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Cuando en la conferencia De la esencia de la verdad Heidegger esclarecía en qué medida el "error" pertenece al evento de la verdad, señalaba con el mayor acierto el carácter de su pensamiento: abierto, errático, libre, anárquico, incierto… como los "caminos de bosque" de la Selva negra que tan bien conocía. Para Heidegger, el errar no solo es inevitable, sino que pertenece a la verdad misma… y no hay ninguna ley moral más allá del evento de la verdad y de su experiencia en el pensamiento. Es más, el bien y el mal son regiones de una topografía histórica en la que el hombre está siempre en camino, errando.
Yo no habría escrito este ensayo si no pensara que aquí, en esta "fuga del error", se congrega el caso de disputa que va unido con el nombre de Heidegger. Pues si el "error" ensambla el "claro", porque el "claro" necesita el "error", entonces el errar de Heidegger, sus extravíos, son un momento de la filosofía.
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Fuga del error - Peter Trawny
Peter Trawny
La fuga del error
La an-arquía de Heidegger
Traducción de
Raúl Gabás
Herder
Título original: Irrnisfugue. Heideggers An-archie
Traducción: Raúl Gabás
Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes
© 2014, MSB Matthes & Seitz, Berlín
© 2016, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN: 978-84-254-3731-1
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Maquetación electrónica: Digital Books
Herder
www.herdereditorial.com
Índice
Portada
Créditos
Citas
La fuga del error
Notas
Más información
Hay muchas cosas terribles,
pero nada más terrible que el hombre.
FRIEDRICH HÖLDERLIN, traducción de la primera
estrofa del coro de los ancianos de Tebas
en la Antígona de Sófocles
El ser mismo es «trágico».
MARTIN HEIDEGGER, Überlegungen (Reflexiones) XI
En este poema he intentado expresar
lo terrible de las cámaras de gas.
PAUL CELAN, sobre la Fuga de la muerte
Todavía no se ha estudiado por completo la importancia de la publicación de las Reflexiones, en los apuntes que Heidegger mismo llama los Cuadernos negros. En cualquier caso, estos escritos han mostrado, más claramente que todo lo publicado antes por él, cómo lo dicho en 1961 al principio de su libro Nietzsche acerca de este filósofo, a saber, que el nombre del pensador hace las veces de título indicativo del contenido de su pensamiento, tiene validez para Heidegger mismo: «El asunto, el objeto de controversia es en sí mismo un desplegarse fuera de sí».[1] El nombre de Heidegger equivale al contenido de este pensamiento, que siempre fue motivo de escándalo, pero ahora, por la publicación de las Reflexiones, se ha convertido ineludiblemente en un caso de disputa para todo el que quiere encontrarse con el pensamiento de este autor.
Heidegger no tiene ninguna filosofía, ninguna doctrina que pudiera convertirse en modelo de una escuela académica. Él mismo lo dijo una vez: «Yo no tengo ninguna etiqueta para mi filosofía».[2] La hipótesis de que hay una filosofía de Heidegger presupone que esta es algo configurado en una obra, que es capaz de aparecer como un objeto, en forma de un libro o de una edición general. Sin embargo, con el lema de «Caminos y no obras»[3] para su edición general, Heidegger ha puesto el signo debido. Los escritos del pensador son intentos abiertos. Incluso las configuraciones cerradas, como Ser y tiempo, han quedado inacabadas.
Esto se pone de manifiesto también en la biografía. Cuando aparece Ser y tiempo, Heidegger tiene 38 años. Nietzsche llegó a esta edad cuando trabajaba ya en la primera parte de Zaratustra. Schelling, a los 38 años, había dejado atrás el tiempo de las publicaciones. La idea de que en su trayectoria se trata de «caminos y no obras», no es una escenificación, sino una acertada interpretación de sí mismo. En Heidegger se puede aprender que filosofía es siempre un filosofar, siempre más una pregunta que una respuesta.
Los caminos que el pensamiento de Heidegger ha recorrido son oscuros. Ernst Jünger, que no se interesaba con especial ardor por la filosofía, dijo una vez que el «bosque» es la patria de Heidegger: «Allí se encuentra él en casa, en lo no transitado y en las sendas del bosque».[4] Los caminos del pensamiento conducen a lo inseguro, a lo salvaje, también al peligro. Cuando en la conferencia De la esencia de la verdad —que a principios de los años treinta contiene el giro hacia el tipo de filosofía que aquí aflora— esclarece en qué medida el «error» pertenece también al evento de la verdad, señala con el mayor acierto el carácter de su pensamiento.
Probablemente Jünger, con la expresión «estar en casa en lo no transitado», expresó con toda brevedad e intención lo inconciliable. Heidegger, en su pensamiento, ¿quería sentirse familiar en lo inhóspito? Si respondiéramos con una afirmación, ¿podría explicarse a partir de ahí que fuera a parar sin remedio no solo a «sendas perdidas», sino a veces también a extravíos? Este pensamiento ¿no se movió también en ámbitos en los que apenas había algo a pensar, en los que osó decir a su manera lo que no habría debido decirse? ¿Hay un límite para lo que ha de decirse, para lo que puede decirse?
El límite por el que hemos de preguntar después de la publicación de las Reflexiones no es el de lo inefable. Heidegger lo conocía. Lo pensó con palabras que en el siglo XX son singulares. Pero no se trata de estas. Más bien, se trata del límite que «separa» el bien del mal, del «dividir en bien y mal», límite implicado en la «diferencia» y en la «decisión».[5] ¿Le es lícito al pensamiento ignorar ese límite? Es más, ¿puede ignorarlo el pensamiento? ¿Le es lícito comportarse neutralmente en lo que concierne a tal límite, ignorar el mal porque pertenece al ser? ¿No es Nietzsche el maestro de todos aquellos que osaron y osan eso? ¿Era él el maestro de Heidegger?
Es muy posible que Jünger tenga razón cuando acentúa en el pensamiento de Heidegger lo opuesto al calor patrio y lo intransitado. De ahí parte la catástrofe que el pensador descubrió en la modernidad, es más, como modernidad. Y especialmente él, capaz a veces de representar la patria de manera tan poco sentimental que también, o precisamente en su carácter provincial, se mostraba algo amenazador, ¿no pudo experimentar las alienaciones del siglo XX? Parece como si nos acercáramos a una explicación dialéctica. Pero entre tanto hemos experimentado que el todo es más complejo. No solo hemos visto que «el planeta estaba en llamas», y que «la esencia del hombre se había salido de quicio»;[6] sino también cómo el pensamiento tiembla en sus juntas y se adapta a este estremecimiento, se ensambla en él.
El pensamiento atraviesa «la fuga del error del claro».[7]