Ceppi Demarchi Ficha 2021 Unidad 1
Ceppi Demarchi Ficha 2021 Unidad 1
Ceppi Demarchi Ficha 2021 Unidad 1
UNR
Natalia Ceppi
Paula Demarchi
Sin lugar a duda, la eclosión del COVID-19 como pandemia ha significado un momento bisagra
para la humanidad en su conjunto. Más allá de sus terribles consecuencias a nivel humano, todos
los temas que son parte de la política doméstica de los Estados y de la agenda internacional se
encuentran, en mayor o menor medida, atravesados por dicho fenómeno. En este sentido, el mundo
diplomático-consular no constituye una excepción. Al contrario, la pandemia generó dos
acontecimientos que desde hace años se encuentran en continua retroalimentación; por un lado,
aceleró un conjunto de eventos que, con diferentes velocidades e intensidades, se venían dando en
el marco de la actividad diplomática y consular del presente siglo y, por el otro, proporcionó mayor
visibilidad a los principales desafíos en torno de los cuales los Estados, a través de sus respectivos
servicios exteriores, están llamados a analizar pautas de acción en un futuro no tan lejano.
Sin pretender establecer un listado taxativo, el COVID-19 puso bajo la lupa los siguientes aspectos
del mundo diplomático y consular:
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cuestiones globales y la falta de cooperación y coordinación, limitan la posibilidad de alcanzar
políticas concertadas en el marco del sistema multilateral (Hirst y Malacalza, 2020). Esta situación
se complejiza con la definición de agendas farragosas al interior de los organismos internacionales,
la conversión de las burocracias nacionales en tecnocracias, los limitados logros alcanzados, e
incluso con la falta de pago de la cuota de membresía por parte de los países.
Claramente estamos ante un resquebrajamiento de la arquitectura multilateral global, sobre todo
del sistema de Naciones Unidas. Éste debería ser el ámbito para pensar soluciones ante un asunto
que trasciende la división Norte-Sur, desarrollados-emergentes, Occidente-Oriente. Un punto
clave en este panorama es el rol asumido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cual,
si bien brindó un servicio importante respecto a la formulación y diseminación de
recomendaciones y buenas prácticas, al mismo tiempo, su labor dejó en evidencia que se trata de
un organismo débil que no cuenta ni con las atribuciones ni con la capacidad de respuesta
necesarias (Huang y Meltzer, 2019). A esto agregamos los inconvenientes que debe enfrentar
generados por su fuerte burocracia, las limitaciones presupuestarias, las presiones de la industria
farmacéutica transnacional y el avance de las organizaciones filantrópicas. Los conflictos de
intereses entre sus Estados miembros y las eventuales presiones de la competencia geopolítica
como la decisión del entonces Presidente Donald Trump de retirar el apoyo financiero de Estados
Unidos, siendo su principal aportante (Sanahuja, 2020), representan otros obstáculos para su
funcionamiento.
Por su parte, en América Latina, el coronavirus encontró una región marcada por una fuerte
insatisfacción respecto al funcionamiento de la democracia, con un importante distanciamiento
político-ideológico entre los Estados y la ausencia de liderazgo; todos ellos factores que dificultan
el diálogo y la concertación. Un contexto de debilidad del regionalismo y de la cooperación, con
organismos desmantelados, otros paralizados, algunos que han perdido credibilidad debido a su
alineamiento con potencias extrarregionales y varios con profundos problemas internos. En pocas
palabras, una América Latina sin capacidad de actuación, sin acción colectiva. Más allá de que la
oficina regional de la OMS, la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA),
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entre otros organismos, reaccionaron tempranamente a la crisis desatada por el COVID 19, sus
respuestas fueron modestas y limitadas.
De este examen subrayamos que las organizaciones internacionales en su conjunto no estuvieron
a la altura de las circunstancias, pero fue peor la actuación de las organizaciones políticas en
comparación con las organizaciones funcionales. Por lo tanto, podemos afirmar que en este
escenario la cooperación técnica se ha vuelto más útil y efectiva que la cooperación política.
Retomando a Sanahuja (2020), la actual crisis representa una “coyuntura crítica”; un shock
exógeno que repercute sobre las estructuras históricas y que abre o cierra posibilidades en términos
de agencia para los actores sociales. En este esquema, las decisiones adoptadas por los gobiernos
nacionales fueron diferentes; varios asumieron una actitud aislacionista, materializada a través del
cierre de fronteras; muy pocos contemplaron la opción de la cooperación internacional, aunque
intrincada por un multilateralismo endeble. En definitiva, se necesita una señal de la alta política
para salir de esta situación, una activa diplomacia presidencial que promueva mecanismos
institucionales que garanticen la provisión de bienes públicos globales en el marco de un
multilateralismo reformado y de una sólida cooperación internacional.
Ahora bien, a pesar de las críticas que podamos hacer a la arquitectura multilateral internacional,
no debemos dejar de identificar la existencia de algunos aspectos positivos que podrían ser
capitalizados por parte de los policymakers para la construcción de una diplomacia multilateral
acorde a las necesidades de un mundo cada vez más complejo. Como primer punto debemos
rescatar que los organismos de alcance global y/o regional –donde se congregan Estados que se
diferencian en términos de poder, recursos y grado de influencia, entre otros- generan espacios de
encuentro, diálogo e intercambio (una agenda colectiva) que son claves en la edificación de pautas
de acción para esas problemáticas que, como la pandemia, requieren del trabajo conjunto porque
sus impactos y efectos atañen al bien común. No debemos olvidar que como la diplomacia es un
instrumento para la concreción de los objetivos que son parte de la política exterior de los Estados
(Vilariño Pintos, 2016), su esencia se plasma en el diseño de las estrategias a seguir frente a un
problema determinado. Como hemos visto en los medios de comunicación (incluso en los sitios
webs de los propios organismos), la pandemia dinamizó el núcleo político del multilateralismo ya
que asambleas, secretarías y comisiones se abocaron al trabajo diplomático sobre lo inmediato –la
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contención del virus- pero especialmente procurando respuestas pospandemia, más allá del tema
sanitario. En una sesión del Consejo de Seguridad sobre gobernanza global, el Secretario General
de Naciones Unidas, António Guterres, alertó sobre la escalada que alcanzó la crisis del COVID-
19, la cual ha demostrado que el multilateralismo, tal como lo conocemos, no estuvo a la altura de
las circunstancias. “(…) La pandemia es una prueba clara de cooperación internacional, una prueba
en la que esencialmente hemos fracasado (…) Necesitamos con urgencia pensar de manera
innovadora sobre la gobernanza global y el multilateralismo, y adaptarlos al siglo XXI” (Noticias
ONU, 24/09/2020). En pocas palabras, la magnitud del impacto del COVID-19 obró como
disparador de nuevas discusiones sobre un sinnúmero de temas de la agenda internacional,
incluyendo paradójicamente al propio multilateralismo.
Como toda crisis, la pandemia abrió la posibilidad de reflexionar sobre cómo encontrar nuevas
soluciones, nuevas formas de comportamiento y organización. Es el momento de la creatividad y
de la construcción colectiva. A pesar del fuerte relato sobre la incompetencia de la diplomacia
multilateral, sigue vivo un potente deseo de cambio, arraigado a la tradicional retórica de
solidaridad, que busca avanzar hacia una transformación en las formas de hacer las cosas, evitando
los errores y las deficiencias del pasado. En este sentido, podemos reafirmar que no hay manera
de afrontar situaciones como la actual si no es a través del multilateralismo; de ahí la necesidad
imperiosa de repensarlo, de resignificarlo como la estructura desde la cual se organizan y
configuran la coordinación y la cooperación internacional.
Todo este proceso, se conecta con un segundo punto que, a prima facie, no pareciera relevante,
pero, en realidad, es fundamental para iniciar ese camino reconstructivo que requiere el
multilateralismo del siglo XXI: la versatilidad de la diplomacia. Los cambios en el sistema
internacional han generado que la diplomacia se encuentre siempre en movimiento y deba
readaptarse casi de manera constante porque la agenda internacional es multidimensional y su
compás está marcado por una vinculación estrecha entre diversos actores y factores. La realidad
mundial ha dado cuenta que pandemia no sólo es un tema de salud. Es una problemática
económica, social, política, ambiental, de seguridad y con perspectiva de género. En esta dirección,
la diplomacia multilateral puede rescatar su espíritu resiliente y procurar mecanismos que estén
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orientados a generar pautas de acción coordinadas por la comunidad en su conjunto con una mirada
más propositiva que reactiva.
Los escritos históricos cuentan que Henry Temple, conocido como Lord Palmerston, Primer
Ministro británico de la década del sesenta del siglo XIX, recibió con aprensión y algo de
desencanto el primer mensaje telegráfico de la época. Desde su perspectiva, este evento que
formaba parte de los avances de las comunicaciones representaba nada más ni nada menos que el
fin de la diplomacia (Erlandsen, 2017). Probablemente si intentásemos comprender la reacción de
Palmerston con nuestra actualidad, la calificaríamos como desmedida, alarmista o incluso,
inverosímil. No obstante, debemos recordar que, en ese entonces, la diplomacia lejos se encontraba
de tener las características que conocemos en el presente. En el siglo XIX, el quehacer diplomático
-entendido como una ciencia o un arte que perseguía exclusivamente objetivos políticos y
estratégicos- era secreto y estaba reservado para un círculo restringido de personas. Éstas gozaban
de amplios márgenes de acción en sus funciones no sólo por su formación sino también por el
escaso desarrollo de la prensa y la opinión pública, por lo cual la diplomacia era básicamente
personal (Cahier, 1965). Casi dos siglos más tarde, la diplomacia continúa siendo personal, aunque
no de la misma manera que la percibía Palmerston ya las funciones de representación, protección,
negociación e información; funciones codificadas en la Convención de Viena sobre Relaciones
Diplomáticas de 1961, son potestad de la diplomacia convencional y por ende, de los diplomáticos.
Es decir, los cambios y avances tecnológicos, al igual que otros acontecimientos que se suscitaron
en el sistema internacional, no alteraron la esencia ni el espíritu de la diplomacia.
La actividad diplomática no sólo ha sobrevivido a tanta vorágine, sino que además ha podido –con
mayor o menor eficiencia- adaptarse a las distintas coyunturas y afrontar los desafíos que éstas
representaban. De acuerdo con Arrosa Soares (2018), la revolución digital constituye uno de los
retos más importantes que la diplomacia ha tenido que sortear desde la Segunda Guerra Mundial.
La web y sus múltiples espacios, tales como redes sociales, plataformas audiovisuales y
tecnologías de información, entre otras, han generado que todo (o casi todo) se encuentra al alcance
de un clic. La universalización del paradigma comunicacional ha dado lugar a un cambio paulatino
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en las condiciones, es decir, en el contexto, y ha impactado en la forma de comunicar, en las
interacciones y en el alcance de la información brindada. Así, desde hace unos años, la diplomacia
se encuentra en un proceso de digitalización el cual fue profundizado por la irrupción del COVID-
19 como pandemia. Como las reuniones e interacciones físicas quedaron momentáneamente en
stand by, la diplomacia digital1 ha cobrado un protagonismo indiscutible en todas aquellas
cuestiones que son parte de la vida diplomática pero también de la actividad consular.
¿Qué entendemos por diplomacia digital? Sin desconocer que no hay una definición unívoca, en
términos generales, la diplomacia digital implica la utilización de la web –y de sus herramientas
digitales disponibles- para la consecución de los objetivos que son parte de la política exterior de
un Estado (Manfredi, 2014a, 2014b; Rodríguez Gómez, 2015; Bassante, 2014). En este sentido, la
diplomacia digital replica la razón de ser de la diplomacia tradicional, a saber, ser un vehículo, un
instrumento que posibilita la concreción de los intereses estatales. De esta afirmación, se
desprenden varias cuestiones intrínsecamente conectadas. En primer lugar, debemos comprender
que la diplomacia digital, al igual que la diplomacia convencional, es un medio y no fin. Tal como
indica Bassante (2014: 78), la misión no cambió, sigue siendo la misma que tenía “antes de la
irrupción de las nuevas tecnologías”, en todo caso lo que se fue transformando fue el entorno. En
segundo lugar, la diplomacia digital no compite con la diplomacia convencional; al contrario,
como expresa el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, se constituye en un amplificador de
las tareas de ésta última que apela al uso de tecnologías de la información y la comunicación
(TICs), modificando, además, el propio trabajo diplomático.2 En tercer lugar, la diplomacia digital
llegó para quedarse y no hay vuelta atrás. Su camino –con desaciertos por corregir y desafíos
múltiples- es claramente ascendente debido a que la incorporación de las TICs fue más allá de los
cambios en la comunicación de los diplomáticos por la adopción de nuevas tecnologías; ha
representado un cambio de paradigma de la actividad diplomática (Radunovic, 2010).
Los servicios exteriores y sus misiones diplomáticas acreditadas en distintos puntos del planeta
recurren a diario a sus páginas webs, pero especialmente a las redes sociales –Facebook, Instagram,
1
Para hacer referencia al mismo término, también encontramos las nociones de ciberdiplomacia, e-diplomacia o
diplomacia 3.o, entre otras (Rodríguez Gómez, 2015, Arrosa Soares, 2018).
2
Se recomienda consultar el sitio web https://www.diplomatie.gouv.fr/en/french-foreign-policy/digital-diplomacy/
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Twitter, etc.- para promocionar los objetivos de política exterior (políticos, económicos, culturales,
de seguridad, etc.), difundir medidas gubernamentales que atañen a la diplomacia y/o la actividad
consular y establecer posturas sobre determinadas temáticas coyunturales, entre otras. En la misma
dirección, se encuentran los líderes mundiales, Embajadores y Ministros de Relaciones Exteriores,
quienes hacen uso de las bondades de la tecnología –mediante sus cuentas personales- para
expresarse frente a una audiencia que es global, en ocasiones con aciertos, otras no tanto. Por ello,
Casado Rigalt (2017: 3-5), sostiene que “el ADN de la diplomacia está ajustándose al contexto
digital (…) este nuevo paradigma obliga a adoptar mecanismos flexibles preparados para entender,
detectar tendencias, prevenir crisis y reaccionar con rapidez”.
La diplomacia digital encontró en la pandemia una oportunidad para reafirmarse como un requisito
indispensable en el organigrama de política exterior de cualquier país. La imposibilidad de los
traslados, de los contactos físicos bilaterales y multilaterales para gestionar asuntos oficiales y la
necesidad de atender a los connacionales que quedaron varados en el extranjero hicieron que, en
cuestión de días, la actividad diplomática debiera concentrarse básicamente en el trabajo en línea
Sin embargo, también debemos señalar que hay voces que sostienen que la diplomacia digital
representa un espacio de proyección idealizada, no de accionar real. Tierra de nadie y de todos, la
acción política ha sido sustituida por el relato político (Nuñez García Sauco, 2020: 9). Desde esta
perspectiva, los diplomáticos se hicieron más adeptos a las redes sociales, no sólo para difundir
información sino para relacionarse con una amplia gama de agentes estatales y no estatales. La
centralidad en la red se convirtió en el criterio de éxito del nuevo Embajador (Riordan, 2020: 44).
Sumado a ello, muchos Presidentes, Primeros Ministros y Cancilleres señalaron que la vía
presencial no tiene comparación con la virtual; hay asuntos muy difíciles de abordar a través de
una pantalla. En este sentido, la Canciller alemana Ángela Merkel sostuvo (…) “there’s no
comparison between the digital and the personal (…) I prefers walking around the table to discuss
whether a compromise proposal would perhaps go through” (Heath, 2020).
Es cierto que muchos de los inconvenientes que se suscitaron en las primeras semanas de la
pandemia, mencionados por funcionarios de primer nivel en distintas declaraciones, (por ejemplo
la Unión Europea se enfrentó a la necesidad de coordinar numerosas reuniones en las 24 lenguas
oficiales en una semana determinada; otra situación puntual, el Primer Ministro británico, Boris
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Johnson, publicó una captura de pantalla del “primer gabinete digital” en Twitter, revelando que
el número de ID de la reunión de Zoom) fueron solucionados al avanzar en la adaptación de las
tecnologías digitales a las necesidades de la diplomacia. No obstante, a casi un año del inicio de
esta crisis, los interrogantes sobre el entendimiento, la privacidad, la confianza y la seguridad en
la diplomacia digital siguen vigentes.
La pandemia trajo consigo la necesidad de repensar la importancia que reviste la actividad consular
como esa parte de la política exterior de un Estado que se ocupa de velar por los intereses de los
connacionales que se encuentran de manera transitoria o permanente en el territorio de otro Estado.
Con el objetivo de poner una ‘barrera momentánea’ a la expansión del virus, gran parte de la
comunidad internacional optó por establecer el cierre de fronteras; situación que generó que
millones de personas quedaran varadas sin poder regresar a sus propios países o lugares de
residencia. Esta decisión impactó de manera directa en el trabajo consular, en especial, en la
exacerbación de unas de las funciones naturales de la institución consular: la asistencia consular,
es decir, toda gestión destinada a auxiliar a esos connacionales frente a determinadas situaciones,
pudiendo ser o no de emergencia (Maresca, 1974).
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momentos en los cuales no sólo se lidiaba con la crisis de la pandemia sino también con la
limitación de recursos materiales y humanos de la propia Oficina Consular.
Para muchos países, el operativo de repatriación de nacionales fue el más importante de su historia.
En el caso de Argentina, entre el 16 de marzo y el 30 de junio regresaron 205.769 compatriotas o
residentes que se encontraban en el exterior cuando irrumpió la crisis sanitaria. La mayoría de ellos
eran personas que estaban trabajando o estudiando y a raíz de la pandemia perdieron sus empleos
o becas de estudios. Otro porcentaje importante, lo representan los ciudadanos que estaban de
vacaciones o en viajes ocasionales (Cancillería, 2020).
El Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, a través de su red de
Embajadas y Consulados se concentró en la asistencia a los argentinos que solicitaron ayuda para
emprender su regreso al país y en la atenuación de los problemas que genera una estadía forzada
cuando la vuelta se demora. A través del artículo 4 del decreto 313/2020 se definió que dicho
organismo “adoptará a través de las representaciones argentinas en el exterior las medidas
pertinentes a efectos de facilitar la atención de las necesidades básicas de los nacionales argentinos
o residentes en el país que no pudieran ingresar al territorio nacional en virtud de lo previsto por
el artículo 1° del presente, en el marco de sus posibilidades y cooperando con el Estado en el que
se encuentren, hasta tanto puedan retornar a la República Argentina”. La resolución 62/2020 de
Cancillería, del 28 de marzo de 2020, creó el “Programa de asistencia de argentinos en el exterior
en el marco de la pandemia del Coronavirus”. Puntualmente se giraron fondos a los consulados
para satisfacer las demandas de hospedaje, alimentación y cualquier necesidad básica de “quienes
se encuentren incursos en una situación de vulnerabilidad que no les permita resolver la cuestión
por sus propios medios” (Cancillería, 2020).
Otro tema preocupante fue el aumento de consultas y solicitudes de asistencia por violencia de
género. Producto del confinamiento implementado en varios países, se potenciaron los factores de
riesgo de este tipo de problemática. Ello significó un desafío más para muchos Consulados que se
encontraron ante la difícil posición de asistir, apoyar, contener y orientar a mujeres que deseaban
volver a su país, escapando de los maltratos de sus parejas. En tal sentido, durante el 2020 el
Ministerio de Relaciones Exteriores de España registró 260 víctimas de violencia en distintas
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partes del mundo3. Aunque estas situaciones son siempre dramáticas, el hecho de que se trate de
mujeres que, además, están en el exterior, lejos de su familia, sin hablar el mismo idioma, que
suelen ser discriminadas por ser extranjeras, las tornan aún más complejas. Un caso interesante
para mencionar es el de una ciudadana española que logró huir junto a su hija de una aldea
palestina. El Consulado interviniente fue el de Israel, cuya Cónsul Adjunta se ocupó personalmente
del tema no sólo habilitando todos los canales posibles para ayudar a la víctima sino poniendo en
riesgo su salud e integridad 4.
Sin ninguna duda, el cuerpo consular es uno de los principales servidores públicos que estuvo en
el frente de batalla y que, dada la naturaleza de su función, se ha encontrado permanentemente
expuesto a la posibilidad de contagiarse el virus. Un aspecto para rescatar de esta crisis, es que
visibilizó la importancia de la figura del Cónsul, opacada muchas veces por la brillantez de la del
diplomático. En especial, para la opinión pública, la labor consular tiende a ser considerada menos
importante que la diplomática, lo cual es absolutamente erróneo. En efecto, para cumplir
adecuadamente sus funciones, el Cónsul necesita una sólida formación. A diferencia del
diplomático no puede improvisar; un error puede generarle serias consecuencias.
Un debate abierto
Para el mundo diplomático-consular, la pandemia ha tenido un impacto dual ya que, por un lado,
significó ponerse en contacto con un sinnúmero de retos y obstáculos –muchos de ellos, de extrema
complejidad- y por el otro, reforzó la necesidad de plantearse qué aspectos merecen ser puestos en
revisión para cumplir con los objetivos que hacen a su existencia.
Como planteamos, la diplomacia multilateral actual requiere del compromiso de la comunidad
internacional en su conjunto no sólo para hacer una autocrítica de sus falencias sino
fundamentalmente para establecer cuáles son los mecanismos más adecuados para su superación,
3
Esa cifra incluye sólo a las mujeres que regresaron del exterior con fondos del Gobierno de España.
4 Para más información, véase: ÁLVAREZ, P. (2021). La española que salió de Hebrón en el coche de la cónsul y
otras 259 víctimas de violencia machista. El País. Recuperado de https://elpais.com/sociedad/2021-01-31/la-espanola-
que-salio-de-hebron-en-el-coche-de-la-consul-y-otras-259-victimas-de-violencia-machista.html
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sobre todo en un mundo pospandemia donde las asimetrías, las desigualdades y las luchas de poder
global se encuentran a la orden del día. En este sentido, un claro activismo presidencial en pro de
reactivar y modernizar los espacios multilaterales, en especial, por parte de aquellos líderes que
representan a países con márgenes de maniobra en el escenario internacional, la reducción de la
burocracia y la apuesta a la cooperación en todas sus aristas, permitirían –aunque sea de forma
somera- avanzar en la construcción de un nuevo multilateralismo. No debemos olvidar que los
escenarios multilaterales son un espacio de feedback puesto que los diplomáticos pueden aportar
desde lo individual, desde la óptica de cada Estado y al mismo tiempo, nutrirse de lo colectivo
donde el intercambio de experiencias y la coordinación de pautas de acción también son un insumo
para el armado de las políticas exteriores nacionales.
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Finalmente, casi sin buscarlo, la pandemia dio fuerza a un debate ya instalado desde hace años en
la agenda internacional: la perspectiva de género. Por un lado, esto se manifestó en la práctica
cuando la crisis del COVID-19 “desdibujó” momentáneamente la presencia de ciertas
desigualdades que suelen darse entre hombres y mujeres en el mundo laboral diplomático. En
pocas palabras, podemos afirmar que la condición de mujer no fue un impedimento para trabajar
24/7, codo a codo con sus compañeros o jefes varones, a diferencia de lo que ocurre con la
obtención de promociones o reconocimiento de derechos. Así, esta experiencia debe ser un factor
más que ayude a la puesta en marcha de servicios exteriores más igualitarios. Por el otro lado, la
cuestión de género lamentablemente se revitalizó, como hemos afirmado, en el aumento de casos
de violencia doméstica donde los Consulados debieron incrementar las medidas para asistir a
personas que atravesaban una cuarentena por partida doble: la propia pandemia y la realidad de
sus hogares.
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ÁLVAREZ, P. (2021). La española que salió de Hebrón en el coche de la Cónsul y otras 259
víctimas de violencia machista. El País. Recuperado de: https://elpais.com/sociedad/2021-01-
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