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La

dureza del doble rasero


1
Una mañana de domingo, paseando por los puestos de libros del mercado de
San Antonio, compré un librito cuyo título me llamó la atención, Cinco
novelistas inglesas, firmado por Charles David Ley. Abriéndolo por el índice
vi que trataba de las cinco grandes novelistas inglesas del siglo XIX: Charlotte,
Emily y Anne Brontë, Jane Austen y Mary Ann Evans, más conocida como
George Eliot. Comprendo que la leyenda que rodea a estas cinco grandes
mujeres resulte motivo de muchas sutiles ironías. Ya están las mujeres, otra
vez, hablando de las mismas de siempre… que si Jane Austen, que si Virginia
Woolf… Es difícil, para un lector confortablemente instalado en un mundo de
valores que no le agrede particularmente, hacerse una idea del impacto que
supuso, y sigue suponiendo, la lectura de aquellas novelas ( Jane Eyre,
Orgullo y prejuicio, Cumbres borrascosas, Middlemarch) donde, por primera
vez de una forma tan rotunda, un grupo de escritoras se atrevía a romper los
paradigmas masculinos exponiendo públicamente su visión del mundo a
través de sólidas ficciones sustentadas en la propia subjetividad. ¿Qué lectora
no se ha sentido conmovida con el descubrimiento de una escritura tan
interiormente libre como la de estas inglesas cercadas por la fuerza de la
costumbre?
Sin embargo, y en general, las mujeres nos hemos acostumbrado a
silenciar las verdaderas influencias recibidas, porque esas influencias han
carecido del prestigio alcanzado por otros libros. Pienso ahora en las lecturas
juveniles de mi generación: los libros leídos por los adolescentes varones que
descubrían la literatura aproximadamente a la misma edad que las chicas.
Ellos lograron dotar a esas lecturas formativas de un atractivo indiscutible. En
sus autobiografías y memorias la experiencia adquiere una proyección
universal: las maravillosas historias de Alejandro Dumas, de Emilio Salgari,
de Julio Verne y tantos más, cargadas de héroes masculinos que luchan por su
honor, por la ciencia, por el amor de una mujer y lo hacen disfrutando de
atributos admirables (coraje, valentía, lealtad, honradez y sentido de la
justicia). Poco sabemos todavía, sin embargo, de las lecturas que influyeron
en las jóvenes de cualquier época. Con alguna excepción, como la de Emilia
Pardo Bazán, la escritora sin miedo que dejó una magnífica descripción de sus
lecturas adolescentes en los «Apuntes autobiográficos», tan erróneamente
considerados por sus contemporáneos como un ejercicio de pedantería y
presunción .1 Leamos qué dice Cristina Fernández Cubas sobre esta cuestión:

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