Del Conflicto Al Posconflicto en El Contexto Colombiano
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Del Conflicto Al Posconflicto en El Contexto Colombiano
January 2014
Citación recomendada
Melamed Visbal, J. D. (2014). Del conflicto al posconflicto en el contexto colombiano. Revista de la
Universidad de La Salle, (63), 57-73.
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Del conflicto al posconflicto
en el contexto colombiano
Janiel David Melamed Visbal*
Resumen
Colombia es desde hace décadas el epicentro de uno los conflictos ar-
mados de mayor complejidad evidenciados en el hemisferio occidental
y que ha sido caracterizado por la diversidad de actores armados que
han tomado un papel de relevancia a lo largo de su historia. Pese a que
aún el contexto de violencia producto de esta coyuntura no ha sido
resuelto en su totalidad, sí ha evidenciado la desmovilización, desarme
y reintegración a la vida civil de muchos grupos armados ilegales a lo
largo de las últimas décadas. El presente análisis muestra un recuento de
los principales antecedentes históricos frente a esta materia y resalta los
mayores desafíos que aún existen frente a iniciativas de concertación pa-
cifica encaminadas a la consecución de un escenario real de posconflicto
en el contexto colombiano.
* Abogado con especialización en Derecho penal de la Universidad del Norte, Barranquilla; magíster en Gobierno,
Seguridad Nacional y Contraterrorismo de la Lauder School of Government, Diplomacy and Strategy, Israel. Ac-
tualmente es profesor-investigador de tiempo completo de la Universidad de La Salle (Colombia), y se ha desem-
peñado como catedrático de los programas de Relaciones Internacionales de la Universidad del Norte, Barranquilla,
y de la Universidad Militar Nueva Granada, Bogotá. Correo electrónico: [email protected]
Antecedentes
En este sentido, es menester resaltar que por experiencias del DDR se rela-
cionan de forma integral aquellos procesos de paz y otros eventos que impli-
quen el desarme de grupos armados irregulares, y de forma adicional aquellas
medidas jurídicas, políticas y administrativas encaminadas a la superación del
conflicto armado interno y la desarticulación de actores armados irregulares,
de tal manera que propicie la reincorporación de excombatientes irregulares a
la vida civil (Villarraga, 2010, p. 110).
En este sentido, cabe resaltar que los diálogos de paz entre el Gobierno de
Belisario Betancourt y las FARC se fundamentaron en la Ley 35 de 1982, lo
que resultó en el otorgamiento de amnistías a los combatientes de grupos
armados ilegales, pero excluyendo de esta los delitos de mayor gravedad, que
en los términos de la misma ley serían los homicidios cometidos por fuera de
combate, con sevicia y colocando a la víctima en condiciones de indefensión.
Esta coyuntura al comienzo del gobierno de Belisario Betancourt propiciaría el
escenario de inicio de las conversaciones de paz, acuerdos de cese al fuego y
tregua bilateral acordados en 1984 con varios actores armados ilegales vigentes
para aquel momento en el país, incluyendo a las FARC, al Ejército Popular de
Liberación (EPL) y al Movimiento 19 de abril (M-19).
Así mismo, debemos mencionar entre las más destacadas reformas de índole
política la revitalización de la Comisión de Paz por medio del Decreto 2711 de
1982, la sanción de la Ley de Amnistías a través de la Ley 35 de 1982, la crea-
ción de la figura del Comisionado de Paz con base en el Decreto 240 y 2560
de 1983, la creación del Plan Nacional de Rehabilitación que promovió la rea-
lización de obras públicas en zonas de conflicto, la creación de la Comisión de
Del conflicto al posconflicto en el contexto colombiano
Este contexto permite afirmar que pese a los discretos resultados, el Gobierno
del presidente Belisario Betancourt estuvo caracterizado por ser clave en la
forma como se cambió la óptica a través de la cual era mirado el conflicto, pues
abarcó de manera innovadora una serie de herramientas de manejo y diag-
nóstico del conflicto que por primera vez no giraban de forma exclusiva en la
adopción e implementación de medidas represivas. En términos generales, se
puso en marcha un esfuerzo transversal desde diversas instituciones estatales
que promovían una favorabilidad jurídica para el abandono de las armas, y que
también se esmeraban por prestar atención a aquellos que, habiendo optado
por el desarme, requerían de la ayuda del Gobierno en aras de satisfacer sus
grandes necesidades sociales y económicas, al tiempo que emergían nuevas
posibilidades de participación política por fuera del tradicionalismo político de
los partidos liberal o conservador.
En la segunda mitad de la década del ochenta los rumbos políticos del país
fueron dirigidos por el Gobierno del presidente liberal Virgilio Barco, y las inci-
pientes aproximaciones de paz realizadas durante el Gobierno de Betancourt
eran cosas del pasado o estaban destinadas a su desaparición. Esta situación
quedó demostrada con la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, en
1985, y con la ruptura, en 1987, de la tregua pactada con las FARC, luego del
recrudecimiento de las acciones militares de esta guerrilla y que tendrían su
punto culminante en los ataques que los frentes 14 y 15 realizarían contra una
columna militar cerca de San Vicente del Caguán, con un saldo trágico de 27
militares muertos y 42 heridos (Pizarro, 2011, p. 246).
Según Prieto y Rojas (2003, p. 3), este acuerdo de paz llegó en un momento
en el cual el M-19 se encontraba diezmado política y militarmente tras los trá-
gicos hechos producto de la toma del Palacio de Justicia, y ante lo cual desde
el inicio del mandato de Barco habían buscado la forma de construir puentes
de acercamiento con el alto Gobierno. A través de este acuerdo de paz, ofi-
cializado el 8 de marzo de 1990, se obtuvo la dejación de las armas de cer-
ca de 1000 efectivos desmovilizados, ante el compromiso de permitir vías de
participación política a sus miembros y la legalización de su colectividad en un
partido político que adquiriría el nombre de Alianza Democrática M-19 (Rubio,
2009, p. 124).
Los resultados iniciales del acuerdo de paz logrado con el M-19 para el des-
arme, la desmovilización y reintegración de los miembros de esta organiza-
ción guerrillera, arrojarían un amplio apoyo político de la sociedad colombiana,
manifestada en los resultados electorales que esta ex organización guerrillera
recibiría en los distintos procesos electorales desarrollados en 1990.
Ante el fracaso de lograr un acuerdo con los grupos armados de primera ge-
neración, como las FARC y el ELN, el Gobierno adoptaría una estrategia de
enfrentamiento militar que con posterioridad reflejaría las importantes capaci-
dades militares y operativas desarrolladas por estas organizaciones guerrilleras,
y que condicionarían de igual manera el expansionismo del fenómeno parami-
litar a lo largo de la década de los noventa.
1 Las Convivir fueron creadas por el Decreto 356 del 11 de febrero de 1994, y aunque dicho decreto no las llamó
por ese nombre, se refería a estructuras de servicios cooperativos de vigilancia y seguridad para proveer seguri-
dad privada a los cooperados o asociados pertenecientes principalmente a sectores azotados por el accionar de
los grupos guerrilleros.
En este punto es necesario distinguir que estos organismos en su momento
cumplían funciones paralelas al Estado de forma legal, pues su creación se fun-
damentó con base a un soporte normativo de carácter nacional. Por lo tanto,
las Convivir representaban organismos amparados por visos de legalidad que
en línea de seguridad e integridad procuraban defender, conservar y mantener
bienes, ya fueran del Estado o de sus asociados (Jiménez, 2009, p. 100). Even-
tualmente estas organizaciones perderían la legitimidad que habían disfrutado
en el momento de su creación, pues se constituyeron como organizaciones
violadoras de los derechos humanos, a través de abusos reiterados en contra
de la población civil.
a través del Estatuto de Roma y que entraría a vida jurídica en 2002. El Estado
colombiano reconoce la jurisdicción de la Corte Penal Internacional respecto
a los términos establecidos en el tratado y que tienen como principal objetivo
evitar la impunidad frente a los delitos de mayor trascendencia internacional, en
especial el genocidio, los crímenes de guerra, los crímenes de lesa humanidad
y el crimen de agresión.
En este contexto el proceso de DDR realizado con las AUC constituye uno muy
diferente a los realizados con anterioridad en el país, pues este debía ajustarse a
los más elevados criterios jurídicos internacionales a los cuales Colombia se ha-
bía comprometido, y que cerraban la posibilidad de otorgar amnistías e indultos
generalizados a los miembros de esta organización paramilitar. Si bien es cierto
que la implementación de este modelo de justicia transicional no ha estado
libre de obstáculos, es menester resaltar que la situación del Estado colombiano
frente a este tema es objeto de análisis permanente por parte de la Corte Penal
Internacional con base en el principio de complementariedad, contemplado en
el preámbulo y en los artículos 1 y 17 del Estatuto de Roma, y que señala la ac-
tivación de su competencia frente a unas circunstancias específicas, que de mo-
mento no se han conjugado en el contexto de transición del caso colombiano.
Es importante decir que a pesar de que la Corte Penal Internacional solo pue-
de desplegar su competencia sobre los delitos establecidos en el Estatuto de
Roma, en el caso colombiano la competencia de este tribunal internacional
sobre los crímenes de guerra se activaría solo a partir de noviembre de 2009,
como resultado de las reservas hechas por Colombia acorde a lo establecido
en el artículo 124 del Estatuto de Roma.
Pese a que para abril de 2011 solo se había logrado una sola condena ante
procesos judiciales frente al marco de la Ley de Justicia y Paz, para noviembre
de 2012 la cifra total de juzgados y condenados era de 14. Si bien esta circuns-
tancia refleja una realidad que aún se encuentra distante de las expectativas de
justicia frente a este proceso de DDR a la sociedad colombiana, representa un
avance significativo ante las difíciles y únicas circunstancias del modelo de justicia
transicional colombiano, pues el mismo no se ha desarrollado en un escenario
de posconflicto.
Por último, la desmovilización de las AUC buscaba que este grupo dejara de
existir como actor homogéneo, con un comando unificado frente al conflicto
armado colombiano. El hecho de que algunos integrantes de esta organización
armada ilegal hayan decidido continuar por sendas criminales no significa de
forma automática que esta pretensión consignada en la Ley de Justicia y Paz
haya fracasado.
Según Fisas (2011, pp. 7-11), el proceso de DDR de las AUC en Colombia es
el cuarto en el mundo en cuanto al número de miembros de esta organización
que optaron por la desmovilización, llegando a una cifra de 31.673 desmovi-
lizados, y así mismo el tercero respecto al número de armas entregadas en el
proceso de desarme, llegando a una cifra de 18.051, con un promedio de 0,57
armas por persona.
Tal como lo afirma Pizarro (2011, p. 235), ya desde 1984 las FARC suscribían
un primer acuerdo de paz con el Gobierno del entonces presidente Belisario
Betancourt. Este acontecimiento sería icónico en la historia del conflicto arma-
do colombiano pues constituiría la primera vez que este movimiento guerrille-
ro daba al país la ilusión de poder cerrar a través de la negociación una de las
brechas de violencia más dolorosas que ha vivido el país. Tanto esta como otras
iniciativas de negociación posteriores resultaron infructuosas y, contrario a las
expectativas creadas en cada una de ellas, el país observaría un escalamiento
en los niveles de la violencia interna y del papel protagónico que las FARC ad-
quirirían en el conflicto armado colombiano.
Del conflicto al posconflicto en el contexto colombiano
Durante las pasadas negociaciones de paz con el Gobierno, las FARC estable-
cieron un frente político llamado Unión Patriótica (UP), que participaría demo-
cráticamente en las elecciones de 1986, logrando obtener más de 320.000
votos y elegir a 14 senadores y congresistas, y a más de 350 concejales en todo
el país. A finales de los años ochenta la UP se había convertido en una fuerza
política válida; sin embargo, muchos de sus miembros fueron asesinados en
un genocidio político injustificado, incluyendo a Jaime Pardo Leal y a Bernardo
Jaramillo Ossa, sus dos candidatos para las elecciones presidenciales a celebrar
en 1990 (Cepeda, 2006, p. 104).
Pero también hay grandes desafíos que se deben tomar en cuenta antes de
llegar a un acuerdo para establecer un escenario de posconflicto favorable en
el caso colombiano. Algunas lecciones deben ser aprendidas de los acuerdos
de paz anteriores, donde solo se logró la desmovilización, el desarme y la
reintegración a la sociedad civil de ciertas partes de las organizaciones ilegales,
mientras que muchos otros de sus miembros decidieron continuar con la rea-
lización de actividades delictivas.
Esto significa que la estructura original de las FARC podría sufrir una importante
fragmentación dentro de sus miembros, viendo por un lado a aquellos que
están dispuestos a aceptar los castigos por sus actividades ilegales y aquellos
que no están dispuestos a aceptar este castigo y sí a seguir persiguiendo una
rentable carrera criminal.
Conclusiones
Si bien los esfuerzos realizados en aras de lograr concertar una salida pacífica a
tantas décadas de violencia son sin duda acciones en el sentido correcto a fin
de procurar un mejor país a cada uno de los ciudadanos colombianos, estos
esfuerzos no pueden avanzar independientemente de otro tipo de iniciativas
integrales que procuren una mejor distribución de la riqueza, mayores y me-
jores niveles de educación, y que logren acortar decididamente los niveles de
inequidad existentes en nuestro país.
Bibliografía