El Avaro
El Avaro
El Avaro
Género : Dramático
Especie : Comedia
Actos : Cinco
Tema Principal : La avaricia como defecto
Personajes:
Harpagón El avaro.
El viejo Rapagón tiene dos hijos que no lo aman ni lo estiman, Elisa y Cleanto. La primera ha conocido
un joven que, para casarse con ella, se ha introducido en la case de su padre como intendente con el nombre
de Valerio; Cleanto por su parte está enamorado de una muchacha pobre, Mariana, con quien es indudable que
su padre no lo dejará casarse. Harpagón tiene proyectos muy diferentes y hace saber a sus hijos que está
dispuesto a tomar a Mariana para sí. Una intrigante, llamada Frosine, se encarga de negociar el matrimonio,
la joven no conoce a Harpagón he ignora que es el padre del muchacho que la corteja. La grotesca figura de
Harpagón la llena de espanto pero la presencia de Cleanto la reconforta. Harpagón, frente a las buenas
relaciones que ve establecerse entre los jóvenes, concibe una sorpresa que quiere comprobar. Finge haber
reflexionado sobre su edad y propone a Cleanto que sea él quien se case con Mariana. Cleanto cae en la
trampa, pero cuando su padre lo desenmascara y le dice que las cosas han llegado al extremo, el anuncia que
no la cederá sino por la fuerza. Un terrible descubrimiento distrae la atención del avaro pues le han robado
una cajilla con 10 mil francos que guardaba enterrada en el jardín. El ladrón es la Flecha, criado de Cleanto
al que Harpagón había despedido.
Pero las sospechas caen sobre Valerio, a consecuencia de una denuncia del mayordomo que quiere
hacer pagar al señor intendente los palos y maltratos que recibió de él. Para disculparse Valerio no tiene más
remedio que dar a conocer su identidad. Mariana reconoce en él a su hermano y el noble Anselmo, un hombre
de 50 años con quien Harpagón quería casar a Elisa, abre a ambos sus brazos: ¡es su padre!
En otro tiempo, por una serie de circunstancias novelescas, la familia se había dispersado en un
naufragio. Llega entonces Cleanto y propone un trueque a su padre: harán que le devuelvan a su padre los 10
mil francos si Harpagón le da a Mariana. Harpagón consiente en todo, incluso que Valerio se case con Elisa a
condición que las dos bodas no le cuesten nada y que se le pague un traje nuevo para asistir a ellas.
“El Avaro es en parte una imitación de la comedia de Plauto (254 a.C. – 184 a.C.) llamada La
Perdularia, pero mientras Plauto había pintado las angustias surgidas del encuentro fortuito de un tesoro,
Moliere, en la figura de Harpagón, creó el tipo del verdadero avaro, odioso, ridículo y terrible. Harpagón no
sólo es el clásico avaro que oculta su oro, sino que es un rico burgués y un usurero moderno, que saca
provecho de su capital y al que su pasión por el dinero hace olvidar sus deberes como padre. Para realizar su
vasta producción se inspiró Moliere en las fuentes más diversas, desde la comedia antigua, con Plauto y
Terencio, hasta su más próximos contemporáneos, pasando por la Edad Media y el siglo XVI. Me es
permitido coger lo bueno donde lo hallo respondió a los que reprobaban lo que llamaban sus plagios. Si en
algunas ocasiones copió, buscaba la vida en sus antecesores, pero más aun la buscaba en la observación
directa de la realidad. Para él, el objeto de la comedia era presentar en general los defectos de los hombres
y principalmente de los hombres de nuestro siglo . La pintura de los caracteres era la base de su realismo
psicológico. Los personajes que crea se mueven en la sociedad contemporánea”.
“No se limitó a estudiar los estragos del vicio en el hombre, sino que siguió fuera del hombre las
alteraciones de los sentimientos naturales que dichos vicios provocan. Esto es muy visible en el avaro: la
avaricia de Harpagón mata en él el sentimiento del honor, de la dignidad, la noción de sus deberes familiares,
y en sus hijos destruye el respeto, el amor filial, los vínculos familiares se disuelven, padres e hijos se
enfrentan como extraños y como enemigos. Se le ha reprochado el haber forzado la naturaleza y exagerado
los caracteres: el dinero es la única idea de Harpagón; pero esas exageraciones acentúan el relieve del
personaje, son necesarios el teatro tanto para dar veracidad, como para dar la nota cómica”.
ACTO CUARTO
ESCENA PRIMERA
Cleantes, Mariana, Elisa, Frosina
Cleantes.- Pongámonos ahí, que estaremos mucho mejor. Ya no queda nadie sospechoso alrededor, y
podemos hablar en libertad.
Elisa.- Sí, señora, mi hermano me hizo confidencia del amor que os profesa. Conozco las cuitas y
sinsabores que son capaces de causar tales inconvenientes, y os aseguro que participo de vuestra
peripecia con enorme cariño.
Mariana.- Dulce consuelo el verse apoyada por alguien como vos, y os insto, señora, a que mantengáis por
siempre esta generosa amistad, tan capaz de suavizarme las crueldades del destino.
Frosina.- ¡Vive Dios que sois, el uno y la otra, unos desdichados por no haberme avisado de este particular
vuestro antes que nada sucediera! Os habría ahorrado sin duda la desazón y no habría dejado llegar las
cosas hasta donde están.
Cleantes.- ¿Y qué quieres? Mi mal sino lo ha dispuesto así. Pero vos, hermana Mariana, ¿qué resoluciones
tomaréis?
Mariana.- ¡Ay, desdichada de mí! ¿Acaso estoy yo en condiciones de resolver nada? ¿Y puedo yo concebir
algo más que ilusiones en la obediencia a que me debo?
Cleantes.- ¿No hay más sostén para mí en vuestro corazón que unas simples ilusiones? ¿No hay servicial
piedad? ¿No hay compasiva bondad? ¿No hay activa ternura?
Mariana.- ¿Qué podría deciros? Poneos en mi lugar y ved lo que puedo hacer. Reflexionad, disponed vos
mismo: a vos me encomiendo, pero os creo demasiado prudente como para no exigir de mi más que lo que
permiten la honra y el decoro.
Cleantes.- ¡Ay, desdichado de mí! ¿A qué reducis relegándome a lo que enojosos criterios de una honra
rigurosa y un decoro escrupuloso quieran dictarme?
Mariana.- Pero, ¿qué queréis que haga? Aun cuando pudiera pasar por alto mucho del recato a que nos
obliga nuestra condición, tengo respeto a mi madre. Ella me educó siempre con el mayor de los cariños, y
yo no estaría dispuesta a darle disgusto. Moveos, influidla, emplead todos vuestros recursos para
ganárosla. Podréis hacer y decir de que cuanto queráis, os doy licencia para ello, y si todo depende de que
me declare a favor vuestro, yo misma me prestaré a hacerle una confesión de lo que siento por vos.
Cleantes.- Frosina, mi vieja Frosina, ¿querrías ayudarnos?
Frosina.- ¡Anda! Ni que decir tiene. Lo haría de todo corazón. Sabéis que soy de natural bastante
humano. El cielo no me ha dado un corazón de bronce, y no siento sino ternura al prestar estos pequeños
servicios, más aún tratándose de gente que se ama con toda honestidad y buena intención. ¿Qué
podríamos hacer?
Cleantes.- Te ruego que lo pienses un poco.
Mariana.- Danos alguna luz.
Elisa.- Ingéniatelas para desbaratas lo que tú hiciste.
Frosina.- Harto difícil es eso. ( A Mariana) En cuanto a vuestra madre, no es el todo imprudente y tal vez
queda ganársela y disponerla para que traslade al hijo la dádiva que quiere hacer el padre ( A Cleantes)
Pero el trastorno lo encuentro yo en que vuestro padre es vuestro padre.
Cleantes.- Claro
Frosina.- Quiero decir que se sentirá despechado como parezca que se le rechaza, y que no estará de
humor para, a continuación, dar su consentimiento a vuestro matrimonio. Para hacerlo bien, sería
menester que el rechazo partiera de él y habría que tratar por algún medio de quitarle las ganas de
vuestra persona.
Cleantes.- Sí, tengo razón, ya lo sé. Eso es lo que haría falta; ¡pero el diablo que encuentre la manera!
Esperad: si contáramos con una mujer ya un poco mayor, así como de mis alcances, que actuara lo
suficientemente bien como para imitar a una dama de alcurnia, con la ayuda de una comitiva improvisada y
un nombre raro de marquesa o de vizcondesa, que ubicaríamos en la Baja Bretaña, entonces me daría maña
para hacer crecer a vuestro padre que se trataba de una persona rica, con cien mil escudos en dinero
contante, además de sus tierras, la cual se había enamorado perdidamente de él y deseaba ser su mujer
al punto de cederle todos sus bienes de fortuna por contrato de boda, y no me cabe duda de que él
prestaría oídos a esta proposición, porque, en fin, os quiere mucho, lo sé, pero un poco más quiere al
dinero; y una vez que, deslumbrado por ese señuelo, hubiera transigido en lo que os afecta, poco
importaría luego que se desengañara, cuando llegara a descubrir los posibles de nuestra marquesa.
Cleantes.- Todo eso está muy bien pensado.
Frosina.- Dejadme a mí. Acabo de acordarme de una de mis amigas que nos viene a propósito.
Cleantes.- Estáte segura, Frosina, que, de llevarlo a buen término, tendrás mi gratitud. Pero encantadora
Mariana, os ruego que empecemos por ganarnos a vuestra madre; se trata nada menos que de desbaratar
esa boda. Os pido que hagáis por vuestra parte todos los esfuerzos que podáis. Aprovechaos de todo el
poder que os proporciona el apego que siente por vos; desplegad las elocuentes gracias, los todopoderosos
encantos que el cielo puso en vuestros ojos y en vuestra boca, y no olvidéis, por favor, ninguna de esas
palabras cariñosas, de esos ruegos delicados y de esas caricias conmovedoras a las que, estoy persuadido,
nadie podría resistirse.
Mariana.- Haré todo cuanto pueda, y nada olvidaré.
ESCENA SEGUNDA
Harpagón, Cleantes, Mariana,
Elisa, Frosina
Harpagón. (Aparte).- ¡Anda! Mi hijo besándole la mano a su futura madrastra, , y su futura madrastra
sin oponer ni poca ni mucha resistencia. ¿Habrá algún misterio en esto?
Elisa.- Ahí viene mi padre.
Harpagón.- El coche está ya listo. Podéis partir cuando os plazos.
Cleantes.- Puesto que vos no vais, padre, las llevaré yo.
Harpagón.- No, quedaos. Irán perfectamente ellas solas, y además a vos os necesito.
ESCENA TERCERA
Harpagón, Cleantes
Harpagón.- ¡Oh!, esto, dejando a un lado lo de madrastra, ¿qué te parece a ti como persona?
Cleantes.- ¿Que qué me parece?
Harpagón.- Sí, su porte, su talle, su belleza, su ingenio.
Cleantes.- Así, así.
Harpagón.- ¿Y qué más?
Cleantes..- Para hablaros con franqueza, no la he encontrado ahora como había pensado que era. Su
porte es el de una auténtica coqueta 15, su talle asaz desgarbado, muy mediocre su belleza, y su ingenio de
los más vulgares. No penséis, padre, que pretendo quitaros las ganas, porque, puesto a escoger madrastra,
lo mismo da ésta que otra.
Harpagón.- Sin embargo, tú antes le estabas diciendo…
Cleantes.- Le dije cuatro requiebros en vuestro nombre, pero era para complaceros.
Harpagón.- De manera que no sentiríais afecto por ella.
Cleantes.- ¿Yo? Ni por pienso.
Harpagón.- Me fastidia, porque eso trunca una idea que me había venido en mientes. Al verla aquí, he
reflexionado acerca de mi edad, y he pensado que la gente podría criticarme por casarme con una persona
tan joven. Esa consideración me ha llevado a abandonar mi propósito; pero como yo la pedí y estoy
comprometido con ella de palabra, te la hubiera dado en matrimonio, si no fuera por la aversión que
manifiestas.
Cleantes.- ¿A mí?
Harpagón.- A ti.
Cleantes.- ¿En matrimonio?
Harpagón.- En matrimonio
Cleantes.- Escuchad; cierto es que no es del todo de mi gusto; pero por complaceros, padre, estaría
dispuesto a desposarla, si vos queréis.
Harpagón.- ¿Yo? Yo soy más sensato de lo que tú te crees: no quiero forzar tu voluntad.
Cleantes.- Perdonadme, pero haría ese esfuerzo por amor de vos.
Harpagón.- No, no: no han de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad y sin amor.
15
Palabra que desde 1650 se emplea con un significado parecido al actual.
Cleantes.- Pero eso es algo que tal vez venga luego, padre; dicen que con frecuencia el amor es fruto del
matrimonio.
Harpagón.- No, del hombre es no aventurarse en un caso de estos, que luego se desprenden enojosas
consecuencias de las que yo me guardaré mucho. Si hubieras sentido algún afecto por ella, ¡estupendo!, te
habrías desposado por mí, pero no siendo así, seguiré con mi primer propósito y yo mismo contraeré
matrimonio.
Cleantes.- Pues bien, padre, ya que están así las cosas, es menester que os abra mi corazón, que os
desvele nuestro secreto. La verdad es que la amo desde un día que la vi de paseo, que mi intención de
hace un momento era pedírosla por esposa, y que sólo la declaración de vuestros sentimientos y el temor
de disgustaros me detuvo.
Harpagón.- ¿Y vos la habéis visitado?
Cleantes.- Sí, padre.
Harpagón.- ¿Muchas veces?
Cleantes.- Bastantes para el tiempo que hace que la conozco.
Harpagón.- ¿Os han recibido bien?
Cleantes.- Muy bien, aunque no sabían quién era, y eso es lo que ha provocado antes la sorpresa de
Mariana.
Harpagón.- ¿Le habéis declarado vuestro amor y el propósito que teníais de casaros con ella?
Cleantes.- Por supuesto, e incluso ya le había adelantado algo a su madre.
Harpagón.- ¿Y ella escuchó por su hija vuestra proposición?
Cleantes.- Sí, y muy contéstame.
Harpagón.- ¿Y la hija corresponde sobremanera a vuestro amor?
Cleantes.- De creer en las apariencias, estoy persuadido, padre, de que algún aprecio me tiene.
Harpagón (En voz baja, aparte).- Me alegro mucho de haberme enterado de ese secreto, y eso es
precisamente lo que andaba buscando. ( En voz alta). ¡Ea, sus!, hijo, ya sabéis lo que hay, ¿no? Con que id
pensando, si os parece, en desprenderos de ese amor, en acabar con todos esos acosos a alguien cuya
mano pretendo yo mismo, y en casaros dentro de poco con la que os asigne.
Cleantes.- Si, padre, ¿así es como me engañáis? ¡Pues bien, hasta aquí hemos llegado! Que os conste que
no cejaré en el amor que siento por Mariana y que no habrá limite para mi entrega con tal de disputaros
esta conquista, y que si vos contáis con el consentimiento de la madre, tal vez yo cuente con otros auxilios
que se batan por mí.
Harpagón.- ¡Cómo, sinvergüenza! ¡Tienes el valor de irme pisando los talones!
Cleantes.- Sois vos quien me los pisáis a mí; además, tengo prioridad.
Harpagón.- ¿Y no soy yo tu padre? ¿No me debes respeto?
Cleantes.- No son éstos asuntos en los que los hijos tengan obligación de condescender con los padres; el
amor todas la cosas iguala.
Harpagón.- Ya verás cómo te igualo yo a los palos.
Cleantes.- Vuestras amenazas todas nada conseguirán-
Harpagón.- Renunciarás a Mariana.
Cleantes. – De ninguna manera.
Harpagón.- Dadme un palo ahora mismo.
ESCENA CUARTA
Maese Santiago, Harpagón, Cleantes
Maese Santiago.- ¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! Señores, ¿qué es esto? ¿No os dais cuenta de lo que hacéis?
Cleantes.- No se me da un higo.
Maese Santiago.- ¡Bueno!, señor, poco a poco.
Harpagón.- ¡Habladme a mí con ese descaro!
Maese Santiago. (A Harpagón).- ¡Ah!, señor, por lo que más queráis.
Cleantes.- No daré mi brazo a torcer.
Maese Santiago. (A Cleantes).- ¡Guarda! ¿A vuestro padre?
Harpagón.- Déjame que lo coja.
Maese Santiago. (A Harpagón).- ¡Guarda! ¿A vuestro hijo? Todavía a mí, pase…
Harpagón.- Maese Santiago, quiero que tú mismo hagas de juez en este caso, para demostrar que tengo
razón.
Maese Santiago.- Acepto (A Cleantes).- Alejaos un poco.
Harpagón.- Amo a una muchacha con la que quiero casarme, y el sinvergüenza éste tiene el atrevimiento
de amarla al mismo tiempo y aún de pretender su mano a pesar de mis órdenes.
Maese Santiago.- ¡Ah!, mal hecho.
Harpagón.- ¿No es espantoso que un hijo quiera entrar en liza con su padre? ¿No debería, por respeto,
abstenerse de andar en mis afectos?
Maese Santiago.- Tenéis razón. dejadme que le hable y vos quedaos ahí.
Cleantes.- Pues bien, sí, ya que él quiere elegirte como juez, yo no me echo atrás; no me importa el que
sea, y también estoy conforme con fiarte a ti, maese Santiago, nuestra diferencia.
Maese Santiago.- Gran honor el que me hacéis.
Cleantes.- Estoy prendido de una joven que responde a mis deseos y recibe con cariño mis promesas de
fidelidad, cuando a mi padre se le ocurre venir a perturbar nuestro amor con la petición que ha hecho.
Maese Santiago.- Mal hecho, claro.
Cleantes.- ¿No le dará vergüenza, a su edad, andar pensando en casarse? ¿Acaso le pega estar
enamorado todavía? ¿No debería, más bien, dejar ocupaciones tales para los jóvenes?
Maese Santiago.- Tenéis razón. está de burlas. Dejadme que le diga cuatro cosas. ( Vuelve a donde
HARPAGÓN) Bueno, vuestro hijo no está tan extraño como decís, y entra en razón. dice que sabe el
respeto que os debe, que se dejó llevar por el primer impulso, y que no se negará a someterse a lo que os
plazca, siempre que accedáis a tratarle mejor de lo que lo hacéis y le deis en matrimonio a alguien con
quien pueda sentirse satisfecho.
Harpagón.- ¡Ah!, dile, maese Santiago, que en ese caso, puede esperar todo de mí, y que le dejo libertad
para elegir, aparte de Mariana, a quien quiera.
Maese Santiago.- Dejadme a mí. (Va a donde el hijo) Bueno, vuestro padre no es tan poco razonable
como lo ponéis, y me ha manifestado que han sido vuestros arrebatos los que le han enfurecido, que
únicamente desaprueba vuestro modo de obrar, y que está dispuesto a concederos lo que deseéis, siempre
que queráis calmaros y le restituyáis el respeto, la consideración y la sumisión que un hijo debe a su
padre.
Cleantes.- ¡Ah!, maese Santiago, puede asegurarle que, si me concede a Mariana, siempre hallará en mí al
más sumiso de los hombres, y que nunca haré nada sino por voluntad suya.
Maese Santiago. (A Harpagón).- Ya está. Se aviene a lo que decís.
Harpagón.- Esto va mejor que mejor.
Maese Santiago. (A Cleantes).- Todo concluido. Se da por contento con vuestras promesas.
Cleantes.- ¡Alabado sea el cielo!
Maese Santiago.- Señores, ya no os queda sino hablar; ahora ya estáis de acuerdo, ibais a reñir por un
quítame allá esas pajas.
Cleantes.- Mi pobre maese Santiago, te estaré agradecido toda la vida.
Maese Santiago.- No las merece, señor.
Harpagón.- Me has colmado, maese Santiago, y eso merece una recompensa. Vete, te aseguro que lo
tendré en cuenta.
(Se saca un pañuelo del bolsillo, lo que lleva a Maese Santiago a creer que va a darle algo)
ESCENA QUINTA
Cleantes, Harpagón
ESCENA SEXTA
El Flecha, Cleantes
El Flecha.(Saliendo del jardín con un cofrecillo)- ¡Ah, señor qué a punto os encuentro! Seguidme, deprisa.
Cleantes.- ¿Qué ocurre?
El Flecha.- Os digo que me sigáis, que estamos de suerte.
Cleantes.- ¿Cómo?
El Flecha.- Algo que nos trae cuenta.
Cleantes.- ¿El qué?
El Flecha.- En todo el día no quité el ojo a esto.
Cleantes.- ¿Y qué es?
El Flecha.- El tesoro de vuestro padre; se lo he pescado.
Cleantes.- ¿Cómo lo has hecho?
El Flecha.- Ya lo sabréis. Ahora marchémonos, que le estoy oyendo gritar.
16
La tensa escena entre Harpagón y su hijo dio pie a las críticas de Rousseau quien, poco amigo del
teatro en general, consideraba el de Moliére como escuela de malas costumbres. ( Carta D’Alembert sobre
los espectáculos, 1758).
I. Contesta:
II. Completa:
4. Cleanto amaba a _________________ y decide pedir un préstamo sin saber que el prestamista era su
_______________________ .
V F
IV. Analice: