1-El Precio de La Sangre
1-El Precio de La Sangre
1-El Precio de La Sangre
Saga de La Sangre
EL PRECIO DE LA
SANGRE Tanya Huff
Libro 1
Blood Price
Traducción: Manuel Mata Álvarez
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Menos de tres minutos más tarde, Vicki escuchó el familiar sonido de las
sirenas provenientes de la calle. Poco le faltó para dar saltos de alegría.
Habían sido los tres minutos más largos de su vida.
Los había pasado reflexionando. En sus pensamientos había sumado la
sangre que rociaba la pared con la posición del cuerpo y el resultado no le
gustaba nada.
Ninguna criatura que ella conociese podría haber propinado un simple golpe
con tal fuerza como para desgarrar la carne como papel higiénico y con tal
velocidad que la víctima no hubiese tenido tiempo de resistirse. Ninguna.
Pero algo o alguien lo había hecho.
Y estaba allí, en el túnel.
Se inclinó hasta que pudo ver la oscuridad que se abría en el interior del
túnel. El pelo de su nuca se le erizó, y no sólo por el frío. Se preguntó qué
escondían las sombras. Nunca se había considerado una mujer fantasiosa y
sabía perfectamente que el asesino debía de haberse marchado hacía ya
mucho, pero algo se demoraba en aquel túnel.
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Mientras observaba, Celluci regresó del túnel, subió las escaleras, volvió al
andén e intercambió algunas palabras con el agente que se ocupaba de las
huellas, señalando con un brazo hacia atrás, hacia los raíles. El otro
protestó, diciendo que necesitaba algo más de luz para realizar su trabajo,
pero Celluci cortó su réplica en seco. Con un bufido disgustado, cogió su
maletín y se encaminó hacia el túnel.
Tan encantador como siempre, pensó Vicki, mientras Celluci recogía su
abrigo del suelo y se acercaba hacia ella. El policía se demoró unos instantes
con los agentes del juez de instrucción, que finalmente estaban guardando el
cadáver en su correspondiente bolsa de plástico naranja.
--No me digas --le espetó tan pronto como estuvo lo suficientemente cerca
con voz seca, sarcástica, pero deseando al mismo tiempo con todas sus
fuerzas que su voz no tradujera las contradictorias emociones que acababan
de provocar que se le hiciera un nudo en la garganta-- que las únicas huellas
que hay en la escena del crimen son las mías.
Había, naturalmente, gran cantidad de huellas presentes, ninguna de las
cuales había sido identificada (eso quedaba para la Policía Metropolitana)
pero las sangrientas huellas dactilares que Vicki había diseminado por todas
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Vicki lanzó una mirada por toda la estación. Al otro extremo, el hombre que
había descendido con ella del autobús y que la siguió al interior del metro se
sentaba y conversaba con una policía. Incluso a tanta distancia podía
advertirse que no se encontraba bien. Su rostro estaba ceniciento y parecía
farfullar sin control. Su mano, delgada, de nudillos hinchados, se aferraba a
la manga de la agente. Volviendo de nuevo su atención a Celluci, preguntó:
--¿Qué hay del metro? ¿Lo habéis clausurado por esta noche?
--Sí --Mike señalo con un gesto hacia el final del andén--. Quiero que Jake
limpie toda la sala --destellos intermitentes de luz indicaban que el fotógrafo
seguía trabajando--. No es el tipo de caso en el que podemos entrar y salir en
un par de minutos --introdujo las manos en los bolsillos y frunció el ceño--.
Aunque por la manera en que han graznado los de la comisión de tránsito
uno creería que hemos ordenado cerrar en hora punta para detener a
alguien por tirar desperdicios.
--¿Y qué... eh, tipo de caso es este? --preguntó Vicki, tan cerca como podía
permitirse estarlo de preguntar si también él podía sentir eso... lo que quiera
que fuese eso.
Él se encogió de hombros.
--Dímelo tú; pareces haberte empeñado con todas tus fuerzas para verte
metida en medio.
--Estaba aquí --le espetó--. ¿Preferirías que lo hubiera ignorado?
--No tenías arma, ni apoyo, ni la menor idea de lo que estaba pasando --le
recriminó él de la misma manera en que ella misma había hecho un rato
antes--. No puedo creer que lo hayas olvidado todo en sólo ocho meses.
--¿Y qué habrías hecho tú? --escupió con los dientes apretados.
--Lo que no hubiera hecho es tratar de matarme sólo para demostrar que
todavía podía hacerlo.
El silencio que siguió a sus palabras era tan pesado como un centenar de
bloques de cemento y le hizo a Vicki apretar los dientes aún con más fuerza.
¿Era eso lo que ella había hecho? Se miró las puntas de los pies y entonces
levantó la vista hacia Mike. Con su casi metro ochenta de estatura, eran
pocos los hombres a los que tenía que mirar desde abajo, pero Mike, que
superaba los dos metros, le hacía parecer una niña. Odiaba parecer una
niña.
--Si vamos a volver sobre el tema de mi salida del Cuerpo, me largo de aquí.
Él levantó ambas manos en un gesto de capitulación.
--Tienes razón. Como de costumbre. No vamos a volver sobre nada.
--Tú sacaste el tema --su tono resultaba hostil; no le importaba. Tendría que
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Los periódicos del lunes reflejaron el caso del asesinato en sus portadas. Un
diario sensacionalista incluso mostraba una foto a todo color de la camilla,
mientras ésta salía de la estación, en la que podía verse la bolsa del cuerpo
como un obsceno manchón de color rodeado de oscuros azules y grise s.
Vicki arrojó el periódico a la cada vez más crecida pila "para reciclar" que se
amontonaba en la parte izquierda de su escritorio y se mordisqueó el pulgar.
La teoría de Celluci, que le había referido a regañadientes mientras
regresaban al centro de la ciudad, incluía el uso de feniciclidina u otra droga
semejante y alguna clase de garras cosidas a la ropa.
"Como el tío ese de la película".
"Eso eran guantes con cuchillas, Celluci".
"Lo que sea".
Vicki no se lo tragaba y sabía que, en el fondo, él tampoco. No era más que
la mejor especulación disponible hasta que dispusiese de más evidencias. A
menudo la respuesta final no guardaba relación alguna con la teoría con la
que había comenzado, pero es que odiaba partir de cero. En cambio, ella
prefería dejar que los hechos cayeran al vacío para ver cómo se ordenaban
por sí solos. El problema era que, en esta ocasión, seguían cayendo y
cayendo. Necesitaba más pistas.
Su mano se encontraba a medio camino del teléfono, cuando recordó que no
había nada que ella pudiera hacer y la apartó. Ya había hecho su
declaración y esa era toda su implicación en el asunto.
Se quitó las gafas y limpió los cristales con un pliegue de su suéter. Los
extremos de su mundo se hicieron borrosos hasta que le pareció que se
encontraba mirando fijamente a un túnel lleno de niebla; un túnel muy
amplio, más que adecuado para la vida cotidiana. Hasta el momento no
había perdido más que un tercio de su visión periférica. Hasta el momento.
Pero no haría más que empeorar.
Las gafas sólo corrigieron su miopía en parte. Nada podía corregir el resto.
--Muy bien, esto es por culpa de Celluci. Magnífico. Tengo un trabajo propio
que hacer --se dijo con firmeza--. Uno que puedo hacer --uno que haría bien
en hacer. Sus ahorros no durarían eternamente, y hasta el momento,
teniendo en cuenta que sus problemas de visión le habían obligado a
rechazar más de un cliente potencial, su lista de casos había sido
descorazonadoramente corta.
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Desechó el pensamiento.
No puedes ser policía si no puedes ver.
Se había buscado un retiro. Descansaría en él.
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evantó el brazo de la mujer y deslizó su lengua a lo largo de la suave
piel del interior de su muñeca. Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás.
Respiraba entrecortadamente.
Casi.
La observaba con toda su atención, y cuando su éxtasis comenzó a levantar
el vuelo, cuando su cuerpo se arqueó dulcemente debajo del suyo, tomó
entre sus afilados dientes la diminuta vena pulsante que había en la base de
su pulgar y mordió. El leve dolor no era más que otra sensación para un
cuerpo ya emborrachado de ellas; y mientras ella se sacudía entre las olas de
su orgasmo, él bebió.
Acabaron al mismo tiempo.
Él levantó el torso y con gentileza apartó un húmedo mechón de pelo color
caoba del rostro de la mujer.
--Gracias --dijo suavemente.
--No. Gracias a ti --murmuró ella como respuesta. Tomó su mano y plantó
un delicado beso sobre la palma.
Después se mantuvieron en silencio durante algún tiempo. Ella iba y venía,
al borde del sueño. Él describía con caricias dibujos sobre las suaves curvas
de su pecho, siguiendo las líneas azules de las venas bajo la piel con las
yemas de los dedos. Ahora que se había alimentado ya no distraían su
atención. Cuando estuvo seguro de que la sustancia coagulante de su saliva
había hecho efecto y las diminutas laceraciones de su muñeca no sangrarían
más, desenredó sus piernas de las de ella y se dirigió hacia el baño para
asearse.
Ella despertó mientras se vestía.
--¿Henry?
--Aún estoy aquí, Caroline.
--Ahora sí. Pero te marchas.
--Tengo trabajo que hacer.
Se puso un suéter y reapareció en la habitación, parpadeando por causa de
la repentina luz proveniente de la lámpara de la mesita de noche. L argos
años de práctica le habían enseñado a no retroceder en circunstancias como
esta, pero de todos modos tuvo que apartar el rostro para darle a sus
sensibles ojos el tiempo de recuperarse.
--¿Por qué no puedes trabajar durante el día, como una persona n ormal? --
protestó Caroline, recogiendo el edredón de los pies de la cama y
arrebujándose debajo de él--. Entonces podrías concederme todas las noches
a mí.
Él sonrió y contestó con absoluta sinceridad:
--No puedo pensar durante el día.
--Escritores --suspiró.
--Escritores --concedió él. Se inclinó y posó un beso sobre su nariz--. Somos
una raza diferente.
--¿Me vas a llamar?
--Tan pronto como tenga tiempo.
--¡Hombres!
Él se acercó a la mesilla de noche y apagó la lámpara.
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--Eso también.
Evitando con destreza las manos que lo buscaban a tientas, le dio un beso
de despedida y abandonó en silencio el dormitorio. El apartamento estaba a
oscuras. Detrás de él, el ritmo de la respiración de la muchacha cambió casi
de inmediato. Supo que se había quedado dormida. Normalmente le ocurría
inmediatamente después de que acabaran, y no solía estar consciente
cuando él se marchaba. Era una de las cosas que más le gustaba de ella,
porque significaba que no tenía que improvisar incómodos argumentos sobre
las razones de que jamás se quedase a pasar la noche.
Se puso el abrigo y las botas y salió del apartamento. El sonido de la
cerradura al cerrar la puerta chasqueó en uno de sus oídos. En ciertos
aspectos, ésta era la época más segura en la que había vivido. En otros, la
más peligrosa.
Caroline no albergaba sospechas sobre lo que él era realmente. Para ella no
era más que un placentero interludio, un compañero eventual, sexo sin
culpa. Ni siquiera había tenido que esforzarse demasiado para que las cosas
fueran de aquella manera.
Frunció el ceño al encontrarse con su imagen en el espejo del ascensor.
"Quiero más".
La inquietud había estado creciendo en su interior durante algún tiempo,
arañando las paredes de su alma, robándole la poca paz con que contaba. El
acto de alimentarse le había ayudado a aliviarla, pero no lo suficiente.
Ahogando un grito de frustración, giró sobre sus talones y golpeó las paredes
de plástico con las palmas de las manos. En aquel espacio cerrado, el golpe
resonó como un disparo. Un patrón de intrincadas grietas emergió a la
superficie de sus manos. Las palmas le ardían, pero el estallido de violencia
parecía haber limado la agudeza de su inquietud.
Nadie esperaba en el vestíbulo para investigar la causa del sonido y Henry
abandonó el edificio de un humor casi alegre.
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durante los malos tiempos, pero habían pasado siglos desde la última vez
que poseyera un refugio que se adaptara tan bien a sus necesidades como el
apartamento que había adquirido en el corazón de Toronto.
--Buenas noches, señor Fitzroy.
--Buenas noches, Greg. ¿Alguna novedad?
El guardia de seguridad sonrió y alargó la mano hacia el sistema de apertura
de la puerta.
--Esto está tranquilo como una tumba, señor.
Henry Fitzroy levantó una ceja de color rubio rojizo pero esperó a que el
guardia hubiese abierto la puerta y el timbre cesase en su cacofonía
electrónica antes de preguntar:
--¿Cómo puedes estar tan seguro?
Greg sonrió de oreja a oreja.
--Trabajé como guardia de seguridad en el cementerio del Monte Pleasant.
Henry sacudió la cabeza y le devolvió la sonrisa.
--Debí suponer que tendrías una respuesta preparada.
--Sí, señor. Así es. Buenas noches, señor.
Moviendo los labios mientras leía, Greg depositó el periódico sobre su mesa.
El titular ya no estaba a la vista.
Henry abrió la puerta, sintiendo que su vida había quedado reducida a seis
palabras.
--¿Ha olvidado algo, señor Fitzroy?
--El periódico. Déjamelo ver.
Sobrecogido por el tono, Greg obedeció la orden. Levantó el diario de la mesa
y Henry se lo arrebató de las manos.
"UN VAMPIRO ACECHA EN LA CIUDAD".
Lentamente, sin hacer movimientos bruscos, Greg echó la silla hacia atrás,
poniendo tanta distancia como le era posible entre él y el hombre que había
al otro lado de la mesa. No estaba seguro de por qué lo hacía, salvo acaso
porque en sus sesenta y tres años, y después de haber sobrevivido a dos
guerras, no había visto jamás una expresión como la que ahora podía leerse
en el rostro de Henry Fitzroy. Y esperaba no volver a verla, porque la furia
que mostraba era más que humana y el terror que provocaba resultaba más
de lo que el espíritu humano podía resistir.
Dios mío, por favor, que no se vuelva hacia mí...
Los minutos se estiraban y el papel se combaba bajo unos dedos tensos.
--Eh, señor Fitzroy...
Unos ojos de color avellana, como humo helado, abandonaron su lectura.
Paralizado por la intensidad de su brillo, el aterrorizado guardia tuvo que
tragar saliva una; dos veces, antes de poder continuar.
--...puede, eh, quedarse con el periódico.
El miedo que revelaban las palabras del guardia de seguridad se abrió
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--No se preocupe por ello, señora Hughes --Henry apartó la mano y las
puertas comenzaron a cerrarse--. No todo el mundo tiene por qué gustarle a
Owen. --Un instante antes de que las puertas se cerrasen por completo, le
dedicó una sonrisa al animal y le enseñó los dientes. El mastín reconoció el
gesto como lo que era y trató de abalanzarse sobre él. Mientras los frenéticos
ladridos se apagaban descendiendo hacia el vestíbulo, Henry esbozó una
nueva sonrisa, esta vez más honesta.
Diez minutos a solas con aquel perro y los problemas que había entre ambos
quedarían solucionados. La ley de la manada era muy simple: el más fuerte
dominaba. Pero Owen siempre acompañaba a la señora Hughes y Henry
dudaba que ella comprendiese esta sencilla verdad. Puesto que no quería
llamar la atención de su vecina, toleraba la animosidad del animal. Era una
lástima. Le gustaban los perros y no le costaría demasiado poner a Owen en
su lugar.
Una vez en su apartamento, con las puertas bien cerradas detrás de sí,
volvió a dedicar su atención al periódico y gruñó.
"UN VAMPIRO ACECHA EN LA CIUDAD".
La sangre de los cuerpos de Terri Neal y DeVerne Jones había sido drenada
por completo.
Y él sabía que no era el responsable.
Con un brusco giro de su muñeca, arrojó el diario al otro lado de la
habitación, sintiendo una leve satisfacción al ver sus hojas revoloteando
hasta el suelo como pájaros heridos.
--¡Maldita sea, maldita sea, MALDITA SEA!
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A las 8:28 había ojeado los tres periódicos, se había bebido una tetera y
media y ya tenía preparada la factura por el asunto de Foo Chan para ser
enviada por correo. Echando la silla para atrás, se limpió las gafas, dejando
que su mundo se estrechase, convertido en un círculo con un techo de
estuco.
Más cosas en el Cielo y en la Tierra... No sabía si creía en los vampiros, pero
en lo que sí creía sin ningún género de dudas era en lo que le decían sus
sentidos, a pesar de que uno de ellos se hubiese vuelto menos fiable en los
últimos tiempos. Había algo extraño en el interior de aquel túnel y ningún
ser humano podría haber propinado un golpe como aquel. En su cabeza le
daba vueltas a una frase leída en el artículo del periódico del miércoles: una
fuente bien informada de la Oficina del Juez informa de que los cuerpos de
Terri Neal y DeVerne Jones habían sido vaciados de sangre. Era consciente
de que la cosa no le incumbía...
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--Con el señor Singh, por favor. Sí, espero --¿Por qué hacían siempre la
misma pregunta estúpida?, se dijo mientras se colocaba las gafas en su sitio.
Como si tuvieras otra opción...
--Aquí el doctor Singh.
--¿Brandon? Soy Vicki Nelson.
Su pesado acento de Oxford --la voz que adoptaba al teléfono-- se aligeró.
--¿Victoria? Qué alegría oírte de nuevo. Has estado ocupada desde que
dejaste el Cuerpo...
--Bastante, sí --admitió ella, apoyando uno de sus pies contra la esquina de
su escritorio. Desde que muriera su abuela, allá por los setenta, el doctor
Brandon Singh era la única persona que le había llamado Victoria. Ella
nunca había sido capaz de determinar si era por aquel encanto del viejo
mundo que lo adornaba o si, conocedor del hecho de que a ella le molestaba
escuchar su nombre completo, lo hacía por pura y simple perversidad--. He
abierto mi propia agencia de investigación.
--Oí un rumor al respecto, sí. Pero los rumores... --en su mente, Vicki podía
verlo cortando el aire con los gestos de sus largas manos de cirujano--, los
rumores también te colocaban, ciega como una piedra, vendiendo lápices en
una esquina.
--No. Todavía no hemos llegado a eso --el enfado le robó la vida a su voz.
En contraste, la voz de Brandon se hizo más cálida.
--Victoria, lo siento. Sabes que no soy un hombre de tacto. Nunca he tenido
demasiadas oportunidades de desarrollar mis buenos modales... --era un
viejo chiste, uno que ambos recordaban desde su primer encuentro, en plena
autopsia de un conocido traficante de drogas--. Pero, cambiando de tema --se
detuvo para dar un sorbo, a cierta distancia del aparato, a juzgar por el
volumen del sonido--, ¿qué puedo hacer por ti?
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--Sí, sí. Sé lo que ocurrió y, francamente, no lo tengo más claro que tú. Y he
estado tratando con este tipo de cosas bastante más tiempo que tres años.
Pero para responder a tu pregunta inicial, la historia del periódico era
esencialmente cierta; ignoro si se trataba de un vampiro o de un aspirador
muy potente, pero los cuerpos de Neal y Jones fueron drenados hasta
quedar casi secos.
--¿Drenados? --entonces no se trataba sólo de una pérdida masiva de sangre,
algo que uno podría esperar en una herida de aquellas características--. Oh,
Dios mío.
Escuchó a Brandon tomar otro trago.
--Sí, ¿verdad? --admitió él con sequedad--. Naturalmente, esto debe quedar
entre tú y yo.
--Naturalmente.
--Entonces, si ya tienes toda la información que necesitabas...
--Si. Gracias, Brandon.
--Ha sido un placer, Victoria.
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--Y espero no haber mordido más de lo que puedo masticar --susurró al vacío
apartamento.
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scorándose hacia la derecha para evitar ser completamente
aniquilado por una mochila llena hasta los topes, Norman Birdwell
chocó contra un fornido joven ataviado con una chaqueta de cuero de
la universidad de York y se encontró de vuelta en el corredor que había a la
salida del aula. Aferrando aún con más fuerza el asa de plástico de su
maletín, cuadró sus estrechos hombros y volvió a intentarlo. Siempre había
pensado que se debía obligar a los estudiantes a salir de las clases formando
filas ordenadas que discurriesen por el lado izquierdo de la puerta de
entrada, de manera que los que llegasen tarde a la siguiente clase pudiesen
entrar por la derecha sin ser estorbados.
Escurriéndose al lado de dos chicas que, ignorando su presencia,
continuaron discutiendo sobre las injusticias sexistas del control de la
natalidad y los secadores de pelo, consiguió entrar en el aula y se dirigió
hacia su sitio.
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lanzó una mirada a la solitaria figura que se sentaba en la tercera fila del
aula.
--¿Qué diferencia hay? --gruñó--. Fantasmas, cretinos; es lo mismo.
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Teóricamente, él sabía que eso --mirarla directamente a los ojos y decirle que
no quería hablar del tema con ella-- era lo que debía hacer. El Departamento
de Investigación Criminal no tenía muy buena opinión sobre los
investigadores que no eran capaces de mantener la boca cerrada. Pero Vicki
había sido una de las mejores; en su expediente figuraban tres promociones
anticipadas y dos menciones y, lo que era más importante, su historial de
casos resueltos había sido uno de los de más éxito del departamento. La
honestidad debía forzarle a admitir, aunque fuera en silencio, que desde un
punto de vista estadístico este historial era tan bueno como el suyo, solo que
él había pasado en el departamento tres años más. ¿Debo prescindir de esta
oportunidad? se preguntó en medio de un prolongado silencio. ¿Debo
renunciar a aprovecharme de su talento y su habilidad sólo porque el dueño
de este talento y esta habilidad es un civil? Trataba de mantener sus
sentimientos personales al margen de las decisiones.
La miró directamente a los ojos y dijo con lentitud:
--Muy bien, genio. ¿Tienes una teoría mejor que la del PCP y las garras?
--Sería difícil dar con una peor --se burló ella, mientras se apoyaba en su
asiento para permitir que el camarero sustituyera los cuencos vacíos por
platos humeantes llenos de comida. Agradecida por la oportunidad que se le
brindaba para recobrar la compostura, Vicki se entretuvo jugando con un
palillo y esperó que él no advirtiera lo mucho que esto significaba para ella.
De hecho, ella misma no se había dado cuenta hasta que la respuesta de
Mike había vuelto a poner en funcionamiento su corazón y al mismo tiempo
comenzaba a devolver lentamente a la vida una parte de ella que creía que
había muerto cuando abandonó el Cuerpo. Su reacción, lo sabía, habría
pasado inadvertida para un observador cualquiera, pero Mike Celluci era
cualquier cosa menos eso.
Por favor, Señor, haz que piense que se está aprovechando de mis
conocimientos. No le dejes saber lo mucho que necesito esto.
Por primera vez desde hacía mucho tiempo, Dios parecía estar escuchando.
--¿Y tu idea? --preguntó Mike intencionadamente cuando volvieron a
quedarse solos con la comida.
Si había notado su alivio, no dio muestras de ello. Para Vicki, esto era
suficiente.
--Es un poco difícil aventurar una hipótesis sin contar con toda la
información --dijo, tratando de empujarlo a hablar.
Él esbozó una sonrisa que hizo que ella comprendiera, y no por primera vez,
por qué los testigos de ambos sexos estaban dispuestos a contarle a este
hombre hasta la última palabra de lo que sabían.
--Hipótesis. Bonita palabra. ¿Has estado otra vez haciendo crucigramas?
--Sí. En los momentos libres que me dejaba el perseguir a ladrones
internacionales de joyas. Escúpelo, Celluci.
Si tal cosa resultaba posible, habían aparecido aún menos pistas en la
escena del segundo crimen que en el primero. Ninguna huella, salvo las de la
víctima, ningún rastro, nadie vio salir o entrar del garaje al asesino...
--...y cuando llegamos habían pasado varias horas desde el crimen.
--¿Dices que el rastro que se internaba en el túnel conducía a una sala de
mantenimiento?
Él asintió, mirando con rostro preocupado a un guisante.
--Había sangre por toda la pared del fondo. El rastro llevaba a la habitación,
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Lo sentía palpitando sobre el filo del mundo y le hizo falta toda su fuerza de
voluntad para doblegar el pánico que amenazaba con apoderarse de él.
El ascensor, cruzar la calle, los titulares, todo ello le había llevado más
tiempo del que disponía. El cómo había dejado que ocurriera después de
más de cuatrocientos años de burlar la persecución del sol era algo que
carecía ahora de importancia. Lo único que importaba era ganar el refugio de
su apartamento.
Podía sentir el calor del sol sobre los lindes de su consciencia. No era un
presencia física, todavía no, pese a que tanto esto como la quemazón
llegarían muy pronto, sino más bien una percepción de la magnitud de la
amenaza, de lo cerca que se encontraba de la muerte.
La luz del semáforo volvía a estar en rojo, una pequeña burla del sol dentro
de una caja. Mientras los latidos de su corazón contaban uno tras otro los
segundos, Henry se abalanzó sobre la calle. Hubo muchos frenazos y el
parachoques de una furgoneta que había tenido que dar un volantazo rozó
su muslo como si fuera una caricia. Ignoró el brusco dolor y los insultos de
los conductores, golpeó con la mano el capó de un coche casi tan pequeño
como para superarlo de un salto y consiguió deslizarse a través de un
resquicio apenas una plegaria más ancho que su retorcido cuerpo.
El sol se hizo gris, luego rosa, luego dorado.
Golpeando con sus suelas de cuero contra el pavimento, Henry corrió entre
las sombras, consciente de que el sol las de voraba detrás de sí y se pegaba a
sus talones. En su interior lucharon el terror y el letargo que la llegada de la
mañana imponía a los de su raza y ganó el terror. Alcanzó la puerta de
cristal tintado que conducía a su edificio apenas unos segundos antes que el
sol.
Sólo le rozó la palma de una mano, conducida a la seguridad con demasiada
lentitud.
Aferrándose la ampollada mano contra el pecho, Henry utilizó el insistente
dolor para impulsarse hacia el ascensor. Pese a que la difusa luz que
penetraba en el vestíbulo no podía quemarlo, todavía se encontraba en
peligro.
--¿Está usted bien, señor Fitzroy? --el guardia lo miró con la frente arrugada
por la preocupación mientras pasaba a su lado en dirección a la puerta
interior.
Incapaz de concentrarse, Henry obligó a su cabeza a girarse en la dirección
en la que sabía que se debía de encontrarse el guardia.
--Jaqueca --murmuró y siguió avanzando a sacudidas.
La luz artificial del ascensor lo revivió un poco y consiguió atravesar el
corredor apoyando sólo parte de su peso contra la pared. Por un momento
temió que su destreza estuviera demasiado debilitada como para recuperar
las llaves, pero de algún modo logró abrir la pesada puerta de entrada,
cerrarla y echar el cerrojo detrás de sí. Aquí se encontraba a salvo.
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Y no es que pretenda sugerir --continuó-- que tú hayas vivido alguna vez algo
que pueda definirse como "vida normal".
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Henry tendió un billete de veinte al hombre que se sentaba justo al otro lado
de la puerta.
--¿Qué tenemos esta noche? --no tuvo que gritar demasiado para que se le
escuchara por encima de la música, pero es que la noche era joven todavía.
--Lo habitual --el hombre extrajo tres rollos de tiques del abultado bolsillo
izquierdo de una chaqueta demasiado grande para su tamaño mientras
deslizaba el dinero en el interior del derecho. Cada vez eran más los locales
que adoptaban el sistema de los tiques para que en el caso de que, o mejor
dicho, cuando se produjera una redada de la Policía, pudiesen argumentar
que no estaban vendiendo bebidas. Sólo tiques.
--Supongo que entonces tendré que tomar lo habitual.
--Exacto. Dos aguas de moda --un par de tiques cambiaron de manos--.
¿Sabes, Henry? Estás pagando una barbaridad por un poco de pis y
burbujas.
Henry le sonrió y señaló todo el desván con un gesto amplio de su brazo.
--Pago por el ambiente, Thomas.
--Ambiéntame el culo --bufó Thomas--. Oye, acabo de acordarme. Alex tiene
una caja de un Borgoña medio decente...
No hubiera hecho falta un hombre más fuerte que Henry Fitzroy para
resistirse a tan tentadora oferta.
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--No, gracias, Thomas. Nunca bebo... vino --se volvió para contemplar la
habitación y, por un instante, se encontró frente a otra reunión.
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local parecía brillar en agudo contraste con el cuero negro del puño.
--Me quemé.
--Las quemaduras son jodidas. ¿Cocinando?
--Podrías decirlo así --sus labios se agitaron pese a que se dijo severamente
que no resultaba divertido.
--¿Cuál es el chiste?
--Me llevaría mucho tiempo explicarlo. ¿Qué tal si tú me explicas algo a mí?
--Pregunta, macho.
--¿A qué viene el falso acento jamaicano?
--¿Falso? --la voz de Alex se elevó por encima de la música y media docena
de clientes se agacharon al ver que agitaba su brazo libre como si fuese el
aspa de un molino de viento--. ¿Falso? No hay nada falso en este acento, tío.
Sólo estoy volviendo a las raíces.
--Alex, tú eres de Halifax.
--Tengo raíces más profundas que las tuyas, te apuesto lo que quieras --le
dio un fuerte empujón mientras, abandonando su acento, añadía--. Ahí vas,
tronco, entregado según las instrucciones.
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había podido hallar a un mortal con quien compartir un lazo que consistiera
en algo más que sangre y sexo. Y el que un niño, creado del más profundo
lazo que podían llegar a compartir un mortal y un vampiro, pudiese ser
abandonado, afilaba su sentimiento de soledad hasta convertirlo en la hoja
de una navaja.
Sintió la mano de Isabel sobre su mejilla, vio la perpleja compasión en su
rostro y supo que, por segunda vez aquella noche, había dejado que su
máscara cayera al suelo. Comenzaba a sospechar que, de no encontrar
pronto a ese alguien en quien confiar, la decisión sería tomada por él y sus
secretos serían expuestos por su necesidad lo quisiera él o no.
--Así que --haciendo un esfuerzo, volvió a concentrarse en el momento
presente--, ¿cómo fue la función?
--En marzo. En Sadbury --se encogió de hombros, volviendo al presente con
él, ya que eso era lo que parecía querer--. No hay mucho más que decir.
Si no puedes compartir la verdad, hay cosas peores que tener a alguien con
quien compartir las máscaras. Su mirada se posó sobre una tenue línea azul
que desaparecía bajo el borde de su suéter y el pensamiento de la sangre
fluyendo tan cerca de la superficie le agitó la respiración. Era hambre, no
lujuria, pero suponía que al final acabarían por ser más o menos la misma
cosa.
--¿Cuánto tiempo te quedas en la ciudad?
--Sólo esta noche y mañana.
--Entonces no deberíamos desperdiciar el poco tiempo del que disponemos.
Ella enlazó sus dedos con los de él, ignorando el vendaje. Se levantó y se lo
llevó consigo.
--Pensé que nunca me lo ibas a pedir.
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Noche del sábado, a las 11:15. Norman advirtió que se había quedado sin
carbón para el hibachi y que la única tienda en la que podía comprarlo había
cerrado a las nueve. Consideró la posibilidad de utilizar un sustituto y
finalmente decidió que no tenía sentido modificar un sistema que hasta
entonces había funcionado.
La noche del sábado transcurrió tranquila.
La noche del domingo...
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--¿Victoria Nelson?
--¿Sí?
Vicki miró de arriba abajo a la joven --niña, en realidad. Si ha salido de la
adolescencia debe haber sido hace pocas horas-- que se encontraba frente a
la entrada de su apartamento--. Si viene a vender algo...
--¿Victoria Nelson, la investigadora privada?
Vicki reflexionó un momento antes de contestar y entonces dijo lentamente:
--Sí.
--Tengo un trabajo para usted.
Las palabras fueron pronunciadas con la intensidad que sólo una persona
muy joven podía transmitir y Vicki se sorprendió teniendo que reprimir un a
sonrisa.
La muchacha se apartó de la cara unos rizos pelirrojos de un color
antinaturalmente brillante.
--Puedo pagarle, si eso es lo que le preocupa.
La cuestión del dinero no había ni siquiera comenzado a cruzar por la mente
de Vicki. Dejó escapar un gruñido de forma ostensible. Las miradas de
ambas mujeres se cruzaron durante un momento --lentillas de color. Lo
sabía. Tan falsas como el color de su pelo-- y entonces Vicki añadió en el
mismo tono descarado:
--La mayoría de la gente suele llamar primero.
--Pensé hacerlo --su encogimiento de hombros fue tan sutil como si no
hubiera existido en absoluto, y en su voz no había el menor rastro de
disculpa--. Pero se me ocurrió que el caso resultaría más difícil de rechazar
en persona.
Casi sin quererlo, Vicki abrió la puerta un poco más.
--Supongo que será mejor que pase --el trabajo no escaseaba tanto como
para tener que aceptar casos de niños, pero tampoco le haría ningún daño
escuchar lo que la chica tenía que decir--. Treinta segundos más en el pasillo
y el señor Chin aparecerá para enterarse de lo que pasa.
--¿El señor Chin?
--Al anciano que vive en el piso de abajo le gusta saber lo que pasa en el
edificio. Intenta aparentar que no habla inglés.
La chica arrugó la nariz mientras entraba en el estrecho salón pasando junto
a Vicki, en un gesto evidente de desaprobación.
--Quizá es que no habla inglés --sugirió.
Esta vez, Vicki no se molestó en esconder su sonrisa.
--El señor Chin ha hablado inglés desde bastante antes de que usted o yo
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No sabe que fui yo. Gracias a Dios. Y una vez más volvió a verlo, su rostro el
cliché de una máscara de terror sobre la herida roja y completamente abierta
que era su garganta. Herida roja y completamente abierta... no, algo más,
puesto que toda la parte delantera de su garganta había sido arrancada. No
cortada, arrancada. Eso era lo que le faltaba; la incongruencia que la había
estado reconcomiendo durante toda la semana. ¿Dónde estaba la parte
delantera de la garganta de Ian Reddick?
--¿... lo hará?
Vicki abandonó rápidamente los recuerdos.
--Déjeme que sea franca. ¿Quiere que encuentre al asesino de Ian,
trabajando bajo la suposición de que se trata de un vampiro? Murciélagos,
ataúdes, todo el lote.
--Sí.
--Y una vez que lo haya encontrado, ¿le atravieso el corazón con una estaca?
--Las criaturas de la noche no suelen ser llevadas ajuicio --apuntó Coreen
con cierta lógica, pero con una luz acerada en los ojos--. Ian debe ser
vengado.
No te pongas triste; ponte seria. Era una solución clásica para el dolor que
Vicki no desaprobaba del todo.
--¿Por qué yo? --preguntó.
Coreen se enderezó aún más.
--Era la única investigadora privada de las páginas amarillas.
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Coreen, que mientras tanto había mantenido la mirada fija sobre el rostro de
Vicki, sonrió triunfalmente y sacó la chequera de su bolso.
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de los trabajadores que había en el extremo sur del mismo. Había pasado a
ser su caso y no podía limitarse a trabajar con información de segunda
mano. Tenía que ver la habitación en la que, supuestamente, el asesino se
había desvanecido en el aire.
Llegó frente a un corto tramo de escaleras de hormigón y se detuvo. Le latía
la sangre con fuerza inaudita en los oídos. Siempre se había considerado
inmune a las supersticiones estúpidas, las memorias raciales y los terrores
nocturnos, pero enfrentada a aquel túnel que se adentraba en la oscuridad,
aparentemente interminable, como si fuera la guarida de algún gigantesco
gusano, se sentía de pronto incapaz de abandonar el andén. Como le había
ocurrido entonces, la noche en que Ian Reddick murió, cuando estaba
segura de que había algo allí, demorándose, en el túnel, el vello de su nuca
se erizó. Como tal, la sensación no había vuelto, pero el recuerdo era lo
bastante intenso para paralizarla.
Esto es ridículo. Vamos allá, Nelson. No hay nada en ese túnel que pueda
hacerte daño. Su pie derecho dio medio paso hacia delante. Lo peor que
puedes encontrarte es un oficial de la CTT y una acusación por allanamiento.
El pie izquierdo se movió y adelantó al derecho. Santo Cielo, estás actuando
como una estúpida adolescente en una película de miedo. Entonces dio el
primer paso. El segundo. El tercero. Y por fin se encontró sobre el estrecho
pasadizo de hormigón que proporcionaba un acceso seguro a lo largo del
túnel.
¿Lo ves? Nada. Se limpió en el abrigo las palmas de las manos,
repentinamente empapadas de sudor, y registró su bolso en busca de la
linterna. Cuando tuvo el tranquilizador peso bien agarrado en la mano,
inundó el túnel de luz. Hubiera preferido no tener que utilizarla. Lejos de los
fluorescentes de áspera luz del andén, reinaba en el túnel un crepúsculo
irreal más que una verdadera oscuridad, pero su visión nocturna se había
deteriorado hasta un punto en que incluso este crepúsculo resultaba
impenetrable. La rabia que su condición le provocaba acabó de disipar lo que
quedaba de su miedo.
Casi hubiera preferido que hubiera algo agazapado en su camino. Como
entrante le hubiera servido su linterna.
Colocando sus gafas en su lugar, con la mirada fija en el haz de luz, Vicki
comenzó a recorrer el corredor de acceso. Si los metros cumplían sus
horarios --y puesto que la CTT no tenía nada que envidiar a Mussolini, sería
así-- el siguiente tardaría en llegar unos, consultó la esfera iluminada de su
reloj, ocho minutos. Tiempo de sobra.
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había abierto. Pegó la nariz al hormigón para poder realizar un examen más
minucioso. La tenue presencia de un olor familiar la hizo extraer su navaja
suiza y comenzó a rascar cuidadosamente los bordes de la oscura grieta.
Extrajo unos copos diminutos con la punta de acero inoxidable de su navaja.
Eran de color marrón rojizo. Podía tratarse de herrumbre. Vicki probó uno
de ellos con la punta de su lengua. Podía tratarse de herrumbre, pero no lo
era. Estaba bastante segura de a quién pertenecía la sangre que acababa de
encontrar, pero por si acaso metió los copos en una bolsa de plástico para
bocadillos. Entonces se agachó e introdujo la hoja bajo la grieta, en el
extremo superior del agujero.
Mientras lo hacía, no estaba muy segura de lo que esperaba encontrar. La
mayor parte de la sangre de Ian había rociado la pared de la estación de
metro. No podía haber suficiente en las ropas del asesino como para
empapar toda una grieta en el hormigón hasta una profundidad de quince
centímetros, ni aunque hubiese estado envuelto en toallitas de papel y
hubiese pasado toda la noche apoyado contra la pared.
Cuando extrajo la navaja vio en su hoja, mezclados con polvo y trocitos de
cemento, copos rojizos similares a los que acababa de encontrar. Los
introdujo en otra bolsa y rápidamente repitió el procedimiento en el extremo
inferior del agujero, con idénticos resultados.
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A las 2:30 de la tarde estaba vacío de gente, lo que explicaba por qué Vicki
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encontrar.
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--No hay problema, Vicki --Rajeet Mohadevan guardó las tres bolsas de
bocadillos en los bolsillos de su bata--. Puedo analizarlas antes de irme a
casa esta noche sin que nadie se entere. ¿Vas a estar por aquí?
--No --Vicki descubrió un destello de compasión en el rostro del investigador,
pero decidió ignorarlo. Después de todo, Rajeet estaba haciéndole un favor--.
Si no estoy en casa, ¿te importa dejarme un mensaje en el contestador?
--¿En el mismo número?
--El mismo número.
Rajeet sonrió.
--¿El mismo mensaje?
Vicki no pudo evitar devolverle la sonrisa. La última vez que el laboratorio de
la policía la había llamado a casa había sido en medio de la peor pelea que
habían tenido Celluci y ella.
--No. Esta vez un mensaje diferente.
--Lástima --Rajeet dejó escapar un exagerado suspiro de decepción mientras
ella se encaminaba hacia la puerta--. Ya he olvidado algunos de los lugares
en los que le dijiste que podía meterse su cuaderno de incidencias --esbozó
un saludo, recuerdo de los viejos tiempos, cuando Vicki había sido una joven
e intensa mujer de uniforme y devolvió su atención al informe que había
estado cumplimentando antes de la interrupción.
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de moverse.
--¡Mierda! ¿Has visto eso?
--¿El qué? --El agente de policía Wojtowicz asomó la cabeza por la ventanilla
bajo el amplio abanico de luz que se derramaba desde lo alto del coche.
--No lo sé --el agente Harper se inclinó sobre el volante, mirando por encima
del hombro de su compañero, en dirección a la calle--. Hubiera jurado que
había un hombre de pie, allí, al otro lado de las barricadas, justo antes de
que encendiera la linterna.
Wojtowicz suspiró.
--Entonces estaría allí todavía. Nadie puede moverse tan rápido. Y además --
sacó una mano por la ventanilla y la agitó en dirección al lugar--, ahí no hay
sitio donde esconderse --eso incluía las barricadas, la acera y una zona de
césped fangoso. Pese a que cada irregularidad proyectaba oscuras sombras,
ninguna de ellas era lo suficientemente grande como para ocultar a un
hombre.
--¿Crees que deberíamos salir y echar un vistazo?
--Tú eres el jefe.
--Bueno... --nada se movía en medio de aquel marcado contraste de luces y
sombras. Harper sacudió la cabeza. Últimamente la noche le había estado
poniendo un poco nervioso; se sentía inquieto, desasosegado, pero sin razón
aparente--. Supongo que tienes razón. Ahí no hay nada.
--Naturalmente que tengo razón --el coche continuó su marcha a lo largo de
la manzana y Wojtowicz apagó el reflector--. Lo que pasa es que ese asunto
del vampiro te está afectando.
--No crees en los vampiros, ¿verdad?
--Claro que no --Wojtowicz adoptó una postura más cómoda en su asiento--.
No me digas que tú sí.
Esta vez le tocó el turno de bufar a Harper.
--Bueno... --contestó secamente--, Hacienda me ha hecho una auditoría.
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--Vicki, soy Rajeet. Perdona que llame tan tarde... veamos... son las 11:15 de
la noche del lunes. Supongo que ya te habrás ido a la cama... pero supuse
que querrías conocer los resultados de los análisis. Son Ian Reddick y Terri
Neal. Lo he confirmado. No sé lo que habrás encontrado, pero espero que
esto ayude.
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P
ese a que el Departamento de Policía rehúsa hacer declaraciones en el
momento actual, la Oficina del Juez ha confirmado que la sangre del
cuerpo de Mark Thompson, la quinta víctima, había sido también
drenada por completo. Un vecino del área de Don Mills Road y St. Denis Drive,
que desea permanecer en el anonimato, jura que vio pasar a un gigantesco
murciélago gigante junto a su balcón poco antes de que el cadáver fuera
encontrado.
--Jesús --Vicki arrugó el periódico hasta convertirlo en una apretada masa y
lo arrojó a la pared del otro extremo--. ¡Murciélagos gigantes! No me
sorprende que quiera permanecer en el anonimato. ¡Mierda!
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--...y los dos sabemos que habéis encontrado cosas que no dicen los
periódicos.
--Muy cierto, Victoria --el juez ni siquiera pretendió que no comprendía lo
que ella estaba sugiriendo--. Pero tú sabes, asimismo, que no puedo contarte
esas cosas. Ya no eres miembro de la Policía.
--Pero he sido contratada para trabajar en el caso --le refirió rápidamente los
detalles pertinentes de la visita de Coreen, omitiendo tan sólo las creencias
particulares de la chica sobre la naturaleza sobrenatural del asesino y su
última llamada.
--Has sido contratada como ciudadana privada, Victoria y eso no te da más
derecho a recibir información clasificada que a cualquier otro ciudadano
privado.
Vicki ahogó un suspiro mientas consideraba la mejor manera de acometer la
situación. Cuando Brandon Singh no estaba dispuesto a hablar de algo, lo
decía directamente y sin excusas. Y entonces colgaba. Si pe rmanecía al
aparato y parecía dispuesto a hablar, es que era posible convencerlo.
--Mira, Brandon. Conoces mi historial. Sabes que tengo tantas posibilidades
de resolver el caso como cualquier otro de esta ciudad. Y sabes que lo
quieres resuelto. Tendré más posibilidades si cuento con toda la información
disponible.
--Concedido. Pero por alguna razón esto me huele a vigilancia ciudadana.
--¿Vigilancia ciudadana? Confía en mí, Brandon. No me voy a poner ningún
traje extraño ni voy a salir a las calles para hacer que la ciudad resulte
segura para la gente decente --dibujó un símbolo en forma de murciélago en
su cuaderno de notas y entonces arrancó rápidamente la hoja, la arrugó y la
arrojó lejos de sí. En las actuales circunstancias, los murciélagos no eran un
motivo particularmente adecuado--. Todo lo que voy a hacer es investigar. Te
prometo que transmitiré todo lo que descubra al departamento de Crímenes
Violentos.
--Te creo, Victoria --se detuvo. Vicki, consumida de impaciencia, rompió el
silencio.
--¿Vas a decirme que con un asesino como este suelto, la ciudad puede
permitirse el lujo de no contar conmigo, aunque sea en una posición
auxiliar?
--Tienes buena opinión de ti misma, ¿eh?
Ella pudo notar la sonrisa en sus palabras y supo que lo tenía. Al doctor
Brandon Singh le gustaba contar con todos los recursos disponibles, y
aunque personalmente hubiera preferido una aproximación al caso menos
intuitiva de la que ella solía utilizar, tenía que reconocer que Vicki "Victoria"
Nelson representaba de hecho un recurso muy valioso. Y en cuanto a lo de
tener buena opinión de sí misma, no le faltaban razones.
--Muy bien --dijo al fin. Su tono resultaba aún más ampuloso que de
costumbre, como si pretendiese compensar su anterior lapso--. Pero no hay
demasiada información que no se haya entregado a los periódicos y,
francamente, no sé qué podrás sacar de ella --respiró hondo e incluso el
ruido ambiental de la línea telefónica pareció guardar silencio para
escucharlo--. Encontramos en todas las heridas, salvo la primera, una
sustancia muy semejante a la saliva...
--¿Muy semejante a la saliva? --le interrumpió Vicki-- ¿Cómo podría ser algo
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--¿Quién es?
--La Policía, señor Bowan. Queremos hablar con usted.
Celluci sostuvo su placa a la altura de la mirilla y esperó. Después de un
largo instante escuchó el sonido de una cadena al descorrerse y de dos --no,
tres-- cerraduras al ser abiertas. Retrocedió un paso para colocarse junto a
su compañero mientras la puerta se abría con lentitud.
El anciano los observó con sus ojos legañosos.
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pensé que sería mejor que me asomase antes al balcón para echar un vistazo
alrededor del edificio, por si las moscas. Algunas veces --les confió,
inclinándose hacia delante-- los chicos andan haciendo el tonto entre
aquellos arbustos.
Mientras Dave asentía, Celluci tuvo que ocultar una sonrisa. Sin duda, el
señor Bowan pasaba mucho tiempo en su balcón, vigilando el vecindario... y
a los vecinos. Los binoculares que descansaban en el suelo, junto al sillón,
eran testigos mudos de ello.
--La noche anterior, acababa de salir al balcón cuando se dio cuenta de que
algo andaba mal.
--Fue el olor. Como a huevos podridos, sólo que peor. Y entonces estaba allí,
tan grande como la vida y dos veces más feo, y tan cerca que hubiese podido
alargar la mano y tocarlo... si estuviera tan senil como mi yerno cree. Sus
alas extendidas medían casi tres metros --hizo una pausa para provocar un
efecto dramático--. El murciélago gigante. Nosferatu. El vampiro. Encuentren
su cripta y habrán encontrado a su asesino.
--¿Puede describir a la criatura?
--Si lo que me pregunta es si puedo hacerle un retrato robot, la verdad es
que no puedo. Le diré la verdad, era tan condenadamente rápido que apenas
vi otra cosa que su silueta. Pero lo que sí puedo decirle es que --su voz se
hizo más seria y asomó a ella una nota de terror-- esa cosa tenía unos ojos
como jamás he visto en ninguna otra criatura viviente, y le pido a Dios no
volver a verlos jamás. Eran amarillos y fríos, y supe en aquel momento que
si me miraban yo no duraría mucho tiempo. Era el mal, caballeros, el mal
puro. No la clase de mal diluido del que es presa la humanidad, sino el frío
mal que viene directamente del propio Satanás. Soy un hombre viejo y la
muerte y yo nos hemos hechos muy amigos durante los últimos años; no le
tengo mucho miedo a nada, pero aquello... aquello me aterró hasta el
tuétano de los huesos --dio un largo trago y examinó los rostros de ambos
policías--. Pueden creerme o no. El tipo del periódico no me creyó cuando
bajé a ver cuál era la causa de las sirenas. Pero sé lo que vi y sé lo que sentí.
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--Dios, odio estas malditas máquinas --el exagerado suspiro que siguió a sus
palabras quedó grabado en su enfadada totalidad--. Está bien. Yo hubiera
reaccionado de la misma manera. Probablemente hubiera sido también un
imbécil. Así que yo tengo razón, tú tienes razón, todos tenemos razón... ¿qué
tal si volvemos a intentarlo? --la cinta zumbó por unos momentos mientras
se escuchaban solamente los sonidos de fondo: el rumor de dos voces graves
discutiendo, el ritmo acompasado de una vieja máquina de escribir manual y
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Vicki sonrió a su contestador. Mike Celluci no era mucho mejor que ella para
las disculpas. Aquello era lo que él entendía por amabilidad extrema. Y
obviamente había ocurrido antes de que hablara con el señor Bowan y
descubriera que ella había estado allí primero. Cualquier mensaje que
hubiera dejado después habría tenido un tono realmente diferente.
Sorprendentemente, descubrir el nombre de la fuente anónima que citaba la
prensa sensacionalista había resultado muy fácil. La primera persona del
barrio con la que había hablado, había sonreído y dicho:
"usted busca al viejo Bowan. Si alguien ve algo por aquí es él. Nunca se
ocupa de sus propios y jodidos asuntos".
Entonces había meneado la cabeza en dirección al número 25 de St. Denis
con la suficiente fuerza como para arrojar la cabellera sobre sus ojos.
En cuanto a lo que el señor Bowan había visto... por mucho que le costase
admitirlo, comenzaba a pensar que quizá Coreen no se encontrase tan
desencaminada como podía creerse a primera vista.
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Ambos colgaron prácticamente al mismo tiempo. Él sabía que ella estaría allí
y ella sabía que él lo sabía. Más aún, ella no tenía la menor duda de que si él
llegaba a encontrarla la haría arrestar bajo falsos cargos para mantenerla a
salvo. De hecho, sería más que probable que la encerrase ahora mismo si
creyera que podía dar con ella.
Él estaba en lo cierto. De noche era virtualmente ciega.
Pero la Policía buscaba a un hombre y ella había dejado de creer que un
simple hombre fuera el responsable de las muertes. Ciega o no, su presencia
allí podía ser el factor que equilibrase las cosas.
Ahora bien, ¿qué hacer hasta la caída de la noche? Quizá fuera el momento
de hacer un poco de labor detectivesca y averiguar lo que se decía en las
calles.
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--Sí. Por lo menos han pasado un par de meses. ¿Cómo te va, Tony?
Tony encogió sus delgados hombros bajo la chaqueta vaquera.
--No va mal.
--¿Estás limpio?
Él la miró de soslayo. Sus ojos eran de un color azul pálido.
--Oí que ya no eras una poli. No tengo por qué decirte nada.
--Cierto. No tienes por qué.
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Lejos, más allá de una marejada de sombras, vio una señal de tráfico y
decidió cruzar la calle. No es que hubiera una razón para ello. La criatura
podía aparecer con la misma facilidad en el lado oeste de Woodbine o en el
este, pero algo había que hacer. Moverse era siempre preferible a quedarse
parado.
La Lechería de Terry, en el extremo norte de Mortimer, parecía estar abierta -
-al menos era el único edificio de la vecindad que tenía las luces encendidas-
-, así que se dirigió hacia él.
Puedo hacer algunas preguntas. Comprar una bolsa de patatas fritas.
Averiguar... ¡MIERDA! Había dos agentes de Homicidios en la tienda,
hablando con un robusto adolescente que seguramente no era el propietario.
Bajó, con los ojos confusos por el repentino brillo de los fluorescentes, las
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En Holborne, sin que existiera una razón particular para ello, giró a la
derecha. Las luces de las farolas estaban bastante distantes entre sí y tuvo
que apresurarse al pasar entre una de las islas de luz y la siguiente,
confiando en que la burocracia y la planificación municipal no le hubiesen
quitado la calle de debajo de los pies. En un momento dado tropezó con un
montón de tierra, su bolso se le escurrió del hombro y chocó contra sus
rodillas. El haz de su linterna revoloteó sobre una pequeña obra en la que se
estaba levantando una diminuta casa en lo que una vez debió de ser un
patio trasero. La criatura ya había matado en circunstancias similares, pero
de alguna manera Vicki sabía que no volvería a hacerlo. Siguió caminando.
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El mal que se había demorado en el túnel del metro no era más que una
pálida réplica del que la esperaba allá delante.
Una sombra sin contornos definidos pasó entre Vicki y las luces traseras.
Con la mano izquierda apoyada contra un muro de falso ladrillo que había a
su lado, y sosteniendo la linterna con la derecha como si fuese el asidero de
una lanza, Vicki se lanzó calle adelante sin prestar atención a la diminuta
voz de su razón, que trataba de averiguar qué demonios se creía que estaba
haciendo.
Algo lanzó un chillido y el sonido la hizo retroceder media docena de pasos.
Todos los perros del vecindario comenzaron a aullar.
Ignorando el frío sudor que la empapaba y el terror que convertía cada
respiración en una agonía, se obligó a avanzar; recuperó los seis pasos y
avanzó otros seis...
Inclinada sobre el maletero del coche, encendió la linterna.
El horror parpadeaba un poco más allá del extremo del haz de luz de la
linterna, donde la puerta de madera de un garaje se balanceaba de manera
fortuita, colgada de una única y doblada bisagra. La oscuridad parecía
moverse dentro de la oscuridad y la mente de Vicki lo rechazó tan
rápidamente y con tan ciego pánico que la convenció de que no había nada
allí.
Atrapado bajo la luz se agazapaba un joven, protegiéndose los ojos con un
brazo. A sus pies había un cuerpo; un hombre con barba, de unos cuarenta
años. De su garganta destrozaba manaba todavía sangre. La que formaba el
charco del suelo comenzaba a espesarse y coagularse. Debía de haber
muerto antes de tocar el suelo, porque sólo los muertos caían con un
abandono tal que los hacía pasar por marionetas rotas.
Vicki lo vio todo en un instante. Entonces el hombre que se acurrucaba en el
suelo se levantó. Su largo abrigo, abierto, se agitaba y lo envolvía semejando
unas grandes alas de cuero negro. Dio un paso hacia ella. Su rostro parecía
distorsionado. Sus ojos apenas estaban abiertos. La sangre teñía sus palmas
y dedos de un carmesí brillante.
Revolviendo el bolso en busca del crucifijo de plata que había comprado
aquella misma tarde --y que, con la ayuda de Dios, esperaba no llegar a
necesitar--, Vicki aspiró con fuerza para gritar pidiendo ayuda. O quizá
simplemente para gritar. Nunca lo supo, porque entonces él dio otro paso y
eso fue lo último que vio durante algún tiempo.
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H
enry desperdigó el contenido del enorme bolso negro sobre la mesita
de café. Se arrodilló y comenzó a registrar aquel caos. Buscaba algo
que se asemejase a una tarjeta de identificación; una cartera, un
tarjetero, cualquier cosa. Nada.
¿Nada? Era imposible. En estos tiempos nadie salía sin identificación, ni
siquiera los que sólo lo hacían de noche. Finalmente, encontró tanto el
tarjetero como la cartera dentro de un bolsillo lateral, accesible sin
necesidad de abrir siquiera el principal.
--Victoria Nelson, Investigadora Privada --sin darse cuenta, había estado
conteniendo la respiración mientras registraba el resto de los papeles. Una
investigadora privada, gracias a Dios. Temía haber secuestrado a algún
agente de policía de paisano, lo que habría desencadenado una búsqueda
por toda la ciudad. A lo largo de los siglos había llegado a aprender que la
Policía, fuesen cuales fuesen sus defectos, cuidaba de los suyos. Un
investigador privado, en cambio, no era más que un ciudadano, un civil, y
probablemente ni siquiera había sido echado en falta todavía.
Poniéndose de pie, Henry examinó a la mujer inconsciente que descansaba
en su sofá. Pese a que no le agradaba hacerlo, mataría para protegerse.
Confiaba en que esta vez no fuera necesario. Se quitó la gabardina y
comenzó a pensar en lo que le diría cuando se despertase...
...si despertaba.
Los latidos de su corazón llenaban el apartamento. Su corazón latía deprisa,
casi el doble de deprisa que el suyo. Le incitaba a alimentarse, pero mantuvo
al hambre a raya.
Consultó su reloj. Las 2:13. Amanecería en cuatro horas. Si la mujer tenía
una conmoción...
No había querido herirla. Desmayar a alguien de un solo golpe no era tarea
fácil, al margen de lo que las películas y la televisión sugiriesen. Una
práctica esporádica a lo largo de los siglos le había enseñado cómo y dónde
golpear, pero ninguna habilidad podía cambiar el hecho de que un golpe en
la cabeza provocaba que el blando tejido del cerebro rebotase contra las
paredes óseas del cráneo.
Y no cabe duda de que es un hermoso cráneo, pensó. Se acercó un poco más.
Aunque hay una sombra de obstinación en la anchura de esa mandíbula.
Volvió a examinar su tarjeta de identificación. Treinta y uno. Su corto
cabello, entre rubio y castaño, no tenía un solo rastro de plata, pero
diminutas arrugas comenzaban a formarse alrededor de sus ojos. Cuando él
estaba "vivo", treinta y uno, significaba mediana edad. Ahora era apenas una
edad adulta.
No llevaba maquillaje, lo que le agradó. El delicado y pálido tono dorado de
sus mejillas hacía que su piel pareciese terciopelo.
Y que su tacto... retiró la mano y contuvo a su hambre aún con más fuerza.
Era capricho, no necesidad, y no dejaría que lo controlase.
Los diminutos músculos de su rostro se agitaron y abrió los ojos. Al igual
que sus cabellos, no eran de un color o de otro: ni azules, ni grises, ni
verdes. La punta de su lengua humedeció los resecos labios y sus ojos lo
miraron sin miedo.
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calmando.
--¿Qué...? --se humedeció los secos labios y volvió a intentarlo--. ¿Qué era
eso?
--Un demonio.
--Los demonios no... --La oscuridad se arremolinaba en torno a la oscuridad y
de pronto ya no estuvo allí--. Oh.
Mientras se incorporaba, Henry estuvo a punto de sonreír. Prácticamente
podía ver cómo ella registraba los hechos, aceptaba la evidencia y cambiaba
su visión del mundo para ajustarse a ello. No parecía que la hiciera feliz,
pero lo hacía a pesar de todo.
--¿Qué estaba usted haciendo allí? --le agradó el que su voz sonase casi
normal.
Así que ha encontrado mi tarjeta de identificación. Por primera vez desde que
recuperara el conocimiento, Vicki reparó en que el contenido completo de su
bolso estaba diseminado sobre una mesita de café. El ajo, el paquete de
semillas de mostaza, la Biblia, el crucifijo. Todo ello, mostrado abiertamente,
formaba un cuadro sencillamente ridículo. Bufó levemente.
--Estaba cazando a un vampiro.
Para su sorpresa, después de una mirada incrédula a los contenidos de su
bolso, como si también él los estuviese viendo por vez primera, su
secuestrador, el cazador de demonios, echó la cabeza para atrás y dejó
escapar una sonora carcajada.
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Mientras Sir Thomas, sentado a su izquierda, peroraba sobre las ovejas, hizo
girar una uva entre sus dedos. Se preguntaba quién podría ser aquella
dama. Tenía que pertenecer a la nobleza local, invitada a Sheriffhutton para
la ocasión, porque sin duda la recordaría si hubiese pertenecido a la
comitiva que lo había acompañado en su viaje desde Londres. Por lo poco
que podía ver de su traje, debía de ser de color negro. ¿Era una viuda,
entonces, o llevaba ese color porque era consciente de cuan arrebatadora
estaba con él y había un marido esperándola en sus tierras?
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Por primera vez en las últimas semanas se alegró de que Surrey hubiera
decidido no acompañarlo a Sheriffhuton. Las mujeres nunca me miran
cuando él está conmigo.
Ahí, ha sonreído, esta vez estoy seguro. Se limpió los restos de la aplastada
uva con su manga y tomó su vino. De un solo y frenético trago, apuró el
contenido la delicada copa de cristal veneciano. No podía soportarlo más.
--Sir Thomas.
--...naturalmente, en esos casos el mejor carnero es... ¿Sí, mi señor?
Henry se inclinó para acercarse al anciano caballero; no quería que el resto
de los comensales escuchase sus palabras. Ya le tomaban suficientemente el
pelo sin necesidad de ello. Apenas lograba soportar el chascarrillo que el
bufón de su padre, Will Sommers, había escrito sobre él; aunque puede que
tenga el rostro de su sire / no puede mantener el real paso.
--Sir Thomas, ¿Quién es esa mujer que se sienta al lado de Sir Gilles y su
esposa?
--¿Mujer, mi señor?
--Sí, mujer --le costó, pero el joven duque consiguió mantener en calma su
tono y su voz. Sir Thomas era un valioso sirviente, había sido un valioso
chambelán en Sheriffhuton durante todos los años que él había pasado en
Francia y aunque sólo fuera por su avanzada edad era merecedor de respeto-
-. La del vestido negro. La que está junto a Sir Gilles y su mujer.
--Ah, la que está junto a Sir Gilles... --Sir Thomas se inclinó hacia delante y
la observó entornando los ojos. La dama en cuestión miraba recatadamente
su plato--. Es la viuda de Sir Beswick.
--¿Beswick? --¿esa maravillosa criatura había estado casada con Beswick?
Pero si aquel barón era por lo menos de la edad de Sir Thomas. Henry no
podía creerlo--. ¡Pero es un viejo!
--Está muerto, mi señor --susurró Sir Thomas--. Pero creo que cuando se
encontró con su Hacedor era un hombre más feliz. Es una muchacha muy
dulce y parece haberse tomado muy mal la muerte de la vieja cabra. Se la
veía poco cuando él estaba con vida, y ahora mucho menos.
--¿Cuánto tiempo estuvieron casados?
--Un mes... no, dos.
--¿Y ella vive en el Castillo Beswick?
--Si queréis llamar castillo a esa ruina, sí, mi señor.
--Si queréis llamar castillo a este establo --Henry señaló con un gesto de su
mano al gran salón, que permanecía prácticamente intacto desde el siglo XII-
-, cualquier cosa puede ser considerada un castillo.
--Esto es una residencia real --protestó Sir Thomas airadamente.
Ella sonrió. Lo vi con toda claridad.
--Y donde ella mora, el cielo ha descendido a la Tierra --murmuró Henry
ensoñado. Perdido en aquella sonrisa, había olvidado dónde se encontraba.
Sir Thomas lanzó una sonora carcajada, dio un largo trago de ce rveza y
como resultado hubo que darle varias palmadas en la espalda, lo que atrajo
toda la atención que Henry pretendía evitar.
--Debiera ser más cuidadoso con la excitación, buen señor caballero --le
regañó el Arzobispo de York mientras aquellos que habían acudido prestos al
rescate regresaban a sus respectivos asientos.
--No soy yo, su Gracia --contestó Sir Thomas píamente al prelado--. Es el
buen duque el que encuentra el braguero demasiado apretado.
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y mostró los dientes por un instante breve--. Por mi parte, no tengo la menor
intención de acabar sacrificado por causa de algo que no he hecho.
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_____ 7 _____
V
icki decidió volver a casa paseando. Las calles del centro no eran
oscuras y en Woodbine se había desenvuelto bien con mucha menos
luz. Levantó el cuello de su abrigo, enterró profundamente las
enguantadas manos en los bolsillos, por costumbre más que por frío y
comenzó a recorrer la calle Bloor en dirección oeste. No estaba muy lejos y
necesitaba pensar.
El frío del viento contra su rostro le hizo bien, y pareció calmar el golpeteo
que azotaba su cabeza. Pese a que tenía que caminar con cuidado, resultaba
infinitamente mejor que el traqueteo que hubiera sufrido de haber tomado
un taxi.
Y necesitaba pensar.
En la calle Yonge dobló hacia el sur y se detuvo frente al semáforo, más por
costumbre que por necesidad. Aunque no podía decirse que la intersección
estuviera bañada en luz, lo cierto es que tampoco estaba a oscuras y apenas
había tráfico. La calle Yonge nunca estaba completamente vacía, ni siquiera
a estas horas de la noche, pero aquellos que por sus asuntos o su estilo de
vida se encontraban despiertos entre la medianoche y el amanecer se
mantenían cautelosamente apartados de ella.
--Es porque caminas como una poli --le había explicado Tony una vez.--.
Después de algún tiempo todos tenéis la misma pinta. Con uniforme o sin él;
eso no importa.
Vicki no tenía razones para no creerlo. Había comprobado más de una vez el
efecto por sí misma. Del mismo modo, no tenía razones para no creer a
Henry Fitzroy; también había visto al demonio por sí misma.
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temperatura de la noche.
Demonio. Al menos ahora sabían lo que estaba buscando. ¿Lo sabían? No,
ella lo sabía. La idea de explicarle todo el asunto a Mike Celluci le hizo
esbozar una sonrisa. Él no había estado allí. Pensaría que había perdido la
cabeza. Demonios, si yo no lo hubiera visto, también pensaría que estaba mal
de la cabeza. Aparte del hecho de que no podía contárselo a Mike sin
traicionar a Henry...
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podía ver, pero sólo porque no intentaba concentrarse en otra cosa más que
en detalles específicos. Un sacerdote se arrodillaba frente al altar y en las
primeras filas de bancos se sentaban desperdigadas unas cuantas mujeres
vestidas de negro. Parecía que todas ellas hubiesen sido cortadas por el
mismo patrón. El tenue murmullo de las voces, entregadas a lo que Vicki
supuso eran oraciones, y el chasquido aún más tenue de las cuentas de los
rosarios, no parecían perturbar el silencio que reinaba en la enorme sala.
Esperando; parecía que todas ellas estuviesen esperando. El qué, Vicki lo
ignoraba.
El parpadeo de una llama atrajo su atención. Se apartó hacia una de las
naves laterales y la recorrió hasta encontrar una pequeña capilla que se
abría en el muro sur. Tres o cuatro filas de velas en jarritas de cristal rojizo
ardían bajo un mural iluminado por un foco. La Madonna, vestida de azul y
blanco, extendía los brazos como si pretendiera abrazar a un mundo
temeroso. Su sonrisa ofrecía consuelo y el artista había sido capaz de
impregnar sus ojos de un hálito de apacible tristeza.
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Henry suspiró y fue tras ella. Recordaba haber leído que dormir después de
sufrir una conmoción cerebral no era necesariamente bueno, pero había
entrado en la iglesia poco después que ella. No había podido dormir
demasiado tiempo.
Sólo fue un sueño, se dijo Vicki con firmeza mientras los dos se dirigían hacia
el norte. Puedo habérmelas con vampiros y demonios, pero lo de las visiones
santas empieza a ser demasiado. Aunque por qué debería soñar con Henry
Fitzroy defendiendo una pintura de la Virgen María contra lo que parecía ser
uno de los soldados de Cromwell era algo que ignoraba. Puede que fuera una
señal. Puede que de hecho fuera a causa del golpe que había recibido en la
cabeza. En cualquier caso, las pocas dudas que todavía albergaba acerca de
la exaltación de la cuna de este bastardo real se habían desvanecido, y
aunque estaba dispuesta a apostar a que era cosa de su subconsciente más
que de una intervención de Dios, decidió mantener la mente abierta. Sólo
por si acaso. Espera un minuto...
--¡Me has seguido!
Henry sonrió con cautela.
--Acababa de revelarte un secreto que podía costarme la vida. Tenía que
saber cómo reaccionabas.
A pesar de su enfado, Vicki tuvo que reconocer que su explicación tenía
sentido.
--¿Y bien?
--Dímelo tú.
Vicki colocó el asa de su bolso sobre su hombro.
--Creo --dijo lentamente-- que tienes razón. Podemos conseguir más si
trabajamos juntos. Así que, por ahora, tienes una compañera --tropezó con
una grieta del pavimento, trastabilló, recuperó el equilibrio antes de que
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Henry pudiera ayudarla y añadió secamente--. Pero creo que deberías saber
que, generalmente, sólo trabajo de día.
No era el momento de explicarle el porqué. Todavía no.
Henry asintió.
--Me parece bien. Por mi parte, y dado que soy un poco sensible a la luz del
sol, prefiero trabajar por las noches. Entre los dos cubrimos las veinticuatro
horas del día completas. Y hablando de los días --lanzó una rápida mirada al
este, donde podía sentir la proximidad del amanecer--, creo que debo irme.
¿Podemos seguir hablando de esto mañana por la noche?
--¿Cuándo?
--¿Qué tal un par de horas después del anochecer? Me dará tiempo para
tomar un bocado.
Desapareció antes de que ella tuviera tiempo de reaccionar. O de mostrarse
de acuerdo.
--Mañana por la noche veremos quién juega al hombre honesto con quién --
bufó y se dirigió al oeste, hacia su casa.
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--No mamá, no estoy enferma. Es que anoche me acosté muy tarde. Estaba
trabajando en un caso --Vicki sostenía el auricular del teléfono entre el
hombro y la oreja mientras se servía una taza de café.
Al otro lado de la línea escuchó cómo su madre suspiraba profundamente.
--Sabes, Vicki. Esperaba que cuando dejases el Cuerpo yo pudiese dejar de
preocuparme de ti. Y aquí estamos, a las tres de la tarde y todavía no has
salido de la cama.
La relación que podía existir entre la primera y la segunda afirmación se le
escapaba a Vicki completamente.
--Mamá. Ya estoy levantada. Me estoy tomando un café --tomó un trago
asegurándose de que resultaba muy ruidoso--. Estoy hablando contigo. ¿Qué
más quieres?
--Quiero que tengas un trabajo como Dios manda.
Vicki era consciente del hondo orgullo que su madre había sentido cuando le
concedieran las dos menciones policiales, así que optó por ignorar sus
últimas palabras. Sabía que con el tiempo, si es que no había ocurrido
todavía, la frase "mi hija la investigadora privada" comenzaría a salpicar las
conversaciones de su madre de la misma manera en que "mi hija la detective
de Homicidios" lo había hecho.
--Y lo que es más, hija, tu voz suena rara.
--Me choqué con una farola, mamá. Tengo un moratón en la barbilla. Me
duele un poco cuando hablo.
--¿Te ocurrió la noche pasada?
--Sí, mamá.
--Pero sabes que no puedes ver en la oscuridad...
Esta vez fue Vicki la que suspiró.
--Mamá, comienzas a hablar como Celluci --en aquel momento, Celluci salió
del dormitorio, metiéndose el borde de la camiseta bajo los pantalones. Vicki
le señaló con un gesto la cafetera, pero él negó con la cabeza y recogió su
abrigo--. Espera un minuto, mamá --cubrió el auricular con una mano y le
miró con ojos críticos--. Si vamos a seguir con esto, será mejor que traigas
una maquinilla de afeitar. Pareces un terrorista.
--Tengo una maquinilla en la oficina.
--¿Y una muda de ropa?
--Podrán sobrevivir unas pocas horas a mi camisa de ayer --se inclinó sobre
ella y la besó con suavidad, poniendo especial cuidado en no presionar
demasiado la cada vez más extendida contusión de color verde y púrpura--.
Supongo que no servirá de nada que te diga que tengas cuidado.
Ella devolvió el beso con todo el entusiasmo de que era capaz y contestó:
--Supongo que no servirá de nada el que te pida que dejes de ser un hijo de
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puta condescendiente.
Él frunció el ceño.
--¿Porque te pido que tengas cuidado?
--Porque pareces asumir que no lo tendré. Porque pareces asumir que voy a
hacer algo estúpido.
--Está bien --extendió los brazos en un gesto de rendición--. ¿Qué te parece
"no hagas nada que yo no haría"?
Ella consideró la posibilidad de decir, esta noche voy a hacer una visita a un
vampiro. ¿Qué te parece eso? Pero decidió que no era buena idea y contestó:
--Pensé que no querías que hiciera nada estúpido.
Él sonrió.
--Te llamaré --dijo. Y se marchó.
--¿Todavía estás ahí, mamá?
--No dejan que me vaya a casa hasta las cinco, cariño. ¿Dónde más podría
estar? ¿Qué estaba pasando ahí?
--Era Mike Celluci, que acaba de marcharse --sujetó el aparato bajo su brazo
y, aprovechando la longitud del cable, se levantó para prepararse una
tostada.
--¿Así que vuelves a verte con él?
La última rebanada de pan estaba un poco mohosa por los extremos. La
arrojó a la basura y cogió una bolsa de galletas de chocolate de marca
desconocida.
--Eso parece.
--Bueno, ya sabes lo que dicen sobre la primavera y los caprichos de los
hombres jóvenes.
Su voz sonaba dubitativa, así que Vicki decidió cambiar de tema. Las pocas
veces que se habían visto, a su madre parecía haberle gustado Celluci. Pero,
a pesar de ello, opinaba que a cada uno les iría emocionalmente mucho
mejor con alguien de un temperamento más calmado.
--¿Ya es primavera?
Las ráfagas de viento arrojaban contra su ventana lo que podría haber sido
lluvia, pero parecía más bien una nevisca.
--Estamos en abril, cariño. Eso es primavera.
--Cierto. ¿Qué tal tiempo hace por allí?
Su madre rió.
--Está nevando.
Vicki se limpió las migas de las galletas de chocolate de su sudadera y se
sirvió más café.
--Mira, mamá, esto debe estarle costando al departamento una fortuna --su
madre había trabajado durante dieciocho años como secretaria privada del
jefe del departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Queens,
en Kingston y abusaba de los privilegios acumulados en aquellos años tanto
como le era posible--. Ya sabes que me encanta hablar contigo pero, ¿hay
alguna razón concreta para tu llamada?
--Bueno, me estaba preguntando si pensabas venir para Pascua.
--¿Pascua?
--Es este fin de semana. No voy a trabajar mañana ni el lunes, así que había
pensado que podíamos pasar algunos días juntas.
Oscuridad, demonios, vampiros, seis cadáveres a los que la vida les había
sido arrancada violentamente.
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
--No creo que pueda, mamá. El caso en el que estoy trabajando podría
explotar en cualquier momento...
Después de escuchar algunos tópicos más y de prometer que se mantendría
en contacto, Vicki colgó y se dirigió a su banco de ejercicios para combatir
con abdominales tanto las galletas de chocolate como la culpabilidad.
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Suspiró, se apartó del espejo y pasó los dedos por su cabello. Podía negarlo
todo cuanto quisiera, pero lo cierto es que ella le recordaba a alguien, quizá
no por su apariencia, pero sí por su forma de ser.
Ginevra Treschi había sido la primera mortal a la que se confiara después de
su cambio. Había habido otras con quienes jugueteaba a la confianza, pero
en los brazos de ella podía ser él mismo. No necesitaba ser nada más. Ni
menos.
Cuando descubrió que no podía seguir viviendo en la Inglaterra Isabelina --
era al mismo tiempo demasiado semejante y demasiado diferente a la
Inglaterra que él había conocido-- se había trasladado al sur, a Italia y por
fin a Venecia. La ciudad de San Marcos tenía mucho que ofrecerle a uno de
su especie, porque de noche volvía a la vida su antiguo semblante y en sus
sombras podía alimentarse a voluntad.
Había sido durante el carnaval, lo recordaba bien. Ginevra se encontraba en
la plaza de san Marcos, en uno de sus extremos, observando a la multitud
avanzar y retroceder delante de ella como un calidoscopio viviente. Le había
parecido tan real en medio de tanta actitud fingida y tanta impostura que
había tenido que acercarse a ella. Cuando abandonó el lugar, él la siguió
hasta la casa de su padre y pasó el resto de la noche averiguando su
situación y su nombre.
--Ginevra Treschi --más de trescientos años e innumerables mortales más
tarde y su nombre todavía sonaba en su boca como una bendición.
La siguiente noche, mientras los sirvientes dormían y la casa se encontraba
a oscuras y en silencio, se deslizó al interior de su dormitorio. Los latidos de
su corazón lo atrajeron hasta el pie de su cama y cuidadosamente apartó las
sábanas que la cubrían. A sus casi treinta años, después de tres años de
viudedad, no era hermosa, pero estaba tan llena de vida --incluso dormida--
que sin casi quererlo se había quedado inmóvil, mirándola fijamente. Sólo
para encontrar, apenas unos momentos más tarde, que ella le miraba a su
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
vez.
--No quisiera que os apresuraseis a tomar vuestra decisión --le había dicho
secamente--, pero comienzo a quedarme helada y me gustaría saber si debo
empezar a gritar.
Él había tratado de convencerla de que se encontraba en un sueño, pero
descubrió que no podía.
Habían pasado casi un año de noches juntos.
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Pasado un tiempo, la suerte quiso que llegara a sus oídos que las Hermanas
no habían podido mantenerla a salvo, después de todo. En un sombrío café
se encontró con ciertos rumores alarmantes: los Sabuesos habían ido a por
Ginevra Treschi y se la habían llevado del convento. Decían que tenía tratos
carnales con el Demonio. Decían que iban a dar ejemplo con ella. Había
pasado tres semanas en sus mazmorras.
Tres semanas de fuego, hierro y dolor.
Quiso asaltar la ciudadela como Cristo a las puertas del Infierno, pero se
obligó a contener su rabia. No podría salvarla si se arrojaba a los brazos de
la Inquisición.
Si es que quedaba algo de ella para ser salvado.
La habían encerrado en un ala del palacio del Dogo, un hombre que estaba
más que deseoso de colaborar con Roma. El hedor de la muerte reinaba por
los pasillos como una niebla, y el aroma de la sangre dejaba un rastro tan
intenso que incluso un mortal hubiese podido seguirlo.
La encontró colgada como ellos la habían abandonado. Le habían atado con
fuerza las muñecas a la espalda y habían utilizado una gruesa y basta
cuerda, enroscada alrededor de su lacerada espalda, para suspenderla del
techo. De sus tobillos quemados colgaban pesos de hierro. Evidentemente
habían comenzado con los azotes, para pasar después a métodos de
persuasión más dolorosos. Sólo hacía unas horas que había muerto.
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--Venganza --Henry suspiró y posó las húmedas palmas de sus manos sobre
los pantalones vaqueros. Los Sabuesos del Papa habían muerto llenos de
terror y suplicando por sus vidas, pero eso no le había devuelto a Ginevra.
Nada lo había hecho, hasta que Vicki se había inmiscuido en sus recuerdos.
Ella era tan real en su propio mundo como Ginevra lo había sido en el suyo,
y a menos que fuera muy cuidadoso corría el riesgo de que comenzase a
serlo también en el de él.
Es lo que había esperado, ¿no? Alguien en quien confiar. Alguien que
pudiera ver detrás de las máscaras.
Se volvió una vez más para encontrarse frente a su reflejo en el espejo. Los
demás, hombres y mujeres en cuyas vidas había penetrado tras la muerte de
Ginevra, nunca lo habían conmovido de aquella manera.
--Mantenla a distancia --se advirtió--. Al menos hasta que el demonio sea
derrotado --su reflejo parecía mostrarse indeciso y Henry suspiró--. Sólo
espero ser capaz de hacerlo.
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--Oh --en la portada del libro, una joven mujer apenas vestida era abrazada
apasionada, aunque discretamente, por un joven completamente desnudo.
Por lo que anunciaba la cubierta, el romance estaba ambientado a "finales
del siglo XIX", pero tanto los peinados como los maquillajes de ambos
personajes resultaban claramente anacrónicos. El nombre de la obra y su
autor aparecían en letra cursiva color lavanda: Maestro del Destino, por
Isabel Fitzroy.
--¿Isabel Fitzroy? --inquirió Vicki mientras le devolvía el libro.
Henry volvió a colocar el libro en su lugar, se apartó rodando con la silla del
escritorio y se puso en pie, sonriendo sardónicamente.
--¿Por qué no Isabel Fitzroy? Ciertamente ella tenía tanto derecho al nombre
como yo.
El prefijo "Fitz" se asociaba a los apellidos de los bastardos y se concedía a
los hijos accidentales reconocidos. El "roy" identificaba a su padre como el
rey.
--¿No estuviste de acuerdo con el divorcio?
Su sonrisa se torció aún más.
--Siempre fui un súbdito leal del Rey, mi padre --hizo una pausa y frunció el
ceño, como si tratase de recordar. Cuando volvió a hablar, su tono era
menos burlón--. Me gustaba su Graciosa Majestad la Reina Catalina. Fue
muy amable con un pequeño muchacho confuso a quien se había arrojado a
una situación que no comprendía y que nunca le interesó demasiado. María,
la Princesa Real, quien podría haberme ignorado o hacerme cosas peores, me
aceptó como su hermano. --Ahora, su voz adoptó un tono cortante--. No me
gustaba la madre de Isabel. Y el sentimiento era ciertamente mutuo. Dado
que todas las partes implicadas han pasado hace mucho tiempo a mejor
vida, ahora puedo decirlo. No, no estuve de acuerdo con el divorcio.
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--Pero si has vivido durante tanto tiempo --se preguntó Vicki mientras
tomaba asiento en la misma esquina que había abandonado esa misma
mañana--, ¿por qué no eres rico?
--¿Rico?
Vicki descubrió que su sonora risa resultaba muy atractiva, y al tiempo se
encontró especulando sobre... una bofetada mental devolvió su mente
errante al asunto que se traían entre manos.
--Oh, claro --continuó él--. Podía haber comprado acciones de IBM por unos
pocos centavos en mil novecientos... en... lo que sea. Pero, ¿quién podía
saberlo? Soy un vampiro, no un clarividente. Y ahora --limpió un pedacillo
de gasa de sus pantalones vaqueros--, ¿puedo hacerte yo una pregunta?
--Adelante.
--¿Por qué has creído lo que te conté?
--Porque vi al demonio y porque no había una razón lógica para que me
mintieras --no había necesidad de hablarle del sueño, o de la visión de la
iglesia. De todas maneras, no había influido demasiado en su decisión.
--¿Nada más?
--No soy una persona complicada. Y ahora --imitó el tono que él acababa de
adoptar--, ya está bien de hablar de nosotros. ¿Cómo se puede capturar a un
demonio?
Muy bien, Henry accedió silenciosamente. Si así es como lo quieres, ya está
bien de hablar de nosotros.
--No lo haremos. Yo lo haré --inclinó la cabeza hacia el extremo del sofá que
ella ocupaba--. Tú te encargarás de encontrar al hombre o la mujer que lo
está convocando.
--Me parece bien --para Vicki, rastrear la fuente y atraparla era el más lógico
curso de acción, y cuanto más alejada se encontrase de aquel repulsivo jirón
de oscuridad, más feliz se encontraría. Apoyó el pie derecho sobre la rodilla
izquierda y cruzó ambas manos sobre el tobillo--. ¿Cómo podemos estar
seguros de que nos enfrentamos a una sola persona, y no a un culto o una
secta?
--El deseo concentrado es una parte importante de lo que trae al demonio a
este mundo, y la mayoría de los grupos no pueden alcanzar el necesario
estado de unicidad mental --se encogió de hombros--. Dada la tasa de éxitos,
lo más probable es que se trate de una sola persona.
Ella imitó su encogimiento de hombros.
--Entonces contemos con lo que dictan las posibilidades. ¿Existe alguna
característica o rasgo distintivo que deba buscar?
Henry alargó un brazo y comenzó a tamborilear con los dedos sobre la
tapicería.
--Si lo que preguntas es si existe una clase específica de persona que
convoca a demonios, la respuesta es no. Bueno --arrugó el entrecejo
mientras reconsideraba la cuestión--, de alguna manera sí. Sin excepción,
son personas que buscan respuestas fáciles, una manera de obtener lo que
desean sin tener que esforzarse por ello.
--Acabas de describir el modo de entender la vida de millones de personas --
dijo Vicki, seca--. ¿Podrías ser un poco más específico?
--El demonio está siendo convocado para que consiga bienes materiales; no
tendría que matar si se mantuviese atrapado en el pentagrama respondiendo
sencillamente preguntas. Debes buscar a alguien que haya adquirido
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--Bien, no --del mismo modo, nunca había sido capaz de mentirle a Ginevra,
otra similitud entre ambas mujeres que hasta el momento no había
descubierto.
Vicki respiró profundamente y se aferró el borde de su suéter.
--Henry, ¿puede ser muy malo si el nombre del demonio se completa y éste
se libera?
--¿Malo? --suspiró y se apoyó contra la estantería--. A riesgo de parecer
presuntuoso, diré que sería como abrir las puertas del Infierno.
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N
orman recorrió con la mirada el interior de El Gallo y el Toro y
frunció el ceño. Las noches del jueves, el viernes y el sábado, las
noches que había dedicado a su propósito de conocer chicas,
llegaba pronto --lo que normalmente significaba a las 9:30 ó 10:00 de la
noche-- para asegurarse de encontrar una mesa libre. De este modo, alguien
tendría que compartirla con él. Esta noche, la del jueves antes del largo fin
de semana de Pascua, el pub estudiantil estaba tan vacío que parecía que no
tendría compañía.
Irse a casa por Pascua. Menuda chorrada, pensó con suficiencia, mientras
con su dedo acariciaba arriba y abajo la condensación que se había formado
en su vaso de ginger ale bajo en caloñas. Sus padres habían parecido
decepcionados, pero él se había mostrado inflexible. Los chicos realmente
guay pasaban el fin de semana en la universidad, y Norman era ahora un
chico realmente guay.
Suspiró. Aparentemente, lo que no hacían era acudir a El Gallo y el Toro.
Hubiera abandonado y se hubiera marchado a su casa de no ser por la
pelirroja que se sentaba en la mesa de la esquina. Era absolutamente
preciosa, todo lo que Norman había deseado siempre en una mujer, y
durante mucho tiempo la había adorado desde el otro lado del aula de la
clase de Religiones Comparadas que compartían. No era demasiado alta,
pero su esplendoroso pelo le otorgaba una poderosa presencia, y, además,
los centímetros que le faltaban en altura se veían compensados
generosamente en otras partes de su anatomía. Norman podía imaginarse
rasgándole la blusa y contemplando con deleite la turgente y suave carne
que escondía. Ella le devolvería una mirada de arrebatada adoración y él
alargaría suavemente su mano para tocarla. Su imaginación no iba mucho
más lejos, así que en sus pensamientos repitió la escena una y otra vez
mientras la observaba desde el otro lado de la sala.
Una o dos cervezas más tarde, las voces de la mesa de la esquina
comenzaron a alzarse.
--Lo que te estoy diciendo es que existen evidencias --exclamaba la pelirroja--
de que el asesino es una criatura de la noche.
--¡Seamos serios, Coreen!
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
murmuró una mujer alta y rubia que vestía una camiseta de franela color
rosa brillante.
Coreen se volvió hacia ella.
--Ya sabes a lo que me refiero, Janet. ¡Y de hecho no soy la única persona
que piensa de esa manera!
--¿Hablas de las noticias de los periódicos? ¿El vampiro que acecha en la
ciudad y todo eso --Janet suspiró ostensiblemente y sacudió la cabeza--.
Coreen, ellos no se creen todas esas chorradas. Sólo lo hacen porque quieren
vender más periódicos.
--¡No son chorradas! --insistió Coreen, golpeando la mesa con su jarra vacía--
. ¡Ian fue asesinado por un vampiro! --su boca se frunció hasta adoptar una
mueca obstinada y el resto de sus acompañantes intercambiaron miradas
elocuentes. Uno detrás de otro, le presentaron sus excusas y se fueron
marchando.
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Mientras Norman trataba con poco éxito de dar con las llaves, ella examinó a
través de las puertas de cristal el vestíbulo beige y marrón y se preguntó
cómo podía él estar seguro de encontrarse en el edificio correcto. En el
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Se llevó una mano al cuello y rozó el diminuto crucifijo de oro que su abuela
le había regalado por su primera comunión. Si Norman "cretino" Birdwell
pensaba que ella iba a ser un aperitivo de medianoche para su señor no-
muerto, muy pronto se llevaría una pequeña sorpresa. Palpó discretamente
su bolso y se sintió reconfortada al sentir en su interior la forma de la
pequeña pistola de juguete que había llenado con agua bendita. No temía
utilizarla, y había visto las suficientes películas de vampiros como para
saber cuál sería su efecto. El agua bendita no afectaría a Norman,
naturalmente, pero la verdad es que éste no representaba una gran
amenaza.
--Cuando empecé con todo esto quise cambiarme al decimocuarto piso --dijo
Norman mientras trataba de dominar el temblor de sus manos para que le
fuera posible introducir la llave en la cerradura. ¡De verdad estoy trayendo a
una chica a mi apartamento!--, porque el decimocuarto piso es en realidad el
decimotercero, pero no había ningún apartamento libre, así que por ahora
sigo en el noveno.
--El número nueve tiene una gran significación psíquica --musitó Coreen,
pasando junto a él para entrar en el apartamento. El pasillo de entrada, con
su armario ropero y su felpudo de plástico, conducía a una gran habitación.
No parecía contener un ataúd. Había un viejo sofá (cubierto por una
alfombra afgana tejida a mano) apoyado contra una pared, y un baúl
metálico de color azul hacía las veces de mesa de café. Apartado en una
esquina, junto a la puerta que conducía al balcón, se encontraba un
ventilador cuadrado de plástico y una diminuta mesa enterrada debajo de
un ordenador y diversos equipos informáticos. Al otro extremo de la
habitación, una cocina de gas, un frigorífico y un fregadero describían medio
giro en torno a una mesa de cromo y vinilo con dos sillas, la una frente a la
otra.
Coreen arrugó la nariz. El lugar parecía perfectamente limpio, pero flotaba
en el ambiente un olor extraño. Entonces se percató de que sobre cada
superficie lisa disponible se había dispuesto, por lo menos, un ambientador
de aire; pequeñas setas de goma, conchas y platos llenos de falsos caramelos
de plástico. El efecto combinado de todos ellos resultaba un poco
abrumador.
--¿Me permites el abrigo? --tuvo que alzar el tono para que su voz resultara
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¡Va a refrescarse! Pensó, sintiendo ganas de bailar mientras ella colgaba con
esmero su abrigo. ¡Hay una chica en mi apartamento y se está quitando la
ropa! Limpiaba su apartamento cada jueves pensando en la eventualidad de
que tal cosa llegase a ocurrir. Y finalmente había ocurrido. Limpiándose el
sudor de las manos en los muslos, se preguntó si debía sacar las patatas
fritas y la bebida. No, decidió mientras trataba de adoptar una posición
indiferente sobre el sofá, será mejor dejarlo para más tarde. Para después.
Coreen salió del baño y echó una ojeada al interior del enorme armario.
Tampoco había ningún ataúd; parecía que se encontraba a salvo, después de
todo. La ropa de Norman se ordenaba esmeradamente, organizada por tipo
de prendas; las camisas con las camisas, los pantalones con los pantalones
y un traje de poliéster gris en solitario esplendor. Sus zapatos, un par de
mocasines marrones y un par de zapatillas impolutas, estaban alineadas con
los tacones frente a la pared. Aunque no se atrevía a registrar los cajones de
su vestidor, Coreen se imaginó que Norman sería probablemente la clase de
chico que doblaba su ropa interior. Apartado en un rincón, sobre una caja
de botellas de leche de plástico, se encontraba un hibachi. Hubiera
investigado el contenido de la caja, de no ser porque el olor que se escondía
detrás del dulzón aroma de los ambientadores parecía provenir de aquel
rincón y, mezclado con el efecto de la cerveza, le había hecho sentirse un
poco enferma.
Probablemente sea algún proyecto de laboratorio que se ha traído a casa. Su
mente produjo una visión de Norman, vestido con una bata blanca,
conectando los cables a los electrodos en el cuello de su última creación, y
tuvo que reprimir una risilla tonta mientras regresaba a la habitación
principal.
Mientras ella tomaba asiento al otro lado del sofá, descubrió en el rostro de
Norman una expresión que no le gustó nada. Comenzaba a pensar que había
cometido un error al acceder a acompañarlo a su apartamento.
--¿Y bien? --demandó--. Dijiste que tenías algo que enseñarme, algo que
demostraría la existencia del vampiro al resto del mundo --si no era el
Renfield de esta historia, no alcanzaba a imaginarse qué papel podía jugar.
Norman frunció el ceño. ¿Había él dicho eso? No creía haberlo hecho.
--Yo... eh... tengo algo que mostrarte, sí, pero no se trata exactamente de un
vampiro.
Coreen bufó y se levantó. Caminó hacia la puerta.
--Sí, ya me lo imagino --algo que mostrarle. Si se atrevía a hacerlo, ella se lo
cortaría.
--No, de verdad --Norman se levantó a su vez, un poco tambaleante sobre las
suelas de sus botas de vaquero--. Lo que puedo enseñarte demostrará que
hay fuerzas sobrenaturales actuando en la ciudad y eso no anda demasiado
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Había comparado las agujas esterilizadas, idénticas a los que la Cruz Roja
utilizaba para extraer las primeras gotas de sangre de los donantes, en una
tienda de suministros médicos. Normalmente odiaba esta parte, pero esta
noche la rabia lo impulsaba sin duda ni pausa. El pequeño dolor se extendió
desde las yemas de sus dedos hasta juntarse con la agitación pulsátil de su
entrepierna, y la brusca tensión sexual estuvo a punto de abortar el ritual.
Su respiración se agitó poderosamente, pero de alguna manera logró
mantener el control.
Tres gotas de sangre sobre los carbones y, acompañando a cada una de
ellas, una palabra de convocatoria.
Había encontrado las palabras en uno de los textos que se utilizaban en la
asignatura de Religiones Comparadas. El ritual lo había creado por sí
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El aire que había sobre el centro del pentagrama se agitó, vibró y cambió,
como si algo lo estuviese expulsando desde el interior. Norman se levantó y
esperó, contemplando con mirada inquieta mientras el denso aroma de las
especias ardiendo dejaba paso a un hedor fétido de podredumbre y el ritmo
del equipo estéreo de su vecino cedía frente a un sonido que vibraba de
forma inaudible, pero imposible de ignorar en el cerebro y en los huesos.
El demonio tenía el tamaño de un hombre y su forma era vagamente
humana. Aquella ligera semejanza era precisamente lo que resultaba más
horrible.
Norman, la respiración agitada y acelerada, caminó hasta el borde del
pentagrama.
--Te he convocado --declaró--. Soy tu amo y señor.
El demonio inclinó la cabeza y sus rasgos cambiaron y temblaron como si no
hubiese cráneo bajo la húmeda cubierta de piel.
--Eres mi amo y señor --dijo, aunque el carnoso agujero que era su boca no
adaptase su constante movimiento a las palabras.
--Debes hacer mi voluntad.
Los enormes ojos amarillos sin párpado examinaron los lindes de su prisión.
--Sí --admitió al fin.
--Alguien se ha reído de mí esta noche. No quiero que vuelva a hacerlo nunca
más.
El demonio aguardó en silencio, esperando instrucciones más precisas,
mientras su color cambiaba de un negro fangoso a un marrón verdoso, y de
nuevo al negro.
--¡Mátala! --Ahí estaba. Lo había dicho. Se aferró las manos entre sí para
detener su temblor. Se sentía como si midiera más de tres metros de
estatura, poderoso, invencible. ¡Por fin se había decidido a tomar el mando y
aceptaba el poder que era suyo por derecho! La pulsación se hizo más
intensa, hasta que todo su cuerpo tembló a su compás.
--¿A quién debo matar? --preguntó el demonio.
Su tono, levemente divertido, devolvió a Norman a la tierra. Temblando de
furia, exclamó:
--¡NO TE RÍAS DE MÍ! --se lanzó hacia delante y, justo a tiempo, recordó y
torció el pie en un ángulo complicado para evitar que cruzase el pentagrama.
En respuesta a su acometida, el demonio se había abalanzado sobre él.
Ahora se encontraban tan cerca que sus narices casi se tocaban.
--¡Ja! --Norman escupió la palabra hacia él mientras retrocedía--. ¡Eres como
ellos! ¡Piensas que eres tan importante y yo sólo soy una mierda...! Bien,
recuerda tan sólo que tú estás ahí dentro y yo estoy aquí fuera. ¡Yo te
controlo! ¡YO SOY TU AMO Y SEÑOR!
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de la niebla roja que nublaba sus sentidos, era consciente de que gritar
sencillamente ¡Mata a Coreen! no serviría para nada. Tenía que pensar.
¿Cómo se encuentra a una persona concreta en medio de una ciudad de casi
tres millones de habitantes? Caminó ruidosamente hasta la pared de
enfrente y regresó, tropezó con el tacón de su bota derecha y a punto estuvo
de caer. Cuando, después de tambalearse, logró recuperar el equilibrio, se
agachó y recogió la prenda de cuero escarlata que había estado a punto de
hacer que cayera al suelo.
--¡Aquí!
El demonio recogió el guante que le acababa de ser arrojado con una garra
de quince centímetros. Los jirones de piel que pendían entre su brazo y su
cuerpo se tensaron con el movimiento.
Norman sonrió.
--Encuentra a la pareja de este guante y mata a la persona que lo lleve. No
dejes que nadie te vea. Vuelve al pentagrama cuando hayas acabado.
El olor de putrefacción persistía, pero el demonio ya había desaparecido.
Como Norman sabía, era un desagradable efecto secundario que sólo el
tiempo podía disipar. Mientras chupaba el dedo que se había pinchado
durante el ritual, Norman se plantó junto a la ventana con aire orgulloso y
contempló la noche.
--Nadie --juró-- volverá a reírse de mí nunca más --ya no habría más juguetes
ni más ropa ni más ordenadores; esta noche había asumido el verdadero
poder, y cuando el demonio regresase, bien alimentado con la sangre de
Coreen, lo enviaría a traerle un símbolo de ese poder. Algo que el mundo se
vería obligado a respetar.
El ritmo de la pulsación se intensificó una vez más y Norman, apoyado sobre
el alféizar de la ventana, comenzó a seguirlo sacudiendo las caderas.
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Al llegar a la puerta, advirtió que se había lle vado por equivocación el guante
rojo de Coreen. ¡Maldita sea! Si se lo devuelvo es capaz de seguir otra hora
con el rollo ese del conde Drácula. Se quedó inmóvil un momento, azotando
levemente la palma de su mano con el guante, mientras trataba de decidir si
debía hacer lo correcto o correr para salvar su cordura.
Ganó la cordura.
Coreen ya estaba ascendiendo las escaleras. Mientras las brillantes luces del
establecimiento convertían en llamas lo alto de su cabeza, Janet deslizó el
guante al interior de su bolsillo, dio media vuelta y escapó a la noche. Si
salgo corriendo, pensó, y al instante se puso en movimiento, puedo estar
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lejos de las luces del aparcamiento antes de que a Coreen se le ocurra mirar
por la ventana. En la oscuridad que había más allá, se encontraría a salvo.
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A
mpliando nuestra noticia de cabecera, continúan las extrañas
muertes en el área de Toronto. El séptimo cuerpo fue encontrado por
la Policía a primeras horas de esta mañana en la avenida Foxrun, al
sur del Club de Campo y Golf de Oaksdale. Los investigadores de Homicidios
presentes en el lugar del crimen han confirmado que la muerte se produjo
después de un fuerte golpe en la garganta, pero no confirman por el
momento si el cuerpo también había sido vaciado su sangre. La Policía no
revelará el nombre de la víctima hasta que se haya notificado a los parientes
más cercanos. En otro orden de cosas, el tiempo en el Ontario meridional
será algo más frío de lo acostumbrado para esta estación y...
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Detalles que Henry podía necesitar para determinar la ubicación del próximo
lugar, el próximo asesinato. Además, las dos líneas trazadas por las seis
muertes anteriores se cruzaban en territorio de la División 31. Puede que
aquello no significase nada, pero al menos era algo con lo que empezar.
Tomando la bolsa con los cuatro donuts --dos rellenos de mermelada de
cereza y dos recubiertos de chocolate-- con una mano y la bolsa con los cafés
en la otra, Vicki bajó la cabeza y dobló la esquina para entrar en Norfinch
Drive. Con el hospital York-Finch a su espalda, nada se interponía entre ella
y un feroz viento del norte excepto la comisaría de policía y unos cuantos
kilómetros cuadrados de desolación industrial. Sólido y achaparrado, el
edificio de la División 31 era una pésima protección.
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--Éste, éste o éste --la mirada de Henry alternaba entre el mapa y la página
con los símbolos.
--¿Puedes descubrir cuál es el próximo punto del patrón? --Vicki se inclinó
sobre la mesa, tan lejos como le era posible del grimorio. Vacilaba en decir
que del antiquísimo libro emanaba un aura de maldad pues le sonaba a
cliché de novela de terror, pero no se le había pasado por alto que incluso
Henry evitaba tocarlo en la medida de lo posible.
Henry, ocupado con el transportador y la regla, rió con poca alegría.
--Los tres siguientes puntos en tres posibles patrones --señaló el mapa.
--Magnífico --Vicki se enderezó y empujó sus gafas hacia arriba--. Más
complicaciones ¿Por dónde empezamos?
--Por dónde empiezo --la corrigió Henry con aire ausente. Se enderezó a su
vez y comenzó a frotarse las sienes. La brillante luz que Vicki parecía
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--¡Mira esto!
Restregándose el rostro con las manos, Vicki respondió sin levantar la
mirada.
--Ya lo he leído. Yo lo traje, ¿recuerdas?
--¿Es que la ciudad entera ha perdido la cabeza?
--La ciudad entera está aterrorizada, Henry --volvió a ponerse las gafas y
suspiró. Pese a que no tenía la menor intención de contárselo, lo cierto era
que ella misma había dormido la noche anterior con la luz encendida y
todavía tenía muy presente la sensación de un despertar brusco, con el
corazón en la garganta, empapada de sudor, segura de que algo estaba
trepando por la escalera de incendios en dirección a su ventana--. Tú has
tenido muchos años desde 1536 para acostumbrarte a la muerte violenta. El
resto de nosotros no somos tan afortunados.
Los tres periódicos del sábado mostraban la noticia de la séptima muerte en
portada, como si pretendieran compensar la falta de noticias típica del
Viernes Santo. Ninguno de ellos olvidaba enfatizar el hecho de que también
esta vez el cadáver había sido encontrado sin sangre, y los tres, incluyendo
el más serio diario nacional que finalmente había tenido que unirse a la
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L
evantaos todos para escuchar la palabra del Señor. Leeremos hoy el
Evangelio según san Mateo, capítulo veintiocho, versículos uno al
siete.
--Alabada sea la palabra del Señor.
--Al terminar el Sabbat, mientras comenzaba a amanecer el primer día de la
semana, vinieron María Magdalena y la otra María para ver el sepulcro. Y,
contemplad el portento, hubo un gran terremoto; porque el Ángel del Señor
descendía a la Tierra, y vino e hizo rodar la piedra que obstruía la entrada, y
se sentó sobre ella. Su semblante era como el relámpago y su túnica, blanca
como la nieve: y por miedo de él, los guardianes temblaron y se quedaron
como muertos. Y el ángel alzó la voz y dijo a las mujeres: no temáis, porque sé
que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No se encuentra aquí: porque ha
subido a los cielos, como fue predicho. Venid, contemplad el lugar en el que
yacía el Señor. Y marchad rápidamente y contadle a los discípulos que él se
ha levantado de entre los muertos; y maravillaos, porque él ha marchado
delante de vosotras a Galilea; allí lo verán. No olvidéis lo que os he dicho. Así
terminaba la lección.
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Los periodistas, para quienes la noticia era más real que lo que de hecho
había ocurrido, aparecieron por todas partes, demandando alguna clase de
declaración por parte de la Policía. Los dos investigadores de Homicidios los
apartaron silenciosamente hasta llegar a su coche. Un rudimentario instinto
de conservación impidió a todos los periodistas interponerse en su camino.
Mientras Celluci abría la puerta del coche, Dave se inclinó hacia él y
murmuró:
--Tenemos que decir algo, Mike. Si no lo hacemos, sólo Dios sabe lo que se
inventarán --Celluci lanzó una mirada iracunda a su compañero, pero éste
no retrocedió--. Lo haré yo si lo prefieres.
--No --dedicó una mirada ceñuda a la manada de chacales y alzó la voz--.
Anicka Hendle está muerta por culpa de las estúpidas historias que habéis
estado difundiendo sobre los vampiros. Sois tan responsables como los dos
cretinos que acabamos de llevarnos detenidos. Estupenda noticia. Espero
que os sintáis orgullosos de ella.
Se colocó al volante y cerró la puerta del coche con fuerza suficiente como
para que el eco pudiese escucharse en las casas vecinas.
Un periodista se destacó de la masa aturdida, micrófono en mano, pero Dave
Graham sacudió la cabeza.
--Yo no lo haría --sugirió tranquilamente.
Todavía con el micrófono encendido, el periodista se detuvo y toda la
manada observó cómo los dos investigadores abandonaban el lugar. Un
silencio antinatural reinó sobre la escena hasta que el coche desapareció al
otro extremo del callejón y entonces, una voz volvió a poner en marcha a los
periodistas.
--La he visto antes de que los polis la metieran en la bolsa...
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Desde donde se sentaba, junto a la pared trasera de Druxy, Vicki podía ver
la puerta, así como la mayor parte de las calles Bloor y Yonge a través de las
enormes ventanas. Había decidido que la historia era demasiado importante
como para arriesgarse a una conversación telefónica que pudiese provocar
algún malentendido, y había logrado convencer a Anne para que se
encontraran en aquel lugar a la hora de la comida. Sabía que, hablando cara
a cara, contaba con más posibilidades de convencer a la columnista de que
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podía ser Henry. No creía que fuera Celluci. Coreen se encontraba todavía
fuera de la ciudad. Probablemente se trataba de su madre. Cerró la puerta.
Hoy no estaba preparada para la culpa.
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Apretando los dientes y las uñas, Vicki logró mantener a raya su furia.
Perder los estribos no serviría de nada y además, por mucho que odiara
admitirlo, Gowan tenía razón. Su rango ya no la protegía de él ni del sistema.
Maniobrando de alguna manera alrededor de la neblina roja de su rabia,
logró salir de la comisaría.
Una vez en los escalones, comenzó a temblar y tuvo que apoyarse contra el
muro de ladrillos hasta calmarse. Tras ella, podía oír cómo la voz de Gowan
se levantaba de nuevo. En este preciso momento, el sargento de guardia
estaría soportando el chaparrón de su cólera y la enfurecía que no hubiera
nada que ella pudiera hacer para impedirlo. De haber sabido que el sargento
de personal pensaba presentarse en la comisaría en su día libre, ni siquiera
todas las hordas del Infierno la habrían obligado a acudir allí.
Desde siempre, Gowan había aspirado desesperadamente a alcanzar el rango
de detective, pero jamás había logrado abandonar el uniforme. Ignorando el
hecho de que, en muchos aspectos, eran los sargentos de personal los que
dirigían el Cuerpo, deseaba con todas sus fuerzas llegar a ser un detective,
pero había sido superado dos veces a la hora de las promociones y ahora
sabía que nunca lo conseguiría. Había odiado a Vicki por su éxito y la odiaba
todavía más porque era una mujer que había conseguido vencer a los chicos
en su propio juego. Final y definitivamente, la odiaba porque en una ocasión,
después de habérselo encontrado dando una paliza a un muchacho en las
celdas, le había hecho objeto de una severa reprimenda.
El sentimiento era mutuo. El poder siempre atrae a quienes abusan de él.
Nunca había olvidado aquella lección, recibida en las conferencias de
orientación de la academia de la Policía. Algunos días resultaba más fácil de
recordar que otros.
Estaba demasiado nerviosa como para volver andando, así que paró un taxi,
pensativa. Malditos los veinte dólares que iba a costarle el viaje a casa.
La tarde había sido una total pérdida de tiempo. Llamaría a un amigo que
sabía de ordenadores y le daría los datos del sistema robado. Quizá él
pudiera proporcionarle alguna idea del uso que podía darse a una máquina
como aquella. Suponía que valía casi para cualquier cosa, pero no perdía
nada por preguntar y, quien sabe, quizá consiguiese alguna otra pista sobre
el individuo que estaba invocando al demonio.
Se acomodó lo mejor que pudo sobre la tapicería, que despedía un olor a
establo, mientras la lluvia golpeaba las mugrientas ventanas del taxi.
Después de todo, ¿cuántos piratas informáticos con chaqueta de cuero, un rifle
de asalto y su propio demonio personal puede haber en Toronto?
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El viento doblaba los árboles que rodeaban el cementerio. Sus siluetas eran
desiguales y salvajes. Henry se estremeció. Tres noches de espera habían
afilado su susceptibilidad. Deseaba una lucha de cualquier clase. Hasta
perder sería mucho mejor que esto. Sus conocimientos sobre los demonios
estaban llenos de lagunas que la imaginación debía llenar y su imaginación
lo hacía servicialmente.
La senda de poder, esperando todavía un ancla, trepidaba malhumorada. El
domingo de Pascua había llegado y la simbólica resurrección de Cristo la
debilitaba.
Entonces cambió.
El latido se aceleró y la oscuridad se espesó. Había allí algo más que la
noche.
En algún lugar, Henry lo supo inmediatamente, el pentagrama había sido
dibujado. El fuego ya estaba encendido. La llamada había comenzado. Su
cuerpo se tensó y extendió sus sentidos, preparado para cerrar su propio
pentagrama a la menor señal. Era él. El demonio menor. Si no lograba
detenerlo, lo seguiría el maestro. Y con él, el fin del mundo. Su mano
derecha se alzó y trazó en el aire el signo de la cruz.
--Señor, préstame tu fuerza.
Lo siguiente que supo fue que se encontraba de rodillas sobre la tierra
húmeda. De sus ojos, sensibles a la luz, brotaban lágrimas mientras una
detrás de otra, innumerables imágenes de gloria danzaban en el interior de
sus párpados.
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La tercera gota de sangre cayó sobre las brasas y el aire que había sobre el
pentagrama se estremeció y cambió. Norman se sentó sobre sus talones y
esperó. Aquella misma tarde había averiguado dónde vivía Coreen. Piratear
los archivos de la universidad sobre los estudiantes había resultado
insultantemente fácil. Aquella noche no habría errores. Ella pagaría por lo
que le había hecho.
El latido de su cabeza creció y creció hasta que pareció que todo el mundo
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Cuando recobró la vista, Henry logró ponerse de nuevo en pie a duras penas.
Nada le había golpeado con tanta fuerza desde hacía siglos. Sin embargo, en
ningún momento, ni siquiera durante el primer instante de pánico que había
seguido a la ceguera, había creído que se trataba de la llegada del Señor de
los demonios. No sabía por qué, pero no había podido creerlo.
--¿Qué fue entonces? --preguntó, apoyándose contra un ángel de cemento
mientras se limpiaba el barro de las rodillas. Apenas podía sentir ya la
presencia maligna cuyo nombre estaba siendo trazado. Se había retirado tan
lejos como podía sin regresar al infierno.
--¿Alguna idea, señor, señora...? --preguntó mientras se volvía para mirar el
nombre de la lápida. Grabada en la piedra, a los pies del ángel, se
encontraba la respuesta.
CHRISTUS RESURREXIT. Cristo ha resucitado.
Henry Fitzroy, vampiro, educado como un buen católico, cayó de rodillas y
entonó silenciosamente un Ave María... por si acaso.
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C
oreen atravesó las puertas momentos antes de que la clase diera
comienzo y se dirigió hacia el grupo de sus amigos. La mirada frágil y
traslúcida de sus ojos revelaba que había dormido poco y había
llorado mucho. Incluso el brillo rojizo de sus cabellos parecía haberse
apagado.
El grupo se abrió para hacerle sitio. En la seguridad de aquel círculo, se le
ofrecieron numerosas sonrisas de simpatía y conmoción. Pese a que Janet
había sido amiga de todas ellas, Coreen era la última que la había visto con
vida, y eso le otorgaba a su dolor una inmediatez de la que carecía el resto.
Ninguno de ellos, y Coreen menos que nadie, había advertido la expresión de
odio que atravesaba el rostro de Norman Birdwell cada vez que miraba en su
dirección.
Cómo se atreve a seguir viva cuando yo dije que iba a morir.
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Vicki se dejó llevar por la corriente de estudiantes y, conducida por ella, salió
en el autobús. Las conversaciones escuchadas a escondidas durante el largo
trayecto le habían enseñado dos cosas: que casi nada había cambiado
demasiado desde los tiempos en que ella fuera a la universidad y que el
lenguaje, en cambio, parecía haber experimentado una cierta
transformación.
--...y entonces va mi viejo y me suelta que si me quiero llevar el buga le tengo
que decir a dónde voy y...
Y lo más deprimente de todo es que probablemente esté ma triculado en
Lengua Inglesa. Vicki se abrochó la chaqueta y lanzó una rápida mirada
hacia el autobús. Las puertas acababan de cerrarse detrás del último
estudiante que huía del campus. Mientras ella miraba, el vehículo, lleno
hasta los topes, se puso en marcha. Bueno, de modo que estaba allí. Ya no
podía cambiar de idea hasta dentro de otros cuarenta minutos.
Se sentía un poco estúpida, pero la verdad es que aquella era la única idea
que se le había ocurrido. Con un poco de suerte, el jefe del departamento de
informática podría --y estaría dispuesto a hacerlo-- decirle quién podía
poseer o usar un equipo como el que había sido robado. Era posible que
Coreen tuviera información de utilidad para ayudarla a encontrar la aguja
viviente en aquel pajar, pero cuando había llamado a su apartamento, hacia
las 8:30, no había obtenido respuesta.
Después de colocarse las gafas en su lugar, comenzó a atravesar el
aparcamiento. Buscaba chaquetas de cuero negro. Como Celluci había
señalado, eran muy numerosas, tanto entre los chicos como entre las chicas.
Vicki sabía perfectamente que las características físicas no tenían nada que
ver con la capacidad para cometer crímenes, pero a pesar de ello siguió
buscando. Seguramente, alguien capaz de convocar a un demonio debería
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--¿Doctora Sagara?
--¿Qué?
La vehemencia en la voz de la anciana sorprendió ligeramente a Norman; ni
siquiera había preguntado nada todavía.
--El profesor Leigh me dijo que debía hablar con usted.
--¿Sobre qué? --lo examinó por encima de sus gafas.
--Estoy trabajando en un proyecto sobre demonios...
--¿Los del Consejo de Dirección? --se rió con disimulo y entonces, al no
percibir reacción alguna, sacudió la cabeza--. Era un chiste.
--Oh --Norman la miró, molesto por la falta de luz. Ya era suficientemente
malo que la propia Sala de Libros Raros estuviera a oscuras. Unas cuantas
luces fluorescentes serían un comienzo decente hasta que toda aquella
basura apestosa pudiese ser volcada en una base de datos. Pero lo que
realmente no resultaba necesario era que aquella presunción reinase
también en las oficinas. La lámpara de cobre proyectaba una esfera de luz
dorada sobre el escritorio, pero el rostro de la doctora Sagara estaba a
oscuras. Miró a su alrededor, buscando un interruptor en alguna pared,
pero no pudo encontrar ninguno.
--¿Y bien? --la doctora Sagara tamborileó con los dedos sobre el secante de
su escritorio--. ¿Qué es lo que el profesor Leigh piensa que tiene su proyecto
que ver conmigo? Por teléfono resultó particularmente poco específico.
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--¿Algo nuevo para hoy? --preguntó Greg mientas tomaba asiento en la silla
que el otro acababa de dejar vacía. Debería haber esperado un poco más. La
silla estaba todavía caliente. Odiaba sentarse en una silla que el culo de otro
hubiera calentado.
--El coche de la señora Post, del 1620, volvió a calarse en la rampa del
aparcamiento --Tim rió entre dientes y se rascó la barba--. Cada vez que lo
intentaba arrancar, el coche se le iba para abajo, le entraba el pánico y se le
volvía a calar. Finalmente tuvo que dejarlo rodar hasta que quedó apoyado
contra la puerta del fondo del garaje y volvió a empezar desde allí. Casi se
me salen las tripas de la risa.
--Algunas personas --observó Greg-- no nacieron para conducir coches
normales --se inclinó y recogió un paquete que había sobre el suelo, junto a
la mesa--. ¿Qué es esto?
El guardia del turno de día se detuvo con la chaqueta de hockey a medio
poner. Acababa de colgar la guerrera del uniforme en la percha.
--Oh, eso. Llegó esta mañana. Lo han traído los de UPS de Nueva York. Es
para ese escritor del piso catorce. Llamé por teléfono en su apartamento y le
dejé un mensaje en el contestador automático.
Greg volvió a dejar el paquete en el mismo sitio del que lo había recogido.
--Supongo que el señor Fitzroy bajará más tarde a por él.
--Supongo que sí --Tim se detuvo al otro lado de la mesa--. Greg, he estado
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pensando.
--Ten cuidado --se burló el guardia de mayor edad.
--No, esto va en serio. He estado pensando sobre el señor Fitzroy. Hace ya
cuatro meses que trabajo aquí y en todo ese tiempo no lo he visto una sola
vez. Jamás baja a recoger su correo. Nunca le he visto sacar su coche --hizo
un gesto vago en dirección al paquete--. Nunca he podido hablar con él por
teléfono. Siempre hablo con el contestador.
--Yo lo veo la mayoría de las noches --señaló Greg mientras se reclinaba
sobre el asiento.
--Sí, esa es la cuestión. Lo ves de noche. Me apuesto algo a que jamás
aparece antes de que se haya puesto el sol.
Greg frunció el ceño.
--¿Adónde quieres ir a parar?
--Esos asesinatos... los cuerpos sin sangre. Creo que el señor Fitzroy lo hizo.
Creo que es un vampiro.
--Y yo creo que te has vuelto loco --contestó Greg secamente, dejando que las
patas delanteras de la silla cayeran sobre el suelo con un golpe sordo--.
Henry Fitzroy es un escritor. No puedes esperar que actúe como una persona
normal. Y en cuanto a eso de los vampiros... --estiró el brazo y sacó del
interior de su viejo maletín de piel un ejemplar del periódico sensacionalista
de aquel mismo día--... creo que será mejor que leas esto.
Después de que los Leafs hubieran ganado finalmente las eliminatorias de la
división al cabo de los siete partidos, la portada estaba dedicada en su
totalidad al hockey. El caso de Anicka Hendle se trataba en la página cuatro.
Tim leyó el artículo, alzando y frunciendo las cejas cuando se topaba con
algún detalle especialmente escabroso. Cuando hubo terminado, Greg alzó
una mano para atajar su reacción y dio la vuelta a la página. La columna de
Anne Fellows no trataba de apelar a la razón de los lectores. Refería la
muerte de Anicka Hendle con cada pizca de emoción y sentimiento que el
caso contenía. Arrojaba abiertamente la responsabilidad sobre las espaldas
de los medios, incluyéndose a sí misma en la culpabilidad colectiva y
reclamaba el fin de una estrategia editorial basada en el miedo de la
población. ¿Acaso no existen suficientes horrores reales en nuestras calles sin
necesidad de que inventemos otros nuevos?
--¿Quieres decir que todo este asunto de los vampiros no era más que una
invención?
--Eso parece, ¿no?
--Y sólo para vender periódicos... --Tim sacudió la cabeza con disgusto.
Depositó el periódico sobre la mesa, señalando la fotografía de la portada--.
¿Crees que los Leafs van a llegar este año a las finales?
Greg resopló.
--Creo que hay más posibilidades de que eso ocurra que de que Henry
Fitzroy sea un vampiro --acompañó al joven guardia hasta el exterior del
edificio y luego mantuvo la puerta abierta para dejar pasar a la señora
Hughes y su mastín.
--¡Abajo, Owen! El señor no quiere tus besos.
Limpiándose la cara, Greg contempló al enorme perro mientras entraba en el
ascensor, arrastrando a la señora Hughes detrás de sí. El vestíbulo siempre
parecía un poco pequeño después de que Owen lo hubiera atravesado. Se
aseguró de que la cerradura de la puerta interior estuviese echada --estaba
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sentiría su presencia.
El apartamento estaba vacío, pero eso no calmó su inquietud.
Se aseó y se vistió. Mientras lo hacía, aquella sensación de que algo andaba
mal fue en aumento. Sentía algo, pero no era capaz de alcanzar ese algo, no
podía terminar de comprenderlo. Cuando bajó al vestíbulo para recoger su
paquete, la sensación se hizo más intensa. Gracias a su prolongada
experiencia, logró mantener una conversación intrascendente con Greg y
flirtear un poco con la anciana señora McKensie. Pero mientras tanto, todo
lo que en él no era aquella máscara de civilidad que a lo largo de tanto
tiempo había conseguido componer experimentaba una miríada de
sensaciones extrañas y trataba de localizar la fuente del peligro.
Mientras regresaba al ascensor, pudo sentir la mirada del guardia de
seguridad sobre su espalda. Se volvió y le obsequió con una media sonrisa.
Las puertas se abrieron y penetró en la cabina. Las compuertas de acero
inoxidable, al cerrarse, ocultaron la expresión que Greg le devolvía. Tendría
que ocuparse más tarde de lo que quiera que fuese que molestaba al viejo
guardia.
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9:46. Lo mejor sería que fuera cuanto antes a ver a Henry y descubriera qué
era exactamente lo que le había ocurrido la noche anterior.
--La mano de Dios. Estupendo.
Dejando de lado a los demonios y el Armagedón, no era capaz de imaginarse
lo que podía haberle causado tal impresión a un vampiro de cuatrocientos
cincuenta años de edad.
--Dejando de lado a los demonios y el Armagedón... --alargó una mano hacia
el teléfono para llamar a un taxi--. Te estás volviendo un poco indiferente
respecto al fin del mundo.
Su mano se encontraba ya sobre el aparato, cuando sonó una llamada. El
ritmo de su corazón se desbocó.
--Bueno --respiró profundamente--. Puede que no del todo indiferente --al
cabo de tres llamadas creyó que había recuperado suficientemente el control
como para contestar.
--Hola, cielo. ¿Llamo en un mal momento?
--Me estaba yendo en este momento, mamá --otros cinco minutos y ya no la
hubiera encontrado en el apartamento. Su madre poseía un sexto sentido
sobre esas cosas.
--¿A esta hora?
--Ni siquiera son las diez, mamá.
--Ya lo sé, cariño, pero está muy oscuro y con tus ojos...
--Mamá, mis ojos están perfectamente. No pienso abandonar las calles bien
iluminadas y prometo tener mucho cuidado. Ahora, de verdad, tengo que
irme.
--¿Sales sola?
--No. He quedado con alguien.
--¿Con Mike Celluci?
--No, mamá.
--Oh --Vicki casi pudo oír cómo se alzaban las orejas de su madre --. ¿Cómo
se llama?
--Henry Fitzroy --¿por qué no? Aparte de colgar, no había forma de conseguir
que su madre dejase el teléfono con su curiosidad sin satisfacer.
--¿A qué se dedica?
--Es escritor --siempre que se limitase a contestar escuetamente las
preguntas de su madre no tendría que mentirla. Ciertamente, no era muy
probable que le preguntara: ¿es uno de esos muertos vivientes chupadores de
sangre?
--¿Y qué piensa Michael de todo esto?
--¿Cómo debería sentirse? Sabes muy bien que Mike y yo no mantenemos
ese tipo de relación.
--Si tú lo dices, cariño. Y, ¿es guapo, ese tal Henry Fitzroy?
Vicki pensó sobre ello durante un momento.
--Sí. Lo es. Y tiene una presencia... --su voz se apagó. Pensaba sobre ello. Su
madre se rió.
--Parece una cosa seria.
Lo cual le recordó el asunto que se traía entre manos.
--Lo es, mamá. Muy serio. Por eso tengo que marcharme inmediatamente.
--Muy bien, muy bien. Es sólo que, como no pudiste venir para Pascua,
pensé que podría dedicarme un poco de tiempo ahora. He tenido unas
vacaciones muy tranquilas. Ya sabes, un poco de televisión, cenar sola, irme
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a la cama temprano...
No importaba que Vicki fuera consciente de que su madre la estaba
manipulando. Nunca había servido de nada.
--Muy bien, mamá. Puedo dedicarte algo de tiempo.
--No quiero molestarte, cariño.
--Madre...
Casi una hora más tarde, Vicki pudo por fin colgar el auricular. Consultó su
reloj y gruñó. Jamás se había encontrado con alguien tan capacitado como
su madre para llenar el tiempo con nada en absoluto.
--Al menos, el mundo no ha terminado en el ínterin --murmuró. Buscó con
los ojos entornados el número de Henry en su libreta de teléfonos y le llamó.
--Henry Fitzroy no puede ponerse al teléfono en este momento...
--¡De todos los imbéciles...! --colgó el teléfono a mitad del mensaje--. Primero
me pide que vaya a verle y luego desaparece --no era muy probable que
hubiera encontrado el descanso eterno mientras su madre la mantenía
prisionero. No creía que ni siquiera un vampiro tuviera la presencia de
ánimo suficiente como para conectar su contestador automático después de
haber sido desmembrado.
Se puso la chaqueta, recogió el bolso, encendió su propio contestador y
abandonó el apartamento. Moviéndose cautelosamente, consiguió atravesar
el oscuro camino que conducía hasta la acera y entonces se dirigió hacia las
brillantes luces que, poco más de media manzana más allá, señalaban el
discurrir de la calle College. En principio había pensado en tomar un taxi,
pero si Henry no se encontraba en casa prefería caminar.
El intento de su madre por llamar la atención sobre su minusvalía no tenía
nada que ver con su decisión. Nada.
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--Así que usted es Henry Fitzroy --el doctor O'Mara estrechó la mano de
Henry. Sus pálidos ojos brillaban--. He oído tantas cosas de usted, de boca
de Alfred aquí presente, que casi siento como si lo conociera.
--Lo mismo siento yo --replicó Henry. Se quitó los guantes de noche y
devolvió el apretón aplicando exactamente la misma presión que el otro
había ejercido sobre su mano. El vello de su nuca se le había erizado y, por
alguna razón, sentía que aparentar ser más fuerte que aquel hombre sería
igual de peligroso que aparentar ser más débil--. Alfred siente gran
admiración por usted.
Soltando la mano de Henry, el doctor O'Mara puso una mano sobre el
hombro de Alfred.
--¿De veras?
Sus palabras poseían un tono afilado, y el honorable Alfred Waverly se
apresuró a llenar el consiguiente silencio, mientras sus hombros se
inclinaban bajo la fuerza de aquella mano de nudillos blancos.
--No es que yo le haya dicho nada, doctor. Es sólo que...
--Que os cita constantemente --Henry finalizó la frase y la acompañó de su
sonrisa más seductora.
--¿Me cita? --su sombría expresión se dulcificó un tanto--. Bueno, supongo
que uno no puede poner objeciones a eso.
Alfred sonrió. Sus ojos brillaron sobre las mejillas levemente ruborizadas, y
la expresión de terror que había provocado que Henry interviniera abandonó
su semblante como si nunca hubiera existido.
--Si me perdona, señor Fitzroy. Hay un montón de asuntos que requieren mi
atención --el doctor agitó una mano expresiva--. Alfred le presentará al resto
de los invitados.
Henry inclinó la cabeza y observó de soslayo la desaparición de su anfitrión.
Los otros diez invitados eran todos, como el honorable Alfred, jóvenes, ricos,
frívolos y hastiados. Henry conocía ya a tres de ellos. El resto eran extraños
para él.
Después de que las pertinentes presentaciones fueran realizadas y se dijeran
las palabras adecuadas, volvieron a encontrarse solos. Alfred aceptó un
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--Sabía que volvería --sin levantarse de la silla que ocupaba al otro lado del
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presencia lo azotó como si fuera algo físico y se debatió contra las cadenas
invisibles tratando de apartarse.
--Éste --dijo el doctor mientras acariciaba amorosamente el libro-- es uno de
los últimos verdaderos grimorios que quedan sobre la faz de la Tierra. He
oído que sólo existen otros dos en todo el mundo. El resto no son sino
pálidas copias de estos tres. El hombre que lo escribió vendió su alma a
cambio del conocimiento que contiene. Desgraciadamente para él, el Príncipe
de las Mentiras la cosechó antes de que pudiese darle algún uso a un tesoro
tan trabajosamente ganado. Si tuviéramos tiempo, mi querido vampiro, os
contaría todo lo que tuve que hacer para obtenerlo. Pero no lo tenemos.
También vos debéis ser mío antes de que amanezca.
El perverso deseo que podía leerse en sus ojos era tan arrebatador que
Henry se sintió enfermo. Comenzó a debatirse una vez más, luchando con
más fuerza. El doctor volvió a reír y se apartó de él.
--Después de meses de ceremonias e investigaciones, he conseguido
aprender lo que necesito para controlar al demonio --dijo el doctor de modo
coloquial mientras enrollaba la alfombra que había delante del fuego--. El
demonio puede otorgarme todo lo que le pida, salvo la vida eterna. Vos
podéis dármela, así que el demonio logrará que lo hagáis --lanzó una mirada
al pentagrama grabado sobre el suelo--. ¿Podréis vencer a un Señor del
Infierno, vampiro? No lo creo.
Con la boca seca y la respiración abandonando su cuerpo en laboriosos
jadeos, Henry recurrió a todas sus fuerzas en un intento de vencer las
cadenas de su prisión. Luchaba por su vida. Los músculos se tensaron y los
tendones estaban a punto de reventar. Y justo cuando creía que no podría
contener por más tiempo un aullido de desesperación, su brazo derecho se
movió.
El doctor O'Mara abrió el libro y comenzó a leer. Las velas ya estaban
encendidas y un polvo inmundo se consumía en el fuego.
El brazo derecho de Henry volvió a moverse. Y luego el izquierdo.
Un brillo tenue comenzó a formarse en el centro del pentagrama.
Repentinamente, Henry advirtió lo que estaba ocurriendo. Parte del poder
que mantenía sus cadenas estaba siendo vertido en la invocación. Las
cadenas se debilitaban. Se debilitaban...
El brillo comenzó a hacerse más sólido, a precipitarse sobre sí mismo y a
cobrar forma.
Con un rugido de rabia, Henry se liberó y atravesó de un salto vertiginoso la
habitación. Antes de que el doctor pudiera reaccionar, Henry lo agarró, lo
alzó en vilo y lo arrojó con toda la fuerza que le quedaba contra la pared
opuesta.
La cabeza del doctor impactó contra el revestimiento de la madera y la
madera fue más resistente. La cosa en el interior del pentagrama se disolvió
rápidamente hasta que en la habitación sólo quedaron un olor pestilente y
un recuerdo de horror como mudos testigos de su paso.
Temblando, sin fuerzas, Henry permanecía de pie sobre el cuerpo. La luz
había abandonado los pálidos ojos, reduciendo su color a un gris apagado.
La sangre teñía todo el muro. Sangre cálida y roja. Henry, que estaba
desesperadamente necesitado de alimento, dio gracias a Dios porque aquella
sangre no atrajese a su hambre. Hubiera preferido morir de inanición antes
de alimentarse de aquel hombre.
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--¡Eh, Victoria!
Vicki se encontraba dentro de una cabina telefónica entreabierta. Se volvió,
mientras su corazón realizaba una interpretación personal pero bastante fiel
del funcionamiento de un martillo neumático.
Tony sonrió.
--Oye, mira que estás tensa. Creía que habías dicho que no ibas a volver a
trabajar de turno de noche.
--En el turno de noche --le corrigió ella de forma ausente, mientras su
corazón comenzaba a recobrar un ritmo normal--. ¿Acaso parece que estoy
trabajando?
--Siempre parece que estás trabajando.
Vicki suspiró y lo miró de arriba abajo. Físicamente no tenía buen aspecto.
La pátina de mugre que lo cubría revelaba que había estado durmiendo en la
calle, y su rostro demacrado que las comidas no habían sido demasiado
abundantes en los últimos tiempos.
--No tienes buen aspecto.
--He estado mejor --admitió él--. No me importaría comerme una
hamburguesa y algunas patatas fritas.
--¿Por qué no? --el contestador automático de Henry insistía en que todavía
no estaba disponible--. ¿Puedes contarme lo que has estado haciendo
últimamente?
Él entornó la mirada.
--¿Acaso tengo pinta de loco?
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Los tres carbones ardían en el fondo de una sartén de hierro que su madre le
había comprado. Era la primera vez que la utilizaba. El oro, el incienso y la
mirra ya habían sido añadidos. Las tres gotas de sangre crepitaban en el
fuego. Norman se apartó rápidamente. Por si acaso.
La noche anterior, algo había impedido que el demonio se materializara pero,
puesto que hasta el momento era la primera y única vez que tal cosa ocurría,
la estadística dictaba que esta noche el demonio debía de ser capaz de
atravesar la barrera. Norman creía ciegamente en las estadísticas.
El aire en el interior del pentagrama tembló. Los dedos vendados de Norman
comenzaron a arderle, y por un momento temió que volviera a ocurrir. No
debería. Estadísticamente. No debería.
No ocurrió.
--Te he convocado --declaró, inclinándose hacia delante cuando el demonio
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Había innumerables vidas a lo largo de su ruta. Tantas, que por fin decidió
alimentarse en un lugar que señalaba el nombre de un segundo Señor.
Harían falta cuatro muertes más para finalizar el trazo de este segundo
nombre, pero quizá este otro Señor podría protegerlo del primero si llegaba a
controlar el portal.
No conocía la esperanza, porque la esperanza le era extraña a los de su raza,
pero en cambio sabía bien lo que era el oportunismo, así que no dejaría
pasar las oportunidades de aprovecharse.
Sin embargo, se alimentó con rapidez y viajó cautelosamente, tratando de no
atraer la atención del poder que había interrumpido la invocación la noche
anterior. La raza de los demonios había combatido a este poder en el pasado
y, por su propio interés, no deseaban volver a hacerlo.
A medida que se aproximaba al edificio que el maestro había señalado,
comenzó a sentir la proximidad del grimorio. Extendiendo las alas, descendió
lentamente, una sombra contra las estrellas, y se posó en el balcón. La
llamada del libro se hacía más y más poderosa. Su oscuro poder estaba
reaccionando a la cercanía de uno de los suyos.
Sintió también una vida junto al libro, pero no reconoció su naturaleza;
demasiado rápido para ser un mortal y demasiado lento para ser un
demonio. No lo comprendía pero, ¿qué podía importar eso? La comprensión
no le era necesaria.
Husmeó el metal que rodeaba el cristal y no le impresionó. Un metal blando,
un metal mortal. No dejes que te vean. Si no podía ver la calle, entonces las
vidas de la calle no podrían verlo a él. Hincó las garras en el marco y arrancó
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El capitán Roxbomugh se acercó, con las manos a ambos lados del cuerpo y
los ojos verde grisáceo siguiendo constantemente la hoja.
--Seguramente no creerás... --comenzó. Sólo unos reflejos felinos le permitieron
salvar la vida cuando la navaja describió un letal arco hacia él y tuvo que
apartarse de un salto. Todo un pliegue de su camisa había sido sajado, pero
la piel que había debajo permanecía intacta. Con un esfuerzo supremo, logró
no perder los nervios.
--Estoy empezando a perder mi paciencia contigo, Smith.
Henry se quedó helado, con los dedos suspendidos sobre el teclado. Había
oído un ruido proveniente del balcón. No un sonido fuerte, sino algo así
como el rumor de las hojas agitadas por el viento. Pero era algo que estaba
fuera de lugar.
En apenas un par de segundos se encontraba en el salón. La abrumadora
peste a podredumbre le advirtió de lo que iba a encontrarse. Un hábito de
doscientos años de edad le hizo llevarse una mano a la cadera, a pesar de
que no había utilizado espada desde los primeros años del siglo diecinueve.
Sólo poseía un arma, su revolver de servicio, y ésta se encontraba envuelta
en hule y guardada en el sótano. Y no creo que tenga tiempo de ir a por ella.
La criatura se encontraba de pie. Su silueta se recortaba contra la oscuridad
de la noche. Tenía la puerta de cristal entre las garras. Su cuerpo casi
ocupaba por completo el pequeño solano que enlazaba el comedor con el
balcón.
Entrelazado alrededor de la peste como una cuerda roja sentía el aroma de
la sangre fresca. Henry advirtió que la criatura acababa de alimentarse, y al
mismo tiempo recordó cuánto tiempo había pasado desde la última vez que
él lo hiciera. Respiró profundamente y se estremeció. ¡He sido un idiota por
no haber protegido el apartamento! Un pentagrama abierto como el que había
preparado junto al río Humberd habría sido suficiente. Debería haberlo
sabido... Ahora, todo se derrumbaba entre sus manos.
--¡Detente, demonio! ¡No se te ha invitado a entrar!
Unos ojos enormes, amarillos, sin párpado, se volvieron hacia él mientras
sus rasgos parecían reformarse para acomodarse al movimiento.
--Se me ha ordenado --siseó. Le arrojó la puerta.
Henry se hizo a un lado y el cristal se hizo añicos en el lugar que acababa de
abandonar. Cerró las manos, saltó y golpeó con ambos puños la cabeza del
demonio. La superficie del cuerpo de éste se colapso sobre sí misma como
corcho húmedo, absorbió el impacto y volvió a cobrar forma. Su contragolpe
sorprendió a Henry con la guardia baja y lo envió volando contra la mesita
de café, que se hizo pedazos. Rodó por el suelo, evitando por estrecho
margen un golpe mortal, y de un salto se puso en pie. Ahora sostenía en la
mano un puntal metálico, cuyo extremo roto mostraba una punta brillante y
afilada.
El demonio hirió el brazo de Henry por debajo del codo.
Conteniendo un grito, Henry se tambaleó, estuvo a punto de caer al suelo y
clavó el puntal en la cadera de la criatura.
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Un golpe del ala estuvo entonces a punto de detenerlo, pero el pánico le dio
fuerzas y avanzó dando patadas. Bajo sus talones sintió que el tejido cedía.
Su hombro recibió un golpe dirigido a su garganta. Se dejó caer, trató de
sujetar un pie deforme y tiró con todas sus fuerzas. La parte trasera del
cráneo del demonio resultó ser más resistente que la televisión de Henry,
pero no mucho más.
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La señora Hughes sonrió al escuchar a Owen saltar entre los arbustos. Para
su tranquilidad, el animal se había calmado en el ascensor y desde entonces
se había comportado como una oveja. Como si fuera consciente de sus
pensamientos, reapareció en un claro, se aseguró de que ella se guía allí,
ladró con alegría y volvió a sus juegos entre los arbustos.
Sabía que debía llevarlo con la correa, incluso en el descampado cercano al
barranco, pero cuando salían solos de noche, sin nadie en los alrededores,
siempre le dejaba correr suelto. Esto era bueno para ambos, porque a
ninguno le gustaba caminar al ritmo del otro.
Enterró las manos en los bolsillos y se encogió para protegerse de una
repentina ráfaga de viento helado. Primavera. Estaba segura de que, cuando
ella era niña, la primavera llegaba antes de Pascua y nunca tenían que llevar
guantes un dieciséis de abril. El viento volvió a soplar y la señora Hughes
arrugó la nariz con desagrado. Desde el Este llegaba un hedor insoportable.
Olía como si algo del tamaño de un mapache hubiera muerto y se
encontrase ahora en un avanzado estado de descomposición. Y, lo que era
peor, por la manera en que los arbustos estaban agitándose, era evidente
que Owen también lo había percibido y se disponía a seguir el rastro.
--¡Owen! --avanzó un par de pasos, preparando la cadena--. ¡Owen! --el fétido
olor a carne putrefacta se hizo más intenso y ella suspiró. Primero la histeria
y ahora esto. Tendría que pasarse toda la noche bañando al perro--. Ow...
El demonio arrancó la segunda parte de la palabra de su garganta, recogió el
cuerpo que se desplomaba con la otra garra y se llevó la zona herida al
agujero informe que era su boca. Sorbiendo ruidosamente, comenzó a ingerir
la sangre que necesitaba para curar sus heridas. Pero entonces trastabilló y
estuvo a punto de soltar la comida cuando un enorme peso se arrojó sobre
su espalda y unas garras dibujaron líneas de dolor desde sus hombros hasta
sus caderas. Gruñendo y babeando un fluido rojo, se volvió.
Owen enseñaba los dientes y tenía las orejas gachas, pegadas contra el
cráneo. Su propio gruñido se convirtió en un aullido y se abalanzó sobre la
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Primero sólo había dolor, pero luego llegó la sangre. No había nada más que
sangre. Su mundo era la sangre.
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Ella fue consciente del forcejeo interior que lo azotaba mientras él bebía un
último trago y entonces apartaba su muñeca casi con brusquedad. No
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Greg observaba, con los ojos muy abiertos, por encima del hombro del
fornido agente de policía. Todo lo que alcanzaba a ver de la señora Hughes
era un zapato con la planta manchada de rojo y un poco de una pierna
cubierta con leotardos. El investigador bloqueaba la visión del cuerpo. Pobre
señora Hughes. Pobre Owen.
--No hay duda --el juez se levantó e indicó con un gesto a los camilleros de la
ambulancia para que se hicieran cargo del cuerpo--. Lo mismo que los otros.
Un murmullo atemorizado recorrió la multitud. Lo mismo que los otros. ¡El
vampiro!
En respuesta al sonido, uno de los investigadores de la Policía se volvió y
contempló la ladera de la colina.
--¿Qué demonios está haciendo toda esa gente ahí? Llévenselos detrás de los
coches. ¡Inmediatamente!
Greg se movió con los otros. No prestaba atención a las especulaciones que
se escuchaban a su alrededor. Estaba entregado a sus propios
pensamientos. A pesar de lo avanzado de la hora, reconoció entre la multitud
a varios de los inquilinos de su edificio. Henry Fitzroy no estaba entre ellos.
Tampoco estaban muchos otros a los que conocía, pero la ausencia del señor
Fitzroy se había vuelto de pronto muy importante.
Owen, a quien gustaba todo el mundo, nunca había mostrado simpatía por
el señor Fitzroy.
Incapaz de olvidar la expresión que había aflorado a los ojos del joven ni el
terror que le había provocado, Greg no tuvo dudas de que el señor Fitzroy
era capaz de matar. La cuestión era, ¿lo había hecho?
Abriéndose paso por el borde la multitud, se apresuró de vuelta a la calle
Bloor. Había llegado la hora de obtener algunas respuestas.
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Vampiros. Demonios. Tony se dio un golpecito con la uña del pulgar contra
los dientes y estudió el rostro de Vicki con expresión neutral aunque
cautelosa.
--¿Por qué me cuentas este secreto a mí?
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
Vicki se dejó caer sobre la pared del ascensor y se frotó las sienes. Eso era.
¿Por qué?
--Porque estabas cerca. Porque me debes algunos favores. Porque confío en ti
y sé que no me traicionarás.
La miró asustado y luego, de pronto, complacido. Había pasado mucho
tiempo desde la última vez que alguien confiara en él. Que confiara de
verdad. Sonrió. De repente, parecía varios años más joven.
--Esto va en serio, ¿no, Vicki? ¿No es ninguna coña?
--Ninguna coña --asintió Vicki abatida.
Caminando cuidadosamente entre los cristales. Tony llegó junto al sofá y
miró a Henry desde lo alto. Tenía los ojos muy abiertos.
--La verdad es que no tiene mucha pinta de vampiro.
--¿Qué esperabas? ¿Un esmoquin y un ataúd? --no parecía haber
experimentado cambios desde que ella se marchara y, si no estaba mejor,
por lo menos no había empeorado.
--Oye, relájate Victoria. Esto es una cosa muy rara, ¿sabes?
Ella suspiró y apartó un mechón de cabello dorado-rojizo de la frente de
Henry.
--Lo sé. Lo siento. Estoy preocupada.
--Tranquila --Tony le puso una mano en el hombro mientras rodeaba el sofá-
-. Lo comprendo --exhaló un profundo suspiro y se frotó las manos contra
los vaqueros--. ¿Qué tengo que hacer?
Ella le mostró dónde debía arrodillarse y entonces colocó la punta de la
navaja contra su muñeca.
--Quizá sea mejor que lo haga yo mismo --sugirió al verla vacilar.
--Quizá sí.
El contraste entre el rojo de su sangre y la palidez de la piel era muy intenso,
y Vicki sintió que sus manos temblaban mientras conducía el corte a la boca
de Henry.
¿Qué demonios estoy haciendo? se preguntó mientras éste comenzaba a
succionar y la expresión de Tony se tornaba casi beatífica. Hago de chulo
para un vampiro.
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Sangre de nuevo. Pero esta vez, su necesidad no era tan grande y le costó
mucho menos cobrar consciencia del mundo que lo rodeaba.
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
Los recogió, junto con dos manoplas de baño, una toalla y un albornoz de
felpa que colgaba de la puerta y volvió a toda prisa al salón, apoyándose en
las paredes y los muebles siempre que le era posible.
Primero se ocuparía del profundo corte que Henry tenía en el brazo y luego
descansaría. Posiblemente durante un par de días.
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Con dificultad a causa del temblor de sus manos, Greg logró abrir el casillero
de la sala de recreo y sacó el poste de croquet de su caja.
--Sólo por precaución --se dijo mientras examinaba la punta--. Una
precaución razonable.
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Esto es una locura, se dio cuenta Greg de pronto. Debería estar aquí después
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
La puerta se abrió y con ella su boca. Una mujer con el pelo revuelto, más o
menos cubierta con un albornoz de hombre, lo miraba con aire soñoliento.
Vicki había apagado todas las luces del apartamento excepto la que había
directamente a su espalda, sobre la entrada, confiando en que su brillo
deslumbrara al guardia y le impidiera ver algo más allá de su cuerpo. De pie
entre la puerta y el marco, apoyada contra ambos, dejó que el borde superior
del albornoz se escurriera un poco hacia abajo. No es que pretendiera cegar
al guardia con su belleza, pero si había evaluado al anciano correctamente,
esta era exactamente la clase de situación que podría avergonzarlo.
O puede que no fuera más que una idea estúpida. Pero era lo único que se le
había ocurrido.
--¿Puedo ayudarlo? --preguntó, conteniendo un bostezo no del todo fingido.
--Um, no, yo... ¿es esta la casa del señor Fitzroy?
--Sí --Vicki se colocó las gafas en su lugar. Sin que ella lo pretendiera, el
albornoz se escurrió un poco más--. Pero está durmiendo. Está un poco... --
se detuvo el tiempo suficiente como para que las orejas del guardia
terminasen de enrojecer--... exhausto.
--Oh --Greg se aclaró la garganta mientras se preguntó como podría salir de
aquello conservando un poco de dignidad. Saltaba a la vista que Henry
Fitzroy no había abandonado su apartamento en las últimas horas. Y era
igualmente evidente que no se había dedicado a clavar sus garras en el
cuello de aquella joven... o en ninguna otra parte de su anatomía. A la que,
por cierto, Greg no estaba mirando--. Yo sólo... eh... el caso es que ha habido
un incidente en la zona del barranco y pensé que tal vez el señor Fitzroy
pudiera haber visto algo o escuchado algo, ya que normalmente está
despierto de noche. Quiero decir, ya sé que sus ventanas no dan a ese lugar,
pero...
--No creo que haya podido advertir nada. Estaba... --de nuevo la pausa. De
nuevo el rubor en el rostro del guardia--... ocupado.
--Mire. Siento de veras haberles molestado. Hablaré con el señor Fitzroy en
otra ocasión.
Parecía completamente deprimido.
Sin poder contenerse, Vicki extendió una mano hacia él.
--Ese incidente del que habla. ¿Le ha ocurrido algo a alguien que usted
conozca?
Había simpatía genuina en su voz. Greg respondió:
--La señora Hughes y Owen. Owen era su perro. Viven justo al final del
pasillo --señaló en aquella dirección y Vicki se sobresaltó al descubrir lo que
su mano sostenía.
Él siguió su mirada y se ruborizó aún más. Las brillantes franjas pintadas
en la parte alta del poste de croquet parecían burlarse de él. Se había
olvidado de que lo llevaba consigo.
--Niños --explicó apresuradamente--. Dejan trastos por todas partes. Voy a
devolverlo a su lugar.
--Oh --con gran esfuerzo, ella logró apartar la vista de la estaca. Sería
catastrófico demostrar demasiado interés en ella. Arrebatársela de la mano y
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
arrojarla por el hueco del ascensor, que era lo primero que se le había
ocurrido hacer, sería posiblemente considerado un exceso de interés--.
Siento mucho lo de la mujer y el perro --logró decir.
El hombre volvió a asentir.
--También yo --entonces se enderezó y Vicki pudo casi ver cómo se echaba el
sentido del deber y la responsabilidad sobre los hombros--. Tengo que volver
a mi puesto. Siento mucho haberles molestado. Buenas noches, señorita.
--Buenas noches.
Esperó hasta escuchar el chasquido del cerrojo y entonces se dirigió de
vuelta al ascensor. Mientras las puertas se cerraban detrás de él, dedicó una
mirada al poste de croquet y sacudió la cabeza. La última vez que se había
sentido tan avergonzado había sido a los diecinueve, durante la Primera
Guerra Mundial, cuando por equivocación había entrado en los baños del
Cuerpo Femenino Auxiliar de la Armada Británica.
--Vampiros. ¡Ja! Debo de estar volviéndome senil.
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Vicki se dejó caer sobre la puerta. Le temblaban las rodillas. Había estado
muy cerca. Volvió a encender la luz del salón y se acercó a Henry.
Tenía los ojos abiertos y había levantado un brazo para protegerlos de la luz.
--¿Te sientes mejor? --preguntó.
--Eso depende... ¿Mejor que qué? --dejó caer las piernas del sofá y se sentó
derecho. No se había sentido tan mal desde hacía muchísimo tiempo.
Vicki se sentó junto a él y, al ver que estaba a punto de caerse, le ayudó a
ponerse derecho.
--Aparentemente el señor Stoker no estaba exagerando cuando describió los
poderes de recuperación de los vampiros.
Henry trató de esbozar una sonrisa.
--El señor Stoker era un escritorcillo --giró los hombros y extendió ambas
piernas. Todo parecía funcionar correctamente, aunque no con facilidad ni
sin dolor--. ¿Quién era el chico?
--Su nombre es Tony. Ha vivido en la calle desde que era un niño. Es de los
que aceptan a la gente por lo que es.
--¿Incluso a los vampiros?
Ella estudió su rostro. No parecía enfadado.
--Incluso a los vampiros. Y sabe lo que es estar solo.
--¿Confías en él?
--Absolutamente. O hubiera pensado en otra cosa. Otra persona --aunque no
tenía la menor idea de en qué o en quién. Ni siquiera había pensado en
Celluci. Ni una sola vez. Lo que es buena muestra de que, al menos
inconscientemente, soy más lista de lo que parezco. Celluci no habría
reaccionado de manera positiva. Supongo que podría haber robado algo en la
Cruz Roja--. Necesitabas más y no querías...
--No podía --la interrumpió con voz tranquila--. Si hubiera tomado más, lo
habría tomado todo --bajo la contusión púrpura y verde que mostraba su
frente, sus ojos estaban sombríos--. Podía sentir tu vida y podía sentir el
creciente deseo de tomarla.
Ella sonrió sin poder evitarlo.
--¿Qué? --Henry no veía razones para sonreír. Esta noche, la muerte los
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H
enry se puso trabajosamente en pie. Le costaba mantener el
equilibrio. Se balanceó.
--Debo...
Vicki corrió a su lado, lo sostuvo y le ayudó a volver al sofá.
--¿Qué debes hacer? Ahora mismo no puedes ni tenerte en pie.
--Debo recuperar el grimorio antes de que el Señor Demoníaco sea convocado
--apartó las manos de ella y volvió a levantarse, más firme esta vez--. Si
comienzo ahora mismo, podría ser capaz de seguir el rastro del demonio. Si
quiere llevarse el grimorio consigo, tiene que mantener por fuerza su forma
física.
--¿Cómo vas a seguir su rastro?
--Por el olor.
Vicki miró al balcón y luego a Henry.
--Olvídalo. Tiene alas, ¿recuerdas? Irá volando. No importa lo que seas. No
podrás seguir el rastro de algo si no puedes oler el lugar por el que ha ido.
--Pero...
--Pero nada. Si no fueras lo que eres, estarías muerto. Puedes creerme. No
he vivido tantos siglos como tú, pero he visto los suficientes cadáveres como
para estar segura.
Tenía razón. Henry caminó hasta la ventana y apoyó la cabeza contra el
cristal. Frío y suave, ayudó a calmar el dolor de su cabeza. Todo su cuerpo
funcionaba, pero todo él le dolía. No podía recordar la última vez que se
sintiera tan débil o que su cuerpo estuviera tan castigado. Ahora que el
ímpetu inicial que proporcionaba el acto de alimentarse había pasado, la
necesidad de descanso para curar sus heridas resultaba doblemente
evidente.
--Me has salvado la vida --admitió.
--Entonces no la desperdicies --Vicki sintió un tenue eco de calor emanando
del corte de su muñeca. Lo ignoró. Puede que más adelante tuvieran la
oportunidad de continuar donde lo habían dejado, pero ciertamente, éste no
era el momento. Aparte de que cualquier cosa más enérgica que unos pocos
besos probablemente nos mataría a ambos. Recogió sus ropas, se dirigió a la
cocina y cerró la puerta.
--Ya has hecho todo lo que has podido. Ahora deja que otro se encargue.
--O sea, tú.
--¿Acaso ves a alguien más por aquí?
Henry logró esbozar media sonrisa.
--No --ella también estaba en lo cierto en eso. Había tenido su oportunidad y
había fallado.
--Estupendo --se cerró la cremallera de los pantalones y se quitó el albornoz-
-. Puedes reunirte conmigo después de la caída del sol si para entonces te
ves capacitado para moverte.
--Dame un día de descanso y estaré completamente recuperado. De acuerdo,
tal vez no completamente --se enmendó al oír el bufido incrédulo de Vicki--.
Pero lo suficientemente bien como para ser de utilidad.
--Eso bastará. Te dejaré un mensaje en el contestador automático tan pronto
sepa dónde es más posible que vaya a estar.
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--¿Te das cuenta de que hay muchas posibilidades de que fracasemos? ¿De
qué es muy posible que no encuentres nada o que tal vez no haya nada que
podamos hacer para detener al Señor Demoníaco?
Ella le sonrió y entonces Henry descubrió con asombro que no era él el único
depredador presente en la habitación.
--No --contestó--. No me doy cuenta de tal cosa. Descansa.
Y entonces se marchó.
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Las siete menos cinco. Diecisiete horas. Vicki metió la lista en su bolso,
recogió su chaqueta y se dirigió a la puerta. Tardaría una hora en llegar a
York, así que sólo contaría con dieciséis horas para su búsqueda.
Ya estaba en la puerta, tratando de encontrar la llave, cuando sonó el
teléfono. Intrigada por saber quién podía llamarla tan temprano, esperó
mientas sonaba el mensaje de su contestador y luego el tono.
--¿Señorita Nelson? Hola. Soy Coreen. Mire, si ha estado tratando de
localizarme, lo siento. Es que no estaba por aquí. Me había ido un tiempo
con unos amigos.
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
Vicki echó el cerrojo. Hablaría con Coreen más tarde. De un modo o de otro,
a medianoche el caso estaría cerrado.
--Es que me encontraba un poco deprimida porque la chica que asesinaron,
Janet, era una buena amiga mía. No es que pueda hacer nada, pero pienso
que si no hubiera sido tan idiota con lo de Norman Birdwell, ella me hubiera
esperado para que la acercara a casa.
--¡Mierda! --la cerradura resultaba tan difícil de volver a abrir como lo había
sido de cerrar. Norman Birdwell era uno de los nombres de la lista.
--Supongo que si consigue encontrar al vampiro que mató a Ian, también
habrá dado con el que mató a Janet, ¿no cree? Ahora más que nunca, quiero
que dé con él.
Se detuvo y su suspiro fue casi enmascarado por el traqueteo de la
cerradura al abrirse.
--Bueno... eh... estaré todo el día en casa por si quiere llamar...
--¿Coreen? No cuelgues. Soy yo, Vicki Nelson.
--Vaya. Hola --parecía un poco avergonzada por haber sido sorprendida
hablándole al contestador--. ¿La he despertado? Mire, siento haberla llamado
tan temprano, pero es que tengo un examen hoy y quería pasar por la
biblioteca para estudiar un poco.
--No hay problema, te lo aseguro. Necesito hablarte sobre Norman Birdwell.
--¿Por qué? No es más que un cretino.
--Es muy importante.
Vicki casi oyó su encogimiento de hombros.
--De acuerdo. ¿Qué quiere saber?
--¿Lo conoces bien?
--Pooor favoor... ¿no le he dicho que es un cretino? Está en mi clase de
Religiones Comparadas. Eso es todo.
--Has dicho antes que fuiste idiota con lo de Norman Birdwell...
--¿Qué?
--Acabas de decir que si no hubieses sido tan idiota con lo de Norman
Birdwell, es posible que Janet te hubiese esperado para que la llevaras a
casa.
--Sí, bueno... nunca hubiera ido con él si no me hubiera tomado las
cervezas, pero dijo que podía demostrar que los vampiros existen y que sabía
quién había matado a Ian. Bueno, es posible que no fuera eso exactamente
lo que dijo... pero en todo caso fue algo muy parecido. Sea como sea, el caso
es que fui con él a su apartamento, pero todo lo que él quería e ra... ya sabe,
darse el lote. No tenía nada que ver con los vampiros.
--¿Te llegaste a fijar si en su apartamento había algún ordenador? Uno
grande y bastante complicado.
--Bueno, tenía uno. No sé lo complicado que era. Estaba muy ocupada
tratando de evitar que me achuchase mientras contaba todas aquellas
patrañas sobre convocar demonios.
El mundo se detuvo un instante.
--¿Señorita Nelson? ¿Está usted ahí?
--Créeme, no me voy a ninguna parte --Vicki se sentó en su escritorio y lo
revolvió todo en busca de un algo con lo que escribir--. Esto es muy
importante, Coreen. ¿Dónde vive Norman?
--Eh... en algún lugar al oeste del campus.
--¿Puedes darme su dirección exacta?
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
--No.
--¿NO? --Vicki respiró profundamente y trató de recordar que gritar no
serviría de nada. Colocando el auricular bajo su barbilla cogió el listín
telefónico que había junto al escritorio. Bird... Birddal... Birden...
--Pero si es tan importante, quizá podría llevarla hasta allí. Bueno, aquella
noche conduje hasta el lugar, así que probablemente podría volver a
encontrarlo. Probablemente.
--Probablemente es suficiente para mí --no figuraba ningún Birdwell en el
listín telefónico. Tenía sentido. Era muy posible que se hubiese mudado al
apartamento aquel mismo otoño, al comienzo del curso y la compañía
telefónica no registraba los nuevos números hasta finales de mayo,
aproximadamente--. Estaré allí enseguida. ¿Dónde podemos encontrarnos?
--Bueno, no puedo quedar hasta las cinco. Como le he dicho, hoy tengo un
examen.
--¡Coreen, esto es importante!
--También lo es mi examen --su tono no revelaba la menor disposición para
el compromiso.
--¿Y antes del examen...?
--Tengo mucho que estudiar.
Muy bien. 5:00, un poco más de dos horas antes de la puesta del sol y siete
horas antes de la medianoche. Contaba con una identificación positiva, así
que siete horas debía de ser tiempo de sobra. Y, además, gritar no serviría de
nada.
--A las cinco, entonces. ¿Dónde?
--¿Sabe donde se encuentra el Auditorio Burton?
--Puedo averiguarlo.
--Nos encontraremos en la entrada norte.
--Perfecto. A las cinco en punto en la entrada norte del Auditorio Burton. Allí
te veré.
Vicki colgó el teléfono y se quedó un momento sentada frente a él, mirándolo
fijamente. De todas las posibles situaciones que podrían haberse producido,
incluyendo la última y desesperada lucha con el Señor Demoníaco, ésta, la
de que aparecería alguien para entregarle la solución en las manos, no se le
había pasado por la imaginación. No debería sorprenderla; a menudo, una
vez que se sacaban a la luz las preguntas apropiadas, las respuestas no
tardaban en seguirlas.
Mientras dibujaba garabatos sobre la cubierta del listín telefónico, llamó al
directorio de asistencia de la compañía. Por si acaso.
--Hola. Estoy buscando un número reciente. Norman Birdwell. No tengo su
dirección, pero sé que se encuentra en algún lugar al oeste de la universidad
de York.
--Un momento, por favor. Sí. Aquí tenemos un número perteneciente a un tal
N. Birdwell...
Vicki apuntó el número sobre la cubierta, a lo largo de la interpretación de
un artista de un aparato de teléfono.
--¿Sería tan amable de proporcionarme también su dirección?
--Lo siento, pero no se nos permite facilitar esa información.
--Más lo sentirá cuando llegue el fin del mundo --murmuró Vicki mientras
cortaba la comunicación con el pulgar. El que le hubieran dado la respuesta
que era de esperar no lo hacía menos frustrante.
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
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Como contaba con tiempo y muy pocas cosas que hacer con él, decidió
dirigirse a la universidad de York en transporte público. La experiencia de
una juventud pasada tratando de ahorrar hasta el último penique la
mantenía alejada de los taxis siempre que le era posible, y a pesar de que se
quejaba e injuriaba a la CTT tanto y tan a menudo como cualquier otro
habitante de Toronto, tenía que admitir que si no tenías demasiada prisa o
no te importaba perder el tiempo en un habitáculo lleno hasta los topes con
sólo Dios sabía quién, te acababan llevando a donde querías ir y más o
menos cuando necesitabas llegar.
Durante el largo trayecto hasta la universidad, reunió todo lo que sabía en
un largo y meticuloso informe. Para cuando hubo llegado al último
trasbordo, ya había dado con la pregunta final. Cuando tuvieran a Norman
Birdwell, ¿qué hacían con él?
Primero le arrebatamos el grimorio, con lo que la amenaza inmediata queda
conjurada. Su mirada se perdió más allá de la ventana en dirección a las
moles grisáceas de los edificios industriales de una sola planta. ¿Y entonces
qué? Lo máximo por lo que se le podría encausar sería por posesión de objetos
robados y por guardar un arma prohibida. Una palmada en la muñeca y unas
pocas horas de trabajo comunitario y a la calle para que pueda volver a
convocar demonios otra vez... eso si no le liberan directamente por algún
tecnicismo. Después de todo, era el responsable de que siete personas
hubieran sido asesinadas, antes incluso de haber puesto sus manos sobre el
grimorio. Tenía que haber alguna salida. Porque la única solución que se lo
ocurría, la más e vidente, la más permanente, no podía siquiera considerarse.
Puede que si le dice al tribunal cómo consiguió el ordenador, la chaqueta y
todo lo demás, le declaren loco.
Encuéntralo.
Consigue el grimorio.
Deja que la Policía se encargue del resto. Sonrió a su translúcido reflejo.
Dejar que la Policía se encargara de ello... desde donde se sentaba, sonaba
agradable.
Coreen esperaba en el exterior del Auditorio Burton, junto a la puerta
principal. En medio de aquella tarde de primavera cubierta y un poco
lluviosa, su pelo rojo parecía un faro iluminado.
--He acabado el examen antes de lo que pensaba --dijo mientras Vicki se
aproximaba--. Menos mal que usted también se ha adelantado. Me hubiera
aburrido de tener que esperar demasiado. Mi coche está aparcado en la
parte de atrás --mientras se dirigía hacia él acompañada por Vicki, se apartó
un mechón de cabello de la cara. Sus brillantes ajorcas de plástico
tintinearon--. Nunca sé si es bueno o es malo acabar los exámenes muy
pronto. Puede significar que lo has bordado o que has metido la pata y te vas
creyendo que lo has bordado.
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--Coreen, yo...
--Quietas las dos.
El hombre que acababa de aparecer desde detrás de la palmera no tenía el
menor atractivo. Alto y desgarbado, se movía como si algunas partes de su
cuerpo le hubiesen sido prestadas por cualquier otro. Por encima del bolsillo
de su camisa asomaban innumerables bolígrafos y sus pantalones de
poliéster estaban cortados casi cinco centímetros por encima de sus tobillos.
Coreen entornó la mirada y se dirigió directamente hacia él.
--Norman, no seas i...
--Coreen --la mano de Vicki sobre su hombro la detuvo en seco--. Quizá sería
mejor que hiciéramos lo que el señor Birdwell sugiere.
Sonriendo de oreja a oreja, Norman levantó el AK-47 robado.
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Las cejas de Celluci dibujaron una aguda "V" al encontrarse con la gran
cantidad de mensajes telefónicos que lo esperaban. Los desparramó sobre su
mesa y comenzó a comprobar sus remitentes. Dos periodistas, una tía, Vicki,
los de la tintorería, uno de los periodistas de nuevo... y de nuevo. Sin decir
una palabra, gruñendo, los estrujó y se los guardó en el bolsillo. No tenía
tiempo para esa clase de basura.
Había pasado todo el día peinando el área donde se habían encontrado los
cadáveres de la última mujer asesinada y de su perro. Había interrogado a
los dos chicos que encontraran los cuerpos y a la mayoría de la gente que
vivía en un radio de cuatro manzanas. Habían encontrado, diseminadas por
todo el lugar, gran cantidad de huellas que sugerían que el hombre al que
estaban buscando iba descalzo, tenía sólo tres dedos en cada pie y unas
uñas larguísimas. Nadie había visto nada, aunque un borracho que dormía
un poco más allá del barranco aseguraba haber oído un ruido extraño, algo
así como el batir de la orza de un velero, mientras el viento arrastraba hasta
él un olor a huevos podridos. El laboratorio de la Policía acababa de
informarle de que entre los dientes del mastín se habían encontrado unas
partículas idénticas al pedazo de lo que fuera que DeVerne Jones sujetaba
cuando había muerto. Y no se había acercado un ápice a la resolución del
caso.
O al menos no se había acercado a una respuesta que estuviera dispuesto a
considerar.
Más cosas en el Cielo y en la Tierra...
Abandonó dando un portazo la sala de la brigada y entró con pasos ruidosos
en el pasillo. El nuevo edificio del cuartel general de la Policía parecía haber
sido concebido para amortiguar el ruido pero a pesar de ello había hecho
todo cuanto podía.
A este lugar le faltan algunas puertas con las que dar portazos. ¡Y el jodido
Shakespeare podría haberse metido en sus malditos asuntos!
Mientras pasaba junto a la mesa del cadete de guardia, éste se inclinó hacia
él.
--Eh, detective. Una tal Vicki Nelson llamó antes preguntando por usted. Se
mostró muy insistente en que usted debería investigar...
La mano levantada de Celluci le obligó a detenerse.
--¿Pusiste todo eso por escrito?
--Sí, señor. Le dejé una nota sobre su mesa.
--Entonces has hecho tu trabajo.
--Sí, señor, pero...
--No me digas cómo hacer el mío.
El cadete tragó saliva nerviosamente, haciendo que su nuez se balancease
sobre el rígido cuello de su uniforme.
--No, señor.
Con una mueca de desagrado, Celluci siguió su camino. Necesitaba estar
sólo para pensar un poco. En este momento, la última cosa que necesitaba
era Vicki.
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H
enry salió de la ducha y frunció el ceño al encontrarse frente a su
reflejo en el espejo de cuerpo entero. Los cortes menores y las
abrasiones que había sufrido la noche anterior ya se habían curado.
El corte más grave lo estaba haciendo y no le causaría problemas. Desenrolló
la tira de esparadrapo de alrededor del vendaje de su brazo y con mucho
cuidado tiró de la gasa. Dolía. Sospechaba que seguiría haciéndolo durante
algún tiempo, pero por el momento podía utilizar el brazo si era cuidadoso.
Habían pasado tantos años desde la última vez que sufriera una herida
grave que su mayor problema sería acordarse de ello para no hacerse más
daño.
Se volvió ligeramente de lado y sacudió la cabeza. Grandes manchas
verdosas debidas a las contusiones que ya comenzaban a desvanecerse
cubrían todavía la mayor parte de su cuerpo.
--De hecho, me resulta familiar...
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--Perdone --no había pretendido susurrar, pero sus exiguas fuerzas no daban
para más.
Norman se volvió.
--¿Sí?
--Me preguntaba... --Traga saliva. Combate el dolor. Continua -- ... si podría...
mis gafas --respira, dos, tres, mientras Norman espera pacientemente. No se
va a marchar a ninguna parte, después de todo--. Sin ellas no puedo ver lo
que está haciendo.
--Oh --aunque no podía verlo, casi podía sentir cómo se arrugaban sus cejas-
-. No sería justo que te perdieras esto.
Abandonó al trote su línea de visión para buscarlas. Así que no sería justo,
¿eh? Bien, supongo que debo alegrarme de que no haya decidido vender
entradas para la función.
--Ten --acuclillado sobre ella, colocó muy cuidadosamente las patillas de
plástico sobre sus orejas y subió las gafas hasta lo alto de su nariz con un
delicado empujón--. ¿Mejor?
Vicki parpadeó mientras sus ojos comenzaban a enfocar el intricado diseño
que dibujaban las puntadas de sus botas de vaquero.
--Mucho mejor. Gracias --tan de cerca y considerando sólo sus rasgos y no la
expresión, no podía considerársele tan poco atractivo. Quizá un poco delgado
y desgarbado, pero eso era algo que se solucionaría con el tiempo. Un tiempo
con el que tristemente, y gracias a Norman Birdwell, ninguno de ellos
contaba.
--Bien --le dio unas palmadas en las mejillas y el toque, sutil como había
sido, provocó ondas de dolor por toda su cabeza--. Te diré lo mismo que le he
dicho a ella. Si gritas o haces cualquier sonido fuerte, os mato a las dos --se
incorporó y continuó--. Ahora voy a lavarme los dientes. Siempre me los
cepillo después de comer --extrajo de su bolsillo lo que parecía ser un grueso
bolígrafo y desenroscó el capuchón. Era un cepillo de dientes portátil, con un
depósito de pasta de dientes en el mango--. Deberíais tener uno de estos --les
dijo, haciendo una demostración de su funcionamiento. Su tono era
santurronamente presumido--. Yo nunca he tenido una caries.
Por suerte no esperó a que respondieran.
Alguna providencia afortunada había situado a Coreen justo al otro lado de
la pequeña habitación, por lo que Vicki no necesitaba mover la cabeza para
verla. Estudió a la joven durante unos segundos y advirtió la contusión
rojiza que coloreaba una de sus pálidas mejillas. Incluso con las gafas
experimentaba dificultades para enfocar la vista.
--¿Estás bien? --preguntó en voz baja.
--¿Tú qué crees? --Coreen no se molestó en bajar la voz--. Estoy atada a una
de las sillas de la cocina de Norman Birdwell... ¡con calcetines!
Vicki bajó la mirada. En efecto, al menos media docena de calcetines ataban
cada pierna de Coreen a las patas cromadas de la silla de cocina. Calcetines
de nailon gris, negros y marrones, estirados hasta el límite, imposibles de
romper. Intrigada a pesar de todo, dio un tirón experimental a sus propias
ataduras; no respondían como si fueran calcetines. Puesto que parecía más
seguro que mover la cabeza, deslizó sus brazos a lo largo del suelo hasta que
pudo verlos. Corbatas. Al menos cuatro, puede que cinco. Las sombras
arremolinadas del tejido de cachemira y el choque de los discordantes
colores impedían asegurarlo. Puede que tuviera más que ver con su propia
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mientras trataba de reservar sus fuerzas para otro intento de liberarse. Voy
a tener que pensar en algo más.
El debatirse una vez tras otra no había conseguido más que empeorar su
condición física. Su reloj había quedado al descubierto. Lo consultó.
Las diez y siete minutos. Probablemente Henry esté echando pestes en este
preciso instante. ¡Oh, Dios mío, Henry! Su involuntaria sacudida provocó un
nuevo destello de dolor. Olvidé advertirle sobre el guardia de seguridad...
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_____ 15 _____
N
o era tan estúpida como para subir a los coches de los extraños. Se
había criado entre historias de terror sobre secuestros y violaciones
y jovencitas cuyos cadáveres eran encontrados semanas más tarde
en avanzado estado de descomposición en canales de irrigación. Pero a pesar
de ello, todas las advertencias de su madre se habían desvanecido de sus
pensamientos en el instante mismo en que se había encontrado con los ojos
del extraño y había acudido a su llamada.
--Las oficinas de administración, ¿dónde están?
Sabía dónde se encontraban las oficinas de administración, o al menos creía
saber dónde se encontraban... claro que ya no estaba segura de lo que
pensaba. Se humedeció los labios y respondió:
--El edificio Ross --había visto una oficina en Ross: puede que más de una.
--¿Que está dónde?
Ella se volvió y señaló. Un instante más tarde, se encontró preguntándose
qué hacía a aquellas horas en medio del bulevar de St. Lawrence, mirando
fijamente los faros de un coche que se alejaba en dirección al campus y
embargada por una vaga sensación de decepción.
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Henry consultó el directorio del edificio y frunció el ceño. Sólo una de las
oficinas que figuraba en la lista podía contener lo que necesitaba: la Oficina
de Programas Estudiantiles, S302. Sintió la presencia de algunos mortales
desperdigados por el edificio. Tendría que ocuparse de ellos sobre la marcha.
10:52. El tiempo se agotaba.
La tenue luz era una bendición. Cualquiera que hubiera estado vigilando no
habría visto más que una sombra un poco más densa parpadeando a través
del oscuro vestíbulo.
El primer tramo de escaleras que encontró conducía sólo al segundo piso.
Encontró un segundo, subió hasta el tercer piso y comenzó a seguir los
números que mostraban las placas de las puertas. 322, 313, 316... ¿340? Se
volvió y miró a la salida de incendios que acababa de dejar atrás. Tenía que
haber un patrón. Nadie, ni siquiera en el siglo veinte, numeraría las
dependencias de un edificio completamente al azar.
--No tengo tiempo para esto --gruñó.
340, 342, 344, 375a... al llegar a un corredor en cruz, los números se
dividían en dos direcciones. Se detuvo. Había voces en alguna parte y decían
cosas que no podía ignorar.
--Bueno, ¿y qué esperabais? Habéis pronunciado el nombre de un Señor
Demoníaco en el templo de su consorte.
¿Templo? ¿Consorte? ¿Había más gente implicada? ¿También se había
equivocado al suponer que era una sola persona la que estaba convocando al
demonio? No tenía tiempo de asegurarse. No podía permitirse el lujo de
hacerlo.
Siguió por el corredor y dobló un recodo. Al fondo del pasillo, se veía luz
detrás de una puerta. Parecía haber varias personas hablando a la vez.
--No estarás sugiriendo que el Demonio tiene un alias...
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detenido. Eso había conseguido con las pocas fuerzas con que contaba, y
tendría que contentarse con la victoria ganada.
Las cejas de Norman dibujaron una profunda "v". Miró disgustado a la mujer
tendida sobre el suelo. Estaba contento de que ella fuese a morir. Había
hecho que dejase de reír. Todavía ceñudo, encendió las velas y apagó la luz
de la habitación. Ni siquiera el respingo que dio Coreen ante el inesperado
crepúsculo fue suficiente para mejorar su humor. Su expresión no se
dulcificó hasta que las briquetas estuvieron encendidas y el aire de la
habitación, inundado por el humo de un puñado de incienso, comenzó a
tornarse de un azul espeso.
Sólo quedaba una cosa por hacer.
Cuando Vicki volvió a abrir los ojos, sintió más pánico que en cualquier
momento a lo largo de aquella noche.
¿Cuándo se ha vuelto todo tan oscuro?
No podía ver más que cinco puntos de luz parpadeantes. El resto de la
habitación, Norman, Coreen, todo, había desaparecido. Y el aire... olía de
una manera extraña, densa. Costaba respirar.
Santo Dios, ¿estoy muriéndome?
Trató de moverse, de luchar, de vivir. Sus brazos y sus piernas seguían
atados. Eso le dio fuerzas. Todavía estaba viva. Su corazón y su respiración
se calmaron. Si seguía atada es que no estaba muerta. Todavía no.
Las luces eran velas, no podían ser otra cosa y el aire estaba saturado de
incienso. Debía de haber empezado.
No vio a Norman acercarse, ni siquiera fue consciente de su presencia hasta
que, cuidadosamente, volvió a colocarle las gafas en su lugar. Sus manos
estaban calientes. La agarró por los brazos y tiró de las cuerdas hasta
exponer su muñeca izquierda. Ella creyó ver la tenue línea que señalaba el
lugar en el que Henry se había alimentado la noche anterior y supo que su
imaginación la estaba engañando. A esta hora, con esta luz, ni siquiera
podría haber visto la herida si le hubiesen arrancado la mano de cuajo.
Sintió el frío contacto de una hoja contra su piel y el corte que le abría una
vena. Y luego otra. No eran cortes horizontales, seguros, como el que ella y
Tony se habían hecho la noche anterior, sino cortes verticales que dejaban
su muñeca sumida en la oscuridad y que hacían que un charco caliente
comenzase a formarse en la palma de su mano.
--Tienes que permanecer con vida durante toda la invocación --le dijo
Norman. Separó sus brazos del cuerpo y los colocó junto a algunos de los
símbolos que rodeaban el pentagrama--. Así que sólo te voy a hacer esto en
una muñeca. No te mueras demasiado deprisa --ella escuchó el sonido
metálico del cuchillo al caer sobre el suelo y los pasos de Norman alejándose.
Ya lo creo que no... la rabia la fatigaba, así que dejo que se esfumara. Ahora
sólo lo esencial. No te vas a morir. Especialmente cuando morirse significaba
desangrarse sobre un suelo mugriento y desencadenar sobre la ciudad, por
no mencionar al mundo, un Armagedón. Estaba tendida sobre el costado
izquierdo. Su corazón no podía encontrarse a más de diez centímetros del
suelo. Recurriendo a todas sus escasas fuerzas, consiguió colocar el brazo
derecho bajo el izquierdo y elevó la muñeca herida todo lo posible. Quizá no
más de diez centímetros, pero ayudaría a retardar el fluir de la sangre.
La presión debe de ser muy baja... podría aguantar... durante horas.
Puede que sólo fuese una cuestión de tiempo, pero mientras le quedase un
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--Así que tú eres la vida que abre mi camino al poder --sonrió y Vicki dio
gracias por no ser capaz de ver más que una borrosa sombra de su
expresión--. Pero no estás cooperando demasiado, ¿verdad?
Sólo la laxitud de sus músculos le dio el tiempo suficiente para combatir el
impulso de bajar la muñeca sangrante hacia el suelo. Repentinamente,
reconoció algo en la criatura y eso le dio fuerzas.
--Yo... te conozco --no su cara, no la criatura específicamente, pero la
esencia, oh, la esencia la conocía bien.
--Y yo te conozco a ti, Victoria --algo se retorció en el interior de los ojos del
Señor Demoníaco--. Y esta vez he ganado. Se ha acabado, Victoria.
Vicki odiaba realmente aquel nombre.
--No hasta que... cante la gorda.
--¿Un chiste? ¿En tu posición? Creo que harías mejoren utilizar tu fuerza
para suplicar clemencia --se alzó y se limpió las manos contra los muslos--.
Es una pena que no pueda permitírsete vivir. Me hubiera proporcionado
inmenso placer comprobar tus reacciones a mis planes.
En aquel momento, todo lo que Vicki deseaba era reunir saliva suficiente
para poder escupir.
Se volvió a Norman, quien todavía se ocultaba acobardado detrás del
hibachi.
--¡Levántate!
Recogiendo el grimorio y sosteniéndolo frente a sí como si fuera un talismán,
Norman se puso en pie.
--¡Libérame!
El labio inferior de Norman cayó y en su semblante se pintó una expresión
testaruda.
--No. Yo te he convocado. Soy tu amo y señor.
La risa del Señor Demoníaco hizo añicos las ventanas del apartamento.
Como si sus miembros estuviesen sujetos por hilos y el Maestro Demoníaco
fuese el titiritero, Norman comenzó a avanzar tambaleante hacia el
pentagrama.
--No --gimió--. Soy tu amo y señor.
Está luchando, advirtió Vicki. Había esperado que su voluntad se consumiría
inmediatamente como una cerilla. La presunción y el egoísmo resultaban
mejor defensa de lo que pensaba.
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picaban los ojos, pero no tenía fuerzas para parpadear. Ojalá no estuviera
acabando de aquella manera. Pero había hecho todo lo que estaba en su
mano. Ahora sólo deseaba tiempo para descansar.
Entonces el Señor Demoníaco alzó el rostro y la miró directamente a los ojos,
con expresión de impaciencia, pero abiertamente triunfante.
Cuando ella hubiera muerto, él habría ganado.
Maldita sea si le dejo gana r. Se aferró con todas sus fuerzas a la vida que le
quedaba y la sacudió. No voy a morir. ¡No voy a morir!
--No... voy... a morir.
--Así se habla --Celluci no se molestó en sonreír. Ninguno de ellos lo hubiera
creído--. Escucha.
A través de las destrozadas ventanas, llegaba hasta ellos desde la calle el
sonido de las sirenas.
--¿La caballería? --preguntó Vicki.
Él asintió.
--Llamé a los refuerzos en cuanto llegué al edificio. Parecía que el lugar
estaba bajo asedio. Viene una ambulancia con ellos. No importa cuánta
sangre hayas perdido. Te la repondrán y...
--Creo que también he sufrido una conmoción cerebral...
--Tu cabeza es demasiado dura. Lo soportará --se volvió hacia el Señor
Demoníaco arrojándole su convicción sobre los hombros mientras lo hacía--.
No te vas a morir.
La criatura sonrió de forma desagradable.
--Todos los mortales mueren con el tiempo. Naturalmente, haré todo lo
posible para que ocurra más temprano que tarde.
--Sobre mi cadáver --dijo Celluci.
--No es necesario --Henry sacudió la cabeza--. No puede matarla o ya lo
habría hecho en el instante mismo en que abandonó el pentagrama. Su
muerte es la culminación del ritual y él no puede interferir en el ritual. Todo
lo que puede hacer es esperar.
--Si te quedas --dijo acercándose al Señor Demoníaco--, no dejaremos de
combatirte. No podemos destruirte, pero sin tu poder lo pasarás muy mal.
El Señor Demoníaco lo observaba mientras se movía, entornando los ojos.
No, advirtió Vicki, no lo mira a él. Mira al grimorio.
--Así que, ¿qué es lo que sugieres? --se burló--. ¿Qué me rinda? Tiempo es
todo lo que necesito. Y lo tengo en abundancia.
Vicki apretó el brazo de Celluci, tratando de apartarlo de delante de sí.
--Un trato... quieres... el grimorio --si su lengua no estuviera tan jodidamente
espesa--. Vete... rompe la invocación... es tuyo.
--En su momento, tendré el grimorio. No tenéis la menor idea de cómo
utilizar el conocimiento que contiene --no se molestaba en esconder su deseo
mientras miraba fijamente el volumen de saber demoníaco--. Vuestro trato
no me ofrece nada.
--El poder dado libremente tiene más fuerza que el que se toma por la fuerza
--Coreen enrojeció cuando los dos hombres y el Señor Demoníaco se
volvieron hacia ella--. Bueno, es así. Todo el mundo lo sabe.
--Y el poder otorgado voluntariamente no es algo muy común en el mundo
del que tú vienes --añadió Henry, asintiendo con lentitud--. Podría ser el
fundamento de un golpe maestro.
--El nombre... escrito... en la ciudad --la raza de los demonios había
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--Vicki, esa chica es una cabeza loca. No tengo idea de cómo consiguió él que
se mantuviera callada. Bueno, ya sabes... --no podía decirlo. Eso lo haría
demasiado real--... pero me aterrorizaba la idea de que fuese con el cuento a
la prensa. Y ahora --se puso en pie y se dirigió hacia la puerta-- creo que
será mejor que me marche a ver si puedo dormir un poco.
El sueño tardaba en llegar. Jugueteó con las píldoras que pretendían que se
tomara, escuchando el creciente silencio del hospital.
Era cerca de la una de la mañana cuando la puerta volvió a abrirse.
--Estás despierta --dijo con suavidad.
Ella asintió en silencio, consciente de que él podía verla a pesar de que ella
no pudiera.
--¿Me estabas esperando?
Ella trató de responder con un tono desenfadado.
--Bueno. El caso es que pensé que probablemente no te presentarías en las
horas regulares de visita --sintió que la cama se arrugaba al tomar él asiento
en un borde.
--No estaba muy seguro de si querrías verme.
--¿Por qué no iba a querer?
--Bueno. Supongo que no guardas recuerdos demasiado agradables de los
momentos que hemos compartido.
--No demasiados, no --de hecho, algunos de los recuerdos eran realmente
agradables, pero ahora no estaba muy segura de querer recordárselo. Con
cuatrocientos cincuenta años de experiencia, sin duda habría jugado
muchísimas manos.
Protegido por la oscuridad, Henry frunció el ceño. Sus palabras habían dicho
una cosa, pero su olor...
--Debe de haberte costado entrar aquí.
--Los hospitales no tienen demasiadas sombras --admitió él--. Esperaba
poder verte después de que salieras...
--Claro --¿entendía él lo que le estaba ofreciendo? ¿Y ella?--. Podemos ir a
cenar.
Ella no pudo verlo sonreír, pero escuchó su risa y sintió la fría presión de
sus dedos contra su mano.
--¿Crees en el destino? --preguntó él.
--Creo en la verdad. Creo en la justicia. Creo en mis amigos. Creo en mí
misma --no lo había hecho durante algún tiempo, pero ahora volvía a
hacerlo--. Y creo en los vampiros.
Los labios de Henry acariciaron la piel de su muñeca y el cálido contacto de
su aliento erizó cada pelo de su cuerpo.
--Eso bastará.
FIN
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Saga de La Sangre EL PRECIO DE LA SANGRE Tanya Huff
Índice
Capitulo 01………………………………………002
Capitulo 02………………………………………014
Capitulo 03………………………………………025
Capitulo 04………………………………………040
Capitulo 05………………………………………052
Capitulo 06………………………………………065
Capitulo 07………………………………………078
Capitulo 08………………………………………096
Capitulo 09………………………………………108
Capitulo 10………………………………………123
Capitulo 11………………………………………132
Capitulo 12………………………………………152
Capitulo 13………………………………………168
Capitulo 14………………………………………181
Capitulo 15………………………………………193
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