Los Irreverentes Plagios de Rafael Bolívar Coronado
Los Irreverentes Plagios de Rafael Bolívar Coronado
Los Irreverentes Plagios de Rafael Bolívar Coronado
Nathalie Bouzaglo
Northwestern University
A los 28 años, el escritor Rafael Bolívar Coronado (1884-1924) decide
mudarse a Caracas con el fin de insertarse en un círculo intelectual más
cosmopolita que el de Villa de Cura, su ciudad natal del estado Aragua,
Venezuela. Una vez instalado, se dedica a escribir semanalmente artículos
cortos y reseñas que publica en las revistas y periódicos de mayor circulación
de la época, como El Cojo Ilustrado (donde ya de antes era columnista), El
Nuevo Día y El Universal, sin lograr mayor visibilidad. Apenas un par de años
después, Bolívar Coronado alcanzaría la fama. El 19 de septiembre de 1914
se estrena su zarzuela Alma Llanera en el Teatro Caracas, también conocido
como Coliseo de Veroes. Desde la noche inaugural causa un insólito furor en
el
público. La zarzuela, que compuso junto con el músico Pedro Elías Gutiérrez,
se mantiene en cartelera en este y luego en otros teatros del país, y su tema
musical principal, escrito por Bolívar Coronado, pasa a ser, con el tiempo, el
joropo más importante de la historia musical venezolana.1 El éxito de Alma
Llanera le valió que el dictador Juan Vicente Gómez2 le otorgara una beca
para
estudiar en España. A partir de ese momento, Bolívar Coronado se vuelve
un personaje clave para la historia de Venezuela. Según explica su biógrafo
Ramón Rafael Castellanos, muy poco tiempo después, desde la cubierta del
barco que lo llevaría a Europa, despotricaría de su mecenas, gritando “¡Muera
Gómez, el tirano!” (Castellanos 6). Posteriormente se arrepentiría de haber
compuesto tan solemne canción acerca de los llanos venezolanos. La beca,
por supuesto, la perdió.
En España se hizo copista y antologista para ganarse la vida, prove-
yéndole a editores independientes, casas editoriales, periódicos y revistas,
sorprendentes volúmenes de insignes escritores venezolanos y extranjeros,
además de crónicas coloniales y muy variados manuscritos inéditos. Con el
tiempo se supo que casi todos estos textos eran apócrifos. Bolívar Coronado
se había hecho pasar durante años por más de 600 autores, algunos vivos,
otros fallecidos, y muchos de ellos inventados por él mismo. Entre los auto-
res conocidos figuran Andrés Bello, Rufino Blanco Fombona, Cervantes, Sor
Juana Inés de la Cruz, José Martí, Amado Nervo, Ricardo Palma, Unamuno y
Arturo Uslar Pietri. Hasta el mismísimo dictador venezolano Juan Vicente
Gómez fue suplantado por Bolívar Coronado. Al ser descubierto, una lluvia
de acusaciones cayó sobre él.
En un (quizá demasiado) temprano cuento suyo titulado “Cuelgas y plagios”,
que aparece en la sección de “Cuentos chicos” del El Cojo Ilustrado del 15
diciembre de 1896, ya mostraba su curiosidad ante las políticas editoriales y
el engaño, al narrar cómo obtuvo uno de sus primeros trabajos remunerados
gracias, precisamente, a un plagio. En este caso no firma bajo seudónimo,
pero obvia el apellido “Bolívar”. De esta manera hace pasar el cuento de
“Rafael Coronado” como una anécdota ¿ficcional? Sin embargo, la fecha de
publicación de este cuento supone que Bolívar Coronado tendría 12 años al
momento de escribirlo, lo que resulta improbable. ¿Acaso se trata de otra
persona? Este procedimiento y esta duda marcarían toda su carrera literaria.
En esa época, las leyes pertinentes a derechos de autor apenas comen-
zaban a esbozarse. Los textos apócrifos de Bolívar Coronado, por tanto,
encarnan varios problemas nuevos. ¿Cómo lo original, las ideas “propias” del
autor y el estilo que emergen tras las acusaciones de plagio, copias o apro-
piaciones no consentidas, redimensionan y rearticulan los postulados acerca
de los derechos de autor? Ante la ausencia de legislación por la propiedad
intelectual, ¿qué sentido cobran los reclamos de autoría? ¿Cómo la perfor-
mance del plagio y la expresión del malestar ante la sospecha de haber sido
copiado, dan cuenta de un estilo y de la internacionalización y la circulación
de un autor, venezolano en este caso? ¿Cómo operan las masculinidades/
las camaraderías masculinas en torno al discurso del autor?
En 1886 se firma el acuerdo de la Convención de Berna para la protec-
ción de trabajos artísticos y literarios. En él se establece el primer sistema
multilateral de privilegios recíprocos respecto del asunto (Uchtenhagen
1998, Villalba 1998, Harvey 1992, Ricketson 2004). Según el convenio,
estos derechos y privilegios comienzan en el momento en que el trabajo es
creado. Por tanto, los trabajos no publicados también gozan de ellos. Bélgica,
Haití, Italia, Suiza, Francia, Alemania y España, entre otros, forman parte
de la convención original. Los Estados latinoamericanos, e incluso todos los
Estados del continente americano, suscriben el tratado tardíamente, en ge-
neral. Estas adhesiones se produjeron en oleadas, durante las décadas de los
años sesenta, setena y noventa del siglo XX, es decir, solo después de más
de setenta años de la creación del famoso tratado. No sería sino hasta 1982
que Venezuela lo suscribiría, por ejemplo. El último país latinoamericano en
adherirse fue Nicaragua, en agosto del 2000 solo unos pocos meses antes
del fin del siglo XX. Y el único Estado americano que aún no ha firmado es
Belice (Lipszyc 20-21, 38-39; Antequera Parilli 893).
Durante el resto de su vida, la obra de Bolívar Coronado sería conocida en
Venezuela y España fundamentalmente, países que tenían acercamientos muy
distintos a la protección de los derechos de autor. Él parece estar al corriente
de los debates concernientes al tema y, de hecho, implosiona deliberada y
abiertamente la categoría de autor, clave para la legislación de la propiedad
intelectual. Por esto se podría decir que Bolívar Coronado representa, en el
panorama de la literatura nacional venezolana, una desorientación ingenio-
1
Alma Llanera todavía hoy es una pieza muy conocida. Hay diferentes versiones de diversos
intérpretes, como Billo’s Caracas Boys, Simón Díaz, Plácido Domingo, Pedro Fernández,
Jorge Negrete, Alfredo Sadel, Gilberto Santa Rosa y el director de orquesta Gustavo
Dudamel.
2 Juan Vicente Gómez (1859-1935) gobernó Venezuela de 1908 a 1935. En los primeros
5 años el país disfrutó de libertad y respeto a los derechos ciudadanos, como muy pocas
veces en el pasado. Durante el resto de sus 22 años al mando, el “tirano liberal”, como
lo llamó el historiador Manuel Caballero, mantuvo al país bajo un régimen de represión
política, caracterizado por la censura, el encarcelamiento, el trabajo forzado y los destie-
rros. Múltiples rebeliones se organizaron en su contra, sin éxito. Durante su gobierno la
explotación petrolera se desarrolla por medio de un régimen de concesiones a empresas
internacionales. Acumuló una enorme fortuna. Es reconocido como uno de los moderniza-
dores del Estado venezolano
3
Rufino Blanco Fombona (1874-1944) es un escritor y político venezolano. Colaboró con El
Cojo ilustrado y otras revistas y periódicos de la época. Una de sus novelas más importantes
es El hombre de Hierro (1907). Fue un ferviente opositor del dictador Juan Vicente Gómez.
Por eso fue exiliado de Venezuela. En Madrid fundó la Editorial América (1915-1935) y creó
las colecciones Biblioteca Americana, Biblioteca Andrés Bello y Biblioteca Ayacucho
4
Daniel Mendoza (1823-1867) es un escritor venezolano. Nació en la ciudad de Calabozo.
Cursó estudios de jurisprudencia en la Universidad Central de Caracas. Es reconocido como
uno de los más importantes costumbristas venezolanos. Con “El llanero en la capital” marcó
el inicio de la corriente criollista.
5
Entre las obras de Rafael Bolívar Coronado con firmas de otros escritores y la suya
propia se encuentran: Florida (1918); Los Chapas (Río de la Plata y Paraguay) (1918); Los
desiertos de Achaguas, Llanos de Venezuela (1918); Los caciques heroicos: Paramaiboa,
Guaicaipuro, Yaracuy, Nicaroguán (1918); El Llanero: estudio de sociología venezolana
(1919); Memorias de un semibárbaro (1919); Nueva Umbría: conquista y colonización
de este reino en 1518; Misiones de Rosa Blanca y San Juan de las Galdonas en 1656
(1919); Parnaso boliviano (1919) y Parnaso costarricense (1921).