Muérdeme (Vol. I), de Sienna Lloyd
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Poseída
Poseída: ¡La saga que dejará muy atrás a Cincuenta sombras de Gre!
Sienna Lloyd
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MUÉRDEME
Volumen 1
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1. Esa tarde...
—¡Las chicas como tú han nacido para excitar a los hombres, ese cuerpo
no está hecho más que para el vicio, lo llevas escrito! —me gritó Joey
desde la entrada.
***
Abrí los ojos y el pánico se apoderó de mí. El dedo del hombre que me
había recogido se posó firmemente sobre mi boca.
Los recuerdos que revivo de aquella noche son muy difusos: caricias,
una boca, el calor de mi piel electrocutada por la frialdad de una mano
experta. Era como un sueño delicioso y realmente inquietante.
Gabriel se dio cuenta de que esa frase era falsa: padres fallecidos,
ningún amigo, algunos conocidos de la universidad y un trabajo del que me
había largado... Había recurrido a un argumento en el que no creía. Nadie
se preocuparía por mi suerte, tal vez mi casero y, de todos modos, era de
los que ponía de patitas en la calle a cualquiera que se retrasara lo más
mínimo en el pago del alquiler. Sola, estaba sola, y eso me rompía el
corazón.
Tomé la pequeña libreta dorada que me había ofrecido para escribir las
primeras palabras: Qué hombre tan inquietante.
***
Día 1, 14:30 h
pasando, pero lo que sí sé es que me siento débil cuando estoy con Gabriel.
¿Soy normal? ¿Tengo síndrome de Estocolmo, esa reacción por la que los
rehenes se enamoran de sus captores para asimilar mejor la ansiedad? A
pesar de su frialdad, le encuentro atractivo. No es que sea guapo, no, es
que es... perfecto. Largas pestañas, ojos brillantes y una boca tan... No sé
por qué estoy escribiendo todo esto, pero creo que tiene razón: me voy a
tomar la vida tal como viene, no tengo otra elección. Además, siempre me
ha intrigado saber más sobre el comportamiento de los vampiros. Esta es
mi oportunidad.
***
guapa? Observé mis cabellos castaños caer sobre mis hombros, las puntas
me acariciaban los pezones. Era una chica delgada de ojos negros.
Ufff, ¿le gustaría a él?
Al abrir los dos grifos de la ducha, salieron cinco chorros del cabezal.
No recordaba el último momento de puro placer que había vivido. Desde la
muerte de mis padres, me limitaba a sobrevivir: pequeños trabajos, limpiar
la casa, la universidad... Los momentos de placer eran del todo inaccesibles
para mí, así que no iba a desaprovechar ese regalo, sino al contrario: ya que
estaba cautiva, ¡que fuera a todo lujo!
El vapor llenó la habitación rápidamente, en cuestión de minutos había
recreado un baño turco, suave y envolvente. Siembre me había encantado
el agua, así que aunque la situación en la que me encontraba era
ciertamente incómoda, sentir el calor de las gotas cálidas sobre mi cuerpo
me embriagó más de lo que las palabras puedan expresar. Me dejé llevar,
cerré los ojos y reflexioné. Tenía tantas preguntas que hacerle a Gabriel,
quería saberlo todo sobre él. Me gustaba tanto como me impresionaba y
era la primera vez que un hombre me provocaba aquel efecto. Solo con
pensar en ello, sentía todo mi cuerpo arder de deseo.
Abrí los ojos y una corriente de aire frío me cosquilleó los pies. Era casi
imposible ver nada en aquella sauna. Entonces, distinguí una sombra
acercándose a mí. Di un salto. Era Gabriel, completamente desnudo en la
ducha, con la misma sonrisa traviesa de antes. Era la segunda vez que me
sorprendía en menos de dos horas.
¡Todos esos flashes que había tenido por la mañana no habían sido un
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Me cogió por las muñecas y las agarró con firmeza. Se acercó aún más,
posó su boca en mi cuello y pensé: Se acabó, me va a morder, pero en vez
de eso, rozó con sus labios mi oído y susurró:
Obedecí.
—Sepáralas más.
No podía abrirme más, mi cuerpo era todo suyo, tenía una rodilla en
cada mano. Todo mi sexo entregado a los ojos de ese desconocido al que
deseaba con locura. Él se tomó su tiempo; su sonrisa era amplia, triunfante.
Se acarició el sexo ante la escena que le ofrecía: el cuadro de “El origen
del mundo”, solo para él. A él parecía excitarle muchísimo esa visión. Dejó
su sexo y continuó jugando con sus manos sobre mi sexo, siguiendo mis
reacciones. Su índice húmedo acarició mi pubis, se lo llevó a la boca y lo
lamió para degustarme con placer. La tortura era insoportable y le rogué
que entrara en mí.
Con la polla en la mano, me preguntó si yo “lo deseaba”.
—Sí.
***
Día 1, 18:30
No sé cuánto tiempo me llevó poder salir del baño, pero me quedé allí al
menos una hora. Me temblaban las piernas, hacer el amor con él tenía un
efecto maratoniano. Mi cuerpo nunca había sentido semejante bienestar.
Llevaba cicatrices nuevas, las del placer: mordiscos, arañazos y el pelo
hecho un desastre.
2. Los vínculos
¿Un paquete?
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Llevaba diez días allí y pensé que tal vez alguien había descubierto mi
escondite... La curiosidad me sacó de la cama de un salto y llegué al
vestíbulo sin aliento, vestida con una bata de seda japonesa que Magda me
había prestado. Aún no había podido explorar toda la casa de Gabriel, ya
que el médico me había pedido que no caminara demasiado mientras mi
rodilla se recuperaba. Magda venía a visitarme durante el día y por la
noche Gabriel aparecía cuando le placía, para hablar, contemplarme o
hacerme el amor, sin revelar jamás ni el más mínimo atisbo de su estado
de ánimo. Cuando ellos no estaban allí, tenía un único deseo: dormir,
descansar de él, de nosotros; pero sobre todo escribir lo que estaba
sucediendo. Aún me preguntaba si todo aquello era real y mi pequeño
diario dorado era mi único testimonio.
***
que ninguna otra cosa desvela su naturaleza. Aún no había hablado de ello
con Gabriel y quería saber más. Mi curiosidad me consumía. Ya no me
sentía amenazada por un mordisco mortal, aunque todavía seguía sin saber
nada acerca de ellos. Esas riquezas acumuladas me mareaban, ¿renovar el
salón cada año? ¡Qué idea tan excéntrica! ¿Por qué eran tan ricos? Gabriel
llevaba un traje nuevo en cada una de sus apariciones, ¿de qué trabajaba?
Magda, por su parte, no tenía nada que envidiar a Coco Chanel. Y luego
estaba el tema de la edad: en todos los retratos, fueran de la época que
fueran, Gabriel tenía la misma cara, la de un hombre de unos 35 años, pero
¿por qué Magda parecía un poco mayor, si ella también era inmortal?
—¿Chaaaaarles? ¿Chaaaaaarles?
Un hombre muy guapo, rubio y que por lo menos medía dos metros
entró en el vestíbulo. El carisma de Charles era desbordante, era el tipo de
persona con la que te cruzas una sola vez y que ya reconoces de por vida.
Querida Héloïse:
***
cocina inmaculada. ¿Por qué necesitaban una cocina, de todos modos? Mis
conocimientos sobre sus hábitos y costumbres eran muy limitados, pero
una cosa sí sabía: los vampiros se alimentan de sangre humana... ¿No era
esa su única necesidad?
—¿Tiene hambre?
—¡Sí! Pero quiero reservarme para esta noche.
—Tome, un tentempié.
Magda me tendió una cuchara con una crema gris cremosa y algunos
pequeños granos negros.
los otros, y aparte están los “mordidos” y “los ancianos”. Cuando se nace
como yo: crecemos, envejecemos y un día nos quedamos en lo que se
llama la edad de no retorno. Yo paré a los cuarenta, Gabriel antes.
—¿Qué edad tiene?
—Hm, ¡yo no puedo contestarle a eso! Pero pregúnteselo usted misma,
ya tiene suficiente confianza para ello.
—Sí y no.
—Ya, ya lo sé, es un gran hombre, aunque lleno de secretos y taciturno
desde que perdió a su esposa.
—¿Su esposa?
—La guerra de la sangre no se limitó a las víctimas de su bando.
Desapareció y nunca más se supo de ella... Creo que usted es la primera
mujer que veo a su lado desde entonces.
***
No sé si se trataba del vino o del ambiente cálido y sexy del salón rojo,
pero de repente deseé ser la mujer dibujada.
—Te has pasado la noche coqueteando con todos los hombres. Creo que
te mereces lo que ahora te va a pasar.
—No, no he flirteado con otros hombres, apenas les he hablado, Gabriel.
—No te burles de mí, Héloïse. Mientras Benjamin te hablaba, te vi
separar un poco las piernas y pestañear seductoramente. Eres mía.
Me di cuenta de que Gabriel hablaba en serio, pero creí que quería jugar,
arrinconarme para poder hacérmelo a su manera. Esa noche, sentía que el
sexo sería intenso y violento, y quería descubrir su lado oscuro.
¿Había coqueteado sin querer con Benjamin? No lo creía, pero a Gabriel no
le importaba la verdad. Él solo deseaba una cosa: castigarme.
—Eres mía.
Quería morderle, pero todo lo que salía de mi boca eran disculpas por
mi comportamiento coqueto.
—Perdón. Sí, soy tuya. Hasta lo más profundo. Dentro de mí, somos
uno. Perdón, clávamela, soy tuya.
Elevó mi pelvis, sacó casi por completo su sexo y me dio a entender que
la siguiente iba a ser la última embestida. Inspiró y me penetró, tan fuerte,
tan hondo que, en mitad de mi grito, me invadió un orgasmo. No me
quedaba aliento, Gabriel hundió sus uñas en mi espalda y gruñó. Sentí su
semen vertiéndose en mi sexo dolorido. Los ecos de mi orgasmo todavía
me sacudían unos minutos más tarde.
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3. Ella
Hace seis días que no veo a Gabriel, desde nuestro intenso encuentro
sexual en el salón rojo y su precipitada salida. Ha desaparecido.
El primer día, no presté atención a su ausencia, estaba convencida de que
vendría por la noche a hacerme una pequeña visita. Me pasé el día
escribiendo sobre mí, sobre él, sobre la crisis de la sangre... En este lugar
estoy descubriendo el placer de la palabra escrita; de mi aislamiento nace
un nuevo deseo: recoger mis vivencias.
Dos, tres… hasta seis días de ausencia lleva. ¿Estará de viaje? ¿Qué está
haciendo? Intento sonsacarle algo a Magda al respecto, pero la fiel ama de
llaves no traiciona a su señor.
¡Un poco de espacio por fin! Me dieron ganas de saltar de alegría. Dejé
el diario sobre la mesita de noche, me puse los zapatos y cerré la puerta de
mi jaula de oro. No había visto el sol ni respirado aire fresco desde hacía
semanas, pero la idea de descubrir nuevos lugares me deleitaba.
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—Usted es diferente.
—Soy un “mordido”.
—Oh, lo siento.
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—No lo sienta, fue decisión mía. Ocurrió hace cuarenta y seis años, yo
era un periodista ambicioso que investigaba leyendas urbanas: hombres
lobo, brujas... y vampiros. Descubrí la identidad de Gabriel. Podía haberme
matado, pero es un buen hombre, me dio la oportunidad de unirme a él y
hacer grandes cosas a su lado. Acepté.
***
—Ven aquí.
—Vi un fantasma.
—¿Qué?
—Sé que estás al corriente de quién es Rebecca.
Lo sabía, era un truco infantil, lo que quería era que me contestara que
yo era lo mejor que le había pasado desde la ausencia de su mujer, pero
Gabriel era más sutil que eso, sus sentimientos eran impredecibles. Los
míos se me atragantaban en la garganta, el “recuerdo” de esa mujer en el
salón aquella noche me inquietaba. Estaba enfadada, dolida, pero sobre
todo me sentía ridícula por estar celosa de una mujer que había
desaparecido.
***
Charles cogió mi maleta y sacó una cinta para vendarme los ojos.
—¡Oh!
Abrí lo que me pareció que era un armario, para dejar mis cosas, pero
resultó ser una puerta que conducía a la sauna.
—¿Te gusta?
Gabriel estaba feliz como nunca le había visto antes. Se quitó la ropa a
toda prisa y me desnudó como un niño apresurado. Casi me caí al suelo y
nos reímos a carcajadas, pero una vez en la sauna, desnudos, nuestras risas
dieron paso a una pasión que nos devoraba.
Tenía una manera de mirarme que me hacía sentir como si fuera su presa.
Estaba de pie en la sauna, las piedras calientes hacían subir el termómetro
y yo ya estaba sudando. Las perlas de sudor me caían de la frente para
aterrizar sobre mi ombligo. Gabriel siguió el camino de una gota al
milímetro. Se humedeció los labios con la lengua, sabía que me iba a
sorprender. Esperé. Empezó a acariciarse el sexo y continuó durante un
rato. Yo le observaba, me moría de ganas, estaba totalmente excitada. Era
consciente de que eran mis últimos días con él y quería darlo todo.
El viaje con Gabriel ha sido como una luna de miel. Nuestros paseos
nocturnos terminaban siempre en ardientes caricias. Gabriel era muy
protector, nunca me dejaba sola. Me cubría de besos y hablábamos de todo.
¿Qué voy a hacer sin él? ¿Seguir adelante, esconder lo que ha sucedido,
lo que ha nacido en el fondo de mi corazón? Estoy haciendo la maleta,
Charles me acompañará a casa. No quiero dejar a esta gente. Siento que
tengo de nuevo el derecho a una familia, este mes ha sido como una
segunda oportunidad para mí. ¿De verdad ha llegado el momento de volver
al bar mugriento de Joey y a mi habitación minúscula? He probado lo que
es una vida mágica y siento que estoy a punto de despertar de mi sueño, y
me asusta. No he visto a Gabriel durante todo el día. No me dirá “adiós”,
tal vez para él esto también sea muy difícil.
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Me pregunté qué podía haber sucedido que fuera tan grave. En realidad
me daba igual, me iba a quedar y con una buena razón, no me importaba
nada más.
Transcurrió más de una hora. Oía voces pero no me atrevía a salir. Decidí
recolocar mis cosas, escribir y pensar en el libro que quería escribir.
Pasaron dos horas, luego tres, luego cinco. Tenía hambre. Oí una risa, la de
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Gabriel. Si se reía es que la tormenta había pasado, así que decidí salir.
—¿Quién es?
Era una mujer pelirroja muy alta, debía medir más de metro ochenta. Su
cabello resplandecía y sus ojos me taladraban. Vi a Gabriel en el sofá, con
la cabeza entre las manos. Miré de nuevo a la hermosa mujer, que
empezaba a impacientarse por obtener una respuesta. El salón rojo de
repente me pareció negro. Magda miraba hacia otro lado, Charles me
miraba fijamente con una expresión compungida... y lo entendí todo.
Sentada en la cama, cerré los ojos para intentar verlo todo con más
claridad. ¿Cómo podía haberme metido en semejante lío? Gabriel estaba
con su mujer “desaparecida”, que no había muerto. ¡La “desaparecida”
había reaparecido! Estaba como loca de rabia pero, a la vez, las imágenes
de todos los encuentros con Gabriel aparecían como fogonazos ante mis
ojos.
Y me di cuenta.
Su esposa. Gabriel. Yo... bajo el mismo techo. Era demasiado tarde para
dar marcha atrás, no podía ni tampoco quería borrar lo que había sucedido.
Y, de todos modos, tenía que permanecer otro mes en aquella casa. Nunca
había luchado por nada, nunca había tenido una razón... Hasta ese día, ese
día por fin tenía una y se llamaba Gabriel.
Continuará...
¡No se pierda el siguiente volumen!
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