Antología Del Cuento Hispanoamericano

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ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO


ÍNDICE Continuidad de los parques Julio Cortázar (Argentina, 1914-1984)
Los dos reyes y los dos laberintos...........................................1 Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios
Continuidad de los parques....................................................1 urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar
El hombre muerto...................................................................2 lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de
El zorro es más sabio...............................................................3 escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de
El conejo y el león...................................................................3 aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el
El retrato mal hecho................................................................4 parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que
El otro yo................................................................................4 lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su
El cerdito.................................................................................5 mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los
El visitante..............................................................................5 últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de
Un señor muy viejo con unas alas enormes............................6 los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer
Acuérdate...............................................................................8 casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la
El ramo azul............................................................................9 vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo,
que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales
danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la
Los dos reyes y los dos laberintos Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986) sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en
hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante,
mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la
no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir
escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y
no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad
el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de
penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas
de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y
profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era
otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores.
regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El
Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara
hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al una mejilla. Empezaba a anochecer.
desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “Oh, rey del tiempo y substancia y cifra Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la
del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la
escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió
mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma
que recorrer, ni muros que veden el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían
abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los
con aquel que no muere. tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le
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ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO
llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una Puede considerarse muerto en su cómoda postura. Pero el hombre abre los ojos y
escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevivido en el mundo?
nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?
los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir.
hombre en el sillón leyendo una novela. El hombre resiste -¡es tan imprevisto ese horror!- y piensa: es una pesadilla; ¡esto
es! ¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira: ¿no es acaso ese el bananal? ¿No viene
El hombre muerto Horacio Quiroga (Uruguay, 1878-1937) todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el
El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. Allí están, muy cerca,
Faltábanles aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven… Es la calma del mediodía;
silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en pero deben ser las doce. Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el
consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera
para tenderse un rato en la gramilla. Mas al bajar el alambre de púa y pasar el de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el
cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el
a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre fondo del valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como
tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo. siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el
Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar…
quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también ¡Muerto! ¿pero es posible? ¿no es éste uno de los tantos días en que ha salido al
de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo con el
izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su
debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa? ¡Pero sí! Alguien silba.
pero el resto no se veía. No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente resonar en el
El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la puentecito los pasos del caballo… Es el muchacho que pasa todas las mañanas
empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando… Desde el poste
mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa
adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien,
término de su existencia. La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia.
veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a ¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en
nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, Misiones, en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin duda! Gramilla
que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo… Nada, nada ha cambiado. Sólo él
supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro. Pero entre el instante es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada
actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco
presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su
antes de su eliminación del escenario humano! Es éste el consuelo, el placer y la familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara
razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan lustrosa y un machete en el vientre. Hace dos minutos: Se muere.
imprevisto lo que debemos vivir aún! ¿Aún…? El hombre muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se
No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto
sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media… El
el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se está muriendo. Muerto. muchacho de todos los días acaba de pasar el puente.
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ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO
¡Pero no es posible que haya resbalado…! El mango de su machete (pronto largo rato las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar
deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre el poste y el hombre tendido que ya ha descansado.
entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe
muy bien cómo se maneja un machete de monte. Está solamente muy fatigado El zorro es más sabio Augusto Monterroso (Guatemala, 1921-2003)
del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre. ¿La prueba…?
¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó él mismo Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin
en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Ya ése es su bananal; y ése es dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente,
su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del alambre! Lo ve pues odiaba ese tipo de personas que dice voy a hacer esto o lo otro y nunca lo
perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque hacen.
él está echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto
de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas.
grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los días, como ése, ha El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores
visto las mismas cosas. norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos
…Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos… Y días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que
a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se hablaban de los libros del Zorro. Desde ese momento el Zorro se dio con razón
desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa. Pero los demás
Oye siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo
de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡Piapiá! encontraban en los cocteles puntualmente se le acercaban a decirle tiene usted
¿No es eso…? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo… que publicar más.
¡Qué pesadilla…! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! -Pero si ya he publicado dos libros -respondía él con cansancio.
Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que -Y muy buenos -le contestaban-; por eso mismo tiene usted que publicar otro.
hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido. El Zorro no lo decía, pero pensaba: “En realidad lo que estos quieren es que yo
…Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora, publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer.”
ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y antes Y no lo hizo.
había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete
pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos. Puede aún alejarse con la mente, El conejo y el león Augusto Monterroso (Guatemala, 1921-2003)
si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tejamar
por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas Un célebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.
rígidas; el bananal y su arena roja: el alambrado empequeñecido en la pendiente, Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente
que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, obra sola de sus subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no solo la
manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que
piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, comparó una y otra vez con las de los humanos.
como un pequeño bulto asoleado sobre la gramilla -descansando, porque está Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.
muy cansado. En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos
Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el
alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre
como desearía. Ante las voces que ya están próximas -¡Piapiá!- vuelve un largo, era hombre.
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El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente Fue el 5 de abril de 1890, a la hora del almuerzo; los chicos jugaban en el fondo
como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el del jardín; Eponina leía en La Moda Elegante: “Se borda esta tira sobre pana de
Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media color bronce obscuro” o bien: “Traje de visita para señora joven, vestido verde
vuelta y se alejó corriendo. mirto”, o bien: “punto de cadeneta, punto de espiga, punto anudado, punto
De regreso a la ciudad el célebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso lanzado y pasado”. Los chicos gritaban en el fondo del jardín. Eponina seguía
tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la leyendo: “Las hojas se hacen con seda color de aceituna” o bien: “los enrejados
Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza son de color de rosa y azules”, o bien: “la flor grande es de color encarnado”, o
al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia bien: “las venas y los tallos color albaricoque”.
fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser Ana no llegaba para servir la mesa; toda la familia, compuesta de tías, maridos,
extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha primas en abundancia, la buscaba por todos los rincones de la casa. No quedaba
hecho nada. más que el altillo por explorar. Eponina dejó el periódico sobre la mesa, no sabía
lo que quería decir albaricoque: “Las venas y los tallos color albaricoque”. Subió al
El retrato mal hecho Silvina Ocampo ( Argentina, 1913-1993) altillo y empujó la puerta hasta que cayó el mueble que la atrancaba. Un vuelo de
murciélagos ciegos envolvía el techo roto. Entre un amontonamiento de sillas
A los chicos les debía de gustar sentarse sobre las amplias faldas de Eponina desvencijadas y palanganas viejas, Ana estaba con la cintura suelta de náufraga,
porque tenía vestidos como sillones de brazos redondos. Pero Eponina, encerrada sentada sobre el baúl; su delantal, siempre limpio, ahora estaba manchado de
en las aguas negras de su vestido de moiré, era lejana y misteriosa; una mitad del sangre. Eponina le tomó la mano, la levantó. Ana, indicando el baúl, contestó al
rostro se le había borrado pero conservaba movimientos sobrios de estatua en silencio: “Lo he matado”.
miniatura. Raras veces los chicos se le habían sentado sobre las faldas, por culpa Eponina abrió el baúl y vio a su hijo muerto, al que más había ambicionado subir
de la desaparición de las rodillas y de los brazos que con frecuencia involuntaria sobre sus faldas: ahora estaba dormido sobre el pecho de uno de sus vestidos
dejaba caer. más viejos, en busca de su corazón.
Detestaba los chicos, había detestado a sus hijos uno por uno a medida que iban La familia enmudecida de horror en el umbral de la puerta, se desgarraba con
naciendo, como ladrones de su adolescencia que nadie lleva presos, a no ser los gritos intermitentes clamando por la policía. Habían oído todo, habían visto todo;
brazos que los hacen dormir. Los brazos de Ana, la sirvienta, eran como cunas los que no se desmayaban, estaban arrebatados de odio y de horror.
para sus hijos traviesos. Eponina se abrazó largamente a Ana con un gesto inusitado de ternura. Los labios
La vida era un larguísimo cansancio de descansar demasiado; la vida era muchas de Eponina se movían en una lenta ebullición: “Niño de cuatro años vestido de
señoras que conversan sin oírse en las salas de las casas donde de tarde en tarde raso de algodón color encarnado. Esclavina cubierta de un plegado que figura
se espera una fiesta como un alivio. Y así, a fuerza de vivir en postura de retrato como olas ribeteadas con un encaje blanco. Las venas y los tallos son de color
mal hecho, la impaciencia de Eponina se volvió paciente y comprimida, e idéntica marrón dorados, verde mirto o carmín”.
a las rosas de papel que crecen debajo de los fanales.
La mucama la distraía con sus cantos por la mañana, cuando arreglaba los El Otro Yo Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009)
dormitorios. Ana tenía los ojos estirados y dormidos sobre un cuerpo muy
despierto, y mantenía una inmovilidad extática de rueditas dentro de su Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras,
actividad. Era incansablemente la primera que se levantaba y la última que se leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba
acostaba. Era ella quien repartía por toda la casa los desayunos y la ropa limpia, la en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía
que distribuía las compotas, la que hacía y deshacía las camas, la que servía la Otro Yo.
mesa. El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía
cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba
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ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO
mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte en Emilio o Guido. Pero no trascurría ninguna tarde sin haber reproducido algún
el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar gesto, algún ademán de nieto.
como era su deseo. Pasó sin prisa a la cocina para preparar los tres tazones de café con leche y los
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió panques que envolvían dulce de membrillo.
lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja sino que
pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada, la anciana demoró en
desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero oírlos pero los golpes continuaron insistentes y sin aumentar su fuerza. Por fin,
después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero porque había pasado a la sala para acomodar la mesa, la anciana percibió el ruido
a la mañana siguiente se había suicidado. y divisó las tres siluetas que habían trepados los escalones.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero Sentados alrededor de la mesa, con los carrillos hinchados por la dulzura de la
enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo golosina, los niños repitieron las habituales tonterías, se acusaron entre ellos de
reconfortó. fracasos y traiciones. La anciana no los comprendía pero los miraba comer con
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su una sonrisa inmóvil; para aquella tarde, después de observar mucho para no
nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le equivocarse, decidió que Emilio le estaba recordando el nieto mucho más que los
llenó de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. otros dos. Sobre todo con el movimientos de las manos.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor Mientras lavaba la loza en la cocina oyó el coro de risas, las apagadas voces del
de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y secreteo y luego el silencio. Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido
pensar que parecía tan fuerte y saludable». sordo del hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la quedó quieta en el suelo de su cocina.
altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo Revolvieron en todos los muebles del dormitorio, buscaron debajo del colchón. Se
sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro repartieron billetes y monedas y Juan le propuso a Emilio:
Yo. -Dale otro golpe. Por si las dudas.
Caminaron despacio bajo el sol y al llegar al tablón de la zanja cada uno regresó
El cerdito Juan Carlos Onetti (Uruguay, 1909-1994) separado, al barrio miserable. Cada uno a su choza y Guido, cuando estuvo en la
suya, vacía como siempre en la tarde, levantó ropas, chatarra y desperdicios del
La señora estaba siempre vestida de negro y arrastraba sonriente el reumatismo cajón que tenía junto al catre y extrajo la alcancía blanca y manchada para
del dormitorio a la sala. Otras habitaciones no había; pero sí una ventana que guardar su dinero; una alcancía de yeso en forma de cerdito con una ranura en el
daba a un pequeño jardín parduzco. Miró el reloj que le colgaba del pecho y lomo.
pensó que faltaba más de una hora para que llegaran los niños. No eran suyos. A
veces dos, a veces tres que llegaban desde las casas en ruinas, más allá de la El visitante Gabriel García Márquez (Colombia, 1927-2014)
placita, atravesando el puente de madera sobre la zanja seca ahora, enfurecida de
agua en los temporales de invierno. Dos exploradores lograron refugiarse en una cabaña abandonada, después de
Aunque los niños empezaran a ir a la escuela, siempre lograban escapar de sus haber vivido tres angustiosos días extraviados en la nieve. Al cabo de otros tres
casas o de sus aulas a la hora de pereza y calma de la siesta. Todos, los dos o tres; días, uno de ellos murió. El sobreviviente excavó una fosa en la nieve, a unos cien
eran sucios, hambrientos y físicamente muy distintos. Pero la anciana siempre metros de la cabaña, y sepultó el cadáver. Al día siguiente, sin embargo, al
lograba reconocer en ellos algún rasgo del nieto perdido; a veces a Juan le despertar de su primer sueño apacible, lo encontró otra vez dentro de la casa,
correspondían los ojos o la franqueza de ojos y sonrisa; otras; ella los descubría muerto y petrificado por el hielo, pero sentado como un visitante formal frente a
su cama. Lo sepultó de nuevo, tal vez en una tumba más distante, pero al
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ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO
despertar al día siguiente volvió a encontrarlo sentado frente a su cama. Entonces Al día siguiente todo el mundo sabía que en casa de Pelayo tenían cautivo un
perdió la razón. Por el diario que había llevado hasta entonces se pudo conocer la ángel de carne y hueso. Contra el criterio de la vecina sabia, para quien los
verdad de su historia. Entre las muchas explicaciones que trataron de darse al ángeles de estos tiempos eran sobrevivientes fugitivos de una conspiración
enigma, una parecía ser la más verosímil: el sobreviviente se había sentido tan celestial, no habían tenido corazón para matarlo a palos. Pelayo estuvo
afectado por su soledad que él mismo desenterraba dormido el cadáver que vigilándolo toda la tarde desde la cocina, armado con un garrote de alguacil, y
enterraba despierto. antes de acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el
gallinero alumbrado. A media noche, cuando terminó la lluvia, Pelayo y Elisenda
Un señor muy viejo con unas alas enormes Gabriel García Márquez seguían matando cangrejos. Poco después el niño despertó sin fiebre y con
deseos de comer. Entonces se sintieron magnánimos y decidieron poner al ángel
Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que en una balsa con agua dulce y provisiones para tres días, y abandonarlo a su
Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño suerte en altamar. Pero cuando salieron al patio con las primeras luces,
recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa encontraron a todo el vecindario frente al gallinero, retozando con el ángel sin la
de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran menor devoción y echándole cosas de comer por los huecos de las alambradas,
una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como si no fuera una criatura sobrenatural sino un animal de circo.
como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos El padre Gonzaga llegó antes de las siete alarmado por la desproporción de la
podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la noticia. A esa hora ya habían acudido curiosos menos frívolos que los del
casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se amanecer, y habían hecho toda clase de conjeturas sobre el porvenir del cautivo.
movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para Los más simples pensaban que sería nombrado alcalde del mundo. Otros, de
descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, espíritu más áspero, suponían que sería ascendido a general de cinco estrellas
y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus para que ganara todas las guerras. Algunos visionarios esperaban que fuera
enormes alas. conservado como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres
Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda, su mujer, que alados y sabios que se hicieran cargo del Universo. Pero el padre Gonzaga, antes
estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevó hasta el fondo del patio. de ser cura, había sido leñador macizo. Asomado a las alambradas repasó un
Ambos observaron el cuerpo caído con un callado estupor. Estaba vestido como instante su catecismo, y todavía pidió que le abrieran la puerta para examinar de
un trapero. Le quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y cerca a aquel varón de lástima que más parecía una enorme gallina decrépita
muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo entre las gallinas absortas. Estaba echado en un rincón, secándose al sol las alas
había desprovisto de toda grandeza. Sus alas de gallinazo grande, sucias y medio extendidas, entre las cáscaras de fruta y las sobras de desayunos que le habían
desplumadas, estaban encalladas para siempre en el lodazal. Tanto lo observaron, tirado los madrugadores. Ajeno a las impertinencias del mundo, apenas sí levantó
y con tanta atención, que Pelayo y Elisenda se sobrepusieron muy pronto del sus ojos de anticuario y murmuró algo en su dialecto cuando el padre Gonzaga
asombro y acabaron por encontrarlo familiar. Entonces se atrevieron a hablarle, y entró en el gallinero y le dio los buenos días en latín. El párroco tuvo la primera
él les contestó en un dialecto incomprensible pero con una buena voz de sospecha de impostura al comprobar que no entendía la lengua de Dios ni sabía
navegante. Fue así como pasaron por alto el inconveniente de las alas, y saludar a sus ministros. Luego observó que visto de cerca resultaba demasiado
concluyeron con muy buen juicio que era un náufrago solitario de alguna nave humano: tenía un insoportable olor de intemperie, el revés de las alas sembrado
extranjera abatida por el temporal. Sin embargo, llamaron para que lo viera a una de algas parasitarias y las plumas mayores maltratadas por vientos terrestres, y
vecina que sabía todas las cosas de la vida y la muerte, y a ella le bastó con una nada de su naturaleza miserable estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los
mirada para sacarlos del error. ángeles. Entonces abandonó el gallinero, y con un breve sermón previno a los
—Es un ángel –les dijo—. Seguro que venía por el niño, pero el pobre está tan curiosos contra los riesgos de la ingenuidad. Les recordó que el demonio tenía la
viejo que lo ha tumbado la lluvia. mala costumbre de recurrir a artificios de carnaval para confundir a los incautos.
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ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO
Argumentó que si las alas no eran el elemento esencial para determinar las con los ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino de
diferencias entre un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que no parecía de
reconocer a los ángeles. Sin embargo, prometió escribir una carta a su obispo, este mundo. Aunque muchos creyeron que su reacción no había sido de rabia
para que este escribiera otra al sumo pontífice, de modo que el veredicto final sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría
viniera de los tribunales más altos. entendió que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la de
Su prudencia cayó en corazones estériles. La noticia del ángel cautivo se divulgó un cataclismo en reposo.
con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había en el patio un alboroto de El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre con fórmulas de
mercado, y tuvieron que llevar la tropa con bayonetas para espantar el tumulto inspiración doméstica, mientras le llegaba un juicio terminante sobre la
que ya estaba a punto de tumbar la casa. Elisenda, con el espinazo torcido de naturaleza del cautivo. Pero el correo de Roma había perdido la noción de la
tanto barrer basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y urgencia. El tiempo se les iba en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su
cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel. dialecto tenía algo que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la
Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante con un acróbata punta de un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas. Aquellas cartas
volador, que pasó zumbando varias veces por encima de la muchedumbre, pero de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un acontecimiento
nadie le hizo caso porque sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral. providencial no hubiera puesto término a las tribulaciones del párroco.
Vinieron en busca de salud los enfermos más desdichados del Caribe: una pobre Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las ferias errantes
mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había
alcanzaban los números, un jamaicano que no podía dormir porque lo convertido en araña por desobedecer a sus padres. La entrada para verla no solo
atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba de noche a costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda
deshacer dormido las cosas que había hecho despierto, y muchos otros de menor clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés,
gravedad. En medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula
Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero
atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera aflicción con que
su turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte. contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado
El ángel era el único que no participaba de su propio acontecimiento. El tiempo se de la casa de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque
le iba buscando acomodo en su nido prestado, aturdido por el calor de infierno de después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el
las lámparas de aceite y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la
Al principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de acuerdo con la convirtió en araña. Su único alimento eran las bolitas de carne molida que las
sabiduría de la vecina sabia, era el alimento específico de los ángeles. Pero él los almas caritativas quisieran echarle en la boca. Semejante espectáculo, cargado de
despreciaba, como despreció sin probarlos los almuerzos papales que le llevaban tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin
los penitentes, y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba mirar a los
nada más que papillas de berenjena. Su única virtud sobrenatural parecía ser la mortales. Además los escasos milagros que se le atribuían al ángel revelaban un
paciencia. Sobre todo en los primeros tiempos, cuando lo picoteaban las gallinas cierto desorden mental, como el del ciego que no recobró la visión pero le
en busca de los parásitos estelares que proliferaban en sus alas, y los baldados le salieron tres dientes nuevos, y el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a
arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y hasta los más piadosos punto de ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las
le tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo entero. La heridas. Aquellos milagros de consolación que más bien parecían
única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le abrasaron el costado con un entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del ángel cuando
hierro de marcar novillos, porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla. Fue así como el padre
creyeron muerto. Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar
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ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO
tan solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos que se alarmaron, porque pensaban que se iba a morir, y ni siquiera la vecina
caminaban por los dormitorios. sabia había podido decirles qué se hacía con los ángeles muertos.
Los dueños de la casa no tuvieron nada que lamentar. Con el dinero recaudado Sin embargo, no solo sobrevivió a su peor invierno, sino que pareció mejor con los
construyeron una mansión de dos plantas, con balcones y jardines, y con primeros soles. Se quedó inmóvil muchos días en el rincón más apartado del
sardineles muy altos para que no se metieran los cangrejos del invierno, y con patio, donde nadie lo viera, y a principios de diciembre empezaron a nacerle en
barras de hierro en las ventanas para que no se metieran los ángeles. Pelayo las alas unas plumas grandes y duras, plumas de pajarraco viejo, que más bien
estableció además un criadero de conejos muy cerca del pueblo y renunció para parecían un nuevo percance de la decrepitud. Pero él debía conocer la razón de
siempre a su mal empleo de alguacil, y Elisenda se compró unas zapatillas estos cambios, porque se cuidaba muy bien de que nadie los notara, y de que
satinadas de tacones altos y muchos vestidos de seda tornasol, de los que usaban nadie oyera las canciones de navegantes que a veces cantaba bajo las estrellas.
las señoras más codiciadas en los domingos de aquellos tiempos. El gallinero fue Una mañana, Elisenda estaba cortando rebanadas de cebolla para el almuerzo,
lo único que no mereció atención. Si alguna vez lo lavaron con creolina y cuando un viento que parecía de alta mar se metió en la cocina. Entonces se
quemaron las lágrimas de mirra en su interior, no fue por hacerle honor al ángel, asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo.
sino por conjurar la pestilencia de muladar que ya andaba como un fantasma por Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y
todas partes y estaba volviendo vieja la casa nueva. Al principio, cuando el niño estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que
aprendió a caminar, se cuidaron de que no estuviera cerca del gallinero. Pero resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura.
luego se fueron olvidando del temor y acostumbrándose a la peste, y antes de Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por
que el niño mudara los dientes se había metido a jugar dentro del gallinero, cuyas encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso
alambradas podridas se caían a pedazos. El ángel no fue menos displicente con él aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y
que con el resto de los mortales, pero soportaba las infamias más ingeniosas con siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque
una mansedumbre de perro sin ilusiones. Ambos contrajeron la varicela al mismo entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el
tiempo. El médico que atendió al niño no resistió la tentación de auscultar al horizonte del mar.
ángel, y encontró tantos soplos en el corazón y tantos ruidos en los riñones, que
no le pareció posible que estuviera vivo. Lo que más le asombró, sin embargo, fue Acuérdate Juan Rulfo (México, 1918-1986)
la lógica de sus alas. Resultaban tan naturales en aquel organismo
completamente humano, que no podía entender por qué no las tenían también Acuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquél que
los otros hombres. dirigía las pastorelas y que murió recitando el “rezonga ángel maldito” cuando la
Cuando el niño fue a la escuela, hacía mucho tiempo que el sol y la lluvia habían época de la gripe. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de
desbaratado el gallinero. El ángel andaba arrastrándose por acá y por allá como él. Acuérdate que le decíamos “el Abuelo” por aquello de que su otro hijo,
un moribundo sin dueño. Lo sacaban a escobazos de un dormitorio y un Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por
momento después lo encontraban en la cocina. Parecía estar en tantos lugares al mal nombre le decían la Arremangada, y la otra que era rete alta y que tenía los
mismo tiempo, que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí ojos zarcos y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba
mismo por toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de quicio que era enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y
una desgracia vivir en aquel infierno lleno de ángeles. Apenas si podía comer, sus que a la mera hora de la Elevación soltaba un ataque de hipo, que parecía como si
ojos de anticuario se le habían vuelto tan turbios que andaba tropezando con los estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban fuera y le daban tantita
horcones, y ya no le quedaban sino las cánulas peladas de las últimas plumas. agua con azúcar y entonces se calmaba. Esa acabó casándose con Lucio Chico,
Pelayo le echó encima una manta y le hizo la caridad de dejarlo dormir en el dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el
cobertizo, y solo entonces advirtieron que pasaba la noche con calenturas molino de linaza de los Teódulos.
delirantes en trabalenguas de noruego viejo. Fue esa una de las pocas veces en
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ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO
Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en un aljibe seco. Lo sacaron de las orejas por la puerta grande entre el risón de
en líos y de cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinerito, pero se todos, pasándolo por una fila de muchachos y muchachas para avergonzarlo. Y él
lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían recién nacidos y pasó por allí, con la cara levantada, amenazándolos a todos con la mano y como
siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre música y diciendo: “Ya me las pagarán caro”.
coros de monaguillos que cantaban “hosannas” y “glorias” y la canción esa de Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los
“ahí te mando, Señor, otro angelito”. De eso se quedó pobre, porque le resultaba ladrillos, hasta que ya en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo
caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. oyendo toda la tarde como si fuera un aullido de coyote.
Sólo le vivieron dos, el Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella Sólo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso.
no vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo, ya de grande, pegada Dicen que su tío Fidencio, el del molino, le arrimó una paliza que por poco y lo
a los cincuenta años. deja parálisis, y que él, de coraje, se fue del pueblo.
La debes haber conocido, pues era muy discutidora y cada rato andaba en pleito Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta aquí
con las vendedoras en la plaza del mercado porque le querían dar muy caros los convertido en policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en la banca
jitomates, pegaba gritos y decía que la estaban robando. Después, ya pobre, se le con la carabina entre las piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba
veía rondando entre la basura, juntando rabos de cebolla, ejotes ya sancochados con nadie. No saludaba a nadie. Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido
y alguno que otro cañuto de caña “para que se les endulzara la boca a sus hijos”. como si no conociera a la gente.
Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron. Después no Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina. Al Nachito se le
se supo ya de ella. ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y
Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más cuando las campanas todavía estaban tocando el toque de Ánimas. Entonces se
grande, muy bueno para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos oyeron los gritos y la gente que estaba en la Iglesia rezando el rosario salió a la
vendía clavellinas y nosotros se las comprábamos, cuando lo más fácil era ir a carrera y allí los vieron: al Nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y
cortarlas al cerro. Nos vendía mangos verdes que se robaba del mango que al Urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le
estaba en el patio de la escuela y naranjas con chile que compraba en la portería gritaba la gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni
a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba cuanta porquería y de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio
media traía en el bolso: canicas ágata, trompos y zumbadores y hasta mayates con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín donde se estuvo
verdes, de esos a los que se les amarra un hilo en una pata para que no vuelen tendido.
muy lejos. Nos traficaba a todos, acuérdate. Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en
Era cuñado de Nachito Rivero, aquel que se volvió tonto a los pocos días de el curato y que hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio.
casado y que Inés, su mujer, para mantenerse tuvo que poner un puesto de Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar
tepeche en la garita del camino real, mientras Nachito se vivía tocando canciones llegaron a él. No se opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y
todas refinadas en una mandolina que le prestaban en la peluquería de don que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran.
Refugio. Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste
Y nosotros íbamos con Urbano a ver a su hermana, a bebernos el tepeche que como yo.
siempre le quedábamos a deber y que nunca le pagábamos, porque nunca
teníamos dinero. Después hasta se quedó sin amigos, porque todos al verlo, le El ramo azul Octavio Paz (México, 1914-1998)
sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos.
Quizá entonces se vio malo, o quizá ya era de nacimiento. Desperté, cubierto de sudor. Del piso de ladrillos rojos, recién regados, subía un
Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su vapor caliente. Una mariposa de alas grisáceas revoloteaba encandilada alrededor
prima la Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos del foco amarillento. Salté de la hamaca y descalzo atravesé el cuarto, cuidando
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ANTOLOGÍA DEL CUENTO HISPANOAMERICANO
no pisar algún alacrán salido de su escondrijo a tomar el fresco. Me acerqué al -¿Mis ojos? ¿Para qué te servirán mis ojos? Mira, aquí tengo un poco de dinero.
ventanillo y aspiré el aire del campo. Se oía la respiración de la noche, enorme, No es mucho, pero es algo. Te daré todo lo que tengo, si me dejas. No vayas a
femenina. Regresé al centro de la habitación, vacié el agua de la jarra en la matarme.
palangana de peltre y humedecí la toalla. Me froté el torso y las piernas con el -No tenga miedo, señor. No lo mataré. Nada más voy a sacarle los ojos.
trapo empapado, me sequé un poco y, tras de cerciorarme que ningún bicho -Pero, ¿para qué quieres mis ojos?
estaba escondido entre los pliegues de mi ropa, me vestí y calcé. Bajé saltando la -Es un capricho de mi novia. Quiere un ramito de ojos azules y por aquí hay pocos
escalera pintada de verde. En la puerta del mesón tropecé con el dueño, sujeto que los tengan.
tuerto y reticente. Sentado en una sillita de tule, fumaba con el ojo entrecerrado. -Mis ojos no te sirven. No son azules, sino amarillos.
Con voz ronca me preguntó: -Ay, señor no quiera engañarme. Bien sé que los tiene azules.
-¿Dónde va señor? -No se le sacan a un cristiano los ojos así. Te daré otra cosa.
-A dar una vuelta. Hace mucho calor. -No se haga el remilgoso, me dijo con dureza. Dé la vuelta.
-Hum, todo está ya cerrado. Y no hay alumbrado aquí. Más le valiera quedarse. Me volví. Era pequeño y frágil. El sombrero de palma le cubría medio rostro.
Alcé los hombros, musité “ahora vuelvo” y me metí en lo oscuro. Al principio no Sostenía con el brazo derecho un machete de campo, que brillaba con la luz de la
veía nada. Caminé a tientas por la calle empedrada. Encendí un cigarrillo. De luna.
pronto salió la luna de una nube negra, iluminando un muro blanco, -Alúmbrese la cara.
desmoronado a trechos. Me detuve, ciego ante tanta blancura. Sopló un poco de Encendí y me acerqué la llama al rostro. El resplandor me hizo entrecerrar los
viento. Respiré el aire de los tamarindos. Vibraba la noche, llena de hojas e ojos. Él apartó mis párpados con mano firme. No podía ver bien. Se alzó sobre las
insectos. Los grillos vivaqueaban entre las hierbas altas. Alcé la cara: arriba puntas de los pies y me contempló intensamente. La llama me quemaba los
también habían establecido campamento las estrellas. Pensé que el universo era dedos. La arrojé. Permaneció un instante silencioso.
un vasto sistema de señales, una conversación entre seres inmensos. Mis actos, el -¿Ya te convenciste? No los tengo azules.
serrucho del grillo, el parpadeo de la estrella, no eran sino pausas y sílabas, frases -¡Ah, qué mañoso es usted! –respondió- A ver, encienda otra vez.
dispersas de aquel diálogo. ¿Cuál sería esa palabra de la cual yo era una sílaba? Froté otro fósforo y lo acerqué a mis ojos. Tirándome de la manga, me ordenó.
¿Quién dice esa palabra y a quién se la dice? Tiré el cigarrillo sobre la banqueta. Al -Arrodíllese.
caer, describió una curva luminosa, arrojando breves chispas, como un cometa Me hinqué. Con una mano me cogió por los cabellos, echándome la cabeza hacia
minúsculo. atrás. Se inclinó sobre mí, curioso y tenso, mientras el machete descendía
Caminé largo rato, despacio. Me sentía libre, seguro entre los labios que en ese lentamente hasta rozar mis párpados. Cerré los ojos.
momento me pronunciaban con tanta felicidad. La noche era un jardín de ojos. Al -Ábralos bien –ordenó.
cruzar la calle, sentí que alguien se desprendía de una puerta. Me volví, pero no Abrí los ojos. La llamita me quemaba las pestañas. Me soltó de improviso.
acerté a distinguir nada. Apreté el paso. Unos instantes percibí unos huaraches -Pues no son azules, señor. Dispense.
sobre las piedras calientes. No quise volverme, aunque sentía que la sombra se Y despareció.
acercaba cada vez más. Intenté correr. No pude. Me detuve en seco, Me acodé junto al muro, con la cabeza entre las manos. Luego me incorporé. A
bruscamente. Antes de que pudiese defenderme, sentí la punta de un cuchillo en tropezones, cayendo y levantándome, corrí durante una hora por el pueblo
mi espalda y una voz dulce: desierto. Cuando llegué a la plaza, vi al dueño del mesón, sentado aún frente a la
-No se mueva, señor, o se lo entierro. puerta.
Sin volver la cara pregunté: Entré sin decir palabra.
-¿Qué quieres? Al día siguiente hui de aquel pueblo.
-Sus ojos, señor –contestó la voz suave, casi apenada.

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