Deberes de Los Corazones Completo
Deberes de Los Corazones Completo
Deberes de Los Corazones Completo
DE
LOS DEBERES
DE
LOS CORAZONES
JOVOT HALEBAVOT
Leilui Nishmat
MOSHE HANONO BEN BOLIZA
1
TÍTULO: DEBERES DE LOS CORAZONES
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HOMENAJE A
MOISÉS HANONO TAWIL Z”L
3
PREFACIO
Dice el autor: Bendito sea Dios, el Señor de Israel, el único al que se le puede aplicar de modo
adecuado la verdadera y eterna Unidad, el Ser Eterno y eminente que creó a los seres como signo de su
Unidad que inventó las creaturas como testimonio de su poder y que puso por primera vez en la
existencia a todas las cosas para incitar a que se tomase conciencia de su sabiduría y de la universalidad
de su gracia, como dice la Escritura "Una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus
hazañas" [Salmos, 145, 4], añadiendo: "Que todas tus creaturas te den gracias, Señor; que te bendigan
tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas, explicando tus hazañas a
los hombres, la gloria y majestad de tu reinado" [Salmos, 145, 10-12].
El don más noble con que ha regalado Dios a los seres racionales, después de haberles dotado de
discernimiento y comprensión, es la ciencia, la cual es vida para los corazones de los hombres y
lámpara para sus entendimientos, sirviéndole ésta de guía para tener satisfecho al Señor, sea ensalzado
y honrado, y para protegerse de su cólera tanto en este mundo como en la otra vida. De tal modo que
dice el Profeta: "Porque es el Señor quien da la sensatez, de su boca proceden saber e inteligencia"
[Proverbios, 2, 6]. Y añade Elihu; "Pero es un espíritu en el hombre, el aliento del Todopoderoso, el
que da inteligencia" [Job, 32, 8]. Y dice también: "El da sabiduría a los sabios y ciencia a los expertos"
[Daniel, 2, 21] y, por fin, añade: "Yo el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino
que sigues" [Isaías, 48, 17].
La ciencia se divide en tres clases. La primera es la ciencia natural, la cual trata del conocimiento
de las cualidades naturales de los cuerpos y de sus accidentes. La segunda es la ciencia matemática, es
decir, la aritmética, la geometría, la astronomía y la ciencia de la composición de las melodías, o sea, la
música. La tercera es la teología, que versa sobre Dios, sea honrado y ensalzado, sobre su Libro y sobre
el resto de las cosas inteligibles, tales como el alma, el entendimiento y las personas espirituales.
El sentido de estas clases de ciencia, de acuerdo con la índole propia de cada una, es que todas
ellas constituyen puertas que Dios, glorificado sea, ha abierto a los seres inteligentes para que, por su
medio, logren entender tanto la religión como las cosas de este mundo. Pero mientras algunas ciencias
se relacionan más especialmente con la religión, otras, se refieren más en particular a la utilidad
mundana. Las que se relacionan de modo específico al provecho terreno constituyen las ciencias más
bajas y son, concretamente, la ciencia que trata de las cualidades naturales y accidentes de los cuerpos
y la ciencia intermedia, a saber, las matemáticas. En efecto, estas dos ciencias nos enseñan, de modo
general, los secretos de este mundo y la utilidad y provecho que nosotros podemos sacar de él; pues nos
indican la clase de acciones y los tipos de técnicas que debemos usar con vistas a las cosas que son
necesarias para el cuerpo y a los distintos provechos que queremos obtener del mundo.
La ciencia que específicamente se relaciona con la religión es la más sublime de todas. Se trata de
la teología. Con ella, a lo que estamos obligados es a buscar la comprensión de la religión, estándonos
totalmente prohibido el que pretendamos conseguir provechos mundanos, de acuerdo con lo que
dijeron de nuestros antepasados, la paz sea con ellos. "Amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz y
pegándote a El" [Deuteronomio, 30, 20]. "Que el hombre no diga: "Estudiaré para que se me llame
sabio y me siente en los consejos, sino que aprenda por amor y para destruir mi propio orgullo". Ellos
dicen: "cumple los preceptos por causa del Creador y adhiérete a ellos por sí mismos. No construyáis
coronas para engrandeceros, no hagáis hachas para haceros incisiones" [Nedarîm, 62 a]. Por eso dice la
Escritura: "Dichoso quien respeta al Señor y es entusiasta de sus mandatos" [Salmos, 112, 1]. Y en otro
lugar dice Rabbí Eli′ezer en sus Mandamientos: "No seas, pues, como los siervos que sirven al señor
para recibir un salario, sino como los esclavos que trabajan sin recibir un jornal. Que el temor del cielo
repose sobre vosotros" [Abodâh Zarâh, 19 a 12].
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Las puertas que abrió Dios para que el hombre accediera al conocimiento de la religión y de su
Ley, son tres. La primera es la razón, exenta de todo mal. La segunda es el Libro verdadero de Dios,
ensalzado sea, revelado al Profeta. Y la tercera, las Tradiciones transmitidas oralmente por nuestros
antepasados, tomadas de los Profetas. Nuestro maestro Sě′adyah, Dios le proteja, comentó todo esto
hace tiempo de manera suficiente.
La ciencia de la religión se divide en dos partes. La primera es la ciencia de los deberes de los
miembros corporales; se trata de una ciencia exterior. La segunda es la ciencia de los deberes de los
corazones, deberes que son internos; es la ciencia oculta.
Los deberes de los miembros corporales se dividen en dos partes. La primera contiene los deberes
que encuentra la razón, aunque no los mencione el Libro. La segunda, los deberes recibidos por la
Tradición, los acepte o los rechace la razón, como es, por ejemplo, la prohibición de comer carne con
leche, o la de vestir ropas tejidas de hilos distintos, o la de plantar semillas diversas en una misma tierra
y otros muchos parecidos a éstos, de los cuales se nos escapa la causa de su interdicción u
obligatoriedad.
En cuanto a los deberes de los corazones, todos ellos se fundamentan en la razón, tal como lo
explicaré, con la ayuda de Dios, ensalzado sea.
Todos los deberes se dividen en mandatos y prohibiciones. No es necesario que hagamos una
lista de los mismos referida a los deberes de los miembros externos para que los conozcamos y
tengamos claros. Sin embargo, voy a mencionar algunos deberes y prohibiciones de los corazones que
me vienen a la mente, para que, con la ayuda de Dios, sirvan de ejemplo de lo que voy a decir aquí.
Entre los mandatos de los deberes de los corazones están: la obligación que tenemos de creer que
el mundo tiene un Creador que lo hizo de la nada; el creer sinceramente en su unidad y en que no hay
nada semejante a El; el deber que tenemos de someternos a El con nuestros corazones; el preguntarnos
cómo es El, a base de reflexionar sobre sus creaturas; el abandonarnos a El; el humillarnos y ponernos
confiadamente en sus manos; la necesidad que tenemos de temerle; el tener en cuenta que está
observando todo y el sentir vergüenza al saber que conoce tanto nuestras cosas externas como las
ocultas; el desear ardientemente el tenerle contento y el actuar con pureza de intención ante El; el amar
a los que le aman para acercarnos a Dios y el odiar a los que le odian. E igualmente, otras cosas
parecidas que no se expresan a través de los miembros externos corporales.
En cuanto a los preceptos prohibitivos de los corazones, unos son lo contrario de cuanto hemos
mencionado y otros, por ejemplo, son la envidia, el rencor y la venganza vertidas contra aquellos que
pertenecen a nuestra Ley. Como dice el Libro: "No serás vengativo ni guardarás rencor a tus
conciudadanos" [Levítico, 19, 18]. Otras prohibiciones son, por ejemplo, la de emplear el pensamiento
y la atención en desobedecer a Dios y en desear esto ardientemente, así como el decidir su ejecución y
otras cosas parecidas que abriga el interior del hombre y que no las conoce nadie fuera del Creador, tal
como lo dice la Escritura: "Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas" [Jeremías, 17, 27] y
"El espíritu humano es lámpara del Señor que sondea lo íntimo de las entrañas" [Proverbios, 20, 27].
Puesto que la ciencia de los deberes de la religión distingue dos clases de deberes, los externos y
los internos, investigué los libros de los antiguos, posteriores a los doctores del Talmud, que
compusieron muchas obras acerca de los mandamientos de la Ley, para informarme acerca de la
ciencia interior. Y hallé que todo lo que habían buscado con sus comentarios y explicaciones, solo tenía
tres objetivos.
El primero era el de explicar los textos del Libro de Dios, sea honrado y ensalzado, y de los libros
de los Profetas, sobre ellos sea la paz. Y ésto, de dos maneras: o bien explicando las palabras y las
ideas, como son los comentarios de Sě′adyah, Dios esté satisfecho de él, a la mayor parte de los libros
hebreos; o bien aclarando los sentidos de las palabras, sus formas, flexiones y sintaxis, fijando los
términos, como lo hace el libro de Ibn Ŷanâh, Dios haga brillar su fama, cuyo contenido es suficiente
sobre el tema; y, del mismo modo, los libros de los Masoretas y de sus seguidores.
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El segundo tipo de obras que encontré es el de aquellas que resumen lo esencial de las leyes: o
bien de todas ellas, como es el libro de Rabbí Hapas ben Yasilat; o bien de aquellas que nos obligan en
nuestro tiempo, como son los Halakôt Pesukôt y los Halakôt Gedôlôt y otros semejantes; o bien
conteniendo solo una parte de las leyes, como son los restantes libros de los Gaones o Jefes de las
Academias, bajo la forma de consultas y de respuestas acerca de los deberes externos de los cuerpos y
de las decisiones de los sabios.
La tercera forma de libros es la de aquellos que asientan en el alma el contenido de la Ley por
medio de la demostración y de la refutación de aquellos que se nos oponen. Así es el Libro de la fe y
el Libro de los dogmas y del mismo modo la obra Los principios de la religión o el libro de al-
Muqamis así como todos los demás que han seguido este camino.
Investigué, pues, todos estos libros, pero no encontré ni uno solo que tratara específicamente de
la ciencia interior. Y vi que la ciencia de los deberes de los corazones estaba descuidada y sin precisar
en los libros que contienen los principios de la Ley y que no se abordaba este tema en las obras que
versan sobre dichos principios. Así pues, estuve mucho tiempo admirado de este hecho y me dije a mí
mismo: "¿Es que este tipo de leyes no nos obligan de forma necesaria?, ¿es que su obligatoriedad va
solo dirigida a la educación de las buenas maneras y constituyen únicamente un estímulo para que el
individuo se comporte mejor y sea más correcto, perteneciendo a aquello que es supererogatorio, de
cuyo incumplimiento no se nos pedirán cuentas y de cuyo descuido no seremos castigados, razón por la
cual los antiguos descuidaron el tratarla de forma monográfica?".
Y me puse a investigar los deberes de los corazones por medio de la razón, de los Libros y de la
Tradición, para ver si eran obligatorios como preceptos o no. Y hallé que todos estos deberes de los
corazones son fundamentales, de tal manera que, cuando desaparecen, desaparece también la
obligatoriedad de los deberes de los miembros externos.
Desde el punto de vista racional, digo que es evidente que el hombre está compuesto de alma y
de cuerpo, los cuales son un don que Dios nos ha concedido. Uno de ellos es exterior y el otro interior y
oculto, estando obligados nosotros a someternos a Dios, ensalzado sea, con ambos, mediante una
sumisión externa y otra interna. De este modo, los deberes de los miembros corporales externos, son,
por ejemplo, la oración, el ayuno, la limosna, el aprender el Libro de Dios, el cumplir con nuestros
deberes, tales como el hacer chozas con ramas de palma, el coser borlas al vestido, el clavar los textos
del Libro en la jamba de la puerta, el construir el pretil en la azotea y otras cosas semejantes cuya
realización se lleva a cabo con los sentidos corporales externos del hombre.
Por otra parte, el servicio interior de Dios consiste en el cumplimiento de los deberes de los
corazones, entre los cuales se cuentan, por ejemplo: el reconocimiento de la unidad de Dios con el
corazón; la fe en El y en su Libro; el someternos por entero a El y el temerle, el amarle y el humillarnos
ante El; el sentir vergüenza en su presencia; el abandono y sometimiento a Dios; el abstenernos de lo
que repugna al Señor; el dirigir con pureza de intención nuestras acciones a Dios; el reconocer sus
dones y otras cosas parecidas que se realizan con la fe y en el interior, sin emplear los órganos
exteriores del cuerpo.
De este modo, supe con toda certeza que los deberes de los miembros externos únicamente son
perfectos gracias a la libertad de nuestros corazones (con la cual elegimos aquellas acciones exteriores)
y al celo de nuestras almas para llevarlas a cabo. Pues supongamos que no tenemos innata en nuestros
corazones la libertad para someternos a Dios; entonces, cae por tierra la obligatoriedad de los deberes
de los miembros externos, puesto que no se los pueden realizar perfectamente sin la libertad interna de
nuestras conciencias.
Por eso, dado que el Creador, ensalzado sea, puso en orden nuestros miembros externos mediante
unas cargas y deberes, no es posible que hayan quedado descuidados nuestros corazones y almas, que
son nuestras partes más nobles, sin que nos haya proporcionado una carga que afecte a su capacidad de
entrega a Dios, puesto que en ellos, en los corazones y en las almas, es donde culmina el servicio
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divino y logra su completitud el culto religioso. En consecuencia, son necesarios tanto los deberes
externos como los internos, a fin de que la religión llegue a ser perfecta, acabada, total y
omnicomprensiva, tanto de nuestro exterior como de nuestro interior, ante nuestro Creador, sea
ensalzado y honrado.
Así, una vez que me parecieron evidentes racionalmente estas obligaciones, me dije a mí mismo:
"¿es posible que el Libro de Dios carezca de esta idea y que por eso se ha incurrido en el descuido de
no componer alguna obra que nos oriente hacia ella y nos la demuestre?". Y busqué rastros de ella en el
Libro de Dios, encontrándolos abundantes y frecuentes. Entre otras sentencias; "Amarás al Señor tu
Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que yo te digo quedarán
en tu memoria" [Deuteronomio, 6, 5-6], "Amando al Señor, vuestro Dios, y sirviéndole con todo el
corazón y con toda el alma" [Deuteronomio, 11, 13], "Al Señor, vuestro Dios, seguiréis y lo
respetaréis" [Deuteronomio, 13, 5], "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" [Levítico, 19, 18], "Ahora,
Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor tu Dios?. Que respetes al Señor tu Dios" [Deuteronomio, 10,
12], "Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto" [Deuteronomio, 10, 19]. Y así, sobre
el temor y sobre el amor y sobre los deberes de los corazones.
Acerca de los mandamientos prohibitivos de los mismos, dice la Escritura: "No cometerás
adulterio con la mujer de tu prójimo ni desearás su casa, ni sus tierras, ni su esclavo, ni su esclava, ni su
buey, ni su asno ni nada que sea de él" [Deuteronomio, 5, 18-21], "No serás vengativo ni guardarás
rencor a tu conciudadano" [Levítico, 19, 18], "No guardarás odio a tu hermano" [Levítico, 19, 17], "Sin
ceder a los caprichos del corazón y de los ojos" [Números, 15, 39] y "No endurezcas el corazón ni
cierres la mano" [Deuteronomio, 15, 7].
Por fin, toda sumisión queda reducida al corazón y a la lengua en aquel dicho: "Porque el
precepto que yo te mando hoy [....] no está en el cielo [....] ni está más allá del mar [....]. El
mandamiento está a tu alcance, en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo" [Deuteronomio, 30, 11-14].
Por lo que toca a los demás libros de los Profetas, los textos son tan conocidos y abundantes, por
su número y evidencia, que no voy a citarlos.
Una vez que se me presentó como evidente la obligatoriedad que comportan los deberes de los
corazones tomándola, de los Libros de Dios, del mismo modo como se me había hecho patente desde el
punto de vista de la razón, investigué todo esto en los testimonios que nos han transmitido nuestros
antepasados, la paz sea sobre ellos, y encontré que estaba aún más claro y evidente en sus dichos que
en la Escritura y en la razón. Algunos de ellos son generales: "El Compasivo [Dios explora el corazón"
[Sanedrín, 106 b], "El corazón y los ojos son los dos agentes que testifican su propio pecado" [Berakôt,
1 a]. Otros son detallados, como Las sentencias de los Padres, cuya memoria perdura. Y hallé muchos
de estos textos en sus biografías, transmitidas a través de las respuestas que daban a las preguntas que
se les hacían, como por ejemplo a la de: "Cómo vivir durante mucho tiempo" [Megillôt, 27 b].
Y vi también en la Escritura, en aquel pasaje "Dónde puede buscar [asilo el que haya matado a
alguien sin intención de hacerlo]" [Números, 35, 11-12] que [quien mata a otro involuntariamente] no
merece necesariamente la pena de muerte; y que, quien descuida inadvertidamente alguna cosa de la
Ley, no incurre en alguna de las cuatro formas de pena capital de la misma, sino que solo está obligado
a los sacrificios expiatorios o penitenciales. Todo lo cual nos demuestra que aquello en que se basa la
necesidad de un castigo es en la relación que hay, en orden a la acción, entre el corazón y el cuerpo: el
corazón, con la intención; y el cuerpo, con la ejecución de esa acción. Así se explica el dicho de que
"quien lleva a cabo una buena obra, sin poner la intención en Dios, no tiene por ella ningún premio".
Por consiguiente, puesto que el pilar y fundamento de la acción está construido en la intención de los
corazones y sobre las conciencias, es preciso que la ciencia de los deberes de los corazones sea, por
naturaleza, anterior y más antigua que la ciencia de los deberes externos.
Una vez que la necesidad de la ciencia de lo interior se me hizo evidente por medio de la razón,
de la Escritura y de la Tradición, me pregunté si tal vez este tipo de deberes no nos obligaría en todo
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tiempo y en todo lugar, como es el caso de la Remisión, del Jubileo y de las leyes de los sacrificios, las
cuales no nos obligan siempre y en toda circunstancia. Así, una vez que hube examinado todo ésto, vi
que los deberes de los corazones nos obligaban siempre, a lo largo de toda nuestra vida, sin
interrupción y sin que nada nos exima de su obligatoriedad. Así, por ejemplo: la necesidad de
reconocer con el corazón la unidad de Dios, la obligación que tenemos de obedecerle en nuestro
interior, de temerle, de amarle y de buscar apasionadamente el realizar los deberes a que estamos
obligados, tal como dijo el Santo , la paz sea con él: "Ojalá esté firme mi camino para cumplir tus
consignas" [Salmos, 119, 5]. Del mismo modo nos obliga el abandono y entrega a Dios, como dice la
Escritura: "Confiad siempre en El" [Salmos, 62, 9], el desterrar de nuestros corazones la envidia y el
dejar aquellos bienes del mundo que nos distraen de la sumisión a Dios, honrado y ensalzado sea. Todo
esto nos obliga en todo tiempo y lugar, con una necesidad perpetua e ininterrumpida, en cada hora, en
cada minuto y en cualquier circunstancia, mientras tengamos uso de razón.
Esto es parecido a lo que ocurrió con un siervo a quien su señor le obligó a hacer dos tipos de
trabajo: uno, dentro de la mansión, en su casa; y otro, fuera de ella, como por ejemplo: cultivar las
tierras o estar al tanto de los tiempos precisos de trabajarlas o de dejarlas. Pero cuando pasó el
momento adecuado para hacer esto o le fue imposible trabajar la tierra, entonces cesó también la
obligación de trabajar fuera de la casa del señor. Pero, en cambio, no se terminó su obligación de
trabajar dentro de la casa, mientras siguió viviendo en ella sirviendo a su señor, puesto que esto no se
lo impedía ningún obstáculo ni le distraía de ello ningún cuidado, quedando obligado, por ello, a
trabajar siempre, aun cuando estuviera a solas.
Del mismo modo ocurre con los deberes de los corazones, hermano mío: nos obligan
inexcusablemente y solo nos apartan de ellos el amor al mundo y nuestra ignorancia de Dios, ensalzado
y honrado sea. Como dice la escritura: "Todo son cítaras y arpas, panderetas y flautas y vino en sus
banquetes y no atienden a la actividad de Dios ni se fijan en la obra de su mano" [Isaías, 5, 12].
Entonces me pregunté si es que este tipo de mandatos tal vez no da lugar a muchas obligaciones
concretas, razón por la cual se han comentado someramente y se han dejado de precisar en los libros
específicos sobre la materia. Pero cuando me puse a enumerarlos y analizarlos, encontré que se
concretaban en muchas cosas, de modo que supuse que el dicho del Santo, la paz sea con él, "He visto
el límite de todo lo perfecto: tu mandato se dilata sin término" [Salmos, 119, 96], se refería a los
deberes de los corazones, puesto que, en la Ley, los deberes de los miembros externos son seiscientos
trece . Los deberes de los corazones, en cambio, son tantos que no se pueden enumerar.
También me pregunté si quizás estos deberes de los corazones son tan evidentes, claros y
necesarios para la gente que no ha sido necesario que se los especifique. Así que consideré las
costumbres que habían tenido los hombres durante la mayor parte de las épocas pasadas, consignadas
en los libros, y hallé que tales costumbres estaban lejos de este tipo de deberes de los corazones, salvo
en el caso de algunas personalidades, según nos ha transmitido la tradición. Y en cuanto al común de la
gente, lo que. necesita es que se le advierta sobre estos deberes y que se le oriente hacia ellos, sobre
todo a nuestros contemporáneos, los cuales descuidan la ciencia y práctica de la mayor parte de los
deberes de los miembros externos, por no hablar ya de los deberes de los corazones. Pues hoy en día,
quien quiere estudiar la ciencia de la Ley, lo que únicamente busca es ser llamado sabio entre el vulgo
y presentarse como excelente entre aquellos que emulan con la ciencia a las personalidades más
selectas. Y este tal, así, se aparta de la ciencia del Libro de la Ley, para entregarse a lo que ni le
proporciona virtud ni le aparta del vicio. En tal caso no se le exige nada, dada la ignorancia que tiene de
lo que debe hacer, pues descuida el pensar sobre los principios de su religión y los pilares de su Ley,
siendo así que esta ignorancia y descuido no los debería haber tenido. Así, por ejemplo, no tiene clara
la obligación, ni teórica ni práctica, de creer en la unidad de Dios, de si estamos obligados a reflexionar
sobre ella racionalmente o si más bien surge espontáneamente en nosotros la fe, actuando, así, de una
manera puramente mimética sin prueba ni demostración alguna. Más aún ignora: si estamos obligados
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a investigar acerca del sentido de la unidad verdadera diferenciándola de la unidad metafórica, de modo
que podamos distinguir entre aquella unidad y el resto de las unidades existentes. Por el contrario, creo
que nada de esto debe ignorar el creyente y a ello nos impulsa el Libro con aquel dicho: "Reconócelo
hoy y métetelo dentro, que el Señor es Dios" [Deuteronomio, 4, 39].
Y lo mismo ocurre con el resto de los deberes de los corazones que hemos mencionado antes o
que explicaremos luego, sin cuyo conocimiento, la fe y la práctica del creyente no llega a su perfección.
Conocimiento que consiste en la ciencia oculta, en la luz de los corazones y en el resplandor de las
almas, a todo lo cual alude el Santo con su dicho: "Te gusta un corazón sincero y en mi interior me
inculcas sabiduría" [Salmos, 51, 8].
Se cuenta de un sabio que solía reunirse con unos cuantos hasta el medio día y que, cuando se
quedaba a solas decía: "Traed la luz oculta", refiriéndose a la ciencia de los deberes de los corazones.
Un sabio fue preguntado sobre una intrincada cuestión de divorcio y contestó a su interlocutor:
"Tú que me preguntas sobre un asunto cuyo desconocimiento a nadie perjudica ¿eres acaso un experto
en todas aquellas cosas que pertenecen a la ciencia de tus deberes que ni debes ignorar ni te está
permitido que seas negligente, o te dedicas, por el contrario, a presentar soluciones nuevas especulando
sobre cuestiones y problemas raros, con cuya ciencia ni logras la virtud en tu religión y en tu fe, ni
puedes corregir con ella los vicios de tu alma?. Por lo que a mí respecta, te juro que me he dedicado
completamente, desde hace treinta y cinco años, a pensar de modo muy especial en los deberes
religiosos que atañen a mi alma. Y bien sabes el esfuerzo que he puesto en este asunto y cómo han
influido en mí los libros, no entregándome luego a las preguntas a que tú te consagras". Y siguió
reprochándole y reprendiéndole duramente.
Otro dijo: "Durante veinticinco años he estudiado el enmendar mis actos". Un sabio afirmó: "Hay
algo oculto, como un tesoro, que está clavado en el pecho de los sabios y que, cuando lo esconden,
nadie lo descubre; pero, cuando lo enseñan públicamente, a nadie se escapa la sinceridad que ellos
ponen en él". Lo cual es parecido al dicho del Sabio: "Agua profunda es un plan en la mente: el hombre
prudente lo saca fuera" [Proverbios, 20, 5]. Lo cual quiere decir que la ciencia plantada y escondida en
la naturaleza de todo hombre y en su capacidad de discernimiento, es como el agua oculta que hay en
las profundidades de la tierra: el que comprende y es racional, ansia investigar la ciencia que hay en esa
capacidad de discernir y oculta intimidad, para descubrirla, hacerla patente y extraerla de su alma, de la
misma manera que se busca el agua que está en lo profundo de la tierra.
Pregunté en cierta ocasión a uno que era tenido por docto en la Ley, acerca de lo que te acabo de
decir sobre la ciencia de lo oculto. Y me contestó que la mera repetición mimética de fórmulas
tradicionales sustituye a la reflexión personal y libre sobre tales cosas. Yo le dije que esto, ciertamente,
era claro en el caso de quien tiene una débil capacidad especulativa, debido a su escaso discernimiento
y poca comprensión, como es el caso de las mujeres, de los niños y de los débiles mentales. Pero por lo
que respecta a los que están en pleno vigor de su capacidad racional y de discernimiento, deben
dedicarse a aclarar aquello que les ha llegado por la Tradición; solo les impide el reflexionar
racionalmente sobre esto la pereza y el abandono de los mandatos de Dios y de su Ley. A este tal se le
pedirán cuentas por esto y será reprendido por su negligencia.
Esto es parecido a lo que ocurrió con un siervo a quien su rey mandó cobrar la contribución a los
súbditos, ordenándole que él mismo contase, pesase y guardase el dinero. El siervo, fue sagaz y hábil
en su encomienda de contar y medir la recaudación. Pero, los súbditos empezaron a tomar confianzas
con él, hasta el punto de que se dejó engañar por ellos. Así, éstos le enviaron sus impuestos simulando
que la cantidad era la correcta y que la medida era perfecta. El siervo se lo creyó y se fió de la opinión
de los súbitos en lo tocante a impuestos, haciéndose perezoso en su tarea de medir exactamente sus
entregas y descuidando de este modo el mandato del rey. Pero el asunto llegó a su señor y cuando le
entregó los impuestos le preguntó por las cantidades y cifras exactas de lo cobrado. El siervo no supo
qué contestar, por lo cual mereció castigo, pues las cantidades estaban medidas según decía la gente,
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mientras que él, por su parte, despreciando las órdenes del señor (pues hubiera podido contar el dinero
correctamente), se había fiado de lo que decían los súbditos. Si hubiera sido un ignorante e inexperto,
no hubiera merecido castigo por el hecho de fiarse de los súbditos en lo que decían acerca de la
exactitud de la medida de los impuestos y contribuciones.
Así pues, hermano mío, si te fuera totalmente imposible dilucidar un problema por la vía de la
razón, como por ejemplo, el del significado de las leyes de la Tradición, podría tener valor tu excusa y
sería evidente el por qué fuiste negligente en investigarlo. Del mismo modo ocurriría también si fueses
débil de razón o escaso de discernimiento, de forma que te ofuscases y tu ciencia no lograse
comprender; en este caso no se te imputaría el que dejases de hacerlo, pues entonces se estimaría que tu
capacidad es como la de las mujeres o los niños, los cuales saben todas estas cosas por mera repetición
de la tradición. Pero si estás dotado de una tal comprensión y razón que te permitan alcanzar la
aclaración de lo que te ha llegado por la Tradición desde los Profetas, la paz sea con ellos, en torno a
los fundamentos de la religión y a los pilares de las acciones, entonces estarás obligado a utilizarlas
para demostrar todo ésto, tanto por medio de la Tradición como por la razón. Y si eres negligente en
ello, estarás en la categoría del que descuida aquello a que está obligado para con Dios, ensalzado y
honrado sea. Lo cual es evidente bajo dos puntos de vista.
Uno de ellos es el dicho del Libro: "Si una causa te parece demasiado difícil de sentenciar [causas
dudosas de homicidio, pleitos, lesiones, que surjan en tu ciudad, subirás al lugar elegido por el Señor,
acudirás a los sacerdotes y levitas, al juez que está en funciones, y les consultarás. Ellos dictarán
sentencia...] lo que ellos te digan [...] tú lo harás" [Deuteronomio, 17, 8-10]. Si consideras las
sentencias que se contienen en el primer versículo bíblico citado, encontrarás cuestiones que exigen ser
detalladas y precisadas por medio de la Tradición y no mediante argumentos racionales. ¿No ves que
no se mencionan allí, en absoluto, las cuestiones racionales? Pues no se dice nada para el caso en que
surjan dudas acerca del mandamiento de la unidad o de cómo es esta unidad, o acerca de los nombres
del Creador y de su manera de ser, o acerca del fundamento de la religión, así como tampoco habla de
la obligación de someterse a Dios, de abandonarse y de humillarse ante El, de purificar la intención de
los actos ante Dios, de discernir las buenas obras de aquellas otras que están corrompidas, de las clases
de arrepentimiento por las desobediencias a Dios, del temor, amor y vergüenza ante El y del examen de
conciencia y de cosas parecidas a éstas que se consiguen mediante el discernimiento y la razón.
Así pues, sigue solamente en estas cosas [de los deberes a que se acaba de referir el texto anterior
a los maestros de la tradición religiosa y apóyate en las tradiciones que nos transmitieron. Pero la Ley
dijo: recurre también a tu comprensión y emplea tu razón en tales cosas, después de haberte informado
de ellas, mediante la Tradición que abarca la totalidad de las leyes religiosas, sus fundamentos y
artículos; investígalas con tu razón y comprensión, empleando argumentos, de modo que se te hagan
evidentes las verdades y se disipe el error, de acuerdo con aquellas palabras del Profeta, la paz sea con
él; "Pues reconoce hoy, y métetelo dentro, que el Señor es Dios arriba en el Cielo y abajo en la tierra y
no hay otro" [Deuteronomio, 4, 39] y según aquel dicho que habla de todas las cosas cuya evidencia se
puede conseguir por medio de la razón, según palabras de nuestros antepasados, la paz sea con ellos:
"Todos los mandatos que están implícitos en una ley general y que, sin embargo, se especifican en
orden a la enseñanza, no han sido detallados solo para instruirnos sobre ellos mismos, sino para
relacionarlos con la ley general". Según esto el conocimiento científico del sentido de la unidad de
Dios, ensalzado sea, es algo que se saca de la totalidad de los inteligibles. Y lo mismo que se deduce
necesariamente esto, igual ocurre con todo lo demás.
El segundo punto de vista es el texto del Libro: "¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El
Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no conoce fatiga" [Isaías, 40, 28],
queriendo significar con "¿acaso no sabes?" la ciencia demostrativa y con "no lo has oído" el método
de la Tradición y de la repetición mimética de fórmulas antiguas. Algo parecido dice el texto: "¿No lo
sabéis, no lo habéis oído, no os lo han anunciado de antemano?" [Isaías, 40, 21]. Según lo cual, es
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preferible la ciencia demostrativa, sobre la de la Tradición. Y algo similar dice también el texto del
Profeta: "¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato? [...]. Acuérdate de los días remotos,
considera las edades pretéritas, pregunta a tu padre y te lo contará, a tus ancianos y te lo dirán"
[Deuteronomio, 32, 6-7]. Lo cual demuestra, según vamos diciendo, que la Tradición, aunque sea
anterior por naturaleza, en razón de que es necesaria a los maestros en un primer momento, sin
embargo, quien está capacitado para conocer científicamente su verdad por medio de la demostración,
no puede quedarse satisfecho fiándose solamente de ella. La especulación racional y la demostración
por el método argumental y demostrativo es obligatoria para quien es capaz de ello.
Dice el autor: cuando me ocupé de la necesidad y obligatoriedad de los deberes de los corazones,
tal como lo hemos expuesto, vi que estaban por completo descuidados y que no había ningún libro que
tratase específicamente de ellos. Y vi claro también que la mayor parte de la gente de nuestro tiempo
ignoraba su conocimiento y, por supuesto, su práctica y acatamiento.
Dios, ensalzado y honrado sea, me concedió el don y la gracia de incitarme al estudio de la
ciencia interior. Así pues, examiné los antiguos y sólidos testimonios de nuestros antepasados. Y
encontré que, a pesar de que se dedicaban a los temas legales, su preocupación por los deberes que
concernían a sus conciencias e interiores era más esforzada y fuerte que la que dedicaban a la práctica
casuística de las sentencias judiciales y a los casos raros y excepcionales de las cuestiones enrevesadas.
Establecían primero, en estas cuestiones lo lícito y lo ilícito, pero dirigían luego su consideración y
esfuerzo hacia la profundización en sus propias acciones y hacia los deberes de los corazones. Y
ocurría que, cuando se les planteaba un problema raro, derivado de las sentencias judiciales, lo
estudiaban racionalmente y emitían una sentencia extrayéndola de los fundamentos que, transmitidos
por la Tradición, ellos conservaban, pero sin preocuparse de él antes de que se les presentase el caso
debido al menosprecio que tenían de las cosas mundanas y de sus causas. Así pues, cuando se veían
forzados a emitir una sentencia sobre estas cosas mundanas si su opinión era clara y patente porque se
basaba directamente en los principios transmitidos por los Profetas, la paz sea con ellos, daban su
sentencia de acuerdo con estos principios. Y si la cuestión era resoluble deduciéndola de sentencias
derivadas de los fundamentos de la Tradición, daban su parecer y argumentación personales: si
coincidían todas las opiniones en la resolución, surtía efecto obligatorio; y si había diversidad de
argumentaciones, se seguía la opinión de la mayoría. Y ello, de acuerdo con el dicho del Sanedrín:
"Cuando se les plantee una cuestión, si la saben, que la expongan y, si no, que se dispongan a votar. La
mayoría de los votos declarará puro lo que debe ser declarado como puro, e impuro lo que deba ser
sentenciado como tal" [Sanedrín, 88 b 21]. Y la razón de esta ley es que "Cuando una opinión
individual se opone a la de muchos, se ha de seguir la de la mayoría" [Berakôt, 37 a ]. El Mašekôt
Abôt también explica todo lo referente a las buenas maneras y a los detalles de las costumbres morales,
aplicables a cada tiempo y lugar, transmitidas por la Tradición.
Los Talmudistas, igualmente, indican breve y concisamente el gran saber y denodado esfuerzo
que sus antecesores pusieron en la tarea de purificar sus acciones. Sobre lo cual, este texto: "En la
época de Rabbí Yehûdâh solo se estudiaban los Nešikîm mientras que nosotros estudiamos muchas más
cosas. Para Rabbí Yehûdâh le bastaba quitarse el calzado para que lloviera, pero nosotros, aunque
hagamos cábalas y pronósticos de lluvia a partir de las nubes, no lo conseguimos, ya que ninguno de
nosotros nos preocupamos de los mandatos divinos. Nuestros predecesores daban la vida por la
santificación del nombre de Dios, pero nosotros no" [Ta′anît, 24 a]. Y esta cita de Amer Rabbí Huna :
"Todo el que se dedica solo a la Tôrâh tiene tan mala fama como el ateo ya que se ha dicho: "Durante
mucho tiempo, para Israel su Dios verdadero estuvo en la Tôrâh y en las obras de amor"" [Abodâh
Zarâh, 17 b 18]
Y llegué al convencimiento de que la base fundamental por la que los actos son aceptos a Dios,
honrado y ensalzado sea, estriba en que éstos se realicen con intención recta y con pureza de
conciencia. De tal modo que, cuando desaparece esta luz interior, tales actos no son aceptos a Dios,
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aunque sean muchos y frecuentes. Como dice el libro: "Aunque multipliquéis las plegarias no os
escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras
malas acciones, cesad de obrar mal" [Isaías, 1, 15-16]. Y dice también: "El mandamiento está a tu
alcance: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo" [Deuteronomio, 30, 14]. Igualmente: "Hijo mío, hazme
caso, acepta de buena gana mi camino" [Proverbios, 23, 26]. Acerca de todo esto dijeron nuestros
antepasados: "Dándome tu corazón y tus ojos sé que me perteneces" [Berakôt, 1 a]. Dice también el
Libro: "Y no cederéis a los caprichos del corazón y de los ojos" [Números, 15, 39]. Igualmente: "¿Con
qué me presentaré al Señor inclinándome al Dios del cielo?" [Miqueas, 6, 6]. Y la respuesta es:
"Hombre, ya te he dicho lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad y que
seas humilde con tu Dios" [Miqueas, 6, 8].
Del mismo modo, dice la Escritura: "Quien quiera gloriarse, que se gloríe en esto: de conocer y
comprender que soy el Señor" [Jeremías, 9, 23]. La interpretación de esta cuestión es la siguiente: "uno
puede gloriarse por el hecho de comprenderme y por conocer mi excelencia y buen hacer, mediante la
consideración de las creaturas y deduciendo de mis obras mi poder y mi sabiduría" [diría el Señor].
Todos los párrafos bíblicos que he aducido son pruebas en favor del carácter obligatorio que
tienen tanto los deberes de los corazones como la educación que debemos dar a nuestras almas. Así que
conviene que aprendas que el objetivo y utilidad de los deberes de los corazones consiste en conseguir
el equilibrio entre lo exterior y lo oculto del hombre, así como la armonía de ambos en la sumisión a
Dios, ensalzado y honrado sea, de modo que la profesión de fe de la lengua se equilibre con la de los
miembros externos, a la hora de servirá Dios, confirmándose y testimoniándose mutuamente [lo oculto
y lo exterior del hombre], sin que difieran ni se contradigan. El hombre que así se comporta es aquel a
quien la Escritura llama íntegro, según aquel texto: "Sé íntegro en el trato con el Señor tu Dios"
[Deuteronomio, 18, 13]. Y también: "[Noé] fue un hombre íntegro en su época" [Génesis, 6, 9]. Así
mismo: "El que procede íntegramente y practica la justicia y el que habla sinceramente" [Salmos, 15,
2]. Y: "Voy a explicar el camino íntegro: quiero proceder en mi casa con recta conciencia. ¿Cuándo
vienes a mi casa?" [Salmos, 101, 2]. Por el contrario, la Escritura dice acerca de quienes ponen en
contradicción su parte externa con la oculta: "Y su corazón no tuvo paz con el Señor, su Dios" [Reyes
I, 11, 4]. Y también: "Lo adulaban con su boca, le mentían con su lengua; su corazón no era sincero
con El" [Salmos, 78, 36].
Es cosa sabida que de todo aquel que pone la contradicción dentro de sí y que hace que unas
partes de sí mismo engañen a las otras, de palabra o de obra, no se fía nadie de su sinceridad ni las
almas tienen confianza en su veracidad. Pues bien del mismo modo, cuando se opone nuestra parte
exterior a la oculta, nuestra fe interior a nuestras palabras y los movimientos de nuestros miembros
externos a nuestra conciencia, no se logra la perfección de nuestra sumisión al Creador, ensalzado y
honrado sea, pues El no acepta de nosotros una servidumbre falsa ni una sumisión engañosa. Como
dice la Escritura: "No soporto vuestros dones vacíos" [Isaías, 1, 13]. Y: "Porque yo, el Señor, amo la
justicia, detesto la rapiña y el crimen" [Isaías, 61, 8]. Del mismo modo: "Que traer víctimas ciegas no
es malo, que traerlas cojas o enfermas no es malo. [Ofrecérselas a vuestro gobernador, a ver si le
agradan]" [Malaquías, 1, 8] y: "Obedecer vale más que un sacrificio, [y ser dócil, más que grasa de
carneros]" [Samuel I, 15, 22].
Por esta razón, un solo acto bueno puede equivaler a una gran cantidad de los mismos, según sea
la intención y propósito con que se realiza. Y del mismo modo, una mala acción puede equivaler a
muchas por el mismo motivo. Puede ocurrir que se piense en una buena acción y que se desee realizarla
por Dios, pero, sin embargo, que no se lo pueda llevar a cabo; [este tal acto deseado pero no realizado]
equivale a muchas obras que se hacen sin tal intención. Como dice el Señor, ensalzado sea: "[Dijo Dios
a David]: ese proyecto que tienes de construir un templo en mi honor, haces bien en tenerlo" [Crónicas
II, 6, 8]. Y: "Así comentaban entre sí los fieles del Señor, el Señor atendió y lo oyó. Ante él se escribía
un libro de memorias "Fieles del Señor que estiman su nombre"" [Malaquías, 13, 16]. Y los doctores
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comentan así la frase "que estiman su nombre": "Aun en el caso de que uno, teniendo la intención de
cumplir el mandato no lo cumpliera por cualquier circunstancia, el texto bíblico le atribuye el mismo
mérito que si lo hubiera cumplido" [šabbât, 63 a 34].
Así, después que hube asentado por medio de la razón, de la Escritura y de la Tradición los
deberes de los corazones, empecé a llevarlos a la práctica en mí mismo e intenté conseguir su
perfección tanto en el orden del conocimiento como en el de la acción. Pero siempre que investigaba
alguno de ellos, se me mostraban otros nuevos que venían a continuación y luego otros, hasta el punto
de que el asunto se amplió de tal manera que se me hizo difícil fijarlos todos y retenerlos en mi alma,
temiendo, en consecuencia, que se me olvidase lo que había descubierto en mi interior y que se
esfumase lo que se había asentado de manera tan sólida en mi mente, sobre todo teniendo en cuenta que
son tan pocos nuestros contemporáneos que se dedican a estas cosas.
Por tanto, decidí dejar todo esto asentado en un libro y registrado en un escrito que contuviera los
principios, fundamentos y consecuencias de los deberes de los corazones. E hice esto para obligarme a
mí mismo a su estudio y puesta en práctica. Y así, cuando se adaptaban mis acciones a lo que decía en
el libro, daba gracias a Dios, ensalzado y alabado sea, por la ayuda que me había dado y por el éxito
alcanzado. Y cuando se oponían mis actos a mis palabras y fallaba en mi propósito reprendía y
censuraba a mi alma, dándole argumentos con los que quedaba evidenciado el contraste que había entre
su iniquidad y la justicia [que predicaba en mi libro], entre su desvío y el cuidado que decía había que
poner, entre su deslealtad y la rectitud que anunciaba; entre su negligencia y la perfección [que en mi
escrito defendía].
Y pensé convertir todo esto en un tratado que sirviese a todos y que perdurase, en un tesoro
oculto y en una lámpara que pudiera iluminar con su luz a todas las gentes, para que, bajo su dirección,
pudieran lograr su meta. Fue entonces cuando tuve la esperanza de que todo esto sería útil a otros e
incluso que les llegaría a aprovechar, sirviéndoles de guía más que a mí mismo.
Así que decidí componer un libro sobre este tema, que tratase con detalle de los fundamentos de
los deberes de los corazones y de las obligaciones que tiene el interior de la conciencia humana. Y lo
dispuse de tal manera que cubriese los siguientes objetivos, a saber, que fuese: un tratado general y
suficiente sobre la totalidad de las cuestiones; una guía clara para la práctica del bien; un indicador del
camino recto; un directorio para la ejecución de las buenas obras; un incentivo para la educación de la
gente piadosa; un tratado que incitase a salir de la indolencia y que despertase del sueño; algo que
penetrase a fondo en los detalles y perfiles de esta ciencia; una obra que moviese a la ciencia de Dios y
de sus leyes, que incitase a la búsqueda de la salvación, que sirviese de estímulo para la acción,
revitalizando a los negligentes; un libro que nos volviese hacia nuestros antepasados y que pudiera ser
un complemento para quienes siguen a otros maestros; un tratado, en fin, que sirviera de guía para los
que comienzan, a la vez que una culminación para quienes se hallan ya en la cima de la perfección.
Pero cuando estaba empezando a llevar a cabo este mi propósito y pensaba componer el libro, vi
que un hombre como yo no era digno de dedicarme a una tal empresa. Y sentí en mi alma mi
indigencia para esta labor y para su total y verdadera terminación, dada mi inferioridad de condiciones,
mi falta de saber, lo torpe de mi comprensión para captar adecuadamente las ideas, mi falta de
corrección y limpieza en el uso de la lengua árabe y de su gramática, con las cuales había de expresar
todo esto, a fin de que me entendieran nuestros contemporáneos. Tuve miedo de que, con todo esto,
fuera yo un hipócrita y de que sobrepasase la justa medida de la sensatez. Así que pensé abandonar la
empresa y cuanto había forjado en mi mente.
De este modo, me desentendí de la carga que me había querido imponer y me hice a la idea de
abandonarla. Sin embargo al hacer esto empecé a acusarme a mí mismo de haber preferido la
tranquilidad y de haberme abandonado a la inoperancia y vida muelle. Y tuve miedo de que, con el
abandono de esta empresa, estuviese satisfaciendo mis deseos personales y cediendo a mi tendencia a la
tranquilidad y a la paz, buscando el sosiego y entregándome a la esterilidad e inoperancia. Y me di
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cuenta de cuántos fracasos acarrea la modestia y de cuánta miseria trae consigo el hecho de ocultar la
fe. Y recordé aquella sentencia de cierta persona que dijo: "Es típico del que ansia algo con pasión, el
que lo abandone por miedo a excederse". Y pensé: si todo aquel que desea hacer el bien o dirigirse al
camino recto, se callara esperando a purificarse antes de todas sus imperfecciones, nadie hubiera escrito
nada después de los Profetas, la paz sea con ellos, a los cuales eligió Dios como a enviados suyos y los
coronó con el éxito. Si siempre que alguien deseara llegar a la perfección con sus buenas obras y se
sintiese incapaz para ello, renunciase a hacer lo que puede hacer, entonces todos los hombres serían
tardos en realizar el bien, estarían vacíos de méritos, se frustrarían una y otra vez, los senderos del bien
estarían despoblados y la morada de la virtud desierta.
Vi claro que muchas almas, por el deseo y avidez que tienen del mal, desisten de conseguir la
virtud y se hacen incapaces de luchar denodadamente y de modo continuado por el bien, sumidos como
están en los pasatiempos y diversiones. Estos tales, cuando se les presenta un deseo que les incita al
mal, ponen toda clase de excusas y mentiras para incurrir en él, tergiversan los argumentos en su
provecho para que se consolide su perversa inclinación, se fortalezcan sus razones para obrar así y para
que se ratifique su rebeldía. Y si llega a brillar en sus almas la lámpara de la verdad invitándoles hacia
sí, se forjan excusas fútiles para desatender esta llamada, montan argumentos para obrar así, pasan por
alto el camino que conduce a la verdad, debilitan las razones que militan en favor de ésta, se violan los
grandes principios y se tiene miedo a la misma verdad.
Todo hombre tiene dentro de sí a su propio enemigo y solo se libra de él en el caso de que goce
de una especial protección de Dios y de que, por su parte, tenga a alguien que le amoneste o a un
director autorizado que le enseñe el camino de la ascesis, le sujete con las bridas de la rectitud y le haga
probar las amarguras que lleva consigo toda educación. Y, en caso de que haya de hacerse el bien, este
maestro se lo hace cumplir y, aunque el alma del discípulo sea seducida por otras cosas, el maestro las
ahuyenta y fuerza a la conciencia a llevar a cabo su buena acción .
Con todo esto me di cuenta de que estaba forzando a mi alma a que asumiese la carga de
componer este libro y de poner en orden mis ideas. Y ello, mediante las palabras que estaban a mi
alcance y las expresiones que me venían a la mente, a fin de que se entendiera lo que quería decir. Del
mismo modo, reflexioné en todas las consecuencias que se me podían ocurrir en torno a los deberes de
los corazones. Sin embargo, a pesar de todo esto, pensé que no sería exhaustivo ni que agotaría el tema,
a fin de no alargar demasiado el libro. Así que decidí hablar de lo más importante de cada uno de los
principios de los deberes de los corazones, dedicando un capítulo a cada uno.
Pido para ello ayuda al Dios Uno y Verdadero; confío en El y le ruego que me dé éxito en mi
empresa y que me dirija rectamente con su misericordia hacia la ciencia y la práctica, oculta y externa
de los deberes, todo lo cual es de su agrado y aceptación.
Una vez que hube madurado mi idea y decisión de componer este libro, resumí sus bases y
ordené sus ideas fundamentales, lo cual llevé a cabo bajo la forma de diez principios generales,
aplicables a todos los deberes de los corazones. De este modo, dividí el libro en diez capítulos,
dedicando cada uno de ellos a un principio y a las definiciones, divisiones y consecuencias de estos
principios, así como las maneras como podían echarse a perder los mismos.
Opté por el método de la exhortación, dirección y orientación, usando palabras claras, familiares
y corrientes, a fin de que se entendiese fácilmente, tanto el contenido como la explicación de lo que
pretendía exponer. Por tanto, evité toda palabra oscura y toda expresión extraña, así como los
argumentos dialécticos y cualquier cuestión abstrusa, puesto que todo esto no facilitaría las soluciones
ni las respuestas a los problemas, en un libro de la índole de éste. Eso sí, utilicé argumentos
persuasivos, esos argumentos de los que se fía el alma, de acuerdo con el método de la teología. Como
dice el Filósofo: "No nos conviene demostrar todas las cuestiones con argumentos, pues no todos los
problemas que se plantean a nuestra mente son puramente racionales. Del mismo modo, no debemos
buscar en las matemáticas las argumentaciones persuasivas ni en la teología las imágenes y
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representaciones sensibles. Tampoco debemos esperar argumentos demostrativos de los primeros
principios de la ciencia natural ni de los primeros principios de cualquier cosa. Pues, si estamos bien
dispuestos, se nos ofrecerá fácilmente la solución de los problemas que inquirimos, mientras que, por el
contrario, cuando tomamos actitudes beligerantes, fracasamos en nuestro propósito y nos resulta difícil
dar con lo que buscamos".
Así, puesto que este libro mío pertenece a la teología, me he guardado de usar en él todo tipo de
argumentos que van por el camino de las reglas de la lógica y de las matemáticas, salvo en el capítulo
primero en el que tal vez me vi obligado a este tipo de argumentos por la sutileza de las cuestiones que
planteo.
He sacado en mi libro la mayor parte de mis demostraciones del simple uso de la razón,
haciéndolas más asequibles a base de comparaciones sencillas que no ofrecen ninguna duda por su
claridad y verdad. Además, he dotado a mi escrito de las citas de los Profetas y de los antiguos, de los
textos de nuestros antepasados que nos ha transmitido la Tradición y de los varones perfectos y sabios
de cualquier tipo que fueran de los que tenemos noticias.
Con ello, espero que las almas se fíen de todo cuanto digo y que los corazones presten atención a
la sabiduría que contienen, por ejemplo, las anécdotas de los filósofos, la forma en que vivieron en el
mundo los ascetas y las biografías que entre nosotros son veneradas. Ya lo dijeron nuestros
antepasados: "Un pasaje bíblico dice: "Habéis imitado las costumbres de los pueblos vecinos"
[Ezequiel, 11, 12]. Y otro relato bíblico dice: "No hicisteis ésto según las buenas costumbres con que
suelen obrar vuestros vecinos sino según sus perversas acciones [Ezequiel 5, 7]" "[Sanedrín, 39 b]. Y lo
mismo: "Todo el que pronuncia una palabra misteriosa, incluso será llamado sabio entre los gentiles del
mundo" [Megillôt, 16 a 29]. Y acerca de los ejemplos y comparaciones que se usan para ampliar las
ideas, dijeron: "Le enseñó a través de signos, le explicó a Dios a través de símiles" [Erûbîm, 21 b]. Y,
por fin, el Sabio dijo: "[El inteligente adquiere destreza] para entender proverbios y refranes, máximas
y enigmas" [Proverbios, 1, 6].
Así pues, dado que pretendía asentar en este mi libro los principios fundamentales de los deberes
de los corazones, para seleccionarlos utilicé la demostración, a fin de que se desprendiesen unos de
otros. De este modo, puse como fundamento último y más alto, a la vez que como la base más grande,
al reconocimiento y adhesión a la unidad de Dios. Y, medité en aquello a que nos obliga dicha unidad
divina, dentro del ámbito de los deberes mencionados. Y éste es el primer principio de los deberes de
los corazones y el primer capítulo del presente libro.
Según ésto, supe a ciencia cierta que el Creador, ensalzado sea, dado que es verdaderamente Uno,
es imposible que sea denominado con el término de substancia o accidente. Y, puesto que nuestra
reflexión no puede conocer lo que ni es substancia ni accidente, se concluye que no podemos conocer a
Dios en su misma esencia. Por consiguiente, es preciso que conozcamos y lleguemos al ser de Dios, a
través de las creaturas. Y éste es el capítulo dedicado a la meditación o reflexión sobre los seres
creados, estableciendo a ésta como el segundo principio de todos los deberes de los corazones.
Luego, consideré la soberanía que lleva consigo necesariamente la unidad de Dios y la
correspondiente servidumbre a El que le deben las creaturas. De este modo, establecí la necesidad de
someterse a Dios, como tercer principio de los deberes de los corazones.
A continuación demostré con toda claridad aquello que lleva necesariamente consigo la
verdadera unidad de Dios: que solo El gobierna sobre todo lo creado y que, por tanto, el provecho o
daño que recibe el hombre solo están en sus manos y poder, sobreviniéndole, por tanto, todo esto
exclusivamente con su permiso.
Lo cual nos obliga al abandono y entrega a Dios. En consecuencia, establecí del abandono en
Dios como el cuarto principio de todos los deberes de los corazones.
Después pensé en lo que tiene de específicamente esencial la idea de unidad verdadera de Dios. Y
vi que esta unidad no tenía nada en común con cosa alguna y que no había nada parecido a ella. De
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donde se seguía que a El solo nos debíamos someter y obedecer, mediante la purificación de nuestros
actos, dirigiéndolos a El, puesto que no le es acepto un acto en el que se mezclen otras intenciones
ajenas a El. Así, puse a la pureza de intención de las acciones que se dirigen a Dios, como quinto
principio de todos los deberes de los corazones.
Luego pensé en aquello a que nos obliga la unidad verdadera de Dios, en razón de su grandeza y
sublimidad, puesto que no hay nada semejante a El. De lo cual se seguía como consecuencia la
humildad que debemos tener ante Dios, en cuanto que no nos consideramos digno de El. Por tanto,
establecí la humildad, como sexto principio de todos los deberes de los corazones.
A continuación examiné la indolencia y pereza que a veces tienen los hombres en aquellas cosas
que exige la obediencia a Dios, ensalzado y honrado sea. Entonces la corrección de estos errores e
insuficiencias consiste en arrepentirse y pedir perdón a Dios. Por eso establecí como séptimo principio
de todos los deberes de los corazones, al arrepentimiento.
Luego profundicé en el conocimiento de la verdadera realidad de nuestras obligaciones para con
Dios, honrado y ensalzado sea, tanto en lo referente a los deberes externos como a los internos. Y hallé
que esta verdadera realidad no la podríamos conocer con claridad si no es mediante el examen de
nuestras conciencias y por la minuciosa investigación de nuestros actos en todo lo que hace referencia a
Dios. En consecuencia, puse como octavo principio de todos los deberes de los corazones, el examen
de conciencia.
Seguidamente volví a pensar en el sentido de la unidad verdadera y vi que esta unidad no se hace
patente de manera auténtica en el alma del creyente cuando éste embriaga su corazón con la bebida del
amor al mundo y cuando cede a sus propios deseos animales. Pero si desea liberar su conciencia y
vaciar su mente de las excelencias del mundo, privándose de sus placeres, entonces la unidad perfecta
de Dios dominará su corazón y lo poseerá totalmente. Así, puse a la ascesis de las cosas mundanas
como noveno principio de los deberes de los corazones.
Por fin, examiné la obligación que tenemos contraída para con el Creador, ensalzado sea, en
cuanto que El es el fin de todo anhelo y el término de toda esperanza. Y puesto que en Dios está todo
comienzo y a El se encamina todo, estamos obligados a amar tenerle contento y a temer su cólera.
Ambas cosas son el colmo de la felicidad y de la desgracia, según el dicho del Profeta, la paz sea con
él: "Su cólera inspira temor, su favor da vida" [Salmos, 30, 6]. Así que puse al amor a Dios, ensalzado
y glorificado sea, como décimo principio de todos los deberes de los corazones.
Después de que tuve claro todo esto por el método de la argumentación racional, me dediqué a
buscar su confirmación en los Libros y en la Tradición. Y encontré en ellos abundante y repetidamente
cada una de estas cosas. Por consiguiente explicaré, con la ayuda de Dios, cada una de ellas en su
capítulo correspondiente. Y he llamado a este libro mío con un título que se acomoda a mi objetivo. Y
este título es: Libro de la guía para los deberes de los corazones.
Con este libro he pretendido convencer amablemente y despertar a los indolentes y remisos que
tienen nuestra misma Ley y aceptan los preceptos de nuestra religión, proponiéndoles argumentos con
cuya evidencia y verdad se ilumine su razón y que solo los niega la gente a la que le gusta discutir, que
es superficial, que encuentra pesada la carga de la verdad y que solo buscan las cosas que les resultan
fáciles. Pero no me propongo refutar a estos tales puesto que no pretendo en mi libro convencer a los
que se oponen a los principios de nuestra fe. Lo que busco es desvelar los principios de nuestra religión
que están ínsitos en toda sana razón y poner en claro los fundamentos de nuestra fe que ya se hallan
encerrados en nuestras almas. Una vez que reflexionemos en estos principios innatos, brillará su
evidencia en el interior de nuestras conciencias y resplandecerá su luz en lo exterior de nuestras
acciones.
Todo esto es como aquello que le ocurrió a un astrólogo que entró en casa de un amigo suyo y
adivinó que había en ella un tesoro escondido. Lo buscó y, al fin, apareció un trozo de plata
ennegrecida cuyo aspecto se había deteriorado por el óxido y la suciedad. Quiso limpiarla y para ello la
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trató con sal y vinagre, lavándola hasta que volvió la plata a su hermosura y resplandor originarios. A
continuación, el dueño de la casa ordenó que se hiciera lo mismo con el resto de los tesoros escondidos.
Algo así quiero hacer con los tesoros de los corazones: descubrirlos y hacer patente su valor, para que
los siga quien quiera acercarse y aproximarse a Dios, ensalzado y honrado sea.
De este modo, cuando hayas leído este libro, hermano mío, y te informes de su contenido, tómalo
como memorandum, júzgate con verdad a ti mismo a la luz de sus principios, vuelve repetidas veces a
él, sácale partido y que tu corazón y tu conciencia te impongan como obligación sus normas. Suple las
faltas que te salgan al paso y completa sus deficiencias. Pon la mirada solo en las acciones a que te
impulsa y te induce, sin buscar ni el elogio ni la emulación de los demás por el saber que te
proporciona. Excusa los defectos y deslices que encuentres en este libro, así como las deficiencias de
contenido y de lenguaje que se te presenten. Pues, por mi parte, tuve prisa en hacerlo, no vacilando en
la empresa, por temor a que se me adelantase la muerte privándome de lo que quería hacer. Ya sabes
que la condición humana es limitada y que la naturaleza del hombre está lejos de poder culminar
perfectamente cualquier cosa, según el dicho del Profeta, la paz sea con él: "Los hombres no son más
que un soplo, los nobles son apariencia: todos juntos en la balanza subirán más leves que un soplo"
[Salmos, 62, 10]. Quedan así presentadas mis excusas por mi insuficiencia y por los defectos que
hubiera en el libro.
Conviene que sepas que todos los deberes de los corazones, tanto imperativos como prohibitivos,
así como la educación de las almas, están contenidos en estos diez principios que encierra mi libro. Lo
mismo que la introducción a todas las leyes está en estos textos: "Amarás al prójimo como a ti mismo"
[Levítico, 19, 18] o en este dicho del Profeta, la paz sea con él: "El que no le hace mal a su prójimo"
[Salmos, 15, 3]. Y así mismo en: "Obra bien" [Salmos, 34, 15].
Así pues, rinde tu corazón ante todo esto, repásalo siempre en tu interior. De este modo, [las
aplicaciones prácticas] que se desprenden [de estos diez principios] se te harán patentes con la ayuda de
Dios, honrado y ensalzado sea, cuando El descubra, en medio de tu debilidad, el ansia e inclinación que
tienes por cumplirlas. Como dice el Profeta, la paz sea con él: "¿Hay alguien fiel al Señor. Le enseñará
un camino escogido: así vivirá feliz y su descendencia poseerá la tierra. El Señor confía con sus fieles y
les da a conocer su alianza?" [Salmos, 25, 12-14].
Y pensé terminar este preámbulo de mi libro con una bella parábola que te animará a considerar
los objetivos del mismo y que te hará tomar conciencia de que el rango de la ciencia de este tipo de
leyes [interiores o de los corazones], es superior al resto de las otras ciencias y de que el nivel de las
restantes ciencias es decir, de las ciencias naturales y matemáticas, [es inferior al de] la ciencia de la
Ley. Trata de entender esta historia cuando la leas, repásala en tu interior y, si Dios quiere, alcanzarás
lo que quieres.
La historia es la siguiente: un rey distribuyó entre sus siervos unos capullos de gusanos de seda
para probar sus inteligencias. El que de entre ellos era más inteligente y hábil, separó la parte que,
según él, era la mejor. A continuación, lo que, dentro de esta, todavía era de más calidad. Con lo cual
dividió la seda en tres partes: la muy buena, la intermedia y la peor, haciendo con cada uno de los lotes
lo que más convenía. A continuación, llevó el mejor lote a diversas clases artesanos para que hicieran
con él ropas de distintas formas y colores, a fin de vestirse con ellas ante el rey, según fuera
conveniente en cada momento y lugar. El siervo ignorante hizo, en cambio, con toda la seda que le
había tocado en suerte, lo que había hecho el inteligente solo con la clase más baja y peor de su lote: la
vendió y, tomando lo que había ganado, se apresuró a malgastarlo en buenas comidas, bebidas
placenteras y cosas parecidas. Cuando llegó la noticia de todo esto al rey, encontró buena la manera de
proceder del hábil e inteligente y, en consecuencia, lo aceptó, lo mandó poner cerca de él en su
presencia y lo hizo aposentar en un lugar especial junto a sí. En cambio, encontró abominable el
proceder del siervo ignorante y lo alejó de su lado, lo mandó desterrar al lugar más despoblado de su
país y lo aposentó en compañía de los que eran objeto de su cólera.
17
De esta misma manera, hermano mío, Dios, ensalzado y honrado sea, presentó a sus creaturas su
Libro verdadero, para probarnos. El hombre que usa de la razón y que es inteligente, cuando lee el
Libro de Dios y lo entiende a fondo, divide su contenido en tres partes. La primera es la ciencia de los
significados sutiles y espirituales, los cuales constituyen la ciencia oculta, a saber: la ciencia de los
deberes de los corazones y de la educación del alma, a cuyo cumplimiento se obliga siempre el hombre
a sí mismo. Luego, selecciona una segunda parte, la cual consiste en la ciencia de los deberes de los
miembros externos, los cuales cumple en sus debidos tiempos y lugares. Por fin, echa mano de una
tercera parte, la cual es la ciencia de la Historia y que estriba en el conocimiento de las distintas clases
de hombres, de su diversidad a través de las generaciones pasadas, así como todo lo que viene en las
historias y noticias de los antepasados. Todo esto lo selecciona y lo sitúa en su tiempo y lugar
convenientes, tal como corresponde. Y para todo esto, echa mano, según su discreción, de la
matemática, de la ciencia de los argumentos y de la lógica, pues todas estas ciencias constituyen los
preámbulos de la teología, ya que quien las ignora no puede conocer con detalle las huellas que ha
dejado la sabiduría del Creador, ensalzado sea, en todas sus creaturas: ignorará las cosas de su propio
cuerpo y todo lo demás. Es lo que hizo el siervo hábil: utilizó los instrumentos de la artesanía para
llevar a cabo la obra que pretendía hacer con la seda del rey del mismo modo, el hombre religioso, al
aplicarse a las diversas partes de la ciencia de la religión, se aprovecha de las ciencias auxiliares y de
aquella parte de la lógica que trata de la evidencia y de la demostración, las cuales son ciencias
introductorias de la teología. El que no está versado en estas disciplinas preambulares no reconoce las
evidentes huellas que Dios ha dejado de su sabiduría en sus creaturas y no conoce su cuerpo ni ninguna
otra cosa.
Por su parte, el hombre que es ignorante y necio, cuando se dedica al Libro de Dios, utiliza la
ciencia de las noticias de los antepasados y las historias de los antiguos, para lanzarse a sacar provecho
del mundo, utilizando argumentos que justifiquen el que siga sus propios deseos, que abandone la
ascesis de lo mundano y que ceda a la manera de ser y de opinar de toda clase de hombres. Como dijo
el Sabio: "Muere por su falta de corrección, por su enorme insensatez perece" [Proverbios, 5, 23].
Así pues, hermano mío, reflexiona sobre esta parábola, repásala en tu interior y que tu mente le
saque provecho. Entiende lo que te sugiere el Libro de tu Señor y ayúdate para ello con la lectura del
libro de nuestro Maestro Sě′adyah, Dios haga florecer su fama y honre su espíritu, pues esta lectura
ilumina las mentes, agudiza las inteligencias, orienta a los indolentes y excita a los perezosos. Que Dios
nos de éxito en nuestra sumisión a El y nos conduzca al camino de su servidumbre, mediante su
misericordia. Lo mismo que pidió su Profeta: "Me enseñarás el sendero de la vida, me colmarás de
gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha" [Salmos, 16, 11]
Este es el orden de los capítulos de mi libro, puestos de forma sucesiva:
Capítulo primero: explicación de la manera de adherirse a la unidad de Dios, ensalzado sea.
Capítulo segundo: explicación de la manera de reflexionar sobre las creaturas y sobre los
excelentes bienes divinos que volcó sobre ellas.
Capítulo tercero: explicación de cómo nos es necesaria la obligación de someternos a Dios.
Capítulo cuarto: explicación sobre la necesidad del abandono en Dios, ensalzado y honrado sea.
Capítulo quinto: explicación sobre cómo es necesaria la dedicación de nuestros actos a Dios con
pureza de intención, previniéndonos de la hipocresía.
Capítulo sexto: explicación de la manera con que nos es necesaria la humildad y el someternos a
Dios.
Capítulo séptimo: explicación de la necesidad del arrepentimiento, su definición y sus
consecuencias.
Capítulo octavo: explicación sobre la necesidad de que el hombre examine su conciencia ante
Dios.
Capítulo noveno: explicación de cómo nos es necesaria la ascesis y de su utilidad.
18
CAPITULO PRIMERO
Dice el autor: cuando investigamos cuál es el principio y fundamento más firme de nuestra
religión, nos encontramos con que es la adhesión a la "unidad" de nuestro Creador, ensalzado y
honrado sea. Y ello, porque es ésta la primera puerta de la Ley, ya que gracias a la "unidad" se
distingue la fe de la idolatría. La "unidad" es el punto culminante de la verdad de la religión. De modo
que, quien se aparta de este principio no obrará rectamente ni tendrá ninguna creencia firme. Por eso, el
primer mensaje que Dios, ensalzado y honrado sea, nos dirigió sobre el monte Sinaí fue: "Yo soy el
Señor, tu Dios [....]. No tendrás otros dioses rivales míos" [Éxodo, 20, 2-2]. Luego, nos lo corroboró
por medio de los Profetas, la paz sea con ellos, mediante la afirmación: "Escucha Israel, el Señor,
nuestro Dios, es solamente Uno" [Deuteronomio, 6, 4-8].
Tal vez te convenga, hermano mío, que entiendas bien el sentido de esta sentencia, es decir
"escucha Israel" hasta el final, ya que se van sucediendo en ella diversos sentidos a través de sus
palabras, conteniendo diez significados correspondientes a los diez mandamientos.
En efecto: nos ordena este texto que creamos firmemente en el Creador, ensalzado y honrado sea,
lo cual se encierra en la afirmación "escucha Israel". Pero no pretende con esta expresión "escucha" que
se oiga simplemente con los oídos, sino más bien que se crea con la fe y con el compromiso interno. Es
como lo que dice el Libro: "Haremos [lo que ordena el Señor] y escucharemos" [Éxodo, 24, 7]. Y
también: "Escucha Israel y ponlo por obra" [Deuteronomio, 6, 3]. Y todo lo que se refiere a "escuchar"
alude únicamente al deber interior a que estamos comprometidos, a la fe y a la aceptación de Dios.
Después, tras obligarnos a creer en la verdad de la existencia de Dios, se nos impone la creencia
en que El es nuestro Dios y Señor, de acuerdo con la expresión "el Señor, nuestro Dios". A
continuación se nos obliga a creer que Dios es realmente "uno", por las palabras "Dios Uno". Y una vez
que se nos ha obligado a estas tres ideas que hemos mencionado, se pasa a aquello a que, como
consecuencia, estamos obligados: a entregarnos amorosamente a Dios interna y externamente, con el
alma y con los bienes materiales. Y ello se expresa en el dicho "amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas", lo cual explicaré en el capítulo correspondiente de
este libro, el que trata del amor, con la ayuda de Dios, ensalzado sea.io
A continuación se pasa a reafirmarnos en los deberes de los corazones con la expresión: "Estas
palabras que hoy te digo quedarán en tu corazón". Es decir: "lígate a ellas en tu corazón y créelas en tu
interior".
Después, sigue con los deberes externos que implican conocimiento y acción mediante este texto:
"Se los inculcarás a tus hijos". Y dice seguidamente: "Y hablarás de ellos". Es decir: si no tuvieras hijos
19
no lo pongas como excusa de que no te dedicas a la lectura y enseñanza de la palabra de Dios. Sigue a
continuación: "Estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado". Es decir: estas obligaciones
no le son imposibles a tu corazón y a tu lengua, como pueden serlo las del resto de los miembros
externos, de acuerdo con lo que adelanté en el comienzo de este mi libro, al decir que los deberes de los
corazones nos obligan siempre. Y todo ésto no es sino la confirmación de aquel texto anterior: "Estas
palabras que hoy te digo quedarán en tu corazón". Y ello, para que con la repetición constante de estas
palabras en la lengua, se obligue también a nuestra mente a que lo repita continuamente. De este modo
nunca faltará del corazón el recuerdo de Dios, como dice el Profeta, la paz sea con él: "Tengo siempre
presente al Señor" [Salmos, 16, 8]. Y añade: "El mandamiento está a tu alcance [en tu corazón]"
[Deuteronomio, 30, 14].
Después, pasa de los deberes externos [en que se implica tanto al pensamiento como a la acción]
a los que simplemente consisten en acción práctica exterior, estableciendo tres clases de los mismos en
este texto: "Los atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal, los escribirás en las
jambas de tu casa y en los portales", lo cual alude a las filacterias puestas en las manos y en la cabeza y
a la mezuzah. Todo lo cual no son sino medios para recordar al Creador, para entregarse amorosamente
a El y para desearle ardientemente. Algo así como dice el Libro que hagas para que recuerdes a los
seres amados: "Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón" [Cantar de los
Cantares, 8, 6]. Y en otro lugar: "Mira, en mis palmas te llevo grabada" [Isaías, 49, 16]. También: "Te
tomaré, Zorobabel, hijo de Seltiel, siervo mío [...] te haré mi sello" [Ageo, 2, 23]. Igualmente: "Mi
amado es para mí una bolsa de mirra que descansa en mis pechos" [Cantar de los Cantares, 1, 13]. Y
pone tres preceptos para que seas más perseverante y estés más obligado para con Dios, como dice el
Sabio: "[Los que buscan [la sabiduría] alcanzan el favor de Dios" [Eclesiástico, 4, 12].
Todo lo que contiene este artículo se reduce a diez ideas, en total, cinco de las cuales son
espirituales y cinco corporales. Por lo que respecta a las espirituales: la primera es que creamos que
Dios existe; la segunda, que El es nuestro Señor; la tercera, que es Uno; la cuarta, que le amemos con
amor puro; la quinta, que nos sometamos a Dios con corazón limpio. Las cinco ideas corporales son: la
primera, enseñarás a tus hijos sus mandatos; la segunda, hablarás de ellos a los demás; la tercera, los
atarás como un signo en los brazos, los llevarás sobre tu frente entre tus ojos; la quinta, los escribirás
sobre las jambas de las puertas de tu casa. Nuestros antepasados dijeron: "¿Por qué precede el texto que
empieza "Escucha" a aquel otro que se inicia así; escuchas? Para enseñarnos que uno debe reconocer
primero la soberanía de Dios y luego asumir la obligación de cumplir sus mandamientos".
Por todo esto, me di cuenta de que debía poner delante de todos los demás capítulos de este mi
libro, el de la adhesión a la "unidad" de Dios.
De acuerdo con esto, lo que ahora conviene es que explique la fe en esta "unidad", según diez
sentidos o artículos:
Primero: definición de la adhesión a la "unidad".
Segundo: sobre las partes en que se divide el concepto de "unidad".
Tercero: sobre si estamos obligados a investigar esa "unidad" por medio de la razón o no.
Cuarto: sobre qué medio de investigación es apropiado y sobre las ciencias preliminares que
conviene tener para investigar la "unidad".
Quinto: sobre la demostración de las premisas con que se prueba que el mundo ha sido hecho de
la nada por su Creador.
Sexto: acerca de la manera de utilizar esas premisas para demostrarla existencia del Creador.
Séptimo: sobre la demostración que prueba que El es Uno.
Octavo: explicación de la manera como hay "unidad" metafórica y verdadera.
Noveno: acerca de que el Creador es Uno verdaderamente y que no hay ningún Uno verdadero
fuera de El.
20
Décimo: sobre las cualidades de la Divinidad, tanto de las que se captan por la razón como de las
que están consignadas en la Escritura; del mismo modo, especifica aquellos atributos que, sin duda, hay
que afirmar de Dios y los que, por el contrario, hay que rechazar de su noción.
Artículo primero
La Unidad de Dios
Artículo segundo
Respecto a las partes en que se divide la "unidad" de Dios, ensalzado sea, digo que el término
"unidad" es usado frecuentemente por los monoteístas, cristianos y musulmanes, los cuales lo emplean
continuamente hasta el punto de que se ha convertido en una de las palabras con las que muestran su
admiración ante las alegrías o las desgracias y que usan cuando están ansiosos ante un accidente o por
su grandeza o por su fealdad. Pero lo hacen sin pensar científicamente en la verdad del significado de
esta expresión que sale de sus labios y ello, por ignorancia e incapacidad.
Estos tales imaginan que el sentido que dan conceptualmente a la "unidad" es el verdadero, lo
mismo que es verdadera la "unidad" profesada de palabra. Pero no se dan cuenta de que sus corazones
están vacíos de su auténtica verdad y de que sus conciencias carecen de su verdadero significado,
puesto que atribuyen a Dios la "unidad" con sus lenguas y palabras, a la vez que creen en sus corazones
en un Dios múltiple, no Uno. En efecto, conciben en sus interiores esta "unidad" bajo la forma de otras
cosas existentes que también son aparentemente unas y la imaginan con rasgos que no se adecúan a la
verdadera "unidad". Y todo ello ocurre porque desconocen el auténtico sentido de la verdadera
"unidad", que es distinta de la metafórica.
Todo esto, a excepción de algunas personalidades relevantes de entre la gente de la "unidad" que
conocen bien la ciencia, que entienden el sentido de las palabras "Creador" y "creaturas" y que conocen
las condiciones que exige la verdadera "unidad" y sus características. En este sentido, tenía razón el
Filósofo cuando dijo: "Solo adoran a la última causa y al primer ser, el Profeta [gracias a sus dotes
naturales] y el buen filósofo [gracias a la ciencia que profesa]. Fuera de éstos, los demás, únicamente
adoran algo que realmente no es El, pues lo conciben con una existencia compuesta de partes distintas".
Por todo lo cual, las diferentes maneras de reconocer la "unidad" de Dios, de acuerdo con las
distintas capacidades racionales y de discernimiento de los hombres, son cuatro:
La primera consiste en reconocer la "unidad" de Dios solo con la lengua. Este es el primer grado
al que acceden los niños y todos aquellos que ignoran el auténtico significado de la religión, por no
tener en sus almas el verdadero sentido de ésta.
21
La segunda clase es el reconocimiento de la "unidad" de Dios con el corazón y con la lengua, a
base de repetirla, basándose en la buena opinión de los demás y sacándola de la Tradición, sin tener
conocimiento científico y evidente de todo esto por medio de la razón y comprensión personales de
cada uno. El que obra así está en la misma situación de un ciego que se deja llevar por alguien que tiene
la vista sana. Pero puede ocurrir que este último siga, a su vez, a otro que está [en sus mismas
circunstancias] de seguir a otro. Entonces, estos tales son como una comunidad de ciegos en la que
cada uno de ellos pone su mano en el hombro de su compañero, el cual, a su vez, se apoya en el del que
tiene cerca y éste sobre el que tiene al lado, hasta llegar a alguien que goza de vista y que conduce a
todos. En ese caso, si el que guía al grupo abandonara su tarea de cuidar de todos, o flojeara en mirar
por ellos, o se cayese uno, o le ocurriera una desgracia, este infortunio afectaría a todos los demás
haciendo o que se desviaran de su camino, o que tal vez cayeran en un pozo, o que tropezasen con algo
que les apartase de su itinerario. Del mismo modo ocurre a los que repiten la "unidad" de Dios
siguiendo solo la Tradición: no están libres de caer en la idolatría, pues si oyesen alguna cosa de las que
dicen los incrédulos, o sus argumentos, es posible que, sin darse cuenta, cambiasen entonces sus
creencias y renegasen de su fe. Por eso dijeron nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "Sé atento a
la hora de estudiar la Escritura y sabio para responder a los mentirosos" [Abôt, II 14].
La tercera clase de reconocimiento de la "unidad" de Dios es aquella que profesa el hombre con
su corazón y con su lengua, tras haber demostrado y aclarado la existencia de Dios por el método de la
especulación teórica, pero sin saber científicamente el significado del "uno" verdadero, distinto del
"uno" en sentido metafórico. El que así confiesa la "unidad" divina, está en la misma situación del que
tiene la vista sana cuando va por un camino que conduce a un país lejano. Pero dicho camino tiene
muchas bifurcaciones y el viajero no sabe entonces a ciencia cierta ni distingue claramente la dirección
a que se dirige exactamente cada una de esas bifurcaciones. Sabe hacia dónde camina y el país al que
pretende llegar, pero deambula por muchos senderos y no consigue alcanzar lo que busca, por no
conocer la vía verdadera y recta. Como dice el Sabio: "La fatiga del necio lo rinde porque no acierta
con el camino de la ciudad" [Eclesiastés, 10, 15].
La cuarta clase consiste en el reconocimiento de la "unidad" de Dios, ensalzado y honrado sea,
con el corazón y con la lengua, después de haber demostrado la existencia de Dios y de ocuparse en
investigar su verdadera "unidad" por el método de la especulación teórica y usando la argumentación
racional. Esta es la clase más perfecta y elevada [de reconocimiento de la "unidad" de Dios y a ella se
puede aplicar la invitación del Profeta, la paz sea con él, cuando dijo: "Pues reconoce hoy, y ponlo en
tu corazón, que el Señor es tu Dios" [Deuteronomio, 4, 39].
Artículo tercero
Por lo que respecta a si estamos obligados o no a investigar la "unidad" por el método teórico
especulativo, afirmo que todo aquel a quien le es posible investigar esta idea y otras semejantes a ésta,
de entre las comprendidas dentro de los inteligibles, por el método de la argumentación, a este tal le
obliga dicha indagación, de acuerdo con su capacidad de conocimiento y su poder de discernimiento.
Antes, en el comienzo de este libro, hablé bastante sobre la obligación y necesidad que tenemos de
esto. En efecto: a quien abandona la investigación de la verdad y certeza de la "unidad", le serán
pedidas cuentas por su negligencia y seguirá la misma suerte de los que son negligentes en el conocer y
obrar.
Esta situación es como la de aquel enfermo que conocía tanto su enfermedad como la medicación
que debía tomar. Este tal fue a un médico que le trató con varias medicinas. Pero el enfermo se mostró
22
perezoso a la hora de emplear su inteligencia y razonamientos para saber si la medicación que le había
recetado el médico era correcta o incorrecta, siendo así que podía hacerlo.
A ésto es a lo que nos obliga el Libro con el dicho: "Pues reconoce hoy y ponlo en tu corazón... "
[Deuteronomio, 4, 39]. Lo que indica con "ponlo en el corazón" es la utilización de la inteligencia.
Dice también el Libro: "No entienden, no reflexionan, no tienen inteligencia" [Isaías, 44, 19]. Dice el
Profeta, la paz sea con él: "Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre y sírvele de todo
corazón" [Crónicas I, 28, 9]. Y añade: "Sabed que el Señor es Dios" [Salmos, 100, 3]. Dice el Profeta:
"¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno" [Isaías, 40, 28]. "Lo protegeré
porque conoce mi nombre" [Salmos, 91, 14]. Y agrega: "Quien quiera gloriarse, que se gloríe de ésto:
de conocer y comprender que soy el Señor" [Jeremías, 9, 23]. Dijeron nuestros antepasados, la paz sea
con ellos: "Sé atento para estudiar la Escritura y aprende a responder a los no creyentes" [Abôt, II 14 ].
Dice además el Libro: "Ponedlos por obra que ellos serán vuestra prudencia y sabiduría"
[Deuteronomio, 4, 6].
No reconocerán claramente los pueblos nuestra sabiduría y capacidad de conocimiento si no
exponemos con argumentos demostrativos y si no declaramos racionalmente la evidencia de nuestro
Libro y de nuestra fe. Ya nos lo prometió Dios: que apartaría el velo de la ignorancia de las mentes de
los pueblos y que manifestaría su luz deslumbradora como testimonio ante nosotros de la verdad de
nuestra religión. Como dice: "Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: El nos
instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas" [Isaías, 2,3].
De este modo, se nos ha mostrado con toda claridad, mediante razonamientos, mediante la
Escritura y mediante la Tradición, la obligación que tenemos de especular teóricamente con nuestra
razón, para conocer con evidencia la "unidad", en cuanto nos sea posible.
Artículo cuarto
[Sobre qué medio de investigación es apropiado y sobre las ciencias preliminares que
conviene tener para investigar la "unidad"].
En relación a cuál sea el método que debemos usar para investigar la verdad de la "unidad" y qué
cosas nos conviene saber científicamente antes de que investiguemos esa "unidad", afirmamos lo
siguiente: el saber auténtico de cada cuestión consiste en que, cuando ésta se nos presenta dudosa,
preguntemos primeramente si existe o no la cosa y, cuando esto ha quedado demostrado, habrá de
investigarse qué cosa es y por qué. Por lo que respecta al Creador, ensalzado sea, no nos es lícito
preguntar nada, salvo, solamente, si existe. Y una vez ha quedado esto demostrado por el método de la
especulación teórica, deberemos investigar si es uno o múltiple. Después de que esto nos resulte
evidente a ciencia cierta, inquiriremos el sentido de la "unidad" y las maneras como se predican de
Dios los atributos que le aplicamos. Con esto, nos quedará claramente demostrada la total y pura
"unidad" de Dios, según lo que dice el Libro; "Escucha Israel, el Señor nuestro Dios, es solamente
Uno" [Deuteronomio, 6, 4].
En consecuencia, tenemos la obligación de investigar, ante todo, si existe o no un Creador del
mundo. Y cuando haya quedado demostrado que el mundo tiene un Creador que lo ha creado y hecho,
examinaremos si este Creador es Uno o múltiple. Una vez que resulte claro que es Uno, inquiriremos el
sentido de la "unidad" metafórica y el de la "unidad" verdadera, así como también investigaremos lo
que nos está permitido atribuir a Dios en sentido verdadero. Con todo esto, se habrá completado en
nuestros corazones el significado de la "unidad" divina y se habrá depurado esta idea en nuestras
conciencias, con la ayuda y apoyo de Dios.
Artículo quinto
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[Sobre la demostración de las premisas con que se prueba que el mundo ha sido hecho de la
nada por su Creador]
Hay tres premisas para demostrar que el mundo tiene un Creador que lo hizo de la nada. Primera:
que nada se hace por sí mismo; segunda: que las causas se presentan en número limitado, remitiendo
todas a una primera causa, a la cual ya no precede ninguna otra; tercera: que toda cosa que es
compuesta ha sido producida. Cuando estas tres premisas queden demostradas, se desprenderá para
todo el que sepa manejarlas y combinarlas, que el mundo tiene un Creador que lo hizo de la nada, lo
cual quedará aclarado con la explicación que vamos a acometer, si Dios quiere.
En cuanto a la demostración de estas tres premisas y de lo que estoy exponiendo, he aquí que
afirmo lo siguiente: todo ser que existe después de no haber existido tiene dos posibilidades: o se da el
ser a sí mismo o se lo da otro. Ahora bien, si imaginamos que se hace a sí mismo, o bien se da el ser
después de existir o antes de existir. Pero ambas cosas son absurdas, pues si se dio el ser a sí mismo
después de existir, no necesitaba hacerse a sí mismo porque ya existía antes de hacerse y, por tanto, en
tal caso, no hacía nada nuevo. Y si se hizo a sí mismo antes de existir, entonces la situación es absurda
pues es evidente que lo que no existe no puede hacer ni dejar de hacer nada, ya que lo que no existe no
hace ni produce nada. De este modo queda cerrado el paso para pensar que algo se haga a sí mismo
desde cualquier punto de vista que se aborde el tema, con lo cual queda demostrada la primera premisa
que enuncié antes.
Por lo que respecta a la segunda premisa, digo que todo lo que posee término tiene comienzo,
puesto que es obvio que lo que no tiene comienzo no tiene término [es decir: no es finito], ya que en
ese caso no se puede proceder desde un comienzo que no existe hasta un último término en el que el
hombre se detenga. Por tanto, aquellas cosas en las que encontramos que tienen un último término,
sabemos que han tenido también un primero absoluto antes del cual no hay un principio. De este modo,
cuando en este mundo nos detenemos en una causa terminal de los seres, sabemos que estos tienen
también un primer comienzo, antes del cual no hay otro primero y que es causa incausada, puesto que
las causas no se dan en una serie infinita.
De la misma manera, es cosa sabida que todo lo que tiene partes constituye una totalidad ya que
todo compuesto está integrado de partes. Por otro lado, no es posible decir que lo infinito tenga partes,
ya que la definición de parte es la de una cantidad separada de otra cantidad, siendo lo grande
conmensurado por lo que es más pequeño, como lo precisa Euclides al principio del libro quinto de su
Geometría ¿.
Supongamos que se da en acto algo infinito y que separamos de él una parte. La parte restante,
entonces, será necesariamente más pequeña de lo que era antes. Ahora bien, si el resto sobrante es
todavía infinito, resulta que habrá todavía un infinito mayor que este infinito [el infinito anterior a
separarle una parte], lo cual es ciertamente absurdo [pues habría dos infinitos, uno mayor que otro].
Pero si la parte sobrante fuese limitada o finita y nosotros añadiésemos a ella la parte que antes
habíamos separado y que era finita, resultaría un conjunto limitado o finito. Pero como al principio
dijimos que se trataba de un infinito, ahora resultaría que sería finito e infinito a la vez. Esta
consecuencia no es posible ya que no podemos separar de lo que es infinito una parte finita, pues todo
lo que tiene partes es finito, lo cual, necesariamente, es evidente.
Ahora bien, si separásemos, mediante un acto de imaginación, las personas que han existido
desde la época de Noé hasta la de Moisés, la paz sea con él, este conjunto constituiría solo una parte del
total de las personas habidas en el mundo; y esta parte sería finita, así como sería también, en
consecuencia, un conjunto numéricamente limitado la totalidad de los hombres. Entonces, si la
totalidad de este mundo es algo limitado y finito, es necesario que sus comienzos sean también
limitados numéricamente. En consecuencia, será preciso que el mundo tenga un primer ser, el cual no
24
tenga, necesariamente, otro primero antes de él. Con lo cual será preciso que tenga el mundo, como
comienzo, una finitud de principios, según dijimos antes.
En cuanto a la evidencia del tercer preámbulo dicho, hay que decir que todo compuesto está
integrado, necesariamente, de muchas cosas. Y estas cosas de las que se componen los compuestos,
preceden a éste con un tipo de anterioridad natural. De este modo se desprende de forma necesaria que
aquello que integra a los compuestos es anterior al compuesto, con anterioridad natural y temporal.
Ahora bien, lo que es eterno, no tiene causa; y lo que no tiene causa, no depende de otro primero
anterior; y lo que no depende de otro anterior, tampoco tiene último. Es claro, por tanto, que todo lo
que tiene un primero no es eterno y que todo lo que no es eterno es creado, puesto que entre lo eterno y
lo creado no hay término medio que sea a la vez no eterno y no creado. Todo lo compuesto, en
consecuencia, no es eterno, siguiéndose necesariamente que debe ser creado por alguien.
Con todo lo dicho ha quedado clara la tercera premisa que antes mencionamos.
Artículo sexto
[Acerca de la manera de utilizar esas premisas para demostrar la existencia del Creador]
En orden a aplicar las premisas que hemos mencionado en el artículo anterior a la demostración
de la existencia del Creador, sea ensalzado y honrado, digo lo siguiente: cuando reflexionamos sobre
este mundo, nos encontramos con que está compuesto y estructurado de partes que están, a su vez,
armonizadas y ordenadas.
Con nuestros sentidos y razón lo vemos como si fuera una casa edificada y construida en todos
sus detalles: el cielo está encima como si fuera el techo; la tierra, extendida, es una alfombra; los astros,
puestos en orden, como lámparas; y las gemas escondidas, como los tesoros de la casa. Cada una de
estas cosas sirve para lo que les es propio. Y el hombre, por su parte, es como aquel a quien se ha dado
la posesión de la casa, pudiendo utilizar cuanto hay en ella: las diversas clases de plantas están
dispuestas para su utilidad y las diferentes especies de animales que andan sueltos, están para su
servicio, como dijo el Profeta, la paz sea con él: "Le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo
lo sometiste bajo sus pies: los rebaños de ovejas y toros y hasta las fieras salvajes, las aves del cielo y
los peces del mar, que trazan sendas por el mar" [Salmos, 8, 7-9].
Más aún: la secuencia regular de la salida y puesta del sol sirve para que se establezcan
alternativamente el día y la noche. El ascenso solar y su descenso, para que surjan la primavera y el
verano, el otoño y el invierno, con las características propias de cada una de las estaciones del año y
con la utilidad que reporta su sucesión alternativa y rítmica, como dijo: "Manda al sol que no brille y
guarda bajo sello las estrellas" [Job, 9, 7], añadiendo: "Traes las tinieblas y se hace de noche" [Salmos,
104, 20].
Después está la rotación de los diferentes cuerpos celestes, con sus movimientos y resplandores,
y los signos del Zodíaco gobernando el destino sin que nada de todo esto falle nunca. Con todo lo
dicho, lo que se busca es la utilidad y provecho de los seres racionales, tal como lo dice el Sabio; "Todo
lo hizo hermoso en su sazón" [Eclesiastés, 3, 11] y añade: "Todo tiene su tiempo y sazón, todas las
tareas bajo el sol" [Eclesiastés, 3, 1]. Todo esto pone de manifiesto la composición y estructura que
tiene tanto el todo como sus partes.
Luego, cuando consideramos las plantas y los animales, nos encontramos con que están
compuestos de cuatro elementos, a saber: fuego, aire, agua y tierra, los cuales son distintos y contrarios
entre sí. Nosotros no podemos componerlos y ordenarlos de forma natural, porque ellos se
intercambian y excluyen mutuamente entre sí de forma natural. Si los unimos artificialmente,
enseguida cambian y se mudan; en cambio, si la unión es natural, entonces la mezcla es absolutamente
perfecta y estable. Ya lo dijo cierto filósofo: los cielos, los astros y los seres celestes son de fuego. Algo
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así como lo que dijo el Profeta, la paz sea con él: "Los vientos te sirven de mensajeros, el fuego
llameante de ministro" [Salmos, 104, 4]. En esta sentencia está la evidencia de esta doctrina, pues no
hay una cuarta naturaleza, como pretendía Aristóteles.
Puesto que los seres han sido generados y compuestos a base de los elementos y puesto que
sabemos por otra parte que estos últimos no se han mezclado por sí mismos por su propia esencia ni se
han combinado naturalmente, dada la contrariedad que hay entre ellos, se nos ocurre racionalmente y
nos resulta evidente que quien los hizo es alguien distinto de estos elementos, que el que los unió es
diferente a ellos y que el que los ha ordenado contra sus naturalezas, forzándolos a mezclarse, es su
Creador, ensalzado y honrado sea, el cual los unió perfectamente y los combinó magistralmente.
Si investigamos los cuatro elementos, hallamos también que están compuestos de materia y de
forma, de substancia y de accidente. En cuanto a la materia, puede ser materia prima, que es la que
sustenta los cuatro elementos, y materia segunda. Por lo que respecta a las formas hay que decir que
existe la forma primera universal, la cual está a la base de toda forma substancial y accidental, como es,
por ejemplo, el calor y el frío, lo húmedo y lo seco, lo pesado y lo ligero, el movimiento y el reposo y
otras cosas semejantes.
La composición y ordenamiento del mundo es patente tanto en su totalidad como en sus partes,
tanto en sus principios, como en los derivados de éstos, lo mismo en los elementos simples y en sus
compuestos, en lo más alto y en lo más bajo.
Cuanto hemos dicho anteriormente nos obliga a pensar que todo ha sido causado, puesto que se
ha demostrado que todo compuesto es algo causado. Por tanto, es necesario que creamos que el mundo
ha sido causado. Una vez que esto es así, no podemos pensar que algo se haya hecho a sí mismo. Por
tanto, es preciso que el mundo tenga un Hacedor que le haya dado comienzo y que lo haya causado. Y
puesto que ha quedado claro que los principios que dan comienzo a algo es decir, las causas, no pueden
ser infinitos, es necesario que el mundo tenga un comienzo que, a su vez, no tenga comienzo, un ser
primero que no tenga otro ser primero anterior a él. Y éste es el que creó el mundo y lo produjo de la
nada, con la nada y sobre la nada, como dice el Libro en este sentido: "Yo soy el Señor, creador de
todo; yo solo desplegué el cielo, yo afiancé la tierra" [Isaías, 44, 24] y "El tendió el cielo sobre el vacío
y colgó la tierra sobre la nada" [Job, 26, 7].
Y este es el Creador, ensalzado y honrado sea, al cual buscamos y a cuyo ser nos dirigimos con
nuestra reflexión y con nuestra razón. Este Creador es lo previo a todo y no tiene a nadie antes que El.
Es el eterno con una eternidad infinita, como dice: "Yo soy el primero y yo soy el último" [Isaías, 44,
6] y añade: "Yo el Señor que soy el primero, yo estoy con los últimos" [Isaías, 41, 4].
Algunos dicen que el mundo se formó originariamente por azar y espontáneamente, sin
intervención de un Creador que le diese comienzo o de alguien que lo produjera. Pero me admira que
pase semejante idea por la mente de un ser racional en su sano juicio. Si el que dice tales cosas oyese a
alguien que afirmase lo mismo acerca de una noria que da vueltas para regar una parcela de tierra,
diciendo que esta noria había sido hecha sin ninguna intencionalidad y sin la intervención de un
fabricante que se hubiera ocupado de componerla y armarla poniendo todos los medios convenientes y
útiles para su fin, este tal encontraría todo esto absurdo y lo atribuiría a ignorancia supina,
apresurándose a negarlo y a declarar sin sentido semejante afirmación. Y dado que encontraría absurda
tal proposición acerca de una vulgar y despreciable noria, hecha con escasa astucia y para utilidad solo
de un pequeño trozo de tierra ¿cómo sería posible que creyera semejante cosa tratándose de esta noria
que es el universo que es más grande y que tiene como ámbito propio la tierra entera y las creaturas que
contiene, que funciona con sabiduría y poder, ante la cual las mentes de los hombres se abruman y las
inteligencias de los seres racionales se sobrecogen cuando logran atisbar su esencia y ven que fue
preparada para utilidad de toda la tierra, de cuanto hay en ella y de cuantos hombres la habitan? ¿Y
cómo admitirá que diga que fue hecha sin intención y sin el gobierno de algún ser sabio y poderoso?
26
Sabemos que en las cosas que han sido hechas sin ninguna intencionalidad, no hay manera de que
se encuentre en ellas rastro alguno de sabiduría y de poder. ¿No ves que si un hombre derrama de golpe
tinta sobre una hoja de papel, no es posible que se forme así un libro bien ordenado y unas líneas
deliberadamente trazadas, como si alguien lo hubiera hecho a pluma? Y si alguien nos presentase un
libro tan bien estructurado que no fuera posible que hubiera sido compuesto sin la intervención de una
pluma y nos dijera que se le derramó la tinta sobre el papel y que se formó aquel escrito él solo, nos
apresuraríamos a decir que todo esto es mentira, puesto que este libro debió salir de una intención
deliberada. Y dado que nos parece absurdo el que se escriban por sí mismas unas formas que son
artificiales ¿cómo se podrá afirmar esto de lo que exige una habilidad más depurada y una maestría sin
límite, pensando que se ha configurado esta obra del mundo sin una intención deliberada, sin una
sabiduría profunda y sin un poder absoluto? ¿Cómo podremos decir todo esto tras haber demostrado la
existencia de Dios, ensalzado sea, partiendo de las huellas que ha dejado en el mundo?
Todo lo dicho es suficiente para quien tiene inteligencia. Baste con esto, que es lo justo, para
responder y rebatir las ideas de los ateos que creen que el mundo es eterno y que nadie lo ha hecho.
Entiéndelo por ti mismo.
Artículo séptimo
Por lo que respecta a la prueba de que Dios, ensalzado sea, es Uno, afirmo lo siguiente: puesto
que nos quedó claro, por el método demostrativo, que el mundo tiene un Creador, debemos ahora
investigar si ese Creador es Uno o muchos. Y conviene que demostremos la verdad de su "unidad" de
siete maneras.
La primera es la consideración de las causas de los seres. En efecto, si examinamos con cuidado
estas causas, hallamos que son menos numerosas que sus efectos y si investigamos las causas de las
causas de manera ascendente, encontramos que también son menos en número que las primeras. Así,
conforme se va subiendo, se hacen cada vez menos numerosas, hasta que terminamos en una sola, la
cual es la causa de todas las demás causas.
La explicación de esto es la siguiente: los seres existentes son numéricamente casi infinitos; pero
cuando llegamos a las especies de estos seres, resulta que éstas son menores en número que los
individuos que están comprendidos en ellas, puesto que toda especie encierra en sí a muchos sujetos.
Las especies, a su vez, son numéricamente finitas, pero cuando añadimos a éstas los géneros
correspondientes que las engloban, los géneros resultan ser también menores numéricamente que las
especies, ya que bajo todo género se comprenden muchas especies. Y así va ocurriendo conforme se
asciende: los géneros son siempre menores hasta que se llega a los géneros de los géneros o categorías,
las cuales, dijo el filósofo que son diez: substancia, cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo,
situación, posesión, acción y pasión.
Y si examinamos las causas de los individuos comprendidos en estas diez categorías,
encontramos que se pueden reducir a cinco, a saber: el movimiento y los cuatro elementos que son: el
fuego, el aire, el agua y la tierra. Y si investigamos las causas de los cuatro elementos, nos encontramos
con la materia y la forma, que constituyen una pareja. Y siguiendo con el examen de la causa de estas
dos, resulta que es evidentemente también menor en número que ellas. Y esta causa es la voluntad de
Dios, ensalzado sea, no habiendo otra más pequeña numéricamente sobre estas dos, salvo lo "uno". Así,
Dios es "uno" necesariamente, según se desprende de las consideraciones hechas. Dijo el Profeta, la
paz sea con él: "A ti, Señor, la grandeza, el poder, la majestad y la gloria" [Crónicas I, 29, 11]. Con lo
cual quiere aludir a lo más excelso de todo lo excelso, a lo más alto de todo lo alto, al ser primero de
todo lo que tiene comienzo y a la causa de toda causa y de todo efecto.
27
La segunda manera para demostrar que solamente hay un Creador, está tomada de los vestigios
que la sabiduría divina ha dejado impresos de modo manifiesto en todo este mundo, desde el ser más
alto al más bajo que hay en él, tanto en los minerales y vegetales como en los animales. Y si
consideramos al mundo, probaremos que todo él está gobernado por un solo gobernante y que todo está
hecho por un solo Creador. Y ello, porque, a pesar de la diversidad de sus principios y elementos,
encontramos que funciona de una e idéntica manera en todas sus partes. Así pues, las huellas que la
sabiduría del Creador ha dejado en la creación, patentes tanto en lo pequeño como en lo grande,
testimonian que tienen un solo Creador que es Sabio.
En efecto, si el mundo tuviera varios creadores, ocurriría que las distintas sabidurías de los
mismos se manifestarían de maneras diferentes en cada una de las partes del mundo y habría
contradicciones tanto en las cosas particulares como en el conjunto.
Por otra parte, además, nos encontramos con que, dentro del mundo, unas partes se necesitan a
otras, tanto para su constitución como partes, como para su conservación y buen estado. Ninguna parte
de este mundo llega a su perfección sin las otras, como por ejemplo las anillas de una coraza, las partes
de una cama, los miembros de un cuerpo humano y otros compuestos en que unas partes son necesarias
a otras tanto para su constitución como para su perfeccionamiento. De este modo, puedes considerar la
necesidad que tiene la luna y los astros de la luz del sol; la de la tierra respecto al cielo y al agua; la de
unos animales con relación a otros, pues cada especie se come a los individuos de otras, como acontece
en las aves salvajes, en algunos cetáceos y en las fieras de tierra firme. Del mismo modo puedes ver la
necesidad que tiene el hombre de la totalidad de los otros hombres, así como esta misma totalidad
precisa del hombre individual. Por fin, considera la necesidad que tienen unos de otros, los países, las
regiones, las ciencias y las artes.
La sabiduría del Creador se hace manifiesta tanto en lo más delicado de la creación como en lo
más excelso, tanto en lo pequeño como en lo grande. Pues la huella de esta sabiduría y poder, por
ejemplo, que se manifiesta en la naturaleza del elefante, en medio de la magnitud de su cuerpo, no es
más asombrosa que la que se trasluce en la de la hormiga, en medio de su pequeñez. Incluso podemos
decir que aquello que es más pequeño de forma, es, sin duda alguna y de una manera más clara, huella
de la sabiduría y poder del Creador, del mismo modo que la finura del Creador es más admirable y más
obvia en éstos seres diminutos que en los otros casos.
Lo dicho nos demuestra que todos los seres tienen un solo Organizador y un solo Creador, con el
fin de que se uniformicen, se parezcan y estén de acuerdo entre sí, para conseguir el orden perfecto y
buen estado del mundo, tanto en su totalidad como en sus partes. Pues si hubiera más de un Creador,
las formas en que se manifestaría esta sabiduría se diferenciarían en cada una de las partes del mundo,
pudiendo dichas partes prescindir unas de otras. Pero, puesto que, a pesar de que dichas partes son
distintas en sus fundamentos y elementos constitutivos, sin embargo coinciden en sus resultados y
compuestos, ello patentiza que su Creador, Compositor, Gobernante y Organizador, es solamente Uno.
Dijo el Filósofo: "En las cosas hechas por Dios no hay unas más admirables que otras". Es decir:
la sabiduría con que se ha hecho lo delicado y lo excelso, lo pequeño y lo grande, en las distintas partes
del mundo, es similar y análoga. Como dijo el Profeta, la paz sea con él, cuando describía las huellas de
la sabiduría de Dios y el orden que había en el edificio del mundo: "Cuántas son tus obras. Señor, y
todas las hiciste con maestría, la tierra está llena de tus creaturas" [Salmos, 104, 24, añadiendo: "Qué
magníficas son tus obras, Señor, qué profundos tus designios" [Salmos, 92, 6].
La tercera manera de demostrar que solo hay un Creador está sacada de la producción universal
de todo el mundo. Las demostraciones anteriores nos han demostrado la producción del mundo y la
necesidad de que tenga un Productor, puesto que nada puede generarse a sí mismo.
Puesto que hemos hallado que el mundo ha sido generado y que nos resulta evidente que existió
después de no haber existido, sabemos por el testimonio de nuestra sana razón que fue concebido y
generado por otro ser distinto de él. Y dado que está demostrado que el mundo tiene un Creador que lo
28
produjo, no es justo que creamos que es más de uno, ya que, dado el ser unitario del mundo, es
totalmente imprescindible y de todo punto necesario que solo sea uno. Si fuese posible explicar
racionalmente la constitución y estabilidad del mundo por medio de menos de un Creador, lo
aceptaríamos. Pero puesto que no pensamos que sea posible que algo haya sido hecho por menos de
uno, sabemos en consecuencia, a ciencia cierta, que el Creador es uno. Porque las cosas que se hacen
evidentes por el método de la demostración racional, una vez que su existencia ha sido probada como
necesaria, no es preciso que echemos mano de más pruebas de las precisas para explicar el hecho
completo y ya probado con aquellas demostraciones racionales.
Un ejemplo: si vemos un libro compuesto de una manera unitaria, tanto en su estructura como en
su estilo, es obvio para nuestra razón que fue un solo escritor el que lo compuso y estructuró. Por un
lado, el libro es evidente que no fue hecho por menos de un autor; si ésto fuera posible, lo creeríamos.
Por otro, si se nos dijera que fue compuesto por varios, no podríamos creerlo, dado que entonces serían
patentes las diferencias formales dentro del mismo. Siendo ésto así, aunque no conozcamos al autor del
libro ni sepamos cuándo lo hizo, no necesitamos que se nos presente él, personalmente, si ésto es
imposible: lo conoceríamos a través de su obra, del orden del libro y del tema tratado. Sabríamos que
necesariamente existe un escritor, sabio y capaz, que escribió aquel libro. No pudieron intervenir varios
en la organización y unificación del libro porque una obra hecha por dos autores tiene diferencias
internas, carece de orden y madurez y se contradice, no teniendo ni precisión ni claridad.
Lo mismo se puede decir de Dios, ensalzado sea, puesto que las huellas que ha dejado de su
sabiduría en las creaturas son parecidas y semejantes. Estas nos empujan de una manera necesaria a
creer que hay un solo Creador que las hizo, siendo absolutamente imposible que existan dos hacedores,
aunque no sea visible el Altísimo, como lo es la substancia y el accidente. Y, puesto que El, ensalzado
y honrado sea, es invisible, resulta que solo se nos ofrece su existencia con total evidencia y solo
creemos verdaderamente en El, por medio de argumentos racionales y meditando en las creaturas. Así
es como se constituye nuestra fe de que Dios existe, de que es Uno y Eterno, de que ni cesó ni cesará de
existir, de que es Todopoderoso, Sabio y Viviente, contemplándolo de esta manera racional ya que no
es visible como las demás cosas. De este modo nos vemos empujados necesariamente a creer que hay
un solo Creador que hizo el mundo, ya que es imposible que existan otros creadores aparte de El. En
efecto: que haya más de un Dios es imposible e innecesario, pues quien pretenda decir que hay más de
Uno, no lo podrá demostrar sino con pruebas que estarán en contradicción con las que ya hemos
aducido. No hay modo de demostrar ésto si queremos evitar que las demostraciones racionales se
contradigan unas a otras. Más bien todas ellas prueban que es Uno, excluyendo de El la idea de
multiplicidad, comunidad y semejanza en el ser con otros seres, como dice el Profeta: "¿Hay un dios
fuera de mí? No existe roca que yo no conozca" [Isaías, 44, 8]. Y añade: "Yo soy el primero y yo soy el
último" [Isaías, 44, 6]. Además: "Mi mano cimentó la tierra, mi diestra desplegó el cielo; cuando yo los
llamo, comparecen juntos" [Isaías, 48, 13]. Y, por fin: "Yo soy un Dios justo y salvador y no hay
ninguno más" [Isaías, 45, 21].
La cuarta manera para demostrar la "unidad" de Dios es la siguiente: a quien cree que el Creador
es más de Uno digo que, en ese caso, o la esencia de cada uno de estos creadores es la misma o es
distinta. Si responde que esa esencia es la misma en todos, la significación de esa esencia será también
una y, en consecuencia, habrá un solo Creador y no muchos. Y si dice que cada uno de ellos tiene una
esencia distinta a la de los demás, se sigue necesariamente que habrá entre ellas alguna diferencia con
la que se distingan. Ahora bien: todo lo que es distinto, es definido; todo lo definido es finito; todo lo
finito es compuesto; todo lo compuesto es producido; y todo lo producido tiene un productor. Por
consiguiente, quien afirma que el Creador del mundo es más de uno, es preciso que admita que todos,
menos uno han sido producidos 61. Pero ya dijimos anteriormente que el Creador del mundo es Eterno,
que es la Causa de las causas y que es el Primero entre los primeros. Por tanto, es Uno necesariamente,
como dice Esdras: "Tú, Señor, eres el único Dios" [Nehemías, 9, 6].
29
La quinta manera está tomada del significado del concepto de multiplicidad y de "unidad".
Euclides definió la "unidad" en su libro diciendo que ésta era "aquello por lo que algo se dice que es
uno", queriendo significar con ésto que la "unidad" precede, por naturaleza, a lo "uno", como se dice
que el calor es anterior a la cosa que es caliente. Sin la "unidad" no podríamos predicar de algo que es
"uno".
Ahora bien, el concepto que nosotros nos hemos forjado racionalmente de la "unidad" es el
siguiente: la pura soledad separada de todo; la individualidad que excluye completamente todo
parecido y comunión con otros seres, toda multiplicidad, todo número y composición de unas cosas o
separación de otras.
Multiplicidad, por lo contrario, es el conjunto de unidades. Y no se puede decir que la
multiplicidad preceda a la "unidad", ya que aquella se compone de unidades. En cualquier
multiplicidad que encontremos con los sentidos o con la razón, hallamos, a ciencia cierta, que la
"unidad" es anterior a la multiplicidad, como el "uno" numérico precede a los demás números. Así,
pues, quien pretenda decir que el Creador es más de uno, hay que hacerle creer que el "uno" precede y
antecede a la totalidad, por la prioridad que tiene el "uno" respecto al número y a lo múltiple. Dios, por
tanto, es, bajo todos los puntos de vista, Uno y Eterno, sin que haya otro eterno fuera de El, de acuerdo
con el dicho del Profeta: "Antes de mí no habían fabricado ningún dios y después de mí ninguno habrá"
[Isaías, 43, 10].
La sexta manera de demostrar que Dios es uno pertenece al orden de los accidentes que
acompañan a todo lo que es múltiple. A saber: la multiplicidad y la totalidad compositiva son
accidentes que sobrevienen a la substancia, [perteneciendo tales accidentes a la categoría de la]
cantidad. Pues bien, al Creador de la substancia y del accidente no le afectan en su esencia ninguna de
las cualidades de estos dos accidentes. En efecto: es evidente, por razonamiento y por las Escrituras,
que el Creador está por encima de toda semejanza y parecido con las substancias de sus creaturas; es
así que la multiplicidad que afecta a la substancia es un accidente, luego ninguna de las cualidades de la
multiplicidad puede alcanzar a la esencia del Creador Altísimo. Por tanto, dado que no es posible
describir a Dios mediante la multiplicidad, resulta que es uno necesariamente ya que entre la "unidad" y
la multiplicidad no hay término medio. Por tanto, no hay más que un Creador, y ello, de manera
necesaria. Como dice Ana: "No hay santo como el Señor" [Samuel I, 2, 2].
Séptima manera: si el Creador fuese más de uno, o bien cada uno de los creadores sería capaz él
solo de crear el mundo o bien no podría hacerlo sin la ayuda de los otros. En el primer caso, si cada uno
de ellos fuera capaz de crear, el creador del mundo sería uno solo, puesto que éste tendría el poder de
hacerlo sin necesitar la ayuda de los demás. Y en el segundo caso de que ninguno lograse la perfección
de su acto creador, sino con la cooperación de los otros, resultaría que ninguno tendría el poder y la
capacidad totales para crear, puesto que cada uno de ellos sería por sí solo incapaz e insuficiente. Es
decir: cada uno de estos creadores sería débil para crear. Ahora bien, todo lo que es débil es limitado en
poder y en esencia; todo lo limitado es finito; todo lo finito es compuesto; todo lo compuesto es
producido; y todo lo producido tiene un productor. Por consiguiente, lo que es débil no puede ser
eterno, puesto que lo que es eterno no es incapaz para nada ni necesita la ayuda de los demás. En
consecuencia, el Creador no es más de uno.
Si fuera posible que hubiera más de un creador, cabría que entre ellos hubiera oposición y
diferencias a la hora de hacer las creaturas y, en consecuencia, la creación del mundo no sería perfecta.
Pero vemos, por el contrario, que este mundo está estructurado con un orden único, que se mueve con
un único movimiento en cada una de sus partes y que no varía a través de los siglos. Sabemos, por
tanto, que el Creador, el Organizador y el Gobernante del mundo es uno solo cuyos actos nadie
contradice y cuya labor nadie destruye, como dice el Altísimo: "¿Quién se parece a mí? Que se levante
y hable, que lo explique y me lo exponga" [Isaías, 44, 7]. Y añade el Profeta, la paz sea con él: "Tu
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palabra Señor, es eterna, más estable que el cielo; tu fidelidad permanece de generación en generación,
igual que la tierra que tú fundaste" [Salmos, 119, 89-90].
Lo que presenciamos a través de las huellas del gobierno de Dios sobre las creaturas, es que ese
gobierno no sería perfecto ni duradero, si no fuese una sola persona la que gobernase y si no hubiera,
en ese gobierno, una sola idea, una sola dirección y una sola atención. Es como el caso del rey en la
ciudad y del alma en el cuerpo. Dice Aristóteles en su libro sobre esta cuestión: "La "unidad" no se da
perfecta en la multitud de los principios sino únicamente cuando hay un solo principio". Y dice el
Sabio: "Por los crímenes de un país se multiplican sus jefes" [Proverbios, 28, 2].
Con lo que hemos traído a colación acerca de esta idea, es suficiente para quien entienda y
bastará con ello para responder a los dualistas, a los cristianos que profesan la Trinidad, así como a
otros muchos. Pues en nuestro reconocimiento y demostración de la "unidad" del Creador del mundo,
ensalzado y honrado sea, está la refutación de las pretensiones de todos los que dicen que El es más de
Uno. Entiéndelo por ti mismo.
Artículo octavo
Para aclarar las dos maneras que hay de "uno", el verdadero y el metafórico, digo que "uno" es un
nombre derivado de la palabra "unidad". Y se dice en dos acepciones: una accidental, que es la
"unidad" metafórica; y otra substancial y permanente, que es la "unidad" verdadera. La "unidad"
accidental también se predica de dos maneras. La primera expresa una colectividad y la suma de
individuos, como es el caso de "un" género que reúne muchas especies, del mismo modo que "una"
especie reúne a muchos individuos y "un" individuo, a su vez, está compuesto de muchas partes.
Igualmente "un" ejército es aquel que está compuesto de muchos hombres. Y lo mismo ocurre cuando
hablamos de "un" almud, de "un" cahiz, de "una" arroba y de "una" libra , pues todos ellos reúnen una
colectividad de cosas, razón por la cual se les llama "uno".
Ahora bien, a cada uno de los "uno" que hemos mencionado, se le llama "uno" metafóricamente.
Y ello, porque a aquellas cosas que se reúnen en un conjunto se les aplica el nombre de "uno", siendo
así que se les llama múltiples en la medida en que ese conjunto contiene muchas cosas, a cada una de
las cuales, cuando se dividen y separan, se les llama "una". La "unidad", pues, en tales cosas que hemos
mencionado, es un accidente, ya que son "una" bajo un punto de vista y muchas bajo otro.
La segunda manera de "uno" accidental es aquella que se predica de "un" individuo que no siendo
en su apariencia fenoménica ni multitud, ni colección de varias cosas, sin embargo es múltiple en su
esencia en cuanto que está compuesto de materia y forma, de substancia y accidente, siendo
susceptible, en consecuencia, de generación, corrupción, división, cambio, composición, disolución,
alteración, diferenciación y similitud con otros seres. Y ello, porque la multiplicidad afecta a todas las
cosas que hemos descrito y denominado como "uno" ya que son contrarias a la "unidad". El "uno",
pues, aplicado a una cosa que esencialmente es plural y que, en algún sentido cambia, constituye,
necesariamente, un accidente. Y este es el "uno" metafórico, no el verdadero. Entiéndelo.
En cuanto al "uno" verdadero se dice también de dos maneras. La primera, como idea abstracta y
la segunda, como existente en acto. El "uno" abstracto es el "uno" numérico que constituye el principio
y el comienzo de la numeración. La idea de "uno" numérico es señal e indicio de un comienzo que no
tiene otro comienzo anterior a él, puesto que todo comienzo verdadero se llama "uno", como dice el
Libro: "Pasó una mañana, pasó una tarde, día primero" [Génesis, 1, 5]. En lugar de "día de comienzo",
dice "día primero"68 porque el "uno" es el nombre de todo comienzo que no tiene comienzo anterior a
él. De tal modo que, cuando se duplica ese comienzo unitario, se llama dos; y cuando se triplica, tres; y
del mismo modo se llega hasta diez, volviendo luego de nuevo a la "unidad" para llegar hasta el cien, el
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mil y así hasta un número infinito. Por eso se define el número como aquel conjunto que está
compuesto de unidades. Esta es la razón por la que lo llamé abstracto: porque no se percibe por los
sentidos corporales, sino que se conoce con facultad que concibe las ideas. Lo numerado, en cambio, es
percibido con los cinco sentidos corporales o con alguno de ellos.
La segunda manera, la del "uno" verdadero, existente en acto, es aquel cuya noción es la
siguiente: no se multiplica, no se altera ni cambia, no se describe con ningún atributo corporal, ni le
afectan la generación y la corrupción, no tiene límite, no es transportado de un lugar a otro ni se mueve,
no se parece a nada ni nada se parece a él y no tiene nada en común con otras cosas, puesto que es el
"uno" puro, el cual es principio de todo lo múltiple, según lo que dije antes.
La "unidad" es causa de la multiplicidad, y la verdadera "unidad" no tiene ni comienzo ni fin,
pues a todo lo que tiene comienzo y fin le afecta necesariamente la generación y lacorrupción. Ahora
bien, todo lo que es generado y se corrompe, es mudable; por tanto, la mutación es contraria a la
"unidad".
Hay más de uno, cuando existe otro antes que él, como comienzo, y otro después de él, como
subsiguiente; en tal caso se da necesariamente la multiplicidad. Del mismo modo: el parecerse a algo es
un accidente. Ahora bien, todo lo que se da accidentalmente es múltiple; pero ocurre que al "uno"
verdadero no le alcanza en su esencia, en modo alguno, ningún accidente luego no puede ser múltiple.
Y si alguien dice que la unicidad que hay en la "unidad" verdadera es un accidente, le responderemos
diciéndole que el sentido de la unidad en el "uno" verdadero es excluyente de toda multiplicidad y
pluralidad.
Si, por tanto, queremos describir al "uno", lo haremos únicamente desposeyéndolo de toda
multiplicidad y pluralidad, pues al "uno" verdadero no se le puede describir en términos que supongan,
necesariamente, en su esencia, multiplicidad, cambio, divisibilidad o alteración, bajo ningún aspecto.
Todo ésto es lo que constituye el discurso acerca de la "unidad" metafórica y de la "unidad" verdadera.
Entiéndelo.
Artículo noveno
[Acerca de que el Creador es Uno verdaderamente que no hay ningún uno verdadero fuera
de El].
La demostración de que el Creador, ensalzado sea, es verdaderamente "Uno" y de que no hay
otro "uno" verdadero fuera de El, es la siguiente:
Ningún compuesto logra la perfección de su ser si no es mediante la síntesis de las partes que lo
integran. Esta síntesis, pues, constituye la unificación de unas partes con otras. Por consiguiente la
"unidad" es el principio de la síntesis. Por otro lado, el ser compuesto no alcanza la perfección, si no es
a partir de la diversidad de las partes de que está compuesto, ya que no hay composición si no es a
partir de la existencia de más de una parte. Por tanto, el fundamento de la diversidad es la multitud de
partes.
Ahora bien: dado que en el mundo existen muestras de composición, combinación y
ordenamiento, tanto en la totalidad del mismo como en sus partes, lo mismo en sus principios que en
sus derivados, es necesario que se de en todos estos casos la síntesis y la diversidad, así como el
fundamento de ambas: la "unidad" y la multiplicidad. Pero, dado que la "unidad" es anterior por
naturaleza a la multiplicidad, (del mismo modo que la "unidad" precede a los demás números), es
necesario que la causa de toda multiplicidad, si nos situamos en el primer principio de la multiplicidad,
no sea ella misma múltiple, dado que la idea de "unidad" precede a toda multiplicidad. Y, puesto que
las causas son finitas en número hasta llegar a un comienzo primero y, puesto que es imposible que un
agente haga algo totalmente similar a sí mismo, no es posible, en consecuencia, que la causa de la
multiplicidad y de la "unidad" sea semejante a éstas, es decir que sea múltiple y una a la vez. Y, dado
32
que la causa de las cosas generadas múltiples no es ni múltiple ni una combinación de "unidad" y
multiplicidad, es necesario que la causa del ser sea el "Uno" verdadero.
Ya lo dijimos antes: las causas, conforme se asciende, hasta llegar al principio originario, van
siendo cada vez menos numerosas, hasta que se llega al principio del número que es el "Uno"
verdadero, el cual es el Creador Altísimo.
También es cosa sabida que todo lo que existe accidentalmente en una cosa, existe también de
modo necesario, substancial y verdadero en otra, de la cual no se aparta, si no es por la corrupción de la
cosa misma. Por ejemplo, el calor que se encuentra en el agua caliente es accidental en ella, estando, en
cambio, de forma substancial y permanente en el fuego. Igualmente, la humedad de los cuerpos: en
ellos está accidentalmente, mientras que en el agua es substancial y fija. También es sabido que todo lo
que se da de modo accidental en una cosa, lo ha adquirido ésta de otro ser en el cual está
substancialmente. Ya lo hemos aclarado en el caso del calor del agua caliente, pues en ésta se trata de
un accidente adquirido del fuego, en el cual se halla de modo substancial. Y tal como lo hemos
explicado, la humedad de los cuerpos húmedos es, también, algo adquirido accidentalmente por éstos,
al tomarla del agua, en la cual está de manera substancial. Y así vemos que ocurre en el resto de las
cosas que han sido generadas, si pensamos en ellas.
Con esta misma argumentación se puede reflexionar sobre la idea de la verdadera ""unidad", a
saber: la "unidad", dado que se halla en cada uno de los seres creados de modo accidental, a la manera
como lo hemos dicho antes, es necesario que la "unidad" esté en la causa de todos los seres de modo
substancial, fijo y verdadero, de la cual extraen los seres generados su "unidad", adquiriéndola, así, de
forma accidental, según se ha explicado.
Y, una vez que hemos investigado el concepto de "unidad" pura y el de la que se da en las
creaturas, resulta que no encontramos la "unidad", de manera fija y verdadera, en ninguna de estas
últimas. Aunque a cada uno de los géneros, especies e individuos, substancias y accidentes, cuerpos
celestes y substancias espirituales, aunque a cada uno de los números finitos y limitados se les llame
"uno" y se les aplique la idea de "unidad", ciertamente se les predica de manera metafórica, pues no son
sino compuestos de cosas múltiples, a los cuales compuestos se les llama "uno". Esa "unidad" les
sobreviene accidentalmente, pareciéndose, así, en cierto modo, a la "unidad", pero siendo realmente
múltiples en su esencia. Y ello, porque lo primero que tienen las creaturas es la multiplicidad, el tener
partes, el estar sujetas al cambio, a la diversidad, a la composición, al análisis, al aumento, a la
disminución, al movimiento, a la alteración, a la semejanza, al parecido y a otros accidentes,
específicos o generales, de cada una de las creaturas.
La "unidad" pura ni existe ni se predica de modo verdadero de ninguna cosa creada. Y, dado que
el "uno" existe en las creaturas de modo accidental y que los argumentos y pruebas demostraron que el
Creador es uno, sabemos en consecuencia, de manera precisa, que la "unidad" que consideramos en
cada una de las especies de creaturas, por vía metafórica, es prestada de la idea de "unidad" verdadera.
La "unidad" pura pertenece solo al Creador de todo, ensalzado y santificado sea, siendo Dios el
verdadero "uno" y no habiendo auténtica "unidad" fuera de El, según hemos dicho antes. Todas las
características que hemos mencionado del "uno" verdadero, no se adecúan ni convienen sino a Dios.
De esta manera, todas las formas de multiplicidad, de accidentes, de cambio, de movimientos, de
semejanzas y de cuanto no conviene a lo "uno" verdadero, hay que descartarlos de Dios, como dice el
Profeta, ensalzado sea: "Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío; cuántos planes en favor
nuestro: nadie se te puede comparar" [Salmos, 40, 6]. Y añade: "¿A quién podéis compararme?, dice el
Santo" [Isaías, 40, 25] y "¿Con quién compararéis a Dios, qué imagen vais a contraponerle?" [Isaías,
40, 18]. Además: "No tienes igual entre los dioses, Señor, ni hay obras como las tuyas" [Salmos, 86, 8].
Finalmente: "No hay como Tu, Señor, Tú eres grande, grande es tu fama y tu poder" [Jeremías, 10, 6].
Ha quedado claro y evidente que el Creador, ensalzado sea, es verdaderamente "Uno" y que no
hay ningún otro "uno" fuera de El, puesto que todo aquello a lo que se le aplica el nombre de "Uno",
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fuera del Creador, es múltiple y, aunque sea "uno" bajo un aspecto es, sin embargo, múltiple bajo otro,
tal como lo hemos dicho. En cuanto al Creador, ensalzado sea, es "uno" bajo todos los puntos de vista.
Baste con todo lo dicho para el que quiera entender.
Artículo décimo
[Sobre las cualidades de la Divinidad, tanto las que se captan por la razón como las que
están consignadas en la Escritura. Del mismo modo, se especifican aquellos atributos que, sin
duda, hay que afirmar de Dios y los que, por el contrario, hay que rechazar de su noción].
Respecto a la explicación de los atributos divinos, obtenidos por la razón y recibidos por la
Escritura, con los cuales se califica al Creador, ensalzado sea, y del fin que se persigue con ellos, digo
lo siguiente: [la interpretación de estos atributos y de su finalidad es múltiple según sea la manera de
ser de las creaturas humanas que la enuncian y los dones que Dios les otorgó. Sin embargo, estos
atributos se pueden dividir en dos clases: en esenciales y en operativos.
Lo que queremos decir con "atributos esenciales" es que se trata de aquellos atributos que
permanecen fijos en Dios, ensalzado sea, de forma estable, antes y después de la existencia de las
creaturas, perteneciendo así a su misma esencia. Estos atributos son tres, a saber: que El, ensalzado sea,
existe, que es Uno y que es eterno, no habiendo nadie antes que El.
El fin que perseguimos al calificarle con estos atributos es explicar su concepto y su verdadero
ser, para que el hombre tome conciencia de El y para que los seres racionales entiendan que tienen un
Creador que les obliga imperiosamente a servirle y a someterse a El.
Respecto a la necesidad que tenemos de describirlo como ente que existe es porque los
argumentos racionales nos ha demostrado ya que existe, tal como nos lo ponen de manifiesto las
huellas que de El hay en el mundo; como dice el Libro: "Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿Quién creó
aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su
poder, tan robusta su fuerza, que no falta ninguno" [Isaías, 40, 26].
Estamos obligados a atribuirle la existencia, porque ya quedó asentado racionalmente que de lo
que no existe no puede salir acción alguna ni puede proceder nada. Ahora bien, como sus huellas en el
mundo y en sus creaturas nos son patentes, su existencia resulta también evidente para nuestra razón.
Respecto a que califiquemos a Dios con la preexistencia y la eternidad hay que decir que las
demostraciones nos han probado que el mundo tiene un primer ser que no tiene otro primero antes que
El y un principio al que no precede otro principio. En efecto, puesto que quedó patente que los
principios no pueden ser numéricamente infinitos en su primer comienzo, es de todo punto necesario
que el Creador del mundo sea primero, sin que le preceda otro primero que le sea anterior. Y este es el
significado de la preexistencia y eternidad de Dios, como dice el Libro: "Desde siempre y por siempre
Tu eres Dios" [Salmos, 90, 2]. Y: "Antes de mí no habían fabricado ningún dios; y después de mí,
ninguno habrá" [Isaías, 43, 10].
Por lo que respecta a que lo califiquemos con el atributo de uno, ya quedó demostrado con
pruebas evidentes y asentado con testimonios patentes que la idea de "unidad" pura pertenece
necesariamente a su esencia y que el significado de "uno" excluye la multiplicidad en el seno de su
propio ser, eliminando de El cambio y la alteración, la accidentalidad, la generación y la corrupción, la
síntesis y el análisis, el ser semejante a otras cosas, el tener algo en común con ellas, así como la
diferencia. Todo ésto está excluido de su verdadera esencia, al igual que otras nociones que implican
pluralidad.
Conviene, hermano mío, que comprendas que estos atributos no exigen en la esencia del Creador,
ensalzado sea, cambio alguno ni distinción entre ellos. Su único significado es que niegan en el
Creador, ensalzado sea, a sus contrarios. Por tanto, lo que significan dichos atributos, para nuestra
razón y comprensión, es que el Creador del mundo no es ni múltiple, ni inexistente, ni producido.
34
Igualmente conviene que sepas que cada uno de estos tres atributos que hemos mencionado
implican necesariamente a los otros cuando consideramos el contenido de cada uno de ellos 71. La
demostración de ésto es la siguiente:
La "unidad" verdadera, si está adherida necesaria y firmemente a una cosa cualquiera, exige
obligatoriamente que ésta sea también una existencia eterna. Exige la existencia porque la nada no
puede ser calificada ni con la "unidad" ni con la multiplicidad. Y, por tanto, si merece el calificativo de
uno, merecerá también el de existencia.
Con respecto al hecho de que la eternidad esté unida necesariamente a la idea de "unidad", es
porque la "unidad" verdadera, no se genera ni se corrompe ni se altera ni cambia. Por consiguiente, será
eterna puesto que no hay un primer ser anterior a ella. Por tanto, es necesario que quien merece el
atributo de la "unidad" verdadera, merezca también el de la eternidad. Así, digo que el atributo de la
existencia absoluta exige los otros atributos que hemos mencionado, haciendo que esa existencia sea
una y eterna.
En cuanto a que la existencia implique el atributo de la "unidad", es porque la existencia absoluta
no puede darse después de haber sido nada ni puede cambiar del estado de existencia al de no
existencia ni de la no existencia al de la existencia. Y lo que es así, no es múltiple, porque lo múltiple
no existe de forma absoluta, es decir existiendo siempre y de modo ininterrumpido, pues la "unidad"
siempre le precede. Todo lo que existe, por tanto, de modo absoluto, no es múltiple, sino Uno.
Del mismo modo se le puede aplicar también el atributo de la eternidad ya que el ser absoluto no
tiene otro ser primero anterior a él ni ninguno posterior. En consecuencia, le corresponde de manera
necesaria la idea de eternidad. Así, digo que el atributo de eternidad es indispensable para quien tiene
de modo necesario el atributo de la verdadera "unidad" y el de la existencia absoluta.
En cuanto a que la eternidad merezca la cualidad de uno verdadero, es porque ente absoluto es
aquel que no tiene comienzo; y lo que no tiene comienzo no es múltiple; pues todo lo que es múltiple
tiene comienzo. Así pues, lo múltiple no es eterno, mientras que lo eterno no puede ser sino uno. De
este modo, es necesario que vayan unidos el atributo de la "unidad" y el de la eternidad.
Del mismo modo es necesario que vayan así unidos el de la existencia y el de la eternidad, pues
lo inexistente no es calificado ni con el atributo de la eternidad ni con el de creatura [temporal].
Queda así demostrado que estos tres atributos tienen un solo contenido y que designan una sola
cosa. Del mismo modo queda demostrado que estos tres atributos ni implican diversidad en el seno de
la esencia del Creador, ensalzado sea, ni entran en la categoría de accidentes que le sobrevengan, ni
suponen que Dios sea múltiple. Lo que buscamos significar con ellos es que el Creador, ensalzado sea,
no es ni múltiple, ni creado, ni compuesto de elementos varios. Y si pudiéramos explicar su idea con
una sola palabra común para los tres atributos y de una sola vez, a fin de que nuestra razón alcanzase el
significado de estas tres cualidades con una sola expresión, como lo consigue entender la razón con las
tres cualidades que hemos mencionado, ciertamente lo haríamos así. Pero, puesto que no hemos
encontrado una palabra que designe la verdadera idea del Creador, expondremos la "unidad" de Dios
con más de un término.
Pero tengamos en cuenta que la multiplicidad de atributos del Creador, ensalzado sea, expresados
por estas palabras, no se debe a la misma esencia divina, sino más bien a la pobreza de ideas que tiene
el hombre que cualifica a Dios y que no puede hacerlo mediante una sola palabra sino con muchas.
Así pues, entiende el concepto de Creador, ensalzado sea, como algo que no tiene nada semejante
a El, e interpretando los atributos que le aplicas como negaciones de sus respectivos contrarios. Por eso
dijo Aristóteles: "Los atributos negativos del Creador son más dignos que los afirmativos" 72. Pues
todos los atributos que se afirman de El tienen que ser atributos o de la substancia o del accidente.
Ahora bien, a la esencia del Creador de la substancia y del accidente no le afecta ninguno de estos dos
atributos. Por tanto, todos los atributos negativos que se aplican a Dios, son verdaderos, necesarios, y le
convienen adecuadamente, puesto que El esté por encima de todo atributo y epíteto y más allá de
35
cualquier parecido y semejanza. Por eso, conviene que entiendas estos tres atributos mencionados que
hemos obtenido por la vía racional, únicamente como negación de sus contrarios en el Creador,
ensalzado sea.
Los atributos divinos operativos son aquellas cualidades con que describimos al Creador,
ensalzado sea, en razón de sus obras. Al describirlo así, podría parecer que tiene algo en común con
ciertas creaturas. Pero, sin embargo, es lícito describir a Dios con estos atributos a fin de lograr el
necesario conocimiento que debemos tener de su ser y para que nos obliguemos a someternos a El.
El uso de este tipo de atributos del Creador es muy abundante en el Libro de Dios, en los escritos
de los Profetas y en los cánticos hechos por los Profetas y Santos. Estos atributos son también de dos
tipos:
Unos son los que aluden a una imagen o forma corporal, algo así como lo que dice el Libro: "Y
creó Dios al hombre a su imagen" [Génesis, 1, 27], "Porque Dios hizo al hombre a su imagen"
[Génesis, 9, 6], "A la orden de Dios [partían, a la orden de Dios acampaban]", [Números, 9, 18], "Mis
propias manos desplegaron el cielo" [Isaías, 45, 12], "Al oírlo Dios" [Números, 11,1]. "Bajo mis pies"
[Éxodo, 24, 10], "Despierta, despierta, revístete de fuerza, brazo del Señor" [Isaías, 51, 9], "El de
manos inocentes y puro corazón" [Salmos, 24, 4], "[Mas Noé había hallado gracia] a los ojos del
Señor" [Génesis, 6, 8], "El Señor olió el aroma" [Génesis, 8, 21] y cosas parecidas a éstas tomadas de
los miembros externos corporales.
El segundo tipo de estos atributos operativos, es el que expresa movimientos y acciones
corporales, como por ejemplo: "Y vio Dios la luz" [Génesis, 1, 4], "Se arrepintió Dios de haber creado
al hombre en la tierra y le pesó de corazón" [Génesis, 6, 6], "El Señor olió" [Génesis, 8, 21], "Dios se
acordó" [Génesis, 8, 1], "Al oírlo Dios" [Números, 11, 1], "El Señor se despertó como de un sueño"
[Salmos, 78, 65] y otras muchas cosas parecidas a éstas, tomadas de las acciones de los seres
racionales.
Pero nuestros antepasados, la paz sea con ellos, al comentar la Santa Escritura, nos interpretaron
este tipo de atributos del Creador, ensalzado sea, de la manera más elegante con que podían ser
entendidos, atribuyéndolos a la "majestad de Dios", tal como lo sugieren estas expresiones: "El Señor
estaba en pie en lo alto [de la escala]" [Génesis, 28, 13], lo cual comentan nuestros antepasados así: "La
gloria del Señor estaba en él [con Jacob]"; "Viendo Dios" [Génesis, 6, 5] lo interpretan como que "Se
presentó ante la majestad de Dios"; "Bajó Dios a ver la ciudad" [Génesis, 11, 5] y "Y descendió Dios",
lo leen como que "La gloria de Dios se reveló"; "Luego se retiró Dios de junto a él" [Génesis, 35, 13],
lo interpretan como que "La gloria de Dios se apartó de él".
Así, convirtieron estas expresiones en bellos recursos para poder aludir a El de alguna manera,
pero evitando que le afectasen directamente al Creador, ensalzado y honrado sea, a fin de que no se le
atribuyera cosa alguna corporal o accidental. El virtuoso maestro Sa′adia Gaón, Dios esté satisfecho de
él, se extendió ampliamente en la explicación de esta idea en su comentario al Génesis y en su Libro de
las creencias y en su comentario al Libro de la creación, de tal manera que sobra mi explicación de
todo ello en este libro mío. Libro mío, que está de acuerdo con él en que es la necesidad la que nos
impele a corporeizar al Creador y a describirlo con atributos de las creaturas con el fin de establecer
una cierta idea de Dios que esté fija en nuestras almas.
Los libros proféticos presentan a Dios ante las gentes mediante expresiones corporales que están
al alcance de su razón y comprensión. Si lo hubieran descrito con palabras y conceptos espirituales,
ignoraríamos tanto el sentido de las palabras como el de las ideas y no se nos patentizaría así, por
ignorancia nuestra, la obediencia que debemos a Dios. De este modo, es necesario que la palabra y el
concepto se acomoden a la capacidad de comprensión del que oye, poniéndolos en su mente en el
mismo estado corporal en que se encuentra el propio oyente y haciéndolas entender, primeramente, con
expresiones corporalizadas. Luego vendrá el afinarlas y el saber que todo ésto no son sino
aproximaciones y expresiones que ofrece el Libro, cuyo verdadero contenido, en el fondo sutil de su
36
significado, es más fino, sublime, noble y lejano de lo que entendemos de ellas a primera vista. El
hombre inteligente y perspicaz, de acuerdo con su poder y capacidad de comprensión, lo que desea es
despojar a la idea de la corteza de las expresiones corporales y subir, así, con su comprensión, de un
nivel a otro, hasta conseguir la verdadera idea tras la que se va. En cambio, el ignorante que no
entiende nada cree en el Creador, a base de lo que le ofrecen las palabras del Libro tomadas en su
sentido exterior. Y si se obliga a sí mismo a la sumisión a su Señor y se esfuerza en actuar por
su gloria, está sobradamente excusado de que entienda mal las cosas, en razón de su ignorancia y poca
comprensión. En efecto: a los hombres solo se les exige de acuerdo con la capacidad intelectual,
comprensión racional, precisión mental, fuerzas y facilidad que tienen. Pero si el que es ignorante
posee capacidad para consagrarse a la ciencia y, a pesar de ello, la descuida, se le pedirán
responsabilidades y se le castigará la negligencia y descuido que ha tenido en el estudio.
Si el Libro, al expresar estas ideas, persiguiera únicamente el verdadero sentido de las mismas, de
cara solamente a los que son capaces de entender, a los que razonan y son perspicaces, entonces se
quedaría la mayor parte de los hombres sin religión y sin Ley, por culpa de su poca capacidad de
comprensión y de su debilidad de discernimiento para entender los sentidos espirituales de los
términos. El sentido corporal de las palabras del Libro no perjudica al hombre racional, porque éste
sabe distinguir su verdadero y profundo sentido; pero sin embargo beneficia al ignorante porque llega a
convencerse con estas expresiones corporalizadas de que el Creador le obliga a someterse a El.
Es como lo que le pasó a uno que visitó a un hombre muy rico que estaba obligado a recibirle
bien. El visitante traía unas bestias a las que tenía que dar forraje. Y ocurrió que el hombre rico mandó
traer mucha cebada y heno para los animales, enviándole a él, en cambio, unos pocos alimentos, solo
para cubrir sus necesidades.
Del mismo modo, la lengua hebrea así como todos los Libros de los Profetas y la Tradición de
nuestros antepasados, cuando hablan de los atributos del Creador, ensalzado y honrado sea, hacen
amplio uso de los términos corporales que hemos mencionado, de acuerdo con la manera de
entenderlos el vulgo y con la forma como el pueblo habla entre sí. Por eso dicen nuestros antepasados
acerca de este asunto y de otros parecidos: "Las palabras de la Tôrâh son las de la lengua de los hijos de
Adan" [Babâh Mešy’âh, 31 b]. Así, los Libros indican de manera simbólica] y sencilla algunas ideas
espirituales que solo las logran entender de verdad los que están dotados de razón e inteligencia, a fin
de que todas las gentes estén en igualdad de condiciones respecto al conocimiento del ser del Creador,
ensalzado sea, aunque luego resulte ser diversa la manera de entender la verdad de su esencia en la
mente de cada uno de ellos.
Igualmente digamos de todas las demás ideas sutiles que hay en el Libro de Dios, como son las
referentes a las recompensas y castigos de la otra vida. Y lo mismo en lo tocante a la explicación de la
ciencia interior 74 cuya explicación buscamos en este libro. El Libro Santo solo procede resumiendo
las cosas con simples alusiones, para concienciar al que las lee, confiando, sin embargo, en las personas
que usan de la razón. Y ésto, como ya lo dijimos al comienzo de este libro, con el fin de despertar al
que es capaz de investigar y estudiar, para que llegue a penetrarlo y entenderlo, como dice el Profeta:
"El que busca al Señor, lo entiende todo" [Proverbios, 28, 5]. Ya nos lo recalcó el Enviado, la paz sea
con él, para que lo aprendiéramos de memoria y nos lo advirtió: que no imaginemos a nuestro Creador,
ensalzado y honrado sea, con formas sensibles, ni con semejanzas ni parecidos con las cosas creadas,
según dijo textualmente: "¡Mucho cuidado!, que cuando el Señor vuestro Dios os habló en el Horeb,
desde el fuego, no visteis figura alguna [Deuteronomio, 4, 15] y añade: "Oíais palabras sin ver figura
alguna" [Deuteronomio, 4, 12].
Con esta frase: "no visteis figura alguna" quiere decir: "tened cuidado con vuestros conceptos e
ideas a fin de que no imaginéis al Creador, ensalzado y honrado sea, pareciéndose a algo material, ni lo
concibáis con forma alguna, ni los comparéis con nada, pues cuando El os habla, vuestras miradas no
se posan en ninguna figura o forma suya". Así, dice lo siguiente: "¿Con quién compararéis a Dios, qué
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imagen vais a contraponerle?" [Isaías, 40, 18]. Y continúa: "¿A quién podéis compararme que me
asemeje?" [Isaías, 40, 25]. Dice el Santo: "¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?, ¿quién como el
Señor entre los dioses?" [Salmos, 89, 7] y añade: "No tienes igual entre los dioses, Señor, ni hay obras
como las tuyas" [Salmos, 86, 8]. Y otros textos parecidos a éstos.
Y como no se puede concebir a Dios racionalmente ni se le puede imaginar en la mente, nos
encontramos con que el Libro aplica muchas alabanzas y loas al nombre del Creador, ensalzado y
honrado sea, como por ejemplo: "Bendecid su nombre glorioso" [Nehemías, 9, 5], "Teniendo este
nombre glorioso y terrible" [Deuteronomio, 28, 58], "Reconozcan tu nombre grande y terrible. El es el
Santo" [Salmos, 99, 3], "Para que temieran mi nombre" [Malaquías, 2, 5], "A los que respetan mi
nombre los alumbrará el sol de la justicia" [Malaquías, 3, 20] y "Cantad a Dios, tañed su nombre,
allanad el camino del que cabalga por el desierto, se llama el Señor" [Salmos, 68, 5].
Todo ésto está dicho para exaltar, engrandecer y sublimar la esencia del Creador, ensalzado sea,
puesto que, aparte del conocimiento que tenemos de su existencia, no sabemos nada con claridad del
contenido de su esencia con la única excepción de su sublime y excelso nombre. Su esencia y su
verdadero significado no tienen en nuestras reflexiones y mentes ni forma ni figura ni parecido alguno
con las cosas que podemos conocer. Por eso se repite su nombre muchas veces en su Libro y en los
Libros de sus Profetas, dado que sólo sabemos de El, aparte de su existencia, su nombre. Por eso
relacionaron su nombre con los cielos, la tierra, el mundo y los espíritus, como dice Abraham, la paz
sea con él: "Júrame por el Señor Dios del cielo y de la tierra" [Génesis, 24, 3]. Y añade Jonás, la paz
sea con él: "Adoro al Señor, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra firme" [Jonás, 1, 9]. Y el
Enviado de Dios, la paz sea con él, afirma: "Que el Señor, Dios de los espíritus de todos los vivientes"
[Números, 27, 16]. Y dice Dios, ensalzado sea: "Yo soy el Señor, Dios de todos los humanos"
[Jeremías, 32, 27]. La causa de todo ésto es que Dios se nos da a conocer de este modo para que lo
conozcamos racionalmente, entendamos y hallemos.
También se nos da a conocer Dios muchas veces [históricamente] por medio de nuestros padres,
la paz sea con ellos, como cuando decían: "El Señor, Dios de nuestros padres, Dios de Abraham, Dios
de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros" [Éxodo, 3, 15]. Se nos presenta de este modo, para que lo
conozcamos a través de nuestros padres, que nos dieron como herencia este legado, como dice el Libro:
"Lo he escogido para que instruya a sus hijos, su casa y sucesores, a mantenerse en el camino del
Señor, practicando la justicia y el derecho" [Génesis, 18, 19]. Es posible que Dios se les manifestase a
ellos de una manera especial porque se destacaban en el servicio de Dios, en una época en que la gente
adoraba a otros dioses. Igual ocurre con las expresiones que lo denominan "Dios de los hebreos"
[Éxodo, 3, 18] y "Dios de Israel" [Génesis, 33, 20]. Y lo mismo: "No es así la porción de Jacob, sino
que lo hizo todo [Israel es la tribu de su propiedad]" [Jeremías, 10, 16] y el Santo dice: "El Señor tiene
en su mano mi copa con mi suerte y mi lote" [Salmos, 16, 5].
Si pudiéramos comprender su verdadera esencia, no se nos hubiera dado a conocer a través de
cosas que son distintas a El. Pero puesto que nuestra razón no puede alcanzar su verdadero concepto, se
describe Dios a sí mismo como el Señor de las creaturas más nobles, tanto racionales como
irracionales. Por eso dice Dios al Enviado, la paz sea con él, cuando le preguntó quién era: "[Mira, yo
diré a los israelitas y les diré: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros]. Si ellos me
preguntan cómo se llama ¿cómo les respondo? Y Dios le contestó: "Yo soy el que soy. Esto dirás a los
israelitas: "Yo soy, me envía a vosotros" " [Éxodo, 3, 13-14]. Y cuando Dios se dio cuenta de que la
gente no iba a entender este nombre en su verdadero sentido, añadió una aclaración diciendo: "Dios
dijo a Moisés: " [Éxodo, 3, 15]. Con lo cual quiso significar: "si la gente no conoce por el método
racional el sentido de esta expresión, diles que yo seré conocido mediante la Tradición transmitida por
sus padres". En efecto, el Creador, ensalzado sea, no puso más caminos para que se le conociera que
estos dos, a saber: el primero, por el razonamiento aplicado a las huellas que se nos presentan de El en
las creaturas; el segundo, por la transmisión a través de nuestros padres y de la santa Tradición, como
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dice el Santo, la paz sea con él: "[Escúchame, que voy a hablarte, voy a contarte lo que he visto] lo que
transmitieron los sabios como tradición de sus antepasados" [Job, 15, 17-18].
Nuestro conocimiento de cada ente se obtiene de una de estas tres maneras. La primera, por
nuestros sentidos corporales, es decir, por la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto. La segunda, por
medio de nuestra razón, con la cual se empieza a demostrar la existencia de cualquier ser, a través de
sus huellas y operaciones. Por este camino estamos ciertos de la evidencia de su existencia y de su
verdadera idea, con la misma evidencia que conseguimos mediante los sentidos. A este procedimiento
le llama el Libro "ciencia racional" y "fundamento de la inteligencia". La tercera es por las noticias
verídicas recibidas de otros y por la transmisión de una tradición auténtica.
Y, puesto que no es posible conocer el ser del Creador, ensalzado sea, por medio de los sentidos,
solamente es viable conocerlo por medio de la Tradición verdadera y por la demostración racional que
opera a través de las huellas que Dios ha dejado de sí en la creación. Y, dado que se han establecido
indicios probatorios de cómo es Dios, sacados de las huellas dejadas por El en las creaturas, y estas
pruebas son más que abundantes, resulta por ello que los atributos del Creador, ensalzado y honrado
sea, también son muy numerosos, con algunos de los cuales describen a Dios los Profetas y los Santos.
Así por ejemplo el Enviado dice: "El es la roca, sus obras son perfectas" [Deuteronomio, 32, 4]. Y dice
también: "Que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores; hace justicia al huérfano y
a la viuda, ama al emigrante" [Deuteronomio, 10, 17-18]. Y dijo Dios, ensalzado sea, al describir su
paso por las creaturas: "El Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que
conserva la misericordia hasta la milésima generación" [Éxodo, 34, 6]. Todos estos atributos quedan
demostrados mediante los vestigios que Dios deja en sus creaturas. Así, la sabiduría y el poder de Dios,
quedan patentes en sus obras.
Pero cuando investigamos algo de ésto con nuestra razón y discernimiento, somos incapaces de
alcanzar la más mínima parte de los atributos y maravillas de Dios. Como dijo el Santo, la paz sea con
él: "Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío; cuántos planes en favor nuestro: nadie se te puede
comparar. Intento decirlas y contarlas, pero superan todo número" [Salmos, 40, 6]. Y más adelante:
"¿Quién podrá contar las hazañas de Dios o hacer su elogio completo?" [Salmos, 106, 2]. Y en otro
lugar: "Bendecid su nombre glorioso, que supera toda bendición y alabanza" [Nehemías, 9, 5]. Por la
Tradición y por nuestros antepasados, la paz sea con ellos, se nos ha transmitido lo siguiente: "Un
oficiante oraba en presencia de Rabbí Hanîna y decía muchas añabanzas. Rabbí Hanîna le interrumpió
diciendo: "¿Has dicho todas las alabanzas de tu Señor? Si Moisés no hubiera expresado los tres
primeros calificativos [de Grande, Poderoso, Terrible], si los Sabios de la Gran Sinagoga no los
hubieran insertado en la liturgia, nos estaría prohibido decirlos. ¿Y tú tienes la osadía de cubrir a Dios
con tantas glorificaciones? Un rey poseía un inmenso tesoro de monedas de oro pero no se hablaba más
que de las piezas de plata que también tenía. ¿No era ésto rebajar el oro que tenía?" " [Berakôt, 33 b].
Dice el Salmo: "Oh Dios, tú mereces un himno en Sión" [Salmos, 65, 2]. Y dicen los doctores: "El
silencio es una panacea. Como ocurriría con una perla incomparable: lo que se dijera de ella no sería
sino despreciable" [Megillôt, 18 b].
Conviene, hermano mío, que te fuerces a ti mismo y que te obligues a conocer la verdad del
Creador, sea ensalzado y honrado, a través de sus huellas y no directamente en su misma esencia. Pues
El es lo más cercano que hay, a través de sus huellas, a la vez que es lo más lejano, si se compara su
esencia con las cosas del mundo y si se la trata de representar, pues Dios no tiene ninguna existencia en
nuestras mentes, bajo ninguno de los aspectos que hemos dicho anteriormente. Así, una vez que hayas
excluido a Dios de tu mente y sentidos, en los cuales El no existe, lo encontrarás a través de sus
huellas, en las cuales El nunca te abandona. Esta es la meta del conocimiento de Dios, al cual incitó el
Profeta con este dicho: "Reconoce hoy, y métetelo en tu corazón, que el Señor es
Dios" [Deuteronomio, 4, 39]. Dijo uno: "El que más pretende decir que conoce a Dios, es el que más
perplejo se queda, pues se dijo: ".
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Se le preguntó a un Sabio acerca de Dios y dijo: "Dios es Uno". El interlocutor le preguntó de
nuevo: "¿Y cómo es?". A lo cual respondió: "Dios es un gran rey". Otra vez le preguntó: "¿Dónde
está?". La respuesta fue: "En un observatorio desde donde ve todo". Pero le advirtió: "No es ésto lo que
pregunto". A lo cual respondió: "Los términos con que me has preguntado únicamente se refieren a los
atributos que cuadran a las creaturas; pero por lo que respecta a los atributos que es necesario predicar
directamente de nuestro Creador, ensalzado sea, no te he dicho nada pues no tenemos medio para
hacerlo".
Se cuenta de un hombre piadoso que decía en su intimidad: "Señor, ¿dónde te hallaré? y ¿dónde
no te encontrarte? Te has escondido y no puedo verte, pero a la vez todo está lleno de Ti". Como dijo el
oráculo del Señor, ensalzado sea: "¿No lleno yo el cielo y la tierra?" [Jeremías, 23, 24].
La última meta del conocimiento de Dios es que confieses y reconozcas que tú estás en la mayor
de las ignorancias sobre su verdadera esencia. Y si lo comparas con alguna forma creada en tu
imaginación o con alguna imagen en tu interior, investiga entonces el sentido de todo ésto; es entonces
cuando estarás cierto de su existencia y se apartarán de tu mente las imágenes que has hecho de El: solo
encontrarás a Dios por el método de la demostración racional.
La mejor comparación para aproximarnos y explicarnos ésto, es la siguiente: tanto nuestro ser
como la realidad de nuestra alma se hacen patentes al exterior, a través de las huellas que dejan fuera;
nuestro interior se manifiesta mediante sus actos, sin que tengamos que concebirlo con forma, figura,
color y olor alguno. Del mismo modo, conocemos nuestra razón mediante la exteriorización de sus
efectos y la manifestación de sus actos, no necesitando aplicarle en nuestras mentes forma ni similitud
alguna con el mundo material. Con mayor motivo se puede decir ésto del Creador de todo, el cual no
tiene nada que se le parezca. Dijo el Filósofo: "Si la lógica se hace inútil al hablar del alma, con mayor
razón ocurre ésto al tratarse del Creador, glorificado y ensalzado sea".
Una vez que hemos llegado a este punto de nuestro discurso, no necesitamos explicarlo más. La
reverencia y respeto para con Dios nos lo impiden, pues, como dijo un sabio: "No pretendas conocer lo
que sobrepasa tu mente ni escudriñes lo que se te esconde; atiende a lo que se te ha encomendado; pues
no te importa nada lo profundo y escondido" [Eclesiastés, 3, 21-22]. Dice un doctor: "Aquel que no
guarda una reserva religiosa delante de la gloria del Creador, mejor le hubiera sido no haber nacido"
[Hagigâh, 11 b]. Dice Job: "¿Habrá que informarle de qué quiero hablar?, ¿hay alguien que desee ser
aniquilado?" [Job, 37, 20]. Lo cual se interpreta así: "Quien quiera describir el poder de Dios, será
destruido". Dice el Libro: "Los hijos de Jeconías, aunque vieron el arca, no hicieron fiesta con los
demás [y el Señor castigó a setenta hombres]" [Samuel I, 6, 19]77. Y dice el Santo, la paz sea con él:
"Es gloria de Dios ocultar su asunto" [Proverbios, 25, 2], es decir: hay que ocultar a la masa de la gente
lo que es un secreto suyo. Dice Salomón, la paz sea con él: "El Señor se confía con sus fieles" [Salmos,
25, 14].
Debes saber con toda certeza que el significado último de los sentidos corporales que hemos
mencionado, así como de los anímicos (memoria, reflexión, conciencia, opinión, discernimiento), es
que todos ellos juntos, terminan en un solo punto cual es la razón, que es la que da capacidad a todos
estos sentidos para captar las cosas.
Cada uno de los sentidos corporales tiene un ámbito determinado de realidad que puede percibir
y que no pueden captar los otros sentidos. Así, por ejemplo, el color y las figuras únicamente las
percibimos por el sentido de la vista; los sonidos y las melodías, solo los captamos por el sentido del
oído; y del mismo modo, los perfumes y las distintas clases de olores, por el sentido del olfato; las
diversas formas de sabores, por el del gusto; el calor y el frío, así como otras muchas cualidades,
únicamente por el sentido del tacto.
Además, cada uno está dotado de capacidad para percibir su propio sensible dentro de unos
límites determinados, terminándose la percepción cuando se sobrepasan. Así, por ejemplo, la vista
percibe lo visto cuando está cerca el objeto; pero conforme se aleja la cosa, se debilita la percepción
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hasta que llega un momento en que cesa por completo la visión y se deja de captar lo visible. Del
mismo modo ocurre con el oído y con los demás sentidos, los cuales no pueden captar lo sensible si no
es por medio del sentido apropiado. Y quien desea hacer lo contrario, fracasa en su intento; como el
que quiere percibir la melodía con la vista, los colores con el oído o los sabores con el tacto, aunque
existan tales cosas ante quien pretende captarlas por otros medios.
Lo mismo puede decirse de los sentidos anímicos que hemos mencionado: cada uno de ellos tiene
una capacidad propia para captar sus propios objetos, los cuales no pueden ser alcanzados con otros
sentidos distintos. Y, a la vez, estos sentidos tienen un límite determinado: cuando llegan a él, cesa su
capacidad perceptiva, como decíamos antes de los sentidos corporales.
Igual se diga de la razón, la cual aprehende las cosas inteligibles en su misma esencia y por el
método demostrativo. Lo que está cerca de la razón lo alcanza directamente en su misma realidad
esencial; lo que está lejos y oculto, lo conoce indirectamente a través del método de la demostración
racional.
Y, puesto que Dios, Excelso y Sublime, es para nosotros, por su misma esencia, el ser más oculto
de todo lo que hay de oculto y lo más lejano que pueda haber, nuestra razón solamente podrá conocer
su existencia. Y si pretende la razón llegar a su auténtica esencia o compararla con algo de lo creado, su
misma existencia se nos desvanecerá, puesto que lo que la razón desea es algo para lo que no está
capacitada, tal como ocurría a aquel que describíamos antes que dejaba de percibir lo sensible corporal
cuando pretendía hacerlo con otros sentidos distintos a los adecuados para ello. Por eso, conviene que
busquemos la existencia del Creador, ensalzado sea, a través de las huellas que ha dejado en sus
creaturas y que procedamos a la demostración racional de Dios a través de esos vestigios.
Una vez que ha quedado clara la existencia de Dios por este procedimiento, es preciso que nos
detengamos y que no sigamos pretendiendo concebirlo en nuestras cavilaciones, ni buscarle parecidos y
figuras sensibles en nuestra imaginación, ni conocer el fondo de su esencia. Pues cuando ésto hacemos,
creyendo que El está próximo a nuestras mentes, nos privamos incluso de su existencia, puesto que
todo cuanto podamos imaginar en nuestras mentes, es completamente distinto a lo que realmente es El.
Así, dice el Sabio: "Si encuentras miel, come lo justo, no sea que te harte y la vomites" [Proverbios, 25,
16].
He querido hacerte más cercana esta idea con dos comparaciones familiares. Una te demuestra
que cada sentido, cuando capta su correspondiente sensible, se detiene para luego continuar otro
sentido, el cual, a su vez, se vuelve a detener, procediendo así sucesivamente los demás sentidos. Y,
cuando todos han cesado en su percepción, prosigue la razón captando aquello para lo que está
capacitada. Todo ésto se aclara con este ejemplo: imagínate una piedra que, habiendo sido arrojada
desde lejos, va silbando por el aire, golpeando, finalmente, a un hombre. Este, percibe con el sentido de
la vista el color y la forma de la piedra; con el oído, el ruido que va haciendo; y con el tacto, su frialdad
y dureza. Luego, se detienen los sentidos corporales, al no poder percibir más cosas acerca de esa
piedra. Es entonces cuando empieza a funcionar la razón, afirmando que, puesto que la piedra no se
puede mover por sí misma, alguien la ha lanzado. Aquello que se capta por los sentidos no lo puede
conocer la razón sin la intervención de los mismos; pero, a su vez, lo que únicamente conoce la razón
no puede ser alcanzado por los sentidos corporales. Así pues, dado que está vedado a nuestra razón el
conocer el fondo de la esencia del Creador, ensalzado sea, ¿cómo podremos compararle, definirle,
imaginarle, o ponerle en relación con alguna cosa de las que percibimos con los sentidos corporales?
Esto es imposible.
La segunda comparación te muestra que las ideas espirituales, una vez que constatamos su
existencia, no cabe que las investiguemos ni que examinemos su esencia, pues ésto acarrearía la ruina
de nuestra propia razón. Es el caso de un hombre que desea conocer el sol, pero solamente en cuanto
que tiene brillo, rayos de luz y resplandor, con el único fin de evitar la oscuridad. Este tal se queda
solamente con el hecho evidente de la existencia del sol, aprovechándose de él y disponiendo del brillo
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de su luz, con lo cual llega al objetivo que buscaba. Pero quien desea captarlo con la mirada en su
misma redondez, cerciorándose con sus propios ojos de la esencia misma del sol, se quedará ciego, se
quedará sin la luz y no podrá beneficiarse del sol.
Lo mismo nos ocurre a nosotros cuando queremos conocer la existencia del Creador, ensalzado
sea, a partir de las huellas que ha dejado en sus creaturas y de la sabiduría y poder que ha manifestado
en ellas. Solo de este modo entendemos a Dios. Obrando así brillarán nuestros intelectos con su
conocimiento y conoceremos cuanto es captable con nuestra razón. Como dice el Libro: "Yo, el Señor,
tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues" [Isaías, 48, 17]. Pero si queremos
conocer con nuestra razón el contenido de su esencia, o representárnoslo con figuras y compararlo con
otras cosas mediante nuestras mentes y reflexiones, perderemos nuestra razón y discernimiento, no
pudiendo captar ya con ellos nada de lo que es cognoscible. Como lo que acontece a nuestra visión
cuando nos detenemos a contemplar la forma misma del sol.
Así, conviene que seamos cautos en este asunto y que tengamos presente en nuestra mente todo
ésto cuando investiguemos el ser del Creador, ensalzado sea. Es preciso que, aquellos atributos de
Dios, tanto los que se aplica El a sí mismo, como los que le dedican nuestros antepasados de la
Tradición, no los creamos tal como se nos ofrecen en la apariencia externa de sus palabras y en su
significación material. Más bien hay que saber científicamente, de modo preciso y cierto, que son
términos metafóricos y expresiones acomodadas a la medida de nuestras mentes e intelectos y que
están dichas así en razón de la urgente necesidad que tenemos de conocer a Dios y de engrandecer su
ser. En efecto: Dios es más alto y sublime que todo ésto [a saber: que todas estas fantasías que
pensamos sobre El, pues es infinito, de acuerdo con lo que dice la Escritura: "[Bendecid su nombre
glorioso] que supera toda bendición y alabanza" [Nehemias, 9, 5].
Dijo un Filósofo: "El que es incapaz de captar la explicación de las ideas abstractas, se aferra a
los nombres que dicen los Libros, nombres que han descendido del Creador, y no sabe que los
discursos que hay en los Libros de la Ley son así únicamente porque están dichos a la medida de la
mente de aquel sobre quien ha descendido la palabra de Dios y no según lo que son realmente para el
que la dice, [estos nombres y discursos] son como el silbido que se da a las bestias para llamarlas a
beber, el cual es más eficaz para ponerlas en movimiento que un discurso hecho con el mejor estilo y
con las más bellas palabras".
Cuando estés, hermano mío, en este grado de conocimiento de la "unidad" de Dios, empleando tu
razón y tu mente, entrega tu alma purificada al Creador, ensalzado sea su nombre, y esfuérzate en
conocer su existencia desde el punto de vista de su sabiduría, poder, clemencia, misericordia y gran
solicitud para con sus creaturas; hazte acepto a El cumpliendo su voluntad. Entonces serás uno de esos
que verdaderamente ansían a Dios con toda su alma. En ese momento lograrás la ayuda y apoyo
divinos para poder comprenderlo y para conocer la verdadera idea de Dios, como dijo el Profeta, la paz
sea con él: "El Señor confía con sus fieles y les da a conocer su alianza" [Salmos, 25, 14]. Todas estas
cosas te las explicaré en el segundo capítulo de este libro mío: si sigues sus indicaciones y método, te
será fácil todo ésto, si Dios quiere.
Las cosas que pueden echar a perder la adhesión a la "unidad" de Dios, son muchas. Por ejemplo,
el politeísmo, el cual es de muchas maneras: una de ellas, el creer que hay dos o tres dioses 79; otra, el
adorar ídolos como el sol, la luna, las estrellas, el fuego, las plantas o los animales. Otra manera de
idolatría es la materialización del Creador, ensalzado sea, a pesar de saber el fin que pretende el Libro
cuando emplea [términos corporales para describirlo]. Otra forma de idolatría es la solapada, a saber, la
hipocresía consistente en la práctica de la religión de cara a los hombres, lo cual se puede llevar a cabo
de muchas maneras que explicaré en el capítulo quinto de este libro, si Dios, ensalzado sea, lo quiere.
Otra forma de idolatría es el amor a los apetitos carnales ignominiosos. Esta es una idolatría latente,
porque en ella el hombre simultanea la servidumbre a su Señor con la de sus propios deseos. Y como
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dice el Libro: "No tendrás a un dios extraño" [Salmos, 81, 10] y nuestros antepasados: "Hay un dios
extraño que habita el cuerpo del hombre: es el instinto del mal" [šabbât, 10, 5, b].
Tal vez algún ignorante de los que nada entienden, cuando lea este libro y considere lo que
hemos dicho en el presente capítulo, me objete: "¿Es que se le oculta la "unidad" de Dios a quien lee
una página cualquiera del Libro de Dios, para que éste nos venga ahora con advertencias y
orientaciones sobre asunto tan claro?". A ésto responderé con lo que ordena el Sabio: "Responde al
necio según su desatino, no se vaya a creer listo" [Proverbios, 26, 5]. Pues quien ésto me dice tiene
escaso discernimiento para comprender que lo general suele ofrecerse bajo formas diversas, ya que los
temas que son generales, cuando se expresan de distintas maneras, son captados de modo diferente,
según se trate de la mayoría del vulgo o de las minorías cultivadas, de los que tienen una capacidad
cognoscitiva vigorosa o de los que la tienen débil o escasa.
Esto es parecido a la luz del sol con respecto a los habitantes de la tierra, pues nos encontramos
con que aquella se divide en tres clases. Una, la que llega a la gente que tiene la visión limpia y sana,
estando su vista libre de todo daño. Estos tales utilizan el sol y disponen de su luz de forma que sus
necesidades quedan cubiertas por completo con ella. La segunda clase de luz es la que llega a los
ciegos que han perdido totalmente la vista. A éstos ni les aprovecha ni les perjudica el sol. Únicamente
les sirve algo, en cuanto ilumina a los que les guían. La tercera clase es la de la gente que tiene la vista
demasiado débil como para servirse de la luz a pleno sol. Esta les hace daño si no protegen sus ojos de
su brillo. Pero si se apresuran en curarla por medio de ungüentos y colirios y con una dieta alimenticia,
a la vez que tienen cuidado de no exponer los ojos a la luz, alcanzarán la salud y utilizarán la luz solar
que antes les dañaba. Pero si descuidan el tratamiento, llegarán rápidamente a la ceguera total y se les
escapará por completo la luz de sus ojos.
De manera semejante, la captación de la idea de "unidad" que aparece de un modo general en el
Libro Verdadero de Dios, se divide según las clases de seres racionales, de la misma manera que la luz
del sol brilla de una manera general para todos aquellos que tienen vista y que acabamos de describir.
En efecto, la comprensión de los hombres puede ser de tres clases distintas: Una, la de la gente con
entendimientos despejados y talentos sagaces. La segunda, la de aquellos cuyas inteligencias son por
completo incapaces para discernir lo que se contiene en el Libro de Dios de una manera general. La
tercera es la de la gente cuyos entendimientos no pueden alcanzar los logros de los de la primera clase,
pero que, sin embargo, pueden discernir muchas de las cosas que están más a la mano y que son
sencillas.
La primera categoría, la de los hombres dotados de entendimientos libres de defectos, cuando
reflexionan sobre cualquier asunto referente a la "unidad" en el Libro de Dios, llegan al tema,
surgiendo entonces en sus almas su verdadero sentido gracias a la fuerza de sus intelectos y a la lucidez
de su razón. Estos tales no encontrarán otra riqueza en el presente libro, que la de caer en la cuenta de
lo que tal vez se les escapó.
En cuanto a la segunda categoría de hombres, hay que decir que desconocen totalmente la
"unidad" que se ofrece en el Libro de Dios. Únicamente han oído algunas noticias sobre ella, pero sin
entender su sentido. A éstos, no les sirve para nada mi libro; pero tampoco les perjudicará.
Los de la tercera categoría, son los que comprenden algo de la "unidad" que viene en el Libro de
Dios, pero no tienen capacidad de discernimiento para comprender su sentido y para reflexionar sobre
su verdad. Pero si un guía les conduce y les hace comprender su sentido por el método de las
demostraciones verdaderas y de los argumentos racionales, aceptarán la verdadera idea de "unidad" y
se les hará manifiesto su alcance, llegando así al primer grado de comprensión. Pero si son negligentes
en la investigación y en la consideración de aquello que les llevaría a vigorizar su discernimiento,
entonces sus inteligencias quedarán desiertas cayendo en el grado más ínfimo de la ignorancia. Este
libro mío será útil, de una manera general, a los que están en semejante situación porque estos tales
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tienen capacidad para investigar. Será para ellos como los ungüentos y colirios que son beneficiosos a
los que tienen enferma la vista y esperan librarse de su dolencia mediante el tratamiento.
El Libro Santo compara al ignorante con el ciego y al sabio con la luz; e igualmente equipara a la
ignorancia con la oscuridad en este dicho: "Me puse a examinar la sabiduría, la locura y la necedad y
observé que la sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha más que las
tinieblas" [Eclesiastés, 2, 13]. Y en otro lugar: "El sabio lleva los ojos en la cara" [Eclesiastés, 2, 14] y
"Sordos, escuchad y oíd; ciegos, mirad y ved" [Isaías, 42, 18].
Hay un texto en que se compara la ciencia y la buena formación del alma con el árbol de la vida:
"[Dichoso el que encuentra sensatez, el que adquiere inteligencia....] es árbol de vida para los que la
acogen, son dichosos los que la retienen" [Proverbios, 3, 13 y 18]. Y además: "[Hijo mío, haz caso a
mis palabras, presta oído a mis consejos....] pues son vida para el que los consigue" [Proverbios, 4, 20 y
22].
Que Dios nos dirija hacia su conocimiento, nos conduzca a su sumisión y nos enseñe, con su
misericordia, a tenerle satisfecho.
SEGUNDO PÓRTICO
CAPITULO SEGUNDO
EXPLICACIÓN DE LAS MANERAS DE REFLEXIONAR SOBRE LAS CREATURAS Y
SOBRE LOS EXCELENTES BIENES QUE DIOS HA DERRAMADO EN ELLAS.
Dice el autor: puesto que hemos planteado antes, en el capítulo primero, las distintas maneras de
adherirnos a la unidad de Dios, ensalzado y honrado sea, y hemos dicho allí que la consideración de la
sabiduría de Dios que se manifiesta en las creaturas era el camino más directo para acceder a la
existencia de Dios y la vía más clara para conocer su verdadera realidad, hemos pensado que debíamos
proseguir con este tema, de modo que a cada capítulo siguiese el que más se le parece y que a cada
tema se le enlazase con lo que le es más afín, dentro del asunto del deber que tenemos de someternos a
Dios, para lo cual hemos sido creados, como dice el Libro: "[Comprendí que todo lo que hizo Dios
durará siempre: no se puede añadir ni restar]. Porque Dios exige que se lo respeten" [Eclesiastés, 3, 14].
En primer lugar decimos que, a pesar de que Dios, ensalzado sea, ha derramado sobre todas sus
creaturas multitud de dones, generales y universales, como dice el Santo "el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus creaturas" [Salmos, 145, 9], sin embargo, la mayor parte de los hombres se
vuelven ciegos para darse cuenta [de estos dones] y para valorar su grandeza. Y ésto lo desconocen por
tres razones.
Una, por las muchas ocupaciones mundanas que tienen los hombres y por la multitud de deseos
de cosas que se les escapan de las manos, lo cual les hace muy difícil el prescindir de sus placeres. Y
así, dejan de considerar los beneficios que Dios derrama sobre ellos, estando pendientes sus almas de lo
mucho que esperan de la satisfacción de sus pasiones y de la consumación de sus anhelos. En efecto:
siempre que llegan a conseguir un cierto grado de lo que desean, buscan y codician aún más y más. De
esta manera, tienen en poco los muchos favores que reciben y desprecian los múltiples dones que se les
conceden, hasta el punto de que llegan a considerar los beneficios que se les dan a los demás como si se
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los hubieran robado a ellos, que sólo sufren desgracias. No entienden que Dios es el que les otorga
todos los bienes. Como dice el Santo, la paz sea con él: "El malvado dice con insolencia: " [Salmos, 10,
4].
La segunda razón es la manera como los hombres vienen a este mundo, a saber: ignorantes e
incapaces de todo, como las bestias salvajes. Lo dice el Sabio: "[Pero el mentecato cobrará sentido]
cuando un asno salvaje se domestique" [Job, 11, 12]. Luego, crecen en medio de los abundantes dones
que Dios les da, los cuales se repiten de tal manera que llegan a ser tan consabidos y habituales para los
seres humanos, que los consideran como si pertenecieran a su propia esencia y como si nunca los
fueran a abandonar ni perder a lo largo de todas sus vidas. Y, cuando tienen uso de razón y su
capacidad de discernimiento se hace fuerte, no reconocen los distintos beneficios que Dios ha
derramado sobre ellos, ni se sienten obligados sus corazones a agradecérselos, ignorando tanto la
magnitud de los dones como al que se los otorgó.
Todo esto es parecido a lo que ocurrió con un hombre virtuoso que se encontró a un niño en el
desierto. Se compadeció de él, lo acogió [a dicho prisionero] en su casa, lo crió, alimentó y vistió,
mostrándose generoso con él en todas sus necesidades, hasta que el niño llegó a tener uso de razón y
pudo entender todos los medios que había puesto aquella persona para su buena educación. Luego, este
mismo hombre virtuoso, oyó hablar de un prisionero que había caído en manos de su enemigo, el cual
lo había reducido, durante mucho tiempo, al colmo de la miseria, del hambre y de la desnudez. Aquel
hombre se compadeció también del estado en que se encontraba el prisionero y no cesó de prodigar
amabilidades con el tal enemigo hasta que logró liberarlo pagando su rescate. Después, lo acogió en su
casa, le dio toda clase de bienes y mostró su generosidad dándole algunas de las cosas que le había
dado al niño. Pero el cautivo fue mejor y más agradecido con los beneficios que aquel hombre le había
dispensado, de lo que había sido el niño que había crecido en medio de comodidades. En efecto: el
prisionero había salido de la miseria y había llegado a una vida tranquila e incluso de lujo, cuando
estaba en una edad en que podía darse cuenta. Por eso, el cautivo fue muy consciente de los favores y
prodigalidad del hombre virtuoso, mientras que el niño ignoraba toda la cantidad de beneficios
recibidos, a pesar de que su capacidad de discernimiento se había hecho vigorosa y de que su uso de
razón era sólido. Y ello se debía a la familiaridad que había tenido desde su niñez con todo aquel
cúmulo de bienes. Pero nadie sensato dudaba de que los favores y gracias otorgadas al niño eran
mayores y que las obras buenas volcadas sobre él eran más patentes, con lo cual también era más fuerte
la obligación que tenía de estar reconocido a su benefactor y de darle las gracias. Esto es parecido a lo
que dice el Libro: "Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos, y ellos sin darse cuenta de que
los cuidaba" [Oseas, 11, 3].
La tercera razón por la que los hombres desconocen la cantidad de beneficios que Dios les
concede está en los diversos males y distintas desgracias que les sobrevienen en este mundo, tanto en lo
tocante a sus cuerpos como a sus bienes de fortuna. En tales circunstancias, ignoran el porqué de los
dones que reciben y el valor educativo que para ellos tienen las pruebas desagradables que padecen,
como dijo el Santo, la paz sea con él: "Dichoso el hombre a quien tú educas, al que enseñas tu ley,
Señor" [Salmos, 94, 12]. Así, se olvidan de que tanto los males como los bienes, son dones preciosos
con que Dios les regala generosa y libremente, a fin de que se cumpla, mediante su justicia, lo que
decreta su sabiduría. Pero, sin embargo, se desesperan cuando esta justicia se derrama sobre ellos y no
dan gracias a Dios cuando se manifiesta su liberalidad y su bien hacer con los hombres. La ignorancia
de estos tales les lleva a negar los beneficios que reciben y al mismo ser que se los otorga. Incluso, a
veces, puede llegar la ignorancia en muchos de ellos a sofisticadas y falsas especulaciones sobre las
acciones que Dios realiza y sobre las distintas creaturas que hizo para utilidad de los hombres.
Se parecen a unos ciegos que ingresaron en una casa especialmente preparada para ellos, con
todas las cosas que podían serles de utilidad. Se dispuso en ella cada cosa de la mejor manera que se
pudo, de la forma más conveniente y con la mayor maestría, a fin de que les fuera útil. Se pusieron a su
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disposición colirios y un experto médico para que los curase y sanasen sus ojos. Pero, por un lado,
descuidaron el tratamiento, no sometiéndose al médico encargado de su curación. Por otro, daban
vueltas por la casa sumergidos en lo peor de su ceguera, pues cuando iban por la mansión, tropezaban
con las cosas que habían sido preparadas para su provecho, cayéndose así de bruces. Unos se herían y
otros se fracturaban algún miembro. Su desgracia fue en aumento y su pena se multiplicó, hasta el
punto de que llegaron a despreciar al dueño y constructor de la casa, menospreciando su obra al
atribuirla a incapacidad del señor y a la falta de un plan premeditado. Pretendieron decir que no había
perseguido el arquitecto y señor de la casa un objetivo digno y bueno sino algo perverso que les hiciera
sufrir. Esta fue la causa de que renegasen de los beneficios del señor de la casa y de las buenas obras
que les había prodigado. Como dice el Sabio: "El falto de seso va por su camino llamándolos necios a
todos" [Eclesiastés, 10,3].
Cuando esto ocurre, es preciso que los que saben y tienen ciencia: inciten a los que ignoran los
dones de Dios para que los reconozcan y enseñen a la gente la excelencia de los beneficios divinos,
empleando el método racional. Pues la falta de discernimiento y la ignorancia de tal excelencia ¡de
cuántos deleites y alegrías privan a los que tienen estos dones divinos! Pues cuando la gente es
informada de las maravillas de los beneficios recibidos de Dios y descubre los que habían estado
ocultos por ignorancia, crecen en su agradecimiento y alabanzas para con quien se los otorgó; con lo
cual logran, en este mundo, saborear tales beneficios y, en la otra vida, conseguir la gran recompensa.
Dice el Sabio acerca del tema del incitar [a la gente para que tome conciencia de los dones
recibidos de Dios: "Las palabras de los sabios son como aguijones o como clavos bien clavados o como
las colecciones de dichos: las pronuncia un solo pastor" [Eclesiastés, 12, 11]. Se comparan las palabras
de los sabios a los aguijones, por cuanto tienen la función de espolear. Y también se les compara a los
clavos bien clavados, firmes y capaces de agarrar, reunir y juntar, a fin de que también se asienten las
ideas en los corazones y se ordenen en las almas todas las formas de sabiduría. Se ha interpretado: "las
colecciones de dichos" como "los autores de las colecciones" [o "compiladores de dichos"]. El término
"palabras", que está en la primera parte del versículo hay que suplirla en la segunda parte, así: son
"como clavos bien clavados las palabras de los señores de las colecciones". Se los compara a clavos
bien clavados, porque nunca se agota la utilidad de los libros compuestos o coleccionados que tratan de
las distintas clases de sabiduría y que son firmes y duraderos 80.
Ahora, convendrá que examinemos el asunto de la reflexión sobre las creaturas, bajo seis puntos
de vista, a saber:
Primero, la esencia de dicha reflexión y su realidad verdadera.
Segundo, si estamos obligados a reflexionar sobre las creaturas o no.
Tercero, qué formas hay de reflexionar sobre las creaturas
Cuarto, en cuántas formas de vestigios de la sabiduría divina en las creaturas debemos
reflexionar.
Quinto, qué formas de vestigios de la sabiduría divina tenemos más a la mano y cuáles nos
obligan más a reflexionar sobre Dios.
Sexto, las causas por las que se corrompe la reflexión y sus consecuencias.
Artículo primero
[La esencia de dicha reflexión y su realidad verdadera]
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Lo primero que te conviene, hermano mío, es que te remontes con el pensamiento a los orígenes
del hombre y al momento en que comenzó a ser engendrado. Y verás que el primer don que Dios le
concedió es el de darle la existencia, sacándolo de la nada y haciéndole pasar, primero, del nivel de los
elementos simples al de los vegetales; de éstos, luego, al de los alimentos; de los alimentos, al de
esperma y sangre; de éstos últimos, al del animal; y, por fin, al de hombre, que es el ser vivo mortal,
capaz de pensar y que está sometido a un progreso y transmutación graduales en los cuales se coadunan
armónicamente diversas causas y medios, bajo la dirección de un régimen 93 preciso y un orden
perfecto.
Cuando hayas considerado todo ésto y hayas visto la huella de la sabiduría y poder de Dios en
ello, piensa y reflexiona en los primeros y evidentes principios del compuesto humano, a saber: en su
alma y en su cuerpo. Verás entonces que el cuerpo del hombre está compuesto de elementos contrarios
y de naturalezas distintas con las cuales lo conformó el Creador, ensalzado y honrado sea, mediante su
poder, uniendo todos estos factores con su sabiduría. Así, compuso con estos elementos un cuerpo bien
conformado que era en apariencia uno pero múltiple en sus componentes naturales.
Luego, le unió una substancia espiritual y luminosa, parecida a las substancias de las personas
espirituales superiores, es decir la substancia espiritual que es el alma, a la cual trabó con mediaciones
semejantes a los dos extremos 94, el material y el espiritual, cuales son: el espíritu animal, el calor
natural, la sangre, las venas, los nervios y las arterias. A todo este conjunto le dio los medios con que
protegerse y guardarse de cualquier daño, cuales son la carne, los huesos, los músculos, la piel, los
cabellos y las uñas, todo lo cual sirve de protección y coraza contra cualquier mal que pueda
sobrevenirle.
Piensa luego, hermano mío, en la exquisitez que puso el Creador, ensalzado y honrado sea, para
dirigir al hombre. En efecto, en sus primeros momentos, adaptó el vientre de su madre, a fin de que
tuviera el lugar más seguro y protegido contra cualquier daño y a donde no le llegase a tocar ninguna
mano, ni le afectase ni el calor ni el frío. Y ello, dotándolo de una protección sólida, de un escondite
inexpugnable y de un alimento seguro. En este lugar materno, el niño crecerá y aumentará de tamaño,
pudiéndose mover, cambiar de posición y alimentarse, sin pena ni fatiga, gracias a una comida
preparada en un lugar donde ningún hombre puede penetrar. Conforme crece, va aumentando su
alimentación hasta que llega un momento determinado en que sale del vientre de su madre por un
estrecho conducto, sin ningún tipo de artificio con que se lleve a cabo la salida y sin ninguna cosa
especial que se use para facilitarlo, sino con el solo poder del Sabio, del Poderoso y del Clemente para
con sus siervos, como dijo Dios a Job a propósito de algunos animales irracionales: "¿Sabes cuándo
paren las gamuzas o has asistido al parto de las ciervas? ¿Les cuentas los meses de la preñez o conoces
el momento del parto?" [Job, 39, 1-2].
De este modo, el niño se encuentra ya en este mundo, teniendo todavía débiles los sentidos, a
excepción del gusto y del tacto. En esta situación, el Creador, ensalzado sea, le provee de alimentos a
través de los pechos de la madre. Para ello, convierte aquella sangre que antes fuera su alimento en el
interior del seno materno, en leche de sus pechos que fluye espontáneamente, que es fácil de tragar y
dulce para el paladar y que viene a ser como una fuente que mana según las necesidades del niño. Esta
leche no es tan abundante como para que le pese a la madre en sus pechos o como para que fluya sin
succión alguna; ni tampoco es tan escasa que deje al niño insatisfecho al extraerla y chuparla. Prueba
de la excelencia de todo ésto es que Dios, ensalzado sea, hizo el orificio de los pechos maternos como
la punta de una aguja: no tan grueso que fluyera la leche sin succionarla (con lo cual se embotaría el
niño cuando mamase) ni más estrecho de lo conveniente, de manera que resultase difícil extraerla al
lactante.
A continuación, su cuerpo se vigoriza y empieza a ver los colores y a oír los sonidos. En este
momento, Dios inocula bondad y clemencia en los corazones de sus padres, a fin de que les resulte fácil
criarlo. De este modo, prefieren más alimentar y dar de beber a su hijo, que a ellos mismos,
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resultándoles ligera la fatiga y penalidad que les acarrea el cuidarle, como por ejemplo: lavarle, asearle,
tratarle con cariño, alejarle todo tipo de penalidades que le pudieran sobrevenir, a pesar, muchas veces,
de la resistencia del niño a todo ésto.
Luego, pasa de la niñez a la adolescencia y, en ese momento, los padres no se molestan ni se
desesperan por las muchas exigencias que tiene el hijo ni por el hecho de que tenga en poco la carga
que supone para ellos el alimentarle y sufrir penalidades por él. Por el contrario, su cuidado y solicitud
van creciendo hasta que el hijo alcanza la mayoría de edad, tras haber aprendido, poco a poco, a hablar
y después de haberse fortalecido sus sentidos corporales y facultades anímicas. De este modo, va
adquiriendo ciencia y comprensión y empieza a distinguir, mediante los sentidos corporales, algunas
cosas sensibles, y, por los sentidos espirituales, algunos inteligibles, como dice el Santo: "Porque es el
Señor quien da la sensatez, de su boca proceden saber e inteligencia" [Proverbios, 2, 6].
De entre las cosas maravillosas que encierran los dones divinos está el que el hombre, en su
niñez, no conozca ni discierna el bien y el mal, pues si, durante su educación, tuviera ya maduros la
razón y el discernimiento, se daría cuenta de la superioridad que sobre él tiene el hombre adulto cuando
éste resuelve los asuntos libremente por sí mismo, cuando se mueve con agilidad, cuando se muestra
pulcro y aseado. Si considerase la diferencia que hay entre su situación y la del adulto, se moriría de
tristeza y de melancolía.
Es también admirable el tema de las lágrimas de los niños: hay en su cerebro, según la opinión de
los médicos más notables, unos humores que, cuando se quedan allí, provocan en los niños una serie de
efectos funestos, de los cuales se libran gracias a las lágrimas. También es prueba de la gran
benevolencia del Creador, ensalzado sea, para con el hombre, el que le cambien los dientes poco a
poco, uno detrás de otro, a fin de que no le resulte imposible comer mientras brotan los que van
cayendo.
Luego le sobrevienen las enfermedades y las calamidades a fin de que conozca bien el mundo y
no ignore su situación de viajero transitorio por la vida, no acostumbrándose así a ella, dejándose
dominar por los deseos de vivir y comportándose como el animal que ni piensa ni entiende. Como dice
el Santo: "Pero tú no seas irracional, como caballo o mulo" [Salmos, 32, 9].
Después, debe el hombre volver la mirada de su corazón hacia estas cosas y considerar la utilidad
y beneficio que reportan todos los miembros de su cuerpo. Así, verá que la mano es para coger y
rechazar; los pies para caminar; los ojos para orientarse; los oídos para oír; la nariz para oler; la lengua
para hablar; la boca para comer; los dientes para morder; el estómago para digerir; el hígado para
purificar los alimentos; los orificios que tiene el cuerpo, para expulsar los excrementos; los intestinos
para transportarlos. Del mismo modo sabrá que el corazón es la sede del calor natural y la fuente de la
vida; el cerebro, la residencia de las facultades espirituales, el origen del sentir y la raíz de los nervios;
y, finalmente, que los órganos sexuales sirven para que se lleve a cabo la generación. Y así, del resto de
los miembros corporales, los cuales nos encierran más utilidades de las que parece a simple vista.
Y de modo similar se ofrecen patentes todas estas cosas a quien considera lo que está oculto en el
cuerpo y las operaciones naturales que acontecen cuando entra en él un alimento y se reparte por todas
las partes del cuerpo. Este tal ve la huella de la sabiduría divina y en consecuencia se reafirma en su
interior en el deber que tiene de alabar a Dios y de agradecerle sus dones, como dice el Santo: "Todos
mis miembros proclamarán: Señor, ¿quién como Tu?" [Salmos, 35, 10].
Y ésto [que acabo de decir] ocurre de la siguiente manera: el alimento llega al estómago a través
de unos canales dotados de surcos rectos, sin arqueamientos ni curvas. Se trata del esófago. Luego, el
estómago pulveriza el alimento más aún de lo que lo habían hecho antes los dientes. A continuación lo
envía al hígado a través de unos conductos estrechos adyacentes que están adecuadamente preparados,
a la manera de filtros para los alimentos, a fin de que no llegue al hígado nada que sea grueso y para
que todo se convierta en sangre que se distribuya por la totalidad del cuerpo, haciéndola pasar por todos
sus miembros a través de unos conductos especiales, a manera de vías de agua. Lo que sobra pasa por
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unos canales específicos de esta manera: la bilis amarilla va a la vesícula biliar; la bilis negra, al bazo;
lo que hay de húmedo y fresco, a los pulmones; y lo que queda de la sangre va a para a la vejiga de la
orina. Considera, hermano mío, la sabiduría del Creador, ensalzado sea, demostrada en la organización
de tu cuerpo y en la disposición de sus órganos, preparados para que puedan transportar estos
excedentes sin que se desparramen por todo el cuerpo haciéndolo así enfermar.
Piensa también en la estructura de los órganos de la fonación y de la emisión de la palabra. Pues
la garganta es como un tubo que sirve para emitir la voz, y la lengua, los labios y los dientes, para
escandir las letras y la voz melodiosa 95. Pero estos miembros tienen otra utilidad, pues por la garganta
camina el aire que aspiramos en dirección al pulmón y por la lengua se saborean los alimentos, a la vez
que con su ayuda pasa la comida y la bebida; igualmente, con los dientes se mastican los alimentos y
con los labios se sorben los líquidos a fin de que lo que pase por la boca, sea lo justo y preciso. Y, así,
en los demás órganos del cuerpo, cuya utilidad nos es conocida en algunos casos pero en otros, no.
Luego, considera, hermano mío, las cuatro fuerzas que existen en el cuerpo así como sus
operaciones: primero, la fuerza atractiva por medio de la cual se logra que el alimento llegue
necesariamente al estómago y sea absorbido por éste. En segundo lugar, la fuerza retentora, por la que
el alimento es encerrado en el estómago para que la naturaleza ejerza en él sus operaciones. En tercer
lugar, la fuerza digestiva, gracias a la cual el alimento es cocido en el estómago, extrayéndose de él las
partes más valiosas y quintaesenciadas que luego se extenderán y aprovecharán por todo el cuerpo. Por
fin, en cuarto lugar, la fuerza expulsora que es la encargada de eliminar la parte sobrante y maloliente
del alimento, después de que la fuerza digestiva ha tomado lo que necesitaba.
Observa cómo estas fuerzas tienen encomendado el correcto funcionamiento del cuerpo para que
esté sano. Viene a ser todo ello como la casa de un rey, en la que la servidumbre y los guardianes
tienen encomendados distintos oficios. Los primeros, los siervos, buscan las cosas que son necesarias
para la gente que habita en la mansión, entregándoselas luego al intendente del rey. Un segundo
responsable, recibe lo que le entrega el anterior y lo almacena en la casa hasta que está preparado y
listo para ser empleado. Un tercer responsable elabora lo que estaba almacenado ordenándolo y
distribuyéndolo entre la gente de la casa. Un cuarto responsable se encarga de la limpieza, echando
fuera las porquerías y suciedades que hubiere.
Piensa a continuación en las potencias anímicas y en su posición dentro de las utilidades que
reportan al hombre. Se trata de la reflexión, de la memoria y del olvido, de la vergüenza, de la razón,
del hablar. Verás que si faltase al hombre alguna de estas cualidades, por ejemplo la memoria ¿cuál
sería su situación y cuántos trastornos le sobrevendrían en sus asuntos? En efecto: no se acordaría de lo
que es suyo y de lo que se le debe a él, de lo que recibió o dio, de lo que vio, oyó, dijo o se le dijo. No
recordaría quién se portó bien con él ni quién le hizo daño, así como tampoco se acordaría de lo que fue
útil o nocivo. Además, no daría con el camino correcto, aunque lo hubiera recorrido muchas veces, no
recordaría la ciencia aunque la hubiera estudiado durante toda su vida. Tampoco le serviría para nada la
experiencia ni podría sacar deducciones analógicas de cara al futuro basándose en el pasado. En este
caso, más valdría que quedara este tal despojado de su carácter humano.
De entre las propiedades del olvido está el que si no fuera por él, el hombre no olvidaría ni una
sola de sus desventuras pasadas ni le podría distraer de ellas ninguna alegría de este mundo. Y tampoco
saborearía nada de lo que pudiera alegrarle, puesto que recordaría constantemente todos los males que
le ha proporcionado esta vida. Del mismo modo, no esperaría ninguna tregua en los ataques que le
hacen quienes le envidian, ni descuido alguno en las amenazas del poderoso.
¿No ves cómo fueron puestos en el hombre tanto la memoria como el olvido, de una manera
unitaria y armónica, a pesar de ser contrarios ente sí, y cómo a cada uno de ellos se les dio una utilidad
propia?
Piensa después, en la naturaleza del pudor, el cual es característico del hombre, y cuan grande es
su fuerza, provecho y utilidad. Si no fuese por él, no se acogería bien al huésped, ni se cumplirían las
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promesas, ni se realizarían los negocios, ni se llevarían a término las empresas bellas, ni se evitaría en
modo alguno el mal, puesto que muchas de las cosas referentes a la Ley solo se llevan a cabo gracias al
pudor. Sin él, la mayor parte de la gente no respetaría uno solo de los deberes que tienen para con sus
padres ni para con los demás, ni amaría la lealtad ni se abstendría de lo abominable. Y quien hiciese
alguna de las maldades que hemos mencionado, únicamente podría realizarla tras haberse despojado
del vestido del pudor, como dice el Santo, la paz sea con él: "Ni se avergüenzan ni conocen el sonrojo"
[Jeremías, 6, 15]. Y añade: "Pero el criminal no conoce la vergüenza" [Sofonías, 3, 5].
Una de las cosas más admirables, hermano mío, es que el hombre fue dotado del sentimiento de
pudor ante los demás hombres (siendo sus ventajas las que hemos descrito y muchas más que hemos
omitido) y, sin embargo, no está ínsito en su naturaleza el pudor ante Dios, ensalzado y honrado sea, a
pesar de que El conoce por completo y siempre al hombre. Y ello es así porque si estuviera forzado el
hombre por el pudor a someterse a Dios, el mérito por su sumisión sería menor. No obstante, tenemos
el deber de sentir pudor ante Dios, consiguiéndolo por el método de la reflexión y conocimiento de algo
que nos obliga a someternos a El, a saber: el reconocimiento de que Dios examina cuidadosamente
tanto nuestras acciones exteriores como nuestras intimidades, como dice el Señor: "Avergonzaos y
sonrojaos de vuestra conducta, casa de Israel" [Ezequiel, 36, 32].
Respecto a la grandeza de la bondad de Dios, ensalzado y honrado sea, para con nosotros, por
habernos dado la razón y el discernimiento con que nos distinguió del resto de las especies de seres
vivientes, no se nos oculta su gran utilidad para gobernar nuestros cuerpos y para organizar nuestros
movimientos, salvo en el caso de aquellos que han perdido la razón por algún daño que les ha
sobrevenido a su cerebro.
Las ventajas que se derivan de la razón, son muy abundantes. En efecto con ella podemos
demostrar que tenemos un Creador, Sabio, Único, Señor Inmutable, Uno, Eterno, Poderoso; que no le
envuelve ni tiempo ni lugar alguno; que está por encima de las cualidades creadas y más allá de la
mente de cualquier ser; que es Misericordioso, Noble, Liberal; y que nada se puede comparar con El, ni
El puede ser comparado con nada. También sabemos que la sabiduría, poder y misericordia de Dios
están clavados en el mundo y que, por tanto, estamos obligados a someternos a El y a servirle, pues
Dios es digno de ello, tanto por los beneficios generales que nos otorga como por los especiales. Por la
razón también se nos confirma nuestra fe en el Libro verdadero de Dios, por el que se reveló a su
Enviado, con él sea la paz, el cual nos indicó cómo es Dios, ensalzado sea. Según sea la cantidad de
razón y de discernimiento del hombre, así será la valoración y juicio que Dios, ensalzado sea, hará
sobre él. Y quien pierde su razón, pierde todas las excelencias propias del hombre, la carga de los
preceptos que le impone como la Ley y los premios y castigos que merecería por su obediencia [o
desobediencia].
De entre las excelencias de la razón se encuentra la de que con ella capta el hombre todas las
cosas que son cognoscibles, tanto sensibles como inteligibles. Con la razón ve lo que se oculta a los
sentidos corporales, como es, por ejemplo, el traslado de las sombras 96 o el impacto de una sola gota
de agua sobre una piedra dura. Con la razón distingue el hombre entre la verdad y la falsedad, entre la
virtud y el vicio, entre el bien y el mal, entre lo bello y lo feo, entre lo necesario, lo posible y lo
imposible. Gracias a ella somete a las demás especies animales para su propia utilidad. Con la razón
conoce también las posiciones de las estrellas, su distancia de la tierra, los movimientos de sus órbitas,
las relaciones y proporciones geométricas, las formas de demostración lógica y el resto de las ciencias
y de las artes, cuya enumeración se prolongaría demasiado 97.
Lo mismo se diga del resto de las cualidades del hombre. Si las consideras, hallarás que tienen
una utilidad y provecho enormes, de la misma manera que lo hemos descubierto en el caso de la razón.
Luego, reflexiona sobre el don que Dios nos concedió con el habla y articulación de las palabras,
mediante las cuales el hombre puede expresar lo que tiene dentro del alma y en su interior, entendiendo
a la vez lo que dicen y tienen dentro los demás. Pues la lengua es como la pluma del corazón, el
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intérprete del alma y el embajador de la conciencia. Sin el habla, caería por tierra la sociabilidad del
hombre, pues con ella [con el habla] comunicarse. Los hombres, si no pudieran hablar serían como
bestias salvajes.
Con el habla se establecen las diferencias entre los hombres, pero también se celebran pactos, no
solo entre ellos sino también entre Dios y sus amigos. Con el habla se corrigen los deslices, se pide
perdón por las faltas. Ella es la que mejor muestra las virtudes y los vicios que tienen los hombres. Se
ha dicho: "Corazón y lengua, eso es el hombre". En efecto, con el habla se define de modo adecuado al
ser humano, a saber, como ser parlante. La definición de hombre es la de un ser viviente, parlante y
mortal. En ésto se diferencia de las bestias.
Piensa, a continuación, en las excelencias de los trazos y de las líneas de la escritura, gracias a la
cual se registran las noticias de los antepasados y de los contemporáneos de cara al futuro. Con ella
llegan las nuevas de los que están lejos y se comunica a los parientes cómo están los que han partido.
Y, en ocasiones, con la recepción de esas noticias, se les salva la vida a aquellos o se les libra del
infortunio y de la calamidad. Mediante la escritura se inmortalizan las ciencias en los libros y se reúnen
ordenadamente las ideas dispersas. Con la escritura se anotan y confirman los asuntos que se manejan
entre los hombres, como son los negocios, los tratados, las deudas, la venta de tierras, las dotes, los
divorcios, las manumisiones de esclavos y muchas otras cosas que podríamos enumerar.
Uno de los dones perfectos que Dios ha dado al ser humano, es el que le haya provisto de una
mano y de unos dedos, con los que puede llevar a cabo, de forma magistral, dibujos, líneas, escritos, así
como encender fuego y otros trabajos y artes delicados, situándose, de este modo, por encima de los
demás animales, los cuales no necesitan de las manos y de los dedos.
Afirmo lo siguiente: los distintos tipos de utilidad de cada uno de los miembros que hemos
mencionado, compuestos y dados al hombre por Dios, no son sino huellas de la sabiduría de Dios.
Todo lo cual se hace manifiesto, con total evidencia, a quien se pone a reflexionar sobre ésto. Pues todo
ello es testimonio fehaciente y prueba bien clara del cuidado que el Creador, ensalzado sea, ha puesto
en nosotros. Ya nos lo explicó muy bien y profundamente Galeno en su libro Sobre la utilidad de los
miembros 98. Si pretendiéramos llevar a cabo un estudio adecuado de todo lo dicho en torno a un solo
miembro, el discurso sobrepasaría los límites justos de esta numeración.
Todo cuanto hemos aducido aquí, es una incitación para aquel a quien Dios le quiera dirigir hacia
la salvación.
En cuanto a la reflexión sobre las demás especies animales, sobre su estructura y sus medios de
vida, las huellas de la Sabiduría de Dios tampoco se ocultan a quien reflexiona y medita. Por eso, verás
que el Libro repite muchas veces en sus enumeraciones las maravillas del Creador, ensalzado sea,
como en este dicho de Job: "¿Quién provee al cuervo de sustento cuando chillan sus pollitos alocados
por el hambre?" [Job, 38, 41]. Y añade: "Da su alimento al ganado y a las crías del cuervo que graznan"
[Salmos, 147, 9]. Y otros muchos textos parecidos a éstos.
Si, por otro lado, contemplas el curso de los variados cuerpos celestes, dotados de diferentes
movimientos y de diversas luces, combinadas entre sí con vistas a la estructura armónica de la totalidad
del universo, verás que estas huellas de la sabiduría y poder de Dios no las puede abarcar ninguna
mente humana ni las puede describir lengua alguna, como dice el Santo: "El cielo proclama la gloria de
Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos" y lo que sigue en el mismo salmo [Salmos 19, 1 y
ss.]. Y añade: "Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado"
[Salmos, 8, 4].
De entre las cosas materiales que Dios ha creado, una de las más admirables que la vista del
hombre puede contemplar es el cielo. Pues en cualquier parte de la tierra donde se sitúe el hombre,
contemplará la mitad de los cuerpos celestes, los cuales, en realidad rodean por completo la tierra. Y si
un observador reflexiona atentamente sobre todo ésto, advierte que el que lo creó no limitó en absoluto
su poder y grandeza. Cuando vemos las ruinas de las construcciones antiguas, nos admiramos del poder
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que tuvieron sus arquitectos al hacer por sí solos tales cosas y al mostrarnos la capacidad que
poseyeron para construirlas y la altura de miras que se plantearon al edificar tales fortificaciones. Así,
dado que se nos presentan como grandes estas cosas que en realidad son tan pequeñas, así como las
huellas de semejantes nimiedades que a penas sobrepasan solo un poco nuestra capacidad de obrar,
¿cuan grandes deberán parecemos las obras del Creador de la tierra, del cielo y de todo cuanto hay
entre ambos, teniendo en cuenta que hizo todo ésto sin fatiga ni penalidad alguna, sin esfuerzo, ni
dificultad, sacándolo de la nada, sin utilizar un material previo y sin ningún instrumento, sino tan solo
con su querer y voluntad? Como dice el Señor: "La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su
boca sus ejércitos" [Salmos, 33, 6].
De entre todas las gracias concedidas por Dios al hombre, se encuentra la siguiente: siempre que
reflexionamos en los vestigios de la sabiduría divina que hay en las creaturas, hallarás que, aparte de
testificar la divinidad y unidad del Creador, ensalzado sea, no dejan además de tener para el hombre
alguna utilidad y de poseer alguna intención de beneficiarle. Sin embargo, este provecho es evidente en
ciertos casos, mientras que en otros, se nos oculta.
Por ejemplo: la luz y las tinieblas. Las ventajas de la luz son evidentes y claras; no se nos
ocultan. En cambio, la utilidad de las tinieblas se nos escapa, porque cuando sobrevienen, el hombre se
queda triste y solo, se interrumpen sus labores y se paran sus movimientos. Sin embargo, si no
existieran las sombras de la noche, se agotarían los cuerpos de la mayoría de los animales, por culpa del
continuo cansancio, del trabajo ininterrumpido y de la demasiada prolongación de sus movimientos.
Gracias a la noche, se separan rítmicamente unos tiempos de otros, se determina la duración del tiempo
que, sin ella, sería desconocida y se mide la largura o brevedad de nuestras vidas. Si el tiempo fuera
siempre de la misma forma sin días y sin noches, no habría leyes que se aplicasen a determinados
tiempos, como es la ley del sábado, de las fiestas y del ayuno. Del mismo modo, no existirían las
promesas que se hacen para un momento determinado y se ignorarían la mayor parte de las cosas que
quedan fijadas para un tiempo concreto. Igualmente ningún estómago de animal llevaría a cabo la
digestión completa de los alimentos.
Y, puesto que los hombres también necesitan de la luz durante la noche para llevar a cabo en ella
algunos de sus trabajos y para cuidar a los enfermos, Dios dio al hombre, en compensación, el brillo del
fuego para que lo emplease durante la noche y lo apagase cuando quisiera.
Una de las cosas más admirables es el color del cielo, que es de aquellos que fortalecen la vista,
pues tira hacia el negro, una de cuyas propiedades es la de reunir todos los demás colores vigorizando,
de este modo, la visión. Si el cielo fuera de color blanco, perjudicaría la vista de los animales y
debilitaría la capacidad del ojo.
Del mismo modo se manifiesta el misterio de la sabiduría divina en el resto de los seres creados.
Así, una de las grandezas de la bondad de Dios para con el hombre, reside en que éste es un ser temido
y respetado por los demás animales salvajes, como dice el Libro: "Todos los animales de la tierra os
temerán y respetarán" [Génesis, 9, 2]. Y ello, de tal manera que, incluso los niños pequeños, están
resguardados de cualquier gato, rata u otro animal. Y, sin embargo, cuando el hombre muere, ya no
goza de dicha protección contra los animales, tal como dijeron nuestros padres, la paz sea con ellos:
"Es inútil proteger al recién nacido de las ratas; en cambio, es preciso guardar el cadáver de un gigante
aunque sea Og, rey de Basan 99; por el contrario, está dicho acerca de los que viven: " [Berešît Rabbát,
94] 100.
Una de las cosas que debes hacer es comprender esa cualidad oculta que hay en todas las cosas
creadas (en las más altas y en las más bajas, en las más pequeñas y en las más grandes), gracias a la
cual hay orden y perfección en todas las cosas. Esta cualidad oculta no la puedes captar con los
sentidos corporales. Se trata del movimiento que necesariamente acompaña a todo compuesto 101.
Ninguno de los sentidos corporales lo puede conocer, únicamente lo capta la razón por medio de las
cosas móviles que conocen los sentidos del cuerpo. El movimiento es algo necesario, pues sin él no se
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llevaría a cabo, por completo, ni la generación ni la corrupción de ningún ser. Ya lo dijo un Filósofo:
"El espíritu de los seres naturales es el movimiento" 102.
Una vez que hayas entendido el secreto del movimiento y captado su verdad y sentido espiritual
103; después de que hayas sabido que todo ello se debe a la sutil sabiduría divina; después de que sepas
distinguir con precisión el poder que el Creador, ensalzado sea, pone en cuidar de la creación, entonces
te convencerás de que todos tus movimientos dependen del querer del Creador, ensalzado sea, de su
gobierno y voluntad, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, lo mismo en las ocultas que en
las patentes, a excepción de ese asunto que te ha sido encomendado, a saber: el de elegir libremente
entre la sumisión a Dios y la rebeldía contra El. Y, cuando te convenzas de ésto, investiga todo
movimiento que haces y recuerda que estás fuertemente atado a Dios, ensalzado y honrado sea,
quedando así obligado a sentir vergüenza y respeto ante El. Acuérdate también del deber que tienes de
entregarte a sus decisiones, de estar contento con sus designios y de dirigir a El tus actos para
satisfacerle. De este modo te verás recompensado en tus obras, según dice el Santo, la paz sea con él:
"Al que confía en el Señor, su lealtad le protege" [Salmos, 32, 10].
Conviene que consideres el desenlace final de algunos asuntos de este mundo, ya nos sean fáciles
o difíciles. Verás con gran asombro, que muchos de ellos nos acaecen en contra de nuestros deseos, a
pesar de lo cual, al final, nos alegramos del resultado. Y lo mismo ocurre al revés.
Se cuenta que un grupo de viajeros pasaron la noche al pie de un muro. En ésto que vino durante
el descanso un perro que se orinó encima de uno de ellos, despertándolo. Este, se puso en pie y fue a
limpiarse la suciedad, alejándose así de sus otros amigos. Mientras, el muro se desplomó y murieron
todos, salvándose únicamente él. *También se dice de un hombre que caminaba en una caravana y que
tuvo una necesidad. Así que, se alejó del grupo para satisfacerla, saliéndose del camino. Cuando hubo
terminado, se echó a dormir sin querer. Pero cuando, después de una hora, se despertó, se quedó
perplejo al ver que se había perdido. Arrepentido de haberse dormido, caminó ansioso en busca de la
caravana para encontrarla. Al fin, dio con ella en el mismo lugar en que la había dejado. Pero he aquí
que todos sus compañeros habían sido muertos: unos ladrones les habían asaltado, saqueado y
asesinado 104. Así son muchas de las cosas que nos ocurren, y también al revés.
Una de las cosas más grandes en que te conviene reflexionar es en cómo provee Dios de
alimentos a todos los animales y plantas, por ejemplo mediante las lluvias, las cuales caen de acuerdo
con la necesidad que tienen de ellas y en los momentos oportunos, como dice el Libro: "¿Hay entre los
ídolos paganos uno que dé lluvia? ¿Sueltan solos los cielos los chubascos? Tú, Señor, eres nuestro
Dios, en ti esperamos" [Jeremías, 14, 22]. Y añade: "[Este pueblo es duro y rebelde de corazón y se
marcha lejos], no piensan: debemos respetar al Señor, nuestro Dios, que envía las lluvias tempranas y
tardías en su sazón y observa las semanas justas para nuestra siega" [Jeremías, 5, 24]. Y hallarás que el
Libro subraya muchas veces este asunto, como en este texto: "El hace prodigios incomprensibles,
maravillas sin cuento: da lluvia a la tierra, riega los campos, levanta a los humildes, da refugio a los
abatidos" [Job, 5, 9-11].
Es algo maravilloso cómo salen los alimentos a partir de las semillas: un solo grano da como
fruto mil granos y aun más, cuando no les sobreviene ninguna desgracia. Se dice que, en algunos
lugares, de una sola semilla de trigo salen trescientas espigas y que en cada espiga pasan de veinte los
granos de trigo que hay. También nos encontramos con frutos enormes cuyo origen es una sola semilla
y una sola planta, de acuerdo con el índice de aumento que he mencionado.
En consecuencia, sea dada alabanza al Sabio, al Proveedor Sumo, al Causante de la generación de
las cosas corporales, el cual lo hace todo por medio de delicadas y débiles causas intermedias, como
dice este texto del Libro: "El es quien pesa las acciones" [Samuel I, 2, 3].
Respecto a la cantidad concreta de provisiones que Dios proporciona a los individuos de las
especies animales, hay que decir que son tan abundantes, que no podemos describirlo. Pero el hombre
inteligente, cuando reflexiona y piensa en los medios de que echa mano Dios para ésto, cae en la cuenta
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de la sabiduría que pone el Creador en el gobierno de todo. Sobre este particular dice el Santo: "Todos
ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo" [Salmos, 104, 27]. Y añade: "Abres tu mano y
sacias de favores a todo viviente" [Salmos, 145, 16]. Completaré esta idea con toda claridad en el
capítulo dedicado al abandono en Dios, si El lo quiere 105.
Uno de los dones más altos con que Dios ha regalado al hombre y el que mejor nos indica el
camino hacia El es la Ley que reveló a su Enviado, la paz sea con él, a la vez que los prodigios
manifestados a través suyo, rompiendo con ellos la marcha habitual de la naturaleza y cambiando su
curso por medio de milagros, para inducir a los hombres a la fe en el Creador y apoyar la confianza en
sus enviados, tal como El mismo dice: "Los israelitas vieron la mano de Dios magnífica y lo que hizo a
los egipcios, temieron al Señor y se fiaron del Señor y de Moisés, su siervo" [Éxodo, 14, 21]. Y añade:
"Pues a Ti te lo mostraron, para que sepas que el Señor es Dios y no hay otro fuera de El"
[Deuteronomio, 4, 35], añadiendo a continuación: "Desde el cielo te hizo oír su voz para instruirte, en
la tierra te hizo ver su fuego terrible y escuchaste sus palabras desde el fuego" [Deuteronomio, 4, 36].
Si alguien desea conocer unos vestigios de Dios en nuestros tiempos, similares a aquellos
[antiguos que registra nuestra historia], que mire imparcialmente nuestra situación entre los pueblos,
desde el tiempo del exilio, así como el orden con que se desenvuelven nuestros asuntos, a pesar de que
somos diferentes de esos pueblos, tanto en lo privado como en lo público, y a pesar de que esos mismos
pueblos reconocen esta diferencia que tienen con respecto a nosotros. *106 Y este tal verá que la
situación de que gozamos es a veces muy parecida a la suya, en cuanto a alimentos y bienes materiales,
e incluso, en ocasiones, superior, por ejemplo en los momentos de guerra y de disturbios civiles. En
tales circunstancias verás a la gran masa y a los campesinos de esas naciones que, con mucha
frecuencia, son más míseros que la media de los nuestros, e incluso que los más humildes de entre
nosotros *. Esto nos lo garantiza el Creador, ensalzado sea, de este modo: "Pero aun con todo ésto,
cuando estén en país enemigo, no los rechazaré ni los detestaré hasta el punto de exterminarlos y de
romper mi pacto con ellos. Porque yo soy el Señor, su Dios" [Levítico, 26, 44]. Y además: "Porque
éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud" [Esdras, 9,9], Y añade el
Santo: "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, que lo diga Israel, cuando nos asaltaron los
hombres nos habría devorado vivos el incendio de su ira contra nosotros" [Salmos, 124, 2-3] 107. Y
continúa en el resto del canto. En el capítulo dedicado a la obligación que tiene el hombre de someterse
a Dios, movido por el recuerdo de la excelencia de su bondad para con nosotros, me extenderé bastante
sobre este punto, si Dios quiere.
Es necesario que te fijes y reflexiones en el hecho de que, a pesar de las fuertes diferencias que
hay entre las maneras de ser de los hombres, éstos se ponen de acuerdo y aúnan sus corazones para
poner a la cabeza de todos ellos a uno, al cual se sienten obligados a someterse y a obedecer sus
mandatos y prohibiciones, temiendo su poder. El, por su parte, los protege, se muestra solícito para con
todos, les imparte justicia y los conduce hacia lo que es justo para todos, de tal modo que sus asuntos
no sufran detrimento alguno ni les consiga dominar ningún enemigo. Si cada uno se interesase solo por
sí mismo, apartándose de él 108 no podrían por ejemplo ponerse los hombres de acuerdo para hacer
una fortificación o una muralla, viniéndose así abajo sus asuntos.
De este modo, aquel que ostente el gobierno y dirección de los hombres que cumpla él mismo los
preceptos de la ley y que conduzca a los demás de acuerdo con las leyes y por los senderos del bien y la
virtud. Este tal será: el servidor de la Ley y el guardián de la política justa; con cuyas dos cosas, su
gestión se hará sólida y se asegurará la pervivencia de su reinado. Como dice el Señor: "Misericordia y
lealtad guardan al rey" [Proverbios, 20, 28]. Y añaden nuestros antepasados: "Ruega por la integridad
del gobierno, pues si no le temieran, los hombres se devorarían vivos unos a otros [Abôt, III, 2].
Es preciso, hermano mío, que reflexiones y que comprendas los vestigios de la sabiduría suprema
y de la suma providencia del Creador que hay en el hecho de que los hombres hayan decidido por
mutuo acuerdo el poder comprar y vender a base de oro y plata y el que en, consecuencia, se esfuercen
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en acumularlos, contando con la benevolencia de Dios, para que con estos dos metales mejore su
situación material. Y, sin embargo, ciertamente, las necesidades humanas no se cubren directamente
con estos metales en sí mismos considerados. Pues si a alguien le alcanza el dolor del hambre y de la
sed porque carece por completo de alimentos y de agua, estos metales no le sirven para nada ni se
satisface con ellos en absoluto. Del mismo modo, si a alguien le duele algún miembro, no sanará con
solo la plata o el oro, pues aunque ciertas curaciones se llevan a cabo, muchas veces, utilizando otros
minerales, son pocos sin embargo los tratamientos que se hacen a base de plata y oro.
Por esta razón observarás que estos metales preciosos los poseen en abundancia algunos
hombres, pero, en cambio, son escasos para la mayoría de la gente, pues, si estuvieran al alcance de
todo el mundo, no tendrían ningún valor 109. Así, son escasos bajo un aspecto y abundantes bajo otro.
Por consiguiente, estos metales son preciosos en un sentido y viles en otro, ya que en su misma esencia
no tienen ninguna utilidad. Todo ésto se debe al supremo gobierno de la sabiduría divina sobre los
hombres.
Después de lo dicho, considera todas aquellas cosas que proporcionan la salud del cuerpo y su
buena conservación, hasta que se cumple el obligatorio plazo de la muerte. En efecto, tales cosas, las
hallamos en abundancia o en escasez según sea la necesidad que de ellas se tiene. Pues siempre que hay
una gran necesidad de tales cosas, éstas se hacen más asequibles y fáciles de conseguir. En cambio,
cuando se puede pasar sin ellas, son más difíciles de encontrar y su posibilidad de lograrlas es menor.
Por ejemplo, el aire que se respira, puesto que no es posible prescindir de él durante una hora,
más aún, durante un instante, el Creador, ensalzado y honrado sea, lo puso en todo el mundo al alcance
de la mano e hizo que fuera posible conseguirlo, sin dificultad alguna, por cualquiera, estuviera donde
estuviera, en cualquier momento y en cualquier lugar. Y, puesto que el agua es también necesaria,
aunque es más posible aguantar sin ella que sin el aire, el Creador, ensalzado sea, la extendió sobre la
superficie de la tierra, pero encerrándola en lugares especiales a los que se pudieran dirigir los
animales, sin que les fuera imposible hacerlo. Sin embargo, el agua no está en todas partes como el
aire. Incluso a veces, se vende, lo cual no ocurre con el aire. La razón de ello es que el agua la pueden
adquirir algunos animales más que otros, mientras que el aire existe y es asequible de igual manera,
siempre y en el mismo estado, para todos.
Luego, el alimento también es necesario para el hombre, pero sin embargo puede pasar muchas
veces sin él, siendo más posible el estar privado de alimentos, que de aire o de agua. Por eso, su
adquisición es más difícil y, con frecuencia, se logra con más trabajo que el agua. Sin embargo y a
pesar de eso, muchas veces el dar con él no es por completo imposible a los hombres.
De la misma manera, los medios que hay para conseguir vestidos de pelo y vegetales son más
pobres y escasos que en el caso de los alimentos, no lográndose los mismos, sino tras un largo período
de elaboración. Y la razón de ello es que el hombre puede prescindir del vestido y pasar sin él durante
mucho más tiempo y con mayor facilidad que sin comida 110.
En cuanto a las piedras preciosas, por ejemplo la plata, el oro y los demás minerales, como es
menor la necesidad que se tiene de ellas, en sí mismas consideradas, y su utilidad es más remota, salvo
en los casos de convención artificial humana (como ocurre en el comercio), no se hallan entre la masa
de la gente como puede encontrarse el alimento. Y ésto, por el motivo que dije antes de que se puede
pasar perfectamente sin estas cosas.
Sean dadas alabanzas al Creador, al Sabio, al Exquisito para con sus siervos, al Misericordioso
con ellos, al Extremado en atender sus necesidades. No hay otro dios salvo El, como dice a Jonás: "Tú
te apiadas de un ricino que no te ha costado cultivar, que una noche brota y otra perece ¿y no voy a
apiadarme de Nínive, la gran metrópoli?" [Jonás, 4, 1-11]. Y añade el Santo, la paz sea con él: "El
Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus creaturas" [Salmos, 145, 9].
Artículo sexto
[Las causas por las que se corrompe la reflexión y sus consecuencias]
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Respecto a las causas que echan a perder la reflexión sobre las creaturas y a las consecuencias
que ello acarrea, afirmo lo siguiente: todo aquello que corrompe la adhesión a la unidad de Dios (cuya
enumeración ofrecí antes, en el capítulo primero) echa a perder también la reflexión sobre las creaturas.
Y las tres formas de disminución [de la adhesión a la unidad] que ofrecí en el capítulo primero, son
también aquí causas de la merma de dicha reflexión.
Una de ellas es la vanidad que a veces se tiene ante los dones recibidos de Dios, ensalzado y
honrado sea. El ignorante y tonto piensa que es merecedor de todos ellos y aun de más que éstos y, en
consecuencia, no reflexiona sobre la bondad de Dios, ni se siente obligado en su interior a alabar y dar
gracias al Creador. En este sentido dijo el sabio: "El Señor aborrece al arrogante" [Proverbios, 16, 5].
Una de las consecuencias que se derivan de la reflexión sobre las creaturas es el estudio, por parte
del hombre, de la benevolencia de Dios sobre él, la cual le obliga a someterse a Dios, [precisamente en
virtud de esos dones recibidos. Hay que volver siempre, una y otra vez, desde el propio interior, sobre
las huellas de la sabiduría del Creador, ensalzado sea, no cesando de reflexionar sobre ellas y de
investigar todo cuanto le llega al hombre a través de los sentidos o de los inteligibles. De esta manera,
no dejará de ver cada día nuevas huellas de Dios como dice el Santo: "El día le pasa el mensaje al día,
la noche se lo susurra a la noche" [Salmos, 19, 3].
Una de las cosas que te conviene saber, hermano mío, al leer este libro, puesto que a ello te incita
el presente capítulo, es que todo ésto no es sino una pequeña parte de los secretos de la sabiduría
divina, de entre las muchas cosas que tú puedes añadir con tu inteligencia. Y ésto lo podrás conseguir a
base de la pureza de tu corazón y de la limpieza de tu interior. Pues cuando, a partir de las huellas,
llegues a la cima de tu capacidad de comprender las cosas divinas, te convendrá saber que cuanto
conoces de la sabiduría del Creador, ensalzado sea, y de su poder, manifestados en este mundo, no
tiene absolutamente nada que ver con su verdadera sabiduría y poder, ya que Dios solamente da a
conocer de sí mismo aquello que es necesario para el hombre, y no lo que es realmente su poder, que es
infinito. De este modo, conviene que su grandeza, el temor que ella te provoca y la magnitud de su
poder, los tengas presentes tal como son en realidad, no solamente como tú los comprendes, de una
manera defectuosa.
Tu propia situación en el mundo se puede comprar con la de un niño que nació en las mazmorras
de un rey. Este, se interesó por el muchacho y mandó que se le atendiese en todas sus necesidades,
mostrándose sumamente exquisito con él hasta que creció y tuvo uso de razón. Pero el niño no conocía
nada de lo que había fuera, salvo la mazmorra y lo que en ella se encontraba. Un emisario del rey le
visitaba a menudo y le daba cuanto necesitaba, como, por ejemplo, lámparas, alimentos, bebida y
vestidos. Por otro lado, el emisario informó al niño de que era subdito del rey; de que la mazmorra y
cuanto contenía, además de los alimentos que le traía, eran todos propiedad del monarca; y de que
estaba obligado, en consecuencia, a dar gracias y a alabar a su señor. Así pues, dijo el niño: "Gloria al
dueño de esta mazmorra que me hizo siervo suyo y me señaló con todos sus beneficios, haciéndome
objeto de todos sus cuidados y preocupaciones". El enviado le dijo: "¿Por qué hablas así? Te equivocas
totalmente puesto que esta mazmorra no es la única que existe sino que es solo una de las muchas
posesiones del rey: en toda la extensión de su reino hay muchas más parecidas a ésta. Del mismo modo,
tú tampoco eres el único siervo suyo, puesto que sus servidores son mucho más numerosos que lo que
puedas imaginar. Por tanto, los dones y beneficios que piensas te ha dado solamente a ti, no tienen
comparación con los que concede a otros. Igualmente, su preocupación por tus asuntos no tiene
equiparación con la que vuelca en los demás". El muchacho le contestó: "No entiendo lo que dices,
únicamente sé del rey aquello que siento va en beneficio y provecho mío". El enviado respondió: "Di,
entonces: alabanza al gran rey que no tiene límite alguno en su poder ni existe tope para sus favores y
beneficios; porque no hay proporción entre lo que yo soy y la multitud de sus huestes, ni mis asuntos
tienen valor al lado de la grandeza de su poder. Alabanzas le sean dadas". De este modo, el niño
entendió todo este tema del rey y comprendió lo que antes ignoraba. Así, enalteció el poder del
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monarca en su interior, le temió y encontró grandes sus beneficios y cuanto le venía de su mano,
considerando la grandeza de su señor. El muchacho, por su parte, estimó en muy poco su propio valor
en comparación con la totalidad de su reino y consideró muy grandes los dones que recibía 111.
Tú, hermano mío, considera, al son de este ejemplo, la envoltura de los astros que rodean la
tierra: Si no conocemos lo que hay en una pequeña porción de la tierra, ¿cuánto menos la totalidad?,
¿cómo conoceremos la zona de los astros y lo que está más allá de ellos? Comprende, entonces,
hermano mío, esta comparación que te he hecho del niño, piénsala y considera al Creador, ensalzado y
honrado sea, y sus relaciones con este mundo. Entonces aumentará el valor, ante ti, de los beneficios y
dones que te concedió su majestad, no solo a ti sino a todos los seres creados. Piensa en su Libro, en
sus mandatos y prohibiciones, concedidos por esa misma majestad. Para mientes en el gran temor y
respeto que te inspira cualquier cosa que te viene de la benevolencia de un hombre que está por encima
de ti 112: cuanto más elevado es su rango que el tuyo, y cuanto menos necesita de ti, mayor será ante tu
conciencia la grandeza de sus dones y, en consecuencia, tu esfuerzo y tesón en seguir sus mandatos y
prohibiciones, serán según valores todo ésto. Compréndelo, penétralo a fondo y darás en el blanco, si
Dios quiere.
Que Dios nos tenga a nosotros y a ti 113, entre los que triunfan en la tarea de estarle sometidos,
entre los que caen en la cuenta de los diversos bienes concedidos por su bondad y benevolencia. Dios
sea ensalzado sobre todas las cosas.
TERCER PORTICO
CAPITULO TERCERO
Dice el autor: después de haber explicado, en cuanto antecede, la obligación que tenemos de
adherirnos a la unidad de Dios, ensalzado sea, y las distintas maneras de reflexionar sobre la bondad
divina para con los hombres, debemos ahora proseguir con el deber que tiene el hombre de obedecer a
Dios, una vez que está convencido de ambas cosas: [de la unidad de Dios y de la reflexión sobre sus
creaturas]. La obligación de someternos a Dios nace de la necesidad racional de corresponder al
benefactor por parte del que recibe un beneficio.
Así pues, conviene que adelantemos, ya al comienzo del presente capítulo, una explicación sobre
las clases de dones que recibimos y sobre la obligación [general] que tenemos de agradecerlos cuando
se trata de los beneficios que se otorgan unos hombres a otros. Luego, de ahí ascenderemos a la
obligación [específica] que nos incumbe de dar gracias y de alabar al Creador, ensalzado sea, por la
grandeza de su bondad y por la abundancia de las buenas obras con que nos beneficia.
Así pues, afirmamos que es cosa bien sabida para nosotros que todo el que nos hace algún bien es
ciertamente merecedor de nuestro agradecimiento, en la medida en que tiene intención de
beneficiarnos; y en el caso de que no lo consiguiese de hecho, por alguna circunstancia accidental que
se lo impidiese, seguiríamos estando obligados al agradecimiento, dado que ya había quedado clara su
intención de hacernos el bien y de sernos útil. Por el contrario, cuando nos encontramos de improviso
con una buena acción que alguien nos ha hecho, pero que no tuvo intención de tal, cesa la obligación de
agradecérselo: ya no estamos obligados a ello.
Si consideramos las buenas acciones que la gente se hace mutuamente, observamos que pueden
ser de cinco maneras. Primera, la del padre para con sus hijos; segunda, la del señor respecto a sus
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subordinados; tercera, la del hombre rico con respecto al pobre, llevada a cabo tal acción con la
esperanza de la recompensa divina; cuarta, la de la gente que se hace favores mutuamente, esperando
ser alabados, respetados y recompensados en esta vida; y quinta, la del poderoso para con el débil,
cuando se compadece y siente simpatía por él, al verlo, por ejemplo, enfermo.
Ahora consideremos la intención que se pone en juego en todos estos casos que hemos descrito,
para ver si se trata en ellos de buscar la propia utilidad de quienes hacen los favores o no.
En primer lugar, la benevolencia que manifiesta el padre para con el hijo. Es claro que el padre
busca su propia utilidad ya que el hijo no es sino una parte del padre, en la cual éste tiene puestas sus
esperanzas. Por eso, ¿no ves que el padre prefiere al hijo antes que a sí mismo a la hora de alimentarlo,
de darle de beber, de vestirlo, y de apartar de él todo tipo de penalidades? De este modo, encuentra fácil
el soportar el cansancio y las molestias por el hijo, aun a costa de su propia tranquilidad. Es que en la
misma naturaleza de los padres está impreso el tener misericordia y piedad para con los hijos Sin
embargo, [a pesar de que los padres buscan su propio bien al seguir el impulso natural de cuidar a los
hijos] la Ley y la razón imponen al hijo la obligación de someterse a los padres, respetarles y temerles,
como dice la Escritura; "Honra a tu padre y a tu madre" [Éxodo, 20, 12] y "Respetad a vuestros padres"
[Levítico, 19, 3]. Además: "Hijo mío, escucha la corrección de tu padre" [Proverbios, 1, 8]. Y, por fin:
"Honre el hijo a su padre, el esclavo a su amo" [Malaquías, 1, 6]. Y ésto, a pesar de que [el cuidar de
los hijos] está impreso en la naturaleza de los padres y de que este mismo cuidado constituye un don de
Dios Altísimo para con los hijos, siendo los padres unos simples ejecutores de este designio.
En cuanto a la benevolencia que muestra el señor para con sus siervos, es cosa bien sabida que lo
que pretende con la servidumbre de los demás es la salvaguarda de sus propios bienes. Lo que
únicamente busca en todo ésto es su propia utilidad. A pesar de lo cual, Dios obliga a los siervos a que
le estén agradecidos y a que se sometan a su señor, como dice el Libro: "Honre el esclavo a su amo"
[Ibidem].
El rico que se muestra benevolente con el pobre, esperando que Dios le premie, se porta como un
comerciante que compra un placer grande y perdurable que percibirá en un futuro determinado, con un
regalo pequeño, perecedero y efímero que da ahora. No busca sino conseguir una gloria en la otra vida,
dando generosamente aquello que no es más que un depósito provisional que Dios le ha entregado para
que lo distribuya entre quienes lo merecen. Y, sin embargo, sabido es que a éste también se le deben
agradecer y alabar sus acciones, aunque únicamente busque con ellas la propia gloria en la otra vida.
Así, pues, se le deben dar las gracias, como dice Job: "Recibía la bendición del vagabundo" [Job, 29,
13]. Y también: "[Si vi al pobre o al vagabundo sin ropa con que cubrirse] y no me dieron las gracias
sus carnes, calientes con el vellón de mis ovejas" [Job, 31, 20].
En cuanto a los beneficios que la gente se otorga mutuamente, con la esperanza de conseguir
alabanzas, consideración y recompensa en este mundo hay que decir que lo que únicamente se pretende
con ellos es el propio engrandecimiento en esta vida, buscando el ser alabado y estimado por la
benignidad que muestra, aunque también se busque el ser recompensado en la otra vida. Este tal es
como quien confía algo a un amigo o le entrega en depósito sus bienes por temor a una futura
necesidad que pueda tener. En este caso, cuando alguien beneficia a los demás, aunque su objetivo sea
su propia utilidad, según hemos dicho, se le debe sin embargo agradecimiento y alabanza por lo que
hace, según el dicho del Sabio: "Muchos halagan al hombre generoso [y todos son amigos del que hace
regalos]" [Proverbios, 19, 6]. Y también: "Los regalos abren paso al hombre y lo presentan ante los
grandes" [Proverbios, 18, 16].
Por fin, quien es benevolente compadeciéndose del que sufre y es débil, lo que exclusivamente
pretende es librarse del dolor que uno mismo padece al ver la enfermedad y dolor que experimenta
aquel de quien se ha compadecido. Es como quien cura un dolor que halló en sí mismo por medio de un
acto de bondad de Dios para con él. Tampoco él debe ser privado del agradecimiento de los demás,
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según el dicho de Job: "Vi al pobre o al vagabundo sin ropa con que cubrirse y no me dieron las gracias
sus carnes con el vellón de mis ovejas" [Job, 31, 19-20].
Ha quedado, pues, claro lo que acabo de decir: que la intención de todo el que hace algún favor a
los demás es, únicamente y ante todo, el propio beneficio y utilidad, a saber: para distinguirse en esta
vida y en la otra, o para librarse del propio dolor, o para salvar las riquezas que tiene. Pero ésto no
impide el que se agradezcan los favores y se alabe, respete, ame y recompense a quienes los conceden.
Y ello, a pesar de que sus actos estén vacíos de contenido; de que se vean forzados a hacer tales
favores, como hemos dicho; de que sus buenas acciones no sean continuas; de que sus actos no sean
constantes y de que su mérito esté mezclado con la intención de beneficiarse a sí mismos y de apartar
de sí los males.
Siendo así todo ésto, ¿cómo estará obligado el hombre a la sumisión, alabanza y acción de
gracias con respecto al Creador del don y del mismo benefactor? ¿A aquel cuya munificencia es
continua, ininterrumpida y sin límites, que no busca ninguna utilidad personal ni pretende librarse de
mal alguno, sino que sólo se ve movido por su propia excelencia, bondad y gracia para con los
hombres?
Conviene que consideremos lo siguiente: ningún benefactor humano que hace el bien a los
demás, de cualquier forma de la que hemos descrito antes, es superior al beneficiado, salvo en algunos
accidentes, pues la humanidad y substancia de ambos es semejante y muy próxima la una a la otra en
cuanto a su esencia, forma, complexión, figura, características naturales y otros muchos accidentes. A
pesar de todo ello, el beneficiado está obligado a someterse al benefactor, tal como he explicado antes.
Y, si imaginamos al receptor del beneficio sumamente defectuoso y vil en su constitución, complexión
y figura, la obligación de someterse por parte de éste, sería aún más fuerte, perentoria y obligatoria. Del
mismo modo, si suponemos al benefactor, por un lado, como el ser más virtuoso y más perfecto de
todos los seres y, por otro, al beneficiado como el más menesteroso y débil de todas las creaturas,
entonces la razón nos obliga a establecer firmemente una sumisión sin límites con respecto al
benefactor.
Si, a base de esta comparación, reflexionamos en la situación del Creador, ensalzado sea, en
relación con la del hombre, nos encontraremos, si usamos de la razón, con que el Creador Altísimo es
el ser más excelso, más sublime y más elevado de todos los seres y de todo cuanto se capta con los
sentidos y la razón, según quedó demostrado en el capítulo primero de este libro. Así mismo, hallamos
que el hombre, en comparación con las otras especies de animales irracionales, es el más limitado y
débil. Esto es patente si observamos tres aspectos situacionales que tiene el hombre en su vida.
El primero es el de su crianza y crecimiento: podemos observar que los individuos de las otras
especies animales son más capaces y fuertes para soportar los males, y, durante su crianza, más
independientes y menos gravosos para con sus padres que el hombre.
El segundo aspecto es el siguiente: podemos ver la suciedad y porquería que encierra el interior
del cuerpo humano y que se muestra al exterior si deja de lavarse, asearse y bañarse durante mucho
tiempo. Lo mismo ocurre cuando muere, pues su olor es peor que el de los cadáveres de otros animales,
siendo, además, sus heces las más malolientes de todas. Lo mismo se diga de las otras suciedades que
el hombre posee.
El tercer aspecto es el que nos presenta la debilidad de su ingenio. Cuando le falta la facultad
racional con que Dios le privilegió sobre los demás animales irracionales, sobrevienen a su cerebro
muchos males. Pues si pierde esta facultad intelectual, resulta ser el animal más desgraciado, más
fatigable y más bajo de entre todos los demás. A veces se ve lanzado a peligros y situaciones azarosas
en las que la mayoría de los animales tienen, para salir de ellas, un ingenio y sutileza con que conseguir
lo imprescindible, que falta por completo a los animales racionales, sobre todo cuando se ven privados
de la razón.
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Si reflexionamos atentamente en la grandeza del Creador, ensalzado sea, 116 en la magnitud de
su poder, en su sabiduría y plenitud; si consideramos la debilidad del hombre, su menesterosidad y
subdesarrollo, sus enormes necesidades y su indigencia para superar sus defectos; si reflexionamos en
la grandeza de los dones de Dios, ensalzado sea, derramados sobre el hombre, sus buenas acciones para
con él, creándolo tal como es, necesitado, pobre y falto de todo lo que le es útil pero que lo puede
conseguir con su propio esfuerzo (lo cual constituye un acto de misericordia de Dios para con el
hombre); si se da cuenta de lo que es él mismo y reflexiona en todas sus cosas, se verá obligado,
entonces, a someterse a Dios necesariamente, consiguiendo así la recompensa en la otra vida, para la
cual fue creado, como quedó anteriormente dicho en el discurso del capítulo segundo de este libro. Y
¿en qué grado estaremos obligados los hombres a someternos a Dios, agradecerle, temerle, alabarle y
elogiarle continuamente, habida cuenta de la evidente obligación que hemos dicho antes tienen los
hombres de someterse, agradecer y alabarse unos a otros por los beneficios mutuos que se hacen?
¿Acaso quien piense un poco rechazará esta obligación del hombre para con Dios, ensalzado sea, una
vez que haya conocido y meditado este asunto? Confiesa tú mismo la verdad: ¿acaso no se despertará
el dormido, se despabilará el negligente, pensará el ignorante y reflexionará el que es perspicaz sobre la
evidente obligación de someternos a Dios, ensalzado sea, teniendo en cuenta las pruebas evidentes que
apoyan todo ésto? Dijo el Profeta, la paz sea con él, a quienes dejan de reflexionar en la obligación que
tenemos de someternos a Dios, ensalzado sea: "¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato?"
[Deuteronomio, 32, 6].
Una vez que ha quedado demostrada la obligación que tiene el hombre de someterse a Dios,
ensalzado sea, por los continuos dones derramados por El sobre el hombre, es preciso que ahora
aclaremos diez cuestiones sobre el tema de este capítulo:
Primera: advertencia sobre la sumisión a Dios y las dos formas que adopta esta advertencia.
Segunda: necesidad de cada una de estas formas de advertencia a la sumisión.
Tercera: definición de la sumisión y de sus dos especies; excelencias de esta sumisión.
Cuarta: formas como la Ley advierte; sus partes y los grados que hay de gente, según la manera
de conocer el Libro y de profesar estas ideas.
Quinta: forma de advertir y de orientar racionalmente a la sumisión, por el método de las
preguntas y respuestas.
Sexta: obligación de someterse a Dios, de acuerdo con los dones que se han recibido de El.
Séptima: explicación de los mínimos a que esté obligado el beneficiado por los favores recibidos
del benefactor.
Octava: trata de los distintos sabios que opinan sobre la predestinación y justicia divinas, así
como de los seguidores de diversas doctrinas sobre este particular.
Novena: descripción, de modo resumido, de los misterios de la creación del género humano en
esta vida.
Décima: descripción del uso que podemos hacer oportunamente de nuestros caracteres innatos.
Artículo primero
[Advertencia sobre la sumisión a Dios y las dos formas que adopta esta advertencia].
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Respecto a la necesidad de advertir sobre la obligación que tenemos de someternos a Dios y en
relación a las dos formas que esta advertencia adopta, dice el autor: puesto que la obligación de
someterse a Dios, ensalzado y honrado sea, se deduce necesariamente por medio de la razón y del
discernimiento y, puesto que transcurre un largo período de tiempo desde el momento en que aparece el
don que Dios da al hombre hasta que éste entiende y comprende que, en virtud de ese don, está
obligado a someterse a Dios, es preciso hacerle tomar conciencia desde el primer momento de las
acciones que debe realizar y de las creencias que debe profesaren su corazón, con las cuales la sumisión
a Dios, ensalzado sea, se cumple perfectamente. No se puede dejar sin religión al hombre, mientras
espera que su razón madure.
Ahora bien, este advertir o concienciar tiene dos formas: una, está impresa en la mente misma del
hombre, clavada en su razón, grabada en la raíz misma de su ser y de su naturaleza. La otra, se adquiere
por la Tradición; y es la Ley transmitida oralmente y que el Profeta encomendó a los hombres a fin de
guiarles hacia el camino de la sumisión a Dios, ensalzado sea, al cual estamos obligados.
Artículo segundo
Son necesarias cada una de las dos clases de advertencia sobre la sumisión, que acabamos de
mencionar. En efecto, la concienciación que está clavada en nuestra razón, es débil bajo tres puntos de
vista, por lo cual es necesario que se refuerce por medio de la advertencia que nos da la Ley.
Estas tres razones de debilidad son las siguientes: Primera, el hombre fue creado a base de cosas
completamente distintas, de naturalezas que luchan entre sí y de substancias contrarias, cuales son el
cuerpo y el alma. Y Dios, ensalzado sea, puso en el alma unas cualidades y potencias naturales con las
que pudiera apetecer ciertas cosas que, al utilizarlas, su cuerpo progresaría, la cultura de este mundo se
fortalecería y el género humano se conservaría íntegro a través del tiempo, aunque perecieran los
individuos. Esta cualidad natural es la tendencia a buscar los placeres corporales, la cual pertenece a
todas las especies animales que crecen. Pero el Creador dotó también al alma de unos caracteres y
potencias con las cuales pudiese buscar cosas, que, al ocuparse de ellas, despreciase la vida en este
mundo, deseando aislase de él 118. Y esta potencia es el sano discernimiento. Pero como los placeres
corporales son los primeros que se instalan en el alma del hombre ya desde la niñez y, en consecuencia,
está familiarizado con ellos desde el comienzo de su existencia, haciéndose así aquellos más fuertes y
perentorios, resulta que la naturaleza de estos deseos concupiscibles, triunfa sobre los demás caracteres
y vence a la razón, la cual también tiene el hombre de forma innata. De este modo, se ciegan los ojos de
la mente y desaparecen todos sus encantos. Por eso el hombre necesita de cosas externas que le ayuden
a combatir su natural abominable, a saber, su pasión por los bajos placeres, y a reavivar cualquier
síntoma de su natural elogiable, cual es la razón. Entre estas cosas que ayudan desde el exterior, está el
contenido de la Ley con la cual Dios conduce la naturaleza del hombre hacia la sumisión, por medio de
sus Enviados y Profetas, la paz sea con ellos.
La segunda causa de la debilidad es que la razón es una substancia sutil, inmaterial, que ha sido
sacada del mundo superior espiritual, siendo por ello algo extraño al universo de los cuerpos pesados
119. La pasión que hay en el hombre, por su parte, consiste en una composición de fuerzas naturales y
en una combinación de elementos materiales que tienen su origen y sede fundamental en este mundo
corporal. A la pasión, los alimentos físicos la ayudan y los placeres materiales la vigorizan. A la razón,
en cambio, al ser algo extraño a este mundo, no le ayuda nada, ni encuentra cosa alguna que sea
parecida a ella, y todas las cosas le son adversas. En consecuencia, se debilita necesariamente y, por
tanto, precisa de algo que le ayude a repeler el triunfo de la concupiscencia y a derrotarla. Y es la Ley
66
la medicina de tales enfermedades de las almas y de las dolencias de los caracteres naturales. Por eso,
hallarás que la Ley prohibe muchos alimentos, vestidos, mujeres, ganancias y acciones que favorecen
la concupiscencia. Y, de la misma manera, ordena aquellas cosas contrarias, con las cuales se combate
todo lo anterior, como es la oración, los ayunos, limosnas y buenas acciones con que se revitaliza la
razón y el hombre es iluminado, tanto en esta vida como en la otra, como dice el Santo, la paz sea con
él: "Lámpara es tu palabra para mis pasos luz en mi sendero" [Salmos, 119, 105]. Y: "Porque el consejo
es lámpara y la instrucción luz" [Proverbios, 6, 20] y, por fin: "Me puse a examinar la sabiduría, la
locura y necedad y observé que la sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha
más que las tinieblas" [Eclesiastés, 2, 13].
La tercera razón de debilidad es que las pasiones son siempre empleadas para alimentar al
cuerpo, no dejando de hacerlo ni de día ni de noche 120. Más aún, incluso la razón suele utilizarse
también para ayudar a las pasiones. Y es cosa sabida que los órganos del cuerpo se robustecen y sus
acciones son más vigorosas cuando, siguiendo su impulso natural, se usan de modo continuado, y que,
por el contrario, se deterioran y sus actos se hacen más débiles, cuando se emplean poco. Con lo cual
resulta que las pasiones se fortalecen necesariamente, porque se usan constantemente; y, en cambio, la
razón se debilita cada vez más por el poco uso que se hace de ella y porque ha renunciado a hacer
aquello que, por naturaleza, le incumbía, [a saber: el gobernar al cuerpo, dejando este cometido en
manos de la pasión.]
En consecuencia, es totalmente necesario encontrar algo en cuya realización no se empleen, en
absoluto, los miembros corporales del hombre ni sus apetitos bajos, sino la razón, liberada del dominio
de las pasiones sobre ella. Y ese algo es la Ley. Con ella, el uso de la razón se fortalece, brilla puro,
resplandece y se aleja del hombre aquella ignorancia que se había posesionado de su alma y que le
impedía ver las cosas tal como son verdaderamente, poniéndolas en su sitio, como dice el Santo, la paz
sea con él: "La ley del Señor es perfecta, devuelve el respiro, el precepto del Señor es fiel, instruye al
ignorante, los mandatos del Señor son rectos, alegran el corazón, la norma del Señor es límpida, da luz
a los ojos" [Salmos, 19, 8-9].
De todo cuanto hemos dicho, se desprende necesariamente que el mejor medio para hacer tomar
conciencia y para animarse a someterse a Dios es la Ley, la cual incluye tanto los preceptos racionales
como los de la Tradición, encaminados a que, desde ellos, se ascienda a la sumisión a Dios a la cual
está obligado el hombre, tal como se demuestra racionalmente. Esta sumisión es el fin último que tiene
la creación de la especie humana en este mundo.
Artículo tercero
67
Ambas formas de acatamiento son elogiables porque llevan por el camino que conduce a la
victoria final, en la mansión del eterno reposo. Pero una de ellas es causa de la otra y constituye un
escalón para una ulterior ascensión en esta tarea. Se trata de aquella sobre la que nos advierte la Ley.
Sin embargo, el acatamiento del que nos hacen tomar conciencia la razón y el método demostrativo es
más próximo a Dios y más satisfactorio y preferible para El, por siete razones:
Primera: la sumisión sobre la que nos advierte la Ley puede hacer que, en ocasiones, el hombre
se entregue sinceramente a Dios por El mismo, pero, a veces, también, puede ocurrir que su intención
sea hipócrita, al buscar las alabanzas y estimación de los hombres. Y ésto ocurre porque el fundamento
último de esta forma de sumisión está centrado en el temor y en el deseo de premios y recompensas. La
sumisión que proviene, en cambio, de la concienciación racional, no es impura, ni la falsea la
hipocresía, ni cae dentro del género de aquellos que buscan el adornarse externamente con los actos de
sumisión, puesto que su objetivo no es el deseo o el temor, sino que los actos provienen de saber y ver
la obligación que tiene todo ser creado de someterse al Creador.
Segunda: la sumisión que procede de las advertencias de la Ley se alcanza como consecuencia de
haber deseado los premios y de haber temido los castigos. Mientras que la que surge de la razón, se da
sólo por pura generosidad del alma, por simple satisfacción de poner todo su esfuerzo en someterse a
Dios, por El mismo, después de conocer y de darse perfecta cuenta de que ello es necesario. En efecto:
el alma no entrega generosamente lo que tiene sino tras tener claro que pesará más la recompensa que
lo que da a Dios. Y esta recompensa consistirá en que Dios estará satisfecho de él por esta entrega a la
sumisión.
Tercera: la sumisión que proviene sólo de la Ley, a veces se hace más patente en los actos de
piedad de los miembros externos del hombre que en ese interior innato donde tiene lugar la fe y la
entrega a Dios. En cambio, en la sumisión a Dios que surge por concienciación racional, lo que hay en
el interior del hombre es mucho más que lo que aparece al exterior, en los miembros externos. Se trata
de los deberes de los corazones.
Cuarta: la sumisión que proviene de la Ley es como el pórtico de la sumisión que dimana de la
razón. Esta es como el grano sembrado en la tierra, mientras que la Ley es como el cultivo, como el
trabajar la tierra y el recolectar; la ayuda que viene de lo alto es como la lluvia que riega el suelo; y lo
que germina y fructifica es la fe interior que se pone en la sumisión a Dios, ensalzado sea, por sí
mismo, no por esperanza ni temor de las recompensas o castigos que se deriven de esa entrega. Los
antiguos invitan a ello con este dicho: "No seas, pues, como los siervos que sirven al señor para recibir
un salario, sino como los esclavos que trabajan sin recibir un jornal. Que el temor del cielo repose sobre
vosotros" [Abôt, I, 2].
Quinta: Los deberes de la Ley son limitados en número: seiscientos trece, en concreto 122. En
cambio, los deberes racionales apenas se pueden enumerar, porque el hombre cada día conoce más y
más de los mismos. Y cuanto más aumenta su darse cuenta y comprender los beneficios que Dios
derrama sobre él cuanto más consciente es de su grandeza, poder y soberanía, tanto más crece su
humilde acatamiento a Dios. Por eso verás que el Santo, la paz sea con él, suplica a Dios que le incite a
cumplir estos deberes y que descorra el velo de su ignorancia, en este texto: "ábreme los ojos y
contemplaré las maravillas de tu voluntad [...]. Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes [...].
Encamíname por la senda de tus mandatos [...]. Inclina mi corazón a tus preceptos [...]. He visto límite
de todo lo perfecto: tu mandato se dilata sin término" [Salmos, 119, 18, 33, 35, 36, 96].
Es decir: la obligación que tenemos de someternos a Ti, Señor, por tus continuos beneficios, no
tiene límites, porque ilimitados son los dones que viertes sobre nosotros. Se dice de algunos hombres
consagrados a Dios que solían hacer actos de arrepentimiento a lo largo de todas sus vidas,
convirtiéndose a Dios continuamente, porque cada día aumentaba más y más, por un lado, su
reconocimiento de la grandeza de Dios y, por otro, su conciencia de la propia debilidad a la hora de
someterse a El, como dijo el Santo, la paz sea con él: "El día pasa mensaje al día, la noche se lo susurra
68
a la noche" [Salmos, 19, 3]. Y: "Arroyos de lágrimas bajan de mis ojos por los que no cumplen tu
voluntad" [Salmos, 119, 136].
Sexta: La sumisión que surge por la advertencia solamente de la Ley, está al alcance de cualquier
hombre, puesto que puede cumplirla todo el que la procura, se apresta a ella y la busca. Pero la
sumisión que viene de la concienciación racional, no se logra por completo si no es con el apoyo de lo
alto y con la fuerza que viene de Dios, ensalzado sea, ya que, sin esa ayuda, la capacidad del hombre es
limitada. Por eso verás que el Santo, la paz sea con él, pide reiteradamente al Creador, ensalzado sea,
que le ayude a conseguir esa sumisión. Es lo que hace en el Salmo "Dichoso el que con vida intachable,
camina según la voluntad de Dios" [Salmos, 1 19, 1] 123.
Séptima: la sumisión que surge únicamente por advertencia de la Ley, no está libre en sí misma
de poder fallar, porque la fuerza de la pasión está siempre al acecho y aguarda cualquier momento de
negligencia. En cambio, la sumisión que proviene de la concienciación racional está al abrigo de
cualquier desliz y error porque el alma no se entrega a esta sumisión, sino después de haber matado las
pasiones corporales y de haber triunfado la razón sobre ellas, a base de sabiduría y de voluntad. Por
eso, esta sumisión racional queda asegurada de todo fallo y error, como dice el Libro: "Al honrado no
le pasa nada malo" [Proverbios, 12, 21].
Sin embargo, convendría que explicase lo que se me ocurre sobre las excelencias de la Ley. Y
digo lo siguiente: las maneras como nos advierte la Ley, de forma necesaria, sobre la sumisión, son
también siete:
Primera: El hombre está compuesto de alma y cuerpo. Y entre sus tendencias naturales hay una
que le induce a abandonarse a los placeres sensibles y a caer en los distintos deseos y pasiones
animales, arrojando de sí el amparo de la razón. Pero también tiene una tendencia que le invita a
abstenerse del mundo y a abandonar la vida social (en los cuales la fortuna es versátil y los males y las
tristezas se alternan mutuamente), impulsándole, por su parte, a lanzarse al mundo superior racional.
Pero ninguno de los dos puntos de vista es elogiable, pues el uno aboca a la destrucción del orden
mundano y el otro a la aniquilación del estatuto del hombre, tanto en este mundo como en el otro.
Pertenece a la exquisita delicadeza del Creador, ensalzado sea, y a la grandeza de su benignidad para
con el hombre, el que le haya concedido algo con lo que pueda ajustar y poner en orden todos sus
asuntos en las dos vidas, a base de una norma que se sitúe entre la razón y la pasión. Y esta norma es la
Ley Santa, la cual vela por el equilibrio entre lo aparente y lo oculto, permite al hombre que use
rectamente de sus pasiones en esta vida y cuida de su premio y castigo en la otra, como dice el Libro:
"Presta oído y escucha las sentencias de los sabios, presta atención a mi experiencia: te serán gratas si
las guardas bien adentro y las tienes todas a flor de tus labios; para que pongas en Dios tu confianza,
también a ti te instruiré hoy. He escrito para ti treinta máximas de experiencia, para que aprendas a
observar y hablar objetivamente" [Proverbios, 22, 17-21].
Segunda: la concienciación racional, no especifica las obligaciones concretas de los actos de
sumisión a Dios (como son, por ejemplo, la oración, el ayuno, la limosna, el tributo legal y otras varias
acciones), ni hace que el hombre conozca los castigos concretos que merece quien abandona la
sumisión a Dios. Así pues, se necesita fijar y delimitar todo ésto por medio de la Ley y de la guía
profética, para que, uniendo ambas cosas 124, se ponga en orden lo que pretendemos, a saber: la
sumisión a Dios, ensalzado y honrado sea, como dice el Libro: "Porque Dios exige que lo respeten"
[Eclesiastés, 3, 14].
Tercera: la concienciación racional no puede ser exigible por igual y universalmente a todos los
sujetos que deben practicar la sumisión, a causa de la limitación intelectual de algunos y porque unos
son superiores a otros [en capacidad de comprensión]. En cambio, la advertencia que proviene de la
Ley es común e igual para todo el que tiene condiciones suficientes para soportar la carga de la
sumisión y de la Ley, aunque haya diferencias [de interpretación de la Escritura] en sus corazones,
según lo que dije antes, al final del capítulo primero de este libro. A veces el hombre es limitado en
69
unos casos y, en cambio, es excelente en otros; por consiguiente, la concienciación racional será
distinta en cada uno de los individuos, en virtud de las diferencias de discernimiento que tienen. Pero,
en cambio, la toma de conciencia que proviene de la Ley, no tiene en sí misma diferencias, sino que su
forma es la misma para el niño, para el adolescente, para el adulto y para el anciano, para el sabio y
para el ignorante, si bien el resultado práctico en cada uno de ellos es distinto 125, según hemos
descrito. Como dice el Libro acerca de la universalidad de la toma de conciencia legal para todos los
pueblos: "Congregad al pueblo, hombres, mujeres y niños y al emigrante que viva en tu vecindad [para
que oigan y aprendan a respetar al Señor]" [Deuteronomio, 31, 12] y: "Cuando todo Israel acuda a
presentarse ante el Señor, tu Dios, en el lugar que él elija, se proclamará esta ley frente a todo el
pueblo" [Deuteronomio, 31, 11].
Cuarta 126: una de las cosas que nos impulsan de forma necesaria a aceptar la Ley es la
siguiente: sabido es que la obligación que el hombre tiene de someterse a Dios depende de la
excelencia de los dones divinos vertidos sobre él. Ahora bien, en cada generación acontecen cosas a un
pueblo que no ocurren a otros, lo cual lleva a que sus gentes sean distinguidas [por encima de las de
otros pueblos] por los beneficios recibidos de Dios Altísimo. De aquí se desprende el que aumente de
una manera especial el deber que estos tales tienen de someterse a Dios, ensalzado y honrado sea, más
que el resto de las otras naciones. Sin embargo, no hay forma de saber, sólo por medio de la razón, la
especial atención que recibió nuestro pueblo por parte de Dios, en la salida de Egipto, en el cruce del
Mar Rojo (tras la escisión de sus aguas) así como otros beneficios de Dios, que no es necesario los
recordemos aquí por ser muy claros y evidentes. Dios, ensalzado sea, nos distinguió sobre otros
pueblos con unos beneficios tales, que estamos obligados a someternos a El de modo muy especial y a
darle rendidas gracias. Luego, además, nos ha prometido, de acuerdo con su alianza, colmarnos de
premios ahora y en la otra vida. Todo ello, tras habernos dado incontables beneficios y de habernos
prodigado toda clase de bienes. Y nada de ésto se puede descubrir con claridad si no es por medio la
Ley, como dice el Libro: "Habla así a la casa de Jacob, diles a los hijos de Israel: vosotros habéis visto
lo que hice a los egipcios, os llevé en alas de águila y os traje a mí; por tanto, si queréis obedecerme y
guardar mi alianza, entre todos los pueblos seréis mi propiedad, porque es mía toda la tierra. Seréis un
pueblo sagrado, regido por sacerdotes" [Éxodo, 19, 4-6].
Quinta: la advertencia de la Ley es anterior y preambular respecto de la racional y sirve de guía a
ésta, debido a la necesidad que tiene el hombre, desde que es niño, de gobierno, dirección y
sometimiento de sus pasiones, hasta que su razón madura y funciona correctamente. Así, las mujeres y
los débiles mentales no se dejan llevar por la dirección de la razón, porque la protección y esfuerzo que
ésta les proporciona son endebles. Por eso, les es absolutamente necesario que les gobierne algo que
sea intermedio, que puedan soportarlo bien y que no les sea imposible conocerlo. Esta es la razón por la
que se estableció la Ley entre los dos extremos del temor y de la esperanza. Pues quien no falla en el
estricto cumplimiento de las obligaciones de la Ley está en la categoría de los virtuosos y piadosos,
mereciendo, así, los premios de esta vida y de la otra. Pero el que se eleva desde esta [obligación
puramente legal] a la sumisión inducida por la toma de conciencia racional, está en la categoría de los
Profetas y de los Santos elegidos de Dios. Su premio en este mundo consiste en sentir placer por la
sumisión a Dios que realiza, como dice el Profeta, la paz sea con él: "Cuando recibía tus palabras, las
devoraba, tu palabra era mi gozo y la alegría de mi corazón" [Jeremías, 15, 16]; y en otro lugar: "El
honrado se alegra con el Señor, se refugia en El y se felicitan los hombres sinceros" [Salmos, 64, 11];
y: "Amanece la luz para el honrado y la alegría para los hombres sinceros" [Salmos, 97, 11]. Y la
recompensa de estos tales en la otra vida será la unión con aquella excelsa luz que es inaccesible e
indescriptible para nosotros los hombres, a la vez que inigualable, como dice el Libro: "Si sigues mi
camino y guardas mis mandatos, también administrarás mi templo y guardarás mi atrios y te dejaré
acercarte con esos que están ahí" [Zacarías, 3, 7]; y en otro pasaje: "¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles y despliegas a la vista de todos, con los que a Ti se acogen!" [Salmos, 31, 20];
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y, por fin: "Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de Ti que hiciera tanto por el que espera en él"
[Isaías, 64, 3].
Sexta: La Ley abarca contenidos que, en algunos aspectos, no son evidentes para la razón, cuales
son los que se transmitieron por la Tradición, aunque la totalidad de los mismos tenga un último
fundamento racional. Esto fue necesario que sucediera así, pues las gentes a las que se promulgó la Ley
estaban dominadas por los apetitos animales y, por tanto, sus entendimientos y capacidad de
discernimiento eran demasiado débiles para poder captar muchos preceptos racionales. De este modo,
la Ley les impuso una única norma, que valiera igualmente como precepto racional que como
tradicional, a la hora de advertirles sobre la obediencia a la Ley: el que tuviera un entendimiento y
capacidad de discernimiento vigorosos se vería incitado y obligado a obedecerla por ambas vías, por la
razón y por la tradición; y el que fuera de entendimiento débil para llegar a conocer el deber que
impone la Ley, se obligaría a sí mismo solamente por la Ley, aceptándola por autoridad, lo cual es
bueno para todos. Como dice el Libro: "Sus caminos son deleitosos, y sus sendas son tranquilas"
[Proverbios, 3, 17].
Séptima: la Ley nos llega a través de un hombre, por cuyo medio se manifiestan signos y pruebas
que todo el mundo puede captar por igual con los sentidos, de forma tal que nadie puede rechazarlos.
De este modo, lo que les viene de Dios, ensalzado sea, a través suyo, se les confirma por medio de
argumentos sensibles y racionales, los cuales incrementan la concienciación racional que tienen
grabada en la base misma de su constitución y forma de ser naturales. El que, por tanto, considera los
beneficios que ha recibido de Dios, ensalzado sea, en cuanto que éstos son comunes a toda la creación,
se convence, con toda certeza, de la necesidad de someterse a Dios por la vía de la reflexión racional. Y
si luego piensa en los beneficios que ha recibido de Dios, ensalzado sea, como privilegio especial que
ha concedido a su pueblo, por encima de todos los demás pueblos, quedará totalmente persuadido de la
obligatoriedad de unas leyes que le han sido transmitidas por la Tradición y que son superiores a las de
otras naciones. Y, por fin, si este hombre reflexiona sobre los dones que ha recibido de Dios, ensalzado
sea, con los cuales El privilegió a su familia sobre todas las restantes de su pueblo, como es el Levirato
y el Sacerdocio 127, se convencerá plenamente de la obligatoriedad de esas leyes con las cuales
distinguió a su familia. Por eso hallarás las veinticuatro leyes sacerdotales correspondientes a los
veinticuatro dones que Dios, ensalzado sea, concedió a los sacerdotes, y que son los veinticuatro
deberes sacerdotales 128.
Análogamente, todo aquel a quien Dios ha privilegiado con sus beneficios sobre los demás
hombres, está obligado a un sometimiento especial y superior al de los otros, por encima del que todo
hombre debe rendir a Dios. Y ésto, dedicando un esfuerzo especial y mayor que el normal, poniendo en
juego todas sus fuerzas y dando gracias a Dios por los especiales beneficios con que magnánimamente
le distinguió. Todo ésto tendrá como resultado el que continúen y aumenten los dones recibidos en este
mundo y el que reciba el premio final en la otra vida. Y no será como aquel de quien se dijo: "[No
comprendía que era yo quien le daba el trigo y el vino y el aceite y oro y plata en abundancia] con lo
que se hacía un ídolo" [Oseas, 2, 10].
El que es negligente en la sumisión a Dios, a la cual está obligado por los dones personales que
recibió de El, es luego arrastrado a abandonar también la sumisión debida por los dones con que su
familia fue distinguida; y luego, la que se debe por los beneficios especiales otorgados a su pueblo y,
por fin, al olvido de la Ley en general. Y en ese caso, si ya no se ve obligado por la Ley, tampoco se
verá obligado por los deberes racionales. Y si no se siente obligado por lo que le indica la razón, a
pesar de que puede usarla, decae de su estatuto de animal racional, resultando, entonces, que los demás
animales son mucho más nobles y dignos que él, como dice la Escritura: "Conoce el buey a su amo y el
asno el pesebre de su dueño; Israel no conoce, mi pueblo no recapacita" [Isaías, 1, 3]. De este modo su
final será como el de aquel de quien se dijo: "Pero los malvados perecerán, los enemigos del Señor se
marchitarán como la belleza de un prado, como humo se disiparán" [Salmos, 37, 20].
71
Artículo cuarto
[Formas como la Ley advierte; sus partes y los grados que hay de gente, según la manera de
conocer el Libro y de profesar estas ideas].
Convendría que explicásemos ahora la manera como nos advierte la Ley a que nos sometamos a
Dios y sus divisiones, las clases de sabios que se ocupan de ella y los grados de adhesión y de
compromiso que tienen con ella.
Decimos que la advertencia de la Ley consiste en una inspiración que viene de Dios, ensalzado y
honrado sea, sobre una persona determinada, por la cual se prescribe a los hombres la sumisión que a
Dios agrada, prometiéndose, por cumplir esta obligación, excelentes y sublimes recompensas, tanto en
esta vida como en la otra, merced a la sobreabundancia, benevolencia y munificencia de Dios.
La Ley divide los actos de los hombres en tres clases: mandatos, prohibiciones y actos permitidos
[que ni están mandados ni prohibidos] 129.
El mandato se divide en dos clases: una, la de los deberes de los corazones, a la cual pertenece la
adhesión, por ejemplo, a la unidad de Dios, la pureza de intención en las acciones dirigidas a Dios,
ensalzado sea, el abandono en El, la entrega a la divinidad, el contentarnos con sus decisiones, el creer
en la profecía, el reconocer la Ley, el temor a Dios, el velar por el cumplimiento de la Ley, el
reflexionar sobre las maravillas hechas por Dios, el considerar sus beneficios y otras muchas cosas
parecidas, cuya enumeración sería demasiado larga.
La otra clase de mandatos es la que hace referencia a los deberes de los corazones a la vez que a
los deberes de los miembros externos, como es el la adhesión a la unidad de Dios con la lengua y con el
corazón, el leer y estudiar el Libro de Dios, la oración, los ayunos, la limosna, el abstenerse de trabajar
en sábado, el llevar a cabo ciertos actos como son los tabernáculos, las ramas de palmera, las franjas
rituales y otros preceptos parecidos 130.
Las prohibiciones se dividen también en dos clases. La primera se refiere a los deberes de los
corazones, y la segunda a los deberes de los miembros externos. Los deberes prohibitivos de los
corazones son, por ejemplo: el politeísmo profesado en secreto o hipócritamente 131, el deseo de hacer
lo que está vedado (como es la vanidad, la soberbia, el orgullo, el desprecio a los demás), el tener en
poco a los Profetas, la envidia, la iniquidad, el deseo de que sobrevengan males y pruebas a los
hombres, el irritarse contra los decretos de Dios Altísimo y otros parecidos a éstos.
En cuanto a las prohibiciones referentes a los miembros externos, hay que citar, por ejemplo: el
politeísmo profesado en público, los perjurios, la mentira, el divulgar el error, el calumniar a los demás,
el comer lo que Dios nos tiene vedado, el cohabitar con mujeres a las cuales nos está prohibido
acercarnos, el derramar sangre y otras muchas cosas similares.
Los actos permitidos [que ni están mandados ni prohibidos] se dividen, así mismo, en tres clases,
según el justo medio, el exceso y el defecto.
Respecto a lo que está permitido en su justo medio, hay que decir que se trata de todo aquello que
es necesario al hombre para el buen mantenimiento de su cuerpo y para el correcto gobierno de sus
cosas. Así, por ejemplo: el alimento, la comida, la bebida, el vestido, la habitación, lo que necesita
decir y hacer para que sus asuntos, tanto familiares como públicos, vayan en orden y para que tenga
libertad de movimientos a fin de llevar a cabo lo que es justo y equitativo para mantener rectamente su
propio status social, como dice el Libro: "Dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus
asuntos" [Salmos, 112, 5].
La segunda clase abarca aquellos actos que sobrepasan los justos límites de lo necesario, llegando
a excesos de los que no precisa el hombre, como son la demasiada comida y la demasiada bebida. El
Sabio, la paz sea con él, lo prohibe con estas palabras: "No te juntes con bebedores ni vayas con
72
comilones" [Proverbios, 23, 20]. Del mismo modo, el excesivo adorno en los vestidos, la amplitud en la
vivienda, mayor de la necesaria, las excesivas palabras, en las cuales no estaremos a salvo de los
deslices, como dice el Sabio: "En mucho charlar no faltará el pecado" [Proverbios, 10, 19]. Lo mismo
se diga del trato excesivo con mujeres: "El que se junta con ramera, disipa su fortuna" [Proverbios, 29,
3] y "No gastes tu fuerza con mujeres" [Proverbios, 31, 3], y, refiriéndose al rey, dice: "No tendrá
muchas mujeres" [Deuteronomio, 17, 17]. Sobre la avidez en tener muchas posesiones y en almacenar
riquezas, dice el Libro: "No te afanes por enriquecerte" [Proverbios, 23, 4]. Y, de nuevo, refiriéndose al
rey, dice: "Ni acumularás plata y oro" [Deuteronomio, 17, 18]. Mas todo lo que hemos mencionado
antes de las necesidades del cuerpo y de sus placeres, que son censurables porque conducen al hombre
a lo que Dios prohibió y vedó 132.
La tercera clase de cosas permitidas, las que son por defecto, comprende aquellos actos con los
que el hombre no llega, si quiera, al límite de lo justo e imprescindible en la comida, en la bebida, en el
vestido, en el matrimonio, en las palabras, en el sueño, en el poder disponer de los medios de sustento y
de otras cosas parecidas.
Esta clase también se divide en dos especies: todo ésto o se busca por motivos religiosos o por
razones mundanas. Si lo que se pretende es acercarse más a Dios religiosamente, privándose
ascéticamente del mundo, ésto es laudable y merece premio, como dice el Sabio: "El sabio piensa en la
casa en duelo, el necio piensa en la casa en fiesta" [Eclesiastés, 7, 4]. Pero si lo que se busca es el
mundo, tratando con ello de acrecentar avaramente las riquezas, o de ganarse la alabanza de los demás,
haciendo que crean que es un asceta que se priva de lo lícito y que se contenta con menos de lo
imprescindible, ésto es reprobable, porque se sale de lo normal y tiraniza a su cuerpo, movido por un
excesivo amor al mundo. Como dijo cierto sabio: "El que se aparta del mundo por amor al mundo es
como el que se mete en el fuego llevando paja".
Sin embargo, privarse de la palabra y del sueño es laudable. De la palabra, porque el silencio, al
final, es más seguro, como dijo el Sabio; "Que no te precipiten los labios ni te arrastre el pensamiento.
Dios está en el cielo y tú en la tierra: sean tus palabras contadas" [Eclesiastés, 5, 1], y lo mismo dijo
respecto al sueño: "Un rato duermes, un rato das cabezadas, un rato cruzas los brazos y descansas"
[Proverbios, 6, 10].
De todo cuanto hemos dicho, ha quedado claro que todas las acciones del hombre son o mandatos
o prohibiciones o permisiones. Lo que se sale de los límites de lo justo, en dirección al más o al menos,
constituye un mandato, si se hace por Dios, y una prohibición, si no se hace por El. Si examinamos
aquellas cosas normales que sirven para obtener el sustento necesario en esta vida, hallamos que, en
realidad, son mandatos, como dice el Libro en el capítulo primero del Génesis: "Y los bendijo Dios y
les dijo Dios: creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla" [Génesis, 1, 28]. Y luego añade: "Os
entrego todas las hierbas que engendran semilla, sobre la faz de la tierra" [Génesis, 1, 29]. Por tanto, el
justo medio del alimento entra dentro del capítulo de los mandatos.
Siendo ésto así, queda claro, en consecuencia, que todas las acciones del hombre entran dentro de
los mandatos o de las prohibiciones 133. La explicación de ésto es la siguiente:
El que hace una obra, si ésta pertenece a las cosas que están ordenadas, entonces obra
correctamente. Si deja de hacerla, siendo capaz de ejecutarla, entonces es un negligente. Del mismo
modo, quien hace algo prohibido, es un pecador. Y si deja de hacer la acción vedada, es un hombre
justo, en el caso de que la dejara de hacer por temor de Dios, como dice el Santo: "[Dichoso el que,
guardando sus preceptos, busca de corazón] el que, sin cometer iniquidad, anda por sus senderos"
[Salmos, 119, 2-3]. Y el que hace con intención recta una acción permitida es justo, como dice el
Santo: "Dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos" [Salmos, 112, 5]. Si
sobrepasa lo justo, entonces peca, puesto que se habrá inclinado hacia lo que Dios ha prohibido. Si, en
cambio, se abstiene de algo, quedándose por debajo de lo que es justo (a pesar de que podía haberlo
hecho) y buscando o ejercitarse a sí mismo en la sumisión a Dios, o dominar sus pasiones [acercándose
73
con ello a El], o abstenerse del mundo [para orientarse hacia a la otra vida], entonces se tratará de un
hombre justo y su acción será hermosa. Y, si hace su obra con otros fines ajenos a Dios, en tal caso es
un negligente y su acción, fea. Pues los actos del hombre, se dividen en bellos y feos 134.
Persona racional es, por tanto, la que sopesa el valor de sus acciones antes de ejecutarlas, de la
manera que hemos dicho; la que las medita con su pensamiento y con su facultad de discernir; la que
elige la acción buena y rechaza la que no lo es. Algo así como dice el Santo, la paz sea con él: "He
examinado mi camino para enderezar mis pies a tus preceptos con diligencia, sin tardanza, observo tus
mandatos" [Salmos, 119, 59-60].
Prueba de la evidencia de lo que hemos dicho acerca de la belleza o fealdad de los actos, es el
dicho del Sabio, la paz sea con él: "Que Dios juzgará todas las acciones, aun las ocultas, buenas y
malas" [Eclesiastés, 12, 14]. En consecuencia, por tanto, todas las acciones caen bajo la categoría de
buenas o malas, que es lo que hemos dicho antes con la idea de bellas y feas 135. Ha quedado
demostrado, pues, que las acciones de los hombres se dividen según pertenezcan solamente a dos tipos
de leyes, a saber: las imperativas y las prohibitivas.
Y, puesto que la Ley consiste, por un lado, en expresiones verbales y, por otro, en significados de
las mismas, los hombres se dividen en diez niveles, según el grado de conocimiento que tengan del
Libro.
El primero es el de la gente que puede leer los textos y las historias, es decir: el Pentateuco y el
resto de la Escritura, pero sólo se contentan con aprender de memoria la mayoría de estas cosas, sin
entender su significado, ignorando la explicación de las palabras y las flexiones de la lengua. Están en
la categoría de un asno cargado de libros 136.
El segundo nivel es el de quienes buscan aclarar lo que leen, fijando las vocales del texto. La
mayor parte de éstos ponen su esfuerzo en saber los lugares exactos de la vocalización. Son los
maestros de vocalización y los masoretas.
Tercer nivel: los que ven la insuficiencia del trabajo de cuantos hemos mencionado antes y se
esfuerzan en marcar en el texto los signos de puntuación y los acentos. A ésto añaden la ciencia del uso
de la lengua y su gramática, así como la ciencia de los nombres, de los verbos, de las partículas, de la
unión y separación de las palabras, del expresar el tiempo perfectivo o pasado con palabras del tiempo
futuro, del imperativo a base del nombre de acción, de los verbos sanos, débiles, enfermos y
duplicados, de lo aparente y de lo oculto de las palabras bajo el punto de vista de la gramática, y así de
otras cosas semejantes 137.
Cuarto: los que añaden a lo ya dicho antes, la explicación de las palabras oscuras del Libro de
Dios y de la literalidad de los textos. Además, profundizan en el conocimiento de las metáforas y del
sentido de las palabras en la lengua hebrea, de los términos homónimos y sinónimos, de los derivados,
de los usados normalmente y de las excepciones, tanto en los nombres como en los verbos, y otras
cosas parecidas a éstas.
Quinto: quienes añaden a lo anteriormente dicho, la ciencia del sentido del Libro de Dios y la
explicación de los fundamentos del mismo, así como la investigación del verdadero sentido de las
metáforas, como, por ejemplo, de los antropomorfismos que se mencionan en el texto. Estos son los
intérpretes de la literalidad del Libro de Dios, pero sin apoyarse en la Tradición.
Sexto: Aquellos que dependen de la antigua Tradición, a saber, de la Misina. Pero sin embargo,
sólo tratan algunos preceptos legales, deberes y sentencias, sin tener en cuenta el Talmud 138.
Séptimo: los que agregan a todo lo dicho la atenta consideración del Talmud, esforzándose por
aprenderlo de memoria y por leer sus decisiones, pero sin resolver los casos embrollados y sin aclarar
los temas difíciles que presenta.
Octavo: aquellos a quienes no satisfacen los aspectos de la Ley con que se contentan los antes
mencionados, de forma que se esfuerzan en comprender las opiniones de los expertos en el Talmud, en
resolver los problemas que plantean y en aclarar lo que está oscuro, pero buscando en todo ello la
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alabanza y gloria ante los demás. Abandonan así los deberes de los corazones y se despreocupan de las
cosas que pueden echar a perder las acciones virtuosas. Pasan, a veces, la mayor parte de sus vidas
investigando cosas raras y excepcionales [dentro del ámbito de las sentencias judiciales] y aquellas
resoluciones difíciles y extrañas de los magistrados, aprendiendo de memoria las diferentes opiniones
surgidas en las discusiones de los sabios, en torno a los casos raros que se debaten. De este modo,
abandonan la consideración de muchas cosas que no deberían ignorar, que les afectan a ellos mismos y
que están obligados a investigar, como son los signos evidentes que nos han legado los Profetas y la
Tradición y los modos como se debe demostrar su verdad. Con lo cual, dejan de lado el deber que Dios,
ensalzado y honrado sea, nos ha impuesto de demostrar su verdad con nuestras razones, de entregarnos
sinceramente a El y de muchas más cosas parecidas éstas aprendibles por la razón, que explicaré en
este capítulo, si Dios quiere.
Noveno: los que se esfuerzan por sí mismos en conocer lo que atañe de modo especial a los
deberes de los corazones y de los miembros externos, así como las cosas que pueden debilitar los actos
morales. Conocen racionalmente también lo literal y lo oculto del Libro de Dios, confirman la ciencia
de la Tradición por medio de los libros sagrados y de la razón. Sistematizan las sentencias de los fallos
jurídicos. Clasifican los deberes según las circunstancias temporales y de acuerdo con las diferentes
costumbres de la gente de cada lugar, tras haber considerado los fundamentos del Libro de Dios.
Guardan estos fundamentos y se reafirman en ellos aunando la razón aparente y la oculta 139 y yendo
en pos de la verdad allí donde pueda hallarse. Estos son los expertos en la Guemaráh así como los
gaones que siguieron sus pasos 140.
Décimo: los que heredaron la ciencia del Libro de Dios, recibiéndola de los Profetas, la paz sea
con ellos, así como todas sus interpretaciones y las consecuencias que sacaron de los fundamentos del
Libro. Se trata de los Doctores de la Gran Sinagoga y de los discípulos de éstos, los Tanaitas 141 los
cuales fueron doctos en la Mišnâh y en los Baraitôt, según se recuerda en la Etica de los Padres:
:"Moisés recibió la Ley en el Sinaí y la transmitió a Josué; Josué a los antiguos; los antiguos a los
Profetas; los Profetas a los Doctores de la Gran Sinagoga; los Doctores de la Gran Sinagoga a Simón el
Justo; Simón el Justo a Antígono; Antígono a Yôsef ben Yaser y a Yôsef ben Yohanan, de Jerusalén;
éstos la transmitieron a Yehosua′ ben Perahia y a Nittay el Arbelita; éstos, la pasaron a Yehûdâh ben
Tabbay y a Simón ben Satâh; éstos, la transmitieron a Semaya y Abtalion; de éstos dos vino a šamay y
Hillel y de ellos a Rabbi Yohanan ben Zakkay; de Rabbí Yohanan ben Zakkay a Rabbí Eli′ezer, Rabbí
Gamaliel, Rabbí Eli′ezer ben Arak, Rabbí Yôsef ha-Kohen y Rabbí Simón ben Natanael; de ellos a
Rabbí Akkiba, Rabbí Eli′ezer ben Azaria, Rabbí Tarfon y Rabbí Simon ben Gamaliel; y de ellos a
Rabbí Meyr, Rabbí Yehüdáh, Rabbí Yósef, Rabbí Simeón y Rabbí Yehûdâh ha-Nasí" [Abôt, I, 1] 142.
Y este es nuestro Maestro, el Santo, que reunió las ideas de la Mišnâh, las ordenó, dividió en capítulos
y compuso en forma de tratado. Así, resulta ser ésto el fundamento de la Tradición y en él se apoya
nuestra Ley.
Las maneras de creer y de aceptar la sumisión a Dios que tienen los que pertenecen a la Ley se
dividen en diez niveles:
Primer nivel: los que están dominados por la ignorancia y son arrastrados por la fuerza de sus
pasiones a rechazar la Ley divina, considerándola igual a la política con que se gobiernan
humanamente las naciones y a las leyes con que se rigen los paganos. Y ello se debe al dominio que
ejercen las pasiones sobre sus razones y a sus toscas cualidades naturales. No se someten al yugo de la
Ley divina ni obedecen a las restricciones que les impone la razón, porque buscan una vida licenciosa.
Son como dijo el Sabio: "No halla placer el necio en la inteligencia sino en manifestar [lo que hay] en
su corazón" [Proverbios, 18, 2].
Segundo nivel: aquellos que, no pudiendo rechazar los signos maravillosos de Dios ni pasar por
alto las señales que aparecen a través del Enviado, la paz sea con él, por ser públicas, dudan, sin
embargo, de la autenticidad de la Ley y vienen a decir más o menos lo que profesaban los
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anteriormente mencionados, a saber: que Dios, lo que ha querido es guiar a los hombres a fin de que
sus asuntos mundanos se desenvuelvan correctamente, para lo cual habría inducido al Profeta a que
gobernase mediante las leyes que les convenía, dándoles Dios signos, señales y pruebas para que
fuesen acatadas sus órdenes y aceptadas sus leyes. Pero todo ésto lo admiten sin creer en los premios y
castigos futuros que vienen de Dios.
Sin embargo, creemos que se puede refutar, brevemente, con total evidencia todo ésto, a base de
argumentos que se oponen directamente a lo que dicen y a base de las mismas conclusiones que se
derivan de sus asertos.
Por lo que toca a la refutación directa, hay que decir lo siguiente: ciertamente Dios, ensalzado
sea, es demasiado sublime y excelso como para que se digne alterar el orden natural mediante unos
milagros con la única finalidad de apoyar a uno que dice mentiras sobre El y que afirma haber oído de
Dios cosas que jamás dijo El, aun en el caso de que, mintiendo acerca de Dios, ensalzado y honrado
sea, se conduzca rectamente a un pueblo. Porque no es más admirable y difícil de aceptar la inspiración
de Dios sobre el Profeta que la alteración milagrosa del orden natural.
Respecto a las consecuencias que se derivan de estos asertos, digo lo siguiente: si fuese cierto el
argumento que proponen estos tales, diciendo que Dios se comporta así (haciendo milagros sólo para
apoyar la autoridad política y humana de su Profeta, resultaría que también estaríamos totalmente
obligados a entregarnos por entero a la palabra de su enviado, pues Dios, ensalzado sea, no hace sus
milagros a través de alguien que desconoce la manera de guiarnos y de conducirnos. Por tanto, si Dios
eligiera a alguien para gobernarnos y conducirnos, manifestando prodigios a través suyo, a este tal
deberíamos encomendarle nuestra política y gobierno. De hecho, así lo hacemos en ocasiones, incluso
cuando se trata de un señor o de un soberano que no tienen ninguna sabiduría, como dice: "Hijo mío,
teme al Señor y al rey; no provoques a ninguno de los dos" [Proverbios, 24, 21]. Y si ésto es así [en el
caso de gobernantes que ni son sabios ni hacen prodigios] ¿cómo no se someterá el hombre a quien
muestra portentosos milagros? Por estas dos razones aducidas, los que así argumentan deben aceptar la
obligatoriedad de la Ley de Dios. A este respecto dice el Sabio: "Los inexpertos, aprended sagacidad,
los necios, adquirid juicio" [Proverbios, 8, 5].
Tercer nivel: Aquellos que ven clara la verdad de la Ley, pero pretenden decir que se trata de un
don de Dios, ensalzado sea, sólo para regir a sus creaturas en esta vida y gobernar a los hombres en este
mundo, pero no para obtener una recompensa o castigo en la vida futura. Y se equivocan al aducir
como apoyo de su afirmación, lo que con frecuencia se repite en el Libro de los Profetas, acerca de los
premios y castigos que Dios da en este mundo, prescindiendo del otro. Ya trató de ésto nuestro maestro
Sě′adyah, Dios esté satisfecho de él, en su comentario a "Si seguís mi legislación" 143, cuando
recuerda que se puede refutar con toda contundencia el parecer de estos tales, basándose también en los
Libros de los Profetas, en los cuales hay tantos y tan claros testimonios referentes a los premios y
castigos en la otra vida, de entre los cuales está el dicho del Santo, la paz sea con él: "Que Dios juzgará
todas las acciones, aun las ocultas, buenas y malas" [Eclesiastés, 12, 14]. También están los siguientes
textos: "[Pero a los que respetan mi nombre los alumbrará el sol de la justicia [...]. Saldréis saltando
como terneros del establo] pisotearéis a los malvados, que serán como polvo bajo la planta de vuestros
pies" [Malaquías, 3, 21], "Entonces veréis la diferencia entre buenos y malos, entre los que sirven a
Dios y los que no le sirven" [Malaquías, 3, 18], "Y al salir verán los cadáveres de los que se rebelaron
contra mí, su gusano no muere, su fuego no se apaga y serán el horror de todos los vivientes" [Isaías,
66, 24], "Qué bondad tan grande. Señor, reservas para tus fieles y despliegas a la vista de todos con los
que a Ti se acogen" [Salmos, 31, 20], "Y te dejaré acercarte con esos que están ahí" [Zacarías, 3, 7],
"Jamás oido oyó ni ojo vio un Dios fuera de Ti que hiciera tanto por el que espera en él" [Isaías, 64, 3],
"Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida eterna, otros para ignominia
perpetua" [Daniel, 12, 2], "Te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor" [Isaías, 58, 8] y
otros muchos textos similares cuya enumeración sería larga.
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Cuarto nivel: Aquellos que tienen firmemente asentada en sus almas la evidencia de la Ley y la
verdad de los premios y castigos en la otra vida, pero se inclinan interiormente al amor del mundo y de
sus pasiones, convirtiendo sus actos de sumisión a Dios en estratagemas para mejor atrapar al mundo.
Aceptan la obligación de la Ley en lo externo de sus conductas, pero no en lo interior; la profesan con
la lengua, pero no con los corazones; son como dice: "Saludan con la paz al prójimo y por dentro le
traman asechanzas" [Jeremías, 9, 7].
Quinto nivel: quienes tienen claro todo cuanto precede en torno a la Ley y a la verdadera realidad
de los premios y castigos en la otra vida, pero sin embargo, sus almas se inclinan al amor del mundo.
Así, aceptan la Ley, pero la cumplen para obtener, en esta vida, tanto el premio divino como la
alabanza y respeto de los hombres. Es una de las formas de hipocresía y de idolatría latente.
Sexto nivel: los que buscan con sus obras el premio divino, pero solamente en este mundo al cual
aman prefiriendo seguir sus placeres, porque ignoran la posibilidad de la recompensa en la otra vida y
la felicidad que comporta.
Séptimo nivel: quienes tienen claro todo lo dicho antes y buscan en la sumisión a Dios la
recompensa tanto en esta vida como en la otra. Sin embargo, no saben cómo es la auténtica sumisión a
Dios, en sí misma considerada, es decir, motivada por el deseo de engrandecer y glorificar a Dios,
solamente por el hecho de que es digno de ello. De éstos dicen nuestros antepasados, la paz sea con
ellos: "No seas, pues, como los siervos que sirven al señor para recibir un salario, sino como los
esclavos que trabajan sin recibir un jornal. Que el temor del cielo repose sobre vosotros" [Abôt, I, 2].
Octavo nivel: aquellos que ven claro todo lo dicho pero aceptan el someterse a Dios por miedo a
sus castigos en este mundo y en el otro. Ya hemos puesto en claro lo reprobables que son estas dos
opiniones.
Noveno nivel: quienes creen en la Ley, saben con certeza que se dará un premio o castigo en las
dos vidas conjuntamente y buscan la sumisión a Dios por sí mismo y porque es digno de este
sometimiento, pero, sin embargo, no se previenen de las cosas que pueden deteriorar esta sumisión. En
consecuencia, se ven invadidos de esta corrupción, sin saber de dónde les viene, como dice el Sabio:
"Una mosca muerta echa a perder un perfume" [Eclesiastés, 10, 1] y un poco antes: "Un sólo fallo echa
a perder muchos bienes" [Eclesiastés, 9, 18]. Dijo un maestro a sus discípulos: "Si no tenéis ningún
pecado, temo por vosotros algo peor que los mismos pecados". Se le preguntó qué era aquello y
respondió: "El orgullo y la vanidad", como dice el Libro: "El Señor aborrece al arrogante" [Proverbios,
16, 5].
Décimo nivel: Los que están convencidos de la Ley y de la consiguiente existencia de premios y
castigos en las dos vidas, en ésta y en la otra; son conscientes de que no deben descuidarse; y sus
corazones ven lo que deben a Dios por su gran benignidad y por la bondad derramada sobre ellos. Pero
no esperan ni premios ni castigos, sino que se apresuran a darse por entero a la sumisión a Dios, su
Señor, engrandeciéndole, magnificándole, anhelándole y entregándose con pureza interior, movidos por
el conocimiento y saber que de El tienen. Este es el nivel más alto de quienes creen en la Ley,
constituyendo el grado al que pertenecieron los Profetas y los Santos, los cuales pactaron con Dios, se
comprometieron con El, entregándose a sí mismos, a sus hijos, a sus riquezas y a sus propios placeres
144, y fueron fieles en cumplir lo que le habían prometido a Dios. De ellos dice el Libro:
"Congregadme a mis fieles que sellaron mi pacto con un sacrificio" [Salmos, 50, 5].
Estas son las formas que tiene la Ley de advertir sobre la sumisión a Dios y los niveles en que se
distribuye la gente que conoce los Libros Santos, así como los grados que hay 145 de los que creen en
esa Ley. A veces se dan otros grados que no hemos descrito aquí. Pero hemos mencionado lo que
normalmente se da en la mayoría de la gente; dando solamente lo que nos puede ser útil y lo que
estimula a quienes buscan alguna orientación en su vida. En efecto: cuando uno halla en esta lista un
nivel respecto al cual se encuentra cerca, conoce entonces el que hay a continuación y desea subir a él;
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y, cuando ve claramente la distancia que media entre el nivel en que está y el más alto de todos, desea
ascender más y más; con todo lo cual se le hace más fácil la subida.
Artículo quinto
Convendría que explicásemos ahora, hasta el final del presente capítulo, la manera como se da la
advertencia o concienciación racional, utilizando preguntas y respuestas, para resolver y aclarar
nuestros interrogantes sobre este tema.
Así, pues, decimos lo siguiente: la advertencia racional es una inspiración que Dios da al hombre
a través de su razón, para que le conozca y para que discierna las huellas de su sabiduría. Es algo que
proviene de Dios, ensalzado sea, y que sobreviene a quien se deja guiar por la Ley, cuando ha llegado
al máximo de su capacidad racional y de su claridad de discernimiento. En consecuencia, desea
ardientemente este tal complacer por entero a Dios y ascender hasta El gradualmente por las virtudes,
vaciando su corazón del cuidado del mundo y de sus solicitudes.
A lo que llega el hombre por medio de la concienciación racional es a darse cuenta de aquellas
cosas que Dios grabó en los intelectos humanos, como son por ejemplo: estimar como buena la
veracidad y reprobar la mentira; elegir lo que es justo; huir de la injusticia; pagando, agradecidos, con
el bien a los benefactores y con el mal a quienes lo hacen, recriminándoselo; tratar pacíficamente a los
demás; favorecerles; devolver los favores con alabanzas, las obras buenas con premios y las malas con
castigos; ser excelente dando los premios y castigos que deben darse; y perdonar a los pecadores
cuando se arrepienten sinceramente.
Una vez que se hayan asentado claramente estos principios en el alma del hombre, habiendo
utilizado para ello la razón y el discernimiento, esa misma razón quedará completamente sana y el
poder de discernimiento será totalmente vigoroso. En efecto, aquel a quien Dios inspira el camino que
conduce directamente a El, se pondrá a pensar y reflexionar en su interior para hacer recuento de los
favores que Dios le ha concedido, con lo cual, su capacidad de discernirlos se robustecerá. Y, cuando
desee detectar y enumerar con su razón tales favores y vea que no puede hacerlo por la universalidad,
número, constancia y continuidad de los mismos, entonces decidirá ser justo al exigirse a sí mismo la
obligación que con la razón reconoce tener de corresponder con buenas obras a su Benefactor. En
consecuencia, elegirá el temor de Dios 146, ensalzado sea, por los beneficios que le ha concedido. Y,
cuando con la mirada del corazón, se de cuenta de su debilidad y bajeza para hacer todo ésto,
considerando, además, que Dios no necesita de él para nada, entonces caerá en la cuenta de la
obligación que tiene de humillarse y de rendirse ante El. Luego, su razón buscará aquellas acciones con
las que con toda seguridad pueda aproximarse y acercarse a Dios, de forma que con ésto sustituya la
reciprocidad [que le debe a Dios de corresponder con los mismos bienes que El le da. De esta manera,
su razón le hará tomar conciencia para que siga por el justo camino.
Así, la razón dirá al alma: 147 ¿No ves claro y no estás totalmente convencida de que estás
hipotecada por los dones que te ha dado tu Creador y de que estás poseída por la grandeza de su bondad
y por la magnitud de sus dones?
El alma: Si
La razón: ¿Y quieres pagar a Dios algo de lo que le debes?
El alma: Si.
La razón: ¿Y cómo puedes estar segura de ésto, puesto que tu deseo de alcanzarlo es sumamente
débil? No soporta las amarguras del remedio sino aquel que desea ardientemente curarse. El que no lo
desea así, no aguanta las penalidades del tratamiento.
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El alma: Deseo firmemente y estoy muy inquieta por pagar, cuanto me es posible, la deuda que
tengo contraída con mi Señor. Sin embargo, auméntame esta seguridad que ya tengo.
La razón: Si dices la verdad en todo lo que expones, tu curación puede ser un éxito. Pero si la
cosa no es como tú afirmas, sólo te engañas a ti misma. Si el enfermo miente al médico, únicamente se
engaña a sí mismo, pues, entonces, el médico desperdicia sus cuidados y se duplica la dolencia del
enfermo.
El alma: Pero ¿cómo va a depender de mí el desear ésto o el ser remisa en ello?
La razón: Si tu deseo te nace de que sabes y estás firmemente convencida de lo muy obligada que
estás para con Dios, en compensación por sus beneficios, de la pequeñez de tus fuerzas, de que, si
desistes de todo ésto, te sobrevendrá la ruina y el aniquilamiento, y de que, por el contrario, si te
esfuerzas en esta tarea, tendrás éxito y vida plena, entonces tu deseo será verdadero, tus ansias
auténticas y lo contrario, una mentira.
El alma: Pero mi deseo de someterme a Dios siempre ha sido débil y mi anhelo de servirle falso,
desde el tiempo en que únicamente me incitaban a servir a Dios las reliquias que quedaban de días
pasados 148 Esto ha sido así, hasta que todo cuanto me has dicho se me ha hecho claro y evidente y me
he quedado plenamente convencida de ello, primero, por la advertencia de la Ley y, luego, por
demostración racional. De este modo, mi deseo de someterme a Dios ha vuelto a ser auténtico y mi
anhelo de servirle, verdadero.
La razón: Si lo que dices es verdad, soporta las penalidades de la curación y aguanta lo amargo y
desagradable del tratamiento, tras suprimir el mal alimento al que hace tiempo estás acostumbrado.
El alma: ¿Cuál es ese mal alimento al que estoy acostumbrado y que he usado normalmente?
La razón: Se trata de una disposición natural y reprobable que te domina desde el comienzo de tu
existencia, unida a las fuerzas que posee las cuales la han robustecido desde tu más temprana juventud.
El alma: ¿Y cuál es esa disposición y esas fuerzas que la robustecen?
La razón: La disposición natural y reprobable que posees es múltiple y tiene su fundamento y
origen en otras dos disposiciones. Una es el amor a los placeres corporales de la comida, de la bebida y
de todas las demás exigencias de tu cuerpo. Esta disposición la adquiriste en el trato con lo que te es
más habitual, cual es el cuerpo. La otra disposición natural es el amor a dominar y ser honrado, así
como la vanidad, la soberbia, el orgullo y la altanería, todo lo cual te lleva a ser poco equitativo con tus
benefactores. Esta disposición la has adquirido en tu trato y roce con aquellos entre quienes has
crecido, a saber: tus hermanos y parientes.
El alma: ¿Y las fuerzas que debo apartar de mí?
La razón: La fuerza de la primera disposición mencionada es el exceso en la comida, vestido,
sueño, descanso, tranquilidad y cosas parecidas a éstas. La fuerza de la segunda disposición es el
exceso en las palabras, el demasiado trato social, el adornarse y embellecerse de cara a los demás, el
buscar las alabanzas y honores de la gente, el competir con los otros por el logro de los bienes
mundanos, el apoderarse de lo que tienen 149, el despreciar al prójimo, el recordar sus defectos y otras
cosas semejantes. Si el ansia y deseo, que dices tener, de agradecer debidamente a Dios los dones
recibidos, son auténticos, aparta de ti, con todas tus energías, las fuerzas y disposiciones que te he
mencionado y te elevaré, entonces, al último pórtico que da acceso a la curación.
El alma: Me resulta sumamente difícil el prescindir de todo ésto, dado que hace mucho tiempo
que estoy acostumbrada a estas cosas. Pero enséñame la manera de que se me haga fácil.
La razón: Sabes muy bien que el hombre inteligente, cuando está enfermo, encuentra fácil que le
amputen un órgano cualquiera de su cuerpo y que pierda alguno de sus miembros para prevenir que se
propague la enfermedad a los restantes órganos, si considera la diferencia que hay entre los dos estados,
el de la enfermedad y el de la salud, y distingue claramente entre los dos males [que puede padecer: el
de perder el miembro en cuestión o el de que la enfermedad se extienda por todo el cuerpo. Del mismo
modo, si aceptas el que te sea fácil la privación de aquello que ahora tu ves difícil de suprimir, haz
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acopio de inteligencia y emplea tu ingenio para ver los bienes que te acarrea la amputación de tus
antiguas disposiciones y los males que comporta el conservarlas. De este modo te resultará sencillo el
privarte de lo que te parece difícil, a saber: el abandonar las disposiciones naturales reprobables.
El alma: ¿Y qué bienes son los que me sobrevendrán al privarme de todo ésto y qué males serán
los que me vengan si persevero en estas malas disposiciones?
La razón: Los bienes que te sobrevendrán son la tranquilidad y serenidad de tu alma, una vez que
se haya alejado de las sombras de esta lúgubre vida, cuyos placeres están mezclados con penalidades y
cuyas pasiones son transitorias. A ello seguirá el que conozcas muy bien y con detalle la casa eterna [en
la que permanecerás definitivamente], el que te afanes por ella y el que te preocupes por conseguirla.
Este es uno de los pórticos que dan acceso a tu salvación y vida auténtica.
Los males que te sobrevendrán son: tu continua preocupación por los bienes de este mundo; el
multiplicarse, en consecuencia, tus penas y el habitar en tus tristezas al ver que aquello que esperas de
este mundo se te escapa continuamente, pues si llegas a alcanzar algo, sólo conseguirás polvo huidizo y
sin solidez, puesto que, en definitiva, lo que logres acabará beneficiando a otros y no a ti. De esta
manera, el presente mundo se te escapará de las manos y el otro no lo alcanzarás. Y lo que es más
notable: no alcanzarás nunca tus deseos, aunque les dediques un esfuerzo continuo.
El alma: Comprendo lo que dices y espero que me será fácil, con lo que me has dicho, conseguir
separarme de lo que antes me resultaba difícil, si Dios quiere. Pero enséñame la segunda etapa de la
curación para que me conduzca a lo que tanto deseo: el sometimiento a mi Señor.
La razón: El fundamento de este asunto y el resumen total de lo que pretendemos aquí es que te
sientas obligada con respecto a quien está por encima de ti, en lo mismo que quisieras que estuviera
obligado a ti aquel que tienes debajo tuyo. E, igualmente, que estimes como bueno o malo con respecto
al que tienes encima, lo mismo que exiges del que tienes debajo en relación a ti.
El alma; Explícamelo y acláramelo más.
La razón: Considera los bienes que Dios, ensalzado sea, te ha concedido, tanto los que son
comunes a todas las creaturas, como los especialmente dirigidos a ti. Luego, imagina que haces los
mismos favores a un esclavo. Entonces, aplica a tu relación con Dios, las formas de conducta que tú
estimarías como buenas en las relaciones de tu siervo en relación a ti; y lo que pensases que era malo
del esclavo para contigo, aplícalo a tu relación con Dios.
El alma: He entendido lo que de un modo general me has dicho. Haz el favor de explicármelo con
más detalle.
La razón: Las cosas buenas que debe practicar un servidor mundano con respecto a su señor
(teniendo en cuenta que éste le ha dado sólo una pequeña parte de las cosas que te ha concedido a ti tu
Señor) son: servir exclusivamente a su señor con palabras y con obras; serle leal; esforzarse en su
servicio, tanto en lo externo como en lo interno; sentir respeto y temor mientras está en su presencia,
según lo que dijo un santo: "No desobedezcas a tu señor, pues te ve"; someterse y acatar a su señor en
lo externo de sus actos y en lo interior de su intimidad; guardar decoro en su presencia tanto en sus
atavíos como en su conducta; glorificarle y engrandecerle con su lengua y con su interior
convencimiento; alabarle y darle las gracias de noche y de día; valorar sus beneficios tanto en secreto
como públicamente; recordar sus bondades; alabarle porque es digno de ello; esforzarse en someterse a
él por generosidad 150 y por amor, para tener privanza ante él. Así, trata de aproximarse siempre lo
más posible a lo que pueda satisfacerle, a su sometimiento; le pide que perdone sus pecados, ama a su
señor; teme ser demasiado débil en aquellas cosas que él le ha encomendado; tiene en cuenta sus
mandatos; se aparta de lo que prohibe; evita los pecados anteriores; considera en mucho sus dones,
engrandeciéndolos, a la vez que menosprecia sus actos en comparación con aquello a que en verdad
está obligado; tiene en poco el esfuerzo que realiza en comparación con lo que debiera hacer y se
minusvalora a sí mismo al contrapunto de la grandeza de su señor; multiplica los actos de adoración, se
prosterna ante él y se inclina en su presencia humillándose y sometiéndose; se pone en sus manos en
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todas sus necesidades y se contenta con todas las situaciones en que su señor le pone, colmándolo de
alabanzas y agradeciéndole todo. Aunque le haga pasar hambre está satisfecho y lo soporta, no
echándoselo en cara ni le reprocha sus decisiones. Se contenta con todo lo que le envía su señor y sigue
creyendo firmemente en él a pesar de todas las pruebas a que le somete. Ante los beneficios que
recibe, no deja de manifestar su servidumbre y esclavitud, en todos sus movimientos, miembros y
conducta.
El tal siervo no habla sino recordando continuamente a su señor; no está atento sino a las huellas
que tras sí va dejando y no escucha sino sus ordenes. No come sino lo que el señor le suministra; no
piensa sino en su grandeza; no se alegra sino en lo que le agrada; no se satisface sino con su contento y
no se regocija sino sometiéndose a él; sólo pide el obtener su aprobación, únicamente se lanza a la
acción cuando le ordena algo. Solo se aparta de aquello que supone desobediencia y únicamente lee sus
libros. No se viste sino con las vestiduras de su temor. Solo se duerme en el lecho de su amor. Solo
sueña con su rostro y sólo le despierta la dulzura de su recuerdo. Solo tiene trato familiar con él. No
huye sino de la rebelión a su señor. Solo le entristece su cólera. Solo teme sus reproches y sólo tiene
esperanza en su bondad. Solo se enardece con lo que pueda complacerle y no se satisface sino con lo
que satisface a su señor. No toma nada sin su permiso y no da cosa alguna sino a quien él designa. Y
así en todos sus movimientos: no mueve un pie ni parpadea un sólo instante sino con el beneplácito de
su señor.
Respecto a las cosas malas y reprobables que se encuentran en los siervos mundanos hay que
decir que son todas las opuestas y contrarias a las buenas ya mencionadas.
Te he resumido todas aquellas cosas que he creído eran suficientes sobre este particular, para que
te lleven a otras muchas más que quedan, así como a sus contrarios.
Y puesto que la servidumbre de la gente del mundo con respecto a sus señores se estima como
buena cuando se desarrolla en los términos que hemos descrito y sabes bien lo pequeños que son los
beneficios que reciben de sus señores, ¿cuánto te obligarán, respecto a Dios, ensalzado sea, los
ejemplos que te hemos expuesto, ya que quieres ser justo y actuar en concordancia con la grandeza de
los dones que Dios ha derramado sobre ti?
Artículo sexto
[Obligación de someterse a Dios, de acuerdo con los dones que se han recibido de El]
El alma: Entiendo lo que me has dicho. Con lo que me has explicado es suficiente. Pero aclárame
ahora de qué diferentes maneras estoy obligada a la perfecta sumisión a Dios, ensalzado sea.
La razón: Las distintas maneras que hay de someterse los hombres a Dios se diferencian entre sí,
según sean los beneficios, generales o particulares, que les ha concedido. Ahora bien, los beneficios
que Dios otorga a los hombres son de cuatro clases:
La primera consiste en el don que Dios ha concedido a todos los hombres de una manera general,
a saber: el que Dios haya creado al ser humano de la nada, que le haya dado vida y que le haya
colmado de todos aquellos bienes que hemos mencionado antes, en el capítulo segundo de este libro.
Todo ésto obliga a los hombres a una sumisión general a Dios, la cual consiste en someterse a todas
aquellas leyes racionales naturales que siguieron Adán, ENAC, Noé y sus descendientes, Job y sus
compañeros, hasta llegar a la época de Moisés, la paz sea con él. A quien cumple todas estas leyes
naturales racionales, con el fin de someterse a Dios, le da el Señor abundantes bienes, más que a los
demás hombres, lo distingue en este mundo sobre los otros y le da generosos premios en la otra vida.
Como es el caso de Abraham a quien Dios dijo lo siguiente: "No temas, Abraham, yo soy tu escudo y
tu paga será abundante" [Génesis, 15, 1]. Aquel, en cambio, que rechaza a Dios, a pesar de los
beneficios que le ha otorgado, decae del rango y de las excelencias propias del ser humano, hasta
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sumirse en el grado más bajo de los animales irracionales, siendo su estatuto en este mundo como el de
las bestias, como dice el Libro: "[Pero los malvados perecerán]. Los enemigos del Señor se marchitarán
[como lo mejor de un carnero]" [Salmos, 37, 20], y su situación en la otra vida, la de un extremo pesar,
como dice: "Mi aliento será fuego que os devore" [Isaías, 33, 11].
La segunda abarca el don que Dios concede a algunas tribus y pueblos de una manera especial
sobre todos los demás, como es el caso de los hijos de Israel, cuando los sacó de Egipto y los introdujo
en la Tierra Prometida 152. Con ello, les obligó el Creador, ensalzado sea, a una sumisión especial,
además de la anterior. Se trata de las leyes transmitidas por la Tradición, dadas después de que Dios
hubiera reafirmado las leyes racionales naturales y concienciado a los hombres con ellas 153. A quien
acepta por el mismo Dios estas leyes tradicionales, El le concede el privilegio de una serie de dones
especiales que le fuerzan a someterse a El de una manera superior a la que profesa su nación y su tribu,
como lo hallamos en el caso de la tribu de Lev, cuando Moisés dijo, la paz sea con él: "¡A mí los del
Señor!. Y se le juntaron todos los levitas" [Éxodo, 32, 26]. De este modo. Dios derramó en abundancia
toda clase de bienes quedando Aarón y sus hijos señalados, entre todos los demás, para servir a Dios en
el lugar de su luz 154, mandándoles unas leyes que superaban a las del resto de la nación y
prometiéndoles unos premios extraordinarios en la otra vida. Por el contrario, quien desobedecía a
Dios, decaía de su especial rango, tanto en esta vida como de la otra, y recibía en ambos mundos los
castigos que merecía, como dice el Sabio: "Le irá bien al que teme a Dios, porque lo teme y no le irá
bien al malvado, el que no teme a Dios será como sombra, no prosperará" [Eclesiastés, 8, 12-14].
La tercera es la del don que vierte Dios sobre una familia elegida de entre las demás, como es el
caso de la sacerdotal, la levítica y la real (es decir: la de la Casa de David, la paz sea con él), quedando
obligados estos tales a la sumisión, [en virtud de la elección hecha por Dios]. En concreto, las leyes de
los sacerdotes y levitas son bien conocidas y evidentes en el Libro de Dios, y en relación a las leyes de
la Casa de David, dice el Libro: "Casa de David, así dice el Señor: Id temprano a administrar justicia,
librad al oprimido del poder del opresor" [Jeremías, 21, 12]. Quien de entre éstos cumple
perfectamente tales cosas, procurando satisfacer a Dios, quedará señalado con dones especiales en este
mundo y con excelentes premios en el otro, llegando a ser Profeta elegido 155 o Santo que dirige a los
demás, como dice el Libro acerca de Fineés 156: "Pero Fineés se levantó e hizo justicia y la plaga cesó
y se le apuntó a su favor por generaciones sin término" [Salmos, 106, 30-31]. Y: "Pero los sacerdotes
levíticos descendientes de Zadoq, que se hicieron cargo del servicio de mi santuario cuando los
israelitas anduvieron extraviados lejos de mí, se acercarán a mí para servirme" [Ezequiel, 44, 15]. Pero
quien se rebela contra Dios, decae de sus elevados privilegios en el mundo y alcanza el suplicio
doloroso en la otra vida, como sabes bien por la historia de Qoraj y de sus seguidores 157.
La cuarta clase es la del don que Dios vuelca sobre alguna persona elegida de entre las familias,
tribus y hombres, como es el caso del Profeta elegido o del Santo designado [como sucesor del Profeta]
para dirigir al pueblo, o el del Sabio experto en ciencia, en capacidad de comprensión y de consejo y en
otras cosas parecidas a éstas.
A cada uno de estos dones, corresponde una sumisión a Dios, ensalzado y honrado sea, cada vez
más perfecta. Y el que la cumple, seguirá teniendo en esta vida todos los dones, tanto generales como
particulares, y Dios le aumentará la capacidad de disponer de ellos y de conocerlos mejor, como dice:
"El Señor juró: Si tus hijos guardan mi alianza y los mandatos que les enseño, también sus hijos, por
siempre, se sentarán en tu trono" [Salmos, 132, 11-12], a la vez que le dará un magnífico premio en la
otra vida, como dice el Santo, la paz sea con él: "Espero gozar de la dicha del Señor, en el país de la
vida" [Salmos, 27, 13]. Pero quien desobedece a Dios, a pesar del don con que le señaló, decae de
todos sus privilegios y la cuenta que el Señor le pedirá en este mundo será sumamente estricta, como
dice: "[Dijo Moisés a Aaron:] A ésto se refería el Señor cuando dijo: ’Mostraré mi santidad en mis
ministros y mi gloria ante el pueblo’" [Levítico, 10, 3]. Y: "A vosotros solos os elegí entre todas las
tribus de la tierra, por eso os tomaré cuentas de todos vuestros pecados" [Amós, 3, 2]. De este modo, el
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castigo que sobrevendrá a este tal en la otra vida será extremo, como dice: "Que está dispuesta desde
hace tiempo en Tofet, está dispuesta, ancha y profunda, una pira con leña abundante" [Isaías, 30, 33].
La sumisión a Dios a que el hombre está obligado depende de las cuatro clases de dones que
acabamos de exponer. Siempre que Dios incrementa sus beneficios a los hombres, aumenta también el
deber de éstos de someterse a El. Prueba de ello es, por ejemplo, que la cantidad que hay que dar de
diezmos está marcada por la cuantía de la renta de cada uno, según el dicho: "Todos los años apartaréis
el diezmo de los productos de tus campos" [Deuteronomio, 14, 22]. De este modo, aquel a quien Dios
concede cien medidas de sustento, está obligado, en consecuencia, a dar diez medidas a Dios; y si el
Señor le ha dado diez medidas, deberá entregarle una. Si el primero entrega a Dios nueve medidas y
media y el segundo una, pero completa, el primero merece castigo y el segundo premio. Lo mismo se
diga de aquel a quien no se le han dado hijos: decaen de él las obligaciones de circuncidarle y de
enseñarle el Libro de Dios. Igualmente: quien es cojo deja de estar obligado a la peregrinación y quien
está enfermo no tiene la obligación de cumplir los mandatos legales, por cuanto no tiene fuerzas para
ejecutarlos.
Y de acuerdo con este argumento, aquel a quien Dios ha concedido un don especial, está obligado
a someterse a El y servirle, dándole gracias por ese favor. Por eso, algunos santos antiguos sentían
temor cuando les sobrevenía algún don de Dios en esta vida. Y se asustaban por dos motivos: uno,
porque, teniendo la mira puesta en la otra vida, tenían miedo de quedarse cortos a la hora de cumplir
total y perfectamente la sumisión a Dios a que estaban obligados por ese don recibido y de no dar las
suficientes gracias por él, según el dicho: "No merezco los favores ni la lealtad con que has tratado a tu
siervo" [Génesis, 32, 11]. El segundo motivo era que temían que la recompensa que Dios, ensalzado
sea, les iba a dar en la vida eterna por su sumisión, disminuyera por culpa de aquellos dones recibidos
ya en este mundo como premio a sus acciones, tal como explican los antiguos [Kiddušîm, 40 b]:
"Llena de bienes a quien le odia, para aniquilarle" [Deuteronomio, 7, 10]158. Ya es suficiente sobre
este tema.
El alma: He entendido cuanto me has dicho. Pero no me hallo con fuerzas para cumplir con la
obligación que tengo contraída para con Dios en correspondencia a los bienes generales que ha
derramado sobre todos los hombres; y, a mayor abundamiento, [me siento incapaz de responder con mi
sumisión a aquellos [beneficios que me ha concedido] a mí de un modo especial. Porque, si en algún
momento surge en mí el deseo de pagar a Dios lo que le debo por estos beneficios, sólo se me ocurre
entonces esperar que esos bienes se sigan repitiendo en el futuro. Y así es mi agradecimiento a Dios:
cuando le doy gracias por sus dones, únicamente lo hago de palabra pues mi cuidado interior y mi
objetivo secreto se centran en pedirle y exigirle que continúen y aumenten esos beneficios, no
renunciando, por mi parte, a poseer esos dones ni a que desaparezcan. Y, si estoy en semejante guisa de
sumisión y agradecimiento a Dios, ensalzado sea, con tan poca aceptación de la obligación que me
imponen sus beneficios generales, ¿cómo podré cumplir con la otra sumisión que debo a Dios por los
dones que me ha concedido a mí de modo especial? Enséñame la mínima sumisión a Dios a que estoy
obligada para que continúe la gracia divina.
La razón: Te quejas de tu poca entrega a la sumisión a Dios, de que le agradeces escasamente sus
beneficios, de que tu lengua sólo manifiesta un agradecimiento de palabra, de que tu intención es
interesada y de que lo único que deseas interiormente es que los beneficios aumenten y continúen. Pero
todo ésto se debe a tres fallos:
El primero es el vehemente amor que te tienes a ti misma y el deseo que albergas de almacenar
bienes. No mueves un pie para someterte a Dios o a otro cualquiera, si no es con la intención de
conseguir el bienestar por sí mismo. Pero ya te he dicho en mi primer método de curación que te
esfuerces cuanto puedas en apartar de ti esta condición reprobable. De esta manera espero que te
reformarás 159.
83
El segundo es que ignoras la bondad que Dios, ensalzado sea, tiene para contigo, ya que te
imaginas que alcanzas estos dones divinos porque se los pides, siendo así que te da tanto lo que sabes
como lo que no sabes que te conviene, y, cuando se lo pides, no sabes quién te benefició desde el
comienzo 160. Ojalá te des cuenta. Si alejaras de ti esta idea, se purificaría tanto tu sumisión a Dios
como tu agradecimiento interior a El, siendo así tu esperanza más sólida y positiva.
El tercero es que te desconoces a ti mismo y lo que debes hacer, pues te consideras digno de los
más excelsos dones, no dejando de buscarlos un solo momento. Y cuando te llega algún beneficio de
Dios, deseas con toda tu alma lograr otro mayor aún. Con ésto no piensas que el Creador Altísimo es el
ser que más merece tu más firme sumisión, por el bien recibido. Más aún, si te sometes, estimas ésto
como un favor que concedes a Dios, a pesar de que sabes bien la necesidad que tienes de El y que El,
por su parte, no necesita de ti para nada.
Si lograses arrancar de ti esta ignorancia, si vieras claramente todas estas cosas y si supieras que
el Creador que te hizo, ensalzado sea, mira más por ti y sabe mejor que tú lo que te beneficia y lo que
no, entonces estarías satisfecho y contento con lo que te llega de sus manos, aumentaría la sinceridad
de tu gratitud hacia El por lo que te da y no estaría tu esperanza pendiente de aquellas cosas que te
impiden, por un lado, conocer bien los dones que te sobrevienen y, por otro, cumplir el deber que tienes
contraído para con Dios, [en gratitud de los dones que te concede]. En esta situación, aquello que te
corresponde, no te faltará de ninguna manera, puesto que lo habrás merecido por la sumisión que rindes
a Dios y no porque lo esperes o porque estés pendiente de ello.
Artículo séptimo
[Explicación de los mínimos a que esté obligado el beneficiado por los favores recibido del
benefactor]
Respecto a lo que me preguntas sobre los mínimos de sumisión a Dios, ensalzado sea, a que
estamos obligados y que son precisos para que continúe derramándose la gracia de Dios sobre el
hombre, he de decirte que estos mínimos exigen diez condiciones 161:
[Primera]: No hay que tomar los beneficios de Dios como medio de rebelión contra el.
[Segunda]: Hay que recordar de palabra los beneficios que Dios vuelca sobre uno y multiplicar
las alabanzas y agradecimientos desde el corazón y expresándolos verbalmente.
[Tercera]: No hay que olvidar estos dones ni tenerlos en poco.
[Cuarta]: Si el beneficio viniera a través de un intermediario, no hay que atribuírselo a éste y dar
las gracias al mediador, dejándoselas de dar a Dios.
[Quinta]: No hay que ensoberbecerse por el don recibido, ni pensar en que se consiguió por sus
propias fuerzas, gracia o méritos.
[Sexta] El hombre no debe pensar que los dones venidos de Dios continuarán gracias a su
empeño ni que los perderá porque él los descuide por negligencia o debilidad.
[Séptima]: No hay que despreciar a quien ha sido desposeído de tales dones ni considerarse a sí
mismo más digno que él ante Dios, pues quizá se trate de una prueba que Dios envía al otro para que
salgan a superficie los males que estaban ocultos en su interior, pues [de lo contrario, si hubieran
quedado escondidos esos males se hubiera extraviado con aquella buena fortuna, siendo así cualquier
desgraciado mejor que él ante Dios.
[Octava]: Deben ser limpios el interior del hombre, en su entrega a Dios y su humildad ante El.
Y, si no realiza más acciones buenas de las que hacía antes, y no aumenta su agradecimiento y
alabanzas a Dios, al menos que continúe como estaba anteriormente. Que se esfuerce en purificar su
interior en todos aquellos actos que realiza en presencia de Dios; y que los dones recibidos no le lleven
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ni a aflojar los actos virtuosos que hasta entonces hacía ni a que le distraigan de su esfuerzo en
incrementar su entrega a Dios.
[Novena]: Que el hombre se fije siempre en quienes están por debajo de él, en cuanto a
abundancia de bienes recibidos de las manos de Dios, no en los que en este mismo sentido están por
encima suyo. En consecuencia, conviene que su mirada esté continuamente dirigida hacia aquellos que
se han sometido más que él a Dios, ensalzado sea, a fin de que desee ascender al grado en que éstos se
hallan, no mirando a quienes se entregan menos que él a Dios, no sea que se enorgullezca de sus
propios actos y descuide sus deberes para con Dios.
[Décima]: No se debe dejar engañar cuando Dios oculta o disimula sus faltas durante algún
tiempo y es indulgente con él, creyendo entonces que está a salvo de la cólera de Dios y que puede, por
tanto, desobedecerle. Pues todos aquellos de quienes tenemos noticias (tanto de los antepasados como
de los contemporáneos) sobre los cuales Dios derramó sus beneficios, pero que, por su parte, pasaron
de la sumisión a Dios a la desobediencia, no les ocurrió otra cosa sino lo que te acabo de decir. Esto es
algo que está muy claro en los libros de los Profetas de todo tiempo. Todas estas cosas corrompen la
vida virtuosa, tal como ha quedado expuesto en este tercer capítulo, *en el cual hemos intentado
explicar las distintas maneras con que estamos obligados a someternos a Dios* 162.
Quien no puede crecer en la sumisión a Dios al ritmo del aumento de sus dones, pero puede
llevar a cabo por Dios lo que te he mencionado, merecerá que continúen los dones que Dios le tiene
especialmente reservados. Pero si es despojado de ellos, será por una de estas dos razones: o porque
Dios quiere purificarle de los pecados que cometió anteriormente, o porque desea recompensarle por
este despojo en la vida eterna, con un premio mucho más elevado, sublime y generoso.
Artículo octavo
[Trata de los distintos sabios que opinan sobre la predestinación y justicia divinas, así como
de los seguidores de diversas doctrinas sobre este particular]
El alma: Me has cuidado, curado y amonestado. Me has conducido e informado con tu luz,
quitándome así la tiniebla de mi ignorancia. Pero me queda un aspecto referente a las causas de
corrupción de la sumisión a Dios, que si me sanas de su enfermedad y me quitas la preocupación que
me produce, estaré libre de toda dolencia y quedaré sanada de todas mis enfermedades.
La razón: ¿Qué es eso que me dices te quite?
El alma: Se trata de lo que encuentro en el Libro de Dios, ensalzado y honrado sea, referente a la
predestinación, decreto, decisión y voluntad divinas 163 que se extienden sobre todos los minerales,
plantas, animales y hombres que Dios ha creado, como dice el Libro: "El Señor todo lo que quiere lo
hace, en el cielo y en la tierra, en los mares y en los océanos" [Salmos, 135, 6], "El Señor da la muerte
y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, el Señor humilla y enaltece"
[Samuel I, 2, 6-7], "¿No es el Señor quien dispone que suceda el bien y el mal?" [Lamentaciones, 3,
38], "Artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia" [Isaías, 45, 7],
"Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en
vano vigilan los centinelas, es inútil que madruguéis, que retraséis el descanso, que comáis un pan de
fatigas" [Salmos, 127, 1-2]. Y otros muchos textos parecidos a éstos, los cuales, en su conjunto,
indican que el hombre y los demás animales, no son sino instrumentos que el Creador, ensalzado sea,
ha dispuesto para componer este mundo. Si El los pone en movimiento, se mueven, pero sólo con su
permiso, poder y beneplácito; y si El los detiene, detienen sus acciones, como dice el Libro: "Porque
esté quieto ¿podrá alguien condenarlo?" [Job, 34, 29] y "Escondes tu rostro y se espantan; les retiras tu
aliento y expiran y vuelven a ser polvo" [Salmos, 104, 29]. Y todas las noticias que nos han llegado de
los antiguos en todos los libros, muestran esta misma idea sin divergencia alguna.
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Pero también encuentro lo contrario a ésto en el Libro de Dios, ensalzado sea, cuando nos enseña
que las acciones que aparecen en el hombre, se le atribuyen a él, son libres y únicamente son suyas,
puesto que proceden de su voluntad y libertad. Esta es la razón por la que el hombre es merecedor de
premios y castigos en la medida en que se ha sometido a Dios o se ha rebelado contra El. Y en este
sentido van los siguientes textos del Libro: "Mira; hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el
mal" [Deuteronomio, 30, 15], "Elige la vida" [Deuteronomio, 30, 19], "A ver si le agradan y os
congraciáis con El" [Malaquías, 1, 9], "Dios paga al hombre por sus obras" [Job, 34, 11] y "Cuando un
hombre lo trastorna su necedad, su corazón se irrita contra el Señor" [Proverbios, 19, 3].
Además de ésto, todo lo que hay en nuestro libro en torno a la Ley, educación y mandatos, es una
demostración de la evidencia de este asunto. Y del mismo modo todo lo que se halla en él, referente a
los premios y castigos que se conceden por la sumisión y por la desobediencia a Dios, demuestran que
las acciones se atribuyen al hombre y que Dios queda eximido de lo bueno y de lo malo, de lo benéfico
y de lo pernicioso [que pueda hacer el hombre].
Me es difícil de entender todo ésto y la conciliación de ambas afirmaciones me resulta
enormemente trabajosa. ¿Tienes alguna medicina con la que Dios me cure de semejante enfermedad?
La razón: Pero, en lo que me has dicho, la dificultad de conciliar estos dos extremos que se
encuentran en el Libro de Dios y de los Profetas, no es mayor que la de explicarse racionalmente la que
se da de hecho en la vida normal. En efecto: las acciones que vemos realizan, en ciertos momentos, los
hombres se llevan a cabo con intencionalidad y libertad, pero, en otros, en cambio, contra su libre
albedrío y propósitos. Lo cual demuestra que los actos del hombre están atados al Creador y a su
dominio; el cual, unas veces, le permite hacer lo que el hombre quiere y, otras, le impide llevar a cabo
lo que Dios no quiere. Esto se te puede hacer patente hasta en los movimientos de la lengua, del oído y
de la vista [los cuales se realizan muchas veces de manera involuntaria, refleja]. Y, sin embargo, veo
que el premio o castigo que sobrevienen al hombre, se otorgan solamente según sean sus actos y
movimientos de sumisión a Dios o de rebelión contra El.
Las disputas de los sabios en torno a la manera de conciliar la predestinación y la justicia 164,
son larguísimas:
Unos dicen que todas las acciones humanas se realizan con la libertad del hombre y con aquel
poder y fuerza que Dios puso en sus manos para que realizase libremente sus actos. Con ésto, en
consecuencia, Dios, sea bendito y ensalzado, queda libre de la responsabilidad de tales acciones. Por
esta razón, Dios debe premiar y castigar [estos actos que lleva a cabo libremente el hombre].
Otros, en cambio, atribuyen al Creador, ensalzado sea, las acciones de los hombres y de los
demás seres. Creen que todos los movimientos que acontecen en este mundo, tanto en los seres
racionales como en los inorgánicos, ocurren bajo el mandato del Creador, ensalzado sea, movidos por
su poder y mandato, no pudiéndose escapar ni despistarse de su control, ni en más ni en menos, aunque
se trate solamente del valor de un cabello 165. A estos tales, cuando se les objeta sobre la existencia de
los premios y castigos, dicen: "El sentido de éstos nos es desconocido tanto en su forma como en la
manera de ser decretados, pues Dios, ensalzado sea, es justo, no hace iniquidades, es fiel a sus
promesas y amenazas y nunca se contradice; pero sin embargo, nuestras mentes son demasiado débiles
como para lograr conocer el fondo de su sabiduría: su justicia es lo suficientemente clara y su virtud lo
bastante prefecta, como para que no podamos recusar sus decretos, pues no hay más Dios que El 166".
Por fin, otros piensan que hay que creer en las dos teorías, a saber: en la de la justicia y en la de la
predestinación. Pues dicen que quien estudia a fondo las dos, no se verá libre de error y desliz, lo haga
como lo haga. Afirman que lo correcto es pensar que llevamos a cabo nuestros actos creyendo que son
del hombre y que, por ello, se le premia y castiga; con ésto logramos esforzarnos en todo aquello que
nos es útil de cara a Dios, ensalzado sea, en las dos vidas, en esta y en la otra. Pero, a la vez, debemos
abandonarnos a El, completamente convencidos, en primer lugar, de que la causa de todos nuestros
actos, movimientos, utilidades y perjuicios está en el decreto de Dios, acaeciendo, así, todo con su
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permiso y control; y, en segundo lugar, de que Dios, ensalzado sea, tiene autoridad total sobre el
hombre, mientras que el hombre no tiene ninguna sobre Dios, ensalzado sea 167.
De entre todas las teorías que se acaban de mencionar, esta última es la que más se acerca a la
verdadera solución, pues es justo y verdadero reconocer la ignorancia que tenemos sobre la sabiduría
de Dios, ensalzado sea, la cual ignorancia se debe, a su vez, a la debilidad de nuestros intelectos y a
nuestro escaso discernimiento. Pero en esta nuestra ignorancia hay una cierta utilidad: por eso se nos
oculta el conocimiento último y total de la sabiduría de Dios. Si nuestra salvación dependiera de
nuestro conocimiento de estos secretos, el Creador, ensalzado sea, nos los hubiera descubierto.
Lo más parecido a todo ésto es lo que vemos que ocurre cuando se tiene débil la vista: que no se
puede aprovechar la luz del sol si no se interpone una membrana delgada entre el ojo y la luz solar con
el fin de que la vista no reciba ningún daño. Cuanto más se quiere proteger la vista, más gruesa debe ser
la membrana; y, en la medida en que el daño que se recibe es menor, la pantalla será más delgada.
A mayor abundamiento, nosotros mismos vemos ciertos hechos en numerosas artes
pertenecientes al mundo material que, si no los percibimos con nuestros propios ojos, sino que sólo
nos los cuentan, en seguida decimos que el que nos informa miente. Es el caso, por ejemplo, del astro
labio: si no lo vemos con nuestros propios ojos, aunque alguien nos informe de su forma y figura y nos
diga que con su uso podemos conocer los movimientos de los astros y la situación de las estrellas,
señalar la hora en cada uno de los momentos del año, conocer la distancia de los diferentes objetos
celestes y otras muchas cosas parecidas a estas que ignoramos, no tendremos una idea clara de él ni
podremos determinar mentalmente su forma de una manera definitiva.
Igual ocurre, por ejemplo, con algo que nos es más familiar aún y que es uno de los utensilios
empleados por la mayoría de la gente: la balanza. Si no la vemos con nuestros propios ojos no
podremos estar convencidos de que pesa correctamente, a pesar de que sus brazos son de longitud
desigual; y más admirable e incomprensible nos resultará el que con un sólo peso se puedan medir
distintas cantidades, de las cuales unas son mayores y otras menores [que la pesa que hemos adoptado
como medida].
Otra cosa que también emplea mucho la gente: el movimiento de la piedra superior del molino
que da vueltas de una manera uniforme, accionada por un débil impulso del agua. Si arrojamos una
piedra pequeña en una corriente de agua, no tardará ni un segundo en hundirse hasta el fondo. Y sin
embargo, en el molino, la piedra superior que se mueve es más del doble de pesada que la que
arrojamos al agua y que se hundió, a la vez que la fuerza de la corriente que la mueve es más pequeña
que la del agua que recibió la piedra pequeña que arrojamos.
Si alguien nos contase tales cosas, sin que nuestros ojos las hubieran atestiguado, nos
apresuraríamos a desmentirlas y a contradecir a quien nos las relatase. Esto ocurre así porque
ignoramos los secretos que contiene la creación y porque nuestro discernimiento es débil para conocer
sus fundamentos y lo que de ellos se deriva, así como las características y particularidades de la
naturaleza. Por tanto, quien ignora lo que tiene ante sí, como son las cosas que hemos descrito, no será
de admirar que ignore también, y aun más, lo que ocurre con el poder y la justicia de los decretos del
Creador, ensalzado sea, los cuales son más ocultos y más sublimes que cuanto hemos mencionado,
porque son infinitos. Sobre tales cosas dijo el Santo, la paz sea con él: "Señor, mi corazón no es
ambicioso ni mis ojos altaneros" [Salmos, 131, 1] y continúa con algo parecido en torno a la entrega
del hombre en las manos de Dios, con este texto: "Sino que acallo y modero mis deseos: como un niño
en brazos de su madre, como un niño está en mis brazos mi deseo" [Salmos, 131,2].
Artículo noveno
[Descripción, de modo resumido, de los misterios de la creación del género humano en esta
vida].
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El alma: Me has aliviado al hacerme desistir de conocer el secreto de este asunto de contenido tan
sutil y delicado. Sin embargo, descúbreme el secreto de mi ser y el sentido que tiene mi existencia en
esta vida. Y dame una explicación aproximada, todo lo brevemente que puedas, de cómo son la
predestinación y la justicia divinas. De este modo, mi situación no será como la de aquellos reyes que
me han contado ignoraban la manera de comportarse rectamente.
La historia es la siguiente: En una cierta isla de la India, había una ciudad cuyos habitantes
designaban cada año a un extranjero como jefe suyo; y, cuando se terminaba este plazo, lo echaban,
devolviéndolo a la situación que tenía antes de su mandato.
Uno de los elegidos de semejante manera, era un hombre que no sabía nada del secreto [que
aquella gente tenía respecto a su persona y a su destino final] y se dedicó a acumular riquezas, a
construir palacios y a no sacar nada de la ciudad. Más aún: se empeñó en traer a la ciudad todos los
bienes que tenía fuera e incluso a su propia familia. Cuando terminó el año de su mandato, las gentes
del lugar le hicieron salir, desprovisto de cuanto había construido y conseguido, tanto antes de su
reinado como durante él. Con lo cual, a su salida, no tuvo nada de lo que había poseído en la ciudad y
fuera de ella. En consecuencia, se arrepintió de lo hecho, entristecido por su suerte, por todo el esfuerzo
que había puesto en construir edificaciones y por todas las riquezas que había reunido y que ahora
habían ido a parar a otros.
Pero luego, recayó la elección de aquellas gentes de la ciudad sobre un hombre extranjero que era
muy perspicaz e inteligente. Nada más ponerse a gobernar, eligió a uno de sus súbditos, al cual colmó
de favores y amabilidades. Luego, le preguntó acerca del secreto que tenía la gente [de aquella ciudad,
acerca de los gobernantes elegidos] y sobre lo que acostumbraban hacer con los que antes que él les
habían gobernado. El hombre le descubrió el asunto, el secreto de su pueblo y las intenciones que
tenían con él. Cuando el rey supo todo aquello, no se ocupó de nada de lo que se había encargado el
primero que hemos descrito, sino que se afanó y esforzó en exportar lo más precioso de aquella ciudad
a otras, poniendo fuera de ella todos sus tesoros y cosas que le gustaban. No se permitió a sí mismo el
acostumbrarse a la veneración y respeto que le mostraban aquellas gentes. Mientras estuvo en aquella
ciudad, siempre se hallaba entre la tristeza y la alegría. En efecto: por un lado, se entristecía pensando
en lo pronto que llegaría su marcha y estimando en poco las ganancias que había sacado de allí, pues
veía que si se hubiera prolongado su estancia en aquella ciudad, las habría podido incrementar. Y, por
otra parte, se alegraba, porque consideraba que llegaría pronto su salida de la ciudad para poder
establecerse en el lugar donde había depositado los tesoros, a fin de emplearlos, utilizarlos y
disfrutarlos de muchas maneras, con prosperidad, con tranquilidad de espíritu y para siempre. Así que,
cuando terminó su plazo de un año, no se entristeció por su partida sino que se apresuró a llevarla a
cabo, con grandeza de alma y serenidad, alegrándose del esfuerzo [que había puesto en llevar así las
cosas] y alabándose a sí mismo por su propia conducta. De este modo, llegó a lograr un amplio
bienestar, la más perfecta respetabilidad y la más completa honorabilidad, en medio de una dicha
continuada pues había disfrutado en los dos estados y había colmado sus esperanzas en las dos formas
de vida, [en la del gobierno y en la de después de acabar su mandato].
Me temo que mi situación sea la del hombre ignorante que fue desgraciado en las dos formas de
existencia, [siendo rey y después de serlo] ya que perdió las dos. Si Dios es benevolente conmigo, a
través tuyo, hazme ver mi estado, lo que sabes sobre el secreto de mis cosas y la forma de salvarme.
La razón: Has contado algo que se parece a tu manera de estar en este mundo. Si tu situación es la
del rey que has descrito, es claro que eres una extranjera pronto a ser trasladada a otro lugar. Por tanto,
haz lo que llevó a cabo el rey inteligente y perspicaz para que tu situación sea como la suya. Si te
apartas de esta actitud, mis palabras te serán inútiles y mi discurso vano.
El alma: Sin este deseo ardiente, no lograré averiguar nada del secreto que se oculta de mi vida.
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La razón: Respecto al secreto de tu existencia, te diré que, puesto que el Creador, ensalzado sea,
te creó de la nada en medio de las substancias espirituales, queriendo honrarte y elevar tu rango hasta el
de los privilegiados y selectos que se hallan cerca de la luz de su gloria, y volcando sobre ti toda clase
de beneficios y bienes, no serás digno de nada de todo ésto, si no cumples tres cosas:
Primera: Quitar el velo de tu ignorancia para que quedes iluminado con su sabiduría. Segunda:
poner a prueba tu libertad eligiendo entre someterte a Dios o desobedecerle. Tercera: ser austero en esta
vida y soportar las penalidades que comporta el estar al servicio de Dios, a fin de que seas elevado al
estatuto de los ángeles y de los que perseveran, acerca de los cuales dijo el Santo: "Bendecid al Señor,
ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a cumplir su palabra" [Salmos, 103, 20].
Pero ésto no te hubiera sido posible, si hubieras continuado en tu estado primitivo [de ignorancia
y carencia de todo]. En efecto: el Creador, ensalzado sea, creó sabiamente para ti este mundo con todos
los minerales, plantas y animales que contiene, disponiéndolo todo para tu utilidad con el orden más
sabio y el gobierno más inteligente. Así, eligió para ti un templo, tu cuerpo, magníficamente construido
a base de los mejores materiales y haciéndolo similar al resto del universo, en sus fundamentos, en lo
que se deriva de éstos y en su forma 168. Luego, te abrió en ese templo cinco puertas al mundo,
poniendo cinco porteros de su confianza, uno en cada una. Estas puertas son los órganos de los
sentidos, a saber: los dos ojos, las dos orejas, la nariz, la lengua, las dos manos. Y los porteros son los
sentidos que emplean aquellos órganos, es decir: el sentido de la vista, el del oido, el del olfato, el del
gusto y el del tacto, con los cuales puedes cubrir todas tus necesidades en esta vida 169. Después, te
preparó dentro también del templo de tu cuerpo, distintas mansiones para los cuatro comandantes del
mismo, a saber: el estómago, el corazón, el hígado y los testículos.
Luego, preparó igualmente cuatro almacenes para los cuatro encargados, a saber, para la fuerza
aprehensiva, la fuerza retentiva, la fuerza digestiva y la fuerza expulsora. Los almacenes o sedes son,
por una parte, las dos bilis, es decir, la bilis negra y la bilis amarilla y, por otra, las mucosidades y la
sangre que sirven para utilidad del templo, irrigándolo.
A continuación, distribuyó a la servidumbre, fuera y dentro de la casa, para que la cuidasen y
mantuviesen. Los de dentro, por ejemplo, son las visceras, las entrañas, los músculos, los nervios y las
arterias. Los de fuera: las dos manos, los dos pies, la lengua, los órganos sexuales, las uñas, los dientes
y otras cosas parecidas.
Después, te preparó en el templo de tu cuerpo unas conexiones que hiciesen de intermediarios
entre lo espiritual y lo corporal, a saber: la sangre, el calor natural y el espíritu animal 170. Con todo
ésto trabó sólidamente el templo, con una unión armoniosa, la cual tiene su fundamento en el poder y
sabiduría de Dios, ensalzado sea, a fin de que se cumplieran en ti las tres cosas 171 que te mencioné
antes.
Seguidamente, puso a tu especial disposición dos ministros e hizo que estuviesen pendientes de ti
dos secretarios. Del mismo modo, te dio unos sirvientes e intendentes para que te atendiesen en este
mundo según tus necesidades.
Los dos ministros son: uno, la razón, la cual te guía hacia todo aquello que gusta a Dios. El otro,
la concupiscencia, que es la encargada de empujarte al error y a cuanto enoja a Dios, tu Creador. Los
dos secretarios son: uno, el que anota tus buenas obras, hechas por ti tanto en secreto como en público,
tanto en lo exterior como en lo oculto, y que están llevadas a cabo por los colaboradores que te he
mencionado antes, tales como los porteros, comandantes, encargados, sirvientes, ministros, intendentes
y asistentes. El segundo secretario es el que registra las obras malas lo mismo que he dicho acerca de
las obras buenas.
Los intendentes y asistentes son las disposiciones psíquicas. Por ejemplo: el contento y la
preocupación, la alegría y la tristeza, el recuerdo y el olvido, la ciencia y la ignorancia, la valentía y la
cobardía, la justicia y la injusticia, el pudor y la desvergüenza, la esperanza y el temor, el amor y el
89
odio, el placer y el dolor, la soberbia y la humildad, el deseo de poder y el de humillarse, y otras
muchas cosas semejantes de las cuales te sirves en tu interior.
Luego, el Creador, ensalzado sea, exigió a los porteros, a los comandantes, a los encargados, a la
servidumbre, a los ministros, intendentes y asistentes, el obedecerte y el estar al tanto de tus órdenes
durante un período de tiempo determinado, a excepción de unas cosas concretas que les fueron
explicadas en el momento de unirse a ti, cuales son las referentes a la predestinación y las que
pertenecen al ámbito de los decretos divinos. En consecuencia, te concedió disponer libremente de
todos estos ayudantes en lo tocante a las necesidades de tu cuerpo y en todo aquello que te ha permitido
usar en esta vida, según ciertas condiciones y en casos particulares; es decir: en lo que dicta el conjunto
de las leyes naturales racionales y tradicionales y en las acciones que están permitidas.
Dios te ha dicho: "No te dejes seducir por todo cuanto te he encomendado y cuyo uso te he
confiado en este mundo, porque estas cosas ni aumentan ni disminuyen en nada tu esencia ni te
proporcionan un placer o dolor fundamentales, pues son solamente cosas que sobrevienen
inesperadamente a tu cuerpo, desde el exterior o desde el interior, no afectándote ninguna de una
manera especialmente personal. Su relación contigo es como la de la placenta con el recién nacido o
como la cascara respecto al polluelo. Si tú entiendes y comprendes la intención que he tenido al crearte
y el don que te he concedido y, en consecuencia, decides dejar de desobedecerme y prefieres someterte
a mí usando todas aquellas cosas sobre las cuales te he otorgado dominio, entonces te conduciré al
grado más alto de mi elección y privilegios, aceptándote en mi misericordia y revistiéndote de la luz de
mi gloria. Si, en cambio, prefieres desobedecerme, te castigaré con grandes penas y prolongaré tus
dolores. Y si, preocupado por tu cuerpo y por las desgracias con que te pruebo, no sabes de qué manera
emplear alguna de las cosas que te he encomendado para que te sometas a mí, he aquí que te he dado
un ministro sabio y buen consejero que te orientará cuando se lo pidas y te hará caer en la cuenta
cuando te descuides. Se trata de la razón, a la cual puedes pedir consejo en todos tus asuntos para que te
dé las órdenes oportunas a fin de usar de cuantas cosas tienes a tu disposición para someterte a Dios.
Siguiendo a la razón, tus malas inclinaciones se convertirán en disposiciones laudables, lo mismo que
acontece con el buen médico, el cual utiliza fármacos en sí mismos dañinos, venenos y otras cosas por
el estilo para utilidad del cuerpo. Cuando estés en la línea de elegir como guía a tu razón y de aceptar
su opinión, el secretario que anota las buenas obras, escribirá todas tus acciones indiferentes [llevadas a
cabo bajo la dirección de la razón] y las añadirá a tus demás buenas obras, ayudándote entonces todos
tus servidores a que te sometas a mí. Pero si te opones a sus dictámenes y te inclinas por la opinión del
segundo ministro, que es en todas las cosas contrario a la razón, y empleas todo tu afán en hacer lo que
éste te recomienda, tus cualidades se convertirán en reprobables. Como es el caso del médico ignorante
que mata al enfermo porque no sabe cómo administrar los medicamentos que en realidad le son útiles.
En este caso, el secretario de las obras malas, escribirá todas tus acciones indiferentes y las añadirá a la
totalidad de tus malos actos. En ese momento, encontrarás a todos tus colaboradores, asistentes,
intendentes y a todo aquello con lo que has entrado en contacto, que están completamente de acuerdo
contigo y que ponen en práctica lo que has elegido, con lo cual aumentarás la dicha y alegría [ficticias
que tienes en esta vida]".
Todo está en manos de la justicia de tu Creador ya sea que, desde tu intimidad e intenciones
secretas, prefieras la sumisión a la rebeldía o la rebelión a la sumisión, pues, para El, son igualmente
conocidos tanto tu interior como tu exterior. El te retribuirá según lo que sabe de ti, aunque se trate de
algo que se oculta a los demás hombres. ¿No ves que el juez decide siempre según lo que sabe de
cierto, bien sea a través de testigos o con sus propios sentidos? Si estuviera seguro de lo que hay en el
interior del que ha de juzgar, ¿no decidiría también sobre lo oculto que él conocería? Del mismo modo,
el Creador, ensalzado sea, que lo sabe todo, es preciso que juzgue según lo que sabe, como dice el
Libro: "Lo oculto es del Señor, nuestro Dios" [Deuteronomio, 29, 28].
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Cuando Dios quiere amonestarte o reprenderte, ordena a alguno de los asistentes que tienes a tu
servicio que deje de ayudarte, con lo cual se debilitan uno, dos o todos los miembros de tu cuerpo,
enfermando y languideciendo así durante un cierto tiempo. Si despiertas y te arrepientes volviendo a
El, Dios ordenará de nuevo a los asistentes devolverte su ayuda, quedando así libre tu cuerpo y
recobrando éste su estado primitivo, como dice el Libro: "Andaban como pasmados por sus maldades,
tenían que ayunar por sus culpas; aborrecían todos los manjares y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Envió su palabra para curarlos,
para salvarlos de la perdición" [Salmos, 107, 17-20].
Cuando termine el tiempo de tu prueba en este mundo, ordenará el Creador, ensalzado sea, a
todos los que hemos mencionado antes, es decir, a los encargados, asistentes, porteros, sirvientes e
intendentes, que se retiren de ti y que se suelten las ligaduras y lazos que te unen a tu cuerpo, volviendo
tú, de este modo, a tu estado primitivo. Tu cuerpo, entonces, quedará sin movimiento, sin sentidos,
tornando él también a su estado originario, como dice el Sabio: "Y el polvo vuelva a la tierra que fue y
el espíritu vuelva a Dios que lo dio" [Eclesiastés, 12, 7].
En este momento se te mostrarán las páginas en que están escritas tus obras, tus pensamientos,
tus decisiones, cuanto eligió tu alma y todo aquello a que te dedicaste afanosamente en tu vida.
Entonces recibirás de tu Creador, ensalzado sea, la correspondiente y proporcional retribución a tus
obras. Ya te lo prometió y advirtió una y otra vez por medio de los enviados y Profetas a través de su
Santo Libro, como dice el Santo, la paz sea con él: "Presta oído y escucha las sentencias de los sabios,
presta atención a mi experiencia: te serán gratas si las guardas bien adentro y las tienes todas a flor de
tus labios; para que pongas en Dios tu confianza, también a ti te instruiré hoy. He escrito para ti treinta
máximas de experiencia, para que aprendas a observar y hablar objetivamente e informar fielmente a
quien te envía [o te pregunta]" [Proverbios, 22, 17-21].
Artículo décimo
[Descripción del uso que podemos hacer oportunamente de nuestros caracteres innatos]
El alma: he comprendido tu discurso y entendido lo que me has dicho. Pero ahora, te suplico que
me aclares el tema de la posible utilización, laudable o vituperable, de mis cualidades innatas, de modo
que, cuando las emplee, sea alabado por ello y me alegre de haberlas usado.
La razón: tus cualidades innatas son muchas pero te voy a exponer sumariamente lo que se me
ocurre acerca de ellas. De entre las mismas hay, en primer lugar, dos: la alegría y la tristeza, que son
contrarias entre sí 172.
La alegría surge cuando percibes un placer permanente, sin mezcla de turbación alguna, al que no
le alcanza ninguna penalidad. En tal caso, puedes entregarte a esta cualidad. La tristeza, en cambio, es
cuando te ocurre algo que te produce una pena persistente y continua, sin tener posibilidad de arrojarla
de ti, ni modo alguno de apartarla. Entonces puedes tener la cualidad de la tristeza y hacer uso de ella.
En segundo lugar 173: el temor y la esperanza 174. El temor es cuando llegas a una situación
que te inquieta, que tiene unas consecuencias que no te gustan y que, sin embargo, no tienes fuerzas ni
energías para evitarlo. La esperanza es aquello que se da cuando te esfuerzas en unos antecedentes que
te traerán necesariamente unos bienes y beneficios futuros, sin que nada te pueda privar de ellos o te los
estorbe. Esto es, por ejemplo, lo que ocurre cuando cumples lo que Dios, ensalzado sea, ordena
sabiendo que los resultados serán indudablemente buenos.
Tercero: la valentía y la cobardía 175. La ocasión de ejercer la valentía es cuando se tiene bravura
para combatir a los enemigos de Dios y cuando se soportan con paciencia todas las penalidades y
pruebas que acarrea el llevar a cabo el complacer a Dios, ensalzado sea, y a sus enviados, como dice el
Libro: "Por tu causa sufrimos continuamente degüellos" [Salmos, 44, 23] y "Que el justo me golpee,
91
que el bueno me reprenda" [Salmos, 141, 5]. La cobardía es buena cuando uno no se lanza a combatir a
los que son amigos de Dios y se someten a El, ni se resiste a quienes te advierten sobre aquello en que
está tu salvación, como dice el Libro: "Puesto que al oír la lectura lo has sentido de corazón y te has
humillado ante el Señor" [Reyes II, 22, 19].
Cuarto: la vergüenza y la desvergüenza 176. Se tiene vergüenza cuando no te rebelas contra el
que te colma de beneficios (estando ante él, en su presencia) y cuando te censura algo con promesas o
amenazas, o cuando te encuentras con alguno de sus enviados, como dice el Libro: "Y tú, hijo de Adán,
describe a la casa de Israel el templo, a ver si se avergüenzan de sus culpas" [Ezequiel, 43, 10] y "Dios
mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia Ti" [Esdras, 9, 6].
Hay que emplear la cualidad de la desvergüenza cuando nos encontramos con el prevaricador,
con los rebeldes, con los charlatanes que se niegan a adherirse a la verdad; y cuando hay que imponer
lo que es bueno, prohibir lo que es malo, reprobar la insumisión y censurar el mal tanto general como
particular, como dice la Escritura: "Endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría
defraudado" [Isaías, 50, 7] 177 y "Como el diamante, más dura que el pedernal hago tu cabeza"
[Ezequiel, 3, 9] y, por fin: "Comentaré tus preceptos ante los reyes y no me avergonzaré" [Salmos, 119,
46].
Quinto: el agrado y la cólera 178. La cólera hay que usarla cuando hay poca equidad, o se
abandonan los dictámenes de la justicia, o prevalece lo vano sobre lo verdadero y los vanidosos sobre
los que poseen la verdad. El agrado, en cambio, hay que centrarlo en poner las cosas en su sitio y en
ubicarlas en sus lugares correspondientes, caminando según los mandatos de la verdad.
Sexto: la misericordia y la crueldad 179. La misericordia hay que emplearla con la gente
desposeída, con los que se privan voluntariamente de las cosas de este mundo, con el que es débil para
conocer las cosas que le convienen, con el que ignora cómo debe gobernarse a sí mismo, con los
prisioneros que han caído en manos de sus enemigos, con quienes han perdido aquellos bienes que
antes eran abundantes, con los que se arrepienten de sus desobediencias para con su Señor y con los
que lloran sus pecados pasados, temerosos del castigo de Dios. La crueldad hay que usarla a la hora de
responder a la insumisión a Dios y de castigar en este mundo a los perversos, como dice el Libro: "No
le harás caso ni lo escucharás ni te apiadarás de él ni le tendrás compasión ni lo encubrirás"
[Deuteronomio, 13, 9-10].
Séptimo: la altanería y la humildad 180. El orgullo y la altanería los emplearás cuando te
encuentres con los que ignoran a Dios, o se apartan de El. No te humilles ante ellos ni les obedezcas, no
sea que parezca que aceptas sus corrompidas ideas. Emplea tu altanería y orgullo como contestación a
sus principios y como prueba de que no estás de acuerdo con ellos, como sabes que ocurrió en la
historia de Mardoqueo y de Haman 181. La humildad la ejercerás cuando encuentres a alguien que es
virtuoso y piadoso, que es devoto para con Dios, que conoce su Libro y que se somete a Dios. La
usarás, también, ante quien te haya dado unos dones y bienes que te obliguen a su reconocimiento. Y,
sobre todo, ante aquel cuyos favores son tan excelsos y grandes que superan nuestro agradecimiento.
Igualmente la usarás aceptando el castigo que Dios te manda por tus pecados, como dice el Libro:
"Para ver si doblegaban su corazón incircunciso y expiaban su culpa" [Levítico, 26, 41].
Octavo: el amor y el odio 182. Debes amar a quien está de acuerdo contigo en la sumisión a Dios
y en aquellas cosas que te proporcionarán alegría en la otra vida. Debes, en cambio, odiar a los que se
resisten a tener contento a Dios, a los que van contra quienes profesan la verdad y a los que te inducen
a aquellas cosas que provocan la ira de tu Señor, como dice el Libro: "El que abandona la ley, alaba al
malvado, el que guarda la ley, rompe con El" [Proverbios, 28, 4].
Noveno: la generosidad y la avaricia 183. La generosidad consiste en poner cada cosa en su lugar
y en dar a los demás la virtud, ciencia y riquezas que se tienen, según lo merezcan, como dijo el Santo,
la paz sea con él: "No niegues un favor a quien lo necesita, si está en tu mano hacérselo" [Proverbios,
3, 27] y "No derrames por la calle tu manantial ni tus acequias por las plazas" [Proverbios, 5, 16]. La
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avaricia hay que usarla con la gente bárbara, estúpida e ignorante de sí mismos y de los bienes que se
les dan, como dice el Libro: "Quien corrige al cínico, se acarrea insultos; quien reprende al malvado,
desprecio" [Proverbios, 9, 7]. Nuestros antepasados dicen, la paz sea con ellos: "Dar un bien a quien es
incapaz de reconocerlo, equivale a echar una piedra a Mercurio" [Hullîm, 133, a] 184.
Décimo: la pereza y la diligencia 185. La pereza hay que ponerla a la hora de ceder a los deseos e
instintos animales que son pasajeros, pero cuyas consecuencias vergonzosas le alcanzan al hombre en
esta vida, así como los correspondientes castigos, en la otra. La diligencia hay que ponerla en conseguir
los placeres espirituales y en realizar aquellos actos con los que se busca complacer a Dios, ensalzado
sea, como dice el Santo, la paz sea con él: "Con diligencia, sin tardanza, observo tus mandatos"
[Salmos, 119, 60].
Todo cuanto te he dicho en este capítulo, es suficiente para quien pide una orientación y busca la
auténtica verdad, procurando la sabiduría por sí misma. Que Dios nos de éxito a nosotros y a ti, para
lograr aquello en lo cual consiste la sumisión, con la ayuda de su misericordia.
CUARTO PÓRTICO
93
CAPITULO CUARTO
95
[Proverbios, 10, 3] y, finalmente: "Fue joven, ya soy viejo: no he visto a un justo abandonado ni a su
linaje mendigando pan" [Salmos, 37, 25].
Quinta: el alquimista, por culpa de su arte, está siempre temeroso y receloso de los reyes y del
más pequeño de sus siervos. Por el contrario, los poderosos y los hombres más excelsos temen al que se
abandona en manos de Dios. Hasta los animales irracionales y los minerales están a su servicio para
satisfacerle, como dice el Santo: "Tú que vives al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del
Todopoderoso..." [Salmos, 91, 1 y ss.] hasta el final del salmo 193. Y: "De seis peligros te salva y al
séptimo no sufrirás ningún mal..." [Job, 5, 19 y ss] 194.
Sexta: el alquimista no se ve libre de enfermedades y dolencias que le amargan el disfrute de sus
riquezas, el sacar partido de lo que tiene y el saborear lo que ha adquirido. Pero el que se abandona en
Dios, está a salvo de dolencias y enfermedades, excepto de aquellas con las cuales se limpian los
pecados y se paga por ellos 195, como dice el Libro: "Se cansan los muchachos, se fatigan; pero los
que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas" [Isaías, 40, 30-31] y "Pues al malvado se le romperán los
brazos, pero al honrado lo sostiene el Señor" [Salmos, 37, 17].
Séptima: el alquimista, a veces, no logra conseguir sus alimentos con el oro y la plata que tiene,
cuando, en ocasiones, hay en su país carestía de comida, como dice: "Tirarán a la calle la plata, tendrán
el oro por inmundicia; ni su oro ni su plata podrán salvarlos el día de la ira del Señor, porque fueron su
tropiezo y su pecado [no les quitarán el hambre ni les llenarán el vientre]" [Ezequiel, 7, 19]. Al que se
abandona en el Señor, en cambio, no le es difícil lograr su alimento en cualquier tiempo y lugar hasta el
final de su vida, como dice el Libro: "En tiempo de hambre te librará de la muerte y en la batalla, de la
espada" [Job, 5, 20], "El Señor es mi pastor, nada me falta" [Salmos, 10, 3] y, finalmente: "No se
agostarán en tiempo de sequía, en tiempo de hambre se saciarán" [Salmos, 37, 19].
Octava: el alquimista no permanece en un mismo lugar, por miedo a que se descubra su secreto.
El que se abandona en Dios, por el contrario, se siente seguro en su propio país, permaneciendo en su
sitio con el alma tranquila, como dice el Libro: "Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y
cultiva la fidelidad" [Salmos, 37, 3] y "los honrados poseerán la tierra, la habitarán por siempre jamás"
[Salmos, 37, 29].
Novena: el alquimista no tendrá su alquimia en la otra vida; y en ésta, sólo consigue con ella los
medios para vivir y el librarse de la miseria y de la necesidad de pedir a los demás. Al que se abandona
en Dios, en cambio, le acompaña la recompensa de su abandono, tanto en esta vida como en la otra,
como dice el Libro: "Los malvados sufren muchas penas, al que confía en el Señor su lealtad lo
protege" [Salmos, 32, 10] y "Qué bondad tan grande. Señor, reservas para tus fieles" [Salmos, 31, 20].
Décima: descubrir su secreto es para el alquimista causa de su ruina y destrucción, porque las
cosas en que se ocupa y por las que se esfuerza son contrarias a la marcha normal del mundo. Por eso,
si falla y no sabe guardar el sesteo, el gobernante ordenará a alguien que lo mate. El que se abandona
en Dios, por el contrario, cuando se hace público su abandono, es por ello honrado por las demás
creaturas y los hombres se felicitan por estar cerca de él y por verle. Además, este tal es causa de la
salvación de su propio país y de que se alejen los males de sus conciudadanos, como dice: "Pasa el
huracán, desaparece el malvado; pero el honrado está firme para siempre" [Proverbios, 10, 25] y
también lo recuerda la historia de Lot con Soar 196.
El abandono en Dios, ensalzado y honrado sea, tiene otra ventaja en este mundo: la de que quien
se abandona en Dios, ensalzado sea, si es rico, se esfuerza en cumplir sus obligaciones para con Dios y
para con los hombres, mediante sus riquezas, con generosidad y magnanimidad. Y si no tiene riquezas,
considera la privación de éstas como un don de Dios, porque ve que, gracias a ésto, se ve libre de sus
obligaciones respecto a Dios y a los demás y porque considera que su mente queda liberada de la
preocupación de conservar y de administrar dichas riquezas, como se dice de uno de los santos que
exclamaba: "¡Dios me libre de que mi alma se disperse!". Y le preguntaban de qué dispersión se
trataba. A lo cual contestaba: "Del tener muchas riquezas en todos los rincones del mundo" 197. Así,
96
dicen nuestros padres: "Abundancia de riquezas abundancia de angustias" [Abôt, II, 8] y "¿Quién es
rico? El que se conforma con su suerte" [Abôt, IV, 1).
El que se abandona en Dios, consigue el mismo provecho de las riquezas, a saber, los medios de
subsistencia, pero sin las preocupaciones y continuos sinsabores que sufre el que tiene muchos bienes,
como dice el Sabio: "Dulce es el sueño del obrero, coma mucho o coma poco; el que se harta de
riquezas no logra conciliar el sueño" [Eclesiastés, 5, 11-12] 198.
El que se abandona en Dios tiene otra ventaja, a saber: la de no verse impedido por las muchas
riquezas a abandonarse en Dios. Y ello, porque no se apoya confiadamente en ellas, al considerarlas
sólo como un depósito que se le ha encomendado para que las use de una manera concreta, en unos
asuntos también concretos y hasta un momento determinado de su vida. Y si las posee durante mucho
tiempo, no se envanece, ni le refriega a quien le ha dado algo [el que le haya hecho un favor] (puesto
que sabe que se lo da por obligación)ni busca el agradecimiento ni las alabanzas, sino que da gracias a
Dios porque lo constituyó en medio y canal por el que se distribuyesen sus dones. Y si pierde las
riquezas, no se entristece ni aflige por ello, sino que le agradece a Dios el que se haya reembolsado el
depósito que le hizo, del mismo modo que le agradeció en su día el que se lo hubiera encomendado. Se
contenta con la situación en que se encuentra, no desea otra distinta y no envidia a nadie por los bienes
que tiene, como dice el Sabio: "El honrado come a su satisfacción" [Proverbios, 13, 25].
Otra ventaja que tiene en esta vida quien se abandona a Dios es la de poseer el corazón libre de
preocupaciones mundanas y la de tener la tranquilidad de verse exento de las agitaciones del alma y de
las inquietudes que trae consigo el perder las cosas materiales que se aman. De este modo, se halla en
una situación de paz y de tranquilidad plenas, sintiéndose seguro en el mundo, como dice el Libro:
"¡Bendito quien confía en el Señor y busca en El su apoyo!. Será un árbol plantado junto al agua,
arraigado junto a la corriente" [Jeremías, 17, 7-8].
El que se abandona en Dios tiene otra ventaja cual es la de verse libre su cuerpo de los largos
viajes [a que se ve obligado el que tiene muchas riquezas], los cuales viajes consumen los cuerpos y
aceleran el final de sus días con la muerte, como dice el Libro: "El agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días" [Salmos, 102, 24].
Se cuenta de un cierto asceta, que, al comienzo de su vida de ascesis, viajó a un país para
buscarse el sustento. En ésto que se encontró con un hombre, que, a la sazón, era uno de los idólatras de
aquel país al que se dirigía. El asceta le dijo: "Vosotros sois sumamente ciegos y muy poco inteligentes,
al adorar estas imágenes". El mago le respondió: "¿A quién adoras tú?". A lo cual contestó el asceta:
"Adoro al Creador, al Poderoso, al Autosuficiente, al Uno, al Providente, al que no tiene igual a El". El
mago replicó: "Sin embargo, tus acciones están en contradicción con tus palabras". El asceta le
preguntó: "¿Por qué?". El otro se lo aclaró así: "Si fuera cierto lo que dices, tendrías el sustento que
necesitas en tu propio país, igual que aquí, y, por tanto, no sería necesario que vinieras a esta tierra
recorriendo la gran distancia que te separa de ella". El asceta no tuvo argumento alguno para responder
y se volvió de nuevo a su patria, en la cual se quedó desde aquel instante para siempre, no volviendo a
viajar después de aquello.
Otra ventaja del abandono en Dios es la de verse libre el alma y el cuerpo de las acciones
trabajosas y de las artes que producen fatiga física. El que se abandona en Dios se ve liberado de la
obligación de tener que estar pendiente de los mandatos de los reyes y de las injusticias que cometen
sus súbditos 199. Pues, de entre los medios 200 que hay para lograr los alimentos, el que se abandona
en Dios únicamente busca aquellos que dan más sosiego a su cuerpo por ser más fácil conseguirlos, que
son más honorables, que dejan en mayor libertad a su mente y que son más adecuados para cumplir con
las obligaciones que impone la Ley. Este hombre, además, sabe perfectamente que estos medios [o
causas segundas] no aumentan ni disminuyen en nada, si no es por mandato de Dios, ensalzado sea,
como dice el Libro: "No es el oriente ni el occidente, no es el desierto ni la montaña, sólo Dios
97
gobierna; a uno humilla, a otro ensalza" [Salmos, 75, 7-8] y "En verdes praderas me hace recostar, me
conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas" [Salmos, 23, 2-3].
Otra ventaja que tiene quien se abandona en Dios es que se inquieta poco en sus negocios,
cuando hay carestía de mercancías o no puede pagar una deuda o le sobreviene alguna enfermedad
corporal, pues sabe que Dios dirige sus negocios mejor que él mismo y que elige, también mejor que él,
lo que le conviene, como dice el Libro: "Descansa sólo en Dios, alma mía, porque El es mi esperanza"
[Salmos, 26, 6].
Por fin, quien se abandona en Dios tiene la ventaja de estar alegre en cualquier situación en que
se encuentre, aunque sea contraria a su natural, pues se tiene la convicción de que Dios no hace en estas
ocasiones sino lo que más conviene. Como la madre que se muestra solícita con su hijo al lavarle,
limpiarle, quitarle los pañales y ponérselos, a pesar de que se resiste el niño, como dice el Santo, la paz
sea con él: "Sino que acallo y modero mis deseos: como un niño en brazos de su madre, como un niño
que está en mis brazos mi deseo" [Salmos, 131, 2].
He explicado cuanto se me ha ocurrido en torno a las ventajas del abandono en Dios y a los
provechos que reporta a la religión y a la vida en este mundo. En consecuencia, aclararemos ahora siete
cuestiones sobre este tema del abandono;
Primera: esencia del abandono.
Segunda: causas del abandono en las creaturas.
Tercera: explicación de aquellos preámbulos de los cuales se deriva la obligación de abandonarse
en Dios y de los cuales es necesario ocuparse 201.
Cuarta: explicación de aquellas cosas en las cuales se da el abandono, así como de su necesaria
bondad o maldad.
Quinta: diferencia que existe entre aquel que se entrega a buscar sus medios de vida
abandonándose en Dios y el que lo hace sin abandonarse en El.
Sexta: explicación de la necesidad que hay de reprobar las opiniones de quienes desean las cosas
del mundo, esperando que se someterán a Dios cuando hayan conseguido lo que ansían alcanzar del
mundo. A estos tales se les puede llamar prestamistas.
Séptima: las causas del deterioro del abandono en Dios. Así mismo, un discurso general sobre la
idea de abandono y un resumen abreviado de sus distintas formas.
ARTICULO PRIMERO
La esencia del abandono consiste en el descanso del alma y en el apoyarse el corazón del que se
abandona 202 en aquel en quien se ha abandonado, convencido de que éste le dará lo más saludable y
adecuado (dentro del marco del abandono) de acuerdo con sus posibilidades y con lo que sabe que más
se acomoda al que se ha abandonado. El fundamento en que se apoya el abandono del que se abandona,
es tal que si desapareciese dicho fundamento, dejaría de existir el abandono 203. Y este fundamento
consiste en que quien se abandona tiene total seguridad de que aquel en quien deposita su confianza
cumplirá fielmente todas sus promesas y compromisos y que, incluso, hará, con absoluta generosidad y
largueza, aquello que no prometió ni a lo cual se comprometió.
ARTICULO SEGUNDO
Las causas por las que es lógico que alguien se abandone en los demás son siete:
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Primera: la misericordia, solicitud, compasión y amor. Pues el hombre, cuando sabe que otro le
trata con esta misericordia y solicitud, se confía en él y su alma descansa en sus manos
encomendándole sus asuntos.
Segunda: si se da ese amor para con él, sabe que no le abandonará ni descuidará en sus
necesidades sino que cuidará de él con toda resolución y firmeza. Porque si no estuviera
completamente seguro de todo ésto, no se abandonaría por completo, pues sabría que podría
descuidarlo y flaquear en atender sus necesidades. Y cuando se reúnen en aquel a quien se entrega estas
dos cualidades, a saber: el vigor de la misericordia y la fuerza de la ayuda en cuidar de los asuntos del
otro, entonces, uno se abandona necesariamente en sus manos.
Tercera: aquel en quien uno se abandona debe ser fuerte para no dejarse vencer en su firme
voluntad de cuidar del otro y para que nadie le pueda impedir el que solucione las necesidades del
amigo. Pues, ciertamente, si fuese débil, el que se entrega no se abandonaría completamente a él,
aunque estuviera cierto de su benevolencia y solicitud, debido a las muchas veces que habría fallado.
Cuando se reúnen en alguien estas tres cualidades, [a saber: la benevolencia, la solicitud y la previsión]
entonces este tal merece más que ningún otro que se le entreguen los demás.
Cuarta: aquel en quien alguien se abandona, debe saber bien las distintas necesidades del que se
abandona, no ignorando lo que a éste le conviene (tanto de su vida interior como exterior) y
conociendo aquello con lo que su situación puede mejorar. Porque cuando ignora todo ésto, el alma del
que se abandona no tiene paz. Si alguien sabe que el otro conoce las necesidades que uno tiene, que
puede solucionarlas y que posee un cuidado y generosidad extremas para con ellas, entonces
necesariamente el abandono en él será muy fuerte.
Quinta: supongamos que aquel en quien alguien se abandona es el único que dirige la vida del
abandonado, desde el comienzo de su ser, durante el crecimiento, infancia, juventud, adolescencia,
madurez y vejez, hasta el final de sus días. Si el que se abandona está seguro de ésto, entonces se
entrega por completo a él, quedando tranquila su alma al apoyarse en un ser que hizo anteriormente
tanto por él con una extremada benevolencia. Y ésto hace necesariamente que el abandono en él sea
más firme.
Sexta: todos los asuntos del que se abandona deben estar puestos en manos del que recibe el
abandono, hasta el punto de que nadie, salvo él, pueda dañarle, serle útil, hacerle el bien o alejarle las
contrariedades. Es como el esclavo que está en poder de su señor, cuando está prisionero en sus
mazmorras. Cuando el que se abandona está de semejante manera bajo el poder del otro, lo más
conveniente y seguro es que se abandone a él.
Séptima: el que recibe el abandono debe ser en extremo bondadoso y generoso, tanto para con
quien merece sus dones como para quien no los merece. Su bondad debe ser continua y su generosidad
constante e ininterrumpida.
Quien reúne en sí cuanto se acaba de decir, cumple todas las condiciones para que se produzca el
completo abandono en él. Y quien sabe que se dan en otro tales condiciones, debe abandonarse y
descansar en él, tanto en lo externo como en lo interno, en su corazón y en sus miembros externos,
entregándose a él, estando contento con todas sus decisiones e interpretando bien sus órdenes y
acciones.
Sin embargo, tras considerar estas siete condiciones, resulta que no las hemos encontrado
reunidas, todas juntas, en ninguna creatura, pero sí en el Creador, ensalzado sea. En efecto:
El es misericordioso para con sus creaturas, como dice el Libro: "El Señor es compasivo y
clemente [paciente y misericordioso]" [Salmos, 103, 8], "¿Y no voy a apiadarme de Nínive, la gran
metrópoli?" [Jonás, 4, 11]. No abandona a sus creaturas, como dice el Santo, la paz sea con él: "No
duerme ni reposa el guardián de Israel" [Salmos, 121, 4]. Ni es ignorante ni es vencido por nadie como
dice: "¿Quién fuerte y sabio le resiste y queda ileso?" [Job, 9, 4], "A ti, Señor, la grandeza, el poder, el
honor, la majestad y la gloria" [Crónicas I, 29, 11] y "El Señor, tu Dios, es dentro de ti un soldado
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victorioso" [Sofonías, 3, 17]. El sólo es el que dirige al hombre desde el comienzo de su ser y desde el
inicio de su crecimiento, como dice el Libro: "¿No es El tu padre y tu creador, el que te hizo y te
constituyó?" [Deuteronomio, 32, 6], "En el vientre materno ya me apoyaba en ti; en el seno tú me
sostenías" [Salmos 71, 6] y, por fin: "¿No me vertiste como leche, no me cuajaste como queso?" [Job,
10, 10] y así lo que resta del texto. Los bienes y los males únicamente hay que atribuirlos al Creador,
ensalzado sea, como dice el Libro: "¿Quién mandó que sucediera si no fue el Señor?" [Lamentaciones,
3, 37], "Se agosta la hierba, se marchita la flor [...] pero la palabra de nuestro Dios permanece por
siempre" y añade: "Cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos" [Isaías, 40, 7-8]. Esta idea ya quedó
aclarada en los tres capítulos anteriores de este libro, con lo cual es suficiente. Su bondad es universal y
su benevolencia general, como dice el Libro: "El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus
creaturas" [Salmos, 145, 9], "El da alimento a todo viviente, porque es eterno su amor" [Salmos, 136,
25] y, por fin: "Abres Tu la mano y sacias de favores a todo viviente" [Salmos, 145, 16].
Aunque la razón demuestra que estas siete ideas sólo se reúnen en el Creador, ensalzado sea, y no
en las creaturas, sin embargo he aducido estos versículos del Libro Santo sólo como recordatorio.
Cuando se hace evidente todo ésto al hombre y discierne vigorosamente la verdad del Creador,
ensalzado sea, se abandona en El, se entrega a El, le encomienda su propio gobierno, no va contra sus
decretos, ni se irrita por lo que elige para él, como dice el Santo: "Alzaré mi copa por el triunfo
invocando al Señor" [Salmos, 116, 13], "Me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia,
invoqué al Señor" [Salmos, 116, 3-4].
ARTICULO TERCERO
Los preámbulos, con cuya certeza y firmeza puede el hombre hacer perfecto su abandono en
Dios, ensalzado sea, son cinco:
Primer preámbulo: la fe y reconocimiento de que se reúnen en Dios, ensalzado y honrado sea, las
siete ideas anteriormente dichas, lo cual hace que el hombre esté cierto de que se debe abandonar en El.
Ya las mencioné e hice tomar conciencia de ellas con los textos del Libro Santo que se me ocurrieron.
La primera idea es que, de entre los seres misericordiosos para con el hombre. Dios, ensalzado
sea, es el más misericordioso de todos y que cualquier misericordia y benignidad venida de otro que no
sea Dios, se debe a El, [fuente de toda misericordia y ternura], como dice el Libro: "[El Señor] te
tratará con misericordia y compadecido, te hará crecer" [Deuteronomio, 13, 18].
Segunda idea: Dios, ensalzado sea, no ignora las distintas necesidades del ser humano. Y ésto es
necesario que sea así, porque el hombre es una de las cosas hechas por El y no hay nadie que sepa
mejor que el fabricante las distintas necesidades de la cosa fabricada, lo que le daña, las desgracias que
le pueden sobrevenir y los males que puede parecer así como los remedios para las mismas. Y dado que
ésto ocurre en los artesanos humanos, los cuales no introducen en sus productos sino las formas
accidentales, no teniendo conocimiento ni capacidad para inventar de nueva planta los elementos y la
forma substancial, cuánto más se dará en quien creó los elementos del hombre, su forma, su figura y el
orden estructural de su constitución. El será quien mejor sabrá y conocerá los distintos bienes y
perjuicios que pueden sobrevenir a su obra, así como todo lo que le conviene tanto en esta vida como
en la otra, como dice: "Yo, el Señor, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues" [Isaías,
48, 17] y "Porque el Señor reprende a los que ama" [Proverbios, 3, 12].
Tercera idea: el Creador, ensalzado sea, es el más poderoso de entre todos los seres poderosos y
sus mandatos son más efectivos que cualesquiera otros mandatos, no oponiéndose nada a sus
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decisiones, como dice el Libro: "Todo lo que el Señor quiere, lo hace" [Salmos, 115, 3] y "Así será mi
palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía" [Isaías, 55, 11].
Cuarta idea: el Creador se preocupa en dirigir todas las situaciones por las que atraviesa el
hombre, no abandonando ni descuidando nada, no escamoteando ni lo grande ni lo pequeño, no
olvidando nada, como dice: "¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: "Mi suerte está oculta
al Señor, mi Dios ignora mi causa?". ¿Acaso no sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios
eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia" [Isaías, 40,
27-28].
Quinta idea: no está en la mano de ninguna de las creaturas el beneficiarse o perjudicarse a sí
misma o a las demás, si no es con el permiso de Dios, ensalzado sea. Un siervo que tenga varios
señores que puedan beneficiarle, no se entregará solamente a uno de ellos, puesto que esperará la
protección de todos y cada uno de los demás. Si, por el contrario, uno de los señores es más poderoso
que los otros, entonces necesariamente se abandonará a él; pero no descuidará a los demás ya que
también le pueden favorecer. Pero si sólo es uno el que puede beneficiarle o perjudicarle, entonces
necesariamente se abandonará únicamente a él, puesto que nada espera de los otros. Por tanto, si el
hombre se da cuenta de que ninguna de las creaturas le puede favorecer o perjudicar, si no es con el
permiso del Creador, ensalzado sea, entonces su corazón dejará de temer a las creaturas y de tener
puestas sus esperanzas en los seres creados y se abandonará totalmente al Creador, ensalzado y honrado
sea. Esto es como dice el Libro: "No confíes en los nobles, en hombre que no puede salvar" [Salmos,
146, 3].
Sexta idea: el hombre debe conocer la grandeza de los bienes que Dios le ha concedido y todos
los excelsos dones que le ha otorgado, desde el comienzo de su existencia, sin merecerlo y sin que
Dios tuviera necesidad de él, sino por simple benevolencia, bondad, generosidad y nobleza, de acuerdo
con lo que expuse en el capítulo segundo de este libro que trataba de la reflexión sobre las creaturas.
Como dice el Santo, la paz sea con él: "¡Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío!. ¡Cuántos
planes en favor nuestro!. Nadie se te puede comparar. Intento decirlas y contarlas, pero superan todo
número" [Salmos, 40, 6].
Séptima idea: debe tener claro el hombre que todo lo que existe en este mundo, ya sea substancia
o accidente, tiene unos límites precisos: no se puede aumentar ni disminuir, en más o en menos, nada
de lo que ya tiene predeterminado el Creador, ensalzado sea, tanto en el orden de la cantidad, como en
el de la cualidad, tiempo o lugar. No puede aumentarse aquello que el Creador ha decidido de
antemano que disminuya, ni puede disminuirse lo que ha decidido que aumente; ni se puede retrasar lo
que tiene previsto se adelante ni adelantar lo que ha decidido que se retrase 205. Al contrario, todo lo
que ocurre es algo que está predeterminado y que existía ya antes originariamente en la ciencia de Dios
206. Sin embargo, todos los decretos que preexisten en la ciencia de Dios, ensalzado y honrado sea, se
realizan en este mundo a través de unas causas, las cuales, a su vez, tienen otras causas.
Quien ignora el funcionamiento de las cosas de este mundo, cree que la causa inmediatamente
observada es la que determina necesariamente en las cosas los cambios y transformaciones de unos
estados a otros, siendo así que, en realidad, la causa inmediata es débil e insuficiente como para que por
ella misma, esencialmente, se operen los cambios y se den por su intervención las distintas alteraciones
que se observan. Por ejemplo, de un sólo grano de trigo nacen trescientas espigas y de cada espiga
alrededor de treinta nuevos granos. O sea, que de un sólo grano se originan otros diez mil y más.
¿Acaso se nos oculta que el grano es lo suficientemente endeble y pequeño como para que produzca
semejantes efectos? Lo mismo podríamos decir del resto de las semillas que se siembran y cultivan.
Igual ocurre con la generación del cuerpo humano y de los demás animales a partir de una gota de
semen. Y, del mismo modo, de la constitución de los grandes peces a partir de un huevo sumamente
pequeño.
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El afanarse el alma, dentro de los bienes mundanos, en adelantar lo que Dios retrasa, en retrasar
lo que El adelanta, en incrementar lo que El disminuye y en disminuir lo que El incrementa,
prescindiendo del cumplimiento de los deberes que impone la sumisión a Dios y de las obligaciones de
la Ley, constituye una debilidad de discernimiento a la hora de reconocer la auténtica sabiduría de Dios
y un ignorar la bondad divina, demostrada en su solicitud para con nosotros. Ya lo indicó el sabio con
su dicho: "Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol" [Eclesiastés, 3, 1]. Luego, recordó
veintiocho ideas que van desde "tiempo de nacer y tiempo de morir" hasta el texto "tiempo de guerra y
tiempo de paz" [Eclesiastés, 3, 2-8] 208. Y añade: "Que siempre se tercia la ocasión y la suerte"
[Eclesiastés, 9, 11] y "Cada autoridad tiene una superior, y una suprema vigila sobre todas"
[Eclesiastés, 5, 7]. El camino que siguen los decretos del Creador, ensalzado sea, son mucho más
misteriosos, secretos y sublimes de lo que nosotros podamos saber, tanto en relación a las cosas
generales como a las particulares. Ya lo dice el Libro: "Como el cielo está por encima de la tierra, mis
caminos son más altos que los vuestros, mis planes más que vuestros planes" [Isaías, 55, 9].
Segundo preámbulo: hay que saber y reconocer que Dios, ensalzado sea, conoce todo y que nada
se le oculta, tanto de lo exterior como de lo interior del hombre, tanto de lo secreto como de lo público,
y que sabe también perfectamente la sinceridad o no sinceridad del abandono que tiene el ser humano
en el Señor, según lo que dice el Libro: "Sabe el Señor que los designios del hombre son
insustanciales" [Salmos, 94, 11], "¿No lo va a saber el que pesa los corazones?" [Proverbios, 24, 12] y,
finalmente: "Porque Tú conoces el corazón humano" [Reyes I, 8, 39].
Cuando el que se abandona reconozca todo ésto, no podrá pretender abandonarse en manos de
Dios, ensalzado sea, sólo de palabra, sin entregar también su corazón e interior, de modo que no esté en
la situación de aquel de quien se dijo: "[Ya que este pueblo se me acerca] con la boca y me glorifica
con los labios, mientras su corazón está lejos de mí" [Isaías, 29, 13].
Tercer preámbulo: el hombre debe abandonarse únicamente en el Señor, tal como es su deber, y
no compartir la entrega con otros seres, abandonándose a la vez a El y a las creaturas, pues, de este
modo, se deteriora el abandono en Dios al compartirlo con otros. Y ya sabes lo que dice el Libro, sobre
Asa, cuando, a pesar de su virtud, se encomendó a los médicos: "Acudió sólo a los médicos sin acudir
al Señor ni siquiera en su enfermedad" [Crónicas II, 16, 12] y, en consecuencia, fue castigado por ello
210 . Y dice el Libro: "Bendito quien confía en el Señor y busca en El su apoyo" [Jeremías, 17, 7]. Es
cosa sabida que el hombre que confía la resolución de algún asunto a dos agentes o más, su
encomienda se viene abajo. Con mayor razón, por tanto, el que se abandona en Dios y en otros a la vez
verá mermado su abandono. Y ésto será la causa más fuerte de que se elimine aquello que se pretendía
con el abandono en Dios, como dice el Libro: "Maldito quien confía en el hombre y busca su apoyo en
la carne" [Jeremías, 17, 5].
Cuarto preámbulo: debe el hombre poner sumo cuidado y esforzarse totalmente en cumplir todo
aquello a que le obliga Dios, ensalzado y honrado sea, entregándose a El, cumpliendo sus deberes y
absteniéndose de lo que El prohibe, en la medida en que desee que Dios esté de su lado al abandonarse
a El. Como dicen nuestros padres: "Cumple su voluntad como si fuera la tuya para que El cumpla tu
voluntad como si fuera la suya. Renuncia a tu voluntad ante la suya, para que otros renuncien a su
voluntad ante la tuya" [Abôt, II, 5]. A lo cual añade el Libro: "Confía en el Señor y haz el bien, habita
tu tierra y cultiva la felicidad" [Salmos, 37, 3] y, por fin: "El Señor es bueno para los que en El esperan
y lo buscan" [Lamentaciones, 3, 25].
El que se abandona en Dios y, a la vez, le desobedece ¡qué ignorante es y qué poca razón y
conocimiento tiene!. Si uno tiene necesidad de realizar un asunto o de evitarlo y lo encomienda a otro
pero, a la vez, se opone a lo que él le ordena, llegando a oídos de éste, ello le ocasionará el no poder
conseguir aquello que pretendía al encomendarle el tema. Así, con mayor razón y con más certeza,
quien pasa por alto las leyes divinas y los deberes, por cuyo cumplimiento o incumplimiento prometió
Dios premios y castigos, verá frustrada la esperanza que puso al abandonarse en Dios, puesto que se
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rebeló contra El, y no merecerá el título de "hombre que se abandona en Dios", sino que será como
aquel de quien dice el Libro: "¿Qué esperanza le queda al impío cuando Dios le corta la trama y le
arranca la vida?" [Job, 27, 8] y añade: "¿De modo que robáis, matáis, cometéis adulterio, juráis en
falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a
presentaros ante mí, en este templo que lleva mi nombre" [Jeremías, 7, 9-10].
Quinto preámbulo: debe el hombre tener claro que las cosas que acontecen en este mundo, una
vez que son creadas, llegan a su perfección de dos formas: una, [inmediatamente] por medio de los
decretos y voluntad de Dios, ensalzado sea, que las hace salir de la nada a la existencia; otra,
[indirectamente], a través de causas segundas e intermediarios, de los cuales unos son próximos y otros
remotos, unos patentes y otros ocultos. Todos ellos, las causas e intermediarios, van encaminados a que
se perfeccione aquello que Dios decretó que existiera y que saliese a la luz, con su ayuda.
Por ejemplo, las causas próximas de extraer el agua de las profundidades de la tierra son las
vueltas que dan los cangilones que la elevan con la noria desde el pozo. La causa remota es el hombre
que ata la acémila a la noria con una cuerda y la pone en movimiento para elevar el agua desde el fondo
del pozo hasta la superficie de la tierra. Las causas que están entre el hombre y los cangilones, así como
los medios que están entre estos dos extremos, son la bestia, las poleas que se mueven unas a otras y la
soga. Y sí ocurriera algún percance a alguna de dichas causas intermedias que hemos dicho, no se
lograría el efecto final que se persigue. De la misma manera, todas las demás acciones que vienen a la
existencia sólo las lleva a efecto el hombre y los demás seres, después de que Dios, ensalzado sea, ha
decretado que existieran y tras dar al hombre el poder de ejecutar las causas mediante las cuales
habrían de llegar a su acabamiento, como dice el Libro: "Porque el Señor es un Dios que sabe, El es
quien pesa las acciones" [Samuel I 2, 3], "Grande en ideas, poderoso en acciones" [Jeremías, 32, 19] y,
finalmente: "Porque era una ocasión buscada por el Señor" [Reyes I, 12, 15]. En general, ninguna de
las acciones naturales llega a existir completamente si faltan estas causas intermedias.
En efecto, si pensamos un poco, nos encontramos con que es por completo evidente que el
hombre necesita procurarse y buscar los medios oportunos para llevar a cabo perfectamente sus cosas.
Así, el que necesita un alimento, cuando ya lo tiene ante sí, si no se pone a llevárselo a la boca y a
masticarlo, no consigue saciar su necesidad de comida. Y lo mismo le ocurre al sediento que precisa
del agua. Y aún más difícil será [conseguir el alimento, cuando éste no se le presenta ya de forma
comestible] si ha de ocuparse en prepararlo moliéndolo, amasándolo, cociéndolo y otras cosas
parecidas. Más fuerte y mayor es el esfuerzo si necesita comprarlo y luego prepararlo. Y, mucho más
todavía, si no tiene dinero para comprarlo y, en consecuencia, necesita procurarse y buscar muchos más
medios que los que acabo de mencionar, poniéndose, por ejemplo, al servicio de alguien como
asalariado, o vendiendo cosas que le son imprescindibles, como son los muebles, los utensilios u otras
cosas semejantes.
La razón por la cual Dios obligó al hombre a buscarse los medios para lograr el sustento y las
demás cosas que necesita [al modo como se ha dicho], es doble: una, porque la sabiduría divina vio que
era necesario poner a prueba al alma humana en este mundo en orden a la sumisión o a la rebeldía a
Dios. Así, la probó con aquello que resultaba más obvio para ella, cual es la necesidad y, a la vez, la
carestía que tiene de lo exterior, a saber: de la comida, de la bebida, del vestido, de la morada, de la
unión sexual. Así, Dios ordenó al hombre que se dedicase a conseguir todo ésto a través de los medios
adecuados, de una forma concreta y en su momento preciso. En consecuencia, lo que Dios decidió que
pudiera conseguirlo, llegará a lograrlo el hombre aplicando los medios oportunos. Pero, en cambio,
aquello que Dios no ha decidido que lo consiguiese, ni lo alcanzará ni le será posible echar mano de los
medios apropiados para ello. De esta manera, se pondrá de manifiesto la sumisión o la rebeldía del
hombre para con Dios, honrado y ensalzado sea, por la intención y libre elección que aquel haya hecho
entre [los dos a saber, entre la sumisión o la rebeldía], a lo cual Dios ha unido, de forma necesaria, el
premio o el castigo, aunque no consiga lograr su objetivo de una manera efectiva.
103
La otra razón es que el hombre, si se viese libre de fatigas y de la necesidad de procurarse y
buscar los medios para lograr su sustento, entonces se haría despreocupado y petulante, se precipitaría
en la desobediencia a Dios y no se cuidaría de los deberes que le imponen los dones que Dios ha
derramando sobre él, como dice el Libro: "Todo son cítaras y arpas, panderetas y flautas y vino en sus
banquetes, y no atienden a la actividad de Dios ni se fijan en la obra de su mano" [Isaías, 5, 12],
"Comió Jacob hasta saciarse, engordó mi cariño y tiró coses -estabas gordo y corpulento- y rechazó a
Dios, su Creador" [Deuteronomio, 32, 15] y, por fin, dicen nuestros antepasados: "Excelente es unir la
vida del mundo al estudio de la Ley, pues los dos llevan al rechazo del pecado. Todo estudio no
acompañado de un trabajo, aboca a la perdición y entraña el mal" [Abôt, II, 2]. Con mayor razón se da
ésto en quien no hace en absoluto ninguna de estas dos cosas [a saber: ni trabajar ni estudiar], ni pone
su atención en ninguna de ellas. Pues es propio de la delicadeza del Creador, ensalzado sea, para con
los hombres, el que le haya hecho ocuparse de sus asuntos tanto de este mundo como de la otra vida, a
fin de que esté atareado con ellos durante toda su existencia y no se afane por las cosas innecesarias o
por las que no puede alcanzar con su razón, como es, por ejemplo, el cavilar sobre el origen y fin del
Universo, como dice el Libro: "Todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que
pensara; pero el hombre no abarca las obras que Dios hizo desde el principio hasta el fin" [Eclesiastés,
3, 11].
Si el hombre prefiere la sumisión a Dios, si elige servirle abandonándose en El en todos los
asuntos religiosos y mundanos, si se aparta de las cosas bajas y viles y si desea ardientemente cumplir
con sus deberes, entonces, la paz que consiga no le hará petulante, ni se acostumbrará a la vida muelle,
ni le turbarán los deseos, ni se dejará seducir por los hechizos del mundo, ni se afanará en buscar y
procurarse los medios para conseguir los alimentos. Y ello, porque habrán desaparecido de él las dos
razones que se han mencionado antes 211, a saber: el poner a prueba [su sumisión o rebeldía respecto a
Dios] y el ver si se hace petulante por los dones recibidos. Así que obtendrá su sustento sin dificultad ni
penalidad alguna, de acuerdo con sus necesidades, como dice el Libro: "Dios no deja con ganas al
honrado" [Proverbios, 10, 3].
Alguien nos podrá decir: "Sabemos que algunos justos no pueden conseguir los medios de
subsistencia si no es a base de penalidades y miserias; y, por el contrario, que muchos pecadores los
tienen en abundancia y su vida es de lo más opulento y agradable". A ésto respondemos lo siguiente:
los profetas y los santos ya consideraron hace tiempo a esta cuestión y, así, uno de ellos se preguntó:
"¿Por qué me haces ver crímenes, me enseñas trabajos, me pones delante violencias y destrucción y
surgen reyertas y se alzan contiendas?" [Habacuc, 1, 3] y continuó: "Los malvados cercan al inocente"
[Habacuc, 1, 4] y "[Tus ojos son demasiado puros para estar mirando el mal, no puedes estar
contemplando la opresión: pues ¿por qué contemplas en silencio a los traidores] al culpable que devora
al inocente?" [Habacuc, 1, 13]. Otro respondió a todo ésto así: "Porque El librará al pobre que pide
auxilio, al afligido que no tiene protector; El se apiadará del pobre y del indigente y salvará la vida de
los pobres; El vengará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos" [Salmos, 72, 12-
14]. Uno, hablado de sus contemporáneos dijo ésto: "Tenemos que felicitar a los arrogantes: los
malvados prosperan, tientan a Dios impunemente" [Malaquías, 3, 15]. Y así, otros textos parecidos.
El Profeta, sin embargo, abrevió la respuesta explicativa de todo ésto, porque las causas de que
los santos sufran penalidades y los malvados reciban beneficios en este mundo, son diversas. Así, el
Libro nos advierte de ello con este dicho: "Lo oculto es del Señor, nuestro Dios; lo revelado es nuestro
y de nuestros hijos [para siempre, para que cumplamos todos los artículos de la Ley]" [Deuteronomio,
29, 28]. Y el sabio dice algo parecido: "Si ves en una provincia oprimido al pobre, conculcados el
derecho y la justicia, no te extrañes de tal situación [cada autoridad tiene una superior y una suprema
vigila sobre todas]" [Eclesiastés, 5, 7]. Y, por fin, dice el Libro: "El es la Roca, sus obras son perfectas,
sus caminos son justos" [Deuteronomio, 32, 4].
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A pesar de lo cual, creo que también yo puedo dar una explicación bastante satisfactoria a este
asunto. Así, digo que las razones por las cuales le es de tal modo difícil al hombre virtuoso el conseguir
el sustento que sufra con ello penalidades y pruebas, pueden ser: o algún pecado anteriormente
cometido que debe pagar ya en esta vida, como dice: "Si al honrado le pagan en la tierra ¡cuánto más al
malvado y al pecador!" [Proverbios, 11, 31]; o porque Dios quiere compensarle en la otra, como dice:
"Para hacerle bien al final" [Deuteronomio, 8, 16]; o para que se patentice su paciencia y perseverancia
en su sumisión a Dios, de modo que sigan su ejemplo los demás, como sabes de la historia de Job.
Puede ser también debido a la desobediencia cometida contra Dios por las gentes de su tiempo: Dios
pone entonces a prueba al justo con la pobreza, con la penuria y con la enfermedad a fin de que se
manifieste su virtud y sumisión a Dios, en contraste con los demás que le rodean, como dice el Libro:
"El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, nosotros lo estimamos leproso, herido de
Dios y humillado" [Isaías, 53, 4]. También puede deberse a que tuvo poco celo en hacer que
prevaleciese entre sus contemporáneos el cumplimiento de los deberes divinos, como sabes de la
historia de Eli y del Profeta. Este último dijo a Eli, según cuenta el Libro: "Y los que sobrevivan de tu
familia vendrán a prosternarse ante él para mendigar algún dinero y una hogaza de pan" [Samuel I, 2,
36] 212.
Por otra parte, el hecho de que Dios conceda favores a quienes le son infieles se debe, a veces, a
alguna buena acción que los tales hicieron anteriormente y por la cual Dios les premia en esta vida,
como dice el Libro: "Al que lo aborrece le paga en persona sin hacerse esperar" [Deuteronomio, 7, 10],
lo cual interpretan así nuestros antepasados: "El remunera a los malvados por las acciones meritorias
que ejecutan durante su vida, a fin de poderlos destruir después". Puede deberse también a que los
bienes de que disfrutan los malvados son sólo un depósito que Dios les ha concedido para entregárselo
El luego a alguno que sea justo y que lo merezca, como dice el Libro: "[Esta es la suerte que Dios
reserva al malvado, que la herencia que el tirano recibe del Todopoderoso {...} si amontona plata como
tierra y apila vestidos como barro, los vestirá el inocente] y el justo heredará su plata" [Job, 27, 17] y
añade: "Al pecador le da como tarea juntar y acumular para dárselo a quien agrada a Dios" [Eclesiastés,
2, 26]. Puede también deberse a que las riquezas sean la causa de la ruina y desgracia del malvado,
como dice el Libro: "[Hay un mal morboso que he observado bajo el sol]: riquezas guardadas que
perjudican al dueño" [Eclesiastés, 5, 12]. Puede acontecer también que Dios, al concederle estas
riquezas, espere pacientemente a que el pecador se arrepienta y se haga así merecedor de ellas, como
sabes que ocurrió en la historia de Manasés 213. También cabe que la fortuna del malvado se deba a
algún mérito que adquirió algún antecesor suyo y que hizo que su hijo fuera merecedor de ciertos
beneficios, como dijo a Jehú, hijo de Nimsí 214: "Tus hijos, hasta la cuarta generación, se sentarán en
el trono de Israel" [Reyes II, 10 30], "Honrado es quien procede sin tacha: dichosos los hijos que le
sucedan" [Proverbios, 20, 7] y "Fui joven, ya soy viejo: nunca he visto un justo abandonado ni a su
linaje mendigando pan" [Salmos, 37, 25]. Y, finalmente, en ocasiones, estas riquezas sirven para
probar a los hipócritas que tienen pérfidas intenciones y pensamientos perversos, pues éstos, al ver que
los malvados prosperan, se dedican a adularlos y a imitar sus acciones, yendo así contra la sumisión a
Dios. De este modo, el que es puro ante Dios brilla a todas luces y se reconoce públicamente al justo
que se somete verdaderamente a Dios, porque muestra su paciencia cuando le tiranizan y censuran los
demás, por lo cual alcanzarán de Dios, ensalzado sea, un premio, como sabes de la historia de Elías con
Jezabel y de Jeremías con sus contemporáneos 215.
Una vez que ha quedado asentada la necesidad que tiene el hombre de trabajar y de buscar los
medios de subsistencia, expliquemos ahora que no todos los hombres deben dedicarse a todos y cada
uno de esos medios para lograr el alimento, pues tales medios son muy numerosos. En efecto, de entre
éstos, unos son fáciles de conseguir y exigen poca fatiga; tales son, por ejemplo, el comercio en una
tienda o los oficios manuales que exigen poco esfuerzo, como es el de sastre, zurcidor, escriba,
comerciante que especula con mercancías, el que contrata medieros, los capataces y jefes de obra en el
105
cultivo de los campos. Otros oficios, en cambio, suponen esfuerzo y penalidades físicas como es el de
curtidor de pieles o el de quien extrae hierro, cobre y plomo de las minas, el que purifica la plata y el
plomo, el que transporta cosas pesadas, el que viaja continuamente, el que trabaja la tierra y la cultiva y
cosas semejantes a éstas. Así pues, a aquel que tiene fuerza física pero poco discernimiento, lo que le
va es el dedicarse a aquellos trabajos que son duros, de acuerdo con su capacidad para soportarlos. Y el
que es débil corporalmente, pero tiene fuerte discernimiento, no debe dedicarse a trabajos físicos
fatigosos, sino que se entregará a labores más ligeras para el cuerpo y que, además, le permitan
perseverar en ese mismo trabajo durante mucho tiempo.
Por otra parte, si cada hombre desea un oficio o una profesión determinados más que otros, es
porque Dios le ha dado un amor y disposición naturales hacia él. Es lo mismo que ocurre en los demás
animales. Por ejemplo: en la naturaleza del gato está el que cace ratas; en la del halcón, el que atrape
las aves que son como él; en la del ciervo, que se alimente de serpientes 216 Igualmente acontece en las
aves que solamente cazan peces y en cualquier clase de animales que, por su forma de ser, tienen
tendencia y apetecen aquellas especies de plantas y animales que la naturaleza ha asignado para su
alimentación. Esta es la razón de que la forma de sus cuerpos y de sus miembros esté adaptada a tales
fines, como es el caso del pico y patas largos de las aves que se dedican a cazar peces, o como el
colmillo y las potentes garras del león o los cuernos del toro y del ciervo. Por el contrario, a los que
están hechos por la naturaleza para alimentarse de plantas, se les ha privado de los correspondientes
instrumentos de caza y de miembros aptos para la presa.
De la misma manera, las cualidades naturales del hombre, así como sus cuerpos, están adaptados
para las tareas comerciales y para las artes. Por tanto, quien encuentre en su manera de ser y en su
natural una inclinación especial para algún arte, teniendo a la vez un cuerpo adecuado para soportar su
carga, que se entregue a él y que lo convierta en el medio para conseguir su sustento, soportando
pacientemente tanto las dulzuras como las amarguras que le ocasione y no desesperando cuando,
algunas veces, le resulte difícil conseguir el sustento por semejante medio. En tal caso, que se abandone
en Dios, ensalzado sea, esperando que El le proveerá de su alimento a lo largo de toda su vida, mientras
él, por su parte, se entrega en cuerpo y alma a poner todos los medios para conseguirlo, obedeciendo
así al mandato divino de utilizar para ello los medios naturales como es, por ejemplo, el cultivar,
trabajar y sembrar la tierra, tal como dijo: "El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el parque del
Edén, para que lo guardara y cultivara" [Génesis, 2, 15]. Así mismo, debe el hombre servirse de los
animales para sus necesidades y sustento, edificar ciudades, preparar los alimentos y unirse a las
mujeres para que el ser humano se multiplique. De este modo, si la intención y propósito que alberga su
corazón están puestos en Dios, será recompensado, ya sea que consiga lo que busca, ya sea que le
resulte imposible lograrlo, como dice el Santo, la paz sea con él: "Comerás del fruto de tu trabajo, serás
dichoso, te irá bien" [Salmos, 128, 2]. Y también dijeron nuestros antepasados, la paz sea con ellos:
"Que todas las acciones se hagan en nombre del cielo" [Abôt, II, 17]. De este modo, su entrega a Dios
será total, no perjudicándole en nada el que se dedique a poner los medios para conseguir su sustento,
puesto que, mientras se ocupa de ellos, su intención y propósito están puestos en Dios. El hombre no
debe pensar que los medios de subsistencia le vienen por un solo conducto, faltando el cual no habrá
otro por el cual los pueda conseguir, sino que se abandonará en Dios, convencido de que, para El, todas
las causas segundas y conductos son iguales, dando los medios de vida a quien quiere y cuando quiere,
como dice el Libro: "A lo mejor el Señor nos da la victoria; no le cuesta salvar con muchos o con
pocos" [Samuel I 14, 6], "[Acuérdate del Señor, tu Dios] que es quien te da la fuerza para crearte estas
riquezas" [Deuteronomio, 8, 18] y, finalmente: "No cuentan fuerza ni riqueza, lo que cuenta es mi
espíritu -dice el Señor de los ejércitos" [Zacarías, 4, 6].
ARTICULO CUARTO
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[Explicación de aquellas cosas en las cuales se da el abandono, así como de su necesaria
bondad o maldad]
Las cosas en las cuales el creyente debe abandonarse en Dios, son de dos géneros: uno el de las
cosas de este mundo; otro el de los asuntos de la otra vida.
Las cosas de este mundo se dividen, a su vez, en otras dos clases: la primera, la de aquellas que,
siendo mundanas, son útiles sólo para esta vida; la segunda abarca las que también aprovechan para la
otra.
Igualmente, las cosas de este mundo que sólo sirven para la presente vida, se dividen en tres
clases: la primera, la de aquellas que únicamente aprovechan al propio cuerpo; la segunda, la de las
cosas que sirven para conseguir el sustento o que son medios para lograr riquezas y diversos bienes
materiales; y la tercera, las que son útiles a la gente que uno tiene alrededor, como es la familia,
allegados, hermanos, enemigos, y, dentro de la escala social, los superiores e inferiores.
Las cosas del mundo que aprovechan también para la otra vida, se dividen también en dos clases:
primera, la de aquellas que pertenecen a los deberes de los corazones y de los miembros externos y que
se limitan únicamente al individuo que los realiza, no repercutiendo su realización ni en beneficio ni en
perjuicio de los demás; segunda, la de aquellas cosas que pertenecen a los deberes de los miembros
externos y que sólo se pueden hacer en colaboración con otros, activa y pasivamente 217, como es la
limosna, las buenas acciones, el divulgar la ciencia, el ordenar lo que hay que hacer y el prohibir lo
que es abominable.
Las cosas de la otra vida, se dividen en dos clases: la primera, la de los premios que se merecen
por las acciones que uno hace; la segunda, la de los premios con que Dios favorece especial y
gratuitamente en la otra vida a los santos y profetas.
En consecuencia, todas las cosas que se ponen en manos de Dios por medio del abandono, son de
siete clases:
Primera: las que afectan especial y directamente al cuerpo humano.
Segunda: las que se refieren a la consecución de los medios de vida.
Tercera: las referentes a la familia, hijos, parientes, amigos y enemigos.
Cuarta: los deberes de los corazones y de los miembros externos, cuyo beneficio o daño
solamente afecta al individuo.
Quinta: los deberes de los miembros externos cuyo provecho o perjuicio transciende a los demás.
Sexta: los premios de la otra vida concedidos según la actuación y méritos del hombre en esta
vida.
Séptima: los premios de la otra vida que provienen de la generosidad y liberalidad de Dios y que
son vertidos sobres sus elegidos y santos, como dice el Libro: "Qué bondad tan grande, Señor, reservas
para tus fieles y despliegas a la vista de todos con los que a ti se acogen" [Salmos, 31, 20].
Y, puesto que te he explicado aquellos preámbulos de los cuales se desprende el abandono del
hombre en Dios, ensalzado y honrado sea, es preciso que ahora continúe con ésto, explicándote
detalladamente cómo debe obrar rectamente el que se abandona en cada una de las siete formas
descritas en que el creyente se entrega únicamente a Dios.
Como explicación de la primera clase, que es la que se refiere a las cosas que sólo pertenecen al
cuerpo humano, digo lo siguiente: se trata aquí de la vida y de la muerte, de los medios de subsistencia
para alimentarse, del vestido, de la vivienda, de la salud, de la enfermedad y de las cualidades
naturales que se tienen. La manera de actuar correctamente en cada una de estas cosas, cuando uno se
abandona en Dios, ensalzado y honrado sea, es haciendo que el alma desee se cumpla en todas ellas lo
que Dios ha decidido y confíe en que Dios, ensalzado y honrado sea, no llevará a efecto nada de todo
ésto salvo lo que El sabe de antemano que más se acomoda a su situación tanto en este mundo como en
107
el otro y que es más saludable para su fin último. Debe estar también convencido de que el gobierno de
Dios se extiende a todas las cosas, las cuales, por su parte, no tienen poder para gobernarse por sí
mismas, sino que todo lo que les acontece se debe al supremo gobierno de Dios, no ocurriendo nada sin
su permiso, predeterminación y sabiduría. Y de la misma manera que las creaturas no tienen en su
mano la vida y la muerte, la enfermedad y la salud, tampoco tienen en su poder el sustento y alimento,
los vestidos y las demás cosas que afectan a su cuerpo.
Sin embargo, a pesar de que se debe tener total convicción de que la vida del hombre está puesta
en manos del poder del Creador, ensalzado sea, y de que el Creador elige para él lo mejor, sin embargo,
se debe trabajar en buscar los medios útiles de vida y en elegir lo que mejor le parezca a uno. Por su
parte Dios, ensalzado y honrado sea, hará efectivo lo que de todo ésto ha decidido de antemano. Por
ejemplo: el hombre, aunque su muerte y la longitud de su vida ya están fijados por decreto del Creador,
ensalzado sea, debe esforzarse en poner los medios para vivir, empleando los alimentos, bebidas,
vestidos y morada que necesita, no desentendiéndose de nada de ésto, ni dejándolo sólo en manos de
Dios, diciendo: "Si ya está predeterminado en la providencia de Dios el que viva, que se quede mi alma
dentro de mi cuerpo sin alimento alguno durante toda mi existencia; en consecuencia, ni me molestaré
en buscarme los medios de vida ni me afligiré por ello".
Así pues, no conviene que el hombre se ponga en peligro, confiando en lo que Dios, ensalzado
sea, tiene decidido de antemano, bebiendo venenos, por ejemplo, o arriesgando su vida luchando
innecesariamente con leones o con otras fieras, o lanzándose al mar o al fuego, o cosas parecidas de las
que el hombre puede esperar indudablemente algún daño, al ponerse en semejantes situaciones. El
Libro nos lo prohibe con este texto: "No tentarás al Señor nuestro Dios [poniéndolo a prueba, como lo
tentasteis en Tentación]" [Deuteronomio, 6, 16].
En efecto, el ponerse en tales peligros trae consigo necesariamente dos cosas: [que perezca el que
tal cosa hace o que se salve].
Primero si perece, se convierte en asesino de sí mismo y, por tanto, se le pedirán cuentas como si
hubiera matado a otro hombre. Y ésto, aun en el caso de que Dios tenga decretado de antemano y
permita que muera de aquella manera. Dios nos prohibe causar la muerte de nuestros semejantes con
aquel dicho: "No matarás" [Éxodo, 20, 13]. Y, cuanto más cercana es la relación del asesinado con el
asesino, tanto mayor será el castigo, como dice el Libro: "[Así dice el Señor: a Edom, por tres delitos y
por el cuarto no le perdonaré: porque] persiguió con la espada a su hermano" [Amós, 1, 11]. En
consecuencia, quien se mata a sí mismo recibirá necesariamente un castigo mayor y una sanción más
severa.
En ésto, el hombre es semejante a un siervo a quien su señor le mandó guardar un lugar durante
un tiempo determinado, prohibiéndole que se fuera hasta que hubiera venido un emisario suyo. Y este
siervo, como se retrasase el emisario, se marchó antes de su llegada. El señor se enojó con él y le
impuso el más severo de los castigos. Del mismo modo, el que se suicida, abandona la sumisión a Dios
para rebelarse contra El, al procurar los medios de su propia destrucción.
Por eso ves que Samuel 218, el profeta, la paz sea con él, dijo a Dios, ensalzado sea: "¿Cómo voy
a ir? Si se entera Saúl me matará" [Samuel I, 16, 2]. Pero ésto no se le tomó como una falta de
abandono en Dios: la respuesta que Dios le dio era prueba de que su temor de ser asesinado era
correcto, pues le dijo: "Llevas una novilla y dices que vas a hacer un sacrificio al Señor" [Ibidem], y así
el resto de la historia. Si aquello hubiera sido una falta de abandono en Dios, la respuesta de Dios
hubiera sido simplemente: "Yo doy la muerte y la vida" [Deuteronomio, 32, 39] o algo parecido, como
dijo a Moisés, la paz sea con él, cuando afirmó Dios: "¿Quién da la boca al hombre?, ¿quién lo hace
mudo o sordo o tuerto o ciego? ¿No soy yo el Señor?" [Éxodo, 4, 11]. Por tanto, si Samuel, aun habida
cuenta de su virtud, no encontró fácil el exponerse a un mínimo peligro de muerte, a pesar de que
provenía de una orden del Creador al decirle: "Llena tu cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a
108
Jesé, el de Belén" [Samuel I, 16, 1], con mayor razón será abominable ésto en una persona que no ha
recibido la orden de Dios.
Segundo: si el que se pone en peligro se salva porque le protege Dios, ensalzado sea, entonces
sus buenas obras se esfuman y él pierde el premio que hubiera merecido por ellas, según lo que dijeron
nuestros padres a propósito de ésto: "Un hombre no debe jamás exponerse a un peligro pensando: " Un
milagro me salvará" no sea que ningún milagro le sobrevenga" [šabbât, 32, b]. Y el Santo, la paz sea
con él, dijo: "No merezco los favores ni la lealtad con que has tratado a tu siervo" [Génesis, 32, 11]. Y
los maestros del Talmud dicen a propósito de esta cuestión: "Mis méritos han disminuido en razón de
que he recibido demasiadas bondades y beneficios" 219.
Lo mismo que se ha afirmado de la vida y de la muerte, hay que decirlo del deber que tenemos de
buscar los medios que nos proporcionan la salud, la alimentación, el vestido y la vivienda y de adquirir
buenas costumbres y apartar las malas. Pero todo ello, con la convicción firme de que los medios no le
aprovecharán a uno en nada de modo efectivo, si no están determinados antes por el decreto del
Creador, ensalzado sea.
Es como el propietario de una tierra: la labra, la limpia de abrojos, la siembra y la riega cuando
no llueve, pero abandonándose, a la vez, en Dios, ensalzado y honrado sea, esperando que El haga
florecer el suelo, lo preserve de los males, le haga crecer sus cosechas y lo bendiga. Pero el labrador no
debe dejar la tierra sin cuidarla ni sembrarla, abandonando todo en manos de Dios a la espera de que
germine sin sembrarla previamente. Lo mismo se diga de los que se dedican al comercio o a trabajar
como asalariados: deben todos éstos dedicarse a buscar los medios de vida, pero abandonándose en
Dios, con la convicción de que dichos medios de vida, están en sus manos, bajo su control, y de que El
se responsabiliza ante el hombre de que le proveerá con cualesquiera medios que El elija. El hombre no
debe pensar que los medios que emplea son útiles o perjudiciales por sí mismos. Y si le llegara el
sustento por alguno de los medios que él ha empleado, conviene que no se entregue a él, ni que lo
disfrute a fondo ni que se aferré demasiado, pues entonces se debilitará su abandono en Dios 220.
Tampoco debe pensar que puede obtener de estos medios un beneficio mayor de lo que está
determinado por Dios y que El sabe de antemano. Ni debe alegrarse de tener este medio habitualmente
y a la mano, sino que debe dar gracias a Dios, ensalzado sea, porque le dio el sustento después de haber
trabajado por conseguirlo, no siendo vano, de este modo, el cuidado que puso en ello ni el cansancio
que sufrió, como dice: "Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien" [Salmos, 128, 2].
Un santo dijo: "Me admiro de que, cuando alguien da a otro lo que Dios de antemano decidió que
le entregara, le eche luego en cara el favor que le hizo, exigiéndole además que se lo agradezca. Y más
admirable aún es que alguien tome sus medios de vida de manos de otro (el cual está, por su parte,
obligado a dárselos) y luego se humille ante él, lo respete y se lo agradezca".
Y si no le llega al hombre el sustento por el medio que él ha utilizado, entonces, o bien su pan de
cada día está predeterminado por Dios y, por tanto ya lo tiene, o bien le vendrá por otro conducto. En
cualquiera de los dos casos, el hombre debe poner los medios a su alcance y no ser remiso en
ejecutarlos, siempre y cuando estos medios se acomoden a su manera de ser, a su cuerpo y a su vida
religiosa y mundana, según lo que he dicho antes. Pero, a pesar de todo ésto, se abandonará en manos
de Dios, estando seguro de que no le dejará ni descuidará sus cosas, como dice el Libro: "El Señor es
bueno, atiende a los que se acogen a El" [Nahum, 1, 7].
Lo mismo hay que decir sobre la salud y la enfermedad: el hombre debe abandonarse en manos
de Dios en todas estas cosas, esforzándose, a la vez, en mantener la salud por los medios naturales y en
rechazar la enfermedad de la forma que suele hacerse habitualmente, según lo que ordenó Dios,
ensalzado y honrado sea "Deberá curarlo" [Éxodo 21, 19] 221. Sin embargo, no hay que abandonarse a
las causas que producen tanto la salud como la enfermedad, creyendo que son beneficiosas o nocivas al
margen de la voluntad Dios, ensalzado sea. De este modo, cuando el hombre se abandone en Dios, El le
109
curará de su enfermedad, con o sin los medios que habitualmente hay para sanar, como dice el Libro:
"Envió su palabra para curarlos, para salvarlos de la perdición" [Salmos, 107, 20].
Incluso a veces cura Dios al hombre con los medios más perjudiciales, como sabes por la historia
de Elíseo y las aguas que eran dañinas, según dice el texto: "[Los habitantes de Jericó dijeron a Eliseo:
el emplazamiento de la villa es bueno...] pero el agua es malsana y hace abortar a las mujeres" [Reyes
II, 2, 19], y que él. Eliseo, quitó el mal de las aguas a base de sal, algo así como lo que dice de Moisés:
"El Señor le indicó una planta; Moisés la echó en el agua que se convirtió en agua dulce" [Éxodo, 15,
25] 222. Nuestros padres. Dios esté satisfecho de ellos, nos dicen que se trataba de una adelfa o de algo
parecido. [Isaías curó a Ezequías así]: "Que traigan un emplasto de higos y lo apliquen a la herida para
que se cure" [Isaías, 38, 21]. Y ya sabes la historia de Asa cuando en su enfermedad se abandonó por
completo a los médicos, dejando de confiar totalmente en Dios; alguien le reprendió diciendo: "Porque
El hiere y venda la herida" [Job, 5, 18].
Explicación de la segunda clase de cosas en las que el hombre debe abandonarse en Dios, cuales
son, por ejemplo: los asuntos pertenecientes al enriquecimiento del hombre y al logro de los medios de
vida, las distintas formas de negocios, artes, viajes y transacciones, la función pública, el servicio a los
reyes, el ser comisionista, el ser fiador, el ser secretario o escriba, los distintos servicios, la caza, la
pesca y otros muchos parecidos que emplea el hombre para adquirir riquezas y aumentar sus bienes de
vida.
La manera correcta de abandonarse en manos de Dios en todas estas cosas es la siguiente: que se
entregue el hombre a aquel trabajo que Dios le ha preparado para tener lo justo, para alimentarse y para
tomar, de las cosas del mundo, lo suficiente para vivir. Si es que Dios tiene decidido que ésto le vaya
en aumento, le llegará sin violencia ni fatiga alguna, puesto que se habrá abandonado en El. Por tanto,
ha de ser moderado a la hora de entregarse a los medios humanos, no apoyándose en ellos su corazón,
pues si Dios no tiene decidido el que le aumenten los bienes, aunque los poderes del cielo y de la tierra
se empeñen, no podrán lograrlo de ninguna manera ni por ningún medio. De esta forma, si el hombre se
abandona en Dios, logrará la paz de su corazón y la tranquilidad de su alma, puesto que estará seguro
de que el alimento que se le tiene asignado no pasará a otro, ni su llegada se adelantará ni retrasará un
instante del momento que tiene Dios prefijado.
A veces, Dios hace que muchas de las subsistencias lleguen a sus siervos por medio de un
individuo concreto, a fin de poner a prueba a éste y ver si, [en la ejecución de su cometido], elige
someterse a Dios o rebelarse contra El. De este modo, Dios hace que esas subsistencias que ha de
repartir se conviertan para él en la tentación y prueba más poderosas. Así le ocurre, por ejemplo, al rey
que provee de lo necesario a su ejército y servidumbre; e, igualmente, a los visires, sultanes y
gobernadores, que viven rodeados de muchos y diversos intendentes, trabajadores, encargados, siervos,
familiares y allegados. Todos ellos se encargan afanosamente de conseguir bienes para sus súbditos de
cualquier manera que sea, buena o mala. El que, de entre todos éstos tales, es un ignorante, comete tres
errores:
Primero: en la manera de hacerse con las riquezas, pues se apodera de lo que Dios ha dispuesto
que tome, pero de la forma peor y más baja. Si buscase todo ésto como Dios manda, lograría sus
mayores deseos; su vida, tanto religiosa como mundana, estaría en orden; y no disminuirían lo más
mínimo los bienes que Dios tiene previstos para él.
Segundo: al pensar que todas las riquezas que consigue son medios de subsistencia para él sólo,
sin darse cuenta de que tales medios se dividen en tres clases: primera: los medios de subsistencia
personales, consistentes sólo en el alimento del propio cuerpo, el cual alimento está garantizado por
Dios a todos los seres vivos hasta que se mueren. Segunda: los medios de subsistencia que uno tiene,
pero que están destinados a alimentar a quienes le rodean, como son, por ejemplo, la familia, los hijos,
los obreros, la servidumbre y otros semejantes a éstos. Tales medios no están asegurados por Dios,
ensalzado sea, a todos sus siervos, sino solamente a algunos determinados y en condiciones especiales
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223. Es algo accidental que puede ocurrir en unos momentos sí y en otros no, según lo que Dios decide,
de acuerdo con su benevolencia y justicia. Tercera: las propiedades consistentes en bienes que no
benefician al propietario pero que los guardan y cuidan hasta que otros los heredan o hasta que los
pierden por alguna otra razón. El ignorante cree que todas estas riquezas están destinadas por Dios para
su propia subsistencia y para el mantenimiento de su cuerpo, con lo cual, las buscan con avidez y las
anhelan, siendo así que, a veces, las acumulan para el marido de su mujer, después de que ellos hayan
muerto, o para [un posible asesino suyo] o para alguno de sus enemigos.
Tercer error: el de dar los medios de subsistencia a los demás (los cuales son sus auténticos
dueños, porque Dios ha decidido que fuesen de ellos por su mediación) y recordarles luego el favor que
les hizo, como si fuera él quien los aprovisiona y alimenta de verdad y quien auténticamente es
generoso para con ellos, queriendo así que se agradezca y alabe su generosidad y que se le rinda
vasallaje. De este modo, se hace altiva su alma, le invade la vanidad y el orgullo y se aparta del
agradecimiento debido a Dios, ensalzado sea, [por esos medios que El ha distribuido a través suyo].
Piensa, además, que si se los hubiera ahorrado, [no dándoselos a los demás], seguirían en su poder y
que, si no fuera por él, se les cortarían todos los medios de subsistencia a los otros. Pero este tal es en
realidad un pobre hombre que trabaja en vano en esta vida y que pierde su recompensa en la otra.
El que es inteligente, en relación a estos tres modos de equivocarse, procede de acuerdo con lo
que más se acomoda a su vida religiosa y mundana. Su certeza de que todos sus medios de vida están
en manos de Dios, es mucho más fuerte que el sentimiento de posesión de los propios bienes de que
disfruta, pues no sabe si ésto que tiene es para su propia subsistencia o lo tiene sólo en depósito para
darlo a los demás. Este tal gana honorabilidad en esta vía y valiosas riquezas en la otra, como dice el
canto "Aleluya", desde "¡Aleluya!. Dichoso quien respeta al Señor" hasta el final 224.
Hay algunos hombres que se esfuerzan en acumular riquezas y en aumentarlas, sólo por un
insaciable deseo de que los demás les honren y de ser famosos. Y ello se debe a que ignoran los
auténticos medios que conducen a la honra en esta vida y en la otra. A ésto les impulsa el ver cómo la
mayoría de la gente venera y honra a los ricos, por codicia de lo que éstos tienen y por deseo de
hacerse con lo que poseen. Pero si pensaran y se convencieran de que tales ricos no tienen capacidad ni
poder de dar un solo céntimo de lo que tienen, si no es a quien Dios ya tiene decidido, no esperarían
sino en Dios, ensalzado y honrado sea, ni considerarían necesario honrar a los hombres, si no es a aquel
a quien Dios señala por sus loables prendas, por las cuales merece la honra de Dios, ensalzado sea,
como dice: "Porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian" [Samuel
I, 2, 30].
El hecho de que la gente vulgar (cuando honra a los que tienen riquezas) ignore los medios y
causas del auténtico honor, hace que cada vez sepa menos lo que pretende, cayendo así en la avaricia
más alocada y en el esfuerzo más denodado durante toda su vida para conseguir estos bienes. De este
modo, abandona aquello por lo que verdaderamente debería esforzarse y empeñarse, a saber: el
cumplimiento de los deberes para con Dios y el agradecimiento por sus dones. Por este último medio,
tendría más a su alcance lo que busca, como dice: "Sus caminos son deleitosos y sus sendas son
tranquilas" [Proverbios, 2, 17] y "Tuyo el reino y el que está por encima de todos. Riqueza y gloria
vienen de Ti. Todo lo gobiernas" [Crónicas I, 29, 12].
De entre los que buscan las riquezas, algunos las consiguen, hasta el límite de sus deseos, por
alguno de los medios que hemos mencionado 225. Otros, llegan a ellas a través de la herencia o por
medios similares. Y todos ellos piensan que la mejor manera de lograr riquezas es la suya, pues, de lo
contrario, no hubieran conseguido nada; en consecuencia, dan las gracias a este conducto por el que se
han enriquecido y no a la verdadera causa que es Dios. Esto se parece a lo que aconteció a un hombre
que caminaba por el desierto y tuvo sed. Encontró un aljibe lleno de agua salada y, alegrándose
extraordinariamente, bebió hasta saciarse. Prosiguió su camino un poco más y volvió a encontrar otra
fuente. Pero ésta manaba agua potable y buena. Y entonces se afligió y arrepintió de haber bebido antes
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y de haberse hartado. Lo mismo le pasa al que tiene unas riquezas que le han llegado por un
determinado conducto. No sabe que, si no hubiera podido conseguirlas por este medio, las hubiera
logrado por otro, como hemos expuesto antes, según el dicho del Libro: "A lo mejor el Señor nos da la
victoria; no le cuesta salvar con muchos o con pocos" [Samuel I, 14, 6].
Una de las cosas que le conviene hacer al que se abandona en Dios, si un buen día se le retrasa la
llegada del sustento, es que diga en su interior: "El que me ha puesto en este mundo en un tiempo
concreto y en un momento determinado y que no ha de llevarme consigo antes o después de lo que ya
tiene previsto, es el mismo que ahora me retiene el alimento hasta un momento determinado y hasta un
día concreto, porque El sabe lo que me conviene". Y si le llega el alimento que Dios tiene previsto y no
le sacia por completo el apetito, conviene que piense y diga internamente: "Así como Dios, al
comienzo de mi vida, me preparó, día tras día, el sustento en el pecho de mi madre (de acuerdo con mis
necesidades y en la cantidad que me convenía) hasta que me lo cambió a otros alimentos mejores (no
perjudicándome en nada este cambio), de acuerdo con lo preestablecido por Dios, de igual manera no
permitirá que el alimento que me ha enviado ahora, limitado a mis necesidades, me perjudique hasta el
momento de mi muerte". Y la recompensa será de acuerdo con esta toma de actitud [y con esta forma
de pensar], como aquello que dijo Dios a nuestros padres que estaban en el desierto, según el texto del
Libro: "[El Señor dijo a Moisés: yo os haré llover del cielo], que el pueblo salga a recoger la ración de
cada día" [Éxodo, 16, 4] y "Ve, grita, que lo oiga Jerusalén, así dice el Señor: Recuerdo tu cariño de
joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma" [Jeremías, 2, 2].
De igual manera, si a alguien le vienen los alimentos por un conducto concreto y no por otro, en
un lugar determinado y no en otro y por manos de una persona y no por otras, el hombre dirá en su
interior: "El que me creó, para mi bien, con una forma, figura, aspecto y carácter concretos y no con
otras formas, figuras y caracteres, este mismo eligió para mí el medio por el que me habría de venir el
sustento según lo que más se acomodase a mi situación y no de otra forma. Y el que me puso en este
mundo, en un lugar concreto y por medio de unos padres determinados y no de otros, decidió que me
viniera el alimento en el país concreto y por medio de las personas que El constituyó en medios para
que me llegasen los alimentos, por mi bien y para favorecerme, según el dicho del Santo: "El Señor es
justo en todos sus caminos"" [Salmos, 145, 17].
Explicación de la tercera clase de cosas en las que el hombre debe abandonarse en Dios, cuales
son: los asuntos de su familia, padres, servidores, amigos, enemigos, conocidos, aliados y todos los que
están por encima o por debajo de él, en la escala social. La manera de proceder correctamente en el
abandono en Dios, a través de todas estas personas, es la siguiente:
Todo hombre está en una de estas dos situaciones: o es un solitario, un extranjero, o tiene familia
y allegados. Si es solitario o extranjero, debe gustar de la compañía de Dios, en medio de la soledad de
su extranjería, y abandonarse en El, en su situación de aislamiento, pensando que el hombre es un
expatriado en este mundo y que quienes habitan en la tierra son también expatriados, como dice el
Libro: "En lo mío sois emigrantes y criados" [Levítico, 25, 23]. Debe pensar, además, en su interior,
que todo el que tiene allegados, se ha de volver en breve extranjero y solitario cuando muera y que,
entonces, no le harán compañía ni la familia, ni los hijos. Además, habrá de pensar que, si es un
solitario, desaparecerán la mayor parte de sus preocupaciones, deberes y obligaciones, lo cual habrá de
tenerlo como un favor que Dios le ha dado, pues si no tiene familia ni hijos, las molestias y cargas que
debe aguantar, al ocuparse de las cosas este mundo y de sus exigencias, son más llevaderas. El no tener
familia le proporcionará paz interior y el poderse dedicar a sí mismo. Y en el caso de que se ocupe de
buscar las cosas del otro mundo, su espíritu, estando solo, dará, necesariamente, rienda suelta a esta
tarea y su corazón estará más libre para todo ello 226. Por eso, los ascetas, aun viviendo en el mundo,
huyen de la gente y de sus casas para refugiarse en los montes y así tener libres sus almas para
someterse a Dios. Del mismo modo, los Profetas, en la época de la profecía, salían de sus casas y se
aislaban para cumplir los deberes que Dios les había encomendado, como sabes de la historia de Elías
112
con Eliseo, cuando dice el Libro lo siguiente: "[Elías encontró a Eliseo, hijo de Zafa] arando con doce
yuntas en fila, él con la última". Y, cuando Elías lo llamó hacia sí con una suave invitación, lo entendió
perfectamente y dijo: "Déjame decir adiós a mis padres, luego vuelvo y te sigo". Y la historia termina
diciendo: "Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio" [Reyes I, 19, 19-21].
Se dice que cierto asceta, entrando en una ciudad para llevar a sus habitantes a Dios, ensalzado
sea, advirtió que todos llevaban ropas y vestidos de un solo color, que sus cementerios estaban situados
junto a las puertas de sus casas y que no había una sola mujer entre ellos. Preguntó la razón de todo
ésto y le explicaron: "Vestimos trajes de un solo color para que no se distinga entre nosotros el pobre
del rico, y no se haga así el rico vanidoso y jactancioso por sus riquezas y para que el pobre no se sienta
despreciable y ruin ante sí mismo. Nuestra situación cuando vivimos sobre el suelo es similar a la que
tenemos cuando estamos enterrados bajo él. Es como lo que se cuenta de un príncipe que de tal manera
se mezclaba con sus siervos que no se distinguía de ellos, pues quería practicar la humildad en su
aspecto externo y vestimenta 227. Por otra parte, erigimos las tumbas de nuestros muertos junto a las
puertas de nuestras casas, para que nos sirva de advertencia y estemos sobre aviso de la muerte, con el
fin de que preparemos el viático que nos ha de llevar a la casa del descanso eterno. Y, como has
observado, vivimos alejados de las mujeres y de los hijos, porque las hemos aislado en un poblado
cercano al nuestro. Cuando uno de nosotros necesita de alguna de ellas, va allí y cumple su objetivo
para volver de nuevo junto a nosotros. Y ésto lo hacemos, porque vemos la cantidad de preocupaciones
que nos vienen a la mente, las grandes luchas internas que surgen y los numerosos cuidados y cargas
que provoca su proximidad, a la vez que observamos la paz que proporciona el alejarnos de ellas,
dedicándonos a las cosas de la otra vida y dejando las de ésta". El asceta encontró bien todo ésto y, así,
bendijo y felicitó a aquellos hombres.
Si el que se abandona en Dios tiene familia, parientes, amigos o enemigos, debe abandonarse en
Dios, confiando que El le librará de [las preocupaciones que supone la responsabilidad de ocuparse de]
ellos, pero, a la vez, debe entregarse a cumplir sus obligaciones para con ellos, a satisfacer sus
necesidades, a profesarles internamente un sincero cariño, a abstenerse de todo lo que pueda
perjudicarles, a servirles en todo lo que les beneficie y a aconsejarles y dirigirles bien en sus
necesidades, tanto religiosas, como de la vida en este mundo. Y todo ello, haciéndolo por el servicio de
Dios, ensalzado sea, como dice el Libro: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" [Levítico, 19, 18] y
añade: "No guardarás odio a tu hermano" [Levítico, 19, 17]. Y no hará nada de ésto para que los demás
le recompensen, ni para hacerse con los bienes que tienen los otros, ni por amor a la honra y alabanzas
de los hombres, ni para dominarlos, sino para cumplir el mandato de Dios y ser fiel a su pacto y
testamento a través de aquellos que tiene a su alrededor.
El que, a la hora de satisfacer las necesidades de los demás, procede de alguna de las maneras
reprobables que hemos mencionado antes, no logrará sus deseos en este mundo, su esfuerzo será vano y
perderá su recompensa en la otra vida. Pero si camina por esta vía que acabo de exponer, buscando
solamente el someterse a Dios, El ayudará a los que le rodean y han recibido sus desvelos a que le
recompensen en esta vida; el Señor soltará sus lenguas en acciones de gracias a él; la conducta del que
obra rectamente en este asunto será grande ante los corazones de quienes le rodean y alcanzará la
eterna recompensa en la otra vida, como dijo Dios a Salomón: "Y te daré también lo que no has pedido:
riquezas y fama" [Reyes I, 3, 13].
Respecto a la forma de abandonarse el hombre en Dios en aquellos asuntos que se relacionan con
los que tiene por encima o por debajo de la escala social, hay que decir que la forma correcta de
conducirse (cuando se vea forzado a pedir a los superiores o inferiores que le solucionen alguna
necesidad) es que se abandone en Dios poniendo en sus manos estas cosas que pide y que considere a
estos tales, superiores o inferiores, únicamente como medios para que se le solucione esa necesidad. Es
lo mismo que hace cuando piensa que el cultivo y siembra de la tierra son tan sólo medios para
conseguir su sustento: si Dios quiere que se le provea de tal alimento por este conducto, la siembra
113
germinará, crecerá y medrará; pero ésto no será motivo para que se le den las gracias a la misma tierra:
únicamente habrá que agradecérselo a Dios, [que es quien lo ha hecho todo, siendo lo demás
únicamente causa segunda]. Si Dios no hubiera querido que este tal sacase su sustento por estos
medios, no hubiera germinado en absoluto la tierra; y, en el caso de que Dios la hubiera hecho
germinar, le hubiera enviado algún daño a las plantas, sin que, en ningún caso, la tierra tuviera culpa
alguna.
Del mismo modo, si un hombre pide a otro que le solucione algo, por un lado, le ha de ser igual
que éste sea débil o fuerte para resolverlo y, por otro, debe abandonarse en Dios poniendo en sus manos
la total solución del asunto. Si éste se soluciona por mediación de ese otro, entonces hay que dar
gracias a Dios, ensalzado y honrado sea, porque fue El quien en verdad lo hizo; pero, a la vez, se debe
agradecer también a aquel individuo que lo llevó a cabo, por su buena intención y conciencia recta.
Prueba de esta buena intención y rectitud de conciencia es que Dios ha hecho llegar su bondad a ese
necesitado a través suyo. En efecto: es sabido que Dios, ensalzado sea, no lleva a cabo lo que beneficia
al hombre, si no es a través de los que son honrados; pocas veces envía la destrucción por su medio,
como dicen nuestros antepasados: "La pureza camina por el canal de los hombres puros; y la culpa por
el intermedio de los culpables" [Babâh Batra, 119, a] y añade el Libro: "Al honrado no le pasa nada
malo" [Proverbios, 12, 21].
En el caso de que no llegase a satisfacer la necesidad que tiene, por medio de otras personas, no
hay que reprochárselo a ellas ni atribuirles el fracaso, sino que se deben dar gracias a Dios, ensalzado
sea, por haber elegido lo mejor para él en aquella circunstancia, a la vez que debe agradecérselo a tales
personas, puesto que su deseo e intención fueron el solucionarle el problema, aunque no se hayan
cumplido ni sus propios deseos ni los de los demás. Esta es la manera como se conducirá con sus
conocidos, amigos, compañeros, asociados y asistentes.
Así mismo, si un superior o inferior le encomienda la gestión de algún asunto, pondrá todos los
medios para llevarlo a cabo, con la mejor voluntad, y se entregará a ello en cuanto le sea posible,
pensando que quien le ha encargado la solución de la cosa merece que se tome todo el interés en
hacerlo. Pero luego, se abandonará en Dios poniendo en sus manos la completa realización de lo que se
le ha encomendado. Si el asunto llega a buen término por su medio, que no se enorgullezca por ello ni
le pida a su compañero que se lo agradezca y recompense, sino que de las gracias a Dios, ensalzado
sea, que fue el que verdaderamente puso la solución a través suyo, constituyéndolo en causa segunda
para utilidad de los demás. Y si le fuera imposible llevar a cabo esta gestión y no pudiera realizarla, que
no se lo reproche a sí mismo y que se excuse ante el compañero que se la encomendó, después de
haberse esforzado y puesto todo su entusiasmo en cumplir con el cometido.
Respecto a los asuntos relacionados con sus enemigos o con los que le envidian u odian, el
hombre debe abandonarse en las manos de Dios y soportar con paciencia los desdenes que le hacen no
devolviéndoles con idéntica moneda y haciendo lo mismo que los demás, sino que debe mostrarse
generoso y ser sumamente cortés con ellos, en todo lo que pueda, recordando en su interior que el daño
y provecho que pueda recibir sólo está en manos del Creador, ensalzado sea. Y si los otros fueran los
causantes de su mal, que piense bien de ellos, teniendo, por el contrario, mala opinión de sí mismo, de
sus propios actos y de todo lo que antes hizo contra su Señor, arrepintiéndose ante Dios de todo y
acercándose a El para que le perdone sus pecados. De este modo, sus enemigos volverán a confiar en
él, como dice el Sabio: "Cuando Dios aprueba la conducta de un hombre, lo reconcilia con sus
enemigos" [Proverbios, 16, 7].
Cuarta clase de cosas en las que hay que abandonarse en Dios. Se trata de los deberes de los
corazones y de los miembros externos, cuyo provecho o perjuicio repercuten sólo en el individuo que
los realiza. Estos son, por ejemplo, el ayuno, la oración, el habitar en las chozas en la fiesta de los
Tabernáculos, el llevar palmas en estas fiestas, el ponerse las filacterias, el guardar el sábado y las
fiestas, el abstenerse de las cosas prohibidas. Se trata de todos los deberes de los corazones que no
114
transcienden a los demás y cuyo beneficio o perjuicio solamente afecta al individuo que los realiza y
no a los otros.
La manera de abandonarse en Dios en todas estas cosas, es la que voy a explicar, rogando a Dios
que nos guíe con su bondad hacia la verdad. La manera es la siguiente: las acciones de sumisión o de
rebeldía a Dios, no se realizan plenamente en el hombre, si no se unen estas tres condiciones: Primera,
eligiendo intencionada e interiormente la sumisión a Dios, ensalzado sea. Segunda, proponiéndose y
estando firmemente decidido a realizar en la práctica la acción que se ha elegido internamente. Tercero,
entregándose a la ejecución de este acto con los miembros externos visibles, con lo cual se lleva esta
acción a la existencia real y efectiva.
Si algo no se escapa al poder del hombre es su libertad, primero, para someterse o rebelarse
contra Dios y, segundo, para tener el propósito y firme decisión de llevar a la práctica lo que se ha
elegido. El que abandona por completo en manos de Dios estas dos cosas, se equivoca y es un
ignorante, porque Dios, ensalzado sea, puso en nuestras manos el poder de la libertad para elegir entre
someternos o rebelarnos contra El, como dice el Libro: "[Hoy cito como testigos contra vosotros al
cielo y a la tierra, te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición]. Elige la vida"
[Deuteronomio, 30, 19]. Sin embargo no puso en nuestras manos el realizar efectivamente la sumisión
o la rebeldía, sino que ésto lo hizo depender de unas causas segundas ajenas a nosotros, las cuales son
posibles en algunos momentos y en otros imposibles 228. El que abandona en manos de Dios la misma
decisión interior de someterse a El y dice: "No elijo ni quiero llevar a la práctica nada referente a la
sumisión a Dios, hasta que El decida aquello que es mejor para mi salvación", equivoca el camino recto
y sus pies resbalan, apartándose de lo justo, porque Dios nos ordenó elegir internamente la sumisión y
el procurarla con seriedad, decisión y rectitud de intención, deseándole a El, ensalzado y honrado sea.
Dios nos hizo saber que esta es la manera correcta de obrar para nuestro bien, tanto en esta vida como
en la otra. De este modo, si las causas segundas son favorables y nos es posible realizar efectivamente
el acto de sumisión a Dios que ya antes habíamos elegido libremente, entonces tendremos segura una
gran recompensa por haber elegido la sumisión y por haber estado decididos a realizarla, llevándola
luego a cabo en la práctica con los miembros externos visibles. Pero si, por el contrario, les fuera
imposible a los miembros externos el realizar efectivamente la sumisión, también tendremos segura la
recompensa, por haber elegido libremente en nuestro interior y por haber tenido la intención de hacerlo,
tal como hemos dicho anteriormente. Y lo mismo ocurrirá en relación a los castigos merecidos por la
rebeldía contra Dios.
La diferencia que hay entre los actos de sumisión a Dios, ensalzado sea, y las demás acciones
mundanas, es la siguiente: en los asuntos mundanos, no sabemos claramente qué medios son mejores y
más provechosos, ni qué formas de obrar nos perjudican y dañan. En efecto, ignoramos qué arte es el
que nos conduce y aproxima más a lograr el sustento que buscamos, la salud o lo que nos es mejor. No
sabemos en qué actividad comercial, viaje o trabajo mundano tendremos éxito, cuando nos dedicamos a
ellos. En estos casos, lo que debemos hacer es abandonar en manos de Dios tanto la elección de una
opción como el llevarla a cabo de modo efectivo, a fin de que nos ayude en todo aquello que sirve para
nuestro bien, tras consagrarnos totalmente a ello y pedirle que nos inspire para elegir bien lo que es más
conveniente y más digno para nosotros.
En cambio, en lo que toca a la sumisión a Dios, las cosas no son así, pues el Señor nos ha
enseñado cómo debemos proceder correctamente en este asunto: nos ha ordenado que elijamos la
sumisión, tras habernos dado capacidad [para elegirla] 229. Por tanto, si, a la hora de elegir, pedimos a
Dios y ponemos en sus manos el que nos haga comprender el bien que hay en tal elección, nos
equivocamos en nuestra petición, e ignoramos lo que es el abandono en Dios, pues ya nos ha enseñado,
desde hace tiempo, las formas que hay de servirle, las cuales nos reportarán beneficios tanto en esta
vida como en la otra. Así, el Libro dice acerca de los premios en este mundo: "Y nos mandó cumplir
todos estos mandatos, respetando al Señor, nuestro Dios, para nuestro bien perpetuo" [Deuteronomio,
115
6, 24]. Y, acerca de los premios en la otra vida, dice lo siguiente: "Quedaremos justificados ante el
Señor, nuestro Dios, si ponemos por obra todos los preceptos que nos ha mandado" [Deuteronomio, 6,
25].
Más aún: en los asuntos de este mundo, a veces los medios que son buenos se convierten en
malos y los malos en buenos. En cambio, en el tema de la sumisión o rebeldía a Dios, las cosas no son
así: lo que es bueno o malo no cambia jamás de condición ni se muda.
Lo que hay que poner en manos de Dios, abandonándonos en El, es la realización práctica del
acto de sumisión a Dios, después de haberla elegido libremente en nuestro interior, con intención santa,
decisión y firmeza, con pureza de conciencia y limpieza ante Dios, ensalzado sea. Y, al hacer todo ésto,
es preciso que nos abandonemos en Dios para que nos ayude y conduzca hacia El, según dijo el Santo
en estos textos: "Encamíname fielmente, enséñame" [Salmos, 25, 5], "Muéstrame, Señor, el camino de
tus leyes" [Salmos, 119, 35], "Escogí el camino verdadero" [Salmos, 119, 30], "Me apegué a tus
preceptos, Señor, no me defraudes" [Salmos, 119, 31], y, por fin: "No quites de mi boca las palabras
sinceras [porque yo espero en tus mandatos]" [Salmos, 119, 43].
Todos estos textos demuestran que el salmista ha elegido ya libremente, pero que, sin embargo,
pide a Dios dos cosas: la primera, que su corazón sea puro y que persevere en su decisión de someterse
a Dios, arrojando de su corazón y pensamiento todos los cuidados mundanos. Esto es lo que dice el
Santo en estos versos: "Haz que mi corazón sin dividirse te respete" [Salmos, 86, 11], "Ábreme los ojos
y contemplaré las maravillas de tu voluntad" [Salmos, 119, 18], "Aparta mis ojos de las vanidades"
[Salmos, 119, 37] y, finalmente: "Inclina mi corazón a tus preceptos" [Salmos, 119, 36] y otros
semejantes. La segunda cosa que pide el Salmista a Dios es que de fuerza a sus miembros externos para
poder llevar a cabo, de modo efectivo, la sumisión a Dios. Así, dice lo siguiente: ’"Encamíname por la
senda de tus mandatos" [Salmos, 119, 35], "Dame apoyo y estaré a salvo, me fijaré en tus leyes sin
cesar" [Salmos, 119, 117] y otros muchos textos similares.
Luego retomaré el asunto y explicaré, si Dios quiere, las maneras como pueden echarse a perder
los actos pertenecientes a esta cuarta clase, así como las maneras de llevarlos a cabo de una manera
acabada y correcta.
Explicación de la quinta clase de cosas en las que se debe realizar el abandono en Dios. Se trata
de los deberes de los miembros externos que transcienden al individuo que los realiza, beneficiando o
perjudicando así a los demás. Tales son, por ejemplo: la limosna, el tributo, propagar el saber, ordenar
lo que se debe hacer y prohibir lo vedado, cumplir con los pactos, guardar los secretos, hablar bien de
los demás y obrar correctamente con ellos, tener piedad filial para con los padres, conducir a Dios al
pecador, dar buenos consejos al prójimo para orientarle, compadecerse y tener misericordia de los
débiles y soportar la animadversión de los demás cuando se les exhorta a la sumisión a Dios y se les
hace desear y temer las promesas y amenazas [de premios y castigos que Dios tiene prometidos a los
justos y rebeldes.
La forma de abandonarse correctamente en Dios, ensalzado sea, en estas cosas es proponiéndose
el hombre en su interior el hacer todos estos actos y otros parecidos; decidiendo llevarlos a cabo
externamente de forma efectiva; y poniendo los medios para su realización, de acuerdo con sus propias
fuerzas y según lo que hemos dicho antes en la cuarta clase de acciones. Es decir: debemos elegir
siempre con la mira puesta únicamente en acercarnos a Dios, no buscando ni las alabanzas, ni la
recompensa, ni los honores que los hombres nos puedan dar por tales acciones ni pretendiendo dominar
a los demás. A continuación, una vez hecho todo ésto, hay que abandonarse en Dios, dejando en sus
manos la ejecución efectiva de lo que se había propuesto realizar según la voluntad de Dios, ensalzado
sea. Por otra parte, en todo ésto hay que procurar, según las fuerzas de cada uno, el ocultar su puesta en
práctica efectiva a quienes no precisan saberlo por necesidad; pues si nuestra acción se mantiene en
secreto, la recompensa será mayor que si se hubiera publicado. Pero cuando no es posible ocultarlo,
116
que recuerde el principio antes enunciado de que el provecho o perjuicio de las cosas no nos viene
nunca de las creaturas, si no es con el permiso del Creador, ensalzado sea.
Cuando Dios realiza una buena acción a través suyo debe pensar en su interior que ésto no es sino
un regalo que Dios le ha hecho y un don que le ha concedido. En tal caso, no debe alegrarse por las
alabanzas que los hombres le tributen ni pretenderá que se le honre por lo que ha hecho. Pues ésto, de
una parte, le acarreará soberbia por la acción realizada, y, de otra, echará a perder su conciencia e
intención dirigidas a Dios, además de disminuir de valor su propia acción y de perder su recompensa.
Esto lo explicaré en su capítulo correspondiente, si Dios quiere.
Explicación de la sexta clase de actos relacionados con el abandono en Dios. Se trata de los
premios que se conceden en este mundo y en el otro y que el hombre merece por los actos buenos que
realiza en esta vida.
Los premios son de dos clases: los que sólo se dan en esta vida y los que únicamente se conceden
en la otra. A veces también merece el hombre los dos tipos de premios por un solo acto realizado. [Los
detalles de estos premios] no se nos han explicado claramente y en profundidad; Dios simplemente
garantizó a su pueblo, de una manera general, unos premios, no bajando al detalle de la recompensa
que daría en este mundo a la sumisión, al modo como lo hizo con los castigos que habría de dar
también en este mundo a la insumisión. A manera de explicación de los castigos que debe sufrir el que
comete actos de insumisión, diré que pueden ser: lapidación, quema en la hoguera, decapitación,
estrangulación, flagelación de cuarenta latigazos, pena de muerte, amputaciones, multas del doble,
cuádruplo o quíntuplo, pago por heridas producidas por uno mismo o por las cornadas de su propio
buey o por haber dejado abierto un hoyo o por las mordeduras de una bestia de su propiedad o por el
fuego que uno ha encendido, penas por heridas, apropiaciones indebidas, calumnias y otras cosas
parecidas.
Respecto a los premios y castigos que se darán en la otra vida, el Profeta no explicó nada en su
Libro 230 por varias razones, una de las cuales es que no sabemos en absoluto cómo estará el alma una
vez separada del cuerpo ni los premios y castigos que le harán gozar o sufrir en esa situación. Pero
quien puede comprender, tiene una explicación en aquello que dijo Dios a Josué, hijo de Josedeq, a
saber: "[Si sigues mi camino y guardas mis mandamientos, también administrarás mi templo y
guardarás mi atrio] y te dejaré acercarte con esos que están ahí" [Zacarías, 3, 7], lo cual no puede
acontecer en el estado de unión del alma con el cuerpo, pues únicamente alude este texto a lo que
acontece después de la muerte: el alma, en tal momento, se convertirá en una forma angélica, siendo
entonces un ser simple y sutil, tras haber dejado las acciones corporales; entonces será pura y brillará
adornada con los actos buenos que hizo en el mundo.
Otra de las razones de que no se diga nada en el Libro acerca de este asunto es que los premios y
castigos de la otra vida han sido transmitidos al pueblo, oralmente, por la Tradición, tomándolo de los
Profetas, y han sido entendidos racionalmente por algunos sabios concretos. En este sentido, la
mención de estos premios y castigos queda muy reducida en todos los Libros, de la misma manera que
también se reducen muchas de las explicaciones de ciertas leyes y deberes, precisamente porque su
explanación ha sido encomendada a la Tradición.
Otra razón de que no se hable en la Escritura de los premios y castigos en la otra vida, es que, el
pueblo ignora y tiene poco conocimiento incluso de aquello que no es misterioso en el Libro. En este
aspecto, el Creador, ensalzado sea, procede con su pueblo como el padre cariñoso con su hijo pequeño,
cuando quiere educarlo con delicadeza y ternura, como dice [el Señor]: "Cuando Israel era un niño y yo
le amé" [Oseas, 11, 1].
En efecto, cuando el padre desea dar una primera educación a su hijo, cuando aún es un niño,
para que con ella suba a unos niveles superiores que el muchacho en aquel instante ignora y le dice:
"Soporta con paciencia las molestias de la educación y enseñanza que te doy para que asciendas a
niveles superiores de perfección", no lo aguantará el niño ni le obedecerá, porque ignora semejantes
117
cosas. Pero si le promete darle inmediatamente algo que le guste, como es comida, bebida, vestido o un
espléndido barco 231 y cosas semejantes y, además, le amenaza con algo que le va a doler de modo
inmediato, como es el padecer hambre o desnudez, el recibir azotes y cosas parecidas, entonces llegará
a persuadirle a base de estos argumentos sensibles y pruebas evidentes, claras y realistas, con las cuales
está familiarizado el niño. De este modo le aliviará la carga de la educación y le ayudará a tener
paciencia en todas las penalidades. Y cuando el niño se haga mayor y tenga un intelecto más vigoroso,
comprenderá claramente el objetivo que se perseguía con su educación, así como la intención que tenía
su padre, despreciando, entonces, el placer que en aquellos comienzos experimentaba con semejantes
promesas y amenazas sensibles, las cuales no eran sino puras delicadezas del padre para con él.
De la misma manera, el Creador, ensalzado sea, hace que la mayoría de la gente desee y tema
premios y castigos inmediatos y sensibles porque conoce a su pueblo. Pero cuando éste lleva a cabo la
sumisión de una manera perfecta, Dios le descubre su anterior ignorancia sobre [la intención y sentido
que tienen] los premios y castigos de la otra vida. El pueblo buscará entonces únicamente la sumisión y
el acercamiento a Dios. Y lo mismo se puede decir de los demás textos antropomórficos y materiales
que hay en el Libro acerca del Creador, ensalzado sea.
Otra razón: los premios que se dan en la otra vida no los merece el hombre sólo por sus buenas
acciones. Dios juzga que es merecedor de recompensa, siempre y cuando se cumplan dos condiciones,
además de haber hecho la buena acción. La primera condición es que el hombre conduzca a los demás
a la sumisión a Dios y los lleve a obrar bien ante El, como dice el Libro: "[Los maestros brillarán como
brilla el firmamento] y los que convierten a los demás, como estrellas, perpetuamente" [Daniel, 12, 3] y
"Los que los acusan son gratos, sobre ellos bajan las bendiciones" [Proverbios, 24, 25]. Y, cuando en el
hombre esforzado se juntan el mérito de exigir a los demás que obren bien y el de su propia integridad,
pureza de vida y paciencia, entonces será digno, ante Dios, ensalzado sea, del premio en la otra vida.
La segunda [condición es que el hombre reconozca que el premio en la otra vida se debe] a la suprema
benevolencia de Dios, ensalzado sea, a su bondad y a su bien hacer, como dice el Libro: "[Que Tú,
Dios, tienes el poder], Tú, Señor, la lealtad, que Tú pagas a cada uno según sus obras" [Salmos, 61, 13].
La razón de ser de ésto es que las acciones del hombre, aunque fueran tan numerosas como la arena del
mar, no equivaldrían a una sola de las gracias que Dios nos otorga en este mundo. Pero como resulta
que, además, el hombre tiene deslices y negligencias, ocurre que, si Dios decidiera exigir puntualmente
al hombre que le agradeciera los beneficios que le otorga, entonces las acciones de éste quedarían
reducidas a nada y ahogadas por la más pequeña de las gracias que Dios le ha otorgado. Así pues, los
premios de Dios, ensalzado sea, no los da al hombre porque los merezcan sus acciones, sino que son
más bien un regalo que Dios le concede. Los castigos, en cambio, tanto en esta vida como en la otra,
serían totalmente justos y necesarios, en virtud de la deuda contraída por el hombre, si no fuera por la
bondad con que Dios le arropa en este mundo y en el otro, como dice: "Que Tú, Dios, tienes el poder"
[Salmos, 62, 13] y "El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa" [Salmos, 78, 38].
Otra razón del silencio de los Profetas sobre los premios en la otra vida es que las acciones del
hombre se dividen en dos clases: unas son ocultas y sólo las conoce Dios, ensalzado sea; por ejemplo:
los deberes de los corazones y otros actos parecidos. Y otras son visibles a través de los miembros
externos del hombre, no quedando ocultas, por tanto, a la mirada de los demás. Se trata de la ejecución
por los miembros externos de las leyes que son observables por los demás.
El Creador, ensalzado sea, por su parte, premia las obras de los miembros externos que son
visibles, con premios también visibles en este mundo. Y las acciones ocultas, las premia con premios
también ocultos, cuales son los de la otra vida. Esto es lo que describe el Santo con unas expresiones
que, precisamente, apuntan a ésto: "Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles y despliegas
a la vista de todos con los que a ti se acogen" [Salmos, 31, 20].
Los castigos, en lo tocante a lo visible y oculto, funcionan lo mismo que los premios. Prueba de
ello es que el Creador, ensalzado sea, prometió al pueblo, en recompensa por la sumisión exteriorizada
118
en los miembros corporales, un premio también visible y anticipado en esta vida. Esto se aclara en la
exposición: "Si seguís mi legislación" [Levítico, 26, 3-13] 232. De la misma manera prometió a ese
mismo pueblo, por las desobediencias externas y públicas, castigos sensibles ya en este mundo. Y todo
ello es así porque para la gran masa del pueblo, sólo existe lo que se ve, no lo que está oculto. Esto es
lo que dice el Libro: "Lo oculto es del Señor, nuestro Dios; lo descubierto es nuestro y de nuestros
hijos" [Deuteronomio, 29, 28] y dice también: "Si la gente del país cerrare los ojos respecto de ese
hombre al dar descendencia suya [a Moloc, y no lo hace morir] volveré mi rostro contra aquel hombre
y su casta [y le expulsaré de en medio de su pueblo]" [Levítico, 20, 4-5] 233.
En cuanto a la sumisión oculta y a la rebelión interior del hombre, la decisión de premiar o de
castigar en este mundo y en el otro pertenece solamente a Dios. Por eso el Libro resume brevemente,
sin aclaraciones, la explanación de los premios que Dios concede en la otra vida.
Otra razón de que los Profetas no hablen de los premios en la otra vida es que los premios y
castigos que se mencionan en el Libro son premios y castigos del mundo dirigidos por el Profeta a la
gente mundana [pues son los únicos que éstos pueden entender]. Así, por ejemplo, cuando Josué, hijo
de Josedeq, se hallaba elevado en el mundo angélico, le dijo Dios: "Y te dejaré acercarte con esos que
están may" [Zacarías, 3, 7], dentro del texto anteriormente citado. Esta manera de excitar el deseo y el
temor, se acomoda a las circunstancias del espacio y del tiempo materiales en que se dicen. En este
sentido debes entenderlo.
Otra razón es que la finalidad de los premios de la otra vida es únicamente el que el hombre sea
uno de los privilegiados de Dios y el que se acerque a su luz suprema, como dice: "[Entonces romperá
tu luz como la aurora. En seguida te brotará la carne sana]; te abrirá el camino en justicia [delante de ti
irá la gloria del Señor]" [Isaías, 58, 8], "Los maestros brillarán como brilla el firmamento" [Daniel, 12,
3] y, por fin: "Para sacarlo vivo de la fosa, para alumbrarlo con la luz de la vida" [Job, 33, 30]. Pero no
llegará a Dios sino aquel de quien El esté satisfecho, pues esta satisfacción de Dios, ensalzado sea, es el
fundamento de todo premio, como dice el Libro: "Su cólera inspira temor y su favor da vida" [Salmos,
30, 6] y en el Levítico, en el pasaje antes citado, hay indicios que demuestran que esta satisfacción
divina es el fundamento de la recompensa, con estos textos: "No os delataré" [Levítico, 26, 11], "Me
volveré hacia vosotros" [Levítico, 26, 9] y "Seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo" [Levítico,
26, 12].
Es absolutamente necesario que el creyente se abandone en Dios estando seguro de que dará los
premios que El prometió a los hombres (tanto en esta vida como en la otra), por sus actos de sumisión,
cumpliendo así con lo prometido, del mismo modo que dará los castigos garantizados a quienes lo
merecieren. El estar cierto de ésto constituye la fe perfecta en El, como dice el Libro; "Abraham creyó
al Señor y se le apuntó en su haber" [Génesis, 15, 6]. Y el Santo dice: "Espero gozar de la dicha del
Señor en el país de la vida" [Salmos, 27, 13]. Sin embargo, no debe confiar en la bondad de sus propios
actos, haciéndose a sí mismo responsable de que se le den los premios en esta y en la otra vida, en
virtud de los actos que ha hecho. Más bien debe trabajar, esforzarse y agradecer a Dios los continuos
beneficios que ha volcado sobre él. No debe tener puesta la esperanza en que se le darán futuros
premios por sus acciones, sino que ha de abandonarse confiando en la bondad de Dios para con él, tras
haberse esforzado en cumplir su deber de agradecimiento para con Dios, ensalzado y honrado sea, por
la cantidad de bienes que le ha concedido, como dicen nuestros antepasados: "No seas, pues, como los
siervos que sirven al señor para recibir un salario, sino como los esclavos que trabajan sin recibir un
jornal. Que el temor del cielo repose sobre vosotros" [Abôt, I, 2].
Un santo decía: "Nadie logra el premio de la otra vida en virtud de los actos que ha llevado a
cabo, puesto que estaba obligado a hacerlos por los múltiples beneficios que había recibido de su
Señor, sino que lo alcanzará de la bondad de Dios hacia él".
Así pues, no os dejéis engañar con respecto a vuestras obras. Así lo dice el Santo: "Que Tú, Dios,
tienes el poder; Tú, Señor, la lealtad, que Tú pagas a cada uno según sus obras" [Salmos, 62, 13].
119
En cuanto a la séptima clase de cosas en las que hay que abandonarse en Dios, digo que se trata
de la extraordinaria bondad de Dios derramada en la otra vida sobre sus elegidos y hombres justos a
base de unos dones especiales que ni siquiera se pueden enumerar.
La manera de abandonarse en Dios en este aspecto, es entregarse a los medios que conducen a los
supremos grados a que llegaron los elegidos que merecieron tales premios de Dios, ensalzado y
honrado sea. Y estos medios a los que se debe entregar el creyente son: imitar las costumbres de los
ascetas que se han apartado de este mundo, desechando de su corazón el amor a ese mismo mundo y
usándolo sólo como medio para poder vivir; convirtiendo todo en amor a Dios, concentrándose
totalmente en El; disfrutando de su compañía; aislándose del mundo y de sus gentes y caminando por él
a través de los senderos de los Profetas y elegidos. Luego, el hombre debe pensar bien de Dios, en el
sentido de estar convencido de que derramará sus dones sobre él, en la otra vida, del mismo modo
como los dispensó a aquellos.
El que se abandona en Dios creyéndose digno de todo ésto pero sin poner los medios de sus
buenas obras, es un ignorante y estúpido, que está en la misma situación de aquel que recuerdan
nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "Obran como Zimrí y esperan un premio como el que se
concedió a Finées" [Abôt, I, 3] 234.
Algunos de los signos de la gente de esta clase privilegiada: instruyen a los demás siervos de
Dios para que mejor se sometan a El; tienen paciencia en las pruebas y aflicciones; todo les parece
indiferente a la hora de hacer la voluntad de Dios, como sabes por las historias siguientes: la de
Abraham que empieza: "Dios puso a prueba a Abraham" [Génesis, 22, 1] 235; la de Ananías, Misael y
Azarías que fueron arrojados al horno 236; la de Daniel que fue lanzado al foso de los leones 237 y la
de los diez mártires que fueron condenados a muerte por los tiranos 238. Son también signos de estar
en este elevado rango: el preferir la muerte estando sometidos a Dios, a la vida de insumisión; el elegir
la pobreza sobre la riqueza, la enfermedad a la salud, la desgracia al bienestar; el entregarse totalmente
a los decretos de Dios, contentándose con lo que El quiere 239. Serán dignos de la gracia y de los
bienes que Dios da en la otra vida, aquellos de quienes dice el Libro: "Para legar riquezas a mis amigos
y colmar sus tesoros" [Proverbios, 8, 21], "Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de Ti" [Isaías, 64,
3] y, por fin: "Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles" [Salmos, 31, 20].
ARTICULO QUINTO
[Diferencia que existe entre aquel que se entrega a buscar los medios de vida
abandonándose en Dios y el que lo hace sin abandonarse en El]
Respecto a la diferencia que hay entre aquel que, al entregarse a buscar los medios para ganarse
el sustento, se abandona en Dios y el que no lo hace así, digo lo siguiente: el abandono en Dios,
ensalzado sea, se diferencia de la otra actitud en siete puntos:
Primero: el que se abandona en Dios se conforma con sus decisiones, en cualquier situación en
que le sobrevengan, y le agradece todas las alegrías y contrariedades que padece, tal como dice Job: "El
Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor" [Job, 1, 20] 240. En cambio, el
que no se entrega a Dios, se jacta en las alegrías como si las hubiera conseguido por sí mismo, como
dice el Libro: "El malvado se jacta en su ambición" [Salmos, 10, 3] y reprocha a su Señor los males que
padece, como dice el Libro: "Y rabioso de hambre, maldecirá a su rey y a su Dios" [Isaías, 8, 21].
Segundo: el que se abandona en Dios, su alma descansa confiada y su corazón está tranquilo ante
las decisiones divinas, porque sabe que provienen de Dios y que están dirigidas a lo que más le
conviene, tanto para esta vida como para la otra, como dice el Santo: "Descansa sólo en Dios, alma
mía, porque El es mi esperanza" [Salmos, 62, 6]. En cambio, el que no se abandona en Dios vive en
continua turbación y constante preocupación y tristeza, sin que tenga otra alternativa, tanto en las penas
120
como en las alegrías. Pues si tiene alegrías, se queja porque no se conforma con lo que tiene, ya que
codicia más y más, esperando que se le acumulen los bienes y exigiendo que le sean aumentados. Y si
está en la adversidad, se desespera, porque tal adversidad se opone a sus pasiones, naturaleza y
costumbres. De él dice el Sabio: "Para el desgraciado, todos los días son malos" [Proverbios, 15, 15].
Tercero: el que se abandona en Dios, aunque use de los medios humanos para cualquier asunto,
no se apoya su corazón en ellos ni espera de tales medios el éxito o el fracaso, al margen de la voluntad
divina, sino que los emplea con la mirada puesta en la sumisión a Dios, el cual le ordenó que se
dedicara a las ocupaciones de esta vida para que el mundo fuese más perfecto y bello. Y si, por los
medios mundanos, consigue alguna ventaja o logra eludir algún mal, únicamente alaba a Dios,
ensalzado y honrado sea, no disfrutando demasiado de tales medios, ni deseando tener más y más, ni
descansando en ellos, sino que se harán más fuertes su abandono en Dios y la confianza de su corazón
en El, y no en dichos medios. Y, si no obtiene ningún resultado positivo de ellos, sabe que Dios le dará
el sustento, cuando y como quiera. En tal situación, el fracaso no le hace renunciar a tales medios ni
deja de utilizarlos, abandonándose en Dios, ensalzado sea. En cambio, el que no se abandona en Dios,
únicamente se ocupa de los medios humanos, entregándose por entero a ellos y esperando que sean
también ellos los que le proporcionen beneficios y le alejen de los males. Si se beneficia por este
conducto, da las gracias a esos mismos medios y a su propio esfuerzo, los busca anheloso y no desea
emplear otros. Y si no obtiene beneficio alguno, le echa la culpa a los medios empleados, los aborrece
y deja de usarlos. Dice el Libro: "Ofrece sacrificios al anzuelo, incienso a la red, porque le dieron rica
presa, comida sustanciosa" [Habacuc, 1, 16].
Cuarto: el que se abandona en Dios, cuando le sobra algo de su sustento, lo emplea en aquello
que más le gusta a Dios, ensalzado sea, con generosidad de alma y magnanimidad de corazón, como
dice el Santo: "Porque todo es tuyo y te ofrecemos lo que tus manos nos han dado" [Crónicas I, 29, 14].
En cambio, el que no se abandona en Dios, piensa que el mundo entero, y cuanto hay en él, son
insuficientes para satisfacer sus necesidades. De este modo, acumula riquezas a costa de no cumplir
con los deberes para con Dios y para con los hombres. De nada de ésto se da cuenta hasta que pierde
esas riquezas y se queda sin ellas, como dice el Libro: "Hay quien regala y aumenta su haber, quien
retiene lo que debe y empobrece" [Proverbios, 11, 24].
Quinto: el que se abandona en Dios únicamente utiliza los medios mundanos con vistas a
acumular avituallamientos para la otra vida y provisiones para el viaje definitivo que hará tras la
muerte. Solo emplea aquellos medios mundanos que está seguro le sirven para su salud religiosa y
terrestre. Pero aquellos que son dudosos (porque piensa que pueden perjudicar a su vida religiosa
induciéndole a la desobediencia a Dios) no los emplea, no vaya a ser que se gane una enfermedad en
lugar de curarse. Por el contrario, el que no se abandona en Dios, se habitúa a los medios mundanos y
deja que su corazón se apoye confiadamente en ellos. De este modo, no deja de emplear ninguno de
estos medios y utiliza tanto los reprobables como los laudables, sin pensar en el fin último de su vida.
Como dice acerca de estos tales el Sabio: "El juicioso es cauto y se aparta del mal, el necio se lanza
confiado" [Proverbios, 14, 16].
Sexto: al que se abandona en Dios le quieren y tratan amistosamente las gentes de todas las clases
sociales, porque están seguros de que no les hará daño alguno. No temen que perjudique a sus familias
o a sus bienes. El, por su parte, está seguro con ellos, porque sabe que su bien y su perjuicio no están en
manos ni en poder de las creaturas sino de Dios. Así que no teme que le causen daño, del mismo modo
que no espera que le beneficien. El se fía de ellos y ellos de él; él es amigo de ellos y ellos de él, como
dice el Santo: "Al que confía en el Señor, su lealtad le protege" [Salmos, 32, 10]. Por el contrario, nadie
es amigo del que no se abandona en Dios, ni nadie siente compasión de él, pues siempre está
envidiando e injuriando a los demás, ya que piensa que todos los bienes que se dan a los otros es a base
de quitárselos a él, que los alimentos que tienen los demás, se los han arrebatado también a él, que
todos los deseos que no logra cumplir, es por culpa de ellos. Y todo ésto, porque está convencido de
121
que está en manos de los demás el facilitarle cuanto apetece y de que, si le alcanza alguna desgracia o
desventura a sus bienes o hijos, también es por culpa de los otros, pues es misión del prójimo el
apartarle los males y el quitarle las penas. Y cuando estos prejuicios están metidos en su alma,
acontece, en consecuencia, que odia, insulta 241, aborrece, deshonra y ataca a todos. Este tal será
despreciado en las dos vidas y será un perfecto imbécil en ambos lugares, en este mundo y en el otro,
como dice el Sabio: "Corazón tortuoso, no hará fortuna" [Proverbios, 17, 20].
Séptimo: el que se abandona en Dios no se entristece cuando se le escapa lo que busca o pierde lo
que ama; ni almacena bienes ni se inquieta por tener más de lo que necesita diariamente, porque no
piensa en su interior en el día siguiente, ya que no sabe cuándo va a morir. Así pues, se abandona en
Dios, poniendo en sus manos el que le alargue la vida y el que le lleguen el sustento y alimentos para
ello, por lo cual, ni se alegra ni se entristece por el futuro, como dice el Libro: "No te gloríes del
mañana, no sabes lo que engendra el día" [Proverbios, 27, 1]. Y Ben Sira 242 afirma lo siguiente: "No
te entristezcas por el sufrimiento futuro: ignoras lo que te prepara ese día. El mañana llegará y dejará
pronto de ser. Por tanto, te inquietas por un mundo que no es tuyo" [Sanedrín, 100 b]. Este hombre
únicamente siente pena y tristeza ante el hecho de que disminuya su dedicación a los deberes para con
Dios y su esfuerzo en cumplirlos debidamente, tanto interior como exteriormente, según sus
posibilidades. El temor por la venida de la muerte le aumenta su decisión y entusiasmo para
aprovisionarse de cara a la otra vida, teniendo poco interés en prepararse para este mundo. Dicen
nuestros antepasados: "Conviértete un día antes de la muerte" [Abôt, II, 10]. Y lo interpretan así:
"Conviértete hoy mismo pues puedes morir mañana; sé siempre vigilante, como dice: "Lleva siempre
vestidos blancos" [Eclesiastés, 9, 8]".
En cambio, los que no se abandonan en Dios, tienen muchas tristezas, provocadas por los
continuos males que les sobrevienen en este mundo. Pierden las cosas que desean y se les escapan las
que buscan. Se pertrechan en abundancia de bienes útiles mundanos, sintiéndose así seguros ante la
muerte y perdiendo el temor a ella, como si estuvieran convencidos de que su vida no ha de terminar
nunca y de que su final no ha de llegar. Dejan de preocuparse de la otra vida y se dedican a los asuntos
de este mundo. No piensan en las cosas pertenecientes a su vida religiosa y no se aprovisionan de
bienes para el más allá. Al acostumbrarse a la idea de que su vida terrenal será larga, su esperanza en
los bienes de este mundo aumenta y la de las cosas de la otra disminuye. Y, cuando alguien les
amonesta, intentando orientales, y les dice: "¿Hasta cuándo durará tu abandono y negligencia en
aprovisionarte para la otra vida?", responden: "Cuando tenga lo suficiente y posea alimentos bastantes
para todos los que están a mi lado, como es mi familia y mis parientes, hasta el final de nuestras vidas,
entonces descansará tranquilamente mi alma de las preocupaciones de este mundo y me podré entregar
a cumplir los deberes que tengo para con Dios. En ese momento es cuando pensaré en almacenar
provisiones para la eternidad".
Soy consciente de que he puesto en evidencia las formas de ignorancia de este último tipo de
gentes y los errores de tales ideas, mediante estos siete aspectos que he señalado. Con ello hemos
descubierto la gran ignorancia que tienen quienes las profesan y sus falacias. Y veo también que
nuestro discurso se alarga reprochando y reprobando a los que tienen tales actitudes. Estos son como
los que negocian a base de garantías. En efecto: son como el comerciante que vende a crédito algo a
uno, de quien no se fía, y le pide una garantía en su trato, porque tiene miedo de que tenga poca
disposición y posibilidades para pagarle o imposibilidad de ser justo abonándole la deuda 243.
ARTICULO SEXTO
[Explicación de la necesidad que hay de reprobar las opiniones de quienes desean las cosas
del mundo, esperando que se someterán a Dios cuando hayan conseguido lo que ansían alcanzar
del mundo. A estos tales se les puede llamar prestamistas]
122
A este tal le responderemos de varias maneras 244. La primera es diciéndole: "¿Eres tú de los que
dudan del poder y de la grandeza de Dios? ¿De los que tienen la mente marchita y la lámpara de su
inteligencia muerta, por culpa de la victoria que han alcanzado sobre ellos las tinieblas de las pasiones?,
¿no es mejor que pidas una garantía a un vecino o amigo que no tiene ninguna autoridad ni poder
efectivo sobre ti? El asalariado, cuando se pone a trabajar al servicio de alguien, no obra bien si le pide
al patrono una garantía antes de ponerse a trabajar. Más aún, el siervo, antes de empezar a trabajar, no
puede pedir a su señor una garantía de que va a alimentarle. Con mayor razón, las creaturas no pueden
pedir una garantía a su Creador, antes de someterse a El. Sería cosa sorprendente que el esclavo
trabajase al servicio de su señor, a condición de percibir un jornal por haber trabajado; ésto sería algo
abominable, como dicen nuestros antepasados: "No seas, pues, como los siervos que sirven al señor
para recibir un salario" [Abôt, I, 2]. ¡Cuánto más impúdico y desvergonzado será si pide una garantía
de que le va a alimentar antes de servirle!. De este tal dice el Libro: "¿Así le pagas al Señor?"
[Deuteronomio, 32, 6]".
La segunda respuesta es la siguiente: todo aquel que negocia con una garantía lo hace sobre un
objeto determinado y pidiendo también algo concreto. Pero el que tiene tales ideas [como las que he
expuesto de quienes piden garantías a Dios antes de servirle no ponen límite a sus peticiones porque no
saben los alimentos y sustento que necesitarán, tanto él como su familia, hasta el final de sus días.
Incluso, aunque se les duplicasen las riquezas y aun más, no les bastaría con ésto ni llegarían a
descansar sus almas. Y ello, porque el momento de su muerte es algo que se les oculta y la duración de
sus vidas no tiene término conocido. Por eso no saben cuánto han de pedir y, en consecuencia, su
demanda no tiene término ni medida.
Tercera respuesta: únicamente puede alguien pedir a su amigo una garantía si no tiene con él
ninguna obligación pendiente, ni le debe nada. Es evidente que, en ese caso, puede hacerlo. Pero si
existe tal obligación o deuda, no deberá pedir la garantía ni estará bien que se la acepte, si se la ofrece.
Con mayor razón ocurrirá ésto tratándose del Creador, ensalzado sea, con el cual tiene contraídas el
hombre tantas obligaciones. Aunque se reunieran en un solo individuo todas las buenas acciones de
todos los hombres del mundo, no bastaría con ésto para corresponder a una sola de las gracias que Dios
ha otorgado a este individuo. Y si ésto es así ¿cómo no se avergonzará este hombre tan descarado, al
exigir del Creador, ensalzado sea, un don tan excelso [como es el de la garantía que solicita por
adelantado], además de los dones que ya le ha dado antes? Es que, además, con esta garantía,
aumentarán sus obligaciones para con El, con el agravante de que quizá no pueda cumplir la sumisión
que le ha prometido, porque se le termine antes la vida.
Solía decir un santo a los demás: "¡Hombres!. ¿Estaría bien que Dios, ensalzado y honrado sea,
os exigiera que cumplieseis hoy mismo, los deberes que os obligarán mañana o dentro de una año o
más?". Y le contestaban: "Efectivamente, ¿estaría bien que se nos exigiera cumplir ahora unos deberes
que pertenecen a un tiempo en que no sabemos si viviremos para poderlos ejecutar?. Únicamente nos
obliga aquella sumisión que se nos impone para un momento determinado de la vida, llegado el cual,
debemos cumplirla". Y él respondía: "Del mismo modo, el Creador, ensalzado sea, os garantizó una
cantidad determinada de sustento para el tiempo en que vais a vivir, durante el cual, por vuestra parte y
como deuda de gratitud, tenéis la obligación de someteros. Entonces, del mismo modo que no os exige
Dios una sumisión antes del momento señalado por El, igualmente es preciso que os avergoncéis de
exigir ese sustento antes del tiempo indicado. ¿Cómo se os ocurre pedir el sustento de unos años que
están aún por venir, si ni si quiera sabéis si viviréis hasta entonces? Incluso le exigís de antemano los
alimentos de aquellos parientes y familiares que aún no existen. Más aún: no os contentáis con ésto
sino que exigís también de antemano el alimento y las cosas superfluas de una vida cuyo final no se
conoce y para un número de días ilimitado que todavía no se os han dado. No os basta con no dar a
Dios la sumisión que le debéis por los beneficios que recibiréis en el futuro, sino que hacéis lo
123
contrario, a saber: dejáis de considerar vuestro descuido en someteros a Dios en días pasados en que
Dios, por su parte, cumplió escrupulosamente su promesa de daros el alimento diario".
La cuarta respuesta es la siguiente: todo el que pide una garantía a su amigo, lo hace por alguna
de estas causas: primera, porque es pobre el amigo y tiene pocos bienes; segunda, porque es tacaño
para dar lo que ha conseguido, siendo así difícil al que pide la garantía el cobrar la deuda; y tercera,
porque teme no vaya a morirse ese amigo, antes de pagarle. La garantía viene a ser como un remedio
contra los males que se dan en las relaciones humanas, pues si los hombres se fiaran unos de otros en
estas tres cosas, sería completamente abominable el que se pidieran garantías. Por consiguiente, mucho
más aborrecible y despreciable es pedirle garantías al Creador, ensalzado sea, al cual ninguna de estas
condiciones es aplicable. Ya lo dice el Libro: "Mía es la plata, mío es el oro, oráculo del Señor" [Ageo,
2, 8] y "Tuyo el reino y el que está por encima de todos" [Crónicas I, 29, 12].
Quinta respuesta: si uno pide a su amigo una garantía, se queda tranquilo porque espera resarcirse
con ella y sacarle provecho o bien a la garantía misma o bien a su valor en dinero. Ahora bien, quien
cree que su alma quedará tranquila y libre de las preocupaciones del mundo para entregarse a Dios, una
vez que El haya decidido darle lo suficiente, se equivoca, pues no tiene ninguna seguridad de que sus
riquezas hayan de durarle mucho tiempo, puesto que cabe que le sobrevengan ciertos males que le
impidan, a pesar suyo, cumplir su propósito. Como dice el Libro: "[Las riquezas] a la mitad de la vida
lo abandonan y él termina hecho un necio" [Jeremías, 17, 11]. Cuando los hombres exigen cumplir sus
deseos mundanos para poder tener tranquilidad de alma y así dedicarse luego a Dios, se equivocan y no
saben lo que piden, pues, a veces, el tener mucho es el camino más eficaz para que sus almas se
preocupen e inquieten, como dicen nuestros padres: "Abundancia de bienes, abundancia de angustias"
[Abôt, II, 7].
Sexta respuesta: si el que va a tomar una fianza de su amigo, estuviera seguro de que éste le
habría de pagar la deuda antes de que el plazo venciese o de que le iría a devolver generosamente el
doble de lo adeudado, no le exigirá garantía alguna, de ninguna forma ni por ningún motivo. Del
mismo modo sería en extremo abominable pedirle garantías al Creador, ensalzado sea, del que sabemos
la bondad de sus favores para con nosotros y la belleza de los beneficios que nos ha concedido, tanto
antes como ahora, y del que también sabemos que recompensa las buenas acciones y los actos de
sumisión con una generosidad que no podemos ni pensar ni describir, como dice el Libro: "Jamás ojo
vio un Dios fuera de Ti que hiciera tanto por el que espera en El" [Isaías, 64, 3].
Por fin, la séptima respuesta es la siguiente: el que pide una garantía a su amigo, únicamente se la
pide porque sabe que podrá darle a éste aquel bien material por el cual le ha pedido la garantía. Ahora
bien, el que pide garantías al Creador, ensalzado sea, exigiéndole bienes por adelantado, no está en
disposición de pagarle por ellos con la sumisión. Si no está seguro de poder cumplir con sus antiguos
deberes para con Dios, mucho menos lo estará con respecto a los nuevos. En efecto: el hombre justo
sólo puede cumplir con la sumisión a que le obligan los beneficios que El le ha concedido, con la ayuda
de Dios. Como decía un hombre virtuoso mientras alababa a Dios: "El sabio que te llega a conocer no
se vanagloria por sus obras, sino sólo por tu nombre y por la misericordia con que Tú has llenado su
corazón para que te conozca. Pues en ti se justifica la semilla de Israel, en ti se alegra eternamente"
245.
ARTICULO SÉPTIMO
[Causas del deterioro del abandono en Dios. Así mismo, un discurso general sobre la idea
de abandono y un resumen abreviado de sus distintas formas]
Una vez que hemos acabado el tema de este capítulo, según nuestras posibilidades, convendría
que expusiéramos ahora aquello que deteriora el abandono en Dios. Y digo lo siguiente: todas aquellas
124
cosas que son nocivas y que hemos mencionado en los tres capítulos anteriores de este libro, lo son
también con relación al abandono en Dios. De entre todas ellas, quiero destacar las siguientes: una, la
ignorancia que tenemos de Dios, ensalzado sea, y de sus atributos más bellos. Pues quien ignora la
misericordia de Dios para con sus creaturas, así como el cuidado, desvelo, dominio y gobierno que
ejerce sobre ellas, no descansará su corazón ni se apoyará confiadamente en El.
Otra causa de deterioro es el ignorar los mandatos de Dios, es decir, su Ley, por medio de la cual
nos incita a descansar en El y a abandonarnos en sus manos, como dice el Libro: "Haced la prueba
conmigo [dice el Señor de los ejércitos, y veréis cómo os abro las compuertas del cielo y derrocho
sobre vosotros bendiciones sin cuento....Todos los pueblos os felicitarán, porque seréis mi país
favorito]" [Malaquías, 3, 10] y "Confiad siempre en el Señor [porque el Señor es la roca perpetua]"
[Isaías, 26, 4].
Otra causa de deterioro del abandono en Dios es que el hombre se apega a las causas próximas
mundanas, a las cuales se aplica intensamente, ignorando en ocasiones, por una parte, que esas causas,
cuanto más cercanas están al efecto, son más débiles, tanto para lo útil como para lo perjudicial; y, por
otra, que todo lo que actúa de lejos, tiene un poder más fuerte y más patente, tanto para lo bueno como
para lo malo.
Es como el emir, que, cuando quiere castigar a un súbdito, da la orden a su chambelán para que
lo ejecute; el chambelán lo ordena, a su vez, al visir; el visir, al jefe de policía; éste, a su encargado; y,
finalmente, éste al policía, el cual ejecuta la orden con los instrumentos apropiados. De todos éstos
personajes, los que tienen menos poder para aliviar el sufrimiento y rigor del que es castigado, son los
instrumentos, puesto que no tienen libertad. El policía posee más poder que los instrumentos. Y, del
mismo modo, el encargado es más poderoso que el policía; el jefe de policía más que el encargado; el
visir, más que el jefe de policía; el chambelán más que el visir; y, por fin, el emir tiene más poder que
todos ellos juntos, ya que, si quiere, puede perdonarlo.
Es, pues, evidente que la debilidad y la fuerza que tienen las causas para producir un bien en el
efecto, está en relación a su cercanía o lejanía de ese mismo efecto. Por tanto, el Creador, ensalzado
sea, que es la causa infinitamente lejana con respecto a los efectos, es por ello el ser más digno de que
se confíe en El y de que el hombre se abandone en sus manos, porque es infinitamente poderoso para
ayudar o para dañar a los hombres, según lo que hemos dicho antes.
En resumen: el abandono de quienes se ponen en manos de Dios será tanto más excelente cuanto
mayores son: el conocimiento de Dios y la seguridad de que El cuida de los hombres y de que tiene
capacidad de ocuparse de lo que les conviene.
El niño, al principio de su vida, se abandona en los pechos de su madre, como dice el Libro: "Me
tenías confiado en los pechos de mi madre" [Salmos, 22, 10]. Cuando tiene más conocimiento, deja los
pechos y pasa su abandono a la madre, porque sabe lo muchísimo que cuida de él, como dice: "Acallo y
modero mis deseos, como niño en brazos de su madre" [Salmos, 131, 2]. Luego, cuando aumenta su
capacidad de discernimiento y ve que la tutela que ejercía la madre ha pasado al padre, transfiere a éste
su abandono, en vista del cuidado que vuelca sobre el niño. Pero, al final, cuando se fortalece su cuerpo
y puede por su cuenta hacerse con el sustento, por medio de las artes, del comercio y de otras cosas
semejantes, se abandona confiado sólo en sus propias fuerzas y astucia, porque ignora que en todo lo
que antecede le estaba El dirigiendo con su bondad.
Se cuenta de un santo que tenía un vecino que era un buen escribano y que vivía de su escritura.
Un día le dijo: "¿Cómo estás?". El escribano le respondió: "Bien, mientras mi mano siga sana". Cuando
aquel mismo día atardeció, se le secó la mano y ya no pudo escribir nada más durante el resto de su
vida. Fue un castigo de Dios por haberse fiado sólo de su mano.
Si a un individuo le viene el sustento por medio de otro hombre, entonces deposita en éste su
abandono, descansando en él su corazón. Pero cuando su discernimiento se hace más vigoroso y ve la
indigencia y necesidad que todos tienen del Creador, ensalzado sea, entonces se abandona y apoya en
125
El, en todas aquellas cosas para las que su ingenio no sirve. En tales casos, no puede por menos que
entregarse a la voluntad de Dios, como lo hace en el caso de la caída de la lluvia en los sembrados, o en
los viajes por mar, o en las travesías por el árido desierto, o cuando llegan las inundaciones, o vienen
las epidemias a los animales y cosas parecidas en las que de ninguna manera vale la industria del
hombre, como dice el Libro: "En el apuro dicen:" Acude a salvarnos" [Jeremías, 2, 27].
Y si aún madura más su conocimiento de Dios, ensalzado sea, entonces también se abandonará
en El en aquellas cosas en las que puede hacer algo su ingenio, como es el conseguir los alimentos por
medios peligrosos, o por artes que son muy fatigosas físicamente. Y, entonces, dejará de poner en
práctica todos estos medios, abandonándose en Dios, con la esperanza de que El le proveerá de lo
necesario, empleando unos medios más sencillos.
Si aún reflexiona más atentamente en Dios, ensalzado y honrado sea, también se abandonará en
El, en el uso de todos los medios, tanto fáciles como difíciles. Estará decidido a emplearlos, pero
sometiéndose a Dios y obedeciendo sus mandatos.
Si sigue pensando en El más todavía, en la delicadeza que el Creador, ensalzado sea, muestra
para con las creaturas, se contentará (de corazón y de palabra, exterior e interiormente) con todo lo que
Dios decide que le ocurra y se alegrará de cuanto Dios hace con él, así en la muerte como en la vida, en
la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, no deseando nada fuera de lo que Dios le ha
reservado y no queriendo sino aquello que Dios quiere. De este modo, se pondrá por completo en
manos de Dios y entregará su alma y cuerpo a los decretos divinos. Este tal no preferirá una situación
más que otra ni decidirá, en lo tocante a las cosas mundanas, sino lo que El tiene ya previsto para él,
según decía uno de los santos que se había abandonado a Dios: "Jamás he llegado a estar en una
situación cualquiera, deseando a la vez estar en otra".
Si piensa todavía más en Dios y conoce el objetivo que se ha propuesto al crearle y traerle a esta
vida perecedera y reflexiona en la excelencia que tiene la otra vida, que es eterna, entonces abandonará
el mundo y todos sus medios, para entregarse por completo a Dios, ensalzado y honrado sea, con toda
su mente, con toda su alma y con todo su cuerpo. Cuando esté a solas, se regocijará al recordarle y se
entristecerá cuando no se acuerde de la grandeza de Dios. Y aunque esté en medio de una reunión, no
deseará otra cosa sino tener contento a Dios, ni ansiará nada sino encontrarse con El. La alegría que le
proporcionará el amar a Dios le apartará de las alegrías que los mundanos disfrutan e incluso de los
goces de quienes ya están en la otra vida. Este, sin duda, es el grado más alto de los que se abandonan
en Dios, al cual pertenecen los Profetas, los Santos y los hombres puros elegidos por Dios. Como dice
el Libro: "En la senda de tus juicios. Señor, te esperamos, con qué ansia por tu nombre y tu recuerdo"
[Isaías, 26, 8] y "Tiene sed de Dios, el Dios vivo" [Salmos, 42, 3].
Estos son los diez grados de abandono en Dios, de los cuales no puede prescindir nadie que
quiera abandonarse en El. Y nos encontramos con que la idea del abandono está en el Libro de Dios,
expresada con diez palabras hebreas que se corresponden a estos diez grados descritos, a saber:
Confianza, Apoyo, Esperanza, Protección, Espera, Expectación, Sentido de Dependencia, Descanso,
Fe, Seguridad.
Que Dios, con su misericordia, nos haga, a nosotros y a ti, hombres que se abandonan en El, que
se entregan a sus decisiones, tanto exterior como interiormente.
QUINTO PÓRTICO
126
SOBRE LA PUREZA DEL ACTO DIRIGIDO A DIOS
Dice el autor: puesto que hemos hablado antes del abandono en Dios, ensalzado sea, creo que
debemos seguir ahora con la explicación de los distintos aspectos de la purificación de los actos de
sumisión, dirigiéndolos solamente a Dios. Ello consiste en limpiar las conciencias y en purificar los
corazones de toda imperfección que eche a perder la sumisión, en preservar ese mismo acto de
sumisión de cualquier adorno superficial que conduzca a la hipocresía, a la afectación y a la adulación
de los hombres, como dice Elihu: "No tomaré partido por ninguno, a nadie adularé, porque no sé
adular" [Job, 32, 21].
Así pues, conviene ahora que explique seis ideas sobre la pureza de la acción que se dirige a
Dios:
Primera: qué es la pureza de acción dirigida a Dios.
Segunda: cómo se da la pureza de la acción.
Tercera: en qué actos está obligada la pureza ante a Dios.
Cuarta: tipos de corrupción de la pureza de la acción.
Quinta: cómo se quita del alma la corrupción, de modo que quede firme la pureza del hombre,
respecto a Dios, en todo acto que se hace en su honor.
Sexta: sobre la vigilancia, control y regulación de la mente.
ARTICULO PRIMERO
La Pureza de acción ante Dios, ensalzado sea, consiste en tener la intención, al obrar tanto
exterior como interiormente, de someterse a Dios por El mismo, ensalzado sea, deseando únicamente
complacerlo, sin querer agradar a los hombres.
ARTICULO SEGUNDO
Sobre cómo se da la pureza de los actos, hay diez ideas que conviene enumerar. Cuando estas
ideas se asientan firmemente en el alma del hombre y se hace de ellas el fundamento de la sumisión y
el principio de toda acción, entonces el acto que se dirige a Dios, ensalzado sea, se hace prefecto, si no
se busca nada, al realizarlo, distinto de El, ni se espera en otros, ni se pretende satisfacer a los demás.
Estas ideas son:
Primera: la pureza en el reconocimiento de la unidad de Dios, ensalzado sea, según lo que se dijo
antes en el capítulo primero de este mi libro.
Segunda: la reflexión sobre los continuos dones de Dios vertidos sobre el hombre, de acuerdo
también con lo que hemos explicado en el capítulo segundo.
Tercera: la obligación que tiene el hombre de someterse a Dios, según lo dicho en el capítulo
tercero.
Cuarta: el abandonarse el hombre únicamente en Dios, y no en las creaturas, tal como se expuso
en el capítulo cuarto.
Quinta: la firme convicción de que el beneficiar o perjudicar no está en las manos ni poder de las
creaturas, si no es con el permiso del Creador, ensalzado sea.
Sexta: el ser indiferente a las alabanzas o vituperios de los hombres.
Séptima: el renunciar al ornato externo de cara a los hombres.
127
Octava: el despojar a la mente y al corazón de las ocupaciones del mundo, cuando se trabaja por
la otra vida.
Novena: el temer a Dios, ensalzado sea y tener vergüenza ante El.
Décima: dejarse aconsejar interiormente por la razón en todo lo que sugiere la pasión, aceptando
su opinión y no la de las pasiones.
ARTICULO TERCERO
Las acciones cuya perfección se logra purificándolas, durante su ejecución, ante Dios, son
aquellas de sumisión con las cuales se busca satisfacer a Dios, ensalzado sea. Estos abarcan los deberes
externos de los miembros, los cuales cabe que se dirijan a otro ser que no es Dios, pues la intención del
que los hace puede estar orientada hacia los hombres, buscando, al hacerlas, su consideración y
alabanzas. Pero los deberes de los corazones, no es posible que, quien los hace, los realice por amor a
la consideración y elogios de los demás, puesto que los otros hombres no conocen el interior. El que los
lleva a cabo, únicamente busca a aquel que puede conocerlos; y éste es solamente Dios, ensalzado sea,
como dice el Libro: "Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas" [Jeremías, 17, 10] y "Lo
oculto es del Señor, nuestro Dios; lo patente es nuestro y de nuestros hijos" [Deuteronomio, 29, 28].
ARTICULO CUARTO
Tipos de corrupción de la pureza de la acción
Las cosas que corrompen los actos dirigidos a Dios, ensalzado sea, son tres: primero, la
ignorancia de Dios y de sus beneficios; segundo, el desconocimiento de los mandatos de Dios y de su
Ley (Torá); y tercero, las incitaciones de la pasión, las cuales conducen al hombre hacia lo que le
sugiere el mundo, alejándolo del camino de la otra vida.
La ignorancia de Dios y de sus beneficios daña los actos de sumisión a Dios, porque quien no
conoce a su señor, no le sirve de corazón; únicamente le sirve el que no lo ignora y sabe perfectamente
que de él le viene tanto el provecho como el daño. Por tanto, si uno que ignora a Dios lleva a cabo un
acto cualquiera de servicio, su intención será la propia de quien teme y espera únicamente en los
hombres y, en tal caso, servirá a los hombres y no al Creador de la humanidad; y ello, debido a su
ignorancia y poco conocimiento de Dios. Es lo mismo que se dice del idólatra: que lo es únicamente
porque ignora a Dios, ensalzado y honrado sea. Sin embargo, a veces, el idólatra es preferible al
hipócrita en materia religiosa, por cuatro cosas:
Primera: porque el idólatra vivía en un tiempo en que no estaba prohibida la idolatría por algún
Profeta que hubiera demostrado la perversidad de sus ideas mediante signos y argumentos. En cambio,
el hipócrita, en su vida religiosa, sabe perfectamente por la Tradición, que está mandado el adorar sólo
a Dios y que está prohibido el politeísmo y el abandonarse en otros que no sean El.
Segunda: porque el idólatra adora cosas que no se rebelan contra Dios. En cambio, el hipócrita
religioso adora tanto a los hombres que no ofenden a Dios como a los que lo ofenden.
Tercera: porque el idólatra únicamente adora una sola cosa, el ídolo al que venera. Por el
contrario, el hipócrita adora infinitos objetos.
Y cuarta: porque el status del idólatra no se oculta a los hombres, con lo cual éstos se pueden
resguardar de su maldad pues su increencia en Dios es pública. El hipócrita, por el contrario, oculta su
no creencia en Dios y, por tanto, los hombres confían en él, pudiendo así dañarles, cosa que no ocurre
con el otro. Estos tales constituyen la mayor enfermedad que hay en el mundo y son llamados en
nuestra lengua "hipócritas", "presuntuosos" y "seductores".
128
El que ignora los mandatos y la Ley (Torá) de Dios no lleva a cabo la sumisión con pureza, pues
quien desconoce el sometimiento a Dios, prescrito en lo más elemental de la Ley, con mayor razón
ignorará la manera de perfeccionarlos con pureza de corazón ante Dios, ensalzado sea. Este tal, cuando
haga un acto de sumisión, no buscará a Dios, porque dudará de la obligación que tiene de hacer tales
acciones y desconocerá el deber que tiene de llevarlas a cabo con pureza de intención. Como dicen los
antepasados, la paz sea con ellos: "El tonto no teme el pecado. Y el ignorante no puede ser piadoso"
[Abôt, II, 5].
Las tentaciones y sugerencias de la pasión para que el hombre haga aquello que deteriora la
pureza de su corazón en sus acciones ante Dios, aunque éste conozca a Dios y a su Ley (Torá)
constituyen dos enfermedades: una, la propia de unos pensamientos que le hacen dudar de las verdades
supremas y titubear en su fe; con lo cual resulta que no purifica sus actos ante Dios. Otra: la que
proviene de discutir en su interior, a base de argumentos y demostraciones humanas, todo cuanto hace
y todos los esfuerzos que pone en servir a Dios; tras lo cual, concluye, al final, que no tiene ninguna
obligación ni necesidad de hacerlo y, en consecuencia, decide orientar sus obras hacia el mundo y hacia
la gente de esta vida.
ARTICULO QUINTO
¿Cómo se quita del alma la corrupción, de modo que quede firme la pureza del hombre,
respecto a Dios, en todo acto que se hace en su honor?
He pensado explicarte las cosas que aún no te he dicho, a base de ejemplos demostrativos, para
que con ellos la gente tome sus medidas y purifique sus acciones ante Dios, ensalzado sea, como dice el
Sabio: "Lo escucha el sensato y aumenta su saber" [Proverbios, 1, 5],
Así, digo, ¡oh hombre!, que te conviene conocer a tu mayor enemigo en este mundo, a saber: tu
pasión. Ella está entreverada con las potencias de tu alma e imbricada en las fibras de tu espíritu; se
confabula con las fuerzas que gobiernan tus sentidos, tanto corporales como espirituales; es la señora
de los secretos de tu alma y de cuanto se oculta en tu interior; es la que dirige todos los movimientos
exteriores e interiores que emanan de tu voluntad; es la que está al acecho de todos los momentos que
tienes de descuido. Te echas a descansar despreocupándote de su presencia, pero ella ni duerme ni se
olvida de ti. Te desentiendes de la pasión, pero ella no se desentiende de ti. Se te acerca revestida con
los ropajes del amor y engalanada con los adornos del cariño hacia ti. Está junto a todos los que te
aconsejan y dirigen, cuando, en realidad, te está engañando sutilmente. Se lanza enseguida a darte lo
que te conviene, según su punto de vista y opinión superficiales. Te arroja sus flechas más mortales
para arrancarte de la vida religiosa, como dice el Libro de quienes están en esta situación: "Payaso que
dispara venablos y flechas mortales es el que engaña a su prójimo y luego dice: "Era broma"
[Proverbios, 26, 18-19].
Una de las armas más potentes con que la pasión te destruye en lo más íntimo de tu ser consiste
en buscar por todos los medios el hacerte dudar de las verdades en que crees y el confundirte en las
convicciones más claras y limpias que posees. Así, intenta embrollar a tu alma con imágenes
engañosas y con pretensiones vanas, con las cuales te pueda distraer de las cosas que realmente te
interesan. De este modo, confunde la seguridad de tu fe y de tus creencias.
Si te pones en guardia y preparas las armas de tu razón para que puedas matar con ellas a tu
pasión y rechazar sus flechas, te salvarás y te verás libre de ella, siempre con la venia de Dios,
ensalzado y honrado sea. Pero si sigues su opinión y le entregas la dirección de tus asuntos, no
descansará hasta arruinarte por completo en las dos vidas y hasta desarraigarte en este mundo y en el
otro. Como dice el Santo acerca de algunas de las consecuencias que acarrea la pasión y de algunos
individuos del montón que la siguen: "Porque ella ha asesinado a muchos, sus víctimas son
129
innumerables, su casa es un camino hacia el abismo, una bajada a la morada de la muerte" [Proverbios,
7, 26-27].
Que la lucha que entablas en otras cosas no te distraiga de la que debes declarar para erradicar la
pasión. Que el esfuerzo que pones por otros motivos, no te aparte del que debes consagrar contra ella.
Que la guerra que sostienes contra quien tienes lejos no te aparte de la que debes tener contra quien
tienes más cerca. Que el rechazar a quien no se te aproxima si no es con tu consentimiento, no te prive
de apartar a quien no lo pide para presentarse ante ti.
Se cuenta de un santo que se encontró con unos que venían de guerrear contra un cierto enemigo,
trayendo el botín que habían conseguido tras una intensa batalla. Y les dijo: "Venís, gracias a Dios, de
una pequeñísima guerra, trayéndoos un botín. Pero preparaos ahora para otra guerra mayor". Y le
preguntaron cuál era aquella guerra mayor. Y él respondió: "La guerra de la pasión y de sus ejércitos".
Una de las cosas admirables, hermano mío, es que cualquier enemigo que puedas tener, cuando lo
vences una o dos veces, te deja él mismo y no se preocupa más de combatirte, porque sabe que eres
más fuerte que él: una vez derrotado, desespera de vencerte y de triunfar sobre ti. En cambio, la pasión
no se rinde aunque le hayas vencido una o cien veces, ni le importa que le hayas derrotado tú a ella o
ella a ti. Pues, si es ella la que te ha vencido, acabará matándote; y si eres tú el vencedor, te acechará a
lo largo de toda tu vida, para poder derrotarte en otro momento, como dicen los antiguos: "Duda de ti
mismo hasta el día de la muerte" [Abôt, II, 4]. Por eso, la pasión, en tus asuntos, no descuida jamás la
más mínima ocasión para sacar partido y vencerte y, así, ir avanzando paso a paso, para alcanzar cada
vez mayores victorias sobre ti.
En vista de lo cual, conviene que estés alerta y que no le consientas a la pasión nada de lo que te
pida. Debes considerar como algo grande la más mínima victoria y el triunfo más fácil que puedas
obtener sobre ella, a fin de que vayas venciéndola cada vez más. Pues has de saber que si le haces cara
a la pasión, no tardará en doblegarse y en ofrecerte escasa resistencia, como dice el Libro: "Si no obras
bien, el pecado acecha a la puerta. Pero aunque viene por ti, tú puedes dominarlo" [Génesis, 4, 7].
Que no te asuste la pasión, aunque aumenten sus secuaces; que no te espante, aunque sean
muchos los que colaboren con ella. Pues su propósito fundamental es convertir lo falso en verdadero; y
su más enconado afán es el de que triunfe lo absurdo. Y, sin embargo, ¡qué rápida será su caída y qué
cerca estará su ruina, si llegas a comprender su debilidad! Como muy bien lo describe el Sabio en este
texto: "Había una ciudad pequeña, de pocos habitantes; vino a ella un rey poderoso que la cercó, montó
contra ella fuertes piezas de asedio; había en la ciudad un hombre, pobre, pero hábil, capaz de salvar a
la ciudad con su destreza, pero nadie se acordó de aquel pobre hombre. Y me dije: "vale más maña que
fuerza", sólo que la maña del pobre se desprecia y nadie sigue sus consejos" [Eclesiastés, 9, 14-17].
Este texto describe al hombre como "una ciudad pequeña" porque es un microcosmos. Los
órganos de su cuerpo y las cualidades de su alma están indicados con la expresión "habitantes". Y
afirma que son pocos, por la gran cantidad de deseos que tiene el hombre y por las muchas esperanzas
que ha puesto en el mundo, en comparación con la poca capacidad de que disfruta para cumplir estos
deseos y con los pocos logros que consigue. Las pasiones son descritas con aquello de "un rey
poderoso", debido a los muchos ejércitos, seguidores y sirvientes que tiene. Dice que "la cercó"
sugiriendo la invasión que lleva a cabo la pasión en todas las cosas humanas, tanto interiores como
exteriores. El texto: "montó contra ella fuertes piezas de asedio", alude a las muchas tentaciones
perniciosas, ideas perversas y obstáculos malignos y reprobables con que intenta destruir al hombre, tal
como lo explicaré en lo que resta de este capítulo. Las palabras "había en la ciudad un hombre pobre
pero hábil" aluden a la razón: la describe como "pobre" porque son pocos sus seguidores y
colaboradores. De ahí que diga de ella: "pero nadie se acordó de aquel pobre hombre" y "la maña del
pobre se desprecia". Pero, a pesar de la debilidad de la razón, se habla de la rapidez con que se le
somete la pasión cuando le hace la guerra y la facilidad con que la razón aleja del hombre sus males:
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porque, aunque tenga pocas verdades, alcanza, sin embargo, grandes victorias sobre las vanidades; de
la misma manera que un poco de luz basta para hacer desaparecer grandes tinieblas.
Todo esto constituye una advertencia para que luchemos contra la pasión y para que nos
enfrentemos a ellas con decisión y energía, puesto que ha quedado demostrada la debilidad que
manifiesta ante los embates de la razón y la rapidez con que puede ser derrotada por ella, como dice el
Libro: "Los malos se doblarán ante los buenos y los malvados ante la puerta del honrado" [Proverbios,
14, 19].
La primera duda que te hará tener la pasión es cuando intente demostrarte que tu alma no puede
subsistir sin el cuerpo; que se corromperá cuando éste muera y que no tiene ninguna existencia
posterior a la muerte corporal; y ello, con argumentos capciosos que no se sostienen en pie cuando se
los estudia. Y esto lo hace para que busques los placeres perecederos y las pasiones pasajeras, de tal
modo que afirmes lo mismo que el Libro dice afirman los que tal idea tienen: "A comer y a beber, que
mañana moriremos" [Isaías, 22, 13]. Pero pronto desaparecerán de tu cabeza estas teorías, si las razonas
con los argumentos evidentes que te dieron los antiguos y te dejaron los Profetas, la paz sea con ellos.
Después de que te haya hecho titubear la pasión acerca del destino de tu alma, intentará hacerte
dudar también del Creador, ensalzado y honrado sea. Así, te dirá que este mundo no es ni nuevo ni
creado; que seguirá siempre tal como es, eternamente; que no hay nada en él que sea más digno de ser
Creador que creatura; y que, por tanto, no hay nada que obligue a que unas cosas se sometan a otras,
puesto que todo es eterno e inmortal.
Cuando llegues a semejante situación, recurre a tu razón, que te mostrará la perversidad de esta
teoría, por cuanto te he dicho ya en este libro, en el capítulo dedicado a la confesión sincera de la
unidad de Dios, en el cual se te demostró que el mundo tiene un Creador que lo hizo de la nada.
A este propósito, conviene que sepas que todo cuanto nos prescribe la Ley sobre el Sábado y que
toda su insistencia sobre su cumplimiento y recuerdo, va dirigido exclusivamente a expulsar de
nuestras mentes la idea de la eternidad del mundo y a establecer de modo firme la doctrina de la
creación y construcción de éste desde la nada, creyendo interiormente en todo ello con toda firmeza,
dado que es la única teoría correcta sobre este asunto. Entiéndelo bien.
Cuando la pasión haya desistido de imbuirte estas ideas, te hará caer en las distintas formas de
politeísmo, como son: la doctrina dualista, la cristiana trinitaria, la de los naturalistas y la de los
ignorantes astrólogos. Pero cuando llegues a la total convicción de que el Creador, ensalzado sea, es
uno y eterno, tal como se dijo antes, al principio de este libro, cesarán por completo todas tus dudas.
Más todavía: cuando deje de insistir la pasión en todo esto, intentará engañarte en el tema de la
obligación que tienes de someterte a Dios y te dirá lo siguiente: "Únicamente se somete alguien a otro,
cuando aquel a quien uno se somete necesita del sometido. Pero el Creador, ensalzado sea, no necesita
nada ni de las creaturas ni de lo que hacen; por tanto, tu sumisión a Dios no tiene ningún sentido ni
merece la pena". Pero si repasas con tu razón lo que hemos dicho antes, en el capítulo que trata de la
consideración de los dones que Dios te ha dado y en el capítulo que versa sobre la obligación que tienes
de someterte a Dios, se esfumará tu duda y te obligarás a ti mismo a someterte a tu Señor.
Cuando la pasión deje de engañarte de esta manera, te hará dudar de la Profecía y de los Profetas,
de los preceptos de la Ley (Torá), de las verdades que ésta contiene y de su obligatoriedad. Si a todo
esto te opones con tu razón y lo rebates con los argumentos que ya han aparecido antes en este libro
(concretamente lo que hay en el capítulo tercero), se desvanecerán de tu pecho todas estas dudas y se te
hará evidente la idea de la revelación, la absoluta necesidad, tanto de la Ley (Torá) como del hecho de
que el Profeta fuera enviado a nosotros para traerla, y las distintas formas que hay de tomar conciencia
de esa misma Ley (Torá).
Luego, cuando la pasión desista de engañarte en esto, te hará dudar de la Tradición diciéndote:
"La razón y la Escritura son ciertas, pero la Tradición que han transmitido los antepasados, no lo es en
absoluto y no hay obligación de aceptarla". Pero cuando reflexiones con tu razón, verás que, tanto los
131
pensamientos racionales como las Escrituras, necesitan por completo de la Tradición, puesto que
ninguna de ellas (ni la razón ni la Escritura) logran su perfección sin la Tradición.
En efecto, si no nos definiera la Tradición el cuánto, el cómo, el cuándo, el dónde y otros
accidentes de la Ley (Torá), no tendríamos seguridad de nada de esto con la sola luz de la razón. Y, del
mismo modo, si no nos explicase la Tradición la manera de leer el Libro, su lengua, la forma de
entenderlo y de explicarlo, no podríamos comprender por entero la Escritura, como dicen nuestros
antepasados: "Hay trece principios exegéticos para exponer la Ley" y añaden: "La Ley oral o Masora es
una defensa para la Ley" [Abôt, III, 13]. El mismo Libro, a la hora de sacar conclusiones de él, nos
remite a la Tradición, según este texto: "Si una causa te parece demasiado difícil de sentenciar... subirás
al lugar elegido por el Señor, acudirás a los sacerdotes levitas, al juez que esté en funciones y les
consultarás, ellos dictarán sentencia [...]. El que por arrogancia no escuche al sacerdote puesto al
servicio del Señor, tu Dios, ni acepte su sentencia, morirá" [Deuteronomio, 17, 8-12]. Cuando hayas
aprendido todo esto, cesarán tus dudas y estarás seguro tanto de la razón como de la Escritura y de la
Tradición.
Cuando la pasión se canse de tentarte con esto, te intentará engañar en lo referente a los premios
y castigos, haciéndote dudar, ante todo, de los que se dan en esta vida, diciéndote: "Si los premios y
castigos que se dan en este mundo fuesen según la justicia divina, no favorecería Dios en este mundo al
infiel ni pondría a prueba al virtuoso". Todo ello, según lo que dijo uno que mencionamos antes en el
capítulo cuarto de este libro. Pero cuando la razón te descubra la manera de comportarse la justicia de
Dios en las cosas que cité en el capítulo que trataba del abandono en Dios, cesará esta duda y tu
corazón descansará, viéndose libre de sus confusiones.
Luego, la pasión, cuando desista de tentarnos en esto, nos hará dudar también de los premios y
castigos de la otra vida y deseará engañarnos y confundirnos basándose en que hay pocos textos en
nuestro Libro (Torá) que los expliquen y en el hecho de que son poco claros los testimonios escritos
sobre este tema. Pero nuestros espíritus descansarán y quedarán convencidos de que, con toda
evidencia, deben existir premios y castigos en la otra vida, cuando reflexionemos en lo que hay en los
libros de los Profetas, como por ejemplo: "El espíritu vuelve a Dios que lo dio" [Eclesiastés, 12, 7], "Te
dejará acercarte con esos que están ahí" [Zacarías, 3, 7], "¡Qué bondad tan grande, Señor, reservas para
tus fieles!" [Salmos, 31, 20], "Jamás oído oyó ni ojo vio un dios fuera de Ti que hiciera tanto por el que
espera en El" [Isaías, 64, 3] y "Te abrirá camino la justicia" [Isaías, 58, 8].
Después, cuando la pasión haya dejado de hacernos dudar de todo lo que acabamos de
mencionar, nos volverá indolentes para llevar a cabo los actos de sumisión a Dios, obligándonos a que
nos dediquemos a los asuntos mundanos, como son la comida, la bebida, el vestido, las cabalgaduras
lujosas y el experimentar los más variados placeres corporales. Y si nos doblegamos a la pasión en el
tema de la comida, sin la cual no podemos vivir, nos hará atractivos los alimentos superfluos y
secundarios. Más aún: nos hará amar el lujo, el vivir holgadamente, el competir con los reyes,
soberanos y con los que tienen servidores, a fin de imitarlos, seguir sus costumbres y adoptar su forma
de vida, buscando los deleites. Y, cuando el placer vea el deseo y entusiasmo que ponemos en estas
cosas, nos dirá con el poeta: "Cuando el alma es ambiciosa, el cuerpo la secunda en sus deseos".
Así, la pasión te dirá: "Pon manos a la obra, ¡oh hombre engañado!, y esfuérzate enconadamente,
¡hombre seducido!, en servir al mundo y ser esclavo de sus habitantes, para que así logres, tal vez, algo
de lo que deseas. Pero no te entregues a las obras que apuntan a la otra vida, salvo a aquellas que
puedan quizás ayudarte a vivir en este mundo y a granjearte el beneplácito de la gente que le sirve,
desde los reyes hasta el vulgo. No ocupes tu mente en ninguna ciencia, salvo en aquellas que te den
prestigio externo ante tus contemporáneos y honorabilidad ficticia ante los grandes de tu momento,
como, por ejemplo, el visir y el jefe de la policía. Posee y ejerce especialidades tales como la ciencia de
las rarezas léxicas, de las normas de la prosodia, de los principios de la gramática y poesía, de las
anécdotas ingeniosas, de los ejemplos raros, de las noticias extrañas. Frecuenta las reuniones de los
132
eruditos. Aprende a hablar con todo tipo de clases sociales. Enseña la ciencia astrológica y judiciaria,
tanto a la gente selecta como al vulgo.
Tú, por tu pare, pedirás consejo a tu razón en este asunto de la astrología. Ella, la razón te hará
saber que, si te apartas de lo que más te afecta, cual es el conocimiento y cumplimiento de la Ley,
perecerás y no te aprovechará ante Dios, ensalzado sea, nada de todo aquello a lo que te has entregado,
abandonando la Ley. Te lo dejó muy claro el Profeta, la paz sea con él, con este dicho: "No sigáis la
legislación de los pueblos que voy a expulsar" [Levítico, 20, 23]. En efecto: esos pueblos siguen los
dictámenes de los astros, del augurio, del pez, del pájaro, del mal agüero, de las obras de magia y de
otras cosas parecidas, pidiéndoles a todas ellas el parecer, como dice el Libro: "Esos pueblos que Tú
vas a desposeer escuchan a astrólogos y vaticinadores, pero a ti no te lo permite [el Señor tu Dios"
[Deuteronomio, 18, 14] y poco antes dice el Profeta, la paz sea con él: "No haya entre los tuyos quien
queme a sus hijos o hijas, ni vaticinadores, ni astrólogos [ni agoreros, ni hechiceros, ni encantadores, ni
espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes]" [Deuteronomio, 18, 10]. Y añade aquello de "quemar a los
hijos e hijas" 258 a lo de "adivinos", porque, a los ojos de Dios, ensalzado sea, aquello es tan
aborrecible como esto, prohibiéndose, en consecuencia, ambas cosas de igual manera. Y repite el Libro
tales prohibiciones en muchos lugares que no es preciso que citemos aquí para demostrarlo. Ya lo dice
el Libro: "No valen presagios contra Jacob ni conjuros contra Israel" [Números, 23, 23]. Y afirma el
Santo: "[El hombre, con su saber se embrutece, el orfebre, con su ídolo fracasa: son imágenes falsas,
sin aliento, son vanidad y chapucería; el día de la cuenta perecerán]. No es así la porción de Jacob, sino
que lo hizo todo" [Jeremías, 10, 14-16].
Añádase a todo esto el que tales prácticas impiden al hombre que se abandone en Dios, ensalzado
sea, que se entregue totalmente a El y que acepte contento sus decretos y destino, puesto que el atribuir
la resolución y dictamen de la buena o mala suerte al arbitrio de los astros, de los augurios y de cosas
parecidas, es exactamente lo mismo que el simple politeísmo. Incluso llega a ser un grave pecado de
incredulidad, pues equivale a la total negación de Dios.
Si alguien dice que encontramos casos como el de Gedeón, hijo de Joas, que pidió opinión a los
adivinos y que creyó y aceptó lo que le decían, según aquel texto que dice: "Al acercarse Gedeón,
casualmente estaba uno contando un sueño al compañero [...]. Cuando Gedeón oyó el sueño y su
interpretación, se prosternó etc.." [Jueces, 7, 13-15] 259, a este tal que nos recuerda esto le diremos que
Dios le ordenó a Gedeón hacerlo porque sabía la poca fe que tenía en sus propias cualidades y su
desconfianza en sí mismo; por eso le pareció bien a Dios todo aquello. Por tanto, si las cosas ocurrieron
así, no fue en virtud del augurio [sino porque Dios lo quiso de este modo].
Puede también alguien sacar a relucir el caso de Jonatán, hijo de Saúl, que obedeció al oráculo,
creyendo lo que éste decía: "Jonatán dijo: "Mira, vamos a pasar hasta esos hombres, [nos descubrirán].
Si nos dicen: ¡Alto!, ¡no os mováis hasta que vayamos a vosotros!, nos quedamos quietos donde
estamos [sin subir hacia ellos]. Pero si nos dicen: Subid acá; entonces subiremos [porque el Señor nos
los entrega; ésta será la contraseña]" [Samuel I, 14, 8-10]. A esto respondemos que a tales afirmaciones
precedió la petición a Dios, por parte de Jonatán, de que hiciese brillar la victoria para Israel, por medio
suyo, según el texto que hay antes: "Jonatán dijo a su escudero: " [Samuel I, 14, 6]. Al decir "a lo mejor
el Señor nos da la victoria", nos demuestra claramente que estaba rogando, deseando e implorando a
Dios, ensalzado sea, para que le diese el triunfo y le favoreciera frente a sus enemigos. Y, puesto que
Dios, ensalzado sea, sabía su buena intención y que lo que buscaba era el provecho y ayuda en favor de
Israel, Dios le concedió lo que pedía y le dio el triunfo y victoria sobre sus enemigos, sirviendo todo
esto de medio para completar la dominación y conquista del resto de los filisteos. Tampoco pertenece a
la creencia en los augurios el que pidiese Jonatán a Dios que le concediera su propia victoria y la de su
pueblo, al decir "no le cuesta salvar con muchos o con pocos".
Alguien nos puede decir que, a veces, vemos a los antiguos que censuraban el que se descuidase
el estudio de la astrología, cuando decían: "La Escritura dice acerca de todo aquel que sabe calcular los
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ciclos del sol y el curso de los planetas y no lo hace: [Isaías, 5, 12]" a lo cual añadían lo siguiente: "¿De
dónde se saca que el hombre debe calcular los ciclos del sol y el curso de los planetas? De que está
dicho: [Deuteronomio, 4, 6] 260. Pero ¿cuál es esa sabiduría que deben tener a los ojos los demás
pueblos? Se trata de la sabiduría que calcula los ciclos del sol y de los planetas" [šabbât, 75 a]. Pero al
que así nos argumenta, le diremos que los antiguos ordenaban este estudio de los astros, porque se
basan en el dicho del Profeta: "Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿Quién creó aquello? [El que cuenta y
despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre, tan grande es su poder, tan robusta su fuerza,
que no falta ninguno]" [Isaías, 40, 26] y en este otro dicho del Santo: "Cuando contemplo el cielo, obra
de tus dedos [la luna y las estrellas que has creado]" [Salmos, 8, 4] 261. Por tanto, todo esto se dice
solamente porque hay que reflexionar en las cosas que vemos para demostrar que tienen un Creador,
poderoso y sabio, que las hizo de la nada, que las ordena y gobierna con el mejor orden posible y con la
más sabia precisión. Por eso hay que reflexionar en las creaturas, sólo bajo este punto de vista y no para
predecir el futuro ni para fijar, desde ellas, la buena o mala fortuna. Entiéndelo bien.
Con tales cosas, lo que quiere la pasión es introducirte en estas ciencias vanas para arruinarte y
seducirte, diciéndote que te despreocupes de todo y que te quedes tranquilo con lo que te dicen y
auguran. Sin embargo, con esto, lo único que haces es que se te considere débil e ignorante. Abandona,
pues, todas estas ciencias, las muchas fatigas que acarrean y el poco provecho que producen.
Venceremos y derrotaremos a las pasiones si, desde el principio, no les abrimos ninguna puerta ni
accedemos a sus deseos; si no deseamos ni echamos mano de lo superfluo; si las rechazamos pensando
que lo superfluo no es estrictamente necesario y que bastante tenemos con los trabajos que nos
tomamos para conseguir nuestro sustento diario; si estamos decididos a que, si Dios pone a nuestra
disposición lo superfluo (sin que nos hayamos ocupado ni preocupado por conseguirlo) entonces lo
usaremos como debemos y que, si ocurre de otro modo, nos contentaremos con el alimento
imprescindible, no exigiendo más. Pero si hacemos caso a la pasión, buscando lo que es superfluo,
iremos subiendo de escalón en escalón, hasta que nos destruya por completo, tanto en esta vida como
en la otra.
Tal es la primera enfermedad con que la pasión hace dudar al hombre, cuando su conocimiento y
sabiduría de Dios son débiles. Pero si el hombre es buen conocedor de Dios y de la religión, entonces la
pasión buscará corromperlo y engañarlo, tanto en su saber como en su actuar, por medio de argumentos
y pruebas sacadas de donde puede: de la razón, de la Escritura y de la Tradición. Esto lo hará
argumentando con falsas demostraciones que no tienen ni premisas verdaderas ni conclusiones
necesarias. Pero si tu mente es limpia y dominas la ciencia de la demostración y de los métodos de
defenderte en las discusiones y disputas, entonces verás claros los distintos pasos que da la pasión en
sus demostraciones y argumentos. Y del mismo modo, se te asentará la verdad, te penetrará hasta el
fondo la certeza y se purificará tu ciencia de toda duda, quedando tu acción libre de cualquier mentira.
Pero si eres negligente en todo esto, el engaño de la pasión aún será mayor, la victoria que
alcanzará sobre ti más patente, su poder sobre tu vida más fuerte y la prisión en que te encerrará, tanto
en tu interior como en tu exterior, más inexpugnable. Porque ella, la pasión, te abordará por el flanco de
la ciencia y se las habrá contigo por la vía de esas demostraciones en las cuales confía tu razón.
Una vez que la pasión haya engañado a tu intelecto, se aliará con él y le pedirá ayuda para ir
contra ti: te fiarás de él cuando ella te quiera engañar y te apoyarás en él para descubrir lo que ignoras.
De este modo, después de que la pasión se haya apoderado de ti y de que te gobierne a su antojo por
medio del intelecto (al cual utilizará como auxiliar en beneficio suyo en todas las cosas que le sugiera y
le haga imaginar falsamente bajo la apariencia de argumentos verdaderos), te llevará, desde aquella
situación en que te encontrabas tan cercana a la verdad y en la que lo falso estaba oculto, hasta el nivel
siguiente, en el que la verdad es escasa y, en cambio, el error abundante. V de este modo, no cesarás de
ser transportado paso a paso, hasta que te encuentres en aquel nivel en el que la verdad se oculta por
completo y lo erróneo es totalmente diáfano. De esta manera, la pasión conseguirá desarraigarte por
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completo en esta vida, perderás para siempre el premio de la otra y tu intelecto será, a la postre, la
causa de tu ruina. Como dice el Libro: "¡Ay de los que se tienen por sabios y se creen perspicaces!"
[Isaías, 5, 21], "[Pues quedarán confusos los sabios, se espantarán y caerán prisioneros;] rechazaron la
palabra del Señor [¿De qué les servirá su sabiduría?]" [Jeremías, 8,9] y, por fin: "[Quien sea sabio que
lo entienda, quien sea inteligente que lo comprenda]. Los caminos del Señor son rectos [por ellos
caminan los justos, en ellos tropiezan los pecadores]" [Oseas, 14, 10].
Suele decirse que la sabiduría, para el prudente que camina por sus senderos, es remedio de todos
sus males, pero para quien se sale de ellos se convierte en una enfermedad que invade todo y para la
que no hay ya ni solución ni cura. Por eso se compara a la Ley con la luz, como dice el Libro: "¿No es
mi palabra fuego?" [Jeremías, 23, 29], y ello, porque ilumina las miradas de los hombres con su
resplandor, como también dice el Libro: "La norma del Señor es límpida, da luz a los ojos" [Salmos,
19, 9] y "Lámpara es tu palabra para mis pasos [luz en mi sendero]" [Salmos, 119, 105]. Pero sin
embargo, esa luz abrasa con su fuego a quien se sale de sus caminos para seguir el propio saber, como
afirma el Libro: "Hará llover sobre los culpables ascuas" [Salmos, 11, 6] y "Pero la sentía dentro como
fuego ardiente encerrado en los huesos" [Jeremías, 20, 9].
Hermano mío, si tus pies resbalan y te apartas del camino de los antepasados y del sendero de los
antiguos, para abocar a todo tipo de innovaciones que puedan sugerirte tu razón y tu juicio personales,
haciendo uso del monopolio exclusivo de tus propios argumentos, no desprecies entonces el parecer
que tus antepasados te han transmitido para conducirte rectamente, ni abandones su manera de pensar
ni las doctrinas que elaboraron. No hay nada que se te pueda ocurrir que no lo hayan dicho ellos antes
científicamente y que no hayan sopesado sus buenas y malas consecuencias. Tal vez te pueda venir a
las mientes, en un primer momento, el aspecto bueno de una cosa; pero ocultársete el pernicioso que
pueda derivarse de ella posteriormente. En efecto: es posible que veas a primera vista la rectitud de
algo; pero, dado que reflexionas poco, cabe que no te des cuenta de la falsedad y depravación que
quizás contenga. Así pues, como dice el Santo: "No remuevas los linderos antiguos que colocaron tus
abuelos" [Proverbios, 22, 28], "Hijo mío, no rechaces la corrección de tu padre" [Proverbios, 1, 8]. Y
de aquellos que modifican las normas de sus padres, dice también la Escritura: "Hay quien se considera
limpio y no se lava su inmundicia; hay quien la dice a su padre" [Proverbios, 30, 11-12] y "Al que se
burla de su padre y desprecia a su anciana madre, que le saquen los ojos los cuervos y se los coman los
aguiluchos" [Proverbios, 30, 17].
Si, de acuerdo con tus posibilidades, crees que debes hacer obras supererogatorias, tras haber
cumplido con tus obligaciones legales, buscando siempre la virtud, de acuerdo con tu razón y
descartando la pasión, hay que decir que esto es bueno y que serás recompensado por ello. Tal cosa no
es ajena a la manera de pensar de los antiguos que dicen: "Haz una muralla alrededor de la Ley" [Abôt,
I, 2], "¿Por qué fue destruida Jerusalén? Porque sus habitantes se atenían a la letra de la Ley, no
haciendo nada más que el estricto deber" [Babâh Mešy′âh, 30 b]. Y añaden: "Rab Huna decía:
Cualquiera que se consagra únicamente a estudio de la Ley, es semejante a uno que no tiene Dios”,
como dice el Libro: "Durante muchos años Israel vivió sin Dios verdadero" [Crónicas II, 15, 3]. Por el
contrario, uno debe estudiar la Ley y, además, comprometerse en actos generosos de amor" [Abodâh
Zarâh, 17 b].
Un sabio decía: "El que no hace aquello a que está obligado, no cumple con su deber; y, si no
cumple con aquello a lo que está obligado, no le será aceptado lo que es supererogatorio". Los antiguos
nos permiten, e incluso nos obligan, a realizar obras supererogatorias añadidas a las estrictas
obligaciones, como por ejemplo: "Prolongad los días santos más allá de lo que la Ley os impone"
[Ŷômâh, 81 b]. [Otros ejemplos de obras supererogatorias a que nos invitan los antiguos]: el prolongar
el ayuno durante el día; el hacer más oraciones y limosnas; el no excederse en la comida más allá de lo
permitido. También nos prohibieron el jurar en el nombre de Dios, ensalzado y honrado sea, aunque el
que jura esté cargado de razón; el hablar demasiado, aunque se esté libre de mentira; el contar chismes
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de los demás, aunque no sean calumniosos; el excederse en alabanzas, aunque sean merecidas; el
reprochar en demasía a los descuidados, aunque lo merezcan; y otras cosas parecidas.
Convendría ahora que explicásemos esta segunda clase [de tentaciones] a base de algunos
ejemplos, con los cuales se aclarará el resto de las cosas que quedan por explicar. El hombre, con ellos,
se hará plenamente consciente de su contenido y, en consecuencia, tomará sus precauciones. Pues no
hay ningún bien que no contenga en sí algún mal que pueda corromper a aquel. Por tanto, quien conoce
los males que pueden echar a perder las acciones, podrá estar al acecho y precaverse; pero quien sólo
conoce el bien, no tendrá ninguna acción que esté libre de mal, debido a la cantidad de perjuicios que
se pueden derivar de cualquier bien.
Solía decir un hombre virtuoso a sus discípulos: "Aprended primero el mal para que podáis
evitarlo; luego, estudiad el bien y practicadlo, según lo que dice el Libro: [Jeremías, 4, 3]".
Rabbí Yohanan ben Zakkay decía, a propósito de los fraudes que se cometen en los pesos y
medidas: "Desdichado de mí si hablo, pero desdichado de mí también si me callo. Si hablo, los
trapaceros harán mal uso de mis enseñanzas; y si me callo, dirán: los discípulos de los sabios son
impotentes ante nuestras prácticas". Y le preguntaban: "¿Hablamos o no hablamos?", a lo cual solía
responder con el Libro: "Quien sea sabio que lo entienda, quien sea inteligente que lo comprenda. Los
caminos del Señor son rectos, por ellos caminan los justos, en ellos tropiezan los pecadores: [Oseas, 14,
10]" [ Babâh Batra, 89 b].
Te digo lo siguiente: cuando la pasión no pueda hacerte dudar de todas las cosas que te he dicho
en este capítulo, volverá a discutir contigo con argumentos y demostraciones para desvanecer las
verdades que tengas. Pero cuando conozcas su engaño y la debilidad de sus argumentos, de forma que
ya no pueda enfrentarse a ti ni rebatir cuantas cosas te he contado en este capítulo y que sabes con
certeza y evidencia, volverá a engañarte e inducirte a error diciéndote: "Me alegro de tu magnífica fe y
de tu pureza ante Dios. Has alcanzado un grado tal de virtud delante de Dios, que ninguno de tus
contemporáneos ha podido lograr. Además, has dado más que suficientes gracias a Dios por los
beneficios y bondades que te ha dado. Pero, a partir de ahora, sería bueno que te dedicases a solucionar
algunas necesidades de los demás, pues sabes muy bien que tu provecho o perjuicio depende de ellos.
Es claro que tu buena fama será según los tengas a ellos contentos y que, si se irritan contra ti, estás
perdido. Por tanto, sé astuto haciendo lo que les gusta y granjeándote su favor, como dicen los
antiguos: [Abôt, III, 10]".
A esto le responderás: "¿Y qué bien me reporta el mostrarme con afectación ante quien es tan
débil como yo y que no tiene poder por sí mismo ni para beneficiarme ni para perjudicarme? Ya lo dijo
el Libro: “Dejad de confiar en el hombre,… ¿qué vale?”[Isaías, 2, 22]. Y aún en el caso de que debiera
hacerlo ¿cómo conseguiría tener satisfechas a todas las personas que me rodean, siendo así que ni
siquiera puedo dar contento a mi propia familia, y, en consecuencia, menos aún a los demás? En cuanto
al texto de los antiguos que me has citado te diré que no es preciso obrar astutamente para contentar a
todo el mundo sino que más bien hay que obrar según dijo un sabio a su hijo en su testamento: “Hijo
mío, gánate el contento de todos pero sin violentarte. Sin embargo, esfuérzate para que Dios esté
contento de ti”; como dice el Sabio: “Cuando Dios aprueba la conducta de un hombre lo reconcilia con
sus enemigos” [Proverbios, 16, 7]. Del mismo modo, cuando todo el mundo se alegra de la situación de
alguien, se le alaba y se congratula la gente de los actos que realiza, esto es prueba de que Dios,
ensalzado sea, ha sembrado el amor en las almas de los hombres hacia este tal y que ha hecho pública
ante los otros su buena fama. Y esto, no lo hace Dios con aquel a quien detesta, sino que más bien es
prueba de que está contento de él. El afanarse y esforzarse por ganarse las alabanzas de los hombres
por someterse a Dios, no es propio de los que tienen una conducta virtuosa".
Así pues, guárdate de éstos y de otros engaños similares que la pasión te tiende, con los cuales
desea llevarte gradualmente, paso a paso, a que caigas en las redes de la hipocresía.
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Así es como responderás a la pasión cuando te adule: "¿Por qué me felicitas? ¿Porque conozco
mis deberes para con Dios? ¿Acaso no es esto precisamente un argumento contra mí, puesto que soy
incapaz de llevar a la práctica eso que sé? Y aunque realizase cuanto sé, ¿bastaría con ello para dar
gracias a Dios, ensalzado y honrado sea, por el más pequeño de los beneficios que El me ha concedido?
Pues ¿qué valor tiene la duración de mi vida entera en comparación con toda la del mundo?: si no
habría tiempo suficiente con toda la duración del mundo para contar los beneficios que Dios me ha
otorgado, ¿cómo podré yo cumplir los deberes y obligaciones que pesan sobre mí para con Dios? Como
dice el Libro: [Isaías, 40, 6]. Y uno de nuestros antepasados dice: no me sirvo a mí mismo ¿quién me
va a servir?; y si me sirvo a mí mismo ¿quién soy yo para ello?; y si no me sirvo ahora ¿cuándo me voy
a servir? [Abôt, I, 14]".
Y cuando la pasión haya desistido de engañarnos de esta manera, intentará hacerlo por el lado del
amor a las alabanzas y a los elogios mundanos, diciéndote: "Me alegra el que te sometas a Dios,
abandonándote en El, dejando en sus manos tus asuntos y no buscando sacar con ello algún provecho
de las creaturas, al margen del Creador. Realmente eres un hombre que se ha abandonado en Dios con
autenticidad y con total pureza. Por eso no es justo que ocultes a los hombres las virtudes que se
esconden en tu interior. Por el contrario, dado el dominio que tienes sobre ti mismo y puesto que sabes
someter tus pasiones, tienes la obligación de mostrar tus actos ante los demás hombres y descubrir tu
manera de pensar. De esta forma, serás venerado en este mundo y gozarás de una excelente fama y
renombre entre los hombres, como dice el Libro: [Isaías, 56, 5]. Pero es que, además, con esto, imitarán
los otros tu ejemplo y te recompensarán por ello. No ocultes ningún acto, salvo los que no puedas
publicar ni dar a conocer a los demás. De este modo, conseguirás el respeto y alabanzas en esta vida y
la eterna recompensa en la otra".
A lo cual debes responder lo siguiente: "¿Qué beneficio pueden traer las alabanzas de los
hombres, las buenas palabras que me dirigen y los elogios que me tributan, siendo así que sé
perfectamente lo remiso que soy en el cumplimiento de mis obligaciones para con Dios?, ¿qué
provecho puedo sacar, además, del respeto y piedad que me profesan, habida cuenta de que son
incapaces por sí mismos de beneficiarme o de preservarme del mal?, ¿es que no se parecen en esto a
una planta o a un animal irracional [que carecen de conciencia y libertad]? Incluso cabe que, obrando
así, no logre conseguir de los hombres lo que pretendo. En efecto: pueden pensar que soy un hipócrita
al actuar de esta forma y que, por tanto, no merezco ante ellos nada más que el odio y el reproche. De
este modo, echaré a perder mis actos al buscar con ellos algo distinto a Dios y no habré logrado de los
hombres lo que esperaba de ellos en este mundo.
Una vez se le preguntó a un emir: "¿No encuentras bella la manera de recitar de fulano?
Verdaderamente su voz es hermosa y la melodía con que lee el Libro, preciosa". Y él respondió:
"¿Cómo me va a gustar la lectura de una persona que solamente lee así para agradarme y para lograr mi
aplauso? Encontraría todo esto bello si lo que pretendiese fuera solamente el contentar a Dios,
ensalzado sea".
Lo mismo se diga de todos los que dirigen las oraciones en las asambleas o componen nuevos
himnos litúrgicos para agradar al público: si su intención está puesta en los hombres, no en Dios,
entonces tales cosas no son aceptas a El.
También podrás decirle a la pasión que trata de seducirte: "Si consiguiese en este mundo el
respeto de los demás por los actos que realizo, no me quedaría entonces ningún premio para la otra
vida, puesto que ya lo habría recibido por anticipado en este mundo".
Se dice que un santo entró en un mercado para comprar una cosa que necesitaba. Y, habiendo
llegado a un comerciante para que le vendiera, le dijo a éste un contertulio que tenía al lado: "Se
generoso con éste y dale lo que necesita, porque es un hombre temeroso de Dios y religioso". El santo
lo oyó y le dijo: "No necesito que te muestres generoso conmigo. Vine a comprar con dinero, no con mi
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religión. Y tras negarse a comprarle nada de lo que precisaba, buscó a otro que no le conociera en
absoluto.
Lo que te he dicho antes a propósito del texto "Te haré famoso como los demás famosos de la
tierra" [Samuel II, 7, 9], se puede aplicar también a las otras riquezas y honores con que Dios inunda a
sus elegidos en este mundo, de acuerdo con lo que ordena su sabiduría en estos textos: "Y te daré
también lo que no has pedido, riquezas y fama" [Reyes I, 3, 13] y "En la diestra trae largos años y en la
izquierda honor y riquezas" [Proverbios, 3, 16]. Ahora bien, los hombres virtuosos no buscan con sus
acciones nada de esto; pero Dios, ensalzado y honrado sea, por su parte, beneficia con tales cosas a
quien quiere, ya se trate de alguien que se ha sometido a El o no, bien sea fiel o pecador, según lo
decide su sabiduría, como dice: "La riqueza y la gloria de ti proceden" [Crónicas I, 29, 12].
También le podrás responder a la pasión lo siguiente: "¿Es que mi fama puede abarcar toda la
extensión del mundo?, ¿es que mi nombre puede expandirse por toda su superficie?, ¿no ves que mi
renombre, aunque yo fuera muy famoso y conocido, sólo transcendería a una pequeña parte de la
población y que sólo duraría un poco de tiempo para luego ser olvidado como si no hubiera existido?
Dijo el Santo: "Los hombres no son más que un soplo, los nobles son apariencia" [Salmos, 62, 10] y
"[No confíes en los nobles que no pueden salvar] exhalan el aliento y vuelven al polvo" [Salmos, 146,
4], finalmente: "Nadie se acuerda de los antiguos y lo mismo pasará con los que vengan" [Eclesiastés,
1, 11]. Así pues, el entregarme a esto y pretenderlo es, por mi parte, una falta evidente y una
equivocación atroz.
Se cuenta de un hombre virtuoso que preguntó a un amigo suyo si le daba todo igual. El otro le
preguntó que a qué se refería, a lo cual le respondió: "¿Te da igual la alabanza que el vituperio?". Al
decir que no su amigo, terminó así: "Entonces, no has alcanzado la máxima aspiración de tu vida.
Esfuérzate para ver si llegas a ese nivel de indiferencia que es la más elevada de las virtudes y el colmo
del buen obrar".
Una vez que la pasión haya terminado de engañarte con todas estas cosas, procurará echar a
perder tus actos centrándote la atención en las cosas del mundo y de sus gentes, aumentando la
esperanza que tienes puesta en ellos y haciendo que te olvides de tu destino final. De este modo,
cuando la pasión haya visto que quieres consagrarte por completo a las obras que apuntan a la otra
vida, (por ejemplo: la oración, los preceptos obligatorios, las obras supererogatorias, la lectura del
Libro de Dios, el estudio de la ciencia religiosa y de la moral), te tentará y hará que abandones todo
esto para que tu interior se ocupe de cosas mundanas tales como las operaciones comerciales, las
ventas, compras, ganancias y pérdidas, diciéndote: "Aprovecha esta tranquilidad y ocio de que ahora
dispones porque, dadas tus continuas ocupaciones, no podrás disfrutarlos en otro momento. Considera,
pues, ahora que estás libre, las cuestiones que tienes pendientes con tus socios, haz inventario de los
bienes que posees, de lo que has cobrado de tus deudores y de lo que aún te falta por percibir; considera
aquello a lo que convendría que te entregaras para lograr los medios de vida necesarios; piensa en las
oportunidades que se te presentan, las que te dan satisfacción y las que te decepcionan; y, si tienes
algún litigio pendiente con otro, ponte en contacto con él y sopesa todos los argumentos, suyos y tuyos,
y cuantas razones puedas pergeñar en la querella que tienes entablada con él, a fin de poderle ganar y
salir victorioso".
Del mismo modo, si tienes riquezas, ganados pequeños, grandes vacadas, sembrados, algún
servicio o cuenta pendiente con el soberano o con la gente, o una deuda que no puedes pagar, o si tienes
hermanos de cuyos asuntos debes cuidar, o a quienes debes rendir cuentas, en tales casos, la pasión
invadirá tu atención, en el preciso momento en que estés libre para realizar tus actos religiosos,
tentándote con cualquiera de las ocupaciones que te he dicho, a fin de que te entregues a ellas, echando
a perder así tus actos de sumisión a Dios. Ciertamente que entonces, en el momento en que lleves a
cabo tus actos religiosos, estarás presente con tu cuerpo, pero tu corazón e interior se hallarán lejos
[absortos en las preocupaciones que te susurra la pasión].
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Si no consigue la pasión preocuparte de la manera que te acabamos de decir, te traerá a la
memoria acertijos 264, para ocuparte el pensamiento larga y tendidamente. Y si se trata de uno de esos
a quienes les gusta jugar al tric-trac 265, al ajedrez o a cosas parecidas, le hará imaginarse que tiene
delante el tablero y le hará pensar en lo que conviene hacer en cada momento de la partida, así como en
otras astucias diversas para ganar.
Si alguien no tiene las tentaciones que hemos dicho, porque es un científico o un intelectual, la
pasión hará que le dé vueltas a temas difíciles de la ciencia, ocupándolo con preguntas, respuestas y
conclusiones, para volver una y otra vez a preguntar y encontrar soluciones a los problemas. El tentador
hará que caiga en la cuenta de los descuidos que ha tenido en el estudio de la ciencia y en lo que aún le
falta por aprender, haciendo que ponga manos a la obra para conseguirlo. De esta manera, la pasión le
distraerá en todos sus actos de sumisión y le causará mucho más daño que beneficio. Así, unas veces
empezará sus actos de sumisión a Dios pero los terminará ocupándose en cosas mundanas, ajenas a
aquello que comenzó. Otras, pedirá perdón a Dios con la lengua, mientras deambula con su
pensamiento e intimidad por los derroteros de la desobediencia. Sobre este particular dijo un hombre
virtuoso: "Esta forma de pedir perdón a Dios, exige que se pida perdón [por esa misma forma de pedir
perdón]". Es decir: el que así obra suplica a Dios con los miembros externos, mientras que su corazón e
intimidad se olvidan de El, como dice el Libro: "[Este pueblo] me glorifica con los labios mientras su
corazón está lejos de mí [y su culto a mí es precepto humano y rutina]" [Isaías, 29, 13] y "Lo adulaban
con su boca, le mentían con su lengua; su corazón no era sincero con El [ni eran fieles a su alianza]"
[Salmos, 78, 36-37].
Si caes en la cuenta de todo esto y reflexionas, acabarás diciendo: "Me comporto con el Creador,
ensalzado sea, de una manera que, si la emplease con los demás hombres cuando ellos me necesitan a
mí o yo a ellos, sería incorrecta. En efecto: si me dirijo a alguien para que me solucione un problema,
pidiéndoselo sólo con la lengua y teniendo lejos mi corazón e interior, y el otro se da cuenta de ello,
seguro que me dejará, me odiará y denegará mi petición. Y si ese tal supiera que mi atención está
ocupada no en lo que le gusta a él sino en lo que, incluso, le desagrada, cierto que me odiaría mucho
más aún y me abandonaría irremisiblemente. Y, del mismo modo actuaría yo, sin duda, con quien me
pidiese un favor y llegase yo a saber lo que piensa realmente en su interior. Lo mismo ocurre con Dios,
el cual conoce lo más secreto de mis intenciones. En este caso, ¿cómo no me avergonzaré ante la
presencia del Creador, cuando intente contentarle con cosas que me desagradarían a mí si me las
hiciera alguien que es tan débil como yo y que a nadie le satisfarían si se las hiciese un ser tan endeble
como yo soy? Ya lo dice el Libro: “¿Se avergüenzan cuando cometen abominaciones? Ni se
avergüenzan no conocen el sonrojo” [Jeremías, 8, 12] ". Con esto, la pasión será derrotada.
Y cuando la pasión desista de poder embaucarte de esta manera, procurará conseguirlo,
sugiriéndote que dejes la hipocresía, diciéndote: "Tu total entrega a Dios, ensalzado sea, sólo será
perfecta si erradicas de ti la hipocresía, tanto en lo grande como en lo pequeño y lo mismo en las
minucias que en lo importante. Y no extirparás completamente tu hipocresía ante los hombres, si no les
ocultas por completo todas tus acciones, manifestándoles, incluso, lo contrario de lo que albergas en tu
interior. Así, por ejemplo, cuando reces, sé breve y no muestres tu deseo y celo en hacerlo. Y, cuando
quieras estudiar algún tema científico, aíslate y que nadie lo sepa fuera de Dios. No muestres tus
virtudes y aparenta más bien negligencia y pereza en llevar a cabo los actos de sumisión a Dios, no sea
que con esto te hagas famoso y pierdas tu recompensa eterna. No impongas a los demás que hagan el
bien, ni les impidas obrar el mal; no des a conocer tu ciencia y que nadie se beneficie de tus
conocimientos; que no aparezcan en ti los signos externos del temor a Dios, ni de los actos de sumisión
a El, a fin de que no te veneren los hombres como si fueras santo. De este modo, para que sea perfecta
tu vida religiosa, procura hacer amistad con las gentes de todas las clases sociales, imita sus
costumbres, sigue sus maneras de proceder y ve por donde ellos van, tanto en lo serio como en las
bromas. No te pongas en guardia ante la mentira o la verdad. Comparte con tales gentes la comida, la
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bebida, las charlas, el parloteo excesivo, el mucho reír las discusiones, el contar chismes y todo aquello
que pueda borrar de ti cualquier fama de asceta".
Si haces caso a la pasión, ésta te despojará de tu vida religiosa sin que tú te des cuenta. Así pues,
contéstale diciendo lo siguiente: "En tu lucha y trato conmigo, me has aconsejado, oh enemigo mío, a
fin de demoler mis fuerzas y acelerar mi ruina. En efecto: ¿cómo voy a huir de un fuego pequeño para
mecerme en un incendio abrasador? Pues si huyo del amor a las alabanzas y honores mundanos es para
evitar aparentar ante los hombres. Tú, en cambio, me ordenas aparentar ante ellos, abandonando la
sumisión a Dios. Solo conviene que oculte aquellos actos que, para que sean perfectos y acabados, es
preciso que no los conozca la gente. Pero cuando se trata de acciones que únicamente se realizan
perfectamente cuando los demás las conocen, como es la oración en común, el ordenar el bien y evitar
el mal, el enseñar la ciencia, el hacer obras buenas y cosas parecidas, no se deben dejar y abandonar
[para evitar una supuesta] hipocresía, sino que hay que realizarlas poniendo la intención en Dios,
ensalzado sea. Y, si fuese alabado y respetado por tales acciones, esto no perjudicará en absoluto mi
eterna recompensa, puesto que yo, al hacerlos, no pretendía tales alabanzas y respeto. Se dijo en cierta
ocasión: "Si has hecho alguna acción que los demás han conocido y quieres saber si la intención con
que la has hecho es pura, ponía a prueba de dos maneras: una, que averigües la recompensa que
buscabas al hacerla y de quién la esperabas recibir; si de Dios, entonces tu acción era pura; si de los
demás, entonces no lo era. La segunda manera es preguntarte si la hubieras hecho o no en caso de estar
completamente solo; si estás cierto de que la hubieras realizado en solitario, entonces tu obra es pura
ante Dios y, en consecuencia, vuélvela a hacer; de lo contrario, deja de hacerla hasta que tu interior se
purifique en la presencia de Dios".
Una vez que la pasión haya fracasado en engañarte de esta forma, se las ingeniará para hacerlo
más sutilmente, echando mano de los premios y castigos en este mundo y en el otro. Así pues, te dirá:
"Tú eres puro y sincero para con Dios y, en consecuencia, mereces que se te premie tanto en esta vida
como en la otra. Esfuérzate, pues, con todas tus energías, para que puedas conseguir esos premios con
tus obras y con tu entrega a la sumisión a Dios. Por tanto, pon todo tu empeño en lograrlos, pues en ello
está tu máxima felicidad y el colmo de tus alegrías, como dice el Libro: “Amanece la luz para los
horados y la alegría para los hombres sincero” [Salmos, 97, 11]".
Si obedeces y te inclinas ante estas palabras de la pasión, ésta te precipitará en una de las formas
que hay de politeísmo solapado, cual es el de adorarte a ti mismo, pues únicamente te esforzarás en lo
que te proporciona placer y alegría, huyendo de todo dolor y tristeza. Pon tu esperanza en estas cosas y
verás cómo reniegas de los continuos favores que Dios te da y cómo dejas de sentirte obligado por ellos
a someterte a El, aparte de no entender que El es digno de tal sumisión y adoración en virtud de su
grandeza, de la excelsitud de su poder y de las huellas que ha dejado de su sabiduría. Sobre esto dijeron
nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "No seas, pues, como los siervos que sirven al señor para
recibir un salario, sino como los esclavos que trabajan sin recibir un jornal" [Abôt, I, 2].
Cuando la pasión pierda la esperanza de seducirte de las maneras que hemos mencionado, te
lanzará al mar de las dudas sobre la predestinación y justicia divinas. Y, cuando vea que eres negligente
en la práctica de la sumisión a Dios y que te inclinas a la desobediencia, la pasión querrá demostrarte
que existe la predestinación, con fuertes argumentos sacados de la Escritura y de la razón 267 que te
facilitarán toda clase de excusas [para obrar como ella te sugiere]. Así, pues, te dirá: "Si Dios hubiera
querido que te sometieras a El, lo habría prefijado de antemano y te hubiera forzado a ello, no
quedándote más remedio que seguir sus decretos. ¿Podrías acaso apartarte de esta decisión divina y
pasar por encima de la voluntad de Dios? Tú eres sólo un instrumento que haces lo que se te manda. El
gobierno de todos tus asuntos está en manos de Dios, ensalzado y honrado sea, como dice el Libro: “Yo
soy el Señor, Creador de todo”. [Isaías, 44, 24]".
Y, cuando vea que te ocupas de las cosas del mundo y de sus asuntos te dirá: "Cuidado con la
pereza y negligencia. No confíes en los demás, pues el bien y el mal sólo dependen de ti; el hacer y el
140
dejar de hacer están en tus manos. Extrema, pues, tu esfuerzo para conseguir cuantos placeres de este
mundo deseas. Guárdate y evita, con todas tus fuerzas, lo que te desagrada, como dice el Sabio:
[Proverbios, 22, 5], [Proverbios, 19, 3] y, por fin: "Pues de vuestra mano ha procedido todo esto"
[Malaquías, 1, 9]", y otras cosas parecidas.
De este modo, la pasión, al principio, utilizará contra ti argumentos, primero, sobre la
predestinación y predeterminación y, luego, sobre la justicia divina y libertad humana, según convenga
más para engañarte mejor y reducirte a la inercia. Pero si te das cuenta y meditas las palabras de
nuestros antepasados sobre este asunto, a saber, que: "Todo está en manos del cielo, salvo el temor a
El" [Berakôt, 33 b], mostrarás, en las cosas pertenecientes a la religión, el mismo esfuerzo de quien
sabe con certeza que será premiado o castigado de acuerdo con sus obras, como dice el Sabio: "[Dios]
paga al hombre por sus obras [le retribuye según su conducta]" [Job, 34, 11] y, a la vez, caminarás en
las cosas de esta vida, por el sendero de quien está convencido de que todos sus movimientos están
controlados por Dios y que sus asuntos se desenvuelven según su voluntad, ensalzado sea. Con lo cual
te abandonarás y entregarás Dios en todas estas cosas, como dice: "Encomienda a Dios tus afanes"
[Salmos, 55, 23].
Cuando se haya cansado la pasión de engañarte con lo que te he dicho, te atrapará por otro lado
diciéndote: "La sumisión a Dios que quieres llevar a cabo con pureza, la harás luego, más tarde, incluso
en el día anterior a tu muerte. En efecto: si te sometes debidamente a Dios durante un solo día, antes de
que te mueras, merecerás por ello igualmente el premio eterno y te librarás del castigo de la otra vida,
pues ya conoces las maneras que hay de arrepentirse y sabes que Dios te las aceptará, siempre y cuando
practiques sinceramente alguna de ellas".
Pero rebátele a la pasión todo ésto a base de argumentos sólidos y dile: "¿Cómo voy a esperara la
víspera de mi muerte, si no sé cuándo voy a morir? Sería como aquel siervo de un soberano que estaba
totalmente seguro de que en toda su vida sería apartado de su presencia y que, en consecuencia, ponía
todo su empeño en buscar todos los placeres mundanos que podía. Se afanaba en esto esperando
entregarse al servicio de su señor más tarde, después de haber disfrutado de todo. Pero un buen día, de
repente, el soberano le pidió cuentas de los servicios que le había prestado. El siervo no tuvo nada que
responder y, en consecuencia, mereció que se le expulsase no sólo de su servicio, sino también del país.
De este modo, salió de su casa pobre y triste, porque no había ahorrado absolutamente nada para sí
mismo durante todo el tiempo en que había estado al servicio de su señor. De este modo, se quedó para
el resto de su vida, pobre, consumido, angustiado, triste y despreciado, por todos hasta que se murió" .
Tras cansarse la pasión de tentarte de la manera dicha, procurará hacerlo por el lado de la
vanidad, del orgullo y de la falta de humildad, diciéndote: "Has conseguido, gracias a Dios, los
mayores y más elevados grados de virtud a que llegan los hombres piadosos y justos, mediante tu
rectitud interior y la purificación de tus actos de sumisión a Dios. En esto, eres único en tu época y
entre las gentes de tu tiempo. Por tanto, convendría que mostrases tu superioridad ante los demás,
reprobándoles, despreciándoles, recordándoles su mediocridad, haciendo pública la maldad de sus
intenciones ocultas, reprendiéndoles y amonestándoles por esto, con el fin de que escarmienten y
vuelvan a Dios, arrepentidos de su vida anterior. De este modo seguirás el modo de actuar de los
profetas y de nuestros padres, la paz sea con ellos, como dice el texto: “Y tú, hijo de Adam, describe la
Casa de Eterno, a ver si se avergüenzan con sus culpas” [Ezequiel, 43, 10]".
A lo cual le replicarás diciéndole lo siguiente: "¿Cómo voy yo a despreciar y a reprender a
alguien, de quien ignoro por completo su intimidad e intenciones para con Dios, aunque las apariencias
sean abominables? Los Profetas reprendieron y amonestaron a sus contemporáneos sólo con el permiso
del Creador, ensalzado sea, porque El es el único que conocía sus secretos y la corrupción de sus
conciencias. Pero yo no puedo saber de ningún modo lo que hay en las interioridades de los demás y lo
que está oculto en lo secreto de sus conciencias. Es posible que lo escondido que yo juzgo como
reprobable, sea mucho más puro que lo que me parece a mí externamente, y que lo que yo conozco, sea
141
mejor ante Dios, ensalzado y honrado sea, que mi propio interior. A veces, si hay algo de perverso en
lo exterior de una persona, se debe a que ésta no conoce los deberes que tiene para con Dios y, en
consecuencia, tiene más excusa que yo que sé mejor que él lo que debo hacer. Dios únicamente exige al
hombre en la medida en que éste conoce sus deberes. Por eso yo, personalmente, merezco más que se
me reprenda por mi excesiva negligencia en cumplir con mi obligación de someterme a Dios a pesar de
saberla, que aquel otro que, por ignorancia, es negligente. Este tal desobedece a Dios por
desconocimiento y por descuido involuntario, mientras que yo lo ofendo a sabiendas y
deliberadamente. Es posible que sus vicios sean externos y visibles, mientras que sus virtudes están
ocultas en su interior. Mi caso es al revés. El es, pues, ante Dios, más digno de clemencia y de perdón
que yo; y un acto suyo de bondad equivale a muchas obras buenas mías. Dios es el único que conoce
tal acto bueno del otro; por eso no le alaba ni honra nadie. Mi caso, en cambio, es el contrario, porque
mi bondad es externa y pública, al contrapunto de lo exterior que tiene el vicio del otro. Lo mismo se
diga en el tema de la desobediencia a Dios, pues la que yo llevo a cabo, equivale a muchas que el otro
pueda hacer, puesto que la mía es oculta, secreta, y la del otro es patente y conocida. Además, cuando
la gente le recrimina por sus vicios, lo que ocurre es que con este castigo que se le da ya en esta vida, se
le borran los pecados. En cambio, el premio que yo pueda merecer por mis acciones se me da también
ya en este mundo, porque son públicas y notorias, mientras que al otro le queda intacta su retribución
para la otra vida, porque nadie conoce sus virtudes ni se las alaba. Del mismo modo, el castigo que este
tal merece por sus actos de desobediencia disminuirá, porque los hombres ya le increpan y recriminan
en este mundo, mientras que a mí me quedará íntegro para la otra vida el castigo por mis infidelidades.
Además de todo esto, si me pongo a inspeccionar las malas acciones de la gente y a averiguar sus
bajezas, entonces me privo de conocer mis propios defectos y de saber mis vicios, que son los que más
me interesan y debo extirpar. Soy como el enfermo que debiéndose curar a sí mismo, deja de
preocuparse de las enfermedades de los demás; el cuidado de su propia enfermedad le quitará la
preocupación de curar a los otros". Con esto, la pasión será vencida y derrotada por ti, ante tu misma
presencia.
Y si las flechas de la pasión no llegan a traspasarte en todo cuanto te he dicho, te acechará en los
momentos tanto de felicidad como de desgracia. Así, cuando tus asuntos de esta vida vayan según tus
deseos, te dirá: "Todo esto es fruto de tu firmeza, de tu agudeza de ingenio y de la penetración de tu
mente. Así pues, esfuérzate en los asuntos del mundo y entrégate a ellos, para que continúes así e
incluso vayas a mejor. Aprovecha esta coyuntura y date buena vida ahora, pues antes de que te des
cuenta, serás llamado por tu nombre y deberás responder a la llamada de tu Señor para que acudas a las
tinieblas de la tumba, donde ya no habrá ni acción, ni movimiento, ni placer ni dolor alguno". Y te
demostrará esto con aquel texto del Sabio que dice: "Todo lo que esté a tu alcance, hazlo con empeño,
pues no se trabaja ni se planea, no hay conocer ni saber en el abismo donde te encaminas" [Eclesiastés,
9, 10].
Y si te alcanza la desgracia, la pasión te recordará la felicidad que tienen los infieles y los bienes
de que disfrutan los malvados, tal como dice el Libro: "Mientras tanto hay paz en las tiendas de los
salteadores y viven tranquilos [los que desafían a Dios, pensando que lo tienen en un puño]" [Job, 12,
6]. Y así, te dirá: "Este mal te ha venido únicamente porque te has dedicado por completo a someterte a
Dios y a cumplir sus mandamientos, siendo así que no tienes fuerzas para hacerlo, dada la enorme
fatiga que ello supone y la lejanía del fin que te propones. Pero si apartases de ti esta ocupación y te
tomaras un respiro, disfrutarías de tus cosas, como ves que hacen los pecadores. ¿Es que no ves lo que
dice el Profeta, la paz sea con él, hablando de Dios, ensalzado sea: "Mostraré mi santidad"? [Levítico,
10, 3] A lo cual añadió: “A vosotros solo los escogí de entre todas las tribus de la tierra, por eso tomaré
en cuenta todos sus pecados” [Amos, 3, 2]". Y otras cosas parecidas que te dirá la pasión.
Cuando la pasión vea que estás decidido a llevar a cabo cualquier acto de sumisión a Dios, lo
agrandará ante tus ojos hasta que te asuste de tal modo [su realización, que desistas de hacerla]. Así,
142
por ejemplo, si se trata del ayuno y de pasar hambre por Dios, te dirá: "¡Ten cuidado! Esto te va a
debilitar y enfermar, impidiéndote así el que te ocupes de los asuntos, tanto de esta vida como de la
otra". Y si se trata de hacer oraciones especiales y supererogatorias durante la noche, te susurrará al
oído: "El sueño es más importante para ti que el alimento. Cuida más el dormir con vistas a la salud y
fuerzas corporales que la comida y la bebida". Si lo que vas a hacer son limosnas o donativos, te tentará
diciendo: "Piensa lo que puede ocurrir si pierdes tus bienes haciendo esto; imagínate lo que es la
pobreza, date cuenta de lo vergonzosa que es la indigencia y la miseria". Y lo mismo hará en cualquier
virtud o deber que quieras practicar: siempre te querrá asustar, agrandándote lo que vas a hacer para
que lo dejes. Por el contrario, cuando estés a punto de incumplir tus obligaciones, te hará amables los
placeres que tu desobediencia va a proporcionarte y te hará olvidar las malas consecuencias que te
pueda acarrear, animándote e impulsándote a esta transgresión.
Cuando hayas comprendido estas cosas con que te tienta, respóndele que todos los males que te
han sobrevenido en tu vida anterior como consecuencia de tus buenas acciones, no han dejado en ti
huella alguna, se han marchado rápidamente y se han desvanecido a toda velocidad, mientras que la
recompensa que has merecido por ellas, te ha quedado para siempre, no ha desaparecido ni se ha
esfumado. Así, por ejemplo, el que ayuna, si lo hace durante el día y luego rompe el ayuno durante la
noche, es como si, de cara a la salud, no ayunase, porque recobra sus fuerzas; pero, sin embargo, le
queda la recompensa que ha merecido. Del mismo modo, el que vela durante una noche para rezar,
cuando luego duerme, recupera la vitalidad y es como si no hubiera estado en vigilia; y sin embargo, le
queda para siempre el premio por su acción y el mérito que ha conseguido por la oración hecha. En
cuanto a la limosna, ya lo expliqué bastante en el capítulo del abandono.
Respecto a las transgresiones que cometes, piensa en tu interior y empapa bien tu mente en lo
rápidamente que desaparecen los placeres que puedas obtener de ellas, lícitos o ilícitos, y en que, por el
contrario, permanece tanto la ignominia que te afea por su culpa, como el castigo que mereces en este
mundo y en el otro. Con todo esto, la pasión será vencida por ti y tú mismo estarás en plena forma para
obrar el bien, volviéndote remiso, en cambio, para hacer el mal.
Cuando la pasión haya perdido toda esperanza de convencerte por este camino y vea que estás
decidido a llevar a cabo tu sumisión a Dios, querrá introducir en tu corazón continuas preocupaciones y
angustias para que te arrepientas de cuantas buenas acciones has realizado anteriormente, a fin de
privarte de la recompensa que mereces y de que Dios te acepte. Y, si ejecutas alguna transgresión,
procurará inocularte alegría y satisfacción por lo que hiciste, para que te reafirmes en ello y te animes a
repetirlo.
Pero si eres consciente de sus trampas y te das cuenta de sus variadas tretas, estarás sobre aviso
de todo esto y serás ayudado por Dios para librarte de la pasión. Pero si no caes en la cuenta, te
arruinará por completo y sus flechas te derribarán inmediatamente. Como dice el Libro: "Hasta que una
flecha le desgarra el flanco, como pájaro que vuela a la trampa sin saber que le va la vida" [Proverbios,
7, 23].
Si resistes a la pasión en todo esto y no le permites que te engañe en cuantas cosas te he
mencionado, querrá hacerlo luego por el lado de tu saber. Y así, cuando vea que te animas a estudiar, te
dirá: "¿No te es suficiente con lo que les basta a los grandes de tu momento y a tus maestros, a saber, el
conocimiento del Libro Verdadero (Torá)?, ¿no sabes que la ciencia no tiene límite ni fin? Busca, pues,
las fuentes de la religión y los fundamentos de la Ley; luego, estudia aquello que te hace ganar
prestigio ante los hombres, como es la poesía, la prosodia, la ciencia de las rarezas lingüísticas, de las
noticias insólitas y otras cosas similares. Deja, en cambio, las cuestiones jurídicas y las discusiones de
los sabios sobre ellas y no te dediques a la ciencia de los fundamentos de la lógica, de los elementos del
juicio y de las diversas clases de argumentos y demostraciones. Abandona la ciencia que se ocupa de la
relación causa-efecto y de la conexión entre la ciencia exterior y la interior, porque estas cosas son
profundas y sutiles. Sigue, en todo esto, la opinión de la Tradición, incluso en aquello cuya verdad
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puedas llegar a entender por ti mismo, del mismo modo que la sigues en aquellas cosas que no puedes
comprender".
Si no haces caso a la pasión en esto y le haces frente, te lanzará entonces las flechas de la envidia
de tus compañeros. Pues si consiguen ellos un saber que tú no tienes, les odiarás, desearás denigrarlos y
menospreciarlos y los insultarás como si el saber que han almacenado hubiera sido robado a tu
inteligencia y hurtado de tu ciencia. Si, por el contrario, sabes tú más, los minusvalorarás pues te
considerarás superior en inteligencia, les despreciarás por su ignorancia y publicarás esto a todos a los
cuatro vientos. Además, en este último caso, estarás de tal manera orgulloso de ti mismo y engreído por
tu inteligencia, que pretenderás tener una ciencia que en realidad no tienes. Más aún: desdeñarás el
aprender más, te ensoberbecerás cuando enseñes y te molestará cuando alguien te contradiga. Cada vez
pretenderás aparentar saber más, te gustará hacer pública la ignorancia de los otros y te engreirás
cuando reprendas a tus colegas. Y lo que conseguirás de este modo es que te veas despojado de la
auténtica cultura de los sabios conocedores de Dios y de su religión.
Si no consigue la pasión lo que pretende, es decir, engañarte por el lado de la ciencia, querrá
luego hacerlo por el del ejercicio de la sumisión a Dios de este modo: cuando hagas un acto en honor a
Dios, lo sobrevalorará ante tus ojos, haciendo que te enorgullezcas por él. Y ello, hasta el punto de que
llegues a despreciar a tus contemporáneos y a que la pasión te ponga en el disparadero de odiarlos,
rechazarlos y reprenderlos, siendo así que, quizás, sean ellos mejores que tú ante Dios.
Y, si entre tus amigos hay alguno que tiene una vida de sumisión a Dios más perfecta que la tuya,
que hace unos actos mejores que tú y que realiza un esfuerzo mayor que el tuyo para acercarse a El, la
pasión te tentará diciéndote: "¡Todo el esfuerzo de este tal en someterse a Dios perjudica el que tú
tienes!. En efecto: si no fuera por él, tú serías ante los hombres y ante Dios, el más santo de tu época.
¡Hazle mal de ojo, ódialo, enójate contra él, escarba en sus vicios y defectos, acecha sus tropiezos,
vigila sus negligencias, publica todo ésto y difámale cuanto puedas!. Y, si te fuera posible calúmnialo
para que su renombre ante los demás se derrumbe!, ¡hazlo!".
Pero tú le responderás: "¿Cómo voy a aborrecer a quien Dios ama y a humillar a quien Dios
honra?, ¿es que no tengo bastante con mi propia incapacidad de someterme a mi Señor, para que,
encima, humille a quien se somete a El? Esto no es dar en justicia a Dios, ensalzado sea, lo que debo
darle, pues, por su amor, tengo la obligación de amar a quien ama a Dios y de honrar a quien honra a
Dios, como dice el Libro: "[Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar tu monte santo? (....).
El que desprecia al que Dios reprueba] y honra a los fieles del Señor" [Salmos, 15, 4]. Y ya sabes la
historia de María que empieza así: "Miriam y Aarón hablaron contra Moisés" [Números 12, 1 y ss.]
272 y la de Qoraj y sus seguidores, cuando envidiaban a Aarón y debieron acercarse al fuego del Señor.
ARTICULO SEXTO
En cuanto a la vigilancia y control de la mente, conviene que no descuides el estar atento a tus
pensamientos, ideas y sugestiones del corazón, puesto que la mayoría de las cosas que corrompen o
santifican nuestros actos proviene de ahí, de la maldad o bondad de lo que te acabo de decir, como
afirma el Santo: "Por encima de todo guarda tu corazón, porque de él brota la vida" [Proverbios, 4, 23]
y dice el Libro: " El corazón del hombre se pervierte desde su juventud" [Génesis, 8, 21] y añade: "Que
el Señor escruta los corazones y penetra todas las intenciones" [Crónicas I, 28, 9], "El mandamiento
está a tu alcance, en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo" [Deuteronomio, 30, 14] y, finalmente:
"[Ahora, Israel] ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios?, que respetes [al Señor]" [Deuteronomio, 10,
12].
144
Este "respeto" únicamente se da en el corazón, pensamiento y reflexión. Según ésto, hermano
mío, esfuérzate en purificar tus obras ante Dios, no vayan a convertirse tus acciones en algo vano y tu
esfuerzo en estéril, como dice: "¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que
no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien" [Isaías, 55, 2].
No descuides nada de todo aquello de lo que te he hecho tomar conciencia, pues he reunido para
ti en este capítulo todas las causas que echan a perder los actos que llevas a cabo con pureza ante Dios.
Las consecuencias que se derivan de estos principios son casi infinitas. Vigílalos, por tanto, con todas
tus fuerzas, pues bien pudiera ser que, siguiendo mis sugerencias, tus obras se purificasen y limpiasen
ante Dios, llegando, de este modo, a ser gratas y aceptas a El.
Pon en práctica todo ésto, como acostumbras hacerlo cuando atesoras bienes mundanos; pues
tratándose de éstos, seleccionas lo mejor que encuentras dentro de la especie de cada cosa, lo más
alejado de cualquier mal, lo más limpio de entre lo turbio, lo más claro de entre lo confuso. Y, puesto
que haces todo ésto en las cosas corruptibles de esta vida, ¡cón cuánta mayor razón lo habrás de hacer,
duplicando tu esfuerzo, en los asuntos pertenecientes a tu otra vida, la eterna, la que ha de permanecer
para siempre, y en aquello que te acerca a Dios, ensalzado sea!.
Esfuérzate, pues, en purificar tus acciones. Aunque éstas sean pocas, valen más que si te empeñas
en hacer muchas obras impuras; pues lo poco, si está purificado, vale mucho; y lo mucho sin purificar
no tiene valor alguno. Vigila, por tanto, tus acciones, no sea que, además de ser pocas y exiguas, sean
impuras ante Dios. Ten cuidado no vaya a ser que, en tus acciones ante Dios, seas como aquel pájaro
que describe el Libro: puso un huevo y lo incubó sobre el suelo sin ninguna protección; así, vinieron
los animales y lo devoraron sin que pudiese salir polluelo alguno. Así lo dice el Libro: "El avestruz
aletea orgullosamente, como si tuviera alas y plumón de cigüeña, cuando abandona en el suelo los
huevos para que los incube la arena, sin pensar que unos pies pueden hollarlos y una fiera pisotearlos;
es cruel con sus crías, como si no fueran suyas; no le importa que se malogre su fatiga, porque Dios le
negó la sabiduría y no le repartió inteligencia" [Job, 39, 13-17]. El sabio alaba a quienes actúan al
revés, es decir: con decisión y con denodado esfuerzo a la hora de almacenar bienes terrenos. Y nos
manda que aprendamos de los animales, aunque se trate del insecto más débil, diciendo: "Mira la
hormiga, observa su proceder y aprende" [Proverbios, 6, 6].
Te he dicho en este capítulo sólo un poco de lo mucho que cabría decir. Que no te parezca
demasiado ni te canses de ello, pues, según es la dignidad de la acción a realizar, así son los males que
la suelen acompañar. Y, en todo lo que hemos indagado en este capítulo, no se oculta, a quien quiera
entender, la dignidad y excelencia de las acciones.
Que Dios, con su misericordia, nos ponga a mí y a ti entre los puros y entre los que obran sólo
por el Excelso.
CAPITULO SEXTO
Dice el autor: hemos hablado antes de la pureza de las acciones dirigidas únicamente a Dios y de
que la vanidad, al llevar a cabo esta pureza, acarrea una serie de males al que la practica. También
hemos hablado de las muchísimas formas de echarse a perder estas acciones. En consecuencia, lo mejor
que puedo hacer ahora es continuar con lo que más aparta al hombre de ese defecto de la vanidad. Se
trata de la humildad.
Además, es claro para nosotros que la humildad es el fundamento de la servidumbre y que,
gracias a ella, el siervo carece de las cualidades que definen al señor. Es también claro que
reconocemos estas cualidades del señorío como atributos exclusivos de Dios, ensalzado sea, por
145
encima de cualquier otra creatura, como dice el Santo: "A Tí, Señor, la grandeza, el poder, el honor, la
majestad y la gloria, porque tuyo es cuanto hay en el cielo y en la tierra. Tuyo el reino, el que está por
encima de todos" [Crónicas I, 29, 11] y añade: "¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?, ¿quién
como el Señor entre los dioses? [Salmos, 89, 7].
Una de las cosas que también tiene la humildad es que aleja del hombre la soberbia, el orgullo, la
arrogancia, la altanería, la jactancia, la altivez, la presunción, el engreimiento, el sentirse prepotente
ante el débil, el anhelar todo lo que está por encima de él y otras cosas parecidas que se derivan de la
vanidad.
Ahora convendrá que explique diez ideas sobre la humildad:
Primera: qué es la humildad.
Segunda: en qué clases se divide.
Tercera: qué es lo que produce la humildad.
Cuarta: en qué es preciso ejercitarla.
Quinta: cómo se adquiere.
Sexta: conducta que debe seguir el que la adopta.
Séptima: cuándo es evidente que hay humildad y cuándo no.
Octava: explicación de si la humildad se deriva de las otras virtudes o al contrario.
Novena: ¿es posible que estén juntas en el corazón humano la humildad y la vanidad?
Décima: explicación de los beneficios que nos puede reportar la humildad tanto en esta vida
como en la otra.
ARTICULO PRIMERO
[Qué es la humildad]
Digo que la humildad consiste en que el alma se someta, obedezca y se minusvalore. Es una de
las cualidades anímicas que se pueden adquirir con el propio esfuerzo. Y, cuando se instala sólidamente
en un alma, sus señales se manifiestan externamente. Algunas de estas señales son, por ejemplo: la
suavidad en el hablar, la disminución en el tono de voz, la mansedumbre cuando se está encolerizado,
el poco afán de venganza, aun cuando pueda practicarla.
Es como aquello que se cuenta de cierto emir que dijo a uno que merecía un castigo, tras
mostrarle el látigo con que le iba a azotar: "Por Dios; si no fuera porque estoy enormemente
encolerizado contra ti, te castigaría con una pena mayor", tras lo cual le perdonó. También se dice del
mismo que solía decir: "No conozco ninguna culpa que pese más que mi humildad".
ARTICULO SEGUNDO
146
La auténtica humildad es la que aparece cuando las miras del alma se elevan; cuando el hombre
se sitúa por encima de aquellas bajas cualidades que le hacen parecido a los animales irracionales; y
cuando se pone por encima de la mera imitación de las maneras de proceder propias del vulgo, porque
es consciente de la superioridad de su saber, de la nobleza de su alma y de que conoce perfectamente lo
que es bueno y lo que es malo. Y, cuando a todo ésto se añade que el alma se somete y se autorrebaja,
entonces tenemos una humildad elogiable. De lo contrario, no entra dentro de la categoría de las
conductas encomiables y de las virtudes del alma, sino que es completamente despreciable, puesto que,
entonces, su humildad se considera como la de los simples animales.
La segunda clase de humildad se muestra de varias maneras. Una, cuando alguien está dominado
por los demás, como es el caso del prisionero que está en manos de su enemigo, o el del siervo ante la
presencia de su señor. Otra, cuando alguien se siente pobre ante los demás, o tiene necesidad de algo
que los otros tienen, como el asalariado respecto a su patrón, el pobre respecto al rico, el alumno en
relación a su maestro. Otra, cuando alguien se ve en la obligación de humillarse y de obedecer a otro
porque le debe algo y no puede pagárselo, como dice el Sabio: "El deudor es esclavo del acreedor"
[Proverbios, 22, 7]. Otra, cuando no sabiendo uno cómo conducirse y actuar en las cosas de este mundo
o en las del otro, resulta que se encuentra con un Profeta contemporáneo suyo o con un santo que le
dirige e invita al recto camino y, en consecuencia, se humilla ante él y le obedece, como dicen nuestros
antepasados, la paz sea con ellos: "La práctica es de más valor que el estudio, porque ya se dijo: "
[Reyes II, 3, 11]. No dice que "aprendió" sino que "daba aguamanos", lo cual indica que la práctica de
un deber es más importante que su estudio teórico" [Berakôt, 7 a]. Y dice el Sabio: "El necio será
esclavo del juicioso" [Proverbios, 11, 29] 277.
Esta clase de humildad, aunque estamos forzados a ella por naturaleza, no se puede contar, sin
embargo, entre las más altas virtudes, de forma absoluta, pues ni es común a todos los hombres ni les
obliga en todo tiempo y lugar. En efecto: no están obligados, para siempre, a la humildad ni al
sometimiento a los demás el prisionero, una vez que es liberado; el siervo, cuando es emancipado; el
deudor, cuando paga su deuda; el alumno, cuando deja a su maestro; el pobre, cuando puede prescindir
de la ayuda de la gente.
La tercera clase es la humildad ante Dios, ensalzado sea, la cual obliga a todos los hombres en
todo tiempo y lugar. A ella es a la que nos referimos en el presente capítulo. El Libro de Dios dice de
quien así se humilla que es dócil, despreciador de sí mismo, modesto, contrito, pobre de espíritu,
quebrado de corazón, abatido de alma.
Y, cuando hablamos de la humildad, de manera absoluta, sólo aludimos a esta tercera clase, la
cual constituye el nivel más alto de humildad. Y quien la practica de verdad, no está lejos del camino
que acerca y aproxima a Dios, el cual aceptará, por eso mismo, sus acciones, estando contento de él,
como dice el Libro: "Sacrificio para Dios es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y
humillado, Tú, Dios, no lo despreciarás" [Salmos, 51, 19].
ARTICULO TERCERO
147
Segunda: cuando le llega a uno la desgracia de la pobreza y el necesitar de los demás, después de
no haber precisado de nadie, entonces, ante esta situación, se humilla ante los otros y sus deseos de
vanidad se quiebran, como dice el Libro: "Y los que sobrevivan de tu familia, vendrán a prosternarse
ante él, para mendigar algún dinero y una hogaza de pan, rogándole" [Samuel I, 2, 36].
Tercera: cuando uno es colmado con un favor por alguien cuya generosidad es evidente para el
beneficiado, entonces éste se humilla ante él, como dice el Libro: "Muchos halagan al hombre
generoso" [Proverbios, 19, 6].
Cuarta: quien, teniendo un deber que cumplir para con otro, que es débil para cumplirlo, entonces
se humilla ante él, según aquello de que: "Si no tienes qué devolver, te quitarán la cama de debajo"
[Proverbios, 22, 27].
Quinta: el que está preso en poder de su enemigo y se humilla y abaja ante él, tal como dice el
Libro: "La trabaron los pies con grillos, le metieron el cuello en la argolla" [Salmos, 105, 18], pero
añade: "Y cuando los ata con cadenas o los sujeta con cuerdas de aflicción [es para denunciarles sus
acciones y los pecados de su soberbia]" [Job, 36, 8-9].
Sexta: cuando un esclavo no puede lograr la manumisión de su señor y se humilla ante él, como
dice el Libro: Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de su amo, como están los ojos de
la esclava fijos en las manos de su ama, así están puestos nuestros ojos fijos en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia" [Salmos, 123, 2].
Séptima: cuando le sobrevienen al hombre desgracias y calamidades y quebranta su espíritu y se
humilla, como dice el Libro: "[Por lo que también yo procedí obstinadamente contra ellos y los llevé a
país enemigo] para ver si se doblegaba su corazón incircunciso y expiaban su culpa" [Levítico, 26, 41].
Octava: cuando el alma cae en la cuenta de su desobediencia a Dios y de su impiedad, a pesar de
los dones que le ha dado, los cuales, por otra parte, no se los agradece, entonces se humilla, se siente
cohibida y avergonzada ante Dios, ensalzado sea, como dice la Escritura: "[Alcé las manos al Señor, mi
Dios, diciendo]: Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia ti, porque nuestros
delitos sobrepasan nuestra cabeza y nuestra culpa llega al cielo" [Esdras, 9, 6].
Novena: cuando Dios reprende y amonesta a uno 278 por su falta de sumisión a El, entonces se
humilla y siente temor ante El como dice: "¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí?" [Reyes I,
21, 29] 279.
Décima: cuando el hombre siente que se le acerca el último momento de su vida y el desenlace
final y cuando reflexiona en el terror que producen la muerte y la última rendición de cuentas, entonces
se humilla, obedece y se inculpa a sí mismo. En esos momentos se arrepiente de que (una vez que se le
ha agotado el plazo de vida que tenía asignado) va a partir de esta vida sin haberse aprovisionado de
buenas acciones mientras caminaba por este mundo. Como dice el Libro: "Temen en Sión los
pecadores y un temblor agarra a los perversos: "[Isaías, 33, 14].
ARTICULO CUARTO
Sobre las circunstancias en que el hombre debe ser humilde y sumiso, digo que hay la obligación
de humillarse en siete ocasiones:
Primera: en los negocios que se tienen con los contemporáneos y en el trato social con los
congéneres, tal como explicaré luego. Sobre ésto dice el Libro: "El que desprecia al que Dios reprueba
y honra a los fieles del Señor, el que no retracta lo que juró aun en daño propio" [Salmos, 15, 4].
Segunda: cuando se encuentra uno con personas doctas en las cosas de Dios y de la Ley y con
santos que están cerca de Dios, como dice el Libro: "Que el justo me golpee, que el bueno me
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reprenda" [Salmos, 141, 5] y "Los malos se doblarán ante los buenos y los malvados a la puerta del
honrado" [Proverbios, 14, 19].
Tercera: cuando uno es alabado por sus virtudes, entonces debe humillarse y recordar los pecados
que cometió anteriormente contra Dios, sobre los cuales El, a pesar de conocerlos, tendió un velo y
manifestó una amplia indulgencia para que el hombre se arrepintiera de ellos. Que no se alegre, pues, el
hombre de los errores de los demás, sino que se entristezca, pues Dios conoce con toda claridad sus
malas acciones y sus negligencias en cumplir aquellos deberes a que nos obligan los muchos beneficios
que Dios nos ha concedido. Así, pues, que se humille a sí mismo como dice el Libro: "Yo confieso mi
culpa, me aflige mi pecado" [Salmos, 38, 19].
Cuarta: cuando la gente murmura de uno por sus malas acciones, que se humille ante Dios y que
agradezca el que se le haya descubierto al menos alguno de sus muchos defectos y que se le haya
reprendido para que pueda arrepentirse, como dice: "Les abre el oído para que aprendan" [Job, 36, 10].
Quinta: cuando Dios beneficia al hombre en este mundo con diversos dones, que se humille ante
El, doblegando su espalda bajo el peso de la gratitud con que debe corresponder a sus favores y que sea
sumiso en su presencia, temiendo ser castigado 280. Pues la abundancia de bienes en esta vida, puede
deberse a una de estas tres razones: o bien son un don de Dios para enriquecer al hombre, o bien son un
medio para probarlo y tentarlo, o bien son un castigo o escollo que le presenta.
Es signo de lo primero (a saber, de que se trata de un regalo de Dios) el que su poseedor se
entregue más a cumplir los deberes para con El que a ocuparse de estos mismos bienes mundanos,
porque piensa que son sólo un medio para aumentar sus buenas acciones para con Dios. Es decir: que
no presta atención a esos bienes ni se abandona en ellos, sino que los emplea para cumplir sus
obligaciones para con Dios, ensalzado sea. Es como lo que se dice de la conducta de Job y del uso que
éste hizo de los bienes materiales para cumplir con sus deberes religiosos. Dice acerca de su poco
abandono en tales bienes: "Lo juro, no puse en el oro mi confianza ni llamé al metal precioso mi
seguridad" [Job, 31, 24].
Señal de lo segundo (a saber, que los bienes son una prueba y tentación para el hombre) es que el
poseedor de tales bienes, se entrega con todo esmero a vigilarlos, a acrecentarlos y a protegerlos de
todo mal, a costa de no cumplir con el agradecimiento debido a Dios por ellos. Su propietario es así
probado, pues sólo tiene en la cabeza el afanarse continuamente por esos bienes, el ocuparse de ellos y
el contarlos, como dice el Sabio: "De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente"
[Eclesiastés, 2, 23].
Por fin, señal de lo tercero (es decir: de que se trata de un castigo de Dios) es que el dueño de los
bienes, se entrega a ellos para disfrutarlos y gozar de los mismos, con menoscabo del cumplimiento de
sus deberes para con Dios y para con los demás hombres, olvidándose este tal del verdadero dueño de
los bienes y no sintiendo la necesidad que pesa sobre él de someterse y de servir a Dios, como dice el
Libro: "Pero ahora, fiesta y alegría, a matar vacas, a degollar corderos, a comer carne, a beber vino, a
comer y a beber, que mañana moriremos" [Isaías, 22, 13]. y un poco antes dice también: "Todo son
cítaras y arpas, panderetas y flautas y vino en sus banquetes, y no atienden a la actividad de Dios ni se
fijan en la obra de su mano" [Isaías, 5, 12]. Se trata de un castigo bajo la forma de un beneficio. Pero el
que reflexiona un poco, cuando le llega un bien y le sonríe la fortuna en este mundo, según sus deseos,
se humilla, temiendo que todo ésto no sea sino un castigo que Dios le manda, de acuerdo con lo que
dice el Sabio: "Riquezas guardadas que perjudican al dueño" [Eclesiastés, 5, 12].
Sexta: cuando se lee el Libro de Dios y de los Profetas, se advierten las promesas y amenazas que
contienen y se reconoce la propia negligencia y la de los contemporáneos 281 en cumplir los deberes
para con Dios, se ve uno impelido a humillarse y abatirse ante Dios, ensalzado sea, por temor al castigo
divino. Como dice el Libro, acerca de Josías, la paz sea con él: "[El sacerdote Jelcías me ha dado el
libro]. Safan lo leyó ante el rey y, cuando oyó el contenido del Libro de la Ley, se rasgó las
vestiduras...." [Reyes II, 22, 11] 282 y Dios le dijo: "Puesto que al oír la lectura lo has sentido de
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corazón y te has humillado ante el Señor, al oír mi amenaza contra este lugar y sus habitantes, que
serán objeto de espanto y maldición; puesto que te has rasgado las vestiduras y llorado en mi presencia,
también yo te escucho" [Reyes II, 22, 19].
Séptima: cuando se hacen algunos de los actos de sumisión a Dios (por ejemplo la oración, la
limosna, el cumplimiento de la Ley, algunas obras supererogatorias o las exhortaciones a los demás),
no se debe llenar el corazón de vanidad ni orgullo alguno, sino que hay que humillarse y rebajarse ante
Dios, tanto en lo exterior como en lo interior, pues semejantes actos nada valen al lado de lo mucho que
le debemos. Como dice: "¿Con qué me presentaré al Señor inclinándome al Dios del cielo?. ¿Aceptará
el Señor un millar de carneros o diez mil arroyos de aceite?. Hombre, ya te ha explicado lo que está
bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad y que seas humilde con tu
Dios" [Miqueas, c. 6, 7 y 8].
ARTICULO QUINTO
[Cómo se adquiere]
La manera de adquirir el hábito de la humildad y el método por el que su adquisición es más fácil
es que el hombre piense y reflexione en siete puntos, a saber:
Primero: la raíz y origen de nuestro ser es el esperma y la sangre, después de que éstos se han
podrido y de que sus olores se han hecho hediondos. A continuación, el feto, mientras permanece en el
vientre de la madre, se alimenta con la sangre de la menstruación. Luego, el niño sale de allí con un
cuerpo y miembros sumamente débiles y flojos. Después, va mejorando gradualmente hasta llegar a la
madurez, para ser, finalmente, atrapado por la decrepitud hasta que le llega la muerte. Dijo un sabio
acerca de ésto: "Me asombro de que alguien que caminó dos veces por las vías urinarias, se
ensoberbezca y se sienta orgulloso" 283. El reflexionar sobre estas cosas y otras semejantes obligan al
hombre a ser humilde. Y por eso dice el Santo, la paz sea con él: "Señor, ¿qué es el hombre para que te
fijes en él, qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?" [Salmos, 22, 7] y "[¿Puede el hombre
llevar razón contra Dios?, ¿puede ser puro el nacido de mujer? Si ni si quiera la luna es brillante (para
Dios) ni a sus ojos son puras las estrellas], ¡Cuánto menos el hombre, ese gusano; el ser humano, esa
lombriz!" [Job, 25, 6].
Segundo: cuando un hombre inteligente piensa en la cantidad de pruebas a que se ve lanzado en
esta vida (como son el hambre, la sed, el frío, las enfermedades, las desgracias y preocupaciones, de las
cuales sólo descansará con la muerte) y se da cuenta de su propia debilidad y de lo poco que puede
hacer para librarse de todo ello, entonces percibe con toda claridad que su situación en este mundo es
como la de un prisionero; ¿qué digo?: es realmente un prisionero. Y entonces se humilla con la
humildad del preso que está encerrado en una mazmorra y que no tiene ni astucia ni capacidad para
poder librarse sin el consentimiento de su señor. Como dice: "Llegue a tu presencia el lamento del
cautivo" [Salmos, 79, 11] y "Sácame de la prisión y te daré gracias a ti" [Salmos, 142, 8].
Tercero: cuando el hombre reflexiona en el final de su vida; en la rapidez con que se le presenta
la muerte; en el corte que ésta supone para todas sus esperanzas e ilusiones y en el hecho de que con
ella se dejan todas las cosas, cesando entonces de aprovisionarse y aprovecharse de ellas; cuando
considera el aspecto de su futura su morada, la tumba, en la cual se apagará la luz de su rostro, se
ennegrecerá el color de su semblante, los gusanos, podredumbre y pus se le apoderarán, se esfumarán
todas las huellas de su antigua belleza corporal, el mal olor se hará cada vez más fuerte como si jamás
se hubiera lavado, limpiado o perfumado; cuando el hombre de vueltas en su cabeza a estas cosas y
otras parecidas, entonces se humillará y se rebajará, no siendo vanidoso ni altivo. En ese momento no
le invadirá el orgullo ni la soberbia, como dice el Libro: "Dejad de confiar en el hombre, que tiene el
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respiro en la nariz: ¿qué vale?" [Isaías, 2, 22] y "Los hombres no son más que un soplo, los nobles son
apariencia" [Salmos, 62, 10].
Cuarto: cuando se fija uno en la obligación que tenemos de someternos a Dios en virtud de su
excelsa benevolencia y de la gran bondad que ha derramado sobre nosotros y piensa, por otro lado, en
cómo se ha apartado de las leyes, tanto racionales como de la Tradición religiosa, y en cómo ha sido
negligente en observarlas, teniendo en cuenta, además, lo corto de sus argumentos y lo endeble de sus
excusas ante Dios el día del juicio, cuando se arrepienta por haber perdido el premio, entonces se
humillará, se abatirá y su alma se quebrará, como dice el Libro: "Mirad que llega el día, ardiente como
un horno, cuando arrogantes y malvados serán la paja: ese día futuro los abrasaré y no quedará de ellos
rama ni raíz" [Malaquías, 3, 19] y un poco antes afirma: "¿Quién resistirá cuando El llegue?, ¿quién
quedará en pie cuando aparezca?" [Malaquías, 3, 2].
Quinto 284. Considera lo que te voy a decir: ante todo, la sublime grandeza del Creador,
ensalzado sea, y su penetrante omnipotencia que conoce tanto lo externo como lo interno del hombre.
Pero, por otro lado, recuerda lo que nuestros antepasados dicen de muchos hombres virtuosos de
épocas pasadas que tenían una especial grandeza personal e inspiraban un cierto temor a los demás, tal
como se dice por ejemplo, de uno de ellos que "lanzó un vistazo a un individuo y se convirtió en un
montón de huesos" [šabbât, 34 b] y de Jonatán, hijo de Uziel que "cuando estaba exponiendo la Ley, un
pájaro que volaba sobre él se quemó inmediatamente" [Sukkah, 28 a]. Y los Profetas, que eran
indudablemente superiores a los hombres virtuosos que acabamos de citar, también se rendían y caían
postrados al encontrarse con los ángeles, como se cuenta de Daniel, Ezequiel, Josué y de otros muchos
parecidos a éstos. A su vez, hallarás también en el Libro Santo que los ángeles caen también de rodillas
ante Dios, ensalzado sea, como dice: "Los ejércitos celestes te rinden homenaje" [Nehemías, 9, 6], "En
sus mismos ángeles descubre faltas, ni aun a sus criados los encuentra fieles: [Job, 4, 18] y "Gritaban
uno a otro diciendo: santo, santo" [Isaías, 6, 3]. Piensa, por fin, en lo que se nos muestra
intelectualmente con total evidencia cuando se consideran las creaturas de Dios, como por ejemplo, el
sol, la luna, las estrellas, los astros, la tierra y los minerales, plantas y animales que hay en ella; todo lo
cual es suficiente para el que entiende y piensa, como dice el Libro: "¡Qué magníficas son tus obras.
Señor; qué profundos tus designios!. El ignorante no los entiende ni el necio los comprende" [Salmos,
92, 6-7], "En su presencia, las naciones todas son como si no existieran" [Isaías, 40, 17] y, por fin: "Su
reino es eterno, su imperio dura de edad en edad" [Daniel, 4, 32]. Así pues, cuando el hombre
inteligente y sagaz piensa en la proporción que hay entre él y los demás seres racionales, entre éstos y
la totalidad del globo terrestre, entre éste y la esfera de la luna, entre ésta y la esfera superior
envolvente, verá que todo ello no tiene valor alguno en comparación con el poder del Creador,
ensalzado sea, y que la valía del hombre no es nada en comparación con la del Creador. Entonces se
humillará y acatará humildemente a Dios, como dice el Libro: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes
de él, el ser humano para que te ocupes de él?" [Salmos, 8, 5] 285.
Sexto: el hombre se humilla y abaja, cuando lee el Libro de Dios y ve los grandes castigos y
amenazas que pesan sobre la gente que se autoexalta y es jactanciosa y cómo fortalece y cuida a los
que se humillan y rebajan, como dice el Libro acerca de los presuntuosos y altivos: "Los ojos
orgullosos serán humillados, será doblegada la arrogancia humana; sólo el Señor será ensalzado aquel
día, que es el día del Señor de los ejércitos: contra todo lo orgulloso y arrogante, contra todo lo
empinado y engreído" [Isaías, 2, 11-12]. Acerca de estas dos clases de hombres dice: "El señor sostiene
a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados" [Salmos, 147, 6], "El Señor es sublime, se fija
en el humilde [y al soberbio lo trata a distancia]" [Salmos, 138, 6]. Sobre los que se humillan, afirma:
"Mientras los sufridos poseerán la tierra y disfrutarán de paz abundante" [Salmos, 37, 11], "Porque el
Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los
corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para
proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite de nuestro Dios" [Isaías, 61, 1-2], "Porque así
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dice el Alto y Excelso, el Sentado en el trono, cuyo nombre es Santo. Estoy sentado en la altura
sagrada, pero estoy con los de ánimo humilde y quebrantado [para reanimar a los humildes, para
reanimar el corazón quebrantado]" [Isaías, 57, 15] y, finalmente: "Delante de la ruina va la soberbia,
delante de la caída va la presunción" [Proverbios, 16, 18].
Séptimo: cuando ve el hombre cómo cambia la situación de las gentes de este mundo, la manera
precipitada con que se terminan los reinos y las naciones, las mutaciones de estado que sufren los
hombres, cómo algunos pueblos son destruidos para que otros surjan, siendo el final de todos ellos la
muerte, como dice: "Son un rebaño para el abismo" [Salmos, 49, 15], entonces se humilla y no se
engríe por ninguna cosa mundana ni se apoya su corazón en nada de esta vida. Como dice el Libro:
"Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor y no acude a los idólatras" [Salmos, 40, 5].
Si no dejase de pensar el hombre en alguna de estas siete ideas que te he mencionado, no dejaría
de humillarse y rebajarse, hasta el punto de que llegaría a ser para él la humillación algo tan natural y
necesario que no la dejaría nunca.
Cuando por estos medios llegue el hombre a ser humilde, se verá libre de todos los males que
acarrea la vanidad, el orgullo y la soberbia, de acuerdo con lo que te he dicho antes, y estará al abrigo
de los errores y deslices propios de la soberbia. Como dice el Libro: "[No temáis, Dios ha venido a
probaros] para que tengáis presente su temor y no pequéis" [Éxodo, 20, 20]. Y nuestros antepasados, la
paz sea con ellos, dicen: "Considera tres cosas y no pecarás más: conoce de dónde vienes, a dónde vas
y ante quién deberás rendir cuentas y justificarte. ¿De dónde vienes?: de una gota nauseabunda. ¿A
dónde vas?: al polvo, a los gusanos y a la podredumbre. ¿Ante quién deberás rendir cuentas?: ante el
Rey de reyes, ante el Santo, bendito sea" [Abôt, II, 1].
ARTICULO SEXTO
Las normas de conducta que debe seguir el que tiene humildad son diez:
Primera: tendrá conocimiento de Dios, ensalzado y honrado sea, de sus excelsos atributos y de la
superioridad con que adornó al hombre, poniéndole por encima de los demás animales, como dice: "Le
diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies" [Salmos, 8, 7]. Y, cuando
se dé perfecta cuenta de la grandeza del Creador, de su gran poder y de su excelsa sabiduría, se
humillará y rebajará ante El. Si, como nos dice el Sabio: "Ante el rey, no gloriarse, no colocarse entre
los grandes" [Proverbios, 25, 6], con mayor razón hará ésto el hombre ante el Rey de reyes y ante el
Señor de los señores, que es excelso y que está por encima de cualquier parecido y similitud con otros
seres, como dijo Ana, la paz sea con ella: "No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro
Dios" [Samuel I, 2, 2].
Segunda: debe saber las obligaciones que tiene impuestas tanto las por la ley como por la razón.
Debe leer el Libro de Dios y conocer la ciencia racional, escrituraria y tradicional, pidiendo ayuda a
todo ésto para encontrar las condiciones para ser humilde y los puntos en que debe poner en práctica la
humildad.
Tercera: tener magnanimidad y paciencia, sufriendo por Dios los reveses que le sobrevengan,
tanto de palabra como de obra, como dice el Libro: "Si he causado daño a mi amigo o despojado al que
me ataca sin razón [que el enemigo me persiga y me alcance, que me pisotee vivo por tierra]" [Salmos,
7, 5] y "No digas: " [Proverbios, 24, 29]. Nuestros antepasados hablan de: "Aquellos que son
avergonzados y no avergüenzan a los demás, aquellos que obran por amor y se regocijan en sus propios
sufrimientos y con respecto a los cuales dice la escritura: "Tus amigos sean fuertes como el sol al salir"
[Jueces, 5, 3] [Gittîn, 35 b]". Pues bien, la persona que esté dotada de semejantes cualidades, es
llamada por nuestros sabios "uno que supera su temperamento natural".
152
Cuarta: deberá actuar con los demás hombres correctamente, hablar bien de ellos, juzgarlos con
rectitud, no calumniarlos ni levantarles falsos testimonios y, en caso de que ellos lo hicieran contra
nosotros, perdonarlos, aunque no merezcan nuestra indulgencia, como dice el Libro: "No hables mal
del rey ni por dentro" [Eclesiastés, 10, 20], "Sueltas la lengua para el mal [tu boca urde el engaño]; te
sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre" [Salmos, 50, 19-20].
Con respecto al olvido de la calumnia y maledicencia, dice el Libro: "María y Aarón hablaron
contra Moisés [a causa de la mujer cusita que había tomado como esposa. Dijeron:. El Señor lo oyó]
Moisés era el hombre más sufrido del mundo" [Números, 12, 1-3] y Moisés fue benévolo con estos dos
286. Sobre ésto dice también el Sabio: "No hagas caso de todo lo que se habla ni escuches a tu siervo
cuando te maldice, pues sabes muy bien que tú mismo has maldecido a otros muchas veces"
[Eclesiastés, 7, 21-22]. Cuentan nuestros antepasados: "Rabbí Eli′ezer bajó al atril una vez (en tiempo
de sequía) 287 y ofreció veinticuatro oraciones para que lloviese. Pero no tuvo respuesta. Rabbí Akkiba
288 bajó al atril luego y oró de esta manera: y su oración fue atendida. Una voz proclamó: " [Ta′anít,
25 b].
Se cuenta de un santo 289 que se cruzó en un camino con el cadáver putrefacto y maloliente de
un perro. Y uno de sus discípulos que estaba presente dijo: "¡Qué olor más malo tiene esta carroña!". El
santo le contestó: "Pero tiene los dientes blancos". Los discípulos se pusieron serios al oír esta
respuesta y se arrepintieron de haber hablado mal de aquel cadáver. Por tanto, si es reprobable el hablar
mal del cadáver de un perro muerto, con mayor razón lo será hacerlo con el ser humano que es un ser
vivo. Y si es bueno alabar el cadáver de un perro porque tiene los dientes blancos, con mayor razón
será necesario elogiar al hombre que tiene capacidad de comprender y entender. Lo único que había
pretendido el santo, al reprender así a sus discípulos, era que no se acostumbraran sus lenguas a hablar
mal, convirtiéndose ésto en algo natural, sino que, por el contrario, se habituasen en sus conversaciones
a hablar bien de los demás, hasta que llegase a convertirse ésto en una segunda naturaleza y en algo
automático, como dice: "El que habla sinceramente y no calumnia con su lengua" [Salmos, 15, 3] 290.
Y sobre el vicio contrario, dice: "Estás todo el día maquinando injusticias, tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes [...] te gustan las palabras corrosivas, lengua embustera [pues Dios te abatirá para
siempre]: [Salmos, 52, 4 y 6-7], "¿Qué te va a dar o mandarte Dios, lengua traidora?" [Salmos, 120, 3]
y, finalmente: "El sabio gana estima con sus palabras, el necio se arruina por lo que habla" [Eclesiastés,
10, 12].
Quinta: ha de haber humildad en todos los asuntos mundanos del hombre, externos o internos, de
palabra o de obra, cuando se está en acción o en reposo. No debe estar en contradicción su vida privada
con la pública, ni deben ser distintos su interior y su exterior, sino que debe haber en sus movimientos,
medida, justeza, equilibrio y armonía, comportándose con humildad y acatamiento tanto ante Dios,
ensalzado sea, como ante los hombres, según los diferentes rangos sociales de éstos y el provecho que
puedan reportarle, lo mismo para la vida religiosa que para la mundana. Como dice: "Dichoso el que se
apiada y presta y administra rectamente sus asuntos" [Salmos, 112, 5] y nuestros antepasados dicen:
"Sé humilde de espíritu ante todos los hombres" [Abôt, IV, 4] y añaden: "Sé sumiso ante el superior,
afable con el joven y recibe a todo el mundo de buena gana" [Abôt, III, 12].
Sexta: el hombre debe elevar sus ideales poniendo las miras en la otra vida, sin contentarse con lo
que hace ni bastándole con lo que buenamente puede realizar. Por el contrario, debe considerar como
pequeños, sus actos, su sumisión, su capacidad y su esfuerzo, poniendo siempre arriba la meta de sus
aspiraciones. Como dice el Libro acerca de Josafat: "Su orgullo era caminar por las sendas del Señor"
[Crónicas II, 17, 6]. *Así, debe quejarse de su propia insuficiencia para cumplir con los asuntos de su
religión, tanto ante Dios como ante los hombres, y pedirle a Dios, ensalzado y honrado sea, que le
ayude y apoye para aumentar su sumisión e incrementar sus buenas acciones. Como dice el Santo:
"Ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas" [Salmos, 119, 5]* 291
153
Séptima: *ha de manifestar ante los hombres humildad y abandonar por Dios la altanería 292.
Debe arrojar de sí el amor propio y la altanería, cuando obre por Dios, ensalzado y honrado sea, tanto
en solitario como en las reuniones con los hombres, como dice el Libro acerca de Aarón, el cual, en
medio de su elevado rango, practicaba este precepto: "[El sacerdote, vistiéndose un calzón de lino y
una camisa también de lino] retirará del altar la ceniza [que deja el fuego al consumir el holocausto y la
dejará junto al altar]" [Levítico, 6, 3] y de este modo, Dios, ensalzado sea, le obligaba a sacar la ceniza
todos los días, siempre, humillándose ante El y rechazando la altanería, como dice el Libro acerca de
David, la paz sea con él: "[Cuando el arca del Señor entraba en la Ciudad de David, Mical, hija de Saúl,
estaba mirando por la ventana y] al ver al rey David haciendo piruetas y cabriolas delante del Señor, lo
despreció en su interior" [Samuel II, 6, 16] y el resto de lo que cuenta la historia. Dice el Libro:
"Comentaré tus preceptos ante los reyes y no me avergonzaré" [Salmos, 119, 46].
Octava: debe contentarse con los medios de subsistencia que se le ofrezcan y que pueda
conseguir buenamente, teniéndose como indigno de recibirlos. Debe ser indiferente ante ellos y
privarse pacientemente de los apetitos carnales que le proporcionan, para así entregarse al
cumplimiento de los deberes que tiene para con Dios, a los cuales está obligado por la magnitud de los
beneficios y la excelsitud de los dones con que El le ha colmado. Como dice el Libro: "Correré por el
camino de tus mandatos cuando me ensanches el corazón" [Salmos, 119, 32].
Novena: habrá de vengar, en honor de Dios, a los que ofenden al Señor. La benevolencia que
emplea con los hombres perdonando las ofensas que le hacen a él personalmente, no la debe usar
cuando injurian a Dios, o cuando hablan mal de los Profetas, del Enviado, de sus elegidos y de los
santos. Y la benevolencia que uno usa cuando alguien le hace una injusticia, no la debe emplear cuando
los hombres son injustos unos contra otros. Por el contrario, debe redimir al oprimido y ayudarle a que
el ofensor le restituya con justicia, como dice el Libro: "Id temprano a administrar justicia, librad al
oprimido del poder del opresor" [Jeremías, 21, 12] y "Le rompía las mandíbulas al inicuo para
arrancarle la presa de los dientes" [Job, 29, 17]. De este modo, guiará a los demás hacia la sumisión a
Dios: les reprenderá, amonestará y ordenará que hagan el bien, a la vez que les prohibirá hacer el mal;
llevará a cabo ésto de obra, de palabra y de corazón, según sus fuerzas, apresurándose en conseguir
que las gentes cumplan sus deberes para con Dios. En ésto no hay humildad ni condescendencia
posibles. Como dice el Libro acerca de Fineés, la paz sea con él: "Pero Fineés se levantó e hizo justicia,
y la plaga cesó y se le apuntó a su favor por generaciones sin término" [Salmos, 106, 30-31] 293.
Décima: debe hablar poco y en voz baja; debe bromear también poco; escasamente jurará en
nombre de Dios, aunque tenga razón; no mentirá jamás; no asistirá a reuniones de pura diversión ni se
regocijará con los placeres mundanos con que disfruta la gente vulgar. Será en todo ésto humilde y
sencillo, no engriéndose y siendo recatado. Como dice el Santo: "No me senté a disfrutar con los que se
divertían, forzado por tu mano me senté solitario, porque me llenaste de tu ira" [Jeremías, 15, 17].
ARTICULO SÉPTIMO
Dice el autor: hay cinco señales por las que, cuando aparecen, se reconoce al que es humilde:
Primera: si uno está muy enojado contra alguien que le ha injuriado de palabra o de obra y
domina su pasión pasando por alto la ofensa con humildad y mansedumbre, a pesar de que podía haber
tomado una represalia, demuestra entonces claramente que es humilde.
Segunda: cuando se desencadenan males sobre las posesiones que uno tiene o caen desgracias
sobre sus parientes y prefiere soportarlos más con paciencia que con angustia, entregándose a lo que
Dios decide y contentándose con lo que El quiere, entonces ésto es señal de humildad y de que es
sumiso ante Dios, ensalzado y honrado sea. Como cuenta el Libro acerca de Aarón, la paz sea con él,
154
cuando Dios le probó quitándole la vida a sus hijos Nadab y Abihu; ante ésto "Aarón no respondió"
[Levítico, 10, 3] 294 Y dice, además: "Descansa en el Señor y espera en El" [Salmos, 37, 7] y, por
último: "Por eso se calla entonces el prudente" [Amos, 5, 13].
Tercera: cuando uno se hace famoso entre la gente, por sus buenas o malas acciones, y, en
consecuencia, alguien le alaba por sus actos buenos, [habrá verdadera humildad, si en tales
circunstancias]: tiene en poco estas alabanzas; minusvalora y desprecia interiormente sus acciones en
orden a que Dios las acepte y esté contento con ellas (porque esos actos buenos son pequeños al lado de
todo aquello a que está obligado); y dice a quien le alaba: "Repórtate, hermano: mis buenas acciones,
en comparación con mis pecados, no son sino como una brasa de fuego en medio del océano. Y, si
tuvieran algún valor ¿cómo podría yo purificarlas de los males que las acompañan y que las echan a
perder, de modo que llegasen a ser aceptas a mi Señor, sin que me las devolviera y me las echase en
cara? Pues como dice: [Isaías, 1, 12-13]".
Con mayor razón hará ésto si la alabanza es inmerecida. En ese caso, la rechazará rotundamente,
diciéndole al que la pronuncia: "Me basta, hermano mío, con que sea negligente en mis obligaciones
para con Dios. No añadas al pecado de mi descuido el de engalanarme externamente con lo que no he
hecho. Pues sé mejor que tú los pecados y negligencias que cometo, tal como dice el Libro: [Salmos,
51, 5]".
Si a este tal, en cambio, se le recuerda el mal que cometió, reconocerá internamente su
negligencia y no deseará excusarse ni buscar pretextos que disfracen sus acciones, como dijo Judá, la
paz sea con él: "Ella es inocente y yo no" [Génesis, 38, 26] 295. No atenuará nada de lo que diga el
denunciante, no lo desmentirá, ni tampoco le culpará por haberlo descubierto, sino que le dirá:
"Hermano mío, no hay proporción entre mis malas acciones y lo que ignoras de ellas y que Dios,
ensalzado sea, hace tiempo que disimula. Si conocieras mis maldades y pecados, huirías de mí,
espantado del castigo que Dios les reserva, como dice el poeta: mis vecinos oliesen la peste de mis
pecados, huirían de mi, se alejarían de mis linderos 296. Y también, como dice Job, la paz sea con él:
[Job, 31, 33]".
Y si lo que se le atribuye es falso, dirá al que le calumnia: "Hermano mío, no es de admirar que
Dios me haya librado de lo que me inculpas, pues me ha concedido muchísimos bienes. Lo que es
sorprendente es que Dios te haya ocultado lo que aún es mucho más abominable y feo que lo que me
dices. Desiste, hermano, y preocúpate de tus buenas acciones, las cuales no te abandonan, aunque tú no
lo notes".
Se cuenta de un hombre virtuoso del cual se dijo en cierta ocasión algo malo que llegó luego a
sus oídos. Cuando lo supo, envió al que le había calumniado una bandeja con manjares típicos de su
tierra y con una nota que decía: "Me han dicho, hermano mío, que me has regalado con una de tus
buenas acciones y he pensado corresponderte con ésto". Y un sabio decía: "Muchos hombres vendrán
el día del juicio y, cuando se pase revista a sus acciones, encontrarán en el registro de sus obras buenas,
algunas que no hicieron y que desconocen. Pero se les dirá:. Del mismo modo, cuando vean que han
desaparecido algunos de los actos buenos que realizaron los calumniadores, se les dirá:. Igualmente,
encontrarán en el registro de los actos malos, algunos que no hicieron y, cuando traten de negarlos, se
les dirá: "Los habéis obtenido de fulano y de mengano a base de vuestras calumnias y maledicencias las
merecisteis gracias a ellos; como dice el Libro: [Salmos, 79, 12]". Sobre ésto el Libro nos advierte así:
297 [Deuteronomio, 24, 9]".$
Cuarta: hay humildad verdadera cuando Dios concede generosamente a uno ciertos dones
extraordinarios (por ejemplo una ciencia superior, una capacidad de comprensión penetrante, copiosas
riquezas, gloria ante los poderosos, u otras cosas parecidas con las que los hombres suelen jactarse y
envanecerse) y el sujeto que las recibe se humilla, se queda tal como era antes de recibir esos dones e
incluso aumenta su sometimiento y obediencia a Dios, así como su nobleza de trato y amabilidad para
con los demás. Como se dice de Abraham cuando Dios lo alabó diciendo el Señor: "¿Puedo ocultarle a
155
Abraham lo que pienso hacer?" y él respondió: "Soy polvo y ceniza" [Génesis, 18, 17 y 28] 298. David,
la paz sea con él, dijo: "Pero soy un gusano, no un hombre" [Salmos, 22, 7] y Moisés y Aarón, la paz
sea con ellos, dijeron: "¿Qué somos nosotros?" [Éxodo, 16, 7]. Cuando todo ésto ocurre, su interior y
auténtica humildad se hacen evidentes. Acerca de ésto dice el Sabio: "Si el que manda se enfurece
contra ti, tú no dejes tu puesto [pues la calma cura errores graves]" [Eclesiastés, 10, 4].
Quinto: en el momento de la reprensión y vindicta divinas y de pagar a aquellos a quienes se les
debe algo de sus propiedades, si hace ésto de buena gana y se aplica rápidamente la sanción de Dios (a
pesar de lo difícil que ésto es), según la sentencia divina, entonces se hace patente la humildad,
sometimiento y autorrebajamiento ante Dios, como se dice en el Libro de Esdras, la paz sea con él:
"Hemos sido infieles a nuestro Dios, al casarnos con mujeres extranjeras" [Esdras, 10, 2] y, a
continuación, dice: "Y se comprometieron a dejar a sus mujeres" [Esdras, 10, 19].
En estos cinco puntos y en otros parecidos se muestran las señales de la humildad y sometimiento
de los hombres humildes y se patentiza la sinceridad de su intención para con Dios.
ARTICULO OCTAVO
[Explicación de si la humildad se deriva de las otras virtudes o al contrario]
ARTICULO DÉCIMO
157
[Explicación de los beneficios que nos puede reportar la humildad tanto en esta vida como
en la otra]
Dice el autor: los beneficios que se obtienen de la humildad, en esta y en la otra vida, son seis,
tres de los cuales pertenecen a este mundo y tres al otro. Los referentes a este mundo son:
Primero: el contentarse con el sustento diario que le toca en suerte, puesto que a aquel en quien
han entrado la vanidad y la soberbia, no puede bastarle el mundo entero y todo cuanto contiene para
satisfacerle, puesto que sus aspiraciones son demasiado subidas y, por consiguiente, desprecia cuanto
se le presenta. En cambio, si el hombre es humilde, no se considera con méritos suficientes para nada y,
así, cuanto le ofrece mundo se contenta con ello y le parece bastante para su propio mantenimiento. De
ahí se deriva la tranquilidad del alma y la falta de angustia. En consecuencia, come lo que se le
presenta, se viste con lo que encuentra y duerme donde puede, pues dada su humildad, las pocas cosas
que le presenta el mundo le parecen suficientes. En cambio, ninguna de estas cosas cubren las
necesidades del que es soberbio, por culpa del engreimiento de su alma y de su altanería como dice el
Sabio: “El honrado como a su satisfacción, el vientre del malvado pasa hambre” [Proverbios, 13, 25].
Segundo: el humilde sufre con paciencia las desgracias y los cambios de fortuna en sus asuntos,
merced a la poca estima que tiene de sí y a las pocas aspiraciones que alberga. En cambio, el que no es
humilde, tiene angustias y poca paciencia cuando le llegan las calamidades, por culpa de la vanidad de
su alma, de las aspiraciones desmesuradas que posee y de la poca conformidad con que soporta las
situaciones en que se encuentra. Como dice el Libro acerca de uno que estaba en semejante estado :
“¿Cómo has caído del cielo, lucero hijo de la aurora, y estás derrumbado por tierra, agresor de
naciones?” [Isaías, 14, 12].
Tercero: el humilde tiene éxito entre las gentes, es amado por los demás, convive con ellos
fácilmente y comparte su modo de vida.
Se cuenta de un emir que, cuando caminaba, lo hacía deprisa. Se le preguntó por qué lo hacía así
y respondió: “De este modo, termino cuanto antes lo que tengo que hacer, evitando así la vanidad”.
En cierta ocasión le preguntaron a un sabio: “¿Por qué eres el jefe de tus contemporáneos? Y
respondió: “Porque no he encontrado a nadie que no fuera mejor que yo. En efecto: si hubiera alguno
más sabio que yo, diría que es más sumiso a Dios de lo que yo soy, precisamente porque es más sabio;
si tuviera menos ciencia que yo, diría que las cuentas que ha de rendir el día del juicio son menores que
las mías, puesto que yo ofendí a Dios conscientemente, mientras que él lo hizo por ignorancia; si fuera
mayor que yo en edad, diría que sus obras buenas son más numerosas que las mías, puesto que habría
vivido más tiempo que yo en el mundo; si fuera más joven, diría que sus pecados son más escasos ante
Dios que los míos porque ha vivido menos que yo; si fuera de mi misma edad y tuviera igual sabiduría
que yo, diría que quizás él es más santo internamente ante Dios que yo, pues sé muy bien los pecados
que cometí en mii vida anterior, mientras que ignoro los suyos. De este modo, no dejo de honrar a
todos los que me rodean y de humillarme ante ellos”.
Nuestros antepasados, la paz sea con ellos, dicen: “Juzga a todos favorablemente” [Abôt, I, 6] y
“Recibe a todos con semblante amable” [Abôt, I, 15] y añaden: “Sé extremadamente humilde de
espíritu” [Abôt, IV, 12]. Y, por fin, afirman: “El hombre debe ser blando como una caña y duro como
el cedro” [Ta2anît 25 b].
[Los tres siguientes beneficios hacen relación a la otra vida]:
Cuarto: hay una ventaja de cara a la otra vida, pues el hombre humilde es más proclive a
conseguir la sabiduría, porque se humilla, obedece, acata y sigue a los sabios, como dice el Libro:
“Trata con los doctos y te harás docto” [Proverbios, 13, 20] y dicen nuestros antepasados: “Convierte tu
casa en un lugar de reunión para los sabios; siéntate en medio del polvo de sus pies y bebe sus palabras
con autentica sed” [Abôt, I, 4]. Con ésto se asegurará la ayuda de Dios para llegar a ser sabio, como
dice el Libro: “Encamina a los humildes por la rectitud, enseña a los humildes su camino” [Salmos, 25,
158
9]. En cambio, el soberbio no tendrá un saber verdadero y sólido ni llegará al colmo de la certeza
científica, pues se considerará superior a los hombres que conocen a Dios y a su Ley, como dice el
Libro. “El malvado dice con insolencia: ‘No hay Dios que me pida cuentas’” [Salmos, 10, 4].
Quinto: el humilde se apresura a llevar a cabo la sumisión con firmeza, energía y celo, no
envaneciéndose por ello ni despreciando nada, como dicen nuestros antepasados: “Sé cuidadoso tanto
de los preceptos pequeños como de los grandes” [Abôt, II, 1]. El que se envanece de sí mismo, retrasa
la puesta en práctica de la sumisión a Dios pues, al engreírse, se pone a la defensiva [ante su
realización]. No toma conciencia [de que debe llevar a cabo la sumisión a Dios] hasta que no cae y
queda humillado, como dice el Libro: “Dí al rey a la reina madre: sentáos en el suelo [porque se os ha
caído la cabeza la corona real]” [Jeremías, 13, 18] y “Seis cosas detesta el Señor y una séptima la
aborrece de corazón: ojos engreídosetc...” [Proverbios, 6, 16-17]
Sexto: los actos del hombre humilde son aceptos a Dios, como dice el Libro: “Sacrificio para
Dios es un espíritu quebrantado [un corazón quebrantado y humillado, Tú, Dios, no lo desprecias]”
[Salmos, 51, 19]. Su pecado será rápidamente perdonado si se arrepiente de él, como dice: “El que
confiesa [su crimen] y se enmienda, será compadecido” [Proverbios, 28, 13] y “Porque El humilla a los
arrogantes y salva a los que se humillan” [Job, 22, 29].
A partir de estos diez fundamentos de la humildad podrás ver claramente por tí mismo el resto de
las excelencias propias de esta manera de coportarse tan honorable, elevada y sublime, que yo no te he
mencionado en este capítulo. Reflexiona acerca de aquello sobre lo que te ha llamado la atención,
ponlo ante tu vista, consérvalo en tu memoria, ten un profundo deseo de lograrlo, comprométete a
hacer siempre lo ésto con toda tu alma y con todas tus facultades. Apóyate en Dios, ensalzado y
honrado sea, pídele, suplícale que te acerque y te aproxime a El. Entonces, Dios te hará más fácil todo
éstoy te abrirá las puertas y el camino que conducen a El, de acuerdo con lo que suelen añadir a sus
oraciones algunos hombres virtuosos: “Dios mío, guarda a mi lengua del mal, y a mis labios de toda
palabra maliciosa; que mi alma se calle ante quienes malciden y que, en todo, mi alma se humille hasta
el polvo” [Berakôt, 17 a] 299b.
Ten cuidado con las insinuaciones que te hace el corazón y con los engaños a que te induce la
pasión, pues con ellos te verás arrastrado a la altanería, vanidad, arrogancia y orgullo y a buscar el
poder, a [querer] estar por encima de todos, a ejercer el dominio y la represión sobre los demás y a
elevar la voz demasiado ante los hombres. Ya dijo el sabio la manera de tratar con justicia a la gente en
este mundo con aquella sentencia: “Dos cosas te he pedido: no me las niegues antes de morir: aleja de
mí la falsedad y la mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me
sacie y reniegue de Tí diciendo. ‘¿Quién es el Señor?’; no sea que, necesitado, robe y blasfeme el
nombre de mi Dios” [Proverbios, 30, 7-9].
Así pues, despierta, hermano mío, y no seas negligente en cuara a tu alma de esta vanidad, con
las medicinas que te he indicado. Que no te impida hacer ésto la pereza que ves en el vulgo a la hora de
sanar sus almas de semejante enfermedad. Y no digas entonces: “me acomodo a lo que les va bien a los
demás” 299c. Pues el ciego, cuando se le presenta un colirio es útil para curarle si se lo aplica, no es
bueno que decida aplazar el tratamiento diciendo: “me acomodo a lo que les va a mis amigos ciegos”
299d. Si oyeras que uno dice tales cosas, atribuirías sus palabras a estupidez y calificarías de necia su
manera de pensar, teniéndolo por loco.
Según ésto, cuida de tu alma, hermano mío, y decídete con todas tus fuerzas. No seas remiso en
lo que te beneficia, tanto en este mundo como en la otra vida, no sea que vayas a morir sin haber
logrado las virtudes que anhelas y cuyo logro está en tus manos. Como dice el Sabio: “Los deseos dan
muerte al holgazán, porque sus manos se niegan a trabajar” [Provebios, 21, 25] y “Pasé por el campo
del perezoso, por la viña del hombre sin juicio: todo eran espinas que crecían, los cardos cubrían su
extensión, la cerca de piedras estaba derruída; al verlo, reflexioné; al mirarlo, escarmenté. Un rato
159
duermes, un rato das cabezadas, un rato cruzas los brazos y descansas y te llega la pobreza del
vagabundo, la indigencia del mendigo” [Proverbios, 24, 30-34].
Que Dios nos guíe a nosotros y a tí, hacia el camino de su sumisión, mediante su poder y altísima
misericordia.
CAPITULO SÉPTIMO
160
EXPLICACIÓN DE LAS FORMAS DE ARREPENTIMIENTO, DEFINICIONES DE LAS
MISMAS Y SUS CONSECUENCIAS.
Dice el autor: puesto que antes hemos hablado de la humildad y, dado que ésta es el fundamento
y principio del arrepentimiento, he pensado que debería continuar ahora explicando la definición del
mismo y las formas como debemos llevarlo a cabo correctamente.
Sobre el deber de arrepentirse y necesidad de esta exigencia, digo ante todo que es evidente, tanto
por la vía de la razón como de los textos de la Escritura, que el hombre es remiso en cumplir aquellos
deberes para con Dios a que está obligado.
En efecto: por la vía de la razón, nos encontramos con que el hombre esta compuesto de distintas
naturalezas, de diversos principios constitutivos, de caracteres anímicos contradictorios y de diferentes
motivos que le impelen a actuar. De ahí que sus acciones sean necesariamente diversas, originándose
de este modo los actos buenos y malos, los justos e injustos, lo excelente y lo reprobable. Por
consiguiente, necesita de una atadura legal y de una dirección firme que lo gobierne.
Por otra parte, los textos del Libro de Dios dicen lo mismo sobre ésto. Así: "Sí, el corazón del
hombre se pervierte desde la juventud" [Génesis, 8, 21], "[Al ver el Señor que en la tierra crecía la
maldad del hombre] y que toda su actitud era siempre perversa" [Génesis, 6, 5], "[Pero el mentecato
cobrará sentido] cuando un asno salvaje se domestique" [Job, 11, 12], "Si ni si quiera la luna es
brillante ni a sus ojos son puras las estrellas ¡cuánto menos el hombre, ese gusano, el ser humano, esa
lombriz!" [Job, 25, 5-6] y, finalmente: "¿Puede el hombre llevar razón contra Dios?, ¿puede ser puro el
nacido de mujer?" [Job, 25, 4].
Una vez que ha quedado claramente asentado que hay deficiencias en las acciones del hombre, el
Creador, ensalzado sea, ha tenido la delicadeza, por compasión y misericordia para con él, de darle la
posibilidad de corregir sus errores y de enmendar los fallos que hubiera cometido en la sumisión a
Dios, por medio del arrepentimiento y la conversión a El. Garantizó todo ésto, invitándonos y
urgiéndonos a ello por medio de sus Profetas y elegidos. Dijo que admitiría generosamente nuestras
excusas por habernos apartado de su sumisión y nos prometió una buena acogida si nos arrepentíamos,
quedando inmediatamente satisfecho de nosotros, aunque nuestra desobediencia a sus mandatos y
nuestro quebrantamiento de su pacto hubieran sido constantes, como queda claro en el texto: "Si el
malvado se convierte de su maldad y practica la justicia [y el derecho, por ellos vivirá. ¿Insistís en decir
que no es justo el proceder del Señor? A cada uno lo juzgará según su conducta]" [Ezequiel, 33, 19-20].
Los justos son de dos clases: unos, que están inmunes de cualquier caída y error; otros, que se
arrepienten de sus deslices. La mayoría de los justos, es gente que se ha arrepentido y que ha pedido
perdón, razón por la cual el Santo comienza hablando de ellos, diciendo: "’Dichoso el que está absuelto
de su culpa, a quien le han enterrado su pecado" [Salmos, 32, 1]. Luego, en el versículo siguiente,
describe a la primera categoría, a la de quienes están libres de pecado, a pesar de que son superiores en
rango a los otros (puesto que todo arrepentido ha sido justo antes de pecar, mientras que no todo
hombre justo ha de ser necesariamente un arrepentido). Así pues, dice el Santo hablando de los que
están libres de culpa: "Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito [y cuya conciencia no
queda turbia]" [Salmos, 32, 2]. Por tanto, el Libro menciona a continuación, en segundo término, a esta
clase de hombres, porque son menos numerosos en cualquier época, como dice el Santo: "Si llevas
cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?" [Salmos, 130, 3], "No hay en el mundo nadie tan
honrado que haga el bien sin pecar" [Eclesiastés, 7, 20] y, finalmente, dice Salomón, la paz sea con él:
"Porque nadie está libre de pecado" [Reyes I, 8, 46]. Por eso, nuestros antepasados pusieron al
comienzo de nuestras oraciones, la idea del arrepentimiento y de petición de perdón así: "Tú que
aceptas el arrepentimiento" y "Tú que perdonas con abundancia" 301.
Ahora conviene que expongamos diez ideas sobre el tema del arrepentimiento, a saber:
Primera: qué es el arrepentimiento.
161
Segunda: en cuántas clases se divide.
Tercera: de dónde viene al hombre el arrepentimiento.
Cuarta: definición de cada una de las clases de arrepentimiento.
Quinta: explicación de cada una de las clases de arrepentimiento.
Sexta: cómo puede tomar conciencia el hombre para arrepentirse.
Séptima: explicación de las cosas que pueden echar a perder el arrepentimiento.
Octava: si son equiparables el hombre que se arrepiente y el que es justo porque está libre de
pecado.
Novena: si es fácil o no al pecador el arrepentirse de todos los pecados.
Décima: cómo se las ha de ingeniar aquel a quien el arrepentimiento de sus pecados le resulta
difícil.
Con ésto, quedarán completos todos los aspectos y obligaciones del arrepentimiento, mediante el
cual esperamos lograr el perdón de nuestros pecados, con la ayuda de Dios Altísimo.
ARTICULO PRIMERO
[Qué es el arrepentimiento]
ARTICULO TERCERO
En relación a las cosas de donde le viene al hombre el arrepentimiento, dice el autor: éste será
verdadero, cuando se hayan reconocido previamente siete cosas:
Primera: debe tener clara la maldad de su acción, pues, si no es así, si tiene dudas sobre su
bondad o malicia o si la hizo por equivocación, sin intención alguna, entonces no se puede arrepentir de
veras ni pedir perdón por lo que hizo. Como dice el Libro: "Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre
presente mi pecado" [Salmos, 51, 5].
Segunda: ha de ser consciente de que su acción [concreta] es mala y vil. Pues si no está
convencido de que su acto es perverso y de que no está bien lo que hizo, no se arrepentirá ni cumplirá
las condiciones exigidas para el arrepentimiento y, entonces, el conocimiento que tendrá de sus propios
actos será como el de quien obra inadvertidamente y, en consecuencia, tendrá muchas excusas para
163
defenderse. Como dice el Libro: "¿Quién conoce sus fallos? [Absuélveme de lo que se me oculta]"
[Salmos, 19, 13] 303.
Tercera: ha de saber que habrá necesariamente una sanción por sus actos, pues si no es consciente
de ésto, no se verá movido de forma imperativa al arrepentimiento. Cuando vea claramente que será
castigado por sus acciones, surgirá el arrepentimiento y la petición de perdón, como dice: "Si me alejé,
después me arrepentí, y al comprenderlo me di golpes de pecho" [Jeremías, 31, 19] y "Mi carne se
estremece con tu temor y respeto tus mandamientos" [Salmos, 1 19, 120].
Cuarta: tendrá presente que sus acciones serán registradas y asentadas en el libro de sus
iniquidades y que nada será descuidado, olvidado u omitido, como dice: "¿No tengo todo ésto recogido
y sellado en mis archivos?" [Deuteronomio, 32, 34] y "Encierra bajo sello a todo hombre" [Job, 37, 7].
Pues si piensa que se hará la vista gorda y que no se guardarán en la memoria sus obras, no se
arrepentirá, no pedirá perdón y perseverará en el mal en vista de que se retrasa el castigo, como dice:
"Y ésta es otra vanidad: que la sentencia dictada contra un crimen no se ejecuta enseguida; por eso los
hombres se dedican a obrar mal [porque el pecador obra cien veces mal y tiene paciencia con él]"
[Eclesiastés, 8, 11-12].
Quinta: ha de estar firmemente convencido de que el arrepentimiento es siempre una forma de
curar y de sanar de las malas acciones y de los actos perversos; de reparar los errores cometidos; y de
recuperar lo que se había perdido. Pues si no tiene ésto claro, desesperará de pedir perdón a Dios,
honrado y ensalzado sea, se desanimará ante la misericordia de Dios, y, en consecuencia, no le pedirá
perdón por las malas obras pasadas, como dice: "Y tú, hijo de Adán, dile a la casa de Israel: Vosotros
discurrís de este modo: nuestros crímenes y nuestros pecados cargan sobre nosotros y por ellos nos
consumimos, ¿podremos seguir con vida?" y, a continuación viene la respuesta de Dios, bendito y
ensalzado sea, por boca de su Profeta: "Por mi vida, oráculo del Señor, juro que no quiero la muerte del
malvado, sino que cambie de conducta y viva: [Ezequiel, 33, 10-11].
Sexta: el hombre debe considerar en su interior los beneficios con que Dios le colmó
anteriormente y la insumisión con que él le correspondió, en lugar de agradecérselos. Así mismo, debe
comparar el castigo que merecerá por su pecado, con el placer que éste le proporciona; e igualmente
sopesará las delicias de la recompensa que se le de por la buena acción, tanto en esta vida como en la
otra, al contrapunto de los dolores que le proporcionará. Como dicen nuestros padres: "Considera ésto:
el sacrificio que entraña una buena obra no es nada en comparación con el provecho que te
proporciona; y la ventaja que te da una transgresión no es nada en comparación con el sacrificio que
entraña" [Abôt, II, 1].
Séptima: el hombre ha de abandonar, con todas sus fuerzas, las malas acciones a que está
acostumbrado y debe decidirse firmemente, en su corazón e interior, a dejarlas, como dice: "Rasgad los
corazones y no los vestidos; convertios al Señor, Dios vuestro" [Joel, 2, 13].
Teniendo en cuenta estas siete cosas tan claras que acabamos de mencionar, el pecador estará
seguro de que podrá arrepentirse de sus pecados ante Dios, ensalzado sea.
ARTICULO CUARTO
ARTICULO QUINTO
Las condiciones correspondientes a dichos constituyentes esenciales del arrepentimiento son muy
numerosas. Sin embargo, de todas ellas, sólo mencionaré veinte. Así, asignaré a cada uno de los cuatro
constituyentes, cinco condiciones, con lo cual quedarán completados 304 dichos cuatro constituyentes
del arrepentimiento.
Las cinco condiciones del sentirse arrepentido son:
165
Primera: el temor por lo pronto que vendrá el castigo divino por los pecados cometidos. De este
modo se hará más firme el sentimiento de vergüenza por los pecados. Como dice: "Confesaos ante el
Señor, vuestro Dios, antes de que oscurezca, antes de que tropiecen vuestros pies por los montes a
media luz [y convierta en lóbregas tinieblas la luz que esperáis]" [Jeremías, 13, 16].
Segunda: el corazón debe quebrarse y someterse a Dios, ensalzado sea, por los pecados
cometidos, como dice: "Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla [ora, me busca y abandona su
mala conducta, yo le escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra]" [ Crónicas II,
7, 14].
Tercera: se debe cambiar la forma de vestir y la apariencia externa, mostrando las huellas del
arrepentimiento en las palabras, en la comida y en todos los movimientos, como dice: "Por eso, vestios
de sayal, haced duelo y gemid" [Jeremías, 4, 8] y "Cúbranse de sayal hombres y animales. Invoquen
fervientemente a Dios; que cada cual se convierta de su mala vida y de sus acciones violentas" [Jonás,
3, 8].
Cuarta: debe arrepentirse de los pecados cometidos, con lágrimas, lamentos y tristeza como dice:
"Arroyos de lágrimas bajan de mis ojos por los que no cumplen tu voluntad" [Salmos, 119, 136] y
"Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes [digan los ministros del Señor: "Perdón, Señor, a tu
pueblo"]" [Joel, 2, 13].
Las condiciones del abandono de las malas acciones, también son cinco:
Primera: dejar de hacer todo lo que Dios ha prohibido, como dice: "Odiad el mal, amad el bien,
instalad en el tribunal la justicia; a ver si se apiada el Señor, Dios de los ejércitos, del resto de José"
[Amós, 5, 15] y "Que el malvado abandone su camino" [Isaías, 55, 7].
Segunda: hay que evitar aquellas cosas que están permitidas, pero que pueden conducir a algo
que está prohibido, como, por ejemplo, las acciones que son ambiguas y aquellas de las que se duda si
son lícitas o no. Como se dice de algunos santos que dejaban de llevar a la práctica setenta cosas
permitidas, por miedo a hacer una sola que estuviera prohibida. Es como la valla que nos invitan a
poner nuestros antepasados: "Pon una valla alrededor de la Ley" [Abôt, 1, 3].
Tercera: se debe abandonar el pecado, a pesar de que se puede y se tiene capacidad para
cometerlo, absteniéndose de él por temor al castigo de Dios, ensalzado sea, como dice: "Mi carne se
estremece con tu temor y respeto tus mandamientos" [Salmos, 119, 120].
Cuarta: el abandono del pecado se hará por sentimiento de vergüenza ante Dios, honrado y
ensalzado sea, y no por miedo a los hombres, o por la esperanza de que ellos le alaben, o por vergüenza
ante los demás. No será como aquel de quien se dice: "Ya que este pueblo se me acerca con la boca y
me glorifica con los labios [mientras su corazón está lejos de mí y su culto a mí es precepto humano y
rutina]" [Isaías, 29, 13] y "Joás hizo siempre lo que el Señor aprueba, siguiendo las enseñanzas del
sacerdote Yehoyadá" [Reyes II, 12, 3].
Quinta: el abandono del pecado ha de ser total y absoluto, no deseando volver a cometerlo,
diciendo interiormente y con la lengua lo que dijo el Sabio: "Si fui injusto, no lo volveré a hacer" [Job,
34, 32].
Las condiciones de la petición de perdón a Dios, también son cinco, a saber:
Primera: reconocer los propios pecados y la multitud de los mismos, desde el interior e intimidad
de la conciencia, como dice: "Porque nuestros crímenes contra Ti son muchos" [Isaías, 59, 12].
Segunda: recordar continuamente los propios pecados y ponerlos ante sí para verlos cara a cara,
como dice: "Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado" [Salmos, 51, 5].
Tercera: cuando la mente esté desocupada y libre de los afanes mundanos, se harán ayunos
supererogatorios durante el día y oraciones extraordinarias durante la noche, como dice: "Levántate y
grita de noche [al relevo de la guardia, derrama como agua tu corazón en presencia del Señor, levanta
hacia El las manos]" [Lamentaciones, 2, 19]. Luego, si Dios quiere, explicaré las excelencias de la
oración nocturna 305.
166
Cuarta: se deberá rogar y suplicar a Dios constantemente el perdón y olvido de los pecados, así
como el que acepte el arrepentimiento, como dice: "Te manifesté mi pecado, no te encubrí mi delito
[propuso: "confesaré al Señor mi culpa" y tú perdonaste mi culpa y mi pecado]. Por eso, que todo fiel
te suplique en la desgracia" [Salmos, 32, 5-6].
Quinta: se esforzará y luchará denodadamente el que se arrepiente por prevenir a los demás
hombres de semejantes pecados, intimidándoles con los castigos que merecerán y recordándoles que
deben arrepentirse. Como dice: "[Que cada cual se convierta de su mala vida y de sus acciones
violentas]. A ver si Dios se arrepiente, cesa el incendio de su ira y no perecemos" [Jonás, 3, 8] y
"Enseñaré a los malvados sus caminos, los pecadores volverán a Ti" [Salmos, 51, 15].
Las condiciones del comprometerse a no volver a hacer lo que Dios ha prohibido, son cinco:
Primera: hay que comparar el placer vano, perecedero y lleno de angustias que produce el
pecado, con el futuro deleite de la otra vida, el cual es permanente, eterno, puro, sin mancha ni angustia
alguna. Igualmente hay que comparar el dolor actual, pasajero y que termina, [propio de las obras
buenas y del arrepentimiento], con el padecer de la otra vida, eterno y sin fin. El Libro describe así los
placeres eternos: "Al verlo se alegrará vuestro corazón y vuestros huesos florecerán como un prado; la
mano del Señor se manifestará a sus siervos y su cólera a sus enemigos" [Isaías, 66, 14]. Y, respecto a
los dolores, dice: "Y, al salir, verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí [su gusano no
muere, su fuego no se apaga y serán el horror de todos los vivientes]" [Isaías, 66, 24] y, finalmente,
"Mirad que llega el día, ardiente como un horno, cuando arrogantes y malvados serán la paja [ese día
futuro los abrasaré y no quedará de ellos rama ni raíz, dice el Señor de los ejércitos]. Pero a los que
respetan mi nombre, los alumbrará el sol de la justicia que cura con sus alas" [Malaquías, 3, 19-20]. Y,
una vez que el pecador haya adoptado esta actitud, deberá comprometerse en su interior a no volver a
cometer pecado alguno.
Segunda: hará presente en su interior el momento de su muerte y la cólera que en aquel momento
tendrá su Señor por las negligencias que haya cometido en el cumplimiento de sus deberes, como dice:
"¿Quién resistirá cuando El llegue?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?" [Malaquías, 3, 2]. Y,
cuando repita ésto muchas veces en su interior, deberá temer los castigos que merece y decidirá no
volver a hacer aquellas cosas que encolerizan a su Señor.
Tercera: debe recordar los tiempos en que estuvo apartado de su Señor y en que abandonó su
servicio, a pesar de las continuas gracias que vertía sobre él, como dice: "Desde antiguo has roto el
yugo y hecho saltar las correas diciendo: "No quiero servir" [Jeremías, 2, 20]. La explicación de "no
quiero servir" es: "no me obligaré a someterme a Ti ni entraré a formar parte de tu pacto", que es una
variante de: "Para entrar en la alianza con el Señor, tu Dios [y aceptar el pacto que el Señor, tu Dios,
concluye contigo hoy]" [Deuteronomio, 29, 11].
Cuarta: se deben reparar los agravios, alejarse de las cosas prohibidas y dejar de hacer cualquier
perjuicio a ninguna creatura, como dice: "[El justo] devuelve la prenda, restituye el hurto" [Ezequiel,
33, 15] y "Si alejas tu mano de la maldad [y no alojas en tu tienda la injusticia] podrás alzar la frente
sin mancilla" [Job, 11, 14-15].
Quinta: deberá ser consciente de la grandeza del poder de Dios contra cuyos mandatos se rebeló y
de cuyo servicio y Ley se deshizo. Deberá igualmente reprocharse a sí mismo y reprenderse, según
aquello que dice el Libro: "¿Así le pagas al Señor, [pueblo necio e insensato]?" [Deuteronomio, 32, 6].
También dice lo siguiente: "¿A mí no me teméis, no tembláis en mi presencia?, oráculo del Señor"
[Jeremías, 5, 22].
Con todo ésto llegarán a ser perfectos y completos los constitutivos esenciales que expuse en el
capítulo anterior.
ARTICULO SEXTO
167
[Cómo puede tomar conciencia el hombre para arrepentirse]
Dice el autor: el hombre puede tomar conciencia de que debe arrepentirse, por uno de estos
cuatro modos:
Primero: a través de la capacidad que el individuo tenga: de conocer a su Señor; de reflexionar en
los continuos dones que Dios le ha dado y que le obligan a someterse a El; de cumplir lo que Dios
manda o prohibe.
Será como el siervo que se marcha de la casa de su señor y que, tras recordar los bienes que allí
recibió de él, vuelve espontáneamente pidiéndole perdón por haberse rebelado contra sus órdenes y por
haber huido de su servicio. Este tal será un siervo afortunado que habrá dado con el camino recto y que
habrá conocido la vía de su salvación, mereciendo, así, el perdón y la reconciliación con su señor* 306.
Sobre este tal dice el Libro: "Si quieres volver, Israel, vuelve a mí -oráculo del Señor-; si apartas de mí
tus execraciones, no irás errante; si juras por el Señor con verdad, justicia y derecho, las naciones
desearán tu dicha y tu fama" [Jeremías, 4, 1-2]. Lo cual quiere decir lo siguiente: si vuelves
voluntariamente a mí, antes de que te llegue el castigo, yo aceptaré tu arrepentimiento y te elegiré para
que me sirvas. Si apartas de ti tus ídolos y no te alejas de mi servicio, si juras por mi nombre con
verdad reconociendo mi señorío, los pueblos te bendecirán y se gloriarán en ti, siempre bajo el supuesto
de "si juras por el Señor con verdad". Y la respuesta [que Dios dará a quien cumpla] todas las
condiciones del arrepentimiento es que "las naciones desearán tu dicha y tu fama". Entiéndelo bien,
pues añade: "Volved a mí y yo volveré a vosotros" [Malaquías, 3, 7] 307.
Segundo: cuando Dios reprende y reprocha a uno las malas acciones cometidas, lo hace o bien
por la palabra de un Profeta de su tiempo (si es que se trata de una época profética), o bien por el Libro
Verdadero de Dios, o bien por boca de alguien que le incite a la sumisión a Dios y que haya sido
enviado a los hombres por El, ensalzado sea. Porque no hay ninguna época ni ninguna parte de la tierra
habitada por animales racionales que carezca de tales enviados, de acuerdo con lo que dicen nuestros
antepasados: "Antes de que el sol de Moisés se hubiera puesto, ya lucía el de Josué. No se había puesto
el sol de Elías y ya lucía el de Samuel. Y el día de la muerte de Rabbí Akkiba nació nuestro santo
Maestro Rabbí Yehûd" [Kiddušîm, 72 a]. Según éste argumento, no ha dejado de haber nunca ni en
ningún lugar, alguien que haya incitado a los hombres hacia Dios, que les haya ayudado a someterse a
El, que haya orientado a los demás hacia su Libro.
El que se arrepiente de esta manera es parecido al siervo que abandonó el servicio de su señor y
que luego encontró a otro siervo fiel que le reprendió por haberse ido, le animó a volver a él, le aseguró
que le perdonaría y olvidaría lo que había hecho y le recordó los grandes favores que había recibido de
él. El siervo que se había marchado de la casa volvió a su señor y se arrepintió.
Tercero: cuando alguien vea las pruebas y castigos que Dios da a quienes siguen su misma
conducta de alejamiento del servicio divino, que aproveche la lección y se arrepienta ante El, por miedo
a sus castigos y severa venganza.
Este hombre sería como el siervo que se fugó de la casa de su señor pero que, al llegar a sus oídos
el castigo que había recibido otro que, como él, se había escapado, tomó buena nota y volvió a su
señor, con el deseo de que se le borrase y perdonase su pecado, antes de que viniera el castigo
merecido. Por eso, dice Dios, ensalzado sea: "Que no os vaya a vomitar también a vosotros, por haberla
manchado [a la tierra], como vomitó a los pueblos que os precedieron" [Levítico, 18, 28].
Cuarto: cuando a uno le sobreviene algún castigo divino, a través de una desgracia cualquiera, y
cae en la cuenta de que se trata de un castigo, toma entonces conciencia, despierta de su necedad y se
arrepiente ante Dios por sus deslices.
Este tal se parece a un siervo que se escapó de casa de su señor. Este, el señor, envió a uno para
que castigara la falta del siervo que se había marchado y para que lo escarmentase por abandonar su
servicio. Y, cuando el emisario llegó a él, éste salió corriendo hacia su señor para pedirle perdón por su
168
pecado y suplicarle que lo olvidase y borrase. Acerca de ésto dice el Libro: "Cuando os alcance como
tormenta el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia [cuando os alcancen la angustia y la
aflicción] entonces llamarán y no los escucharé [me buscarán y no me encontrarán]" [Proverbios, 1, 27-
28] y "En su angustia procuró aplacar al Señor, su Dios, y se humilló profundamente ante el Dios de
sus padres y le suplicó" [Crónicas II, 33, 12].
El más afortunado es el que se arrepiente ante Dios de la primera manera. Después, el que no se
arrepiente hasta que Dios, ensalzado sea, no le amonesta. Luego, el que no se arrepiente hasta que a los
demás no les llegan los males. Y por fin, el que no se arrepiente hasta que no se desencadenan sobre él
los castigos y los sufre a fondo. Este último es, de entre los que se arrepienten, el que más lejos está de
que Dios acepte su arrepentimiento y de que se le perdonen sus caídas, pues no le llegará el perdón
mientras no se arrepienta de verdad ante Dios, muestre su contrición, abandone sus malas acciones y
pida perdón con el corazón, con la lengua y con sus actitudes, ya que todo ésto es preciso que se de
para se acepte su arrepentimiento y se pasen por alto sus maldades.
ARTICULO SÉPTIMO
Las cosas que echan a perder el arrepentimiento son muy numerosas y la mayor parte de ellas ya
las he expuesto en este capítulo.
Una de las más notables es la obstinación en el pecado, la cual consiste en seguir cometiéndolo y
en demorar el dejar de hacerlo. No habrá un arrepentimiento claro y firme mientras dure esta actitud.
Ya se dijo: "No hay pecado pequeño contra Dios si hay obstinación en él; y no hay pecado grande si se
pide perdón a Dios". Es decir, que la perseverancia en el pecado es prueba de que se tienen en poco las
ofensas a Dios y de que se desprecian sus mandatos y prohibiciones, exponiéndose así uno a los
castigos merecidos por tal actitud. Sobre ésto dice el Libro: "Pero el indígena o emigrante que a
conciencia provoque al Señor, será excluido de su pueblo" [Números, 15, 30].
Además ocurre lo siguiente: el obstinarse en pecar, aunque la falta sea pequeña, al repetirla, hace
que ésta crezca continuamente. Por el contrario, los pecados graves, cuando el que los hace pide perdón
por ellos y los abandona para someterse a Dios, ensalzado sea, disminuyen y se hacen pequeños
progresivamente, hasta que llega un momento en que desaparecen por completo del libro de las malas
acciones y, el que los cometió, queda lavado de estas culpas, gracias a su arrepentimiento. ¿No ves que
el hilo de seda se hace más fuerte y recio cuando se le dobla muchas veces? Y, sin embargo, ya sabes
que está hecho de algo tan débil como es la baba de un gusano. Por el contrario, vemos que las grandes
amarras de los barcos, cuando se usan durante mucho tiempo, se hacen cada vez más endebles y llegan
a convertirse en una de las cosas más frágiles. Esta es la condición de los pecados leves y graves:
crecen cuando se persevera en ellos y disminuyen cuando se pide perdón. Por eso el Libro hace esta
comparación en el siguiente texto: "¡Ay de los que arrastran así la culpa con cuerdas de bueyes y el
pecado con sogas de carretas!" [Isaías, 5, 18].
Ya se dijo: "No mires la pequeñez de lo que haces; considera más bien la grandeza de aquel
cuyos mandamientos desobedeces. No te alegres de que la gente desconozca tus maldades íntimas, sino
que debes entristecerte de que Dios esté al corriente de cuanto albergas en ti y de que conozca tanto lo
secreto tuyo como lo que es público. El recuerda tus cosas mejor que tú, pues tú sueles olvidar,
mientras que El no olvida nada; tú te muestras negligente en algunos asuntos, El, en cambio, nunca".
Como dice el Libro: "Lo tengo escrito delante, no descansaré" [Isaías, 65, 6] y "El pecado de Judá está
escrito con punzón de hierro" [Jeremías, 17, 1].
Otra cosa que también puede echar a perder el arrepentimiento es el volver a pecar después de
haber cumplido con las condiciones del arrepentimiento. Como dice el Libro: "Palabra que Jeremías
recibió [del Señor después que el rey Sedecías pactó con el pueblo de Jerusalén para proclamar una
169
remisión] que cada cual manumitiese a su esclavo [hebreo y a su esclava hebrea, de modo que ningún
judío fuera esclavo de un hermano suyo. Todos los nobles y el pueblo aceptaron este pacto de dejar
libres cada cual a su esclavo y a su esclava, de modo que ninguno siguiera en esclavitud. Obedecieron y
los pusieron en libertad]. Pero después se volvieron atrás, cogieron otra vez a los esclavos y esclavas
[que habían manumitido y los sometieron de nuevo a esclavitud]" [Jeremías, 34, 8-11 y ss.] 308 y el
resto de lo que cuenta el Libro.
Otra de las cosas que echan a perder el arrepentimiento es el que uno espere interiormente al final
de su vida para arrepentirse de sus pecados o el que piense que se apartará de sus iniquidades después
de que haya logrado sus deseos mundanos y satisfecho sus pasiones. Este tal es como si engañase a su
Señor. De él dicen nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "Quien dice: "Pecaré y me arrepentiré",
negará toda oportunidad de arrepentirse" [Ŷômâh, 88 b]. Y en la exhortación que he puesto al final de
este libro mío se dice: "Alma mía, almacena abundantes provisiones: mientras estás viva, puedes
hacerlo y no tienes límite en ello, porque el camino que tienes delante es largo. No digas: "Mañana me
aprovisionaré", puesto que el día de hoy está a punto de terminar y no sabes lo que te traerá el día
siguiente. Piensa que el ayer nunca volverá y que todo cuanto has hecho ha sido pesado, contado y
tasado. No digas: "Mañana lo haré", porque el día de la muerte es desconocido para todo ser viviente.
Date prisa, por tanto, en cumplir tu tarea cotidiana, pues la muerte nos lanza sus flechas y sus rayos, a
cada instante. Así pues, no te demores y haz lo que debes hacer cada día. Como el pájaro abandona su
nido, así el hombre deja su morada sobre la tierra." 309.
Otra causa de corrupción es también el que uno se arrepienta de algunos pecados, perseverando,
en cambio, en otros. Por ejemplo: se aparta y se arrepiente de todos los que se refieren a sus relaciones
para con Dios, pero sin embargo, no deja los que afectan a sus relaciones con los demás hombres, como
son la injusticia, la traición, el robo y otros parecidos. Sobre este tal dice el Libro: "[Si diriges tu
corazón a Dios y extiendes las manos hacia El] si alejas tu mano de la maldad y no alojas en tu tienda
la injusticia [podrás alzar la frente sin mancilla; acosado, no sentirás miedo]" [Job, 13, 15]. Y, en este
sentido, dicen nuestros antepasados: "Si alguien está enviciado en un pecado y lo confiesa, pero no lo
abandona todo ¿a quién se le podrá comparar?: a uno que guarda un reptil sucio: por mucho que lo
bañe en todas las aguas del mundo, no logrará purificarlo; pero si aleja la causa de la corrupción, su
bautismo lo purificará, tal como está dicho: "El que oculta su crimen no prosperará" [Proverbios, 28,
13]" [Ta′anît, 16 a].
Todas las causas de corrupción que he mencionado en los capítulos anteriores, lo son también del
arrepentimiento. Por tanto, no será preciso que vuelva a ellas de nuevo en este artículo.
ARTICULO OCTAVO
[Si son equiparables el hombre que se arrepiente y el que es justo porque está libre de
pecado].
Respecto al tema de si el que se arrepiente de sus pecados es equiparable al santo que nunca ha
pecado, digo lo siguiente: algunos arrepentidos valen lo mismo que los santos que no han cometido
ninguna falta; otros, son mejores que éstos; y, por fin, algunos santos superan a los arrepentidos aunque
éstos últimos se retracten de sus pecados.
Explicación de la primera clase: a ella pertenece quien peca por no cumplir un precepto
afirmativo (cuya negligencia no implica excomunión) como es, por ejemplo, el llevar franjas en los
bordes de los vestidos o el tomar ramas de palmera y habitar en chozas durante la fiesta de los
tabernáculos y otros parecidos. Si el que descuida estas cosas se arrepiente ante Dios de corazón y de
palabra, pone todo su empeño en hacer lo que omitió y no vuelve a dejar de cumplirlo, Dios le
perdonará y será igual al santo que no se ha descuidado jamás en esas cosas. Sobre este tal se dice: "El
170
que se arrepiente es como el que no ha pecado nunca". Y nuestros antepasados, la paz sea con ellos,
afirman: "Si uno transgrede un precepto afirmativo y esta transgresión no lleva involucrada la pena de
excomunión y se arrepiente, será perdonado, tal como se ha dicho: "Volved a mí y volveré a vosotros"
[Malaquías, 3, 7]" [Ŷômâh 86 a].
A la segunda clasificación pertenece aquel que, tras arrepentirse, es superior al santo. La
explicación es la siguiente: el que se arrepiente de haber cometido un pecado leve (de aquellos que son
una transgresión de un precepto que no implica excomunión) será superior al santo que no ha cometido
este tipo de pecados ni otros parecidos, si, después de hacerlo, se arrepiente del todo de su pecado,
cumpliendo todas las condiciones del arrepentimiento; si tiene siempre presente su pecado; si pide
perdón continuamente por él; si se avergüenza profundamente ante Dios; si penetra en su corazón el
temor por el castigo; si se quiebra su alma; si no cesa de acatar y de ser sumiso a Dios; si su pecado es
un medio para humillarse y esforzarse para cumplir los deberes para con Dios; si no se vanagloria por
sus buenas acciones ni las estima en mucho ni se jacta de ellas; y si tiene cuidado de permanecer toda
su vida libre de caídas y deslices. Pues puede ocurrir que el santo no se humille con la humildad que
tiene el arrepentido, tal como lo hemos descrito, y que no esté a salvo del orgullo, altanería y vanidad
por sus buenas obras. Suele decirse que los actos malos del que se arrepiente aprovechan más a éste
que todas las buenas acciones al santo; y, también, que, a veces, una buena acción es más perjudicial al
santo que todas las malas obras al que se arrepiente, cuando el corazón de aquel se vacía de humildad y
se llena de vanidad, hipocresía y amor a las alabanzas.
Un santo decía a sus discípulos: "Si no tenéis ningún pecado, tengo miedo de que os sobrevenga
algo más grave que el pecado". Y le preguntaron qué mal tan grave podía ser aquel, mayor aún que los
pecados. Y les contestó: "La vanidad y la hipocresía". Sobre este tal arrepentido dicen nuestros
antepasados, la paz sea con ellos: "Allí donde los penitentes se mantienen en pie, los que son
completamente justos no pueden estarlo" [Berakôt, 34 b].
La tercera clase, [es decir: la de los arrepentidos que son inferiores a los santos], es la del que
quebranta las prohibiciones graves del Señor, aquellas que están castigadas con la pena de muerte
dictada por alguna autoridad humana o con la excomunión ordenada por la voluntad divina. Estos
pecados son: las profanaciones del nombre de Dios, el perjurio y otros pecados graves parecidos. El
que así peca reparará su falta y cumplirá con todas las condiciones y constitutivos esenciales del
arrepentimiento. Pero el perdón no le llegará de modo definitivo, mientras no sea probado en este
mundo por todos los medios posibles que pueda soportar y aguantar. Después de todo ésto es cuando
estará limpio de su pecado. Sobre este hombre dicen nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "Si uno
ha violado una prohibición, por la cual el castigo es la excomunión o la pena capital dictada por
sentencia judicial, si se arrepiente, que sufra la purificación y que la muerte sea la compensación por su
ofensa, como se ha escrito: "Castigaré con la vara sus pecados y a latigazos sus culpas" [Salmos, 89,
33] y más aún: "Juro que no se expiará este pecado hasta que muráis" [Isaías, 22, 14]" [Ŷômâh, 86 a].
En este caso, es lógico que el santo que no ha cometido pecado alguno sea superior al que se arrepiente
de él.
ARTICULO NOVENO
Sobre si es fácil arrepentirse de todos los pecados o no, digo como respuesta lo siguiente:
Los pecados se dividen en dos clases. La primera comprende aquellos que sólo se dan en las
relaciones entre el hombre y Dios. Por ejemplo, la negación de Dios, el creer ideas erróneas, el albergar
en el interior perversidades, el llevar a cabo cosas prohibidas por los deberes de los corazones y muchas
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otras que pertenecen a los miembros externos con las cuales el pecador únicamente se perjudica a sí
mismo y no a los demás, pues el delito sólo consiste en desobedecer los mandatos del Señor.
La segunda es la de los pecados que perpetran los hombres entre sí. Estos consisten en las
diversas injusticias que se cometen contra los semejantes, bien sea en sus cuerpos, bien en sus riquezas,
bien en las posesiones. El pecador junta, así, la injusticia que comete contra sí mismo al rebelarse
contra Dios con la injusticia que comete contra los demás.
Por lo que respecta a los pecados y faltas de la primera clase, es decir, los que se cometen contra
el Señor, es fácil arrepentirse de ellos, mientras se vive en este mundo, siempre que el pecador tome
conciencia de sus negligencias y desee reparar sus faltas contra Dios. Es preciso que, si es posible, el
modo de arrepentirse de un pecado sea del mismo género que el pecado cometido. Por ejemplo: si se
trata de un pecado que sólo se refiere a los deberes de los corazones (como son los malos
pensamientos, las falsas creencias, la envidia, la iniquidad y el odio interiores y otros semejantes),
convendrá que el arrepentimiento se realice purificando el interior, teniendo creencias buenas,
deseando hacer el bien a los demás y siendo indulgente con ellos. Si se trata de pecados que hacen
relación a alguno de los miembros externos del cuerpo (como es el comer algo que Dios ha prohibido
que tomemos, o las uniones sexuales vedadas por Dios, o el transgredir los sábados y días festivos, o
los juramentos en falso, *en que no se comete iniquidad grave* 310), en tales casos conviene que el
arrepentimiento sea de igual manera y del mismo género que lo fue el pecado, colaborando también en
ésto el corazón, mediante la purificación de los actos correspondientes ante Dios, ensalzado sea. Todo
ésto puede hacerlo el hombre durante su vida, mientras le llega el final de la misma, y a condición de
tener el claro propósito de arrepentirse y de limpiar su alma de toda iniquidad ante su Señor. Sobre ésto
dice el Sabio: "Si eres santo, lo serás para tu provecho, si te burlas, tú solo lo pagarás" [Proverbios, 9,
12].
Respecto a los pecados de la segunda clase, es decir: los cometidos contra Dios y contra los
hombres, cabe que el arrepentimiento le sea difícil al hombre por varios motivos, como pueden ser los
siguientes: porque está ausente el ofendido (debido a que ha muerto ya, o a que se encuentra lejos);
porque ha perdido el ofensor los bienes sustraídos y no puede pagar su deuda a su antiguo propietario;
porque el ofendido quizás no se muestre benévolo [y dispuesto a perdonarle o a rebajarle la deuda] al
ofensor, en aquello que perjudicó a su cuerpo o a sus posesiones; porque el ofensor ignora quién es el
ofendido, o la cantidad de dinero con que le perjudicó o quién fue el injuriado (si aldeano o de ciudad)
y no sabe exactamente de quién se trata ni tiene clara la cantidad que tomó de él injusta y
violentamente; porque los bienes han entrado a formar parte de sus propias riquezas lícitamente
adquiridas y no le resulta fácil detraer lo sustraído sin perjudicar lo que tiene con pleno derecho, como
dicen los antiguos, la paz sea con ellos: "Si alguien roba una viga y la utiliza como una parte para
construir un palacio, la Escuela de šamay sostiene que el ladrón debe derribar toda la estructura para
devolver la viga al dueño. La Escuela de Hillel sostiene, en cambio, que el [antiguo] propietario sólo
tiene derecho al valor monetario de la viga" [Ta′anît, 16 a].
Más difícil todavía es el arrepentirse de aquellas malas acciones que el hombre tiene tal
costumbre de hacer que su realización es para él tan automática como lo son los actos naturales, los
cuales no es sencillo abandonarlos, como dice el Libro: "Habitúan sus lenguas en las mentiras, están
depravados y son incapaces de convertirse" [Jeremías, 9, 4] y "¿Puede un etíope cambiar de piel o una
pantera de pelaje? Igual vosotros: ¿podéis enmendaros, habituados al mal?" [Jeremías, 13, 23].
También resulta difícil el arrepentimiento cuando hay derramamiento de sangre, como es el caso
de matar a inocentes, bien se haga ésto violenta [y directamente], bien [de modo indirecto] por medio
de calumnias [que hacen se mate, como consecuencia, al inocente], como sabes que ocurrió en la
historia de Doeg el Edomita, en el campo de los sacerdotes, el cual fue inducido primeramente a matar
por medio de palabras malévolas y luego violentamente y de forma directa, tras lo cual dice el Libro:
172
"Doeg, el edomita, se acercó y los mató. Aquel día murieron ochenta y cinco hombres de los que llevan
efod" [Samuel I, 22, 18] 311.
Así mismo, resulta difícil el arrepentimiento cuando se causa la pérdida de los bienes materiales a
alguien por el hecho de haberle calumniado ante el Sultán. Este tal no se arrepentirá de verdad,
mientras no satisfaga a la víctima, bien dándole las riquezas [que perdió por su culpa], bien
mostrándole afecto y sometiéndose humildemente ante él, para que le absuelva y perdone. Como dice:
"Os coméis la carne de mi pueblo, lo despellejáis, le rompéis los huesos, los cortáis como carne para la
olla o el puchero. Pues cuando griten al Señor, no les responderá [les ocultará el rostro entonces por sus
malas acciones]" [Miqueas, 3, 3-4].
También es difícil el arrepentimiento cuando alguien tiene relaciones sexuales prohibidas y le
nace, como consecuencia, un hijo bastardo. La vergüenza que pesa sobre él no cesa de propagarse y no
hay manera de enmendar este error, como dice el Libro: "Eso es una infamia, un delito que castigan los
jueces; fuego que devora y consume" [Job, 31, 11-12] y "Engañaron al Señor y tuvieron hijos
bastardos" [Oseas, 5, 7].
Otro arrepentimiento que resulta difícil es el de quien tiene la costumbre de murmurar y hablar
mal de los demás, ya que no logrará saber la cantidad de cosas que ha dicho, pues son innumerables, y
olvidará las personas de las que ha hablado mal. Pero todo ésto le será recordado y escrito en el libro de
sus malas obras. Sobre este tal dice el Libro: "El que viene a verme habla con fingimiento, disimula su
mala intención y cuando sale afuera, la dice" [Salmos, 41, 7] y "Cuando ves un ladrón, corres con él, te
mezclas con los adúlteros; sueltas la lengua para el mal, tu boca urde el engaño; te sientas a hablar
contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre" [Salmos, 50, 18-20]. El murmurar y el hablar mal de
los demás equivale al robo y al apareamiento ilícito, como dice: "Se estafan unos a otros y no dicen la
verdad" [Jeremías, 9, 4] 312.
También le es muy difícil arrepentirse al que pervierte a la gente con sus malas doctrinas, las
cuales propaga entre ellos impulsándolos a que las crean. El está corrompido y corrompe también a los
demás; por tanto, su pecado crecerá en la medida en que aumenten sus seguidores. Como dicen
nuestros antepasados: "Si alguien induce a la gente a ser justos, no habrá por ello pecado; pero el que
induce a la multitud a pecar, no se le dará oportunidad de arrepentirse" [Abôt, V, 18]. Y añaden:
"Jeroboam pecó e hizo que la gente pecase. El pecado de la gente fue atribuido a él, como dice: "Por
los pecados que Jeroboam hizo cometer a Israel" [Reyes I, 15, 30]" [Abôt, V, 18] 313.
A esta última categoría pertenecen los que, pudiendo exhortar al bien a las gentes corrompidas y
apartarlas del mal, no lo hacen, o porque desean obtener algo que los demás tienen, o porque les temen,
o porque tienen vergüenza de que se les enfrenten por lo que dicen. De esta manera, los demás siguen
corrompidos al no dirigirles este tal por el recto camino. De ésto se le pedirán cuentas, como dice:
"[¡Malvado eres reo de muerte!] tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie de
conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre" [Ezequiel, 33, 8].
ARTICULO DÉCIMO
174
aspiraciones poniéndolas en el lugar más noble y en el sitio más elevado, donde jamás se vienen abajo
los anhelos que se depositan en él?
Aprovecha la ocasión mientras está todavía abierta la puerta del arrepentimiento, mientras es
todavía posible el perdón y las excusas pueden ser aceptadas. Como dice el Libro: "Buscad al Señor
mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca" [Isaías, 55, 6]. Date mucha prisa, hermano
mío, antes de que llegue el desenlace final que tanto temes, puesto que no estás seguro de vivir un solo
día más. Piensa y considera que lo mismo que es bueno para tus semejantes, es también bueno para ti.
El que quiera contentar a su Señor, ha de entrar por aquella puerta estrecha por la cual penetran los
hombres pacientes y buenos y que sólo la consiguen atravesar quienes se dan prisa por pasarla y
quienes se lanzan velozmente a ello, como dicen nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "Sé audaz
como la pantera, ligero como el águila, ágil como el ciervo, intrépido como el león, para cumplir la
voluntad de tu Padre que está en los cielos" [Abôt, V, 20]. Y el Santo dice: "Con diligencia, sin
tardanza, observo tus mandatos" [Salmos, 119, 60].
Examina tu conciencia, hermano mío, y avergüénzate ante tu Señor, porque has tenido con El una
conducta que no te gustaría haber tenido con una creatura semejante a ti. Sabes muy bien que, si irritas
contra ti al más mínimo servidor del rey, no tardas en pedirle perdón y en humillarte ante él para que te
absuelva y para asegurarte de que no vas a ser castigado; y ello, aunque se trate de un servidor real
dotado de un mínimo poder. Con más motivo harás todo ésto si al que enfadas es a un visir. ¿Y cómo te
comportarás con un emir?: te apresurarás a pedirle perdón y correrás hacia él arrepintiéndote y
pidiéndole excusas, por temor a que te castigue inmediatamente. Y, sin embargo, conoces
perfectamente su debilidad, puesto que no puede hacer nada de ésto, al margen de la voluntad de Dios,
ensalzado y honrado sea, como dice el Sabio: "El corazón del rey es una acequia en manos de Dios, la
dirige donde quiere" [Proverbios, 21, 1]. También sabes que su reinado desaparecerá rápidamente y
que su imperio se quebrará, que su atención se divide en muchos asuntos, que sus ocupaciones se
vuelcan en unas cosas teniendo que dejar el cuidado de otras, que puede ser negligente u olvidadizo y
que muchas cosas patentes se le ocultan, por no hablar de las que son secretas. Y, a pesar de saber todo
ésto, no demoras lo más mínimo el pedirle rápidamente perdón por tus faltas y el hacer enseguida lo
que le gusta y agrada.
Esto supuesto, ¿cómo no nos avergonzamos, hermano mío, ante el Creador, que conoce tanto lo
oculto como lo externo de nuestras acciones y pensamientos; que no puede olvidar ni pasar nada por
alto; que no se dedica a una cosa teniendo que dejar otras; que no se escapa a su juicio ningún asunto
nuestro; y cuyo reinado no terminará jamás?, ¿y cómo es que nos apartamos de El y demoramos el
pedirle perdón y el arrepentimiento, siendo así que no sabemos cuándo terminará nuestra vida y cuándo
se cortará nuestra existencia?
Si alguien advirtiera a los habitantes de un pueblo o de una ciudad diciéndoles: "¡Hombres
todos!, preparad el viaje para la otra vida, pues uno de vosotros morirá este mes, aunque no sé quién es
en concreto", [si tal ocurriera], digo, ¿no es verdad que cada uno de ellos tomaría sus precauciones ante
la muerte, temiendo ser él quien iba a morir? Entonces, ¿por qué no nos preparamos nosotros para este
viaje, pues somos testigos de que en cada mes y en cada lugar, la muerte destruye una cantidad enorme
de seres vivos? ¿No es, pues, acaso necesario que temamos nosotros mismos cada mes y que
busquemos nuestro aprovisionamiento para la otra vida, antes de que ya no tenga remedio, aunque sólo
sea el día anterior, como dicen nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "Arrepiéntete un día antes de
tu muerte" [Abôt, II, 10] y el Libro afirma: "Lleva siempre vestidos blancos" [Eclesiastés, 9, 8].
Reflexiona, con lo mejor de tu razón y discernimiento, la evidencia de todo ésto que ves con tus
propios ojos y que es más patente que lo que te cuentan otros. No desdeñes tu razón y comprensión,
pues se dice que Dios ha dado a sus siervos unos dones que, si los aceptan, les sirven de mucho, pero
que si los rechazan, se convierten en argumentos en contra de ellos para ser luego motivo de castigo y
reproche divinos. Por consiguiente, si Dios, ensalzado y honrado sea, te ha dado gratuitamente,
175
hermano mío, capacidad de comprensión, perspicacia, razón y ciencia, destacándote así por encima de
los demás seres, ten sumo cuidado en que no se convierta este don de Dios en argumento en contra
tuya. Dios, en un rasgo de benevolencia y compasión por ti, te ha puesto en el camino de la rectitud y
te ha animado a ir por el sendero de la felicidad, no queriendo que sigas perseverando en tus descuidos
y que te obstines en tu rebelión, siguiendo [contigo] la costumbre que tiene de favorecer, comprender y
tener misericordia para con sus creaturas. Como dice el Libro: "El Señor es bueno con todos, es
cariñoso con todas sus creaturas" [Salmos, 145, 8] y "El Señor es bueno y recto y enseña el camino a
los pecadores" [Salmos, 25, 8].
Dios, en primer lugar, te ha invitado, con benignidad y ternura, a ir junto a El; luego, te ha
amonestado y advertido; y, finalmente, te ha recordado los castigos que podía darte, para que vuelvas a
El y te des prisa en arrepentirte. Apresúrate, pues, a oírle y a dedicarte por entero a Dios. Elige para ti
lo mismo que tu Señor ha escogido para ti. Acepta para tu alma lo que tu Creador aprueba. Que no te
arrastre la pereza menospreciando a tu alma, pues tú, si la desprecias, ¿qué es lo que vas a respetar
entonces?
Ten cuidado de que no te engañen las insinuaciones que te hace el corazón diciéndote: "Ahora,
después de que he pasado tanto tiempo siendo negligente y una vez que se ha consumido la mayor parte
de mi vida, ¿cómo me voy a arrepentir ante Dios y pedirle perdón?". Conviene que respondas a ésto
con lo que explicó el Profeta hablando de ello: "Si el malvado se convierte de los pecados cometidos [y
guarda mis preceptos y practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá...]. Si el justo se
aparta de su justicia y comete maldad [imitando las abominaciones del malvado, no se tendrá en cuenta
la justicia que hizo: por la iniquidad que perpetró y por el pecado que cometió, morirá]" [Ezequiel, 18,
21-24], hasta el final del capítulo.
Los antiguos compararon ésto a un hombre que tenía unas bolsas de dinero de plata y que se vio
en la necesidad de atravesar un río muy grande. Cuando estuvo en la orilla, arrojó aquellas bolsas al
agua con la idea de cortar la corriente del río y, así, poderlo pasar. Lanzó, pues, todas las bolsas,
excepto una que guardó consigo. A pesar de ello, la corriente del río no se cortó. Cuando se hubo dado
cuenta de ésto, dijo a un barquero que estaba en la orilla: "Toma esta bolsa que tengo y pásame en tu
barca". Así lo hizo y lo sacó de apuros por el precio de aquella única bolsa que le había quedado. De
esta manera, aquel hombre consiguió con una sola bolsa lo que no había logrado con todas las demás
que había arrojado al río. El resultado fue el mismo que si no hubiera perdido ninguna. De igual modo
ocurre con el que se arrepiente tras haber perdido toda su vida sin servir a Dios: cuando rectifica ésto,
arrepintiéndose en el tiempo que le queda de vida. Dios le perdona los males que hizo a lo largo de toda
su existencia. Como dice el Libro: "No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió" [Ezequiel, 18,
22] y más adelante afirma: "No se tendrá en cuenta ningún pecado de los que cometió" [Ezequiel, 33,
16]
Que no te parezca excesiva la exhortación que te he hecho para que tomes tus precauciones, cosa
que has dejado de hacer durante mucho tiempo, pues no te la he dirigido a ti solamente, excluyéndome
a mí [que estoy en el mismo caso que tú]. Sométete a la verdad y no te escabullas. Da gracias a Dios
porque te ha hecho saber cosas que no conocías. No tomes como argumento ni excusa en tu defensa el
hecho de que, tanto tú como aquellos que te han incitado a este tipo de vida, hayáis estado durante
mucho tiempo en la pura negligencia, pues todo ésto no sería sino una trampa y engaño que la pasión
suele tender a los que tienen poco conocimiento.
Que Dios nos coloque a nosotros y a ti entre aquellos que se han apresurado a acercarse a El y
entre los puros de corazón que están a su lado; y ello, por la misericordia y excelsa bondad suya, si
Dios, glorioso, lo quiere. A El sea dada la alabanza por ésto eternamente.
176
CAPITULO OCTAVO
Dice el autor: puesto que hemos hablado antes de los constitutivos esenciales del arrepentimiento
y de sus condiciones y como el examen de conciencia era una de esas condiciones, he pensado que
debería ahora continuar explicando las distintas maneras que hay de hacer este examen de conciencia.
Y ello, porque mediante el examen podemos caer en la cuenta de lo que nos es saludable en este mundo
y en el otro, como dice el Santo: "He examinado mi camino para enderezar mis pies a tus preceptos"
[Salmos, 119, 59].
Conviene, pues, que expliquemos este asunto del examen de conciencia, con siete cuestiones, a
saber:
Primera: qué es el examen de conciencia.
Segunda: si el examen de conciencia es el mismo para todos los hombres o no.
Tercera: de cuántas maneras se puede examinar el hombre la conciencia.
Cuarta: utilidad del examen de conciencia.
Quinta: si está obligado el hombre siempre a examinarse la conciencia.
Sexta: qué acciones debe el hombre examinar.
ARTICULO PRIMERO
ARTICULO SEGUNDO
178
Decimos que el número de maneras con que el hombre puede examinar su conciencia ante Dios,
honrado y ensalzado sea, son muchísimas; sin embargo las resumiré todas en treinta. Gracias a ellas
quedarán claros los deberes que los hombres tienen para con Dios, ensalzado y honrado sea, con tal de
que las piensen y se comprometan a meditarlas y a recordarlas continuamente.
Primera: cuando el hombre se contempla a sí mismo y piensa en su generación, en su salida de la
nada al ser, en su paso de la no existencia a la existencia (no por méritos que tuviera anteriormente,
sino por generosidad, benevolencia y bondad del Creador, ensalzado sea) y, cuando cae en la cuenta
con su razón de que está en una situación superior, en un rango más elevado y en un nivel más alto que
los animales, plantas y minerales, entonces se da cuenta de la obligación que tiene de dar gracias a su
Creador, ensalzado y honrado sea.
Se puede hacer a este propósito una comparación: imagínese uno que, cuando es todavía niño de
pecho, le abandona su madre en plena calle y viene un hombre que lo ve, se compadece de él, lo acoge
en su casa y se encarga de su educación hasta que se hace mayor y puede pensar. ¿Cómo estará de
obligado este niño a hacer aquello que contenta a su benefactor y a cumplir lo que le manda o prohibe?,
¿cómo deberá cumplir con sus deberes para con él?. Y si ésto es así ¡cuán obligado estará a someterse a
Dios, ensalzado sea, y a cumplir sus mandamientos, a la vista de la protección y cuidado que le
prodiga!. Dios ya amonestó al pueblo en este sentido cuando dijo: "¿Así le pagas al Señor, pueblo necio
e insensato? [¿No es El tu padre y tu Creador, el que te hizo y te constituyó?] [Deuteronomio, 32, 6]. Y
el Libro aclara ésto por boca de Ezequiel: "Pasando yo a tu lado, te vi chapoteando en tu propia sangre"
hasta el final del capítulo [Ezequiel, 16, 6 y ss.] 319.
Segunda: el hombre debe examinar en su interior los dones que Dios le ha dado y que se
manifiestan en la constitución de su cuerpo, en la perfección de su forma y especificidad de ser humano
y en la estructura de sus miembros. Debe meditar así mismo en la manera como lo sacó del vientre de
su madre con su poder, ensalzado sea, proveyéndolo de alimento lo mismo antes de nacer que después,
de acuerdo con la situación en que se encontraba y con las necesidades que tenía. Y todo ésto, por
bondad y generosidad de Dios para con el hombre. Imagínese uno que, cuando comienza a existir,
careciera de manos, ojos o pies y que alguien se los proporcionara para completar así su cuerpo; ¿cómo
le alabaría y se lo agradecería siempre, obedeciendo sus órdenes y estando ligado a su servicio?. Según
ésto, [y con mayor razón], deberá obedecer al Creador, ensalzado sea, que se encargó totalmente de la
formación de su cuerpo y de construir perfectamente todos sus miembros, con extraordinaria precisión
y sabiduría. Como dice el Libro: "Recuerda que me hiciste de barro [...]. ¿No me vertiste como leche
[¿no me cuajaste como queso?] ¿no me forraste de carne y piel? [¿No me tejiste de huesos y tendones?]
¿No me otorgaste vida y favor?" [Job, 10, 9-12]. "Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno
materno" [Salmos, 139, 13] y, por fin: "Fuiste Tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los
pechos de mi madre" [Salmos, 22, 10].
Tercera: el hombre debe examinar y meditar en su interior en el gran don que Dios le ha
concedido en lo tocante a la utilidad de la razón y del discernimiento así como de las demás
características naturales excelsas, buenas y nobles con las cuales le ha distinguido por encima de los
animales irracionales, como dice: "Que nos da más entendimiento que a las bestias, nos hace más
inteligentes que a las aves" [Job, 35, 11]. Imagínese el hombre que careciera de razón y discernimiento
y que se los diera un hombre como él, distinguiéndolo con este don que antes no tenía. ¿Acaso tendría
suficiente con toda su vida y con toda su existencia para agradecérselo y alabarle continuamente por
ello?. Con mayor razón se hará ésto con el Creador, ensalzado sea, cuyos dones son infinitos y cuya
bondad para con nosotros es ilimitada. Como dice el Santo: "Cuántas maravillas has hecho. Señor, Dios
mío; cuántos planes en favor nuestro: nadie se te puede comparar. [Intento decirlas y contarlas, pero
superan todo número]" [Salmos, 40, 6].
Cuarta: el hombre debe examinar en su interior la grandeza del don que Dios le ha concedido al
llamarle la atención sobre lo que constituye su auténtica vida en las dos casas [en que habita: en la de
179
este mundo y en la del más allá], por medio de la Ley excelsa y del Libro verdadero, quitándole su
ceguera, suprimiendo su ignorancia, iluminando su vista, acercándolo a lo que complace a su Señor,
haciéndole conocer los deberes que tiene para con su Creador y obligándole a cumplirlos, gracias a lo
cual conseguirá su completa felicidad en las dos vidas, de aquí y de allá. Como dice: "La Ley del Señor
es perfecta, [devuelve el respiro, el precepto del Señor es fiel, instruye al ignorante] los mandatos del
Señor son rectos, alegran el corazón [la norma del Señor es límpida, da luz a los ojos]" [Salmos, 19, 8-
9]. Piense el hombre lo siguiente: que fuese privado de esta Ley, después de haber conocido su
excelencia, y que un hombre nos la devolviese. ¿Creería que es suficiente todo su esfuerzo y tesón para
agradecérselo y alabarle por ello?. Con mayor razón habrá de hacerse ésto con el Creador, ensalzado
sea, que nos dio a conocer la Ley, nos dotó de capacidad para entenderla y nos ayudó a cumplirla. Lo
mínimo que debemos hacer es agradecérselo, darnos prisa en someternos a su Ley y lanzarnos a aceptar
sus mandatos y prohibiciones. Como dice el Santo: "Con diligencia, sin tardanza, observo tus
mandatos" [Salmos, 119, 60], "¡Cuánto amo tu voluntad! [todo el día la estoy meditando]" [Salmos,
119, 97] y, finalmente: "¡Qué dulce al paladar tu promesa [más que miel en la boca]!" [Salmos, 119,
103].
Quinta: debe el hombre examinar su morosidad en entender el Libro de Dios, ensalzado sea, y el
que no se ponga a estudiar sus sentidos y finalidad. No haría lo mismo con un libro que recibiera de un
rey y que le resultase oscuro, o bien por la escritura y por las palabras [que empleaba] o bien porque
fuese enigmático su sentido o embrollado y extraño su estilo. Por el contrario, emplearía toda su
capacidad comprensiva y habilidad para entender su significado, estando sumamente inquieto hasta que
comprendiese su contenido. Y, si hace ésto para entender el libro de un hombre que es débil de
inteligencia y despreciable como él, ¿cómo deberá comportarse redoblando los esfuerzos para entender
el Libro de su Señor en el cual le va la vida, como dice: "Porque El es tu vida y tus muchos años"
[Deuteronomio, 30, 20]?. ¿Cómo puedes permitirte, hermano mío, dejar todo ésto y conformarte con el
primer sentido que te ofrece la Escritura, que es el más inmediato y el más claro, dejando todo lo que
hay de más profundo?. ¿Es que no ves que ésto es una negligencia y defección por tu parte?, ¿no es
ésto parecido a aquello que se dice de los que "habéis alabado a dioses de oro y plata, de bronce y
hierro, de piedra y madera, que ni ven ni oyen ni entienden; mientras que al Dios dueño de vuestra vida
y vuestras empresas no lo habéis honrado" [Daniel, 5, 23]?.
Sexta: el hombre debe examinarse a sí mismo cuando siente alguna tendencia a rebelarse contra
Dios y a romper su alianza.
En efecto, si uno medita interiormente y piensa en todo aquello que capta con los sentidos (los
fundamentos del universo, sus derivados, elementos y compuestos, lo más alto y lo más bajo del
mismo), se dará cuenta de que todas estas cosas cumplen los mandatos de Dios y guardan fielmente su
alianza. ¿Verá a alguno de ellos romper la atadura de la sumisión a Dios, ensalzado y honrado sea, o
manifestar alguna oposición o abandono del pacto que tiene contraído con El?. Imaginémonos que
alguna de estas cosas contradijera ese pacto con Dios: entonces no existiría el hombre en absoluto. Por
ejemplo: si los elementos rompieran la alianza divina, cambiarían su naturaleza; si la tierra se desviase
de su centro y las aguas desbordasen los mares rebasando sus límites e inundando la superficie de la
tierra ¿acaso el hombre seguiría viviendo sobre su faz?. Más sorprendente aún sería que los miembros
del cuerpo humano rompieran su pacto con Dios: se quedarían quietos aquellos miembros que por
naturaleza están destinados al movimiento o se pondrían en marcha los que naturalmente han de estar
en reposo. Otro ejemplo: si los sentidos no suministrasen al hombre la información del exterior que le
deben dar, merced al pacto con Dios, se corrompería la estructura del ser humano, se vendría abajo su
complexión y no se podría autogobernar.
¿Cómo no se avergüenza el hombre de quebrantar los mandatos de su Señor en una casa como es
el mundo, en la que nadie contradice las órdenes divinas, y de hacerlo con la ayuda de unos
180
colaboradores, cuales son los miembros corporales, que no rompen esos pactos de Dios y que, además,
están obligados a servir al hombre y a cumplir sus órdenes?.
El ejemplo más apropiado es el siguiente: un rey ordenó a un grupo de siervos que transportasen
a uno de sus ministros sobre los hombros, en una silla preciosa, y que le hiciesen cruzar así un gran río
con toda clase de precauciones, hasta llegar a un lugar determinado y a una hora concreta. Pero,
además, encargó al ministros que, en aquel viaje y durante el tiempo que durase el mismo, hiciera
ciertas cosas relativas a sus acompañantes. Los siervos cumplieron las órdenes del rey respecto al
ministros, pero éste descuidó el mandato que le había hecho el rey respecto a los siervos. Así, uno de
éstos le dijo: "Tú que has sido negligente en cumplir las órdenes del rey, ¿no tienes miedo a que uno de
nosotros imite lo que has hecho y desobedezca el mandato real que tiene de cuidarte, lo mismo que tú
lo has hecho con nosotros y caigas así en este enorme río, muriendo con la peor de las muertes?, ¿es
que no vas a corregir tu error arrepintiéndote y pidiendo perdón?. Pues el rey nos ordenó que dejásemos
de cuidarte si desobedecías sus mandatos relativos a nosotros". El ministros cayó en la cuenta de su
negligencia y corrigió su error.
Tú, hermano mío, por tu parte, piensa lo que ocurriría si uno cualquiera de tus miembros
desobedeciese las órdenes que tiene de servirte, cuando tú los empleas. ¿No sabes que Dios, ensalzado
sea, puso como condición en su Libro Santo que todo cuanto hay en el mundo debía estar bajo tu
dominio y control con tal de que tú estuvieras sometido a El y de que, cuando tú rompieses el pacto
divino, esas mismas cosas deberían desobedecerte a ti?. Lo cual se explica claramente en aquello de "Si
seguís mi legislación y cumplís mis preceptos" [Levítico, 26, 3-13] y lo que sigue 320.
Séptima: el hombre debe examinar en su interior las condiciones que requiere el servicio divino y
los deberes que impone el señorío del Creador, ensalzado sea. La mayor parte de estas condiciones ya
las hemos mencionado en el capítulo tercero de este libro. El que quiera saberlas, que las busque allí y
que las examine en su conciencia, y que piense en los continuos beneficios que, para su bien, le ha dado
el Señor, benévola y generosamente, cubriendo siempre todas sus necesidades alimenticias y no
dejándolo solo y con un cuerpo débil 321 a la hora de gobernar sus asuntos, sino que, por el contrario,
le ha dotado de capacidad de comprensión, razón y ciencia para conducirse en las distintas situaciones
en que pudiera hallarse y para conocer los deberes que tiene para con su Señor. Como dice el Libro:
"Yo soy tu siervo: instrúyeme y conoceré tus preceptos" [Salmos, 119, 125].
Así, cuando el siervo conozca claramente los beneficios que su Señor ha volcado sobre su alma,
sobre su cuerpo y sobre todos sus movimientos; cuando sepa que El lo está observando siempre, que
conoce tanto sus cosas secretas como públicas, que vigila todos sus movimientos, amarrándolos y
controlándolos; cuando ese siervo se de cuenta de la manera con que Dios le examina y pone a prueba
en aquellas cosas de los miembros externos que le ha permitido usar y en aquellas otras interiores y
secretas, buenas y malas, que le ha encomendado; cuando ese mismo siervo piense en la Ley y en el
espoleo que ésta ejerce sobre él tanto para realizar lo que agrada al Señor como para evitar lo que le
desagrada; entonces, digo, utilizará todos los registros de su cuerpo y todas las facultades de su alma
para granjearse el favor de su Señor, para aproximarse a El, para descorrer el velo de su ignorancia 322
y para levantar la cortina de la pasión que se interpone entre él y los deberes que se le imponen,
tapándole los ojos. En ese momento se vestirá de la túnica del temor, de la vergüenza y del amor de
Dios, así como del deseo de hacer todo cuanto le agrada a El. Y, cuando ésto ocurra, le sobrevendrán
grandes beneficios y se derramará sobre él la excelsa luz de Dios, ensalzado y honrado sea, como dice
el Libro: "¡Caminarán, Señor, a la luz de tu rostro! [Salmos, 89, 16] y "El Señor te muestre su rostro
radiante y tenga piedad de ti" [Números, 6, 25].
Lo esencial de todo ésto reside en que el hombre cumpla con todas las condiciones del
arrepentimiento y del servicio de Dios y en que reconozca su señorío con pureza de intención y
autenticidad interior. De este modo serán perfectos tanto el amor limpio del hombre hacia el Señor,
como el del Señor respecto al hombre. Como dice el Libro: "Hoy te has comprometido a aceptar lo que
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el Señor te propone [:que El será tu Dios, que tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos,
preceptos y decretos y escucharás su voz]. Hoy se compromete el Señor a aceptar lo que tú le propones
[que serás su propio pueblo -como te prometió-, que guardarás todos sus preceptos, que El te elevará en
gloria, nombre y esplendor] por encima de todas las naciones que ha hecho [y que serás el pueblo santo
del Señor, como ha dicho]" [Deuteronomio, 26, 17-19] y "Así verán todos los pueblos de la tierra que
se ha invocado sobre ti el nombre del Señor y te temerán" [Deuteronomio, 28, 10].
El sentido de estos textos es el siguiente: es cosa sabida que el rango, grandeza y valor de un
siervo dependen de la posición social del señor entre los otros señores, de los privilegios que el señor
conceda a dicho siervo y de la proximidad de éste con respecto a aquel. Ahora bien, El Creador,
ensalzado sea, es conocido por todos los pueblos de la tierra como el ser más excelso y sublime, por
encima de cualquier sublimidad. Así lo dice el Libro: "De levante a poniente es grande mi fama en las
naciones" [Malaquías, 1, 11]. Y, por otro lado, el pueblo más próximo a El y el que más se caracteriza
por el servicio a Dios, es el nuestro, el de los hijos de Israel. De donde se sigue necesariamente que
Dios nos ha distinguido y señalado por encima de los demás pueblos. De ahí que el significado de "[Así
verán todos los pueblos de la tierra] que se ha invocado sobre ti el nombre del Señor [y te temerán]"
[Deuteronomio, 28, 10] sea el que se nos llame "Pueblo del Señor", "Pueblo de Dios", "Sacerdotes del
Señor", "Siervos del Señor" así como otras expresiones parecidas que indican el privilegio y
predilección que Dios ha tenido para con nosotros. La cláusula "y te temerán" alude a la grandeza de
Dios, ensalzado sea, y al temor que inspira, según aquello de "[No hay como Tú, Señor, Tú eres
grande, grande es tu fama y tu poder ¿quién no te temerá?. Tú lo mereces] Rey de las naciones [entre
todos sus sabios y reyes ¿quién hay como Tú?]" [Jeremías, 10, 6-7]. Además, acerca de la consecuencia
que se sacará del hecho de estar próximos a Dios y de servirle de una manera especial, el Libro dice:
"Uno dirá: soy del Señor; otro se pondrá el nombre de Jacob [uno se tatuará el brazo: "Del Señor" y se
apellidará Israel]" [Isaías, 44, 5]. Por tanto, las diferentes formas de relacionarse los hombres con Dios,
dependen de los grados de cercanía y de servicio respecto a El.
Examina todo ésto en tu interior, hermano mío, y no seas indulgente con tu pasión ni te pliegues a
las exigencias de tus instintos corporales cuando se trate de emplear la reflexión, la comprensión y la
razón [para meditar en todo ésto]. Ten muy presente en tu cabeza que Dios está al cabo de todos tus
secretos. Que tu intención esté dirigida a la gloria de Dios y que tus propósitos se enderecen a El,
ensalzado y honrado sea, sintiendo vergüenza por el hecho de que Dios conoce todo lo tuyo. Como dice
el Libro: "Sabe el Señor que los designios del hombre son insustanciales" [Salmos, 94, 11].
Octava: el hombre debe examinar en su conciencia la obligación que tiene de ser sincero 323 ante
Dios, ensalzado sea. Ahora bien, esta sinceridad es de dos clases: la primera es la pureza en el
reconocimiento y adhesión a la unidad de Dios, tal como lo explicamos al principio de este libro 324.
La segunda es la pureza de intención que hay que poner en todos los actos referentes a la otra vida, bien
sea, obligatorios, bien supererogatorios, como lo explicamos ya en el capítulo quinto.
De entre las condiciones requeridas para la pureza en el reconocimiento de la unidad de Dios,
está el que no se admita ni crea ninguna divinidad fuera de El. Y, aunque no se acepte otra, no se le
debe atribuir a El ningún parecido con otras cosas, ni forma alguna, ni aspecto exterior, ni movimiento,
ni traslación, ni cualesquiera cualidades corporales, ni estados substanciales o accidentales. No ha de
creerse que su eternidad tiene comienzo ni que su ser ha de terminar. No debe aceptarse su unidad
como si se tratase de cualquier otra unidad, ni su ser uno como si fuese como el de los demás seres
unos. No debe aceptarse otro hacedor ni creador de las cosas fuera de El. Y así, de los demás nombres
hermosos y atributos excelsos que se le aplican 325.
De entre las condiciones que se exigen para la pureza de los actos dirigidos a Dios, ensalzado sea,
está el que se obre poniendo únicamente la intención en Dios, honrado y ensalzado sea, no estando
movidos por amor a las alabanzas humanas, ni por afecto o temor a los hombres, ni por utilidad propia,
ni para evitar daños tanto en este mundo como en el otro, según lo que dicen nuestros antepasados, la
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paz sea con ellos: "No seas, pues, como los siervos que sirven al señor para recibir un salario, sino
como los esclavos que trabajan sin recibir un jornal. Que el temor del cielo repose sobre vosotros"
[Abôt, I, 2].
Piensa, hermano mío, cómo se comportan entre sí los hombres en sus relaciones de amistad. En
efecto: si uno se da cuenta de que su amigo alberga malas intenciones para con él (y con mayor razón
ocurre en el caso del señor para con su siervo), entonces se irrita contra este amigo y no se contenta con
lo que hace, por más que se esfuerce el otro en ello y sea completamente correcto exteriormente. Y
todo ésto, a pesar de que el hombre necesita de los demás y de que precisa de su ayuda. Si ésto es así,
¿cómo serán nuestras relaciones para con Dios, ensalzado sea, del cual necesitan todas las creaturas,
mientras que El no precisa ni espera ningún provecho de ellas, sabiendo, además, como sabe, todo lo
que hay en nuestras conciencias y todos los secretos que albergamos? y ¿cómo llegaremos a complacer
a Dios con cosas que no agradan a nuestros hermanos y amigos más sinceros, y eso que ignoran el
engaño, rencor y escasa pureza de intención que albergamos en nuestro interior con respecto a ellos?.
Si alguno de nosotros llega a caer en la cuenta de esta idea, la vergüenza le hará sonrojarse ante Dios,
honrado y ensalzado sea, y, en consecuencia, enmendará su interior y purificará su intención ante El,
ensalzado sea, reconociendo su unidad y cumpliendo cualquier mandamiento y ley suya, con todo
empeño y celo. Como dice el Libro: "Correré por el camino de tus mandatos" [Salmos, 119, 32].
Novena: el hombre debe examinar su conciencia para ver si los distintos actos de sumisión a Dios
que realiza y el esfuerzo que pone en ellos es como el empeño que vuelca en las acciones [que lleva a
cabo, por ejemplo, en servicio de] su soberano cuando éste ordena algo. En efecto: si el rey prescribe
una acción cualquiera que exige ejercicio físico, el siervo no escatima esfuerzo ni coraje alguno, sino
que lo vuelca todo en su realización. Y si se trata de acciones de orden intelectual, de gobierno o de
pensamiento, pone en juego toda su agudeza, capacidad de comprensión, razón y discernimiento en
trabajar denodadamente en ello y en cuidar del asunto. Y si lo que ha de hacer es dar las gracias o
alabar a su señor por algún favor especial que le ha dado, o por alguna gracia con que le ha favorecido,
debiéndolo hacer en prosa o en verso, por escrito o de viva voz, no escatimará nada en lo referente a
buen estilo, elocuencia, metáforas y alegorías, diciendo la verdad o la falsedad y no habiendo ningún
epíteto [que pueda ser elogioso para su señor] que no lo traiga a colación y lo exponga. Y si pudiera
manifestar sus sentimientos para con el rey con todos sus miembros externos del cuerpo, con su
intimidad y con su vida pública, ciertamente que lo haría. Y si le fuera posible utilizar los cielos, la
tierra y cuanto contienen, para expresar su agradecimiento y sus alabanzas, arrastrado por el amor a su
señor, para que le llegaran a éste sus buenos sentimientos, sin duda que lo haría, a pesar de la debilidad
y estupidez de su condición humana y de lo exiguo y sumamente breve del tiempo de su existencia.
Así deben ser los actos de sumisión a Dios, ensalzado y honrado sea, cuando haya de hacerse
alguno de ellos. Y ésto, porque todos los actos referidos a Dios, ensalzado y honrado sea, son de una de
estas tres clases: primera, los pertenecientes únicamente a los deberes de los corazones a los cuales van
dirigidas las explicaciones de este libro. Segunda, los relativos a los deberes de los corazones y de los
cuerpos conjuntamente, como es la oración, la lectura del Libro de Dios, el alabar y exaltar a Dios, el
dar a conocer la ciencia, el impulsar al bien y evitar lo que está prohibido y otras acciones parecidas a
éstas. Tercera, finalmente, los deberes que únicamente hacen referencia a los miembros externos del
cuerpo, en los cuales no interviene el corazón, salvo en la intención que se pone de hacerlos solamente
por Dios cuando se empieza a ejecutarlos. Estos últimos, por ejemplo, son los preceptos de las cabañas,
de las palmas, de las franjas de las mezuzah, el guardar las fiestas y los sábados, el ayunar y otras cosas
parecidas a éstas a cuya ejecución no perjudica el hecho de que el corazón esté ocupado en otras cosas
que le distraen mientras se realizan. Sobre ésto dijeron los antepasados: "Los preceptos [externos] no
precisan atención del corazón" [Rôš ha-šânâh, 25 b].
Por tanto, en primer lugar, cuando el hombre se ocupe de alguno de los deberes de los corazones,
cuyas clases hemos expuesto al comienzo de este libro, deberá vaciar su corazón de todo pensamiento y
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ocupación mundanos y purificar su intención y conciencia ante Dios, durante su realización.
Igualmente, arrojará de sí toda cuita mundana y pondrá la intención de lo que hace sólo en Dios,
ensalzado sea. Como se cuenta de un asceta que, en el secreto de su interior, decía a Dios: "Señor, mi
preocupación por ti me quita cualquier otra preocupación y mi pesar por tus cosas arranca de mi alma
todos los demás pesares". De este modo, Dios aceptará las acciones de quien así obre y estará
satisfecho de él. Sobre ésto, aclaran los antiguos: "Los preceptos [internos] necesitan atención [del
corazón Rôš ha-šânâh, 25 b].
Si, en segundo lugar, se han de hacer actos que se refieren conjuntamente a los deberes del
corazón y de los miembros externos, como es la oración o el alabar a Dios, ensalzado sea, suspenderá
toda actividad externa (mundana y religiosa) y vaciará su corazón de todas las ideas que le alejen del
sentido profundo de la oración, después de haberse limpiado, librado y purificado de toda suciedad y
mancha y de haberse apartado de cualquier mal olor de estas cosas y de otras semejantes. Luego,
reflexionará en su interior hacia quién dirige su oración, qué es lo que busca con ella, y con qué
palabras e ideas se acercará a Dios en sus plegarias. Pues ten en cuenta que las palabras se pronuncian
con la lengua, pero, en cambio, el contenido lo pone el corazón; y que las palabras son como el cuerpo
de la oración, mientras que el contenido es como su espíritu. Por tanto, cuando el que ora lo hace con la
lengua, ocupando su corazón en otros asuntos, la oración será como un cuerpo muerto, sin espíritu, y
como una cascara sin pulpa, puesto que, en esa plegaria, el cuerpo está presente pero el corazón lejano.
Como dice el Libro: "Ya que este pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios,
mientras su corazón está lejos de mí [y su culto a mí es precepto humano y rutina] yo seguiré
realizando prodigios maravillosos: fracasará la sabiduría de sus labios y se eclipsará la prudencia de sus
prudentes" [Isaías, 29, 13-14].
A este tal se le puede comparar con un siervo, cuyo señor regresó a casa. El sirviente ordenó a su
gente y a su familia que le sirvieran y que cumplieran todos sus deseos, mientras él se marchaba y se
dedicaba a divertirse y a jugar, dejando de atenderle, de enaltecerlo y engrandecerlo como debiera
haberlo hecho personalmente. *la familia, por su parte, al marcharse él, flojeó en el cumplimiento de
algunas de sus obligaciones* 326. El señor, al ver ésto, se irritó contra el siervo, no aceptó más sus
servicios y homenaje y lo arrojó de su presencia. Del mismo modo, si alguien ora sin que su corazón e
interior den contenido a su oración, Dios no recibirá sus rezos externos ni el mero movimiento de su
lengua. ¿No ves que cuando terminamos nuestras oraciones decimos: "Acepta las palabras de mi boca"
[Salmos, 19, 15]?. Pero si la mente del hombre está puesta en alguno de los quehaceres mundanos,
tanto prohibidos como lícitos, y luego cierra su oración con la frase: "Acoge la meditación de mi
corazón" [Ibidem] 327 ¿acaso no es ésto la cosa más detestable que hay, puesto que pretende
comunicarse con su Señor con el corazón e interiormente, mientras que está lejos, despreocupado de
Dios, a la vez que le pide que acepte su oración y que esté contento con ella?. Se parecerá a aquel de
quien dice el Libro: "Como un pueblo que practicara la justicia y no abandonarse el mandato de Dios"
[Isaías, 58, 2]. Y nuestros antepasados dicen: "Que el hombre se mida a sí mismo: si cree que puede
orar devotamente, déjale que diga sus oraciones. Si no puede hacerlo así, no se las dejes decir"
[Berakôt, 30 b]. Y Rabbí Eli′ezer 328 en todas sus recomendaciones a sus discípulos decía: "Cuando
ores, sé consciente delante de quién lo estás haciendo" [Berakôt, 28 b]. Y el Libro dice: "Prepárate a
encararte con tu Dios, Israel" [Amos, 4, 12]. Y nuestros antepasados, la paz sea con ellos, afirman:
"Cuando ores, no mires tu oración como una tarea fija y mecánica sino como una llamada a dar gracias
a Dios y a suplicar al que está en todo lugar" [Abôt, IV, 13]. dice el Libro: "Cuando se me acababan las
fuerzas, invoqué al Señor, llegó hasta ti mi oración, hasta tu santo templo" [Jonás, 2, 8]. Y, finalmente:
"Levantemos con las manos el corazón al Dios del cielo" [Lamentaciones, 3, 41].
Conviene, pues, hermano mío, que sepas bien que el objetivo [y contenido último] de la oración
estriba únicamente en quebrar el alma ante Dios, honrado y ensalzado sea, y en humillarla ante El,
engrandeciendo al Creador, alabando y ensalzando su nombre y confiándole todas las preocupaciones.
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Y dado que suele ser difícil al alma llevar a cabo ésto sin la ayuda de un orden y normativa, nuestros
antepasados reglamentaron aquellos contenidos [de la oración] que necesita la mayoría de la gente para
manifestar con ellos su indigencia y humildad ante Dios. Tales contenidos son los que se encuentran
en nuestras oraciones canónicas, con las cuales el alma se pone en contacto con su Creador sin
avergonzarse ante El [por no saber expresarlos], pues manifiestan por sí mismas, cuando se las recita,
el sometimiento y acatamiento que el hombre siente ante Dios, ensalzado sea.
Y como muchas veces las ideas del corazón se turban y no tienen estabilidad (por la rapidez con
que vagan los pensamientos sobre el alma), resulta que es difícil expresar los contenidos esenciales de
la oración. Por eso, los antepasados organizaron estos contenidos con palabras precisas que el hombre
debería recitar verbalmente, a fin de que la reflexión interior siguiera a la locución externa y la dicción
obedeciera al pensamiento. Por consiguiente, la oración consiste en palabras y en contenido. La palabra
necesita del contenido, pero el contenido no precisa de la palabra, puesto que se puede expresar el
contenido únicamente con el corazón. Y ello es así, porque el corazón es el fundamento de nuestras
intenciones y en él se encuentra el pilar del sentido [que damos a cuanto hacemos y decimos]. ¿No
sabes lo que dicen nuestros antepasados cuando es difícil hacer oración de palabra?: "En casos de
necesidad, uno que está ritualmente impuro, puede orar en su corazón sin recitar las fórmulas
introductorias o las que cierran la oración" [Berakôt, 20 b]; así mismo, nos permiten abreviar las
oraciones rituales en fórmulas abreviadas. Si las palabras fueran lo fundamental, no nos dejarían, en
modo alguno, acortar su recitación.
Así pues, hermano mío, pronuncia con tu corazón el contenido de tu oración y haz que tus
palabras se adecuen a ese contenido. Con estos dos elementos, pon decididamente tu intención en una
sola cosa: en Dios, ensalzado y honrado sea. Mientras oras, no muevas tu cuerpo y domina tus sentidos
y pensamientos apartándolos de cualesquiera ocupaciones mundanas. Que eso que haces cuando
cumples con tu obligación de dar gracias a tu soberano o de alabarle o de cantar sus bondades (aunque
él no sepa lo que alberga tu corazón), lo hagas con mayor razón con tu Creador, ensalzado sea, que
conoce lo exterior y lo oculto, lo secreto y lo público de tu vida.
Una de las cosas dignas de admiración es que la oración constituye [una expresión] de la fe que
Dios tiene en ti y un depósito que Dios te ha confiado y sobre el que te ha dado pleno dominio y
control, no sabiendo nadie fuera de El [lo que haces con ese depósito de la oración]. En efecto: si rezas
según te ha ordenado Dios, habrás cumplido con los deberes que te impone esa fe [que El tiene en ti] y,
en consecuencia, serás acepto a Dios. Pero si no eres fiel a esa oración, de corazón y de palabra,
traicionarás la fe que Dios tiene en los hombres. De estos tales dice el Libro: "[Les esconderé mi
rostro, y veré en qué acaban] porque son una generación depravada, unos hijos desleales"
[Deuteronomio, 32, 20]. Y de los que son fieles a esa fe [de Dios en los hombres] y que cumplen con
los deberes y obligaciones que ésta les impone, dice: "Escojo a gente de fiar para que vivan conmigo
[el que sigue un camino perfecto será mi servidor]; no habitará en mi casa quien cometa fraudes [el que
dice mentiras no durará en mi presencia]" [Salmos, 101, 6-7].
Si, en tercer lugar, el hombre cumple con alguno de los deberes puramente corporales, como es el
de las cabañas, el de habitarlas o el de las palmas, y otros que hemos mencionado en esta clasificación,
deberá, en primer término, antes de llevarlos a cabo, dirigir a Dios su intención, a fin de que el
fundamento de su acción sea la sumisión a los mandatos de Dios, ensalzado y honrado sea, exaltando,
engrandeciendo, agradeciendo y alabando los enormes favores divinos y la sobreabundante
munificencia que Dios le ha mostrado. Así, alcanzará el objetivo último [de la oración, a saber el de
servir a Dios] al comienzo, en medio y al final de la realización de la misma, buscando siempre
contentar a Dios, honrado y ensalzado sea. Como dice el Libro: "Porque está prescrito en el Libro que
cumpla tu voluntad" [Salmos, 40, 9]. En ésto, tendrá una conducta semejante a la que he mencionado
antes, al comienzo de esta sección, con respecto a las órdenes del soberano, y lo tendrá siempre
presente en su pecho. De este modo, hallará una gran energía en sus miembros corporales para llevar a
185
cabo la sumisión a Dios, según lo que hemos afirmado antes, a propósito del texto: "He examinado mi
camino para enderezar mis pies a tus preceptos etc..." [Salmos, 119, 59 y ss].
Décima: el hombre examinará en su conciencia el hecho de que el Creador, ensalzado sea, conoce
perfectamente su comportamiento exterior e interior, que ve y observa todas sus acciones y cuantas
cosas pasan por su cabeza, buenas o malas. Así, en consecuencia, estará circunspecto en su presencia y
deseará purificar su exterior e interior ante Dios, ensalzado y honrado sea.
Un símil: si un hombre conociera perfectamente todo lo que otro hace y vigilara continuamente
sus movimientos, ¿haría algo este último que desagradase a ese tal que le controla de semejante
manera?. Con mayor razón dejaría de hacerlo si le hubiera concedido ciertos favores. Y más aún si se
tratase de su señor. Pero, sobre todo, si fuese su Creador ¡qué obligado estaría a avergonzarse ante El, a
sentirse cohibido y retraído en su presencia!, ¡cómo debería estar al tanto de las posibles infidelidades
que pudiera cometer y qué rápidamente se sometería a El y procuraría satisfacerle y amarle, por todos
los medios posibles!.
Sabida es la costumbre que tenemos de adornarnos con las mejores vestimentas que podemos
cuando vamos a encontrarnos con nuestros reyes, con nuestros jefes o con los más notables de nuestro
momento, sencillamente porque se fijan mucho en nuestro aspecto exterior, como dice el Libro: "Y
llegó hasta la puerta del palacio real, que no podía franquearse llevando su sayal" [Ester, 4, 2] y "El
Faraón mandó llamar a José. Lo sacaron aprisa del calabozo: se afeitó, se cambió de traje y se presentó
al Faraón" [Génesis, 41, 14]. Según ésto, cuando nos sometemos a Dios, debemos también adornarnos,
tanto en lo exterior como en lo interior, puesto que El conoce siempre ambas cosas por igual. Y si
lográsemos imaginar que los reyes conocen nuestro interior secreto como conocen el exterior corporal,
no dejaríamos de embellecer nuestras conciencias con aquello que sabemos les agrada.
¿No ves, hermano mío, que la mayoría de los que se esfuerzan en cultivar y enseñar la ciencia lo
hacen sólo para presumir ante los reyes?. Lo mismo ocurre con muchas leyes: la gente las cumple
porque les obliga su soberano. En consecuencia, tenemos una obligación más cierta, perentoria y
segura de engalanar nuestras conciencias, corazones y miembros externos cuando nos sometemos al
Creador, ensalzado sea, habida cuenta que El conoce y ve siempre todo ésto, sin que se le escape
absolutamente nada. Como dice: "Yo el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas" [Jeremías, 17,
10] y "En todo lugar los ojos de Dios están vigilando malos y buenos" [Proverbios, 15, 3]. Y acerca de
la continua vigilancia que lleva a cabo Dios, dice el Libro: "Cuando presentes un asunto a Dios, que no
te precipiten los labios ni te arrastre el pensamiento. Dios está en el cielo y tú en la tierra" [Eclesiastés,
5, 1] y, por fin: "El Señor observa desde el cielo a los hijos de Adán" [Salmos, 14, 2].
Cuando el creyente repita en su mente estas ideas y medite continuamente en ellas, Dios,
ensalzado sea, se le hará presente en su interior, de modo que pueda verlo con los ojos de su razón. Y,
entonces, no cesará de temerle, de glorificarle, de reflexionar en las huellas que ha dejado en el mundo
y de estudiar los actos con que gobierna a las creaturas, las cuales dan testimonio de su excelsitud,
grandeza, sabiduría y omnipotencia. Y si persevera en esta actitud. Dios calmará sus temores, suavizará
sus miedos, le dará a conocer los secretos de su sabiduría, le abrirá la puerta que conduce al
conocimiento de Dios y asumirá la responsabilidad de dirigirle y gobernarle, no abandonándolo a sí
mismo ni a su propio ingenio, como dice: "El Señor es mi pastor, nada me falta" [Salmos 23, 1] hasta el
final del salmo 329. Este hombre alcanzará los más altos grados de los santos y el rango más elevado
de los escogidos. Allí verá a Dios sin necesidad de ojos, lo oirá sin precisar oídos, hablará con El sin
lengua alguna, sentirá sus cosas sin servirse de los sentidos, lo experimentará en su interior sin precisar
de argumentos racionales, no amará nada fuera de lo que ya tiene ni preferirá otro estado sino el que
Dios ha elegido para él. Así, llegará a contentarse con lo que a Dios contenta, y centrará todos sus
amores en el amor a Dios, amando lo que Dios ama, aborreciendo lo que Dios aborrece. Sobre ésto,
dice el Santo: "Dichoso el hombre que me escucha [velando en mi portal cada día]; quien me alcanza,
alcanza la vida [y goza el favor del Señor]" [Proverbios, 8, 34-35].
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Undécima: el hombre debe examinar en su conciencia lo que ha ocurrido a todo lo largo de su
vida anterior, viendo si la empleó en someterse a su Señor o a sus propias pasiones. Se puede comparar
ésto a un rey que entregó a un hombre un dinero para que lo emplease en ciertos asuntos, advirtiéndole
que no lo gastase en otras cosas y haciéndole saber que, al final del año, le tomaría cuentas rigurosas de
lo que había hecho. ¿No estaría bien que decidiese examinarse al término de cada mes de ese año para
ver lo que había hecho con el dinero, en qué lo había gastado y para controlar el dinero y el tiempo que
le quedaba, antes de que le sorprendiera la rendición de cuentas sin saber lo que tenía y lo que debía?.
Según esta comparación, hermano mío, debes comprometerte, si te es posible, a examinar, todos los
días de tu vida, el deber que tienes de someterte a Dios. Y, si has sido negligente en tu vida anterior, al
menos examínate la conciencia en los días que te restan y no añadas negligencia a negligencia ni sumes
descuido a descuido. Pues ante tu Señor no cabe negligencia ni descuido ni olvido alguno.
Suele decirse: "Los días de la vida son páginas; consignad en ellas lo que queráis que se
conozca". Así pues, ten cuidado con tus páginas, hermano mío, y no las descuides, no vaya a ser que
actúes como un animal irracional, como dice el Santo, la paz sea con él: "Pero tú no seas irracional
como caballo o mulo" [Salmos, 32, 9]. Y acerca de los que prolongan su negligencia en examinarse a sí
mismos dice el Libro: "Ya tiene los cabellos entrecanos y él sin enterarse" [Oseas, 7, 9].
Duodécima: el hombre debe examinar su conciencia cuando desee y ansíe ardientemente el
mundo con todas sus fuerzas, con todo su ingenio y con todas sus energías. Y, entonces, debe comparar
todo ésto con la poca estima que tiene por los asuntos de la otra vida y con su dejación del servicio a su
Señor. En ese momento, se dará cuenta de que su mayor ilusión es la que tiene por este mundo y que su
máxima esperanza es la que ha depositado en él, puesto que no se contenta con ninguna cosa de las que
consigue, sino que es como el fuego, que, cuando se le acerca leña, aumenta sus llamas: todo su
corazón y todas sus aspiraciones están dirigidas, día y noche, al mundo. Un individuo así: no considera
como amigo sino a quien le ayuda en todas estas cosas y no tiene por íntimo suyo sino al que le lleva a
ellas; está al tanto de las ocasiones de adquirir bienes y de los momentos oportunos para venderlos;
vigila la situación de las cotizaciones; investiga si un producto se vende bien o mal, si es aceptado o
rechazado en cada lugar; ni el calor ni el frío ni las tormentas del mar ni las enormes distancias a través
del desierto le impiden hacer largos viajes de negocios. Y todo ésto, con el deseo de lograr una meta
que no tiene límite. Pero muchas veces sus esfuerzos fracasan y no consigue sino continuas
desventuras, desgracias y lamentos. Incluso, si logra alguna de las cosas que espera, resulta que tal vez
no sean para él sino que constituyen sólo depósitos que ha de guardar, gobernar y proteger de ciertos
males, hasta que vuelvan de nuevo a quien está decretado por Dios que sean suyos, o bien durante su
vida, como dice: "[Perdiz que empolla huevos que no puso es quien amasa riquezas injustas]: a la mitad
de la vida lo abandonan [y él termina hecho un necio]" [Jeremías, 17, 11] o bien después de la muerte,
como dice: "[Mirad, los sabios mueren lo mismo que perecen los ignorantes y necios] y legan sus
riquezas a extraños" [Salmos, 49, 11].
El Sabio nos prohibe afanarnos y esforzarnos en almacenar riquezas cuando dice: "No te afanes
por enriquecerte [deja de pensar en eso]" [Proverbios, 23, 4] y describe así el mal que ésto conlleva:
"Posas los ojos y ya no está; [ha echado alas y vuela como águila por el cielo]" [Proverbios, 23, 5]. El
Santo nos aconseja y nos anima a que nos esforcemos en conseguir el alimento diario contentándonos
con él, en este dicho: "Comerás el fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien" [Salmos, 128, 2].
Luego, el Sabio ruega a Dios que le provea del alimento necesario y que le aparte tanto de las riquezas
que le conducen a lo superfluo como de la pobreza que destruye su ideal humano y religioso, con estos
textos: "Dos cosas te he pedido, [no me las niegues antes de morir: aleja de mí la falsedad y la mentira]
no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan, no sea que me sacie y reniegue de ti
diciendo: "¿Quién es el Señor?"
no sea que, necesitado, robe y blasfeme el nombre de mi Dios" [Proverbios, 30, 7-9]. Del mismo
modo, nuestro Padre Jacob, la paz sea con él, pidió a su Señor el alimento indispensable diciendo: "[Si
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Dios está conmigo y me guarda en el viaje que estoy haciendo] si me da pan para comer y vestidos para
cubrirme [si vuelo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el señor será mi Dios]" [Génesis, 28, 20].
¿No vas a despertar, hermano mío?, ¿no ves lo poco que vale cuanto has ansiado y anhelado para
conservar el estado natural de tu cuerpo el cual sólo te acompaña durante un breve período de tu vida y
que no está libre de males y de desgracias mientras es tu socio?. Si se harta de comer, se indigesta; si se
queda con hambre, enferma; si se viste más de lo necesario, está incómodo y, si está desnudo, sufre.
Además, el control de su salud y enfermedad, de su vida y de su muerte, están fuera de tu voluntad y
poder: es cosa del gobierno del Creador, ensalzado y honrado sea. ¿Dónde está, entonces, la
superioridad de tu alma sobre tu cuerpo, la mayor nobleza del mundo espiritual sobre el material, la
elevación del alma sobre la bajeza del cuerpo?, ¿en qué consiste la supremacía de lo espiritual sobre lo
corporal, la eternidad del alma sobre la caducidad del cuerpo, la supervivencia de ella sobre la
corruptibilidad del segundo? y ¿qué hay de la simplicidad del alma frente a la composición corporal, de
la sutileza de la substancia anímica al lado de la pesantez del cuerpo, de la superioridad de la
racionalidad del alma sobre la bestialidad de lo material, de la capacidad que tiene el alma de adquirir
virtudes sobre la que tiene el cuerpo de conseguir vicios?. Si, por tanto, tienes tal avidez y empeño en
procurar lo que es útil para tu cuerpo, a pesar de su bajeza y ruindad, y a pesar, también, de tu
impotencia para dañarle o beneficiarle, ¿cuánto más estarás obligado a desear con todas tus fuerzas y a
esforzarte en buscar lo que es bueno para tu alma (que es noble y eterna) la cual se te encomendó para
que gobernaras sus asuntos y estuvieras al tanto de lo que le aprovecha, mediante las ciencias, la
sabiduría y la buena educación?. Como dice el Sabio: "Adquiere sensatez, adquiere inteligencia"
[Proverbios, 4, 5], "Mejor es comprar sabiduría que oro" [Proverbios, 16, 16], "Lo mismo la sensatez y
el saber para tu deseo; si los alcanzas, tendrás un porvenir y tu esperanza no fracasará" [Proverbios, 24,
14] y, finalmente: "Si eres sensato, lo serás para tu provecho" [Proverbios, 9, 12], lo cual significa que
cuanto logres en el orden espiritual, será totalmente tuyo y no se te arrebatará, como ocurre con los
bienes corporales.
Mira, pues, hermano mío, la diferencia que hay entre lo espiritual y lo corporal y entiende la
manera de ser de ambos; apártate, en consecuencia, de los bienes del mundo, esfuérzate en poner tus
aspiraciones en la otra vida y no digas: "me es suficiente con lo que le basta al ignorante". Te serán
pedidas cuentas de acuerdo con tu saber y con tu discernimiento y, por tanto, tu castigo será más fuerte
y el justiprecio de tus negligencias más apurado. No te apoyes en algo que no te puede servir de excusa
ni te fíes de argumentos que, en definitiva, van contra ti, no en tu defensa.
El discurso que habría de completar esta idea, sería demasiado largo. Te basta con lo que te he
dicho para hacerte tomar conciencia y guiarte, de acuerdo con tu capacidad de comprensión. Piensa y
entiende mis indicaciones e investiga ahora todo ello en el Libro de Dios, en las Tradiciones que nos
han legado nuestros antepasados, la paz sea con ellos, y se te hará claro y evidente todo, por medio de
la razón, de la Tradición y del Libro, si Dios lo quiere.
Décimo tercera: el hombre debe examinar su conciencia para ver en cuánto excede su saber a su
hacer, en qué medida sobrepasa su discernimiento de lo que debe realizar al esfuerzo real que pone en
someterse a Dios y si ha puesto en juego su máxima capacidad en el cumplimiento de los deberes que
le imponen lo beneficios recibidos de Dios.
Esto se parece a un siervo a quien su señor entregó una tierra para que la cultivara, dándole la
semilla necesaria para ello. El siervo sembró parte de esta semilla y empleó el resto en su propio
provecho personal. Y cuando el señor fue a inspeccionar la tierra, encontró que parte de ella estaba sin
cultivar. Interrogado el siervo por aquello, reconoció su negligencia en cumplir sus órdenes. Así pues,
el señor, le pidió cuentas por la semilla que el siervo decía haber empleado en la tierra; luego,
inspeccionó lo realmente sembrado y le cobró una importante suma por el producto real. A
continuación le preguntó por la semilla restante no sembrada en su tierra y le obligó a pagarle también
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el beneficio de la misma, además de lo que en verdad había producido en sus posesiones. Con lo cual,
el mal del siervo se aumentó y su desgracia se duplicó.
Del mismo modo, hermano mío, conviene que examines en tu conciencia la capacidad de
comprensión que te ha dado Dios, para que le conozcas a El y a su Ley, y la fuerza y energía que te ha
concedido libérrimamente para que cumplas con tus obligaciones. Compara todo ésto con las obras que
salen de ti, de modo efectivo, y que se manifiestan al exterior, pues te serán tomadas cuentas y se te
valorará, en la medida en que Dios te ha otorgado continuos y especiales dones. Por tanto, es preciso
que te esfuerces denodadamente y que pongas el mayor empeño en cumplir todo ésto, igualando tus
acciones a tu saber, tu discernimiento a tu esfuerzo y cumpliendo en la práctica lo que conoces. No
malgastes tus energías en banalidades mundanas, no sea que te incapacites para cumplir tus deberes
religiosos. Dios, ensalzado y honrado sea, ha concedido al hombre energías suficientes, para salir al
paso de sus necesidades tanto religiosas como mundanas. Pero quien las emplea en cosas innecesarias,
las pierde, no pudiéndolas utilizar ya en las que verdaderamente precisa.
No tengas la costumbre de decir: "Si....", "Ojalá... ", "Quizás..." ni digas: "Si llegase a tal nivel de
fortuna o de ciencia, entonces cumpliría con la sumisión a Dios, ensalzado sea, a que estoy obligado" ni
otras expresiones parecidas a ésta, pues constituyen un mal hábito que extravía a quien lo tiene y hace
perecer a quien se apoya en él: es el medio más eficaz para arruinar a los prestamistas que piden una
garantía, como te dije en el capítulo del abandono en Dios. Guárdate de tomar tales expresiones como
pretextos, pues serás como un criminal que se excusa: sabes bien que ésto no le librará del castigo.
Como dice el Libro acerca del ladrón: "¿No se infama al ladrón cuando roba para saciar su codicia?. Si
lo cogen, le cobrarán siete veces más [y tendrá que dar toda su fortuna]" [Proverbios, 6, 30-31]. En
efecto: aunque su necesidad sea evidente y su falta de dinero le impulse a tomar los bienes ajenos, ésto
no le librará del castigo y quedará obligado a pagar el doble de lo que tomó. Si ello es así, con mayor
razón habrá que aplicarlo a los demás delitos.
Aprovecha la ocasión y el momento en que puedes cumplir aquello a que Dios te obliga, día tras
día, sin aplazar tu trabajo para mañana, no sea que entonces, al día siguiente, te resulte demasiado
gravoso el cumplir con tu obligación. Eso, si es que llegas a vivir mañana, pues, lo que es peor: que
llegue tu fin y entonces tus excusas ya no sirvan de nada y tus pretextos se corten en seco. El mundo es
como un mercado donde la gente se reúne por un tiempo y luego se separa: el que comercia, obtiene
ganancias; pero el que se descuida, luego se arrepiente. Por eso dice el Sabio: "Acuérdate de tu
Hacedor durante tu juventud" [Eclesiastés, 12, 1].
Décimo cuarta: el hombre debe examinarse a sí mismo cuando vea que tiene amor, simpatía y
entrega hacia aquellos que sienten lo mismo que él, en mutua correspondencia, como dice: "Como el
rostro se refleja en el agua" [Proverbios, 27, 19]. Con mayor razón hará ésto si el amigo es un visir o un
emir; y todavía más si este tal da muestras de que se quiere acercar a uno, de que quiere tratarle
íntimamente, de que desea beneficiarle o favorecerle sin que tenga ninguna necesidad de él. En estos
casos, no dará las espaldas al amor que se le profesa ni será egoísta sino que lo volcará todo en cumplir
las órdenes que el otro le da, en someterse a él, en tenerle contento y en darle generosamente no sólo
su propia persona sino también sus riquezas e hijos, como respuesta a su amor. Y si hacemos todo ésto
con unas creaturas que son tan débiles como nosotros, ¿cuánto más deberemos hacerlo con nuestro
Creador, ensalzado sea?. En efecto: Dios ama a nuestro pueblo, como nos dice su Profeta, la paz sea
con él: "Si el Señor se enamoró de vosotros [y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los
demás -porque sois el pueblo más pequeño] sino por puro amor a vosotros" [Deuteronomio, 7, 7-8],
"Cuando Israel era niño, lo amé" [Oseas, 12, 1] 330. Del mismo modo nos da testimonio el Profeta de
las señales de amor y cuidado que El nos ha mostrado, tanto en el pasado como actualmente,
acercándose a nosotros y tratándonos íntimamente en todo momento, como dice: "Pero aun con todo
ésto, cuando estén en país enemigo, no los rechazaré ni los detestaré" [Levítico, 26, 44] y "Porque
éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud" [Esdras, 9, 9].
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Para completar esta idea, diré que es sabida la obligación que tenemos de respetar, venerar,
cuidar y ser fieles a quien es amigo de nuestros padres y de nuestros antepasados, como dice el Libro:
"No abandones al amigo tuyo y de tu padre" [Proverbios, 27, 10]. Ahora bien, el Creador, ensalzado
sea, ha mostrado su amor a nosotros, mediante el pacto que estableció con nuestros padres, y su
solicitud por nosotros, cumpliendo la alianza que estableció con ellos, como dice: "Por puro amor
vuestro, por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres" [Deuteronomio, 7, 8] y otros
muchos pasajes parecidos a éste. Si nuestras almas no descansan en El ni nos fiamos de su
benevolencia, si no nos vemos movidos a amarle ni obligados a servirle, si no gemimos ante El, ¡qué
grosera es, entonces, nuestra manera de ser!, ¡qué mal nos fijamos en las cosas!, ¡qué poco cumplidores
somos!, ¡qué difícilmente nos sometemos a la verdad!. No tenemos consideración a la amistad que
Dios ha tenido con nuestros antepasados, ni sabemos corresponder debidamente al amor y cuidados que
nos ha prodigado el Creador, ni nos entregamos a la amistad y cercanía que El nos brinda, ni prestamos
atención a los muchos beneficios que nos ha prodigado ni a los grandiosos bienes que ha volcado sobre
nosotros, ni sentimos vergüenza ante el hecho de que nos haya creado y de que nos haya gobernado con
suma delicadeza.
Despierta, pues, hermano mío, de este sueño y arranca de tu razón el velo que tus pasiones han
tejido, interponiéndolo entre ti y la luz de tu entendimiento. Es como la tela que teje la araña en el
lucernario de la casa: cuando se espesa y se hace tupida no deja entrar el sol en la mansión. Al
principio, es extraordinariamente delgada y fina pero, conforme se hace más fuerte y compacta, impide
a la luz del sol que pase a través suyo y que penetre en la casa. Del mismo modo actúa la pasión sobre
tu corazón: al principio es sumamente endeble y no te impide contemplar a través de ella las verdades.
Si te das cuenta pronto de ésto entonces te será fácil apartarla de tu corazón. Pero si te descuidas y
abandonas, su acción será más fuerte, te tapará la luz de tu razón y te resultará difícil discernir
cualquier cosa.
Sé, pues, precavido y pide ayuda a Dios, honrado y ensalzado sea, para que te quite este velo.
Esfuérzate lo más que puedas y serás iluminado con la luz de la sabiduría, pudiendo ver así las
verdades con los ojos de tu corazón. El Libro compara la acción de la pasión sobre el hombre con
diversos ejemplos, como éste: "[Había dos hombres en un pueblo, uno rico y otro pobre. El rico tenía
muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo poseía una corderilla que había comprado; la iba
criando y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su
regazo: era como una hija]. Llegó una visita a casa del rico y no queriendo perder una oveja o un buey
[para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped. David se puso furioso
contra aquel hombre]" [Samuel II 12, 1-5] 331. En este texto, primero habla de una "visita", luego que
es un "huésped" y, por fin, que es un "hombre". Y en otro pasaje se dice: "Dichoso el hombre que no
sigue el consejo de los malvados [ni se detiene en la senda de los pecadores ni se sienta en la reunión
de los cínicos]" [Salmos, 1, 1]: aquí se alude a "se detiene" y luego a "se sienta". Y del mismo modo
otros muchos textos parecidos 332.
Así pues, hermano mío, examina en tu interior estas ideas y otras parecidas y obliga a tu alma a
hacer aquello en que está su salvación. El sabio dijo sobre los que descuidan el deber de entender: "El
malvado no entiende el derecho, el que busca al Señor lo entiende todo" [Proverbios, 28, 5].
Décimo quinta: el hombre debe reflexionar internamente cuando se provee de víveres antes de
que los necesite, y ello, a pesar de que no sabe el tiempo de vida que le queda para usarlos.
Igualmente, debe considerar que, cuando tiene que hacer un viaje, prepara las cosas del mismo antes de
que llegue el momento de hacerlo; y, así, piensa en las mercancías que tienen curso en los países por
los que va a pasar, estudia el medio de transporte que va a emplear, las provisiones que ha de llevar, los
compañeros de viaje que tendrá, las etapas en que se va a detener y otras cosas similares. Y todo ésto, a
pesar de que no sabe lo que Dios le tiene decretado de antemano respecto a este viaje ni el tiempo que
le queda de vida para poder hacerlo. De la misma manera, hermano mío, debemos prepararnos para la
190
máxima peregrinación; tenemos que equiparnos para ese largo viaje a la otra vida, del cual no podemos
escapar ni eludirnos; debemos considerar las provisiones que necesitamos para él y con las que nos
encontraremos al final con nuestro Señor, el día de la gran rendición de cuentas, del cual dice el Libro:
"Que llega el día, ardiente como un horno [cuando arrogantes y malvados serán la paja: ese día futuro
los abrasaré y no quedará de ellos rama ni raíz, dice el Señor de los ejércitos]" [Malaquías, 3, 19].
¿Cómo es que descuidamos este viaje, siendo así que la partida es cierta, el caminar constante, el
viaje largo y la meta lejana?. ¿Por qué nos despreocupamos de los pertrechos para nuestro más allá y
dejamos de pensar en proveernos para la otra vida?. Nos afanamos por una casa que es efímera y
dejamos la que permanece para siempre, curamos las enfermedades de nuestros cuerpos y
abandonamos las dolencias de nuestras mentes. Por someternos a nuestros malos instintos, dejamos de
someternos a nuestro Creador; y por obedecer a nuestras pasiones, damos la espalda al servicio de
nuestro Dios. ¡Cuánta y qué fuerte confusión!;. Como dice el Libro: "[No comprenden ni distinguen]
tienen los ojos cerrados y no ven" [Isaías, 44, 18] y "[Espantaos y quedaos espantados, cegaos y
quedaos ciegos] os emborracharéis y no de vino; vacilaréis y no por el licor" [Isaías, 29, 9].
Décimo sexta: el hombre debe examinar la cantidad de tiempo que le queda de vida en el mundo
y pensar en lo cerca que está el final y la llegada de su muerte, cuando vea que mueren los demás
animales, tanto racionales como irracionales, los cuales terminan súbitamente, sin previo aviso, sin que
se les advierta y sin un plazo fijo con el que puedan estar seguros de contar. La muerte no se retrasa ni
un solo mes del año, ni un solo día del mes, ni una sola hora del día. La muerte no viene sólo en la
ancianidad, dejando de aparecer en la madurez, en la juventud, en la niñez, en la infancia o cuando se
es lactante; por el contrario: sobreviene a los animales en todo tiempo, en toda época y en todo lugar.
[El ser humano] se parece a aquel a quien el rey confió un dinero en depósito, sin que le
determinara exactamente cuándo volvería a por él y ordenándole que tuviese cuidado de no alejarse
para cuando le pidiera cuentas. ¿Se permitiría el lujo de irse y de abandonar la residencia real mientras
tuviese este depósito en sus manos?. También se parece a uno que tenía una deuda pendiente pero al
que no se le había fijado el momento preciso de pagarla: esperaría a su amigo en todo momento y no
estaría tranquilo hasta que no la pagase.
Cuando el hombre medita en su interior sobre la duración de su permanencia en este mundo y
recuerda que muchos de sus hermanos ya se han marchado a la otra vida antes que él (a pesar de que
esperaban estar mucho tiempo aquí) y cuando ve que él no tiene ningún privilegio por el que haya de
irse de esta vida más tarde que ellos, entonces se rompen las esperanzas que tiene puestas en el mundo,
aguarda a la otra vida, piensa en aprovisionarse para el momento de su viaje final y se examina la
conciencia antes del día del juicio. Dijo uno de los sabios: "Quien prevé ante sí su muerte, purifica su
alma". Y el sabio dice: "El sabio piensa en la casa en duelo" [Eclesiastés, 7, 4] y "Más vale visitar la
casa en duelo que la casa en fiestas, porque en eso acaba todo hombre; y el vivo, que se lo aplique"
[Eclesiastés, 7, 2]. El término "vivo" alude al "vivo de corazón", es decir, al que comprende, al que
discierne. Por fin, dice el Libro: "El hombre es igual que un soplo [sus días como una sombra que
pasa]" [Salmos, 144, 4].
Décimo séptima: cuando uno tiene tendencia a trabar amistad con los hombres y a tener trato
íntimo con ellos, debe pensar interiormente en las excelencias de la soledad y del aislamiento y en los
males que trae el mezclarse innecesariamente con la masa de la gente. Uno de esos males es que surgen
muchas habladurías superfluas (como son el "dice" y el "se dice") y una serie de parloteos largos e
inútiles. Dice el Sabio: "En mucho hablar no faltará pecado" [Proverbios, 10, 19]. Suele decirse:
"Guarda las palabras que te sobren; pero da generosamente las riquezas que tengas de más".
Ten cuidado, por tanto, de la calumnia, de la maledicencia y del decir las cosas malas de los
demás. El Libro dice en torno a esta idea: "Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de
tu madre" [Salmos, 50, 20]. Evita la mentira y la falsa adulación, sobre la cual dice el Libro: "En su
interior calamidades, no se apartan de sus calles la crueldad y el engaño" [Salmos, 55, 12] y "He
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escuchado atentamente: no dicen la verdad" [Jeremías, 8, 6]. Evita también el jurar en falso o en vano,
sobre lo cual dice Dios:"[No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso]. Porque no dejará el
Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso" [Éxodo, 20, 7]. Un santo dijo a sus discípulos:
"La Ley nos permite jurar en nombre de Dios cuando decimos verdad, no cuando mentimos: pero yo os
digo que no debéis jurar por Dios ni con verdad ni con falsedad, sino que debéis decir sí o no" 333.
Debemos evitar la vanidad, la soberbia, el despreciar a nuestros contertulios y el ser frívolos con ellos.
Ya dediqué monográficamente un capítulo de este mi libro, el de la humildad, a la necesidad de
desterrar estas ideas. Pensemos también en la falta de temor de Dios que tenemos cuando nos
mezclamos y conversamos con los demás y en lo poco protegidos que estamos de que nos dañen en el
honor o en los bienes. Debe el hombre vigilar la hipocresía, la afición a las alabanzas, el adornarse
vanamente ante los otros y el presentarse ante ellos como buena mercancía, tanto con lo que se ha
hecho de bueno como con lo que no se ha hecho, tanto con lo que se sabe como con lo que se ignora.
[El trato con los demás lleva consigo] la obligación de que les impulsemos a practicar el bien y
de que les impidamos hacer lo prohibido por Dios. Lo cual nos lo dice el Libro: "Reprenderás
abiertamente a tu conciudadano" [Levítico 19, 17]. La obligación que tenemos de rechazar el mal,
[puede llevarse a cabo] de tres maneras: la primera, es acometiendo el asunto con fuerza, con las
propias manos, como hizo Fineés en la historia de Zinrí y Qosbí 334 La segunda manera de impedir el
mal es desaprobándolo de palabra, como hizo nuestro maestro Moisés, la paz sea con él, con uno que
injuriaba a otro, diciéndole: "¿Por qué maltratas a tu compañero?" [Éxodo, 2, 13]. Y la tercera manera
es censurándolo internamente, con el corazón, como dice el Santo, la paz sea con él: "Detesto las
bandas de los malhechores" [Salmos, 26, 5].
Si a uno le es posible reprobar el mal directamente, con sus propias manos y no lo hace, es
culpable de negligencia; si le es difícil hacerlo de esta manera, tiene la obligación de reprender de
palabra; y quien no puede realizarlo con los labios, está obligado a desaprobar el mal con su corazón.
Debemos censurar a los pecadores en toda circunstancia, puesto que la mayoría de la gente nunca está
libre de falta. En cambio, es lógico que, si estás solo, decae la obligación que tienes de promover el
bien y de prohibir el mal. En todo caso, ésta es una de las obligaciones más difíciles de cumplir, como
dicen nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "Tengo mis dudas de si hay alguien en esta generación
que sepa cómo reprender al prójimo" [Arakîm, 16 b].
Cuando uno se confunde y mezcla con el vulgo e imita sus malas costumbres, se le deteriora el
juicio, se debilita la capacidad de discernir racionalmente y triunfa la pasión, como dice el Sabio: "El
que se junta con ignorantes, se echa a perder" [Proverbios, 13, 20]. Y nuestros antepasados afirman lo
siguiente: "El hablar puerilmente y el frecuentar las asambleas de los ignorantes, ponen al hombre fuera
del mundo" [Abôt, III, 10]. En una palabra: la mayor parte de las transgresiones no se cometen sino
entre dos personas al menos; por ejemplo: el adulterio, los tratos comerciales fraudulentos, los
perjurios, los falsos testimonios. Incluso todos los pecados contra Dios que se perpetran con la lengua,
no se realizan si no es en compañía y trato con los demás.
El retiro y aislamiento de los hombres nos libra de todas cuantas bajezas hemos mencionado y es
el mejor medio para cumplir nuestros deberes. Suele decirse que el soporte más firme de la pureza del
corazón es el amor al retiro y el preferir la soledad. Por tanto, ten cuidado, hermano mío, que no te
engañe la pasión haciéndote ver que es bonita la amistad y compañía de la gente cuando te sientas solo
y aislado. Pero tampoco te dejes engañar por la pasión e imagines que el estar en compañía de los
sabios que conocen a Dios y a su Ley y el mezclarte con grandes hombres, va a privarte del retiro y a
quitarte las ventajas de la soledad. Más bien al contrario: ahí está, precisamente, el retiro perfecto y la
soledad completa, pues en el trato con la gente virtuosa y religiosa hay muchas ventajas que superan a
las de estar solo, cosa que sería largo especificar. Como dice el Sabio: "Trata con los doctos y te harás
docto" [Proverbios, 13, 20] y añade: "Presta oído y escucha las sentencias de los sabios" [Proverbios,
22, 17]. Y sobre los que se retraen de tratar con la gente virtuosa, dice: "El insolente no quiere que le
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reprendan [y no se junta con los hombres sensatos]" [Proverbios, 15, 12]. Nuestros antepasados, la paz
sea con ellos, afirman: "Reunión de impíos: es mala para ellos y para el mundo; reunión de justos: es
buena para ellos y para el mundo; dispersión de impíos: es beneficiosa para ellos y para el mundo;
dispersión de justos: es mala para ellos y para el mundo" [Sanedrín, 71 a] y añaden: "Que tu casa sea
un lugar de reunión de sabios: siéntate en medio del polvo de sus pies y bebe sediento sus palabras"
[Abôt, I, 4]. Y, por fin, el Libro dice: "Así comentaban entre sí los fieles del Señor, el Señor atendió y
los oyó" [Malaquías, 3, 16].
Décimo octava: el hombre ha de examinar su conciencia cuando se enorgullezca, se autoexalte y
se llene de ilusiones por las cosas de este mundo. Deberá entonces considerar su propio valor en el
conjunto de las creaturas que están por encima y por debajo de él, para darse clara cuenta de lo pequeño
e insignificante que es entre las creaturas hechas por Dios, ensalzado sea, de acuerdo con lo que
expliqué en el capítulo sexto de este libro. Luego, considerará también el honor que el Creador,
ensalzado sea, otorgó al hombre al darle dominio sobre las especies animales, vegetales y minerales,
como dice el Libro: "Le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies"
[Salmos, 8, 7]; al hacerle conocer los preceptos de su Ley; al haberle informado, para su utilidad, de
todos los secretos, altos y bajos, de este mundo; al elevarle de rango para que pudiera alabar y ensalzar
a su Creador, rogar a Dios en las desgracias y dirigirse a El en las calamidades; al servirse de un ser
humano [Moisés] como embajador de Dios a sus creaturas, al cual descubrió los secretos de su poder
haciendo milagros a través suyo. Todo ello, aparte de otros dones ocultos y patentes, corporales y
espirituales, generales y particulares que sería largo enumerar y que Dios concedió al hombre por
generosidad y bondad hacia él.
Así pues, hermano mío, piensa, por un lado, en lo poco que vales y en lo despreciable que es tu
vida y, por otro, en lo grande que es el honor que tu Creador te ha hecho, siendo así que puede
prescindir de ti por completo, mientras que tu necesidad de que El te cuide y dirija es enorme. Ten en
cuenta la sublime corona que te ha puesto Dios en la cabeza y el alto rango a que te ha elevado en el
mundo, además del excelso premio que te prepara en la otra vida; y ello, hazlo sometiéndote a Dios,
dándole gracias y alabándole. Que no te lleven los honores que Dios, ensalzado y honrado sea, te ha
concedido (a base de los beneficios y dones que he descrito) a que te sientas vanidoso por tu situación
privilegiada, a que te autoexaltes y a dejarte seducir por las excelencias que Dios te ha otorgado. No
pienses que todo ésto se te debe por propio derecho y que eres digno y merecedor de semejantes dones.
Por el contrario, debes humillarte, rebajarte y menospreciarte, cual corresponde a tu valor en medio de
las creaturas del Hacedor, ensalzado sea. Igual que debe hacerlo el siervo débil, bajo y despreciable:
cuando su señor le eleva de rango y lo convierte graciosamente en uno de sus privilegiados, entonces
está obligado a despreciarse a sí mismo y a interpretar el valor de estos honores a la luz de lo que era él
antes de que su señor le favoreciese de aquella manera. Este tal no se ensoberbecerá en su presencia ni
será altivo dejándose seducir por los honores y poder a que ha llegado ni presentará ante él sus
peticiones con la familiaridad con que se piden los favores entre los iguales, sino que dejará sus
asuntos en manos de su benevolencia y los abandonará a su bondad.
Se cuenta de un santo que decía después de su oración: "Dios mío, no me han movido a ponerme
en tu presencia ni la ignorancia de mi escaso valor ni el desconocimiento de tu grandeza y sublimidad,
pues Tú eres el ser más excelso y digno de todos, mientras que yo soy demasiado despreciable, vil,
pequeño e insignificante como para que pueda suplicarte a ti, rogarte, alabarte, ensalzarte y santificar tu
santo nombre con las mismas voces de los santos y excelsos ángeles. Lo que me ha movido a venir a tu
presencia es el honor que me has hecho de ordenarme que me dirija a ti y el que me hayas permitido
alabar tu excelso nombre (a pesar del escaso conocimiento y saber que tengo de ti) a fin de manifestarte
mi total servidumbre y acatamiento. Tú sabes todo lo que me beneficia y cómo guiarme. Así pues, no te
presento mis necesidades para que las conozcas sino para tomar yo conciencia de cuánto te necesito y
de que me abandono confiadamente en ti. Por tanto, si te pido algo sin saber lo que me conviene y te
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suplico que me des algo que no es bueno para mí, [no dudo lo más mínimo de] que tu sublime elección
será mejor que la mía. Encomiendo, pues, todos mis asuntos a tu certera voluntad y a tu excelso
gobierno, como dice el Santo, la paz sea con él: "Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos
altaneros: no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos:
como un niño en brazos de su madre, como un niño está en mis brazos mis deseos" [Salmos, 131,
112]".
Décimo novena: el hombre reflexionará en su interior en el hecho de que Dios, ensalzado y
honrado sea, le haya preservado de los males y desgracias que suele haber en el mundo y de las
diversas enfermedades y grandes desgracias que en él existen, como son la cárcel, la opresión, el
hambre, la sed, el calor, el frío, los venenos mortales, el ataque de las fieras salvajes, la lepra, la
pleuresía, la epilepsia, la melancolía y otras cosas parecidas. Y pensará en ello, estando totalmente
convencido de que merece todo ésto por su anterior vida de pecado y errores, por su mucha infidelidad
al Señor en el pasado, por su negligencia en someterse a El, por haber dejado de darle gracias y de
alabarle, por haberse opuesto a lo que El manda o prohibe, por haber dejado de arrepentirse y de volver
a Dios con limpieza de corazón después de haber pasado toda su vida en la desobediencia y sin tener en
cuenta los continuos beneficios y las sucesivas bondades que Dios ha volcado sobre él. Cuando un
individuo piensa racionalmente en todo ésto y en las cosas con que Dios prueba a los hombres (cuales
son los males del mundo que hemos descrito) y se da cuenta de que le ha protegido y librado de todas
ellas (a pesar de que merecía sufrirlas) entonces crece su acción de gracias por los dones que le ha
dado y se apresura a arrepentirse y a pedir perdón por todos los errores y pecados cometidos con
anterioridad, los cuales Dios, ensalzado y honrado sea, pasará ampliamente por alto. Del mismo modo,
se lanzará a entregarse a la sumisión a Dios, temiendo volver a cometer tales pecados y suplicando a
Dios que los aleje de él. Como dice: "Si obedecéis al Señor, vuestro Dios, haciendo lo que El aprueba,
escuchando sus mandatos [y cumpliendo sus leyes] no os enviaré las enfermedades que he enviado a
los egipcios" [Éxodo, 15, 26] y añade: "El Señor desviará de ti la enfermedad; no te mandará jamás
epidemias malignas, como aquellas de Egipto que conoces" [Deuteronomio, 7, 15]. Ciertos antepasados
dijeron a sus discípulos: "Mira, no es la serpiente la que mata, sino el pecado" [Berakôt, 33 a] y, por
fin, dice el Libro: "Caminarás sobre chacales y víboras [pisotearás leones y dragones]. Porque me
quiere, lo libraré; lo protegeré porque me trata personalmente; me invocará y lo escucharé" [Salmos,
91, 13].
Vigésima: si uno tiene bienes materiales, debe examinar su conciencia para ver cómo los
consiguió y cómo deberá gastarlos en el cumplimiento de sus deberes para con Dios y para con los
hombres, dando a éstos lo que les debe. Que no piense que tales bienes son exclusivamente suyos. Más
bien debe saber que los posee a la manera de un depósito que mantendrá en su poder mientras Dios
quiera, para luego pasar a otros, también en depósito, cuando El lo decida.
Si quien tiene riquezas piensa en todo ésto, no se angustiará ante las desgracias que la suerte
derrame sobre sus bienes ni dejará de dar gracias a Dios y de alabarle por ello: si se queda con los
bienes, se lo agradecerá a su Señor y lo ensalzará; si los pierde, soportará con paciencia la voluntad de
Dios y estará contento con su decisión. De esta manera le será fácil dar y gastar su fortuna en servicio
de Dios, obrar el bien con ella y devolverla a su verdadero dueño. No envidiará a ningún rico ni
despreciará a los pobres. Este será el mejor medio de conseguir las virtudes y de ahuyentar los vicios,
como dice el Libro: "Honra a Dios con tus riquezas" [Proverbios, 3, 9] y añade: "Quien se apiada del
pobre, presta al Señor" [Proverbios, 19, 17].
Vigésima primera: el hombre examinará interiormente su capacidad para llevar a cabo la
sumisión a Dios, para comprometerse a realizarla, para perseverar en ella, para desearla y para
practicarla con todo entusiasmo, de tal modo que se convierta en una costumbre. Luego, deseará
aumentar todo ésto, incluso más allá de sus propias fuerzas, anhelándolo de corazón, aspirando a ello
ilusionadamente y suplicando a Dios que le ayude y apoye en aquellos actos que superan sus
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posibilidades, tanto en el orden de la acción como en el del saber; y ello, haciéndolo con toda la
sinceridad y verdad de que es capaz su conciencia. Cuando persevere en esta actitud. Dios, ensalzado y
honrado sea, escuchará sus súplicas, abriéndole las puertas del saber y fortaleciendo su entendimiento y
sus miembros externos para que pueda cumplir, paso a paso, con aquellos deberes que sobrepasan sus
fuerzas, como dice el Libro: "Yo el Señor, [tu Dios] te enseño para tu bien, te guío por el camino que
sigues" [Isaías, 48, 17].
Esto se parece a los oficios y a la enseñanza de las ciencias. En efecto: el aprendiz de un oficio, al
principio, cuando empieza a practicarlo, lo hace por partes, de acuerdo con su capacidad de
comprensión y por debajo de sus posibilidades Pero cuando su mente se robustece y madura, Dios le
infunde los fundamentos y principios generales del oficio pudiendo así extraer una serie de
consecuencias que no podía aprender de otras personas. Igual ocurre con las ciencias: el geómetra no
puede enseñar al discípulo, desde el principio, la geometría teórica sino que habrá de dársela a base de
representaciones sensibles y figuras gráficas, tal como las construyó Euclides en su libro de geometría.
Pero cuando la capacidad de comprensión del discípulo se perfecciona y desea conocer, con esfuerzo y
con tesón, las consecuencias que se derivan de los principios, entonces Dios le infunde la geometría
teórica y le hace saber los principios científicos universales, capacitándole para inventar las formas
geométricas más extrañas y para llevar a cabo los cálculos más sutiles; casi se parece ésto a la
inspiración profética divina. Del mismo modo acontece con los demás saberes: si el alumno pone todo
su esfuerzo en aprender la ciencia, encontrará en sí mismo una fuerza superior y espiritual que no se la
ha podido proporcionar ningún hombre. Por eso, dicen nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "El
sabio es superior al profeta" [Babâh Batra, 12 a]. Y afirma Elihu: "Pero es un espíritu en el hombre [el
aliento del Todopoderoso el que da inteligencia]" [Job, 32, 8].
Análogamente, te conviene saber que el objetivo último de las leyes que se cumplen con los
miembros externos corporales, es hacerte tomar conciencia de las leyes que se realizan con los
corazones y conciencias, puesto que es en éstas donde reside el fundamento de la sumisión y la base de
la Ley, como dice el Libro: "Al Señor, tu Dios, respetarás [y a El sólo servirás]" [Deuteronomio, 10,
20], "El mandamiento está a tu alcance: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo" [Deuteronomio, 30, 14]
y, por fin: "¿Qué es lo que te exige el Señor tu Dios?. Que respetes al Señor, tu Dios, que sigas sus
caminos y lo ames; que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma"
[Deuteronomio, 10, 12]. Pero como todo esto sobrepasa las fuerzas humanas y no puede el hombre
llevarlo a cabo por completo mientras no deje sus pasiones animales, domine sus tendencias naturales y
adiestre todos sus movimientos, Dios le ha ordenado que se consagre a su servicio con su cuerpo y con
sus miembros externos (lo cual sí que está a su alcance) hasta que se le haga todo ello más fácil
conforme lo practique. Luego, cuando el creyente se haya esforzado con su corazón e intención en todo
ésto y haya logrado hacer aquello que está en sus manos, Dios le abrirá entonces la puerta de las
virtudes espirituales, de forma que pueda llegar así a todo lo que sobrepasaba sus fuerzas, sirviendo de
este modo a Dios con el corazón y con el alma, con lo exterior y con lo interior. Como dice el Santo:
"[Mi alma se consume anhelando los atrios del Señor] mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo"
[Salmos, 84, 3].
Se puede comparar todo ésto a uno que plantó un árbol: labró la tierra en su derredor, limpió el
terreno de abrojos y hierbas, lo regó y lo abonó oportunamente. Luego, esperó a que Dios, ensalzado
sea, le diese los frutos. Si hubiera descuidado el trabajo y protección que había dispensado al árbol, no
hubiera merecido que Dios, ensalzado sea, le hubiera dado los frutos. Del mismo modo, los que
practican la sumisión a Dios, si se esfuerzan, si se entregan y ponen toda su vida en cumplir lo que está
dentro de su capacidad y fuerzas, enseguida les llegará el apoyo y ayuda de Dios, ensalzado sea, para
llevar a cabo lo que no está a su alcance y posibilidades, que es precisamente el fruto excelso, gracioso
y sublime que Dios concede a sus elegidos y a los que gozan de su amor. Nuestros antepasados dicen a
este respecto: "El estudio de la Ley lleva a la práctica; la práctica, a la escrupulosidad en su
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cumplimiento; la escrupulosidad al celo; el celo a la abstinencia; la abstinencia a la limpieza; la
limpieza, a la pureza; la pureza a la piedad; y, por encima de todo está la piedad, como dice el Libro:
"Un día hablaste en visión a tus leales" [Salmos, 89, 20]" [Sôtah, 49 a]. Y siguen nuestros padres:
"Quien cumple la Ley en medio de la pobreza, terminará cumpliéndola en medio de la riqueza"
[ibidem]. Y el Sabio dice: "¿Quién come y goza sin su permiso?. Al hombre que le agrada le da
sabiduría y ciencia y alegría [al pecador le da como tarea juntar y acumular, para dárselo a quien agrada
a Dios]" [Eclesiastés, 2, 26]. Por el contrario, a aquel que descuida lo que está a su alcance, se le
escapará también la ayuda y apoyo de Dios para hacerlo, como dice el Libro" "El Señor está lejos de
los malvados" [Proverbios, 15, 29] y: "Son vuestras culpas las que crean separación entre vosotros y
vuestro Dios [son vuestros pecados los que tapan su rostro para que no os oiga]" [Isaías, 59, 2].
Vigésimo segunda: el creyente, cuando se relaciona con los demás hombres para resolver los
asuntos que le son de utilidad en este mundo (como son la agricultura, la construcción, el comprar y el
vender y todos los demás negocios en los cuales la gente se ayuda mutuamente para el buen
funcionamiento de la sociedad), debe examinarse para ver si ha amado a los demás como él quisiera
que ellos le hubieran amado a él, si les ha evitado aquello que le hubiera gustado le evitasen a él, si los
ha tratado con benignidad, si les ha protegido, con todas sus fuerzas, de aquello que les perjudica, como
dice el Libro: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" [Levítico, 19, 18].
Esto se puede comparar a un grupo de viajeros que se dirigen a un país lejano por un camino
áspero en el que deben pernoctar en sucesivas etapas. Estos tales llevan muchas bestias cargadas con
fardos pesados. Como los viajeros son pocos, cada uno debe cuidar de muchas bestias debiéndolas
cargar y descargar varias veces [durante estas paradas nocturnas]. Si estos hombres se ayudan en la
carga y descarga y desean facilitar el trabajo de todos, aliviándose unos a otros en la tarea, siendo en
ella todos iguales y ayudándose equitativamente, entonces llegarán a su destino en óptimas
condiciones. Pero si se desentienden unos de otros yendo cada uno a lo suyo, llegarán agotados al
término del viaje. Del mismo modo, hermano mío, el mundo les resulta pesado a los que viven en él y
se les multiplican sus afanes y sus cuidados, pues la gente desea aislarse y encerrarse en sí mismos,
cada uno con lo suyo y aun con más de lo que la suerte les ha deparado. Y puesto que ansían más de lo
que les toca y buscan lo que no les corresponde, el mundo les niega el éxito y les quita incluso lo que
les pertenece. De esta manera se quedan insatisfechos con cuanto hallan en el mundo y no hacen otra
cosa sino lamentarse y llorar. Puesto que estos tales pretenden lo que es superfluo en la vida, se ven
privados de lo necesario y ello, tras haber volcado en ello esfuerzos enormes y grandes fatigas. Si todos
se contentasen con lo que es imprescindible para su mantenimiento, si deseasen que todos se
beneficiasen del mismo modo y si todos se considerasen iguales en lo que tienen, entonces
conquistarían el mundo y llegarían a alcanzar sus máximas aspiraciones. Pero no sólo no se ayudan
unos a otros en su vida terrena, sino que llegan a debilitarse mutuamente, pues todos los hombres
fatigan a sus compañeros de viaje y debilitan sus fuerzas, con lo cual, nadie alcanza lo que busca ni
consigue lo que desea.
Por consiguiente, esfuérzate, hermano mío, en hacerte con hermanos de verdad y con amigos
sinceros que te ayuden en tus cosas, tanto de este mundo como de tu vida religiosa, teniendo para con
ellos una gran pureza de alma y de conciencia, malos como te amas a ti mismo, si es que encuentras a
alguien merezca de ti semejante cosa. Pero no confíes tus secretos a cualquiera sino solamente a alguno
muy en especial. Como dice Ben Sira 335: "Ten muchos conocidos con los que te saludes, pero tus
confidencias sólo a uno entre mil" [Ben Sira, 6, 6] y el Sabio afirma: "Perfume e incienso alegran el
corazón, el consejo del amigo endulza el alma" [Proverbios, 27, 9].
Vigésimo tercera: el hombre debe investigar todo lo que hay en el mundo, a saber: todas las
creaturas (desde la más diminuta hasta la más grande), los grados de seres racionales y los niveles que
hay de los mismos (desde los más bajos hasta los más elevados), el orden de las esferas celestes, el
movimiento del sol, de la luna, de las estrellas fijas y de los planetas, la caída de la lluvia y el soplar de
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los vientos, la salida del recién nacido del vientre de su madre y todas las demás cosas que aún son más
maravillosas que éstas, más delicadas, más evidentes y a la vez más misteriosas de entre todos los
prodigios que ha hecho el Creador, ensalzado sea, y que son prueba patente de la perfección de su
sabiduría, de la fuerza de su querer, de la delicadeza con que gobierna todo, de la universalidad de su
clemencia y misericordia y de la eficacia de su cuidado para con las creaturas. Que el verlas
habitualmente y el estar acostumbrado a contemplarlas durante mucho tiempo, no te lleven a dejar de
pensar en ellas y de asombrarte, como si el hecho de que ya las conozcas, tuviera como consecuencia
necesaria el que dejases de admirarte, por haber tenido, ya desde niño, el hábito de ver y presenciar el
universo. Indudablemente que encontramos en esta misma situación de insensibilidad a la mayoría de
la gente vulgar y aun a muchas personalidades eminentes, todos los cuales sólo se asombran de aquello
que no tienen costumbre de ver ni presenciar, como es el eclipse de sol o de luna, los relámpagos, los
truenos, los rayos, los huracanes y cosas similares, y que, sin embargo, no se admiran ante el
movimiento y giro de las esferas celestes, como el sol, la luna, las estrellas, ni ante la salida y puesta
del sol, o ante la caída de la lluvia, o ante el soplar de los vientos y cosas parecidas que ven
continuamente. Del mismo modo, se asombran cuando ven el mar, sus olas, sus tempestades y la
multitud de seres vivos que contiene y, sin embargo, no se maravillan de que los ríos corran por sus
cauces, de que las aguas manen continuamente de sus fuentes, día y noche, sin disminuir su caudal y
sin detenerse, así como de otros prodigios similares.
Por tanto, hermano mío, es preciso que medites en todo lo que Dios, ensalzado y honrado sea, ha
creado: en lo que tienes costumbre de ver y en lo que no estás habituado a contemplar, en lo que has
visto y en lo que no has presenciado. Que tu ignorancia (con la excusa de que conocías estas cosas
desde tu niñez, cuando se te presentaban de aquella manera primigenia) no te lleve a dejar de
considerarlas y pensarlas más profundamente, ahora que eres mayor y tu razón es potente, tu corazón
limpio y tu discernimiento penetrante. Reflexiona a fondo en estas cosas y detente ante ellas como si no
las hubieras conocido ni visto nunca. Imagínate que tenías antes la vista de tu discernimiento apagada y
que luego se te han abierto los ojos para poder ver y distinguir con toda claridad todos estos portentos.
¿No ves, hermano mío, que el ignorante es como un ciego y que, cuando piensa, es como si se le
abrieran los ojos?. Tú, contempla las cosas como dice el Libro acerca de Adán y Eva: "Se les abrieron
los ojos a los dos" [Génesis, 3, 7], a pesar de que sabían que tenían ya los ojos abiertos antes de ese
acontecimiento.
En consecuencia, *no dejes de estudiar estas cosas y de investigar a fondo cuanto te rodea* 336.
De este modo lograrás ver la verdadera realidad de las cosas y te darás cuenta de las maravillas del
Creador, ensalzado sea, de las cuales, antes, durante mucho tiempo, eras ignorante y ciego. Decía uno
de los sabios de Dios: "Los corazones de los que saben, tienen unos ojos que ven lo que no perciben los
que se descuidan". Y dice el Libro: "¿No sabes, no lo habéis oído, no os lo han anunciado de
antemano?" [Isaías, 40, 21].
Vigésimo cuarta: debes examinar y revisar cada una de las ideas que habitualmente tienes sobre
Dios, sobre su Libro, sobre la Tradición que dejaron los antepasados, sobre las noticias de los antiguos
y sobre el sentido de la oración y acciones de gracias, que aprendiste cuando eras niño, empezabas a
crecer y recibías la primera enseñanza. Y ésto, porque las ideas sutiles, no adoptan la misma forma en
un discernimiento débil que en uno vigoroso. Conforme madura en el hombre la facultad de discernir,
también aumenta la percepción de la verdad de las cosas. Así pues, en lo relativo a los temas que son
oscuros y que exigen una profunda interpretación, no te quedes con lo que aprendiste en la enseñanza
primaria. Por el contrario, ahora que tienes un intelecto vigoroso y una capacidad de discernir madura,
conviene que te pongas a considerar el Libro de Dios y de los Profetas, como si anteriormente no
hubieras leído ni una sola letra de los mismos.
Así pues, decídete a explicar y aclarar todas estas cosas y a estudiar las expresiones y las
palabras, así como el sentido que albergan, el significado que está establecido y el que todavía es
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ambiguo, lo que es evidente y aquello que ocultan las palabras tras de sí, lo que es susceptible de ser
razonado y lo que no lo es. Y haz lo mismo con tus oraciones y acciones de gracias, buscando el
contenido de las palabras y el sentido que persiguen, para que, cuando te dirijas a tu Señor, entiendas lo
que dice tu lengua y lo que busca tu corazón. No hagas lo que solías hacer de niño: decir con tus labios
las palabras que primero se te ocurrían y de cualquier manera, sin saber su sentido. Ya hemos hablado
de ésto bastante hace poco.
Después, actúa igual con las noticias que hemos recibido de la antigüedad y con lo que nos ha
legado la Tradición, tratando de entender todo ésto, interpretándolo bien. No te fíes de lo que viste
claro al comienzo de tus estudios; debes indagar cada vez más, como si fueras un principiante. Y
cuando tengas algo muy claro, medítalo de nuevo y repítelo en tu interior para asentarlo con mayor
firmeza. Y si tienes dudas sobre algo, pregúntalo a los sabios de tu época de forma distinta a como lo
hiciste en tus primeros estudios. De esta manera, se te descubrirán los secretos del Libro y lo oculto de
los Profetas y sabios, de una manera que te hubiera sido inviable antes, a través de la enseñanza de tus
maestros al comienzo de tu andadura.
No te dejes llevar por la vanidad pensando que tu capacidad de discernimiento no ha aumentado
nada desde tu infancia y que lo que entonces entendiste no debe cambiar ahora pues lo desaprobaría tu
razón. Este es uno de los muchos engaños que la pasión te tiende para hacerte un holgazán y para
llevarte a que no investigues la verdad de las cosas, haciéndote imaginar que tienes un entendimiento
perfecto que no necesita aprender más. Pero, como dice el Libro: "El holgazán se cree más sabio que
siete que responden con acierto" [Proverbios, 26, 16] y añade un poco antes: "¿Has visto a uno que se
tiene por listo?. Pues más se puede esperar de un necio" [Proverbios, 26, 12] y, por fin: "El sabio lleva
los ojos en la cara, el necio camina en tinieblas" [Eclesiastés, 2, 14]. Cuando afirma que el sabio "lleva
los ojos en la cara" quiere decir que este tal revisa sus anteriores ideas (en lo que respecta a sus asuntos
religiosos y mundanos), que las reconsidera, que juzga las cosas buenas y malas que ha hecho
anteriormente para afianzarse en el bien y arrepentirse del mal. El necio, en cambio, deja de lado todo
ésto y se comporta como quien camina en medio de las tinieblas de la noche: no ve a larga distancia ni
se vuelve a mirar el camino recorrido, pues si vuelve la cabeza, no distingue nada; sólo dirige su
cuidado y atención hacia lo que tiene inmediatamente ante sí. Por eso dice el Libro: "El necio camina
en tinieblas" y añade: "[Me puse a examinar la sabiduría, la locura y la necedad] y observé que la
sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha más que las tinieblas" [Eclesiastés,
2, 13].
Vigésima quinta: el hombre deberá examinar su conciencia para ver hasta qué punto ha arraigado
en él el amor de este mundo y si ha preferido las pasiones terrenas al amor por la otra vida. Y ésto, para
que se apresure a erradicar de su corazón el amor a este mundo y elegir el del otro, una vez que
conozca el final que le aguarda en cada una de las dos casas, la de aquí y la de allí, y la situación en que
se hallará en ambos lugares. En consecuencia, deseará siempre desterrar de su corazón el amor al
mundo y asentar firmemente el de la otra vida. Dijo un sabio: "De la misma manera que no se pueden
juntar en el mismo recipiente el agua y el fuego, así tampoco se pueden unir en el corazón del creyente
el amor del mundo y el de la otra vida". También se dice que: "Este mundo y el otro son contrarios; si
contentas al uno, irritas al otro".
Según ésto, hermano mío, tu alma y tu cuerpo necesitan dirección y gobierno. La madurez y
salud del alma se logran con la disciplina de la educación y de las ciencias, con la guía de las máximas
morales, con la formación en las virtudes y con el control de las pasiones animales. La salud y
fortalecimiento del cuerpo se consiguen proporcionándole diversos tipos de alimentos buenos y, a la
vez, sabrosos y de bebidas adecuadas a los humores corporales, bañándolo con agua templada y
estando siempre al tanto de sus necesidades y exigencias. Sin embargo, si te preocupas exclusivamente
por la salud de tu cuerpo y vuelcas tus cuidados en él, descuidarás la salud del alma. Y de la misma
manera, si te preocupas por dar vida a tu alma y por atender sus necesidades, abandonarás la mayor
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parte de las exigencias corporales. Lo correcto es que te preocupes más por el alma, que dura siempre,
que por el cuerpo corruptible. Ahora bien, que tu entrega y preocupación por ella no te lleve a
descuidar tus necesidades materiales, tratando con rudeza y agotando a tu cuerpo, pues ésto debilitaría
a los dos a la vez, al cuerpo y al alma. Por el contrario, proporciona a tu cuerpo fuerza para que se
mantenga sano y dale al alma ciencia y educación, incluso por encima de sus posibilidades. Sobre este
particular dice el Sabio: "No exageres tu honradez ni te muestres sabio en demasía: ¿para qué matarse?.
No exageres tu maldad, no seas necio: ¿para qué morir malogrado?. Lo bueno es agarrar lo uno y no
soltar lo otro, porque el que teme a Dios de todo sale bien parado" [Eclesiastés, 7, 16-18].
Este texto "no exageres tu honradez" quiere decir lo siguiente: no exageres siguiendo el camino
de los santos ascetas que decidieron abandonar el mundo, ni seas exagerado siguiendo su ejemplo, pues
te sentirás triste y abandonado. Pero tampoco te propases siguiendo el ejemplo de los que eligieron el
mundo, pues de este modo serás atrapado por las pasiones más allá de la justa medida que permite tanto
el mundo como tu religión, muriendo así antes de que cumplas tu plazo. [El texto "¿para qué morir
malogrado?"] quiere decir que tu alma morirá como consecuencia del triunfo que la pasión alcanzará
sobre ella, zambulléndola en el mar de los apetitos carnales. Has de tener como objetivo un término
medio, a saber: amarrar bien las cosas de la otra vida pero sin perder las de este mundo, ya que es en él
donde has de preparar tu vida eterna puesto que constituye la puerta de entrada que te conducirá al
lugar eterno. Como dicen nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "Este mundo es como un vestíbulo
que hay antes del que ha de venir; prepárate en el vestíbulo para que puedas entrar en el palacio" [Abôt,
IV, 16].
Este es el camino de los hombres virtuosos y temerosos de Dios, ensalzado sea, que nos
precedieron. Dice el texto antes citado: "ni te muestres sabio en demasía"; pero no dice: "no seas necio
en demasía". Y la razón de ésto es que la ciencia, entre nosotros, tiene un límite que no debemos
traspasar. En efecto: nos es lícito estudiar e investigar toda ciencia que nos conduzca a la sumisión a
Dios, que nos obligue a cumplir sus mandatos y a evitar sus prohibiciones y que nos manifieste lo que
es la sabiduría y poder divinos, como dice el Libro: "Respetar al Señor es sabiduría" [Job, 28, 28],
"Primicia de la sabiduría es el respeto del Señor" [Salmos, 111, 10] y, finalmente: "Rechazaron la
palabra del Señor ¿de qué les servirá su sabiduría?" [Jeremías, 8, 9]. En cambio, nos está prohibido
estudiar e investigar aquella sabiduría que no es como la que hemos descrito, porque es pecado. Por eso
dice el texto antes citado: "ni te muestres sabio en demasía". Por lo que respecta a la necedad y
estupidez, nos está prohibido tenerlas, ni en poco ni en mucho. Por eso dice el texto: "no seas necio" en
lugar de "no seas necio en demasía". Y ello, porque sólo un poco de necedad puede echar a perder
muchas virtudes, como dice el Libro: "Un solo fallo echa a perder muchos bienes, una mosca muerta
echa a perder un perfume, una pizca de necedad cuenta más que mucha sabiduría" [Eclesiastés, 10, 1].
Vigésimo sexta: el hombre debe examinar en su conciencia lo siguiente: si uno ha hecho con el
soberano un pacto de servidumbre, tiene miedo a los castigos que éste pueda inflingirle si pasa por alto
sus órdenes; y, sin embargo, este mismo individuo no se preocupa del pacto que tiene establecido con
su Señor ni teme los castigos que pueda aplicarle por incumplir sus mandatos y prohibiciones. ¿Cómo
no logra ver con su razón la diferencia que hay entre los dos tipos de pactos?, ¿cómo no distingue entre
la situación del uno y del otro?. Porque el soberano de este mundo es débil para hacer cumplir sus
órdenes, se retrasa en la aplicación de los castigos, está muy lejos [como para poder ver lo que cada
uno hace] y se halla muy ocupado en sus propios asuntos [como para preocuparse de los súbditos]. Y,
sin embargo, dice el Sabio: "Hijo mío, teme al señor y al rey" [Proverbios, 24, 21] y "La cólera del rey
es rugido de león" [Proverbios, 20, 2]. Y en tal caso, ¿cómo no se avergüenza el hombre inteligente
ante su Señor, cuyos decretos son efectivos, que está continuamente al tanto de lo que el hombre hace,
que no está ocupado en otras cosas y que nada le impide hacer lo que quiere?. ¿Cómo es que no respeta
sus mandamientos ni teme sus castigos, cuando le desobedece a pesar de que sabe que está al corriente
de todo lo que hace y de que tiene ante sí tanto lo externo como lo oculto de su vida?. Y, encima, no se
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vuelve a El, arrepentido de sus pecados diciendo: "Ha durado mucho tiempo mi desobediencia a sus
mandatos, mientras que El los ha disimulado. Pediré perdón antes de que me llene de oprobio en esta
vida y de que me castigue en la otra". Dice el Santo, la paz sea con él: "El malvado dice con insolencia:
"No hay dios que me pida cuentas" [Salmos, 10, 4].
Vigésimo séptima: el creyente debe examinar su conciencia cuando le sobreviene alguna
desgracia a su cuerpo, a sus bienes o a algún asunto suyo. Que soporte todo ésto con la mejor cara que
pueda, ya que le viene de Dios, ensalzado sea; que lo lleve con paciencia, contento con lo que Dios,
ensalzado y honrado sea, ha decretado; y que no se enoje contra las decisiones y voluntad divinas.
Como dice: "Y aguardaré al Señor, que oculta su rostro a la casa de Jacob" [Isaías, 8, 17]. No será
como aquel de quien el Libro dice: "Vagará afligido y hambriento y rabioso de hambre maldecirá a su
Rey y a su Dios" [Isaías, 8, 21].
Recuerda, hermano mío, las diez maneras con que probó Dios a Abraham, la paz sea con él. ¿Se
le hubiera alabado por su paciencia si no hubiera aceptado los mandatos del Señor, de buena gana y con
excelente disposición interna, como dice el Libro: "Viste que su corazón era fiel" [Nehemías, 9, 8]?.
Por otra parte, los que salieron de Egipto no hubieran merecido ningún reproche ni censura si no
hubiera sido porque se irritaron y tuvieron una conducta poco correcta, interiormente y desde sus
conciencias, para con Dios y para con su enviado. Como dice el Libro: "Lo adulaban con su boca, le
mentían con su lengua [su corazón no era sincero con él ni eran fieles a su alianza]" [Salmos, 78, 36-
37]. Y muchas veces mostraban su oposición a Dios y su ruptura de la alianza, como puedes verlo en
todas las ocasiones en que desearon regresar a Egipto, así como en otros casos parecidos. Aguantar
pacientemente y de buena gana, es la más alta de las virtudes, pero si ello se hace a la fuerza, no merece
ninguna recompensa ni sirve para borrar los pecados cometidos.
Piensa, hermano mío, en estas dos formas de paciencia y entiende la diferencia que hay entre
ambas. Por otra parte, verás que el contenido de la paciencia 337 es de tres clases: primera, paciencia a
la hora de llevar a cabo la sumisión a Dios; segunda, paciencia para rechazar la insumisión a Dios; y
tercera, paciencia para soportar las desgracias de esta vida.
La tercera se subdivide, a su vez, en otras dos: primera, paciencia en sufrir los males que
sobrevienen y segunda, paciencia cuando uno se ve privado de lo que ama. Estas dos últimas puedes
ejercitarlas o bien cuando mereces sufrir estos males a manera de castigo, quedando así purificado de
tus pecados, o bien cuando las desgracias te vienen de Dios para probar y examinar nuestra fe, tras lo
cual Dios aumentará el premio futuro y duplicará la recompensa. En cualquiera de los dos casos
conviene que aceptes lo que te viene de Dios, ensalzado sea, con total complacencia y buen corazón,
como dice el Libro: "Las sendas del Señor son la lealtad y la fidelidad" [Salmos, 25, 10]. Porque las
desgracias que te sobrevienen, si están dirigidas a purificarte de tus pecados, constituyen *un acto de
justicia divina llamado en nuestra lengua* 338 "justicia" 339. Y si te los envía Dios para recompensarte
luego en la otra vida con premios extraordinarios por haber soportado pacientemente las pruebas a que
te ha sometido, entonces se trata de una benevolencia que Dios tiene para contigo, llamada en nuestra
lengua "benevolencia" 340. Todo se debe a justicia o benevolencia divinas. Así pues, si captas bien
ésto en tu alma, tu paciencia merecerá una recompensa y tendrá garantizado un premio.
No dejes, hermano mío, de pensar en estas ideas, fortaleciendo así tu paciencia ante Dios y
aliviando los males y las desgracias que te acontezcan. Tu paciencia será signo de que te conformas con
lo que Dios quiere, a la vez que será señal de tu esperanza y abandono en Dios. Como dice el Santo:
"Sed valientes y animosos los que esperáis en el Señor" [Salmos, 31, 25].
Vigésimo octava: debe uno examinar la conciencia [en el siguiente caso]: cuando uno se ha
abandonado en las manos de Dios, ensalzado sea, y ha depositado en El las riquezas, la propia persona,
los hijos y todo lo que uno tienen alrededor, si, dadas estas condiciones, Dios cambia las circunstancias
y decide que las cosas vayan por donde uno no quisiera, debe entonces pensar [en la siguiente
comparación]. Si un hombre regala a su amigo una casa o un campo y luego ve que éste destruye todo
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lo que se le ha entregado y edifica de una manera distinta a como se la dio o cambia el estado
primigenio de las cosas que se le entregó, ¿sería justo que el donante se entristeciera por ello y que se
afligiese por los cambios efectuados sobre el primer estado de cosas, después de que le hubo dado
definitivamente la casa o el campo?. Del mismo modo, tú, hermano mío, si te has entregado libremente
a ti mismo y a tus bienes en las manos de Dios, ensalzado sea, no te entristezcas por lo que haga
contigo, según su arbitrio, ni con lo que te dispense, de acuerdo con sus decretos y forma de gobernar,
aunque eso que te hace no se te acomode a primera vista. Más bien debe tu alma tener esperanza en El
y confiar en su altísimo gobierno y penetrante sabiduría. No pidas que te devuelva lo que libremente le
has dado ni muestres angustia cuando se cumplan sus decretos. Más aún: piensa que eres una de tantas
creaturas hechas por El, que Dios te ha creado, que te da lo suficiente y que te gobierna de acuerdo con
lo que te conviene, incluso en eso tan oculto a ti que tú mismo ignoras. Como dice el Libro: "Yo enseñé
a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos y ellos, sin darse cuenta de que yo los cuidaba" [Oseas, 11, 3].
Vigésimo novena: hay que darse cuenta de la superioridad del alma sobre el cuerpo y distinguir
las diversas categorías de hombres que existen, hasta el punto de que uno de ellos puede valer como
mil, debiéndose estas diferencias no se deben al cuerpo sino a las cualidades anímicas, como dice
David, la paz sea con él: "Tú vales como mil de nosotros" [Samuel II, 18, 3]. Incluso la superioridad de
las mujeres no estriba en su belleza corporal sino en sus cualidades espirituales 341 como dice el Sabio:
"Anillo de oro en jeta de puerco es la mujer hermosa falta de seso" [Proverbios, 11, 22] y "Engañosa es
la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza" [Proverbios, 31, 30].
Según sea, pues, tu reconocimiento de la superioridad del alma sobre el cuerpo, así debes
esforzarte en buscar lo que es útil para el espíritu y desear su salvación y purificación ante su Señor que
sabe sus claridades y oscuridades, sus cosas hermosas y feas, su elección de lo mejor o de lo peor, su
inclinación a las cosas racionales o a las pasionales. Así pues, vigila siempre el estado de tu alma con
mayor cuidado que el del cuerpo, no vayas a quedarte sin ella. Pues si descuidas tu cuerpo, es más fácil
curarlo de la mayor dolencia (una vez que se ha asentado en él), que sanar a tu alma de la enfermedad
de la pasión (una vez que se ha apoderado de ella), como dice el Sabio: "Buen ánimo sostiene en la
enfermedad, ánimo abatido ¿quién lo levantará? " [Proverbios, 18, 14] y añade: "Por encima de todo
guarda tu corazón [porque de él brota la vida]" [Proverbios, 4, 23].
Trigésima, el hombre debe meditar interiormente en su estatuto de exiliado en este mundo. Su
situación en él es como la de aquel extranjero que llegó a un país extraño en el que no conocía a nadie
ni nadie le conocía a él. Pero el señor de la ciudad se compadeció de él y de su extrañamiento, le
orientó en aquellas cosas que le podían ser útiles y le dio sustento diario, a la vez que le ordenó que no
se opusiera a lo que él decía, que no quebrantase sus mandatos y deseos, prometiéndole premios y
castigos de acuerdo con los tiempos y lugares en los que hubiera realizado sus actos. Y por fin, le
advirtió que habría de partir de aquel país, no se sabe cuándo. Mientras tanto, le puso las siguientes
condiciones que habría de cumplir:
Que se humillase y rebajase, que arrojase de sí la altanería, que se alejase del autoexaltamiento y
de la vanidad como dice el Libro acerca de ésto: "Este individuo ha venido como inmigrante y ahora se
mete a juez" [Génesis, 19, 9] 342.
Que estuviera preparado para marchar y ser trasladado de lugar, no dejándose llevar por la pereza
e inercia, como dice el Libro: "El suelo no se venderá a perpetuidad, porque la tierra es mía, ya que
vosotros sois emigrantes y alojados míos" [Levítico, 25, 23].
Que investigase las costumbres, modos de vida, mandatos y deberes impuestos por el rey, como
dice el santo: "Soy un forastero en tu tierra: no me ocultes tus promesas" [Salmos, 119, 19].
Que amase a los que eran extranjeros como él y que se uniese a ellos para ayudarles, como afirma
el Libro: "Amaréis al emigrante" [Deuteronomio, 10, 19] y "[El emigrante...] será para vosotros como
el indígena: lo amarás como a ti mismo" [Levítico, 19, 34].
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Que se aplicase y esforzarse en cumplir su deber de sumisión al señor de la ciudad, puesto que no
había ninguno que intercediera por él, en caso de que fallase en su servicio. Este extranjero se hallaría
en una situación contraria a la de la Sunanita que, cuando se le preguntó: "¿Quieres alguna
recomendación para el rey o el general?" ella contestó: "Yo vivo con los míos" [Reyes II, 4, 13] 343.
Lo cual quiere decir: "Mi gente y mi pueblo me interceden en las necesidades". No sería, pues, el
mismo caso que el del extranjero, sino más bien el que cita el Libro: "Mira a la derecha, fíjate: nadie
me hace caso" [Salmos, 142, 5].
Que se conformase con los alimentos que pudiera conseguir, que estuviese satisfecho con la
habitación y vestidos que se le proporcionasen y que se contentase con todas las demás cosas que
pudiera conseguir sin esfuerzo.
Que preparase el viaje que debía hacer y que considerase las provisiones que había de conseguir
para el camino.
Que apreciase en mucho los bienes que se le daban gratuitamente y que su lengua se hiciese larga
en agradecimientos por los favores que se le habían hecho.
Que soportase con paciencia las desgracias que se desencadenasen sobre él y las adversidades
que le tocasen en suerte, puesto que su espíritu era quebradizo, su ánimo insignificante y su poder de
rechazo de estos avatares, débil.
Todas estas condiciones, hermano mío, te obligan a ti, como extranjero que eres en esta vida.
Pues tú eres en verdad un extraño en el mundo. Prueba de ello es que en el momento de salir a la
existencia (tras ser conformado en el vientre de tu madre) si todos los habitantes de la tierra hubieran
querido adelantar o retrasar tu nacimiento un solo instante, no hubieran podido hacerlo. Y si, así
mismo, hubieran querido unir dos de tus miembros mientras estabas en el seno materno, o separarlos, o
dar una forma determinada a tus órganos internos o externos, o poner en movimiento aquellos
miembros que estaban quietos o parar los que estaban en movimiento, o impedir que salieses del
vientre de tu madre en el instante preciso que tenías predeterminado o retardarlo un segundo, o hacerlo
más fácil o más duro, no hubieran podido hacerlo en absoluto. De la misma manera, una vez llegado al
mundo, ningún hombre puede proveerte de alimentos si no es con la ayuda de Dios, así como tampoco
puede nadie aumentar el tamaño de tu cuerpo o disminuirlo. Y si te imaginases que estás solo en el
mundo y que éste se había vaciado de gente, no podrías aumentar tu ración de comida hasta el final de
tus días, ni si quiera en el valor de un grano de costraza. Y si, por el contrario, aumentase la población
mundial hasta duplicarse o más la actual, no te faltaría el alimento previsto para ti ni en un grano de
mostaza: no habría ni menos alimentos ni más. En manos de nadie está el aumentar la longitud de tu
vida ni el acortarla. Y lo mismo se diga de todas las cualidades y caracteres naturales que tienes, de
todas las excelencias y vilezas que posees.
Según ésto ¿qué relación mantienes con las creaturas?, ¿qué vínculo te ata a ti con los demás y a
los demás contigo?. ¿Acaso no eres sino un extranjero en este mundo, en el cual sus habitantes, aunque
sean muchos no te pueden ser útiles, ni perjudicar aunque sean pocos?. ¿No ves que eres un tremendo
solitario con el que sólo se trata el Señor y del que únicamente se compadece el Creador?.
Así pues, hermano mío, aíslate cuando te sometas a tu Señor, de la misma manera que has sido
solitario en el momento de tu creación, de tu gobierno, de tu alimentación, de tu vida y de tu muerte.
Pon, pues, ante tus ojos su Ley y su Libro, espera su recompensa y teme su castigo. Sométete, mientras
vivas en este mundo, a las condiciones de extranjería que te he tratado de inculcar. De este modo
llegarás a la felicidad eterna, como dice el Libro: "Lo mismo la sensatez y el saber para tu deseo; si los
alcanzas tendrás un porvenir y tu esperanza no fracasará" [Proverbios, 24, 14].
Estas son, hermanos míos, las treinta maneras que tiene el hombre de examinar su conciencia
ante Dios, ensalzado y honrado sea. Si tu alma examina estas cosas y las juzga correctamente, la luz se
derramará sobre ti, envolviéndote con su fulgor. Así pues, recuerda siempre todo lo dicho y medítalo en
tu interior durante toda tu vida. No te contentes con mis palabras tan resumidas y con la descripción tan
202
compendiada que he hecho de todo ésto, pues cada una de estas ideas requeriría para su explicación y
aclaración, más del doble de espacio del que yo le he dedicado. Me he limitado a llamar la atención y a
indicar todas estas ideas a quien quiera investigarlas, mediante un discurso breve y unas palabras
concisas a fin de que no se alargue demasiado mi discurso y me salga del objetivo que me he propuesto
en este libro, a saber: el de hacer tomar conciencia y guiar.
Pon ante tus ojos y ante tu mente todo lo que he dicho, repítelo en tu interior, piénsalo. Cuando
hayas vuelto una y otra vez sobre ello, se te aclararán muchos secretos ocultos y muchos principios de
educación espiritual que no viste claros al principio. Si piensas en estas cosas y te detienes en lo
exterior de las palabras, no creas que ya sabes todo el sentido oculto de lo que lees, pues no llegarás a
ésto sino tras meditarlo detenidamente con avidez y tenacidad, durante mucho tiempo y repetidas
veces.
Déjate guiar por todas estas cosas y guía también tú a los demás. De este modo, alcanzarás la
excelsa recompensa que Dios, ensalzado sea, te tiene preparada, como dice el Libro: "Los maestros
brillarán como brilla el firmamento, y los que convierten a los demás, como estrellas, perpetuamente"
[Daniel, 12, 3] y "Los que los acusan son gratos, sobre ellos bajan las bendiciones" [Proverbios, 24 25].
ARTICULO CUARTO
Dice el autor: la utilidad del examen de conciencia aquí estudiado estriba en las consecuencias
que se derivan del hecho de que el alma vea, con toda claridad, cuanto hemos dicho acerca de los
treinta modos citados, dándonos cuenta de su sentido, forma externa, obligatoriedad, evidente
necesidad de practicarlos y escrupulosidad con que debemos seguir sus imperativos, todo lo cual
dependerá del conocimiento que tengamos de estos modos y de lo repetidamente que los hayamos
meditado en nuestro interior. En ese momento se derivarán para el espíritu consecuencias sublimes y
elevadas, que nos ayudarán a lograr todas las virtudes y a conseguir todas las buenas cualidades;
sobrevendrá la purificación de lo más precioso de tu alma, (quedando ésta limpia de las tinieblas de la
ignorancia) y el descenso de la luz de la certeza que expulsará de tu corazón las sombras de la duda.
Sabes perfectamente que, según sea la claridad, abundancia y orden de las premisas, así serán de
ciertas y valiosas las conclusiones que se deriven de ellas. Es lo mismo que ocurre con la composición
de los medicamentos en el ejercicio de la medicina, pues una medicina será útil y eficaz según sea la
fuerza del fármaco del que se ha hecho. Lo mismo acontece con la geometría: si las premisas que se
proponen para una cuestión que se investiga son numerosas, su valor y utilidad serán mayores. E igual
ocurre en muchas técnicas: la balanza 344 no se podrá construir con toda precisión, si no se conocen
antes la geometría, la naturaleza de los números y de los pesos; y el astrolabio no puede construirse
con plena exactitud si el que lo hace no es ducho en geometría y en la ciencia de las figuras cónicas, del
movimiento de los cuerpos celestes y de la superficie de la tierra.
Lo mismo ocurre con [la perfección] que busca el alma: no la conseguirás del todo si no cumples
esforzadamente y de manera continuada las obligaciones que impone el examen de conciencia, al cual
te he exhortado en lo que precede de este capítulo y de otros. Cuando hayas llevado a cabo todo ésto,
con corazón sincero e intención totalmente pura, tu intelecto se iluminará y llegarás a las virtudes más
sublimes, no pudiendo la pasión tener ya acceso en ti para turbarte. Lograrás así ocupar el rango de los
elegidos de Dios, ensalzado sea, se apoderará de ti una fuerza sublime, extraña y desconocida para ti, y
te verás inundado de una energía que jamás has experimentado. Como dice el Sabio: "La sabiduría
serena el rostro del hombre [cambiándole la dureza de su semblante]" [Eclesiastés, 8, 1]. De esta
manera verás claramente las ideas más sublimes y podrás contemplar los sutiles secretos divinos
gracias a la pureza de tu alma, a la limpieza de tu corazón, a la firmeza de tu fe. No serás privado de las
203
alegrías propias de este mundo ni del otro, porque habrás visto y contemplado la grandeza y excelsitud
de los secretos divinos, con la ayuda suprema que te viene de Dios, ensalzado y honrado sea.
Voy a ponerte una comparación sencilla que te aclarará algunas de las cuestiones que te he
mencionado: imagínate que estás en un lugar en cuya cúspide, enfrente tuyo, hay una figura que está
ante ti, pero que no puedes verla con tus ojos ni captarla con la vista. Pero alguien te aconseja lo
siguiente: "Si coges una lámina de hierro hindú 345, lo pules hasta que se le vaya la aspereza, lo
embadurnas con ungüentos durante mucho tiempo y lo pones delante de ti, entonces verás reflejada en
la lámina aquella figura de lo alto que se te ocultaba y podrás contemplarla y gozar de su belleza y
magnífica hermosura". Pues bien: la forma elevada y magnífica que no puedes ver con tus ojos es la
sabiduría y poder del Creador, ensalzado sea, así como el mundo superior cuya forma y figura se nos
oculta. La lámina de hierro hindú es el alma humana. La pulimentación es la disciplina a que sometes
tu alma con las ciencias y educación racional y religiosa. El embadurnamiento son las treinta maneras
de examinarse la conciencia (cuya esencia te he mencionado) con las cuales, una vez meditadas y
repetidas en tu interior, brillará tu alma y resplandecerá tu entendimiento, se te representarán las ideas
que antes se ocultaban a tu espíritu, verás las verdades con tu vista ya despejada, se te abrirá la puerta
de las virtudes y se levantará el velo que se interponía entre ti y la sabiduría divina, ofuscándote los
ojos. De este modo, el Creador, ensalzado sea, te enseñará la ciencia suprema y la práctica de la virtud,
dándote una fuerza divina, como dice: "Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y
sabiduría" [Isaías, 11, 2], "Pero es un espíritu en el hombre el aliento del Todopoderoso, el que da
inteligencia" [Job, 32, 8] y, por fin: "Si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro [a la
inteligencia y a la prudencia] entonces comprenderás el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento
de Dios" [Proverbios, 2, 4-5].
ARTICULO QUINTO
ARTICULO SEXTO
205
CAPITULO NOVENO
206
SOBRE LAS CLASES DE ABSTINENCIA (renuncia, privación, continencia).
Y SOBRE LAS VENTAJAS QUE NOS REPORTA.
Dice el autor: puesto que hemos hablado antes del examen de conciencia ante Dios, y una de las
formas de este examen era la abstinencia o renuncia al mundo, consideré oportuno seguir ahora con
este tema, explicando los diversos modos que hay de abstinencia y la necesidad que tienen de
practicarla todos los seguidores de la Ley de Moiés, dado que de ella depende el buen estado de sus
asuntos, tanto religiosos como mundanos, y la paz de sus almas y sus cuerpos en las dos vidas, en ésta
y en la futura. Así pues, conviene que expliquemos el tema de la abstinencia desde siete puntos de
vista:
Primero: qué es la abstinencia en general y la necesidad que de ella tiene la gente que vive en el
mundo.
Segundo: definiciones de la abstinencia especial y necesidad que de ella tienen los seguidores de
la Ley (Torá).
Tercero: clases en que se dividen los abstinentes.
Cuarto: explicación de las condiciones que se exigen para la abstinencia especial,
Quinto: en qué está de acuerdo la abstinencia con nuestra Torá.
Sexto: los textos que vienen en el Libro de Dios y en los de los Profetas acerca de la abstinencia.
Séptimo: diferencia entre lo que dicen acerca de la ascesis nuestros antepasados y predecesores y
lo que decimos nosotros.
ARTICULO PRIMERO
Qué es la abstinencia en general y la necesidad que de ella tiene la gente que vive en el
mundo
207
La abstinencia general es ciertamente necesaria, tal como dijimos en el capítulo tercero de este
libro: el Creador, ensalzado sea, al hacer a la especie humana, tuvo como objetivo ejercitar y probar a
las almas en esta vida, para que, una vez purificadas, se uniesen al rango de los santos ángeles, como
dice el Libro: "Si sigues mi camino y guardas mis mandamientos, [también administrarás mi templo y
guardarás mis atrios] y te dejaré acercarte a esos que están ahí" [Zacarías, 3, 7].
La sabiduría divina consideró que era necesario probar a las almas uniéndolas a unos cuerpos
terrenales que pudieran crecer y aumentar tomando los alimentos que les fuesen adecuados. En
consecuencia, el Creador, puso en las almas humanas una fuerza instintiva capaz de apetecer los
alimentos que Dios le tenía preparados a tal efecto en el mundo, a fin de conservarla y tenerla en orden
mientras estuviese unida al cuerpo. Del mismo modo organizó también en el alma otra potencia con la
cual tuviese una ardiente tendencia hacia la unión sexual, con el fin de engendrar así un nuevo
individuo que ocupase el lugar del anterior en el mundo, tras su muerte. Por otro lado, el Creador, dio
al hombre, como recompensa por estos dos menesteres, unos placeres asociados a la alimentación y la
procreación. De este modo, puso en manos del ser humano la pasión, a fin de que ésta le moviera a
alimentarse, beber, cohabitar y a todos los placeres y holganzas gracias a los cuales se conservaría bien
su cuerpo, como dice el Libro: "Todo lo hizo bello en su sazón”. “Además puso el mundo en su
corazón, sin que pueda el hombre descubrir la obra que Dios realiza del principio al fin. He reconocido
que nada hay bueno para ellos sino alegrarse y procurar el bienestar en su vida. Mas también que
cualquier hombre coma y beba y disfrute del bienestar por todo su esfuerzo; eso es un don de Dios"
[Eclesiastés, 3, 11].
Pero cuando la pasión triunfa sobre la razón haciendo que el alma le obedezca, el hombre se
inclina hacia aquellos excesos que abocan al deterioro de su salud y a la destrucción de su cuerpo. De
ahí la necesidad de adquirir el hábito de privarse ascéticamente de los placeres y satisfacciones
corporales, a fin de mantener el equilibrio de la salud y tener en orden las cosas en este mundo,
tomando, por ejemplo, sólo el alimento imprescindible. Esto se le alabará, como dice el Libro:
"Dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos" [Salmos, 112, 5].
Y, puesto que la especie humana necesita practicar la abstinencia general, gracias a la cual se
conserva el cuerpo en el mundo si únicamente se toma de éste lo necesario, se sigue, en consecuencia,
que es preciso haya en esta vida ascetas totales que corten por completo con las ocupaciones mundanas
para que tomen ejemplo de ellos todo tipo de hombres y practiquen la ascesis (abstinencia), de acuerdo
con sus necesidades, forma de vida y caracteres. Sin embargo, no habría orden en el mundo si todos sus
habitantes se dedicaran a semejante privación absoluta de las cosas terrenales, puesto que ello
acarrearía la desaparición de la civilización y de la continuidad de la especie humana. Como dice el
Libro: "Así dice el Señor, creador del cielo -El es Dios-, El modeló la tierra, la fabricó y la afianzó no
la creó vacía, sino que la formó para que esté habitada" (Isaías, 45, 18).
La ascética es, sin duda, uno de los pilares del mundo del que los hombres precisan tanto como
de las demás ciencias y artes en que algunos pueblos se han especializado en beneficio de toda la
humanidad. Esto supuesto, cada hombre y nación toma de estas ciencias y artes lo que más necesita y
se le acomoda, pues no sería bueno para el mundo, el que todos se especializasen en una sola ciencia o
en un solo arte, puesto que el orden total de la humanidad surge de la conjunción y unión de todas las
ciencias y artes, como dice el Sabio: "Todo lo hizo hermoso en su sazón" [Eclesiastés, 3, 11] pero
añade: "Todo tiene su tiempo y su sazón" (Eclesiastés, 3, 1).
Con lo que hemos dicho queda claro en qué consiste la ascesis en general y la necesidad que de
ella tienen los hombres para que haya buen orden en las cosas del mundo.
ARTICULO SEGUNDO
208
Definiciones de la ascesis (abstinencia) especial y necesidad que de ella tienen los seguidores
de la Ley
Dice el autor: son muy variadas las opiniones que los sabios dan sobre la definición de la ascesis
especial y sobre la necesidad que tienen de practicarla los seguidores de la Ley. He aquí algunas de las
definiciones de la abstinencia que estos sabios propone: "Abstinencia (ascesis) es el abandono de todo
aquello que distrae de Dios", "La ascesis consiste en rechazar el mundo y en dejar toda esperanza
puesta en él", "Ascesis es tener paz del alma y cercenar cualesquiera afecto hacia todo aquello en que
se pueda confiar", "Ascesis es la confianza en Dios", "Ascesis es limitarse a satisfacer el hambre y
cubrir las vergüenzas, rechazando todo lo que es superfluo", "Ascesis es arrojar del corazón a todos los
seres humanos y amar la soledad", "Ascesis es dar gracias a Dios por los beneficios que le ha
concedido y soportar con paciencia las pruebas a las que Dios le somete" y, por fin: "Ascesis es
prohibir al alma toda comodidad y placer corporal, salvo los que son naturales y estrictamente
necesarios para vivir, y arrojar del alma todo lo que no sea esto". De entre todas las definiciones que
acabamos de mencionar, esta última es la que más se acomoda a la que se emplea en nuestra Ley.
Y sobre la necesidad que tienen de ejercitar la abstinencia los seguidores de la Ley, digo lo
siguiente: el objetivo que persigue la Torá es que, en lo tocante a los placeres corporales, la razón
domine y prevalezca sobre todas las pasiones del alma. Pues es sabido que la prevalencia de los
placeres sobre la razón es el comienzo de todo pecado y la causa de todo vicio. La gente, cuando se
inclina a las cosas del mundo, es porque antes se ha apartado de su religión. En efecto, la pasión les
priva del punto de apoyo desde el que se pueden proteger del mal y les desvía del camino de sus
antepasados el cual es vivir moderadamente en el mundo, el de estar contentos con esta moderación y
el de cubrir sus necesidades sólo con lo imprescindible para la vida. Así, la pasión les hace ver como
hermoso el competir con los demás para aumentar las riquezas y les lleva a amar el bienestar y los
honores hasta que, al fin, se ven zambullidos en el océano de todos estos afanes. De este modo, la
pasión les obliga a tener que soportar los oleajes que continuamente se agolpan sobre ellos, haciendo
que se vuelvan sordos y ciegos para todo lo demás. En consecuencia no hay ninguno que no haga otra
cosa que entregarse a todos los placeres que logra y que puede conseguir. Y en esto consiste su religión
y su Ley, la cual, finalmente, les aparta de su Dios, hasta que mueren en ella, como dice el Libro: "Tu
maldad te escarmienta, tu osadía te enseña; mira y aprende que es malo y amargo abandonar al Señor,
tu Dios, sin sentir miedo" (Jeremías, 2, 19).
Y, si alguno de éstos no consigue alcanzar tales placeres, su alma y aspiraciones, buscándolos
ansiosamente, se prendan de ellos y los buscan apasionadamente noche y día, como dice el Libro:
"Acostado planea el crimen, se obstina en el mal camino no rechaza la maldad" [Salmos, 36, 5]. Y, sin
embargo, cada uno de los días que transcurren en tal estado pasa al olvido, es un fracaso, un fallo, un
mal negocio, una pobre aspiración, una mala elección, un ignorar por completo la recompensa que se
recibe a cambio de lo que se ha dejado, a saber: la otra vida, como dice el Libro: "Cambiaron su gloria
por la imagen de un toro que come hierba" (Salmos, 106, 20).
De este modo, las exigencias de los hábitos dominantes y la agonía que imponen las urgentes
necesidades ocupan su vacío con multiplicadas preocupaciones, subyugando a sus corazones. Cuanto
más se empecinan en semejante actitud, más se alejan de la verdad y, cuanto más se alejan de la luz de
la verdad a la que ellos dan la espalda, más se familiarizan con las pasiones a las que se entregan. En
consecuencia, las sombras que se ciernen sobre ellos se multiplican, el mundo material se agiganta en
el interior de sus almas y los ungüentos con que éste se perfuma les seducen. De este modo, construyen
el mundo con los escombros de su propia razón. Cuanta más y más civilización exigen al mundo, más
arruinan sus facultades racionales. Y ello, de tal manera, que llegan a pensar que sus errores son el
verdadero camino y que sus extravíos son el auténtico sendero de salvación, haciendo de ello su modo
de vida y su forma de cultura. Los padres enseñan todo esto a sus hijos, la juventud crece en este
209
ambiente, al pueblo se le recomienda que viva de semejante manera y los que son más distinguidos
rivalizan entre sí sobre tal manera de pensar y de vivir. De esta forma, el dominio del mal sobre la
gente se hace absoluto y la vida se llena de estupidez. La necedad mundana se convierte en algo bueno,
lo justo se torna en extravagante y el privarse de las cosas superfluas se tiene como negligencia. Todos
hacen lo que los demás hacen. Si uno es moderado, se le considera como incapaz de nada; si deja de
tener un hambre insaciable por las cosas del mundo, se piensa que es un descuidado; si se contenta con
lo suficiente para vivir, se le toma por un ser débil; si se lanza, en cambio, a hacer todo lo que el mundo
le exige, se le estima como un hombre enérgico. Si se da este último caso, la gente se deshace en
alabanzas mutuas, se enaltecen unos a otros, se establecen nuevas amistades, se irritan si alguien no
obra así, se sienten satisfechos al ver a los que son como ellos y actúan siempre con vistas a las
alabanzas de los demás. Sus vientres son su dios; las vestimentas que llevan, su religión; el adornar sus
mansiones, su educación. Orgullosos, se extravían en medio de su gran ignorancia, perdidos como van
por los caminos de la incapacidad y cargados como están con el peso de sus pasiones. De este modo,
buscan que sus servidores les recompensen por unas acciones que son propias de personas perversas, y
que les den el rango de hombres santos a cambio de una conducta depravada, como dicen nuestros
antepasados: "Cometen los pecados de Zimri y esperan la recompensa de Pinjas" [Sôtah, 22 b] 350.
Cuando la pasión haya producido en la mayoría de los seguidores de la Ley tales estragos como
hemos descrito, éstos necesitarán resistirla con la abstinencia especial cuya noción acabamos de
exponer al comienzo de este capítulo. Con esta resistencia, se restablecerá el equilibro de la Torá que se
había roto, con la cual se asegura el buen estado, tanto de la religión como del mundo. Así pues, es
preciso que haya, entre los seguidores de la Torá, algunos individuos que practiquen integralmente la
ascesis especial y lleven a cabo hasta el extremo las condiciones exigidas por ella, a fin de que
conduzcan a los demás, cuando sus almas y hábitos, movidos por la pasión, se inclinen y desvíen hacia
los apetitos animales. Estos tales serán así los médicos de la vida religiosa y de las almas, las cuales se
curarán, por su medio, de la enfermedad consistente en haber convertido las buenas conductas en
malas, de haber vencido las pasiones a la razón y de haberse ocupado de las cosas superfluas del
mundo, abandonando las exigencias de la religión.
En efecto, estos hombres tendrán como objetivo el curar a los que están enfermos
religiosamente; correrán a sanar con su ciencia verdadera a los que tienen sus almas afectadas por la
duda; devolverán a la sumisión a Dios a quienes han huido de ella, infundiéndoles confianza;
asegurarán el perdón de Dios a los que están agobiados por el peso de sus pecados, con tal de que se
arrepientan. Si viene a ellos alguno que se ha olvidado de Dios, se lo recordarán; si el que se acerca es
un hombre justo, se agasajarán con él; si es alguien que ama a Dios, le amarán; si es uno que enaltece
los caminos de Dios, lo engrandecerán; si es que ha cometido algún pecado, tratarán de corregirlo
recordándole que puede arrepentirse; si está enfermo, lo visitarán; si ellos tuvieran riquezas sobrantes
en este mundo, las compartirán con quien no las posee; si a alguien le ha sobrevenido una desgracia, le
harán compañía. Su papel en el mundo es como el del sol, el cual expande su luz sobre todo el
universo, desde lo más alto hasta lo más bajo, pues ilumina de la misma manera a los astros que están
por encima de él como lo hace con los que están debajo.
Estos sujetos que acabo de describir también son útiles en este mundo, como dice el Libro: "Si
encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos"
(Génesis, 18, 26) y "Dios hablaba ya de aniquilarlos; pero Moisés, su elegido se puso en la brecha
frente a El para apartar su cólera del exterminio" (Salmos, 106, 23). Y al final del verso, dice: "Fruto de
la honradez un árbol de vida; el sensato se gana a la gente" [Proverbios, 11, 30]. Y, por eso, dice
Débora, la paz sea con ella: "Tus amigos sean fuertes como el sol al salir" [Jueces, 5, 31].
Esta manera ascética de vivir encontramos que la llevaron nuestros Profetas, la paz sea con ellos,
y los más destacados de entre nuestros antepasados, en toda época, como aparece claro en sus libros y
te explicaré en su lugar oportuno, en la medida en que me sea posible, si Dios quiere.
210
ARTICULO TERCERO
A la pregunta de cuántas son las clases en que se dividen los ascetas, respondemos lo siguiente: la
ascesis se puede practicar por uno de estos dos motivos, de acuerdo con lo que antes hemos dicho: o
por razones religiosas o por razones mundanas.
Los que practican la ascética en virtud de la lucha religiosa que mantienen, que son por cierto los
verdaderos ascetas, se dividen, a su vez, en tres clases:
Primera: los que siguen al pie de la letra la noción de ascesis en su sentido más elevado, a fin de
parecerse a los seres espirituales en el abandono de todo lo que pueda apartarles de Dios. En
consecuencia, huyen de la gente, se marchan a los desiertos solitarios o a los montes abruptos, en donde
no hay ni sociedad ni ser humano alguno. Allí comen las hierbas de la tierra y las cortezas de árbol que
consiguen. Se visten con andrajos y lana, se albergan en las grutas de las rocas. A estos hombres, el
temor de Dios les aparta del temor a las creaturas y el gusto que les proporciona el amor de Dios les
hace apartarse del amor de los hombres. Se conforman, por fin, con lo que poseen venido de Dios y no
esperan nada de los seres humanos. Esta clase de ascetas, es la que más se aleja de los límites justos
marcados por la Ley, pues descuidan por completo sus asuntos mundanos, siendo así que no está
mandado por la Ley el que se abandone totalmente la vida social, a la manera como lo hemos dicho
anteriormente a propósito de lo que dice el Libro: "Así dice el Señor, Creador del cielo El es Dios: El
modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitada" (Isaías, 45, 18).
Segunda: los que se mantienen en un punto medio de la ascesis. Estos rechazan los bienes
superfluos del mundo y son constantes en el dominio de las pasiones de su alma. Ahora bien, los bienes
superfluos son, a su vez, de dos tipos: primero, el de los bienes que son exteriores y ajenos al hombre,
tales como las riquezas materiales, la comida, la bebida, el vestido, la casa. El segundo tipo es el de los
bienes que están unidos al hombre y cuya causa es inseparable del mismo, como es el hablar, el reír, el
estar tranquilo, el buscar las cosas superfluas y prestarles atención, el dar vueltas a la cabeza para lograr
las cosas innecesarias. Pues bien, esta clase de ascetas prescinde de ambas formas de bienes superfluos
pero sin pensar en abandonar la vida social, con el fin de proporcionar a sus cuerpos los alimentos
necesarios. De este modo, cambian el desierto y el monte por la soledad en medio de sus propias casas
y por el aislamiento dentro de sus moradas. Como consecuencia, logran así cumplir con los dos tipos de
vida mundana y religiosa y consiguen los dos premios, el de esta vida y el de la otra. Estos hombres
están más cerca del justo medio marcado por la Torá que aquellos que se han mencionado en el
apartado anterior.
Tercera: los que siguen el camino más sobrio de la ascesis, a saber: los que abandonan el mundo
en el interior de sus corazones y conciencias, pero conviven con la gente externamente, con sus
cuerpos, en las cosas que atañen a la vida social, como es por ejemplo el cultivar la tierra y el procrear.
Estos tales consagran sus mismos cuerpos al servicio de Dios, ensalzado sea, pues son conscientes de
que el hombre está en este mundo a título de prueba y como prisionero y extranjero que ha sido
desterrado del mundo de los espíritus al cual pertenece. Sus almas, así, se hallan en el mundo y entre
sus cosas, completamente a disgusto, ansiando la otra vida y esperando la muerte. Se proveen de los
suministros necesarios para el momento de su partida a la otra vida y piensan, con antelación, en lo que
les espera en la mansión eterna. No toman del mundo sino lo que les es estrictamente necesario y no
abandonan lo que les es conveniente para la otra vida, de acuerdo con sus fuerzas. De entre todas las
clases de ascetas que hemos mencionado anteriormente, ésta es la que más se acerca a los límites
impuestos por la Torá.
211
Ahora bien, los ascetas que practican la renuncia de las cosas de esta vida para granjearse algún
provecho mundano y ello lo hacen con los miembros externos y no desde sus conciencias y corazones,
se dividen también en tres clases, a saber:
Primera: aquellos que dominan sus deseos de obtener algunos placeres, para así tener fama de
ascetas y ser alabados por su religiosidad y virtudes, ya que éste es un medio poderoso para conseguir
sus máximas aspiraciones. Pero estos tales son unos hipócritas tanto de la ascesis como de la vida
religiosa. Obran así, para ganarse la confianza de las gentes haciendo que éstas les confíen sus bienes y
sus secretos, lo cual les capacita para causarles mayores daños. Estos hombres pertenecen a la peor
estirpe y son los que más lejos están de la verdad. Su conducta es la más abyecta y sobre ellos dice el
Libro: "Su lengua es flecha afilada, su boca dice mentiras, saludan con la paz al prójimo y por dentro le
traman asechanzas" [Jeremías, 9, 7].
Segunda clase: la gente que consigue algunas pocas riquezas del mundo, pero que, al ver lo
rápidamente que se van y los cambios de fortuna que pueden sufrir (habida cuenta de que a penas han
puesto sus asuntos en manos de Dios), restringen al mínimo sus alimentos, domeñan sus pasiones y
aparentan paciencia y tristeza ante el mundo. Con ésto pretenden mostrar que hacen todo ésto por
ascesis, pero, en verdad, no lo realizan sino por una extraordinaria ansia de las cosas mundanas, por
deseo de acrecentar sus bienes, por temor a la pobreza y por una falta de conformidad con lo que les ha
tocado en suerte. De estos tales dice el Sabio: "Dios concedió a un hombre riquezas y bienes de
fortuna, sin que le falte nada de cuanto puede desear; pero Dios no le concede disfrutarlas" [Eclesiastés,
6, 2].
Tercera clase: los que no pueden conseguir riquezas materiales ni logran los bienes mundanos
más imprescindibles, quedando así reducidos a la mayor estrechez. Pero deciden vivir decorosamente
en esta situación y contentarse con lo que pueden lograr por sí mismos, no queriendo adoptar la actitud
de pedir limosna ni de rebajarse a solicitar la conmiseración de los demás. En consecuencia, dominan
sus pasiones a base de pasar hambre continuamente y de vestir con sencillez. Con ésto, tratan de
atribuir lo que hacen a ascetismo y a privación voluntaria del mundo, para guardar las apariencias.
Dejan así de pedir ayuda a los demás para no ser despreciados en esta vida.
Pero si quieres conocer al verdadero asceta, de entre todos los que pretenden serlo (bien sea
porque lo hacen por motivos religiosos o por razones mundanas), somételo a la prueba de las
condiciones que se requieren para que haya una ascesis perfecta, las cuales te voy a mencionar a
continuación. Así, sabrás distinguir, si Dios quiere, entre la verdadera ascesis y la falsa.
ARTICULO CUARTO
Dice el autor: en relación a las condiciones requeridas para la ascesis especial, hay que atenerse a
lo que dijo al respecto un hombre virtuoso, a saber:
"El asceta es un hombre que tiene la alegría en su rostro y la tristeza en su corazón. Su pecho es
grande en generosidad pero su alma se tiene en poco. No guarda rencores ni envidias. No habla mal de
los demás ni es chismoso. Odia los honores, aborrece el renombre. Es grave de semblante, paciente,
agradecido, muy pudoroso y no sabe ofender. Si se ríe, no lo hace estrepitosamente; si se enfada, no se
sobrepasa. Se ríe sólo sonriendo. Pregunta para aprender. Su ciencia es inmensa; su humildad enorme;
sus decisiones, firmes. Ni se precipita en la acción ni se comporta como un necio. Es cortés en las
discusiones y noble en las respuestas que da. Es justo cuando se enoja, generoso cuando algo se le pide,
sincero en los afectos, fiel en los pactos y promesas que hace. Se contenta con lo que Dios dispone. Es
señor de sus pasiones. No responde groseramente a quien le causa un perjuicio. No se ocupa de lo
innecesario. No se alegra de las desgracias ajenas. A nadie recuerda las calumnias que se le hayan
212
podido hacer. Es poco gravoso para los demás y, por el contrario, les ayuda mucho. Es sumamente
agradecido, aunque le sobrevengan desgracias, y en extremo paciente en los contratiempos. Si algo se
le pide, lo da; si se comete contra él una injusticia la perdona; si se le priva de algo, es generoso; si los
demás le apartan, él se acerca a ellos. Es más suave que la nata y más dulce que la miel. Exhorta a los
demás al bien; dice la verdad; deja sus propios deseos; espera el día en que cumplirá el plazo de su
vida. Habla, pero además actúa. Es sabio, decidido, buen amigo de los que tienen buenas costumbres.
Es lámpara en la tierra, ayuda del débil, socorro de los apesadumbrados. Nunca desvela lo oculto ni
propala los secretos. Si sus desgracias son muchas pero se queja poco. Cuando ve algo que está bien, lo
publica; pero, en cambio, cuando encuentra algo que está mal hecho, lo disimula. Es un hombre que
está contento con su suerte y que es honrado, puro e inteligente. Su trato es agradable y sus ausencias
se sienten profundamente. La ciencia que tiene le purifica y su buen juicio le sirve de adorno. Es un
acicate para el que piensa y un maestro para el ignorante. Cualquier esfuerzo que se hace es, para él,
más puro que los suyos propios y cualquier alma, ante sus ojos, es más santa que la suya. Conoce sus
defectos y recuerda bien sus pecados. Ama a Dios y busca el complacerle. No se venga de lo que se le
hace ni persevera en su cólera. Se trata con los que le recuerdan sus deberes; se sienta con los pobres;
es amigo de los que son sinceros; es fiel con los verdaderos amigos; es la ayuda del desposeído; es
padre para el huérfano, protección para la viuda y refugio para los pobres".
A estas condiciones hay que añadir los deberes de los corazones que hemos mencionado
anteriormente en este libro y que no es preciso que los repita aquí para no alargar este capítulo.
ARTICULO QUINTO
A la pregunta de cuál es la ascesis que más se adecua a nuestra Ley, respondemos lo siguiente: la
ascesis cuya práctica se acomoda más a nuestra Ley es de tres clases. Primera, la que se lleva a cabo en
el comercio y trato con los hombres. Segunda: la que se practica en soledad (sin necesidad de los
demás) cuando se hace uso de nuestros sentidos corporales y nuestros miembros externos. Tercera: la
que se ejercita también en soledad, pero sólo en nuestro interior, en las cosas que atañen a nuestra
forma de ser, a nuestras convicciones y a cuantas ideas ocultan nuestros pechos, tanto buenas como
malas. Voy a explicar todo ésto brevemente, en la medida de mis posibilidades y con la ayuda de Dios.
La manera de practicar la ascesis que se adecua a nuestra Ley y que dice relación a nuestro trato
con los otros hombres es la siguiente: mostrar buen semblante y alegría cuando nos encontramos con
ellos, teniendo un talante humilde, sencillo y dulce y un espíritu modesto para con todos. Además, hay
que tener compasión, bondad y benevolencia para con los demás, quitándoles las cargas que soportan,
siéndoles muy agradecidos y tratándolos bien, sin que esperemos ningún beneficio ni cosa alguna que
posean como recompensa. Más aún: hay que ayudar a los demás en sus necesidades, tanto religiosas
como mundanas, dirigiéndolos hacia aquellas cosas que agradan a Dios; hay que soportar con paciencia
sus groserías, quejándonos de ellas solamente ante Dios, no ante los hombres; hay que abstenerse de
asistir a reuniones en que se come, se bebe o se escucha música, evitando todo contacto con personas
que puedan llevarnos a ofender a Dios o a salirnos de los límites marcados por el ideal de hombre, de
los lazos de la buena educación o cosas parecidas.
La ascesis que se acomoda a nuestra Ley y que pertenece al grupo segundo, cual es la que se
practica en solitario con nuestros sentidos y miembros externos, se divide en dos formas: una, la que se
refiere a cosas que nos están prohibidas, cuales son las trescientas sesenta y cinco prohibiciones del
Talmud 356. Y otra, la que abarca las cosas que nos están permitidas, como son todos los placeres de
que podemos gozar y que son lícitos.
213
Estas dos formas se dividen a su vez en otras tres. Pues todo lo que nos está prohibido es de una
de estas tres maneras: o bien se trata de cosas cuya apetencia está en la naturaleza misma del hombre,
como son el adulterio, el abuso de poder, la usura y el comer o beber mucho (cosas todas que nos están
vedadas); o bien se refiere a acciones que la naturaleza ni rechaza ni apetece, como es el vestirse con
trajes hechos con hilos mezclados o comer carne con grasa, tocino y otras cosas parecidas a éstas; o
bien se trata de aquellas cosas que la naturaleza aborrece y que repugnan al hombre, como por ejemplo
comer carroña, muertos, sangre y muchas especies de animales que el hombre no encuentra agradables,
como son las ocho clases de reptiles de la Ley y cosas semejantes 357.
Según ésto, hermano mío, debes domar tu naturaleza practicando la ascesis en todas aquellas
cosas que Dios te ordena te prives de ellas, de tal manera que llegues a aborrecer y odiar los placeres
prohibidos y las pasiones vedadas hasta el extremo de que terminen igualándose en tu natural, la
repugnancia al pecado y la tendencia al mismo. De este modo, conseguirás que el adulterio, el tomar el
dinero de los demás de forma prohibida, el jactarse por los defectos del prójimo y el echárselos en cara
(cosas todas que la gente apetece por naturaleza) sean para ti lo mismo que el comer ratas, sangre o
cerdo (cosas todas que aborreces y detestas naturalmente). Y, cuando llegues a este grado de ascesis en
las cosas que te están prohibidas, sin violentar a tu naturaleza ni sufrir tu alma pena alguna, entonces
estarás en el grado de los que son inmunes de todo desliz y pecado, de los cuales dice el Santo, la paz
sea con él: "Al honrado no le pasa nada malo" [Proverbios, 12, 21].
Lo mismo ocurre con lo que nos está permitido, dentro de las diversas cosas que son lícitas.
También tiene tres categorías. La primera consiste en tomar los alimentos, no por placer sino porque no
se puede ni prescindir de ellos ni existir sin ellos. La segunda estriba en tomar los alimentos lícitos por
simple gusto y buscando un placer moderado, pero sin excedernos ni descuidarnos; por ejemplo,
comiendo el pan que nos es necesario pero puro, bueno y bien elaborado o tomando con moderación
bebidas que son agradables. Y lo mismo se diga del vestido, de la vivienda y de todas las demás cosas
que usamos. La tercera apunta al uso inmoderado de abundantes placeres lícitos. El que así obra acaba,
al final, en los placeres ilícitos y se aparta del cumplimiento de los deberes para con Dios, ensalzado
sea, a que está obligado. Como dice el Libro: "Porque beben y olvidan la Ley y desatienden el derecho
del desgraciado" [Proverbios, 31, 5].
En consecuencia, hermano mío, conviene que practiques la ascesis en los placeres lícitos, con
todas tus fuerzas, como si se tratase de los prohibidos, a fin de que no descuides la Ley y vayas
flojeando en el cumplimiento de tus deberes. A este respecto sabes bien lo que Dios ordenó al Rey en
aquellos textos: "No tendrá muchas mujeres" [Deuteronomio, 17, 17] y añade: "No aumentará su
caballería" [Deuteronomio, 17, 16] y "Este fue precisamente el pecado de Salomón, rey de Israel"
[Nehemías, 13, 26]. Y ésto lo hizo Salomón a pesar de su gran capacidad intelectual, amplitud de
comprensión y majestad.
Así pues, ten cuidado, de acuerdo con tu capacidad de comprensión, y practica la ascesis en todo
aquello que pueda apartarte del cumplimiento de tus deberes para con Dios, poniendo en ello tu
corazón e intención. Y, si te es difícil cumplir con tus cosas de la otra vida y consagrarte a ellas,
impedido por la apremiante necesidad que tienes de procurarte el alimento par vivir en este mundo,
recuerda lo que nos dicen las tradiciones antiguas de muchos que se esforzaron en las cosas de esta vida
a la vez que practicaron la ascesis. Por ejemplo, Aba Hiqlia [Ta′anît, 23 a] 358 que labró la tierra siendo
un asalariado; o šamay [šabbât, 31 a] que se dedicó a ser constructor; o Hillel [Ŷômâh, 35 b] que
recogía leña y vivía del producto de ésta.
Pero que tu vida ascética no impida a tu corazón el ocuparte de las cosas del mundo, puesto que
en él vas a servir a Dios, tal como lo hemos dicho anteriormente. Sin embargo, cuando puedas dejar tu
dedicación a las cosas mundanas, abandónalas *y entrégate a la sumisión a Dios. No desfallezcas
cuando no puedas hacer ésto, presionado por la necesidad que tienes de procurarte el alimento que
necesitas para vivir* 359, pues Aquel que conoce perfectamente tu interior, te ayudará a realizar tu
214
deseo de servirle, como dicen nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "El que cumple con la Ley en
medio de la pobreza, la cumplirá también en medio de la abundancia. Pero quien abandona la Ley en la
abundancia, también abandonará en la pobreza" [Abôt, IV, 9].
Por consiguiente, es necesario que te esfuerces en dominar tus sentidos y los movimientos de tus
miembros externos, tal como te he dicho antes 360. Así, empezarás, al principio, por educar tu lengua,
por atar tus labios y practicar la ascesis en todas tus palabras, de modo que te sea más fácil mover el
más pesado de tus miembros que poner en movimiento tu lengua. Y ésto, porque la lengua es la más
rápida de los miembros a la hora de cometer errores y la que más peca, por su ligereza y velocidad de
movimientos, por su facilidad en llevar a cabo sus actos y por su poder de hacer el bien o el mal, sin
ningún intermediario. Según ésto, hermano mío, oblígate a poner todo tu empeño en atarla y dominarla;
no le permitas hablar sino lo estrictamente imprescindible, por necesidades religiosas o mundanas; y
suprime con todas tus fuerzas lo superfluo, para que te veas libre de los males que acaso te acarree,
como dice el Sabio: "Muerte y vida están en la lengua" [Proverbios, 18, 21]. Y sábete que he puesto a
la lengua a la cabeza de todos los demás sentidos y miembros, porque es más difícil de dominar que
éstos, como dijo el Santo, la paz sea con él: "¿Hay alguien que quiera vivir y desee pasar años
prósperos? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad" [Salmos, 34, 13-14]. Y en nuestro
Libro, hay tantas exhortaciones a hablar poco, que la mayoría de ellas no se nos ocultan ni nos son
desconocidas.
Si quieres ver con claridad lo que te he dicho sobre los muchos pecados que comete la gente con
la lengua, piensa en lo que ha salido de tu boca durante un día, en tus conversaciones y trato con la
gente, y, si puedes anotar todo ésto, hazlo. Luego, reflexiona y medita en tu interior, cuando te
encuentres a solas contigo mismo durante la noche, y verás lo que has dicho por necesidad y de manera
superflua, lo que no te favorece o te reporta perjuicios, como son las mentiras, las calumnias, los
juramentos y las maledicencias. Entonces se te mostrarán con toda claridad tus deficiencias y
aparecerán tus defectos. Investiga siempre todo ésto como lo harías con los defectos de tu enemigo y no
dejes de hacerlo ni un solo instante de tu vida, para que se purifique tu lengua y tus discursos sean
escasos. Sustituye el mucho hablar por el pensar largamente, por el mantenerte reflexivo y por el
examinar tu conciencia ante Dios. La reflexión es como una lámpara que introduces en tu corazón y el
examen de conciencia como un sol que ilumina las tinieblas de tu interior y que te revela lo bueno y lo
malo que se oculta en tu alma. La lengua es la puerta de tu intimidad: si se descuida y no lucha por
proteger lo que hay dentro, entonces se viene abajo la puerta de tus tesoros, se escapan las cosas que no
quisieras que saliesen y se hacen públicas las que no te conviene que se conozcan. Si guardas tu lengua,
guardas el tesoro de tu corazón y cuanto este encierra, como dice el Libro: "Necio callado pasa por
sabio" [Proverbios, 17, 28] y "Que no te precipiten los labios ni te arrastre el pensamiento" [Eclesiastés,
5, 1].
Luego, esfuérzate, tras ésto, en dominar tus ojos y tu vista, evitando mirar lo que no te interesa o
lo que aparta a tu corazón de pensar en lo que te beneficia. Prívate de los excesos de la vista cuales son
aquellas cosas que te pueden reportar algún daño. Dios merece más ser temido y respetado, que ser
ofendido, como dice el Libro: "Sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos" [Números, 15, 39] y
nuestros antepasados dicen: "El corazón y los ojos son dos corredores del pecado" [Berakôt, 10, 1].
Utiliza la vista y la mirada para ver en las creaturas al Creador, ensalzado y honrado sea, a fin de que
puedas reflexionar y meditar en ellas para que entiendas la sabiduría y poder del Creador, a través de la
creación, como dice el Santo: "Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos [la luna y las estrellas que
has creado etc...]" [Salmos, 8, 4] y "El cielo proclama la gloria de Dios" hasta el final del salmo
[Salmos, 19, 2 y ss.] 361.
Después de todo ésto esfuérzate en atar tus orejas y oídos protegiéndolos de todo lo que no te
conviene. Prívate de los excesos del oído con todas tus fuerzas y no prestes atención a aquello cuya
escucha te perjudicaría, como son las excesivas habladurías, las mentiras, las calumnias, las
215
maledicencias. Practica la ascesis privándote de todo aquello que te conduce a la desobediencia a Dios
y a abandonar sus preceptos, como son los cantos, las melodías, los placeres y emociones estéticas que
te apartan de las virtudes y del bien. Presta atención con tus oídos a las palabras de los sabios de Dios y
de su Ley, como dice el Sabio: "Presta oído y escucha las sentencias de los sabios" [Proverbios, 22, 17]
y "Oído que escucha la reprensión saludable, se hospedará en medio de los doctos" [Proverbios, 15,
31].
Luego, te esforzarás en dominar el sentido del gusto, tomando sólo la comida y bebida necesarias
para vivir y privándote de todo lo que sobrepasa ésto. Emplearás este método: reduce toda la multitud
de platos a uno solo, si puedes, y conténtate con tomar de él un poco nada más, también si te es posible.
De este modo, buscarás solamente que el pan sea digerido en tu vientre sin pretender otros placeres.
También te acostumbrarás, en ciertos momentos, a comer únicamente pan, dominando así a tu
naturaleza, de tal modo que te llegue a ser sencillo hacer ésto cuando te sea difícil encontrar otros
alimentos. Si puedes hacerlo, deja los manjares que exigen mucha elaboración y limítate a los que no
precisan excesivo trabajo para cocinarlos, como son las aceitunas, el queso, los higos, las uvas y otros
similares. Si eres de los que tienen por costumbre comer dos veces diariamente, haz la comida diurna
más ligera que la de la noche, para que los movimientos de tus miembros sean más ágiles durante el día
y te sea más fácil cumplir tus deberes religiosos y mundanos. Practica el ayuno, si tu cuerpo lo resiste,
al menos una vez por semana. En cuanto te sea posible, acostúmbrate a poner poca atención en las
comidas y bebidas a fin de dominarlas. Esfuérzate en considerar aquello que comes más como una
medicina que como un manjar. En cuanto al beber, que sólo sea agua, salvo en el caso de que tomes
vino para bien de tu cuerpo o para alejar alguna tristeza, como dice el Libro: "Dale el licor al
vagabundo y el vino al afligido" [Proverbios, 31, 6]. Pero guárdate de beber demasiado, de abusar del
vino y de asistir a reuniones para beber, pues ésto es una auténtica enfermedad para la vida religiosa y
mundana. Ya lo dijo el sabio de modo suficiente: "El vino excita, el licor enajena, y quien se tambalea
no se hará juicioso" [Proverbios, 20, 1]. Y acerca del comer y del beber afirma lo siguiente: "No te
juntes con bebedores ni vayas con comilones" [Proverbios, 23, 20].
A continuación pon todo tu empeño en evitar que tus manos se apoderen de los bienes mundanos
que no son tuyos. Abstente de cualquier forma de robo, traición, violencia o agresión a los otros.
Medita en los movimientos de tus manos, piensa en los castigos que sus acciones merecen y procura
mantener tu ideal de hombre y de educación, dejando de cometer con ellas cosas depravadas, como
dice el Libro: "[Dichoso el hombre] que guarda su mano de obrar el mal" [Isaías, 56, 2] y "El que
sacude la mano rechazando el soborno [....ese habitará en lo alto]" [Isaías, 33, 15]. Por el contrario,
emplea tus manos en cumplir tus deberes para con Dios y ábrelas para dar al que es débil y pobre,
como dice el Libro: "[No endurezcas el corazón ni cierres la mano a tu hermano pobre],ábrele la mano
[y préstale a la medida de su necesidad]" [Deuteronomio, 15, 7-8] y "Abre sus manos al necesitado [y
extiende el brazo al pobre]" [Proverbios, 31, 20]. Así, debes adquirir por ti mismo lo que precisas, sin
necesidad de que lo pidas a los demás, o de que tomes lo que no debes, o de que los demás se apoderen
de unos méritos que deberían haber sido tuyos pero que ellos los logran por la caridad y favores que te
hacen realizando unas buenas obras que deberían haber sido tuyas, con lo cual te arrebatan tus méritos
precisamente quienes te favorecen. No seas, pues, gravoso a los otros y ten en cuenta lo que dijo un
sabio: "Dios bendiga al siervo que se priva del mundo, pero sin que su ascesis sea en modo alguno a
costa de sus hermanos a los cuales libera de la carga [de ocuparse de él] porque obtiene su sustento
entregándose a alguna ocupación con la que se lo gana". Como dice el Libro: "Comerás el fruto de tu
trabajo" [Salmos, 128, 2]. Suele decirse: "La ascética se comienza consiguiendo un trozo de pan". Y
otro dijo: "El punto de partida de la ascesis es mirar por el logro del propio pan", lo cual quiere decir
que debemos ser de esos que se ganan la vida con su propio esfuerzo.
Después, corre, según ésto, con tus dos pies apartándote de quienes marchan tras todo tipo de
iniquidades y buscan cosas superfluas, como dice el Libro: "Dichoso el hombre que no sigue el consejo
216
de los malvados [ni se detiene en la senda de los pecadores ni se sienta en la reunión de los cínicos"
[Salmos, 1, 1]. Dirígete más bien hacia la realización de obras buenas y hacia las asambleas de los
sabios, como dice el Libro: "Trata con los doctos y te harás docto" [Proverbios, 13, 20] y "Para que
sigas el buen camino y te mantengas en los senderos de los hombres honrados" [Proverbios, 2, 20].
El Libro reúne todo cuanto hemos dicho anteriormente acerca del dominio de los sentidos. Así,
dice: "¿Quién de nosotros habitará un fuego devorador?" y sigue a continuación: "El que procede con
justicia y habla con rectitud [y rehusa el lucro de la opresión; el que sacude la mano rechazando el
soborno y tapa su oído a propuestas sanguinarias; el que cierra los ojos para no aceptar la maldad, ese
habitará en lo alto]" [Isaías, 33, 14-15]. Después, el sabio los vuelve a citar incluyendo al corazón de
esta manera: "Seis cosas detesta el Señor [y una séptima la aborrece de corazón]: ojos engreídos,
lengua embustera, [manos que derraman sangre inocente] corazón que maquina planes malvados, [pies
que corren para la maldad] testigo falso que profiere mentiras [y el que siembra discordia entre
hermanos]" [Proverbios, 6, 16-19]. Y lo mismo encontrarás en el salmo que comienza: "Señor, ¿quién
puede hospedarse en tu tienda [y habitar en tu monte santo]? El que procede honradamente y practica la
justicia [el que habla sinceramente y no calumnia con su lengua]" [Salmos, 15, 1-3 y ss.] 362.
Te conviene saber, hermano mío, que tu esfuerzo por seguir todas estas reglas referentes a tus
sentidos será inútil si abandonas una sola de ellas, pues son como perlas ensartadas en un hilo en forma
de collar: si se desprende una, se sueltan todas y se viene abajo el conjunto. Así pues, esfuérzate en ser
vigilante en todas a fin de que cada una ayude y proteja a las demás, como dicen nuestros antepasados:
"Un precepto arrastra a otro precepto; una transgresión acarrea otra transgresión" [Abôt, IV, 2]. Y dice
el Santo acerca de cómo unas virtudes siguen a otras: "Dichoso el hombre que me escucha, velando en
mi portal cada día [guardando las jambas de mi puerta]" [Proverbios, 8, 34]. En este texto, la
progresión secuencial es: "escucha", "velando" y "guardando".
Por fin, respecto a la tercera clase de ascesis, la que se refiere exclusivamente a nuestras
conciencias y convicciones y a las tendencias buenas y malas que se esconden en nuestros pechos, digo
lo siguiente: ante todo hay que practicar la ascesis con nuestros corazones y convencimiento interior en
lo referente a la adquisición de bienes del mundo, no buscando sino los más imprescindibles para vivir.
No hay que querer ganarse la vida para obtener placeres corporales, ni para adquirir paz o poderío, ni
para rivalizar con otros a fin de lograr unos bienes mundanos que rápidamente desaparecerán. Que tu
ascesis sea hecha solamente por Dios, ensalzado sea, y no para lograr fama ni para guardar las
apariencias ante los demás *cuando te resistes a los placeres* 363, ni para acrecentar tus riquezas con
tus privaciones. Ni sobrepases en ésto tampoco los límites impuestos por la Ley, ayunando, por
ejemplo, en sábado, en las fiestas o en el día primero de cada mes 364 Prohíbete igualmente a ti mismo
y por la misma razón, el practicar la ascesis privándote de lo que te manda el Señor, como es, por
ejemplo, el procrear para propagar la especie. Más bien, lo que debes hacer es practicar la ascesis, tanto
interior como exteriormente, de acuerdo con los preceptos de la Ley y de la Tradición.
Recorta las esperanzas que tienes puestas en el mundo como si fueras a dejarlo al atardecer del
día de hoy. Repasa en tu interior lo que hemos dicho antes en el capítulo dedicado al examen de
conciencia. Deja de esperar en aquellas cosas que están en manos de los hombres y abandónate en Dios
confiando en la voluntad y decretos del Señor. Teme a Dios, ensalzado y honrado sea, en todas y cada
una de las cosas que he explicado y explicaré en este libro, si Dios quiere. Cumple con todos los
deberes de los corazones que he expuesto en este tratado y que, sin duda, te obligan, puesto que son los
pilares de la ascesis en este mundo. Investiga todo ésto y compromete tu interior y corazón a conseguir
por su medio todas las virtudes, si es que Dios Altísimo lo quiere.
ARTICULO SEXTO
[Textos que vienen en el Libro de Dios y en los de los Profetas acerca de la ascesis].
217
En relación a la explicación de lo que el Libro de Dios y la Tradición de nuestros padres trae
acerca de la ascesis en este mundo, [hay que destacar lo siguiente]:
Lo que dijo Jacob, nuestro padre, la paz sea con él: "[Si Dios está conmigo y me guarda en el
viaje que estoy haciendo] si me da pan para comer y vestidos para cubrirme [....entonces el Señor será
mi Dios]" [Génesis, 28, 20].
Moisés, la paz sea con él, ayunó tres veces durante cuarenta días con sus respectivas noches.
Igualmente Elías, la paz sea con él, como dice el Libro: "[Elías se levantó, comió y bebió] y con la
fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches" [Reyes I, 19, 8] 365. Al Nazarita
Dios le beneficia y le llama "sagrado", como dice el texto: "Mientras dura su nazireato será sagrado"
[Números, 6, 8] 366. Si ésto lo hace con alguien que se priva del fruto de la vid y que se deja crecer el
pelo, con mayor razón lo hará con quien domina sus pasiones apartándose de todo placer: este tal será,
sin duda, recompensado y premiado con más motivo.
Observa lo que se dijo de Aarón, la paz sea con él: "Cuando tengáis que entrar en la tienda del
encuentro, tú o tus hijos [no bebáis vino ni licor y no moriréis]" [Levítico, 10, 9] 367. Y ésto, porque
pone en guardia a todo el que va a realizar algún acto de servicio a Dios, de que no se dedique a nada
que pueda distraerle de la sumisión a Dios, como dicen nuestros antepasados: "Si uno bebe un cuarto
[de una jarra de vino] no enseñará; si uno bebe un cuarto, no hará ninguna oración" [Erûbîm, 64 a].
Recuerda también la historia de Jonadab, hijo de Recab, que ordenó a sus descendientes que no
bebiesen vino, ni labrasen ni sembrasen la tierra para plantar viñas, ni que construyesen casas sino que
habitasen más bien en chozas, fuera de la civilización. Esta era la costumbre de los ascetas, a los cuales
alaba aquel dicho del Libro: "Nunca faltarán descendientes de Jonadab, hijo de Recab, que estén a mi
servicio todos los días" [Jeremías, 35, 19] 368. Igualmente recuerda lo que hizo Elíseo cuando pasó
junto a él Elías, la paz sea con él, mientras, como dice el Libro, "estaba arando con doce yuntas en
fila": dejó lo que tenía entre manos y siguió a Elías, tal como lo cuenta el Libro: "[Entonces Eliseo,
dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió]: "Déjame decir adiós a mis padres [luego vuelvo y te
sigo".] luego se levantó marchó tras Elías y se puso a su servicio" [Reyes I, 19-21].
Indudablemente que era esta la costumbre de muchos de los hijos de los Profetas en aquella
época y en otras anteriores: la de dejar las ocupaciones mundanas y el cuidado de los asuntos
corporales, para salir de las ciudades y quedarse solos consigo mismos para pensar en Dios, ensalzado
sea. Por eso la Ley nos ordena que ayunemos mientras hacemos penitencia y pedimos perdón a Dios,
para que dominemos nuestras pasiones apartándolas de todo placer, puesto que ellas son el medio más
poderoso para hacernos pecar, como dice: "Se hartaron y se engreyó su corazón" [Oseas, 13, 6] y, al
contrario, dice: "[Hasta que se sientan reos y acudan a mí] y en su aflicción madruguen en busca mía"
[Oseas, 5, 15].
También afirma el Libro: "No se vestirán mantos peludos para engañar" [Zacarías, 13, 4], lo cual
quiere decir que los hombres virtuosos de los tiempos antiguos, vestían de tal forma que se envanecían
hipócritamente. Sobre ésto dice también el Libro: "Antes de sufrir, yo andaba extraviado, pero ahora
me ajusto a tu promesa" [Salmos, 119, 67] y también: "Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus
mandamientos; más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata" [Salmos,
119, 71-72].
También hay que recordar la conducta de Job, que se describe a sí mismo como un hombre
indiferente ante el mundo y ante sus cosas, a la vez que somete sus sentidos y aparta su mano y su
lengua de todo lo que pueda contener alguna desobediencia a Dios, prefiriendo la verdad, practicando
la justicia con los oprimidos y haciendo el bien a los afligidos, todo ello a la manera de los ascetas que
se privan del mundo.
Igualmente es digno de mención lo que hizo Daniel cuando se dirigió a Dios, ensalzado y
honrado sea, en oración, durante el exilio (me refiero al primer exilio), cuyas penalidades tanto le
218
afligieron. Entonces dice que "No comía manjares exquisitos [no probaba vino ni carne, ni me ungía
durante las tres semanas]" [Daniel, 10, 3] y, en consecuencia, oyó una voz que le dijo: "[No temas,
Daniel] desde el día aquel en que te dedicaste a estudiar y a humillarte ante Dios, [tus palabras han sido
escuchadas y yo he venido a causa de ellas]" [Daniel, 10, 12]. Esta es la mejor manera de ascesis.
Recuerda también lo que hicieron los ninivitas ante la amenaza que Dios les lanzó: "Creyeron a
Dios los ninivitas, proclamaron un ayuno [y se vistieron de sayal pequeños y grandes]" [Jonás, 3, 5].
Del mismo modo procedieron nuestros padres en la historia de Haman, cuando dice que "De provincia
en provincia, según se iba publicando el decreto real, todo era un gran duelo, ayuno, llanto y luto para
los judíos [muchos se acostaron sobre saco y ceniza]" [Ester, 4, 3]. Otras historias semejantes
encontrarás con todo detalle, si buscas en nuestro Libro, entre las noticias que nos quedan de nuestros
antepasados.
Escucha, por otro lado, lo que dice Salomón, la paz sea con él: "No te juntes con bebedores [ni
vayas con comilones]" [Proverbios, 23, 20], "Un rato duermes, un rato das cabezadas [un rato cruzas
los brazos y descansas]" [Proverbios, 6, 10] y lo que dijo a Lemuel su madre: "No gastes tu fuerza con
mujeres [ni tu vigor con las que corrompen a los reyes. No es de reyes, Lemuel, no es de reyes darse al
vino, no es de gobernantes darse al licor] porque beben y olvidan la Ley [y desatienden el derecho del
desgraciado]" [Proverbios, 31, 2-5]. Oye igualmente lo que dice el Libro: "Al hombre que le agrada le
da sabiduría [y ciencia y alegría; al pecador le da como tarea juntar y acumular, para dárselo a quien
agrada Dios. También ésto es vanidad y caza de viento]" [Eclesiastés, 2, 26], "[Disfruta mientras eres
muchacho y pásalo bien en la juventud; déjate llevar del corazón y de lo que atrae a los ojos; sabe que
Dios te llevará a juicio para dar cuenta de todo. Rechaza las penas del corazón y rehuye los dolores del
cuerpo]. Niñez y juventud son efímeras" [Eclesiastés, 11, 9-10] y "En conclusión, y después de oírlo
todo, teme a Dios y guarda sus mandamientos [porque eso es ser hombre] que Dios juzgará todas las
acciones, aun las ocultas, buenas y malas" [Eclesiastés, 12, 13].
En cuanto a lo que nos han transmitido los testimonios de nuestros padres en el Talmud, hay que
decir que la mayor parte de ellos rebasan los límites de este libro. Los principales se hallan en el tratado
mišnáico Ética de nuestro Padres. Así, por ejemplo, dicen: "Este es el camino de la Ley: comerás un
trozo de pan con sal y beberás agua con moderación. Dormirás sobre la tierra" [Abôt, VI, 4] y un pasaje
que sigue a continuación dice: "La Tôrâh se consigue por cuarenta y ocho maneras" [Abôt, VI, 5]. Y en
el Pirke Hasidî en Mirkat Ta′anit se alude a la ascesis [que practica] la gente.
Quien investiga estas ideas hallará que están firmemente fundamentadas en la razón, en el Libro
y en la Tradición. Adéntrate en todo esto con tu corazón y con tu auténtico interior y lo conseguirás con
la ayuda de Dios, como dice el Libro: "Si la procuras como el dinero [y la buscas como un tesoro]
entonces comprenderás el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios" [Proverbios, 8, 12-
13].
ARTICULO SÉPTIMO
Dice el autor: la diferencia que hay entre la ascesis de nuestros antepasados y la nuestra estriba en
lo siguiente. Aquellos, tales como Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Job y sus compañeros, tenían sus
entendimientos puros y sus pasiones débiles. Y, así, sus almas se sometían fácilmente a sus intelectos y,
en consecuencia, les bastaba con unas pocas normas legales para que, unidas a la rectitud de sus
conciencias, llevasen a cabo perfectamente la sumisión a Dios. Como se dice de Abraham, la paz sea
con él: "Viste que su corazón te era fiel" [Nehemías, 9, 8]. Así que, aparte de las justas normas que
imponía la Ley, no tuvieron necesidad de ascesis alguna.
219
Pero cuando sus descendientes bajaron a Egipto, en la época de José, y se establecieron allí
durante algún tiempo (alrededor de setenta años), viviendo en la abundancia, entonces, las pasiones se
robustecieron y vencieron a sus intelectos, con lo cual necesitaron una ascesis que contradijera a sus
deseos animales y se opusiera a sus pasiones. En consecuencia, el Creador, ensalzado sea, les
proporcionó la Ley tradicional que haría las funciones de la ascesis que necesitaban, de acuerdo con el
límite de sus fuerzas y aun por debajo de ellas.
Luego, una vez que tomaron posesión de la tierra de Canaan, se asentaron en ella, emplearon sus
bienes, los disfrutaron y ciertamente que buscaron el sustento imprescindible pero también lo
superfluo, tanto en la comida, como en la bebida, en las relaciones sexuales y en la construcción de
edificios. Y cuanto más aumentaba la cultura del país, más se arruinaban sus intelectos, como dice el
Libro: "No sea que cuando comas hasta hartarte [cuando te edifiques casas hermosas y las habites]
cuando críen tus reses y ovejas [aumenten tu plata y tu oro y abundes de todo] te vuelvas engreído y te
olvides del Señor, tu Dios [que te sacó de Egipto de la esclavitud....]" [Deuteronomio, 8, 12-14]. De
esta manera, cuanto más crecían y se consolidaban sus pasiones, más se debilitaban sus intelectos y
más dilataban el ser regidos con rectitud. En consecuencia, necesitaron una ascesis más fuerte con la
que pudieran oponerse a sus pasiones. Así fue el método del nazarineato y la manera como procedieron
los hijos de los Profetas, tal como lo hemos recordado a lo largo de este libro.
Lo mismo ocurrió en las épocas restantes: no cesaron de ser derrotados los intelectos ni de
triunfar las pasiones. De tal modo que, cuando lograban conseguir alguna cosa mundana, abandonaban
las obras relativas a la otra vida, por culpa de la victoria que la pasión había conseguido sobre ellos. Así
que necesitaron de una ascesis mediante la cual se vaciasen del mundo cuando hacían algo relativo a la
otra vida. [Con esta ascesis, se consiguió que], nuestros padres, con sus intelectos robustecidos y sus
almas purificadas [de las pasiones, pudiesen] trabajar para este mundo y para el otro, sin que [ninguna
de las dos ocupaciones] perjudicase a la otra, como dice el Libro: "Si tu padre comió y bebió y le fue
bien, es porque practicó la justicia y el derecho [hizo la justicia a pobres e indigentes y eso sí que es
conocerme]" [Jeremías, 22, 15] y "Lo bueno es agarrar lo uno y no soltar lo otro [porque el que teme a
Dios, de todo sale bien parado]" [Eclesiastés, 7, 18].
Conozco, hermano mío, un elocuente discurso que pronunció cierto hombre virtuoso acerca de la
ascesis, y que se lo dio a su hijo como testamento. Lo encuentro precioso y lo he puesto como epílogo a
este capítulo, pues pensé que podía sustituir muy bien a cualquier exhortación o indicación que pudiera
hacerte. Entiéndelo bien y persevera en llevar a cabo cuanto se dice en él. De este modo lograrás la
felicidad eterna y la justicia, si es que Dios lo quiere. El discurso es como sigue:
"Hijito mío, que Dios haga de ti uno de esos que se esfuerzan y que son conscientes, que son
conscientes y piensan, que piensan y meditan detenidamente, que meditan y logran sabiduría, que son
sabios y actúan. Que no te haga como esos que están inundados de errores y embriagados de ignorancia
a los cuales pierde la pasión y domina el mundo; que son vencidos por las pasiones y arrastrados hacia
los placeres; que son atraídos por las esperanzas mundanas y seducidos por sus deseos; que van
errantes en medio de sus sombras; que vacilan en su extravío; que oyen pero no entienden; que hablan
pero no actúan; que buscan la paz y se quedan en la angustia; que se esfuerzan por lograr el bienestar y
sólo les alcanzan penosísimos castigos. Estos tales tienen sus almas cansadas, sus cuerpos fatigados,
sus intelectos desvalijados, su capacidad de comprensión indefensa. Amontonan un oro que se les
escapa y una plata que se les va de las manos, para dejarlos luego en herencia a sus enemigos o a
pérfidas mujeres. Construyen palacios y terminan descansando en tumbas; edifican mansiones que no
habitarán; acumulan riquezas que no gastarán nunca. Todos entierran a sus padres y a sus hijos y no
hacen nada perdurable para la vida eterna. Olvidan su fin último, mientras recuerdan sus esperanzas de
aquí abajo. ¿Qué piensas de un medio cuyos extremos se han ido?, ¿y qué será del hombre que se
queda solo tras haber abandonado en el sepulcro a sus padres?. Hijo mío, piensa en un hombre a quien
Dios ha abierto su corazón para que reciba la fe, que le ha dado dominio sobre sus pensamientos, que le
220
ha hecho ver el camino recto, que le ha mostrado sus designios y lo ha acercado hacia sí. Este tal se fía
de la gente y los demás se fían de él; convive amistosamente con los otros y sus compañeros están
seguros de su persona. Mientras los demás sirven a las pasiones, él, en cambio, lo hace al Dios de los
cielos y de la tierra, al que da la vida y la muerte, al Creador Misericordioso, al Omnipotente, al Sabio,
al Vivo, al único Ser, al Eterno y Sempiterno, al que no tiene otro dios igual a El. Cuánta diferencia hay
entre los que siguen las pasiones de tal manera que éstas llegan a posesionarse de ellos por completo
haciéndolos desgraciados y los que tienen sus conciencias puras, sus interiores limpios, su ánimo en
reposo, sus corazones tranquilos. Estos últimos, desde su soledad y recordando continuamente a Dios,
tratan íntimamente al Creador y le dan gracias en todo momento por los beneficios que les ha dado.
Siempre están en trance de contemplación, reflexión, meditación y ejercicio de la memoria. Rasgan los
velos de sus ojos mientras caminan interiormente desde lo más profundo hacia la eterna verdad,
pasando de la paz a la dicha perdurable. No les distraen las esperanzas mundanas. No retrasan el
servicio de Dios porque la muerte tarda en llegarles. Por el contrario, están con un pie en el estribo ante
la llegada de la muerte y esperan atentos a lo que ha de venir tras ella. Siendo elegidos de Dios, le
buscan, esperan en El y le sirven. Hablan con la verdad en los labios y se entregan a la rectitud sin
temor al poderoso ni al dominio que Satán pueda ejercer sobre ellos. Son los más honorables de entre
los hombres, los más inexpugnables, los de más altos pensamientos, los más estimables. Son tratados
honrosamente en las mansiones del Creador y engrandecidos ante sus creaturas. Nada consigue
apartarlos del recuerdo de Dios, ni les impide darle gracias. Sus lenguas están continuamente alabando
y glorificando a Dios y sus corazones están poseídos por la pureza del alma y por la unidad de Dios. El
mundo se les presenta disfrazado pero ellos lo reconocen, lo vapulean y lo ponen al desnudo; no se les
ocultan sus traiciones ni les son extraños sus ardides. El mundo se les reviste con lujosos ropajes, pero
ellos lo ven desnudo; se les presenta como dulce [y tierno], pero ellos lo ven como dominado [y
fracasado]; les sonríe, pero ellos le ponen un rostro adusto; trata de seducirlos, pero ellos se le alejan.
Están al tanto de sus malas artes y tienen claras sus perversas acciones. El mundo no tiene ningún
poder ni dominio sobre ellos. Estos son los elegidos de Dios, los piadosos, los puros, los mejores, los
que tienen miras altas y elevadas metas, los que se esfuerzan, los que tienen almas devotas. Reciben un
consejo que les lleva a Dios y ellos, a su vez, aconsejan a los demás; entran en tratos con El y salen
beneficiados; purifican sus conciencias y se salvan; limpian sus intenciones y quedan inmaculados;
acumulan fuerzas para el viaje de la prueba final y se salvan; cabalgan en la montura de sus propias
acciones y llegan a su meta. Les invade una alegría continua y un gozo que nunca habrá de acabarse.
Salen victoriosos en el día de la rendición final de cuentas. Están a buen seguro de los castigos eternos.
Así pues, hijito mío, aconseja bien a tu alma antes de que el arrepentimiento sea inútil y de que te
sobrevenga una angustia infinita".
Que Dios nos conduzca a mí y a ti hacia el camino recto y nos oriente a los dos hacia el sendero
de la felicidad eterna, con su ayuda y altísima misericordia, si Dios lo quiere. Que la paz sea contigo y
que Dios sea alabado.
CAPITULO DÉCIMO
Dice el autor: puesto que hemos expuesto en el capítulo noveno el tema de la ascesis, con la cual
buscábamos aislar al corazón de las cosas de esta vida para que se entregase por entero al amor de
Dios, ensalzado y honrado sea, y para que desease ardientemente la complacencia divina, pensé que
debería proseguir ahora explicando las maneras que hay de amar exclusivamente a Dios, ensalzado y
honrado sea. Este es el máximo grado y supremo rango a que pueden llegar los hombres dedicados a la
sumisión a Dios. Pero antes, imploramos la ayuda de Dios para llevar a cabo esta empresa.
221
Debes comprender y saber, hermano mío, que todos los deberes de los corazones, excelentes
cualidades y honorables virtudes del alma que hemos mencionado antes en este libro, no son sino
peldaños y escalones para llegar al tema culminante que ahora pretendemos explicar en el presente
capítulo. Igualmente es preciso que sepas que todos los deberes y virtudes obtenidos por la razón, por
la Escritura o por la Tradición no son sino gradas y moradas por las que se asciende a esta cima, que es
el objetivo y fin último sobre el que ya no hay otra meta. Por eso el Profeta, la paz sea con él, unió este
concepto que se contiene en la Mišnâh Tôrâh al reconocimiento sincero y puro de la unidad de Dios, tal
como se expresa en este texto: "Escucha Israel, el Señor nuestro Dios, es solamente uno; amarás al
Señor, tu Dios, [con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas]" [Deuteronomio, 6, 4-5].
Luego, vuelve a reafirmar y a repetir esto en la Mišnâh Tôrâh muchas veces, como en este texto:
"Amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a El" [Deuteronomio, 30, 20], queriendo
significar con "pegándote a El" el sincero y puro amor a Dios, como dice: "Hay amigos más pegados
entre sí que los hermanos" [Proverbios, 18, 24].
Pero con mucha frecuencia, el Libro pone al temor de Dios por delante del amor, como por
ejemplo: "Ahora, Israel, ¿qué te exige el Señor, tu Dios? [Que temas al Señor tu Dios; que sigas sus
caminos y lo ames]" [Deuteronomio, 10, 12] y "Temerás al Señor, tu Dios, y a El sólo servirás, [te
pegarás a El]" [Deuteronomio, 10, 20]. Por tanto, es necesario que el temor vaya por delante del amor a
Dios, porque aquel es el fin y meta última de la ascesis, a la vez que constituye el último peldaño y la
mejor y principal puerta que conduce al amor de Dios. El hombre no puede llegar a este amor si no va
siempre por delante el temor y respeto a Dios, ensalzado sea. Por eso hemos puesto el capítulo de la
ascesis antes que éste: porque no se podrá afianzar sólidamente en nuestros corazones el auténtico amor
a Dios, mientras nos domine el amor del mundo. Cuando el corazón del creyente se desnude del amor
mundano y se limpie de pasiones (mediante el discernimiento y la comprensión), entonces el amor de
Dios se apoderará de su corazón y arraigará en su alma, en la medida en que lo haya deseado y
comprendido, como dice el Libro: "En la senda de tus juicios, Señor, te esperamos, ¡con qué ansia por
tu nombre y tu recuerdo!" [Isaías, 26, 8].
Conviene que pongamos en claro el asunto del amor a Dios en siete artículos, a saber:
Primero: noción del amor a Dios.
Segundo: de qué maneras se da el amor a Dios.
Tercero: qué caminos hay hacia el amor a Dios.
Cuarto: si está en manos de todos los hombres el amar a Dios o no.
Quinto: de qué maneras se puede echar a perder el amor a Dios.
Sexto: señales por las cuales el creyente puede ver claro que hay amor a Dios.
Séptimo: manera de comportarse los que aman a Dios.
CAPITULO DÉCIMO
Dice el autor: puesto que hemos expuesto en el capítulo noveno el tema de la ascesis, con la cual
buscábamos aislar al corazón de las cosas de esta vida para que se entregase por entero al amor de
Dios, ensalzado y honrado sea, y para que desease ardientemente la complacencia divina, pensé que
debería proseguir ahora explicando las maneras que hay de amar exclusivamente a Dios, ensalzado y
honrado sea. Este es el máximo grado y supremo rango a que pueden llegar los hombres dedicados a la
sumisión a Dios. Pero antes, imploramos la ayuda de Dios para llevar a cabo esta empresa.
Debes comprender y saber, hermano mío, que todos los deberes de los corazones, excelentes
cualidades y honorables virtudes del alma que hemos mencionado antes en este libro, no son sino
222
peldaños y escalones para llegar al tema culminante que ahora pretendemos explicar en el presente
capítulo. Igualmente es preciso que sepas que todos los deberes y virtudes obtenidos por la razón, por
la Escritura o por la Tradición no son sino gradas y moradas por las que se asciende a esta cima, que es
el objetivo y fin último sobre el que ya no hay otra meta. Por eso el Profeta, la paz sea con él, unió este
concepto que se contiene en la Mišnâh Tôrâh 382 al reconocimiento sincero y puro de la unidad de
Dios, tal como se expresa en este texto: "Escucha Israel, el Señor nuestro Dios, es solamente uno;
amarás al Señor, tu Dios, [con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas]"
[Deuteronomio, 6, 4-5]. Luego, vuelve a reafirmar y a repetir ésto en la Mišnâh Tôrâh muchas veces,
como en este texto: "Amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a El" [Deuteronomio,
30, 20], queriendo significar con "pegándote a El" el sincero y puro amor a Dios, como dice: "Hay
amigos más pegados entre sí que los hermanos" [Proverbios, 18, 24].
Pero con mucha frecuencia, el Libro pone al temor de Dios por delante del amor, como por
ejemplo: "Ahora, Israel, ¿qué te exige el Señor, tu Dios? [Que temas al Señor tu Dios; que sigas sus
caminos y lo ames]" [Deuteronomio, 10, 12] y "Temerás al Señor, tu Dios, y a El sólo servirás, [te
pegarás a El]" [Deuteronomio, 10, 20]. Por tanto, es necesario que el temor vaya por delante del amor a
Dios, porque aquel es el fin y meta última de la ascesis, a la vez que constituye el último peldaño y la
mejor y principal puerta que conduce al amor de Dios. El hombre no puede llegar a este amor si no va
siempre por delante el temor y respeto a Dios, ensalzado sea. Por eso hemos puesto el capítulo de la
ascesis antes que éste: porque no se podrá afianzar sólidamente en nuestros corazones el auténtico amor
a Dios, mientras nos domine el amor del mundo. Cuando el corazón del creyente se desnude del amor
mundano y se limpie de pasiones (mediante el discernimiento y la comprensión), entonces el amor de
Dios se apoderará de su corazón y arraigará en su alma, en la medida en que lo haya deseado y
comprendido, como dice el Libro: "En la senda de tus juicios, Señor, te esperamos, ¡con qué ansia por
tu nombre y tu recuerdo!" [Isaías, 26, 8].
Conviene que pongamos en claro el asunto del amor a Dios en siete artículos, a saber:
Primero: noción del amor a Dios.
Segundo: de qué maneras se da el amor a Dios.
Tercero: qué caminos hay hacia el amor a Dios.
Cuarto: si está en manos de todos los hombres el amar a Dios o no.
Quinto: de qué maneras se puede echar a perder el amor a Dios.
Sexto: señales por las cuales el creyente puede ver claro que hay amor a Dios.
Séptimo: manera de comportarse los que aman a Dios.
ARTICULO PRIMERO
[Noción del amor a Dios]
Dice el autor que la noción de amor a Dios es la siguiente: un dedicarse por entero y un desear el
alma, desde su misma esencia, a Dios, ensalzado y honrado sea, con el fin de unirse [estrechamente] a
su Luz Altísima.
Es que el alma es una substancia simple y espiritual que tiende a los seres espirituales que son
semejantes a ella y que rechaza, por su propia naturaleza, los espesos cuerpos que se le oponen. Y,
puesto que el Creador, ensalzado sea, la ligó a este tosco, pesado y tenebroso cuerpo, para poner a
prueba el gobierno que había de ejercer sobre él, le impuso como obligación el velar por ese cuerpo y el
proveerle de cuanto le fuera útil, en razón de la comunidad y convivencia natural que estableció entre
ambos desde el comienzo de la vida del hombre. Así, cuando presiente el alma algo que puede ser
beneficioso para la salud y conservación de su cuerpo, tiende a ello afanosamente y lo persigue con
ansia, buscando el librarle de las enfermedades y males que pueda padecer. Del mismo modo que el
hombre, cuando enferma, busca denodadamente a un médico experto y a alguien que pueda cuidarlo y
sanarlo, así el alma, cuando siente que algo puede dar luz y fuerza a lo más profundo de su propio ser,
223
tiende a ello con todo su afán, lo persigue con sus pensamientos, le da vueltas en su interior y no deja
de arder en deseos y de suspirar por él. Este es el colmo del puro amor.
Estando así las cosas y, dado que las exigencias del cuerpo son muy numerosas y la necesidad
que éste tiene de que se le cubran sus menesterosidades de cada hora y de cada momento es constante
y, puesto que, en consecuencia, el alma no tiene otro remedio que velar por todas estas cosas, ya que no
descansa ni tiene paz mientras no apacigua los dolores corporales, entonces el alma se dedica por
completo a los asuntos de su cuerpo, abandonando los amores más esencialmente suyos y más
adecuados a su ser espiritual, en los cuales está su eterna felicidad. Pero cuando se derrama sobre ella la
luz de la razón y descubre lo ignominioso que era el objeto de sus amorosos deseos al cual había
dedicado sus pensamientos abandonando aquello en que estaba su salvación eterna y mundana,
entonces se aparta de todo ésto y pone confiadamente sus asuntos en manos del Creador Providente,
dirigiendo su atención a buscar la manera de librarse del gran lazo que la tiene atada y de la enorme
prueba con que ha sido tentada.
Es entonces cuando sobreviene la ascesis, privándose [el hombre] del mundo y de todos sus
placeres, absteniéndose de los cuerpos y de todas sus pasiones. A lo cual sigue el que se le despejen los
ojos y se le purifique la vista librándose de la nube de la ignorancia que tenía de Dios y de su Ley,
distinguiendo entonces entre lo auténtico y lo efímero. Así es como se le descubre el auténtico rostro de
su Creador y Guía. Y, cuando distingue con claridad la magnitud de su poder y la excelsitud de su
grandeza, cae de rodillas con espanto, con miedo, con respeto, asustado y con temor ante la grandeza
de su majestad. Y no cesa de tener tales sentimientos, hasta que el Creador, ensalzado sea, le da
confianza y se tranquilizan su espanto y su miedo. Es entonces cuando apura la copa del amor a Dios,
ensalzado y honrado sea, dedicando por entero a El la pureza de su intención, amándole,
abandonándose en sus manos y anhelándolo vivamente. En ese momento no le ocupa otra cosa que el
dedicarse a someterse a El, no consagra sus ideas ni piensa en nada que no sea El, no mueve ningún
miembro de su cuerpo si no es para agradar a Dios, no suelta su lengua sino para recordarle, alabarle,
darle gracias y adorarle, con amor y anhelando tenerlo contento. Si le colma de favores, le da las
gracias; si le proporciona desventuras, lo soporta con paciencia. De esta manera, va aumentando su
amor y deseo de agradarle, abandonándose por completo en sus manos, como se dice de un hombre
virtuoso que, durante la noche, solía decir: "Dios mío, me has dado hambre y desnudez y me has dejado
abandonado en las tinieblas de la noche. ¡Por tu gloria y majestad!, aunque me abrasases con fuego, lo
único que conseguirías es que aumentasen mi amor por TI y mi gozar en TI". Como dice Job, la paz sea
con él: "Aunque intente matarme, lo aguardaré" [Job, 13, 15]. Y el Sabio nos indica la misma idea con
este dicho; "Mi amado es para mí una bolsa de mirra [que descansa en mis pechos]" [Cantar de los
Cantares, 1, 13]. Y nuestros antepasados dicen a manera de exégesis: "Aunque me angustie y llene de
amargura, mi amado descansa entre mis pechos" [šabbât, 88 b]. Algo parecido dice el Profeta, la paz
sea con él: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas"
[Deuteronomio, 6, 5] y "Amando al Señor, tu Dios" [Deuteronomio, 19, 9].
ARTICULO SEGUNDO
A la pregunta sobre las maneras que hay de darse el amor a Dios, ensalzado sea, respondemos
que el amor del siervo a su señor puede ser de tres clases: primera, el amor a su señor por la bondad y
generosidad que muestra con él; segunda, el amor a su señor porque éste pasa por alto las maldades
cometidas por él, las borra y perdona sus iniquidades; tercera, cuando ama al señor por su majestad y
grandeza, respetándolo por lo que es en sí y por sí y no por esperanza de obtener algún beneficio ni por
temor a ser castigado.
224
Análogamente, nuestro amor a Dios puede ser motivado por los muchos beneficios que nos ha
otorgado y por las continuas gracias con que nos ha favorecido, razón por la cual nuestras almas
quedan prendadas de su amo, con la esperanza de alcanzar alguna recompensa. Puede darse también el
amor a Dios por el hecho de que cubre nuestros pecados y pasa por alto nuestras iniquidades, a pesar de
la magnitud de nuestras desobediencias y rebeldías contra sus mandatos y prohibiciones. Por fin, existe
el amor a Dios por sí mismo, por lo que El es, lo cual nos lleva a enaltecerle y engrandecerle. Y éste es
el amor puro de Dios, ensalzado sea, y el que nos recomienda el Profeta, la paz sea con él, en aquel
texto: "Amarás al Señor, tu Dios, [con todo tu corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas]"
[Deuteronomio, 6, 5].
Con el texto "al Señor, tu Dios..." quiere contraponer las diversas maneras de proceder de la
gente y las distintas conductas que se tienen a la hora de ser generosos o mezquinos con sus cuerpos
384, riquezas y honor. Pues hay, en efecto, quienes son generosos con sus cuerpos y bienes materiales
pero en cambio son avaros de su honor y de las cosas de su alma. Otros, en cambio, son espléndidos en
lo referente a su honor y riquezas, pero tacaños en las cuestiones del cuerpo. Hay otros que son
generosos con su cuerpo y honor pero son ahorradores en las riquezas. Como dicen nuestros
antepasados, la paz sea con ellos: "Si se dice "con toda el alma" ¿por qué se añade "con toda tu
fuerza"? Y si dice "con toda tu fuerza" ¿por qué se dijo antes "con toda tu alma"? La respuesta es:
porque hay hombres para quienes su cuerpo es más valioso que sus bienes materiales; por eso dice "con
toda tu alma".; y hay otros para quienes es más valiosa la fortuna que el cuerpo, por eso dice "con toda
tu fuerza" 385" [Yômâh, 82 b].
Cuando dice "con todo tu corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas" quiere contraponerlas
distintas formas de amistad que hay entre los hombres. Pues, en efecto, los amigos son de tres clases:
unos, que, para contentar a la persona amada, le dan generosamente sólo sus riquezas; otros, que le
entregan únicamente sus bienes y su cuerpo; finalmente, otros que le consagran, para tener satisfecho al
que aman, sus riquezas, su cuerpo y su alma, en un total exceso de amor para con el otro, como dice el
Libro: "Hay amigos más unidos que hermanos" [Proverbios, 18, 24] y acerca de la amistad entre David
y Jonatán: "Porque lo quería con toda el alma" [Samuel I, 20 17] y "[¡Cómo sufro por ti, Jonatán,
hermano mío!. ¡Ay, como te quería!]. Tu amor era para mí más maravilloso que el amor de mujeres"
[Samuel II, 1, 26].
El Profeta, la paz sea con él, insiste en que nuestro amor a Dios, ensalzado y honrado sea, ha de
ser total, con el alma, con el cuerpo y con las riquezas, dándole el creyente todo ésto a su Señor por
amor, sin reservarse nada, movido por el afán de agradar a Dios, ensalzado y honrado sea, como dicen
nuestros padres: "Con todo tu corazón, a saber: con tus dos instintos, el bueno y el malo. Con toda tu
alma, aunque te juegues la vida; con toda la fuerza, con todos tus bienes materiales" [Yômâh, 82 b] y
"Haz su voluntad como si fuera la tuya, para que El cumpla la tuya como si fuera la suya. Aniquila tu
voluntad ante la suya, para que doblegue El las de los otros ante la tuya" [Abôt, II, 5].
Ha querido también aludir con la expresión "con todo tu corazón, con toda el alma y con todas
tus fuerzas" a que hay que practicar el amor de Dios, tanto interiormente como en público. En público,
para que la sinceridad del amor del creyente a su Señor, profesado en el secreto de la conciencia,
resplandezca a todas luces. De este modo, lo interior y lo exterior estarán equilibrados, proporcionados,
compensados e íntimamente relacionados, como dice el Santo, la paz sea con él: "Mi corazón y mi
carne retozan por el Dios vivo" [Salmos, 84, 3].
Por fin, con el texto: "Con todo tu corazón, con toda el alma y con todas tus fuerzas" quiere decir
que todo el amor y esfuerzo que pones en otras cosas, lo vuelques en Dios, sin que compartas el amor a
El con el de los demás seres. Y, si amas algo al margen de Dios, que sea de una manera que le agrade a
El, de forma que tu amor a las demás cosas sea una consecuencia de tu amor a Dios, ensalzado y
honrado sea.
225
Por eso dice "con todo", es decir: en cada una de las cosas que te mencioné al explicar la toma de
conciencia racional de la sumisión a Dios, de la cual hablé en el capítulo tercero de este libro.
ARTICULO TERCERO
Respondiendo a la pregunta de cómo se puede llegar a amar a Dios, ensalzado y honrado sea,
decimos lo siguiente: quien lo busca, únicamente lo conseguirá si cumple una serie de requisitos
previos. Cuando estos requisitos se han puesto de verdad, entonces surge como consecuencia el amor a
Dios, ensalzado y honrado sea. El que lo pretende lograr directamente, sin cumplir estas condiciones,
no podrá conseguirlo.
Estos requisitos previos que debe cumplir el creyente en su interior, son los siguientes: la doble
pureza, la doble humildad, el doble examen de conciencia y la doble reflexión.
La doble pureza consiste en dos cosas: primera, en la pureza a la hora de reconocerla unidad de
Dios, ensalzado sea; segunda, en la pureza que se pone en las acciones de sometimiento y de servicio a
Dios, poniendo las miras únicamente en El.
La doble humildad estriba: primero, en humillarse ante Dios, ensalzado y honrado sea; segundo,
en humillarse ante los santos y elegidos de Dios.
El doble examen de conciencia está: primero, en repasar internamente los continuos beneficios
que Dios nos ha otorgado los cuales nos obligan [a darle las gracias y a someternos a El]; segundo, en
considerar en nuestro interior el que Dios haya pasado por alto, indultado y perdonado los pecados que
hemos cometido.
La doble reflexión es: primero, la que se ejerce sobre lo acontecido a nuestros antepasados, la paz
sea con ellos, y que se consigna en el Libro de Dios y en el testimonio de quienes nos precedieron, la
paz sea con ellos, como dice el Santo, la paz sea con él: "Recuerdo los tiempos antiguos, medito todas
tus acciones [considero la obra de tus manos]" [Salmos, 143, 5]. Y segundo, la reflexión sobre el
mundo y sobre todas las maravillas divinas de que da testimonio la creación.
Pero lo fundamental de todo ello ya lo expliqué, en la medida de mis posibilidades, a lo largo de
este libro. Bastará con lo dicho a quien lo quiera entender y pretenda conseguir su salvación y
liberación, tanto en este mundo como en el otro.
Cuando una persona cumple estos requisitos y además se abstiene del mundo y de sus placeres;
cuando comprende claramente la gran majestad, grandeza y excelsitud del Creador y cae en la cuenta, a
la vez, de la pequeñez de sus propias posibilidades, de su insignificancia y necedad; cuando se percata
claramente de los preciosos dones que Dios, ensalzado sea, ha volcado sobre él y de la extraordinaria
bondad que ha tenido para con su persona, entonces surge en el creyente, de manera natural, el amor
sin reserva a Dios y la verdadera pureza de su alma para con El, anhelándole con diligencia, deseo y
fuerza, tal como lo describe el Santo: "Mi alma te ansia de noche [mi espíritu en mi interior madruga
por ti]" [Isaías, 26, 9], "¡Con qué ansia por tu nombre y tu recuerdo!" [Isaías, 26, 8], "Mi garganta tiene
sed de Ti, mi carne tiene ansia de Ti" [Salmos, 63, 2] y, finalmente: "[Como busca la cierva corrientes
de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío] tiene sed de Dios, del Dios vivo [¿cuándo entraré a ver el
rostro de Dios?]" [Salmos, 42, 2-3].
Una de las cosas que más te ayudarán, hermano mío, a subir a este tan alto grado [de amor], es el
temor reverencial a Dios, el respeto y miedo a sus mandatos y prohibiciones, el pensar continuamente
en que El está al tanto de tus secretos, de tus cosas públicas y privadas, en que te gobierna y dirige, en
que es delicado contigo, en que conoce todos tus actos y pensamientos (internos y externos, pasados y
futuros), en que te trata amistosamente y se acerca a ti. Sabido esto, hallarás que no tienes más remedio
que ir hacia El con tu corazón y con tu interior, con intención pura y fe sincera. De este modo, tu alma
quedará prendida del amor hacia El, entrando en íntimo contacto con su misericordia, enorme
226
clemencia y bondad. Entonces ya no compartirás tu amor a Dios con otros amores y El sabrá
perfectamente que no temes a otros sino a El. No dejarás de pensar en El y tu mente nunca se vaciará
de su contemplación. El será tu compañía en medio de tus soledades y estará contigo en los desiertos.
Las muchedumbres de gente serán para ti como si estuvieras solo; las cosas de los demás no te
atemorizarán ni te amedrentarán sus asuntos. La soledad será para ti lo mismo que el estar rodeado de
gente. No te afligirá el que te dejen los demás ni te angustiará que se ausenten. Todo lo contrario:
siempre estarás inmensamente alegre con tu Señor, deseando complacerle y anhelando encontrarte con
El, como dice: "El honrado se alegra con el Señor [se refugia en El y se felicitan los hombres sinceros]"
[Salmos, 64, 11] y "Yo festejaré al Señor gozando con mi Dios salvador" [Habacuc, 3, 18] y el resto
del poema.
ARTICULO CUARTO
A la pregunta de si el amar a Dios está en manos de todos los hombres, o no, respondemos
diciendo que el amor es de tres clases. Primera: el amor por el cual le es fácil a quien ama dejar sus
bienes materiales y su cuerpo, pero no su alma. Segunda: el amor por el cual le resulta sencillo al
amante perder alguna parte de su cuerpo, además de las riquezas, [pero sólo ésto], dado que desea
seguir viviendo con su cuerpo [entero y no morir]. Tercera: al amante le resulta fácil dejar todas las
riquezas, el cuerpo y el alma misma.
Sabemos que nuestro padre Abraham, la paz sea con él, dio muestras de su amor a su Señor de
las tres maneras dichas. En efecto: en cuanto a los bienes materiales, demostró que daba de buena gana
sus riquezas a los huéspedes a fin de que llegasen a conocer al Creador, ensalzado sea, como dice: "No
aceptaré ni una hebra ni una correa de sandalia ni nada de lo que te pertenece" [Génesis, 14, 23] 387, lo
cual demuestra la rectitud de alma y el desprecio por las riquezas que tenía Abraham. En cuanto a su
cuerpo, se hizo circuncidar, con alegría, no demorando su ejecución tanto en su misma persona como
en la de los demás. Y, finalmente, la historia de Isaac nos muestra su generosidad al ofrendar su propia
alma. En ella da pruebas claras de la prontitud y ardiente deseo que tenía de amar Dios, demostrando
así su limpio amor por Dios y la pureza con que se sometía a El.
Este último grado de amor a Dios es el más sublime. Pero semejante nivel no lo alcanzan por
completo todos los hombres: está por encima de las fuerzas humanas porque es contrario y opuesto a la
naturaleza. Y cuando encontramos alguna personalidad destacada que lo tiene, hay que atribuirlo
únicamente a la ayuda de Dios, ensalzado y honrado sea, que viene en su auxilio para vencer las
pasiones que le dominan, en recompensa por el esfuerzo que realiza en someterse a Dios y en cumplir
los deberes que le impone la Ley, con alma sincera, con corazón puro y con limpieza interior ante Dios.
Tal es el caso de los Profetas de Dios, de sus elegidos y de los puros. Pero, como digo, no está en
manos de todos los hombres el soportar las cosas que he mencionado, en honor de Dios, ensalzado sea,
porque se oponen a ello la naturaleza y las pasiones.
En cambio, las dos primeras clases de amor, esas sí que están en manos de la mayoría de los
hombres, si se esfuerzan en cumplir los requisitos previos que hemos dicho anteriormente en este
capítulo. Que ambas formas son indicativas de la existencia de un amor puro a Dios, ensalzado sea, es
lo que dice Satán a Dios acerca de Job, la paz sea con él: "¿Acaso teme en balde Job a Dios? ¿No has
cercado por completo de valla a él, su casa [y cuanto le pertenece? Has bendecido la obra de sus manos
y sus rebaños se han desbordado por el país]. Pero alarga tu mano y toca lo que él tiene" [Job, 1, 9-11].
Con lo cual Satán quiere decir lo siguiente: "la relación de Job para contigo, Señor, a la hora de amarte
y temerte, es como la de un mercader que quiere cobrarte sus ganancias a base de honores y bienes
mundanos; pero arrebátale los beneficios terrenos que le das; y, si permanece en la misma actitud
227
respecto a ti, es que te tiene un amor puro". Así, dice Dios a Satán: "Haz lo que quieras con sus cosas,
pero a él no lo toques" [Job, 1, 12]. Y llevó a cabo lo que sabes quitándole las riquezas a él y a sus
hijos. Pero Job no cambió con respecto a Dios, ni externa ni internamente, sino que perseveró en su
amor sincero para con El al decir: "Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El
Señor me lo dic, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor" [Job, 1, 2 1]. Y Dios dijo a
Satán: "¿Te has fijado en mi siervo Job? [En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y
honrado, religioso y apartado del mal, y tú me has incitado contra él, para que lo aniquilara sin motivo,
pero todavía persiste en su honradez]" [Job, 2, 3]. Satán le contestó: "Uno da la mano encima, hiérelo
en la carne y en los huesos [y apuesto a que te maldice en tu cara]" [Job, 2, 4-5]. Lo cual quiere decir
que muchas veces se entregan con gusto las riquezas, las mujeres, los hijos a fin de poner a salvo el
propio cuerpo; sin embargo, no aparece con claridad la sinceridad de su interior, la pureza del amor
para con Dios, sino cuando se le pone a prueba en su mismo cuerpo y materia propia, dándole lo que le
duele e inquieta. Por eso Dios, ensalzado sea, dijo a Satán: "Haz lo que quieras con él pero respétale la
vida" [Job, 2, 6]. Satán cumplió esta condición poniéndolo a prueba en su cuerpo; pero Job soportó
todo con paciencia y no cambió su fe y su buena actitud para con Dios. A su mujer que le había
increpado diciéndole: "¿Todavía persistes en tu honradez? Maldice a Dios y muérete" [Job, 2, 9],
respondió lo siguiente: "Hablas como una necia. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar
los males?" [Job, 2, 10]. Job demostró así su sincero amor a Dios y la pureza de su alma para con El,
ante todos los que dudaban de su actitud. Y ello, porque soportó con paciencia y generosidad la pérdida
de todos sus bienes y los dolores de su cuerpo. *Y en todos estos casos, no tuvo por injustos los
decretos de su Señor. [De este modo], dijo discutiendo con sus amigos: "Y aunque intente matarme le
aguardaré" [Job, 13, 15]. Dios encontró buena esta actitud de Job, pero desaprobó las palabras de sus
compañeros que le censuraban por lo que hacía, como dice: "Estoy irritado contra ti y tus dos
compañeros porque no habéis hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job" [Job, 42, 7].
Y puedes ver cómo Dios, ensalzado sea, une a Job a dos hombres virtuosos y los constituye como
ejemplo, cuando dice: "Noé, Daniel y Job" [Ezequiel, 14, 14]. Al final, Dios, ensalzado y honrado sea,
restableció la suerte de Job: "El Señor cambió la suerte de Job [y duplicó todas sus posesiones]" [Job,
42, 10].
Una manera parecida de pensar y de obrar tuvieron todos los antepasados que fueron puestos a
prueba por Dios, como es el caso de Daniel en la cueva de los leones, de Ananías, Misael y Azarías en
el horno de fuego y de los diez mártires del reino. A este grado de amor nos incita el Profeta, la paz sea
con él, cuando dice: "Amarás al Señor tu Dios" [Deuteronomio, 6, 5].
Al que tiene aquel amor a Dios que está al alcance de la mayoría de los hombres (porque está
movido por la esperanza de premios o por el temor a castigos en este mundo y en el otro), cumple con
sus exigencias, se entrega a él y persevera en él, Dios le dará su apoyo y le ayudará para llegar a ese
otro amor puro con que se glorifica y engrandece a Dios, ensalzado y honrado sea, y que está por
encima de toda posibilidad humana, como dice el Libro: "Yo amo a los que me aman y los que
madrugan por mí me encuentran" [Proverbios, 8, 17] y "Quien me pierde se arruina a sí mismo; los que
me odian aman la muerte" [Proverbios, 8, 36].
ARTICULO QUINTO
Dice el autor: son muchas las cosas que pueden echar a perder el amor a Dios. De entre ellas está
el descuidar aquellos preámbulos de los cuales se deriva el amor a Dios, ensalzado y honrado sea.
También se puede citar el deterioro de las condiciones previas al amor que ya hemos expuesto
anteriormente en este libro nuestro y que no necesitamos repetir ahora para no ser prolijos. Por fin,
228
deteriora el amor a Dios el hecho de que el hombre odie a los que aman a Dios o que ame a los que lo
odian, como dice el Libro: "¿Con qué ayudas a los malvados y te alias con los enemigos del Señor? El
señor se ha indignado contigo por eso" [Crónicas II, 19, 2], "Ay de los que por soborno absuelven al
culpable [y niegan justicia al inocente]" [Isaías, 5, 23], "A quien absuelve al culpable [y a quien
condena al inocente, a los dos aborrece el Señor]" [Proverbios, 17, 15], "El que abandona la Ley alaba
al malvado [el que guarda la Ley rompe con él]" [Proverbios, 28, 4] y, finalmente: "A quien declara
inocente al culpable [la gente lo maldice y todos se irritan contra él]" [Proverbios, 24, 24].
ARTICULO SEXTO
[Señales por las cuales el creyente puede ver claro que hay amor a Dios]
Las señales de que hay amor a Dios, ensalzado y honrado sea, son las siguientes:
Primera: el abandonar todas las cosas superfluas que puedan distraer de la sumisión a Dios,
ensalzado y honrado sea.
Segunda: el mostrar en el rostro las huellas del temor de Dios, ensalzado sea, y del respeto que se
le tiene, como dice el Libro: "Que tengáis presente su temor y no pequéis" [Éxodo, 20, 20]. Ahora bien,
el temor de Dios tiene dos especies:
Una, el temor a los castigos y pruebas que Dios envía al hombre. Es el caso del que teme lo que
pueda dolerle o angustiarle: si se viese libre de lo que le aflige, no le inspirarían respeto la grandeza del
poder de Dios ni su excelsitud, como dicen nuestros antepasados, la paz sea con ellos: "Hay que estar
sobre aviso para ver si se sirve sólo por amor al premio y temor al castigo" [Megillôt, 25 b]. Estos tales
no llegan a la categoría de los que verdaderamente temen a Dios, ensalzado sea, y se parecen a aquellos
sobre los que nos advierten nuestros antepasados con esta sentencia: "No seas, pues, como los siervos
que sirven al señor para recibir un salario, sino como los esclavos que trabajan sin recibir un jornal."
[Abôt, I, 3]. Cierto hombre santo dijo: "Me avergonzaría ante mi Señor, si le sirviese por la esperanza
de un premio o por el temor a un castigo, pues entonces sería como el mal siervo que si teme o espera,
entonces actúa, y que, de lo contrario, nada hace. Quiero servirle sencillamente porque se lo merece".
La otra especie es la del temor respetuoso que lleva a enaltecer y engrandecer el poder de Dios,
ensalzado y honrado sea. Este temor no lo deja ni abandona el hombre durante toda su vida. Es el grado
más alto de los temerosos de Dios, ensalzado sea, a los cuales califica el Libro con el término "temor".
Nos introduce en el amor puro y deseo acuciante de Dios, ensalzado y honrado sea. El que llega a este
nivel de temor de Dios ya no tendrá miedo ni temerá nada fuera de El. Como muy bien lo describe un
santo que se encontró con un temeroso de Dios que estaba descansando en un lugar despoblado y le
dijo: "¿No tienes miedo de los leones mientras estás durmiendo en un lugar como éste?". El otro le
respondió: "Me avergonzaría si mi Señor viera que temo a algo fuera de El".
Tercera: el ser indiferente a las alabanzas y reproches, cuando, por complacer a Dios, impulsa a
los demás a hacer el bien y les impide que lleven a cabo lo prohibido.
Cuarta: el hacer total entrega del alma, del cuerpo, de las riquezas e hijos por tener contento a
Dios, ensalzado sea, como dice el Libro: "Por tu causa continuamente sufrimos degüellos, nos tratan
como a ovejas de matanza" [Salmos, 44, 23].
Quinta: el repetir constantemente con la lengua el nombre de Dios, para alabarle, darle gracias,
elogiarle y engrandecerle, como dice el Libro: "Y musitarán mis labios todo el día alabando tu justicia"
[Salmos, 35, 28] y "Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria todo el día" [Salmos, 71, 8].
Así, no hay que emplear el nombre del Creador, ensalzado sea, en los juramentos [vanos], en los
pactos [fraudulentos] y en las blasfemias. Los juramentos [vanos] consisten en dar rienda suelta a la
lengua para dar fe de algo perjurando, inútilmente y sin que nos fuerce nada a ello ni nos obligue
alguna sentencia de legal 393. Los pactos en nombre de Dios son los que se hacen en el trato comercial
229
entre los hombres para dar fe de algo. Se debe estar al tanto de todo aquello que lleve a invocar el
nombre de Dios *para dar por cierta una verdad o para invalidar una falsedad; y, con mayor motivo,
cuando se usa para asentar una falsedad o para dar por falsa una verdad*. Hay que exaltar el nombre de
Dios y honrarlo, como dice el Libro: "[¿Quién puede subir al monte del Señor?, ¿quién puede estar en
el recinto sacro?]. El de manos inocentes y puro corazón, el que no se dirige a los ídolos ni jura en
falso" [Salmos, 24, 4], "Temiendo este nombre glorioso y terrible ["El Señor tu Dios"]"
[Deuteronornio, 28, 58] y "Pero a los que respetan mi nombre los alumbrará el sol de la justicia que
cura con sus alas" [Malaquías, 3, 20]. Y nuestros antepasados dicen: "Tales son los hombres que temen
decir en vano el nombre de Dios" [Nedarîm, 8 b]. Y, por fin, una de las cosas más feas que puede hacer
el creyente es la blasfemia, como es, por ejemplo, cuando se es deslenguado y se maldice empleando el
nombre de Dios. La gran mayoría de la gente hace ésto con una gran facilidad, hasta el punto de que
llegan al colmo de la desvergüenza, al querer de este modo subrayar sus imprecaciones, agrandar y
exagerar sus torpezas y cosas parecidas, como dice el Sabio: "El necio se divierte haciendo trampas"
[Proverbios, 10, 23], "[Por eso el Señor no se apiada de los jóvenes, no se compadece de huérfanos y
viudas] porque todos son impíos y malvados y toda boca profiere infamias" [Isaías, 9, 16] y, por fin:
"Plata de ley la boca del honrado" [Proverbios, 10, 20].
Sexta: el poner siempre como condición la voluntad de Dios 395 en todo aquello que se promete
a los demás que se va a decir o hacer en el futuro, aunque vaya a realizarse dentro de muy poco tiempo.
Y ello, por dos motivos: uno, por precaución; no sea que la muerte le vaya a venir a uno antes de lo
previsto y no pueda cumplir así lo prometido. Otro, porque no sabe lo que tiene decidido Dios que se
realice de todo aquello que promete.
Séptima: el conducir y dirigir a los demás hacia la sumisión a Dios, con dulzura pero también con
energía, según las circunstancias de lugar y tiempo y de acuerdo con las clases de hombres y niveles
sociales de los mismos, desde los reyes hasta los más bajos, como dice el Sabio: "Lo escucha el sensato
y aumenta su saber, el inteligente adquiere destreza" [Proverbios, 1, 5] y "Para enseñar sagacidad al
ingenuo" [Proverbios, 1, 4]. Conviene que sepas, hermano mío, que los méritos de los creyentes,
aunque éstos hayan llegado a la máxima purificación de sus almas ante Dios, ensalzado sea, aunque se
acerquen a la condición de los Profetas 396 en la bondad de su conducta, en la hermosura de sus
comportamientos, en su esfuerzo por someterse a Dios, ensalzado sea, y en su pureza de conciencia, no
son, sin embargo, como los méritos de los que guían a los demás y conducen a los pecadores al servicio
de Dios, ensalzado y honrado sea. Y ello, porque los merecimientos de estos últimos se multiplican (de
una manera acumulativa, a lo largo del correr de los días y de los tiempos), en la medida en que
aumenta el número de aquellos a quienes dirigen.
Esto se puede comparar a dos comerciantes que vinieron a una ciudad. Uno de ellos, con la única
mercancía que llevaba, ganó diez veces más del valor inicial, percibiendo, en total, cien dirhemes. El
otro comerciante ganó sólo el doble del valor inicial, pero llevaba muchas mercancías, con lo cual
consiguió sacar por todo lo que tenía a la venta, diez mil dirhemes. El beneficio que obtuvo el primer
comerciante, a pesar de que era mayor su ganancia, fue de noventa dirhemes más diez onceavos de
dirhem; mientras que el del segundo fue de cinco mil dirhemes, pese a que era pequeño el porcentaje de
ganancia que lograba.
Del mismo modo ocurre, hermano mío, con el que sólo busca poner en orden su propia alma.
Aunque en esta tarea llegue hasta el máximo, no será como el que arregla su alma y las de otros
muchos, pues este último multiplicará su mérito de acuerdo con los méritos que consigan todos
aquellos a los cuales salvó para Dios, ensalzado sea. Como dicen nuestros antepasados, la paz sea con
ellos: "No tiene pecado el que hace que los demás adquieran méritos. Moisés mereció e hizo que otros
merecieran. Los méritos de los demás dependen de él. Porque está escrito: "La justicia de Dios actuó y
sus juicios se realizaron en Israel" [Deuteronomio, 33, 21]" [Abôt, V, 18] y el Sabio dice: "Quienes
sentencian justamente serán felices, sobre ellos vendrán los parabienes" [Proverbios, 24, 25],
230
"Enseñanza verdadera hubo en su boca [y perversidad no se halló en sus labios, en paz y rectitud
marchó conmigo y a muchos apartó del pecado]" [Malaquías, 2, 6] y "Los maestros brillarán como
brilla el firmamento [y los que convierten a los demás, como estrellas perpetuamente]" [Daniel, 12, 3].
Por eso nos incita Dios, ensalzado sea, a reprender a los que pecan, con este dicho: "Reprenderás a tu
conciudadano abiertamente" [Levítico, 19, 17] y nuestros padres, la paz sea con ellos, afirman: "¿Hasta
dónde ha de llegar la reprensión?: hasta los golpes, dice Rab. Hasta la maldición, afirma Samuel"
[Arakîm, 16 b] y, por fin: "El que reprende a otro será más estimado [que el de lengua aduladora]"
[Proverbios, 28, 23].
Octava: el sentir alegría y regocijo por sus buenas obras, recreándose en ellas pero sin caer en la
vanidad ni en la jactancia. Y, a la vez, entristecerse y angustiarse por las propias maldades,
arrepintiéndose y haciendo penitencia por ellas, como dice el Libro: "Arroyos de lágrimas bajan de mis
ojos [por los que no cumplen su voluntad]" [Salmos, 119, 136].
Novena: el hacer ayunos supererogatorios durante el día, cuando el cuerpo lo permite, y
oraciones voluntarias y continuas durante la noche. *Y hago especial hincapié en la oración nocturna, a
pesar de que la diurna es también excelente*, porque la oración que se hace durante la noche es más
pura que la del día, por diversas razones:
Una: porque el hombre, durante la noche, está más desocupado que durante el día.
Dos: porque las pasiones materiales del comer y del beber descansan durante la noche más que
durante el día.
Tres: porque, durante la noche, el hombre está libre de las ocupaciones mundanas, como son el
vender y el comprar, el cobrar y el pagar, el edificar, el labrar la tierra, el sembrarla y otras cosas
parecidas a las cuales se dedican durante el día las gentes del mundo.
Cuatro: porque en la noche se interrumpen las conversaciones con los demás hombres, las visitas
de los amigos, las tertulias de los que quieren conversar con uno, la venida de los acreedores que
quieren cobrar lo que se les debe.
Cinco: porque durante la noche los sentidos descansan de recibir la mayoría de las sensaciones,
ya que el hombre no ve entonces aquello que le ocupa la atención durante el día ni oye a quien le
importuna.
Seis: porque se ve uno libre y alejado de la hipocresía, ya que los que vienen a visitarle durante la
noche son pocos, mientras que durante el día es posible que no pueda desentenderse de ellos.
Siete: porque durante la noche, el hombre se queda a solas con el recuerdo de Dios, ensalzado y
honrado sea, y entra en contacto íntimo con El, de la misma manera que todo enamorado se queda a
solas con su amado y todo amante se aísla para estar con su amado, como dice el Libro: "Mi alma te
ansia de noche [mi espíritu en mi interior madruga por ti] [Isaías, 26, 9] y "En mi cama por la noche
[buscaba al amor de mi alma]" [Cantar de los Cantares, 3, 1].
En nuestro Libro se alude muchas veces a la oración nocturna; por ejemplo: "De noche pronuncio
tu nombre, Señor [y velando tus preceptos]" [Salmos, 119, 55], "A media noche me levanto para darte
gracias [por tus justos mandamientos]" [Salmos, 119, 62], "Me adelanto a la aurora pidiéndote auxilio
[esperando tus palabras]" [Salmos, 119, 147], "Mis ojos se adelantan a las vigilias [meditando tu
promesa]" [Salmos, 119, 148], "[Señor, Dios mío] de día te pido auxilio; de noche grito en tu
presencia" [Salmos, 88, 2] y, por fin: "Levántate y grita de noche, al relevo de la guardia [derrama
como agua tu corazón en presencia del Señor, levanta hacia El las manos, por la vida tus niños,
desfallecidos de hambre en las encrucijadas]" [Lamentaciones, 2, 19] y otros muchos textos parecidos.
He dedicado especialmente a ésto un elocuente discurso destinado a censurar y reprender al alma,
a excitarla y moverla a la oración, compuesto en hebreo y que he titulado "Reprensión". Y lo he hecho
seguir de otro, también en puro hebreo, consagrado a alabar y engrandecer a Dios, ensalzado y honrado
sea, a la vez que a pedirle perdón y clemencia, con palabras delicadas que muevan al alma del que ora y
despierten su naturaleza; la he titulado "Súplica". Ambos discursos los he puesto al final de este libro
231
mío 400 para aquel que quiera añadirlos a sus oraciones nocturnas o diurnas. Quien siga este
procedimiento, deberá recitar la "Reprensión" sentado, después de haber dicho lo que se le ocurra de
los acostumbrados Zemirôt 401 y otros. Luego, formulará en su oración la "Súplica", de pie o
prosternado, hasta el final. Después, de rodillas dirá lo que tenga a bien de los Tahunîm 402. Por fin,
seguirá con "Dichoso el que con vida intachable" y "En mi aflicción llamé al Señor" 403, hasta el final
de los mismos.
Si alguien prefiere otras oraciones distintas u otro orden diferente al que he indicado, es cosa
suya. Solo he querido sugerir la manera más recomendable. Lo más importante, hermano mío, es la
pureza de tu alma en tus oraciones y el que tu corazón esté presente en lo que dices en ellas. Lo que
digas en tus rezos, recítalo pausadamente, siguiéndolo bien, sin que tu lengua vaya por delante de tu
corazón. Pues una oración breve, con tu corazón puesto en ella, es más valiosa que el correr velozmente
tu lengua por muchas preces de las que tu corazón está ausente. Dijo cierto hombre virtuoso: "No
entonéis alabanzas vacías, con el corazón ausente, sino que esté presente vuestro corazón, como dice
David: "Te busco de todo corazón" [Salmos, 119, 10] y "De todo corazón busco tu favor" [Salmos,
119, 58] y "Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo" [Salmos, 84, 3]".
Décima señal por la que se conoce que el creyente tiene verdadero amor a Dios: por la alegría y
regocijo que tiene en Dios, ensalzado sea, al conocerlo, por la pasión con que se busca contentarlo,
porque saborea su amor a El, por su fidelidad a la Ley y por el cuidado que pone en el trato con sus
elegidos, como dice el Libro: "Me junto con tus fieles que guardan tus decretos" [Salmos, 119, 63], "Mi
alegría es el camino de tus preceptos" [Salmos, 119, 14], "Tus preceptos son mi herencia perpetua, la
alegría de mi corazón" [Salmos, 119, 111], "Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan"
[Salmos, 40, 17] y, : "Yo festejaré al Señor gozando con mi Dios Salvador" [Habacuc, 3, 18].
ARTICULO SÉPTIMO
Las maneras de conducirse los que aman a Dios, ensalzado y honrado sea, son demasiado
numerosas como para que podamos hacer aquí su descripción. Sin embargo, mencionaré aquellas que
me vengan a las mientes.
Estos tales conocen a su Señor y saben distinguir las intenciones que El tiene para con ellos, la
dirección con que los conduce, el gobierno con que les guía, el cuidado que de ellos tiene, el dominio y
control que posee incluso sobre aquellas cosas religiosas y mundanas que nos permite elegir y usar
libremente. Saben y están firmemente convencidos de que sus asuntos y movimientos todos se
desarrollan de acuerdo con el designio y voluntad del Creador, ensalzado sea. En consecuencia, dejan
de preferir otras situaciones distintas a las que El les ha asignado, abandonándose por entero en manos
de Dios, ensalzado sea, para que El elija lo más conveniente y saludable para ellos. Y, cuando
comprenden mediante el Libro de Dios, ensalzado y honrado sea, que El les exhorta a cumplir los
deberes religiosos y que les incita a que decidan someterse a Dios, ensalzado y honrado sea,
abandonando los placeres corporales, más aún, prohibiéndoselos, entonces optan libremente por
dedicarse a lo que El ha ordenado, a saber: a entregarse por completo a El y a desear ardientemente
complacerle (desde sus conciencias e intenciones profundas). De este modo, se apartan de los deseos y
seducciones mundanos, (con sus corazones y anhelos), esperando que Dios les ayude y apoye para
llevar a cabo la sumisión a El que han decidido realizar y para cumplir de verdad los deberes para con
Dios, ensalzado y honrado sea, que han elegido libremente.
Una vez que han cumplido estos deberes, dan gracias a su Señor y le alaban por ello, a la vez que
Dios les agradece el esfuerzo y elección que han hecho. Y si, por su propia debilidad, no pueden
exteriorizar su decisión llevándola a la práctica, se excusan ante Dios, ensalzado y honrado sea, y
resuelven ejecutarla cuando puedan, a la vez que están al acecho del momento en que Dios se lo
232
permita hacer, con su apoyo y auxilio. Le suplican, con pureza de alma y sinceridad de intención, que
les ayude a ello, pues es éste el colmo de sus esperanzas y la meta de sus anhelos ante su Señor, a la
manera como dice el Santo: "Ojalá esté firme mi camino [para cumplir tus consignas]" [Salmos, 119,
5]. Y entonces Dios, ensalzado sea, les agradece el que hayan elegido interiormente el someterse a El,
aunque no lo puedan realizar externamente, como dijo el Señor a David: "Ese proyecto que tienes de
construir un templo en mi honor, haces bien en tenerlo [sólo que tú no construirás ese templo, sino que
un hijo de tus entrañas será quien construya ese templo en mi honor]" [Reyes I, 8, 18-19].
Descuidan, con sus corazones y pensamiento, las cosas del mundo y el cuidado de sus cuerpos. Y
sólo se dedican a estos asuntos terrenales con los sentidos corporales, en la medida en que les es
necesario e imprescindible, pues desprecian y desdeñan los placeres de este mundo. Vacían sus almas y
desocupan sus corazones para dedicarse a las tareas religiosas y al servicio de su Señor, ensalzándolo,
engrandeciéndolo y estando al tanto de lo que manda y prohibe. Sus cuerpos son terrestres, mientras
que sus corazones son celestiales y espirituales. Es tal el conocimiento que tienen de Dios, ensalzado
sea, que le sirven como si estuvieran con los santos ángeles en los cielos. Sus pasiones se han derretido
en sus corazones y el deseo de placer se les ha aniquilado, porque están embriagados del anhelo de
servir a Dios, ensalzado sea, y les ha penetrado hasta el fondo el amor a Dios. Se ha apagado el fuego
de la pasión en sus corazones y su ardor se ha consumido en sus interiores, porque se han revestido con
la grandiosa luz de la sumisión de Dios, ensalzado y honrado sea. Les ha ocurrido como a las lámparas
cuando el sol aparece durante el día. Se humillan ante su Señor, con respetuoso temor y confiesan su
poquedad. Le acatan, sometiéndose a El sin considerar su poca valía personal.
Podrás apreciar que estos tales, cuando se les trata, son modestos; cuando se les habla, son
sabios; cuando se les pregunta, doctos; cuando se les injuria, mansos. Verás sus rostros invadidos de
luz. Y si descubrieses por entero sus corazones, los verías quebrantados ante Dios, conversando
continuamente con El, liberados de los afanes del mundo. Sus corazones se han llenado del amor a
Dios. No desean hablar con los hombres ni encuentran placer alguno en conversar con ellos. Se han
apartado del camino peligroso y han seguido el mejor sendero. Gracias a ellos se alejan los castigos y
las nubes cubren los cielos. Gracias a ellos, cae la lluvia para regar a las gentes y a los pueblos. Han
apartado sus cuerpos de lo prohibido, han retirado sus manos de la excesiva variedad y abundancia de
alimentos, han alejado sus almas de lo pecaminoso, han seguido el camino de la rectitud, han abierto su
lecho a la justicia, han conseguido el rango más excelente gracias a la paciencia con que han soportado
unos pocos días de vida. Así mismo, han ganado ambas mansiones, han acumulado ambos bienes y han
conseguido las dos excelencias, la de esta vida y la de la otra, como dice el Libro: "Dichoso quien
respeta al Señor y es entusiasta de sus mandatos" [Salmos, 112, 1] 404.
Es asombroso que, en su vida, les parecen pocos los deberes con que Dios les carga, en
comparación con los muchos beneficios que El les ha otorgado y con el gran esfuerzo, celo, paciencia y
aguante que se exigen a sí mismos para cumplir la sumisión a Dios. Y ésto precisamente es lo que voy
a explicarte: pues estos tales, haciendo recuento de los deberes que tienen para con Dios, ensalzado sea,
llegan a la cifra total de seiscientas trece leyes. De entre ellas: trescientas sesenta y cinco pertenecen al
"no hagas" y constituyen las prohibiciones; sesenta y cinco, obligan a la comunidad, no al individuo;
doscientas cuarenta y ocho son preceptos positivos y temporales que están prescritos para determinados
tiempos, como son por ejemplo, las leyes referentes a los sábados, a las fiestas, a los ayunos. Otros
preceptos positivos solamente obligan en la tierra de promisión, como son los sacrificios, las ofrendas,
los diezmos, las fiestas de peregrinación y otros semejantes. Otras leyes dependen de determinadas
circunstancias, las cuales, si se dan, obligan, y si desaparecen, decaen; por ejemplo: la circuncisión, que
no obliga a quien no tiene hijos, la redención del hijo que cesa de obligar a quien no tiene primogénito,
la barandilla en las azoteas que no es preceptiva para quien no tiene casa, honrar padre y madre que
deja de obligar a quien es huérfano, y así sucesivamente.
233
Cuando estos hombres hacen el recuento de los preceptos, dicen: "No contamos las prohibiciones
puesto que el simple hecho de no actuar, ya es una manera de cumplir con el deber. Nosotros, el que
duerme, el muerto y las bestias que pacen en el campo, cumplimos [todos] con estos deberes de la
misma manera* 405".
Los que aman a Dios estiman en muy poco la sumisión que le prestan y desprecian las acciones
que llevan a cabo, en comparación con los anhelos y ardientes deseos que sienten de conseguir aquello
con lo cual Dios, ensalzado sea, queda contento con ellos. En consecuencia, buscan todos aquellos
deberes de los miembros externos que les obligan en todo tiempo, en todo lugar y en toda
circunstancia. Y de entre todos ellos, no encuentran otro mejor que el de leer asiduamente el Libro de
Dios y el de estudiar sus preceptos, como dice: "Las palabras que hoy te digo quedarán grabadas en tu
corazón" [Deuteronomio, 6, 6] y el Profeta vuelve a insistir otra vez en ésto diciendo: "Enseñádselas a
vuestros hijos [habladles de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado]"
[Deuteronomio, 11, 19].
Pero todo ésto les parece poco en comparación con la enorme obligación que les ha sido revelada
de servir y de obrar por Dios, ensalzado sea. En consecuencia, sirven a Dios, ensalzado y honrado sea,
con los deberes racionales, con las disciplinas especiales y con las virtudes espirituales, incrementando
con otras obras supererogatorias los deberes habituales con pureza de corazón ante Dios. De este modo,
siguen el ejemplo de la vida de los Profetas y de la conducta de los santos, buscando siempre el
complacer a Dios y el ser aceptos al Señor.
Estos [deberes racionales, virtudes especiales y obras supererogatorias] pertenecen a los deberes
de los corazones, cuyos fundamentos y especies he intentado explicar en este libro, el cual es ciencia
oculta que, aunque los sabios la tienen escondida en sus corazones y encerrada en sus conciencias, no
se ocultaría a nadie que la poseen de verdad si hablasen de ella, porque todo hombre dotado de razón
testimoniaría su autenticidad y verdad.
Con esta ciencia interior llegan a los más altos niveles y arriban a los más nobles grados de
sumisión a Dios, ensalzado y honrado sea, así como a la pureza de sus almas y al verdadero amor a El,
con sus corazones, almas, cuerpos y bienes, tal como nos anima a hacerlo el Enviado, la paz sea con él:
"Amaras al señor, tu Dios [con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas]"
[Deuteronomio, 6, 5].
Los que han llegado a este nivel de amor, son los que más cerca están de los Profetas, de los
hombres piadosos, de los elegidos y de los óptimos, a los cuales el Santo, la paz sea con él, describe
como "amigos de Dios" y como "amantes de su nombre", diciendo de ellos lo siguiente: "Para legar
riquezas a mis amigos y colmar sus tesoros" [Proverbios, 8, 21].
Hermano mío, si quieres ser compañero de estos hombres que aman a Dios y ser contado entre
ellos, apártate de las cosas superfluas del mundo, sé indiferente a ellas, confórmate con el alimento
estrictamente necesario y acostúmbrate a prescindir de las banalidades terrenas. Aligera a tu alma y
libera a tu mente de la carga de las ocupaciones mundanas para que no se quede absorta pensando en
ellas. En las cosas imprescindibles de esta vida pon en juego tu cuerpo, no tu corazón y libertad;
compórtate con ellas como quien bebe una medicina desagradable: la toma únicamente con la boca por
necesidad, no por su gusto, y, a pesar de que le repugna, soporta con facilidad su sabor desagradable
para quitarse los males que le aquejan. Así deberán ser para ti las cosas imprescindibles de este mundo.
Sabes muy bien, hermano mío, que, aunque cuides de tus asuntos mundanos, no por eso
aumentarán en nada tus medios indispensables de vida, y que el gobierno de tales cosas está puesto en
manos de Dios, ensalzado sea. Y, de la misma manera, si pones poco deseo y esfuerzo en todo ésto, no
disminuirán por ello un ápice tus medios de subsistencia. En cambio, el dedicarte a estos asuntos, te
impedirá estar al tanto de lo que realmente te interesa, como es el gobierno de tu vida religiosa y de los
deberes para con Dios, ensalzado sea, los cuales te han sido encomendados y estás obligado a dedicarte
a ellos durante toda tu vida. Si pierdes ésto, nada te aprovechará.
234
Elige para tu alma aquello que trae consigo tu salvación y tu integridad religiosa y mundana.
Esfuérzate en apartar de ti las costumbres depravadas que tienes y ponte como primerísima tarea el
dedicarte a los asuntos de la otra vida. Haz de la razón tu emir, de la cordura tu visir, de la ciencia tu
guía, de la ascesis tu amigo íntimo.
Tómate con calma y sin prisas el conseguir las virtudes, actuando de acuerdo con tu situación
concreta. Guárdate del exceso y del abuso que lleva consigo el no proceder gradualmente, [paso a paso,
en el camino de tu perfección], no sea que te pierda la prisa, pues el exceso de aceite puede echar a
perder la llama de la lámpara. Pero guárdate también de toda negligencia, descuido y dejadez. Añade
esfuerzo a esfuerzo, paciencia a paciencia, paulatinamente, y ve paso a paso tras la consecución de las
virtudes. No dejes de revisar continuamente tu interior y de examinar tu conciencia.
Dedícate a estudiar este mi libro, léelo, repasa una y otra vez sus ideas, estáte atento a los
principios que contiene e investiga siempre sus consecuencias.
De esta manera llegarás a la cima de las buenas acciones y al límite máximo de las cualidades
que agradan a Dios, ensalzado sea. Déjate guiar hacia allí, a la vez que tú conduces a los demás a la
misma meta. Pero no esperes en tu interior alcanzarlo sin antes vaciar tu alma de las preocupaciones y
afanes mundanos mediante la ascesis. Es lo mismo que ocurre con el borracho: no hay forma de curarlo
si no vomita.
Dijo un santo varón: "Si nos invadiese la vergüenza ante Dios, ensalzado sea, ni siquiera
mencionaríamos el amor a Dios, ensalzado sea, puesto que estamos embriagados con la copa del amor
del mundo" 406.
Esfuérzate, hermano mío, en vaciar tu interior de este amor al mundo, a la vez que vacías también
tu cuerpo de sus afanes, pues tu soledad corporal necesita también de la espiritual, dada la estrecha
unión que hay entre los pensamientos del alma y las tareas mundanas, aun en el caso de que el cuerpo
esté libre y descanse de los trabajos de esta vida. Busca continuamente tener esta actitud y esfuérzate en
desterrar de tu corazón las pasiones mundanas, reemplazándolas por los asuntos de la otra vida y por
los deberes de los corazones. Repasa estas cosas en tu interior y así lograrás contentar a Dios,
ensalzado y honrado sea, y conseguirás que se vuelva hacia ti para acoger tus buenas obras y perdonar
tus pecados. De este modo habrás alcanzado gracia ante El, como dice el Libro: "Yo amo a los que me
aman" [Proverbios, 8, 17] y "Porque yo honro a los que me honran" [Samuel I, 2, 30].
COMPLEMENTO A LA INSTRUCCIÓN
235
sea. Si confiesas la unidad de Dios, ensalzado sea, te traerán a la memoria la pureza con que debes
profesarla.
Igualmente te serán útiles estos versos para orar, para cuando tu corazón es tentado, para domar
tu lengua, para frenar los sentidos y dominar las pasiones, para controlar tus miembros externos, para
examinar tus ideas, para pesar tus obras con la balanza de tu saber y para promover en ti todas las
maneras de proceder, virtudes y sublimes formas de conducta que te he dejado asentadas en este libro.
Que Dios, con su misericordia, nos conduzca a nosotros y a ti a su sumisión.
***
He aquí los diez versos:
Sobre la unidad de Dios Altísimo:
Hijo mío, dedica a tu Roca la unidad de tu alma, cuando confieses la unidad de Aquel que te
conformó.
Sobre la reflexión debida en torno a las creaturas:
Busca, investiga y pondera sus maravillas, compréndelas y la Ley de la justicia te ceñirá.
Sobre la obligación de someterse a Dios Altísimo:
Teme a Dios. Guarda su Ley y sus preceptos. Así no resbalarán tus pies.
Sobre el abandono en Dios Altísimo:
Que tu corazón confíe y esté seguro abandonándose en Dios, la Roca. El te ayudará.
Sobre la purificación de los actos ante Dios Altísimo:
Cumple sus mandamientos con corazón puro, sólo en su honor; no desees complacer a ningún
contemporáneo tuyo.
Sobre la humildad ante Dios, ensalzado sea:
Observa que el final de toda creatura terrenal es volver a la tierra. Sé humilde porque tu última
morada será la arena y un terrón de tierra.
Sobre el arrepentimiento ente Dios, ensalzado sea, y sobre su noción:
Emplea tu razón en combatir tu locura. Arrepiéntete de tu presunción y de tus malas
inclinaciones.
Sobre el examen de conciencia que debe hacer el hombre ante Dios Altísimo:
Busca sabiamente los caminos del Señor, con tu mente y tu conciencia, con juicio justo y
rectitud.
Sobre la ascesis y sobre lo que la hace auténtica:
Expulsa de tu corazón las locuras de la infancia y de la juventud; no anheles lo que deseabas
cuando eras un adolescente.
Sobre el amor a Dios Altísimo:
Entonces, en el colmo de tus deseos, verás al Dios sempiterno y tu única alma se unirá con tu
Roca.
REPRENSIÓN
"Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi interior a su santo nombre" [Salmos, 103, 1].
Alma mía, busca la fuerza y bendice a tu Roca. Suplica su gracia presentándote humildemente
ante el Señor. Dirige tu súplica ante El. Despierta de tu sueño y date cuenta del lugar que ocupas, de
dónde vienes y a dónde vas.
Alma mía, sal de tu sopor. Entona cánticos a tu Creador, canta su nombre, publica sus maravillas,
tiembla ante El dondequiera que estuvieres.
Alma mía, no te comportes como un caballo o como un mulo que no tienen conocimiento, ni seas
como un borracho somnoliento ni como un estúpido. Fuiste sacado de una fuente de conocimiento,
236
tomado de un pozo de sabiduría, conducido desde un lugar santo, extraído de la ciudad de los fuertes.
El Eterno te sacó de los cielos.
Alma mía, ponte los vestidos de la razón, cíñete con la inteligencia, sálvate de las vanidades de la
carne en medio de la cual estás exiliada. Que tu corazón no te seduzca con sus invitaciones sutiles, que
no te engañe con el espejismo de sus deseos, pues desaparecen como la espuma. Recuérdalo bien:
comienzan siendo vanos e inútiles y terminan engendrando confusión y vergüenza.
Alma mía, atraviesa la anchurosa avenida del conocimiento que se abre ante ti, corretea por las
habitaciones de tu saber y conoce, al fin, la forma y naturaleza de tu estructura física, cuyo fundamento
es el polvo. Caminas dentro un cuerpo despreciable y de una envoltura decadente. Tu cuerpo está
sacado de una fuente viscosa, que es el origen de toda corrupción, ha sido edificado sobre una pútrida
gota y producido a partir del ardor de la pasión, adoptando, luego, la forma de un gusano que inspira
horror. Prisionero en un vientre impuro, es lanzado a nacer en medio de dolores y tormentos, para, al
final, contemplar penas y trabajos.
Este cuerpo, así nacido, busca apasionadamente todos los días colmar sus deseos y se aleja de la
disciplina y de la obediencia. Cae en las tinieblas y entre ellas va caminando pobre, menesteroso,
indigente y errabundo. Sin ti, alma mía, se encuentra vacío de conocimiento; fuera de ti se halla
despojado de entendimiento. Mientras vive, no es sino polvo; y, cuando muere, vuelve a las cenizas.
Los gusanos le acompañan durante su existencia y su final es la putrefacción: un montón de tierra le
cubrirá y no sabrá cuál es su derecha y su izquierda. Su destino es quedar enterrado bajo el suelo.
Así pues, alma mía, camina y gobierna sobre tu cuerpo, porque la soberanía pertenece a los
sabios, mientras que el necio debe estar bajo el control del hombre sabio. No deambules seducida por
tu corazón engañoso, no te dejes atrapar por sus consejos. Aborrece las ventajas que te ofrecen sus
engaños. No te dediques a oprimir a los demás ni pongas tu esperanza en el robo. Porque la opresión
convierte al hombre sabio en necio y los dones gratuitos destruyen la razón.
Alma mía, dirige [la atención de] tu corazón hacia el camino que has de atravesar. Piensa que
todo cuanto viene del polvo, al polvo ha de volver; que todo lo que ha sido creado tiene un final y un
término, a saber: la tierra de la que fue sacado. La vida y la muerte son dos hermanas que viven juntas,
pegadas la una a la otra, inseparables, que unen los dos extremos con un puente por el que todas las
creaturas han de pasar: la vida es la entrada y la muerte la salida. Así, la vida construye, la muerte
destruye; la vida siembra, la muerte cosecha; la vida planta, la muerte arranca; la vida junta, la muerte
separa; la primera reúne y la segunda dispersa.
Sábete y reconoce, pues, que tú también habrás de beber de esta copa y que, en un momento
dado, cuando te venga la hora, tendrás que dejar la habitación en que vives; entonces volverás a tu
morada definitiva. En ese día serás recompensada y recibirás tu paga por tus obras realizadas en este
mundo, por las cuales pasaste fatigas, ya se trate de obras buenas o de obras malas.
Por eso, escucha, te lo ruego, y mira; presta atención y olvida a tu pueblo y a la casa de tu padre.
Levántate y canta oraciones a tu Rey, día y noche. Eleva tus manos y ruégale. Póstrate ante El. Que tus
ojos manen lágrimas mientras tus rodillas están hincadas haciendo oración. Quizás el Rey acepte tu
buena actitud y levante su rostro hacia ti, te dé su paz, sea benevolente contigo en los días de tu
aflicción en la tierra y, también, cuando hayas vuelto a la morada del reposo eterno. Porque desde que
empezaste a existir no ha dejado de derramar sus dones sobre ti.
Alma mía, aprovisiónate abundantemente; no ahorres [esfuerzos] mientras vives y puedes
hacerlo, porque el camino que tienes delante es largo. No digas: "Mañana me aprovisionaré", puesto
que el día de hoy está a punto de terminar y no sabes lo que te traerá el día siguiente. Piensa que el ayer
nunca volverá y que todo cuanto has hecho ha sido pesado, contado y tasado. No digas: "Mañana lo
haré", porque el día de la muerte es desconocido para todo ser viviente. Date prisa, por tanto, en
cumplir tu tarea cotidiana, pues la muerte nos lanza sus flechas y sus rayos, a cada instante. Así pues,
no te demores y haz lo que debes hacer cada día.
237
Como el pájaro abandona su nido, así el hombre deja su morada sobre la tierra. No pienses que
después de que hayas abandonado la prisión de tu cuerpo, podrás convertirte de tu anterior vida de
vicio para dedicarte a vivir virtuosamente. Porque entonces no te será posible hacer ni el bien ni el mal.
Ni te será de utilidad alguna ni el arrepentirte de las desviaciones que hayas cometido, ni el sentir
remordimiento por tus fechorías, culpas y transgresiones. El último día está dedicado a hacer el
recuento y allí estará dispuesto el libro en el que se recuerda todo lo oculto del hombre y que ha sido
sellado por cada uno con sus propias manos. Entonces estará dispuesta ya la recompensa para quienes
hayan temido a Dios y hayan puesto su pensamiento en El, mientras que vendrá la venganza de la
alianza sobre aquellos que se hayan olvidado de Dios y le hayan dicho: "Apártate de nosotros, porque
no queremos saber de tus caminos. ¿Qué es el Todopoderoso para que le sirvamos y qué provecho
sacaremos con su encuentro?" [Job, 21, 14-15].
Alma mía, si eres sabia, lo serás contigo misma; y, si bromeas, sobre ti recaerá el error. Escucha,
por tanto, la instrucción; sé sabia y no un ser irracional. Toma en tu corazón las palabras del
Eclesiastés, hijo de David: "En conclusión, y después de oírlo todo, teme a Dios y guarda sus
mandamientos, porque eso es ser hombre; que Dios juzgará todas las acciones, aun las ocultas, buenas
y malas" [Eclesiastés, 12, 13-14].
No olvides jamás que todos los actos de los hombres están sellados por su propia mano para que
cada uno reconozca sus propias acciones. Recuerda que quien comete iniquidad no tiene oscuridad ni
sombras espesas en que poderse esconder. Busca al Señor, tu Creador, con todas tus fuerzas, con toda
tu energía. Ve tras la justicia y la humildad; tal vez así seas protegido el día de la ira del Señor, el día
en que su cólera se encienda.
Entonces brillarás con el resplandor del firmamento, cuando el sol salga con toda su fuerza,
cuando el sol de la justicia brille sobre ti, portando en sus alas la salvación. Ahora, levántate, ve a
suplicar a tu Señor. Eleva tus cánticos a Dios: "¡Aleluya!. Alabad al Señor, que la música es buena,
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa" [Salmos, 147, 1].
SUPLICA
"Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza" [Salmos, 51, 17].
Haz que hable con claridad, prepara mi corazón, despierta a mi alma, pon en regla mis
pensamientos y corrige los devaneos de mi imaginación. Atiende a lo que digo, pon oídos a mis
palabras, escucha mi oración. Haz que mi grito te alcance y que mis súplicas te lleguen, cuando canto
tus alabanzas, proclamo con mis labios tu justicia, reconozco las maravillas de tu poder, doy a conocer
tu tierno amor y hablo de tu verdad. Hazlo hora que mi alma está dentro de mí y el espíritu de la vida
alienta en mi nariz; antes de que el sol de mi vida se oscurezca, la lámpara de mi alma se extinga y mi
cuerpo vuelva a la tierra de donde salió, que es cuando irá mi espíritu hacia Ti para que lo juzgues, pues
"Su sendero no lo conoce el buitre, no lo divisa el ojo del halcón" [Job, 28, 7]. Ese es un lugar donde
las riquezas ya no tienen ninguna utilidad y en el que lo único importante es "Defender el derecho y
amar la lealtad" [Miqueas, 6, 8]. En verdad, reconozco que he sido traído al mundo para cantar tu
nombre y que he sido hecho para manifestar tu grandeza.
He comprendido, Señor, Dios mío, por medio de la luz de esa razón con que me has regalado,
que Tú eres Uno solo; Uno sin multiplicidad; Uno sin relación o semejanza alguna [con otras cosas];
Uno sin comienzo ni fin; Uno sin que se pueda parangonar a nadie contigo; Uno que no es el primero al
que sigue un segundo; Uno pero no el uno con que comienzan los numerales; Uno sin conjunción,
combinación o adición [de varias cosas]; Uno sin separación o división [interna en partes diversas];
Uno sin que nadie Te preceda a Ti; uno sin que nadie te suceda a Ti. Cualquier cosa que, fuera de Ti, es
llamada uno, no es verdadero uno ni se le puede designar con el nombre de unidad, puesto que está
compuesto de unidades, construido de entidades separadas y divisible en distintas unidades. [Cualquier
238
ser distinto a Ti] tiene comienzo y terminación, principio y fin, anterior y posterior, relación y
semejanza; siempre hay un segundo ser opuesto a él que, a su vez, se parece a él.
Por eso, el confesar tu Unidad con todo el corazón y declarar ante Ti: "El Señor es nuestro Dios,
el Señor es Uno solo", constituye una verdad y una certeza firme para tus creaturas.
En verdad "El Señor es Dios" porque Tú eres el Dios de los dioses y el Señor de los señores. Tú
has creado de la nada los elementos de todas las cosas y has formado, desde la no existencia, a todos
los seres. Tú has juntado [esos elementos] con tu Espíritu y se han convertido en unos individuos. Por
tu Palabra asentaste la piedra angular para que el mundo existiera de forma estable. Con tu mandato
estableciste la esfera celeste para que rodease el universo. También creaste los ministros que habían de
estar alrededor del Trono de tu Gloria y de viento hiciste los ejércitos de mensajeros supremos. Tú
separaste las aguas entre sí. Tú pusiste límite y contorno a las aguas agrupadas sobre la tierra, de modo
que no los rompieran. Tú hiciste que la tierra produjera hierbas con todas las especies de semillas y
plantas deliciosas. De luz conformaste en las esferas celestes las luminarias y las estrellas para regir el
día y la noche, prorrumpiendo durante el día en cánticos a su Hacedor, cantando himnos durante la
noche a su Dueño, declarando que el Omnisciente las había creado y dando testimonio de que el
Todopoderoso las había formado. El hombre inteligente guarda silencio ante estos seres, porque no
llega a comprender su formación o a conocer sus caminos, pues el hombre es simple e incapaz de
investigar el curso de sus movimientos. Las aguas produjeron abundantes peces marinos y aves del
cielo, enormes ballenas, innumerables reptiles y creaturas vivas, pequeñas y grandes. La tierra también
produjo ganados de los campos y fieras salvajes que viven sobre ella.
Después de todo esto, Tú formaste al hombre para tu gloria y creaste un ser mortal y débil que
invocase tu Nombre. Por sus narices le inspiraste el aliento de un alma preciosa, pura, ligera, sabia e
inteligente, capaz de adquirir instrucción y sabiduría, aprender el conocimiento y la discreción, declarar
que Tú la habías formado y testificar que Tú la habías creado. Por su medio, todo hombre de corazón
sabio, usando de la inteligencia, llegará a pensar en Ti; y cualquier hombre inteligente logrará
reconocerte y encontrarte. Porque has puesto el alma como un signo y señal del hombre que tiene
inteligencia, mientras está vivo, y has hecho de ella un testigo siempre dispuesto a dar testimonio ante
quienes saben a fondo lo que es conocer; de manera que, si un mentiroso niega a Dios o un perverso lo
rechaza, esa alma que cada uno tiene, responderá como las piedras de las paredes y su espíritu replicará
como las vigas de la estructura.
Por eso, todo el que pregunta por Ti, te comprenderá en su corazón y todo el que te busca te
hallará en su intimidad. Porque Tú estás inmensamente cerca, en las alcobas de su espíritu, y nuestras
almas son testigos fidedignos de que estás junto a nosotros. También nuestros cuerpos materiales,
desde dentro de nosotros mismos, nos dan testimonio y nos informan de que somos la arcilla y Tú el
Alfarero, de que Tú eres el Creador y nosotros todos las obras de tus manos.
En verdad, Señor, Dios, Tú eres Dios que haces maravillas y no hay nadie que pueda realizar
obras como las tuyas ni portentos como los que Tú llevas a cabo. Porque quienquiera que desee hacer
cualquier cosa, por insignificante que sea, lo realiza a partir de algo; pero Tú, en cambio, lo haces todo
de la nada. Cualquier artífice que Tú has formado es incapaz de crear los fundamentos de una cosa si
Tú no los has originado antes, ni podrá llamar a ningún ser a la existencia si Tú no lo has constituido
antes como un nuevo ser. Por eso, es preciso que te alabemos a Ti, que has hecho incalculables cosas y
maravillas sin número.
En verdad, Señor Dios, que Tú no has hecho ninguna de las creaturas existentes sin su forma
[adecuada] ni las has fabricado en vano. El resultado final es ese universo entero que da testimonio de
tu Sabiduría y de tu Prudencia y que demuestra que cuanto Tú has hecho es perfecto, sin defecto,
completo y sin que le sobre nada, como está escrito: "Comprendí que todo lo que hizo Dios durará
siempre: no se puede añadir ni restar" [Eclesiastés, 3, 14]. Por eso es preciso que te alabemos: "¿Quién
no te temerá? Tú lo mereces, Rey de las naciones; entre todos sus sabios y reyes ¿quién hay como Tu?"
239
[Jeremías, 10, 7], porque "No hay como Tú, Señor; Tú eres grande, grande es tu fama y tu poder"
[Jeremías, 10, 6].
En verdad. Señor Dios, que, en la abundancia de tus mercedes para con el linaje de tus amigos y
en tu delicadeza amorosa para con los hijos de tus siervos. Tú nos has librado de Egipto, en medio de
grandes aflicciones, y de la casa del cautiverio, con grandes signos que inspiran temor. Tú has dividido
el Mar Rojo ante nosotros y has secado sus aguas para que pudiéramos pasar por él. Tú nos has dado
pan del cielo como alimento y nos elegiste como si fuéramos un tesoro. Tú nos has beneficiado con tu
santo nombre, dándonoslo como herencia. Tú nos has hecho oír tus santas palabras a través de las
llamas de fuego. Tú nos has favorecido con la Ley del amor y nos hiciste conocer los preceptos de la
verdad. Tú nos has enseñado las normas rectas y nos has mostrado unos mandamientos justos para que
nos guíen por los caminos de la equidad, para que iluminen nuestros ojos, para que purifiquen nuestras
almas de la escoria de nuestros deseos corporales, para que nuestros espíritus se libren del yugo
temporal y de los grilletes de este mundo, para concedernos, finalmente, la luz que tienes preparada
para los justos en el mundo que ha de venir.
Por tanto, he considerado mis caminos, he investigado mis pasos, he pesado mis obras y he
puesto una esmerada atención en ver cuál es el objetivo de todos mis deseos. Y, ¡ay!, todo es vanidad y
pasto del viento. Su final es confuso, su conclusión ambigua. Así que he decidido encaminarme hacia
tu Asamblea, para buscar refugio en las alas de tu gloria y volver a tu servicio. Porque he sabido que a
todos los que te temen les va bien, que todos los que ponen sus esperanzas en Ti no se avergüenzan,
que nadie que te busca queda confundido, y que todo el que se abandona en Ti, vive en lugar seguro y
su linaje permanece firme ante Ti.
He examinado mi corazón y he comprendido que el término de cada cosa creada está ya en su
mismo comienzo, que el final de cada nuevo ser está en su inicio: todo lo que es compuesto será roto en
pedazos; todo lo que es construido, se destruirá y será como si nunca hubiera existido. Todo perece
pero Tú existes para siempre. Todo cesa, pero Tú perduras. Todo termina, pero Tú permaneces
eternamente. Solo las almas de los hombres piadosos que se han abandonado en tu bondad, harás que
se permanezcan perpetuamente sin que resbalen sus pasos, como está escrito: "Los que confían en el
Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre" [Salmos, 125, 1].
Tú eres el Señor como lo has sido siempre. Tú no cambias jamás y eres tal cual eras al principio.
Tú serás el mismo tras el último ser que exista y nunca cambiarás. Las estaciones del año no sirven
para asignarte un comienzo en tu existencia; las generaciones no son capaces de fijarte un final, porque
Tú eres quien ha llamado a las generaciones desde el comienzo. Tuyo es el día; tuya es la noche. Tú has
establecido la luna y el sol, que son los fundamentos de las estaciones y el principio básico del
calendario de los años. Por eso es justo que se te alabe. "Al principio cimentaste la tierra, y el cielo es
obra de tus manos; ellos perecerán, Tú permaneces; se gastarán como ropa, serán como vestido que se
muda. Tú, en cambio, eres Aquel cuyos años no acabarán. Los hijos de tus siervos y su linaje habitarán
establemente en tu presencia" [Salmos, 102, 26-29].
También hoy sé y estoy firmemente convencido de que Tú creaste el espacio para el universo, el
cual se erigió por tu palabra y se mantiene por el aliento de tu boca. Pero el universo no es un lugar
para Ti, pues los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener.
Se sabe con certeza que lo infinito no puede ser encerrado en el espacio ni hay morada alguna
que pueda albergarlo, pues todo espacio es limitado y toda morada es mensurable. De ahí que es
imposible que lo mensurable albergue al Inconmensurable, que lo limitado contenga al que no tiene
límites. ¿Cómo podría el espacio contenerte a Ti que eres quien lo has formado?, ¿cómo podría
albergarte la morada que Tú has creado?
Tú eres el que existía cuando todavía no había espacio limitado y antes de que hubiera tiempo o
estación alguna. Esto es claro para la gente inteligente, cuando reflexionan y piensan que Tú no tienes
comparación alguna con nada, ni relación con cualesquiera cosas que existen. Porque todo lo que está
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fuera de Ti tiene un espacio que lo alberga y un período de tiempo que lo mide. Pero, para quien sopesa
en su mente la escala de las fechas de lo que existe, es claro que Tú no tienes un lugar determinado ni
un tiempo que pueda medirte. Por el contrario, todos comprenderán y entenderán que los cielos y la
tierra están llenos de tu gloria y que Tú estás más cerca de los hombres de lo que pueda estar el aliento
de sus narices o lo más íntimo de su ser. Esta cercanía es la propia del pensamiento y de la reflexión;
mayor que la proximidad de un hombre con su hermano. De ahí que los coros de los ángeles y de los
serafines, canten la triple santificación 418. Toda la tierra está llena de tu gloria y te cantarán los hayōt
y ōfanīm 419: "Bendita sea la gloria del Señor desde su Trono" [Ezequiel, 2, 12].
Es preciso que las creaturas te alaben y te canten: "Grande es el Señor y muy famoso, es
incalculable su grandeza" [Salmos, 145, 3]. Porque Tú eres excelso y todo lo demás es vil en tu
presencia. Tú eres exaltado y lo demás se inclina humillado ante Ti. Tú eres alabado y todo lo demás te
alaba. Tú eres ensalzado y lo demás te ensalza. Tú eres justo y lo demás declara tu justicia. Tú eres
glorificado y lo demás te glorifica. Tú eres soberano y lo demás proclama tu soberanía. Tú eres
poderoso y lo demás confía en tu poder. Tú eres grande y lo demás se deshace en hablar de tu grandeza.
Tú inspiras temor y lo demás habla de tus actos temibles. Tú eres omnipotente y lo demás habla de tu
sobreabundante poder. Por eso es justo que te glorifique a Ti: "De levante a poniente es grande mi fama
entre las naciones" [Malaquías, 1, 11].
Y puesto que todas las cosas Tú las sacaste y creaste de la nada y les diste vida, todo tiene su
origen en TI y todo es obra de tus manos, lo más conveniente es alabarte, lo más deleitoso cantarte, lo
más oportuno darte gracias y cantarte: ¡Qué hermoso eres!. Y, aunque sabemos que las alabanzas no te
son de ninguna utilidad y que el cantarte no te aprovecha para nada, sin embargo es conveniente que,
de acuerdo con lo que nos dicta esa razón con que nos has regalado, correspondamos a tus beneficios y
a los maravillosos favores que nos has otorgado, con alabanzas, cantos y acciones de gracias, en la
medida de nuestras posibilidades.
Aunque Tú eres más excelso que [cuanto digan] todos los salmos [que se te puedan entonar],
estás más encumbrado que todas las alabanzas, más elevado que todos los honores, más exaltado que
todas las bendiciones y, aunque no tiene poder ninguna de tus creaturas, grandes o pequeñas, para
cantar ni una milésima, ni aun una diez milésima parte de tus maravillosas obras ¿cuánto menos podrá
hacerlo un ser humano y, todavía menos, un ser como yo, gusano y no hombre, vergüenza de la
humanidad, desprecio del pueblo? Sin embargo, mi alma, dentro de sus angostos límites, está sedienta
de Tú y de poder cantar tus favores. Encadenada con grilletes de hierro, ansia darte las gracias, siente el
irresistible impulso de recordar tu nombre y de recordarte cada vez más. Mi corazón y mi carne ¡cómo
quieren cantar alabanzas a Ti!. Anhelo ensalzarte, honrarte y cantar tu nombre, Dios Excelso, porque tu
nombre y tu recuerdo constituyen el mayor deseo de mi alma. Así, permaneceré en pie ante las puertas
de tu misericordia, estaré presente ante los umbrales de tu amorosa bondad y prepararé como ofrenda
las palabras de mis labios para ensalzarte. Y tomaré palabras con que pueda proclamar aunque solo sea
una parte de tus maravillas. "Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré
como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos" [Salmos, 63, 5-6], "Canto con
júbilo; mi aliento está pegado a Tú y tu diestra me sostiene" [Salmos, 63, 9]. Guíame con tu consejo
mientras vivo y acéptame en tu gloria cuando muera, como es justo para quienes aman tu nombre.
Aunque yo no tengo ningún valor como para ofrecer mis súplicas a El, que es excelso y sublime,
aunque yo soy demasiado pobre como para cantar las maravillosas obras del Inmenso, que es
inescrutable, aunque no soy sino polvo y cenizas, corrupción y gusanos, una caja llena de desechos, una
vasija despreciable repleta de vergüenza y humillaciones, sin embargo, sé, Señor que Tú no
abandonarás la aflicción del pobre ni apartarás tu rostro de él y que le atenderás cuando eleve sus gritos
hacia Ti. ¿Qué es el hombre?, ¿qué es su oración recitada y qué es su plegaria? Todo es nada ante Tú y
puede considerarse como nadería y vacío si no fuera porque Tú lo has exaltado con tus mandamientos,
glorificando con tus testimonios, honrando con la declaración de la Unidad de tu nombre. No sería nada
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si no le hubieras hecho conocer tus enjundiosos himnos y el aprecio de tu santidad, y si no le hubieras
dado permiso para hablar y lanzar palabras de regocijo ante el trono de tu gloria.
Sé que el alabarte es propio de los hombres rectos, el cantarte es de los piadosos, el entonar
canciones de júbilo es de los justos. Pero como yo no tengo suficientes méritos para ésto, he decidido
entrar en el interior de mis alcobas, examinar mi secreta intimidad, cerrar las puertas de la perversión,
despojarme de los ornamentos del pecado, desnudarme de los vestidos de las honras, revestirme de los
hábitos de la humildad y, de acuerdo con mi deficiencia mental y poco conocimiento, entonarte algunas
pocas palabras, que me sirvan de introducción a tus [verdaderos] elogios y me recuerden algunas de tus
bendiciones, un poquito de tus maravillas, una pequeña porción de tus delicadezas de amor. Porque
¿quién podrá enumerar todos tus actos maravillosos y proclamar toda tu grandeza?
Tú sabes, Señor, que no hay suficiente fuerza en mi lengua para decir todo lo que hay dentro de
mi corazón y de mi mente sobre tus portentosas obras: "El hombre opulento e inconsciente es como
animal que perece" [Salmos, 49, 21]. Cuando estoy ante Ti, Señor Dios mío, me acuerdo de todo ésto y
tengo miedo; mi carne tiembla con un terror estremecedor, porque mis transgresiones me acompañan
siempre, mis pecados me rodean. He bajado hasta las oleadas de mis pecados cometidos
voluntariamente y me he hundido en las profundidades de mis errores. La riada de mis iniquidades me
ha inundado. He vuelto sobre mí mismo y he dicho: ¿cómo podré abrir mi boca y mover mis labios ante
el Creador de todas las cosas, cuando "De la planta del pie a la cabeza no queda parte sana" [Isaías, 1 6]
pues solo hay transgresiones y pecados, decepción e iniquidad?
Aunque me lavara en agua de nieve y limpiase mis manos con lejía, todavía estarían atrapados
mis pensamientos en las redes del pecado y me hallaría encadenado por sus engaños. Mis vestidos se
me hacen aborrecibles, mi corazón tiembla, mi alma está sobrecogida, mis miembros están magullados,
mis manos debilitadas. "Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados [mi corazón
como cera se derrite en mis entrañas" [Salmos, 22, 15], "Voy pasando como sombra que se alarga, me
sacuden como a la langosta" [Salmos, 109, 23].
Estoy excesivamente avergonzado y humillado como para poder elevar mi rostro hacia Ti y
levantar mi cabeza en tu presencia. Así pues, recuerdo tus juramentos pasados, Señor, y me arrepiento.
Porque Tú eres un gran Rey y "[El que oculta su crimen no prosperará] el que confiesa y se enmienda
será compadecido" [Proverbios, 28, 12]. Así pues, he dicho: "Haré confesión de mis pecados ante el
Señor. Es posible que El olvide la iniquidad de mi crimen". Y, de este modo, he hallado coraje en mi
corazón para verter mi oración ante Ti, para suplicar perdón, para pedir indulgencia y buscar remisión,
apoyándome en tu misericordia. He preparado mi alma y mi carne para hablar ante Ti y decir: "Señor
Dios nuestro y Dios de nuestros padres, llegue a Ti nuestra oración; no ocultes tu rostro ante nuestras
súplicas, porque no somos tan arrogantes y obstinados como para decirte: «Señor Dios nuestro y de
nuestros padres, somos justos y no hemos pecado», pues en verdad hemos pecado".
Hemos pecado de palabra y de obra. Hemos despreciado los mandatos cometiendo infracciones.
Hemos usurpado el derecho y la justicia. Nuestra carrera es como un seto de espinas. Hemos roto la
alianza y el pacto. Hemos multiplicado hasta el infinito las transgresiones. Hemos abandonado el bien
que Tú nos has enseñado. Hemos tramado las iniquidades que Tú odias. Hemos hecho obras falsas y
engañosas. Hemos aconsejado la iniquidad y la culpa. Hemos gastado nuestros días en las locuras de
este mundo. No nos hemos acordado de que Tú habrías de llevarnos a juicio por las cosas más secretas
que podamos tener. Hemos rechazado la disciplina del saber y hemos sido locos, obrando sin sabiduría
ni conocimiento. Hemos dado la espalda a tus justas decisiones y hemos abandonado los caminos de
tus mandamientos. Nos hemos entregado a todas nuestras concupiscencias y nos hemos sumergido en
el abismo de los placeres. Hemos cerrado nuestras bocas no reprendiendo a nadie; pero las hemos
abierto de par en par gritando palabras inicuas. Hemos reincidido constantemente en el pecado. Hemos
aborrecido cualquier reprensión que alguien nos haya podido hacer.
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Que quieras. Señor Dios nuestro y de nuestros padres, olvidar y perdonar nuestras iniquidades y
transgresiones. "Fuiste Tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre,
desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno Tú eres mi Dios" [Salmos, 22, 10-1 1].
Si Tú no me das tu favor y no perdonas mis pecados, ¿a quién levantaré mis ojos? Pues no tengo
otro padre fuera de Ti, ya que mi padre y mi madre me han abandonado y Tu, en cambio, Señor, te has
hecho cargo de mí. Tú eres el que, con tu bondad, se ha compadecido de mí desde que yo existo. Si el
patrono no tiene misericordia de su siervo y no olvida sus errores, ¿a quién, fuera de él, acudirá este
siervo para suplicar? Y si el que hace una cosa no tiene piedad de la propia obra de sus manos ¿a quién
acudirá la creatura de arcilla para suplicarle y a quién dirigirá sus plegarias? y ¿cómo podrá el hombre
granjearse de nuevo el favor de su Señor? Sin duda que estos hombres se apresurarán a refugiarse en
los favores de aquel que los hizo y se pondrán a esperar ante las puertas de la inmensa bondad de su
Señor. Así, pues, "Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus amos, como están los
ojos de la esclava fijos en las manos de su ama, así están nuestros ojos fijos en el Señor" [Salmos, 123,
2], pues nadie me conoce fuera de Ti ni nadie como Tú sabe la peste que hay en mi corazón.
"Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa" [Salmos, 51, 3],
"Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno" [Salmos, 139, 13], "¿No me vertiste
como leche?, ¿no me cuajaste como queso?, ¿no me forraste de carne y piel?, ¿no me tejiste de huesos
y tendones?, ¿no me otorgaste vida y favor y tu providencia no custodió mi espíritu?" [Job, 10, 10-12],
"[Y con todo, algo te guardabas, ahora sé que pensabas esto]: que si pecaba, me pondrías vigilancia y
no me dejarías impune" [Job, 10, 14].
"¿A dónde iré, [para esconderme] de tu Espíritu, a dónde escaparé de tu mirada? Si escalo el
cielo, allí estás Tu; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. Si digo: «Que
al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», ni la tiniebla es oscura para
TI, la noche es clara como el día" [Salmos, 139, 7-12]. Si Tú quieres visitarme y hacer justicia de
acuerdo con mi manera de vivir y con los pecados que he cometido ¿a quién iré yo para pedir que
interceda por mí ante Ti, en mi búsqueda de tu misericordia? Si me acerco a los que llevan una vida
placentera, "Todos se extravían igualmente obstinados, no hay uno que obre bien, ni uno solo"
[Salmos, 14, 3]. Y si es que decido acudir con mis súplicas a los que están bajo tierra para que
intercedan por mí ante Ti, "¿Harás tus maravillas por los muertos?, ¿se alzarán las sombras para darte
gracias?" [Salmos, 88, 11]. Si clamo a los ángeles de las alturas y me vuelvo a los santos para pedirles
que canten y rueguen a Ti en mi favor ante el Trono de tu gloria, ¿querrás Tú oír su grito, perdonar mis
pecados y olvidar mis transgresiones?
Por eso quiero volver, desde tu lejanía, hacia TI; de haber estado contra Tú deseo escapar hacia tu
regazo; de tu juicio ansío correr a tu amor; de tu justicia busco refugio en tu misericordia. Porque
abundante es tu benignidad; grande es tu amor. Eres conocido como Clemente y Compasivo, como
lento a la cólera y grande en amor 420. "Recuerda, Señor, que tu ternura y tu lealtad son eternas; no te
acuerdes de los pecados y delitos de mi juventud, acuérdate de mí con tu lealtad, por tu bondad, Señor"
[Salmos, 25, 6-7].
Tú sabes que el instinto del corazón humano es pecaminoso desde su juventud y que nació como
un asno salvaje. ¿Cómo podrá un hijo de mujer ser justificado, o uno que ha sido formado del barro ser
merecedor de algo, puesto que ha sido conformado en la iniquidad y en la maldad lo concibió su
madre? 421 y ¿cómo un débil mortal puede llegar a ser limpio, siendo así que su origen está en las
aguas impuras?, ¿cómo puede venir de lo inmundo algo que es inmaculado? "Si llevas cuenta de los
delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?" [Salmos, 130, 3]. Te ruego, pues, que olvides mi iniquidad y que
no señales mi pecado. "El perdón es cosa tuya y así infundes respeto" [Salmos, 130, 4].
"¿Con qué me presentaré a Ti, Señor, y cómo me inclinaré ante Ti, Dios de lo alto?" [Miqueas, 6,
6], ¿cómo lograré que perdones mi iniquidad y que pases por alto mis transgresiones, de modo que
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llegue a limpiarme de mi pecado y a estar libre de mi error? Si es que te dejas conmover por el
arrepentimiento y la confesión, he aquí que yo me arrepiento y confieso ante Tú con todo mi corazón y
digo: "Contra TI, contra Tú solo pequé, cometí lo que Tú repruebas. Tus argumentos te darán la razón,
del juicio resultarás inocente" [Salmos, 51, 6].
Y, si perdonas a la vista de un espíritu quebrantado 422, he aquí que mi corazón está dentro de
mí hecho pedazos, que mis huesos tiemblan y que me duele el alma por la multitud de mis pecados y
por la severa pena que mis iniquidades merecen. Hasta el punto de que no hay sosiego en mi carne ni
paz en mis huesos por culpa de mis pecados. Si no fuera por tu misericordia que me acompaña y por tu
amor que me abraza, mi alma habría caído en el silencio de la muerte y yo habría perecido en mi
aflicción.
Si perdonas a la vista de los sollozos y lamentos del pecador, he aquí que mi alma llora en secreto
y mi espíritu grita en sus habitaciones. "Se me retuercen dentro las entrañas, me sobrecoge un pavor
mortal, me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto" [Salmos, 55, 5] al pensar en la multitud de
mis pecados y en el peso de mis malas acciones perpetradas libremente. "Arroyos de lágrimas bajan de
mis ojos por los que no cumplen tu voluntad" [Salmos, 119, 136].
Si perdonas porque se te ruega y suplica, he aquí que yo pongo ante Tú mi oración, Señor Dios
mío, y lanzo mis plegarias en tu presencia. Como los ojos del siervo miran a las manos de su Señor, así
los míos se elevan hacia Tú 423.
Si Tú, Señor, eliges a aquellos que caminan en humildad, he aquí que "Señor, mi corazón no es
ambicioso ni mis ojos altaneros: no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y
modero mis deseos: como un niño en brazos de su madre, como un niño está en mis brazos mi deseo"
[Salmos, 131, 1-2], "Oh Dios, Tú mereces un himno" [Salmos, 65, 2], "En Tí espero. Señor, y Tú me
escucharás, Señor, Dios mío" [Salmos, 38, 16].
Si Tú perdonas los pecados por los sacrificios y ofrendas [que el pecador te presenta], he aquí que
por culpa de nuestras iniquidades, nuestro santuario está en ruinas, nuestro resplandor se ha ido y
nuestro templo glorioso ha sido pasto de las llamas. Y no es decente que te ofrezcamos incienso en tu
honor, o que te quememos ofrendas en tierra de extranjeros, pues "[Los sacrificios no te satisfacen, si
te ofreciera un holocausto no lo querrías]. Sacrificio para Dios es un espíritu quebrantado, un corazón
quebrantado y humillado, Tú, Dios, no lo desprecias. Dígnate, Señor, favorecer a Sión, reconstruye las
murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar
se inmolarán novillos" [Salmos, 51, 18-21], "[Hombre, ya te he explicado lo que está bien, lo que el
Señor desea de ti]: que defiendas el derecho y ames la lealtad [que seas humilde con tu Dios]"
[Miqueas, 6, 8].
Tu que conoces los pensamientos del hombre y que comprendes lo que medita un corazón de
carne y hueso, sabes bien que el mío ha deseado hacer en todo tu voluntad y caminar por el camino de
tus testimonios y que ha elegido permanecer en pie ante los umbrales de tu casa. Solo te pido que ojalá
siempre "esté firme mi camino para cumplir tus consignas" [Salmos, 119, 5].
"Me conoces cuando me siento o me levanto [de lejos percibes mis pensamientos]" [Salmos, 139,
2] y la esencia de mi ser no se te oculta. Las muchas inclinaciones perversas con que me pruebas, me
rodean constantemente, y las locuras del mundo con que examinas mi fidelidad, me envuelven. La
fuerza de la levadura que hay en la masa de mi ser ha tenido éxito 424 y la riada de mis necesidades
corporales me ha inundado. Desde mi juventud me han seducido estas tendencias y desde el vientre de
mi madre me han engañado. Han echado su pesado yugo sobre mí y han cargado sobre mis espaldas el
pesado fardo de sus apetitos. Doblegado bajo su peso, me he inclinado, y su vehemencia me ha fatigado
extraordinariamente, de acuerdo con sus arbitrarios deseos, hasta el punto de que "siento palpitar mi
corazón, me abandonan las fuerzas [y me falta hasta la luz de los ojos] " [Salmos, 38, 11]. No me han
permitido recobrarme de forma que pudiese mencionar tu gracioso nombre con corazón puro, con
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manos limpias, o que practicase celosamente el derecho y la justicia, o que llevase a cabo el amor y la
verdad, con todo lo cual podría haber redimido mis iniquidades.
Por todo esto, he preparado unas palabras adecuadas y he dirigido hacia Tú mis súplicas y
oraciones, para despertar de su sueño a mi conciencia dormida y para despabilar de su sopor a mi alma
somnolienta. Porque verdaderamente, sé que Tú no te complaces con muchas palabras ni que se te
puede encontrar con solo el aliento de los labios, sino más bien con un espíritu quebrantado, con un
alma temblorosa y con un corazón ablandado. Por eso te he dirigido mi súplica y mi ruego, con la
esperanza de que mi corazón, ahora adormilado, se despierte y tiemble ante tu indignación y [con el
deseo de] que mi alma deje su sopor y se llene del temor por tu gran ira y cólera. Así, he desnudado a
mi alma de los hábitos de la niñez y de la juventud, confiando que sabrá salir de la esclavitud de este
mundo hacia la libertad.
¿Qué me queda por decir ante Ti, Señor Dios mío, tras ver que he sido esclavo de la confusión y
de la locura y que he derrochado mis fuerzas en vano viviendo mi espíritu como esclavo de las gentes
de este mundo?
Y ahora, Señor, Dios de los espíritus y de toda carne, si yo he obrado y pecado de acuerdo con mi
locura, actúa Tú de acuerdo con tu sabiduría y perdóname, porque Tú eres el Dios que conoce todo
perfectamente. Si yo te he pagado con mis pecados el bien que me has hecho, compadécete de mi y
dame el bien por el mal [con que te he ofendido], porque si "El hombre recto es más justo que su
compañero" [Proverbios, 12, 26], cuánto más el Creador.
Si he pecado mucho, no mires la maldad de mis acciones. No me juzgues según mis obras, no
entres en juicio con tu siervo, porque la gracia y el perdón es tu alabanza, y tu gloria es el pasar por alto
los pecados.
Enséñame, Señor, tus caminos, condúceme por el sendero de la rectitud. Aclara mis
pensamientos y purifica mis meditaciones, librándolas de las locuras de este mundo, a fin de que tema
tu nombre. Líbrame de todas las dudas, dolores y pecados de este mundo y del futuro, de las que sé y
de las que no sé, las cuales me separan de Tú y me conducen lejos de tu servicio.
Dame la porción de pan que tienes prevista; líbrame de la angustia y de la deshonra; aleja de mí
la falta de alimento o de vestido. Escucha mi corazón para que me apresure a seguir los caminos de tus
mandatos. Favoréceme con la sabiduría y el discernimiento, el consejo y la valentía, el conocimiento y
la comprensión, para que aumente mi saber de Tí y para que comprenda tus graciosos caminos y tus
amables sendas. Inclina mi corazón hacia esos tus testimonios que me acercan a Ti, que apuntan a Ti,
que testifican que Tú eres Dios, que son testigos de que Tú eres Uno; y ésto, para que siempre estés
ante mí y para que tu servicio nunca se aparte de mi vista, como está escrito: "Tengo siempre presente
al Señor, con El a mi derecha no vacilaré" [Salmos, 16, 8].
Quita de mis hombros el yugo de la tiranía [de la carne y de la sangre], retira de mi nuca el peso
de la debilidad del hombre mortal, haz de mí un hombre sincero para que lleve la carga de tus
mandamientos, limpia mi corazón para que soporte las obligaciones [que lleva consigo] la comunión
contigo, en la cual está la vida de mi espíritu. De esta manera volveré a Ti arrepentido, con todo mi
corazón, y diré: "Si fui injusto, no lo volveré a hacer" [Job, 34, 32], "Oh Dios, crea en mí un corazón
puro, renuévame por dentro con espíritu firme" [Salmos, 51, 12], "No me rechaces ahora en la vejez;
cuando me faltan las fuerzas, no me abandones" [Salmos, 71, 9], "’Devuélveme la alegría de tu
salvación, afiánzame con tu espíritu generoso" [Salmos, 51, 14], "Sea mi corazón perfecto con tus
leyes, así no quedaré avergonzado" [Salmos, 119, 80], "Recuerda la palabra que diste a tu siervo, de la
que hiciste mi esperanza" [Salmos, 119, 49].
Has prometido que mostrarás tus mercedes a los que cumplen tu voluntad, a todos los que
confiesan sus pecados y los abandonan. Tú has dicho por la boca de tus Profetas: "Que el malvado
abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor y El tendrá piedad; a nuestro Dios
que es rico en perdón" [Isaías, 55, 7].
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"Te debo, Dios mío, los votos que hice; los cumpliré con acción de gracias, porque libraste mi
vida de la muerte, mis pies de la caída; para que camine en presencia de Dios, en la luz de los que
viven" [Salmos, 56, 13-14], "Acuérdate de mí. Señor, por amor a tu pueblo, ven a traerme tu salvación,
para que goce de la dicha de tus escogidos y me alegre con la alegría de tu pueblo y me gloríe con tu
heredad" [Salmos, 106, 4-5], "Mírame, ten compasión de mí, da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu
esclava, dame una señal propicia, que la vean mis adversarios y queden confusos, porque Tu, Señor,
me ayudas y me consuelas" [Salmos, 86, 16-17].
"Acepta las palabras de mi boca, acoge mi meditación, Señor mío, roca mía. Redentor mío"
[Salmos, 19, 15].
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