Al Mar, Por El Corazón
Al Mar, Por El Corazón
Al Mar, Por El Corazón
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Y este camino, el de la comedia política, es el que transita, con un tacto infinito, el elenco boliviano
Teatro de los Andes, con su obra titulada Mar. No solo desata risas cuando ironiza sobre el patriotismo
exacerbado y sus neurosis sucedáneas, sino también y sobre todo, conmueve cuando comunica el
sentimiento boliviano de haber perdido el mar y para esto acude a la raíz misma, a la médula del dolor,
equiparándolo al mandato de una madre amada y odiada que pide a los hijos llevarla a su descanso
eterno entre las olas, a esta resolución final que solo es posible con el regreso a la masa acuosa
primigenia, desconocida, insondable y añorada que es para ellos desde ese momento una presencia y
una ausencia, la madre y la mar fusionadas.
La madre de mi padre se fue tempranamente, también, cuando él solo tenía dos años. Han pasado 67
más y él aún guarda memorias infantiles de la madre observándolo a veces sonriente, otras, doliente. Mi
padre, el huérfano que reniega cada 23 de marzo, Día del mar, protestando porque Bolivia sería el único
país del mundo que conmemora una derrota. Y encima, los actos centrales, que cada año paralizan los
alrededores de su departamento ubicado en la plaza Abaroa, nombrada así en honor al héroe boliviano
de la guerra del Pacífico, aquél que según la historia, no tan pacíficamente respondió a los chilenos ante
el ‘!Ríndase!’, con un valiente: ‘Rendirme yo? Que se rinda su abuela, ¡carajo!!!’, exclamación que suele
desatar hilarantes carcajadas de dientes de leche faltantes en las escuelas (juraría que un enorme
porcentaje de escolares no podía esperar a llegar luego a casa a revisar el libro y constatar si,
efectivamente, el héroe se atrevió a decirlo, y la imprenta, a publicarlo).
Recuerdo que en mi mesa de almuerzo este tema generaba repercusiones viscerales cada año que
aprendió la lección de historia cada uno de los cuatro hijos de la pareja binacional. Yo, por ser la
primera, abrí la puerta de la sorpresa. Pero después de cada hermano, el humor de madre chilena ya no
era tan grato. Imagino que por los años de matrimonio que cobraban factura personal. Si la memoria no
me falla, un día selló el asunto con una retirada del comedor diario y una encerrada en el baño, dentro
del cual me la imaginé sollozando. Quizás no fuera el mar, pensé.
Hoy madre y padre viven separados ya hace muchos años. Cada uno es independiente del otro en todo
sentido, aunque alguna vez se llaman solo para saber de los hijos. Padre sigue renegando cada 23 de
marzo, por toda la parafernalia de los actos cívicos que suelen saturar las avenidas de estudiantes y
bandas y que le dificulta movilizarse fluidamente desde su casa, a pocos pasos de la plaza Abaroa. Y
madre, madre es buena y noble, algunas vacaciones llevó sola a sus nietos mediterráneos a disfrutar del
mar en Arica, haciéndolos pasear como solo ella, una chilena entre paisanos sabe hacerlo,
reconfortándoles el alma ella madre primera, con sus cuidados, y con sus olas, la mar originaria.
(1) “Cada 20 de enero se celebra el Día del roto chileno con epicentro en la plaza Yungay de
Santiago, donde en 1888 se erigió un monumento a este personaje que también tuvo una
destacada participación en la llamada guerra del Pacífico con Perú”.
https://www.bbc.com/mundo/cultura_sociedad/2010/09/100914_roto_bicentenario_chile