La Gata Sobre El Tejado de Zinc Caliente
La Gata Sobre El Tejado de Zinc Caliente
La Gata Sobre El Tejado de Zinc Caliente
CALIENTE
TENNESSEE WILLIAMS
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Obra en tres actos,
segundo y tercero sin interrupción,
TENNESSEE WILLIAMS
ACTO PRIMERO
Al apagarse las luces de la sala, se oirá una vieja canción del Sur, cantada por un coro
de negros. La escena se ilumina lentamente.
Alguien está tomando una ducha en el cuarto de baño con la puerta entreabierta.
Durante toda la escena se oirá el ruido del agua.
(Se oye la voz de MARGARET y risas de niños. La música baja.)
MARGARET.—¡Qué asco de niños! ¡Cómo me han puesto! (Aparece en la galería y
habla hacia fuera mientras se limpia el vestido.) ¡Monstruos, más que monstruos!
BRICK.—¿Qué dices?
MARGARET.—Que uno de esos monstruos sin cuello que tienes por sobrinos, ha
dejado caer encima de mi vestido un trozo de tarta y me ha puesto perdida.
BRICK.—¿Qué decías, Maggie? El ruido del agua no me deja oírte.
MARGARET.—Decía que uno de esos monstruos sin cuello que tienes por sobrinos,
me ha manchado mi vestido con un trozo de tarta, y por eso he venido a cambiarme.
BRICK.—¿Por qué te empeñas en llamar monstruos sin cuello a los hijos de mi
hermano Gooper?
MARGARET.—Porque no lo tienen. Creo que ya es una razón, ¿no? Bueno, por lo
menos yo no se lo veo. Sus enormes cabezas se hunden hasta la barbilla en sus cuerpos, sin
separación alguna. BRICK.—¡Es una lástima!
MARGARET.—¡Ya lo creo, porque resulta imposible agarrarles por el cuello para
retorcérselo!... ¡Son unos auténticos monstruos! (Se oye fuera gritar a los niños.) ¿Los oyes?
¿Los oyes gritar? No me explico dónde pueden tener escondidas las cuerdas vocales. Durante
la cena me han puesto tan nerviosa, que he estado a punto de gritar, pero me he contenido y le
he dicho a tu encantadora cuñada, si no podía llevarse a sus no menos encantadores niños a
comer a otra parte. ¿Y sabes lo que me ha contestado? "¿Estás loca, querida?... ¡Hacer una
cosa así con los niños, el día del cumpleaños del abuelo!" Y no llevábamos ni cinco minutos
sentados a la mesa, cuando el abuelo les gritó: "¿Por qué no os lleváis a comer a esos cerdos a
la cocina...?" ¡Yo no sabía dónde meterme! Creí que me iba a dar un ataque de tanto contener
la risa.
(BRICK aparece en la puerta del cuarto de baño con una muleta
debajo del brazo derecho. Lleva un albornoz blanco, una toalla
alrededor del cuello y en el pie una babucha. Se dirige al bar para
llenar un vaso. MARGARET le mira cuando cruza ante ella.)
MARGARET.—¡Y ahora son cinco! ¿Qué será cuando llegue el sexto, que ya está en
camino? Tu hermano y tu cuñada se pasan el día exhibiéndolos como si fueran animalitos de
circo...: Anda, amor mío, que vea el abuelo cómo te sostienes sobre la cabeza... Cariño, ¿por
qué no recitas el verso que aprendiste para el cumpleaños del abuelito...? ¡Y tú, rey de la casa!
¿por qué no haces esto... y lo otro... y lo de más allá? ¡Es para volverse loca! Sin olvidar las
continuas alusiones que hacen porque nosotros no tenemos hijos... Que un matrimonio sin
hijos, es un matrimonio fracasado... (Lanza una mirada, a BRICK.) ¡Muy divertido!...
¿Verdad? ¡Pero repugnante!... ¡Se nota bien claro lo que están tramando!
BRICK.—¿Qué insinúas, Maggie?
MARGARET.—¿Insinuar?... ¡Conozco bien sus planes! (BRICK se está secando el
pelo con la toalla. MARGARET se sienta, para dar más énfasis a su declaración.) ¡Están
conspirando para que tu padre te desherede! Y quieren darse prisa, sobre todo ahora que
sabemos que el abuelo tiene cáncer. (Se oyen pasos en la lejanía. MARGARET se está
cepillando el cabello en el tocador. Coge el espejo de mano y el rizador de pestañas y se
levanta.) ¡Cuánta luz!
BRICK.—¿Estás segura?
MARGARET.—Segura? ¿De qué?
BRICK.—De que tiene cáncer.
MARGARET.—Esta tarde nos han entregado los análisis. Sí, los ha traído el doctor
Baugh y debo confesarte que no me sorprendió el resultado. (Baja las persianas.) Desde que
llegamos a esta casa, la primavera pasada, adiviné los síntomas del cáncer en la cara de tu
padre. Y estoy segura de que tu hermano y tu querida cuñada también lo adivinaron. Por eso
se decidieron a pasar aquí el verano con toda su tribu... ¿A qué vienen, si no, sus continuas
alusiones a la Colina del Arco Iris?... ¿Sabes lo que es la Colina del Arco Iris?... ¡Pues el
sanatorio a donde se envía a los alcohólicos adinerados y a los artistas de cine neurasténicos!
BRICK.—Yo no soy ningún artista de cine.
MARGARET.—Ya lo sé. Pero eres el cliente ideal para... ese sanatorio, y acabarán por
enviarte allí una temporadita. Claro que antes tendrían que pasar por encima de mi cadáver...
De esa manera es como tu hermano piensa deshacerse de ti y disponer de todo el dinero...
¿Qué te parece el panorama? ¿Es que vas a consentir que nos cierren la bolsa y se salgan con
la suya?... ¿No contestas?... No, claro... es que tú haces todo lo posible para ayudarles en sus
proyectos. Has dejado de trabajar y te has dedicado únicamente a beber y a hacer
excentricidades... Como la de está noche, por ejemplo... A las tres de la madrugada has tenido
que ir a saltar las vallas del campo de deportes de la Universidad... ¿Y cuál ha sido el
resultado de esa idea genial?... ¡Romperte el tobillo!... ¿Ya has visto el periódico? "Un
conocido ex atleta ha organizado esta mañana una gran exhibición deportiva ante un público
fantasma. Pero falto de entrenamiento, nuestro antiguo campeón, se rompió un tobillo al saltar
la primera valla." Ya sabes que tu hermano tiene influencias en ese periódico. Estoy segura de
que ha hecho todo lo posible para, que publiquen la noticia. (Se acerca a BRICK.) De todos
modos, aún les llevas ventaja... No la desperdicies. (BRICK se ha dirigido a la galería.)
¿Entiendes lo que quiero decir?
BRICK.—No.
MARGARET.—Tu padre te adora y no puede soportar a tu hermano y, sobre todo, a su
mujer, a pesar de que le ha proporcionado una gran cantidad de monstruos por nietos... Estoy
segura de que odia a Edith con todas sus fuerzas... No hay más que ver la expresión de su cara
cuando tu cuñadita empieza a hablar de su tema favorito: "La maternidad" y "La obligación
que tiene toda mujer de dar hijos a su esposo".... No se cansa de repetir la historia de que se
negó a que la anestesiaran al nacer los gemelos, porque: "la maternidad es una experiencia
que la mujer debe vivir en toda su plenitud, para poder saborear la grandeza de ese
maravilloso milagro"... Por eso obligó a su virtuoso marido a estar presente durante el
nacimiento de todos sus hijos. (Todo esto lo ha dicho MARGARET con una gran dureza en
la voz y una agradable sonrisa que quita importancia a la dureza de sus expresiones.) Tu
padre comparte mi opinión sobre esa pareja de cuervos. Ni siquiera sabía con exactitud
cuántos hijos tenían. Durante la cena les ha preguntado: "¿Cuántos hijos tenéis?" Como si los
acabara de conocer en aquel momento. Tu madre pretendía hacernos creer que bromeaba,
pero yo estaba segura de que no era así... ¡Segurísima!... Cuando le dijo que tenían cinco y
que el sexto ya estaba en camino, vi en su cara una gran sorpresa. ¡Y no creo que fuera de su
agrado, precisamente!... (Se oye a los niños gritar fuera.) ¡Gritar, gritar todo lo que queráis,
monstruos! (Se vuelve hacia BRICK con una sonrisa que desaparece al ver que éste no la
escucha. BRICK tiene la mirada perdida en el vacío. Esta continua expresión de su marido,
es lo que exaspera a MARGARET.) ...Siento que no hayas podido bajar a cenar. Tu padre, el
pobre, te ha echado de menos. ¡Es un encanto! No ha hecho más que comer, sin ocuparse de
lo que ocurría a su alrededor. Edith y Gooper estaban sentados frente a él, vigilándole
constantemente. Parecían un par de águilas dispuestas a caer sobre su presa. ¡Y para amenizar
la cena no dejaban de hablar de la inteligencia y de la precocidad de todos sus monstruos! (Se
ríe y se acerca a primer término, recreándose en la escena.) Si les hubieras visto sentados
alrededor de la mesa con unos ridículos gorritos de papel que tu cuñada les había puesto para
festejar el acontecimiento, te mueres de risa. Durante toda la cena, tu hermano y su mujer, no
han dejado de hacerse señas con el codo y con las rodillas. Incluso tu madre, que es un ángel y
que nunca se da cuenta de nada, lo notó y preguntó a Gooper con la mayor inocencia: Gooper,
¿por qué no dejáis de haceros señas por debajo de la mesa?... Casi me atraganto de risa...
(MARGARET se ha sentado en el tocador y no puede ver la cara de BRICK. Éste la
contempla con una mirada indefinida, no se sabe si divertido, con disgusto, o desprecio.) En
el fondo, tu hermano creo que dio un gran paso social cuando consiguió casarse con Miss
Edith Flyn... De la célebre familia Flyn de Memphis... (Mientras habla va de un lado a otro
de la habitación, parándose de vez en cuando para mirarse en el espejo.) Y el único éxito
mundano de Edith, se reduce a haber sido elegida Reina del Algodón... ¡Vaya un éxito!...
¡Tener que desfilar por las calles de Memphis sobre una carroza, sonriendo y tirando besos a
todos los imbéciles que están viendo el desfile! (Se calla de pronto y mira a BRICK a través
del espejo. Suspira al ver la expresión de éste. Se nota que está conteniéndose y cuenta hasta
diez. BRICK empieza a silbar.) ¿Por qué me miras así?
BRICK.—¿Cómo?
MARGARET.—Como he visto que me mirabas por el espejo... ¡Es una mirada que me
hiela la sangre...! Y no es esta la primera vez que te sorprendo mirándome así en estos últimos
tiempos.
BRICK.—(Sin inmutarse.) Ni siquiera me di cuenta de que te estaba mirando, Maggie.
MARGARET.—Pues yo sí. Y te exijo que me digas lo que pensabas.
BRICK.—Ya te he dicho que nada.
MARGARET.—¿Crees que no lo sé? ¿Crees realmente que no sé lo que piensas?
BRICK.—¿Qué es lo que sabes, Maggie?
MARGARET.—Estás pensando que yo no soy la misma de antes... que me he vuelto
dura... nerviosa..., cruel... (Repite la palabra antes de una corta pausa y con mucha dureza en
la voz.) ...cruel. Es eso lo que piensas ¿verdad? Ya sé que no soy suave y delicada, pero es que
no puedo serlo. (De pronto se calla.) ¡Brick! ¡Brick!...
BRICK.—(Levantándose y yendo hacia el bar.) ¿Ibas a decir algo?
MARGARET.—Sí; que me encuentro sola... Muy sola, Brick... Terriblemente sola.
BRICK.—Eso le ocurre a todo el mundo.
MARGARET.—No. ¡Yo estoy más sola que nadie! Vivir con el hombre que se ama y
que ese hombre no te haga caso... es mil veces peor que estar sola del todo...
BRICK.—Maggie, ¿te gustaría recobrar la libertad?
(Pausa violenta.)
MARGARET.—(Aterrada.) No, no, no. ¡Eso sí que no! (Un escalofrío de terror
recorre su cuerpo. Se nota que hace esfuerzos para no gritar y el gran esfuerzo que le cuesta
cambiar de conversación y hablar de cosas intrascendentes. BRICK ha hecho un gesto de
desaliento y ha vuelto a tumbarse sobre el sofá, silbando.) ¿Te encuentras mejor después de
la ducha?
BRICK.—Sí.
MARGARET.—¿Estaba fría el agua?
BRICK.—No.
MARGARET.—Pero ahora te encuentras bien ¿no?
BRICK.—Sí, tengo menos calor.
MARGARET.—Yo sé de algo que te refrescará. Una fricción de alcohol o de agua de
colonia.
BRICK.—No; me recordaría la época en que me entrenaba. ¡Y hace ya tanto tiempo de
eso!
MARGARET.—No tanto; aún podrías jugar si quisieras.
BRICK.—¿Tú crees?
MARGARET.—Se dice que la bebida destroza a los hombres. No es ése tu caso.
BRICK.—Sin embargo empiezo a encontrarme débil.
MARGARET.—Tarde o temprano, la bebida relaja los músculos... es natural. Tu
amigo Skiper ya empezaba a notarlo cuando... (Se para en seco al darse cuenta de lo que ha
dicho.) Perdóname. No he debido recordar... Si al menos no siguieras conservando el mismo
aspecto de antes, mi suplicio sería más llevadero... Desde que te aficionaste a la bebida parece
que estás más atractivo... (Desde abajo llega el ruido y el murmullo de las voces de los que
están jugando al croket en el jardín.) ...Claro que tú siempre has poseído una gran cualidad: la
indiferencia total... Sabes jugar, sin que te importe perder o ganar la partida... y ahora que la
has perdido... Bueno, perdido no... Ahora que te has retirado del juego, tienes el extraño
encanto del que ha renunciado a todo. Tu aspecto es tan indiferente... tan frío... que te envidio.
(Se oye una música en la lejanía y el ruido de los que están jugando al croket, mezclado con
el canto de un pájaro. La luna acaba de salir blanca, con un leve reflejo rojizo.) Están
jugando al croket... La luna acaba de salir... (Volviéndose hacia BRICK.) Eras un enamorado
maravilloso... tan dulce... tan suave... Tu manera de amar era irresistible. Te mostrabas tan
seguro y tan indiferente a la vez... Todo lo hacías con la mayor naturalidad... Con una calma
perfecta... como si cedieras el paso a una señora o la ayudaras a sentarse a la mesa, sin sentir
el menor deseo por ella. Para ti el amor no tenía más importancia que todo eso y, sin embargo,
era precisamente eso, tu indiferencia lo que te hacía más atrayente. Si pensara que no me ibas
a volver a amar, que nunca más ibas a tenerme entre tus brazos para besarme, bajaría
corriendo a la cocina, cogería el cuchillo más grande que encontrara, y me lo clavaría en el
corazón... te lo juro, como también te juro que yo no abandono la partida tan fácilmente.
Continuaré en la lucha hasta el último segundo, y venceré. Estoy segura. ¿Sabes cuál es la
mayor victoria de una gata sobre un tejado de zinc caliente? Resistir en él todo el tiempo que
le sea posible, hasta el último segundo. (Se oyen voces de los que juegan al croket. BRICK
levanta la cabeza y escucha las voces. MARGARET va a sentarse a su lado.) Por favor,
Brick, dime lo que estabas pensando antes cuando me mirabas. ¿Pensabas... en Skiper?...
Perdóname. No puedo callar más. (BRICK se levanta y va hacia el bar. Llena un vaso y lo
vacía de un trago. Ella se levanta y le sigue.) Callando no se arreglan las cosas. Es como
atrancar la puerta de una casa que está ardiendo para impedir que salga el fuego. Por eso,
cuando encerramos dentro de nosotros una idea, ésta sigue creciendo, creciendo, creciendo
como el fuego, hasta que nos ahoga...
(MARGARET pone su mano sobre la muleta. Él se aparta
bruscamente y se dirige hacia el centro. La muleta cae al suelo.
BRICK se dirige hacia el sofá saltando sobre un pie, con el vaso en la
mano.)
BRICK.—Dame la muleta.
MARGARET.—(Tendiéndole los brazos.) Apóyate en mí.
BRICK.—No. Dame la muleta.
MARGARET.—(Corriendo hacia BRICK y rodeándole con sus brazos.) Apóyate en
mi brazo.
BRICK.—(Rechazándola violentamente.) No, no quiero. ¡Te he dicho que me des la
muleta!
MARGARET.—(Corre y le tira la muleta con el pie.) ¡Ahí la tienes! Y no grites de ese
modo. En esta casa las paredes oyen. (Cogiendo la muleta.) Es la primera vez, desde hace
mucho tiempo, que te oigo gritar. ¿Es que empiezas a perder el control de tus nervios? Eso es
buena señal. Todavía nos queda una pequeña esperanza.
BRICK.—(Se dirige de nuevo al bar, llena un vaso; mira a MARGARET y la sonríe
fríamente.) El milagro no se ha producido aún, Maggie.
MARGARET.—¿Qué milagro?
BRICK.—Es una especie de chasquido que siento en la cabeza cuando ya he bebido lo
suficiente. Después de ese chasquido, ya nada tiene importancia para mí. ¿Quieres hacerme
un favor?
MARGARET.—¿De qué se trata?
BRICK.—Baja un poco la voz.
MARGARET.—(Susurrando.) Voy a hacerte ese favor. Hablaré más bajo, e incluso
estoy dispuesta a callarme, si tú me prometes no beber más hasta que la fiesta haya terminado.
BRICK.—¿Qué fiesta?
MARGARET.—La del cumpleaños del abuelo.
BRICK.—La había olvidado.
MARGARET.—Por suerte estoy yo aquí para recordártelo.
BRICK.—Sí, por suerte estás tú aquí.
(Toda esta conversación ha sido entrecortada por la fatiga. Son
como dos niños que acaban de pelearse. Se miran fijamente jadeantes y
nerviosos por la tensión mantenida. MARGARET va hacia la mesita
de noche y coge una pluma y papel.)
MARGARET.—Sólo tienes que escribir unas palabras en esta tarjeta.
BRICK.—(Dirigiéndose indiferente hacia la galería.) Escríbelas tú misma, Maggie.
MARGARET.—Tienes que hacerlo tú. Es tu regalo, Brick. Yo ya le he dado el mío.
Tiene que ser tu letra.
(De nuevo empieza la tensión entre ellos y conforme hablan van
levantando el tono de voz.)
BRICK.—Si yo no he comprado nada.
MARGARET.—Lo compré yo por ti.
BRICK.—Pues, entonces, eres tú quien debe escribir la tarjeta.
MARGARET.—¿Para que se dé cuenta de que te has olvidado de su cumpleaños?
BRICK.—Pues bien, sí, lo he olvidado.
MARGARET.—No hace falta que lo digas.
BRICK.—No quiero engañarle.
MARGARET.—(Acercándose a BRICK.) Sólo tienes que escribir: "De tu hijo que te
quiere, Brick".
BRICK.—(Gritando.) ¡No!
MARGARET.—Escríbelo; es muy importante, para él y para nosotros.
BRICK.—No me gusta que me digan lo que debo hacer. ¿Ya has olvidado las
condiciones que acepté para que continuáramos viviendo juntos?
MARGARET.—Tú no vives conmigo, Brick. Únicamente compartes la misma jaula.
BRICK.—Esas fueron las condiciones...
MARGARET.—Pero me es imposible cumplirlas.
BRICK.—Perfectamente, entonces ¿por qué no...?
MARGARET.—¡Calla! (Se vuelve hacia la puerta.) ¿Quién está ahí? ¿Quién está
escuchándonos?
(Se oye la voz de EDITH desde fuera.)
EDITH.—¿Puedo entrar un momento?
MARGARET.—¡Ah! ¿Eres tú? Pasa, Edith.
(Entra EDITH con un arco y unas flechas en la mano.)
EDITH.—¿Es tuyo esto, Brick?
MARGARET.—(Acercándose a BRICK.) No; es mío. Es un pequeño trofeo de Diana
que gané en un concurso universitario.
EDITH.—Dejar estas cosas al alcance de unos niños sanos y vigorosos como los míos,
es peligroso. Las criaturas son muy aficionadas a las armas.
MARGARET.—A los niños sanos y vigorosos, se les debe enseñar a no tocar las cosas
que no les pertenecen.
EDITH.—(Abrazando a MARGARET con gesto de indulgencia.) Maggie, hablas así
porque no tienes hijos. Si los tuvieras, te darías cuenta de que lo que acabas de decir, es
imposible. ¡Por favor! Guárdalo con llave en un sitio donde no puedan encontrarlo.
MARGARET.—Tranquilízate, nadie en esta casa desea la muerte de tus encantadores
hijos.
(Se dirige hacia el cuarto de baño para guardar el arco y las
flechas.)
EDITH.—¿Cómo va ese tobillo, Brick?
BRICK.—Ya no me duele.
EDITH.—¡Qué pena que no hayas bajado! Después de cenar los niños han ofrecido al
abuelo un maravilloso espectáculo. Polly ha tocado el piano, Buster y Sonny el tambor; luego
han apagado las luces y Dixie y Trixie, vestidas de hadas, han bailado una preciosa danza. El
abuelo estaba radiante de felicidad.
(MARGARET saliendo del cuarto de baño con una sonrisa
irónica.)
MARGARET.—¡No sabes, querida Edith, cuánto siento habérmelo perdido! Y a
propósito, ¿puedes decirme por qué has puesto nombre de perro a todos tus hijos?
EDITH.—¿Nombre de perro?
MARGARET.—(Que después de haber hecho esa impertinente observación ha ido a
levantar las persianas, al pasar por el lado de BRICK, le guiña un ojo.) Sí. Dixie, Trixie,
Buster, Sonny y Polly. Parece el anuncio de un circo: "Los cuatro perritos sabios y el lorito
parlanchín".
EDITH.—(Haciéndola frente.) ¿Por qué te empeñas en enseñar siempre tus uñas?
MARGARET.—¡Porque soy una gata! No sabes aguantar las bromas, Edith.
EDITH.—Me gustan las bromas cuando tienen gracia. Conoces muy bien los
verdaderos nombres de mis hijos. Buster se llama Robert. Sonny se llama Saunder. Trixie
Marlene y Dixie... (Se oye una voz desde abajo que llama: Edith. EDITH, se acerca a la
puerta y contesta.) ¡Ya bajo!
GOOPER.—¡Edith, baja; el entreacto ha terminado!
EDITH.—iHuy! Ahora empezará la segunda parte; voy en seguida.
GOOPER.—¿Qué tal el whisky, Brick?
MARGARET.—¡Siempre me quedo sin saber cómo se llama Dixie!
BRICK.—Maggie, ¿por qué eres siempre tan irónica?
MARGARET.—¿Irónica yo? (Cambiando de conversación se dirige al cuarto de
baño.) Voy a prepararte el traje blanco que compramos en Roma y una camisa. Y vas a
ponerte los gemelos de oro con zafiros que te regalé.
BRICK.—¿Cómo quieres que me ponga los pantalones con el pie escayolado?
MARGARET.—Ya verás como puedes. Yo te ayudaré.
BRICK.—No pienso vestirme, Maggie.
(Pausa.)
MARGARET.—Entonces, ponte un pijama.
BRICK.—Sí, pero no te molestes. Sé ponérmelo solo.
MARGARET.—¡Ahí lo tienes!
BRICK.—Maggie, en estos últimos tiempos, tu voz suena siempre como la de una
mujer que subiera corriendo la escalera para avisar que la casa está ardiendo.
MARGARET.—No te extrañe. Ya te he dicho que estoy como una gata sobre un tejado
de zinc al rojo vivo.
(Se oye cantar a los niños y las voces de alguna persona mayor
la canción "My irish ild Rose". No demasiado bien por cierto.)
BRICK.—Pues bien, Maggie, salta de ese tejado. Salta de una vez. Ya sabes que los
gatos caen siempre de pie sin hacerse daño.
MARGARET.—Sí, eso dicen...
BRICK.—Hazlo de una vez, Maggie, y busca a otro hombre que te quiera...
MARGARET.—Eso es imposible. ¡Yo no quiero a nadie más que a ti! Incluso cuando
cierro los ojos, es a ti al único que veo, por mucho que me esfuerce en evitarlo... ¡Oh, Brick!
¡Brick!... ¡Brick! ¿Cuánto tiempo va a durar este suplicio? ¿No me has castigado ya lo
suficiente? (Se agarra desesperadamente a los pies, de BRICK.) ¡Dime algo! ¡Contéstame!
(Le mira implorante. De pronto se levanta y va hacia la puerta, la abre y escucha la canción
que ha crecido en intensidad, y grita.) ¡Y ahora un concierto! ¡Muy bien! ¡Cantad, monstruos,
cantad! ¡Y ahogaros de una vez!
(Con el pie cierra la puerta bruscamente y echa la llave.)
BRICK.—¿Por qué cierras?
MARGARET.—Para poder estar a solas contigo.
BRICK.—Maggie, sé razonable.
MARGARET.—No puedo serlo.
BRICK.—Todo esto es ridículo.
MARGARET.—No me importa.
BRICK.—Pues a mí, sí. Tu actitud me molesta.
MARGARET.—Aunque te moleste no me importa. Sólo te ruego que intentemos
cambiar nuestra manera de vivir. Yo no puedo seguir viviendo así.
BRICK.—Entonces... lo aceptaste.
MARGARET.—Ya lo sé, pero, ahora no puedo más.
BRICK.—Lo siento, pero no te queda otra solución.
MARGARET.— ¡No puedo más. No puedo más! ¡¡No puedo!!
(Coge a BRICK por los hombros y le sacude.)
BRICK.—¡Suéltame!
(Se aparta de ella, enérgicamente y para no caer se apoya en el
respaldo de la silla del tocador. Parece un león atemorizado ante el
domador. Ella le mira fijamente tapándose la boca con la mano,
asustada por lo que ha hecho. Lanza gritos de terror histéricamente.
Luego una carcajada nerviosa. BRICK la mira fijamente muy serio y
luego la sonríe fríamente. De un empujón tira la silla al suelo. Se oye
fuera la voz de la MADRE llamando a la puerta.)
MADRE.—¡Brick! ¡Brick, hijo!
MARGARET.—(Apoyada contra la puerta.) ¿Qué quieres, mamá?
MADRE.—Brick, tengo que darte una gran noticia, por eso he subido. Estaba
impaciente por decírtelo, (Se nota que hace esfuerzos con el picaporte para abrir la puerta.)
¿Por qué cerráis la puerta con llave? ¿Tenéis miedo de que haya ladrones?
MARGARET.—Brick se está vistiendo.
MADRE.—No será la primera vez que vea a mi hijo desnudo. Anda, abre la puerta,
Maggie, por favor.
(BRICK entra en el cuarto de baño cerrando la puerta tras él.
MARGARET abre. La MADRE ha desaparecido del pasillo.)
MARGARET.—(Gritando hacia afuera.) Mamá.
(La MADRE aparece en la puerta de la galería que está
justamente detrás de MARGARET. Se la nota muy agitada. Es una
mujer de unos sesenta años, más bien bajita y delgada. Lleva un
vestido de encaje negro y muchas alhajas. Se ve que su familia ha sido
de más categoría que la del ABUELO.)
MADRE.—(Entrando.) ¿Dónde está Brick? (MARGARET señala el cuarto de baño.
Se oye a BRICK silbar dentro de él.) ¡Brick, sal un momento, hijo! Sólo el tiempo justo de
darte la gran noticia. (Se vuelve hacia MARGARET.) Detesto las puertas cerradas con llave.
MARGARET.—(Con fingida amabilidad y sentándose.) Ya me he dado cuenta, pero
me parece que tenemos derecho a estar solos de vez en cuando ¿verdad?
MADRE.—No en mi casa, hija mía. ¿Por qué te has quitado el vestido? ¡Te estaba tan
bien!
MARGARET.—Sí, muy bien, pero uno de sus simpáticos nietos lo tomó por su
servilleta.
MADRE.—(Cogiendo el vestido de encima de la cama y mirándole.) No se nota
mucho.
MARGARET.—Lo suficiente para que si lo llevara, Edith y Gooper lo tomaran por
una provocación. Gracias por su interés, pero yo sé lo que hago. Son demasiado suspicaces,
cuando se trata de sus encantadores niños.
MADRE.—(Gritando hacia el cuarto de baño.) ¡Brick, date prisa que te estoy
esperando! (A MARGARET.) Eso son tonterías, hija; lo que ocurre es que a ti no te gustan los
niños.
MARGARET.—Está usted equivocada. Me encantan... cuando están bien educados.
MADRE.—(Dulce y afectuosamente.) Entonces, ¿a qué esperas para tenerlos y
educarlos a tu gusto?
(Se oye la voz de GOOPER llamando desde abajo.)
GOOPER.—Mamá, Betty y Bill están esperando para despedirse de ti.
MADRE.—(Asomándose a la galería.) ¡Diles que en seguida bajo!
GOOPER.— (Dentro.) Está bien.
MADRE.—(Volviéndose hacia el cuarto de baño.) Brick, hijo, ¿puedes oírme? Hemos
recibido el informe de la clínica y es negativo, hijo. ¡Negativo! El abuelo no tiene nada
importante. Tan sólo unos ligeros espasmos del píloro. (Gritando más fuerte.) ¿Me oyes, hijo?
Espasmos de píloro.
MARGARET.—Sí le oye.
MADRE.—¡Entonces, contesta! Ante una noticia así deberías cantar y bailar de alegría.
Todos deberíamos hacerlo. Cuando a mí me lo han dicho me he puesto a reír y a llorar a la
vez, como una estúpida. No sabía lo que hacía. Fue tal mi alegría que caí al suelo de rodillas
dando gracias a Dios. (Se levanta el vestido.) Mira, fíjate en los cardenales que me he hecho.
El doctor tuvo que ayudarme a ponerme de pie. (Se ríe histéricamente y abraza a
MARGARET.) El abuelo se puso furioso, pero ¿tú no crees que tengo motivos suficientes
para estar contenta? (Se vuelve hacia la puerta del cuarto de baño.) Después de la ansiedad
que hemos pasado estos últimos días, ha sido maravilloso haber recibido el diagnóstico,
precisamente el día de su cumpleaños. Él tampoco pudo ocultar su alegría, por más que se
esforzó. Se le notaba que se había quitado un gran peso de encima. El pobre casi se echó a
llorar. (Se oyen voces de despedida desde abajo. La MADRE se acerca a la galería y grita:)
¡Esperadme un momento, que ya bajo! (Vuelve a entrar en la habitación.) Acaba de vestirte,
Brick; ahora vamos a subir todos aquí para terminar la fiesta. (A MARGARET.) ¿Le duele
mucho el tobillo todavía?
MARGARET.—No lo sé; pregúnteselo a él. Quizá a usted se lo diga.
(Se oye un teléfono en el hall y la voz de un negro que contesta.)
NEGRO.—Sí, sí; ésta es la residencia de Miss Polly. Miss Polly, llaman desde
Memphis. Es su cuñada.
MADRE.—(Contestando.) Está bien, Sockey, ya voy. (Abre la puerta y sale. Se la oye
hablar por teléfono con grandes gritos.) ¡Sally, Sally! ¿Cómo estás?... Sí, muy bien... Sí,
claro... Precisamente iba a llamarte en este momento... ¿Se cortó? (Gritando más fuerte.) ¡Iba
a llamarte yo! Hay un barullo horrible. ¿Me oyes bien ahora?... Sí. Acabamos de recibir el
diagnóstico. No tiene nada grave. Únicamente una cosa que se llama espasmos del píloro... Sí;
del píloro... del... (Apareciendo en la puerta.) ¡Nada, no me entiende! (A MARGARET.)
Maggie, por favor, ¿quieres ir a hablar con esa estúpida sorda? Me voy a quedar sin voz.
(MARGARET sale y se la oye hablar en voz baja y dulcemente.)
MARGARET.—¿Miss Sally?... Soy Maggie, la mujer de Brick.. Encantada de oírla...
¿Me oye usted bien?... Me alegro... Mamá quería decirla que hemos recibido el diagnóstico
de la clínica y que el abuelo sólo tiene unos ligeros espasmos de píloro... Sí, del píloro... Eso
es... Está bien miss Sally, se lo diré... Gracias... Hasta pronto, adiós.. (Entrando de nuevo en
la habitación.) Me ha entendido todo perfectamente. A los sordos no hay que chillarles, sino
hablarles más claro.
(Se oyen voces desde abajo que llaman a la MADRE.)
MADRE.—Ya voy. (Va hacia la puerta y al ir a salir señala con el dedo la puerta del
cuarto de baño y del bar, queriendo indicar que pregunta, si BRICK está bebido.
MARGARET se encoge de hombros para contestar que no sabe. La MADRE pregunta
entonces en voz baja.) No te hagas la tonta Maggie. Sabes perfectamente que te estoy
preguntando si... ya está...
MARGARET.—No; me parece que no, sólo ha tomado una copa o dos después de
cenar.
(Sonríe.)
MADRE.—¿Y lo tomas a broma? Hay hombres que dejan de beber cuando se casan, y
otros que empiezan a hacerlo entonces. Brick jamás había tomado una gota de alcohol antes
de...
MARGARET.—(Cortándola.) ¿Acaso tengo yo la culpa?
MADRE.—No sé pero... Maggie, ¿haces feliz a Brick?
MARGARET.—¿Por qué no me pregunta usted si él me hace feliz a mí?
MADRE.—Porque yo sé, que...
MARGARET.—Pues bien, lo que usted sabe... es recíproco.
MADRE.—Maggie, aquí hay algo que no marcha bien. Tú no tienes hijos, y Brick
bebe... Bebe demasiado desde hace algún tiempo. (La vuelven a llamar.) ¡Ya bajo, ya bajo!
(Se acerca de nuevo a la puerta pero se vuelve para decir:) Cuando un matrimonio naufraga,
la causa está aquí y no en otra parte.
MARGARET.—Es usted injusta conmigo... ¡Injusta! (La MADRE ha salido.
MARGARET se dirige al tocador, se contempla en el espejo y hablando para sí misma dice:)
¡Maggie! ¡Maggie, la Gata! ¡Dime qué debo hacer!... ¡Dímelo!...
(Se abre la puerta del cuarto de baño y aparece BRICK.)
BRICK.—¿Y mamá?
MARGARET.—Se ha ido. (BRICK lleva en la mano un vaso vacío. Se dirige al bar
directamente silbando por lo bajo. MARGARET le sigue, moviendo la cabeza, sin volver el
cuerpo. Está pendiente de todos sus movimientos por el espejo. De pronto se lleva una mano
a la garganta como si tuviera dificultad para respirar y se deja caer en la banqueta del
tocador.) ¡Brick!... Brick, he pensado mucho sobre todo lo ocurrido entre nosotros. Nuestro
amor no se ha extinguido lentamente, como ocurre en todos los matrimonios. El nuestro cesó
bruscamente... De golpe... Y estoy segura de que algún día se reanudará del mismo modo...
Completamente segura. Yo he de hacer todo lo posible para lograr que así ocurra. Por eso
debo continuar cuidándome, para que me encuentres atractiva cuando vuelvas a mirarme
como me miran los demás hombres... ¡Mírame, Brick!... Soy joven... ¡El tiempo no ha dejado
sus huellas en mí...! ¡Nada ha cambiado desde entonces!... (Su voz se ha convertido en una
melodía. BRICK vuelve la mirada hacia ella. Por fin MARGARET ha logrado captar su
atención.) ...desde que me conociste. Los hombres vuelven la cabeza cuando paso por la calle.
La semana pasada, cuando fui a Memphis, me dejaban pasar y lanzaban silbidos de
admiración. En el golf... En el restaurante... En los almacenes... Cuando fui al cocktail que
dio Alicia en honor de sus primos, Sonny Maswel, ya sabes a quien me refiero, me seguía a
todas partes. Tuve que encerrarme en el tocador y darle con la puerta en las narices.
BRICK.—¿Por qué no le hiciste caso?
MARGARET.—Debí hacérselo... pero no pude.
BRICK.—Sonny Maswel fue un gran atleta y ya sabes que tiene mucho dinero. Debiste
abrirle la puerta.
MARGARET.—Estoy dispuesta a no darte ningún motivo para que puedas pedir la
separación.
BRICK.—No tengo intención de separarme de ti, Maggie, pero me tranquilizaría que te
volvieras a enamorar de otro hombre.
MARGARET.—No quiero exponerme a ese peligro. Prefiero continuar sobre el tejado
caliente. Además, para tramitar la separación hace falta dinero, y tú no tienes un céntimo...
Por lo menos hasta que se muera tu padre, aunque no creo que tardará mucho tiempo.
BRICK.—¿Por qué estás tan segura de eso? Ya has oído lo que ha dicho mamá: el
diagnóstico ha sido negativo.
MARGARET.—Eso es lo que cree ella, porque estaba delante cuando el doctor leyó al
abuelo el resultado de los análisis. Pero era falso. Pero cuando el abuelo se haya acostado
piensan decirle a ella toda la verdad. La enfermedad está muy avanzada. No tiene remedio.
BRICK.—¿Y él no sospecha nada?
MARGARET.—Los enfermos nunca sospechan la verdad. Nadie se atreve a decirles:
va usted a morirse y no podemos hacer nada. Siempre se les engaña, porque siempre se espera
un milagro. Hasta el último momento se conserva la esperanza de que el milagro se realice. El
sueño de todos los seres humanos es vivir eternamente. Pero la mayoría creen que la eternidad
está en la tierra y no en el cielo... (Se ríe de su discurso.) Bien, ya sabes toda la verdad...
(Encuentra los cigarrillos y enciende uno.) Este es el último cumpleaños que celebra el
abuelo, pero no creas que somos los únicos que lo sabemos en esta casa. Edith y Gooper
fueron los primeros que telefonearon a la clínica. Por eso se plantaron aquí con sus cinco
monstruos... ¿Sabes por qué?... Porque el abuelo aún no ha hecho testamento. Nunca ha
querido hacerlo. Así es que su presencia aquí sólo tiene un objetivo: demostrarle por todos los
medios que tú eres un borracho y que yo no tendré nunca hijos. Ya sabes que yo siempre he
sentido un gran cariño por el abuelo...
BRICK.—Sí, lo sé.
MARGARET.—Siempre le he admirado, a pesar de sus groserías, porque él es como
es y no se avergüenza. Es un granjero y el dueño de la mejor plantación de El Delta y, sin
embargo, continúa tan sencillo y modesto como en los tiempos en que sólo era aquí el capataz
de la Granja de Straw y Ochello... Y hoy, al pensar que es su último cumpleaños y que dentro
dé poco va a morir... A morir. ¡Es horrible, Brick!... ¡Horrible! (Fuera se oyen las voces de los
niños y de los mayores que entonan a coro la canción de cumpleaños: "Happy birthday".)
...pero debemos hacer frente a la realidad. Se necesita dinero para cuidar de un enfermo como
tú, sin fuerzas para trabajar, y yo estoy dispuesta a conseguirlo, luchando contra todo y contra
todos.
BRICK.—No debes preocuparte por mí.
MARGARET.—Pero, Brick, somos dos personas que están en una misma barca que se
hunde. Debemos cuidar el uno del otro... y necesitaremos dinero, Brick. (BRICK se encoge de
hombros.) ¿Quién va a pagar tu whisky? ¿O es que te conformarás con beber Coca-Cola?
Edith y Gooper están haciendo todo lo posible para que tu padre te desherede. Nosotros
debemos interponernos en sus planes y ganarles la partida... ¡Y podemos ganársela, Brick!
Durante mi vida, hasta que me casé contigo, he conocido la pobreza más horrible. ¡Tú no
puedes saber lo que es eso! Supón que te vieras obligado a andar kilómetros y kilómetros con
el tobillo roto para conseguir una gota de whisky y que, además, no tuvieras una muleta en
que apoyarte. Entonces quizá comprenderías lo que es la privación. Sí... Todo lo que yo
poseía, entonces, se reducía a un par de vestidos desechados por el resto de los parientes ricos
y algunos títulos sin valor del Crédito Nacional. Mi padre bebía. Mi pobre madre, para salvar
las apariencias, se vio obligada a vender lo poco que nos quedaba. El día de nuestra boda tuve
que llevar el traje de novia de una tía de mi madre... (BRICK ha salido a la galería. Se oye
desde abajo la voz de un criado que le saluda: Voz.—¿Qué tal, Mister Brick? BRICK levanta
el vaso como contestando a la pregunta.) ...Cuando se es joven se puede soportar la pobreza...
pero cuando se llega a cierta edad, es necesario tener dinero. Ser viejo y pobre es un suplicio
insoportable. Hay que ser joven y rico, Brick, esa es la única verdad que cuenta... Ahora tengo
trajes, alhajas, y quiero luchar para conservarlo todo. He pensado mucho en todo lo ocurrido y
sé el momento preciso en que me equivoqué: fue cuando te dije la verdad sobre Skiper. Fue
un error, un gran error. Nunca debí contártelo.
BRICK.—¡No vuelvas a hablarme de Skiper!
MARGARET.—Es preciso que comprendas que entre Skiper y yo...
BRICK.—¡Ten cuidado, Maggie! ¡Ten cuidado con lo que dices! No insistas en
mezclarte en un asunto en el que nadie tiene derecho a inmiscuirse. Es un juego peligroso... ¡
Demasiado peligroso!
MARGARET.—Peligroso o no, debo seguir adelante. Es preciso que hablemos de una
vez y para siempre. Es preciso que te diga todo, todo lo que llevo dentro, te guste o no oírlo.
(Pausa.)
BRICK.—(Corre hacia la galería.) Trixi, Dixi. ¡Decidle a todo el mundo que suba de
prisa. Tía Maggie tiene una historia que contarnos!
(Se oye la voz de los niños que preguntan desde abajo: ¿Qué
quieres, tío Brick?)
MARGARET.—Te advierto que no servirá de nada. Si suben seguiré hablando delante
de todos. Les diré toda la verdad.
BRICK.—¡Saunders! Dile a toda la familia que suba en seguida...
(Vuelve a entrar y avanza durante las siguientes frases, hacia
MARGARET, sosteniéndose en los muebles y con la muleta en alto
como electrizado.)
MARGARET.—¡Ten cuidado, Brick, con lo que haces...! ¡Ya te he dicho que seguiré
hablando delante de todos! No cometas una locura.
(BRICK avanza amenazador.)
BRICK.—¡Cállate, Maggie, cállate! ¿No ves que podría matarte si quisiera?
MARGARET.—¿Y crees que me importaría mucho?
BRICK.—Tuve la suerte de conocer en mi vida una cosa hermosa y sincera, y tú
pretendiste, y sigues pretendiendo, mancharla con tus mentiras.
MARGARET.—¡Eso no es verdad, Brick...! No es verdad.
BRICK.—No me refiero a tu amor, Maggie, sino a mi amistad con Skiper. Era una
amistad entre hombres, completamente pura y limpia... Y tú... tú la manchaste, Maggie.
MARGARET.—No quieres comprenderme, Brick. Y el pobre Skiper...
BRICK.—Me casé contigo, Maggie. Nunca lo hubiera hecho si hubiese sido un...
(MARGARET echa la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados.
BRICK intenta golpearla con la muleta y falla el golpe.)
MARGARET.—No me acertaste, lo siento. No sé por qué la gente se empeña en
aparentar lo que no es. ¡Nadie es completamente bueno! Yo sé que no soy buena. Tampoco
me han dado ocasión para serlo... Brick... Tu amigo Skiper ha muerto y yo estoy viva.
Maggie, la Gata, está viva... Viva... (BRICK la golpea de nuevo con la muleta y ella evita el
golpe agachándose. Se parapeta detrás de la cama y coge una almohada para defenderse de
los golpes de BRICK. Éste cae al suelo en su esfuerzo por alcanzarla. Una niña entra en la
habitación. Lleva la cabeza adornada con plumas, como un indio piel roja, y una pistola en
la mano. Dispara en dirección a MARGARET gritando: "¡Pan, pan, pan!". Se oyen risas
desde abajo. MARGARET que también está en el suelo, se levanta furiosa.) ¡Niña, tu madre,
o quien te esté educando, ¿no te ha enseñado que se llama antes de entrar en una habitación?
DIXIE.—¿Qué haces en el suelo, tío Brick?
BRICK.—Intentaba matar a tu tía Maggie, pero fallé el golpe.
MARGARET.—Dale la muleta a tu tío, se rompió el tobillo anoche al saltar unas
vallas.
DIXIE.—¿Y por qué saltabas las vallas, tío Brick?
BRICK.—Porque en otro tiempo solía hacerlo, y a las personas mayores les gusta hacer
las mismas cosas de cuando eran jóvenes, sin querer darse cuenta de que ya no pueden...
MARGARET.—Tu tío tiene razón. ¡Anda, haz el favor de marcharte! (DIXIE vuelve a
disparar la pistola, en dirección a MARGARET.) ¡Monstruo!
(Le arranca la pistola de la mano y la tira por la galería. DIXIE
la contesta con la crueldad propia de los niños:)
DIXIE.—Eres una envidiosa, tía Maggie. ¡Tienes celos de mamá porque tú no puedes
tener hijos!
(Sale corriendo. MARGARET la persigue hasta la puerta y cierra ésta de un portazo.
Luego se queda recostada en ella, jadeante. Pausa larga, BRICK ha llenado uno de sus vasos
y se ha sentado en la cama.)
MARGARET.—¿Te das cuenta, Brick? Hasta los niños me echan en cara que no tengo
hijos. ¡Es horrible! (Pausa. Se oyen voces que suben por la escalera.) El otro día fui a
consultar a un doctor en Memphis... Me examinó detenidamente y no encontró ninguna razón
para que no tengamos hijos... Y ahora es el mejor momento, Brick. ¿Me entiendes?... ¿Me has
oído?
BRICK.—Sí, te he oído, Maggie. Te he oído. (Se vuelve y la mira fijo.) Pero, ¿cómo
piensas tener un hijo con un hombre que no puede soportarte a su lado?
MARGARET.—Ese es el problema que tengo que solucionar. Tiene que existir una
solución y estoy dispuesta a encontrarla...
(Se apagan las luces.)
CAE EL TELÓN