necesitamos un relato cultural
alternativo que desdiga los actuales argumentos del sistema internacional de fis-
calización y del modelo de seguridad ciudadana, el vértice CS resulta mucho más
relevante que los argumentos del derecho penal, de la sociología de la desviación
o de la psicología criminal. La única forma de llevarlo a cabo será mediante el
modelo de trabajo transdisciplinar.

10.2. Congelación y crisis del modelo español de políticas sobre drogas

En el capítulo 7, tras presentar el concepto político-administrativo de neurología de la


adicción, se ha expuesto la evolución de la intervención desde el modelo biopsicosocial
hasta las actuales políticas asistenciales sobre drogas. Ha sido una presentación evoluti-
va y circunstancial que ahora se completa con contenidos más concretos.

10.2.1. Un nuevo relato adquirido en el mercado internacional

El concepto político-administrativo de neurología de las adicciones ha sido adquirido en


el mercado internacional como el gran avance de la ciencia y de forma supuestamente
gratuita para sustituir un modelo propio de buenas prácticas y positivamente evaluado
y que tenía un coste reconocible: el de las redes asistenciales basadas en el modelo
biopsicosocial.
En realidad, la adquisición del concepto, de las políticas y del modelo administra-
tivo de las adicciones implica tres hechos ciertos. El primero, que no ha sido gratuito,
puesto que ha implicado crear ex novo unidades de clínica de las adicciones que tienen
un coste muy superior a los antiguos centros de tratamiento de las drogodependencias,
además, aunque la idea podía ser gratis, la franquicia incluía otros costes, en particular

309
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

todos los derivados de la amplia medicación que forma parte inevitable del tratamiento
y que dispara los costes, no explícitos porque están incluidos en el total del gasto far-
macéutico, hasta cifras impensables, comparado con los antiguos centros de atención
sustentados en el modelo biopsicosocial.
El segundo, que no se trata de un “concepto más avanzado y por tanto más útil en
términos terapéuticos”, sino solo del que se ajusta mejor a las necesidades del sistema
internacional de fiscalización. De hecho, al tiempo que se imponía en España, como he-
mos visto en el capítulo 7, la literatura científica y las grandes revistas internacionales lo
denunciaban como “ideológico, poco eficaz e incluso iatrogénico”, aunque se mantiene
como hegemónico en numerosos países porque es el modelo propio de las administra-
ciones con competencias políticas para decidir. Obviamente, el modelo sería otro si
decidieran los profesionales.
El tercero, que al adquirirlo se apoya un determinado modelo de políticas en el país
que lo desarrolló, es decir, Estados Unidos. Donde, precisamente, este modelo no es
hegemónico, ya que, a pesar del apoyo político-administrativo, se utilizan con mucha
frecuencia otros modelos, incluido el biopsicosocial, que se demuestran como más efec-
tivos (coste/eficacia), tanto por parte del amplio sector privado de los seguros de salud
como por parte de algunas instituciones públicas que muestran una gran independencia
de las administraciones federales.
En cambio, en España lo han comprado todas las administraciones sin diferenciar su
nivel (central, autonómico y local) y sus diversas competencias (salud mental, servicios
sociales, menores y prisiones) y sin diferencia de su signo político. Es cierto que esto
no solo ha ocurrido en el ámbito de las sustancias psicoactivas, sino también en otras
que forman parte del ámbito de la criminología, como es el caso de menores infractores,
donde franquicias con coste, sufragado por las administraciones, son “obligatorias para
los profesionales”.
Es obvio que si compramos franquicias externas no podemos “adquirir prestigio y
vender proyectos propios” como hacíamos en el pasado, porque el vendedor es exclu-
sivamente otro y nosotros solo somos consumidores de determinados conocimientos
producidos por otros.

10.2.2. ¿Qué nos pasa y por qué nos pasa?

Mirar por la ventana en vez de mirar lo que tenemos en la propia habitación es una
actitud humana positiva, pero mirar solo y exclusivamente por la ventana es casi una fo-
bia que produce efectos indeseables e inesperados. Primero, porque la correspondencia
entre lo de dentro y lo de fuera puede no ser exacta. Segundo, porque es menos costoso
utilizar lo que ya tenemos y sabemos que acumular evidencias que no nos aportan nada
nuevo o útil. Y tercero, porque “un gabinete ordenado” facilita la mirada externa. ¿Por

310
Cambios que deberían transformar percepciones

qué en España apenas se mira la habitación propia al tiempo que se recoge mucha infor-
mación del exterior?
¿Será porque no respetamos lo que hacen nuestros profesionales e investigadores?
¿Será porque son todos y sin excepción unos incompetentes? Si es así, nada que objetar,
pero si aportan resultados, ¿por qué no los utilizamos? Entonces será de forma inevitable
por una extraña fobia cultural. Quizás por un “complejo de inferioridad” más o menos
inconsciente. Pero sobre esto en España nunca se ha investigado y habría otros elemen-
tos a considerar.
El primero, la confusión entre el poder jerárquico de las instituciones y la capacidad
técnica de los profesionales de la investigación, que se traduce en que la mayor parte
de las veces los agentes que toman las decisiones (en particular, las financieras) no son
precisamente los más competentes técnicamente, aunque es cierto que en los últimos
años se ha intentado revertir, con escaso éxito, esta situación.
El segundo se refiere, al menos en el campo de las sustancias psicoactivas, al poder
de los lobbies económicos multinacionales, en este caso concreto la industria farmacéu-
tica. Volveremos a retomar este tema en el próximo capítulo cuando hablemos de “la
nueva epidemia de opiáceos”.

10.3. En busca del riesgo perdido

El modelo de la seguridad ciudadana requiere varias estrategias de legitimación. Todas


ellas giran en torno a la idea de que se puede y se debe ampliar la capacidad de actuación
penal (y administrativa), más allá de los lindes formales y éticos que se atribuyen a un
estado social y de derecho. La única forma de legitimar esta excepcionalidad contraria
a la propia norma constitucional reside en considerar la existencia de algunas amenazas
que legitiman entonces un cierto “estado de excepción” para poder afrontar estos ries-
gos. Las drogas ilegales han supuesto siempre el escenario perfecto para el relato sobre
los “riesgos inaceptables” y el componente más significativo de la legitimación del mo-
delo de seguridad ciudadana, pero ¿existen tales riesgos?

10.3.1. Un nuevo contexto social, político y moral

Una transformación muy importante que debería haber cambiado nuestras percepciones
sobre las drogas, y desde luego lo ha hecho en muchos otros aspectos de la vida de las
personas y de la sociedad, tiene que ver con la creación y la posterior expansión del es-
tado de bienestar y de la sociedad de consumo, dos acontecimientos que han descartado
el modelo cultural y comportamental de la sociedad puritana. Hay que explicar de forma
sencilla pero completa lo que ha supuesto dicha transformación.

311
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

El primero es un “invento europeo” cuyos inicios se sitúan a finales del siglo  xix
en Alemania, Francia y también en España, después ofrece una expansión desigual,
hasta que, después de la Segunda Guerra Mundial, se consolida en el Reino Unido, en
los países escandinavos y de forma progresiva en toda Europa Occidental y en parte
de los países anglosajones (salvo Estados Unidos), aunque en España y Portugal la
consolidación real no se produce hasta el fin de sus respectivas dictaduras. El estado de
bienestar supone un amplio desarrollo de los derechos sociales y se vincula, más que
ninguna otra cosa, a la intensa caída de las tasas de delincuencia en la mayoría de los
AUTOR: nopaíses citados (Parsons, 1990).
aparece este El segundo en su origen es un “invento norteamericano”, que también se inicia a
año en la bi-finales del siglo xix, con la expansión de la industria automovilista y los métodos indus-
bliografía. triales del fordismo, y se expande de forma ininterrumpida hasta la actualidad, aunque
con crisis cíclicas, las más importante la de 1929. El desarrollo económico vivido por
Estados Unidos le permite expandir un modelo de sociedad en la que el bienestar per-
sonal se logra por los ingresos económicos y en la que se considera que no es necesario
desarrollar los derechos sociales, ya que cada persona o familia los obtendrá mediante
pagos privados, lo cual produce intensas situaciones de desigualdad y un mantenimien-
to, cuando no expansión, de las tasas de delincuencia (Offe, 1990).
En los países con un estado de bienestar consolidado también se ha expandido el
modelo de sociedad de consumo, de tal manera que se han creado formas mixtas de
equilibrio entre derechos sociales e individuales, un equilibrio propio de cada país, lo
que además facilita una gran variedad de “modelos nacionales”, aunque es cierto que en
toda la Unión Europea se ha producido una convergencia, peculiar y propia de cada país,
entre sociedad de consumo y estado de bienestar, entre derechos sociales reconocidos y
derechos sociales verdaderamente adquiridos (Rodríguez, 2002).
En todo caso, tanto el crecimiento del PIB como el subsiguiente desarrollo de la so-
ciedad de consumo en combinación con el crecimiento del estado de bienestar explican,
para Europa y en particular para España, la implantación de una sociedad del ocio, la
diversión y las nuevas normas morales, incluido el reconocimiento a la diversidad, en
particular la sexual, que los derechos sociales tratan a la vez de garantizar. Es cierto que
libertad personal y derechos no son lo mismo, pero al mismo tiempo, su intersección
ha provocado la práctica extinción de la cultura puritana, para un amplio segmento de
territorios en los que fue hegemónica.

No dejes de leer
La cultura del ocio

La cultura del ocio surge como respuesta a varios factores. Por una parte, supone
una reacción al rigor formal del puritanismo para el cual toda forma de diversión

312
Cambios que deberían transformar percepciones

era pecado, pero, por otra, el desarrollo económico de la segunda mitad del si-
glo  xix, la creación de nuevas infraestructuras de comunicación y la aparición de
amplias capas sociales medias impulsaron la reivindicación del derecho al ocio. El
ideal de esta reivindicación está muy bien plasmado, incluida la diversidad social,
en el cuadro Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1884-1886), de Georges
Seurat. El acto más relevante en este proceso fue el decreto del Gobierno francés
del frente popular (1936), estableciendo las vacaciones obligatorias y pagadas, lo
cual supuso el origen del turismo de masas.
En este momento histórico vivimos en sociedades que reconocen este de-
recho e incluso lo protegen y promocionan, pero ocurre que en el ámbito de las
drogas, quizá por el origen ideológico (puritano) de la propia noción, la cultura del
ocio se expresa con un lenguaje peculiar, y se utiliza el termino ambivalente de
espacios recreativos para representar el hecho de que se trata de un ámbito donde
se utilizan estas drogas, pero recreativo solo se utiliza cuando se habla del ocio de
las personas jóvenes (y singularmente de los/las adolescentes), mientras que en el
caso de los adultos suelen utilizarse otros términos como vacaciones o tiempo libre
y ocio, porque, como hemos dicho, representan por sí mismas una de las conquistas
más importantes de los derechos sociales.
Por otra parte, el recreo es el espacio de juego de la infancia, distinto al espa-
cio de las vacaciones y la fiesta de los adultos, en el recreo la presencia de drogas
representa una potencial amenaza para niñas y niños. No importan que ya no sean
tales (la mayor parte de estudios sobre drogas y espacios recreativos incluyen hasta
los 30 años), pero si se unen los términos recreo y drogas, la sensación de “peligro”
aumenta. En cambio, para los adultos, el consumo de alcohol y esporádicamente
de otras sustancias psicoactivas en momentos de “ocio” se considera un derecho
perfectamente consolidado y aceptado. Para entender esto hay que comprender
que, para el imaginario social español, la frontera entre ser un/a niño/a y ser un/a
adulto/a se sitúa exactamente en los 30 años, siendo esta la misma frontera que,
para el alcohol y otras sustancias psicoactivas, distingue “el recreo” de “un poco
de diversión licita” (Aguinaga y Comas, 1991).
Por tanto, la relación ocio-prevención debe enfocarse teniendo en cuenta este
contenido del imaginario social. Es decir, la relación que se establece entre ocio y
uso de sustancias psicoactivas es muy diferente según el grupo de edad a la que
se refiere, ya que para una cierta edad, “la del recreo” es algo malo, mientras que
para otra edad, “la del ocio” se trata de una conquista social irrenunciable. En los
“programas en tiempos y espacios de ocio” (Comas, 2000, 2001 y 2007), se ha
podido observar cómo se trataba, casi siempre, de una reclamación social muy de-
mandada que, cuando el correspondiente ayuntamiento la ponía en marcha, recibía
parabienes mediáticos y de los ciudadanos. De hecho, la Ley del Fondo de Bienes
Decomisados tiene como principal objetivo apoyar a los ayuntamientos españoles

313
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

en esta tarea. Aunque en algunos se exige que se llamen espacios recreativos y no


ocio. ¿Qué pasa cuando se trata de aplicar estos programas a los espacios de ocio
adulto y no digamos a las fiestas patronales? Que se suscita el rechazo ciudadano y
de la administración local, ¿Por qué ocurre esto? Pues porque para el imaginario
social se está tratando de negar un derecho, aludiendo a un riesgo propio del
recreo pero no de la fiesta.

10.3.2. El derecho social a la felicidad y a la diversión

Vivimos, por tanto, en una realidad caracterizada por la crisis, con apariencia de de-
finitiva, de la moral puritana, aun entre aquellos sectores sociales que se proclaman
herederos de esta formulación moral. ¿Cómo queda entonces la noción de droga fun-
damentada en un sistema de creencias que ha dejado de ser hegemónico? Se podría
pensar que en crisis, pero esto no es del todo exacto, primero porque el sistema interna-
cional de fiscalización parece haber logrado un cierto grado de autonomía apoyado por
los votos de un sector de países (singularmente, Rusia, China, los países árabes y gran
parte del tercer mundo) que facilita la concepción de “guerra contra las drogas”. En se-
gundo lugar, es cierto que la cultura puritana está en crisis, sin embargo, el darwinismo
social se ha impuesto de forma inesperada en algunos ámbitos, aunque tratando se ser
otra cosa, el llamado neodarwinismo, que en lo referente a las sustancias psicoactivas
es lo mismo.
Pero antes de analizar este último acontecimiento vamos a tratar de explicar cómo
ha afectado la cuestión de los derechos sociales al ocio, a la felicidad y al bienestar per-
sonal en cuanto al tema de las sustancias psicoactivas.
Vamos a comenzar por la visión radical de David Pearce, quien a través del mani-
fiesto por El imperativo hedonista (1995), intencionalmente solo accesible de forma
digital (www.hedweb.com), expresa que el principio básico del utilitarismo moral es el
“imperativo del placer y la satisfacción” para la totalidad de los “seres sintientes”. Un
proyecto que se define como transhumanismo y que recoge las principales nociones que
caracterizan el animalismo, el veganismo, los movimientos de vuelta a la naturaleza y
el autoconsumo. Pero también las reivindicaciones contraculturales, la conspiración de
acuario e incluso el proyecto religioso psicodélico del psicólogo Timothy Leary. La idea
de imperativo la toma de Kant como cimiento de “todo lo demás”, lo que coloca a las
sustancias psicoactivas en una perspectiva inédita: un derecho humano (o transhumanis-
ta) no solo básico, sino que fundamenta todo el pragmatismo moral.
El texto del manifiesto El imperativo hedonista podría parecer una rareza si no fue-
ra por su nivel intelectual y por el abundante número de seguidores que conforman
los colectivos transnacionales anteriormente citados. Su intenso impacto en todos estos
colectivos, que además están en crecimiento exponencial (aunque en ningún país han

314
Cambios que deberían transformar percepciones

desarrollado una forma política que los represente de forma adecuada), muestra, mejor
que nada, el cambio que se ha producido en el mundo en menos de un siglo entre la
Conferencia de Shanghái y el manifiesto de Pearce.
Vamos a seguir por la curiosa transformación de Steven Pinker, sin duda el ensayista
más popular en el mundo sobre temas neurológicos, quien en solo siete años ha pasado
de considerar que el descenso de las tasas de delincuencia y violencia en el mundo era
una consecuencia de nuestra “organización cerebral” (Pinker, 2011) a considerar que
responden a la evolución de variables situacionales, que modifican, a través de la epige-
nética, la dinámica cerebral. ¿Y cuáles son esas variables situacionales? Pues justamente
la expansión social de la razón, de la ciencia, del humanismo y del progreso entendidos
desde una cierta cercanía a Pearce, de tal forma que las sustancias psicoactivas deben
considerarse tanto como un exceso que provoca riesgo como un camino adecuado para
una mayor felicidad y bienestar (Pinker, 2018). Si Pinker ha captado este cambio de ten-
dencia histórica entre los sectores ilustrados y globalizados y, de esta forma, sigue sien-
do el ensayista más vendido en el mundo, ¿quiénes somos nosotros para desmentirlo?
De manera específica, y con relación a las sustancias psicoactivas, todo esto ya
había sido analizado, desde una perspectiva histórica, por Stuart Walton (2001), que
sostiene la idea de que determinados avances en el proceso de civilización no se habrían
producido sin “el impacto de la intoxicación”, tanto en términos individuales como co-
lectivos. E incluso trata de relacionar estos avances con factores neurológicos que ha-
brían mejorado nuestra comprensión del mundo (Walton, 2001).
Es posible que todas estas explicaciones sean solo idealizaciones platónicas, tam-
bién es posible que no lo sean, pero en todo caso muestran cómo la perspectiva tradi-
cional puritana de la sociedad comienza a ser reemplazada por un relato alternativo en
el que el rol de las sustancias psicoactivas empieza a admitir otras interpretaciones. En
España, la cuestión de esta transformación del imaginario social, vinculado además a
las sustancias psicoactivas, ha sido analizada de forma empírica, en relación con las
actuales generaciones de menos de 40 años, por Javier Elzo en un libro de lectura reco-
mendada (Elzo. 2006).

10.3.3. La eugenesia negativa reinventada

Pero mientras, el puritanismo perdía fuerza a costa del darwinismo social, reinterpretado
en este caso por el neodarwinismo, que considera que la evolución humana se realiza a
través del cambio genético, el cual se ve afectado por variables situacionales exógenas,
de las que podrían formar parte las sustancias psicoactivas, sin que exista demasiado
acuerdo en si se trata de un efecto evolutivo positivo o negativo.
El más popular de los neodarwinistas, Stephen Jay Gould, considera que la mayor
parte de estas transformaciones evolutivas obedecen a una serie de factores culturales,

315
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

medioambientales y poblacionales (Gould, 2001) que deben ser explicadas a través de


una adecuada combinación de argumentos y metodologías propias tanto de las humani-
dades como de las ciencias (Gould, 2003), y aunque siempre rechazó el neurocentrismo,
también ha reconocido que determinadas realidades cerebrales quizás hayan sido una
consecuencia “del azar”, lo que traducido al campo de las sustancias psicoactivas supo-
ne que deberíamos tener precaución con estas.
En todo caso, mientras la opinión publica ya no acepta (salvo minorías) los argumentos
característicos del puritanismo, el darwinismo social, en su versión neodarwinista, man-
tiene su presencia con el argumento de que “hay que tener cuidado y tomar precauciones
porque no conocemos bien todas las consecuencias”. Es decir, utilizar de forma sensata el
principio de precaución, lo que parece muy conveniente. Esto supone que debemos mante-
ner el actual sistema internacional de fiscalización. Además, que debemos aceptar la noción
institucional de adicción e incluso la de patología dual. Pues creemos precisamente que no,
porque el principio de precaución como tal implica la necesidad de saber, conocer y divul-
gar sin que el estatus legal de algunas sustancias nos lo impida. El experimento del parque
de las ratas nos demuestra la importancia del conocimiento y su divulgación. Bloquear
investigaciones similares es precisamente no tener en cuenta el principio de la precaución
y, por supuesto, obviar el de responsabilidad que fundamenta el utilitarismo moral.
Pero la nueva eugenesia negativa hace hincapié solo en los posibles riesgos, algunos
quizá reales, otros quizás exagerados o inventados, para crear en la opinión pública un
conjunto de emociones poco racionales pero que tratan de impedir esta necesaria aper-
tura del conocimiento.
Y esto está provocando un efecto inesperado, la cuestión del conocimiento en torno
a las sustancias psicoactivas se está convirtiendo en un tema ideológico, que forma parte
de la pugna entre las teorías criminológicas de los derechos sociales y la práctica del
modelo de seguridad ciudadana. Lo que implica que el imprescindible avance del cono-
cimiento en esta materia aparece condicionado por decisiones institucionales sostenidas
por creencias que ni el propio neodarwinismo ha propuesto, aunque en ocasiones se
aluda a este de una forma falaz para justificar lo que se está haciendo.

No dejes de leer
El botellón en España

El primer trabajo sobre la existencia y características del botellón en España fue


financiado por el INJUVE en 1986. Es un trabajo empírico excelente, dirigido por
el psicólogo Juan Carlos Azcárate, que tras 15 años dirigiendo el programa de
drogas del hospital Cumberland en Nueva York se trasladó a España, realizó esta
investigación y después se centró, hasta su jubilación, en la dirección de un presti-
gioso centro de salud mental. Se refleja este perfil porque aquel trabajo empírico

316
Cambios que deberían transformar percepciones

incluía ya todos los componentes que posteriores trabajos han desarrollado sin
otras aportaciones inéditas (Azcárate, 1986).
La investigación sobre el botellón de Azcarate nos ofrece dos hallazgos de
largo recorrido. El primero, que hace más de 32 años el botellón era ya un hecho
consolidado en España y, el segundo, que se trata de un hábito cultural que con los
años apenas ha sufrido modificaciones.
Poner ambos hallazgos en valor supone poder afirmar que los posteriores tra-
bajos sobre el botellón, alguno incluso muy reciente, no han “descubierto” el botellón
ni las prácticas de consumo de alcohol entre los/las adolescentes el fin de semana,
porque es algo que viene de antiguo y que también se conoce al detalle desde hace
tiempo. De hecho, de muy antiguo, ya que en un texto de este mismo autor (Co-
mas, 1985) se afirmaba que dicha práctica “había aparecido a finales de los años 60”.
El trabajo empírico de Azcárate y un amplio equipo se dirigía hacia estudian-
tes de 1º y 2º de BUP, es decir, el equivalente al actual 3º y 4º de la ESO, y mos-
traba formas de consumo de alcohol entre los chicos y chicas de 14-16 años muy
similares a las posteriores, aunque quizá lo único que cambiaba entonces era un
nivel de ingesta superior al actual. Esto significa que las señoras y los señores que
tienen ahora (2018) entre 46 y 48 años han hecho botellón y, como media, han
bebido más que sus hijos, alguno de los cuáles quizás tenga ahora entre 14 y 16
años. Si hay que confiar en la afirmación de Domingo Comas, esta realidad puede
extenderse hacia todos los españoles que tienen ahora hasta 65 años. Ciertamen-
te hay un cambio: en 1985, fuera cual fuera la intensidad de la intoxicación etílica,
nadie acudía a urgencias hospitalarias, lo cual no era lo más adecuado; en cambio,
en la actualidad se acude, en ocasiones, con solo síntomas de ebriedad moderada
a urgencias y, en algunos casos, se trata como una intoxicación etílica (con aviso a
la familia si es menor) para magnificar la conducta (IREFREA, 2000).
Entonces, ¿por qué los sucesivos estudios sobre el botellón han presentado
este hecho como si fuera una novedad? ¿Cómo es posible que los medios y los
ciudadanos se hayan creído que es algo inédito que afecta solo a “la juventud de
hoy en día”? Si se quiere, no es difícil de explicar. Primero, hay que considerar
que ciertos comportamientos propios de la adolescencia están, casi sin excep-
ciones, sometidos a un principio de amnesia selectiva por parte de las personas
según van avanzando en edad y responsabilidad. Segundo, que no se trata de una
amnesia total, porque, por ejemplo, cuando el adulto se junta con sus pares de la
adolescencia, suelen recordarlo e incluso magnificarlo todo.Tercero, que la corres-
pondencia entre la identidad personal y la social suele ser un terreno pantanoso
con abundantes incongruencias y disonancias. Cuarto, que todos nos sometemos,
con mayor o menor facilitad, a los dictados del imaginario social a la hora de
“comprender lo que pasa”. Quinto, que la maternidad y la paternidad desplieguen
percepciones y obligaciones de “protección” que se mantienen hasta el recono-

317
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

cimiento de la condición segura de adulto. Sexto, que la adolescencia es un mo-


mento complicado de tensión entre estas percepciones parentales y la creciente
autonomía de los/as hijos/as. Séptimo, que en estas condiciones todo componente
del imaginario social que refuerce la autoridad parental, por más disonante que
resulte, es bienvenido (Aguinaga y Comas, 1991). Y octavo, que vivimos en una
cultura (la española), radicalmente adanista.
En el capítulo 1 se ha citado el manual de criminología de Curt y Anne Bartol
(2017), que ha tenido un espectacular lanzamiento internacional y que afirma de for-
ma reiterada que las drogas ilegales no habían existido hasta que la actual generación
de jóvenes las ha “descubierto”. Equivale al mismo tipo de creencia imaginaria que
se expresaría si mañana aparece un nuevo “estudio empírico” sobre el botellón y los
adultos se escandalizaran porque “lo que está ocurriendo no había ocurrido nunca”.

10.4. Políticas urbanas, modelos de control y derechos sociales

La criminología es, en la actualidad, una disciplina urbana, en parte porque la población


urbana representa en España más del 80% del total de la población, cifra que aumenta
si excluimos además a los mayores de 65 años, y por el hecho de que una parte de la
población que se supone que “vive en pueblos” en realidad reside en urbanizaciones de
la periferia de las zonas metropolitanas. El caso de España es muy similar al del resto
de los países desarrollados y, además, el ritmo de urbanización de los países menos
desarrollados crece a tal velocidad que, en el año 2007, la población urbana del mundo
supero a la rural y, hacia el año 2030, según estimaciones conservadoras de la ONU,
supondrá en torno a un 70% de esta. Debemos recordar que las estadísticas de la crimi-
nología positiva española indicaban que a principios del siglo xx los “delitos de sangre”
eran más rurales que urbanos y, en cambio, hoy en día en España, de cada diez asesina-
tos, más de nueve son urbanos.
Pero además hemos visto cómo las teorías criminológicas, al menos desde la es-
cuela de Chicago, se aplican básicamente a poblaciones urbanas, de tal manera que es,
incluso, el entramado urbano el que explica la distribución social del delito. La cuestión
territorial de la escuela de Chicago se ha convertido en una cuestión subcultural urbana,
en la cual la distribución de la renta o la pertenencia a una determinada minoría explica
los procesos de desviación y la prevalencia del delito. Ciertamente, no de todos los de-
litos, pero sí de una parte significativa de estos. Pero no solo esto: las teorías del control
social (teorías de los derechos sociales) se explican, sin excepciones, con relación a
contextos urbanos de desigualdad que no solo conforman el delito, sino que lo explican
y dan razón a las estrategias preventivas.
La ciudad es, por tanto, el espacio casi exclusivo de la actual criminología, lo cual
nos obliga a considerar dos necesidades perentorias para la disciplina. Por una parte, el

318
Cambios que deberían transformar percepciones

desarrollo y la implantación de investigaciones propias de una específica criminología


rural que ha sido olvidada por una criminología general que, por razones empíricas, ya
solo es criminología urbana. Y por otra parte, la creación de una criminología que con-
sidere los aspectos políticos, legales y sociales de la ordenación urbana y el urbanismo.
Sin esta segunda aportación, las teorías de los derechos sociales, y en general la crimi-
nología, carecerían de herramientas para impulsar políticas preventivas y de actuación.
El camino por emprender ha sido señalado ya en algunos textos (Díez-Ripollés, 2010).
En todo caso, esta cuestión ha sido evidenciada a lo largo del texto en relación con las
sustancias psicoactivas, el ejemplo descrito del sentido y efectos de la Ley de Protección
a la Seguridad Ciudadana de 1992, entendida como una ley muy relacionada con las po-
líticas de urbanismo, en particular el proceso de rehabilitación (y encarecimiento especu-
lativo) de los cascos históricos. Pero también está claro que las sustancias psicoactivas se
utilizan más o menos, preferentemente unas u otras, produciendo efectos indeseables en
mayor o menor cuantía, según se hayan diseñado las normas y planeamientos urbanos.
De hecho, en la actualidad no se puede comprender nada, absolutamente nada, sobre
el uso de sustancias psicoactivas y sus consecuencias sociales, e incluso sobre la salud,
sin tener en cuenta todos los procesos de asentamiento y realojo que se han producido
en España desde el tardofranquismo. La cuestión es tan holística que el propio mapa de
las ubicaciones de las actuales intervenciones terapéuticas con sustancias psicoactivas
es perfectamente equivalente a los nombres de barrios que reflejan, ciudad por ciudad,
la lista de los errores del urbanismo en el último medio siglo. Lo que significa que, en
urbanismo, la criminología tendría algo que decir y viceversa.
La criminología ambiental ofrece un camino para poder afrontar este reto, aunque
primero debería resolver el problema que supone partir de las teorías de la elección ra-
cional, que en el campo de la planificación urbana se vinculan a la especulación y son
ajenas a los derechos colectivos. En todo caso, la puerta esta abierta (Summers, 2009;
Medina, 2011; San Juan y Vozmediano, 2018). Sobre este posible vínculo existe incluso
un texto divertido y de fácil lectura (Barrios, 2015)
Pero también disponemos de evidencia empírica sobre este tema y en relación a las
sustancias psicoactivas gracias al experimento del barrio de Lambeth (Londres), en el
que se aplicaron algunas de las ideas de los más relevantes textos de la actual sociología
urbana (Sassen, 2010), con un plan de urbanismo, que más allá de las típicas mejoras
infraestructurales, incluía procesos de participación social, con una adecuada interven-
ción administrativa que evitó procesos de especulación. Por su parte, la actuación con
las sustancias psicoactivas estableció una línea de tolerancia, con el cannabis y otras sus-
tancias, así como una adecuada oferta terapéutica, para todas las sustancias, que redu-
jeron el “trapicheo” y la sensación subjetiva de inseguridad al mínimo, al tiempo que la
expansión de los derechos sociales disminuyó el consumo (Adda, McConnell y Rasull,
2014). Es cierto que el modelo de Lambeth, lo mismo que el de Ámsterdam, muestran su
gran éxito en un contexto más amplio de prohibición y especulación urbana (el resto de

319
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Inglaterra y el resto de Holanda), pero nada nos impide pensar que, a un nivel regional,
estatal, y no digamos internacional, no pasara lo mismo.

NO DEJES DE LEER
Política urbana y regulación de sustancias psicoactivas: el caso de Ámsterdam

El caso de Ámsterdam constituye uno de los tópicos de las políticas sobre drogas
en el mundo. Primero, porque se ha identificado como un caso de legalización de
las drogas, lo cual es absolutamente falso, ya que en Holanda el Código Penal es
muy similar al español. Segundo, porque se trata simplemente de una regulación
municipal que permite “vender” de forma limitada una sustancia concreta (canna-
bis) que sigue siendo objeto de fiscalización, en determinados lugares. De hecho,
se trata de una regulación muy estricta que choca incluso con el mayor grado de
tolerancia que operaba en España desde finales de los años 80. El modelo es muy
parecido al de la prostitución en esta misma ciudad.
Tercero, se trata esencialmente de una política de urbanismo que trata de
controlar la especulación y, en particular, mantener sin costes públicos, gracias al
turismo, una parte histórica de la ciudad, concretamente los locales comerciales,
que sufrían un evidente deterioro.
No cabe la menor duda del éxito de la iniciativa, que se inició en los años
70 a partir de un relato ideológico y moral que ha ido perdiendo fuelle al tiempo
que evidenciaban los componentes económicos y urbanísticos del proyecto. En el
entorno europeo, incluida España (y en particular en la propia Holanda), han sido
varias las municipalidades que han intentado repetir la experiencia de “tolerancia
y negocio” según el modelo de Ámsterdam, pero casi ninguna ha conseguido al-
canzar sus objetivos económicos y sociales, algunas incluso se han visto invadidas
por bandadas de turistas agresivos que han provocado más daños que beneficios,
otras se han enfrentado al sistema legal y otras simplemente han sido ignoradas.
El proyecto de Ámsterdam requirió conocer previamente la complejidad y actuar
con mucho rigor y recursos para afrontarla. Por ejemplo, utilizando a la vez estra-
tegias coactivas muy duras con otras sustancias ilegales.

10.5. Los ensayos clínicos sobre dispensación de opiáceos

10.5.1. Descripción y hallazgos de los ensayos

Los ensayos clínicos sobre dispensación controlada de heroína han sido descritos por la
prensa internacional como “ensayos para la legalización”, pero en realidad son algo muy

320
Cambios que deberían transformar percepciones

diferente. Se trata de ensayos clínicos porque siguen de forma estricta la metodología


experimental y las normas propias de cualquier ensayo clínico, pero su objetivo real
reside en establecer una comparación entre el uso de metadona y el uso de heroína en
programas de mantenimiento con ambos fármacos. Este es el planteamiento metodoló-
gico, y en general ha sido muy riguroso, aunque también es cierto que, como en muchos
ensayos clínicos, las muestras han resultado insuficientes (Comas, 2012), aunque quizásAUTOR: no
por razones legales que han imposibilitado el acceso a más sujetos. aparece este
La importancia pública y política de los ensayos ha sido más que relevante, porqueaño en la bi-
el hallazgo global ha demostrado que la heroína es tanto o más útil que la metadona enbliografía.
los programas de mantenimiento, lo que implica que la noción clásica de droga, es de-
cir, la que aparece en los convenios internacionales, no solo queda en entredicho, sino
que además se traslada, como el resto de los opiáceos, a la categoría de fármaco como
medicamento básico. No es difícil entender que, si esto pasa con los opiáceos, afecta de
una forma fundamental al resto de drogas ilegales, de tal forma que dichos ensayos nos
devuelven a la situación anterior a la Conferencia de Shanghái de 1908. Convirtiendo
el periodo, de algo más de un siglo, y que se inició entonces, con un paréntesis en la
historia farmacológica del mundo.
Veamos los resultados de los ensayos. De entrada, hay que considerar que no son
exactamente nuevos, porque ya en el año 1976 se realizó el primero de ellos en Inglate-
rra, un país donde el mantenimiento con heroína se venía utilizando desde hacía déca-
das, por lo que el planteamiento del ensayo debe contemplarse a la inversa: se utilizaba
heroína y se trataba de comparar sus ventajas con metadona, que se utilizaba entonces
en Estados Unidos desde los años 50 (Harnoll et al., 1980). AUTOR: no
¿Qué resultados arrojó aquel experimento pionero? Pues aporto poco en términosaparece en la
farmacológicos, pero mucho en términos políticos. Los resultados comparativos no fue-bibliografía.
ron decisivos, lo que vino a demostrar que los resultados de la metadona, que mostraba
una categoría simbólica de fármaco, eran muy similares a los de la heroína, que mostra-
ba una categoría simbólica de droga. Obviamente, el hallazgo indica que ambos poseen
un umbral de utilidad terapéutica similar, pero mientras que uno se puede utilizar porque
es un fármaco, el otro no porque es legalmente una droga.
El ensayo pasó al olvido durante años. En parte porque nunca se resolvió el proble-
ma metodológico que plantea el parque de las ratas de Bruce Alexander. Recordemos:
en el parque, las ratas supuestamente adictas reaccionan de formas muy diferentes, una
parte importante, que abandona el uso de la droga (todas ellas de forma espontánea),
son las ratas (A), otras se convierten en usuarias esporádicas (B), muchas otras reducen
el uso (C) y, finalmente, un grupo reducido sigue manteniendo lo que se supone son las
pautas de una adicción crónica (D). Pues bien, los ensayos clínicos sobre dispensación
controlada de heroína se dirigen, en teoría, solo a este último grupo y de forma parcial a
los dos anteriores. Pero los criterios de selección de los participantes, como un largo pe-
riodo de consumo previo y reiterados fracasos en anteriores tratamientos (en alguno de

321
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

ellos solo metadona), son condiciones naturales y no experimentales, y es difícil saber que
tipo de ratas es el que participa en el ensayo. Aunque reiteramos que, por la descripción
de la condición natural, es fácil suponer (pero no saber) que son posibles sujetos tipo (D).
El más importante de los ensayos fue el realizado en Suiza (PROVE), con una am-
plia muestra (n=1.200) entre 1995 y 1998, y fue validado positivamente por la OMS. El
siguiente ensayo se realizó en Holanda entre los años 1995 y 2000 (el informe aparece
traducido en www.easp.es/pepsa/la+prescripcion+de+heroina/versin.pdf). También se
realizaron ensayos en Alemania, Australia y Canadá. Los resultados son muy similares
en todos los casos y coincidentes con el experimento español.

10.5.2. Resultados y hallazgos del ensayo español

El ensayo español (PEPSA, 2003-2004) se inició en Granada con una muestra teóri-
ca de 120 casos, pero como no se pudo completar, aunque se añadió un grupo de La
Línea de la Concepción. Para poder realizar el PEPSA fue necesario un controvertido
decreto específico de la Junta de Andalucía para que lo autorizara (RD 232/2003). En
la actualidad quedaría regulado por el genérico real decreto sobre ensayos clínicos (RD
1090/2015). La duración del ensayo fue de 9 meses y la muestra era escasa (n=62), muy
lejos de los “grandes ensayos” citados anteriormente pero muy similar a otros ensayos
clínicos españoles. Sin embargo, aporta dos importantes hallazgos positivos para la
dispensación de heroína inyectada (dos dosis diarias) y metadona oral (una dosis diaria)
frente al grupo de control de solo metadona oral: la disminución de la delincuencia
asociada y las más que evidentes mejoras en el estado de salud.
Pero el ensayo español produjo un resultado inesperado, que podemos calificar como
una aportación clave al nivel del experimento crucial del parque de las ratas: se trata del
trabajo evaluativo De droga a medicamento: vida cotidiana de pacientes y familiares en un
ensayo clínico con heroína, de Nuria Romo y Mónica Póo (2007). Un trabajo de carácter
etnográfico que tardó en ser publicado y que, cuando estuvo disponible, España entró en la
etapa de los recortes debido a la crisis, lo que provocó que, como el caso del parque de las
ratas, fuera ignorado y olvidado. En todo caso, se trata de una de las investigaciones más re-
levantes, en términos internacionales, realizada en España. Los resultados son inesperados,
porque se derivan de una consecuencia no planificada directamente del PEPSA: ocurre que
todos los sujetos seleccionados hacían de forma muy explícita vida en la calle, en el ciclo
permanente de comprar, consumir, buscar, consumir y el abandono de todas las demás ac-
tividades cotidianas que marcan la carrera del adicto y que coinciden con lo que Alexander
describió como la jaula virtual de Skinner (Slater, 2004; Alexander, 2010; Hari, 2015).
Pues bien, la inclusión de estos pacientes en el PEPSA rompió las rejas de esta jaula
introduciendo notables cambios referidos a las relaciones familiares, el ocio y el tiem-
po libre, un mejor control de su salud, la normalización y conciliación de los vínculos

322
Cambios que deberían transformar percepciones

laborales y la eliminación de los sentimientos de culpa y el rechazo social, factores que


tienen que ver con el propio PEPSA, que supuso sin duda una regulación positiva en la
vida de las personas, pero que las entrevistas atribuyen, como percepción de pacientes
y familias, también al hecho de que para poder realizar el PEPSA se dotó a los partici-
pantes de excelentes medios y recursos de carácter biopsicosocial para poder facilitar el
ensayo, de tal manera que el ensayo era también un dispositivo asistencial clásico, solo
que mejor dotado que cualquier otro. Lo que implica que, en términos empíricos, al
menos parte de las mejoras se debieron a este hecho.
Este hecho no anula los resultados obtenidos en la comparación clínica, si bien tam-
bién demuestra que los logros obtenidos son el modelo biopsicosocial y, como tales, son
excelentes siempre que los recursos aplicados sean suficientes y, como ya hemos explica-
do, al menos como hipótesis, esta excelencia del modelo biopsicosocial es menos costosa
que otras alternativas.
En todo caso, es bastante fácil entender la razón por la que estos resultados no se
han aplicado a las políticas sobre drogas: para hacerlo sería imprescindible desmontar de
forma íntegra el Sistema Internacional de Fiscalización y, especialmente, su lógica pe-
nal para otorgar la mayor parte de competencia sobre sustancias psicoactivas a la OMS.
Lo cual afectaría al protagonismo de la UNODC, la JIFE y, por supuesto, desarmaría
una parte sustancial de los argumentos del modelo de seguridad ciudadana en el nivel
de los estados.

10.6. La nueva epidemia de opiáceos sintéticos

La epidemia de opiáceos sintéticos en Estados Unidos comenzó hacia 2009-2010, pero


no ha sido hasta los últimos años (desde finales de 2016) cuando se han hecho eco de sus
consecuencias a través de los MCS.
La nueva “epidemia” de opiáceos sintéticos o semisintéticos afecta solo a determi-
nadas zonas de Estados Unidos, aunque los medios de comunicación se han hecho un
gran eco de esta debido a varias razones: su alta tasa de mortalidad por sobredosis, el
hecho de afectar a supuestos perfiles sociales (blancos de clase trabajadora que vivían
dentro del “cinturón de la biblia”) que no se correspondían con el estereotipo clásico de
usuario de heroína (urbano, joven transgresor, de muy diversos orígenes raciales y ale-
jado de la religión) y, por supuesto, cuando afectó a figuras públicas de relieve (de for-
ma sorprendente, todos afroamericanos de éxito). Primero a Michael Jackson (2009),
para quien la cuestión de la “sustancia” paso desapercibida en su muerte, pero que
después se convirtió en el tema central del espectáculo del juicio contra su médico par-
ticular que se los había recetado (2011-2012); más tarde el cantante Prince (2016), en
Mineápolis, el epicentro de la epidemia; y finalmente el golfista Tiger Woods (2016),
que parece haber superado el “incidente” y actúa como “renacido”.

323
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

En cuanto a la incidencia de la llamada nueva epidemia de opiáceos que se ha ve-


nido describiendo desde 2012 en Estados Unidos por parte de la revista JAMA (Journal
of the American Medical Association), como consecuencia de la creciente importancia
que se atribuye al tema, se ha llegado a establecer una conexión web específica para
localizar el conjunto de artículos que se han publicado, desde 2010, sobre opioides en
dicha revista (https://jamanetwork.com/journals/jama/currentissue). Fue también JAMA
Psychiatry la que denunció los hechos (y llamó la atención de otros MCS) con un im-
pactante editorial en octubre de 2015 bajo el titular “Addressing the Opioid Epidemic”.
Más recientemente ha publicado una primera estimación evolutiva entre 2001 y
2013 que muestra cómo en este periodo el consumo de fármacos que son opiáceos sin-
téticos se ha multiplicado por cinco en estos 12 años, de 0,33% a 1,60% en el conjunto
AUTOR: nodel país (Martins, 2017). Con posterioridad a 2013, diversos indicadores indican que ha
aparece en laseguido y sigue (junio 2018) creciendo. Llama la atención que una parte importante de
bibliografía. estos usuarios de opioides lo sean también de psicofármacos.
En España, la pregunta que se formula con mayor frecuencia es: ¿se trata de un caso
particular o de una tendencia general? De tal manera que cuando se responde lo segundo
se puede provocar la alarma preguntando: ¿cuándo nos va a afectar? Señalando a conti-
nuación que podemos irnos preparando con la que se nos viene encima. Pero en nuestro
país, según un comunicado del Ministerio de Sanidad (febrero de 2017) que ya no figura
en su página web, se indicaba que el consumo global, según los registros farmacéuticos,
ha crecido un 81% entre 2008 y 2015. En la misma nota se señalaba que estábamos en
un 13,3 por diez mil habitantes de dosis diarias definidas (DDD), por tanto, muy cerca
AUTOR: ¿es del 1,60% de consumidores diarios de Estados Unidos.
correcto este Sin embargo, en Estados Unidos, la mayor parte de las informaciones se refieren al
dato? número de muertes por sobredosis, que en lo relativo a opiáceos han ido ascendiendo
hasta alcanzar más de 66.000 (datos provisionales) en el año 2017, lo que supone más
que los fallecidos por accidentes de tráfico y armas de fuego en dicho país, además lo que
convierte a esta epidemia en el mayor incidente que ha provocado “muertes por causas
externas” en aquel país desde la Segunda Guerra Mundial e incluida la de Vietnam.
En España, muchos medios hablan solo de heroína, pero lo cierto es que la men-
cionada cifra de fallecidos se refiere a todos los opiáceos sintéticos y como las diversas
informaciones (en particular las de JAMA) los diferencian, y que el 72% de los falleci-
dos lo son por opiáceos sintéticos (en particular, oxicodona) y solo un 18% por heroína
(Comas, 2017).
Pero además, los casos de fallecidos por heroína proceden de forma mayoritaria de
un consumo previo de oxicodona y otros opiáceos sintéticos, recetados por médicos pri-
vados, cuyos servicios en determinadas circunstancias vitales (por ejemplo, desempleo)
no se pueden ya pagar y entonces se pasan a la heroína y a otros psicofármacos propios
del mercado negro, más baratos que el coste de la prescripción del opiáceo sintético o el
psicofarmaco. Lo que significa que debemos atribuir esta “epidemia” de opiáceos casi

324
Cambios que deberían transformar percepciones

en exclusiva a un origen iatrogénico, relacionado con el alto consumo de opiáceos con


receta médica.
El opioide más vendido en Estados Unidos, al menos en los últimos años, es la oxi-
codona, que se presenta, aunque no de forma exclusiva, como OxyContin, y que fabrica
Purdue Pharma. Una industria farmacéutica especializada en fármacos relacionados con
la salud mental que durante años fue relativamente “pequeña” si la comparamos con las
“grandes” del sector, pero que gracias al negocio de los opioides ha visto cómo su cifra
de negocios se incrementaba de manera exponencial. Se trata de un negocio controlado
por la familia Sacker, que ha visto, según la famosa lista de Forbes, cómo su patrimonio
aumentaba hasta 13.000 millones de dólares en 2016, al tiempo que la empresa avan-
zaba de forma meteórica en la lista Fortune 500, hasta rozar, ya en este momento, los
puestos de las “grandes farmacéuticas” norteamericanas.
¿Qué está pasando mientras tanto en España? Pues no está claro, porque las únicas
estadísticas disponibles se limitan a reflejar el número de DDD y lo cierto es que ya
parece que superamos las cifras de dispensación de Norteamérica, porque en 2018 al-
gunos comentarios han indicado que nos movemos por encima del 2‰ a nivel nacionalAUTOR: ¿es
(Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios), con importantes diferen-correcto este
cias autonómicas y una fuerte presencia de fentanilo y de buprenorfina, que en Estadosdato?
Unidos son más residuales. Lo que en apariencia indica que “ya tenemos” o “estamos a
las puertas de tener” la misma epidemia, pero que hasta ahora “es invisible” porque el
acceso a las sustancias que la provocan nada tiene que ver con el narcotráfico ni tampoco
con el tipo de mediciones que solemos realizar sobre el consumo, pero ¿y los muertos?
¿Dónde están los fallecidos por esta causa en España?
Lo cierto es que tanto en la estadística del Indicador de mortalidad por reacción
aguda a sustancias psicoactivas, publicado por el PNsD, basado en los informes foren-
ses y que ofrece datos un tanto confusos entre los “seis partidos judiciales” (Barcelona,
Bilbao, Madrid, Sevilla, Valencia y Zaragoza) desde el año 1983, como la comparativa
y posterior estimación con la estadística de fallecimientos por causas de muerte (CIE-
10) que incluye otras causas relacionadas colateralmente con la posibilidad de “reacción
aguda”, nos movemos en cifras muy discretas en estos mismos años, en torno a 80 casos
en la primera estadística, la mayoría de los cuales deben de ser además por heroína.
En cuanto al análisis de las causas de muerte del Movimiento Natural de la Pobla-
ción (MNP) del INE, aparecen 455 casos, que incluyen casos que quizás no se vinculen
a “reacción aguda”, ya que se incluyen en las categorías de “trastornos mentales y del
comportamiento debidos a diferentes sustancias” que en el MNP son la mayoría y que
se identifican de forma individual (categoría F), y también en los “envenenamientos a
causa de” sustancias similares X42, X44, X62 y Y12, aunque curiosamente falta Y45,
que es el más específico, pero con pocos casos, solo 4 en 2015.
Además, la fórmula para “estimar la mortalidad atribuida a drogas” que utilizan algu-
nos autores y que duplica estas cifras no parece adecuada, ya que establece un “coeficiente

325
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

de subregistro” resultado de la proporción entre el registro del PNSsD y el registro del


MNP, que se multiplica por este último coeficiente para obtener dicha estimación.
En todo caso, para el conjunto de las drogas, la mortalidad se estima, como ya he-
nos explicado anteriormente, en unos 500 casos por año para todas las drogas ilegales
y algunos fármacos, en términos relativos, lejos de las cifras de los años 80 y 90 y aún
más lejos de Estados Unidos. Por tanto, parece que la epidemia de opiáceos nos afecta
en cuanto al nivel de prescripciones, pero en nada más, incluida la posible mortalidad.
Algo que vamos a tratar de explicar, porque un 2‰ de usuarios diarios de opiáceos sin-
téticos estimados en España ya supera el impacto de uso diario de la epidemia de heroína
en los años 80, es decir, en 2017, y ya nos situamos por encima de las cifras de mitad
de los años 80 del siglo pasado. Entonces, ¿por qué no fallece casi nadie en España? La
expectativa de algunos actores políticos y de los MCS es que “de un momento a otro va
a ocurrir” y van a volver los yonkis, toda su cultura delictiva y sus patologías asociadas.
Pues posiblemente no, porque la “epidemia” no se origina desde el mercado negro,
sino desde el propio sistema de salud, y aunque en todo caso resulta complicado hacer
previsiones, podemos suponer que será diferente o incluso muy diferente en España.
En Estados Unidos, las sobredosis se concentran en los usuarios de fármacos obtenidos
mediante prescripción médica, que se compran por cajas y se utilizan al gusto del consu-
midor en cada casa. En España, según la propia nota del Ministerio anteriormente aludida,
la mayor parte del consumo se produce en hospitales y raramente aparecen prescripciones
personales de estos fármacos, aunque es cierto que los hospitales facilitan el fármaco a
enfermos oncológicos, a personas desahuciadas y a algunas otras patologías terminales.
Algo muy diferente al caso de Estados Unidos, donde el usuario tipo se sitúa en el grupo
de edad 40-60 años y, en general, sin patologías graves, pero con dinero para poder pagar
la prescripción en un sistema privado donde obtener la receta y el producto no es gratis.
En el próximo capítulo ampliaremos este tema.

10.7. La creación y las iniciativas de mercados regulados de cannabis

La regulación del cannabis se ha expresado en los últimos años de una forma insisten-
te, bien como sustancia recreativa, bien como cannabis medicinal. Pero ya sea de una
forma u otra, no hay un modelo único de regulación. En muchos países, el consumo es
ilegal y los usuarios pueden ser objeto de medidas penales, aunque es frecuente recono-
cer la existencia de un “modelo de penalización y tolerancia cero, pero con corrupción
institucional que facilita el consumo”. En España, como ya hemos explicado en el capí-
tulo 3, el uso de cannabis esta despenalizado, pero a la vez puede ser objeto de sanción
administrativa (Arana y Markez, 2006). Este modelo de tolerancia está presente en al-
gunos países más, aunque no en tantos como el de la ilegalidad completa. Finalmente,
una serie creciente de países ha optado por algún tipo de regulación.

326
Cambios que deberían transformar percepciones

El cannabis medicinal está regulado en muchos estados de Estados Unidos, en la


República Checa, Canadá, Israel, Holanda, con matices en Alemania e Italia y en el
resto de los países que han emprendido regulaciones más ambiciosas. Dichas regulacio-
nes, así como los proyectos más avanzados de regulación, parece que son propios y se
concentran solo en tres áreas geográficas y culturales concretas: la primera, formada por
Estados Unidos, Canadá y otros países anglosajones como Australia o Nueva Zelanda;
la segunda, que engloba toda Latinoamérica, aunque son pocos los países que están
avanzando en esta línea (Uruguay, y con iniciativas puntuales en Argentina, Colombia,
México y Brasil), aunque en dicha área el relato de la regulación tiene mucha presencia
en foros bilaterales; y finalmente, en tercer lugar, Europa, donde varios países, enca-
bezados por Holanda, Portugal y Suiza, y también otros como Alemania, han iniciado
procesos de regulación.
En el resto del mundo, que engloba gran parte del territorio mundial y cerca del 60%
de la población, en cambio, la idea de que el sistema internacional de fiscalización ha
fracasado porque no se han tomado medidas penales suficientemente rigurosas parece
haber convencido a las élites políticas.
Aun así, el/la estudiante debe considerar que este mapa mundial es incierto, por-
que en todos los países existen grupos, e importantes sectores de la opinión pública,
favorables a la regulación y los cambios políticos pueden producir transformaciones
en el mapa. Aunque a la vez es cierto que existe un bloque de países, con estructuras
autoritarias, liderado por China, Rusia y algunos países árabes, que han hecho del blo-
queo de esta opción en los organismos internacionales un “asunto prioritario de Estado”.
Tampoco se debe hacer demasiado caso a las informaciones periodísticas que resaltan
“supuestas legalizaciones” al tiempo que se olvidan de regulaciones más ambiciosas.
Existen numerosas páginas web, no todas creíbles, que informan sobre esta cuestión.
En todo caso, existen cinco modelos más o menos estándar de regulación (Romaní y
Martínez, 2017), que aparecen, todos ellos, desde el cannabis medicinal hasta la produc-
ción y distribución comercial. Son modelos norteamericanos, por lo que han recibido la
denominación de cada modelo que aplica cada estado (Colorado, Alaska, Washington y
Oregón) y el distrito de Columbia, es decir, la capital, Washington. Lo que ha conver-
tido a Estados Unidos en un laboratorio singular para evaluar las consecuencias de la
regulación, que por ahora son en general positivas, aunque diferentes según el modelo.
No es para menos, porque el número de “variables que definen el tipo de regulación”
se acerca a la treintena (Romaní y Martínez, 2017), por lo que el número de combina-
ciones es infinito. Las evaluaciones comparativas a medio plazo estarán disponibles en
los próximos años, aunque seguramente contaminadas por fake news sobre este asunto.
El caso de España es sin duda el más singular del mundo, con Holanda fue pionero en
las políticas de tolerancia, pero con una ambigüedad única (despenalización del consumo
desde 1983 y, a la vez, sanción administrativa desde 1992). Pero no solo esto, ya que
fue, a través de una complicada ruta legal con numerosas interpretaciones del Tribunal

327
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Supremo, uno de los primeros países, si no el primero, que autorizo el autocultivo y el


consumo compartido, que produjo el fenómeno de los clubes cannábicos. La situación
se mantuvo estable durante casi 25 años, hasta que, en el año 2012, comenzaron una
serie de iniciativas que concluyeron en el Tribunal Supremo y que supusieron la desapa-
rición de los clubes cannábicos y los sistemas de autoconsumo y consumo compartido,
aunque no la de algunas empresas comerciales ligadas al modelo.
El cambio de tendencia puede atribuirse a razones ideologías y a las protestas (por
el turismo de cannabis) de países que curiosamente han facilitado la apertura de clubes
en el mismo periodo que se cerraban en España. El último detalle poco conocido aún en
España es que quizás nos hayamos convertido en un gran productor de cannabis, para
facilitar cannabis medicinal a los países que lo han regulado, mientras que para la propia
España el cultivo, la producción y distribución siguen siendo ilegales.

10.8. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate

Primera propuesta
Según parece, en España, los adultos no practican binge drinking y, por tanto, no se
dan “atracones del alcohol”, ya que esto solo es cosa de adolescentes. Al estar estu-
diando una carrera universitaria se supone que ya eres mayor de edad y tienes una
determinada experiencia personal con el alcohol. Quizás seas abstemio/a, entonces
haz otra reflexión entre las propuestas o habla con alguien de confianza que sí bebe.
Piensa en esta experiencia como una descripción empírica y objetiva, tratando de
ser riguroso/a. No se trata de que nadie te juzgue ni tan siquiera tu mismo/a. Pero
piensa si tu experiencia coincide con lo que dicen que pasa en la adolescencia y
en comparación con la edad adulta. Piensa en tu propia experiencia o en las de tu
amigo, pero no compares “lo que dicen que beben ahora los/as adolescentes” con lo
que en realidad hacías tu hace solo cuatro o cinco años y lo que haces ahora.

Segunda propuesta

Después de los últimos capítulos, los/las estudiantes de criminología deben en este


punto decidir si prefieren vivir en la facilidad de las creencias (más o menos ins-
titucionalizadas) o en el mundo más complejo e incómodo de los conocimientos.
Sin pensarlo, casi todos dirán: “Con los conocimientos”. Pero trata de reflexionarlo
más a fondo porque esta decisión implica costes y la pregunta real: ¿estas dispues-
to/a a asumir los costes de esta decisión?, ¿todos o solo algunos? No te des a ti
mismo/a sin justificarla la respuesta políticamente correcta y visualízate como un
profesional competente y adulto que toma decisiones.

328
Cambios que deberían transformar percepciones

Tercera propuesta

¿Habías oído hablar antes de los ensayos clínicos con opiáceos? Lo más seguro es
que no, pero en todo caso ahora ya tienes una somera información sobre ellos. Con
los resultados obtenidos, ¿qué crees que se debería haber hecho?

Cuarta propuesta

Si no sabes lo que significa adanismo busca la definición y las explicaciones de este


comportamiento en las redes sociales. ¿Nos equivocamos al decir que la cultura
española es “radicalmente adanista”? Piensa en los últimos días y describe cuántas
personas y en cuántas situaciones (puedes ser tú mismo) han actuado de acuerdo
con este criterio. Ponlo por escrito y guárdalo para releerlo pasado un tiempo.

329
11
Situaciones, hechos y preguntas clave

En el entorno de las sustancias psicoactivas están ocurriendo en la actualidad muchas


cosas. Sin duda, una de las más relevantes tiene que ver con la emergencia del campo
de conocimiento de la criminología, ignorado cuando no rechazado durante décadas
cuando se ha tratado de enfocar la cuestión de las drogas. Otros problemas tienen que
ver con los debates que se han planteado en el terreno de las actuaciones políticas y
judiciales, en particular, a partir de los resultados de algunas evaluaciones, y que han
mostrado cómo el tiempo de las actuaciones tácitas ha concluido y desde ahora ya no
podremos seguir actuando “porque se supone que las drogas (ilegales) representan el
mayor riesgo al que nos enfrentamos”.
En los capítulos anteriores se han realizado diversas descripciones que han pretendi-
do elaborar un relato coherente sobre la criminología y las sustancias psicoactivas. Los
hallazgos científicos apuntalan la idea de que el modelo de actuación emprendido hace
un siglo debería ser abandonado.
Pero, a la vez, está claro que, con independencia de esta propuesta criminológica
coherente, la cuestión de las drogas se mantiene intacta, como un peñasco ideológico ba-
tido por el oleaje de las evidencias, los resultados de las evaluaciones y las aportaciones
de diferentes disciplinas. Quizás en el futuro sea muy revelador estudiar cómo es posible
que semejante paradigma se haya mantenido inalterable durante tanto tiempo, pero hoy
en día, desde la perspectiva del utilitarismo moral, debemos plantear con claridad que en
nada beneficia a las personas y, por tanto, debe ser sustituido.
Se han expuesto experimentos, resultados empíricos, reflexiones racionales y éticas
que promueven esta necesidad y que orientan hacia posibles alternativas, pero además,
algunos hechos, hallazgos y preguntas clave que no encajaban en otros capítulos del
texto, son expuestas en este para contribuir a promover este cambio.

11.1. La necesidad de resolver problemas de disonancia cognitiva

Según vamos avanzando en las explicaciones del manual, parece evidente que el tema
de la droga presenta una cierta disonancia cognitiva que comienza por la paradójica

331
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

relación entre un término jurídico (droga) que, sin embargo, se describe como “relativo
a la salud”, pero que está definido por organismos internacionales que lo vinculan al
campo del derecho penal, e incluso obviando las opiniones de los organismos de salud.
Por si esto fuera poco, estos mismos organismos, y para mantener petrificado el
sistema de fiscalización, recurren a procedimientos supuestamente representativos en la
asamblea nacional de la ONU, para impedir así que otros organismos de la propia ONU,
como son la OMS, la Unesco e incluso la OIT (Organización Internacional del Trabajo)
o la FAO (Organización de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura), in-
formen sobre hechos y traten de modificar las políticas que proponen las organizaciones
de drogas.
Esta disonancia primaria se expande a través de todas las políticas de drogas y,
como hemos, visto alcanza incluso las prácticas asistenciales y terapéuticas, así como
las acciones preventivas, invadiéndolo todo como un líquido que no sabemos muy bien
cómo encauzar y provocando que precisamente aquello que se trataba de evitar se ex-
tienda sin límites.

11.1.1. ¿Qué significa disonancia cognitiva?

Vamos a explicar cómo se construyó la noción original de disonancia cognitiva, ya que


en psicología, la noción de disonancia cognitiva se emplea para referirse a personas
concretas que padecen este trastorno, pero cuando Leon Festinger elaboró el concepto y
describió dicha patología, la refería de forma exclusiva a grupos.
Merece la pena recordarla (Festinger, 1956). En el año 1954, Festinger y algunos
colaboradores entraron en contacto con un grupo de personas (a los que más tarde se lla-
mó The Seekers), en una ciudad que identifica como Lake City (era Chicago), así como
con su líder, a la que identifico como Marian Keech (su nombre real era Dorothy Mar-
tin), explicaba y profetizaba que había recibido mensajes de un planeta llamado Clarión,
desde el cual un alienígena llamado Samanda, al que más tarde la propia líder por razo-
nes prácticas identificó como una reencarnación galáctica de Jesucristo, le avisaba de
que el día 21 de diciembre de 1954 se acabaría el mundo, pero que los creyentes de aquel
mensaje apocalíptico serían recogidos unas horas antes del momento fatal por medio de
un platillo volante que los llevaría a Clarión, donde serían felices comiendo perdices.
Leon Festinger se integró en el grupo utilizando la metodología de la observación
participante e incluso adquirió una gran confianza con la líder. Su objetivo era estudiar lo
que pensaba que representaba un delirio colectivo (el concepto que entonces se utilizaba),
pero cuando, obviamente, el 21 de diciembre de 1954 el mundo no se acabó, ni ningún
platillo volante apareció para recoger al escaso grupo de devotos que se habían reunido
en la casa y el jardín de Dorothy Martin, se produjo, tras un primer momento de descon-
cierto o quizás aprovechando este, un giro inesperado de los acontecimientos.

332
Situaciones, hechos y preguntas clave

Porque la líder explicó a sus seguidores que el mundo no se había acabado gracias
a su devoción y a su firme creencia en la existencia de Clarión y en Samanda, algo que
casi todos se creyeron, y no solo esto, sino que en los meses siguientes se lanzaron a
proclamar la nueva verdad, de tal manera que el grupo creció de una forma exponencial
a pesar de que en términos racionales venían de “un desmentido más que evidente”. A
esta actitud la llamó por primera vez Festinger disonancia cognitiva (Festinger, 1957).
La historia de la noción de disonancia cognitiva aparece también como uno de los
“grandes experimentos psicológicos del siglo  xx” (Slater, 2004), pero reconvertida en
AUTOR: no
nuevos casos de disonancia individual. Pero otros hemos conocido la historia de The
aparece en la
Seekers en los manuales de psicología social (Brown, 1974; Torregrosa, 1974), que se
han utilizado como manuales universitarios durante décadas. En el primero, la historiabibliografía.
de The Seekers se explica en el artículo de Robert Zanjonc “Los conceptos de equilibrio,
congruencia y disonancia”, en el segundo, aparece un extenso capítulo 11, que bajo el tí-
tulo de “El principio de congruencia en el cambio de actitud”, desarrolla una explicación
muy amplia, y actualmente perfectamente válida, sobre la disonancia cognitiva grupal
y el ejemplo que le dio origen.
Pero el término disonancia cognitiva grupal no parece utilizarse demasiado, aunque
sea un concepto propio de la psicología social, en gran medida porque la disonancia
cognitiva se utiliza para referirse a una patología individual e incluso en los casos en
que ha servido para explicar diversos hechos sociales, desde la fidelidad a la intención
de voto ante hechos injustificables, pasando por la oposición de los comerciantes a la
peatonalización de sus calles y, por supuesto, la actitud de la mayoría de padres/madres
ante el consumo de alcohol por parte de sus hijos/as adolescentes, sin olvidar cómo la
opinión pública es más proclive a aceptar cualquier explicación claramente disonante
sobre el uso de sustancias psicoactivas. Y también nos permite comprender cómo, en la
actualidad, el oxímoron prevención de las adicciones y su supervivencia institucional es
un caso ejemplar de disonancia cognitiva.

11.1.2. Disonancia cognitiva: el caso de los opiáceos

Vamos a presentar un ejemplo muy relevante de disonancia cognitiva, referido a los


opiáceos, con el que vamos a tratar de escenificar cómo se produce de forma habitual en
todo el ámbito de las sustancias psicoactivas.
Primero, ya sabemos que se utilizan algunos fármacos opiáceos, en particular metado-
na para evitar el consumo de heroína. ¿Qué propiedades distintas posee la metadona que la
diferencie de la heroína? Pues ninguna decisiva, e incluso la metadona es más potente que
otros opiáceos como la morfina. La diferencia importante reside en que la metadona es una
sustancia agonista (sustitutivo a nivel celular) regulada y controlada en su dispensación, y
que como consecuencia de ello, el uso de metadona evita el uso de heroína.

333
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Una sustancia controlada como la metadona tiene dos utilidades, por una parte,
facilita la desintoxicación mediante programas de reducción de dosis, y por otra par-
te, se puede utilizar, como ya hemos explicado, para planes de mantenimiento a largo
plazo. Utilizar metadona implica que no se compra heroína en el mercado negro, que
no se delinque para hacerlo y que incluso se puede llevar una vida normalizada, puede
desarrollarse un proceso de reinserción social e incluso llevar una vida familiar y laboral
más o menos efectiva. Pero esto no ocurre por la sustancia en sí misma, o por sus efectos
diferenciales, sino por la forma de dispensarla y controlarla.
Una vez comprendido el procedimiento, a cualquiera se le ocurrirá la pregunta:
¿por qué no dispensar entonces heroína? De hecho, si los cambios producidos se deben
al control y su forma de dispensación y no a la sustancia, ¿qué pasaría si se regulara la
heroína? Pues los diversos ensayos clínicos con heroína demuestran que sucede más o
menos lo mismo que con metadona. Incluso un poco mejor, porque muchos usuarios
“la prefieren” y por este motivo la utilizan “muy en serio”. Por si fuera poco, mientras
la metadona produce problemas hepáticos importantes, la heroína es más amable. Pero
establecida esta evidencia a través de un número importante de ensayos clínicos, ¿por
qué no se dispensa directamente heroína en vez de su agonista metadona?
La razón es una firme creencia de que la heroína, y como establece el sistema inter-
AUTOR: no nacional de fiscalización, es una droga ilegal y en cambio la segunda, la metadona es un
aparece en la “medicamento básico” perfectamente legal. ¿Qué tiene que ver entonces el estatus legal
bibliografía. con la farmacología? Pues nada, porque se trata, en este caso, de dos sistemas que son
perfectamente disjuntos (Hidalgo, 2012).
Por tanto, a pesar de la evidencia científica aportada por los ensayos clínicos, la
heroína no se puede utilizar ni en procesos de desintoxicación, ni en programas de man-
tenimiento. ¿Quién lo dice? Pues las leyes y el sistema judicial. ¿Y el de salud qué dice?
Pues que la evidencia es cierta pero que la ley les impide actuar como ellos quisieran,
lo cual también es cierto. ¿Y el sistema judicial? Pues cada vez son más los que opinan
que el tema de las drogas se está convirtiendo en una insensatez, pero que no pueden
evitarlo, porque el sistema de salud determina los riesgos de las diversas sustancias y
ellos no pueden obviar la calificación de drogas muy peligrosas. ¿Saben esto los orga-
nismos que se ocupan de las políticas de drogas? Sin duda, pero es una conciencia que
solo tenemos en “nuestro país” porque en los demás “no es lo mismo”, además, ¿quién
se va a enfrentar con los organismos internacionales?
Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿por qué piensan así los organismos internaciona-
les? Pues porque, con una cierta lógica, practican una política intencional de selección
de la evidencia, ya que aquellas que desmienten su misión y sus objetivos son conside-
radas inaceptables o incorrectas. Además, promocionan solo investigaciones cuya meto-
dología cojea, pero que les dan la razón.
En mitad de este vodevil aparece la epidemia de opiáceos en Estados Unidos, que
arroja cifras de mortalidad nunca vistas en aquel país. Un acontecimiento que se ajusta

334
Situaciones, hechos y preguntas clave

además a una predicción de Estes Kefauver (1966). Por el capítulo anterior sabemos que
aparece porque se recetan fármacos opioides sin ningún control, también sabemos que, en
España, con un consumo estadístico superior de las mismas sustancias, no se detecta nin-
gún problema, aunque quizás en parte esto puede ser debido a que no aparecen como tales
en las estadísticas de causa de muerte en el movimiento natural de la población. Aunque
si fuera tan grave como en Estados Unidos (serían en España algo más de 10.000 muertes
al año), lo sabríamos por otros medios.
Ante la gravedad del problema, el Gobierno federal decide en Estados Unidos “acabar
de forma drástica con el abuso de opiáceos” y encarga a la Agencia Americana del Medi-
camento (FDA) y al Departamento de Salud (HHS), el diseño de programas de tratamien-
to que resuelvan el problema de los “trastornos por consumo de opiáceos” (OUD), y estos
desarrollan una “Estrategia de Tratamientos Asistidos con Medicamentos” (MAT), que
implica una solicitud a las compañías farmacéuticas de que investiguen y hagan propues-
tas. Las propuestas han llegado y la administración las ha aceptado. En esencia, implican
la utilización de buprenorfina, metadona y naltrexona, tres opiáceos que se distribuyen de
forma controlada a aquellos que han sido diagnosticados como adictos a través de la red
especializada.
Al conocer esta información, surge la pregunta, ¿y por qué no utilizar de forma con-
trolada la propia oxicodona que, de hecho, también es un fármaco opiáceo legal? Y ade-
más el más significativo entre los que han provocado la epidemia. Es decir, exactamente
lo que se hace en España a través de la red pública, en particular hospitales, sin que
parezca que tengamos problemas. Pues no, porque como la mayor parte de la atención
sanitaria en Estados Unidos es privada, no se puede exigir a los médicos controles com-
plementarios que solo son aplicables en las redes específicas que atienden a los que son
diagnosticados como adictos, aunque se puede aconsejar a los médicos privados que
receten menos oxicodona y otros opiáceos.
Expresado de una forma sencilla, en Estados Unidos fallecen todos los años en torno
a 70.000 personas por una causa de base ideológica: el sistema de salud se organiza de
una determinada manera (privada) y los dogmas de esta organización pueden soslayarse,
pero no revertirse. Visto así, no solo es una disonancia cognitiva sino “un modelo políti-
co determinado por una firme convicción platónica” que impide resolver las cosas desde
la adecuada perspectiva del utilitarismo y el pragmatismo moral.
Además, podemos proyectar incongruencias similares a la situación de todas y cada
una de las sustancias psicoactivas que son asumidas como naturales desde la práctica
de una disonancia cultural, que responsables políticos y administrativos, ciudadanos y
la mayor parte de los profesionales comparten. Muchos proyectos de intervención en
Estados Unidos ofrecen el mismo perfil, por ejemplo, el TASC (Treatment Altenatives
of Street Crime) de los años 70 pretendía reducir el crimen en los guetos dificultando la
adquisición de drogas, pero cuando se ha evaluado, se ha demostrado que promocionó
la violencia (Inciardi, 1996). Los tratamientos obligatorios en campamentos donde se

335
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

mezclaban menores infractores con simples usuarios de cannabis (NIDA, 1988), han
mostrado resultados positivos en algunos casos, pero también el inicio de procesos ex-
tremos de desviación delincuencial.
Si esto ocurre en un país con una fuerte impronta cultural pragmática, ¿qué ocurrirá
en otros? Por ejemplo, en el caso de España y en el ámbito de las sustancias psicoac-
tivas, ¿tenemos también estos problemas de disonancia cognitiva? Pues quizás más,
pero un autor individual no es el agente adecuado para resaltarlos, ya que implica iden-
tidades corporativas, ideológicas y éticas. En todo caso, podemos ver un ejemplo: en
1995, un estudio empírico, metodológicamente muy consistente (Elzo, 1995), mostró
que en la mayoría de los casos “las alternativas terapéuticas a las penas de prisión” no
solo eran más eficaces, sino que además reducían el coste financiero de la intervención.
La lógica nos dice que cuando comenzaron los recortes por la crisis deberían haberse
promocionado intensamente estas alternativas terapéuticas. Pues bien, se redujeron al
mínimo, lo que implicó un aumento de los costes. ¿Por qué se hizo así? Pues porque
eran partidas presupuestarias diferentes y la finalidad del recorte (gastar menos) solo se
entendía desde una perspectiva económica eliminando programas.
En todo caso, se trata de una tarea colectiva muy adecuada para la criminología,
una disciplina que debe tener claro estos hechos desde una perspectiva transdisciplinar
y holística, que además mantiene un vínculo explicito con el empirismo y el utilitaris-
mo moral, lo cual la convierte en un ámbito privilegiado para mostrar cómo aparecen
nuestros propios rasgos de disonancia cognitiva, que parecen adoptar la forma de una
fantasmagoría platónica en la que imaginamos que aquello que provocó la situación se
resuelve aplicando más de lo mismo.
Por suerte, en España, y como hemos explicado antes, para este caso y desde IIPP,
ha comenzado un trabajo profesional en el área de sanidad penitenciaria, que establece
cómo debemos actuar ante el reto de los psicofármacos en combinación con los opiáceos
sintéticos y otras drogas ilegales. Por tanto, saber ya sabemos cómo actuar, aunque ha-
brá que esperar a las decisiones propias del sistema de salud y los sistemas de bienestar.

11.2. Avances científicos, burocracia corporativa e invisibilidad profesional

11.2.1. Invisibilidad cruzada

A lo largo del texto se ha reflejado la consistencia del modelo transdisciplinar de la cri-


minología frente a los modelos corporativos particulares, al menos para afrontar cuestio-
nes complejas como la de las sustancias psicoactivas. Los modelos corporativos poseen
la ventaja de la especialización, el autocontrol y una buena regulación interna, pero la
desventaja del exceso de fijación en sí mismos. A la vez, de forma creciente, los hallaz-
gos científicos se mueven sobre una realidad dual, por una parte, son el resultado de la

336
Situaciones, hechos y preguntas clave

creciente especialización, pero a la vez, los más relevantes, en particular aquellos que
implican cambios de paradigma, se producen en los márgenes y en las zonas fronterizas
de las diversas disciplinas.
Asimismo, la experiencia de supervisión en el ámbito de las sustancias psicoac-
tivas nos permite entender que son muchos los profesionales a los que no les gusta la
xenofobia corporativa, especialmente cuando se trata de afrontar de forma colaborativa
cuestiones complejas que está claro que afectan a varias disciplinas. Pero estos profe-
sionales tienen que superar entonces el problema de la burocracia corporativa que, para
mantener la identidad propia de la disciplina concreta, bloquea el acceso de contenidos
inapropiados, en aquellas publicaciones que tienen el justo objetivo de promocionar esta
identidad. En ciertos casos, como ha sido el de las sustancias psicoactivas, la burocracia
corporativa se ha utilizado para bloquear la información sobre experimentos y eviden-
cias que ponían en duda políticas públicas con las cuales el propio grupo corporativo se
sentía involucrado.
Este manual se ha estructurado precisamente en torno a la ruptura de paradigma
que supuso el parque de las ratas, pero también sobre el silencio corporativo, político y
administrativo que ha tratado y trata de invisibilizarlo. El experimento aportó hallazgos
fundamentales, pero el silencio intencional que lo envolvió, legitimó el hecho de que se
trataba de un cambio de paradigma esencial.
Pero además, en la actualidad, el parque de las ratas es bien conocido por una
gran parte de los profesionales que trabajan en el ámbito de las sustancias psicoacti-
vas, en particular psicólogos/as. Pero a la vez es prácticamente desconocido para el
resto de la profesión a causa del silencio impuesto por las instituciones, de las cuales
las burocracias corporativas se han hecho cómplices.
La criminología, como práctica transdisciplinar, debe construir enfoques que eviten
y superen las prácticas corporativas y sus correspondientes invisibilidades cruzadas o, si
se quiere, las mutuas censuras que establecen las burocracias corporativas. La existencia
de un equipo transdisciplinar garantiza que esto es posible, pero quizás no suficiente,
porque parece necesario además ir denunciando, en el ámbito de la política científica, la
existencia de vetos cruzados que provocan invisibilidades cruzadas.

11.2.2. ¿Qué es la tasa de invisibilidad corporativa?

La noción de tasa de invisibilidad corporativa refleja el grado de desconocimiento que


puede tener una disciplina concreta en relación con los ensayos, experimentos e in-
vestigaciones cruciales que se han desarrollado en otros campos de conocimiento. Por
ejemplo, el desconocimiento de los hallazgos del parque de las ratas en un determinado
sector profesional indicaría la existencia de una invisibilidad intencional por parte de la
propia burocracia corporativa.

337
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Pero ¿por qué se trata de invisibilizarlo? En un primer momento podría parecer


que es una cuestión relacionada con la escasa o nula presencia del experimento y sus
resultados en las revistas especializadas que aportan, pero, de hecho, el trabajo de Bruce
Alexander ha sido difundido por diversas revistas del ámbito de la neuropsicología, y
nadie ha desmentido sus hallazgos.
Por este motivo, el periodista Johann Hari se entrevistó con el psiquiatra Robert
Dupont, fundador en 1973 del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA),
un centro que en la actualidad aún concentra la mayor parte de la investigación sobre
alcohol y drogas en el mundo y que además fue el primer zar antidroga de Estados
Unidos (1973-1977) durante la presidencia de Richard Nixon. La entrevista tuvo lugar
en el año 2014 en Estocolmo durante la Conferencia de la Federación Mundial contra
las Drogas (WFAD), una entidad fundada en 2009, y que en su página web (http://www.
wfad.se/) indica como misión de esta que “WFAD es una comunidad multilateral de
organizaciones no gubernamentales e individuos. Compartimos la preocupación común
de que el uso de drogas ilícitas está socavando los valores tradicionales y amenazando la
existencia de familias, comunidades e instituciones gubernamentales estables en todo el
mundo. Nuestro objetivo es trabajar por un mundo libre de drogas”.
Pues bien, el programa de la conferencia señalaba su interés en “mantener la guerra
contra las drogas, que pueden secuestrar el cerebro y convertir al adicto en un esclavo”.
Cuando Hari le pregunta a Dupont por el experimento del parque de las ratas, este sabe
de entrada perfectamente de que le habla, luego no es una invisibilidad natural sino
forzada y alega “el ambiente es importante, por ejemplo, para que exista mayor o me-
nor consumo, depende de que las drogas sean ilegales o no” para explicar más adelante
que los experimentos de Bruce Alexander no tuvieron continuidad porque “nadie pre-
sentó proyectos en aquella línea de investigación porque no resultaba relevante”. En el
mismo libro son varios los autores que confirman haber presentado dichos proyectos y
haber no solo sido rechazados, sino que fueron avisados de que en caso de persistir en
su actitud nunca recibirían financiación de ningún tipo (Hari, 2015).
La entrevista acaba de una forma curiosa (que los lectores de este manual pueden
interpretar muy bien) porque Robert Dupont alude no tanto a la esclavitud de los adictos
que figura en el lema de la conferencia, sino que compara la “guerra contra las drogas”
con la “guerra contra la esclavitud” durante el siglo xix, lo cual nos retrotrae exacta-
mente al paradigma puritano que se ha descrito más atrás. Es decir, viene a afirmar sin
explicitarlo que censuró el parque de las ratas y promocionó en cambio las investigacio-
nes neurológicas con ratas realizadas en la caja de Skinner, por razones esencialmente
ideológicas, aunque disfrazadas de la contraposición entre metodologías duras (caja de
Skiner) y metodologías blandas (vida real).
Luego la tasa de invisibilidad corporativa está directamente relacionada con el
peso de las ideologías (y, por tanto, las creencias) en una determinada disciplina, e
inversamente relacionada con la práctica de la transdisciplinariedad. De hecho, todas

338
Situaciones, hechos y preguntas clave

las disciplinas sin excepción incluyen una parte de creencias que solo puede disminuir
si se abre a los conocimientos de otras. Cuanto más cerrada y procedimental es una
disciplina, más ideología contiene y menos evidencia aporta. Por este motivo hay que
aprovechar la oportunidad que nos ofrece la criminología, ya que no necesita dotarse de
una identidad corporativa e invisibilizar resultados, para poder así dar pasos en el avance
del conocimiento científico.

11.3. La cuestión estratégica del dopaje deportivo

Casi todo el mundo ha oído hablar del dopaje deportivo, pero muy pocas personas saben
que el problema social y sanitario del dopaje no es tanto (aunque sea importante) el de
los deportistas de élite que son noticia, sino del deporte federado de base y que afecta
incluso a aficionados, federados o no, donde es casi imposible realizar cualquier control.
En este sentido, las sustancias que se utilizan para el dopaje deportivo se supone que
también representan un problema de salud pública, pero ocurre que, a la vez, algunas de
ellas son incluso legales, con o sin receta, como los diuréticos, los betabloqueantes, cier-
tos analgésicos y hormonas o la cafeína, otras en cambio aparecen a la vez en las listas
de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) y en las listas de sustancias controladas de
la ONU, por ejemplo, las anfetaminas. Finalmente, otras se utilizan de forma específica
como dopantes.
El mecanismo formal y funcional de control del dopaje, se parece mucho al de las
drogas ilegales, ya que incluye una autoridad mundial para determinar qué sustancias se
consideran dopantes y organizar la lucha contra el dopaje. Se trata de un organismo inter-
nacional, la mencionada AMA, que depende del Comité Olímpico Internacional (COI),
que fue creada en 1999. La mitad de sus presupuestos dependen de Gobiernos nacionales,
y el resto de los ingresos por publicidad e ingresos deportivos que recibe el propio COI.
Está ubicada en Montreal (Canadá) y a través de diferentes conferencias (2003, 2009 y
2015) también ha establecido un Código Mundial Antidopaje de obligado cumplimiento
para poder participar en los encuentros deportivos internacionales. El mismo organismo
incluye todos los años nuevas sustancias en la lista única mundial de sustancias dopantes.
Los paralelismos son evidentes.
Las llamadas reglas antidopaje, que se muestran en el orden según el cual han sido
incluidas en las sucesivas conferencias, son las siguientes:

  1. La presencia de una sustancia prohibida, sus metabolitos o marcadores, en el


cuerpo de un atleta.
  2. El uso, o intento de uso, de una sustancia o método prohibidos.
  3. Rehusar suministrar una muestra, no hacerlo sin causa justificada, o evadir de
cualquier modo la recolección de muestras.

339
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

  4. No estar disponible para las pruebas fuera de competición, no presentar los


papeles debidos, o no indicar dónde se encuentra en todo momento (en tres
ocasiones a lo largo de 18 meses).
  5. Hacer trampa, o intentar hacer trampa de cualquier forma durante los controles.
  6. La posesión de sustancias prohibidas o de métodos prohibidos.
  7. La compraventa o intento de compraventa de sustancias prohibidas o de méto-
dos prohibidos.
  8. Administrar o intentar administrar sustancias o métodos prohibidos a un atleta,
o ayudar, alentar, asistir, encubrir o entrar en cualquier tipo de complicidad que
involucre una violación o intento de violación de una regla antidopaje.
  9. Complicidad.
10. Asociación prohibida.

El enunciado de dichas reglas rompe el aparente paralelismo entre la lucha contra el


dopaje y la lucha contra las drogas ilegales, ya que aparece regido por una lógica muy
diferente, porque mientras en el primer caso, el eje de la intervención es el propio de-
portista, en el segundo es la sustancia. Dicho de otra manera más sencilla, supongamos
una sustancia fiscalizada a la que se atribuye la condición de droga ilegal (podría ser, por
ejemplo, una determinada anfetamina o un analgésico), como tal, las políticas sobre dro-
gas tratan de evitar que se produzca y se distribuya, dejando al usuario al albur de otras
intervenciones (sanitarias, sociales e incluso penales), distintas en cada país. Las acciones
contra el dopaje se construyen en cambio a partir de las personas que las utilizan.
Pero ¿en todos los que las utilizan? No, en absoluto, solo en aquellos que participan en
eventos deportivos formales, especialmente en el nivel internacional, aunque en algunos
países también en todos los eventos deportivos nacionales que sean competiciones formal-
mente establecidas. Como ya he dicho, la salud del deportista aficionado que no participa
en estos eventos profesionales y de gran prestigio no parece entrar en consideración.
Veamos la situación española. Primero, hay que destacar que en España existe una
potente Agencia Española de Protección de la Salud en el Deporte AEPSAD (http://www.
aepsad.gob.es/), que se creó en 2013 con la entrada en vigor de la Ley Orgánica 3/2013,
de 20 de junio, que a su vez derogaba otra más antigua, la Ley Orgánica 7/2006, de 21 de
noviembre, y cuando se escribe este texto, la EPSAD ya ha colgado en su página web el
último de los reales decretos que desarrollan la Ley Orgánica de 2013 para adaptarlos a
“los estándares internacionales”, en particular, a las reglas antidopaje de 2015.
El ritmo legislativo y adaptativo a las normas de la AMA, el hecho de que sean le-
yes orgánicas, demuestra el interés de las administraciones españolas por asumir estas
normas internacionales, y no es para menos, porque se trata de una exigencia para poder
participar en los eventos deportivos internacionales, que a su vez son unos de los fac-
tores clave para el reconocimiento público y el prestigio internacional. Se trata, como
afirma la Ley 3/2013 de “garantizar la eficacia del Código Mundial Antidopaje [...] así

340
Situaciones, hechos y preguntas clave

como una manifestación del compromiso […] por ser participantes en el proceso cons-
tante de armonización e internacionalización de la normativa de lucha contra el dopaje”.
Veamos el contenido de la Ley 3/2013. En primer lugar, hay que destacar que en la
exposición de motivos se indica, una y otra vez hasta la reiteración, que se trata de “un
sistema de protección a la salud para quienes realicen cualquier actividad deportiva”
y como objetivo de esta se señala, en su primer artículo “el propósito de establecer un
entorno en el que predominen el juego limpio, la superación personal y la realización
saludable del deporte”. Pero luego, el ámbito de aplicación se limita (artículo 10), a
“los deportistas con licencia federativa estatal o autonómica”, el ámbito objetivo de
esta lo constituyen “las actividades deportivas oficiales, de ámbito estatal, que organi-
cen las entidades deportivas” que se reconocen como tales (Ley 10/1990), es decir, las
federaciones y las ligas profesionales. A partir de este punto, la ley es muy prolija en la
determinación y realización de los controles, las sanciones y los procedimientos, confor-
mando un ámbito exclusivo para expertos muy especializados.
Por su parte, el borrador del real decreto de 2018 (es lo único disponible mientras
se escribe este texto) se limita a ampliar y a ajustar todos estos procedimientos de tal
manera que se eviten algunas “trampas y complicidades”, en particular en lo relativo
al “uso terapéutico” de las sustancias, limitando y regulando las “autorizaciones para
utilizarlas” en el caso de los “deportistas internacionales”. Hay que reconocer que el
trabajo legislativo en esta materia, tanto a nivel internacional como nacional resulta
impresionante.
Para entender las similitudes y las diferencias entre las políticas de fiscalización de
drogas y las políticas antidopaje, conviene tener en cuenta los orígenes de ambos pro-
cesos, la lucha contra las drogas aparece, como ya se ha explicado, como resultado de
un paradigma ideológico que combina el puritanismo religioso y moral, el darwinismo
social en su versión de la eugenésica negativa y el mito del buen salvaje y el estado de
la naturaleza. Por su parte, la idea moderna del deporte competitivo y agónico surgió
también con la idea, expresada claramente por Pierre de Coubertin como “la recupera-
ción de una civilización superior”, pero esta recuperación no se basa en una eugenesia
negativa y prohibitiva como en el caso de las drogas, sino positiva, es decir, se trata de
mejorar el bienestar humano desarrollando sus potencialidades, hasta alcanzar, esto sí,
el de imaginarios tiempos pretéritos.
La lógica histórica de los convenios contra las drogas es evitar la “decadencia de los
seres humanos”, la lógica histórica del deporte es “mejorar y superar las condiciones de
los seres humanos”, la primera trata de evitar, con escaso éxito, que se produzcan drogas
ilegales, la segunda trata de evitar, con un cierto éxito, que el deporte profesional de élite
falsifique sus logros mediante el dopaje.
La cuestión es que los paradigmas políticos, ideológicos y sociales que estaban en
el origen de ambos procesos históricos están siendo socavados por diversos factores,
en el caso de las sustancias psicoactivas, como hemos visto por la reivindicación del

341
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

hedonismo y de los derechos individuales, en el caso del dopaje, por la masificación de


la práctica del deporte. Se trata de cambios que se confrontan con el intento de recupe-
rar una eugenésica negativa y que nos de informan que el modelo de políticas contra el
dopaje (siempre que pueda ampliarse a otros colectivos que practican deporte no oficial)
es más efectivo que las políticas prohibicionistas sobre drogas.
¿Dónde se produce este encuentro? Es fácil encontrar un ejemplo: la vigorexia
cuando incluye, lo que es muy frecuente, el uso de sustancias, bien dopantes o bien para
soportar el dolor, que con frecuencia son a la vez “drogas ilegales”. También aparecen
sustancias que se mueven en un territorio de nadie, que se venden en ámbitos especia-
lizados o por internet, por ejemplo, los esteroides y que sirven, entre otras cosas, para
incrementar la masa muscular.
A la vez, la vigorexia aparece en el DSM como un trastorno obsesivo compulsivo que
se denomina Trastorno Dismórfico Corporal (TDC) y que se asocia a la anorexia nervio-
sa. Pero ¿quiénes padecen vigorexia? ¿Puede que unos pocos?, no parece, ya que, si nos
limitamos a observar, porque no hay otra fuente de datos, a algunos/as de los usuarios de
los cientos de miles de gimnasios que se han abierto en todo el mundo en los últimos de-
cenios, y en todos los países sin excepción, los aquejados por esta patología son muchos,
posiblemente millones. Aunque la mayoría de ellos imagina, de forma racional, que está
practicando un deporte al que llaman culturismo e incluso promoción de la salud.
Llegados a este punto, ¿qué tiene que ver la vigorexia con el culturismo? Para algunos
son el mismo trastorno, mientras que para otros, la vigorexia y el TDC son algo que se
han inventado algunos psicólogos y psiquiatras sin ninguna base objetiva. Además, exis-
ten ya múltiples federaciones nacionales de culturismo y diversas competiciones inter-
nacionales. Entonces ¿el uso de sustancias por parte de vigoréxicos/culturistas es dopaje
(porque es un deporte) o es uso de drogas ilegales (porque es una patología)? Hasta ahora,
el dilema apenas se ha planteado, pero ya comienza a ser público. Así, mientras escribía
este texto, los MCS han dado la noticia de “Estampida de culturistas ante un control an-
tidopaje”, ya que, según los medios, la Agencia Vasca Antidopaje firmó un convenio con
la Asociación Vasca de Culturismo para realizar estos controles en las competiciones. En
el segundo campeonato de culturismo de Euskadi, al anunciar la realización de controles
antidopaje, la casi totalidad de los inscritos se dio de baja. Seguramente lo mismo habría
pasado de anunciarse tales controles en cualquier otro concurso.

11.4. Sobre la realidad del narcotráfico y el crimen organizado

11.4.1. La noción de narcotráfico: orígenes y significado

El objetivo central de la legislación sobre drogas ha sido siempre la persecución del


delito de distribución, de forma exclusiva y excluyente, de las sustancias contempladas

342
Situaciones, hechos y preguntas clave

en los convenios internacionales y definidas como drogas. Una persecución en lo local


y en lo cercano, pero a la vez en la perspectiva de un mercado transnacional que con el
tiempo ha sido descrito con la palabra narcotráfico, que, de forma automática, suscita
la imagen y la descripción de redes criminales y de crimen organizado, así como la
certidumbre de complicidades políticas, económicas e incluso jurídicas.
Una hidra de múltiples, virulentas y agresivas cabezas que se sostienen sobre un
único cuerpo caracterizado por su consistencia orgánica, su tenacidad, su eficiencia y su
fabulosa capacidad de emprendimiento. El narcotráfico siempre se ha imaginado como
una empresa muy jerarquizada y mejor organizada, algo así como un sistema político
autoritario, pero que, por un extraño ideal narrativo, alcanzaba un máximo de excelencia
y de eficacia, normalmente gracias a la sublime inteligencia del gran líder. En el fondo,
una distopía amenazadora, pero a la que a la vez se le otorga un grado de desempeño
utópico.
El concepto de droga y la idea de crear una legislación internacional que suprimie-
ra el derecho al libre mercado mediante medidas de carácter penal, tal y como se ha
explicado, se enunció como tal en la Conferencia de Shanghái en 1909. Los sucesivos
convenios perfeccionaron los instrumentos de control y provocaron la emergencia de un
mercado ilegal que no había existido hasta entonces.
El modelo de este mercado ilegal fueron los Estados Unidos, ya que las primeras
“actas prohibicionistas”, a saber, el acta Harrison sobre opio y cocaína aprobada en
1914, la ley Volstead sobre alcohol aprobada en el año 1919 y la Marihuana Tax Act, de
1937, supusieron una prohibición estricta del comercio y el consumo, lo que a su vez
provocó la emergencia de organizaciones ilegales que facilitaban las sustancias y su
consumo. En gran medida porque no fueron acciones de consenso social, sino imposi-
ciones de grupos concretos muy cercanos al poder, al tiempo que una parte importante
de los ciudadanos pensaba que “era legítimo utilizarlas” y, por tanto, las demandaba. Si
la demanda hubiera sido inexistente o muy escasa, el sistema del narcotráfico no hubiera
nacido. Obviamente, la distribución era una cuestión de cercanía, de confianza entre el
vendedor y el comprador.
Pero de entrada fue descrito y la descripción se mantiene, solo como “aquello que
cruza fronteras y es distribuido por personas de confianza de los narcotraficantes”. Lo
que implicaba que era un “asunto de extranjeros”, de tal manera que los estereotipos
afirmaban que el opio lo vendían solo los chinos, el alcohol procedía de Cuba o Ca-
nadá, manejado por italianos, que también lo consumían en familia, el cannabis, de
México y manejado por emigrantes mexicanos, y la cocaína, de los países andinos,
aunque en este caso lo vendían afroamericanos. El hecho de que el vendedor final fue-
ra siempre un vecino cercano y de confianza no parecía ser importante.
Debemos entender que, en la práctica, la existencia de un “mercado externo, de
carácter internacional y gestionado, al menos en parte por estructuras externas” es una
condición de la propia legislación sobre drogas. Expresado en términos más directos, es

343
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

la legislación y en particular, los convenios internacionales los que crean el mercado del
narcotráfico, que nunca se habría conformado sin estos convenios, los cuales necesitan
de forma inexcusable de la existencia de este mercado ilegal y de carácter internacional
para poder gozar de un ámbito real de aplicación.
Reiterando algunas explicaciones del capítulo 3, conviene aclarar que no se trata
de valorar jurídicamente la existencia de los convenios, ni de dudar de si protegen o
no un bien superior como es la salud pública y el bienestar social, ni de si sus inevita-
bles consecuencias y efectos secundarios (como es la existencia del narcotráfico) no se
compensan con los beneficios, reales o supuestos, alcanzados. Se trata simplemente de
entender que, desde una perspectiva criminológica, tanto convenios como narcotráfico,
son parte de una misma creación histórica y jurídica, que se expresa sobre hechos reales,
como la violencia y el crimen, pero que no se pueden explicar sin la decisión política de
ratificar dichos convenios.
Aunque, ¿qué había ocurrido sin los convenios? ¿Habríamos vivido una crisis de
salud pública capaz de amenazar la supervivencia de la humanidad? Es posible o quizás
no es más que una fantasía. Lo que no es fantasía sino pura evidencia lógica es afirmar
que el narcotráfico es el resultado directo de los convenios.

11.4.2. El narcotráfico y el crimen organizado

La imagen del narcotráfico como una potente hidra de múltiples cabezas, a la vez eficaz,
consistente y peligrosa, no apareció hasta que no surgieron las correspondientes pro-
hibiciones. La visualización de las mafias dedicadas al narcotráfico surgió en Estados
Unidos porque este país fue el primero que introdujo prohibiciones efectivas. Existen,
obviamente, otros factores sociales y políticos que deberían ser considerados, pero en el
caso del narcotráfico, nos interesa destacar su vínculo con el sistema internacional de fis-
calización, el desarrollo de las prohibiciones a nivel local y, por supuesto, la emergencia
del relato sobre “quién, cómo y por qué controlaba lo que estaba ocurriendo”.
La noción de una conspiración general y estructurada por parte del crimen organiza-
do y que incluía a agentes institucionales y jurídicos corruptos, se construyó en el seno
de la Comisión Kefauver, creada por el senador Estes Kefauver en 1950/51, el libro en el
que cuenta las conclusiones de aquella “aventura exculpatoria” de la clase política nor-
teamericana (“no se podía hacer nada ante el poder del crimen organizado”) fue un gran
éxito mundial y aún está disponible en su primera edición en español, quizás porque en
España se vendió muy poco (Kefauver, 1951).
El relato de Kefauver lo obtuvo entrevistando de forma exclusiva a miembros del
que denominó crimen organizado, todos ellos encarcelados que, ante la expectativa de
las ventajas judiciales que el apoyo del senador les podía reportar, explicaron lo que este
quería oír, sin aportar ningún dato relevante más allá de sus propias “confesiones”, una

344
Situaciones, hechos y preguntas clave

parte de las cuales fueron difundidas por televisión, logrando picos de audiencia supe-
riores a los espectáculos deportivos (Moore, 1974). AUTOR:
Resulta revelador que Estes Kefauver emprendiera, en la legislatura de 1956 (ganóno aparece
8 veces seguidas las elecciones en Tennessee) una operación semejante y con la mis-en la biblio-
ma metodología, con las compañías farmacéuticas, obteniendo un resultado similargrafía.
que mostraba, entre otras cosas, como estas manipulaban los resultados de los ensayos
clínicos (Kefauver, 1966). Pero el relato creado, aunque de entrada obtuvo un gran
impacto público, no se convirtió en una relato asumido por parte del imaginario co-
lectivo, porque las mencionadas compañías se gastaron infinitos recursos de marketing
en mostrar que “la evidencia científica de la industria farmacéutica” y sea cual sea la
metodología utilizada, “siempre produce resultados correctos”. El relato de Kefauver
sobre el narcotráfico se ha asumido hoy en día como parte de la realidad, mientras que
el relato sobre la industria farmacéutica se ha oscurecido, aunque este proceso ha sido,
por su éxito, objeto de abundantes estudios en el ámbito del marketing (Silverman y
Lee, 1974; Melville y Johnson, 1982).
Lo ocurrido con el crimen organizado queda claro en la monumental Historia de
la mafia, de John Dickie, más centrada en Italia, pero en la que, con una lectura crítica,
resulta evidente que el crimen organizado está malamente organizado, que su poder se
sustenta en la utilización de la violencia extrema, en su falta de empatía hacia todo y hacia
todos, en su capacidad para adaptarse a circunstancias cambiantes y en su rechazo a todo
criterio moral o ético, pero a la vez a su necesidad de autoengañarse con narraciones so-
bre su identidad histórica. Narraciones que siempre construyen los otros, los que escriben
libros sobre la mafia y que a pesar de que no contribuyan precisamente a proporcionarles
una imagen positiva, sí contribuyen a proporcionar identidad, una identidad positiva que
valoran especialmente si conecta con el pasado (cuanto más remoto mejor) y si ofrece
una versión fuerte de su poder y especialmente de su riqueza (Dickie, 2015). AUTOR: no
aparece en la
bibliografía.
No dejes de leer
Una historia real sobre el cartel/cártel de Medellín

Un relato que puede ayudar a clarificar la cuestión: todo el mundo ha oído hablar del
cártel de Medellín. Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), la defini-
ción de cártel, a veces con acento y en otras ocasiones sin él, tiene dos acepciones:
“1. Organización ilícita vinculada al tráfico de drogas o de armas. 2. Convenio entre
varias empresas similares para evitar la mutua competencia y regular la producción,
venta y precios en determinado campo industrial”, y en la primera acepción cita
como ejemplo precisamente el cártel de Medellín. Pero en el mismo diccionario, la
definición de cartel, normalmente pero no siempre sin acento, es, en sus tres prime-
ras acepciones: “1. Lámina en que hay inscripciones o figuras y que se exhibe con

345
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

fines informativos o publicitarios. 2. Lámina con grandes caracteres que sirve en las
escuelas para enseñar a leer. 3. Pasquín”. La definición de cártel era solo manejada
por algunos economistas y se trata, en todo caso, de un delito económico descrito
por las leyes y perseguido por la justicia.
Pero la diseminación social del concepto del cártel de Medellín a partir de
principios de los años 80 del siglo pasado, y en España a partir de 1984, con la
detención y posterior liberación de sus entonces supuestos jefes, lo hermanos
Ochoa, así como el salto a la fama mediática de Pablo Escobar, permitió en muy
poco tiempo, llegar al propio DRAE (tan reacio a los cambios) y convertir los
términos cártel y crimen organizado o narcotráfico en sinónimos.
Parece existir una lógica gramatical, bien sencilla en este proceso semántico,
pero hay un problema, primero, que el cártel de Medellín no fue nunca un grupo or-
ganizado con el objetivo del narcotráfico, salvo cuando se enfrentaron a la guerri-
lla del M-19 por el secuestro de alguno de sus dirigentes, sino un grupo de compe-
tidores que además utilizaban la violencia entre ellos, luego no podía establecerse
ninguna similitud con el concepto económico de cártel, que implica algún tipo de
“acuerdo entre las partes”. En realidad, el único acuerdo real entre los diferentes
clanes, todos ellos dirigidos por “los varones de las familias criollas de raigambre”,
era impedir el tránsito hacia la modernidad y una mayor igualdad exenta de los
niveles tradicionales de pobreza en la región (Salazar y Jaramillo, 1996).
En segundo lugar, la referencia original era la de un cartel (no de un cártel)
que apareció tras el asesinato del ministro colombiano de justicia Rodrigo Lara
Bonilla en 1984. Un cartel, encabezado por “Se buscan”, y en el que se ofrecían
10 millones de dólares por cada uno de los hermanos Escobar (responsables del
asesinato) y dos millones de dólares por otros 18 miembros de este o de otros
clanes residentes en Medellín.
¿Cómo es posible que un cartel se convirtiera en un cártel? Pues, en esencia,
porque los organismos nacionales e internacionales de lucha contra la droga pen-
saban, con un evidente apoyo académico, que el tráfico de drogas solo era posible
con una estructura de crimen organizado, luego lo de Medellín (al igual que lo de
Cali y posteriormente otras ciudades), tenía que ser obligatoriamente un cártel.
Además, así se explicaban los disparatados ingresos estimados por la venta final de
cocaína en Estados Unidos, que se miden de acuerdo con algún tipo de ingeniería
financiera milagrosa porque todos los ingresos del sistema en Norteamérica aca-
baban íntegros y sin ningún menoscabo, en los bolsillos de los miembros de aquel
cartel/cártel. A los figurantes del cartel les complació mucho que dejaran de ser un
cartel de “busca y captura” para convertirse en un cártel poderoso de acaudalados
multimillonarios, asumieron el concepto, gastaron todo lo que pudieron en mos-
trar su opulencia. Y compartieron con la DEA y la opinión pública internacional,
una identidad en la que todos se sentían cómodos.

346
Situaciones, hechos y preguntas clave

La historia del supuesto cártel de Medellín ha sido contada desde una perspectiva
muy directa y cotidiana por el experto criminólogo holandés Gerald Martin, sin duda
el más reconocido experto internacional en narcotráfico y violencia en Latinoamé-
rica. En un voluminoso, fundamentado y detallado texto explica cómo se llegó, en un
momento determinado, pero justo solo en este momento, a imaginar la existencia de
un posible cártel de Medellín y los factores políticos (un Estado fallido), históricos (el
contrabando de tabaco), sociales (la desigualdad agraria y la inmigración a la ciudad),
culturales (el derecho a la impunidad y la normalidad de la violencia, en particular, la
de carácter machista), el crecimiento urbano sin ninguna planificación y, por supuesto,
económicos (una ciudad de emprendedores enamorados del ideal neoliberal), los
que conforman una constelación de hechos que permiten imaginar la existencia de
un cártel cuando, de hecho, la realidad la representaban como un mosaico de bandas
en una guerra de todos contra todos (Martin, 2014).
Pero conviene añadir algo más, en aquella época, en España, se realizaron
diversos trabajos empíricos en torno a la “percepción social de las drogas”, en el
momento de mayor expansión de la heroína. Todos ellos llegaron a conclusiones
similares: la presencia de heroína y heroinómanos en las calles “no caía del cielo”
(como expresó en una gran campaña una organización política con una cierta
presencia en el parlamento nacional), sino que respondía a la capacidad y buen
oficio del crimen organizado y a una conspiración inimaginable donde aparecían
muy diversos y famosos cómplices, variadas y antagónicas corrupciones políticas y
administrativas, así como una ingente cantidad de dinero manejado. En un trabajo
empírico entre las familias de heroinómanos en tratamiento, apareció la mención
al cártel de Medellín, que era quien “tenía la culpa”, aunque claro, “por encima de
ellos estaban los verdaderos responsables que debían ser gente con más poder
y dinero” (Comas, 1988). El hecho de que el mencionado cártel se dedicaba solo
a la cocaína y para nada a la heroína, era en todo caso una cuestión irrelevante.

¿Cuál era la versión académica de la noción de crimen organizado? Pues la que


construyó Donald Cressey, un criminólogo muy conocido por la teoría del triángulo
del fraude financiero y que además fue coautor (en su quinta edición) del texto de cri-
minología que mejor representa a la criminología liberal (Sutherland y Cressey, 1955).AUTOR: no
Cressey expuso su noción de crimen organizado en un doble trabajo, pero utilizó lasaparece en la
mismas fuentes, la misma metodología e incluso parte de los informantes de los que yabibliografía.
se había servido Estes Kefauver en su comisión.
Para exponer su relato, Cressey escribió un texto académico (Cressey, 1972), en el
que describía la estructura interna del crimen organizado utilizando los testimonios de
los entrevistados y ajustándola al concepto de burocracia de Max Weber. Según este cri-
terio, el crimen organizado sería un buen ejemplo de la transformación racional de una

347
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

organización y una acción orientada a valores hacia una organización y acción orientada
a objetivos. No cuadra en este modelo, y en el caso del supuesto crimen organizado, el
cambio de las formas de autoridad desde lo carismático a lo racional-legal que, según
Weber, es consustancial a esta transformación. Pero Cressey obvió este hecho, de la mis-
ma manera que obvió las descripciones naturales sobre los grupos y redes criminales,
quedándose en una visión idealizada y subjetiva (autodescrita) de lo que ocurría.
A partir del éxito de este texto, Cressey escribió un nuevo informe más político que
responde a una demanda de la propia administración, en concreto de la Fiscalía General,
sobre el riesgo que suponía la existencia del crimen organizado (Cressey, 1969). Un tex-
to impactante que, tras describir de forma muy dramática este riesgo, considera que “el
crimen organizado es la principal amenaza contra el Estado democrático de derecho”.
Lo cual equivale a decir, primero, que si el Estado y la democracia fallan, no es por
culpa de aquellos que lo gestionan, sino de otros, ni más ni menos que de la excelente
organización de los delincuentes; y segundo, que como consecuencia de esta amenaza,
los actores políticos están legitimados para afrontar el riesgo mediante medidas excep-
cionales que, en general, suponen un riesgo para el Estado de derecho.
¿Cómo compaginar la noción del delito de la criminología liberal y el relato subje-
tivo de los delincuentes con la noción weberiana de crimen organizado? Pues fácilmen-
te, ya que el propio Cressey lo solucionó de forma muy retórica preguntando “¿Cómo
es posible que personas con una formación deficiente y que sufren procesos extremos
de desviación lleguen a ser tan buenos organizadores y gestores?”, con una respuesta
sorprendente, “por su carácter y su inteligencia” (Cressey, 1971). Se trata de la misma
explicación que, por cierto, facilita Mario Puzzo en su novela El padrino, un libro y unas
películas sorprendentemente parecidos al propio libro de Cressey, en particular en lo que
se refiere a la exquisita inteligencia de sus protagonistas.
Pero no solo se escribieron novelas que se supone que reflejan la realidad. El políti-
co suizo Jean Ziegler (1998) público, en la cúspide de su fama internacional, un informe
titulado Los señores del crimen, que, traducido a todos los idiomas, se convirtió en un
gran éxito editorial y en el que nos dejó la supuesta “descripción definitiva” de lo que
son las “mafias rusas” y que, en la actualidad, vía películas, series y novelas, forma parte
del imaginario social mundial.
Por su parte, el periodista español Luis Gómez (2005) nos ha ofrecido la descrip-
ción del narcotráfico en España a través del libro-reportaje España Connection, donde
acumula anécdotas para justificar el subtítulo de este libro, La imparable expansión del
crimen organizado en España, donde el narcotráfico ocupa un lugar central. Lo cual le
permite aludir a las “conspiraciones imaginarias” para poder olvidar la incómoda “rea-
lidad cotidiana de la incompetencia, la tolerancia de lo cercano y la micro-corrupción”.
En todo caso, se trata de un concepto que no solo se ha infiltrado en el imaginario
colectivo, sino incluso en los convenios internacionales. Véase cómo define el Conve-
nio de Palermo la noción de crimen organizado:

348
Situaciones, hechos y preguntas clave

Las actividades colectivas de tres o más personas, unidas por vínculos jerár-
quicos o de relación personal, que permitan a sus dirigentes obtener beneficios o
controlar territorios o mercados, nacionales o extranjeros, mediante la violencia, la
intimidación o la corrupción, tanto al servicio de la actividad delictiva como con
fines de infiltrarse en la economía legítima, en particular por medio de: (a) el tráfico
ilícito de estupefacientes o sustancias sicotrópicas y el blanqueo de dinero, tal como
se definen en la Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Es-
tupefacientes y Sustancias Sicotrópicas de 1988; (b) la trata de personas, tal como
se define en el Convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación
de la prostitución ajena de 1949; (c) la falsificación de dinero, tal como se define en
el Convenio internacional para la represión de la falsificación de moneda de 1929;
(d) El tráfico ilícito o el robo de objetos culturales, tal como se definen en la Con-
vención sobre medidas que deben adoptarse para prohibir e impedir la importación,
la exportación y la transferencia de propiedad ilícita de bienes culturales de 1970
y la Convención sobre bienes culturales robados o ilegalmente exportados de 1995
del Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura; (e) el robo de material nuclear,
su uso indebido o la amenaza de uso indebido en perjuicio de la población, tal como
se define en la Convención sobre la protección física de los materiales nucleares de
1980; (f) los actos terroristas; (g) el tráfico ilícito o el robo de armas y materiales o
dispositivos explosivos; (h) el tráfico ilícito o el robo de vehículos automotores; e
(i) la corrupción de funcionarios públicos.

11.4.3. ¿Por qué la creencia en la hidra del narcotráfico es tan potente


en el imaginario mundial?

Primero, y lo más importante, porque es más fácil de comprender y de interpretar. La


idea de que el delito “está organizado de forma muy eficiente” al modo del ideal webe-
riano de la racionalidad burocrática (que Weber creó a partir de la imagen platónica de
las propuestas de Confucio), nos ofrece, en apariencia, una manera fácil y sencilla de
entender las cosas, aunque en la actualidad está muy claro que tanto el ideal weberiano
como el confuciano, no se corresponden con la complejidad real de las organizaciones
sociales, políticas y administrativas (Zabludovsky, 2009). Desde hace al menos dos dé-
cadas, el enfoque institucionalista se considera, en ciencia política, una teoría muy limi-
tada, así como un ejemplo de anacronismo platónico, cuya relevancia ha ido menguando
para utilizarlo con fines comparativos, es decir, “lo que se dice que pasa versus lo que de
verdad pasa” (Rhodes y Bevir, 2006; Rivas, 2015), con su evidente correlato del éxito
del “pluralismo metodológico” (Della Porta, 2012).
Pero esta imagen jerárquica y organizada del narcotráfico persiste imbatible por
una segunda razón: su conexión con la posibilidad de articular teorías conspirativas
que “lo explican todo” de una forma sencilla, flexible y a gusto de todos, puede que
porque tanto “los buenos como los malos” pueden seleccionarse como intercambiarse

349
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

al gusto del consumidor. La exitosa literatura de Don Winslow sobre México es un claro
ejemplo de esta realidad, la cual, aunque el propio Winslow siempre la ha calificado de
novelas de ficción, suele ser citada como descripción empírica de la realidad por polí-
ticos, tanto españoles como de otros países, e incluso en debates en el ámbito crimino-
lógico, donde se la ha descrito como una “excelente evaluación o descripción sobre las
políticas mejicanas contra la droga”.
Además, se trata de una práctica que facilita explicaciones sencillas y totales, que,
a la vez, funcionan como argumentos exculpatorios para los propios usuarios de sus-
tancias psicoactivas, para sus entornos familiares y sociales, pero también para los ciu-
dadanos que quieren una explicación inteligible y para aquellos, que son muchos, que
AUTOR: no
sufren disonancias cognitivas entre su condición de “luchadores contra las drogas” y su
aparece en la
condición de grandes usuarios pero muy arrepentidos, porque se arrepienten muchas ve-
bibliografía
ces (Comas, 2018). Como ya se ha explicado, sin este esquema cognitivo no es posible
con este año. entender lo que pasó con la epidemia de heroína en España.
Pero además estamos sometidos a la presión de series televisivas, películas, literatu-
ra y reportajes periodísticos que no dejan de actualizar de una manera continua, brillante
y cada vez más radical la noción weberiana de narcotráfico, hasta el punto de que el
relato sobre el narcotráfico nos acosa con tanta insistencia que se ha convertido en un
rasgo cultural que define nuestra época. Aunque de forma paradójica, ese proceso de
idealización subjetiva del imaginario social cada día se corresponde menos con la rea-
lidad del narcotráfico. A lo largo del manual aparecen varios ejemplos, desde el caso de
los opiáceos sintéticos hasta el caso del dopaje deportivo, que resaltan la realidad frente
al mito. Pero ¿son suficientes?

11.4.4. La realidad cotidiana del supuesto crimen organizado

Para entender lo que está ocurriendo, lo más sensato es partir de una perspectiva na-
turalista y científica del narcotráfico. El narcotráfico, como su propio nombre indica,
se refiere a la producción, elaboración, transporte, distribución y venta de narcóticos
u otras sustancias asimilables que figuren como tales en los convenios internacionales.
Entonces, ¿qué es un narcotraficante?
Pues todo el mundo imagina a un traficante internacional que gana fortunas con
su actividad, es decir, una actividad globalizada que incluso Manuel Castells (1998),
en su imponente trilogía sobre La era de la información, y más concretamente, en el
volumen tres sobre Fin de milenio, llega a afirmar que “el narcotráfico ha sido el mo-
delo de la globalización”.
Pero lo cierto es que en este momento existe muy poca literatura científica sobre
esta cuestión, aunque podemos citar algunos textos, el primero, un manual criminoló-
gico de referencia internacional que además se basa en estudios empíricos en forma de

350
Situaciones, hechos y preguntas clave

“microanálisis social” (Huff, 1996), y que muestra cómo “la delincuencia organizada y
el narcotráfico” se sustentan sobre una estructura de pequeñas e inestables bandas, muy
diferentes entre sí (lo cual les protege de la acción policial) y que nunca forman parte
de una estructura organizada salvo colaboraciones esporádicas, que no son frecuentes
porque “salir del propio espacio” les convierte en más vulnerables a la acción policial.
Es decir, el modelo de El padrino, del cártel de Medellín o de la organización del
narcotráfico gallego no existe o si existe es solo “durante un corto espacio de tiempo”
porque una estructura muy organizada es muy vulnerable. El caso del narcotráfico galle-
go es ejemplar, durante años, una serie de pequeñas bandas realizaban contrabando de
tabaco, con un cierto apoyo social y la permisividad institucional, con el contrabando
AUTOR: ganaron mucho dinero, pero cuando se pasaron al tráfico organizado de hachís primero
no aparece y al de cocaína después, duraron muy poco tiempo, fueron encarcelados y después han
en la bi- perdido todo el dinero (Carretero, 2014). Aunque la opinión publica sólo tiene ojos para
bliografía. lo que se supone que “obtuvieron con unas pocas partidas de cocaína”.
¿Quiénes forman estas bandas? Pues según el propio Ronald Huff, se trata de pe-
queños grupos de varones que se conocen como y desde la delincuencia juvenil donde
adquieren microconfianzas, con identidades étnicas reales o inventadas, producto de cri-
sis urbanas como la desindustrialización, con un estilo de vida que hemos identificado
como “delincuencia acumulada”, que ganan dinero y lo despilfarran al mismo ritmo, con
normas de “masculinidad y machismo extremo”, lo que explica la aparición de algunas,
aunque pocas, bandas, de “solo chicas”. Las bandas van siendo desplazadas y desapa-
recen a un ritmo muy rápido, en un proceso de violencia interna y externa, así como de
condenas penales (Huff, 1996).
En segundo lugar, ¿cómo ganan el dinero? Pues como ha descrito Moisés Naím
(2006) en Ilícito, con la “realización de pequeñas actividades” que reportan importan-
tes, pero no astronómicos, beneficios, por ejemplo, un camionero internacional con un
sueldo bruto anual de 35.000 euros puede obtener otros 50.000, libres de impuestos,
realizando actividades ilícitas de contrabando de forma continua. Si se trata de drogas
ilegales, quizás lo mismo, pero de forma más discontinua. Además, los casos que cuenta
Naím lo hicieron porque tenían una deuda, se querían comprar una casa o su propio
camión. Aparte del camionero, la actividad ilícita requiere a otros muchos, camioneros
y no camioneros, lo que implica que los supuestos beneficios astronómicos en realidad
están muy repartidos.
Los ingresos de las pequeñas bandas son similares, aunque con un golpe de suerte
pueden ser en un momento determinado superiores, pero con dos diferencias, represen-
tan siempre unos “ingresos cooperativos también libres de impuestos y por este motivo
superiores, por un momento, a si desempeñaran un trabajo” y los miembros de la banda
los exhiben como consumo ostentoso, necesario desde su propia subcultura porque “ne-
cesitan producir envidia para sentirse superiores y legitimados frente a otros miembros
de su generación”, por lo que se supone que les duran muy poco.

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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

En tercer lugar, disponemos del excelente trabajo empírico de Andrea Giménez-Sa-


linas y otros del ICFS de la Universidad Autónoma de Madrid sobre “Estructura y li-
derazgo de cuatro redes españolas dedicadas al tráfico de drogas” (Giménez-Salinas,
2012), que muestra cómo en España se cumplen las descripciones de Huff y Naím,
porque la estructura de las cuatro redes (todas ellas descritas como narcotráfico) es más
horizontal de lo que indican siempre las informaciones mediáticas (e incluso algunos
informes policiales y judiciales), que su red de contactos no es tan extensa como se
presumía (de hecho las bandas son muy limitadas y alguna de ellas es identificada como
empresa familiar), y los lideres tienden a compartir el poder con otros agentes, aunque
el liderazgo se relaciona con la capacidad para mantener contactos con otras bandas,
especialmente si se trata de bandas foráneas.
Finalmente, en cuarto lugar, vamos a describir, por primera vez en este manual, el
caso de la prostitución aplicado a España, sin ninguna referencia formal, aunque puede
que esta descripción sea el resultado de un determinado trabajo empírico, que proba-
blemente haya utilizado tanto una metodología cuantitativa como cualitativa. Vamos a
suponer que en nuestro país existe una organización de carácter mafioso que controla
buena parte de los clubes y pisos donde se ejerce la prostitución. La visión tradicional,
y quizás algo equivocada, de la gestión de la trata de personas con la finalidad de explo-
tación sexual y de gestión de los locales de prostitución imagina un sistema jerárquico,
que además, según ha declarado el propio Parlamento Nacional, obtiene beneficios de
varios miles de millones de euros al año por “traficar con personas con el objetivo de su
explotación sexual”.
Pero ¿cómo los obtiene? ¿Comprando y vendiendo a estas personas como parece
insinuar el informe del Parlamento? Lo cierto es que este parece un mercado muy limi-
tado, y también es cierto que los pagos para poder explotar a dichas mujeres no suelen
ser cifras muy altas, y aun acumulando todos los ingresos obtenidos a una única persona,
no obtendríamos más que unos escasos millones de euros. Sin embargo, la figura más
habitual del tráfico de mujeres con fines de explotación sexual es el falso novio, con una
capacidad limitada por el tiempo, que requiere engañar primero a la mujer y conseguir
después beneficios por su explotación, aunque es cierto que hay quien vive de ello.
Además, una mayoría de clubes y pisos son estructuras empresariales muy autóno-
mas y en muchos casos autosuficientes. Ciertamente, hay redes con un cierto número de
locales que comparten un perfil étnico concreto, no muchos, que en ocasiones incluso se
enfrentan a conflictos de control territorial. ¿Dónde está entonces la estructura de crimen
organizado que lo controla todo? Pues imaginemos, sin sostener que esto pueda existir,
que la tela de araña que vincula a todos estos locales es simplemente una empresa de
logística.
¿Cómo obtiene entonces los beneficios que se han mencionado una empresa simi-
lar? Imaginemos que pueda ocurrir que la entidad de logística adquiere el paquete de las
bolsas de papel higiénico de cuarenta rollos que, a precio de mayorista, salen a unos 15

352
Situaciones, hechos y preguntas clave

céntimos de euro el rollo y cuyo PVP suele ser de 25 céntimos el rollo. Imaginemos, de
nuevo, que esta organización logística se supone que vende a los clubes los rollos a tres
euros la unidad, lo cual es perfectamente legal si esto es el precio que están dispuestos
a pagar los compradores.
Un club o un piso de tamaño estándar suele contar con una media de quince mujeres
que son prostituidas, cada una de las ellas necesita cinco rollos semanales (es una esti-
mación mínima porque el papel higiénico se usa mucho en los clubes), como consecuen-
cia, los gastos previsibles anuales de papel higiénico estarán en torno a los 4.000 rollos,
que costarán en torno a los 12.000 euros al año. Pensando que esta supuesta empresa de
logística (no se insinúa que nadie lo esté haciendo) distribuye papel higiénico en España
a un millar de pisos y clubes, el resultado final supone un benéfico neto de diez millo-
nes de euros al año y además, en dinero perfectamente blanqueado. Y esto solo con el
papel higiénico, porque la logística también incluirá bebidas alcohólicas, que moverán
sin duda mucho más dinero, servir de intermediarios para adquirir cocaína para fiestas
blancas, pero también toallas, sabanas, quizás material de hostelería y otros productos
de difícil clasificación.
Pero se ha elegido el ejemplo del papel higiénico porque no solo refleja una rea-
lidad natural y real, sino que aporta un adecuado contrapeso simbólico al imaginario
glamuroso de la prostitución. Además, con el ejemplo del papel higiénico se propone un
reto para cualquier guionista en busca del “imprescindible glamur” que exige cualquier
historia en torno al crimen organizado.
Además, podemos imaginar que estos beneficios perfectamente blanqueados de esta
empresa de logística se invierten en otros negocios legales, de cualquier otra naturaleza,
y tendremos la fotografía completa de una actividad propia del crimen organizado vin-
culada en este caso a la totalidad del ámbito de la prostitución en España.
¿Ocurre lo mismo en el actual narcotráfico? Es una fotografía muy parecida en su
aspecto estructural y de gestión, pero con algunas complejidades, la primera, no es
fácil disponer de una empresa de logística que canalice y blanquee los beneficios del
control estructural de una forma tan sencilla como eficaz. La segunda, que los benefi-
cios del narcotráfico son mucho más inmediatos y golosos que los de la prostitución,
lo que provoca contantes conflictos por el control de las organizaciones criminales,
especialmente en el proceso mayorista de transporte y distribución. La tercera, que la
distribución minorista está mucho más fragmentada, es decir hay más distribuidores
finales que en el caso de los locales de prostitución.
Como consecuencia, el narcotráfico solo controla determinados nodos en el proce-
so de distribución, distintos nodos según la sustancia y según el país involucrado. Lo
cual incrementa aún más la fragmentación del proceso ¿Quién es entonces el verdadero
y poderoso “padrino”? ¿El mayor narcotraficante? Pues precisamente no, porque los
capos del narcotráfico van siendo, cada vez más, aquellos que tienen capacidad para
controlar al resto de narcotraficantes mediante la amenaza y la práctica de la violencia.

353
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Ellos ya no manejan directamente drogas porque es algo “sucio y desagradable”, y se


limitan a cobrar la comisión por autorizar y proteger las operaciones de narcotráfico y,
por supuesto, su principal fuente de ingresos es el blanqueo de dinero. Por tanto, no par-
ticipan en las operaciones de transporte y distribución, sino que se limitan a los aspectos
financieros de las estas.

11.5. Nuevas formas de delincuencia ligadas a las sustancias psicoactivas

La delincuencia clásica relacionada con las drogas (relacional, funcional, contra la legis-
lación en materia de drogas e inducida), así como la categoría de delincuencia acumula-
da que se ha incluido en este manual, han representado y representan unos estereotipos
jurídicos tradicionales que la realidad actual está modificando, pensemos, por ejemplo,
en los delitos cometidos contra la seguridad de las personas por el manejo inadecuado
de dispositivos, vehículos, máquinas, aparatos o programas bajo el efecto de sustancias
psicoactivas. En algunos casos, estos delitos ya están tipificados e incluso hemos pre-
sentado en el capítulo 3 algo que casi todo el mundo conoce, los delitos relacionados con
la conducción de vehículos a motor y el uso de sustancias psicoactivas.
Fuera del código penal aparecen recogidas otras sanciones que se aplican a deter-
minadas profesiones, como pilotos de avión, conductores de vehículos de transporte
público o de maquinaria pesada, si añadimos a esto el Estatuto de los Trabajadores y di-
versos reglamentos de Seguridad e Higiene en el Trabajo, aparece un amplio conjunto de
prohibiciones o sanciones. Además, de forma general, parte de esos usos podían servir
en el pasado para obtener una reducción de la sanción, pero en la actualidad se utilizan
para imponer sanciones más severas.
Pero esta situación arrastra varios problemas, el primero, que no hay una legislación
(ni conceptos) que unifique y controle todas estas conductas. El segundo, que las sustan-
cias aludidas lo son de manera muy genérica y en ocasiones con terminologías diferen-
tes sin que se disponga de una manera clara para determinar tales efectos. Es decir, por
ejemplo, nadie parece saber si una determinada sustancia produce mayor o menor som-
nolencia, y en ningún sitio aparece dónde buscar y encontrar esta consideración pericial
general, y en tercer lugar, cada vez son más las situaciones cotidianas en las que una
persona afectada por el uso de sustancias psicoactivas puede provocar daños a terceros,
de tal manera que del tradicional conductor de autobús debemos comenzar a pensar en
figuras como el/la programador/a informática que puede filtrar los datos personales de
las cuentas de una organización bancaria.
Algo parecido ocurre con los delitos económicos relacionados con las sustancias
psicoactivas, que hasta ahora se condensaban en el delito de blanqueo de capitales, pero
que se están abriendo a una tipología bastante más amplia, desde alquilar un terreno
para cultivar ilegalmente una sustancia, hasta facilitar procedimientos para preservar

354
Situaciones, hechos y preguntas clave

la vida activa de dicha sustancia, pasando por la financiación de algunas actividades


concurrentes.
Muchos de estos delitos económicos tienen además que ver con las reglamentacio-
nes de consumo, una caja de Pandora que hasta ahora nadie se ha atrevido a abrir y que
afecta a numerosos productos de consumo que incluyen, algunos de forma tradicional,
sustancias psicoactivas en su composición. Quizá puedan seguir incluyéndolas, pero
no deberían estar en las listas del sistema internacional de fiscalización y, a la vez,
formar parte de productos de consumo cotidiano. No se trata de unas pocas ya conoci-
das, sino también de sustancias prohibidas en el dopaje (que además producen falsos
positivos) o incluso de fármacos psicoactivos destinados a terapias muy exclusivas y
limitadas.
Los delitos de cibernarcotráfico se están expandiendo de una forma extraordinaria,
entre otras razones porque los sistemas de venta online ofrecen numerosas oportunida-
des, las crecientes diferencias internacionales en cuanto a legislación de las sustancias
psicoactivas, que permiten que muchos delitos de “tráfico de drogas ilegales” sean deli-
tos de contrabando con cantidades no penalizadas, en los cuales el vendedor vende mu-
cha más cantidad que el mayor narcotraficante tradicional, pero con dinero directamente
blanqueado. Obviamente, para que este tipo de “delitos” no sean delitos, el distribuidor
no se trata de un mafioso tradicional, sino un buen conocedor de las leyes internaciona-
les y de las nacionales de los países en donde actúan.
Asimismo, hay que considerar los delitos ambientales, ya que la producción de
muchas sustancias psicoactivas requiere sistemas de explotación singulares que alteran
el medio ambiente, otros, en cambio, se elaboran en laboratorios, pero generan residuos
tan tóxicos como mal controlados.
La cuestión del tabaco es, en este terreno, especialmente relevante en términos ju-
rídicos, ya que este producto contiene varios cientos de sustancias, algunas no decla-
radas, otras que están en las listas de sustancias prohibidas, así como productos que se
consideran dopantes y algunos fármacos que se deberían controlar. Pero la lucha contra
el tabaquismo se ha limitado hasta ahora a tratar de evitar o prevenir el consumo, pero
en diversos países se plantea la cuestión: ¿por qué es legal un producto que debería ser
ilegal debido a parte de su contenido? Por su parte, diferentes grupos ecologistas han
comenzado a denunciar que la producción de tabaco es la principal fuente de daños
medioambientales en muchas regiones del mundo. Además, el contrabando de tabaco
sigue siendo un delito global tan ampliamente extendido como poco perseguido.
Otro tema que va a adquirir creciente importancia en los próximos años, en parte por
la nueva epidemia de opiáceos y el abuso de psicofármacos, se refiere a la inadecuada
promoción, así como la falsificación de productos y de ensayos clínicos. Se trata de una
práctica que busca optimizar el beneficio sin tener en cuenta los efectos sobre la salud de
las personas. El número de sustancias psicoactivas crece a un ritmo acelerado, crecen las
drogas ilegales, crecen los fármacos psicoactivos y crecen los productos para el dopaje,

355
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

lo que nos lleva a sospechar sobre la posibilidad de falsificaciones y adulteraciones, en


el pasado este fue siempre identificado como “un problema de mercado ilegal”, pero
en un mercado regulado, tecnológicamente avanzado y globalizado, es fácil entender
que “pequeñas manipulaciones” pueden reportar beneficios mucho más cuantiosos de
los que ha reportado el narcotráfico incluso en sus épocas más brillantes.
La falsificación y la adulteración ha dejado de ser un procedimiento artesanal para
convertirse en un procedimiento sofisticado que incluye incluso falsificación de ensayos
clínicos. Podemos imaginar la creación de una sustancia milagrosa para el bienestar
humano, cuyo ensayo clínico indique solo efectos positivos y ningún efecto secundario
destacable, hasta que, distribuidos millones de dosis con resultados muy rentables, estos
efectos comiencen a manifestarse.
Un último y aún más importante tema tiene que ver con los delitos de discriminación
contra las personas, sobre el que ya se ha explicado cómo las mujeres con problemas
con drogas no suelen recibir los servicios y atenciones que prevé la Ley Orgánica 1/2004,
de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género,
porque se las considera “disfuncionales en centros destinados a la protección de mujeres
maltratadas”. Una supuesta disfuncionalidad que, en todo caso, responde a prejuicios y
estereotipos. Este ejemplo permite entender como los/las usuarios/as de drogas pueden
padecer diferentes tipos de discriminación y de reconocimiento de sus derechos básicos,
ya sea en el sistema escolar, en el ámbito laboral o en locales públicos. El imaginario
social suele entender que “esto no es discriminación”, sino “protección ciudadana”. Pero,
por suerte, el debate ha comenzado, y además es de esperar que en los próximos años se
produzcan sentencias que vayan clarificando tales situaciones.

11.6. Sustancias psicoactivas en el contexto de las nuevas situaciones


de desigualdad y vulnerabilidad social

La imagen de la relación entre las drogas ilegales, la pobreza, la exclusión y la margi-


nalidad propia de la criminología liberal y de la criminología positiva española, quedó
fuertemente matizada en los años 60/70 del siglo xx por el naturalismo, pero, a la vez,
en el tiempo presente, una vez asumida la transversalidad y la diversidad social de los
usuarios de sustancias psicoactivas, el vínculo estructural entre estas y los problemas de
vulnerabilidad social ha podido ser recompuesto de una forma más clara y nítida. Po-
demos expresarlo en otros términos diciendo que aquellas teorías que vinculaban todos
los “problemas de drogas” con la pobreza y la exclusión social, fueron sobrepasadas por
las explicaciones más transversales, que aportaron la evidencia empírica de que los usos
de las sustancias psicoactivas aparecían en una gran variedad de grupos sociales, y en
muchos de ellos era una experiencia muy similar, aunque vinculada al relato propio de
los diversos imaginarios culturales.

356
Situaciones, hechos y preguntas clave

Fue precisamente a partir de esta diversidad de explicaciones cuando el vínculo


estructural entre las sustancias psicoactivas y la vulnerabilidad social recuperó la im-
portancia que las teorías liberales le habían negado. Una recuperación muy distinta a
la etapa de Durkheim o Merton, porque ya no se trata de explicación única y total, sino
que forma parte de descripciones particulares, que se suma a otras explicaciones y evi-
dencias para formar parte de la complejidad social de los problemas asociados al uso de
tales sustancias.
En el fondo, y de forma paradójica, la criminología liberal era una estrategia que
invisibilizaba los comportamientos y los problemas relacionados con las sustancias psi-
coactivas de aquellas personas que no formaban parte de las subculturas marginales, es
decir, adoptaba una perspectiva tan excluyente como xenófoba. Su objetivo explícito
era de forma paradójica “proteger los derechos y empatizar” con los grupos marginales
de “desviados sociales”, sin comprender que, al adoptar esta perspectiva ética, quizás
necesaria en aquel momento histórico, identificaba a aquellos grupos sociales como pro-
tagonistas exclusivos de la delincuencia.
Trataba así de “salvarlos y dignificarlos”, lo cual era muy loable, pero a la vez los
señalaba como “los protagonistas característicos del delito” y, por tanto, a aquellos que
el imaginario social y las prácticas de otros grupos sociales iban a segregar. La intención
era buena y, en términos éticos y morales, correcta, pero las consecuencias contribu-
yeron a aumentar el rechazo y la exclusión social de los más marginados, a la vez que
se facilitaba la normalidad, la integración y la protección social de otros colectivos no
desviados.
Sin duda, la criminología liberal denunció con mucho vigor las malas prácticas ins-
titucionales y contribuyó de una forma fundamental a los procesos de reforma en ám-
bitos como los centros penitenciarios, en menores y en la propia policía, pero a la vez
produjo un efecto inesperado, porque si los “malditos delincuentes” solo podían ser los
marginales que se reconocían como tales en un proceso de agrupación cultural, que la
sociedad pronto aprendió a reconocer a través de su intensa presencia mediática, litera-
ria y cinematográfica, pero, entonces, para explicar lo que ocurría, dejaron de entrar en
juego otros factores de carácter estructural, por ejemplo, la pobreza, consecuencia de las
propias políticas liberales.
En resumen, la criminología liberal y crítica, al dejar de lado las explicaciones estruc-
turales de Durkheim, y no digamos las de Marx, desarrolló un fuerte modelo de derechos
individuales, pero se olvidó de considerar la existencia de factores causales de orden
global, que los últimos años se han agrupado bajo el epígrafe de vulnerabilidad.
¿Qué es la vulnerabilidad social?, pues la “inhabilitación de derechos sociales y hu-
manos, acompañada de la posibilidad de consecuencias sociales, físicas y psicológicas
directas y persistentes sobre las personas”, y que conducen hacia situaciones de exclu-
sión, pobreza y marginación. Las situaciones de vulnerabilidad aparecen con mucha
frecuencia asociadas al uso de sustancias psicoactivas.

357
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Los factores de vulnerabilidad son muy diversos, por ejemplo, en varios trabajos
empíricos recientes (Jiménez, 2012; Hueso, 2015; Cantos, 2016) se describen una gran
parte de estos, aunque seguramente no todos, y se construyen diversas hipótesis para
intentar clasificarlos y relacionarlos. Hacerlo no es una tarea de este manual, pero sí
explicar cuándo se determina un factor de vulnerabilidad social. ¿Qué significa esto?
¿Cuál es el factor de vulnerabilidad social más relevante? Parece que siempre requiere
de la presencia de otro factor (y normalmente más de uno) para convertir la vulnerabi-
lidad en exclusión.
¿Cuál es entonces el orden causal? En apariencia no serían las sustancias psicoac-
tivas, aunque su presencia a la vez resulta imprescindible para que el proceso de des-
viación personal avance a mayor velocidad. Y en este caso, la velocidad explica la
intensidad final de la exclusión. Es como si las sustancias psicoactivas carecieran de
efectos sociales por sí mismas, pero son un potente e imprescindible catalizador de casi
todos los procesos de exclusión social.
De alguna manera, la visión teórica más conocida en la actualidad, aunque un tanto
esquemática, para relacionar vulnerabilidad y riesgo, se la debemos a Loïc Wacquant,
El cual, cuando realizaba sus estudios de doctorado en Chicago, otra vez Chicago, reci-
bió un fuerte impacto mientras trabajaba temas de drogas en los guetos afroamericanos
de esta ciudad a los que describió como “un lugar de desolación inimaginable, similar
a Beirut o Dresde después de la guerra”, el “estado de shock” que le produjo aquella
experiencia, que, en un primer momento, atribuyó al “racismo norteamericano”, ha mar-
cado sus principales hipótesis (Wacquant, 2007a). La descripción de aquella realidad
y el papel de las sustancias psicoactivas como un instrumento de “control penal de las
poblaciones pobres”, sin necesidad de recurrir, como ya se ha dicho, a la fantasía de que
“las drogas las distribuía el Estado”, apareció a principios de los años 90 y, en parte, co-
nectado con las ideas del naturalismo de Matza, aunque a la vez vinculado a una teoría
estructural sustentada en “las políticas económicas” (Wacquant, 1994).
A lo largo de su extensa y relevante obra, Loïc Wacquant ha tratado de expresar que
la hegemonía de estas políticas económicas ha permitido justificar la idea de que “la des-
igualdad social es más eficiente que la igualdad” y que, por tanto, “a mayor desigualdad AUTOR:
más bienestar para todos”. De ahí su interés en demostrar que esto no es cierto en térmi- no aparece
nos empíricos y por ello, es una creencia ideológica que se vincula con otras cuestiones, en la bi-
en particular, poder y bienestar personal (Wacquant, 2006). bliografía
Sus principales tesis en relación a las políticas penales y sus consecuencias so- con este
bre determinadas poblaciones aparecen en Castigar a los pobres, un libro que parte año.
(primera tesis) de la comparativa entre el incremento de población penitenciaria en el
mundo, aunque se confunde (quizás por desconocimiento) con las cifras españolas,
y la evolución del delito y las políticas de tolerancia cero, que interpreta como un
“mecanismo de control social” que trata de gobernar el malestar que ocasionan las
políticas económicas que incrementan la desigualdad (Wacquant, 2004). A partir de

358
Situaciones, hechos y preguntas clave

ahí constata, sin demasiada dificultad, como segunda tesis, un nuevo fenómeno que es
propio del campo de las políticas públicas y que señala la creciente separación entre
las políticas sociales y las políticas de seguridad y contra el delito, cuyo creciente anta-
gonismo es evidente en todo el mundo, a pesar de que las evaluaciones de las políticas
públicas siempre han demostrado que la coordinación entre ambas políticas es la estra-
tegia más eficiente.
¿Por qué ocurre esto? Para Wacquant, y esta es su tercera tesis, se trata de una es-
trategia preventiva asociada a las políticas económicas neoliberales, que, en el marco de
la creciente competitividad internacional, van a propiciar un aumento de las desigual-
dades, y una disminución de los recursos sociales, lo cual está provocando un creciente
malestar que solo se podrá combatir por políticas e intervenciones represivas de control
social. A este proceso le denomina “la gestión penal de la pobreza” y en él, las sustancias
psicoactivas ocupan un lugar estratégico. Esta “gestión penal” no es otra cosa que “el
modelo de la seguridad ciudadana” que hemos descrito en el capítulo 5.
Para enmascarar el modelo de la seguridad ciudadana, dice Wacquant, se está crean-
do un “laberinto institucional y burocrático relacionado con la seguridad”, al tiempo
que se reivindica “menos Estado”, a la vez que, y por los mismos agentes ,“más Estado
penal”, lo que sin mantener las actuales “políticas de drogas”, no parece posible.
En uno de sus últimos textos, una reedición ampliada de Las cárceles de la miseria,
aplica a América Latina el desarrollo de las políticas de “tolerancia cero”, en países en
los que dichas políticas coinciden de forma paradójica y surrealista con amplios territo-
rios de impunidad, en los cuales los “negocios con las sustancias psicoactivas” reciben
un trato de favor, pero en los que “utilizar, aunque sea en una ocasión una de ellas”
(aunque dependiendo de quién seas) es motivo de una desproporcionada sanción penal.
¿Para todos? No, en absoluto, muestra Wacquant, solo a algunos “por lo que son”, mien-
tras otros “por hacer lo mismo” reciben felicitaciones (Wacquant, 2009).
En la práctica, todo esto ocurre porque se ha impuesto la idea de que “la desigual-
dad” es buena para el crecimiento y el desarrollo económico, ya que “a más desigualdad
más beneficios”, una creencia muy extendida en los ámbitos económicos y gran parte
de los políticos, aunque, obviamente, nadie la explicita. ¿De dónde surge esta idea? Se
trata de una mera creencia cultural, porque los estudios empíricos realizados por econo-
mistas demuestran lo contrario. Aunque es efectivamente beneficiosa para una minoría
(Wacquant, 2007b).
¿Cómo se ha producido este creciente empoderamiento del Estado penal? Básica-
mente con el adelgazamiento del estado de bienestar ¿Por qué son tan importantes las
sustancias psicoactivas en este proceso? Porque se trata de criminalizar de forma dura
e insistente a sectores lo más amplios posibles de la sociedad ¿Hay alguna manera de
frenarlo? Sí, a través de las políticas de control social, que hemos llamado “políticas
de derechos sociales” (en realidad, el término es de Wacquant), como las que propone
la criminología.

359
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

En todo caso, la aportación teórica de Wacquant adolece de un importante déficit,


porque no explica demasiado bien “quién y cómo se podría hacer esto”. En otro texto
AUTOR: no (Comas, 2014) se ha descrito cómo resulta factible si la emprenden los profesionales de
aparece con la intervención, ya que, justamente, con un conocimiento amplio de sus actitudes perso-
este año en nales a través de la supervisión, resulta muy evidente que una mayoría está en contra de
la bibliogra-
la desigualdad instituida, del Estado penal, y de la impunidad, de la misma manera que
fía.
está a favor de las políticas de derechos sociales, la igualdad y el utilitarismo moral. Pero
para Wacquant, “no solo no hacen nada”, sino que son cómplices de la “patologización
de las conductas”, la “desinformación mediática”, “la creación de estereotipos sociales”
y un lago etcétera que alcanza de diversas maneras a todos los vértices del “sistema
transdisciplinar de la criminología” (Wacquant, 2007b). Al hacer esto, Wacquant con-
funde los “profesionales reales de la intervención” con la “burocracia corporativa” que
dice representarles.

11.7. Sustancias psicoactivas en un futuro enfoque criminológico y político

En este apartado final vamos a establecer una síntesis operativa del camino emprendido
que nos ha llevado a considerar, primero, la criminología como disciplina científica, des-
pués, las sustancias psicoactivas como un conjunto muy variado de productos químicos
que incluye alcohol, tabaco, otras drogas ilegales, psicofármacos y productos dopantes
en una única categoría, más adelante hemos explicado cómo las personas que los utili-
zan presentan una gran variedad de etiologías y patrones y patologías sociales e indivi-
duales, y, finalmente, en los últimos capítulos, cómo esta confluencia ya es una realidad,
aunque las políticas, las leyes, la acciones de muchos profesionales e investigadores e
incluso el imaginario social tratan de ignorarlo.
Primero, todas las sustancias psicoactivas deben estar sometidas a un sistema de
regulación común integral y coherente, que las diferencie solo según el grado de riesgo
real que supone cada una de ellas. La regulación debe incluir aspectos administrativos,
fiscales y mercantiles, previendo sanciones administrativas y penales para prevenir y
combatir las infracciones. El actual sistema penal de las drogas ilegales debe comenzar
un periodo de transición para avanzar hacia esta nueva política reguladora. El edificio
legal y sancionador estará concluido el día en el que, por ejemplo, todos los opiáceos
respondan al único criterio de ser opiáceos, así como a las normas de fabricación y
dispensación propias y previstas para cada uno de ellos. La pertenecía a la categoría
opiáceos debería ser la base legislativa común, y en ella se incluirán las funcionalida-
des propias de cada uno de ellos. Distribuir oxicodona, provocando de forma directa
más de 70.000 muertes anuales, debe ser penado de la misma manera que distribuir he-
roína y provocar un número similar de fallecimientos. La criminología debe continuar

360
Situaciones, hechos y preguntas clave

impulsando el principio fundacional de Cessare Becaria: “lo que haces, no quién eres o
de dónde eres”.
Segundo, gran parte de las sustancias psicoactivas sabemos que producen problemas
sociales y de salud a las personas y a las comunidades, estos problemas pueden tener un
origen en factores situacionales del contexto, en su interacción con una gran diversidad
de personas que reaccionan de forma diferente y, por supuesto, en las consecuencias
iatrogénicas que producen las interacciones con la intervención. Los trastornos provoca-
dos en el espectro de las sustancias psicoactivas son muy diversos, ya que en ocasiones
remiten de forma espontánea y en otras presentan complejidades inesperadas, depen-
diendo de la sustancia, la persona, el contexto cultural y social, la acción institucional, el
relato personal y el de la sociedad, la información diseminada y, en general, todo aquello
que forma parte del sistema de la criminología científica.
Tercero, las prácticas asistenciales y cualquier intervención deben tener en cuenta
esta diversidad y actuar en consecuencia, se debe disponer de variados modelos funciona-
les de actuación, resultado de la evaluación empírica y determinación de buenas prácticas
a partir de casos y situaciones, siendo imprescindible evitar la actuación, en particular ac-
tuaciones duras sin un adecuado diagnostico individual, social, evolutivo y cultural. Este
tipo de actuación ante la diversidad deberá sustentarse en un adecuado marco jurídico y
político que lo favorezca, evitando fraudes sustentados en creencias mágicas, en especial
si la finalidad es obtener beneficios económicos o formas de acceso al poder. Causar por
ello daños sobre las personas debe ser especialmente sancionado.
En cuarto lugar, la diversidad requiere un imprescindible enfoque transdisciplinar
amplio y horizontal, en el que la psicología debe ocupar un lugar muy relevante. Pero
el insight psicológico, aun siendo el más capacitado para afrontar la diversidad de los
trastornos del espectro de las sustancias psicoactivas, por sí solo no es suficiente. A lo
largo de todo el texto, la idea de qué es y cómo se debe actuar desde una perspectiva
transdisciplinar, que incluye además y como modelo una perspectiva de género, permite
orientarse en esta línea.
Finalmente, y en quinto lugar, esta debe ser la tarea histórica de la criminología, en
una gran medida porque, debido a circunstancias azarosas, el compromiso de la disci-
plina con las políticas de drogas ilegales ha sido escaso y su contaminación ideológica
es menor. De esta manera, una carencia se convierte de forma paradójica en una ventaja
que se puede y se debe, por razones éticas, utilizar. Además, la criminología ofrece otras
ventajas, desde una opción sistémica y doctrinal transdisciplinar, su carácter holístico,
su conflicto con gran parte de la información mediática y, por tanto, su capacidad para
ordenar el aparente desorden, agrupando lo desigual, lo heterogéneo, lo diverso, en una
categoría única y gestionar a partir de acciones singulares y concretas muy diferentes lo
que en términos de parsimonia es a la vez una sola cosa. Una cosa que, desde luego, no
son las drogas ilegales definidas como tales por el sistema internacional de fiscalización.

361
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

11.8. Propuestas de ejercicios para la reflexión y el debate

Primera propuesta

Como criminólogo/a se supone que ya sabes manejar los datos de EUROSTAD.


Desde estos datos, vamos a tratar la cuestión de la disonancia cognitiva grupal (en
este caso, del conjunto de la sociedad española). En EUROSTAD puedes observar
ciertas realidades, la primera, que somos uno de los Estados de la unión con menos
incidencia de todo tipo delitos, por ejemplo, en 2016, en el caso de homicidios ocu-
pamos exactamente el penúltimo lugar empatados con Alemania y solo superados
por Eslovenia. La diferencia con otros países como Francia, Dinamarca y, sobre
todo Gran Bretaña, resulta sorprendente. Por otra parte, somos el país europeo, tras
Chipre, que denunciamos más delitos a la policía. Por si fuera poco, la Encuesta
Europea de Victimización nos coloca en el podio de aquellos europeos que creen
que en su país hay mayor inseguridad que en los otros. Se trata, sin duda, de una
disonancia cognitiva que influye sobre nuestras conductas personales y que nadie
pone en duda porque es algo compartido.
Aparte de estudiar los datos para conocerlos bien, visualiza que se trata de una
disonancia cognitiva que quizás tu compartías hasta ahora y responde a la pregunta:
¿por qué nos ocurre esto? No contestes con tópicos u otras formas de disonancia
cognitiva, sino con explicaciones basadas en resultados empíricos.

Segunda propuesta

En un artículo traducido y muy accesible de la Revista Española de Investigación


Criminológica (REIC), Dennis Rodgers plantea que tenemos mucha información
cierta sobre las víctimas de la violencia pero escasa información sobre los violentos
y que esto es porque los métodos para interactuar con las víctimas son menos peli-
grosos y comprometidos que si tenemos que relacionarnos personalmente con los
violentos (Rodgers, 2003). ¿Crees que esto es así? Lee el artículo y opina sobre él.

Tercera propuesta

En el año 2018 se ha producido el ridículo secuestro judicial del libro Fariña, del
periodista Nacho Carretero, al poco tiempo se estrenaba la serie de televisión ba-
sada en el libro. Merece la pena leer el libro porque es una excelente presentación
del funcionamiento social, político y económico, en Galicia, del “contrabando de
tabaco primero y del tráfico de cannabis y cocaína después”. También, de las difi-
cultades que soportaron las personas que se opusieron a este. Como criminólogo/a
es útil leer el libro y ver la serie, pero de lo que se trata en esta propuesta es de
contestar a la pregunta: ¿qué diferencias ves entre el libro y la serie? Son varias,
algunas muy importantes, y si has estudiado bien este manual, serás capaz de per-
cibirlas y explicarlas.

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12
Consideraciones finales:
una habitación propia

12.1. Criminología pública, profesional, crítica y práctica

En casi todas las disciplinas, de una forma creciente comienzan a distinguirse cuatro ma-
neras de diseminar el conocimiento (Burawoy, 2004). La manera pública, que se refiere a
difundir, en lo que se ha llamado de forma tradicional ensayo, al conjunto del público no
especializado los contenidos y los nuevos avances de una disciplina. En ciertas disciplinas,
por ejemplo, el ámbito biomédico, esta tarea se ha encargado a figuras especializadas, que
incluso reciben una formación específica para hacerlo y que asumen el rol de periodismo
científico, en cambio en otras disciplinas, como la neurología, la cosmología, el derecho
o la economía, son las figuras más relevantes del propio campo de conocimiento las que
realizan esta tarea. En las ciencias sociales, incluida la ciencia política y en gran parte de la
psicología, hay autores especializados en la difusión pública, algunos utilizan variadas es-
trategias, pero la mayoría consideran que al menos alguna vez deben contribuir a esta tarea.
La manera profesional se limita a presentar los resultados de los programas de in-
vestigación, ofreciendo resultados empíricos, confirmando hipótesis, redefiniendo teo-
rías y conceptos, y proporcionando avances a las respectivas disciplinas. En todas ellas
existe la figura del autor o investigador principal que además ocupa un lugar relevante,
pero se supone que el resultado final es consecuencia de un proceso de acumulación, y,
por tanto, la tarea esencial es contribuir al desarrollo científico y para esto no es necesa-
rio un conocimiento público, aunque los profesionales de la intervención deben estar al
tanto de las novedades.
La manera crítica es menos frecuente, salvo en el ámbito de las ciencias sociales y
la psicología (hasta ahora), porque se trata de diseminar dudas, abrir debates, que permi-
tan poner en duda los conocimientos adquiridos y abrir (la ciencia debe ser un proceso
abierto) y transformar lo que se sabe, de manera especial, los paradigmas hegemónicos
en cada momento.

363
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

Finalmente, la manera práctica se refiere a proporcionar información y formación


a los profesionales que van a actuar sobre el mundo, las situaciones y las personas
para aplicar los conocimientos, de forma personal o mediante protocolos, que les
permitan actuar y producir efectos positivos, que en última instancia redundaran en el
bienestar social y de las personas.
¿Desde qué perspectiva se ha enfocado este manual? Obviamente se trata, y de
forma global, de una perspectiva práctica dirigida a la formación de los/las alumnos/as
de criminología, pero a la vez hemos incluido la versión más actual del conocimiento
profesional y científico, asimismo se ha tratado de ofrecer una perspectiva crítica, en-
tendiendo como tal la del utilitarismo o el pragmatismo moral e incluso se ha intentado
difundir públicamente el conocimiento, aunque es cierto que el propio nivel de texto
parece ser, más bien, solo apto para profesionales de las disciplinas que forman parte del
sistema de la criminología en su relación con las sustancias psicoactivas.
¿Puede ser un planteamiento excesivamente ambicioso para un manual académico?
Quizás, pero en un contexto de falta de referencias nacionales e internacionales en la re-
lación entre sustancias psicoactivas y delincuencia, ha sido la única forma de responder
a las preguntas que se formulan en los dos primeros capítulos, ya que la manera profe-
sional por sí misma no puede ni sabe contestar a estas, además, ha sido necesario añadir
la perspectiva crítica, porque el tema de las sustancias psicoactivas lo requiere y es
imprescindible, en términos epistemológicos, abrir la posibilidad de la fórmula pública
porque el vértice IP de la información sigue bloqueado como tal, en un momento histó-
rico en el que, además, la criminología se ha convertido en un tema propio del debate
público y político, conformando uno de los ejes esenciales de lo que, desde la ciencia
política, se llama populismo electoral.
Ignorar estos hechos equivaldría a formar de manera deficiente y facilitar explica-
ciones incompletas al alumnado.

12.2. Aprender procedimientos o adquirir conocimientos

Este manual se ha escrito tratando de aportar, de la forma más concreta posible, un


relato con ejemplos comprensibles de situaciones, casos, investigaciones, experimen-
tos, ensayos y experiencias. Pero cualquier lector se dará cuenta de que prácticamente
no aparece la sugerencia de ningún procedimiento o protocolo de actuación, salvo
referencias, que además son muy escuetas porque este texto no trata sobre la metodo-
logía de la investigación y la intervención. Esta supuesta carencia puede parecer un
tanto extraña cuando además en el prólogo he dicho que se concibe la criminología
como “una guía para la intervención, actuación y determinación de buenas políticas”.
Pero una vez concluido el manual, conviene explicar que esta carencia en torno a los
procedimientos de actuación profesional es intencional y coherente, porque aplicar

364
Consideraciones finales: una habitación propia

procedimientos y protocolos solo es posible cuando se entiende previamente lo que se


hace y por qué se hace.
No se trata de que en el ámbito estudiado no haya procedimientos, en particular pro-
cedimientos de intervención y protocolos de actuación, todo lo contrario, hay muchos,
de hecho, muchísimos y además casi todos ellos tienen algo en común: se sustentan so-
bre marcos y relatos conceptuales y teóricos e incluso sobre hallazgos empíricos y ade-
más, afirman con exactitud que esto es lo “que se tiene que hacer siempre”. Es posible,
incluso, que muchos estudiantes puedan conocer alguno de estos procedimientos, pero
a la vez casi nadie tiene en cuenta que son tantos y tan variados porque son diversos y
divergentes, antagónicos y contradictorios.
Para afrontar el tema de las sustancias psicoactivas disponemos de muchos proce-
dimientos asociados a perspectivas y a las políticas sobre drogas, que tratan de ofrecer,
cada uno de ellos, explicaciones completas y totales sobre el tema. La mayor parte se
enuncian como “basados en evidencia”, pero, como ya he tenido ocasión de reiterar una
y otra vez, no lo son, sino más bien proyecciones y creencias ideológicas, morales y
emocionales que nos ofrecen seguridad a cambio de nuestra curiosidad. En esencia, otro
modo de idealismo platónico.
Por este motivo, el manual ha sido escrito desde una perspectiva un tanto diferente,
ya que no se trata de proporcionar al estudiante procedimientos elegidos, y justificados
por el autor, sino solo acceder a los conocimientos propios de este particular momento
histórico (2018), no se trata de un saber absoluto, sino provisional, pero a la vez es un
saber que permitirá descifrar los avances que sin duda se producirán a lo largo de la
vida profesional. Porque cuando solo se dominan procedimientos, no es fácil entender
las transformaciones en el conocimiento y mucho menos los cambios de paradigma. La
criminología representa un campo de conocimiento en construcción, es decir, abierto,
libre, global y estratégico, lo cual le otorga ventajas frente a otras disciplinas que tratan
de presentarse como cerradas, tuteladas, particulares y ajenas al futuro.
Obviamente el/la estudiante se puede preguntar: ¿entonces qué voy a hacer para
poder actuar como profesional? ¿Qué procedimientos voy a tener que utilizar? Porque
el saber me orienta, pero no me proporciona los detalles de cómo poder ejercer ante un
caso o una situación concreta, mientras que un procedimiento o un protocolo me instru-
ye y me dice, incluso, lo que tengo que hacer con gran exactitud.
Mi experiencia práctica me demuestra que este no es precisamente el problema
que condiciona la calidad de la intervención profesional, porque en la vida real todo el
mundo maneja con facilidad los procedimientos y protocolos que le imponen o le sugie-
ren y que de forma ineludible llega a conocer muy bien. En cambio, son menos los/las
profesionales que muestran una cierta capacidad para la reflexión y que se desorientan
ante las transformaciones.
Además, el manual que acabas de estudiar invita a que toda aproximación a un proce-
dimiento o a un protocolo será, de forma inevitable, crítica, es decir no solo entenderemos

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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

perfectamente la mecánica del procedimiento, sino que seremos capaces de comprender


e interpretar su significado y valorarlo. Algo esencial cuando se trata de trabajar en la
complejidad del mundo real con personas a las que hay que tratar con dignidad.
Tratar de rehuir la incertidumbre y la inestabilidad creando procedimientos cerra-
dos, obligatorios y estadísticamente eficientes, pretende afrontar los cambios sociales,
culturales y tecnológicos que nos causan vértigo. De alguna manera hemos renunciado
a la evidencia causal, para volver al empirismo ciego y banal de antaño (si sirve para la
mayoría de los casos, ¿por qué debe importarnos saber por qué ocurre?). Por tanto, el
hecho de que se queden algunos casos fuera, en ocasiones muchos casos que tratamos
de invisibilizar, no tiene importancia, ya que en la vida no todo tiene solución. Pero creo
que, a todos, como profesionales, nos interesa averiguar por qué no hay soluciones para
determinados casos y situaciones.
Además, renunciar a la curiosidad personal requiere confiar en una estructura de
poder y de control que determina cuál es el verdadero procedimiento, e incluso aplica
las sanciones por mala praxis. Si preguntamos a la jerarquía que asigna cuál es el co-
nocimiento correcto y, por tanto, cuáles son los procedimientos correctos para utilizar
o incluso si posee los conocimientos adecuados para determinarlos, nos tropezaremos
siempre con la misma respuesta, que no es una cuestión de saber sino, como ha mostrado
la ciencia política, más bien se trata esencialmente de poder, control y, en menor medida,
de conocimiento verdadero.
En general, no se trata de establecer la evidencia científica, sino de la capacidad AUTOR:
política y administrativa para seleccionar dichas evidencias (Comas, 2014). En el ám- no aparece
bito de las sustancias psicoactivas, donde hemos visto cómo relatos fantásticos sobre en la bi-
sustancias, conspiraciones, insidias, irracionalidad y rechazo a las evidencias mejor sus- bliografía
tentadas, constituyen un ejemplo muy relevante de esta realidad y, por tanto, un ámbito con este
estratégico donde se muestra la lógica excluyente de los procedimientos estandarizados. año.

12.3. Las ventajas de la transdisciplinariedad

Del apartado anterior se deduce que hay dos maneras de formarse para adquirir destre-
zas profesionales, la primera consiste en que te cuenten lo que tienes que hacer y hacer-
lo sin más, la segunda, entender por qué hay que hacerlo tratando además de mejorarlo
de forma permanente. La primera es la actitud propia de la pereza intelectual y de vivir
como un ritual aprendido y carente de contenido. La segunda es propia de seres huma-
nos que no abandonan la senda de la curiosidad y que además adoptan la perspectiva
solidaria de mejorar la vida de los demás, es decir, la visión del pragmatismo moral.
La primera vía es fácil, aunque en términos humanos, muy insatisfactoria, la se-
gunda, más complicada, pero cuenta con una ayuda excepcional, la de aquellos otros/
as que son igual de curiosos e igual de solidarios. Cuando hablamos de conocimiento e

366
Consideraciones finales: una habitación propia

intervención estas “otros/as” son los colegas y aquellos/as profesionales de disciplinas


concurrentes, que expresan un nivel similar de curiosidad y, por supuesto, de generosi-
dad y sensibilidad, con los cuales además podemos compartir la perspectiva solidaria y
transdisciplinar.
Por tanto, la idea transdisciplinar no se refiere solo a la mejora en la intervención (y
en la vida de las personas), sino que es un satisfactor del conocimiento propio y del tra-
bajo bien hecho. Trabajar de forma coordinada con un equipo diverso, con profesionales
de los siete vértices del sistema de la criminología, y en este caso con las sustancias
psicoactivas, reporta no solo una mayor efectividad, sino también un mayor bienestar
personal. Obviamente se trata de opciones personales y libremente elegidas, no de obli-
gaciones funcionales. La lógica transdisciplinar incluye la posibilidad (o la certeza si se
quiere) de desacuerdos, pero también maneras de debatir, llegar a consensos y avanzar.
En conclusión, la noción de transdisciplinariedad resulta imprescindible para encon-
trar el adecuado punto de equilibrio entre el idealismo platónico y el necesario realismo
cotidiano, lo cual nos permite alcanzar el nivel óptimo de la parsimonia en las interpre-
taciones y en las actuaciones, y a la vez nos permite afrontar los problemas y dificultades
desde un punto de vista holístico.
Tratar de hacer esto sin tener en cuenta que debemos hacerlo desde la perspectiva de
un sistema (o al menos un modelo) transdisciplinar, es estar abocado al fracaso. Primero,
al posible fracaso en los excesos del idealismo primario, hasta el punto de someterse a
un delirio perfeccionista. Segundo, al posible fracaso de tratar de explicar que todo es
tan complejo que debemos recurrir necesariamente a un lenguaje incomprensible, o que
solo se puede expresar con palabras, pero no con actuaciones. Tercero, al fracaso de
negarse a afrontar el holismo del mundo para huir y cultivar solo un huerto concreto y
autosuficiente.
Tres formas de fracaso que a la vez representan tres opciones tentadoras. Es cierto
que podemos elegir, por comodidad, cualquiera de ellas para compensar la ansiedad y
otras emociones humanas, pero cuando tenemos que trabajar con las personas, hacerlo
no puede ser aceptable.

12.4. Saber mirar las conductas individuales y los hechos sociales

El aprendizaje completo de los hechos y las conductas que se describen en este manual
no puede ser completo hasta que los observemos y los percibamos, en su realidad coti-
diana o, expresado en términos más propios de la criminología, en su realidad natural,
según la afronta David Matza.
Las palabras nos ayudan a entender los conceptos, pero estos conceptos no son ple-
namente comprendidos hasta que los encajamos en la realidad de nuestra experiencia
cotidiana. En la vida de cada uno es fácil vivir cualquiera de las experiencias concretas

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Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

que se narran en el libro, es fácil que un grupo de amigos utilice sustancias psicoactivas
con motivo de una fiesta o una celebración, es mucho más fácil que “salgan de copas”,
aunque en la actualidad es menos fácil que después conduzcan, también es frecuente
hacerlo con la idea de que “lo que he bebido no me va a dar positivo”. Asimismo, resulta
frecuente tener información sobre el uso de sustancias psicoactivas (en particular, fár-
macos) en la red familiar (o entre algunos amigos personales), también es fácil acceder a
“historias” laborales y de otro tipo en las que las drogas aparezcan, es fácil tener amigos/
as aficionados/as al deporte que “no se dopan” pero que “conocen un producto que le
traen de no sé dónde y que es buenísimo”.
También es fácil acceder, y más para un criminólogo que seguramente les va a prestar
de forma automática una mayor atención, la noticias que proporcionan los medios de co-
municación sobre narcotráfico, sobre delitos asociados al uso de sustancias psicoactivas,
sobre historias personales muy emotivas o morbosas y, de vez en cuando, sobre “nuevas
drogas” que bien son la fuente de un terrible peligro o bien de un gozo inimaginable. A
esto hay que añadirle los contenidos de las revistas divulgativas de “ciencia, tecnología,
salud, historia, naturaleza, preguntas y respuestas, curiosidades, y ¡mucho más!”, como
se anuncia una de ellas que incluye el tema drogas con relativa frecuencia.
Después, aunque ya no para todo el mundo, está la experiencia mucho más comple-
ja o matizada que podemos obtener y observar en las prisiones, en los centros y progra-
mas terapéuticos, asistenciales y sociales de muy diversa índole, en la labor policial, en
las ONG y en otros grupos solidarios, en el sistema judicial, en los que se pueden per-
cibir diversos impactos de las sustancias psicoactivas. Una percepción diferente según
quien observa sea un profesional especializado o uno generalista, o bien un familiar o
amigo, o bien el propio afectado.
Todas estas experiencias por sí mismas aparecen mediadas por las descripciones
empíricas y las teorías, y todo lo que “hemos leído y de lo que hemos recibido informa-
ción”, un hecho que nos impide “ver las cosas como son”. Es decir, miramos, pero no
vemos la realidad, sino que la interpretamos de acuerdo con lo que pensamos, imagina-
mos o suponemos.
Es cierto que el punto óptimo de comprensión científica sobre los hechos socia-
les es el resultado de un adecuado equilibrio explícito y consciente, entre la narración
científica y la observación cotidiana y personal, pero ¿cómo se determina este punto de
equilibrio? No es fácil, porque está formado por una combinación, en ocasiones casual,
de conocimiento abstracto y de capacidad para ver, mirar y observar.
¿Cómo alcanzar un punto de equilibro? Pues, por una parte, manteniendo un buen
nivel de conocimiento abstracto que se obtiene estudiando, no dejando nunca de leer y
estudiar, tampoco de participar en discusiones y debates, de mantener una actitud crítica,
leyendo textos que nos ofrezcan alternativas diferentes, siempre que estén abiertas al de-
bate e incluyan “teorías falsables”. No es difícil hacer esto, es simplemente una cuestión
de “querer hacerlo”.

368
Consideraciones finales: una habitación propia

Más complicado resulta en cambio visualizar con claridad los hechos de la vida co-
tidiana, es decir, lo que se supone que podemos ver y observar para después interpretar
de tal forma que nos proporcione conocimientos. En su conocido estudio empírico sobre
La vida en el laboratorio (Latour y Woolgar, 1979), los autores cuentan cómo en los
laboratorios científicos, “descubrir algo” es mucho más fácil que “darse cuenta de que lo
has descubierto”. ¿Cómo es esto posible? Pues porque solo vemos lo que queremos ver,
aquello que nuestros sentidos (y nuestra capacidad de raciocinio) vinculan a nuestras
expectativas, es decir, volvemos a repetirlo, “vemos solo aquello que deseamos ver”.
Podemos pensar en una situación en la que asistimos a una formación sobre “ado-
lescentes e inhalantes” impartida por profesores de países latinoamericanos donde este
fenómeno es muy corriente. En España no lo es, pero se dan algunos casos. La forma-
ción recibida nos llevará a visualizar la existencia de estos casos aislados, pero también
a percibirlos como una realidad más extendida sobre la que incluso se realizarán repor-
tajes y se publicara algún artículo científico, mezcla de autoengaño, corregido por la
presión de la emoción del descubrimiento, una cierta dosis de oportunismo y un toque
de disonancia cognitiva. Llegaremos incluso a pensar que cualquier grupo de preadoles-
centes realizando trabajos manuales con pegamento, son un posible grupo de usuarios
de inhalantes.
Veamos otra situación más insidiosa. Puede que algún medio de comunicación nos
explique que existen determinados grupos de emigrantes que consumen ciertas drogas
y que como consecuencia son autores de ciertos delitos. Nuestra mirada, aunque apenas
sea xenófoba, nos invitará a “ver y confirmar” que esto es cierto. Con lo cual, la simple
visión de una de estas personas caminando por la calle, nos permitirá pensar “cuidado,
consume X y es peligrosa” y a comentarlo con otros/as.
¿Cómo mirar entonces? Algunas disciplinas “enseñan a mirar sin prejuicios concep-
tuales previos”, así la antropología (no toda) nos enseña a “mirar a los colectivos” y la
psicología (no toda) nos enseña a “mirar al individuo”. En ambos casos, lo primero que
hay que hacer es “tomar conciencia de qué estamos mirando”, es decir, anteponer la in-
formación de la mirada a la interpretación de lo que estamos viendo. En otros términos,
no se trata de confirmar, sino de ver. Una parte de la investigación científica considera
que el trabajo empírico es solo un trabajo de confirmación, lo cual, siendo cierto, es tam-
bién un error, porque antes de confirmar hay que saber mirar, bien lo que dicen los datos
estadísticos o bien lo que nos cuenta una persona. El estilo profesional del que “ya sabe
y no escucha” es demasiado frecuente para no llamar la atención sobre él.
El primer paso para mirar es tomar conciencia de que podemos hacerlo, de que
podemos ver sin aplicar categorías mentales, interpretaciones de nuestra mente, que en
ocasiones son resultado de nuestra formación, pero que si las aplicamos sin mirar, qui-
zás nos equivoquemos. Tomar conciencia de aplicar esta mirada natural es un acto tan
sencillo como difícil de realizar, ya que depende de la voluntad de querer mirar, porque
la voluntad de mirar debe utilizarse para combatir el autoengaño y para reducir así su

369
Drogas y delitos: aproximación criminológica a las sustancias psicoactivas

influencia. Necesitamos entrenarnos para poder hacerlo, y qué mejor momento para este
entrenamiento que cuando estamos estudiando. El impulso para hacerlo se basa en las
ventajas que para nuestra vida cotidiana va a tener aprender a mirar.
La mirada criminológica debe ser una mirada natural, previa a la valoración y el
diagnóstico de personas, hechos, resultados y situaciones concretas, porque solo cuando
hayamos obtenido la información que proporciona la mirada, podremos interpretar.

12.5. ¿Cómo se aprende a interpretar las observaciones?

Tras aprender a mirar debemos a prender a interpretar, lo cual es mucho más fácil, por-
que esto es lo que se enseña en las carreras universitarias. La buena interpretación es
esencial, para entender y ayudar a las personas. El problema de “solo saber mirar” es que
de pronto podemos ver “demasiadas cosas” o, expresado en un lenguaje propio de la an-
tropología, “los acontecimientos se vuelven densos” y, por tanto, resultan ininteligibles.
Algo que debemos evitar en el ámbito la criminología, en el que por razones prácticas
debemos siempre aplicar el principio de la parsimonia.
Pero para interpretar las cosas de una forma sencilla debemos superar solo dos esco-
llos, el primero, el de las explicaciones cerradas, lo que se resuelve con la metodología
transdisciplinar y la capacidad de mirar, el segundo, la excesiva confianza en nuestra
subjetividad. Ocurre que la mirada es imprescindible y necesaria, pero nunca suficien-
te. El exceso de confianza provoca fantasías y disonancias cognitivas. Todo esto suena
difícil, pero para superar ambos escollos es para lo que nos preparamos, para lo que
estudiamos, aun sabiendo que nunca los superaremos del todo.
¿Qué necesitamos para poder interpretar a las personas, los hechos y las situaciones?
Pues primero un buen dominio conceptual y teórico, lo más variado posible; segundo,
suficientes conocimientos metodológicos para producir datos; tercero, tratar de mejorar
día a día la capacidad de mirar; y cuarto, la posibilidad de debatir los hallazgos “con
iguales” con los que podamos compartir dudas y disolver certezas engañosas.

12.6. Sustancias psicoactivas y sistema penal

El texto puede interpretarse como una enmienda a la totalidad para el sistema penal,
pero eso no significa que ante determinadas situaciones y conductas propias en el entor-
no de las sustancias psicoactivas, la acción penal deba desaparecer. Es más, como hemos
reflejado en el texto, de hecho debería ampliarse y reforzarse hacia nuevos delitos. La
enmienda a la totalidad tiene que ver con el actual sistema internacional de fiscalización
y su transformación requerirá una intensa etapa de intervención penal. Imaginar que
el cambio va a desplazar la acción judicial, penal y policial hacia un “no lugar” es un

370
Consideraciones finales: una habitación propia

grave error. Todo lo contrario, se requerirán importantes esfuerzos para adaptarse a las
necesidades de las nuevas regulaciones. En realidad, en la actualidad y con las sustan-
cias psicoactivas, vivimos en un mundo de retóricas políticas e ideológicas que debe ser
reemplazado por un mundo de acciones reales y concretas.

12.7. La utilidad de este manual más allá de la criminología

El manual ha sido escrito pensando en estudiantes de criminología, pero tiene otras utili-
dades, la primera y la más importante se refiere al uso que pueden darle “los expertos en
sustancias psicoactivas”, que con demasiada frecuencia siguen creyendo que el mundo
da vueltas alrededor de las drogas.

12.8. Un último ejercicio de reflexión personal

Se supone que este manual ha servido para preparar una asignatura. Lo más normal es
que se trate de comprobar los conocimientos adquiridos por cualquier alumno o alumna,
mediante pruebas objetivas, en forma de examen escrito o bien por otro procedimiento.
Antes de afrontar dicha prueba, alumnas y alumnos podrían tomarse un tiempo, de
forma relajada y en soledad, para reflexionar sobre algunas preguntas en torno al ma-
nual, como: ¿ha cambiado mis percepciones sobre las drogas y en qué? o ¿podrías citar
algunas cosas que te hayan aportado? Por ejemplo, las tres más interesantes. También
puede ocurrir que no te haya aportado nada, quizás porque como es frecuente en el
caso de las sustancias psicoactivas, ya lo sabías todo y algo más o quizás porque tienes
mucha experiencia personal con las drogas. En todo caso sería bueno que desarrollaras
esos argumentos. También puedes contestar a la pregunta: ¿has echado en falta algo?,
en concreto, ¿qué cosa? Si no has echado en falta nada piensa en qué tres cuestiones
necesitarías más formación o información.
También deberías plantearte: ¿este manual va a ser profesionalmente útil en mi futu-
ro? Sea cual sea la respuesta, razónala. Finalmente, si has reflexionado, tal y como se ha
propuesto en el capítulo 3, sobre la frase de Francis Bacon que aparece encabezando el
libro De los delitos y las penas, de Cesare Becaria, una vez concluida la lectura de todo
el texto, podrías volver a reflexionar sobre ella y aplicarla al propio texto.

371
Bibliografía recomendada

Con el propósito de poner en aplicación unos principios ecológicos, económicos y


prácticos, el listado completo y actualizado de las fuentes bibliográficas empleadas
por el autor en este libro se encuentra disponible en la página web de la editorial:
www.sintesis.com.
Las personas interesadas lo pueden descargar y usar a su discreción: conservar, im-
primir, utilizar para sus trabajos, etc.

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