Carr - Wilfred y Kemmis - Lo Teòrico y Lo Práctico
Carr - Wilfred y Kemmis - Lo Teòrico y Lo Práctico
Carr - Wilfred y Kemmis - Lo Teòrico y Lo Práctico
En los dos capítulos anteriores nos hemos limitado a presentar brevemente las
dos concepciones teóricas más habituales de la investigación educativa. Algunas
de las conclusiones de esa exposición son más o menos obvias. Está claro, por
ejemplo, que las diferentes maneras de entender la investigación se hallan
íntimamente relacionadas con la cuestión de la relación entre la teoría y la
práctica. O mejor dicho, lo que ha revelado la exposición es que cualquier
interpretación adecuada de la teoría debe tener en cuenta la relación con la
práctica que aquélla implica.
Muchas de las cosas que hace la gente, aunque no todas, forman parte de un
plan más o menos complicado o patrón de actividad en que interviene cada
persona. Los actos y las observaciones individuales, elegidos por su intención
o su objetivo inmediato, forman parte de alguna actividad más general y
extensa en el tiempo. Esta actividad más general obedece asimismo a un
Pues bien, y aunque suponga poco más que una perogrullada el decir ' que los
problemas educacionales son prácticos, no siempre se distingue la fuerza de lo
que esto implica en cuanto a la investigación educativa. Por ejemplo, no siempre
se comprende que, puesto que los problemas pueden ser o bien prácticos o bien
teóricos, pero nunca ambas cosas a la vez, los problemas de la educación jamás
son teóricos. Es decir, que los problemas educacionales «de orden general» o
«independientes del contexto» (por ejemplo: ¿Qué se debe enseñar a los niños?
¿Cuál debe ser el contenido de un «curriculum troncal»?) no son ni más teóricos
ni menos prácticos que otros más específicos o concretos (por ejemplo: ¿Cómo
debo valorar en qué medida este grupo de treceañeros ha aprendido las
ecuaciones de segundo grado?). En ambos ejemplos, el caso no se resuelve
descubriendo algún conocimiento, sino mediante la formulación de un juicio
práctico y la acción que es su consecuencia. De manera similar, muchos
problemas teóricos que pueden parecer a primera vista problemas educacionales
no tienen ningún carácter intrínsecamente educacional en absoluto. Los pro-
blemas teóricos, lo mismo si son de tipo general e independientes del contexto
(por ejemplo: ¿Cómo aprenden los niños? ¿Cómo mantienen su hegemonía las
clases dominantes a través del funcionamiento de los procesos y las instituciones
de la enseñanza?), como si son más específicos y concretos (por ejemplo:
¿Aprenden los alumnos de clase media con más facilidad los conceptos
específicos que los alumnos de origen obrero?), podrán influir en algún sentido
sobre las decisiones prácticas que se tomen • en respuesta a problemas
educacionales. Pero no son problemas educacionales en sí mismos. Además, y lo
mismo que la solución a un problema teórico puede tener alguna consecuencia
en orden a la resolución de problemas prácticos, a menudo pueden surgir
problemas prácticos en el intento de resolver los teóricos. Dicho de otra manera,
es evidente que la tarea de resolver unos problemas teóricos tropieza a menudo
con dificultades prácticas que han de superarse sise quiere culminar aquella tarea
con éxito. El hecho de que dichas dificultades hayan aparecido en el proceso de
resolución de unos problemas teóricos no modifica el carácter práctico de las
mismas, y por consiguiente no altera el hecho de que el teórico deba hacer algo
Así pues, si todas las teorías son producto de alguna actividad práctica, a su vez
toda actividad práctica recibe orientación de alguna teoría. La enseñanza, por
ejemplo, aunque no se dedique a la producción de teorías, es similar a la
experimentación psicológica por cuanto se trata de una práctica social
conscientemente desarrollada y que sólo puede ser entendida por referencia al
marco dentro del cual los practicantes encuentran sentido en lo que hacen^-Los
profesores no podrían ni empezar a «practicar» siquiera ni no tuviesen algún
conocimiento sobre la situación dentro de la cual actúan y alguna idea de lo que
hay que hacer. En este sentido, los dedicados a la «práctica» de la educación
deben poseer alguna «teoría» previa de la educación que estructure sus
actividades y guíe sus decisiones.
Los maestros no podrían enseñar sin una cierta medida de reflexión acerca de lo
que hacen (es decir, sin una teorización), como los teóricos tampoco podrían
producir teorías sin entrar en el tipo de practicas específico de su actividad. Las
«teorías» no son cuerpos de conocimiento que puedan generarse en un vacío
práctico, como tampoco la enseñanza es un . trabajo de tipo robótico-mecánico,
Las teorías que informan las empresas teóricas como la psicología y las que
guían las actividades prácticas como la enseñanza tienen ciertos rasgos
comunes. Por ejemplo, ambas son producto de tradiciones existentes y que se
perpetúan, y en tanto que tales definen las líneas de pensamiento que se
consideran apropiadas a la situación institucional dentro de la cual se emprenden
las actividades respectivas. Hablar de teorizantes o de maestros, por
consiguiente, es hablar de unas comunidades sociales ; cuyos miembros
practican conforme a un conjunto de creencias, actitudes y expectativas. Y
aunque las dos comunidades del ejemplo sean distintas y, a menudo,
institucionalmente separadas, en la práctica puede darse un mayor o menor
grado de solapamiento, según de quiénes sean los problemas que se están
tratando y según el origen del problema sea la insatisfacción para con una teoría
o para con una práctica. La circunstancia de que la teoría orientadora de una
práctica teórica se pueda adquirir de una • manera más consciente que la que
guía una actividad práctica no altera el hecho de que ambas son vías de
pensamiento prescritas que se transmiten mediante un proceso de iniciación.
Cuando se considera de este modo «lo teórico» y «lo práctico», resulta cada vez
más obvio que el hiato que suele producirse entre lo uno y lo otro y que motiva las
preocupaciones de la investigación educativa no es de los que ocurren entre una
práctica y la teoría que orienta esa práctica, sino que se suscita más bien al
presuponer que la «teoría educativa» se refiere a otras teorías diferentes de las
que orientan ya las empresas educativas. La «incomunicación», por ejemplo, se
produce sólo cuando el lenguaje de la teoría educativa no es el mismo que el de
la práctica educativa. De manera similar, los fosos abiertos entre la teoría
educativa y su aplicación práctica sólo existen porque los practicantes no
interpretan o valoran las teorías que se les proponen con arreglo a los mismos
criterios que utilizan los que se ocupan de las empresas teóricas.
Los puntos importantes que conviene tener presentes, por tanto, pueden
resumirse como sigue. Los desacuerdos entre la teoría y la práctica, que todo el
mundo deplora, en realidad van indisolublemente unidos ala opinión de que
pueden producirse teorías educativas dentro de unos contextos teóricos y
prácticos diferentes de aquellos en que previsiblemente aquéllas deberían
aplicarse. En consecuencia, y puesto que tal opinión está muy difundida, apenas
ha de sorprendernos que los hiatos así creados sean vistos como impedimentos
cuya eliminación sólo puede conseguirse hallando la manera de convencer a los
maestros de que adopten y apliquen alguna otra teoría distinta de la que ya
tienen. En cambio, si se admite que la expresión «teoría educativa» no puede
referirse coherentemente a otra cosa que a la teoría que realmente guía las
prácticas educativas, entonces veremos con claridad que una actividad teórica
que pretenda explícitamente ejercer una influencia sobre la práctica educativa
sólo podrá conseguirlo influyendo sobre el marco de referencia teórico en virtud
del cual dichas prácticas devienen inteligibles. Desde este punto de vista, la
«teoría educativa» no es una «teoría aplicada» que «beba» de teorías de las
ciencias sociales, sino que se trata de toda una empresa, la de valorar
críticamente la idoneidad de los conceptos, las creencias, los supuestos y los
valores que incorporan las teorías de la práctica educativa vigentes en la
actualidad.
Una vez entendida de esta manera la relación entre la teoría, la práctica y los
problemas, y concedido que la investigación de los problemas educacionales es
la única misión legítima que puede proponerse una concepción coherente de la
investigación educativa, resulta más fácil valorar los puntos fuertes y débiles del
planteamiento cientificista, así como los del interpretativo. Uno de los puntos
fuertes del planteamiento científico- naturalista es su aspiración a utilizar
principios metodológicos dirigidos a evitar la intrusión de tendenciosidades,
prejuicios e ideologías. Otro es el postulado de que pueden intervenir en las
situaciones educativas factores imperceptibles para la autoapreciación de los
practicantes, que no pueden ser explicados por referencia a las intenciones ni a
las creencias de los mismos. Sin embargo, y puesto que los mismos principios
metodológicos exigen que el proceso de producción de las explicaciones teóricas
se mantenga separado del campo al que las mismas se aplican, el planteamiento
científico erróneamente supone que es posible resolver los problemas
educacionales sin influir sobre los trasfondos mentales en función de los cuales
Visto de esta manera, queda cada vez más claro que las insuficiencias de los
enfoques científico-naturalista e interpretativo de la investigación educativa son
tales que los puntos fuertes del uno son las debilidades del otro.; El planteamiento
científico, al ignorar el hecho de que los problemas educativos vienen
previamente interpretados en cualquier circunstancia, de hecho suprime su
carácter educativo-, el enfoque interpretativo, por cuanto impide que los
autoentendimientos de los practicantes sean sometidos a la crítica directa,
concreta y práctica, elimina en realidad su carácter problemático. Por
consiguiente, toda concepción de la investigación educativa que se tome en serio
sus objetivos debe oponerse tanto a la tendencia cientificista de asimilar los
problemas prácticos de la educación a problemas científico-teóricos como a la
tendencia interpretativa de asimilar el entendimiento teórico al registro descriptivo
del autoentendimiento del practicante. En una palabra, hay que oponerse a
cualquier sugerencia de que estos dos enfoques de la investigación educativa
sean posibilidades exhaustivas, además de mutuamente excluyentes.
Tercero, y a la luz de esta nueva imagen de la ciencia, resulta cada vez más claro
que la filosofía positivista, al centrarse en la lógica de la prueba utilizada para
demostrar la verdad de los productos finales teóricos de la indagación científica,
no se fijó en la importancia del propio proceso de indagación que la ciencia utiliza.
Pues lo que distingue al conocimiento científico no es tanto su consideración
lógica como el hecho de ser el resultado de un proceso de indagación regido por
normas críticas y criterios de racionalidad. Así pues, la «objetividad» científica no
es cosa que se pueda garantizar mediante la aplicación esquemática de alguna
prueba lógica o apelando a un reino de los «hechos» neutrales y previos a toda
interpretación. La «objetividad» requiere, no una fe ingenua en la neutralidad, sino
un acuerdo interpersonal compartido acerca del tipo de normas de indagación y
de reglas de racionalidad que garantizará que las teorías sean valoradas
críticamente sin la intervención inoportuna de querencias subjetivas y prejuicios
personales. En este sentido, no es objetividad científica lo que corresponde a no
se sabe qué realidad neutral, sino que es la realidad «objetiva» lo que
corresponde al acuerdo intersubjetivo de una comunidad de investigadores cuyas
En comparación con otros sistemas de vida, [...] no hay más sistema que la
democracia, [...] ya que ésta es capaz de producir la ciencia como única autoridad
en la que se puede confiar para dirigir otras experiencias ulteriores [...] y porque
todos los estilos de vida que fracasan en el aspecto democrático limitan los
contactos, los intercambios, las comunicaciones, las interacciones, es decir, todo
aquello por medio de lo cual la experiencia se [...] engrandece y enriquece.12
De lo que llevamos dicho en este capítulo se deduce con claridad que una de las
debilidades principales de buena parte de la investigación educativa es la omisión
de criterios adecuados que permitan distinguir las investigaciones genuinamente
«educativas» de las de carácter «teórico» puro y, en consecuencia, no educativo.
Debido a esta carencia, se suele pasar por alto el punto crucial de que la finalidad
de la investigación educativa es desarrollar teorías arraigadas en los problemas y
Ahora bien, como estas preconcepciones teóricas son principalmente producto del
hábito, del precedente y de la tradición, no es frecuente que se hallen formuladas
en términos explícitos ni informadas por ningún proceso de pensamiento
claramente articulado. De hecho, es un rasgo característico de las creencias y
valores en función de los cuales se formulan los juicios cotidianos en materia de
educación el que su veracidad se estime como algo obvio, de manera que son
aceptados y adoptados de una manera acrítica y no reflexiva. Esta postura de no
cuestionar el pensamiento educativo tradicional es precisamente lo que garantiza
la posibilidad de eludir sistemáticamente toda valoración crítica de sus méritos.
En tercer lugar aducen que «una teoría sustantiva fiel a la situación empírica no
puede [...] ser formulada aplicando meramente al área sustantiva un par de ideas
de una teoría formal ya establecida». 1’ Lo procedente seria desarrollar
inductivamente los conceptos, las hipótesis y los problemas a partir de los «datos
en bruto» proporcionados por un estudio del área sustantiva. Sólo entonces se
podría decidir la posibilidad de recurrir a alguna teoría formal para hacer progresar
la formulación de una teoría sustantiva adecuada.
Lecturas recomendadas
Notas