El Mayor Gigante
El Mayor Gigante
El Mayor Gigante
del mundo
Colección Marujita
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Hace mucho empo, vivía el brujo
Ojosgrandes, que tenía un hijo llamado Silón,
aunque no contaba más que un año de edad.
Silón se arrastraba por el cuarto de tr bajo de
su padre, mientras él estaba ocupado en sus
encantamientos. Pero un día ocurrió algo
espantoso. Ojosgrandes estaba preparando un
encantamiento para una bruja, que deseaba
robustecer y hacer crecer sus manzanos y
luego, una vez terminada la preparación del
líquido mágico, lo dejó en un cuenco para que
se enfriase. La mesa era bastante baja y el
encantador tomó un libro y empezó a estudiar.
El niño descubrió el cuenco y le agradó el color
d rado y brillante del líquido que contenía. De
pronto se apoderó del recipiente, lo levantó y
derramó todo su contenido encima de su
propio cuerpo.
Silón empezó a llorar y se tragó las gotas del
líquido que resbalaban por su rostro. Su traje
quedó empapado y tuvo frío. El encantador
pro rió algunos exclamaciones de dolor y
acudió al lado de su hijito. La madre, por su
parte, llegó corriendo y lo tomó en brazos.
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cumplido los cinco años y ya es mucho mayor
que su padre Ojosgrandes.
Éste sabía muy bien lo que había ocurrido. El
ltro que compuso para que creciesen y se
desarrollaran m jor los manzanos de la bruja,
ejercía su in uencia en su hijo, convir éndolo
en un gigante. Pronto el hechicero y su esposa
empezaron o temer a Silón, porque en cuanto
se oponían a alguno de sus caprichos, él les
pegaba con extraordinaria fuerza.
Por esta causa, el niño hizo, a par r de
entonces, todo lo que se le antojaba y en el
pueblo nadie se atrevía a contrariarle, para no
ser golpeado por él. De este modo Silón creció
egoísta y malvado.
A los veinte años de edad era, sencillamente,
eno me. Con la cabeza llegaba hasta las nubes
y tenía unos pies tan grandes como un campo.
Su voz era más fuerte que el trueno y comía
más que cien hombres.
Nadie sabía qué hacer con él. Todos los
habitantes de la población habían de ocuparse
en proporcionarle comida y si no le daban lo
que él necesitaba, empezaba a patear con tal
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fuerza, que se derrumbaban las casas y todo el
mundo se asustaba sobremanera.
Por úl mo dejó de crecer. Pero, sin duda, era el
g gante más grande del mundo entero y
también el más egoísta. No quería trabajar,
pero obligaba a los demás a que lo hiciesen por
él, amenazándolos con destruir la población,
en caso contrario.
Hubo un invierno de mucho frío y SiIón ordenó
a los habitantes del pueblo que le construyeran
un gran cas llo.
Mas a pesar de que ellos se esforzaron en
compl cerlo, no consiguieron alcanzar siquiera
la altura de la cabeza del gigante. Así, pues,
creyeron que sería mucho mejor
proporcionarle una gran cueva.
—Así estarás muy caliente, Silón. En una cueva
no te llegará la escarcha ni el viento. En todo el
reino no hay bastante piedra paro construir un
cas llo a tu medida, de modo que has de
contentarte con una cueva. Al principio, Silón
no quiso hacerles caso e insis ó en que le
construyesen el cas llo, pero luego pensó que,
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pueda romper, seré rico y le pagaré lo que
quiera.
El herrero aceptó el trato y empezó a trabajar.
No dejó de mano su tarea durante cuatro
semanas segu das y luego pudo mostrar al
duendecillo una cadena de acero tan fuerte y
pesada, que el úl mo no cons guió siquiera
mover uno solo de sus eslabones.
—Eso no se romperá nunca —dijo el cerrajero,
muy orgulloso de su trabajo.— Será preciso
que alquiles trei ta y cinco caballos para
transportarla.
El duendecillo contrató cincuenta y entre todos
arrastraron la gran cadena hacia el pueblo.
Todo el mundo iba a verla y el duendecillo
explicó que estaba des nada a atar a Silón, con
objeto de que no pudiese salir nunca más de su
cueva.
—Le daremos a entender que se trata de un
juego añadió.—Acompañadme a su cueva y
veremos lo que sucede.
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resultado.—A pesar de todo, estamos seguros
de que Silón romperá ese hilo como si fuese
una telaraña.
Aunque nadie con aba en el resultado, se
afanaron en coger numerosas margaritas y en
atarlas a lo largo de aquel extraño hilo, de
manera que al n pareció una larga cadena de
ores. tn cuanto estuvo terminada se
dirigieron, cantando y bailando, a la cueva del
g gante, como si estuviesen muy alegres por la
llegada de la primavera.
Silón los contempló sorprendido.
—Hemos venido para acompañarte en tu
salida, S Ión —le dijeron.— Y, mira, hemos
hecho en tu honor una cadena de margaritas:
¿Quieres que te adornemos con ella?
Silón consin ó, sonriendo, aunque no dejó de
ex minar aquella cuerda, con el recelo de que
ocultase una cadena. Mas al ver aquel delgado
hilo sonrió, sin darle importancia.
Dejó que el duendecillo le rodease el cuerpo
con la cadena de ores y luego el astuto y
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Resbalaba por entre sus dedos y lo peor era
que a ca sa de su delgadez no podía cogerlo.
Rabioso, comprendió que se había dejado
coger y r gió colérico. Golpeó la erra con sus
pies, haciéndola estremecer, dio puñetazos
contra las rocas que formaban la pared de la
cueva y al n la bóveda se estremeció de tal
manera, que algunos piedras cayeron sobre su
cabeza, lo que acabó de enfurecerle.
Durante todo el día y la noche siguiente no
cesó en sus rugidos, en tanto que los
habitantes del pueblo perm necían en sus
respec vas casas, temblando de miedo y
preguntándose qué sería de ellos si el hilo
llegaba o romperse. únicamente el duendecillo
no sen a el más pequeño temor, pues sabía de
qué cosas estaba hecho aquel hilo milagroso.
Al día siguiente se acercó a la boca de la cueva
y m rando al interior, exclamó severamente:
—Escúchame, Silón. Estás atado para siempre
más, pero lo enes muy merecido, porque eres
un gigante malo y egoísta, que nunca ha hecho
un favor o nadie, sino todo lo contrario. Por
consiguiente, eres nuestro prisionero. Si te
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