Guerra Civil Española

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Guerra civil española

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Guerra civil española

Parte de período de entreguerras

Collage guerra civile spagnola.png

Partiendo de arriba a la izquierda, en el sentido de las agujas del reloj: un tanque republicano en la
batalla de Belchite; Granollers tras ser bombardeada por la aviación nazi en 1938; una bomba en el
Sáhara; tropas durante el asedio del Alcázar de Toledo; un cañón antiaéreo del bando sublevado durante
el asedio de Madrid; y el batallón Lincoln.

Fecha 17 de julio de 1936-1 de abril de 1939 (2 años, 8 meses y 15 días)

Lugar Españaa

Casus belli Fracaso parcial del golpe de Estado de julio de 1936

Resultado Victoria del bando sublevado e implantación de la dictadura de Francisco Franco

Consecuencias Véanse Consecuencias

Beligerantes

Bandera de España Bando republicano

Apoyado por:

Bandera de la Unión Soviética Unión Soviética

Bandera de México México

Bando sublevado

Apoyado por:

Bandera de Alemania nazi Alemania

Bandera de Italia Italia

Bandera de Portugal Portugal

Fuerzas en combate

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Bajas

175 000 muertos2 110 000 muertos2

~500 000

~120 000 en retaguardia3

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Guerra civil española

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Guerra aérea durante la

Guerra Civil Española

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Guerra naval durante la

Guerra Civil Española

La guerra civil española o guerra de España,4567 también conocida por los españoles como la Guerra
Civil por antonomasia,89 o simplemente la Guerra, fue un conflicto bélico —que más tarde repercutiría
también en una crisis económica— que se desencadenó en España tras el fracaso parcial del golpe de
Estado del 17 y 18 de julio de 1936 llevado a cabo por una parte de las fuerzas armadas contra el
Gobierno de la Segunda República. Tras el bloqueo del Estrecho y el posterior puente aéreo que, gracias
a la rápida colaboración de la Alemania nazi y la Italia fascista, trasladó las tropas rebeldes a la España
peninsular en las últimas semanas de julio,1011 comenzó una guerra civil que concluiría el 1 de abril de
1939 con el último parte de guerra firmado por Francisco Franco, declarando su victoria y estableciendo
una dictadura que duraría hasta su muerte, el 20 de noviembre de 1975.

La guerra tuvo múltiples facetas, pues incluyó lucha de clases, guerra de religión, enfrentamiento de
nacionalismos opuestos, lucha entre dictadura militar y democracia republicana, entre revolución y
contrarrevolución, entre fascismo y comunismo.12

A las partes del conflicto se las suele denominar bando republicano y bando sublevado:

El bando republicano estuvo constituido en torno al Gobierno, formado por el Frente Popular, que a su
vez se componía de una coalición de partidos republicanos —Izquierda Republicana y Unión Republicana
— con el Partido Socialista Obrero Español, a la que se habían sumado los marxistas-leninistas del
Partido Comunista de España y el POUM, el Partido Sindicalista de origen anarquista y en Cataluña los
nacionalistas de izquierda encabezados por Esquerra Republicana de Catalunya. Era apoyado por el
movimiento obrero y los sindicatos UGT y CNT, los cuales también perseguían realizar la revolución
social. También se había decantado por el bando republicano el Partido Nacionalista Vasco, cuando las
Cortes republicanas estaban a punto de aprobar el Estatuto de Autonomía para el País Vasco.

El bando sublevado, que se llamó a sí mismo «bando nacional», estuvo organizado en torno a parte del
alto mando militar, institucionalizado inicialmente en la Junta de Defensa Nacional sustituida tras el
nombramiento de Francisco Franco como generalísimo y jefe del Gobierno del Estado. Políticamente,
estuvo integrado por la fascista Falange Española, los carlistas, los monárquicos alfonsinos de
Renovación Española y gran parte de los votantes de la CEDA, la Liga Regionalista y otros grupos
conservadores. Socialmente fue apoyado por aquellas clases a las que la victoria en las urnas del Frente
Popular les hizo sentir que peligraba su posición; por la Iglesia católica, acosada por la persecución
religiosa desatada por parte de la izquierda nada más estallar el conflicto y por pequeños propietarios
temerosos de una «revolución del proletariado». En las regiones menos industrializadas o
primordialmente agrícolas, los sublevados también fueron apoyados por numerosos campesinos y
obreros de firmes convicciones religiosas.13

Ambos bandos cometieron graves crímenes en el frente y en las retaguardias, como sacas de presos,
paseos, desapariciones de personas o tribunales extrajudiciales. La dictadura de Franco investigó y
condenó severamente los hechos delictivos cometidos en la zona republicana, llegando incluso a instruir
una Causa General, todo ello con escasas garantías procesales. Por su parte, los delitos de los vencedores
nunca fueron investigados ni enjuiciados, a pesar de que algunos historiadores14 y juristas1516
sostienen que hubo un genocidio en el que, además de subvertir el orden institucional, se habría
intentado exterminar a la oposición política.c

Las consecuencias de la Guerra Civil han marcado en gran medida la historia posterior de España, por lo
excepcionalmente dramáticas y duraderas: tanto las demográficas —mortandad y descenso de la
natalidad que marcaron la pirámide de población durante generaciones— como las materiales —
destrucción de las ciudades, la estructura económica, el patrimonio artístico—, intelectuales —fin de la
denominada Edad de Plata de las letras y ciencias— y políticas —la represión en la retaguardia de ambas
zonas, mantenida por los vencedores con mayor o menor intensidad durante todo el franquismo, y el
exilio republicano—, y que se perpetuaron mucho más allá de la prolongada posguerra, incluyendo la
excepcionalidad geopolítica del mantenimiento del régimen de Franco hasta 1975.

Índice

1 Antecedentes

1.1 El Gobierno del Frente Popular (febrero-julio de 1936)

1.2 La violencia política


2 El detonante: el golpe de Estado de julio de 1936

2.1 La conspiración militar

2.2 El golpe del 17 al 20 de julio

3 Las operaciones militares

3.1 Los dos ejércitos

3.2 Julio-octubre de 1936: avance sobre Madrid y campaña de Guipúzcoa

3.3 Noviembre de 1936-marzo de 1937: la batalla de Madrid y la toma de Málaga

3.4 Marzo-noviembre de 1937: la campaña del Norte y las batallas de Brunete y Belchite

3.5 Diciembre de 1937-noviembre de 1938: de la batalla de Teruel a la batalla del Ebro

3.6 Diciembre de 1938-febrero de 1939: ofensiva sobre Cataluña

3.7 Febrero-marzo de 1939: la vuelta de Negrín y la resistencia de la zona Centro-Sur

3.8 Marzo de 1939: derrota de la República

4 La guerra naval

5 La guerra aérea y los bombardeos sobre poblaciones

6 Evolución de la zona sublevada

6.1 La Junta de Defensa Nacional

6.2 El general Franco, «generalísimo» y «caudillo»

6.3 El Decreto de Unificación de abril de 1937

6.4 El nacimiento del «Nuevo Estado»

7 Evolución de la zona republicana

7.1 La reacción del gobierno a la sublevación militar

7.2 La revolución social de 1936 y el gobierno de José Giral (julio-septiembre de 1936)

7.3 El gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937)

7.4 El gobierno de Juan Negrín (mayo de 1937-marzo de 1939)

8 La dimensión internacional del conflicto y la intervención extranjera

8.1 La política de «no intervención» de Gran Bretaña y Francia

8.2 La intervención extranjera en favor de los sublevados


8.3 La intervención extranjera en favor de la República

8.4 La financiación de la guerra y «el oro de Moscú»

9 La Iglesia y la guerra civil española

9.1 La Iglesia católica en la zona sublevada

9.2 La Iglesia católica en la zona republicana

10 La represión en las retaguardias

10.1 Investigación de los crímenes

11 Consecuencias

11.1 Consecuencias económicas

11.2 Víctimas de la Guerra Civil

11.3 La represión franquista de la posguerra y el exilio republicano

11.4 Relaciones internacionales

11.5 Las regiones devastadas

12 Memoria histórica

13 La Guerra Civil en el arte

13.1 Cine

13.2 Novela

13.3 Cuento y relato

13.4 Literatura infantil y juvenil

13.5 Teatro

13.6 Poesía

13.7 Música

13.8 Revistas satíricas

13.9 Historieta

13.10 Pintura y escultura

13.11 Artes gráficas, cartelismo y revistas

13.12 Fotografía
13.13 Videojuegos

14 Véase también

15 Notas

16 Referencias

17 Bibliografía

18 Enlaces externos

Antecedentes

Portada de la Constitución de 1931

Artículo principal: Segunda República Española

En enero de 1930 el general Miguel Primo de Rivera reconoce el fracaso de la Dictadura que había
instaurado en septiembre de 1923 con el apoyo del rey y dimite.19 Alfonso XIII nombra entonces como
presidente del gobierno al general Dámaso Berenguer, pero este no consigue devolver a la monarquía la
«normalidad constitucional» (este período fue conocido como «Dictablanda») y es sustituido en febrero
de 1931 por el almirante Juan Bautista Aznar, quien convoca elecciones municipales para el domingo 12
de abril.20 Las elecciones son ganadas en las ciudades por las candidaturas republicano-socialistas
surgidas del Pacto de San Sebastián de agosto de 1930 y el martes 14 de abril el rey Alfonso XIII, ante las
dudas de la Guardia Civil y del Ejército a utilizar la fuerza para frenar las multitudinarias manifestaciones
prorrepublicanas que inundan las principales ciudades, abandona el país. En Madrid el «comité
revolucionario» republicano-socialista proclama la República y asume el poder como Gobierno
Provisional presidido por Niceto Alcalá-Zamora.21

Durante el primer bienio de la Segunda República española se aprueba la nueva Constitución


republicana y el gobierno de coalición de republicanos de izquierda y de socialistas presidido por Manuel
Azaña, formado el 15 de diciembre de 1931 tras rechazar el Partido Republicano Radical su participación
en el mismo por estar en desacuerdo con la continuidad en el gobierno de los socialistas, profundiza las
reformas iniciadas por el Gobierno Provisional cuyo propósito es modernizar la realidad económica,
social, política y cultural españolas. El nuevo gobierno se formó tras la elección de Niceto Alcalá Zamora
como presidente de la República, quien confirmó a Manuel Azaña como presidente del Gobierno.

No obstante, el amplio abanico de reformas que emprendió el gobierno «social-azañista» encontró gran
resistencia entre los grupos sociales y corporativos a los que se intentaba «descabalgar» de sus
posiciones adquiridas: los terratenientes, los grandes empresarios, financieros y patronos, la Iglesia
católica, las órdenes religiosas, la opinión católica, la opinión monárquica o el militarismo «africanista».
Este último organizó un fracasado golpe de Estado en agosto de 1932 encabezado por el general
Sanjurjo.22 Pero también existió una resistencia al reformismo republicano de signo contrario: el del
revolucionarismo a ultranza, que encabezaron las organizaciones anarquistas (la CNT y la FAI). Para ellos,
la República representaba el «orden burgués» (sin demasiadas diferencias con los regímenes políticos
anteriores, Dictadura y Monarquía) que había de ser destruido para alcanzar el «comunismo
libertario».23 Así se produjeron una serie de levantamientos anarquistas (en enero, como el de Casas
Viejas, y en diciembre de 1933, circunscrito este a Aragón y La Rioja) reprimidos con dureza.

La coalición encabezada por Azaña se deshace y se convocan elecciones para noviembre de 1933, en las
que votaron por primera vez las mujeres, que son ganadas por la derecha católica de la CEDA y por el
centro-derecha republicano del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux. Este forma gobierno
con el objetivo de «rectificar» las reformas del primer bienio, no anularlas, para incorporar a la República
a la derecha «accidentalista» (que no se proclamaba abiertamente monárquica, aunque sus simpatías
estuvieran con la Monarquía, ni tampoco republicana) representada por la CEDA y el Partido Agrario, que
le dan su apoyo parlamentario.24 Cuando la CEDA entra en el gobierno en octubre de 1934 se
desencadena una fracasada insurrección socialista que solo se consolidó en Asturias durante un par de
semanas (el único lugar donde también participó la CNT), aunque finalmente también fue sofocada por
la intervención del Ejército, que trajo del Protectorado español de Marruecos a las tropas coloniales de
regulares y legionarios y, una vez finalizada, se produjo una fuerte represión. Lo mismo sucedió con la
proclamación por el presidente de la Generalidad de Cataluña Lluís Companys del «Estado Catalán»
dentro de la «República Federal Española» el 6 de octubre.25

La Revolución de octubre de 1934 hizo aumentar en el gobierno radical-cedista los temores a que un
próximo intento de una «revolución bolchevique» acabara triunfando. Esto acentuó la presión sobre el
Partido Radical para llevar adelante una política más decididamente legisladora o
contrarrevolucionaria.26 En última instancia, los sucesos de octubre de 1934 convencieron a la CEDA de
que era necesario llegar a alcanzar la presidencia del gobierno para poder dar el «giro autoritario» que el
régimen, según ellos, necesitaba.27 El líder de la CEDA, José María Gil Robles, encontró su oportunidad
cuando estallaron el escándalo del estraperlo y el del asunto Nombela que hundieron a Lerroux y al
Partido Republicano Radical, del que no se recuperaría.28 Pero el presidente de la República Alcalá
Zamora se negó a dar el poder a una fuerza «accidentalista» que no había proclamado su fidelidad a la
República y encargó la formación de gobierno a un independiente de su confianza, Manuel Portela
Valladares, quien forma el 15 de diciembre un gabinete republicano de centro-derecha que aguanta el
poder Ejecutivo hasta que Alcalá Zamora convoca elecciones para el 16 de febrero de 1936.29

El resultado de las elecciones de febrero de 1936 fue un reparto muy equilibrado de votos con una leve
ventaja de las izquierdas (47,1 %) sobre las derechas (45,6 %), mientras el centro se limitó a un 5,3 %.
Pero como el sistema electoral primaba a los ganadores, esto se tradujo en una holgada mayoría para la
coalición del Frente Popular.30

El Gobierno del Frente Popular (febrero-julio de 1936)

Artículo principal: Frente Popular (España)


El miércoles 19 de febrero, Manuel Azaña, el líder del Frente Popular, formaba un gobierno que,
conforme a lo pactado con los socialistas, solo estaba integrado por ministros republicanos de izquierda
(nueve de Izquierda Republicana y tres de Unión Republicana).31 Una de sus primeras decisiones fue
alejar de los centros de poder a los generales más antirrepublicanos: el general Manuel Goded fue
destinado a la Comandancia militar de Baleares; el general Francisco Franco, a la de Canarias; el general
Emilio Mola al gobierno militar de Pamplona. Otros generales significados como Luis Orgaz, Rafael
Villegas, Joaquín Fanjul y Andrés Saliquet quedaron en situación de disponibles.32

La medida más urgente que hubo de tomar el nuevo gobierno fue la amnistía de los condenados por los
sucesos de octubre de 1934, «legalizando» así el asalto a varias cárceles por la multitud, pero dando
cumplimiento también al punto principal del programa electoral del Frente Popular.33 Otra de las
medidas urgentes era reponer en sus puestos a los alcaldes y concejales elegidos en 1931 y sustituidos
durante el bienio conservador.34 El 28 de febrero el gobierno decretaba no solo la readmisión de todos
los trabajadores despedidos por motivos políticos y sindicales relacionados con los hechos de 1934, sino
que, presionado por los sindicatos, ordenaba a las empresas que indemnizaran a estos trabajadores por
los jornales no abonados.35 Asimismo, fue restablecido el gobierno de la Generalidad de Cataluña, cuyos
miembros habían salido de la cárcel beneficiados también por la amnistía.33

La «cuestión agraria» fue otro problema que el nuevo gobierno tuvo que abordar con urgencia a causa
de la intensa movilización campesina que se estaba produciendo con el apoyo decidido de las
autoridades locales repuestas y que amenazaba con provocar graves conflictos en el campo,
especialmente en Extremadura.3637 Así el 19 de abril el ministro de Agricultura, Mariano Ruiz Funes,
presentaba varios proyectos de ley, entre ellos uno que derogaba la Ley de Reforma de la Reforma
Agraria de agosto de 1935, que se convirtió en ley el 11 de junio, por lo que volvía estar en vigor
plenamente la Ley de Reforma Agraria de 1932. Gracias a varios decretos y a esta ley entre marzo y julio
de 1936 se asentaron unos 115 000 campesinos, más que en los tres años anteriores.38 Sin embargo,
continuó la alta conflictividad en el campo, debida sobre todo a la actitud de los propietarios y a la
radicalización de las organizaciones campesinas, saldándose todo ello con incidentes violentos. El caso
más grave se produjo en Yeste (Albacete), donde a finales de mayo de 1936 «la detención de unos
campesinos que pretendían talar árboles en una finca particular condujo a un sangriento enfrentamiento
entre la Guardia Civil y los jornaleros, en los que murieron un guardia y 17 campesinos, varios de ellos
asesinados a sangre fría por los agentes».39

La actividad del parlamento estuvo paralizada casi todo el mes de abril debido al proceso de destitución
del presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora, iniciado y aprobado por la izquierda, y su
sustitución por Manuel Azaña, que fue investido en su nuevo cargo el 10 de mayo de 1936, siendo
sustituido al frente del gobierno por su compañero del partido Izquierda Republicana, Santiago Casares
Quiroga,4041 quien asumiría a su vez la cartera de Guerra.
Santiago Casares Quiroga en 1931

El nuevo gobierno de Casares Quiroga continuó con la política reformista que ya había iniciado el
gobierno Azaña que consistía fundamentalmente en volver a poner en vigor los decretos que habían sido
derogados o modificados durante el bienio radical-cedista, a los que se añadieron algunos otros.42

Uno de los problemas a los que tuvo que hacer frente el gobierno fue la oleada de huelgas que se
produjeron declaradas y sostenidas muchas veces por comités conjuntos de la CNT y la UGT, en las que
en muchas de ellas se hablaba de revolución,43 pero ni UGT ni CNT preparaban ningún movimiento
insurreccional después de los fracasos continuos de 1932, 1933 y 1934, y la única posibilidad de que se
produjese alguno sería como respuesta a un intento de golpe militar.44

Otro de los problemas del gobierno de Casares Quiroga fue la división interna del PSOE, el partido más
importante del Frente Popular,45 que enfrentaba a los sectores «prietista» y «largocaballerista», ya que
Francisco Largo Caballero, que dominaba UGT y el grupo parlamentario del PSOE, continuó oponiéndose
a la entrada en el gobierno de los socialistas y defendiendo el entendimiento entre las «organizaciones
obreras» para esperar el momento en que el fracaso de los «burgueses republicanos» facilitara la
conquista del poder por la clase obrera.46 Otro problema fue que el sector de la CEDA liderado por Gil
Robles se decantaba por realizar un boicot a las instituciones republicanas y por apoyar la posición
defendida de la derecha monárquica del Bloque Nacional de José Calvo Sotelo, que propugnaba
abiertamente por la ruptura violenta del orden constitucional mediante un golpe de Estado militar en
cuya preparación ya estaban colaborando (por su parte los monárquicos carlistas aceleraron la
formación de sus milicias requetés con vistas al alzamiento militar con cuyos dirigentes mantenían
contactos).47

La violencia política

Los gobiernos del Frente Popular también tuvieron que hacer frente a un aumento de la violencia
política provocada por el partido fascista Falange Española, que a principios de 1936 era una fuerza
política marginal, pero que tras el triunfo del Frente Popular recibió una avalancha de afiliaciones de
jóvenes de derechas dispuestos a la acción violenta, y por la respuesta que le dieron las organizaciones
de izquierda. 48 El primer atentado importante que cometieron los falangistas fue el perpetrado el 12 de
marzo de 1936 contra el diputado socialista y «padre» de la Constitución de 1931 Luis Jiménez de Asúa,
en el que este resultó ileso, pero su escolta, el policía Jesús Gisbert, murió.49 La respuesta del gobierno
de Azaña fue prohibir el partido y detener el 14 de marzo a su máximo dirigente José Antonio Primo de
Rivera, pero el paso a la clandestinidad no impidió que siguiera perpetrando atentados y participando en
reyertas con jóvenes socialistas y comunistas.4850 También continuó realizando una labor de violencia e
intimidación contra los elementos del orden institucional de la República. En la noche del 13 de abril, dos
pistoleros falangistas asesinaban en la calle a Manuel Pedregal, magistrado del Tribunal Supremo, como
represalia por haber actuado como ponente en el juicio por intento de asesinato a Jiménez de Asúa. El
juez ya había recibido amenazas de muerte con anterioridad por este motivo. Varios de los implicados
huyeron a Francia en avión pilotado por el entonces colaborador de Falange, Juan Antonio Ansaldo.5152
53 De hecho, Falange difundió listas negras de jueces con el propósito de intimidarlos, y su boletín
clandestino No Importa amenazó a magistrados como Ursicino Gómez Carbajo o Ramón Enrique
Cardónigo, que habían intervenido en causas con sentencia desfavorable a sus intereses.54

Los incidentes de mayor trascendencia se produjeron los días 14 y 15 de abril. El día 14 tuvo lugar un
desfile militar en el Paseo de la Castellana de Madrid en conmemoración del Quinto Aniversario de la
República. Junto a la tribuna principal estalló un artefacto y se produjeron a continuación varios disparos
que causaron la muerte a Anastasio de los Reyes, alférez de la Guardia Civil que estaba allí de paisano, e
hirieron a varios espectadores. Derechistas e izquierdistas se acusaron mutuamente del atentado. Al día
siguiente se celebró el entierro del alférez que se convirtió en una manifestación antirrepublicana a la
que asistieron los diputados José María Gil Robles, líder de la CEDA, y José Calvo Sotelo, líder de la
derecha monárquica, además de oficiales del ejército y falangistas armados. Desde diversos lugares se
produjeron disparos contra la comitiva que fueron respondidos, produciéndose un saldo de seis muertos
y de tres heridos. Uno de los muertos fue el estudiante Andrés Sáenz de Heredia, falangista y primo
hermano de José Antonio Primo de Rivera.50 También resultó herido un joven tradicionalista (carlista),
José Llaguno Acha, y una muchedumbre intentó linchar al teniente José del Castillo Sáenz de Tejada al
que se le acusó de dispararle.

Entre abril y julio los atentados y las reyertas protagonizadas por falangistas causaron más de cincuenta
víctimas entre las organizaciones de izquierda obrera, la mayoría de ellas en Madrid. Unos cuarenta
miembros de Falange murieron en esos actos o en atentados de represalia de las organizaciones de
izquierda.50 También fueron objeto de la violencia los edificios religiosos (un centenar de iglesias y
conventos fueron asaltados e incendiados)55 aunque entre las víctimas de la violencia política de febrero
a julio no hubo ningún miembro del clero.56

El aumento de la violencia política y el crecimiento de las organizaciones juveniles paramilitares tanto


entre la derecha (milicias falangistas, requetés carlistas) como entre la izquierda (milicias de las
juventudes socialistas, comunistas y anarquistas), y entre los nacionalistas vascos y catalanes (milicias de
Esquerra Republicana de Catalunya y del PNV), aunque no estaban armadas y su actividad principal era
desfilar, provocó la percepción entre parte de la opinión pública, especialmente la conservadora, de que
el gobierno del Frente Popular presidido por Santiago Casares Quiroga no era capaz de mantener el
orden público, lo que servía de justificación para el «golpe de fuerza» militar que se estaba
preparando.57 A esta percepción también contribuyó la prensa católica y de extrema derecha que
incitaba a la rebelión frente al «desorden» que atribuía al «Gobierno tiránico del Frente Popular»,
«enemigo de Dios y de la Iglesia», aprovechando que la confrontación entre clericalismo y
anticlericalismo volvió al primer plano tras las elecciones de febrero con continuas disputas sobre
asuntos simbólicos, como el tañido de campanas o las manifestaciones del culto fuera de las iglesias,
como procesiones o entierros católicos. Así mismo, en el parlamento, los diputados de la derecha,
singularmente Calvo Sotelo y Gil Robles, acusaron al gobierno de haber perdido el control del orden
público.56
José Calvo Sotelo hablando en un mitin en el frontón Urumea (San Sebastián), en 1935.

En la noche del domingo 12 de julio era asesinado en la calle de Fuencarral de Madrid el teniente de la
Guardia de Asalto e instructor de las milicias socialistas José del Castillo Sáenz de Tejada58, que se dirigía
a su puesto de trabajo en el Cuartel de Pontejos, probablemente por pistoleros de extrema derecha
pertenecientes a la Comunión Tradicionalista (o de Falange Española).59 El teniente Castillo era muy
conocido por su activismo izquierdista y se le atribuía la frase «Yo no tiro sobre el pueblo» tras haberse
negado a participar en la represión de la Revolución de Asturias, acto de rebeldía que le costaría un año
de cárcel.

Como represalia, los compañeros policías del teniente Castillo, dirigidos por el capitán de la Guardia Civil
Fernando Condés, secuestraron en su propio domicilio y asesinaron en la madrugada del día siguiente a
José Calvo Sotelo, líder de los monárquicos «alfonsinos» (que no tuvo nada que ver con el asesinato del
teniente Castillo), y abandonaron el cadáver en el depósito del cementerio de la Almudena. En el
entierro de Calvo Sotelo, el dirigente monárquico Antonio Goicoechea juró solemnemente «consagrar
nuestra vida a esta triple labor: imitar tu ejemplo, vengar tu muerte y salvar a España». Por su parte, el
líder de la CEDA, José María Gil Robles en las Cortes les dijo a los diputados de la izquierda que «la
sangre del señor Calvo Sotelo está sobre vosotros» y acusó al gobierno de tener la «responsabilidad
moral» del crimen por «patrocinar la violencia».58

Según el estudio más completo que se ha realizado sobre las víctimas mortales como resultado de la
violencia política entre febrero y julio de 1936, antes de iniciarse el golpe de Estado, hubo un total de
189 incidentes y 262 muertos, de ellos 112 causados por la intervención de las fuerzas de orden público.
De las 262 víctimas, 148 serían militantes de la izquierda, 50 de la derecha, 19 de las fuerzas de orden
público y 45 sin identificar. Además ese estudio constata que el número de víctimas mortales causadas
por la violencia política fue disminuyendo en esos cinco meses.60

La violencia política de los meses de gobierno en paz del Frente Popular, de febrero a julio de 1936, fue
utilizada después por los vencedores en la Guerra Civil como justificación de su alzamiento. Hoy en día,
el debate sigue abierto, aunque la mayoría de los historiadores opinan que en absoluto puede hablarse
de una «primavera trágica» en la que el gobierno del Frente Popular hubiera perdido el control de la
situación.61 Y la conclusión de la mayoría de ellos es clara: «La desestabilización política real en la
primavera de 1936 no explica en modo alguno la sublevación militar [de julio de 1936] y menos aún la
justifica».61 «La política y la sociedad españolas mostraban signos inequívocos de crisis, lo cual no
significa necesariamente que la única salida fuera una guerra civil».49

Durante los primeros meses de 1936 se produjo una polarización de la política española, en cuyos
extremos se situaba la izquierda revolucionaria y la derecha fascista, y en medio una izquierda moderada
y una derecha republicana junto con un centro anticlerical y una derecha de fuerte componente católico
y monárquico (que representaba a muchos militares, terratenientes y a la jerarquía católica que veían
peligrar su posición privilegiada y su concepto de la unidad de España). Una división que podía
remontarse al siglo xix cuando tuvo lugar el difícil proceso de cambio que se inició en 1808 para poner
fin al absolutismo que lastraba al país, manteniendo fuertes diferencias económicas entre privilegiados y
no privilegiados, y que el moderantismo decimonónico solo consiguió superar en parte. El resultado fue
una población rural dividida entre los jornaleros anarquistas y los pequeños propietarios aferrados a (y
dominados por) los caciques y la Iglesia; unos burócratas conformistas y una clase obrera con salarios
muy bajos y, por lo tanto, con tendencias revolucionarias propias del nuevo siglo, hacen que también
entre las clases pobres la división fuese muy acusada. También provenía del siglo xix la tradición de que
los problemas no se arreglaban más que con los pronunciamientos. No es extraño, pues, que en una
España marcada por la reciente dictadura de Primo de Rivera e intentonas fallidas, como las de José
Sanjurjo, volviese a haber ruido de sables y se temiese un plan para derribar al nuevo Gobierno
establecido. Los acontecimientos darían la razón a los pesimistas.

El detonante: el golpe de Estado de julio de 1936

Artículo principal: Golpe de Estado en España de julio de 1936

Véanse también: Organización Territorial Militar en la España de 1936 , Guerra civil española en Navarra
y Guerra civil española en Castilla y León.

La conspiración militar

Artículo principal: Conspiración golpista de 1936

Ruta del Dragon Rapide, el avión que llevó a Francisco Franco a Tetúan donde tomó el mando de las
tropas sublevadas.62

Nada más conocerse la victoria del Frente Popular en las elecciones, se produjo un primer intento de
«golpe de fuerza» por parte de la derecha para intentar frenar la entrega del poder a los vencedores. Fue
el propio Gil Robles el primero que intentó sin éxito que el presidente del gobierno en funciones Manuel
Portela Valladares declarase el «estado de guerra» y anulara los comicios. Le siguió el general Franco,
aún jefe del Estado Mayor del Ejército, que se adelantó a dar las órdenes pertinentes a los mandos
militares para que declarasen el estado de guerra (lo que según la ley de Orden Público de 1933 suponía
que el poder pasaba a las autoridades militares), pero fue desautorizado por el todavía jefe de gobierno
Portela Valladares y por el ministro de la guerra el general Nicolás Molero.63

El 8 de marzo de 1936 tuvo lugar en Madrid, en casa de un amigo de Gil Robles, una reunión de varios
generales (Emilio Mola, Luis Orgaz Yoldi, Villegas, Joaquín Fanjul, Francisco Franco, Ángel Rodríguez del
Barrio, Miguel García de la Herrán, Manuel González Carrasco, Andrés Saliquet y Miguel Ponte, junto con
el coronel José Enrique Varela y el teniente coronel Valentín Galarza, como hombre de la UME), en la que
acordaron organizar un «alzamiento militar» que derribara al gobierno del Frente Popular recién
constituido y «restableciera el orden en el interior y el prestigio internacional de España». También se
acordó que el gobierno lo desempeñaría una Junta Militar presidida por el general Sanjurjo, que en esos
momentos se encontraba en el exilio en Portugal.64
Desde finales de abril, fue el general Mola quien tomó la dirección de la trama golpista (desplazándose
así el centro de la conspiración de Madrid a Pamplona), adoptando el nombre clave de «el Director».
Este continuó con el proyecto de constituir una Junta Militar presidida por el general Sanjurjo, y comenzó
a redactar y difundir una serie de circulares o «Instrucciones reservadas» en las que fue perfilando la
compleja trama que llevaría adelante el golpe de Estado.65 La primera de las cinco instrucciones la dictó
el 25 de mayo y en ella ya apareció la idea de que el golpe tendría que ir acompañado de una violenta
represión.66

Mola consiguió comprometer en el golpe a numerosas guarniciones, gracias también a la trama


clandestina de la UME pero tenía dudas sobre el triunfo del golpe en el lugar fundamental, Madrid, y
también sobre Cataluña, Andalucía y Valencia.65 Así pues, el problema de los militares implicados era
que, a diferencia del golpe de Estado de 1923, ahora no contaban con la totalidad del Ejército (ni de la
Guardia Civil ni las otras fuerzas de seguridad) para respaldarlo.67 Una segunda diferencia respecto de
1923 era que la actitud de las organizaciones obreras y campesinas no sería de pasividad ante el golpe
militar sino que como habían anunciado desencadenarían una revolución. Por estas razones se fue
retrasando una y otra vez la fecha del golpe militar, y por eso, además, el general Mola, «el Director»,
buscó el apoyo de las milicias de los partidos antirrepublicanos (requetés y falangistas) y el respaldo
financiero de los partidos de la derecha.68 Al gobierno de Casares Quiroga le llegaron por diversas
fuentes noticias de lo que se estaba tramando pero no actuó con contundencia contra los
conspiradores.69

Mapas que representan los planes esbozados por Mola para dar el golpe de Estado que derribase a la
Segunda República.

A principios de julio de 1936 la preparación del golpe militar estaba casi terminada, aunque el general
Mola reconocía que «el entusiasmo por la causa no ha llegado todavía al grado de exaltación necesario»
y acusaba a los carlistas de seguir poniendo dificultades al continuar pidiendo «concesiones
inadmisibles». El plan del general Emilio Mola era un levantamiento coordinado de todas las
guarniciones comprometidas, que implantarían el estado de guerra en sus demarcaciones, comenzando
por el Ejército de África, que entre los días 5 y 12 de julio realizó unas maniobras en el Llano Amarillo
donde se terminaron de perfilar los detalles de la sublevación en el Protectorado de Marruecos. Como se
preveía que en Madrid era difícil que el golpe triunfase por sí solo (la sublevación en la capital estaría al
mando del general Fanjul), estaba previsto que desde el norte una columna dirigida por el propio Mola
se dirigiera hacia Madrid para apoyar el levantamiento de la guarnición de la capital. Y por si todo eso
fallaba también estaba planeado que el general Franco, después de sublevar las islas Canarias, se dirigiría
desde allí al Protectorado de Marruecos a bordo del avión Dragon Rapide, fletado en Londres el 6 de
julio por el corresponsal del diario ABC Luis Bolín gracias al dinero aportado por el financiero Juan
March, para ponerse al frente de las tropas coloniales, cruzar el estrecho de Gibraltar y avanzar sobre
Madrid.7071 Una vez depuesto el gobierno de la República, se instauraría una dictadura militar
siguiendo el modelo de la Dictadura de Primo de Rivera, al frente de la cual se situaría el exiliado general
Sanjurjo.70 «Los sublevados llevaron a cabo su acción pretendiendo que se alzaban contra una
revolución absolutamente inexistente en la época en que actúan, inventan documentos falsos que
compuso Tomás Borrás y que hablaban de un gobierno soviético que se preparaba, y de hecho lo que
representaban era la defensa de las posiciones de las viejas clases dominantes, la lucha contra las
reformas sociales, más o menos profundas, que el Frente Popular pone de nuevo en marcha».72

El asesinato de José Calvo Sotelo en la madrugada del 13 de julio aceleró el compromiso con la
sublevación de los carlistas y también de la CEDA y acabó de convencer a los militares que tenían dudas,
entre ellos, según Paul Preston, al general Francisco Franco.73 Además, el general Mola decidió
aprovechar la conmoción que había causado en el país el doble crimen, y el día 14 adelantó la fecha de
la sublevación que quedó fijada para los días 18 y 19 de julio de 1936.74

El golpe del 17 al 20 de julio

El 17 de julio por la mañana en Melilla, los dos coroneles y otros oficiales que estaban al tanto del
alzamiento militar se reúnen en el departamento cartográfico y trazan los planes para ocupar el 18 los
edificios públicos, planes que comunican a los dirigentes falangistas. Uno de los dirigentes locales de la
Falange informa al dirigente local de Unión Republicana, llegando esta información al General
Romerales, Comandante Militar de Melilla, que a su vez informa a Casares Quiroga. Romerales envía por
la tarde una patrulla de soldados y guardias de asalto a registrar el departamento cartográfico. El coronel
al mando del mismo retrasa el registro y llama al cuartel de la Legión, desde donde le envían un grupo de
legionarios. Ante estos, la patrulla se rinde y los sublevados proceden a arrestar a Romerales (que fue
fusilado junto con el delegado del gobierno y el alcalde de Melilla que se habían resistido a la rebelión),
proclaman el estado de guerra e inician anticipadamente el levantamiento, informando a sus
compañeros del protectorado de Marruecos que habían sido descubiertos. Esto hizo que se adelantase
en Marruecos la fecha prevista.75 En los tres días siguientes el golpe se extendió a las guarniciones de la
península, Canarias y Baleares.

Situación el 23 de julio de 1936 tras el fracaso parcial del golpe de Estado. En azul las zonas controladas
por los sublevados.76

Los militares sublevados no consiguieron alcanzar su objetivo principal de apoderarse del punto
neurálgico del poder, Madrid, ni de las grandes ciudades, como Barcelona, Valencia, Bilbao, Málaga o
Murcia (aunque sí controlaban Sevilla, Valladolid, Zaragoza y Córdoba), pero dominaban cerca de la
mitad del territorio español, ya que controlaban prácticamente el tercio norte peninsular (Galicia, León,
Castilla la Vieja, Álava, Navarra, gran parte de la provincia de Cáceres, incluida la capital, y la mitad
occidental de Aragón, incluyendo las tres capitales provinciales), menos la franja cantábrica formada por
Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, que quedó aislada del resto de la zona republicana, y Cataluña.
Además dominaban las ciudades andaluzas de Sevilla (donde el general Gonzalo Queipo de Llano se hace
con inusitada determinación con el mando de la 2.ª División Orgánica), Córdoba y Cádiz conectadas
entre sí por una estrecha franja (así como la ciudad de Granada, pero aislada del resto), más todo el
Protectorado de Marruecos y los dos archipiélagos, Canarias (menos la isla de La Palma) y Baleares
(excepto Menorca). Fuera de esta área controlaban determinados lugares y puntos de resistencia
aislados dentro de la zona republicana como la ciudad de Oviedo (que soportó un asedio por parte de los
republicanos durante 90 días, hasta la entrada de las tropas franquistas el 17 de octubre), el cuartel de
Simancas en Gijón, el Alcázar de Toledo o el santuario de la Virgen de la Cabeza en Andújar.77 Esta
España controlada por los sublevados era en general «la España interior, rural, de formas sociales más
retardatarias, de grandes y medianos propietarios agrarios, y con extenso proletariado agrario
también».77

De los lugares donde ha triunfado la sublevación parten las ofensivas de las tropas rebeldes, a hacer lo
que la propaganda «nacional» llamó la «Reconquista», para tomar las ciudades en manos de la
República o a liberar los lugares en manos de los rebeldes asediados por las tropas gubernamentales,
como son los casos del sitio de Oviedo y del Alcázar toledano.

En la zona sublevada la muerte en accidente de aviación del que iba ser el jefe de la rebelión, el general
Sanjurjo, provocó que los generales sublevados decidieron crear el jueves 23 de julio una Junta de
Defensa Nacional, que quedaría constituida al día siguiente en Burgos, y que estaría integrada por los
generales Miguel Cabanellas, que fue nombrado presidente de la Junta por ser el general más antiguo
entre los sublevados, Andrés Saliquet, Miguel Ponte, Emilio Mola y Fidel Dávila, además del coronel
Federico Montaner y el coronel Moreno Calderón. En el Decreto n.º 1 que publicó la Junta se establecía
que esta asumía «todos los poderes del Estado» y que representaría al país ante los poderes extranjeros,
aunque en las semanas siguientes ningún país la reconoció y siguió considerando como gobierno
legítimo de España al de Madrid presidido por el republicano de izquierda José Giral.78 El 27 de julio de
1936 llegó a España el primer escuadrón de aviones italianos enviado por Benito Mussolini.79

Las fuerzas republicanas, por su parte, consiguen sofocar el alzamiento en más de la mitad de España,
incluyendo todas las zonas industrializadas, gracias en parte a la participación de las milicias recién
armadas de socialistas, comunistas y anarquistas, así como a la lealtad de la mayor parte de la Guardia
de Asalto y, en el caso de Barcelona, de la Guardia Civil. El gobernador militar de Cartagena, Toribio
Martínez Cabrera, era simpatizante del Frente Popular y la marinería también era contraria al golpe
militar, lo que unido a los tumultos populares de los días 19 y 20 hicieron fracasar el movimiento golpista
en la base naval de Cartagena y el resto de la provincia de Murcia.

La zona fiel a la República ocupa grosso modo la mitad este de la Península: la parte oriental de Aragón
(menos las tres capitales), Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía oriental (menos la ciudad de Granada),
Madrid, Castilla la Nueva y La Mancha. En el oeste controlaba las provincias de Badajoz y de Huelva.
Aislada de esta zona quedaba la franja cantábrica formada por Asturias (menos Oviedo y Gijón),
Santander, Vizcaya y Guipúzcoa. El territorio leal era superior en extensión al rebelde y se trataba, por lo
general, de las zonas de España «socialmente más evolucionadas, con importante población urbana, más
industrializadas y con núcleos de obrerismo modernos organizados».77
Así pues, el resultado del levantamiento era incierto pues tuvo éxito en unos sitios y fracasó en otros,
por lo que España quedó dividida en dos zonas: una controlada por los militares que se habían alzado
contra la República (la zona sublevada) y otra que permaneció fiel al gobierno (la zona republicana).
Aproximadamente un tercio del territorio español había pasado a manos rebeldes, con lo que ninguno
de los dos bandos tenía absoluta supremacía sobre el otro. La intentona de derrocar de un golpe a la
República había fracasado estrepitosamente. Ambos bandos se prepararon para lo inevitable: un
enfrentamiento que iba a desangrar España durante tres largos años. La guerra civil española acababa de
empezar.

Las operaciones militares

Mapa general del desarrollo de la guerra.

Leyenda

Zona sublevada inicial - julio 1936

Avance sublevados hasta septiembre de 1936

Avance sublevados hasta octubre de 1937

Avance sublevados hasta noviembre de 1938

Avance sublevados hasta febrero de 1939

Última zona bajo control republicano

Solid blue.png Principales centros de los sublevados

Red-square.gif Principales centros republicanos

Panzer aus Zusatzzeichen 1049-12.svg Batallas terrestres

Vattenfall.svg Batallas navales

Icon vojn new.png Ciudades bombardeadas

City locator 4.svg Campos de concentración

Gatunek trujący.svg Masacres

Red dot.svg Campos de refugiados

Véase también: Cronología de la Guerra Civil Española

Los dos ejércitos


Aunque se trata de un tema muy controvertido, la mayoría de los historiadores calculan que un 70 % de
los 15 000 jefes y oficiales en activo en 1936 combatieron en el bando sublevado (1236 fueron fusilados
o encarcelados por ser desafectos al bando vencedor en cada lugar), mientras que, por el contrario, la
mayor parte de los 100 generales no se sublevaron. De los 210 000 soldados de tropa y suboficiales que
teóricamente formaban el ejército regular en 1936, unos 120 000 quedaron en la zona sublevada, pero
lo más decisivo fue que entre ellos se encontraban los 47 000 que formaban el Ejército de África que
constituían las mejores tropas del ejército español. La Guardia Civil, por su parte, quedó muy dividida
entre los leales y los rebeldes a la República.77

Si se considera la evolución durante la guerra el dato es muy favorable para los sublevados, pues
mientras durante ese tiempo la plantilla de jefe y oficiales del bando rebelde fue creciendo hasta
alcanzar los 14.104 efectivos el 1 de abril de 1939, la del bando republicano fue disminuyendo hasta
quedar reducida a 4.771, debido fundamentalmente al pase al bando rival de muchos jefes y oficiales en
el transcurso de la guerra. Como ha señalado el historiador Francisco Alía Miranda, de la Universidad de
Castilla-La Mancha, hay que tener presente que la mayoría de los 18.000 oficiales que había en España
en julio de 1936 aplaudieron el golpe, ya que predominaba entre ellos una mentalidad conservadora,
corporativa y militarista.80 Pero hay otro factor que explica la disminución del número de jefes y oficiales
en la zona republicana y fue que más de la mitad de los que quedaron en esa zona tras el golpe
rehusaron obedecer a las autoridades republicanas, algo que no sucedió en el bando sublevado. Así que
mientras que en el bando sublevado solo 258 militares fueron fusilados o expulsados del Ejército, en el
bando republicano fueron expulsados 4.450, de los cuales 1.729 fueron fusilados. E incluso en este
bando a muchos oficiales no se les concedió el mando de tropa por desconfiar de ellos y solo ocuparon
puestos burocráticos.81

Cartel propagandístico del bando sublevado, donde la Falange insta el reclutamiento militar para luchar
por "La Patria, el Pan y la Justicia".

Así pues, el bando sublevado no tuvo que construir su ejército sino que contó desde el primer momento
con las unidades militares (y las fuerzas de orden público) sublevadas durante el golpe ya organizadas y
dirigidas por sus mandos, entre las que destacaba el ejército del Protectorado de Marruecos, el llamado
Ejército de África, compuesto por la Legión Extranjera y los Regulares (tropas indígenas moras mandadas
por oficiales españoles) que constituía la fuerza militar más experimentada de todo el ejército
español.82 Por otro lado las milicias carlistas (requetés) y las milicias falangistas que apoyaron a los
sublevados fueron integradas en el ejército del que se consideraban aliadas y no enemigas (al contrario
de lo que sucedió en el bando republicano donde las milicias obreras, especialmente las milicias
confederales anarquistas, siempre desconfiaron de la institución militar, con la excepción de las milicias
comunistas).83

En el bando sublevado el ejército alcanzó rápidamente la unidad de mando y dominó completamente la


vida civil de la zona sublevada, que ellos llamaban zona nacional.82 La muerte en un accidente de
aviación en los primeros días del golpe del general Sanjurjo, que era el militar elegido por sus
compañeros para encabezar la sublevación, hizo que el mando en la zona sublevada quedara entonces
repartido entre los generales Emilio Mola y Francisco Franco, pero solo dos meses después, el 1 de
octubre, el general Franco asumió el mando único militar y político (el general Mola murió en otro
accidente de avión al año siguiente, el 3 de junio de 1937).82

«El fenómeno de la centralización militar del esfuerzo de guerra en la zona sublevada hizo que no se
permitiese nada que se asemejase a la desunión política, al rencor entre grupos políticos y a la falta de
confianza en los mandos y jefes de la campaña, todo lo cual se manifestó especialmente en la
retaguardia republicana del norte, en Aragón y en Cataluña, que es donde se perdió realmente la guerra.
(...) A medida que la República iba perdiendo la guerra, aumentaban el hambre y las privaciones en la
retaguardia, creándose una situación infernal, con refugiados, bombardeos, escasez y frío».84

En cuanto a la ayuda extranjera, el bando sublevado recibió armas de todo tipo y aviones prácticamente
desde el primer día por parte de la Alemania nazi y la Italia Fascista a la que pronto se añadieron
unidades militares completas (la Legión Cóndor alemana y el CTV italiano) en un flujo continuo que
nunca se detuvo a largo de la guerra.85

Cartel propagandístico del bando republicano. Muestra al generalísimo Franco, como la Muerte, apoyado
por un general de los potencias del Eje, un capitalista y un sacerdote.

Por su parte el bando republicano no pudo contar con prácticamente ninguna unidad militar completa
organizada y disciplinada con todos sus mandos y suboficiales y durante los primeros meses la fuerza
militar que se opuso al ejército sublevado, tras la decisión del gobierno de José Giral de licenciar a las
tropas para evitar que la sublevación se extendiera, estuvo constituida por columnas improvisadas
integradas por unidades sueltas y por las milicias de las organizaciones obreras, que cuando estaban
mandadas por oficiales de carrera estos a menudo suscitaban sospechas de traición entre los
combatientes. Fue a partir de la formación del gobierno de Largo Caballero el 5 de septiembre de 1936
cuando se inició el proceso de construcción de un verdadero ejército, con la militarización de las milicias
y su integración en las Brigadas Mixtas, primer paso para la creación del Ejército Popular que solo se
logró tras la superación de la crisis de los «sucesos de mayo de 1937» y la formación a continuación del
gobierno de Juan Negrín. Pero el ejército republicano siempre tuvo un problema estructural de difícil
solución: la falta de mandos profesionales (según los cálculos de Michael Alpert, solo un 14 % de los
militares que figuraban en el Anuario Militar de 1936 servían todavía en 1938 en el ejército de la
República). Un problema que fue especialmente acuciante en el caso de la Armada.82 Algo que
reconoció el general republicano Vicente Rojo, que escribió:83

Hemos creado un ejército con el nombre de tal, con toda la nomenclatura y sistema de mandos de un
ejército regular... pero sólo hemos subido los primeros peldaños para alcanzar la cumbre.

Además en el bando republicano la unidad de mando solo se logró (y nunca fue completa) a mediados
de 1937 cuando el Ejército Popular estuvo completamente estructurado y, por otro lado, solo a partir de
ese momento las necesidades militares se impusieron sobre las de la vida civil (marcada por la
Revolución Social de 1936). Y también, a diferencia del bando sublevado, era el gobierno quien tomaba
las decisiones pero siguiendo casi siempre las recomendaciones del Jefe del Estado Mayor, el coronel y
luego general Vicente Rojo, y de otros militares leales.82

En cuanto a la ayuda extranjera la República, a causa de que Francia y Gran Bretaña no acudieron en su
ayuda y además impulsaron el pacto que dio nacimiento al Comité de No Intervención (cuya prohibición
de suministrar armas a alguno de los bandos contendientes no fue cumplida ni por Alemania ni por
Italia, a pesar de haber firmado el acuerdo) la República tuvo que adquirir el material bélico donde pudo,
a menudo recurriendo a los traficantes de armas que en ocasiones les vendieron material anticuado o en
muy mal estado a precios astronómicos. Esto le hizo depender de los suministros que le proporcionó la
Unión Soviética, después de que Stalin superara sus dudas sobre la ayuda a los republicanos españoles,
cuyo material bélico (armas automáticas, tanques y aviones) acompañado de instructores y consejeros
militares soviéticos, junto con las Brigadas Internacionales reclutadas por la Internacional Comunista o
Komintern, no comenzó a llegar hasta octubre de 1936 y luego las sucesivas entregas se interrumpieron
en varias ocasiones en función de la coyuntura internacional europea (que determinaron, por ejemplo,
que el gobierno francés abriera o cerrara la frontera) y del creciente bloqueo impuesto por la Armada
sublevada en los puertos republicanos.85

Monedas acuñadas por los bandos en conflicto.

25 céntimos de 1937 del bando sublevado.

5 céntimos de 1937 del bando republicano.

Julio-octubre de 1936: avance sobre Madrid y campaña de Guipúzcoa

El frente a los cuatro meses de la rebelión militar. Leyenda

Zona controlada por los sublevados

República Española

Solid blue.png Principales centros de los sublevados

Red-square.gif Principales centros de la República

Nada más conocerse el 17 de julio por la tarde que la sublevación militar había triunfado en el
Protectorado de Marruecos, el ministro de Marina José Giral (que dos días después acabaría presidiendo
el gobierno de la República tras la dimisión de Santiago Casares Quiroga y del gobierno «relámpago» de
Diego Martínez Barrio) ordenó que varios barcos de guerra de la Marina se dirigieran al estrecho de
Gibraltar para que bloquearan las plazas de Ceuta, Larache y Melilla y evitar así el paso a la península de
las tropas coloniales. De la base de Cartagena salieron los destructores Almirante Valdés, Lepanto y
Sánchez Barcáiztegui, con orden de navegar a máxima potencia hasta el estrecho.86 Gracias a que las
dotaciones de esos barcos se rebelaron contra sus oficiales, que estaban comprometidos en el golpe, los
sublevados no pudieron disponer inicialmente del Ejército de África, compuesto por la Legión Extranjera
y los regulares (tropas formadas por marroquíes mandados por oficiales españoles).82

El mismo día 19 de julio en que fue sofocada la rebelión en Madrid, salieron de la capital hacia la sierra
de Guadarrama varias columnas compuestas por milicianos y por tropas de las unidades militares que
habían sido disueltas por orden del gobierno para evitar que se pudieran sumar a la sublevación. Allí
consiguieron impedir que las columnas de los sublevados enviadas por el general Mola desde Castilla y
León y desde Navarra consiguieran atravesar los puertos de montaña de la sierra madrileña y llegar a la
capital.87 El frente norte de Madrid quedó así estabilizado hasta el final de la guerra.88 Esta primera
campaña de la Guerra Civil fue conocida con el nombre de batalla de Guadarrama.89

Desde Barcelona, también una vez sofocada la rebelión, salieron varias columnas formadas rápidamente
por las organizaciones obreras y los partidos de izquierda para dirigirse a Aragón. Junto con las columnas
del POUM y del PSUC (y una de Esquerra Republicana de Catalunya que salió desde Tarragona), el
contingente más importante lo aportaron las milicias confederales de las organizaciones anarquistas
(CNT, FAI, Juventudes Libertarias). La primera y más numerosa fue la columna Durruti, así llamada
porque estaba encabezada por el líder de la FAI Buenaventura Durruti, que salió de Barcelona el día 24
en dirección a Zaragoza. Las también anarquistas columna Ascaso y columna Los Aguiluchos de la FAI
salieron en dirección a Huesca. pero ninguna de ellas consiguió alcanzar sus objetivos de liberar las tres
capitales aragonesas (desde Valencia había salido hacia Teruel la columna de Hierro), y el frente de
Aragón quedó estabilizado, aunque los anarquistas llevaron la revolución a la mitad oriental de Aragón
donde crearon el Consejo Regional de Defensa de Aragón.90

También desde la ciudad condal se organizó una expedición a las islas Baleares, de las que solo Menorca
continuaba republicana. La operación iniciada el 8 de agosto al mando del capitán Bayo tuvo un éxito
inicial al conseguir ocupar una franja de la costa de Mallorca, pero el desembarco de Mallorca acabó en
un completo fracaso.90 Otro fracaso fue la ofensiva de Córdoba, «donde la situación estaba indecisa, lo
que constituyó una de las pocas iniciativas estratégicas republicanas». Fue organizada desde Albacete
por el general Miaja, cuyo jefe de Estado Mayor era el teniente coronel José Asensio Torrado, pero el
avance se detuvo pronto (el general Miaja situó su cuartel general en Montoro) y los republicanos no
pudieron reconquistar la Andalucía occidental, en manos de los sublevados especialmente después de la
llegada de los primeras unidades procedentes del Protectorado de Marruecos.90

La situación de bloqueo en que se encontraba el Ejército de África (la principal fuerza de combate con
que contaban los sublevados para tomar Madrid, una vez detenidas las columnas del general Mola en la
sierra de Guadarrama) se pudo superar gracias a la rápida ayuda que recibieron los sublevados de la
Alemania nazi y de la Italia fascista. El 26 de julio llegaron a Marruecos los primeros veinte aviones de
transporte alemanes Junker, que se podían convertir fácilmente en bombarderos, acompañados por
cazas, y, cuatro días después, el 30 de julio, los primeros nueve cazabombarderos italianos. Con estos
medios aéreos el general Franco, jefe de las fuerzas sublevadas de Marruecos, pudo organizar un puente
aéreo con la península para transportar a los legionarios y a los regulares, y además conseguir la
superioridad aérea en el estrecho. Así pues, el 5 de agosto pudo cruzarlo con una pequeña flota llamada
por la propaganda de los sublevados «Convoy de la Victoria».10 Sin embargo, el desbloqueo completo
del paso del estrecho no se produciría hasta más tarde, cuando el gobierno republicano decidió
transferir la mayoría de sus barcos de guerra al Cantábrico, lo que según el historiador Michael Alpert
constituyó «quizá el mayor error de la Guerra Civil». Esta decisión estuvo motivada, entre otras razones,
por la negativa de Gran Bretaña, que contaba con la flota naval de guerra más importante del
Mediterráneo, a que el gobierno republicano detuviera el tráfico neutral dirigido al territorio enemigo,
por lo que los buques de guerra republicanos no podrían impedir que los barcos mercantes alemanes e
italianos desembarcaran material de guerra en los puertos de Ceuta, Melilla, Cádiz, Algeciras o Sevilla,
controlados por los sublevados.10

Milicianas republicanas haciendo un descanso en los combates en el verano de 1936

El 1 de agosto el general Franco da la orden de que las columnas de legionarios, moros regulares y
voluntarios avancen en dirección norte desde Sevilla para dirigirse a Madrid a través de Extremadura,
teniendo el flanco izquierdo protegido por la frontera de Portugal, cuyo régimen salazarista apoyaba a
los sublevados. Siguiendo esta ruta para llegar a la capital se unirían las dos zonas controladas por los
sublevados. Se inicia así la Campaña de Extremadura.10 La llamada «columna de la muerte»91 a causa
de la brutal represión que aplicó en las localidades extremeñas que fue ocupando, y cuyo hecho más
destacado fue la matanza de Badajoz, avanzó rápidamente a un promedio de 24 kilómetros por día. El 10
de agosto tomó Mérida y el 15 Badajoz, estableciendo a continuación contacto con las fuerzas
sublevadas del norte. El avance se volvió entonces en dirección noreste para alcanzar el valle del Tajo y el
2 de septiembre caía Talavera de la Reina, ya en la provincia de Toledo.92 El rápido avance de los
sublevados hacia Madrid, unido a la noticia de la inminente caída de Irún (con lo que el norte quedaría
completamente aislado del resto de la zona republicana), provocaron que el presidente José Giral,
sintiéndose falto de apoyos y de autoridad, presentara la dimisión al presidente de la República Manuel
Azaña. El 5 de septiembre se formaba un nuevo gobierno de «unidad antifascista» presidido por el
socialista Francisco Largo Caballero, que asumió personalmente la cartera de Guerra, con el objetivo
prioritario de organizar un ejército que pudiera detener el avance de los sublevados y ganar la guerra.93

La rapidez con que cayeron una tras otra las poblaciones en el avance por Extremadura y el Tajo se debió
fundamentalmente a que el Ejército de África estaba integrado por las tropas mejor entrenadas y
curtidas en combate (legionarios y regulares), quizá las únicas verdaderamente profesionales en los
primeros caóticos meses de guerra.94 En cambio las fuerzas republicanas estaban integradas en su
mayoría por milicianos a los que les faltaba adiestramiento militar. «Eran indisciplinadas y tendían a huir,
presas del pánico, abandonando las armas, las cuales constituían fusiles y piezas sueltas de artillería,
dado que el desbarajuste originado en la capital por la sublevación no permitía una adecuada
planificación militar. En julio y agosto se perdió mucho material militar. En contraste, los sublevados se
armaban cada vez más con material extranjero, aparte del que tomaban al enemigo».92 Además los
milicianos, cuya inmensa mayoría procedía de las organizaciones obreras y los partidos de izquierda,
desconfiaban de los militares profesionales que pretendían mandarlos y por motivos ideológicos
rechazaban la disciplina y la organización militares, a excepción de los comunistas que propugnaban la
completa militarización de las milicias y la creación de un Ejército Popular siguiendo el modelo del
Quinto Regimiento organizado por ellos.95

Heinrich Himmler visitando el alcázar de Toledo junto a José Moscardó en octubre de 1940, un año y
medio después del fin de la guerra civil.

El 21 de septiembre el Ejército de África tomaba el pueblo de Maqueda, a menos de 60 kilómetros de


Madrid. Ese mismo día se reunían los generales sublevados en una finca de los alrededores de
Salamanca para nombrar al general Franco como mando único y supremo de las fuerzas sublevadas. Una
semana después volverían a reunirse para dilucidar el mando político. En ese intervalo de tiempo, el
general Franco decidió desviar hacia Toledo las columnas que avanzaban hacia Madrid para levantar el
asedio del Alcázar de Toledo, donde guardias civiles y algunos pocos cadetes de la Academia de
Infantería al mando del director de la Escuela Central de Educación Física, el coronel José Moscardó,
llevaban dos meses resistiendo los ataques republicanos.96 Esta decisión, que según algunos
historiadores hizo perder a los sublevados la posibilidad de tomar Madrid antes de que se organizase su
defensa,97 ha suscitado un debate entre los historiadores. Para una buena parte de ellos fue una
decisión más política que militar, pues afianzó el prestigio del general Franco ante sus compañeros
cuando se estaba discutiendo ya el mando único político.97 «El Alcázar encerraba un tesoro de
legitimidad simbólica: academia militar, los sitiados resistían en medio de las ruinas, con los muros de la
poderosa fábrica medio destruidos, refugiados en los sótanos. Con su liberación, Franco recibió un
enorme capital político: el Alcázar era el símbolo de la salvación de España que, como una mártir,
resucitaba del sepulcro al que la habían conducido sus enemigos».98 Además tuvo un enorme valor
propagandístico para la causa de los sublevados. «Del Alcázar se hizo posteriormente un mito por los
franquistas, cuyos principales extremos —el episodio de los diálogos de Moscardó y su hijo en manos de
los asediadores, por ejemplo— están hoy absolutamente desacreditados».97 Sin embargo algunos
historiadores afirman que también tuvo una motivación militar. «Parece convincente la explicación
usual: el compañerismo militar y el valor propagandístico de rescatar a los asediados en el Alcázar
imponían levantar el asedio cuanto antes. Es posible que hubiera motivos políticos, no separados de la
ambición de Franco de ser generalísimo y jefe civil, que impusieran ese gesto heroico. Ahora bien, el
hecho de tomar primero Toledo podía justificarse militarmente: asegurar esta ciudad permitiría atacar
Madrid desde el sur y el este, protegiendo los flancos por el Tajo y contando con dos carreteras de
primera categoría en lugar de una».96 El mismo día que era levantado el asedio, el 28 de septiembre, el
general Franco era nombrado por sus compañeros de sublevación no solo «generalísimo de las fuerzas
nacionales de tierra, mar y aire», sino también «jefe del Gobierno del Estado Español, mientras dure la
guerra».97

El día 8 de octubre, el Ejército de África alcanzó San Martín de Valdeiglesias, a unos cuarenta kilómetros
de Madrid, donde tomó contacto con las fuerzas sublevadas del norte al mando del general Emilio Mola,
que acababa de finalizar la campaña de Guipúzcoa tras tomar Irún, el 5 de septiembre y San Sebastián el
13 de septiembre, quedando el norte republicano rodeado por tierra por los «nacionalistas». Así pues, a
principios de octubre, las fuerzas sublevadas se habían desplegado en un semicírculo alrededor de
Madrid que partía de Toledo al sur y alcanzaba el noroeste a unos diez kilómetros al norte de El Escorial,
y que se encontraba entre 40 y 55 kilómetros de la capital. Aunque las fuerzas republicanas opusieron
mayor resistencia gracias a la reorganización militar emprendida por el gobierno Largo Caballero (con la
formación de las Brigadas Mixtas al mando en su mayoría de militares de carrera y en las que fueron
encuadradas las milicias, una militarización acompañada de la creación de la figura de los comisarios
políticos), las fuerzas «nacionales» fueron estrechando el semicírculo que atenazaba la capital (mientras
que en el norte el 17 de octubre rompían el cerco de Oviedo) y a principios de noviembre llegaron a los
barrios del sur de Madrid. «El ataque a Madrid marcó el final del primer periodo de la guerra».99

Noviembre de 1936-marzo de 1937: la batalla de Madrid y la toma de Málaga

Puente de los Franceses, sobre el río Manzanares. Disputado puente durante la batalla de Madrid.

A primeros de noviembre los sublevados daban por hecho la toma de la capital del país. Radio Lisboa
llegó a anunciar de forma precipitada, a comienzos de ese mes, la caída de la ciudad (narrando incluso la
entrada triunfal de Franco a lomos de un caballo blanco).100 Ya el 5 de noviembre la columna jurídica
que iba a encargarse de la represión de los republicanos (ocho consejos de guerra, dieciséis juzgados
instructores y una Auditoría del Ejército de Ocupación), comandada por el coronel Ángel Manzaneque y
Feltrer, se agrupó en Navalcarnero -a treinta kilómetros de Madrid- para aguardar la inminente victoria
de las tropas franquistas.101

El 6 de noviembre, cuando parecía que el ejército sublevado estaba a punto de entrar en Madrid, el
gobierno de Largo Caballero decidió trasladarse a Valencia, encomendando la defensa de la ciudad al
general Miaja que debería formar una Junta de Defensa de Madrid. «Una salida precipitada, mantenida
en sigilo, sobre la que no se dio explicación pública alguna».102 «Quienes se quedaron en Madrid no
pudieron interpretar estos hechos sino como una vergonzosa huida... sobre todo porque los madrileños
fueron capaces de organizar su defensa».103 Dos días después comenzó la batalla de Madrid.

Dado que las fuerzas de los sublevados no eran superiores a las fuerzas republicanas que defendían
Madrid (unos 23 000 soldados), la penetración en la capital tendría que ser rápida y en un frente muy
estrecho. Una columna atravesaría el río Manzanares al norte del puente de los Franceses y avanzaría
por la Ciudad Universitaria de Madrid para luego bajar por el paseo de la Castellana. Otra columna
cruzaría el parque del Oeste para seguir por los bulevares y llegar a la plaza de Colón. Y una tercera
cruzaría el barrio de Rosales para alcanzar la plaza de España y la calle Princesa. Para apoyar este avance
se consideraba fundamental tomar el cerro de Garabitas en la Casa de Campo donde se podía situar la
artillería y desde allí bombardear la ciudad. El éxito de la operación dependía de que los republicanos
creyeran que el ataque se produciría por el sur y concentraran allí sus fuerzas, pero en la noche de 7 al 8
de noviembre, precisamente en el momento que iba comenzar la batalla de Madrid, el teniente coronel
Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor de la defensa de Madrid, conoció los planes de los atacantes gracias
a los papeles encontrados en el cadáver de un oficial italiano del ejército sublevado.104

Entre los días 8 y 11 de noviembre se produjeron violentos combates en la Casa de Campo. El día 13 los
sublevados ocupaban el cerro de Garabitas y dos días después lograban cruzar el río Manzanares
adentrándose en la Ciudad Universitaria. Pero de allí no pudieron pasar gracias a la resistencia que
presentaron las fuerzas republicanas, reforzadas por la llegada de las primeras Brigadas Internacionales,
de unidades de tanques soviéticos T-26 (cuya primera intervención se había producido en la batalla de
Seseña) y de 132 aviones rusos «Moscas» y «Chatos» que disputaron la superioridad aérea a los 117
aviones de la Legión Cóndor alemana. El 23 de noviembre el general Franco desistió de continuar el
infructuoso ataque frontal a la capital y el frente quedó ese día estabilizado.105

Tanque soviético T-26 usado por las fuerzas republicanas

«La resistencia de Madrid cambió el signo de la guerra. Ya no sería un conflicto de rápidos movimientos
envolventes, sino de batallas a gran escala, de maniobras tácticas para alcanzar objetivos estratégicos, en
las que unos cuantos centenares de metros de terreno tendrían significado y cuyo modelo sería la
Primera Guerra Mundial, más que las campañas coloniales, única forma de guerra que los españoles
conocían de modo directo».106

Al fracasar el ataque frontal los sublevados decidieron envolver Madrid por el noroeste concentrando
sus fuerzas para cortar la carretera de La Coruña e intentar penetrar por allí en Madrid. En el primer
intento que tuvo lugar a finales de noviembre (primera batalla de la carretera de La Coruña) solo
consiguieron avanzar tres de los siete kilómetros previstos, quedando detenido el ataque. El segundo
intento tuvo lugar en diciembre (segunda batalla de la carretera de La Coruña) y también resultó un
fracaso. El tercer y último intento (la conocida como tercera batalla de la carretera de La Coruña) tuvo
lugar a principios de enero de 1937 y constituyó la «primera batalla importante de la Guerra Civil en
campo abierto».107 Los sublevados organizaron un importante ejército, llamado División Reforzada de
Madrid, que contaba con tanques italianos, baterías antitanque para contrarrestar los T-26 soviéticos y
artillería pesada. Frente a ella los republicanos desplegaron un ejército compuesto de cinco divisiones,
cada una con tres brigadas, aunque algunas no estaban completas y muy pocas estaban mandadas por
oficiales de infantería de carrera (para mandar las cinco divisiones se tuvo que recurrir a dos oficiales
retirados por la ley Azaña de 1931, a dos oficiales provenientes de las fuerzas de seguridad, y a un
miliciano, el comunista Juan Modesto). Entre los días 6 y 9 de enero la División Reforzada atacó hacia el
norte y luego giró al este al llegar a la carretera de La Coruña, pero las fuerzas republicanas resistieron y
los «nacionales» tuvieron que desistir en su avance.108

Fracasado el intento de envolver Madrid por el noroeste, los sublevados lo intentan por el sureste
avanzando hacia el río Jarama para cortar la vital carretera de Valencia, por donde llegaban a Madrid la
mayoría de sus suministros. La batalla del Jarama se inició el 4 de febrero con el ataque por unidades de
la Legión Española y fuerzas regulares marroquíes, apoyadas por carros de combate, a las posiciones
republicanas. El 11 de febrero tomaban el puente de Pindoque defendido por la compañía «André
Marty» de la XII Brigada Internacional que tuvo 86 muertos. Los sublevados prosiguieron su avance pero
las fuerzas republicanas apoyadas por unidades de tanques soviéticos dirigidos por el general «Pablo» (el
general Rodímtsev) y el dominio del aire de la aviación republicana gracias a los «Chatos» les obligó a
detenerse y renunciar a alcanzar la línea Arganda-Morata de Tajuña. Sin embargo los republicanos no
pudieron recuperar el terreno perdido y el frente quedó estabilizado el 23 de febrero de 1937. Fue el
final de la batalla del Jarama.109

Mientras se iniciaba la batalla del Jarama, se producía la toma de Málaga por los sublevados el 8 de
febrero de 1937, gracias especialmente a la intervención de las unidades motorizadas de la división de
milicias fascistas italianas («legionari» del CTV, Corpo di Truppe Volontarie) que había comenzado a llegar
a España dos meses antes enviada por Mussolini, imbuido de la idea de que el soldado fascista era muy
superior al combatiente «rojo». El ataque había comenzado el 14 de enero de 1937 avanzando desde
Ronda por el norte, siguiendo la carretera costera avanzando hacia Marbella por el oeste (con el apoyo
de los dos modernos cruceros Baleares y Canarias que bombardeaban desde el mar y contra los que
poco podían hacer los destructores y los más viejos y peor armados cruceros republicanos) y desde
Granada hasta Alhama por el noreste. Aunque las milicias republicanas consiguieron contener el ataque
tierra adentro, el día 5 de febrero convergieron varias columnas sobre Málaga encabezadas por las
fuerzas italianas. Esto obligó a retirarse a las milicias a la capital pero allí faltas de mandos, de
fortificaciones para la defensa y del apoyo de la flota republicana no tuvieron más remedio que
emprender la huida hacia el este por la carretera costera de Málaga y Almería acompañadas de miles de
civiles mientras eran ametrallados y bombardeados por la aviación italiana y los barcos de guerra de los
sublevados. A los pocos días los sublevados llegaban a Motril haciendo numerosos prisioneros y
obteniendo grandes cantidades de material.110 «Para el Gobierno republicano, la derrota demostró una
profunda ineficacia y una falta de energía moral y señaló el comienzo de la decepción de los comunistas
con respecto a la actuación de Largo Caballero como Jefe de Gobierno y ministro de la Guerra. Las
salpicaduras llegaron a los mandos que Largo había nombrado, los cuales fueron procesados como
resultado de las investigaciones llevadas a cabo después del desastre».111

Artilleros italianos del bando sublevado disparando un cañón en la batalla de Guadalajara.

El tercer y último intento de envolver Madrid fue una iniciativa del Corpo di Truppe Volontarie (CTV)
fascista italiano, a la que accedió el generalísimo Franco, y que dio lugar a la batalla de Guadalajara. La
idea italiana de la ofensiva era atacar Madrid desde el noreste dirigiéndose a Guadalajara y una vez
tomada esta ciudad cortar la carretera de Valencia y entrar en la capital. Para esta operación, en la que
se seguiría la táctica de lo que los generales italianos llamaban «guerra relámpago» (las previsiones eran
que en una semana, entre el 8 y el 15 de marzo de 1937, Madrid sería conquistada), se desplegaron
buena parte de los de los 48 000 soldados con que contaba entonces el CTV (integrados en cuatro
divisiones con 4000 vehículos, 542 cañones y 248 aviones).112
Soldados italianos del Corpo Truppe Volontarie durante la batalla de Guadalajara

El día 8 de marzo comenzó el ataque y en la noche del 9 al 10 de marzo la 3.ª División italiana tomaba
Brihuega y el día 11 Trijueque encontrando una fuerte resistencia de las fuerzas republicanas, entre las
que se encontraban la XI y la XII Brigadas Internacionales (de las que formaba parte el batallón Garibaldi
integrado por italianos antifascistas), apoyadas por las unidades de tanques soviéticos y por la aviación, y
ayudadas por el mal tiempo (los suelos embarrados por la lluvia dificultaba el avance de los vehículos e
impedía el despegue de los aviones de los campos encharcados, mientras que los aviones republicanos sí
disponían de campos de aviación utilizables). El 12 de marzo las tropas republicanas lanzaron una
contraofensiva que hizo huir desmoralizada a la 3.ª División italiana y permitió recuperar en los días
siguientes Trijueque y Brihuega, apoderándose de material abandonado por los italianos. El día 19 de
marzo las fuerzas republicanas detuvieron su avance y organizaron líneas de defensa. El 23 de marzo
terminó la batalla de Guadalajara que la prensa internacional liberal y de izquierdas llamó la «primera
victoria contra el fascismo», destacando el hecho de que muchos «legionari» del CTV habían sido
capturados por los «garibaldini» de las Brigadas Internacionales.112

«Con la ayuda rusa la República había podido responder a la amenaza que suponía la llegada de
armamento desde Italia y Alemania para el bando nacional. El Ejército Popular ya no consistía en bandas
sueltas de milicianos con improvisados mandos. Había demostrado saber retirarse a fortificaciones
preparadas, resistiendo con pequeñas retaguardias a la espera de refuerzos. Responder a esta técnica
iba a exigir otras capacidades de las que poseía el CTV».113

Marzo-noviembre de 1937: la campaña del Norte y las batallas de Brunete y Belchite

Véanse también: Guerra Civil Española en el País Vasco y Guerra Civil Española en Cantabria.

Mapa de la Campaña del Norte

La batalla de Guadalajara fue el último intento del bando sublevado de tomar Madrid y solo una semana
después de su final se inició la Campaña del Norte, el ataque de las fuerzas sublevadas contra la franja
cantábrica que permanecía fiel a la República pero que estaba aislada por tierra del resto de la zona
republicana. El objetivo de los «nacionales» era controlar sus importantes recursos mineros e
industriales (especialmente las siderurgias y las fábricas de armas), además de que su conquista
permitiría trasladar la flota sublevada al Mediterráneo para intentar detener el tráfico marítimo que se
dirigía a los puertos republicanos.114 La ofensiva de las fuerzas sublevadas al mando del general Mola
(unos 28 000 efectivos, incluidos los de las unidades del Corpo Truppe Volontarie italiano, apoyados por
140 aviones italianos y alemanes de la Legión Cóndor) se inició el 31 de marzo de 1937 desde las
posiciones alcanzadas en octubre de 1936 en la campaña de Guipúzcoa, que se situaban a unos 35
kilómetros al oeste de San Sebastián, sobre las defensas de Vizcaya que había organizado el gobierno
vasco presidido por José Antonio Aguirre desde octubre de 1936 tras haber aprobado las Cortes
republicanas el Estatuto de Autonomía del País Vasco. El Ejército Vasco reclutado por Aguirre rechazaba
la autoridad del general Francisco Llano de la Encomienda que era el jefe del Ejército del Norte, que
teóricamente agrupaba a todas las fuerzas de Vizcaya, Santander y Asturias, y actuaba de forma
independiente (en él no existía la figura del comisario político y tenía pocos mandos profesionales).115

Bombardeo de Guernica, el 26 de abril de 1937

En la primera ofensiva de la campaña de Vizcaya las fuerzas «nacionales», aunque contaban con la
superioridad naval y aérea (el grueso de la flota republicana se encontraba en el Mediterráneo y solo
había un pequeño número de cazas soviéticos), avanzaron relativamente poco debido a la fuerte
resistencia que encontraron y a las malas condiciones meteorológicas. La segunda ofensiva iniciada el 20
de abril tuvo más éxito alcanzando cinco días después la línea Guernica-Durango. El día 26 de abril, tras
haber bombardeado Jaén y Durango los días anteriores, se produjo el bombardeo de Guernica por
aviones alemanes de la Legión Cóndor y aviones italianos del CTV causando muchas víctimas civiles y
una enorme destrucción porque además de las bombas convencionales utilizaron bombas incendiarias.
Tres días después las fuerzas «nacionales» ocupaban la ciudad y el día 30 de abril llegaban a Bermeo.116

Artículo principal: Batalla de Bilbao

Entonces ambos ejércitos se reorganizaron (el «lehendakari» Aguirre en persona asumió el mando
supremo del ejército vasco) para atacar y defender respectivamente el conjunto de las fortificaciones
alrededor de Bilbao, el llamado «Cinturón de Hierro», que sin embargo había perdido gran parte de su
utilidad porque el ingeniero que las había diseñado, Alejandro Goicoechea, se había pasado al bando
sublevado con los planos de las mismas. Gracias a ellos, los «nacionales» pudieron penetrar por sus
puntos débiles mientras la ciudad de Bilbao era bombardeada por la artillería pesada y por la aviación (el
17 de junio cayeron veinte mil obuses117). Finalmente Bilbao cayó el 19 de junio, sin que el gobierno de
Valencia, presidido desde el 17 de mayo por el socialista Juan Negrín tras superar la crisis republicana de
los «sucesos de mayo de 1937» hubiera podido organizar algún ataque en otros frentes que hubiera
dificultado la gran concentración de medios terrestres y aéreos desplegada por los «nacionales» en la
Campaña de Vizcaya.118

Por fin a principios de julio las fuerzas republicanas lanzaron una ofensiva en el frente de Madrid para
aliviar la presión del ejército «nacionalista» en el norte. Así el 6 de julio comienza la batalla de Brunete
llamada así porque la lucha por la conquista de ese pueblo situado al oeste de Madrid por los
republicanos (que pretendía seguir después en dirección sureste para encontrarse con las otras fuerzas
gubernamentales que avanzarían desde el sur de la capital, lo que de tener éxito obligaría a los
«nacionales» a ordenar un repliegue general de sus fuerzas si no querían verse cercados) se convirtió en
el elemento central de los combates. El ataque hacia Brunete fue lanzado por el reorganizado V Cuerpo
de Ejército republicano al mando del comandante de milicias Juan Modesto apoyado por unidades de
tanques T-26 soviéticos que ocupó la localidad casi sin resistencia, pero el general Franco reaccionó
rápidamente y envió unidades de la Legión y de Regulares más las brigadas de Navarra y unos 150
aviones italianos y alemanes retirados del frente del norte, deteniéndose así el ataque hacia Santander.
Esto permitió a las fuerzas nacionales realizar el contraataque.119 «Empezó así una batalla de desgaste
bajo el tremendo sol veraniego, sin sombra ni agua, que terminó arrojando un saldo de 40 000 bajas. La
dura batalla concluyó el 26 de julio, por puro agotamiento. El Ejército Popular Republicano había
retenido importantes sectores del territorio que había conquistado... aunque perdió Brunete. (...) [La
batalla de] Brunete coincidía con el aniversario del principio de la guerra. A partir de unas cuantas
columnas sublevadas que luchaban contra milicias improvisadas se habían formado dos ejércitos con un
considerable apoyo de artillería y aviación».120

Terminada la batalla de Brunete las fuerzas «nacionales» se reorganizaron y reanudaron la Campaña del
Norte atacando Santander desde el sur por el puerto de montaña de Reinosa y desde el este siguiendo la
costa. La batalla de Santander comenzó el 14 de agosto con el ataque a Reinosa que fue ocupada solo
dos días después y cuya fábrica de armamento no fue destruida por los republicanos en su retirada en
desbandada. La resistencia republicana en la costa también se desplomó rápidamente ante el avance de
las unidades del CTV italiano gracias especialmente a la superioridad aérea (los republicanos no
pudieron enviar aviación a aquella zona debido a la lejanía de las bases) cuyos continuos bombardeos
destrozaron y desmoralizaron a las fuerzas republicanas mandadas por el general Mariano Gamir Ulibarri
nombrado el 6 de agosto. El 24 de agosto, solo diez días después de iniciada la ofensiva, la ciudad de
Santander (donde escaseaban los víveres y el combustible debido al bloqueo naval de la armada
sublevada) fue ocupada después de que las fuerzas de orden público, una vez evacuados los mandos,
izaron bandera blanca.121 «La historia de la campaña de Santander es la de un continuo avance, con
ocasionales y breves resistencias. Fueron muchos los prisioneros y los que se «pasaron», lo que daba fe
del estado de desmoralización de las filas republicanas».122

Mapa del entorno donde se desarrolló la batalla de Belchite con indicación de las situaciones inicial y
final.

La segunda ofensiva republicana para aliviar la presión de los «nacionales» en el Norte llegó tarde pues
comenzó el mismo día de la caída de Santander. Esta vez se desarrolló en el frente de Aragón, que se
mantenía prácticamente inalterado desde el inicio de la guerra cuando las columnas de milicias
confederales anarquistas y del POUM salieron de Cataluña y ocuparon la mitad oriental de Aragón
(donde crearon un ente casi independiente llamado Consejo de Aragón) aunque no consiguieron su
objetivo de conquistar Zaragoza, y que tras los «sucesos de mayo de 1937» habían sido incorporadas a
las unidades regulares del Ejército del Este. El 24 de agosto comenzó la ofensiva de Zaragoza cuyo
propósito era romper el frente y alcanzar la capital aragonesa, lo que obligaría al general Franco a
suspender su ofensiva del Norte. Al norte del Ebro combatían las divisiones anarquistas y al sur las
comunistas dirigidas por Enrique Líster y los dos generales internacionales Walter y Kleber. Después de la
toma de los pueblos de Codo y Quinto cercaron Belchite el día 26, dando inicio a la batalla de Belchite el
hecho bélico más destacado de la campaña. Los «nacionales» que defendían el pueblo resistieron
encarnizadamente hasta el 3 de septiembre. Cuatro días antes los «nacionales» habían iniciado la
contraofensiva que al norte del Ebro hizo retroceder a las divisiones anarquistas y al sur en Fuentes de
Ebro, un pueblo situado a 26 kilómetros de Zaragoza, consiguió derrotar a las unidades de tanques
soviéticos BT5 y a la XV Brigada Internacional.123

Aunque Belchite permaneció en manos de los republicanos los dos objetivos de la ofensiva de Zaragoza
no se consiguieron: ni se tomó la capital aragonesa ni se detuvo el avance «nacionalista» en el frente
norte. Tras la ocupación de Santander se inició el 1 de septiembre la ofensiva de Asturias por la costa y
por el interior para poner fin al último territorio de la franja norte republicana. Unos días antes se había
formado en Gijón (Oviedo continuaba ocupada por los «nacionalistas» desde el inicio de la guerra) el
Consejo Soberano de Asturias y León bajo la presidencia del socialista Belarmino Tomás, uno de los
antiguos dirigentes de la Revolución de Asturias de octubre de 1934, que intentó organizar la defensa,
pero su situación eran tan difícil como la de Santander. Los asturianos no tenían apoyo naval (solo
disponían del destructor Císcar) ni apoyo aéreo (los pocos aviones con que contaban eran muy inferiores
a los de los atacantes) y estaban sometidos al bloqueo naval de la armada sublevada lo que había
provocado problemas de abastecimientos civiles y militares agravados por la presencia de unos 300 000
refugiados procedentes de otras zonas ocupadas por las tropas «nacionales». Así pues la resistencia al
avance «nacionalista» fue muy difícil de mantener por la carencia de material y alimentos y por el
abandono de la zona desde aire y mar y la desmoralización de las tropas dio lugar a retiradas
desordenadas a causa del pánico. Sin embargo hasta el 21 de octubre124 no fue tomado Gijón, el último
reducto de la Asturias republicana y de todo el norte.125 La mayoría de los prisioneros del Frente Norte
fueron recluidos en el campo de Miranda de Ebro.

Las consecuencias de la victoria «nacionalista» en la Campaña del Norte fueron muy importantes para el
curso de la guerra. «Franco pudo concentrar todas sus fuerzas en el centro de España y en el
Mediterráneo, y obtuvo el beneficio de una industria no destruida. La victoria restableció el orgullo de
Mussolini [perdido por la derrota de la batalla de Guadalajara, que en adelante cooperaría de buena
gana con Franco. La opinión internacional juzgaba que, una vez perdido el norte, la victoria era cuestión
de tiempo».126

En noviembre de 1937 el gobierno republicano de Juan Negrín decidió trasladarse de Valencia a


Barcelona (donde desde noviembre de 1936 ya se encontraba el presidente de la República Manuel
Azaña) para «poner en pleno rendimiento la industria de guerra» catalana, que en los meses siguientes
quedó bajo la autoridad directa del gobierno de la República, para que supliera la pérdida de las
importantes fábricas de armamento de Vizcaya, Cantabria y Asturias, y también para «asentar
definitivamente la autoridad del gobierno en Cataluña», lo que relegó al gobierno de la Generalidad de
Lluís Companys a un papel secundario.127

Diciembre de 1937-noviembre de 1938: de la batalla de Teruel a la batalla del Ebro

Véanse también: Batalla de Teruel y Batalla del Ebro.

El 12 de diciembre de 1937, la 11 División republicana al mando del jefe miliciano comunista Enrique
Líster corta las de vías de comunicación de la ciudad de Teruel con la retaguardia «nacional». Así da
comienzo la batalla de Teruel, cuya estrategia ha sido diseñada por el Jefe del Estado Mayor republicano,
el coronel Vicente Rojo. El objetivo es conquistar este saliente que en las líneas enemigas representaba
Teruel además de impedir el ataque de los «nacionales» contra Madrid previsto para el día 18 de
diciembre y alcanzar un éxito militar como era tomar una capital de provincia en manos de los
sublevados desde el inicio de la guerra para fortalecer la confianza interior y exterior en la causa
republicana tras la derrota de la Campaña del Norte en un momento en que la llegada de material bélico
de la Unión Soviética estaba reduciéndose a causa de las dificultades que estaba encontrando para pasar
la frontera francesa por la caída el gobierno del socialista Leon Blum. El general Franco reaccionó
inmediatamente para romper el cerco de Teruel pero como no pudo conseguirlo en el primer intento
tuvo que enviar más fuerzas y suspender el ataque previsto sobre Madrid (con lo que uno de los
objetivos estratégicos republicanos de la ofensiva sobre Teruel se había conseguido). Las bajas
temperaturas y las nevadas dificultaron las acciones de los dos ejércitos e impidieron que los
«nacionales» rompieran el cerco, a pesar de gozar de superioridad aérea y artillera, por lo que el coronel
Domingo Rey d'Harcourt decidió rendirse el 8 de enero y las fuerzas republicanas (la 46.ª División al
mando del miliciano Valentín González «El Campesino») ocuparon la ciudad.128 A partir de entonces las
fuerzas «nacionales» redoblaron sus ataques para reconquistar Teruel lanzando varias ofensivas que
fueron minando las defensas y la moral de las fuerzas republicanas. El 7 de febrero de 1938 alcanzaron la
línea del río Alfambra y el 21 de febrero la ciudad estaba cercada. La División 46 mandada por «El
Campesino» escapó o huyó, según las diferentes versiones, y la ciudad fue reconquistada por los
«nacionales».129 «El valor de unos soldados bisoños mal conducidos, armados y vestidos y enfrentados
por rencores políticos [anarquistas frente a comunistas] poco podía hacer contra tropas experimentadas
y bien equipadas y, sobre todo, contra los bombardeos».130 El coronel Vicente Rojo le escribió al
ministro de Defensa de la República Indalecio Prieto sobre la retirada de Teruel de la División 46:130

Tardaremos aún mucho tiempo para que los jefes de nuestro ejército se comporten como es debido.

Mapa de España en julio de 1938 después de la ofensiva de Aragón y cuando comenzó la batalla del
Ebro.

Leyenda

Zona controlada por los sublevados

República Española

Solid blue.png Principales centros nacionalistas

Red-square.gif Principales centros republicanos

La batalla de Teruel mostró las debilidades del ejército republicano lo que indujo a Franco a posponer
definitivamente el ataque a Madrid para en su lugar lanzar la ofensiva de Aragón contra Cataluña y
Valencia. El ataque, que iba a extenderse por todo el frente de Aragón, comenzó al sur del río Ebro el 9
de marzo donde el frente se derrumbó ante la gran concentración de fuego artillero y de aviación. El día
14 el CTV tomaba Alcañiz y el 17 los «nacionales» tomaban Caspe, después de haber «reconquistado»
Belchite. Lo mismo sucedió al norte del Ebro donde tomaron Fraga el 27 de marzo y a principios de abril
llegaron a Lérida (donde la 101.ª Brigada Mixta mandada por el jefe miliciano Pedro Mateo Merino
impidió que cruzaran el río Segre por allí). Al norte de Lérida avanzaron hasta el Noguera Pallaresa y
establecieron cabezas de puente en Balaguer y Tremp. Una vez alcanzadas esas posiciones Franco
descartó dirigirse hacia Barcelona y optó por avanzar hacia el Mediterráneo al sur de la desembocadura
del Ebro, objetivo que alcanzaron el 15 de abril al llegar a Vinaroz, con lo que la zona republicana quedó
dividida en dos.131

El fracaso de la batalla de Teruel y el derrumbe del frente de Aragón provocaron la crisis de marzo de
1938 en el bando republicano cuando el presidente del gobierno Juan Negrín intentó que Indalecio
Prieto cambiara de ministerio y dejara el de Defensa ya que, como el presidente de la República Manuel
Azaña, Prieto consideraba que lo que había sucedido mostraba que el ejército republicano nunca podría
ganar la guerra y que había que negociar una rendición con apoyo franco-británico. Pero al no
conseguirlo Negrín le pidió a Prieto que abandonara al gobierno,132 recomponiendo a continuación su
gabinete el 6 de abril y asumiendo Negrín personalmente el Ministerio de Defensa,133 con el coronel
comunista Antonio Cordón como subsecretario de Guerra, que procedió a la reorganización de las
fuerzas republicanas agrupadas en dos grandes grupos de ejércitos, en consonancia con la división de la
zona republicana provocada por la llegada de los «nacionales» al Mediterráneo: el GERC (Grupo de
Ejércitos de la Región Centro-Sur) y el GERO (Grupo de Ejércitos de la Región Oriental).134 Las posiciones
del nuevo gobierno de Negrín con vistas a unas posibles negociaciones de paz quedaron fijadas en su
«Declaración de los 13 puntos», hecha pública en la significativa fecha del 1º de mayo de 1938.135

Reemplazo republicano destinado al frente de Teruel

Una vez alcanzado el Mediterráneo, Franco decidió dirigir sus tropas contra Valencia en lugar de contra
Barcelona, sede del gobierno republicano, no porque temiera, según el historiador Michael Alpert, que
«Cataluña fuera un bocado difícil» sino porque «la presencia de fuerzas alemanas e italianas en España
hacía que un posible acercamiento de Franco a la frontera francesa pudiera suscitar tensiones
internacionales».136 Se inicia así la ofensiva del Levante cuyo plan consistía en converger sobre Sagunto
(a unos 20 kilómetros al norte de Valencia) avanzado por la costa desde Vinaroz y por el interior desde
Teruel, para desde allí tomar Valencia. La resistencia republicana fue dura especialmente cuando las
fuerzas «nacionales» tras conquistar Castellón de la Plana el 13 de junio alcanzaron la línea de
fortificaciones llamada línea XYZ que se extendía desde Almenara, unos kilómetros al norte de Sagunto,
en la costa hasta el río Turia en el interior. Allí las tropas «nacionales» tuvieron que detener su
avance.137

Mapa de la zona donde se desarrolló la Batalla del Ebro

El 25 de julio de 1938 el republicano Ejército del Ebro, uno de los dos grandes cuerpos del ejército de
que se componía el recién creado GERO, cruza en barcazas por sorpresa el río Ebro entre Mequinenza y
Amposta con el objetivo de atacar desde el norte al ejército «nacional» que se acercaba a Valencia. Fue
el inicio de la batalla del Ebro que se convirtió para ambos bandos en una dura lucha de desgaste.138
Aunque el paso del Ebro por Amposta en la costa fue pronto liquidado por las fuerzas «nacionales» el
grueso del Ejército republicano llegó a las puertas de Gandesa en el interior pero no logró tomar esta
localidad debido a la fuerte resistencia que opusieron las unidades de regulares y de legionarios que la
defendían y sobre todo porque inexplicablemente la aviación republicana no protegió el avance y la
Legión Cóndor enviada rápidamente por el general Franco dominó los aires y bombardeó y ametralló
constantemente las posiciones republicanas. Así que hacia el 2 o el 3 de agosto la maniobra republicana
había fracasado ya que no se iba a producir ninguna irrupción de unidades republicanas en el territorio
dominado por los sublevados.139 A partir de ese momento las operaciones se centraron en la bolsa de
territorio ganado por los republicanos al sur del Ebro, que estos defendieron a toda costa mientras que
los «nacionales» intentaban desalojarlos de allí (a pesar de que algunos de los colaboradores del general
Franco le aconsejaron que abandonara el frente del Ebro una vez detenido el avance republicano y
reemprendiera la campaña contra Valencia, pero Franco pensó, sin embargo, «que con la ayuda
constante que recibía desde Alemania e Italia en aviación y artillería pesada, con su mayor flexibilidad
logística (frente a un enemigo que no podía llevar refuerzos a sus tropas por estar cerrada la frontera
francesa) y con el virtual bloqueo marítimo de las costas, podría destruir lentamente lo mejor de las
fuerzas de la República»).140 Después de tres meses de duros combates, que causaron más de 60 000
bajas por cada bando, los republicanos tuvieron que retirarse y volver a cruzar el Ebro en sentido
contrario. El 16 de noviembre lo hacían las últimas unidades poniendo fin así a la batalla del Ebro, la más
larga de la guerra y que supuso una nueva victoria para el bando sublevado.141

Mientras se desarrollaba la batalla del Ebro estalló la crisis de los Sudetes de Checoslovaquia que podía
conducir a la guerra en Europa. Negrín decidió entonces retirar las Brigadas Internacionales para
conseguir una actitud favorable hacia la República de las potencias democráticas Francia y Gran Bretaña
y lo mismo hizo el general Franco al reducir la presencia de tropas italianas (aunque conservando lo que
realmente le interesaba de la ayuda fascista italiana: la artillería, la aviación y los carros de combate) y
garantizar a Gran Bretaña y Francia que se mantendría neutral si estallara la guerra en Europa. Sin
embargo el cierre de la crisis con los acuerdos de Múnich del 29 de septiembre de 1938, según los cuales
Checoslovaquia debería entregar los Sudetes a Hitler, supuso una nueva derrota para la República en el
plano internacional porque el acuerdo significaba que las potencias democráticas, Francia y Gran
Bretaña, continuaban con su política de «apaciguamiento» respecto de la Alemania nazi, y si no
intervenían para defender a Checoslovaquia menos lo harían para ayudar a la República española.142
143

Diciembre de 1938-febrero de 1939: ofensiva sobre Cataluña

Véanse también: Guerra Civil Española en Cataluña y Ofensiva de Cataluña.

España en febrero de 1939 después de la caída de Cataluña.

Leyenda

Zona controlada por los sublevados


República Española

Solid blue.png Principales centros nacionalistas

Red-square.gif Principales centros republicanos

Los dos ejércitos salieron muy quebrantados de la batalla del Ebro, pero los «nacionales» lograron
rehacerse rápidamente, estando, a principios de diciembre de 1938, preparados para comenzar la
ofensiva de Cataluña, «que sería la última significativa de la guerra»,144 en un momento en que tras los
acuerdos de Múnich atacar Cataluña ya no implicaba el peligro de una reacción francesa («Francia y Gran
Bretaña habían aceptado, al menos tácitamente, la continuación de la presencia italiana en España, y
solo deseaban el fin del conflicto. Por su parte, Franco había garantizado su neutralidad en caso de una
guerra general»).144

El ataque a Cataluña se retrasó a causa del mal tiempo y finalmente comenzó el 23 de diciembre,
avanzando desde el sur y desde el oeste, encontrando una fuerte resistencia durante las dos primeras
semanas. Sobre el día 6 de enero, los restos del Ejército del Ebro habían quedado casi completamente
diezmados, mientras que el otro grupo de ejércitos del GERO, el Ejército del Este, se batía en retirada. El
jefe del Estado Mayor republicano, el general Vicente Rojo, proyectó una maniobra de diversión en la
zona centro-sur para aliviar la presión sobre Cataluña, pero fracasó (hubo que desistir del desembarco en
Motril por la debilidad de la flota republicana, «minada por la desidia, la indisciplina y la falta de una
clara dirección político-estratégica»; la ofensiva en el frente de Extremadura tuvo escaso éxito dada la
baja moral y la falta de material y de medios de transporte que padecían los ejércitos de la zona centro-
sur (GERC) al mando del general Miaja).144

Así pues, a partir de la primera semana de enero de 1939 el avance de las tropas «nacionales» fue
prácticamente imparable (gracias de nuevo a la mejor preparación de sus mandos intermedios —
comandantes, tenientes-coroneles y coroneles—, a su superioridad artillera y aérea por la presencia
permanente de la Legión Cóndor y de la aviación italiana y a que la flota sublevada bombardeó los
puertos impidiendo la llegada de material para las fuerzas republicanas). Los «nacionales» en su avance
hacían cada vez mayor número de prisioneros, lo que «siempre constituye un indicio de la
descomposición de un ejército».145 Artesa de Segre fue tomada el 4 de enero, Tárrega el 15, el 21
Villafranca del Panadés, el 22 Igualada y el 24 alcanzaron el río Llobregat. Los destrozados ejércitos
republicanos se retiraron hacia la frontera francesa acompañados por una inmensa muchedumbre de
civiles y de funcionarios y de autoridades que colapsaba las carreteras. El 26 de enero los «nacionales»
sin encontrar apenas resistencia entraban en Barcelona, abandonada por el gobierno y las autoridades
militares que cruzaron la frontera francesa el 5 de febrero después de celebrar la última reunión de lo
que quedaba de las Cortes republicanas en el castillo de Figueras. Un día antes, el 4 de febrero, los
«nacionales» habían ocupado Gerona.146 El general Vicente Rojo Lluch comparó un año después desde
el exilio lo que había sucedido en Madrid en noviembre de 1936 y lo que había pasado en Barcelona en
enero de 1939:147

¡Qué ambiente tan distinto! ¡Qué entusiasmo entonces! ¡Y qué decaimiento ahora! Barcelona cuarenta y
ocho horas antes de la entrada del enemigo era una ciudad muerta... [Se] perdió lisa y llanamente
porque no hubo voluntad de resistencia, ni en la población civil, ni en algunas tropas contaminadas por
el ambiente.

Entre el 5 y el 11 de febrero los últimos restos de los dos ejércitos republicanos del GERO cruzaron
ordenadamente la frontera deponiendo sus armas y siendo internados a continuación en campamentos
improvisados situados en las playas francesas a la intemperie.148

Mientras las tropas republicanas cruzaban la frontera francesa, se producía la ocupación de Menorca por
los «nacionales» gracias a la intervención británica, la única que se produjo en la Guerra de España.149
Para impedir que la estratégica isla de Menorca, que durante toda la guerra había permanecido bajo
soberanía republicana, pudiera caer bajo dominio italiano o alemán, el gobierno británico aceptó la
propuesta del jefe franquista de la Región Aérea de las Baleares, Fernando Sartorius, conde de San Luis,
para que un barco de la Royal Navy lo trasladara a Mahón y negociar allí la rendición de la isla a cambio
de que las autoridades civiles y militares republicanas pudieran abandonarla bajo protección británica. El
gobierno británico puso en marcha la operación sin informar al embajador republicano en Londres,
Pablo de Azcárate (que cuando más tarde se enteró presentó una protesta formal por haber prestado un
buque británico a un «emisario de las autoridades rebeldes españolas»). Así pues, en la mañana del 7 de
febrero arribaba al puerto de Mahón el crucero Devonshire con el conde de San Luis a bordo, donde se
entrevistó con el gobernador republicano el capitán de navío Luis González de Ubieta, quien tras intentar
infructuosamente contactar con Negrín, aceptó las condiciones de la rendición al día siguiente. A las 5 de
la madrugada del 9 de febrero el Devonshire partía de Mahón rumbo a Marsella con 452 refugiados a
bordo. Inmediatamente Menorca fue ocupada por los «nacionales» sin que participara ningún
contingente ni italiano ni alemán. La intervención británica dio lugar a un acalorado debate en la Cámara
de los Comunes el 13 de febrero durante el cual la oposición laborista acusó al gobierno conservador de
Neville Chamberlain de haber comprometido al Reino Unido en favor de Franco. Al día siguiente el
representante oficioso del general Franco en Londres, el duque de Alba, hizo llegar al secretario del
Foreign Office lord Halifax «la gratitud del generalísmo y del gobierno nacional» por colaborar en
«reconquistar Menorca».150

Febrero-marzo de 1939: la vuelta de Negrín y la resistencia de la zona Centro-Sur

El día 9 de febrero cruzó la frontera francesa el presidente del gobierno, Juan Negrín, pero en Toulouse
cogió un avión para regresar a Alicante al día siguiente acompañado de algunos ministros con la
intención de reactivar la guerra en la zona centro-sur, el último reducto de la zona republicana.151 Allí se
desató una última batalla entre los que consideraban inútil seguir combatiendo y los que todavía
pensaban que «resistir es vencer» (esperando que las tensiones en Europa acabaran estallando y Gran
Bretaña y Francia, por fin, acudirían en ayuda de la República española, o que al menos impondrían a
Franco una paz sin represalias),152 pero el cansancio de la guerra y el hambre y la crisis de subsistencias
que asolaba la zona republicana estaban minando la capacidad de resistencia de la población.143 El
problema para Negrín, que instaló su cuartel general en la finca El Poblet en la localidad alicantina de
Petrel (cuyo nombre en clave era «Posición Yuste»), era cómo terminar la guerra sin combatir de manera
distinta a la de entrega sin condiciones. Su posición fue prácticamente insostenible cuando el 27 de
febrero, Francia y Gran Bretaña reconocieron al gobierno de Franco en Burgos como el gobierno legítimo
de España, y al día siguiente el presidente de la República Manuel Azaña que se encontraba en la
embajada española en París renunció a su cargo.153 Le sustituyó de forma provisional por el presidente
de las Cortes, Diego Martínez Barrio, que también se encontraba en Francia.154

Mientas tanto estaba muy avanzada la conspiración militar y política contra el gobierno Negrín dirigida
por el jefe del Ejército del Centro, el coronel Segismundo Casado, convencido de que «sería más fácil
liquidar la guerra a través de un entendimiento entre militares» por lo que había entrado en contacto a
través de la «quinta columna» con el Cuartel General del «Generalísimo» Franco para una rendición del
ejército republicano «sin represalias» al modo del «abrazo de Vergara» de 1839 que puso fin a la primera
guerra carlista (con la conservación de los empleos y cargos militares, incluida). Algo a lo que los
emisarios del general Franco nunca se comprometieron. Casado consiguió el apoyo de varios jefes
militares, entre los que destacaba el anarquista Cipriano Mera, jefe del IV Cuerpo de Ejército, y de
algunos políticos importantes, como el socialista Julián Besteiro, que también había mantenido contacto
con los «quintacolumnistas» de Madrid. Todos ellos criticaban la estrategia de resistencia de Negrín y su
«dependencia» de la Unión Soviética y del PCE, que eran los únicos que apoyaban ya la política de
resistencia de Negrín.154

Probablemente en conexión con la conjura casadista, el 4 de marzo se produjo la sublevación de la base


naval de Cartagena encabezada por militares profranquistas alentados por la quinta columna que había
desplegado una intensa actividad en la base y en la ciudad. Durante el día 4 y el 5 tienen lugar combates
entre los sublevados y los resistentes republicanos. Y en medio de ellos, el almirante Miguel Buiza
ordena a la flota republicana que abandone el puerto y la dirige a la base naval de Bizerta en el
protectorado francés de Túnez, a pesar de que la sublevación había sido dominada en Cartagena por las
fuerzas republicanas el día 7 de marzo.155156

Marzo de 1939: derrota de la República

Mapa de las dos españas en marzo de 1939

Artículo principal: Golpe de Casado

El 5 de marzo, al día siguiente del inicio de la sublevación de Cartagena, comenzó el golpe de Casado
apoderándose sus partidarios de los puntos neurálgicos de Madrid y anunciando a continuación la
formación de un Consejo Nacional de Defensa presidido por el general Miaja. El Consejo emitió un
manifiesto por radio dirigido a la «España antifascista» en el que se deponía al gobierno de Negrín, pero
no hablaba para nada de las negociaciones de paz. Las unidades militares controladas por los comunistas
opusieron resistencia en Madrid y sus alrededores pero fueron derrotados (hubo cerca de 2000 muertos)
firmando finalmente un acuerdo de «paso de mando del Ejército republicano al Ejército sublevado».157
Al día siguiente Negrín y su gobierno, junto con los principales dirigentes comunistas, abandonaron
España en avión para evitar ser apresados por los «casadistas».158

Consumado el golpe de Casado, el general Franco se negó a aceptar un nuevo «abrazo de Vergara»,
como Mola también lo había rechazado en el primer día del golpe de 1936, y no concedió a Casado
«ninguna de las garantías imploradas casi de rodillas por sus emisarios [que solo se entrevistaron con
miembros de baja graduación del Cuartel General], y contestó a británicos y franceses, deseosos de
actuar como intermediarios en la rendición de la República para así contener la influencia alemana e
italiana sobre el nuevo régimen, que no los necesitaba y que el espíritu de generosidad de los
vencedores constituía la mejor garantía para los vencidos».159

Comunicado emitido por el Cuartel General del generalísimo anunciando el fin de la guerra

Franco únicamente aceptaba una «rendición sin condiciones» por lo que solo restaba preparar la
evacuación de Casado y el Consejo Nacional de Defensa. Estos embarcaron con sus familias el 29 de
marzo en el destructor británico que los trasladó a Marsella (el socialista Julián Besteiro decidió
quedarse). Un día antes las tropas «nacionales» hicieron su entrada en Madrid y rápidamente los
sublevados en su ofensiva final ocuparon prácticamente sin lucha toda la zona centro-sur que había
permanecido bajo la autoridad de la República durante toda la guerra (el 29 de marzo Cuenca, Albacete,
Ciudad Real, Jaén, Almería y Murcia; el 30 de marzo Valencia y Alicante, y el 31 de marzo la ciudad de
Cartagena).160161 En Alicante desde el día 29 de marzo unas 15 000 personas, entre jefes militares,
políticos republicanos, combatientes y población civil que habían huido de Madrid y de otros lugares se
apiñaban en el puerto a la espera de embarcar en algún barco británico o francés, pero la mayoría no lo
lograron y fueron apresados por las tropas italianas de la División Littorio, al mando del general Gastone
Gambara. Muchos de los capturados fueron ejecutados allí mismo.162

El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde (Radio Nacional de España) difundía el último parte de la
guerra civil española, que decía lo siguiente:

En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos
objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos, 1º de abril de 1939, año de la victoria. El
Generalísimo. Fdo. Francisco Franco Bahamonde.

La guerra naval

Artículo principal: Guerra Civil Española en el mar

En la guerra civil española predominaron las acciones terrestres sobre las marítimas, y las marinas de
ambos bandos evitaron las grandes acciones de guerra por motivos políticos y estratégicos.163 Así,
después de los combates por el control del estrecho de Gibraltar de 1936, las dos flotas no tuvieron
«encuentros decisivos en el mar» y «sus estrategias se movieron en contextos muy conservadores,
tendentes sobre todo a la conservación de sus efectivos».164 El historiador Michael Alpert, en su estudio
titulado La guerra civil española en el mar, afirma que las «dos marinas de guerra españolas tuvieron que
rehacerse», pero que la «gubernamental no consiguió estar a la altura del momento y, a pesar de contar
con la mayoría de las unidades de la flota, desempeñó un papel defensivo durante la mayor parte de la
contienda». En cambio «la Marina de los sublevados aprovechó al máximo sus exiguos recursos y la
ayuda que recibió del extranjero».165

Desde principios del siglo xx, la función primordial de la marina de guerra ya no era destruir los barcos
del enemigo, sino bloquear sus rutas marítimas y sus puertos e impedir sus movimientos en la costa.
Esto es lo que realizó cada vez con más éxito la marina del bando sublevado, mientras que la marina que
permaneció fiel al gobierno abandonó ese objetivo después de las primeras semanas y adoptó una
posición defensiva cuyo objetivo era proteger las comunicaciones marítimas propias, mientras los
«nacionales» se esforzaban en interferirlas.166

Al principio de la Guerra Civil, la marina republicana era muy superior a la que quedó en manos de los
sublevados, pues estaba integrada por la práctica totalidad de la Armada española de aquel entonces: el
acorazado Jaime I (botado en 1914); los cruceros ligeros Libertad (botado en 1925), Miguel de Cervantes
(botado en 1928) y Méndez Núñez (botado en 1923); dieciséis destructores en servicio o a punto de
entregar; siete torpederos; doce submarinos (del submarino Isaac Peral (C-1) al submarino C-6 y del
submarino B-1 al submarino B-6); un cañonero; cuatro guardacostas y la casi totalidad de la Aeronáutica
Naval.167168

A pesar de contar con una flota tan importante, el problema residió en que a lo largo de la guerra no se
consiguieron superar los efectos de la represión que tuvo lugar en el momento del golpe de Estado de
julio de 1936 cuando la marinería y los suboficiales se rebelaron para impedir que los barcos se sumaran
a la sublevación, ya que la inmensa mayoría de la oficialidad era partidaria del golpe.163 En una fecha
tan avanzada como mayo de 1938, un informe presentado al presidente Juan Negrín sobre la situación
de la flota señalaba la ausencia de eficacia y de disciplina. «En general la moral ofensiva de los mandos
es pequeña y la moral de combate de las dotaciones es baja». Además, apuntaba la presencia de la
quinta columna franquista tanto en la Flota como en la base naval de Cartagena («Moral derrotista.
Mucho fascista con entera libertad de acción», se decía). Informes posteriores indicaban que la situación
no había mejorado.169

A diferencia de lo que ocurrió con el bando sublevado, que fue apoyado por las armadas italiana y
alemana, la República solo recibió de la URSS cuatro lanchas torpederas de clase G-5, además de unos
pocos mandos y especialistas en submarinos que, según un informe «reservado y confidencial»
presentado al presidente Negrín, eran «considerados —dentro de la Flota— como huéspedes molestos a
los que hay soportar con amabilidad. Lo mismo ocurre en la base naval de Cartagena».169 Por su parte,
Francia y Gran Bretaña solo participaron en alguna ocasión puntual para evitar el apresamiento de
buques propios por la flota «nacional».

Así pues, por encima de alguna victoria ocasional, como el hundimiento del Baleares a principios de
marzo de 1938 en la batalla del cabo de Palos, «la realidad era que la marina republicana se había
centrado en el servicio de protección del tráfico mercante, en el mantenimiento de un canal
suministrador de pertrechos de guerra y de alimentos».170 Pero ni siquiera esa función de escolta la
desempeñó con pleno éxito, como se señalaba en un informe del servicio secreto republicano (SIM) de
enero de 1939 en el que después de afirmar la «notoria inferioridad» de la marina de guerra republicana
respecto de la Marina de los «nacionales» se decía:169

Lo cierto es que la Marina de Guerra facciosa se ha incrementado sin hostilización por nuestra parte... y
que su Marina Mercante navega sin contratiempos por todos los mares, en tanto la nuestra, perseguida
y prácticamente indefensa, es presa fácil de los facciosos.

El submarino republicano C-3

La flota republicana y la base naval de Cartagena fueron aumentando su importancia estratégica para la
causa del bando republicano a media que aumentaban las dificultades para el abastecimiento
procedente del exterior por vía terrestre, como consecuencia de los cierres frecuentes de la frontera
francesa, por lo que el mantenimiento del «cordón umbilical» marítimo con la Unión Soviética era vital
para los republicanos. También cobraron cada vez más importancia a medida que las derrotas
republicanas se fueron acumulando y el territorio de la zona republicana se redujo porque,
especialmente tras la caída de Cataluña a principios de febrero de 1939, «para los combatientes
republicanos la Base y la Flota eran una especie de salvaguarda para el caso de una evacuación
organizada o de última hora».171

Al principio de la Guerra Civil, la marina del bando sublevado era muy inferior a la marina gubernamental
pues solo contaba con el acorazado España (botado en 1913 y que en julio de 1936 se encontraba en
dique seco); los cruceros ligeros República, rebautizado como Navarra, (botado en 1920 pero que se
encontraba en reparaciones y no entró en servicio hasta muy avanzada la guerra, en agosto de 1938), y
el Almirante Cervera (botado en 1928); el destructor Velasco (botado en 1923); cinco torpederos; tres
cañoneras y cinco guardacostas. Pero esta inferioridad se vio compensada muy pronto gracias al control
de los sublevados del principal astillero de la marina en Ferrol donde estaba prácticamente terminado el
crucero pesado Canarias —que entró en servicio en septiembre de 1936— y otro, el Baleares, a punto de
ser entregado (entró en servicio en diciembre de 1936), junto con los dos únicos dragaminas de España
(el dragaminas Júpiter, que entró en servicio a principios de 1937, y el dragaminas Vulcano, que entró en
servicio a finales de ese mismo año).167172

La inferioridad inicial de los sublevados se vio compensada también con el apoyo con que contaron
prácticamente desde el inicio de la guerra de la Armada Italiana, que participó con cruceros auxiliares y
submarinos en el bloqueo de los envíos de armamento de la Unión Soviética, y de la alemana. El
escándalo producido al hundir un submarino italiano por error un destructor británico, hizo que la Italia
Fascista dejara de participar directamente en acciones de guerra navales, cediendo cuatro «submarinos
legionarios» a los «nacionales» y vendiéndoles cuatro destructores y dos submarinos.
Por su parte la Alemania nazi envió al Mediterráneo dos submarinos en la llamada Operación Úrsula,
hundiendo un U 34 alemán el submarino republicano C3 frente a Málaga. Los alemanes aportaron
cruceros, pero estos no intervinieron, salvo en el bombardeo de Almería por el Admiral Scheer el 31 de
mayo de 1937, efectuado en represalia por el ataque aéreo que había sufrido el 28 de mayo de 1937 el
acorazado de bolsillo Deutschland en Ibiza. Este llamado incidente del Deutschland fue efectuado
probablemente por tripulaciones rusas, sin conocimiento por parte del mando republicano. Pero el
escándalo internacional que provocó hizo que la República dijese que era un error y que se trataba de
aviones republicanos que creían atacar al crucero pesado Canarias. El bombardeo de Almería, que se
había producido abiertamente (exhibiendo el pabellón alemán), llegó a ser considerado como un posible
motivo para que la República declarara la guerra a Alemania (posición defendida por el coronel Rojo e
Indalecio Prieto, en búsqueda de la generalización del conflicto a toda Europa), pero finalmente se
impuso la postura contraria de Negrín y Azaña.173

Un informe del servicio secreto republicano (SIM) de enero de 1939 señalaba la desventaja de la marina
republicana respecto de la «marina de guerra facciosa», que contaba con «un total de cerca de 100
unidades —contando entre ellas un gran número de cruceros auxiliares perfectamente artillados—».174

La guerra aérea y los bombardeos sobre poblaciones

Artículo principal: Bombardeos en la guerra civil española

Bombardeo de la Estación del Norte de Valencia por aviones italianos en 1937

La principal novedad en el campo de la guerra aérea de la contienda española de 1936 a 1939 fue que
«por primera vez en la historia la aviación fue utilizada intensamente en misiones de bombardeo sobre
la retaguardia».175 Así «a partir de la guerra civil española las víctimas podían estar a centenares de
kilómetros de los lugares del enfrentamiento bélico y ser sencillamente población civil indefensa».176
Dado que la aviación militar española en julio de 1936 estaba obsoleta esto solo fue posible porque
ambos bandos recibieron ayuda de potencias extranjeras que aportaron sus modernos bombarderos: el
bando sublevado los Savoia-Marchetti S.M.81 y los Savoia-Marchetti S.M.79 de la Aviación Legionaria de
la Italia fascista y los Junkers Ju 52 y Heinkel He 111 de la Legión Cóndor de la Alemania nazi; el bando
republicano los Katiuskas de la Unión Soviética.176

El bando sublevado utilizó en repetidas ocasiones el «bombardeo de terror», como lo llaman Solé i
Sabaté y Villarroya, cuyo único objetivo era la población civil para desmoralizarla y empujarla a la
rendición. Esta estrategia la inició en Madrid cuando en noviembre de 1936 fracasó el ataque frontal
contra la ciudad y la continuó con el bombardeo de Durango, el bombardeo de Guernica, el bombardeo
de Lérida, los bombardeos aéreos de Barcelona en enero de 1938, los bombardeos aéreos de Barcelona
en marzo de 1938,177 el bombardeo del mercado central de Alicante, el bombardeo de Granollers y los
bombardeos sobre diversas poblaciones catalanas en los meses finales de la guerra, especialmente los
de Figueras, y cuyas víctimas principales fueron mujeres y niños en un momento en que el ejército
republicano ya no existía en Cataluña.178 El único posible caso de «bombardeo de terror» por parte del
bando republicano fue el de Cabra en noviembre de 1938, pero todo parece indicar que se trató de un
terrible error cometido por los pilotos que confundieron el mercadillo de la ciudad con un campamento
de tiendas de campaña de una unidad italiana que, según la orden que habían recibido, había que buscar
y destruir.179

Así en cuanto a las ciudades más devastadas por los bombardeos la lista la encabezan las tres principales
ciudades republicanas, Barcelona, Madrid y Valencia, seguidas por Tarragona, Reus, Lérida, Badalona,
Granollers, Gerona, San Feliu de Guíxols, Palamós, Figueras, Colera, Portbou y Perelló en Cataluña;
Alicante, Sagunto, Gandía, Denia y Cartagena en la costa de Valencia y Murcia; y en Vizcaya Durango y
Guernica, esta última convertida en el símbolo de las atrocidades de los bombardeos del bando
sublevado, y que tuvo un enorme impacto a nivel internacional.180 En cuanto al número de víctimas
también existe una enorme diferencia entre las causadas por los bombardeos republicanos, unas 1100, y
las causadas por los bombardeos del bando franquista, alrededor de 9000 (Barcelona 2500 muertos;
Madrid, 2000; Valencia, cerca de 1000; Alicante cerca de 500; Durango, Guernica, Lérida, Tarragona,
Granollers, Figueras y Cartagena más de doscientos muertos cada una; Bilbao, Reus, Badalona y Alcañiz
cerca de 200; Játiva más de 100 muertos; y pequeños pueblos cuyos muertos fueron inferiores a este
número).181

Así fue como «la aviación se convirtió en un arma decisiva y la actuación de la aviación italiana y
alemana fue determinante en la victoria del ejército franquista».176

Otros hitos de la guerra aérea durante la guerra civil española son que durante la misma probablemente
se efectuó el primer puente aéreo de la historia; que en los aviones de caza empezó a primar el techo y
la velocidad lo que supuso el fin de los biplanos y además se demostró su importancia para el dominio
del aire y evitar así los bombardeos enemigos (incluso por la noche); que se realizaron ataques aéreos a
unidades navales, en puerto y en el mar; que se emplearon aviones de bombardeo en picado para lanzar
víveres y mensajes de ánimo a posiciones sitiadas, como el Alcázar de Toledo o el Santuario de Santa
María de la Cabeza, y para los «bombardeos ideológicos», mediante el lanzamiento de octavillas y
soflamas a las ciudades que estaban en la retaguardia, como el «bombardeo del pan» sobre Alicante.

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