Diversidad Sexual

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FACULTAD DE DERECHO Y HUMANIDADES

ESCUELA PROFESIONAL DE PSICOLOGÍA

MONOGRAFÍA:
LAS DOS CARAS DE LA DIVERSIDAD SEXUAL

AUTORES:

ASIGNATURA:

ASESOR:

PIMENTEL - 2021
I. INTRODUCCIÓN

No hace muy poco, para ser específicos, durante la mayor parte del siglo XX, el control y
disciplina de la sexualidad masculina siguió el camino de la criminalización y la
patologización sobre las masculinidades subordinadas. Esta “injusticia cultural” se expresó en
la formación de representaciones negativas sobre muchas subjetividades, sobre la diversidad
sexual y sobre el género (Fraser, 1997).

A pesar de los años y las leyes promulgadas, nuestro contexto social y político es
predominantemente discriminatorio, no solo en nuestro país, sino en un contexto global con
respecto de las personas cuya orientación sexual es diferente a la heterosexual. De acuerdo
con datos de la Primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (CONAPRED,
2010), cinco de cada diez personas no estarían dispuestas a permitir que en su casa viviera un
homosexual. Por otro lado, nueve de cada diez homosexuales opinan que existe
discriminación por su condición, y 42.8% afirma haber sufrido algún acto de discriminación
en el último año.

Además, en las últimas décadas la sociedad ha experimentado una infinidad de


transformaciones culturales y políticas que se dirigen hacia la consecución de una vida
democrática liberal y de una sociedad más abierta. No obstante, todavía persisten la
intolerancia y la falta de respeto a los derechos de grupos amplios de la población (Flores,
2007) Ante ello surge la interrogante ¿Por qué no dar la libertad ansiada en la diversidad
sexual? ¿Por qué si hay derechos y políticas para proteger la diversidad sexual, encontramos
estas actitudes? ¿Entonces? ¿Por qué sigue la discriminación, la prohibición y coacción en
muchos países?

Ante lo expuesto queremos precisar una recopilación en cuanto las dos caras de la
diversidad sexual, entendiendo la misma como la orientación sexual como parte de un
proceso de definición del objeto hacia el cual será dirigido el impulso sexual que forma el
desarrollo psicosexual, sin que necesariamente se restrinja a este (Chávez, 2017). Para ello,
revisaremos algunos antecedentes sobre la evolución de la diversidad sexual a través de los
años, algunos aspectos teóricos que explican el mismo para efecto de este trabajo
monográfico.
II. DIVERSIDAD SEXUAL

Autores como Money y Ehrhardt (1972) el desarrollo psicosexual se considera como un


proceso mediante el cual se desarrolla la identidad de género, el rol genérico y la orientación
sexual.

La orientación sexo-genérica-sexual indica a la disposición erótica y afectiva a


desarrollar actividades sexuales con personas del otro sexo, del mismo sexo o con ambos. Sin
embargo, tratar de “rotular” a una persona sobre la base de su orientación sexual puede
convertirse en un proceso complejo y difícil, pues esta “disposición” no es necesariamente
permanente en la vida y puede aplicarse a tres áreas distintas de la sexualidad: el
comportamiento sexual, el deseo sexual, y los contenidos de las fantasías sexuales.

Por otro lado, podemos referir a Gorguet que explica que la diversidad sexual: “Es la
forma en que cada persona expresa sus deseos, pensamientos, fantasías, actitudes, actividades
prácticas y relaciones interpersonales y es el resultado de factores biológicos, psicológicos,
socioeconómicos, culturales, éticos, religiosos, espirituales y comunicativos. Existen
múltiples expresiones de la sexualidad, tantas como seres humanos” (Gorguet, 2008, p.17).

II.1. Revisión histórica sobre la diversidad sexual

El hombre ha manifestado paralelismos sobre su sexualidad desde épocas remotas, es


decir en esos tiempos ya existía una diversidad sexual, en donde, por ejemplo, la
homosexualidad (aparte de los mencionados distintos géneros) estuvo presente. Como
ejemplo vamos a mencionar a la Grecia del siglo V a.c., donde podría decirse que la
homosexualidad masculina alcanzó su apogeo. En esta cultura era bien visto que dos hombres
mantuvieran relaciones sexuales entre ellos, por mero placer y erotismo, y que las relaciones
entre los sexos binarios fueran solamente para la reproducción (Gorguet, 2008)

Respecto al travestismo y al transgénero, al igual que como se han registrado a través de


la historia diferentes obras literarias, mitos, casos sobre relaciones de diversas orientaciones
sexuales, los testimonios existentes que apuntan al travestismo también son numerosos,
siendo mayoritarios los hechos de hombres vistiéndose y adquiriendo una personalidad
femenina que viceversa (Foucault, 1977).

Sin ir más lejos, el transformismo ha sido repudiado y criticado, especialmente señalado


por la Iglesia y ciertos científicos del siglo XVIII y XIX, los cuales en sus escritos miraban el
transgénero y cualquier acto similar como antinatural, insalubre, y en contra de la voluntad de
Dios (Foucault, 1977). En el terreno del libre ejercicio de la diversidad sexual, el poder de
coacción de la época (ejercido por la iglesia a través de la santa inquisición) persiguió toda
heterodoxia que dañara al modelo tradicional cristiano, que constituía y consagraba el
matrimonio entre un hombre y una mujer bajo las leyes civiles y eclesiásticas. Se consideró
también el sexo como impuro por excelencia y se le asoció con la mancha, el pecado y la
culpa (Gruzinski, 1986).

Si avanzamos en el tiempo llegamos a la sociedad colonial, la literatura y la


iconografía de la época pretendió enseñar y mantener la idea del pecado asociado al ejercicio
de la sexualidad en todos sus ámbitos. La influencia de la iglesia seguía con un gran
predominio y feligreses. Por ejemplo: los catecismos, los sermones publicados e infinidad de
pinturas con temas religiosos y mundanos nos muestran cómo la sensualidad y el deseo
sexual eran vehículos perfectos para la perdición de las almas e instrumentos favoritos del
demonio para la consecución del mal (Gruzinski, 1986).

Ya para años más tarde, para ser especifico nos referimos al periodo llamado “siglo de
las luces”, aquí se comenzó a que las transgresiones fueran sacadas poco a poco de la esfera
del pecado, este hecho se fue dando hasta culminar el siglo XIX con la secularización de la
mayoría de ellas. En las principales ciudades y en el extenso territorio del virreinato de la
Nueva España también se persiguió a los desviantes en la búsqueda de “enderezar lo torcido”
a partir de una perspectiva disciplinaria que tenía por función “reducir las desviaciones”
(Foucault, 1984, p. 184).

Así, el imaginario colonial produjo sus propios demonios y se encargó de satanizar a las
minorías que estaban lejos del ideal moral católico. Los discursos relativos a las diversas
manifestaciones de la diversidad sexual son prolíficos en calificativos de todo tipo, sobre la
“monstruosidad” de múltiples actos perseguidos por la legislación colonial (Escobar, 2006).

Entre las minorías perseguidas, los desviantes sexuales, así se les denomino, figuraron
entre los más denunciados ante las autoridades. Aunque fue en las ciudades donde más se
presentaron estos casos, se puede suponer que ocurrían en todo el extenso territorio virreinal.
Las denuncias eran presentadas ante la autoridad inmediata y esta las encausaba ante los
jueces de lo criminal (Vanegas y Suárez, 2008).

De esta manera, los discursos de las autoridades civiles con respecto a las sexualidades
consideradas desviadas se incrementaron a finales del siglo XVIII y principios del XIX, como
un intento por parte del Estado por intervenir en la vida privada de los individuos y como
consecuencia de las grandes transformaciones sociales de la época. Los movimientos
ideológicos de la época como la Ilustración, y posteriormente del liberalismo, eran recogidas
y aceptadas por la autoridad con la consecuente búsqueda del bien del pueblo, pero desde el
autoritarismo gubernamental que ejercía un papel paternalista sobre la población. La
autoridad del Estado era indiscutible y tanto las instituciones como los individuos debían
someterse a su poder (González, 1988).

En el discurso moderno, no tanto en la práctica, se discutió mucho sobre el individuo y la


necesidad de regeneración en una sociedad preocupada por salir de “las tinieblas” del período
virreinal. Como ya se señaló, el delito de sodomía (ya conceptualizado desde una óptica
médica y pretendidamente científica como homosexualidad a partir de la segunda mitad del
siglo XIX) siguió considerándose dentro del ámbito criminal y las infracciones en esta
materia como atentatorias de la moral y del orden social (Valdés, 1981)

Ya en el siglo XX no se puede señalar que haya habido un cambio decisivo en materias


judiciales relacionadas con crímenes sexuales, este nuevo centenario tuvo un inicio
enmarcado por una mayor lucha por la visibilización de la comunidad homosexual y permitir
el inicio hacia la búsqueda de la diversidad sexual (Monsivaís, 2001).

Por ejemplo, después de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional puso


mayor atención en los derechos humanos de los grupos minoritarios, entre los cuales,
lógicamente, se encontraba la población homosexual. Pero, a pesar de esto, la Asociación
Americana de Psiquiatría seguía considerando la homosexualidad como un trastorno
sociopático de la personalidad, lo cual estereotipaba gravemente al homosexualismo.

Aun así, fueron diferentes las reacciones que se suscitaron y que buscaban defender los
derechos de los homosexuales a nivel internacional. No es hasta 1950, donde se funda la
organización “Sociedad Mattachine” considerado como el primer grupo organizado para
defender sus de derechos, posteriormente le siguió las “Hijas de Bilitis”, esta organización
fundada en San Francisco que veía por los derechos lésbicos. De esta manera empezaron a
surgir los movimientos que más adelante serán la voz de la comunidad LGBTI+, los cuales se
fueron haciendo más fuerte, consiguiendo que países como Reino Unido derogaran sus leyes
contra la sodomía en 1967 e impulsando la lucha internacional por lograr un trato igual para
todos aquellos que no se apegaban a la heteronormatividad establecida (Bidstrup, 2001).

Sin lugar a duda, uno de los momentos que más marcó la historia de este grupo fue el del
veintiocho de junio de 1969, cuando los clientes del bar Stonewall Inn en Greenwich Village,
Nueva York, se revelaron en contra de la policía por el acoso que como comunidad sufrían
por parte de esta institución (Giraldo, 1971). Las protestas duraron días y sentaron el
precedente de la necesidad de manifestarse por la defensa de sus derechos. Al año siguiente a
estos acontecimientos, miles de personas de la comunidad LGBT+ marcharon por la ciudad
de Nueva York conmemorando los disturbios y estableciendo que, sin importar su orientación
sexual, contaban con los mismos derechos (Díaz, 2004).

Este suceso, sentó las bases para cuatro elementos primordiales que establecerían la
directriz del movimiento LGBTI+. El primero de ellos fue exponer las acciones represivas y
discriminatorias, principalmente del Estado hacia la población de la diversidad sexual, y
exigir un goce de derechos como cualquier otra persona. En segundo lugar, fue un punto de
quiebre para el status quo porque, si bien había graves ataques hacia las personas de la
diversidad sexual y privación de sus derechos fundamentales, el silencio era el que había
prevalecido hasta entonces (Cornejo, 2007).

Asimismo, y como tercer elemento, estos disturbios fueron un referente para que la
población LGBTI+ de otras regiones del hemisferio occidental se organizaran, dejaran el
anonimato y tomaran la decisión de participar en la agenda pública; como lo fue el caso de
México, en donde comienzan a surgir, a partir de 1980, las primeras organizaciones o
colectivos para hacer frente a las represiones de homosexuales, travestis y lesbianas (Lázaro,
2014). Por último, como cuarto elemento, se encuentra la identidad cultural para la
conmemoración del orgullo por la diversidad sexual, toda vez que quedó instaurado que cada
veintiocho de junio se celebraría el “Día del Orgullo Gay”.

Acciones como estas son las que han hecho que el activismo LGBTI+ incida de manera
positiva en una transformación social incluyente, respetuosa de la diversidad y libre de
violencia. Asimismo, la lucha por los derechos de la población LGBTI+ no solo ha hecho uso
del espacio público para reclamar esas condiciones de igualdad, sino que ahora se ha valido
de las plataformas digitales y otras estrategias para crear una sensibilidad de lo que viven en
el día a día las personas LGBTI+ y, a la vez, propiciar una conciencia que genere empatía y
cuestione los constructos sociales en los que cada persona está inmersa. Estrategias
actualmente usadas por el activismo contemporáneo.

II.2. Situación actual y diversidad sexual

El primer concepto a revisar es la diversidad sexual, cuyo término refiere al hecho de ser
diferente y/o desigual, sugiriendo una distancia respecto de “la norma” que es la
heterosexualidad. La diversidad implica un continuum de conductas en el que un elemento no
tiene valor más fundamental que cualquier otro (Weeks, 2000).

Beasley (2006) refiere que el término género se ha usado para indicar que la naturaleza
no dice necesariamente mucho acerca de la organización de las identidades y prácticas
sexuadas. Un cuerpo masculino no necesariamente resulta en una masculinidad social, en una
identidad personal considerada masculina. El género en este escenario es visto como una
referencia a la construcción social.

A principios de la década del cuarenta, Linton en 1954 (Como se citó en Chávez et. Al.
2017), para ser exacto realiza un estudio de la diferencia sexual a partir del contraste de
estatus, el autor señala cómo todas las personas aprenden a situarse en un estatus sexual
específico y cuáles serían las conductas esperadas y socialmente demandadas para dicho
estatus. De esta forma, tanto la masculinidad como la feminidad se transforman en
identidades psicológicamente constituidas. En diversas sociedades, la antropología ha
estudiado la existencia de un tercer género: mujeres en algún grado masculinizadas y
hombres feminizados en algún grado y se han documentado los hallazgos etnográficamente.

Pero como Lamas (2013) señala, en todos esos planteamientos, subyace una pregunta
fundamental que mantiene el debate entre naturaleza/cultura, este es: ¿existe una relación
entre las diferencias biológicas y las diferencias socioculturales? Si partimos del supuesto de
que los roles sexuales son construcciones culturales e históricas, ¿por qué las mujeres han
sido relegadas al ámbito privado y han sido excluidas del poder público?; por el contrario, si
los roles sexuales están determinados biológicamente, ¿qué posibilidades existen de
modificarlos? El feminismo sintetiza estos planteamientos con un matiz político: ¿por qué la
diferencia sexual se traduce en desigualdad social? ¿Por qué las mujeres históricamente han
sido el género más relegado?
A pesar de que muchas de esas preguntas siguen en debate y aún continuamos con dicha
controversia, en lo que respecta a nuestro tema investigado, también está en la misma
situación. La diversidad sexual, debido a esa distancia de lo que se considera normal, implica
una respuesta de rechazo en algunos grupos sociales que no aceptan esas diferencias. Surge
así el fenómeno de la intolerancia, el cual acarrea a su vez conductas de discriminación y
agresión hacia la diversidad.

La clasificación popular identifica tres tipos de orientación sexual: la heterosexual


(atracción por personas del otro sexo); la homosexual (atracción por personas del mismo
sexo), y bisexual (atracción por personas de ambos sexos). En 1942, el biólogo y sociólogo
norteamericano Kinsey (citado en Mirabeti-Mullol, 1985) inició una serie de investigaciones
sobre sexualidad. Sus estudios lo llevaron a plantear que la orientación sexual es un continuo,
que va desde la heterosexualidad exclusiva hasta la homosexualidad exclusiva.

La homofobia designa el miedo y la aversión irracionales a la homosexualidad y a la


comunidad lésbico, gay, bisexual, transexual y transgénero (LGBTT), basados en prejuicios
(Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, 2009). Dicho fenómeno se ha
visto censurado por diversas instituciones, al menos en el plano público, esto con la intención
de que la población general se sensibilice y cambie de actitud paulatinamente. Por otra parte,
existen algunas otras más conservadoras como ciertas instituciones eclesiásticas que en lugar
de favorecer una conducta más tolerante, estimulan prácticas homofóbicas en sus seguidores.

Hoy en día el cuerpo es un producto social y cultural, donde las prácticas sociales de
regulación y dominación de los cuerpos han provocado que exista un desequilibrio notable en
la percepción de control sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad (Campos, 2010).

Foucault nos habla de cómo los temas relacionados con la sexualidad han sido
censurados a través de los años creando así un efecto represivo, por lo cual es congruente
esperar que los efectos de liberación de dicho poder represivo se manifiesten con lentitud; el
hablar libremente del sexo y aceptarlo en su realidad es tan ajeno al hilo de una historia
milenaria, es además hostil a los mecanismos intrínsecos a la sexualidad como un tema más
en nuestras relaciones cotidianas (Foucault, 1977).

Dentro del marco legal, el matrimonio entre dos personas del mismo sexo se ha abierto
camino lentamente en México, donde se empieza a reconocerles el derecho a contraer
matrimonio, conformar relación de concubinato e incluso adoptar hijos (Tenorio, 2012).
A raíz de lo anterior se han generado diversos debates donde, a pesar de la lucha porque
la diversidad sexual sea reconocida en las instituciones del matrimonio y el concubinato, hay
un sector importante de la población que se resiste a aceptar esto aduciendo argumentos de
carácter religioso, moral, social y cultural (Tenorio, 2012). Actualmente el debate acerca de
este tema no se encuentra cerca de llegar a su fin, ya que recae sobre políticas públicas la
decisión de que el niño sea adoptado por determinada familia (Fondo de las Naciones Unidas
para la Infancia, UNICEF, 2011), por lo cual, el proceso cae en la burocracia donde las
instituciones de poder conservadoras dominan el manejo de la información, lo que niega la
posibilidad de apertura y aceptación hacia el tema.

Aceptar plenamente la diversidad sexual requiere la revisión de las clasificaciones que


hemos desarrollado sobre la sexualidad y género y también debemos reconocer que no ha
sido perfecta. Como señala Escobar (2007), “La diversidad debe entenderse como un hecho
de la sexualidad humana y no puede interpretarse como marginalidad, perversidad o
anormalidad. Debe reconocerse la diversidad como derecho a la diferencia, a la ambigüedad
y a la singularidad de cada ser humano” (Escobar, 2007, p.92).

II.3. Conclusiones

Durante este trayecto de dar un vistazo a lo que ha sido el desarrollo de la lucha por la
igualdad de la comunidad LGBTI+ y la libre expresión de la diversidad sexual, es posible
notar el factor común que ha estado presente en cada una de las etapas desde su gestación
hasta la actualidad: visibilizar la opresión, la segregación y la desigualdad que puede sufrir
una persona por su orientación sexual o identidad de género. Este recorrido se trata de voltear
a ver las raíces del movimiento para que las nuevas generaciones de personas LGBTI+
reconozcan el trabajo previo y el camino recorrido, y recuerden que los derechos logrados no
sucedieron por el hecho de simplemente declararlos.

Asimismo, existe el reto de mejorar las condiciones en las que se da el activismo,


considerando los desencuentros que pueden darse, derivados de las diferentes posturas que
tienen las organizaciones o colectivos al momento de abordar las diversas problemáticas que
aquejan a este sector de la población. Esta misma desarticulación lo que provoca es el
aislamiento de otras luchas que suceden en el contexto de los derechos humanos,
construyendo una barrera que impide solidarizarse con movimientos como los de las personas
con discapacidad, las trabajadoras del hogar, los migrantes, las desapariciones forzadas y la
violencia de género. Si bien es cierto que se trata de sectores de la población con necesidades
particulares, también es cierto que es necesario impulsar una agenda consensuada, unificada y
de alto impacto para incidir social, política y culturalmente y no diluir los esfuerzos
colectivos que abonan a la construcción de una realidad diferente.

De esta forma, entender que a pesar de los logros en ciertos sectores políticos y mejorar
los derechos de igualdad para la libre elección de la diversidad sexual, esto ha quedado
muchas veces en papeles sin un seguimiento a la aplicación de ello. Es ahí que a pesar de que
en los últimos años se ha ganado un gran terreno en esta búsqueda de libertad, la realidad que
se vive en el día a día es distinta, no se aplican y respetan dichas políticas dictada para este
grupo social.

Además, es necesario que se prevea que esta lucha no está terminada, pues aún resta la
generación de espacios verdaderamente seguros en el que se pueda hablar y vivir con libertad
sin padecer agresiones o amenazas. El reto es construir estos entornos de vivencia y respeto a
la diversidad, tanto en ámbitos públicos como privados, haciendo conciencia social que no se
trata de privilegios ni de mayores derechos, sino de gozar de aquellos que las personas
heterosexuales ya tienen. Mientras llega ese momento, continuará existiendo el activismo y
su pluralidad como una forma de activar la esperanza de una transformación social, ya que la
lucha de la comunidad LGBTI+ aún sigue activa y viendo por un futuro igualitario e
incluyente para todas y todos.
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