Comparto - Posteos Quiroga - Con Usted
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La realidad es la extensión del aparato psiquico quiere decir que el fantasma estabiliza
lo que entendemos por realidad, Entonces, el fantasma reprime, incluye lo que pone en
escena y excluye lo Ob.ceno. Cuando el fantasma osicila o vacila, entonces, el fuera de
escena se hace presente como los monstruos de Lovercraft. Borges dice que al
encontrarse con el monstruo, su curiosidad pudo más que su miedo. Pero con buen tino
no lo describe, él sabía que el monstruo era Das Ding,
La Cosa, lo indecible
Carlos Quiroga
Raymond Smullyan, un matemático afecto a la composición de acertijos, relata que entre las
cartas que recibiera con motivo de la edición de su primer libro de pasatiempos lógicos, se
encontraba una muy ingeniosa que procedía de un niño de diez años. Este resultó ser el hijo
de un famoso matemático compañero de cátedra del mismo Smullyan.
Al recibir esta carta que contenía un interesantísimo acertijo inspirado en aquéllos que se
incluían en aquel texto, el autor telefoneó de inmediato a su amigo para felicitarlo por la
inteligencia de su hijo. El padre del niño, antes de comunicarlo con éste le dijo en tono bajo
y conspirador:
—“Está leyendo tu libro y le encanta. Pero cuando hables con él no le digas que, en
realidad, esto es matemáticas..., porque las odia! Si tuviese idea de que se trata de
matemáticas, dejaría de leer el libro inmediatamente”.
Este pasaje parece confirmar aquello que afirmara Freud acerca de
que, el juego es para el niño ante todo un apoyo.
Como aquél que así lo hiciera con su carretel entre esos dos significantes —fort-da—, el
sujeto de la anécdota se apoya en ese libro “arrancado” al Otro, para instrumentar, aunque
sin saberlo, su inteligencia con las matemáticas.
Dentro de esa lógica de presencia-ausencia, de reconocimiento-desconocimiento, la función
significante del instrumento se revela del modo más conmovedor, mostrando cómo el sujeto
al desprenderse del Otro, lo hace con ese objeto (trozo-jirón) resto de dicha operación.
En este sentido ese libro, cuya condición absoluta resultaba que no fuera de matemáticas,
considerando que el padre del niño era “un famoso matemático”, ilustra la función de ese
objeto que describiera Lacan como aquél con el cual el sujeto se opone al capricho del Otro
--—fuente de su omnipotencia— y que vemos alojarse en la estructura del fantasma en el
comienzo de la subjetivízación.
El juego del niño nos evidencia que todo juego comporta por su estructura
significante, la dimensión de la pérdida inherente a la constitución del sujeto en su
dialéctica con el Otro. De esa pérdida, aquel objeto causa del deseo que participa de tal
desasimiento, es su testimonio.
El adulto, para Freud, en lugar de jugar fantasea. Cuando puede renunciar a la pasión por lo
grave que exige el goce de la vida recupera esa prima de placer, esa ganancia sobre la
angustia en el humor. Así, el sujeto, como objeto respecto del superyo encuentra, respecto
de éste, su posición más liviana.
Si el juego es en los niños lo que el fantasma en el adulto, las resistencias de éste a jugar —
como decía Freud— derivan del hecho de que el juego comporta el fantasma.
El “individuo humano” porque habita el significante resulta sujeto, y como tal se encuentra
cautivo en el fantasma.
Para Lacan todo lo que está en juego para este individuo, se encuentra en el fantasma. Este,
“es soporte —nos dice— de lo que se llama expresamente en la teoría freudiana, el
principio de realidad’.
Francois Jacob parece compartir este criterio, ya que para él la ciencia, la política, el arte,
como toda actividad humana, son, cada cual con sus propias reglas, un juego de lo posible.
Para éste no existe ninguna verdad última a alcanzar por el desarrollo de práctica alguna.
Aunque esto choque con la tendencia natural del espíritu humano a lograr una total unidad y
coherencia en la representación del mundo en la cual parece desesperadamente el hombre
pretender sostenerse.
Esta desesperación supone una exigencia pasional que, en Psicoanálisis, es considerada
como un goce imposible para la estructura de ese individuo que, por el hecho de hablar,
aliena su cuerpo sexuado al lenguaje, perdiendo así toda posibilidad de alcanzar esa
pretendida unidad.
Es el hecho —como citábamos— de que ese individuo habite el significante, el que
determina que la verdad se encuentra en dificultades para garantizarle cualquier forma del
ser.
Esta dificultad en que se encuentra la verdad al estar afectada por el significante, abre una
hiancia irreparable entre ésta y el saber. Es el objeto a el testigo de esa hiancia fundamental
para la existencia del sujeto.
De este modo, la verdad adquiere estructura de ficción, por la dimensión de engaño que la
palabra produce. Hay entonces ficción a partir de la palabra y nada resulta posible al ser que
habla por fuera de ella.
No existe ficción que no comporte un juego, y no hay juego que no mantenga —como
decíamos- las operaciones por las cuales el sujeto se constituye. De hecho, todo juego tiene
como condición una ley que lo regula y por ello en su interior se constituye y organiza una
serie significante de la cual depende el sujeto, puesto que éste se define por ser su efecto.
Esta serie, en tanto lo es de significantes, no es colección ni suma. Tampoco
hace sistema de por sí, el límite que la funda como en las series infinitas, constituye el punto
en el que ella realiza sus aproximaciones.
En este sentido, todo juego que hace sistema reniega en el establecimiento de su regla de lo
real que, en tanto imposible, es causa inevitable de su falla. Es entonces un fantasma que se
torna inofensivo.
Los matemáticos, si bien no han podido vaciar del todo lo que de patético hay en la verdad,
no han dudado en jugar hasta el punto de constituir la ciencia en la cual ya no saben de lo
que están hablando. Ellos resultan personas muy imaginativas, seguramente porque entre
matemáticas e imaginación no existe contradicción alguna, pero quizás también lo sean por
los esfuerzos que deben realizar para la transmisión de su discurso.
Estos esfuerzos surgen del hecho de que la incomprensión matemática
—un síntoma para Lacan condicionado por el amor de la verdad— resulta por demás
frecuente. Después de todo, todos al goce de alguna manera estamos obligados.
Dicha incomprensión deriva de la exigencia que lleva al sujeto a distintas formas de la
pasión, como la que constituye la ignorancia —a la que alguien definiera alguna vez como
lo único infranqueable-.
Tanto la ignorancia o el hecho de asentar el ser en el pensamiento, constituyen modos de
esa pasión, desatada por ese amor que deja al sujeto sumergido en los efectos de lo patético.
Siempre un modo de sufrimiento que se manifiesta como insatisfacción en el síntoma.
El juego es un modo de hacer pasar esa gravedad a la que lo patético siempre nos conduce,
ya que en su definición incluye todo aquello que introduce en el ánimo del modo más
vehemente, sentimientos de dolor, tristeza y melancolía . Decíamos que los matemáticos, al
menos muchos de ellos entre los que podemos contar a J. Von Neuman, L. Carroll, R.
Smullyan, no han dudado en apoyar en el juego su transmisión. Este último consideraba
incluso que Euclides hubiera hecho de sus Elementos el libro más leído de la historia de
haberlo confeccionado a manera de juegos lógicos.
El análisis es un juego en tanto que también su práctica se desarrolla en el interior de una
regla. Pero su estructura se diferencia de la de los juegos de ingenio a los que ya hicimos
referencia en tanto que éstos pueden ser tratados en forma absolutamente algorítmica. Esto
quiere decir que pueden construir-se listas de instrucciones que especifiquen las secuencias
de operaciones que resuelvan satisfactoriamente no sólo uno de esos juegos, sino una clase
de ellos.
Desde el momento en que el número se independizó de la letra, los matemáticos fueron
construyendo —bajo el ideal de formular el algoritmo que resuelva todo problema
matemático: la más grande aspiración de Leibniz— algoritmos cada vez más potentes, para
resolver problemas cada vez más generales.
Este camino marca la desesperación del discurso de las matemáticas en obturar la falla
lógica a la que sus sistemas formales están sometidos, de la cual sus paradojas son su
testimonio.
Estas paradojas, como la que describiera Russell, hablan, como lo advierte el Psicoanálisis,
de la inexistencia de un significante que significándose a sí mismo pueda otorgarle al Otro
la garantía de su consistencia. Es esta inconsistencia, que se evidencia por el uso de la
lengua, lo que hace límite al ideal de formalización.
De allí la objeción que debemos tener presente cuando consideramos
—como Lacan lo hizo— a dicho ideal como el ideal del discurso del Psicoanálisis.
Ninguna fórmula se sostiene si no es con un decir. Y por ende con una práctica. ya que no
hay discurso que no la comporte. No hay decir que no provenga de ese más, que hace al
malentendido del goce, o sea a su interrupción. De allí el sujeto.
Sin esa separación entre saber y verdad, no hay lugar para el sujeto. De este modo, una
práctica del Psicoanálisis que tenga la exigencia de ser colocada dentro de una lista de
instrucciones” que determina con total rigurosidad los pasos lógicos de su desarrollo, puede
rechazar la hipótesis que el Psicoanálisis sostiene —el sujeto— y con ella a su práctica. Este
es el riesgo que podemos correr al considerar los problemas concernientes al goce, en
detrimento del deseo.
Es el hecho de considerar al sujeto efecto del discurso lo que impide que el discurso del
Psicoanálisis haga sistema. Y es el deseo del analista como objeto el garante de ese
impedimento para su práctica.
Entonces, por la puesta en relación de dicha práctica a ese objeto -causa del deseo, plus de
goce— es que la regla del Psicoanálisis no excluye lo real que sí lo está en la de otros
juegos.
Es esta relación a lo real, que no excluye al sujeto que allí se implica, la que determina que
el Psicoanálisis, no solo esté respecto de la serie significante que se realiza en los sucesivos
golpes dados en el interior de la regla que regula su juego, sino que considere la función del
significante que a ese sujeto lo habrá de representar para otro significante.
Otorgarle a esta función todo su peso en lo concerniente al sujeto, es hacer que la
articulación de la demanda sea un punto fundamental e indispensable para la posibilidad de
constituir el juego específico del análisis,
Las condiciones de esta posibilidad incluyen el azar inherente a la dimensión del encuentro
que allí se abre. En ésta entrará en juego además del
tiempo necesario, ciertas condiciones estructurales de aquél que pide un análisis y el hecho
de que pueda ser leída la posición del analista por quien allí está llamado a oficiar de tal.
En el momento de los preliminares —que lo serán retroactivamente en tanto allí se haya
constituido un análisis— nada nos indica que el sujeto en cuestión le haya dado al análisis
su lugar.
Este sujeto indeterminado por el saber inconsciente que lo antecede — aquél que Lacan
extrajera del cógito cartesiano— es ante todo el que se afirma de cualquier modo. Ya que, si
no sabe —dice Lacan— es él el que no sabe.
Quien está allí para el sujeto —por lo general consultado como practicante de una profesión
articulada— sabe, pero no sabe nada de él.
Esta afirmación que este sujeto de la certeza extrae por habitar el lugar en que el saber se
detiene ante lo real del sexo, lo ubica en una posición que podemos definir de carácter
paranoica, lanzado en lo que se dio en llamar la “búsqueda de certidumbre”.
La asociación libre, momento de apertura del inconsciente, hace lugar a una interpretación
siempre posible —aunque no por ello obligatoria— que se producirá en el momento en que
la presencia del analista haya marcado su cierre.
Este trabajo de interpretación “no tiende a ninguna otra cosa —dice Lacan— que a instituir
un lugar de reserva donde la interpretación como verdad vendrá a inscribirse. Ese lugar es
aquél que ocupa el analista”.
Es entonces, de la posibilidad de instituir ese lugar, de lo que dependerá la entrada del
analista al juego del análisis. El analista realiza esta entrada como ser falso sujeto supuesto
saber, y por ende, como soporte del síntoma.
La función del sujeto supuesto saber es la de recibir y soportar el estatuto del síntoma por la
articulación de la demanda que el sujeto del análisis efectúa en el interior del artificio de la
transferencia, que soporta la función del acto analítico.
Esto no supone de ningún modo, como afirma Lacan, que quien está allí
circunstancialmente como analista, sea quien tenga que soportar la transferencia y con ello
la interrogación al saber, que la verdad del síntoma efectúa. El, entonces, no es ese sujeto
del que se ama el saber.
La realidad de ese sujeto la podemos observar funcionando en distintos modos de
constitución de lazos sociales. En lo concerniente a la práctica del discurso del Psicoanálisis
esa función hace que, por la articulación en ella del sujeto supuesto saber y el síntoma, la
transferencia se torne específica.
Existe un punto a destacar en este desarrollo y que se refiere a la estructuración de esta
función relativa al lugar del analista.
El punto es que resulta necesario que a la posición inicial del sujeto tal como lo describimos
—sostenido de su certeza a la espera de acertar su lugar en
el saber— deberá advenir la articulación de la demanda que requiere de cierto desgaste de
aquella posición primera.
Entra esa esperanza que sólo puede pensarse como efecto de una promesa inherente al Otro,
y la articulación de la demanda que supone alguna separación de aquélla, es que podemos
considerar la estructura del sujeto supuesto saber.
La función de esta estructura es la de soportar la transferencia porque es soporte del
síntoma. La verdad de éste, interrogará su saber hasta la instancia de su abatimiento.
De este modo, el “ser de saber” del analista será puesto en cuestión por el “ser de verdad”
que el síntoma constituye . Es así que el analista forma parte del síntoma y dicha
interrogación es un modo de nombrar el destino de desgaste del sujeto supuesto saber.
Este destino al que este sujeto supuesto saber está sometido por el trabajo de la
interpretación, constituye una diferencia fundamental entre este discurso y otros, en
particular el de la ciencia.
De este modo podemos afirmar que no hay transferencia en el sentido que el Psicoanálisis la
conceptualiza sin acto analítico, no hay modo de considerar la articulación del síntoma y
sujeto supuesto saber sin el artificio de esa transferencia —lo que deja claro que no hay
síntoma en el sentido psicoanalítico por fuera del juego del análisis.
La implicación del sujeto en el análisis depende entonces de la función del acto. La
existencia de éste —que cuenta con la repetición— depende de la función del deseo del
analista, como decíamos, ya que no habría tal implicación sin la puesta en juego de una
relación a lo real. Relación de la cual ese deseo como objeto es su garantía.
Sin esta función el juego del análisis se reduciría a un juego de acuerdos —sin decisión—
en el que la dimensión de la pérdida que todo juego supone queda mitigada por la función
del pacto entre los jugadores.
La reducción de toda ecuación personal, es decir el borramiento de toda dimensión
narcisística, es el ideal al cual debe tender el analista en su posición. Saber de la distancia
que hay entre el saber inconsciente y él como sujeto es lo que le permite reducir al mínimo
esa ecuación.
De este modo, la posibilidad de esta reducción y el desgaste del sujeto
supuesto saber por el trabajo de interpretación conduce al analista a su posición de objeto a.
Esta posición que hace a la función del semblante, el analista no la busca sino que es
‘tomado” por el discurso en esa posición que ocupará de modo circunstancial. “No ha de
creerse en modo alguno —dice Lacan— que sostengamos nosotros al semblante. Ni
siquiera somos el semblante. Somos en ocasiones lo que puede ocupar ese lugar y hacer
reinar allí ¿qué?
—el objeto a—.”
Este objeto tiene dos funciones: causa del deseo y plus de goce. Esta última puede deducirse
del hecho de que Lacan en el discurso analítico al objeto a —en esa posición respecto del
saber ubicado a su vez en el lugar de la verdad— lo hiciera funcionar como sostén de la
verdad en el nivel de la apariencia. Testimonio entonces de la falla lógica del Otro, pérdida
de su consistencia. a/S2
Por esta inconsistencia el partenaire del sujeto será este objeto a que podrá entrar en el
juego en tanto puedan realizarse esas vicisitudes del analista. Es el desgaste, caída, o como
quiera que se nombre, lo que posibilita al sujeto ese “encuentro”.
Ese partenaire le presenta al sujeto allí dividido la oposición verdadera
—aquélla que no podría presentarle ningún otro jugador ya que este objeto
designa lo que el sujeto es como objeto en el campo del Otro.
Esta oposición —como ésa que se presenta en los juegos en los que no funciona el pacto—
hace que la realidad del juego —siempre fantasmática—. indique que lo que allí está
apostado es el sujeto mismo en tanto que objeto a. Deyecto de algo que se ha jugado en otro
tiempo, en otro sitio, a puro riesgo, en el deseo del Otro.
En este sentido, la emergencia del deseo del Otro, interroga al sujeto de un modo radical, o
sea en el punto en que se sostiene de sus identificaciones. Al punto de responder a esta
emergencia con lo que es soporte de su imaginario: el fantasma.
Esta estructura recubre la del yo (je). Este no termina de articularse, dice Lacan, sino como
metonimia de su significación. Esta metonimia es el a que entre paréntesis está “oculto” tras
la función de la imagen que designa el narcisismo. i (a).
La separación del i del a ha resultado para Lacan una de las operaciones fundamentales del
Psicoanálisis. De este modo y por esta separación y, puesto que la estructura del fantasma
recubre la estructura del yo (je), podríamos pensar el modo en que habría que considerar la
existencia de la “otra satisfacción” en lo concerniente al fantasma.
De hecho, la puesta en juego de éste en la transferencia —puesta en juego que realiza el
deseo del analista en la operación— nos exige una lectura que va más allá de la que permite
la significación fálica.
Lacan, en el seminario de ‘La lógica del fantasma” nos recomienda entender
la estructura del fantasma por fuera de la zona en que la necesidad se articula a la demanda
—cuestión que articula la significación del falo— si es que no queremos dejar el análisis en
el nivel de la frustración.
Entender el valor de mensaje que el fantasma tiene —“de dónde proviene y a quién se
dirige”— es lo que permite poder operar con esa estructura allí donde la palabra no alcanza.
Esta estructura que fija la posición del sujeto respecto de la certeza de su goce, es posible de
ser puesta en juego por la práctica del Psicoanálisis en tanto no se la considere —tal como
hizo M. Klein— en el nivel correspondiente a la demanda.
Es por la lectura que el analista realice de ese “mensaje” que podrá encontrar su posición en
el discurso y por eso mismo su función.
El juego del análisis conduce al analizante —en el comienzo S ◊ a— hacia su fantasma
originario —al menos en la estructura neurótica—. Conducirlo por allí —dice Lacan— no
significa enseñarle nada, sino todo lo contrario, aprender de él cómo hacerlo.
¡No es enseñarle nada! Al tiempo que el aprender que allí se enuncia no supone más que un
modo de decir nuestra distancia al saber inconsciente del que se trata.
Después de todo, todos hemos podido comprobar en nuestra práctica que comprender algo,
como decía Lacan, no es suficiente para que algo cambie. Más bien respecto del saber que
se nos demanda resulta necesario saber dónde estar para sostenerlo.
Para esto, el sujeto deberá hacer su juego todo el tiempo preciso, ya que éste es un juego en
el cual —por el hecho de que yo (je) es un objeto en el campo de Otro, y la apuesta que allí
se realiza— de la estructura de la que formulara Pascal está perdida desde antes de apostar.
Y quien allí está para conducir ese juego sabe, por haberlo jugado, en otro sitio y en otra
posición, que es esa pérdida la que posibilita la existencia del sujeto, que implica la mejor
posición posible a constituir respecto del deseo.
Bibliografía
S. FREUD: El poeta y la fantasía. Ed. B. Nueva Madrid.
J. LACAN: Seminario: Los problemas cruciales del psicoanálisis. Versión inédita.
Seminario: El objeto del psicoanálisis. Versión inédita.
Seminario: La lógica del fantasma. Versión inédita.
Seminario: De un Otro al otro. Versión inédita.
Seminario: Aún. Ed. Paidós Barcelona. Bs. As. Texto establecido por Jacques Alain Miller.
R. SMULLYAN: La dama o el tigre. Ed. Cátedra, colección Teorema.
B. A. TRAKHTENBROT: Perspectivas de la revolución de los computadores. Alianza
Editorial. Madrid.
A. SALAFIA: Seminario: Práctica y discurso del Psicoanálisis. E.F.A. 1985.
N. J. FERREYRA: La interpretación: Una decisión. Cuadernos de Psicoanálisis N° 3.
F. JACOB: El juego de lo posiIe. Ed. Grijalbo.
Mentir sobre el propio mal es lo más habitual de la defensa que realizan hombres y mujeres.
Mentira que sostienen en sus fantasías a capa y espada y a la que aman más que a sí
mismos.
Siempre víctimas, nunca victimarios, se abandonan a vivir como angelitos desalmados,
crueles
y vengativos pero guardando las formas. La aceptación de este propio mal no es objeto de
confesión, ya que nada el sujeto puede saber de ese desprendimiento del propio yo que
funciona
como un objeto que rompería el plano del espejo en caso de surgir en su pantalla. Una cosa
que
queda inconsciente y que nos puede resultar lo más extraño cuando en verdad, es lo más
íntimo" Carlos Quiroga
hoy en el teórico de la UNLZ
HOY LLEGA EL CARTERO
UNA LECTURA DE LA
PSICOTERAPIA DE LA HISTERIA 1893-95
26) Dice Freud, “Ahora bien, esos temas muestran una segunda manera de ordenamiento:
están -no puedo expresarlo de otro modo- estratificados de manera concéntrica en torno del
núcleo patógeno. No es difícil señalar que constituye esa estratificación, ni la magnitud
creciente o decreciente siguiendo la cual se produce ese ordenamiento. Son estratos de
resistencia, creciente esta última hacia el núcleo, y con ello zonas de igual alteración de
conciencia dentro de las cuales se extienden los temas singulares.” El “material” se ordena
en estratificaciones y resistencias, construyendo algo muy parecido a la figura topológica
que hemos visto, llamada “toro”.
el toro topológico
2 generadores paralelo meridiano
2 agujeros, del interior y central