Derrida Teología de La Traducción

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Derrida en castellano - Teología de la traducción

Derrida en castellano Nietzsche


Heidegger

TEOLOGÍA DE LA
TRADUCCIÓN*
Jacques Derrida
En Du Droit à la Philosophie, París, Galilée, 1990. Trad. esp. de
Grupo Decontra, en Jacques Derrida, El lenguaje y las instituciones
filosóficas, Barcelona, Paidós, 1995». Edición digital de Derrida en
castellano.

Teología de la traducción: un título así debería


conducirme por un camino necesario y, en suma, bastante bien
reconocido. La historia y la problemática de la traducción, en
Europa, se han constituido muy pronto sobre el suelo -en
realidad sobre el cuerpo mismo o el corpus de la Sagrada
Escritura-. Se han fijado -si se puede decir, enraizado o
reenraizado- lenguas naturales en el acontecimiento mismo de la
traducción de la Biblia. Por economía no pronunciaré más que el
nombre propio de Lutero; como emblema bastará. Se podría
seguir, desde este acontecimiento o esta serie típica de
acontecimientos, lo que han llegado a ser en Europa la
traducción, el discurso sobre la traducción, la práctica de la
traducción. Otros acontecimientos, otras mutaciones, han
afectado sin duda a su estructura. Pero algo de esta relación
esencial con la escritura sagrada parece quedar imborrable ahí -y
no hay nada fortuito en esto-. He intentado mostrarlo en otro
lugar en un ensayo sobre «La tarea del traductor» de
Benjamín.[i] No me demoraré en ello aquí, sino que simplemente
cotejaré la conclusión de La tarea del traductor con cierto
pasaje del Diván de Occidente y Oriente[ii] de Goethe.
Benjamin, en la última frase de su texto, habla de la versión
interlineal (de la Biblia) como del Urbild, del ideal prototípico,
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de la imagen o de la forma originaria de la traducción (prefiero


conservar aquí la palabra alemana Urbild, pues es de Bild,
bilden, Bildung, de lo que hablaré a lo largo de toda esta
conferencia). Pero he aquí lo que dice Goethe, tras haber
distinguido, como Jakobson[iii] pero en un sentido totalmente
distinto, tres tipos -en realidad tres épocas- de la traducción:

Pero por qué hemos llamado a la tercera época la


última es lo que vamos a indicar en pocas
palabras. Una traducción que apunta a
identificarse con el original tiende a aproximarse
a fin de cuentas a la versión interlineal y facilita
grandemente la comprensión del original; por eso
nos encontramos de algún modo
involuntariamente devueltos al texto primitivo, y
así se acaba finalmente el ciclo según el cual se
produce la transición de lo extranjero a lo
familiar, de lo conocido a lo desconocido. [iv]

No es directamente de esta dimensión teológica de lo que


voy a hablar. Este título, «Teología de la traducción», remite a
otro conjunto histórico, a una configuración premoderna que, no
por suponer y encerrar en ella el momento, digamos, «luterano»
(como hace todo concepto de la traducción), deja de conservar
una cierta originalidad, la de una familia de acontecimientos
irreductibles en la historia de la traducción, de su problemática y
de su práctica.

¿Cuáles son los indicios externos y convencionales para


designar a esta familia de acontecimientos? A grandes rasgos, lo
que se llama el romanticismo alemán, que fue a la vez un
momento de reflexión intensa, agitada, atormentada, fascinada,
sobre la traducción, su posibilidad, su necesidad, su
significación para la lengua y la literatura alemanas, y un
momento en que un cierto pensamiento de la Bildung, de la
Einbildung y de todas las modificaciones del Bilden no se
separa de lo que se podría llamar justamente el imperativo de la
traducción, la tarea del traductor, el deber -traducir. He dejado
las palabras Bild, bilden, Bildung y toda su familia en su lengua
de origen porque son desafíos a la traducción. Imagen, forma,
formación, cultura, son otras tantas aproximaciones
insuficientes, y ante todo porque pertenecen a troncos
semánticos diferentes.

Sobre esta configuración de la Bildung y de la


Übersetzung (palabra que apenas se puede traducir por
«traducción» sin perder con ello en el acto toda la dimensión
posicional del setzen), empezaré por remitir al hermoso libro de
Antoine Berman: La prueba de lo extranjero. Cultura y
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traducción en la Alemania romántica .[v] Lo que haré aquí, en


homenaje de algún modo a este libro, será aportarle quizás una
pequeña contribución suplementaria, sobre el tema, por lo
demás, de la estructura de suplementariedad en la traducción.
Esta contribución modesta concernirá ante todo a cierta
dimensión ontoteológica , una problemática de la ontoteología
que se encuentra en el fundamento de cierto concepto de
traducción. Berman no habla de ello. Intentaré hacer aparecer
también el lazo entre esta dimensión ontoteológica y la
especulación de la época sobre la institución universitaria.
Finalmente, para ceñir mi análisis y que no quede en
generalidades o en ilusiones metatextuales , me aproximaré a un
texto y a un autor que Berman apenas menciona y del que en
todo caso no dice casi nada: Schelling.

En efecto, el movimiento de salida y de retorno en


sí del Espíritu [es el movimiento general de la
traducción], tal como lo definen Schelling y
Hegel, pero igualmente F. Schlegel, como hemos
visto, es también la reformulación especulativa
de la ley de la Bildung clásica: lo propio no
accede a sí mismo sino por la experiencia, es
decir, la prueba de lo extranjero. [vi]

A esta «ley de la Bildung clásica» que dominaría el


pensamiento de la traducción, en suma, de Goethe a Hegel
pasando por Schelling, Berman opone el «pensamiento de
Hölderlin», que haría «estallar la simplicidad del esquema de la
Bildung».

Si he escogido hablarles de Schelling es también por otra


razón, que no osaré llamar contingente. Este discurso sobre la
«traducción literaria», que hablará menos de traducción y de
literatura «propiamente dichas» que de cierta filosofía
schellinguiana de la traducción literaria, de cierta pretensión
ontoteológica de fundar la traducción poética, es también la
sesión de conclusión del seminario que he dado aquí mismo
sobre «Lenguajes e instituciones de la filosofía». Reconocerán
ustedes, pues, todas las huellas del compromiso que establezco
entre aquel seminario y este coloquio. La última sesión
concernía a cierto dispositivo kantiano de la filosofía de la
universidad, de la filosofía en la universidad, y anunciaba la
crítica schellinguiana de la proposición kantiana. Esta vuelve a
encontrarse, en efecto, puesta en entredicho por Schelling en sus
«Lecciones» de 1803 «sobre el método de los estudios
académicos».[vii] Lo que Schelling reprocha a la construcción y
a la deducción kantianas de la estructura universitaria (sobre
todo, las dos clases de facultades, las superiores -teología,

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derecho, medicina- ligadas al poder estatal que representan, y la


inferior, de la filosofía, sobre la cual el poder no tiene ningún
derecho de censura en tanto que ella mantiene un discurso sobre
lo verdadero en el interior de la universidad) es la
unilateralidad de su perspectiva topológica, su
Einseitigkeit .[viii]

Esta unilateralidad traduce, en el plano de la arquitectura


institucional, la unilateralidad de la «crítica» kantiana en su
principio mismo. Según Schelling, todas las disociaciones, toda
la retícula de los límites críticos que cuadriculan la institución
universitaria kantiana (tal como se describe en El Conflicto de
las Facultades) no hacen finalmente mas que transponer la
oposición de la sensibilidad y del entendimiento, del
entendimiento y de la razón, de la intuición sensible y de la
intuición intelectual, del intuitus derivativus y del intuius
originarius. Entre ambos, está evidentemente el esquema de la
imaginación (Einbildungskraft), lugar sensible para la cuestión
de la poesía y de la traducción. Pero está también, pura y
simplemente, el pensamiento. Ya que todas las disociaciones de
la crítica kantiana deben evidentemente dejarse pensar, no
pueden hacerlo más que desde lo que torna pensable y posible la
disociación misma, a saber, una unidad originaria. Para
Schelling y según un movimiento común a todo lo que se llamará
el idealismo alemán postkantiano, es preciso partir de aquello
de lo que habrá sido preciso partir para pensar la disociación:
la unidad originaria . Y si se parte de ello, entonces todas las
diferencias no serán más que traducción (en un sentido no
necesariamente lingüístico) de lo mismo que se proyecta o se
refleja en órdenes diferentes. La filosofía pensante es
cabalmente eso: saber partir de aquello de lo que el saber habrá
partido, levantar acta de ese saber originario presupuesto por
toda delimitación crítica. Ese gesto no es ya precrítico, se quiere
postcrítico , crítico de la crítica. La cuarta Lección de Schelling
lo precisa en una teoría de la traducción «reflexiva» o
«reflexionante ».[ix] Concierne al estudio de las ciencias
racionales puras, las matemáticas y la filosofía. Kant las separa
en El Conflicto de las Facultades . Explica que las matemáticas
puras, a diferencia de la filosofía pura (metafísica de las
costumbres y metafísica de la naturaleza), construyen su objeto
sensible puro. Esta construcción no tiene sentido en la filosofía
pura. Schelling vuelve a poner en tela de juicio esta disociación
a partir de la unidad del saber originario, anterior a la oposición
de lo sensible y lo inteligible. Parte de la intuición intelectual.
No es que identifique matemáticas y filosofía, pero habla de su
«semejanza». Ésta permite la traducción de la una a la otra pues
ambas se fundan en la identidad de lo general y lo particular. El
triángulo universal no forma sino uno con el triángulo particular
que se torna a su vez por todos los triángulos, siendo a la vez
unidad y totalidad, unitotalidad (Ein- und Allheit) ofrecida a la
intuición. Para la filosofía, la intuición es la razón, es una
intuición intelectual (intellektuelle Anschauung) que es una con

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su objeto en el saber originario (Urwissen). Las matemáticas se


asemejan a la filosofía. Su intuición no es inmediata sino
solamente reflejada (reflektierte ). Pertenecen al mundo de la
imagen reflejada (abgebildete Welt) y no manifiestan al saber
originario en su identidad absoluta más que bajo la forma del
reflejo (Reflex). La traducción analógica ante los dos mundos
que en realidad no son más que uno está asegurada por el
símbolo (Bild) y este carácter simbólico se desarrolla en el juego
de la Abbildung y de la Einbildung, de la reproducción
imaginativa. De ahí la complejidad de la relación con Kant, ya
que el privilegio de la Einbildungskraft (imaginación) tiene
también una filiación kantiana. De ahí igualmente el papel
esencial de la poesía y del discurso poético en estas Lecciones.
La poesía está en el corazón de la filosofía, el poema es un
filosofema. La oposición a Kant atestigua la filiación de la
Crítica de la facultad de juzgar que Schelling lee mientras
estudia en Tubinga, muy poco tiempo antes de que Fichte (tan
admirado por él) y Goethe le ayuden a ser nombrado profesor en
Jena en 1798, el mismo año en que Kant reúne los textos del
Conflicto de las Facultades . Muy poco tiempo después,
Schelling, joven profesor en Jena (donde no se queda más que
cinco años), da sus Lecciones sobre los estudios académicos . El
esquema argumentativo desde el que critica a Kant se parece al
de la tercera Crítica (gesto análogo en Hegel, que no lo
ocultará); recurre a la unidad de las instancias disociadas por las
otras dos Criticas. Esta unidad es la de la imaginación
(Einbildungskraft) y la de la obra de arte, que es su producto. La
imaginación, como Einbildungskraft que Schelling distingue de
la Imaginación (falsa fantasía), [x] resuelve siempre una
contradicción proponiendo un esquema mediador, es decir,
traductor. Esta traducción por la Einbildung es también el
contrato que liga la filosofía y el arte, singularmente la lengua
filosófica y la lengua poética. La razón y la imaginación son una
sola y misma cosa[xi] pero la una «en lo ideal» (im Idealen) y la
otra en lo real (im Realen). No puede uno asombrarse de esta
identidad o de esta analogía, de esta intertraducibilidad de lo
racional y lo fantástico a menos que permanezca en el punto de
vista unilateral del entendimiento. Si la imaginación
(Einbildung) es la razón, es porque la esencia interna de lo
absoluto, y por tanto del saber originario, es In-Eins-Bildung.
Ése es el concepto fundamental de estas Lecciones y, aunque
asegura la posibilidad fundamental de la traducción entre los
diferentes órdenes (entre lo real y lo ideal, y, por tanto, entre los
contenidos sensibles y los contenidos inteligibles, y, por tanto,
en las lenguas, entre las diferencias semánticas ideales y las
diferencias formales significantes llamadas sensibles), él mismo
se resiste a la traducción. Su pertenencia a la lengua alemana y
la explotación de los múltiples recursos de la Bildung en la
In-Eins-Bildung siguen siendo un desafío para nosotros. La
traducción francesa por « uniformación», además de que deforma
la lengua francesa, ya que la palabra no existe en ella, borra el
recurso al valor de imagen que marca precisamente la unidad de
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la imaginación (Einbildungskraft) y de la razón, su


cotraducibilidad . No abro un proceso a los traductores. Su
elección es sin duda la mejor posible. Quería solamente subrayar
una paradoja: el concepto de la traducibilidad fundamental se
liga poéticamente a una lengua natural y resistente a la
traducción.

Pero esto confirma en realidad el propósito


schellinguiano precisamente cuando parece ponerlo en
dificultades. La In-Eins-Bildung, formación, puesta en forma y
en imagen, reúne ciertamente, pero esta reunión produce la
unidad. Producción poética ya que uniforma sin uniformizar,
guarda lo universal y lo particular en la impronta que produce.
De ahí, en razón de esta particularidad misma, su lazo esencial
con una poética y con una lengua natural. La esencia interna del
absoluto es una eterna In-Eins-Bildung que se expande
profusamente; su emanación (Ausfluß) atraviesa el mundo de los
fenómenos a través de la razón y la imaginación. No se puede,
por tanto, separar filosofía y poesía, afirmación repetida sin
cesar por Schelling; se debe solamente traducirlas una a la otra,
incluso si lo poético (enraizado en la particularidad de una
lengua) sitúa aquello mismo que limita la traducibilidad que sin
embargo reclama.

Nos encontramos aquí, en oposición a Kant, en un


camino que sin embargo él ha abierto. Kant opone el maestro de
razón pura, el filósofo legislador, al artista e incluso al artista
racional.[xii] Para Schelling, hay una analogía entre ambos, lo
poético es inmanente a lo filosófico y está cargado de
consecuencias: para la «formación» filosófica, para la Bildung
como enseñanza, cultura, aprendizaje de la filosofía. Hay que
pensar esta «formación» (Bildung) a partir de la
In-Eins-Bildung, de la esencia interna del absoluto, de la
uni-forma-ción de lo uni-versal y de lo particular. Hay también
que pensar la universidad en la lógica de la uni-formación, que
es también una poética de la traducción.

La filosofía es el alma y la vida del saber en tanto que


éste tiene su fin en sí mismo . Schelling no tiene palabras
suficientemente duras para los que quieren utilizar el saber,
«finalizarlo» haciéndolo servir a otros fines distintos de sí
mismo, o plegarlo a las existencias de una profesionalización
«alimenticia». Nietzsche y Heidegger harán lo mismo. En tanto
que «ciencia viva» (lebendige Wissenschaft ), la filosofía
requiere una «pulsión artística». Hay (es gibt), dice la Quinta
Lección (in fine), einen philosophischen Kunsttrieb, wie es
einen poetischen gibt. El «cómo» (wie) articula la analogía, la
afinidad simbólica, el lugar de paso para una traducción. Es por
eso que Schelling no distingue nunca el contenido filosófico, el
filosofema, de la forma de su presentación. Toda filosofía
«nueva», dice, debe haber dado un nuevo «paso» en la forma. A
una filosofía nueva deben corresponder una novedad formal, una

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originalidad poética, y por tanto una provocación, así como un


desafío a la traducción. Hay un problema, esta vez, de la
traducción filosófica, un problema interior y esencial que no se
les podía plantear a los filósofos de la tradición, en la medida al
menos en que no ligaban la racionalidad filosófica ni la
semántica filosófica en general al cuerpo poético, a la «realidad»
de una forma y de una lengua. Originalidad de Schelling: es
original (nuevo) decir que una filosofía puede y debe tener una
originalidad, que la originalidad formal le es esencial, que es
también una obra de arte.

Esta originalidad distingue al filósofo del matemático (y


por eso no hay problema de traducción en matemáticas: la
matemática es, incluso por esencia, la anulación o la solución
inmediata de la traducción). Como los matemáticos, los filósofos
tienen relación con lo universal, ciertamente, y están unidos en
su ciencia, pero tienen la originalidad de poder ser originales
porque son capaces de esta «transformación de las formas»
(Wechsel der Formen) que reclama también una trans- o una
tra-ducción, una Über-setzung (podría decirse: ésa no es la
palabra de Schelling en este pasaje) que pone una novedad, la
impone y la sobreimpone, lo mismo que asegura el paso por
encima de la particularidad diferencial.

Si hay (es gibt) una pulsión artística para la filosofía,


¿qué consecuencia sacar de ello para la Bildung, en el sentido de
la enseñanza? ¿Puede aprenderse la filosofía?, pregunta ésta que
obsesiona a todos los pensadores de la época desde Kant, como
hemos visto: se han hecho todos funcionarios de la enseñanza
pública; no están seguros de que ésta sea cabalmente la
destinación, la oportunidad, incluso la posibilidad de la
filosofía. ¿Puede adquirirse la filosofía por el ejercicio y la
aplicación? ¿Es, al contrario, un don gratuito (ein freies
Geschenk), un poder innato (angeboren) enviado por el destino
(Schickung)?[xiii]

De alguna manera la respuesta es «sí», hay (es gibt) un


don o un presente (Geschenk) asignado, enviado, legado por el
destino (Geschick); uno está así destinado a la filosofía en la
medida en que ésta es un arte, un arte de genio pautado sobre
una intuición intelectual que no puede sino ser dada y darse su
objeto, ligándose aquí al genio de una lengua natural. Dicho
esto, aunque lo esencial de la filosofía no se aprende, sus formas
particulares deben aprenderse. Que la filosofía sea un don no
significa que cada uno lo posea sin ejercicio. El aspecto
propiamente artístico de esta ciencia filosófica ( Schelling la
llama «arte dialéctica ») sin duda no puede aprenderse, pero uno
puede ejercitarse en ella. La Lección 4 (sobre las matemáticas y
la filosofía) precisa que aunque la intuición pura del espacio y
del tiempo es solamente «reflejada» en lo sensible con que se
relaciona la matemática, en filosofía la intuición está pura y
directamente en la razón. El que no posee esta intuición no

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puede ni siquiera comprender lo que de ello se dice, ni siquiera


puede uno traducírselo. En apariencia puede comprender las
palabras, pero no piensa lo que las palabras dicen. Entre estas
dos comprensiones, el pasaje le queda prohibido. La intuición
filosófica no puede ser, por tanto, sino dada (entiéndase como un
don, un presente) y esto quiere decir que no podría ser dada
(entiéndase esta vez traducida y dispensada por la enseñanza).
Pero hay una condición negativa de esta intuición filosófica
infinita: la conciencia de la inanidad de todo conocimiento
finito. Esta conciencia o esta condición negativa puede dejarse
profundizar, clarificar, cultivar, formar, elaborar, en una
Bildung. En el filósofo que sabe formarla, cultivarla en sí (in
sich bilden), formarse en ella, ella debe transformarse en
carácter, e incluso en un órgano inalterable, en habitus
intransformable : la aptitud de ver cada cosa en tanto que se
presenta (dargestellt ) en la idea. Esta presentación puede ser
justamente la traducción o la re -traducción de lo real en lo ideal.
Se puede adquirir el carácter o el tiempo del traductor, del
filósofo formado en esta traducción, en este modo o en esta
forma de presentación (Darsiellung).

El saber originario, que constituye la última instancia de


ese discurso, es el Urwissen de Dios, es el «saber absoluto» y la
expresión es aquí de Schelling. Se puede entonces hablar de una
teología de la traducción. Pero de esta teología de la traducción
se tiene también traducción institucional: para Schelling, en la
universidad que él proyecta, «la teología, al ser la ciencia en que
se encuentra objetivado el corazón de la filosofía, debe ocupar el
primer lugar y el más elevado». [xiv] Ésa es la objeción dirigida
al Conflicto de las Facultades en la Séptima Lección.[xv]
«Ciencias positivas» no tiene aquí el sentido moderno, como
señalan justamente los traductores franceses, sino el de ciencias
que disfrutan de una existencia institucional, de cuerpo de
conocimientos y de legitimidad pública. Son las ciencias que
constituyen el objeto de una disciplina, tales como las ciencias
teológicas, jurídica, médica, opuestas por Kant a la disciplina
filosófica. El título de la Lección subraya precisamente que esta
oposición entre la filosofía y estas ciencias «positivas» es
exterior, por tanto filosóficamente injustificada,
insuficientemente pensada. Es precisamente el sistema de los
límites oposicionales sobre el cual está construido El Conflicto
de las Facultades lo que permanece exterior e injustificado.

La crítica dirigida a Kant tiene dos enlaces, uno literal o


agudo, es decir, estrictamente institucional; el otro, más
fundamental y que sirve de base al anterior. Pero se puede
traducir el uno al otro. La crítica organizativa e intrafacultativa
apunta a la unilateralidad del punto de vista kantiano: es el
punto de vista de la finitud que opone filosofía y teología. Hace,
por tanto, de la filosofía el campo del pensamiento finito. Pero
eso mismo, da a la disciplina filosófica a la vez demasiado poco
y demasiado. Demasiado poco: la limita a una disciplina entre

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otras. Demasiado: le asigna una facultad. Schelling, que no se


anda en esto por las ramas, propone simple y llanamente que ya
no haya departamento de filosofía. No para borrar la filosofía
del mapa universitario, sino, al contrario, para reconocerle su
verdadero lugar, que es todo el lugar: «Lo que es todo no puede,
por eso mismo, ser nada en particular». [xvi]

Schelling no dice solamente que no deba haber


departamento de filosofía. Dice que no lo hay en absoluto.
Cuando uno cree distinguirlo, se equivoca; lo que se llama con
ese nombre por usurpación no es auténticamente filosófico. Esta
«afirmación» (Behauptung) schellinguiana parece formalmente
antikantiana . En realidad, sigue fiel a cierto motivo kantiano.
Aparentemente acantonada en su lugar, asignada a su
competencia específica, la facultad de filosofía está en realidad
por doquier, según Kant, y su oposición a las demás sigue siendo
secundaria y exterior. Hay dos Kant, en suma, y dos veces dos
Kant en toda esta escena -que es también una escena de
traducción interpretativa-. Hay el Kant del Conflicto que quiere
hacer existir un departamento de filosofía y protegerlo (en
particular del Estado). Para protegerlo, hay que delimitarlo. Y
luego hay el Kant que asigna a la facultad de filosofía el derecho
de supervisión crítica y panóptica sobre todos los demás
departamentos, para intervenir en ellos en nombre de la verdad.
Y en cuanto a la crítica, hay aún dos Kant: el de las dos Críticas
subraya fuertemente las oposiciones (y el Conflicto de las
Facultades, posterior a la tercera Crítica, sigue estando más
controlado por las dos primeras); pero el Kant de la Crítica de la
facultad de juzgar , el que suscitó el entusiasmo del joven
Schelling, se coloca más allá de las oposiciones, e intenta pensar
lo viviente y el arte. (Y no olvidemos que para Kant, lo
habíamos subrayado, el «maestro de razón pura» está, a la vez,
en todas partes y en ninguna. Su inevitable y evidente ausencia
domina todo el campo, pero vacía también el espacio del
departamento de filosofía.) [xvii]

Ahora bien, es justamente desde el punto de vista de la


vida y del arte desde donde el propio Schelling propone
reorganizar la universidad, pensar su organicidad, y resituar en
ella la filosofía. Aunque ésta se objetiva en las tres ciencias
positivas, que son la teología, el derecho y la medicina, no lo
hace en su totalidad en ninguna de las tres. Cada uno de los tres
departamentos es una objetivación determinada, parcial, de la
filosofía, siendo la teología la más alta. Puede traducirse
«objetivación» por «traducción». Es el mismo sentido el que se
transpone o se transporta a otro idioma. Pero ¿cuál es la
traducción total, la traducción misma que asegura la verdadera
objetividad de la filosofía en su totalidad? Es el arte. «La
verdadera objetividad de la filosofía en su totalidad es solamente
el arte.» Y este arte es, por tanto, como una universidad misma,
un arte de la traducción generalizada . Schelling, con una lógica
un poco sorprendente, admite que en rigor, «llegado el caso,

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podría haber, pues, no una facultad de filosofía, sino una


facultad de artes». Esto no es más que una concesión hecha al
paso, pues la lógica querría que no hubiera más departamento
para esta traducción total que para la omnipresente filosofía.

Es siempre el Bild el que asegura la analogía traducente


entre el arte, singularmente la poesía, y la filosofía: «Así pues,
poesía y filosofía, que otro tipo de diletantismo opone, se
parecen en que una y otra exigen un Bild del mundo, que se
engendra a sí mismo y sale a la luz espontáneamente ». [xviii]

Esta afirmación es también política. La facultad de


filosofía, en el dispositivo kantiano, queda determinada y
limitada por la potencia todavía exterior del Estado. Ahora bien,
el arte -del que Kant no habla en el Conflicto- no puede jamás
ser limitado por una potencia (Macht) exterior. Es, por tanto,
independiente del Estado, carece de relación (exterior), con él,
no se deja ni oprimir, ni privilegiar, ni programar por él. No hay
cultura estatal, parece decir Schelling. Pero veremos enseguida
que no es tan simple. Las ciencias positivas pueden determinarse
por su relación a esta potencia exterior (cuando es exterior) del
Estado.

Sólo la filosofía tiene derecho a exigir del Estado una


libertad incondicionada (Nur der Philosophie ist der Stand
unbedingte Freiheit schuldig). Afirmación kantiana, al menos
para la filosofía en tanto que juzga de la verdad. Puesto que sólo
en detrimento de todas las ciencias podría querer el Estado
suprimir la filosofía, ésta debe tener su lugar, en rigor, en una
facultad de artes. Y no hay para las artes más que asociaciones
libres (freie Verbindungen), por oposición a los
establecimientos públicos estatales. Tal proposición (la filosofía
en el espacio de las artes) no es revolucionaria. Schelling
recuerda la tradición del Collegium artium, el ancestro de la
facultad de filosofía de la que habla Kant: colegio independiente
del Estado, institución liberal que no nombraba doctores,
profesores dotados de privilegios a cambio de los cuales
prestaban juramento ante el Estado, sino magistri , maestros en
artes liberales. La decadencia de la filosofía, que llega a ser
objeto de burla, y deja de ser considerada a la altura de la
verdadera misión, la atribuye Schelling a la funcionarización de
una corporación. Ésta ha dejado de ser una asociación libre con
vistas a las artes, y por tanto a la traducción Poética.
Schleiermacher dirá también que para el Estado la facultad de
filosofía debería conservar el estatuto de una empresa
privada.[xix]

Vamos a desentrañar ahora las bases más generales de


esta crítica determinada de la universidad kantiana, los
fundamentos de esta traducción institucional. La Séptima
Lección recusa la axiomática del Conflicto de las Facultades , a
saber, la distinción entre Wissen y Handeln, saber y acción. El

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saber puro estaba del lado de la facultad de filosofía, que no


debía «dar órdenes» ni actuar, mientras que las demás facultades
superiores se encontraban ligadas al poder estatal, es decir, a la
acción. Oposición históricamente datada, dice Schelling, tardía,
construida y por deconstruir . Ni siquiera es moderna en sentido
lato, sino inmediatamente contemporánea, «producto de los
nuevos tiempos, un retoño inmediato de la famosa
Aufklërerei».[xx] Schelling reacciona violentamente contra esas
luces que, por ejemplo en Kant, crean oposiciones artificiales,
separan el saber de la acción, de la política y de la ética (hay un
movimiento análogo en Heidegger -y no sería esa la única
afinidad con Schelling-). La institución universitaria de las luces
transpone en sí esta infeliz disociación. Kant ha cometido el
error de haber reducido en su filosofía teórica la idea de Dios o
de la inmortalidad del alma a «simples ideas» y de haber
intentado a continuación acreditar esas ideas en la «conciencia
ética» (in den sittlichen Gesinnung). Ahora bien, la elevación
ética por encima de la determinación nos vuelve semejantes a
Dios y la filosofía traduce una elevación semejante (gleiche
Erhebung): no es sino una con la ética (lo que aún es a la vez
kantiano y antikantiano ). No hay «más que un mundo», dice
Schelling, no hay trasmundo,[xxi] ni mundo en sí. De este
mundo absoluto cada uno da una traducción, una imagen (Bild) a
su manera (jedes in seiner Art und Weise abzubilden strebt), el
saber como tal o la acción como tal. Pero uno traduce a la otra.
Solamente hay transferencia reflectante, Bildung, Abbildung
(reflejo, reflexión), Einbildungskraft. Entre el saber y la acción,
no hay sino la diferencia entre dos reflejos o dos reflexiones del
mismo y único mundo, una diferencia, en suma, de traducción
(Übersetzung y Ubertragung). El mundo de la acción es también
el mundo del saber, la moral es una ciencia tan especulativa
como la filosofía teorética. Para pensar la disociación, Kant
habrá tenido precisamente que pensar la unidad originaria de
los dos mundos como un solo y mismo texto por descifrar, en
suma, sobre los dos alcances, según las dos versiones o las dos
traducciones del texto original. Desde la unidad de ese mundo
originario, se vuelve a poner en entredicho la oposición de la
filosofía y de las ciencias positivas en su traducción
institucional (teología, derecho, medicina) ya que esta oposición
estaba fundada en la disociación entre saber y acción. Por eso
mismo, es la dualidad de los lenguajes la que se encuentra no
anulada, sino derivada como efecto de reflexión, de Reflex, de
reflejo, es decir, también de transposición traducente
(Übertragung, Übersetzung), de transferencia. Todo el
Conflicto de las Facultades está construido, como se podría
verificar, sobre la multiplicidad intraducible de los lenguajes,
digamos más rigurosamente sobre disociaciones de modo
discursivo: lenguaje de verdad ( constativo)/lenguaje de acción
(performativo), lenguaje público/lenguaje privado, lenguaje
científico ( intrauniversitario )/lenguaje popular
(ex-trauniversitario ), espíritu/letra, etc.

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Derrida en castellano - Teología de la traducción

Según un movimiento típico de todos los postkantianos,


todo ocurre como si Schelling dijese, en suma, partiendo de esta
idea de la razón o de esta institución intelectual,
pretendidamente inaccesible: al juzgarla inaccesible, demuestra
usted que ya ha tenido acceso a ella, la piensa, ella ha llegado ya
a usted, usted ya ha llegado a ella. Piensa usted lo inaccesible,
por tanto, tiene acceso a ello. Y para pensar la finitud, ya ha
pensado usted lo infinito. Ésa es, por otra parte, la definición del
pensamiento. Sería más consecuente, más responsable, ordenar
todo a este pensamiento que usted piensa, antes que instalar su
«criticismo» de la degeneración. De los modos más diferentes,
todos los postkantianos, de Schelling a Hegel y a Nietzsche,
habrán acusado a Kant de una denegación semejante. Queda por
saber lo que es una denegación cuando concierne nada menos
que al pensamiento del pensamiento y da lugar a algo como la
dialéctica trascendental de la Crítica de la razón pura .

La lógica de esta acusación, esta negación de la


denegación o esta crítica de la crítica, tiene consecuencias
políticas paradójicas. En todos los casos. Consideremos el de
Schelling. Éste insinúa que Kant somete el departamento de
filosofía, en un establecimiento público, al poder exterior del
Estado; y que así no concibe de manera suficientemente liberal
el ejercicio y el lugar de la filosofía en la sociedad. El
liberalismo de Kant no sería incondicional. Schelling parece,
pues, llamar a Kant al liberalismo, por ejemplo, según el modelo
del Colegio de Artes. Ahora también, a la inversa, el
pensamiento schellinguiano de la uni-totalidad o de la
uniformación como traducción generalizada, traducción
ontoteológica sin ruptura, sin opacidad, traducción
universalmente reflectante, puede conducir a una absolutización
totalizante del Estado que Kant, a su vez, habría juzgado
peligrosa y poco liberal. El liberalismo supone quizá la
disociación, la heterogeneidad de los códigos y la multiplicidad
de los lenguajes, el no -franqueamiento de ciertos límites, la
no-transparencia.

Ahora bien, hay un cierto estatismo schellinguiano . ¿Qué


es el Estado? El devenir -objetivo del saber -originario según la
acción. Es incluso la más universal de las producciones ideales
que objetivan y por tanto traducen el saber. El Estado es una
forma de saber, traducida a partir del arquetipo del mundo de las
ideas. Pero como no es más que el devenir -objetivo del saber, el
Estado se transporta o se transpone él mismo a su vez en un
organismo exterior en vista del saber como tal, en una especie de
Estado espiritual e ideal, y eso son las ciencias positivas -dicho
de otro modo, la universidad, que es, en suma, un trozo de
Estado, una figura del Estado, su Übertragung-, Übersetzungen
que transponen al Estado en ciencias positivas. El Estado -saber
es aquí una transposición del Estado -acción. Ya no se puede, por
tanto, separar las facultades superiores de la facultad inferior. La
diferenciación de las ciencias positivas se hace a partir del saber

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originario, a imagen del tipo inferior de la filosofía. Las tres


ciencias positivas no son otra cosa que la diferenciación, la
traducción diferenciada del saber originario, así pues, de la
filosofía. Entre la filosofía y el Estado, la identidad es profunda
y esencial. Es el mismo texto, el mismo texto original si se sabe
leer su identidad desde el Ur-Wissen.

Este conjunto (el Estado y su objetivación transpuesta en


las tres ciencias políticas) es un todo, el todo de la objetivación
del saber originario. Éste forma con la filosofía un «organismo
interno» (innerer Organismus) que se proyecta o se transporta
fuera, en la totalidad exterior de las ciencias. Se construye por
división y ligazón de manera que se forme un cuerpo (Körper)
que exprese él mismo, fuera, el organismo interno del saber y de
la filosofía. La palabra «organismo» es frecuente y decisiva en
este contexto. No traduce un biologicismo puesto que,
aparentemente al menos, se trata de una metáfora. Lo ideal y lo
real no son aún disociables en la unidad del saber originario.
Esta unidad permite que se hable, sin tropo, del uno como del
otro, del uno en el lenguaje del otro. No hay metáfora, pero no
hay tampoco sino metáfora, imagen en el sentido amplio (Bild).
La unidad originaria del lenguaje en el saber originario autoriza
la retórica y al mismo tiempo prohíbe considerarla solamente
como una retórica restringida. Es una retórica o una
traductología generalizada. Esto justifica que, desde el comienzo
de esta exposición, haya yo hablado a menudo de traducción allí
donde no se trataba sino de transposición, de transferencia, de
transporte en el sentido no estrictamente lingüístico. Quizá se
podría pensar que abusaba y que hablaba metafóricamente de
traducción (sobreentendido: estrictamente semiótica o
lingüística) allí donde la transposición de que hablaba no tenía
nada, justamente, de propiamente lingüístico. Pero es que
justamente para Schelling, cuya ontoteología querría presentar
con lo que vengo diciendo, la lengua es un fenómeno viviente; la
vida o el espíritu viviente habla en la lengua; y del mismo modo
o la naturaleza es un autor, el autor de un libro que se debe
traducir con la competencia de un filólogo. Motivo que se
vuelve a encontrar entonces en Novalis en particular, pero ya
antes en Goethe. De ahí esta pedagogía schellinguiana de la
lengua, de las lenguas muertas o vivas:

Uno se forma inmediatamente el sentido


reconociendo el espíritu viviente en una lengua
que para nosotros está muerta, y la relación que
existe aquí no es diferente de la que el naturalista
mantiene con la naturaleza. La naturaleza es para
nosotros un autor muy antiguo, que ha escrito en
jeroglíficos, y cuyas páginas son colosales, como
dice el artista de Goethe.[xxii] Y es precisamente
el que quiere conducir sus investigaciones sobre

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la naturaleza de forma puramente empírica el que


experimenta la mayor necesidad de un
conocimiento por así decir lingüístico (habría que
poner en cursiva también el «por así decir»], a fin
de comprender ese discurso totalmente mudo para
él. Esto es igualmente verdadero con respecto a la
filología en el sentido eminente del término. La
tierra es un libro compuesto de fragmentos y de
rapsodias de épocas muy diversas. Cada mineral
es un verdadero problema filológico. En geología,
esperamos todavía a un Wolf que analice la tierra
como se ha hecho con Homero, y que nos revele
su composición.[xxiii]

Hemos sido conducidos a esta panretórica de la


traducción por consideraciones aparentemente políticas. El
hiperliberalismo opuesto a Kant se arriesga siempre, según una
lógica paradójica, a virar hacia la tentación totalizante , no digo
necesariamente totalitaria, cuyos efectos pueden invertir la
exigencia liberal. De ahí la estrategia imposible de las relaciones
entre filosofía y política, singularmente entre la filosofía y el
Estado. Sería un error ver en esta proposición, según la cual el
Estado es la traducción objetivamente del saber en la acción, una
de esas proposiciones especulativas de un «idealismo alemán»
que estudiaríamos hoy a través de sus brumas como un gran
archivo filosófico. Esta proposición es, sin duda, especulativa
(en un sentido rigurosamente articulado sobre un pensamiento
del speculum reflectante y propiamente «simbólico»), [xxiv]
pero tan «realista» como «idealista». Es moderna. Una
politología no puede hoy construir el concepto de Estado sin
incluir en él la objetivación del saber y su objetivación en las
ciencias positivas. Un discurso político que no hablase de la
ciencia se perdería en la charlatanería y la abstracción. Hoy, más
que nunca, la determinación del Estado comprende el estado de
la ciencia, de todas las ciencias, del todo de la ciencia. El
funcionamiento de las estructuras estatales (no hablamos de
régimen) depende esencial y concretamente del estado de todas
las ciencias y tecnociencias . Ya no se pueden distinguir ahí las
ciencias llamadas fundamentales de las ciencias «con finalidad
rentable». Y lo que se ha llamado justamente complejo
militar-industrial del Estado moderno supone esta unidad de lo
fundamental y lo que posee «finalidad rentable». Asimismo,
habría que hacer que esta «lógica» comunicase con la de la
«performatividad » del discurso científico.

Sin duda, diría Schelling, el Estado no es la traducción


objetivamente del saber como saber sino del saber originario
como acción. Sería hoy aún más fácil demostrar hasta qué punto
un Estado moderno es la puesta en práctica de un saber. No
solamente porque tiene una política de la ciencia que quiere

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pilotar él mismo, sino porque se forma y se transforma él mismo,


en su concepto, su discurso, su retórica, sus métodos, etc., al
ritmo de la tecnociencia.

Había que insistir, ciertamente, en la unidad del saber


originario, en la reunión totalizante de la Ein-Bildung der
Vielheit in die Einheit en tanto que traducibilidad general. Pero
eso no significa homogeneidad e indiferenciación . Hay «formas»
y, por tanto, estructuras específicas. Hay diferencias entre
filosofía y religión, filosofía y poesía. Por eso hay que traducir
y esta traducción depende de la finitud de los individuos. La
filosofía es ciertamente la presentación (Darstellung) inmediata,
la ciencia del saber originario (Urwissen), pero no lo es más que
en el orden de lo ideal y no «realmente». Si la inteligencia
pudiese, en un solo acto de saber, captar (begreifen) realmente
la totalidad absoluta como sistema acabado en todas sus partes,
sobrepasaría su finitud. No tendría necesidad de traducir.
Concebiría el todo como un más allá de toda determinación.
Desde el momento en que hay determinación, hay
diferenciación, separación, abstracción. Schelling no dice
«oposición», Entgegensetzung. La presentación real del saber
supone esta separación, o sea, esta división y esta traducción del
trabajo filosófico. El «saber originario» no puede devenir «real»,
realizarse en su unidad en un solo individuo, solamente in der
Gattung, en el género o la especie, es decir, también en las
instituciones históricas. La historia progresa como ese devenir
real de la idea.

Este esquema construía la primera Lectura sobre el


concepto absoluto de la ciencia. Parte de la idea de totalidad
viviente, deduce de ella el concepto de la universidad, como
Kant lo deduce también de una idea de la razón. Schelling -aún
tenemos un signo de ello-, hace revivir la tradición kantiana a la
que se opone como puede uno oponerse a una filosofía de la
oposición. El desarrollo pensante de la idea de la razón conduce
a Schelling a rechazar las consecuencias limitadoras que de ella
saca Kant.

La formación (Bildung) especializada del estudiante


debe estar precedida por el conocimiento de esta totalidad
viviente, de esta «conexión viviente» (des lebendigen
Zusammenhangs). El estudiante debe primero acceder a la
totalidad orgánica de la universidad, al «árbol inmenso» del
conocimiento: no lo puede aprehender sino partiendo
(genéticamente) de su raíz originaria, el Urwissen. Por otro lado,
en el umbral de sus estudios, el «muchacho» (y no la muchacha,
por supuesto) tiene el sentido y el deseo de esta totalidad (Sinn
und Trieb für das Ganze). Pero enseguida se le decepciona.
Schelling describe estas decepciones, todos los daños del
adiestramiento profesional o de la especialización que
obstaculizan el acceso a la organización misma, a la organicidad
de esta totalidad del saber, dicho de otro modo, a la filosofía, a

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la filosofía de la universidad que constituye el principio


orgánico y viviente de esta totalidad. Schelling hace entonces
una propuesta de la que habremos de sacar aún el mayor
provecho. Haría falta que «fuese impartida», dice, «en las
universidades una enseñanza pública que tratase de la finalidad,
del método, de la totalidad y de los objetos particulares de los
estudios académicos». [xxv] Es lo que Schelling hace al decirlo.
Sus Lecciones dicen lo que debería ser la finalidad, el método y
la totalidad de los objetos particulares de una universidad digna
de ese nombre. Define la destinación final (Bestimmung) que
determina y establece normas para todas las traducciones
orgánicamente interdisciplinares de esta institución.

Esta destinación final, la del saber tanto como la de la


universidad, es nada menos que la comunión con la esencia
divina. Todo saber tiende a entrar en esta comunidad con el ser
divino. La comunidad filosófica, como comunidad universitaria,
es ese Streben nach Gemeinschaft mit dem göttlichen Wesen,
tiende a participar en ese saber originario que es uno y en el que
cada tipo de saber participa como el miembro de una totalidad
viviente. Aquellos cuyo pensamiento no se ordena de acuerdo
con esta comunidad viviente y zumbadora son como abejas
asexuadas (geschlechtslose Bienen): como no les es dado crear,
producir (produzieren), multiplican fuera de la colmena
excrementos inorgánicos como testimonio de su propia
vulgaridad, atestiguan así su falta de espíritu (Geistlosigkeit ).
Esta deficiencia es también una ineptitud para la gran traducción
que hace circular en todo el cuerpo del saber el sentido del saber
originario.

El hombre no es una abeja. En tanto que ser racional


(Vernunftwesen), está destinado (hingestellt ) a -puesto con
vistas a, propuesto para, encargado de la tarea de suplemento o
de complemento de- la manifestación del mundo (eine
Ergänzung der Welterscheinung ). Completa la
fenomenalización del todo. Está ahí para que el mundo aparezca
como tal y para ayudarlo a aparecer como tal en el saber. Pero si
es necesario completar o suplir (ergänzen), es que hay una
carencia. Sin él la manifestación misma de Dios no estaría
acabada. El hombre debe, a través de su propia actividad,
desarrollar (entwickeln) lo que falta en la manifestación total de
Dios (was nur der Offenbarung Gottes fehlt).

Eso es lo que llamamos la traducción; es también lo que


llamamos la destinación de la universidad.

* En el origen de este texto, una conferencia pronunciada en


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inglés en la Universidad de Toronto, con ocasión de un Coloquio


entre La semiótica de la traducción literaria . Esta conferencia
servía de conclusión igualmente al texto «Si ha lugar a traducir
I: la filosofía en su lengua natural. Aparecida por primera vez en
Texte, n. 4, 1985, loc. cit., después en Qu’est-ce que Dieu?
Philosophiel/Théologie. Honunage b l’abbé Coppieters de
Gibson, Bruselas, Publications des Facultés de Saint-Louis,
1985.

[i] Jacques Derrida, «Des Tours de Babel en Joseph F. Graham


(comp.), Différence in Translation, Ithaca, Cornell University
Press, 1985, págs. 209-284. Reeditado en Psyché. Inventions de
l’autre, Paris, Galilée, 1987 [trad. cast. J. Derrida, «Torres de
Babel» en ER, Revista de Filosofía , Sevilla, n. 5, invierno, 1987,
págs. 35-68].

[ii] J. W.Goethe, «Traducciones» en Notas y disertaciones para


una mejor comprensión del Diván de Occidente y Oriente , en
Obras Completas, tomo I, Madrid, Aguilar, 4ª ed. 1990, págs.
1858-1860.

[iii] Roman Jakobson, «Aspectos lingüísticos de la traducción»


en Ensayos de lingüística general , Madrid, Ariel, 1984.

[iv] J. W. Goethe, op. cit.

[v] Antoine Berman, L’Épreuve de l’étranger. Culture et


traduction dans l’Allemagne romantique, París, Gallimard, col.
«Les Essais», 1984.

[vi] Ibid., págs, 258-259.

[vii] F. W. J. Schelling, Lecciones sobre el método de los


estudios académi cos, Buenos Aires, Losada, 1965.

[viii] Op. cit., págs. 76-77.

[ix] Traducimos «refléchissante » (que a su vez traduce el alemán


«reflektierende ») unas veces por «reflectante» y otras por
«reflexionante », según el contexto. Pero el lector ha de tener en
cuenta esa ambivalencia semántica de « réfléchir » y sus
derivados cada vez que aparezca una de esas traducciones.

[x] Véase F. Schelling, «Sexta Lección» en op. cit., págs. 60; y


habría que hablar en él, como en Kant, del recurso alternado a
las palabras latinas o alemanas.

[xi] Véase «Sexta Lección», en op. cit. (traducción modificada).

[xii] Véase «Arquitectónica de la razón pura».

[xiii] Véase «Sexta Lección» en op. cit., pág. 59.

[xiv] F. Schelling, «Novena Lección» en op. cit., pág. 91.


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[xv] F. Schelling, «Acerca de algunos términos opuestos desde


el exterior a la filosofía, y en particular la oposición de las
ciencias positivas», pág. 79.

[xvi] Ibíd., «Séptima Lección», pág. 76 (traducción modificada).

[xvii] Véase el capítulo anterior.

[xviii] F. Schelling, «Sexta Lección en op. cit., pág. 68.

[xix] Las propuestas que se hicieron al Estado y al gobierno


francés para la creación (ya decidida) de un Colegio
internacional de filosofía tienen más de schellinguianas que de
kantianas (lugar preeminente reservado a la diferencia
internacional de las lenguas y a la problemática de la traducción,
lugar para la poética y las exigencias artísticas, la filosofía sin
compartimientos estancos, etc.), pero también mucho de
antischellinguianas , puesto que el principio de uni-formación o
de uni-totalidad también puede ser preocupante tanto desde el
punto de vista de Kant como desde el nuestro en la actualidad. El
Estado –lo veremos enseguida- puede recuperar ahí todo su
poder, el poder de la totalidad.

[xx] «Séptima Lección» en op. cit., pág. 69 (traducción


modificada).

[xxi] Véase Nietzsche y su crítica de Kant.

[xxii] J. W. Goethe, La Apoteosis del artista, en Obras


Completas, ed. cit., t. III, págs. 1221-1226.

[xxiii] F. Schelling, «Tercera Lección», pág. 40.

[xxiv] «Sexta Lección» en op. cit., pág. 68.

[xxv] F. Schelling, «Primera Lección», pág. 8.

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