Rio Abierto Encuadree, Acompañamiento, Vinculo

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CAPÍTULO 3

REFLEXIONES SOBRE EL ENCUADRE


EN EL ACOMPAÑAMIENTO TERAPÉUTICO

María Laura Frank

La clínica del acompañamiento es singular ya que se desarrolla en


un territorio diferente, se inserta en lo cotidiano, la calle, el cine, un bar…
cualquier lugar de la ciudad, del barrio, de la casa; lugares de circulación de
otros, nuestros, de nuestro paciente; son lugares ajenos, distintos al de un
consultorio, quizás por ello el encuadre se convierte en una herramienta de
mucho valor que funciona como brújula, como protección y como sostén
de la estrategia.
El encuadre es un concepto técnico que proviene del psicoanálisis,
si bien S. Freud no lo nombra de esta manera; ha sido estudiado y
conceptualizado por autores post freudianos. Es una herramienta esencial
del trabajo psicoanalítico.
Si buscamos el término encuadrar en el diccionario podemos
encontrar algunas coordenadas que nos van ayudar a pensar el encuadre en
el acompañamiento terapéutico. En el diccionario15, encontramos el verbo
encuadrar con los siguientes significados: “Encerrar en un marco o cuadro.
2 fig. Encajar, ajustar una cosa dentro de otra. 3 fig. Encerrar o incluir
dentro de sí una cosa; bordearla, determinar sus límites”.
¿Qué debemos encerrar, limitar en el campo del acompañamiento?
Siguiendo a Bleger16 para entender un proceso debemos tener un
no–proceso. El encuadre sería un “no proceso” en el sentido de que es
constante, dentro de cuyo marco se da “el proceso”. Así “el encuadre serían

15
Diccionario de la Real Academia Española (1956).
16
Revista de Psicoanálisis, T XXIV, Nº 2, pág. 241. (1967).

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las constantes de un fenómeno, un método o una técnica y el proceso al conjunto
de variables”. Refiere que “para que se comprenda un proceso solo puede ser
investigado si se mantienen las mismas constantes (encuadre)”.
Al respecto Zack17 manifiesta: “Utilizo la noción de encuadre para
referirme al conjunto de estipulaciones, explícitas o implícitas, que aseguran,
por un lado, un mínimo de interferencias a las actividades que se desarrollan
entre paciente y analista y por otro, un máximo de utilidad al analista para
la realización de estimaciones diagnósticas y/o pronósticos. Para que las
estipulaciones del encuadre aseguren efectivamente lo que pretenden asegurar,
deben ser, como es obvio, constantes; en el sentido de que se mantienen en forma
invariante en una determinada situación”.
El encuadre delimita el marco que permitirá apreciar la forma en que se
da un proceso en un trasfondo constante. Podemos preguntarnos entonces,
¿cuáles son estas constantes? Bleger en su artículo dirá “… dentro del encuadre
psicoanalítico incluimos el rol del analista, el conjunto de factores de espacio
(ambiente) temporales y la parte técnica (en la que se incluye el establecimiento y
mantenimiento de horarios, honorarios, interrupciones regladas, etc.)”. Son estas
mismas variables las que debemos fijar en el acompañamiento y que darán
marco y sostén al dispositivo del acompañamiento.

Pensando con otros…

Paicuk18 refiere, “…entiendo conveniente considerar tres ámbitos de


uso del término encuadre: su uso en sentido restringido (las normas acerca de
cómo trabajar, técnica, método, procedimiento), y su uso en sentido amplio (los
parámetros teóricos que fundamentan el modo de trabajar y sus objetivos, lo
que a su vez comprende teoría y metapsicología del psicoanálisis). A ellos será
necesario agregar un encuadre institucional, un tercer ámbito articulado por
una normativa quizá menos precisa.”
Consideramos que el encuadre debe entenderse en un sentido amplio
y en relación a la teoría que los sutenta, para poder leer los fenómenos
clínicos.
Berenstein I.; Puget J. 19 señalan: “El encuadre se constituye
como un conjunto de prescripciones y de prohibiciones que enmarca un
límite de espacio-tiempo donde es posible que se desarrolle una tarea,
17
Revista de Psicoanálisis, T XXVIII, Nº 3, pág. 594.
18
Paciuk S., (2002). “Elogio del encuadre”. Revista Uruguaya de Psicoanálisis.
19
Berenstein I.; Puget J. Lo vincular (1997). Cap. IV “El encuadre”. pag. 117.

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como puede ser la de habitar un vínculo en una pareja o una familia,
una institución, un tratamiento psicoanalítico u otros. Cualquier
actividad humana en el campo de la cultura re quiere, desde su misma
definición una zona delimitada entre lo prescrito y lo prohibido. La
tarea habrá de ceñirse a un principio que atañe al conjunto, y no al
deseo y la voluntad de uno solo por sobre el de los otros.”
Siguiendo a estos autores podemos pensar que todos los
conjuntos se regulan por un encuadre dado por las estipulaciones
que coadyuvan a su funcionamiento. Desde allí se puede conside-
rar qué es y cómo se valora su cumplimiento o así también su
trasgresión. Si no hay una pauta establecida, una constante, no
podremos entender como trasgresión su movimiento.
“El encuadre tiene varias razones: una es de tipo científico y se
refiere a las condiciones de máximo rigor posible para realizar una
observación dada: tratar de tornar constantes algunos elementos,
dando así lugar al despliegue de las variables, que para nuestra tarea es
el proceso psicoanalítico20. También hay una razón práctica, que es la
de proteger tanto al paciente como al analista21 del surgimiento de cualquier
tipo de arbitrariedad dependiente del deseo de uno o de otro. Constituye un
recurso de profundo respeto al tiempo y el espacio de cada uno, de modo de dar
un marco compartido para asegurar la posibilidad de entrar y, especialmente, de
salir del proceso regresivo propio de la sesión22. Protege al paciente de las incur-
siones regresivas de su analista y de sus propias ramificaciones inconscientes
puestas en juego por la contratransferencia, y protege al analista del invasor
amor de transferencia. Como se desprende de estas razones, contiene un fuerte
principio ético basado en la solidaridad, en la defensa contra la arbitrariedad
de los “mejores” deseos, pero deseos al fin, que pujan con su fuerte tendencia a
ser cumplidos.” 23
Tomo estas palabras pues me parecen fundamentales en el
acompañamiento donde no hay un entorno que nos ampare en su
estructura; cuando trabajamos como at estamos solos en los espacios de
circulación del paciente, ya sea su casa, la calle y en diferentes situaciones.
El encuadre se convierte en una herramienta fundamental que nos protege
principalmente de la arbitrariedad del deseo, de la buena voluntad, de
20
El proceso terapéutico, diríamos nosotros, que permite diferenciar cualquier compañía
de lo que es un acompañamiento terapéutico.
21
Al acompañamiento terapéutico, en nuestro caso.
22
Nosotros pensaríamos el proceso regresivo de la patología severa así como el tratamiento
terapéutico.
23
Berenstein I.; Puget J. Lo vincular (1997) Cap. IV “El encuadre”.

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los embates de la transferencia y la contratransferencia; imprime una
condición de profundo respeto por el otro, por la subjetividad y por el
proceso terapéutico.
El encuadre, una vez delimitado, marcará el contexto en el que se
desarrollará el vínculo. Cuando el encuadre habla, cuando se rompe, lo
invisible se vuelve visible develando distintas situaciones de la trama
vincular at – paciente. Podremos entender estas rupturas como el idioma
en el que se expresa el vínculo y en ese contexto podremos interpretar lo
sucedido ya sea como un acting-out, como resistencia, como síntoma a ser
develado, etc.
Cuando el encuadre se mantiene estable instaura las condiciones para
que se desarrolle el proceso; Bleger24 sostiene “La simbiosis con la madre (la
inmovilización del no-yo) permite al niño el desarrollo de su yo; el encuadre
tiene la misma función: sirve de sostén, de marco pero solo le alcanzamos a ver
-por ahora- cuando cambia o se rompe.”
Avenburg25, reflexionando sobre el uso del encuadre dice:
“Lo que trato de lograr en el tratamiento psicoanalítico, como en cualquier
actividad, es el logro de un equilibrio básico compatible con el trabajo a
realizar; este estado de equilibrio es peculiar a cada situación y es también
cambiante aunque se trate de mantener el trabajo bajo un mínimo de
tensiones. Hay momentos en que esa constancia se pierde, en que uno siente
que se le mueve todo el piso y tiene la sensación de que no sabe dónde hacer pie:
normalmente ese estado es temporario y en el caso que no lo fuera y no se logre
con el psicoanálisis ese equilibrio mínimo compatible con el tratamiento, habrá
que recurrir a otros medios, como la medicación o la internación y, en algunos
casos, por ejemplo si no se logra el ritmo mínimo de las sesiones que haga posible
el tratamiento, interrumpirlo. Es en estos casos de pérdida de marco donde el
término encuadrar (como verbo) adquiere sentido”.
El encuadre pone un límite tanto al acompañante como al
paciente en el respeto al otro, este límite también debe ser pensa-
do en la singularidad de cada caso. Avenburg señala: “armamos el
encuadre en función de las necesidades, ante todo subjetivas, del paciente y del
objetivo o los objetivos que nos propongamos; el escenario (“setting”) ha de ser
adecuado a la obra que se representa. Los límites del encuadre, además de los
que ponga el paciente, han de ser aquéllos bajo los cuales yo me puedo hacer
responsable del tratamiento y de los objetivos a cumplir.”

24
Obra citada. Pág. 240.
25
Avenburg R. (2004). “Sobre el encuadre en psicoanálisis”. Psicoanálisis APdeBA – Vol.
XXVI - Nº 1.

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Me gusta la imagen del encuadre como el escenario sobre el cual
se montará una obra en la cual participarán el at, paciente, la familia, el
terapeuta y otros significativos para el paciente, tales como compañeros
de la escuela, novios, vecinos, etc. En el acompañamiento terapéutico
el encuadre debe ser un escenario que abarque a todos los actores, que
contemple las distintas escenas y diferentes momentos de la obra en
cuestión. Debemos pensar en un encuadre lo suficientemente laxo que nos
permita movernos, que permita cierta espontaneidad, pero que a la vez
delimite la tarea; es decir que sea lo suficiente estricto como para que no se
produzcan confusiones que interfieran en el trabajo.
Diana S. Cantis–Carlino26, señala “el encuadre es protector y promotor
de la tarea en su doble vertiente de continente y propiciador de la labor a la
vez. La metáfora de los guantes del cirujano: que tienen la cualidad de ser lo
suficientemente gruesos como para proteger tanto al cirujano como al paciente
y al mismo tiempo lo suficientemente delgados para que se pueda disponer de
la mayor sensibilidad táctil mientras se opera, da cuenta de este encuadre de
trabajo. Encuadre profesional de la distancia óptima: ni tan lejos que sea falta
de comprensión del conflicto familiar que busca asistencia, ni tan cerca que
implique manipulación y confusión de roles.
En principio hay que aclarar que no puede darse ningún proceso si no es
dentro de un encuadre adecuado. El encuadre es precisamente el que permita
el pasaje del “estar involucrado” al que aludíamos más arriba con el “estar
comprometido” que significa el logro de una distancia operacional tal que
permita discriminar el problema del consultante del rol profesional.”
El encuadre no solo es protector, también es promotor de la tarea;
crea el escenario adecuado para que el acompañamiento suceda, para que
sea posible un proceso.

Algunas constantes en el campo del AT

El escenario en el que se desarrollará el acompañamiento contempla


la existencia de algunas normas explícitas (decíamos anteriormente el rol,
lugar; tiempo y honorarios, etc.) y otras implícitas; también contempla
la regla de abstinencia, respeto por el otro, por la subjetividad y por el
proceso terapéutico.

26
Cantis – Carlino (1999). “El espacio psicoanalítico – jurídico”. Revista Psicoanálisis de
A.P. de B.A. Vol XXI Nº3.

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Considero pertinente pensar cuáles son las características de estas
normas explícitas que debemos pautar en un campo tan singular como lo
es el del acompañamiento:

a- En relación al rol. Dado que muchas veces no hay un saber


previo acerca de cuál es el rol de un acompañante terapéutico (por ser
una figura novedosa del equipo de salud) debe ser puesto en palabras,
aclarado y pautado en su especificidad; tanto al paciente, como a la familia
y eventualmente a otras personas que integren la estrategia como puede ser
el caso de maestras, médicos, etc.
A veces es importante explicitar el motivo de nuestra inserción, qué
vamos a hacer así como también qué no vamos a hacer, cuáles son los
campos permitidos y los restringidos del rol del at. Tanto la abstinencia y la
asimetría del vínculo, como la confidencialidad y el secreto profesional son
componentes centrales del rol. Este punto lo desarrollaremos más adelante.

b- El Espacio. El lugar donde se desarrollará el acompañamiento,


es un espacio a construir, no está pautado de antemano como en el caso
del consultorio del terapeuta. Será en la particularidad de cada caso que
las coordenadas se irán construyendo para armar el espacio necesario para
el trabajo.
En algunas circunstancias el lugar donde se desarrolla el
acompañamiento tiene estrecha relación con los objetivos terapéuticos,
por eso a veces es importante pautar y consensuar cuál será el espacio de
encuentro. A modo de ejemplo, en el tratamiento de pacientes adictos
es frecuente que el equipo indique al acompañante que no circulen por
lugares donde el paciente consumía o compraba sustancias, de forma que
estas pautas deben ser encuadradas con él y su familia. Así como a veces
hay lugares prohibidos, también hay lugares elegidos con preferencia
para desarrollar un acompañamiento, como es el caso del trabajo con
pacientes internados que se encuentran en proceso de externación. En estas
estrategias, el espacio a trabajar es por fuera del hospital, construyendo
de manera conjunta condiciones para que el alta de la institución pueda
sostenerse en el tiempo.
La construcción del espacio donde se desarrollará el acompañamiento
es importante ya que será el escenario que nos permitirá desplegar nuestra
estrategia. Un escenario que se montará en los espacios donde se desarrolla
la vida cotidiana del paciente, para trabajar en ese contexto y no a pesar de
él. Coincido con la observación de Leonel Dozza, quien refiere que muchas
veces los at sienten como interferencia sucesos del mundo real, cuando en

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realidad el acompañamiento está allí para trabajar con ellas. A modo de
ejemplo, una expresión de una supervisión “estábamos hablando y justo
vino el mozo y nos interrumpió”; los acompañantes debemos trabajar con
estas situaciones, si las calificamos como interferencias nos alejamos de la
esencia del rol, del encuadre del AT Siguiendo con el ejemplo podremos
ver cómo reacciona nuestro paciente con el mozo, si retoma la charla, a
quién se dirige el mozo, entre otras variables que se pueden desencadenar
en esta situación.
Otro tema recurrente en las supervisiones es la incomodidad que
genera si en el transcurso de un acompañamiento se produce el encuentro
con un conocido, ya sea del paciente o del at Recientemente, en supervisión
un at refirió que antes de salir le preguntó al sujeto que acompañaba, “si
en el paseo por el centro de la ciudad nos encontramos con un amigo tuyo
¿cómo querés que nos presentemos?”, dando lugar a elaborar un acuerdo,
que funcione como ordenador pero también evite la estigmatización y la
segregación social del acompañado. También sucede que los at nos podemos
encontrar con alguien, que nos pueden saludar o hacer algún comentario
y sentir que invaden el espacio del acompañamiento. La resolución de
situaciones como éstas deben ser pensadas en la particularidad de cada
caso27, pero también es posible anticiparnos de alguna manera previniendo
qué pueda ocurrir y poniéndolo en palabras, encuadrando esta posibilidad.

c- Los horarios. Es necesario pautar con claridad y consensuar la


frecuencia y duración de los encuentros; es decir qué días y a qué hora
se realizarán los encuentros. Coincido con Bleger en la idea de que
el cumplimiento de este aspecto por parte del at -en nuestro caso- es
determinante en el devenir del acompañamiento. Especialmente en el
caso de pacientes severamente perturbados o en el campo de la psicosis
donde, incluso aquellos sujetos que parecen estar desorientados temporo-
espacialmente son muy sensibles a llegadas tardes o incumplimientos, lo
viven de manera desbordante, lo cual puede desencadenar una serie de
pensamientos y actitudes de rechazo.
Cuando en el acompañamiento terapéutico participan varios
acompañantes, es importante que todos manejen la misma información
y haya claridad en el modo de pautar el tiempo para que no se produzcan
malos entendidos, malestar entre los acompañantes o baches en la
27
Parece necesario señalar que si el at presenta al sujeto que acompaña como “paciente” lo
está ubicando en el lugar social del cual lo necesitamos correr, de modo que presentarlo
con su nombre de pila y no agregar ninguna otra referencia me parece en general una
buena modalidad de resolver una situación de estas características.

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implementación de la estrategia. Si el acompañamiento se desarrolla en
una institución o si el paciente fuera menor de edad debemos trabajar e
informar de estos aspectos a los otros que están a cargo de su cuidado y
son responsables de él. En caso que el acompañante precise modificar el
horario por razones de fuerza mayor, ese cambio debe ser informado al
paciente y otros intervinientes en la estrategia, como puede ser el terapeuta,
la institución o la familia.
Es conveniente planificar las actividades a desarrollar en los
encuentros, teniendo en cuenta el horario establecido de manera de poder
terminarlas a tiempo. Reiteradamente aparecen en supervisión situaciones
donde se dificulta la separación y la culminación del encuentro, esto se
manifiesta de diferentes maneras, por ejemplo cuando se va acercando el
horario de finalización le piden al acompañante que se quede más tiempo.
Es conveniente anunciar con cierta antelación el cierre del encuentro, de
manera de dar lugar a la palabra, a la elaboración de la despedida e ir
cerrando el espacio compartido.

d- Honorarios. Nos referimos a cuánto se pagará por acompaña-


miento, a quién y cuándo. Es conveniente aclarar desde el inicio cuál va a
ser el valor de la hora o la jornada de acompañamiento, si va a ser cubier-
ta por alguna obra social, y cuál es el trámite a seguir. También hay que
pautar quién pagará, a veces lo hace el mismo paciente, otras la familia.
Se debe acordar a quién se le va a pagar ya que dada la práctica del acom-
pañamiento terapéutico esto puede variar; hay acompañamientos que le
pagan directamente al acompañante, otros en los que cobra el terapeuta,
en otros casos puede ser el coordinador de los acompañantes (en caso de
varios acompañantes este sistema es el más adecuado). Y por último es
conveniente acordar la frecuencia del pago.
En el caso de salidas y paseos también debe pautarse previamente
quién absorberá los gastos que se produzcan y de qué manera, por ejemplo
en muchos casos los acompañantes llevan el dinero y al regreso “rinden
cuentas”, o es el mismo paciente quien realiza los pagos. Por lo general
los gastos corren por cuenta del paciente, pero esto debe ser aclarado en el
contrato para evitar confusiones.
Debe aclararse todo lo relativo a las interrupciones regladas,
vacaciones, imprevistos, modalidad a tomar frente a llegadas tardes, o
ausencia del paciente, etc. Esto dependerá de la particularidad de cada
caso, pero una vez acordado debe sostenerse en el tiempo.

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Algunas particularidades sobre la confidencialidad

La confidencialidad está implícita dentro del concepto más amplio


de secreto profesional, el acompañante la comparte aunque adquiere
características particulares, al conformar con otros un dispositivo
terapéutico. El secreto profesional es compartido entre todos los miembros
del equipo.
El acompañante debe hacer circular la información entre los
miembros del equipo, la noción de secreto profesional vale por fuera de las
fronteras de los miembros del dispositivo.
Es conveniente explicitar esta particularidad del secreto profesional
al paciente y su familia, ya que no son pocos los casos en los que se generan
situaciones de tensión, de intentos de manipulación de cierta información,
incluso de ruptura del encuadre. Es el caso de pacientes que intentan
generar pactos con los acompañantes. Recuerdo una situación en la que el
paciente planteó a su at “yo te quiero contar algo muy importante para mi, que
nunca se lo conté a nadie pero necesito que no se lo cuentes al terapeuta”, o el
caso de pacientes que debido a la medicación o a las consignas terapéuticas
no pueden tomar alcohol, “tomemos una cervecita pero no se lo digamos
al psiquiatra”. En nuestra clínica tenemos muchas situaciones como éstas
donde los acompañantes corremos el riesgo de generar escenarios confusos
con el paciente y rupturas con el equipo que pueden volverse irreparables.
Es por ello que si encuadramos este aspecto con los integrantes de la
familia y el paciente, aclarando que todo lo que suceda en el espacio del
acompañamiento será compartido con el equipo a cargo, nos aportará un
elemento ordenador, el encuadre podrá cumplir un efecto de terceridad.
Igualmente importante es que el acompañante haga circular la información
y que no la retenga ya que se puede generar la ruptura del trabajo conjunto
siendo el más perjudicado el paciente.
Otra situación frecuente que se plantea en relación al encuadre en
el AT tiene que ver con los secretos, aquéllos a los que tenemos acceso por
estar allí en el mundo de la privacidad.
Frente a este dilema podemos diferenciar entre los secretos que
atañen al acompañado y otros secretos que pudieran tener otros miembros
de las familias. No es el rol del at, ser un “alcahuete”, sino, a través del
trabajo con el equipo, resolver qué hacer con esa información (a modo de
ejemplo, infidelidad de alguno de los padres, si alguna empleada doméstica
estuviera hurtando, si un hermano tiene una novia a escondidas, etc.).

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Otra distinción que podemos hacer tiene que ver con el tipo de
secreto de que se trata; Losso R. y colaboradores distinguen dos calidades
de secretos: llaman secretos tróficos, a los que están al servicio de la vida
y de la estructuración del aparato psíquico. Como los pequeños secretos
infantiles permiten al niño sentir que posee un psiquismo propio al que los
adultos no pueden acceder, protegen al Yo de las intrusiones del medio y le
dan la posibilidad de pensar por y para sí mismo. Incluyen los libidinales,
los que se ocupan del sexo, del erotismo, del placer, se guardan desde la
infancia, son reservorios de fantasías y sueños.
En cambio, los secretos a los que denominan antilibidinales, se
refieren a sucesos de la historia familiar que implican transgresiones a las
leyes civiles o a la moral de la cultura prevalente, y pueden permanecer a lo
largo de las generaciones. Producen un efecto de ruptura en el psiquismo,
impiden el pensar y el juzgar, el fantaseo y el sueño, empobreciendo la
vida psíquica. Son los secretos que tendremos que develar en el curso del
proceso terapéutico, pero del modo y en el momento determinado por
el terapeuta. 28Los acompañantes, dentro del dispositivo terapéutico y
con el consentimiento del profesional a cargo, pueden ser cómplices de
sus pacientes frente a secretos libidinales, entendiendo que apuntan a la
subjetividad del sujeto, al posicionamiento del cuidado de la intimidad y
su mundo interno. A modo de ejemplo; un acompañante acompañaba a
su paciente paralítico a que tuviera encuentros con su novia, el at solo lo
llevaba y luego lo retiraba de un bar; la madre del paciente no estaba de
acuerdo con esta relación y el paciente no podía movilizase por su propia
cuenta; el equipo avaló esta intervención ya que le permitía ser autor de
sus decisiones y deseos.
Diferentes son aquellos secretos que tienen que ver con mentiras,
consumo de drogas, abuso, etc. que generalmente son productores de
patologías y síntomas que deben ser informados y trabajados en el marco de
un trabajo en equipo. La clínica del acompañamiento está impregnada de
casos como estos, situaciones como las mencionadas en relación al secreto
profesional. A modo de ejemplo, en el caso del trabajo con una paciente
crónica que vivía sola a cargo de dos menores, la acompañante pudo darse
cuenta que la empleada doméstica que trabajaba allí y a quien pagaba su
hermana, llevaba toda la información hacia su familia, funcionaba como
un espía. Era enloquecedor para la paciente quien nunca podía saber cómo

28
Roberto Losso (coord.), y colaboradores. “Secretos y confidencialidad en el psicoanálisis
de familia y pareja. Una cuestión de borde”.

62 | Acompañantes Terápeuticos
todos se enteraban de lo que sucedía dentro de su casa, era un secreto
compartido y avalado por toda la familia que tuvo que ser develado.
Otro ejemplo es el caso de un paciente en tratamiento por consumo de
sustancias, que el at “descubre” que su hermano mayor, quien sostiene
económicamente la familia, vendía cocaína. Un último ejemplo, la difícil
situación pero lamentablemente no poco común de que el at se entere
dentro de la casa por algún medio que el paciente está siendo abusado
sexualmente. Todas estas situaciones y otras de estas características a las que
podamos tener acceso a través de nuestro trabajo tendrán que ser develadas
al equipo para ponerlas en circulación.

Reflexionando sobre la intimidad

La llamada vida privada coincide de alguna manera con la idea de


familia. “…lo que la familia muestra de sí misma, lo que puede hacer público
y considera presentable, tiene su contrapunto en aquello que debe ser entonces
ocultable”29. Lo íntimo y lo privado, al decir de los autores, parecen fundirse
pero inmediatamente los asociamos como lo opuesto a lo público. Aries,
citado en el texto mencionado, define lo privado como “el lugar al que el
público no tiene acceso”, pareciera que lo íntimo es privado, pero no todo
lo privado es íntimo, guardando lo íntimo cierta raíz corporal. El pudor es
un protector de la intimidad.
Cuando un paciente concurre a un espacio terapéutico se construye
un espacio de privacidad, en el que el sujeto puede desplegar sus fantasías,
secretos, ideas más primarias. Es muy diferente en el caso del acompañante
que va a ingresar a ese mundo privado y a “invadir” con su presencia ese
territorio donde no solo tiene lugar la persona que acompañamos sino
también otros miembros de la familia, entonces aquello que consideran
“ocultable” debe ser modificado por ellos.
Las estrategias de acompañamiento deberían, en este sentido, ser
respetuosas del derecho a la privacidad que tienen las distintas personas
que circulan por el espacio del acompañamiento; a modo de ejemplo no
invadir con nuestra presencia una conversación que nos resulta ajena, o
una comida familiar, la visita de un novio de una hermana, etc. En el
mismo sentido es importante organizar la jornada de acompañamiento

29
Espinosa, R; otros (2010). “La intimidad, lo público y lo privado según las épocas” en
La intimidad. Un problema actual del psicoanálisis. Psicolibro Ediciones Bs.As.

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teniendo en cuenta los horarios de la institución o de la familia, respetando
los ritmos, los tiempos, las actividades cotidianas, los espacios de cada uno.
“Carel ha propuesto una “tópica ínter psíquica” caracterizada por las
tres dimensiones de lo íntimo, lo privado y lo público, con sus respectivos
valores que las califican: el secreto, la discreción y la transparencia. El encuadre
familiar crea un dispositivo que condensa los tres espacios. En un polo, lo
íntimo (espacio intrapsíquico de cada sujeto, con su derecho al secreto),
y en el otro, lo público (el “espacio social”, con reglas y funcionamiento
conocidos por todos). Entre ambos, lo privado, espacio de la vida grupal
familiar, de intercambio, como un espacio transicional, regido por la
discreción”. 30 El encuadre en los dispositivos grupales o familiares plantea
algunas modificaciones en relación al que se plantea en tratamientos
individuales. Ponen de manifiesto la necesidad de mantener en reserva
aspectos que impliquen la intimidad de los miembros. En nuestro caso
esta dimensión se complejiza ya que el acompañante es el único agente
del equipo de salud que ingresa a ese espacio transaccional regido por la
discreción entre lo íntimo y lo publico. Este lugar muchas veces genera
situaciones de profunda incomodidad tanto para el at como para los
miembros de la familia y el mismo paciente.
Con la sensibilidad del “guante del cirujano” al que nos referíamos
anteriormente, debemos posicionarnos con absoluto respeto de la
privacidad de los otros, al mismo tiempo crear las condiciones para el
ejercicio de nuestro rol. Si el pudor es un protector de la intimidad, no
tenemos que quedar expuestos, si la estrategia no le exige, a situaciones en
las que sentimos invadir la intimidad de la vida familiar.
Los acompañantes podemos pautar, si fuera necesario, que no vamos
a quedarnos como testigos de situaciones que impliquen el mundo íntimo
de la vida familiar, me refiero a temas que tienen que ver con la sexualidad,
la desnudez, la fantasía. A modo de ejemplo, un caso que coordinamos fue
el de un joven al cual un equipo de acompañantes realizaba una internación
domiciliaria. El paciente muchas veces recibía a las acompañantes en ropa
interior, situación que generaba pudor y malestar en las at; en ese contexto
fue necesario encuadrar esta situación aclarando que debía estar vestido en
el horario de acompañamiento. En otros casos la intervención corresponde
a encuadrar situaciones respecto de conductas de otros dentro del
acompañamiento pero que sin duda redundan en desnaturalizar conductas

30
Roberto Losso (coord.), Asociación Psicoanalítica Argentina. “Secretos y
confidencialidad en el psicoanálisis de familia y pareja. Una cuestión de borde.”

64 | Acompañantes Terápeuticos
que pueden ser invasoras de la intimidad de los otros miembros; a modo de
ejemplo en supervisión una acompañante relató el pudor que le generaba
que el padre de su paciente adolescente se dirigiera al baño delante de ellas
sin ropa.

Rizan, M; Toporossi, S, se preguntan si la intimidad es una capacidad


o una construcción, y refieren que “parecería ser una condición previa,
aunque también podríamos preguntarnos si es posible habitar una interioridad
sin haber tenido encuentros íntimos con otro. Lo que es indudable es que se
trata de haber podido atravesar un largo camino que no todos han tenido la
oportunidad de recorrer. Esto depende de haber tenido condiciones ambientales
que posibilitaran ser protagonistas de una dependencia a la medida de las
necesidades propias. De no haber sido así el análisis constituye una nueva
oportunidad para que esas condiciones se creen entre analista y paciente y éste
comience a usarlas…”31
El acompañante puede generar las condiciones vinculares y
ambientales para que la intimidad pueda encontrar una nueva oportunidad,
los ejemplos antes mencionados dan cuenta de ello. El acompañante puede
intervenir in situ de forma que algo del orden de la intimidad pueda advenir.
Recuerdo un acompañamiento en el que la at observó que la paciente era la
única de la familia que no tenía puerta en su habitación, luego de informar
al equipo, en conjunto con la paciente pudieron pensarlo, trabajarlo y luego
conseguir una puerta para su pieza. Más allá de que esta observación devela
el lugar que ocupa la paciente, la intervención apunta en este sentido. Otro
ejemplo, en supervisión una at relata que su paciente vive en una casa muy
precaria con su mamá y su hijita en una sola habitación, antes de una salida
la paciente dice que la espere y empieza a desvestirse para cambiarse. La at le
sugiere que vaya detrás del armario para no exponerse a la mirada de todos.
La paciente le devolvió en silencio una mirada de sorpresa, silenciosamente
se movió al lugar indicado. Daba la impresión que era la primera vez que
ella pensaba en resguardarse, en cuidar su cuerpo de las miradas, lo que
también implica cuidar sus pensamientos y su aprendizaje del rol materno,
de los intentos de invasión que realiza su madre.
Encontramos múltiples situaciones como esas, en las cuales, una
pauta de este tipo puede ser una intervención en la dinámica familiar,
que implique un señalamiento sobre lo naturalizado, favoreciendo la
protección de nuestro paciente y de nuestro marco de trabajo.

31
Rizan, M y Toporosi S. (2010). “Descubrimientos Decisivos. Algunas condiciones para
la construcción de la intimidad”.

Capítulo 3 | 65
Estableciendo un contrato

El encuadre es pautado a través de un contrato, en el cual todas estas


variables son acordadas y consensuadas. Al decir de Kuras S. & Resnizky
S., es el acuerdo laboral que realiza el acompañante con el paciente.
Habitualmente el encuadre es pensado con el equipo terapéutico,
de modo que el contrato puede ser realizado en presencia del terapeuta,
presentando el dispositivo de acompañamiento dentro de un encuadre más
amplio de tratamiento.
Otras veces lo realiza el coordinador del equipo de acompañantes o
el acompañante mismo con el paciente o con la familia.
El establecimiento del contrato no puede pensarse de manera general,
también deberá ser pensado en cada caso en particular.
En ocasiones, en la clínica de los pacientes severamente perturbados
o de riesgo, el contrato puede hacerse por escrito, quedando el registro
claro de aquello a lo que se compromete cada una de las partes implicadas
en el tratamiento; el mismo es firmado por los acompañantes, el paciente,
la familia, incluso el terapeuta. En algunos casos sin este consentimiento
informado no se inicia el acompañamiento y su ruptura del acuerdo puede
implicar la finalización del trabajo conjunto.
Es aconsejable, a la hora de proponer el encuadre, hacer partícipe
al paciente, siempre que esté en condiciones de hacerlo; su implicación
es nodal ya que será el protagonista del proceso a desarrollar. En aquellos
casos como son las psicosis o patologías en las cuales la palabra del paciente
muchas veces no tiene lugar, donde la subjetivad está avasallada por otros,
es conveniente realizar el contrato con él; este movimiento por pequeño
que parezca puede funcionar como una intervención, un señalamiento a la
familia, marcando el camino en el que el acompañamiento se desarrollará.
Si, al contrario, realizamos el contrato solo con la familia y luego se lo
comunicamos al paciente, empezaríamos el acompañamiento partiendo de
una contradicción, poniendo al paciente en el lugar de alguien sin palabra,
sin lugar.
Diferente es el caso de los niños y los menores de edad, donde los
acuerdos serán establecidos por los adultos, pero luego el acompañante
sirviéndose del juego, la fabula o el cuento, deberá trasmitirle las condiciones
de este trabajo en común.
Dice Paciuk S32 “…no se puede decir que las normas se acuerdan
en el sentido fuerte de la palabra, porque el analista propone más o menos
32
Paciuk Saúl. “Elogio del encuadre”. Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 2002.

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sumariamente su contenido y el paciente puede brindar un consentimiento a
ese contenido a partir de un concepto global de aquello a lo que ha consentido.
Todo lo cual ocurre sobre la base de una confianza de ambos en que el contenido
de las normas se irá precisando a medida que lo reclame su incidencia en la
tarea y de una confianza”.
Muchas veces los acompañantes jóvenes, sienten que deben establecer
el contrato el primer día del encuentro, quizás producto de las ansiedades
de enfrentar al paciente; anteponen al contacto con el otro una declaración
de normas que a veces crea distancia y obtura el trabajo en común. Si bien
es indispensable comenzar con reglas claras, comenzaremos delimitando
algunas (horario; lugar; honorarios; rol), el resto se podrá ir introduciendo
a lo largo del acompañamiento, de la consolidación del vínculo y de los
avatares del proceso. Tendremos que pensar en la singularidad de cada caso,
cuáles variables explicitaremos en un primer momento, cuáles dejaremos
para próximos encuentros, recordando que también el encuadre está
conformado por constantes explícitas e implícitas, por lo tanto no todo
debe ser puesto en palabras.

Para finalizar

Todo juego supone un conjunto de reglas, los jugadores deben


conocerlas y aceptarlas para poder jugar; tienen carácter común para todos
los jugadores, describen el rol, el lugar y los objetivos del juego. Dentro
de estas normas el juego se desarrolla en libertad y permite a los jugadores
hacer sus propias jugadas; si un jugador no lo respeta se considera trampa.
El encuadre plantea las reglas para que el juego del acompañamiento
terapéutico sea posible; tanto en su aspecto teórico como en su aspecto
técnico, imprime un resguardo de los participantes de la arbitrariedad, de
la contaminación del sentido común de lo que uno cree que está bien
para el otro, de acciones bien intencionadas. Representa un marco para las
manifestaciones de la transferencia y la contratransferencia. Retomando
algunas palabras, imprime una condición de profundo respeto por el otro,
por la subjetividad y por el proceso terapéutico.
Aporta las condiciones de confidencialidad y de respeto por la
intimidad que un abordaje de estas características debe contemplar por
estar insertos en los espacios de mayor privacidad de las personas.

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Bibliografía
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