3) Locke-Racionalismo Vs Empirismo

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Esta teoría fue expuesta en el "Ensayo sobre

el entendimiento humano, que es uno de los


E S S A Yl textos fundam entales en su campo.
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La senda nueva que abrió Locke se llama
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.mf*i**mJ*t. empirismo. Como nos dirá cualquier manual
qfiZra£*.thu,.ib. ~ [ de filosofía, el empirismo se caracteriza por ba­
}íí¡ sar todo el conocimiento en la experiencia, en­
tendida esta, esencialmente, como aceptación
de los datos proporcionados por los sentidos.
La epistemología sensata reí bj ttr, /M,í. Qm MM, «rt*'
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Umüi MWXr i Convencionalmente se considera que los hu­

de John Locke manos disponemos de cinco sentidos con los


que relacionarnos con el mundo. El empirismo
Portada de la edición original sostiene que el único conocimiento sólido, fia­
del E nsayo s o b re e l e n te n d i­
Empirismo «British» frente a m ie n to hum ano. ble y con garantías es el que parte de los datos
sensoriales: de lo que vemos, oímos, tocamos,
racionalismo «continental»
olemos y saboreamos. Locke enunció con ro­
No es exagerado afirm ar que John Locke es uno de los filósofos m o­ tundidad este principio básico, si bien aplicado a ideas y conceptos y no
dernos más decisivos en cuanto a la com prensión que los hum a­ al conocimiento como estructura global (en este segundo aspecto fue
nos tenem os del conocim iento, uno de los que más ha influido en muy poco empirista, como veremos dentro de unas páginas).
el modo en que hoy lo concebimos. No se trata, desde luego, de que Una pregunta muy legítima y pertinente en este punto sería de
en el siglo xxi aceptem os por completo, ni siquiera sustancialm ente, dónde podría proceder el conocimiento si no de los sentidos. Cual­
su teoría del conocim iento, o epistemología o gnoseología: muchos quier persona sensata da por cierto lo que experimenta y a partir de
aspectos de su modelo han quedado superados, y lo quedaron ya en ahí procede a examinarlo y conocerlo, con mayor o m enor grado de
el siglo xvm, antes incluso de que Kant, con su Crítica de la razón formalización y abstracción: desde un científico o un filósofo hasta al­
pura (1770) instituyera un nuevo enfoque y paradigm a de la facultad guien que sabe usar intuitivam ente un aparato sin conocer su estruc­
de conocer. No aceptam os, pues, todos los puntos de su teoría del tura y su funcionamiento internos (por ejemplo, sabe usar un ordena­
conocimiento, pero sabemos que John Locke abrió una vía nueva dor o leer un libro sin saber apenas nada de informática o de técnicas
en epistemología, que su insatisfacción con las concepciones im pe­ de impresión). Casi todo el mundo, pues, de planteársele la pregunta
rantes en su tiem po le llevó a construir una nueva teoría más acor­ acerca del origen del conocimiento, respondería que se encuentra en
de y veraz con lo que él experim entaba en su m ente y conciencia. los datos sensoriales, claro. Las personas de índole espiritualista res­
tu n/)i,strmoloKÜi srnsuta de John '¡Awkti •19 r>o ’l.ockr

ponderían que en vías extrasensoriales, pero a estas no se les suele ha­ física. Estas dos disciplinas gozaban en el siglo xvn, entre las personas
cer demasiado caso fuera de sus círculos. A excepción de ellas, pues, cultas, de un prestigio enorme. Descartes deseó poner la filosofía a la
lodo el mundo, quien más quien menos, es bastante empirista. misma altura que aquellas dos ciencias, pretendió conferirle un rango
de saber cierto e incontrovertible, convertirla en una disciplina seria,
Sin embargo, durante un episodio señalado de la filosofía euro­
con todas las de la ley. Comprendió enseguida que, para lograr este pen­
pea las cosas no se entendieron así. Hubo una corriente principal del
samiento sólido (no conjetural, hipotético o aproximativo), necesitaba
pensamiento que desconfió de los datos de los sentidos, que sostuvo
unas bases propias, requería un fundamento específico. Para empezar,
que no se podía construir un conocimiento cierto a partir de la in­
no podía dar nada por supuesto: si había algún error en el punto de par­
formación sensorial. Que del mismo modo que la vista nos engaña
tida, todo lo posterior quedaría fatalmente viciado, no podría alcanzar­
cuando introducimos una rama en el agua de un estanque y creemos
se ese saber seguro que se perseguía. La filosofía no podía partir, pues,
ver que está torcida y malformada, el resto de los sentidos son sum a­
de verdades religiosas reveladas aceptadas acríticamente, sin examen.
mente falibles y engañosos. Lo que daría en llamarse línea racionalista
Puesto a no dar por bueno nada de entrada. Descartes llegó a plantear,
de la filosofía, cuyas tres estrellas son Descartes, Leibniz y Spinoza,
a modo de hipótesis de trabajo, que todo el mundo circundante, todo lo
pero que contaba con precedentes ilustres como Platón o Parméni-
percibido a través de los sentidos, fuera falso y engañoso. Llegó a ima­
des, receló de que los sentidos fueran merecedores de una confianza
ginar un genio maligno que se divirtiera engañándonos acerca de todo
completa y siquiera parcial en un ámbito de filosofía seria y rigurosa.
cuanto percibimos, que nos hiciera creer, sin ninguna duda, que este ro­
Como muchas nociones se entienden mejor por su contrario (el día
ble que vemos y tocamos, cuya resina olemos y podemos saborear, exis­
por la noche, la salud por la enfermedad, etc.), para entender en qué
te realmente tal como lo experimentamos, cuando en realidad podría
consiste el empirismo vale la pena hacerse una idea de lo que fue el
ser muy distinto o hasta no existir. Insistamos en que Descartes plantea
racionalismo. Avancemos, para ser exactos, que ambas líneas filosófi­
esta posibilidad como hipótesis de trabajo. Lo pone en duda todo, ab­
cas no son com pletam ente contrarias ni antagónicas entre sí, que si
solutamente todo, incluso lo aparentemente más incuestionable (a este
hubiera que representarlas geométricamente como círculos com par­
planteamiento lo llama «duda metódica»), para encontrar un punto de
tirían un espacio de intersección nada despreciable. Pero lo que sí es
apoyo firme que sostenga todo lo demás. Así las cosas, las percepciones
contrario y opuesto entre ambas líneas es el fundamento, el punto que
sensoriales no ofrecen ninguna garantía para un conocimiento filosó­
plantean como inicio de toda su construcción posterior. Y si entender
fico que pretende ser tan sólido como el científico. El hipotético genio
los rasgos básicos del racionalismo ayuda mucho a entender los del
maligno es pensable. Y si el genio maligno es pensable, la duda metódi­
empirismo, recordar las ideas principales de Descartes, el creador del
ca está justificada. La pregunta es entonces: puesto que puedo dudar de
primero, nos permitirá comprender la novedad radical de las concep­ todo cuanto percibo en la experiencia sensorial, ¿existe algo de lo que
ciones de Locke, que puso en marcha el segundo. no me sea posible dudar, que ofrezca una certeza absoluta, incuestio­
René Descartes quiso dar a la filosofía un fundamento tan firme y nable? La respuesta, que se resume en el parágrafo siguiente, originó lo
sólido como el que en su tiempo se reconocía a las matemáticas y a la que entendemos por racionalismo.
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Hay algo de lo que no cabe dudar, y es del hecho mismo de es- Frente al conocimiento
deductivo de Descartes (en
Iar dudando. Ni siquiera la más rigurosa e implacable duda metódica la imagen), Locke y los em-
piristas británicos plantearon
puede, a juicio de Descartes, poner en cuestión la duda misma. Existe un conocimiento del mundo
basado en la la observación
ese punto de Arquímedes firme y sólido que buscaba el filósofo. Por
de los fenómenos.
el mismo hecho de pensar puede lograrse una certeza absoluta: la de
estar pensando, la de que hay algo (o alguien) que piensa. La existen­
cia del sujeto queda dem ostrada de forma incuestionable, más allá de
cualquier duda metódica y sistemática: «Pienso, luego existo». Des­
cartes cree haber hallado en el sujeto pensante el fundam ento firme
a partir del cual escapar de los devastadores efectos de la duda me­
lódica y alcanzar un conocimiento seguro y no contam inado por la
experiencia. De esa primera verdad incontrovertible Descartes pasa a
«deducir» racionalmente la existencia de Dios y, a resultas de ello, de
un conjunto de ideas innatas inevitablemente ciertas. Veamos cómo.

Todo sujeto pensante alberga en su seno la idea de Dios, esto es,


de un ser perfecto y eterno principio y fundam ento de todo. Ahora dudar de todo. Con ello se cierra el razonamiento que nos permite
bien, como para Descartes toda causa debe poseer una «cantidad» de escapar del escepticismo o las controversias interminables: la misma
realidad igual o superior a la del efecto que produce, pues lo inferior duda presupone un sujeto pensante, cuya idea de un ser absolutam en­
no puede engendrar lo superior, la idea de un ser perfecto y eterno no te bueno y perfecto presupone la existencia de Dios, existencia que a
puede haber sido creada por un sujeto imperfecto y finito, sino que su vez garantiza la veracidad de nuestras ideas. Solo cabe añadir una
t iene que haber sido infundida en el sujeto por una causa con al me­ última matización: es evidente que la existencia de Dios no puede
nos la misma perfección que la contenida en la propia idea. Así pues, asegurar la idoneidad de cualquier percepción o idea que tengamos
el simple hecho que el sujeto albergue la idea de Dios es una prueba de a bien alumbrar, sino solamente de aquellas que se nos aparecen de
la existencia de este, pues solo un ser perfecto (Dios) puede ser causa forma clara y distinta. Ello incluye la realidad de un mundo exterior
de la idea de un ser perfecto. Una vez dem ostrada (para Descartes) a nosotros, pero sobre todo y de forma mucho más decisiva los prin­
la existencia de Dios, el filósofo francés recurre a ella para derribar cipios o enunciados obtenidos de la deducción racional, como por
los últimos vestigios de la duda metódica en la que se hallaba sumi­ ejemplo que dos más dos son cuatro, el principio de no contradicción,
do. En efecto, es imposible que un ser perfectam ente bueno deseara o que la suma de los ángulos internos de un triángulo es igual a 180
engañarnos respecto a todo lo que percibimos de forma clara y dis­ grados. En la medida en que estas últimas ideas no provienen de la
tinta: Dios es la antítesis del genio maligno que había supuesto para experiencia, no nos queda sino pensar que han sido infundidas en el
7.0 «pistomología xvnsota de ‘¡ithn 1joche 53

sujeto por el mismo Dios, que son innatas. Descartes sostiene haber Esto en cuanto a Europa. Pero ya sabemos que los británicos son
creado un sistema filosófico irrefutable basándose solo en la razón, en distintos. Por algo será que, en su orgullosa insularidad aislacionista,
las ideas innatas, prescindiendo por completo de la experiencia sensi­ llaman a Europa «el continente», y a la filosofía europea, «filosofía
ble, que ha m antenido entre paréntesis durante todo el proceso de su continental», con un deje condescendiente que no puede pasar des­
razonamiento, bajo sospecha, sin ninguna dignidad ni fiabilidad en el apercibido ni al oído más obtuso. Los británicos son distintos a los
plano del pensamiento filosófico serio. En este innatismo a ultranza europeos, y uno de los rasgos caracteriológicos que definen su espe­
Descartes está en el mismo bando que Platón y san Agustín. Pero a la cificidad es su proverbial sentido común, el common sense que parece
forma concreta que le da a su pensam iento la llamamos racionalismo. tan indeleblemente inscrito en su ADN nacional. En las Islas Britá­
nicas eso de poner en duda los datos de los sentidos, de poner entre
Ahí dejó las cosas Descartes, al que en todos los manuales se presen­
paréntesis lo que se ve y se toca, pareció una extravagancia insensata,
ta como el fundador de la filosofía moderna por haberle dado a esta un
algo que no podía ser más que una filigrana exhibicionista de pensa­
fundamento autónomo, independiente de la base escolástica-religiosa
dores sofisticados (¡un francés tenía que ser!) o bien una m uestra la­
imperante durante toda la Edad Media, y a lo largo de todo el tardo-
mentable de hasta qué extremos de delirio puede conducir el espíritu
medievalismo que se arrastraría durante dos o tres siglos en la cultura
excesivamente especulativo. Es en este punto en el que John Locke
europea. Si bien es cierto que la idea de Dios sigue desempeñando un
entra en la escena epistemológica.
papel esencial en la doctrina cartesiana (nada menos que garantiza la
existencia cierta del mundo, de la fiabilidad de los sentidos con que lo También John Locke admiraba el grado de certeza alcanzado por
percibimos y de las ideas innatas con que lo entendemos), no es ya el las ciencias, y deseaba dotar a la reflexión filosófica, moral y política
punto de partida, que ha pasado a estar ocupado por el sujeto. El car­ de una solidez semejante con vistas a facilitar a los hombres una he­
tesianismo tuvo un éxito clamoroso y fulminante en Europa, pues fue rram ienta epistemológica que, a su vez, propiciara la mejor vida social
aceptado y asumido en casi todos los círculos filosóficos. Europa fue, posible. Pero la senda que enfiló en este propósito no era la misma
en el siglo xvn, racionalista en el sentido técnico de la palabra. No solo que emprendieron los europeos. Estos tenían una confianza ciega (el
los otros dos grandes racionalistas, Leibniz y Spinoza, transitarían por adjetivo es exacto, porque niega el sentido corporal) en que las ideas
esta senda, sino casi todos los demás pensadores europeos de la centu­ innatas podían dar una explicación esencial y precisa de la realidad
ria. El racionalismo, la creencia en el valor y la validez absolutos de las prescindiendo por completo de la experiencia sensible. Se fijaban en
ideas innatas, capaces de sustentar sistemas filosóficos enteros con una el aspecto deductivo-matemático de la ciencia como modelo. Fren­
independencia total de la experiencia sensible, suponía una confianza te a esta confianza, Locke y los empiristas británicos plantean una
absoluta en los conceptos de la razón, en las «ideas claras y distintas» concepción m odesta y naturalista de las facultades humanas. Lo que
de las que hablaba Descartes. Se consideraba que estas ideas podían atrae a Locke de la ciencia es la experimentación, la observación y
proporcionar al pensamiento filosófico la admirada fiabilidad que se re­ la descripción sistemática, más que la creación de hipótesis abstrac­
conocía a las matemáticas y a la ciencia física. tas que tanto fascinaba a los racionalistas europeos. Según una idea
l,it ii/Hstvinologia simsala dejnhn l.tK-ki' 55 r.(» ’Lockc

básica que se desarrollará en las páginas siguientes, pero que ahora A de un elem ento «racionalista» en el em piris­
T R E A T 1 S K
podemos apuntar para nuestro propósito actual, Locke no cree (a di­ O f
mo de Locke. En realidad, lo que entende­
ferencia de los cartesianos) que podamos conocer mediante las ideas Human Nature : mos por em pirism o británico no alcanzaría
• R1*M.
innatas la esencia de las cosas o sustancias del mundo: a partir de esta Ají A rrjut rdiMn^m ihea- su plenitud hasta la publicación del Tratado
prtñnmtsl Metburfaf
creencia fundamental, no tiene ya ningún sentido plantear el tipo de sobre la naturaleza hum ana (1739-1740), del
MORAl. SUBJF.CT&
conocimiento deductivo cartesiano, y lo más coherente es estudiar las escéptico escocés David Hume, que le propi­
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cosas del m undo mediante la experiencia empírica, es decir, la obser­ i A a m Um i T u il.
nó una soberana paliza intelectual al racio­
"Vuu I.
vación de los fenómenos perceptibles. e * -M *
nalismo y a su ciega confianza en las ideas
i>NDKRÍTANDINO.
Este cambio de planteam iento es revolucionario en la historia de <o **>©• innatas: aquí sí cabe hablar de antagonism o
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la filosofía. Los cartesianos y racionalistas en general m antendrán ffscxcm entre los modelos racionalista y em pirista
una concepción de la ciencia fundada en máximas y definiciones (radical). Lo que hizo John Locke en su ‘En­
Portada del Tratado so b re la
que forman premisas a priori (independientes de la experiencia), a naturaleza hum ana, de David sayo sobre el entendimiento hum ano (1690)
Hume. fue sim plem ente presentar una teoría propia
partir de las cuales se llevan a cabo deducciones abstractas. Locke
y los principales científicos británicos, si bien com parten con los que difería mucho de la cartesiana.
primeros una concepción de la ciencia como un sistem a coherente
y estructurado, no la entienden como algo que pueda realizarse en
abstracto, desvinculada de los fenómenos de la realidad empírica Sentido y finalidad de la teoría del conocimiento
y a partir de la sola razón. Locke admira a Newton, y entiende que
si este ha podido avanzar tan to en el conocim iento del universo es Una diferencia notable entre Locke y Descartes es que este emprende
porque ha tenido el valor y la iniciativa de mirar las cosas con rigor su investigación filosófica con el objetivo básico de «conocer el cono­
e independencia, liberado de todos los prejuicios y falsedades acu­ cimiento» para fundam entar la meditación, mientras que Locke, pro­
mulados con el discurrir de los siglos. Su enfoque naturalista y pre­ fundam ente religioso, supedita su examen a un objetivo moral: quiere
ciso del conocim iento tardaría poco en imponerse al cartesianism o m ostrar a los hombres cómo deben vivir en este m undo como criatu­
incluso en Europa: el ilustrado siglo xvm sería mucho más lockeano ras de Dios, ofrecerles, como dice en el Ensayo, «una obra moralmente
que cartesiano. útil». Es decir, según un estudioso, trata de m ostrar cómo los hombres
Sin embargo, la conciencia del contraste entre los dos modelos pueden emplear sus mentes para saber lo que necesitan saber y creer
epistemológicos no debe llevarnos al extrem o de entenderlos como solo lo que deben creer. El conocimiento no se obtiene por sí mismo,
antítesis perfectam ente contrarias. Locke detectó en el racionalis­ sino para llevar a cabo un perfeccionamiento moral que abra las puer­
mo cartesiano varias insuficiencias y equivocaciones, y procedió a tas de una vida mejor en el próximo mundo. Locke está convencido
enm endarlas con un enfoque distinto. Pero, como se verá, hay más de que algunas creencias son censurables y de que los hombres son

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