Grado 8º Fosiles Polemicos

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FÓSILES POLÉMICOS

Análisis Crítico sobre la evidencia fósil


del origen del Hombre

Reconstrucción idealizada
de un “Australopithecus Afarensis”

Por el Dr. Raúl O. Leguizamón

1
EL HOMBRE DE NEANDERTHAL

El primero de los fósiles humanos descubierto fue el famoso H. de Neanderthal, el cual si bien ha perdi-
do hoy en día bastante de su candente interés de otrora, sigue siendo no obstante el característico “hombre de
las cavernas” y como tal, motivo de referencia obligado en toda descripción de los hallazgos fósiles humanos.
Desde ya digamos que hoy es un hecho universalmente aceptado que el H de N. era total y completamente
humano, esto es Homo Sapiens, esencialmente igual física e intelectualmente a nosotros y con diferencias sólo
intraespecíficas respecto al hombre moderno, es decir comparables a lasque existen hoy entre las distintas tri-
bus o razas humanas.
Pero no siempre fue así y no le resultó fácil al h. de N. alcanzar la categoría plenamente humana que
legítimamente le corresponde, debiendo soportar durante muchos años, una agresiva “campaña difamatoria” por
parte de muchos antropólogos empeñados en considerarlo un tipo de “hombre-mono” ancestral.
Como actualmente ya no existen dudas sobre el carácter humano de este fósil, considero en gran medi-
da innecesario hacer un análisis sistemático de sus restos, que no aportaría nada nuevo a lo que hoy conoce-
mos.
Lo que sí considero de interés, es la historia de la in-
terpretación de estos restos –por una parte– y también el
significado que ciertas características del H. de N. podrían
tener para una más cabal comprensión de los restos fósiles
humanos.
Aun cuando el primero de los neandertales se descu-
brió en Gibraltar en el año 1848, el hallazgo que le dio su
nombre fue el realizado en el fondo de una cueva en el valle
del río Neander, cerca de Düseldorf, Alemania en el año 1856,
constituyendo la historia de su interpretación un ejemplo
ilustrativo de las falsas conclusiones a que pueden arribarse
cuando estos fósiles son analizados con el fuerte prejuicio que
nace de aceptar, con rígido dogmatismo, la hipótesis
evolucionista-simiesca del origen del hombre.
Los restos hallados, que incluían una bóveda craneal,
huesos de los miembros y partes de las cinturas torácica y
abdominal, debido a ciertas deformidades y tosquedades del
esqueleto, fueron por muchos autores interpretados como
los de un bruto pre-sapiens, de andar semiencorvado (pare-
Reproducción del cráneo del Homrbe de Neanderthal cido a los simios), incapaz de cualquier actividad cultural o

2
religiosa, con su garrote al hombro como corresponde a un “hombre-mono” de las cavernas que se precie de tal,
en suma el perfecto eslabón intermedio entre el mono y el hombre que con tanto afán se buscaba.
No obstante su capacidad craneal, incuestionablemente humana –ya que no sólo era igual sino hasta
superior a la del hombre moderno– el clima de opinión dominante en los círculos paleontológicos hizo que
muchos antropólogos le atribuyeran nomás las características arriba mencionadas.
Loren Eiseley, antropólogo de la Universidad de Pennsylvania dice:

“Su espaciosa cavidad craneal, no fue obstáculo para que lo rotulara como un bruto y sus característi-
cas fueron de tal manera alteradas, que sin el más mínimo fundamento, fué descrito como poseyendo
enormes y salientes caninos y una apariencia horrible y feroz en el más alto grado”7.

Esta idea se introdujo incluso en el lenguaje corriente, empleándose la palabra “neanderthal” como
sinónimo de bruto, bárbaro o salvaje. Decirle a alguien “neanderthal” –acota Richard Laekey– era y hasta cier-
to punto sigue siendo, un insulto intencionado8.
Los posteriores hallazgos de La Chapelle-aux-Saints, en 1908, no hicieron sino confirmar la impresión de
muchos antropólogos respecto de este ser “sin el más mínimo rastro de preocupaciones estéticas o morales...

7 Eiseley, Loren. “Neanderthal Man and the Dawn of Human Paleontology”. The Quarterly Review of Biology, Vol. 32 Nº
4 (diciembre 1957) p. 328.
8 Leakey, richard. “La formación de la humanidad”. (Ed. del Serbal, 1981) p. 150.

e aspecto brutal... que acusa el predominio de las funciones puramente vegetativas o bestiales sobre las cere-
brales”, como decía el antropólogo francés Marcelline Boule, en su clásica descripción de los restos9.
Aún en la actualidad es posible observar en museos, series televisivas y publicaciones de distinto tipo,
modelos de H. de N. en que éste aparece a la entrada de su caverna, en actitud semiencorvada, con sus cabellos
desgreñados, una expresión feroz y estúpida en la mirada, el torso peludo, etc., es decir reflejando fielmente esta
idea de un ser bestial en transición del mono al hombre.
Y sin embargo hoy sabemos que la mayor parte de toda esta interpretación pertenecía al frágil terreno
de las conclusiones apresuradas y un ejemplo elocuente del prejuicio a la verdad que puede resultar cuando la
idea evolucionista domina las ambiciones y determina los hallazgos en antropología, como decía el veterano
antropólogo americano Prof. Wilson Wallis10.
David Pilbeam, antropólogo de la Universidad de Yale, dice en relación a este tema:

“Durante algún tiempo se creyó que estos neandertales eran criaturas brutales y subhumanas, apenas
capaces de caminar en posición erecta. De hecho, nada pudiera estar más alejado de la verdad. Fabri-
caban utensilios de piedra muy complejos, cazaban grandes mamíferos, enterraban a sus muertos con
ceremonial y colonizaron Europa Occidental en el agudo frío de la última glaciación”11.

Aún más categórico en su juicio es el conocido antropólogo Ashley Montagu, quien expresa:

“Debido a la falta de los más elementales conocimientos de anatomía, algunas de estas «autoridades»
ocupadas en la «construcción» del H. de N., lo han representado con rasgos grotescos y caminando
encorvado. También se ha aseverado a menudo que el H. de N. debía haber sido de poca inteligencia...
Todas estas difamaciones son insostenibles. El H. de N. caminaba tan erecto como cualquier hombre
moderno y a decir verdad tenemos muy buenas razones para pensar que era absolutamente tan inte-
ligente como nosotros”12.

Digamos además que como corresponde a los seres humanos de todas las épocas y de todas las latitu- des,
el H. de N. poseía un lenguaje para comunicarse con sus semejantes, fabricaba herramientas, pintaba, cul- tivaba
flores, tenía religión y enterraba ceremoniosamente a sus muertos.
En la autorizada opinión de W. Straus, antropólogo de John Hopkins (autor del clásico trabajo de 1957 13
donde destruye la leyenda de la naturaleza semibestial del H. de N.) si el H. de n. lo vistiéramos a la moda no
podríamos muy probablemente distinguirlo del resto de los transeúntes, en las calles de una ciudad.
Es interesante destacar respecto de las deformidades de la columna vertebral que presentaba el H. de
N., interpretadas en su momento como indicativas de una postura semierecta y en las que tanto énfasis se puso
para hacerlo aparecer simiesco al pobre H. de N., que ellas eran sólo el producto de una enfermedad osteoarti-
cular (artitris y raquitismo) sufrida por éste, que lo había deformado simulando esta postura semiencorvada14.
3
Vale la pena mencionar que esto de la enfermedad osteoarticular del H. de N., no escapó en su momen-
to al análisis del ilustre patólogo y antropólogo alemán Rudolf Virchow, quién ya en esa época había cuestiona-
do el atribuir la postura semiencorvada del H. de N. a una supuesta proximidad genealógica con los simios,
señalando precisamente que esta postura era debida al hecho de haber padecido el organismo en cuestión, ra-
quitismo en su niñez, seguido por artritis en la vejez15.
Pero su voz fue ahogada por el clamor de los que querían a todo trance bestializar al H. de N. para que de
alguna manera se pareciese al hipotético eslabón intermedio.

9 Boule, Marcelline. “L’Homme de la Chapelle-aux-Saints”. Annales de Paleontologie T. VI-VIII, p. 260. Citado por Andé-
rez V. “Hacia el Origen del Hombre”. (Univ. Pontificia, Comillas, Santander, 1956) p. 90.
10 Wallis, Wilson. “The Markimg of Man”. (Modern Library, N. York, 1931) p. 75. citado por Custance, A. Doorway Papers

Nº 9 (Otawa, 1957) p. 34.


11 Pilbeam, David. “El ascenso del hombre”. (Ed. Diana, México, 1981) p. 210.
12 Montagu, Ashley. “Man: His First Million Years”. (Signet Science Library, 1962) p. 58. Citado por Davidheiser, B. “Evo-

lution and Christian Faith”. (Baker Book House, Michigan, 1969) p. 333.
13 Straus, William y Cave J. “Paleontology and the Posture of neanderthal Man”. The Quarterly Review of Biology. Vol 32,

Nº 4 (diciembre 1957) p. 359.


14 Ref. 13, p. 359.

- Ivanhoe, Francis. “Was Virchow Right about Neanderthal”. Nature, Vol 227 (8 de agosto 1970) p. 577.
- Coon, Carleton. “The Story of Man”. (Knopf, N. York 1962) p. 40.
15 Ref. 8, p. 148.

4
También es importante destacar, por la enseñanza que nos deja, que uno de los principales responsa- bles
de esta simianización del H. de N. fue el famoso antropólogo francés Marcelline Boule, quién describió el
esqueleto neandertalense de La Chapelle-aux-Saints, tratando de hacerlo aparecer lo más mono posible. (Y eso
no precisamente como sinónimo de bonito, lindo, o hermoso, sino todo lo contrario).
Richard Leakey, –conocido antropólogo contemporáneo– lo señala muy certeramente:

“Guiado por sus ideas preconcebidas, M. Boule se dedicó a destacar todo lo que era primitivo, bruto y
simiesco del esqueleto. Incluso ni siquiera se dio cuenta de que en este caso concreto, el viejo (H. de N.)
había padecido sin duda alguna artritis severa”16.

Juicio con el cual concuerda Ashley Montagu, quien expresa:

“Los científicos entendidos y los legos eran igualmente afectados por los tradicionales y groseros pun-
tos de vista del Darwinismo. En consecuencia cuando se encontró el esqueleto del H. de N. no se lo
descubrió de acuerdo con los rasgos que mostraba sino con la concepción de su reconstructor, M. Bou-
le, acerca de cómo debía ser ese hombre prehistórico. De este modo, durante varias generaciones se
proyectó sobre esos huesos una criatura caracterizada por un rostro bestial, un cuello de toro, un an-
dar patizambo, habitualmente con el garrote en una mano y arrastrando a una mujer del cabello, con
la otra. Esta parodia de los hechos tuvo buena acogida porque estaba de acuerdo con la disposición
intelectual de la época, del mismo modo que lo está con la de nuestro tiempo”17.

Todo lo cual nos recuerda una vez más que los expertos, aun los más famosos, también se equivocan,
especialmente cuando las “ideas preconcebidas”, que en este tema son de una importancia decisiva, enturbian
el sentido crítico y hacen encontrar en gran medida lo que el investigador está buscando y no siempre lo que la
evidencia garantiza.
No obstante el carácter plenamente humano del H. de Neanderthal, aquellos primitivos hallazgos pre-
sentaban –más allá de las exageraciones y errores que señalábamos–, ciertos rasgos “simiescos” o “bestiales”
(así, con comillas) que facilitaron los errores de interpretación mencionados.
Estos rasgos incluyen por ej.: rebordes supraorbitarios prominentes, frente inclinada hacia atrás,
mandíbulas poderosas, huesos en general toscos, etc.
Rasgos “simiescos” que como ya vimos no comprometen en absoluto su categoría de Homo Sapiens y que
muy posiblemente (según W. Straus y otros) no nos llamarían quizás la atención si los viéramos en un transeúnte
por las calles de una ciudad.
No obstante, ya que están presentes, vale la pena analizarlos tratando de descubrir su posible significa-
ción.
De más está decir que para la inmensa mayoría de los antropólogos –fieles a los postulados darwinis-
tas– estos rasgos “simiescos” sólo pueden tener una explicación: la genealógica. Parecido dicen, equivale a pa-
rentesco y por consiguiente el parecido con los simios de ciertos rasgos del H. de N. no puede sino indicar su
mayor proximidad genética (o sea genealógica) con un simio, un mono o algo muy parecido. Es decir, una es-
pecie de atavismo, ya borrado en el hombre moderno, pero todavía presente en el H. de Neanderthal. Esta
interpretación, además de ser una hipótesis indemostrable en última instancia, en el caso concreto del H. de N.,
no parece ajustarse a la realidad de los hechos.
Por lo pronto, estos rasgos en cierta manera “simiescos” o “bestiales”, no están presentes curiosamente
en todos los restos neandertales y es por ello que hoy se divide a estos hallazgos en neandertales clásicos o típi-
cos, que tiene estos rasgos y neandertales progresivos que no los tienen, o los tiene en forma muy mitigada,
asemejándose así estrechamente al hombre moderno.
Pero lo más interesante y significativo, es que estos neandertales progresivos encontrados en Ehrings-
dorf, Saccopastores, Monte Carmelo, etc. son cronológicamente más antiguos que los neandertales clásicos. Es
decir que los restos más antiguos cronológicamente son más modernos esqueléticamente y viceversa, sugirien-
do así que el H. de N. habría “evolucionado” desde una forma muy parecida al hombre moderno (sin Rasgos
“bestiales”), hasta la forma neandertal clásica (con rasgos “bestiales”). En otras palabras, el H. de N. habría
acentuado (o aún desarrollado) sus rasgos “simiescos” con el curso del tiempo.
W. Le Gros Clark, el antropólogo de la Universidad de Oxford citado anteriormente, dice:

16 Ref. 8, p. 150.
17 Montagu, Ashley. “La Revolución del Hombre”. (Paidós, Bs.As. 1978) p. 153.
5
“Si los restos del H. de N. se colocan en su secuencia cronológica, se ve que algunos de los fósiles más
antiguos son menos neandertaloides en sus características esqueléticas (aproximándose así estre-
chamente al hombre moderno) que los neandertales extremos de una época reciente”.18 (paréntesis del
autor)

Criterio con el que concuerdan por cierto muchos antropólogos. H. Brodrick por ej. dice:

“...estos neandertaloides más viejos (cronológicamente) eran menos diferentes del hombre moderno que
los tipos más especializados” (más recientes y más “simiescos”)19.

Lo cual es ciertamente fascinante aunque en contradicción desde luego con la hipótesis de la genealogía
que mencionaba antes, pues según ésta, los rasgos “bestiales” tendrían necesariamente que ser más pronuncia-
dos en los hallazgos más antiguos, precisamente por estar más cerca de la bestia originaria y no en los más mo-
dernos, en que deberían haberse atenuado con el transcurso de la “evolución”.
O sea que los rasgos en cierta manera “bestiales” del H. de N. habrían sido aparentemente un desarrollo
secundario, sufrido por seres humanos nada “bestiales” originariamente y no en principio, una indicación de
parentesco con las bestias.
Wilhem Koopers, director de instituto de Antropología de Viena, considera precisamente que la “primi-
tividad” en el sentido de poseer un esqueleto humano ciertos parecidos a los de las bestias, puede ser el resul-
tado de un desarrollo secundario y cree este autor, que sería mucho más lógico hacer “evolucionar” al H. de N.
a partir del hombre moderno que éste a partir del H. de N20.
Esto es muy importante pues aceptando que los rasgos “bestiales” pueden ser un desarrollo secundario
(como de hecho parecen serlo en el H. de N.) entonces no hay derecho a afirmar, que deban ser genéticos (pri-
marios).
Adolf Portmann por su parte, biólogo y zoólogo de Basilea, afirma como regla general, que los restos
fósiles del hombre primitivo deben ser analizados fundamentalmente desde una perspectiva histórica y no pa-
leontológica; es decir como representando variaciones del tipo humano fundamental y no como pruebas de un
eventual tránsito del mono al hombre21.
En buen romance esto quiere decir que circunstancias históricas adversas (enfermedades, desnutrición,
mutaciones, migraciones, forzadas, involución cultural, etc.), actuando sobre grupos humanos aislados podrían
hacer que éstos se deteriorasen biológicamente hasta el punto de que sus esqueletos asumieran ciertas carac-
terísticas “bestiales”.
Mecanismos concretos de adaptación a los cambios climáticos y de alimentación, también jugarían un
papel muy importante en el desarrollo de caracteres “simiescos”, por el bien conocido fenómeno de la conver-
gencia biológica, o sea el desarrollo de estructuras semejantes en respuesta a condiciones ambientales semejan-
tes.
Sólo para dar unos pocos ejemplos que ilustren lo que venimos diciendo recordemos por ej. que la
acromegalia (enfermedad producida por un mal funcionamiento de la glándula hipófisis) puede producir en el
esqueleto varios de los rasgos “bestiales” que mencionaba más arriba: arcos superciliares y cigomáticos promi-
nentes, mandíbula poderosa, cifosis, separación de los dientes (diastema), huesos en general toscos,
“...adquiriendo la cara del enfermo un aspecto bestial”22.
Desde luego que no estoy sugiriendo que los neandertales hayan sido acromegálicos (aunque en algunos
casos también podría ser). Sólo estoy diciendo que la acromegalia produce definitivamente rasgos “bestiales” en
forma “secundaria”.
Sobre cómo el raquitismo y la artritis pueden provocar la aparición de rasgos “simiescos” no hace falta
sino recordar lo sucedido con los primitivos hallazgos del H. de N. en que precisamente deformidades óseas

18 LeGros clark, Wilfrid. “Historia de los Primates” (Eudeba 1962) p. 67. La cita está ligeramente modificada por mí, ya que
entiendo que de esta manera refleja más fielmente el sentido del original. (History of the Primates, Phoenic Books, p. 163).
19 Brodrik, houghton. “El Hombre prehistórico”. (Fondo de Cultura Económica, México, 1955) p. 45.
20 Koopers, Wilhem. “Primitive Man and His World Picture”. (Sheed and Ward, n. York, 1952) p. 220. Citado por Cus- tance,

A. “Why Not Creation” (Baker Books, Michigan 1970) p. 217.


21 Portmann, Adolf. “Das Ursprungsproblem”. Eranos-Jahrbuch, (1947) p. 19. citado por Custance, A. ref. anterior.
22 Farreras, Valenti. “Medicina Interna”. (Ed. Marín, Barcelona, 1967) p. 789. (II).

6
causadas por estas enfermedades fueron interpretadas como indicativas de una postura semiencorvada, propia
de un ser semibestial, “intermedio” entre el mono y el hombre.
Arthur Custance, autor de importantes trabajos sobre el tema, señala en relación al H. de N. el papel de-
cisivo que habría tenido un esfuerzo masticatorio excesivo (secundario a una dieta carnívora cruda por ej.) en
el agrandamiento de la mandíbula y en el aplanamiento de la frente, con prominencia de los arcos supercilia- res,
debido a la tracción ejercida en este nivel por los músculos masticatorios23.
El hecho de tener que desgarrar la carne con los dientes, en ausencia de los utensilios asociados a la ci-
vilización, podría explicar además la procedencia de los maxilares (prognatismo), otro rasgo “bestial”.
También Erik Trinkhaus, de la Universidad de Harvard, sugiere que gran parte de la anatomía facial de
los neandertales podría explicarse por el hecho de tener que absorber el enorme esfuerzo de masticación im-
puesto por las potentes mandíbulas24.
La adaptación al clima frío, en ausencia de vestimenta o vivienda adecuadas, podría también explicar los
cuerpos bajos pero fuertes y las piernas relativamente cortas del H. de N25.
Es decir que los rasgos en alguna manera “bestiales” o “simiescos” de algunos neandertales pueden ser
satisfactoriamente explicados sin recurrir a ninguna supuesta vinculación genealógica con los simios u otras
bestias, sino como el resultado de enfermedades y de circunstancias históricas adversas (con los mecanismos de
adaptación consiguientes) afectando a seres humanos perfectamente Sapiens.
W. Le Gros Clark, el antropólogo de Oxford citado anteriormente expresa:

“El H. de Neanderthal no representa una etapa intermedia en la evolución del Homo Sapiens; más bien
fue una línea colateral aberrante de evolución, el resultado de una especie de regresión evolutiva,la cual
se manifestó en un desarrollo exagerado de ciertos rasgos, teniendo solamente un parecido se- cundario
a rasgos similares de los grandes monos antropomorfos”26.

El hecho de que se hayan encontrado restos fósiles humanos modernos (Swnscombe Fontechevade) en
depósitos geológicamente más antiguos que los del H. de N., iría ciertamente en apoyo de esta interpretación que
comentamos, pues nos señala que antes de la aparición del H. de N., existía ya el hombre moderno, a partir del
cual y por la acción de los factores mencionados, podría haberse originado este grupo o raza humana, un poco
“venida a menos” que se ha dado en llamar H. de Neanderthal. Raza o grupo que finalmente se extinguió sin
dejar descendencia o se mezcló de nuevo con el hombre moderno, desapareciendo de esta manera sus ca-
racterísticas distintivas.
Por cierto que esta interpretación que he desarrollado 27 es sólo una hipótesis de trabajo (¿podría legíti-
mamente ser otra cosa tratándose de un tema como éste?) y además una hipótesis que no goza en general de la
simpatía del “establishment” científico.
Pero “establishment” aparte, la hipótesis en cuestión –además de estar de acuerdo con los hechos–
permite explicar, en forma bastantes satisfactoria, la presencia de rasgos “simiescos” en algunos de los restos del
H. de N. (y eventualmente en otros fósiles).
Y sobre todo nos propone mecanismos que podemos ver y constatar en nuestra experiencia para expli-
car la “bestialización” secundaria de seres humanos, en lugar de los clásicos mecanismos de las mutaciones y la
selección natural, puramente especulativos para el caso de tener que explicar la hominización de una bestia.
Con esto quiero significar que hay evidencia clara y científica de que ciertos rasgos “bestiales” en un ser
humano, pueden ser un fenómeno secundario. Es decir que esto se puede ver y comprobar.
En cambio no hay evidencia científica de que los rasgos bestiales sean consecuencia de un parentesco con
las bestias. (Nadie ha visto ni puede comprobar este hecho). Esto es sólo una suposición basada en una hipótesis.
Que un ser humano –sin dejar de ser humano– puede desarrollar ciertos rasgos bestiales, lo vemos en
cualquier acromegálico por ej. Que una bestia pueda “hominizarse” es sólo una indemostrable hipótesis. Decía
al principio de este capítulo que el H. de Neanderthal ha perdido hoy gran parte del interés que suscitara en otros
tiempos. Y esto por dos razones. En primer lugar porque ahora el punto álgido de la cuestión de los hombres
primitivos se ha trasladado a los australopitecos de África, que veremos más adelante.

23 Custance, Arthur. “The Influence of Environmental Pressures on the Human Skull”. Doorway Papers Nº 9 (Otawa,
1957) p. 11 y 14.
24 Ref. 8, p. 152.
25 Ref. 8, p. 151.
26 Ref. 18, p. 67.
27 Interpretación que he tomado en gran medida de las obras del antropólogo Arhur Custance. Un verdadero sabio.

7
En segundo lugar porque al hacérsele justicia al H. de N. respecto de su carácter plenamente humano -
perdiendo así su aspecto semibestial que le permitía ser mostrado como el famoso eslabón intermedio - ha sido
dejado bastante de lado por aquellos antropólogos fervientemente empeñados en demostrar nuestro origen a
partir de las bestias.
Con el agravante de que el H. de N. realiza en su propia historia evolutiva (o mejor dicho involutiva)
exactamente lo opuesto a lo exigido por la hipótesis evolucionista hoy en boga, razón por la que, cual testigo
molesto, desaparece gradualmente del terreno de la discusión.
¡Pobre H. de Neanderthal! Antes se lo calumnió, ahora se lo silencia.
Y sin embargo este interesante fósil nos ha dejado dos valiosas enseñanzas.
La primera es mostrarnos –a través de la “difamación antropológica” sufrida– a qué extremos de tergi-
versación de los hechos se puede llegar cuando los prejuicios darwinistas oscurecen el sentido crítico (y la se n-
satez) de los investigadores en este campo.
En segundo lugar, el hecho de la “regresión” o “bestialización” secundaria de este fósil nos recuerda que
el hombre “bestial” (en realidad bestializado) puede no estar al comienzo sino al final de un ciclo histórico y, que
a pesar de las hipótesis que pretenden explicar nuestro origen a partir de algún animal mostrenco, el caso del H.
de N., con su mayor parecido al hombre moderno a medida que retrocedemos en el tiempo, nos daría motivos
para sospechar que al final de cuentas no se podría ciertamente excluir la asombrosa y revolucionaria hipótesis,
de que de descendemos nomás de nosotros mismos.

PITHECANTHROPUS ERECTUS
(Hombre de Java)

Otro de los hallazgos también muy famoso y que marcó toda una época de la antropología, fue el del co-
nocido Pithecanthropus Erectus.
La historia comienza allá por 1890 cuando un notable personaje, el joven Dr. Eugene Dubois deja una
sólida y segura perspectiva de práctica médica en Holanda y se engancha como médico del ejército colonial
holandés para ir a Java a buscar el “eslabón intermedio” para quién ya tenía nombre propio y todo: Pitecántro-
po (hombre-mono), acuñado por su maestro, Haeckel, jefe de la facción darwinista en Alemania.
Dubois, según nos informa el antropólogo Donald Johansn, “apenas sabía nada de fósiles” y “nunca había
visto de cerca un fósil homínido” 28, pero suplía esta falencia con un admirable espíritu de aventura y con un
entusiasmo a toda prueba, producto seguramente de su condición de ferviente darwinista.
Además tenía la enorme ventaja de saber exactamente lo que buscaba, razón por la cual no necesitó perder
el tiempo desenterrando una larga serie de fósiles para ver, paciente y críticamente, que historia conta- ban ellos,
sino que directamente se dedicó a buscar el Pitecántropo, estableciendo así un precedente que luego irían a seguir
casi todos los paleoantropólogos; es decir, no el analizar objetivamente y sin prejuicios los restos fósiles e inducir
a partir de ellos las debidas conclusiones, sino por el contrario, convertir el estudio de los fósi-
les en una mera búsqueda de pruebas para la hipótesis previamente acep-
tada del origen simiesco del hombre.
Por supuesto que no hay nada de malo en esto; es perfectamente
legítimo en ciencia trabajar con una hipótesis previa que luego se modifica
o no, de acuerdo a los hechos. Lo que no es legítimo es ocultar este hecho
de la hipótesis previa o por lo menos no decirlo claramente para que todos
sepan a qué atenerse, y más aún deformar u ocultar los hechos cuando éstos
entran en conflicto con la hipótesis.
Decía entonces que Dubois fue a Java a buscar el Pitecántropo. Y lo
encontró por supuesto. Es decir encontró tres muelas y un trozo de cráneo
y veinte metros más allá un fémur, que sin ninguna otra razón que la de
hallar su “eslabón intermedio” dio por sentado eran del mismo individuo a
quién bautizó con el nombre de Pithecantropus Erectus.
Los diversos autores han disentido en su interpretación de los res-
tos del P.E.
Una buena parte, quizás la mayoría de los antropólogos de la época
de los hallazgos y de la primera mitad del siglo, consideró el fémur (tanto
Cráneo del “Hombre de Java”
28 Johanson, Donald y Edey, Maitland. “El primer antepasado del hombre”. (Plantea, 1982) p. 27.
8
el original como los otros 5 que Dubois agregó años más tarde) eran tan semejantes a uno humano, como para
ser indistinguible de él, razón por la que varios investigadores (M.Boule, Virchow, Ramströn, G. Sergi) yeron
que no había razón valedera para incluir el fémur -de aspecto humano- junto con la bóveda craneal y las muelas
que serían claramente simiescas29.
En la actualidad si bien muchos antropólogos aceptan en general la asociación del fémur con la bóveda
craneal, nadie defiende explícitamente esta asociación, es decir nadie se juega por ella, además de que varios la
niegan. Otros optan por no hablar del tema.
Así por ej. un autor tan fervientemente evolucionista, o sea predispuesto a aceptar la asociación del fémur
con la bóveda craneal, como el Dr. Emiliano de Aguirre, prof. de Paleontología en la univ. Complutense de
Madrid, al efectuar un minucioso análisis de los restos del P.E. ¡ni siquiera menciona el fémur!30
De más está decir que esto no puede ser un “olvido”. Obviamente el autor no cree que el fémur perte-
nezca al sujeto del cráneo, pero no quiere negarlo explícitamente. Si lo creyera, sin duda que lo diría.
Alfred Romer, por su parte, una de las máximas autoridades mundiales en paleontología de los vert e-
brados, expresa sus reservas respecto al fémur de la siguiente manera:

“El hallazgo original (del P.E.) consistía meramente de una bóveda craneal con la que estaban más o
menos dudosamente asociados un fémur y varios dientes... Si el fémur está correctamente asociado,
P.E. había ya logrado una postura erecta”31.

Aún más explícito respecto a esta asociación es el conocido an-


tropólogo francés Camille Arambourg, quien expresa:

“No se conoce, en realidad, ningún hueso largo que pueda


atribuirse con certeza al Pitecántropo. Los seis fémures recogidos
por Dubois son en efecto, desde todo punto de vista idénticos a los
de los hombres actuales y sus dimensiones corresponde a indivi-
duos de talla relativamente elevada (1,60 - 1,70 m.) lo que no
guarda relación con la pequeñez constante de los cráneos de Pi-
tecántropo y sus caracteres arcaicos... (Es posible) que dichos
huesos (lo fémures) provengan de depósitos más recientes... y por
el momento es aconsejable no tomarlos en cuenta”32.

En realidad y a pesar de lo que formalmente digan muchos an-


tropólogos, la sensación que uno tiene al leer a los distintos autores es que
son muy pocos hoy los que están realmente convencidos de que el fémur
haya pertenecido al sujeto de la bóveda. No obstante como este dichoso
fémur es imprescindible para “armar” el caso, pocos son los que se deciden
a eliminarlo como evidencia.
Por otra parte, como afirmar categóricamente la asociación del
fémur con la bóveda podría generar una ruinosa polémica, se trata enton-
ces de proteger el fémur de esta polémica mediante el recurso de hacerse los
distraídos y no mencionarlo, o mencionarlo como al pasar, sin poner mucho La imaginación de los artistas para
reproducir lo que sería
énfasis en él.
“El Hombre de Java”
Pero Dubois definitivamente puso mucho énfasis en él, ya que fue
precisamente el fémur lo que le dio pie para reclamar categoría de “erecto” para su hallazgo.
Y en esto Dubois no se equivocaba pues con sólo una bóveda craneal y unos dientes no se puede inferir
remotamente si un ser caminaba erecto o no.
Incluso los investigadores que no mencionan el fémur, o que lo mencionan como al pasar, bien que le
sacan sin embargo todo el rédito posible para hacerlo “erecto” al Pitecántropo, ya que si no se basan en el fémur
para ello ¿me pueden decir por favor en qué se basan?

29 Andérez, Valeriano. “Hacia el Origen del Hombre”. (Univ. Pontificia, Comillas, Santander, 1956) p. 144 y sig.
30 Aguirre, Emiliano de, Crusafont M., Melendez B. “La Evolución”. (B.A.C., 1976) p. 692 y sig.
31 Romer, Alfred. “Vertebrate Paleontology”. (Univ. of Chicago Press, 1966) p. 226.
32 Arambourg, Camille. “La Génesis de la Humanidad”. (Eudeba, 1977) p. 121.

9
Si al P.E. le sacamos el fémur, literalmente se viene al suelo. Es decir, se derrumba como caso, ya que
deja de ser erecto. O por lo menos queda en el aire esa afirmación.
¿Y qué nos queda de P.E. si deja de ser “erecto”?
Nos queda una bóveda craneana con una capacidad estimada (es imposible medirla) entre 800 y 1000
c.c. y tres molares. Podemos agregar también algún trozo de mandíbula.
Los posteriores hallazgos de otros restos de P.E. por Von Koenigswald, en Sangirán (1937) no agregan
básicamente nada al original pues no incluyen más que otras (dos) bóvedas craneales, trozos de mandíbulas y
algunos dientes, sin huesos del resto del esqueleto. E insisto, la importancia atribuida al Pitecantropo está pr e-
cisamente en su condición de erecto y para eso es imprescindible el fémur.
Una bóveda craneana (o tres), unos trozos de mandíbulas y unos dientes.
¿Pero cómo?, dirá más de un lector sorprendido ¿eso es todo?
Efectivamente eso es todo. Es decir todo lo que hay de cierto.
Y esta legítima sorpresa del lector indica de qué manera se lo induce a error en este tema, en base a no
decirle la verdad o al menos no decírsela claramente.
Porque cuando uno observa las laminas en libros y revistas o las reconstrucciones en cera en 105 muse-
os de nuestro buen amigo Pitecántropo, en que hasta el color de sus ojos, la expresión de su rostro y, si me apu-
ran, el modelo de taparrabos que usaba, están representados, ¿cómo podría uno sospechar siquiera remota-
mente que lo que en realidad está mirando es un trozo de cráneo, un pedazo de mandíbula y algunos dientes?
Ya sé que no solo es perfectamente legítimo sino además muy interesante y hasta divertido hacer este tipo
de reconstrucciones –casi totalmente imaginarias– a condición de aclararle debidamente al público de lo que en
realidad se trata. Porque mostrar una reconstrucción de este tipo y permanecer rigurosamente en silen- cio sobre
su carácter imaginario, dándole así –en forma tácita– un carácter científico, constituye francamente un abuso de
buena fe. Para ser más claro, una estafa.
No crea el lector que esto es excesivamente duro de mi parte. Vea por ej. lo que decía –hace ya varios
años– una de las más prestigiosas revistas de antropología:

“A partir de un cráneo es absolutamente imposible reconstruir las características de cabellos, ojos,


nariz, labios, orejas, cejas, pliegues cutáneos, expresión, En suma es imposible reconstruir el aspecto de
la cara.
No obstante tales fantasiosas reconstrucciones son de encontrar en prácticamente todo libro que
trata de la evolución del hombre.
Es altamente deseable que tales reconstrucciones sean abandonadas porque causan verdadero
daño”33.

Y G. Simpson –el paleontólogo citado anteriormente– dice:

“Un paleontólogo prudente se queda a veces espantado por el grado de reconstrucción a que se entre-
gan los antropólogos, algunos de los cuales parecen harto dispuestos a reconstruir una cara a partir de
partes de un cráneo o un cráneo a partir de un trozo de mandíbula y así sucesivamente.
... los peores ejemplos aparecen en las publicaciones destinadas al gran público”34.

Volviendo a los restos del Pitecántropo digamos que por ser tan escasos nonos permiten fundamentar
ninguna conclusión, o peor aún, nos permiten “fundamentar” cualquiera. Porque con un trozo de cráneo y una
buena dosis de imaginación, se puede “reconstruir” prácticamente lo que uno quiera; desde los rasgos de la mona
Chita hasta los de un filósofo.
Así, varios antropólogos han considerado a P.E. simplemente como un mono. Entre ellos Obermaier (“el
gran mono de Java” lo llamaba este famoso antropólogo alemán), Virchow, M. Boule, G. Sergi, Kappers, Ra n-
ke35.
Otros, la mayoría entre los antropólogos más modernos, lo consideran un “hombre” inferior, es decir un
homínido en vías de “hacerse” Sapiens.
Otros en fin, lo consideran básicamente un hombre como nosotros.
33 American Journal of Physical Antropology. 6 (1948) p. 321. Citado por Custance A. The Fallacy of Antropological Recon-
struccions. Doorway Papers Nº 33, p. 9.
34 Simpson, Gaylord. Cold Spring Harbor Simposia on Quantitative Biology. 15 (1950): 57. Citado por Custance, A.D. Pa-

pers Nº 33, p. 18.


35 Ref. 28, p. 158 y 160.

10
Y esta discordancia entre los distintos autores nos está indicando claramente que con la evidencia dis-
ponible no se puede fundamentar una conclusión definitiva.
Quizá P.E. fue efectivamente un mono de gran tamaño como decían los antropólogos arriba menciona-
dos. Quizá, como sugiere el antropólogo americano Kraus, si un niño pitecántropo fuese criado en la sociedad
actual, seria básicamente igual a cualquier otra persona 36. Quizá fue una variedad de hombre con rasgos bestia-
les secundarios como vimos en el caso del Hombre de Neanderthal.
Como se ve hay para todos los gustos y opiniones siempre que aceptemos, con franqueza que con este tipo
de evidencia no es posible ninguna conclusión definitiva.
Como corolario de este análisis del P.E. quiero destacar dos cosas que rara vez se le dicen al público no
especializado y que a mi juicio serán de interés para el lector.
La primera es que Dubois, el descubridor del Pitecántropo, encontró también en las cercanías del lugar
del hallazgo, en Wadjack y en la misma capa geológica, dos cráneos enteros, perfectamente humanos que ocultó
cuidadosamente durante treinta años y que recién reveló en 1922 cuando un hallazgo semejante estaba apunto
de ser anunciado37.
Además de que este ocultamiento de evidencia constituye sin duda un acto de grave deshonestidad
científica por parte de Dubois, estos cráneos de Wadjack hacen particularmente difícil la interpretación del
Pitecántropo como antepasado del hombre moderno, pues aquí tenemos seres humanos perfectamente Sapiens
coexistiendo con el supuesto “eslabón intermedio”. ¿Y cómo podría un antepasado coexistir con su descendien-
te? Además qué razón valedera habría entonces para atribuir el fémur –que es humano– al Pitecántropo y no a
estos verdaderos hombres?
La segunda cuestión que creo será de interés para el lector no especializado es conocer que, a partir de
1935 y hasta su muerte acaecida en 1940, el mismo Dubois sostuvo que su supuesto Hombre de Java –P. E. –
¡no era nada más que un gibón de gran tamaño!38
Es importante destacar también que esta discrepancia respecto del Pitecántropo, entre la mayoría de los
antropólogos de la primera mitad del siglo –incluido su descubridor–, que lo consideraban mono y la mayoría
de los modernos que lo consideran hombre, se debe en gran medida al descubrimiento de otro fósil –el Hom-
bre de Pekín– que es el responsable de la credibilidad otorgada al P. E.
Como los restos de Java y Pekín han sido colocados en la misma categoría –Homo Erectus– al aceptar
el de Pekín (que al parecer tendría mejores credenciales), los antropólogos terminaron aceptando también el de
Java, como legítimo hombre. Pero no por méritos intrínsecos (ya hemos visto el carácter altamente cuestiona-
ble de los hallazgos) sino “a caballo” del de Pekín.
Veamos entonces, a continuación, este interesante fósil.

SINANTHROPUS PEKINENSIS
(Hombre de Pekín)

Como a pesar de la intensa búsqueda paleontológica, el supuesto “eslabón intermedio” entre el mono y el
hombre se resistía a aparecer, los antropólogos comenzaron a usar también la expresión "eslabón perdido" para
referirse a este hipotético ser.
Desde luego que lo científico hubiera sido usar la expresión “eslabón faltante” en todo caso, ya que para
decir que algo se ha perdido debemos tener evidencia de que realmente existió: evidencia que en este caso con-
sistiría en encontrar al “perdido”. Pero los antropólogos –que son gente habituada a la certeza– estaban tan
seguros de su existencia, que no vacilaron en crear esta expresión “eslabón perdido”.
En los últimos 150 años, numerosos han sido los restos fósiles aspirantes al sublime título de “eslabón
perdido”, aunque ninguno ha podido cumplir satisfactoriamente con los requisitos. Excepto uno. Hoy
estamos en condiciones de afirmar que si hay un fósil a quien legítimamente le corresponde el título de “eslabón
perdido” ese es sin lugar a dudas el Hombre de Pekín.
Efectivamente, se ha perdido.

36 Kraus, Bertram. “The Basis of Human Evolution”. (Harper and Row, N. York, 1964) p. 282. Citado por Klotz, John.
“Genes, Genesis and Evolution”. (Concordia Pub. House, U.S.A. 1972) p. 344.
37 Wend, Herbert. “Tras las Huellas de Adán”. (Noguer, Barcelona, 1958) p. 315. También ref. 19, p. 109.
38 Howell, William. “Mankind in the Making”. (Doubleday Press, N. York, 1967) p. 155. Citado por Gish, Duane. “Evolu-

tion, The Fossils say No”. (Creation Life Pub., California, 1979 p. 125. También Ref. 19, p. 119 y Ref. 28, p. 147.
11
Me refiero a que todo el material fósil sobre el que se basa la existencia de este homínido, encontrado
durante la década del 30 en Chukutien, a unos 50 km. de Pekín ha desaparecido por completo y nadie tiene la
menor idea de donde puede estar.
Si Ud. lector no conocía este hecho, especialmente si le interesa el tema y ha leído algo sobre él, sin duda
estará de acuerdo conmigo en que a esta noticia –que ya tiene unos 40 años de vida– no se le ha dado en abso-
luto la trascendencia que merece, por parte de aquellos que tienen la responsabilidad de esclarecer al público
sobre esos temas.
Efectivamente, a pesar de la importancia del hecho, parecer la no haber demasiado interés por parte de
las autoridades en la materia en hacer que el público tome acabada conciencia de esta realidad. Algunos
autores por ej., al escribir sobre el tema, ¡ni siquiera mencionan que los restos del H. de Pekín, han desaparecido!
Otros ponen una pequeña nota aclaratoria al respecto y siguen lo más campantes como si el asunto no
tuviera mayor importancia.
Como no puedo creer, ni que desconozcan el hecho, ni tampoco, que realmente consideren como algo
sin mayor importancia la desaparición de toda la evidencia original de un fósil, debo entonces concluir que tan-
to el no mencionar el asunto, como el no darle trascendencia, son sólo una forma de ocultar o minimizar ante el
público este hecho de importancia decisiva cual es la ausencia de toda evidencia original, del Hombre de Pekín.
–¿Y qué demonios paso con los restos? – se preguntará lógicamente el lector.
Bueno, la versión más o menos oficial sobre el destino de los restos del H. de Pekín, es que los japoneses
los hicieron desaparecer durante la Segunda Guerra Mundial.
Claro, como todos sabemos que los japoneses eran, por esa época, enemigos de la humanidad (fósiles
incluidos) y como además perdieron la guerra, esta versión de su culpabilidad encontró pronta y favorable aco-
gida en los medios académicos.
Si esto fue así o no, francamente no puedo decir. Lo que sí puedo decir es que esta versión sobre la res-
ponsabilidad de los japoneses tiene más de un punto oscuro, como
veremos más adelante.
De todas maneras, sea quien hubiere sido el responsable, el
hecho es que cualquiera que desee hoy estudiar este homínido, de-
pende en forma exclusiva de modelos y descripciones de los hallaz-
gos, realizados por investigadores que desde luego estaban buscan-
do el “eslabón intermedio”.
Que quede bien claro entonces, que todas esas fotos o dibu-
jos de “cráneos del H. de Pekín” que nos muestran los libros, no son
en absoluto de los cráneos originales sino sólo de los modelos en
pasta hechos por el antropólogo a cargo del caso: Franz Weiden-
reich. Cosa que muy rara vez se le explícita al lector.
Tampoco se le dice que salvo un par de fotos –muy deficien-
tes–, prácticamente no se tomaron fotos de los restos en el lugar y
momento del descubrimiento. Lo cual llama la atención pues está
reñido con los más elementales procedimientos de rutina en paleon-
tología.
Esto es doblemente lamentable considerando que los restos
originales han desaparecido. Antes de proseguir con el análisis de
este caso creo es menester convenir en que la ausencia de toda la
evidencia fósil original del H. de Pekín, descalifica, de entrada nomás,
cualquier especulación seria sobre este homínido ya que por
Reproducción del famoso cráneo del una elemental cuestión de método científico –que debe basarse en el
“Hombre de Pekín”
examen personal de la evidencia y no en la autoridad de nadie– no
podemos obviamente apoyarnos nada más que en un modelo, hecho según el criterio de un antropólogo, para
sacar conclusiones validas sobre el tema.
¿Qué tribunal por ej. aceptaría una “evidencia” de este tipo? Una cinta grabada pongamos por caso, ¿en
lugar de un testigo?
Ya sé que Weldenreich, el autor de los modelos, era un antropólogo famoso y respetado y todo eso, pero
desde el momento que nadie está exento de cometer errores, sus modelos del H. de Pekín no pueden constituir,
en sentido estricto, evidencia científica legítima sobre este homínido.

12
No obstante, como la mayoría de los antropólogos no comparten obviamente este criterio ya que insis-
ten en considerar a los modelos como evidencia legítima para fundamentar el caso, es oportuno entonces que
analicemos un poco estos modelos para ver qué valor podemos otorgarles, aun como evidencia indirecta. Pues
bien, a pesar de lo que digan (o mejor, dejen de decir) los antropólogos, creo que existen suficientes el e- mentos
de juicio como para poner seriamente en duda el grado de fidelidad de los modelos con el original.
Y entiendo que se puede decir esto, por dos importantes razones.
La primera de ellas es que al comparar las descripciones originales del cráneo del Sinántropo –hechas
por ej. por M. Boule39, E. Smith40, H. Breui41– con el modelo de Weidenreich se nota una sorprendente discor-
dancia que, francamente, se hace difícil atribuir nada más que a las pequeñas y lógicas discordancias que pue-
den existir entre distintos autores.
Así por ej. en sus descripciones originales, todos los autores arriba mencionados coinciden en destacar
el aspecto claramente simiesco del cráneo del Sinántropo y su pequeña capacidad craneal. En el modelo de
Weidenreich, por el contrario, el aspecto del Sinántropo es francamente humano, con una capacidad craneana
de 1000 a 1200 c.c. (¡dentro de la variabilidad del H. Sapiens!).
Esto, como digo, excede holgadamente el grado de variación lógica de autor a autor. Ningún antropólo-
go en su sano juicio podría llamar pequeña –aún sin medirla a una capacidad craneal de 1000 a 1200 c.c.
(Esta discrepancia entre las descripciones originales y el modelo, nos demuestra una vez más que al pa-
recer la evolución obra verdaderos milagros, ya que no sólo es capaz –según dicen los darwinistas– de trans-
formar un mono en un hombre, más también de transformar un fósil de un mono en un fósil de un hombre. Lo
cual supera ciertamente todas las expectativas).
Además de esta discordancia entre las descripciones originales y el modelo de pasta, hay otra razón im-
portante por la que no parece prudente aceptar este modelo artificial como evidencia científica, aun indirecta.
Esta razón se basa en el testimonio de un conocido antropólogo, uno de los más destacados de este siglo
y uno de los pocos que conoció tanto el original como el modelo.
Me refiero al holandés Von Koenigswald, quien en su libro “Meeting Prehistoric Man”, escribe los si-
guiente:

“Nuestro conocimiento real del H. de Pekín, no asciende a mucho. El cráneo es el elemento mejor co-
nocido y Weidenreich lo aprovecho para hacer una reconstrucción algo excesivamente idealiza- da...que
se dio en llamar Nelly”42.

Para luego agregar con fina ironía: “Nelly es una verdadera hija de la evolución”. Y más adelante coloca
estas significativas palabras:

“Pienso que mucha gente que ha admirado los espléndidos dibujos y fotografías (del modelo) en sus li-
bros (de W) se decepcionaría si viese los originales”43.

Creo que está perfectamente claro que a este autor –Von Koenigswald– la diferencia existente entre el
cráneo original y el modelo, le ha llamado lo suficientemente la atención como para ponerlo por escrito y sin
rodeos.
Y si el modelo está tan “excesivamente idealizado”, como para que nos “decepcionáramos si viésemoslos
originales”, ¿qué valor podemos atribuir a este modelo aun como evidencia indirecta?
Aclaro que no se de nadie que haya rebatido esta apreciación de Von Koenigswald. Y este antropólogo,
insisto, es uno de los pocos que tuvo oportunidad de conocer los originales y el modelo Los demás hablan de
oído.
Aparte de la ausencia de los restos originales y de los modelos “excesivamente idealizados” hay dos hechos
más, particularmente desastrosos para la credibilidad que se puede otorgar a este “homínido” de Chu- kutien.

39 Boule, Marcelline. “L’ Anthropologie”. Vol. 47 (1937) p. 21. Citado por Gish D. “Evolution, the Fossil say No” (Sovereign
Pub., Kent, 1977) p. 98.
40 Smith, Elliot. “Antiquity”. Vol 5, nª 17 (1931) p. 34. citado por Bowdwn, Malcom. “Ape-Men, Fact or Fallacy” (Sovereign

Pub., Kent, 1977) p. 98.


41 Breuil, Henry. “Bull. Geol. Soc. China”, Vol XI, nª 2 (1932) p. 15. Citado por Bowden M. “Ape-Men” , p. 98.
42 Von Koenigswald, G. “Meeting Prehistoric Man”. (Harper and Brothers, N. York, 1956) p. 51.
43 Ref. anterior, p. 55.

13
El primero es la existencia, en Chukutien, de una avanzada industria paleolítica; el segundo es la pre-
sencia en el lugar de restos fósiles humanos.
Porque ha de saberse que en realidad casi toda la pretensión de que los restos del Sinántropo eran de algo
más que un mono, se basó en la coexistencia en el lugar, de fósiles marcadamente simiescos (los modelos
francamente humanos vendrían después...) con huellas de actividad
inteligente (fuego) que inmediatamente se dio por sentado eran pro-
ducto de aquéllos.
Si a algún lector le parece un poco aventurado concluir que
porque un fósil coexista con huellas de alguna actividad, éstas tienen
necesariamente que ser producto de aquél, entonces ya somos por lo
menos dos.
Francamente no veo cómo, porque los restos de un mono coexistan con
evidencia de fuego –aun en ausencia de restos humanos– se puede
fundadamente concluir que el mono es el autor del fuego (¡con lo cual
deja de ser mono para pasar a ser homínido!).
De todas maneras así parece que piensan muchos antropólogos
y ellos tendrán sus razones. ¡Sea!.
Pero si luego resulta que las huellas de actividad inteligente no
son “primitivas” como corresponde a un dinámico mono que se está
haciendo hombre (o dicho en forma más elegante, a un “homínido pre-
sapiens”), sino que son elaboradas y complejas, entonces –aun con las
premisas de los mismos antropólogos– es ilegítimo atribuir esta activi-
dad a alguien que no sea el H Sapiens.
Si para colmo de desgracias quiere la mala suerte que además se
encuentren restos humanos, entonces el caso está concluido y hay que
dejarse de inventarle toda suerte de inclinaciones artesanales y pi- Teilhard de Chardin
rotécnicas al mono y atribuírselas a su legítimo autor, o sea el H. Sapiens.
Y esto es precisamente lo que ha pasado en Chukutien.

Lo que al principio parecía evidencia de una actividad “primitiva” resultó luego ser una avanzada indus-
tria calífera, con implementos de piedra y cuarzo semejantes a los del paleolítico medio (H. de Neanderthal) y
algunos, aun a los del paleolítico superior europeo (¡H. de Cromagnon!) 44, imposible de atribuir a un homínido
primitivo como se pretende habría sido el Sinántropo.
Esto que ya había sido señalado por paleontólogos de la talla de M. Boule, por ej. encontró su total con-
firmación al encontrarse los restos fósiles humanos, en 1933.
Teilhard de Chardin, el geólogo y paleontólogo de las excavaciones de Chukutien, en un artículo escrito
en 193445 donde menciona por primera vez el hallazgo de los restos humanos (descubiertos el año anterior), se
apresura a decirnos que estos restos se han encontrado en una “caverna superior” más moderna geológicamen-
te y sin ninguna relación con la “inferior” donde estaba el Sinántropo). (Es obvio en este artículo, el esfuerzo de
su autor para convencernos de que los restos humanos están efectivamente en un nivel “absolutamente dife-
rente” de los del Sinántropo).
Lo curioso es que Teilhard recién comienza a hablar de esta supuesta “caverna superior”, después que se
descubren los restos humanos. Antes, ni una palabra.
Ni él, ni Weidenreich, ni Breuil, ni Young, ni Pei, han visto ninguna “caverna superior”.
Es más, todos ellos (Teilhard incluido) coinciden en señalar la absoluta homogeneidad de la fauna (que
en sustancia significa la misma capa geológica) desde el nivel inferior al superior de Chukutien46. Sin
embargo, después de encontrados los restos humanos, la parte superior resulta de un período “totalmente
distinto” a la inferior.
A lo mejor será que la distinción entre las dos capas geológicas, en el terreno, era muy sutil y por eso no
lo vieron antes. Pero no; Teilhard insiste –no sea que quedara alguna duda– en que el nivel superior es absolu-
tamente distinto del nivel del Sinántropo.
Uno no puede menos que preguntarse ¿cómo es posible que siendo “absolutamente distinto” no se di-
eran cuenta antes?

44 Ref. 19, p. 161 y 162.


45 Teilhard de Chardin, P. “La aparición del hombre”. (Taurus, Madrid, 1965) p. 95.
14
46 Ref. anterior, p. 79.

15
¿Pero existe realmente -a pesar de lo que diga Teilhard- una caverna o por lo menos un nivel superior
en Chukutien, “totalmente distinto” del inferior?
Veamos.
Weidenreich, por ej. el antropólogo a cargo de las excavaciones, se refiere a esta supuesta caverna sup e-
rior, como la “así llamada” caverna superior es decir, que –aparentemente– no le consta que fuese realmente tal
y que estuviese separada geológicamente del nivel inferior47.
Y tan no debió creer Weidenreich en esta separación, que una de las mandíbulas que describe -aunque
“con reservas”- como del Sinántropo48, fue hallada precisamente en la parte superior en el mismo nivel de los
cráneos humanos.
A. J. Kelso por su parte, antropólogo de la Universidad de Colorado, U.S.A., tampoco cree en la separa-
ción de los dos niveles, basándose para ello en la semejanza de los implementos de piedra hallados en todos los
niveles de Chukutien49.
Pero y entonces ¿por qué insiste Teilhard de Chardin, en que el nivel superior es “totalmente distinto” del
inferior?
La fauna; ahí está la explicación dice Teilhard.
Los animales asociados a los restos de H. Sapiens, serían totalmente diferentes de los asociados al
Sinántropo, por consiguiente los niveles respectivos son de distinto período geológico.
Sin entrar a considerar la validez intrínseca de esta argumentación, aceptemos lo que el experto dice. Los
animales asociados al H. Sapiens –nos informa Teilhard– incluyen entre otros al ciervo Sika, al tigre, al oso,
etc50. Y como para que no queden dudas los enumera dos veces en la misma página; olvidándose al par e- cer,
que en un artículo escrito tres años antes51 –cuando todavía no se habían descubierto los restos de H. Sa- piens–
al describir la fauna asociada al Sinántropo mencionaba, entre otros, al ciervo Sika, al tigre, al oso, etc.
¡Sí, estimado lector, los mismos animales que ahora nos dice están asociados al H. Sapiens!, lo cual indicaría –
según el propio Teilhard– la misma capa geológica.
¿Qué pasó entonces con el nivel superior “absolutamente distinto” del inferior evidenciado por la dife-
rente fauna asociada? ¡¡Si la fauna es la misma!!
Lo que pasa es que este nivel superior “absolutamente distinto” sólo existe en la mente de Teilhard de
Chardin, no en el terreno; ¡por eso es que no lo vieron antes!
Y podemos estar seguros de que esto es así, pues el propio Teilhard se encarga de decírnoslo (involunta-
riamente supongo), ya que en el mismo artículo de 1934, luego de haber hablado de todo este asunto de la “ca-
verna superior”, “absolutamente distinta” etc., a vuelta de página inocentemente reconoce que esto de la sepa-
ración de niveles no es un hecho sino sólo una interpretación; es decir no una observación sino una hipótesis.

Transcribo:

“Actualmente solo hay una interpretación en presencia de este hecho (hallazgo de fósiles humanos) y la
hemos aceptado. Es admitir que los depósitos de la nueva gruta (superior) de Chukutien son de una edad pleis-
tocénica y que su cultura representa un Paleolítico superior. Todo encaja dentro de esta hipótesis”52.
¡A martillazos encajará! Pero de todas formas ahora sí está claro.
El nivel superior, “absolutamente distinto” no es un hecho que esté en el terreno, sino sólo una hipótesis
en la mente de este autor (y de todos los que lo citan, aparentemente sin leerlo).
El hecho real es que los restos humanos coexisten básicamente con la misma fauna y con los mismos
instrumentos que el Sinántropo lo cual indica claramente que son del mismo nivel geológico. Como
aceptar este hecho representa el fin del Sinántropo como antepasado del hombre, se inventa entonces (o digamos
que “se acepta”) un nivel superior, “absolutamente distinto” geológicamente para darle así tiempo al Sinántropo
de “evolucionar” hasta H. Sapiens.
En síntesis; aparte de que la ausencia de los restos originales del Sinántropo, le quita todo valor proba-
torio a este hallazgo, y aparte también de que los modelos no parecen muy convincentes en cuanto a su fidel i-

47 Weidenreich, Franz. “Apes, giants and Man”. (Univ. of Chicago Press, 1965) p. 86. Citado por Gish, D. “Evolution, the
Fossil say No”. (Creation Life Pub. Calif. 1979) p. 142.
48 Weidenreich, F. “Skul of Sinanthropus Pekinensis”, Geol. Survey of China (Pal. Sin.) Whole Series 127, New Series D, nª

10, p.1-484. Citado por Bowden, M. “Apen-Men” p. 110.


49 Kelso, A. J. “Origen y Evolución del Hombre”. (Ed. Bellaterra, Barcelona, 1978) p. 185.
50 Ref. 44, p. 95.
51 Ref. 44, p. 79.
52 Ref. 44, p. 96.

16
dad, entiendo que la presencia del H. Sapiens en el mismo nivel del Sinántropo, hace que cualquier pretensión
de mostrar a este ser como un antepasado del hombre no sea más que una mera conjetura, insostenible a la luz
de los hechos.
No quiero cerrar este capítulo, sin antes analizar algunos aspectos relacionados con la desaparición de
los restos del Sinántropo, que –créame lector– plantean interesantes cuestiones.
Como habíamos visto, la versión oficial sobre el destino de los restos es la de que los japoneses los hicie-
ron desaparecer durante la guerra.
Esta versión es, desde el vamos, una maliciosa deformación de la versión original que debemos a un tal
coronel Ashurst –comandante de los marines americanos en Pekín al comienzo de la guerra– quien, poco des-
pués de terminada la contienda, en una entrevista periodística 53 dice que los japoneses “habrían”, “quizás”,
“posiblemente” tirado los fósiles del tren donde eran transportados, confundiéndolos con “alimentos envasa-
dos” (¡sic!).
¡Confundir restos fósiles con alimentos envasados! No pequeña hazaña realmente. ¡Y encima tirarlos!
Vamos.
Poco faltó ciertamente para que este coronel nos dijera que los soldados del Mikado se habían hecho un
sabroso puchero con los huesos. Sería más lógico.
Pero no seamos desacatados y aceptemos la versión de Ashurst, en la que es evidente por de pronto no
sólo su carácter conjetural, sino también que la desaparición de los restos no habría sido un robo por parte de
los japoneses –como maliciosamente se sugiere– sino el producto de una confusión. Es decir un accidente pro-
pio de las circunstancias de la guerra.
Y esto es coherente pues los japoneses ocupaban Pekín desde 1937 y en todo ese tiempo (cuatro años)
seguramente no les hubiera faltado oportunidad de "hacer desaparecer" los restos si ésa hubiera sido su inten-
ción.
Por el contrario, los japoneses estaban muy interesados en que se continuaran los estudios sobre este
fósil, que supuestamente demostraba la antigüedad del hombre asiático {y servía por consiguiente a su concep-
ción ideológica) y después de la desaparición, entiendo que realizaron pesquisas para encontrar los restos, apa-
rentemente sin resultado.
Pero volvamos a la versión de Ashurst según la cual los restos son tirados, por error, del tren donde eran
transportados.
¿Y qué hacían los fósiles en un tren? Eran evacuados al puerto de Chinwangtao para ser embarcados
rumbo a EE. UU. Ajá.
¿Y por qué iban rumbo a ese país? ¿No se trataba acaso de un fósil asiático? Sí, pero se lo enviaba a EE.
UU. para protegerlo de los malos. ¡Aah!
¿Y cuándo ocurrió esto? En diciembre de 1941, dice Ashurst. Bien.
¿Qué sucede mientras tanto con los investigadores a cargo de este fósil? Weidenreich a mediados de 1941
se ha ido a América. Pei y Teilhard de Chardin están en Pekín, ocupado por los japoneses.
¿Detenidos, internados, perseguidos? Nada de eso. Siguen tranquilamente con su trabajo en el laborato-
rio de Pekín, sin que nadie los moleste 54. Los japoneses incluso le brindan protección militar (!) a T. de Chardin
en alguna oportunidad en que éste necesita trasladarse hasta el lugar de las excavaciones, Chukutien (a 50 km
de Pekín), zona abierta en ese momento55.
Llega diciembre de 1941. Desaparecen los restos según la versión oficial.
Obviamente tanto Pei como T. de Chardin no pueden ignorar esto. Ellos están ahí, con los fósiles. En todo
caso podrán no saber (?) cómo fue exactamente que desaparecieron y quiénes fueron los responsables.
Pero es absolutamente inconcebible que ignoren que han desaparecido los restos.
Sin embargo Teilhard de Chardin en un artículo sobre el H. de Pekín publicado en 1943 56 ¡¡no dice abso-
lutamente una palabra de que los restos hayan desaparecido!!
Confieso que además de las incoherencias del relato de Ashurst -lo cual sería al fin y al cabo circunstan-
cial- este silencio inexplicable de Teilhard sobre la desaparición de los restos, fue lo que me impulsó a ahondar
un poco más en este asunto.
Como no faltará quien intente atribuir este silencio a la “censura japonesa” –Teilhard sigue en Pekín en-
tonces– me apresuro a decir que este mismo artículo es reproducido en la revista Psyché en 194857 sin ninguna
53 Reproducida en el New York Times del 5 de enero de 1952.
54 Teilard de Chardin, P. “Nuevas Cartas de Viaje”. (Taurus, Madrid, 1967) p. 28 a 84.
55 Ref. anterior, p. 64.
56 Ref. 44, p. 121.
57 Ref. 44, p. 158.

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nota aclaratoria que mencione absolutamente nada sobre la desaparición de los restos. Es decir que debemos
suponer acaso que seis años después que los restos han desaparecido (fueran los japoneses o Mandrake) y dos
años después de que la versión de Ashurst ha circulado en los periódicos, este investigador, personalmente in-
volucrado en el estudio del fósil, ¿¿no se ha enterado todavía que los restos han desaparecido??
Como esta suposición es claramente absurda, sólo puedo concluir que Teilhard de Chardin, por alguna
razón, no quiere hablar públicamente sobre la desaparición de los restos
¡A menos que los restos no hubieran desaparecido! En cuyo caso es lógico que no dijera nada. Pero no,
tampoco. Pues en este caso tendría que haber refutado la versión de Ashurst, cosa que no hace.
Como ven el asunto no es tan simple como parecía.
Para complicar aún más las cosas, en enero de 1952, Pei, el otro investigador de Chukutien (Weiden- reich
ha muerto en 1948) ¡acusa públicamente a los norteamericanos por la desaparición del fósil!58 Los
norteamericanos niegan.
¿Qué dice entonces Teilhard de Chardin –que está en EE. UU. en esa época– ante la acusación formal y
pública de su compañero de equipo, él, que es ahora (muerto Weidenreich) el principal responsable de este fósil?
Pues ¡¡NADA!! Sí lector, como lo oye, ni una palabra; escrita al menos y con carácter público. Esto
es -una vez más- inexplicable. Uno pensaría que él estaba ciertamente obligado a tomar posición, públi- camente,
sobre el tema. Aunque más no fuera para decir que no sabía exactamente qué había pasado con los restos.
¿Cómo es posible que permaneciera en silencio ante la acusación de Pei?
Para colmo hoy sabemos que Teilhard no estaba de acuerdo con la acusación de Pei, o por lo menos dice
no estar de acuerdo en carta personal a H. Breuil, en la que llama “absurda” a tal acusación, aceptando como
válida la versión de Ashurst59.
O sea, que Teilhard de Chardin, que es ahora la máxima autoridad sobre el Sinántropo; que ha vivido
todas las circunstancias de la guerra y de la desaparición de los restos ahí, en Pekín, y que encima dice en su
correspondencia que la acusación de Pei es “absurda”, ¡no la refuta públicamente!
¿Es ésta una forma lógica de proceder?
El tenía –creo yo– la ineludible obligación de hablar y esclarecer, pero calló.
Como en 1943, como en 1948, como siempre hasta su muerte en 1955.
¿Cómo se explica este silencio de Teilhard? ¿Es que hay algún motivo que desconocemos por el cual este
autor no quiere hablar públicamente sobre la desaparición del fósil?
Porque creo que está claro que este silencio no puede ser espontáneo. Tiene que ser intencional; y si hay
intención hay motivo.
Esto es para mí francamente un misterio. Y más misterioso aún que los expertos en el tema, los pale-
ontólogos, los antropólogos, incluso los biógrafos de Teilhard, guarden también absoluto silencio sobre este
silencio.
¿Es que realmente consideran que no tiene ninguna importancia?
Y desde luego no puedo creer que esto no le haya llamado la atención a nadie. Si me ha llamado la aten-
ción a mí –que soy propiamente nadie– con mayor razón a los expertos.
Más aún, ¿no le parece lector que en toda esta historia de la desaparición de los restos del Sinántropo,
son demasiadas las incoherencias, las versiones contradictorias, las actitudes ilógicas, los silencios inexplica-
bles, como para que los expertos no digan una palabra sobre esta cuestión?
Consulte el lector cualquier libro sobre el tema y comprobará lo que le digo.
A lo sumo encontrará una pequeña nota al pie de página diciendo que los japoneses hicieron desapare-
cer los restos y luego las consabidas disquisiciones sobre las características anatómicas y evolutivas del H. de
Pekín (del modelo de pasta, claro) y su significación como antepasado del hombre.
Con el debido respeto considero que hablar sobre el H. de Pekín y omitir toda referencia a las cuestiones
que acabo de hacer mención, es una forma totalmente inapropiada –e inaceptable– de tratar el tema. Dema-
siados interrogantes quedan sin respuesta.
Si los expertos hablaran, es de suponer que nos darían una explicación satisfactoria sobre estas cuestio-
nes. Como lamentablemente no lo hacen, nos quedan nomás esos interrogantes sin aclarar.
Con el agravan te de que existe una versión sobre la desaparición de los restos del Sinántropo que plan-
tea una grave acusación contra los investigadores involucrados en este caso. Versión que por cierto jamás apa-

58 Ref. 53, p. 131.


59 Ref. 53, p. 131.

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rece en los libros de las autoridades en la materia, pero que de todas maneras existe, y con un autor que pone
su nombre y apellido detrás de ella.
Me refiero a la versión de Patrick O’Connell sacerdote irlandés, misionero en China durante la época de
los descubrimientos y un profundo conocedor del tema de los fósiles.
Según este autor los restos originales del Sinántropo habrían sido destruidos –aprovechando las cir-
cunstancias de la guerra– por alguno de los mismos antropólogos a cargo del caso (¿Pei?) para sustraerlos al
examen de los científicos que hubieran descubierto de este modo la superchería de hacer un antepasado del
hombre de los restos de mono encontrados originalmente60.
Como ve lector, esto es muy grave, pues ya no se trata de una diferencia de interpretación de los restos
del Sinantropo sino de una acusación concreta de fraude científico.
Aclaro que me faltan elementos de juicio para saber si O’Connell tiene o no razón 61, pero de la misma
manera que presenté la versión oficial y la de Pei sobre la desaparición de los restos, me pareció que el lector
tenía derecho a conocer también esta otra.
Sin embargo los antropólogos y paleontólogos sí deberían tener los suficientes elementos de juicio para
expedirse con autoridad sobre esta versión. Y el hecho es que no lo hacen. Pues no he podido encontrar en ningún
libro escrito por un antropólogo o paleontólogo profesional sobre el tema, la más mínima referenc ia a esta
versión de O’Connell.
¡No puedo creer que no la conozcan! Y si la conocen ¿por qué no toman posición frente a ella?
Si la consideran equivocada; ¿cómo es que no la refutan?
Porque una interpretación errónea (o aun aviesa) se destruye con una adecuada refutación; no con el si-
lencio sistemático.
Pienso que los expertos en el tema están obligados a tomar posición frente a esta denuncia de O’Connell.
Acá está planteada una grave acusación que exige una adecuada respuesta y entiendo que el silencio sepulcral no
constituye una adecuada respuesta.
Pero hay aún otra cuestión que los expertos deberían aclarar en este caso.
Cuando se descubre el primer cráneo de Sinántropo, 2 de diciembre de 1929, se encuentran junto con él
diez esqueletos fósiles enteros (excepto las cabezas) –supuestamente del Sinántropo– según consignan el New
York Times del 16-12-1929 y la revista Nature del 28-12-192962.
Esqueletos que pareciera habérselos tragado la tierra, pues no he podido encontrar la menor referencia
sobre ellos en ninguna de las obras consultadas sobre el tema. (!!)
Si se trató de una falsa noticia, producto de un error periodístico, ¿cómo es que nadie la desmintió?.
Si no fue un error periodístico, ¿qué pasó con esos esqueletos?
Que la noticia del hallazgo de estos restos no puede haber sido un simple error periodístico, se despren-
de no sólo de la ausencia de un desmentido (y de la seriedad de las publicaciones mencionadas) sino además que
en las ediciones del N. Y. Times del 16 y 18 de diciembre aparecen las opiniones sobre estos esqueletos, de varios
de los más destacados antropólogos de la época: Elliot Smith, Arthur Keith, Ales Hrdlicka; por lo que debemos
entonces asumir que estos restos fueron efectivamente encontrados. Y si fueron encontrados, ¿por qué nadie los
menciona?
Yo supongo que en algún libro deben estar descriptos, pero ¿cómo es posible que en toda la obra de
Teilhard de Chardin por ej. –uno de los principales responsables de este caso– no exista la menor alusión a estos
diez esqueletos encontrados en 1929?
¿Cómo se explica que este investigador, que es el paleontólogo agregado oficialmente a las excavaciones
y que en 1930 –a pocas semanas del hallazgo– escribe un artículo sobre el Sinántropo 63, no diga una palabra
sobre los diez esqueletos encontrados junto con el cráneo? (y que mejor oportunidad para desmentir la noticia si
se había tratado de un error de información).
Es importante señalar que tanto A. Keith como A. Hrdlicka en esas mismas notas del N. Y. Times, po- nen
en duda que estos restos sean tan antiguos como se pretende (o sea de la edad que correspondería al Sinántropo)
y sugieren que podría tratarse de restos modernos.

60 O’ Conell, Patrik. “Science of Today and the Problem of Genesis”. (Christian Book Club of America, Calif. 1969) Tomo I,
citado por Gish, D. “Evolution, the Fossil say No”. (Creation Life Pub., Calif. 1979) y entre nosotros por Meinvielle, Julio.
“Teilhar de Chardin o la Religión de la Evolución”. (Theoría, 1965) p. 95.
61 Ni siquiera he podido leer la obra de este autor que está totalmente agotada y no se encuentra en ninguna biblioteca.
62 Debo agradecer especialmente a mis amigos, los hermanos Dr. José (Pepe) y Dr. Raúl García merced a cuyas diligencias

pude conseguir fotocopias de estos artículos. El dato lo tomé del magnífico libro de Malcom Bowden, “Apen-Men”, quien lo
toma a su vez del libro de O’Connell “Science of today and the Problem of Genesis”.
63 Ref. 44, p. 75.

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Huelga destacar que si los restos eran de hombres modernos y coexistían con el Sinántropo, adiós nue-
vamente cualquier pretensión de mostrar a éste como un antepasado del hombre.
Pero esto es aparte. Lo fundamental es ¿qué pasó con estos esqueletos?
Y es fundamental pues si estos fósiles fueron efectivamente encontrados y los investigadores a cargo del
caso han evitado toda mención sobre ellos, entonces estaríamos en presencia de un acto de ocultamiento de
evidencia, lo cual da fundamento para cuestionar formalmente la honestidad y el rigor científico con que se ha
manejado este caso.
Conclusión que es ciertamente muy desagradable pero del todo legítima a menos que se dé una explica-
ción satisfactoria sobre estos restos de 1929.
Como no sé de ningún antropólogo en el mundo que cuestione qué pasó con estos esqueletos, supongo
–una vez más– que los expertos tendrán sin duda una explicación satisfactoria sobre este asunto. Explicación
que deberían proporcionar al público no sólo para aclarar este caso, sino también porque el hecho de permane-
cer en silencio frente a una irregularidad de esta naturaleza podría ser interpretado como una forma de compli-
cidad con ella.
Y para concluir con este capítulo del H. de Pekín quiero señalar a vuelo de pájaro algunas otras inco-
herencias que fui descubriendo a medida que ahondaba el tema.
Teilhard de Chardin por ej. en el artículo comentado de 1934 64, dice que se han encontrado en Chuku-
tien restos fósiles humanos (Sapiens), en otro artículo de 193765 en cambio dice –explícitamente– que no se han
encontrado restos humanos en Chukutien (!!); en 194366, vuelve a decir que se han encontrado restos humanos.
(Los mismos que había mencionado en 1934).
Houghton Brodrick, conocido antropólogo inglés, no coincide con la cifra de los cráneos humanos des-
cubiertos, pues aunque T. de Chardin habla de 3 cráneos, Brodrick dice que se han encontrado “los cráneos y
algunos otros huesos de siete individuos humanos”; aunque luego describe sólo seis. (Que de todas maneras no
son 3)67.
T. de Chardin en su artículo de 1934 da a entender que los restos humanos han sido descubiertos en 1933;
Brodrick en cambio dice que en 1930 68, Weidenreich por su parte en un artículo de 1935 69 dice que no se han
encontrado en Chukutien otros restos que los del Sinantropo (!!).
¿Alguien entiende esto?
Pero hay más aún.
T. de Chardin en su artículo de 1943 dice:

“De manera general, sin duda, el Sinántropo por el conjunto de sus caracteres anatómicos más ese n-
ciales queda situado del lado y al lado del hombre”70.

Y al final de la misma página dice:

“el Sinántropo se halla más cerca de los grandes antropoides actuales, que del hombre mismo” (!!). Con

referencia a los huesos del muslo (fémur) encontrados del Sinántropo, H. Brodrick dice que se re-
cogieron 7 fémures71; E. de Aguirre dice en cambio que son 7 fragmentos de fémur 72; T. de Chardin dice que en
total se encontraron algunos fragmentos de huesos de los miembros73.
Respecto a la cantidad de cráneos hallados del Sinántropo hay también no pocas discrepancias pues
Teilhard dice (en 1943 cuando ya han terminado las excavaciones) que son 6 74; Brodrick que son 775; D. Pilbe-
am apunta 1276; E. de Aguirre 14 (!)77.

64 Ref. 44, p. 95.


65 Ref. 44, p. 114.
66 Ref. 44, p. 149.
67 Ref. 19, p. 168.
68 Ref. 19, p. 167.
69 Weidenreich, F. “The Sinanthropus Population of Choukoutien”. Bull. Geol. Soc. China, Vol. 14, Nª 4, 1935. Citado por

Bowden, M. “Ape-Men, Fact or Fallacy?” (Soverign Pub. Kent, 1977) p. 112.


70 Ref. 44, p. 127.
71 Ref. 19, p. 153.
72 Ref. 29, p. 695.
73 Ref. 44, p. 122.
74 Ref. 44, p. 122.

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Al parecer no es sólo el peso argentino el que sufre de inflación.

Y a esta altura del análisis estimado lector decidí parar, pues se me hizo claro de pronto que es absolu-
tamente inútil pretender cuestionar o refutar este caso.
¡No tiene la suficiente coherencia científica para ello!
Algo en mi interior me dice que estamos en presencia de uno de los hallazgos más inconmovibles en la
historia de la Antropología.

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