Marga Muñiz Aguilar: La Adopción - Una Reflexión Crítica
Marga Muñiz Aguilar: La Adopción - Una Reflexión Crítica
Marga Muñiz Aguilar: La Adopción - Una Reflexión Crítica
Según una antigua tradición china, todos aquellos seres humanos que están
destinados a compartir un vínculo afectivo especial e intenso, permanecen desde
siempre unidos por un hilo rojo invisible, que puede tensarse o enredarse, pero
que jamás puede romperse. Según la leyenda, estas personas terminan por
encontrarse a pesar del tiempo, del lugar o de las circunstancias.
Cuando viajé a China por primera vez en el año 2000 y posteriormente en el año
2002, conocía esta leyenda, pero hasta entonces no había oído hablar de Bert
Hellinger ni de sus percepciones acerca de la adopción. Fue al poco tiempo
cuando conocí sus planteamientos y desde entonces los he leído y estudiado, he
presenciado y actuado como representante en muchos talleres, también los he
organizado y dirigido, y tengo que decir que muchos de esos planteamientos me
han abierto los ojos a una realidad que yo ignoraba cuando me convertí en madre
adoptiva de dos niñas nacidas en China.
Para mí, el hecho de que hubieran nacido en el sur de China era un mero
accidente en sus vidas. Como se iban a criar en España, serían españolas, en
concreto andaluzas, porque vivimos en el sur. Sus madres biológicas eran una
nebulosa para mí, puesto que no sabía nada de ellas. Las respetaba, pero
también las ignoraba, no formaban parte de nuestras vidas. Aprender chino o
conocer su cultura de origen me parecía más bien un determinismo geográfico. Y
así, suma y sigue.
Ahora comprendo que sus raíces están en China y que sin raíces no hay alas. Así
que las expongo todo lo que puedo a un ambiente en el que puedan desarrollar
una identidad étnica y cultural positiva, es decir, que puedan identificarse con las
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personas con las que comparten una historia y una cultura, aunque sus creencias,
preferencias y afinidades puedan ser distintas, ya que se están criando en otro
sur, y que se sientan orgullosas y puedan enriquecerse de lo que ambas culturas
les ofrece.
Sigo sin saber nada de sus pasados, pero ahora entiendo sus vidas desde una
perspectiva sistémica muy diferente. Les enseño a honrar a sus padres biológicos
porque ellos les dieron la vida, respetando los destinos trágicos que les impidieron
mantenérselas, y sin ningún tipo de juicio hacia una cultura, que ante una ley del
Estado, la ley del hijo único, excluye a parte de sus miembros.
La perspectiva sistémica también me ha hecho ver la importancia de tomar de
nuestros propios padres, para poder, a su vez, dar a nuestros hijos; me ha
ayudado a observar mi propia historia sistémica y personal y su posible relación
con la decisión de adoptar, dándole a cada miembro del sistema familiar un lugar
de respeto y dignidad, que antes, quizás por desconocimiento, no recibían. En
definitiva, puedo decir que estos planteamientos han supuesto un giro copernicano
que me ha llevado a vivir de una manera diferente y más profunda la experiencia
adoptiva.
También he visto como, gracias al trabajo desde la perspectiva sistémica
transgeneracional, otras familias adoptivas han ido desenredando los nudos de
ese hilo rojo o de otros de su propio sistema. He visto como se iban abriendo a la
idea de dar su lugar a la familia biológica y cómo esto ha hecho profundizar los
sentimientos y las relaciones. He visto cómo se pueden ir sanando las heridas del
abandono, del miedo y de la soledad. He visto como se pueden trabajar las
carencias propias y las posibles motivaciones inapropiadas o sistémicas que
llevaron a la adopción.
En fin, he visto que la adopción es un camino lleno de retos, en el que la familia no
se hace cargo sólo del futuro de un niño o de una niña, sino también de su
pasado. Pero, también he visto que, a pesar de las dificultades, su éxito no es
imposible.
Y creo que la mirada sistémica transgeneracional es una herramienta muy útil en
la consecución de ese éxito. Desde esta perspectiva, la adopción está justificada
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cuando ambos padres murieron o el bebé fue abandonado, y las motivaciones son
las adecuadas. Entonces se trata de una adopción honrosa. En este caso, el hijo/a
adoptivo ve que sus padres biológicos no pueden ofrecerle su apoyo, pero los
puede reconocer como sus padres, sabiendo, sin embargo, que únicamente puede
desarrollarse al lado de los padres adoptivos. Así honra tanto a los padres
biológicos, como a los adoptivos.
Los padres adoptivos suplen a los padres biológicos, ayudando a llevar a cabo lo
que aquellos no pudieron realizar. Cumplen un papel importante, pero cuando
pretenden ocupar el lugar de los biológicos, considerándose mejores padres, o
silenciando su existencia, el hijo/a muchas veces se muestra solidario con los
padres/madres menospreciados, mostrando su enfadando con los adoptivos a
través de rebeldía, mala conducta, etc. Si, en cambio, se consideran
continuadores de la labor que aquellos no pudieron llevar a cabo, esos
sentimientos se dirigirán hacia los padres biológicos y el sentimiento bueno irá a
los padres adoptivos.
Según estos planteamientos, cuando alguien adopta para suplir una carencia
propia, se trata de una intromisión en determinados órdenes. En un caso así
quedan trastocados tanto la orientación fundamental del dar y el tomar, como el
orden de sus relaciones, aún antes de iniciarse. Esta sí sería una adopción
peligrosa, por las implicaciones que tiene.
Sin embargo, lo que he visto y oído sobre las adopciones en muchos talleres y
seminarios es una visión simplista, negativista y reduccionista, frente a la
profundidad y validez de los planteamientos teóricos. En muchos casos sólo se
habla de lo “peligroso” que resulta adoptar, sin dar más explicaciones, cuando
después de leer y participar en muchas sesiones de terapia sistémica creo que
hay muchas otras situaciones “peligrosas” en la vida ante las cuales no se tiene, a
priori, la misma actitud que ante las adopciones. En cualquier familia biológica hay
destinos trágicos y enredos sistémicos. Por ejemplo, ¿Qué decir cuando una
persona se encuentra en una situación determinada no por voluntad propia sino
por estar atrapado en una implicación sistémica? ¿Qué decir cuando una madre
se ha quedado “clavada” en aquel hijo que murió prematuramente y no “ve” al
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resto de sus hijos? ¿Qué decir cuando la existencia de una persona excluida
condiciona la existencia de un miembro posterior que trata de equilibrar el sistema
familiar? ¿Qué decir cuando uno de los miembros de la pareja sigue en la esfera
de influencia del padre del sexo opuesto? ¿Qué decir de las dinámicas “yo te sigo”
o “yo mejor que tú”? ¿Qué decir de la influencia de los “secretos de familia” en
miembros posteriores del sistema? ¿Qué decir de la influencia en la familia del
entorno político, social, económico, religioso o cultural? Y en ninguno de estos
casos he visto la actitud simplista, negativista y reduccionista que he visto en el
caso de las adopciones.
La complejidad del ser humano es tal, que la simplificación a la hora de buscar
explicaciones a los problemas humanos es cuanto menos una temeridad. Y creo
que el mismo Bert Hellinger ha incurrido en este error al tratar en determinados
momentos el tema de la adopción, de ahí que muchos de sus discípulos hagan lo
mismo. Al menos eso fue lo que pude observar en el II Congreso Internacional de
Pedagogía Sistémica, celebrado en Sevilla, en Octubre de 2006. Y esto sí que es
peligroso porque muchas de las personas que estaban en el congreso eran
terapeutas que, en un momento dado, pueden trabajar con familias adoptivas a las
que, desde esos planteamientos, más que ayudar lo que harían sería todo lo
contrario.
En el citado Congreso se dieron varios casos en los que las personas implicadas
eran adoptadas y asumir que todo el problema venía de ahí me pareció una
simplificación peligrosa. En concreto, en uno de los casos que se presentó y que
yo conocía personalmente, la atención se centró en la alumna adoptada, como si
ella fuera la fuente del problema, cuando la realidad es que el problema lo tenía la
profesora con todo tipo de alumnos y no sólo con esa niña, con lo cual la adopción
en ese caso era algo colateral, sin embargo, se convirtió en el centro del
problema. En otro de los casos, proponer como única solución, que los hijos
adoptados debían volver con el padre biológico de uno de ellos, es una solución
demagógica, puesto que la parentalidad adoptiva implica un proceso irreversible
desde el punto de vista legal, además de que en el país de origen de esos niños,
probablemente, no se tenga constancia de la identidad del padre biológico. Por
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infantil, y eso fue justo lo que correspondía. De esa forma, las madres de las
aldeas infantiles pudieron experimentar de lleno su dignidad y su importancia”3
“Cuando unos padres han adoptado un hijo y éste se desarrolla mal –quizás,
también porque lo hicieron a la ligera o porque despreciaron a sus padres
carnales-, no pueden simplemente retirarse; tienen que llevarlo, como las
consecuencias de una culpa”4.
Como puede observarse con estas referencias, la posición teórica de Hellinger no
se corresponde con lo que él mismo expresó en Sevilla, y con la idea que tienen
muchos terapeutas que trabajan desde su perspectiva, sobre la peligrosidad de las
adopciones, sin especificar nada más. Se trata, más bien, de que juzgan sin
conocer y como Hellinger mismo dice “quien realmente ayuda, no juzga”5. Juzgar
a las familias adoptantes que vio en aquel hotel de China, y por ende, a todas las
demás que hemos adoptado en aquel o en otro país, sin conocer las
circunstancias sí que es peligroso y no ayuda. Igualmente peligroso es lo que
hicieron todas aquellas personas que asintieron a sus palabras o todas aquellas
que después no se atrevieron a sacarle de su error.
En cambio, no me pareció nada peligroso, aunque me dio un vuelco el corazón,
cuando hace un tiempo, una noche, una de mis hijas me dijo, abrazándome:
“gracias mamá por adoptarme, porque si no ahora estaría sola en el orfanato”;
tampoco me pareció peligroso, aunque me impactó muy dentro, cuando, otra
noche, recientemente, me dijo: “que suerte tenemos las dos de tenernos una a la
otra”; tampoco me pareció peligroso, aunque me conmovió hasta hacerme saltar
las lágrimas, cuando un día, siendo muy pequeña, me preguntó si su carita
todavía era parecida a la que tenía cuando era bebé. Quería saber si, cuando
volviéramos a China, su madre china, como ella la llamaba, la reconocería. Y yo le
dije que sería muy difícil encontrarla, porque no sabemos su nombre ni donde
vive, pero que una parte de su madre y de su padre está dentro de ella, así que,
aunque nunca llegue a conocerlos, siempre estarán con ella. Tampoco me parece
peligroso sentir que el famoso hilo rojo no sólo me une a esas dos personitas que
un día llegaron a mi vida, sino que también me une a dos familias de cultura, etnia
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y costumbres muy diferentes a las mías pero con las que comparto un proyecto
común: darles la vida y mantenérselas a dos criaturas maravillosas.
En fin, si me permito hacer estas reflexiones de lo que he leído, observado, visto y
oído es precisamente porque creo que la perspectiva sistémica trangeneracional
es una herramienta muy útil en el campo de la adopción y que la simplicidad,
cuando no falsedad, de algunos de estos comentarios, el negativismo a ultranza y
la descalificación a priori de la adopción, invalidan y anulan las valiosas
aportaciones que sus planteamientos pueden ofrecer a las familias adoptivas.